Colección Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Gigi Blanche, 10 Enero 2021.

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  1. Threadmarks: XVIII. Come on, baby, let's get spooky
     
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    1 Abril 2019
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    Escritora
    Título:
    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    40
     
    Palabras:
    4032
    N/A: lo que me toretticé yo con esto debería darme vergüenza, ni puedo creer que me lo haya aventado en semejante tiempo récord y justo después de ya escribir una mierda de casi 4k JAJAJA but oh well. Apenas me salió el reto en Serpientes y escaleras supe, i just knew que era mi oportunidad para escribir algo de estas jodidas estúpidas que no fueron capaces de ser amigas y sIGO EN DUELO POR ESO. Luego el resto fue cayendo solo y Amane ya vas a entender cuando te dije que tú me diste la idea realmente juju

    ASÍ QUE SORPRESA *rueda all over the place* Encima sabía, i just knew que si escribía algo de Halloween tendría que ser con Sa-chan, cuz la canción de su cinta es esta y Lola Blanc es mi fuckin queen del dark cabaret y la asocio un huevo con Sasha y bueno, cháchara fuera, pero eso. Que estoy chillando un montón oH YAS

    Yáahl mira, también te etiqueto aquí cuz no tengo ninguna clase de vergüenza y me revolqué en todas nuestras ships as well.

    SPOOKTOBER, PEOPLE


    Me busqué los disfraces cuz five, so aquí el de Sa-chan y aquí el de Ali-chan. Also

    upload_2021-10-20_2-5-40.png

    meant to be, i tell ya




    .

    cast all your spells onto me
    touch me with your wand till the light shines through me

    come on, baby, let's get spooky


    .

    .



    | Sasha Pierce |
    | Alisha Welsh |


    .

    .

    No estaba precisamente acostumbrada a disfrazarme o ir a fiestas, aún menos a usar disfraces así o que las fiestas fueran de Halloween, pero la vida estaba llena de sorpresas y si había participado de la mascarada, ¿por qué rechazar el mismo tipo de invitación que encontré en mi casillero a principios de octubre? Además, conforme el tiempo fue pasando, el clima se puso más y más agradable y, claro, estaba omitiendo un pequeño gran detalle, el que básicamente me arrastraría a la fiesta quisiera o no. Ese que tenía nombre y apellido, hacía demasiado ruido por las mañanas y siempre, siempre me andaba preguntando qué tarea habían dejado los profesores. Ni modo, era mi amiga.

    —Sashie, ¿no crees que le falta algo de color a tu habitación? It’s soooo boring, really.

    Ali entró primera, le echó un vistazo girando sobre sus talones y luego se lanzó en la cama, como si ya hubiera estado aquí cientos de veces. El colchón rebotó suavemente y cruzó los tobillos, mientras yo me quitaba la chaqueta del uniforme y la dejaba en su respectiva percha. Ni modo, se moriría antes de no ser confianzuda y yo bien lo sabía. Había sido así siempre, desde que me la encontré medio enferma en los casilleros y le pregunté si necesitaba algo. ¿Cómo acabamos siendo amigas? Vete a saber. Supongo que una parte de mí quería ser adolescente por un rato y no se me dificultaba seguirle el ritmo. Además, ni idea, con los meses me hice a la idea de que Ali realmente no tenía muchos amigos y esto también le hacía bien a ella.

    —¿Sí? ¿Qué le harías? —cuestioné, divertida, sacando los libros de mi maletín para acomodarlos en las repisas encima del escritorio.

    —Hmm… —Cruzó un brazo debajo de su cabeza y frunció el ceño, totalmente concentrada en su tarea—. Pintaría las paredes, first of all. No tiene que ser un color super fuerte, ¿sabes? Quizás un color lila o… ¿verde claro? ¡Sí! Green would fit you~

    Me reí en voz baja y dejé el maletín vacío colgando a un lado del escritorio, para medio girarme en su dirección y relajar las caderas al borde de la madera. Crucé los brazos bajo el pecho y le eché un vistazo a la habitación, intentando imaginar su sugerencia.

    —No suena mal. ¿Algo más?

    —Cielo, y los muebles. ¿Qué son estos? ¿Almohadones de hospital? —Volví a reírme y se sentó en su lugar, arrastrando un pobre almohadón para echarlo en su regazo y recostar allí los brazos—. Uno de estos días podemos salir y te ayudo a darle una lavada de cara. You know, with the Ali-chan style~

    Me guiñó un ojo, yo me encogí de hombros y avancé a la ventana, para echar un vistazo fuera. El sol brillaba con fuerza y se sentía bien en la piel. Siempre me había gustado mucho y a Ali también, por eso nos vivíamos colando en la azotea para tomar el sol durante el receso no bien empezaron a hacer días lindos. Claro que eso me llevó un poquito por el camino del mal, con la de veces que ella liaba algún cigarro y aprovechaba el receso para fumarlo, pero ni modo. Me estaba divirtiendo y no me cuestionaba mucho nada.

    —¿Por qué no? —respondí por fin, no planeaba despilfarrar dinero en adornos con lo mucho que se nos dificultaba mantener la casa, pero tampoco me haría daño salir a recorrer tiendas, ¿verdad?—. Huh, aunque el sábado es la fiesta. ¿Domingo?

    With hangover? No way!

    —Ya, la semana entrante, entonces.

    Realmente había sonado como una cría al quejarse de mi idea y lo dejé correr porque ya me había acostumbrado bastante, la verdad. Podía estar divirtiéndome más que antes pero seguía siendo la adulta responsable de la relación y nos tendría que caer un meteorito encima para que eso cambie.

    Abrí las dos hojas de la ventana y la escuché soltar una risilla a mis espaldas, el colchón se quejó y apareció a mi lado, asomando el rostro al sol. Cerró los ojos, disfrutando de lo mismo que yo, y pasé la pierna para salir al jardín. Me senté allí, con la espalda a la pared, y Ali me imitó no mucho después, recostándose en mi regazo. En casa aún no había nadie, papá se había llevado a los niños al Mabashi y le avisé que estaría con una amiga, así que aprovechó y también sacó a granny a tomar aire. Era un día precioso, al fin y al cabo, y me alegraba que tuviera más tiempo libre que pasar con los niños. Era, después de todo, la única razón por la cual había aceptado el trabajo en el casino los fines de semana y el resto de mierdas.

    —¿A qué hora teníamos que recoger los disfraces? —me preguntó unos cuantos minutos después, en voz baja.

    —A eso de las cinco. —Revisé la hora en el móvil y le sonreí, me había entretenido acariciándole el cabello rubio con un aire casi maternal—. Deberíamos ir yendo.

    Se quejó, sonó como un auténtico gato molesto por interrumpirle su momento de relajación y entreabrió un ojo, enfocando mis facciones. No le tomó nada recuperar la sonrisa divertida y estiró un brazo para picarme la mejilla.

    Sashie, so cute~ —murmuró, vete a saber por qué, y se irguió para desperezarse.

    Estuve a punto de incorporarme, pero volví a recibir su peso encima y se rió al oír la exclamación de sorpresa que solté. La idiota me había caído como un saco de papas y tuve que hacer malabares para no irme en banda con ella. Al final medio la estabilicé rodeándola con ambos brazos y se me pegó como lapa. Sólo le faltaba ronronear, en serio.

    So clingy, baby —solté en voz baja, ligeramente divertida, y ella asintió sin problema.

    Always~

    Meneé la cabeza un par de centímetros, resignada, y le dediqué caricias amplias por la espalda. La sentí acomodar el rostro aún mejor contra mi pecho y ya que siempre se la pasaba tan bien molestándome, pues de vez en cuando le regresaba la jugada. Me quedé en silencio, aunque la sonrisa sedosa se me plantó en los labios al trasladar las caricias en descenso. Alcancé la línea de su cadera y despegué una mano de su cuerpo, cosa de navegar la tela de la falda y rozar apenas el contorno de su pierna.

    We should get going, you know? —susurré, el acento se me coló en la voz y Ali irguió el cuello para encontrar mis ojos.

    Se la veía jodidamente divertida, aunque entornó la mirada y se echó encima la inocencia que usaba siempre para pedirme cosas.

    I need a recharge first.

    Me lo vi venir, la verdad, y que alguien me preguntara si me importaba. Me mordí el labio, soltando una risa nasal liviana, y colé un brazo entre nosotras para acunar su mejilla. La niña recibió mi boca con todo el gusto del mundo y poco me importó empujar la lengua para arrancarle un suspiro, así fueran las cuatro de la tarde y estuviéramos en el jardín de mi casa.

    Sólo la estaba molestando, al fin y al cabo~

    .

    .

    .

    Los disfraces se los habíamos encargado a una señora del barrio que Eloise había conocido prácticamente desde que nos mudamos aquí. Con suerte te entendía dos frases al hilo pero vaya, cosía como los dioses y no cobraba mucho. No me molesté en pensar lo que podría llegar a opinar de los diseños que le habíamos dejado, la verdad, nunca había sido de agobiarme en estupideces y digamos que Ali me ayudaba a darles aún menos relevancia. Sola no me habría animado a clavarme semejante jugada, eso seguro, pero de a dos todo se diluía y pasaba a ser motivo de risas, ¿verdad?

    No era yo ninguna freak de los comics y sus universos cinematográficos y Alisha tampoco, pero no hacía falta para conocer algunos de sus personajes y bueno, desde que la chica comenzó a pasarme las imágenes de Poison Ivy y Harley Quinn supimos que iban a ser los disfraces perfectos para Halloween. Se me ocurrió a mí, de hecho, justo después de recibir las invitaciones en los casilleros. Ali cayó en la 3-1 con la energía de una tromba y me agitó el sobre metálico en la cara, emocionada a cagar. A mí también me gustaba mucho la idea, ¿a quién iba a mentirle? Y fue cosa de pensarlo dos segundos e iluminarme. Alisha no dudó ni un poco en seguirme el rollo y nos echamos el resto del mes buscando, bueno, algo así como los diseños más slutty posibles.

    El crédito de eso se lo llevaba ella, claro.

    Igual vivíamos muy lejos y la fiesta nos quedaba a mitad de camino de ambas, así que decidimos prepararnos por separado y encontrarnos ahí. Yo llegué primera, porque muerta antes que impuntual, aunque para mi sorpresa Ali tardó muy poco en aparecer. Se bajó de un taxi y giró sobre sus talones al presentarse frente a mí, blandiendo el mazo de utilería que había conseguido. A quién iba a engañar, se veía fenomenal y la cacé de la cintura para estamparle un beso en la mejilla con todo el gusto del mundo. Ella se separó, me analizó de pies a cabeza y sonrió, totalmente satisfecha. Qué va, lo tenía escrito en toda la cara.

    Que me quería comer entre dos panes o algo así.

    Pero igual la noche era joven y quedaba tiempo para cualquier tontería. Esta fiesta también la había organizado Akaisa, así que hubo un montón de déjà vus repartidos aquí y allá. El gorila de la entrada era el mismo, los jazmines seguían oliendo igual de bien y la casa, aunque se habían esmerado con la decoración spooky, despedía aún estas vibes de mansión victoriana. Se disimulaba mucho más que en la mascarada, eso sí, sobre todo en los espacios como el salón y el comedor donde habían montado luces ultravioleta. Nos fuimos más o menos de cabeza, tenía una emoción casi infantil recorriéndome el cuerpo pero ya me había metido en el papel o algo, así que nos paseamos como Dios o Satanás mandaba para lucir los disfraces que la señora nos había hecho. Al primero con el que nos topamos fue Maze, estaba en el salón bebiendo una copa de vino y lo reconocí de casualidad, por el cabello color borgoña más que otra cosa. Nos estaba dando la espalda y me incliné sobre su hombro, divertida.

    Evening, handsome~

    Iba disfrazado de ¿mago, quizá? También me recordaba a Tuxedo Mask, el tío este de Sailor Moon. Sonrió amplio al reconocernos, como siempre hacía, y nosotras nos dispusimos a los lados para dejarle un beso en cada mejilla, como siempre hacíamos. Suavecito, que si no le dejaba marcado el labial, aunque no lo logré del todo y me mojé el pulgar para limpiarle la carita, riéndome. Él se dejó hacer sin el menor problema.

    —Se ven más que bien, señoritas —nos halagó, en tono suave, y Ali volvió a blandir el mazo.

    Algo me decía que iba a divertirse mucho con esa cosa.

    —Muchas gracias~ You look good too —respondió, sedosa, y le indicó la copa que llevaba con un movimiento de cabeza—. Oye, oye, ¿dónde conseguiste eso?

    Maze alzó el cristal en dirección al empleado que había dispuesto junto a la mesa del fondo, esta vez no llevaban bigotes pero sí estaban enmascarados. Ali sonrió, emocionada.

    —¿Te traigo algo, linda? —me preguntó.

    Sure, lo de siempre~

    No era la primera vez que aprovechábamos fiestas o, bueno, billeteras ajenas para beber alcohol caro, así que había aprendido a discernir bastante entre lo que me gustaba y lo que no. En lo que Ali regresaba, volví mi atención a Maze y pinché una punta de su máscara con la yema del dedo índice. Supuse que recordaba la tontería de la primera fiesta por la forma en que su sonrisa se ensanchó y reflejé su expresión, aunque no tardé nada en robarle la copa para probar lo que estaba bebiendo.

    Rosé?

    Indeed.

    Fancy~

    Le regresé el cristal y si en el proceso rocé sus dedos un poco de más, pues ni idea~ Me quedé con la atención puesta en él cuando le dio un sorbo al vino y luego volvió a repasarme con la mirada, mantuvo la suavidad de su semblante pero podría jurar que al menos una pizca pequeñita se le coló.

    De la sonrisa de zorro que bien sabía usar.

    Poison Ivy? —Asentí, orgullosa por demás, y ensanchó apenas la sonrisa—. Te queda muy bien, Sash.

    El jodido nunca le hacía asco a los halagos, si no lo sabríamos ya, pero eso tampoco le quitaba el encanto. Podía no ser la mierda más importante del mundo pero no venía mal que te comieran la oreja de vez en cuando, ¿verdad? Y este cabrón era experto en eso.

    Con la de pecados que confesaba por amor al arte si le salía del culo.

    Le pregunté qué tal le había ido estos días que llevábamos sin hablar y no hubo cambios reales. Su mamá había vuelto, se quedaría algo de una semana y se lo notaba tan contento al respecto que era adorable. Le prometí que hornearía más galletas para que le llevara a la mujer que lo había traído al mundo, medio quedamos en que fuera a su piso para hacerlas y de paso la conociera. No me lo cuestioné ni un poco y sólo acepté, y la sonrisa le achinó los ojos. De verdad, era adorable.

    Ali regresó con dos copas de vino tinto y los tres brindamos. Charlamos unos minutos más y decidimos seguir recorriendo la fiesta, que apenas íbamos llegando. Invitamos a Maze, claro, pero dijo que después nos alcanzaba y, otra vez, nadie lo cuestionó. Nos las habíamos arreglado para labrar una amistad estúpidamente libre y relajada entre los tres, y con la alergia que le tenía a ciertos compromisos y exigencias ajenas la verdad era que no podía estar mejor con ello.

    Afuera había mucha gente. Normal, con lo linda que estaba la noche. Sorteamos a bastantes desconocidos hasta que Ali reconoció a alguien a la distancia y se le fue encima con una emoción absurda. No podía ser otro que no fuera Joey, así que bebí de mi copa y repasé los alrededores con la vista por si de casualidad topaba con alguna cara familiar. Digamos que no tenía nada particularmente fuerte contra el chico pero tampoco me caía del todo bien y, bueno, si podía evitarlo entonces lo hacía. Era lo mejor para todos.

    Seguí bebiendo de mi copa hasta que el gentío se despejó medio de golpe y medio de repente topé con Arata. Se estaba empinando el botellín de cerveza cuando reparó en mí y la sonrisa socarrona no tardó ni dos segundos en asomar contra el cristal. Solté el aire por la nariz, preparada para el comentario de turno que se le ocurriera, y reajusté la posición sobre los tacones para detenerme.

    —Dichosos los ojos.

    —¿Alguien te avisó que era fiesta de disfraces? —repliqué, a lo que él alzó las cejas y se observó a sí mismo, ampliando los brazos—. ¿De qué vas, en todo caso? ¿De pandillero?

    —¿No puede ser disfraz? —atajó, ampliando la sonrisa, y le dio otro trago a la cerveza.

    Estaba recostado contra el borde del jacuzzi, el agua burbujeaba a sus espaldas y las luces del aparato recortaban su silueta en tonos azulados. Meneé la cabeza, dándome por vencida, y me quité el cabello de encima con un movimiento de cuello para acercarme un paso.

    —¿Y bien? —llamé su atención, porque al parecer esa noche iba a buscar que todos me comieran la oreja, y acomodé una de las solapas de su chaqueta porque sí—. ¿Cómo me veo~?

    —Como que el disfraz no fue tu idea. —Bufé con claro hastío y él se rió, repasando el espacio con la vista antes de regresar a mí—. Por cierto, ¿tienes planes para mañana?

    Arata nunca hablaba con una seriedad exagerada pero sí habría aprendido a discernir cuando iba en broma o pretendía hablar de mierdas reales. Claro, eso no me impedía molestarlo un poco si me salía del coño.

    —Eh~ ¿Por fin me invitarás a una cita, Hon?

    Soltó una risa nasal y me quedé distrayendo la mano en la cremallera abierta de su chaqueta, porque un poco desenfadada podía ser en confianza y algunas manías de Ali, para bien o para mal, se me habían pegado.

    —Tenemos montado un trabajo y uno de los chicos se bajó. —Ensanchó la sonrisa en cuanto busqué sus ojos y me señaló apenas con la barbilla—. ¿Qué dices, rojita? La mariposita dijo que no era mala idea extenderte la invitación formal.

    —¿Es a la noche?

    Asintió y suspiré quedo, deslizando la punta de los dedos por la tela de la chaqueta. De la cremallera, a la zona del pecho y la línea del hombro. Probablemente supiera que no tenía razones de peso para rechazarlo, que desde las tonterías de la mascarada acabé descubriendo que la jodida mierda daba muy buena pasta y que gracias a eso ahora papá podía pasar mucho más tiempo con los niños. Me daba igual si eso significaba hundirme hasta el cuello en el fango, lo tenía asumido desde que Eloise enfermó.

    Mi trabajo era apilar las rocas y mantener la torre en pie.

    —Veré de hablar con Yaboku, a ver si me salva el culo.

    Sonrió, se lo notaba satisfecho en cierta forma y alzó el botellín para que brindáramos antes de beber. Despegó las caderas del jacuzzi, entonces, se inclinó a mi oído para avisarme que luego me daba los detalles y aprovechó la movida para recorrer mi cintura con una mano en lo que se retiraba.

    —Te ves bien, Pierce —agregó a lo último, tuve que girarme en su dirección para verlo—. Cuidado con lo que haces por ahí~

    Su advertencia no tenía ni una pizca de verdad y eso le daba el encanto, suponía. Lo vi alejarse y bebí un poco más de mi copa. Ya le quedaba bastante poco, así que decidí regresar al gentío para alcanzar el salón o la cocina y servirme más. En esas estaba, literalmente el mozo me iba rellenando la copa, cuando sentí que dos brazos se enredaban en mi cuerpo y me jalaban hacia atrás. Casi se me cayó todo a la mierda y bufé, entre asustada y molesta, aunque la mala hostia no pudo durarme mucho cuando noté de quién se trataba.

    Gotcha! —exclamó Ali, de lo más contenta, y me dejó girarme hacia ella para echarme los brazos al cuello—. Pensé que no iba a encontrarte ni de coña tan rápido, but I did! It was fate~

    —¿Hmm? ¿Y tu mazo?

    —Ah, se lo dejé a Joey. Era demasiado incómodo y además insistió en que Ali borracha y armada es un peligro para la humanidad, ¿puedes creerlo? —Se había esmerado por imitar su acento británico al decir aquello y me reí, a lo que ella me zarandeó—. ¡Bueno, henos aquí! We’re the hottest gals ‘round here and that’s final.

    Tampoco llevaba ya su copa, dicho sea de paso, y se me ocurrió la tontería de ofrecerle de la mía. Aceptó, claro, la incliné como si la pobre no tuviera brazos y le dio un par de tragos largos antes que yo. Qué va, ya se había vaciado de nuevo.

    Sir~ —Llamé al empleado de la máscara, estirando el brazo en su dirección para no deshacer el agarre de Ali—. ¿Me la llenas de vuelta, por favor?

    Estaba esperando que el vino dejara de caer cuando la jodida cabrona se arrimó a mi cuerpo. Sentí sus dedos ejerciendo cierta presión en mi nuca, colándose entre mi cabello y acercó el rostro a mi oído.

    Hey, wanna dance?

    No había necesidad de decirlo con ese tono, de verdad, pero sabía que no tenía remedio. Le sonreí apenas retrocedió lo suficiente, rodeé su cintura con la mano libre y bebí de la copa sin romper el contacto visual. Recién entonces reflejé su expresión, sedosa.

    Sure~

    Las luces del salón iban mutando entre varios colores y el alcohol siguió corriendo a una velocidad un poquito preocupante, la suficiente para echarnos mano encima sin demasiado problema por el lugar o las compañías. La música rebotaba en nuestros cuerpos, hacía algo de calor y mi piel expuesta, cuando encontraba la suya, me enviaba ligeras descargas eléctricas por la columna. Se afianzó en torno a mi cintura, meneándose suavemente, y en cierto momento pegué la mejilla a su cabello para reajustar luego la posición, buscando el hueco de su cuello.

    Cast all your spells onto me —canté cerca de su oído, en voz baja—, touch me with your wand till the light shines through me. Come on, baby, let's get spooky~

    Una de sus manos siguió bajando, rozó mi cadera y alcanzó la piel de mis muslos. Nada que hacerle, ya no teníamos ni copas ni mazos encima, sus pechos se presionaban contra los míos y así como a las cuatro de la tarde, acuné su mejilla y me empujé contra su boca. La estúpida me clavó las uñas en la pierna, las arrastró suavemente y rocé su brazo en mi camino hacia su nuca. El alcohol ya me había espesado la neurona y no pensé en nada, sólo me interesó hacer lo que me saliera del coño y eso era comerle la boca a mi amiga.

    Well, well, so clingy, Sashie —me regresó la jugada de hoy apenas me separé, y la jodida loca me apretujó uno de los glúteos antes de volver a enredarse en mi cintura—. Guarda un poco para los pobres~

    Sonreí, fue una sonrisa amplia que me descubrió la dentadura y le dejé un beso húmedo en el cuello antes de subir a su oído. Ya estábamos en esas, así que ni modo.

    I don’t fucking want to.

    Tocaría hacerle honor a los disfraces.
     
    Última edición: 19 Octubre 2021
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    • Adorable Adorable x 1
  2.  
    Amane

    Amane Equipo administrativo Comentarista destacado bed chem stan

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    HOLA AAAAAAAAAAAAAAAAAA ESTOY CHILLANDO. DIOS POR DÓNDE EMPIEZO IM SO EXCITED!!!!

    OKAY SO SIS, anoche que me dijiste lo del ficazo y tal no tenía ni idea de lo que ibas a hacer, i was surely oblivious al respecto, pero luego me metí en la cama para mimir y empecé como a repasar las conversaciones que habíamos tenido recientemente cuz quería saber que ondas y DE REPENTE RECORDÉ TODO EL HARLIVY QUE TE PETÉ SIN NINGUNA VERGÜENZA AND I WAS LIKE: OH??????? and i knew it, i knew it so much que iba a ser esto and i was so excited cuz verlas siendo amiwis es una de esas espinillas que se me ha quedado SIGO EN DUELO TOO OKAY? and it makes me so mad pensar que están de enemigas por culpa de onvres JAJAJA oh boy i hate it in here

    PERO NO, ESTE ES UN AU MUY BONITO AND IM GONNA BE HAPPY EN ESTE MUNDO, GRACIAS.

    SO

    OBVIAMENTE UNA BIG ENTRANCE BIEN SEVENISH POR PARTE DE ALI, NO PODÍA SER DE OTRA MANERA JAJAJ she is so dumb, istg, como entras a casa de alguien y lo primero que se te ocurre es decirle que su habitación es aburrida, es que solo ella.

    Escucha, esto es lo que más triste me pone de toda su situación, porque sé que si hubiesen sido amigas hubiese sido bien bonito y bueno para ambas, and i hate que no se haya podido ver in rol. Ni idea, ya alguna vez dijimos que quizás no funcionaba y acababan chocando sí o sí, pero al menos por parte de Ali yo sé que le hubiese sentado super bien tener un amiga y más una como Sasha, y que hubiese relajado mucho el culo de ser el caso. Pero ni modo, ya me di cuenta que está cursed y que no puede tener amigas(?)

    Did i see them intentando pintar y acabando con toda la pintura echada por encima? i did and i loved it, ni modo. Además, green como poison IVY I SEE YOU 7U7 Also el ali-chan style me da miedo, im just gonna admit it (?)

    SHE IS SO CLINGY I HATE HER POR QUÉ NO PUEDE SER ASÍ DE CUTE SIEMPRE LA PENDEJA??? sis i love it, la imagen de las dos tiradas en el jardín todas acurrucadas y siendo bien mimosas y la otra como una gato pegado cuz she is just like that ME PONEN SUPER SOFT SHUT UP

    SISTER I SO NOT EXPECTED THAT AND I YELLED TO ASTRONOMICAL LEVELS (internally, como te dije, porque eran las 9 de la mañana (?) SIS SO HOT, SO HOT TE DIGO!!!! Also la pendeja de ali como se las sabe, consiguiéndose besos de chicas bonitas, EL VERDADERO QUIEN PUDIERA. Also SASHIE SO TOUCHY I SEE YOU MISSY 7U7

    solo estaba molestándola dice, that's lesbian activity right rhere Y ALGUIEN NO ESTÁ MOLESTA EN ABSOLUTO.

    Mil cosas pasarán en este mundo pero algunas no van a cambiar, como el hecho de ali siempre va a ser a slut (?)

    HOT TE DIGO, HOT. estas han follado en este au, listen to me, han follado pero bien (?

    SO CUTE SHUT UP!

    Escúchame, estaría en su putísima salsa, lo sabemos las dos. Me la veo pegándole martillazos a todo el mundo como si no hubiese un mañana, especialmente cuando empezase a tener más alcohol que sangre en el cuerpo (?) Y no importa el universo, todos sabemos que su principal objetivo sería Joey (?)

    De nuevo, no importa el universo en el que estén, eso pasaría un cien por cien de las situaciones y no hay más, es ley escrita en tabla o algo (?)

    He is so dumb no puc mes te digo, no puc mes JAJAJAJ

    I loved this sis SHE IS SO CLINGY ONCE AGAIN AND I LOVE IT. Y pls, lo de Joey quedándose el mazo es tan canónico no puedo JAJAJ im sorry, they hold a special space in my heart y que te digo, me imagino perfectamente la conversación y al chico like: te lo woa quitar que encima seguro me pegas a mí más que nadie (cofcofaccuratecofcof) but also, me la imagino a ella like: im tired, toma y el otro cumpliéndole sin ninguna queja y muérome. ALSO IMITÁNDOLE EL ACENTO, SO ACCURATE AGAIN JAJAJA

    Y OBVIAMENTE THEY ARE THE HOTTEST GALS ROUND THERE, NO HAY DISCUSIÓN POSIBLE.

    Y cuando le da de beber de la copa, IDK, SO CUTE!!!

    TODA LA ESCENA DE DESPUÉS FUE LIKE SO FUCKIN HOT PERO NO VOY A QUOTEAR TODO PORQUE TENGO RESPETO PERO QUOTEO ESTO QUE ES COMO LO MÁS HOT AND DID I SAY IT WAS HOT??? CUZ IT WAS. AAAAAAAAAAAAAA

    Siempre ponemos a Emi y Anna tocándose a lot, especialmente saliendo de fiesta y así, y que seguro que muchos se le quedan mirando por ello. Pues obviamente veo super canon que también Sashie y Ali se pongan super toquetonas, PERO LLAMARÍAN AUN MÁS LA ATENCIÓN DON'T TELL ME NOT CUZ I KNOW ES TRUE. Y sé for a fact que todos las estarían mirando y ellas don't giving a fuck which i admire.

    ALSO

    EXCUSE ME ALI-CHAN????

    AREN'T YOU A LIL BIT BITCHY, GETTING THAT BOOTY???????

    SO ROUGHY

    IM SO PROUD OF HER

    Y LUEGO SASHIE LIKE I DON'T FUCKING WNAT TO???? DÍSELO REINA, DÍSELO Y DEMUESTRÁSELO!!! ¿sabes las imágenes estas que te he mandado del harlivy que siempre sale harly con los ojos llenos de corazones y super in love con ivy, especialmente cuando se pone re mommy? pues así me iamgino a ali con sasha en esoso momentos, full lesbian crush te digo, seguro le pone muchísimo JAJAJ she is so basic and it's her sashie uwuwu

    SISTER WOW I LOVED THIS SO MUCH, NO PUEDO DEJAR DE RELEERLO AAAAAA ya tú lo sabes, no me sorpende en absoluto, pero como hace mucho que no escribes con ella pues te digo que has clavado a ali, of course, so sevenish and her and honestly así me imagino su relación si se diese el caso and i love it I LOVE IT. AND I LOVE YOU. AND I LOVE THEM. y seguro salái trío con maze pero ni modo digo qué quién dijo eso

    fue una sorpresa super linda ;; obvio adoro leerte con todos tus personajes, y no tengo quejas porque roleamos mucho juntas, pero echaba de menos leer algo tuyo que fuese con algún personaje mío y pues ha merecido muchísimo la pena, me ha encantado y wow im like in a cloud aaaaa viva serpeintes y escaleras, ya solo por esto ha merecido la pena sacar el juego (?)

    el de anna-chan seguro te lo comento cuando hagas la otra parte y así tiene más contenido uwu
     
    • Ganador Ganador x 1
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  3. Threadmarks: XIX. The Wheel of Fortune | neverland
     
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Palabras:
    3490
    N/A: por puro impulso metí el n/a pero no tengo nada que decir, la verdad. Sorpresa, sorpresa, estoy re loca y no me importa nada.

    Con esto cierro los fics sobre este nuevo drama en la vida de Annita. Es canon y corresponde al día corriente, el 21 (viernes). Me fui al futuro, yey.





    .

    i'm a junkie, i'm a monkey
    i'm a panicked freak and i'm over it


    .

    .


    | Kakeru Fujiwara |

    .

    .

    El momento donde todo se desmorona siempre se siente extraño. Las disrupciones lo son, como cualquier temblor que sacuda la tierra incluso en lugares donde son propensos. No creo que alguien, alguna vez, sea genuinamente capaz de habituarse al desastre. Y si se recuesta allí, si pretende construir una cama de piedras y cerrar los ojos, será por razones ajenas a sí mismo. Será porque el mundo acabó a oscuras, porque hace demasiado frío o hay demasiado silencio. Demasiado ruido también. Los temblores no nos pertenecen y, aún así, de una u otra forma nos moldean. Marcan el patrón, tallan la roca y se desentienden de las sobras; aunque esas sobras también seamos nosotros.

    Porque al temblor no le interesan.

    Es muy probable que toda mi vida haya caminado sobre hielo fino, pero eso y caer al vacío son dos cosas totalmente diferentes. Ni modo, somos criaturas estúpidas, con pésima memoria y un don inigualable para la invisibilización. Nos quejamos de las máquinas pero luego ahí vamos, haciendo la vista gorda con la facilidad tal de entrar a una consola y presionar un botón. Parpadeamos, enviamos, y ya está. Ya no está ahí. Las apariencias, la casa de muñecas, las máscaras, depositamos nuestros esfuerzos y relevancias en los lugares más inauditos y luego pretendemos cualquier cosa remotamente parecida a la empatía, el contacto y la calidez humana. Luego llenamos las paredes de frases motivacionales y fingimos que no vivimos en un montón de mierda.

    Jamás fui una persona optimista.

    Siempre pensé, de hecho, que si alguien fuera capaz de leerme la mente se partiría el culo, porque la disparidad que encuentro reflejada entre lo que muestro y lo que siento me ha empujado, por momentos, a genuinamente odiarme. No tiene que haber nada peor a aceptar el temblor, digo yo, ¿y cuál es la solución? ¿Dónde está la escapatoria?

    En el canto de sirenas, claro.

    La nueva escuela no estaba mal, tuve la suerte suficiente para que nadie me reconociera de nada y hacer amigos, así fueran superficiales, nunca se me había dado mal. Eran las ventajas de robarle ciertas cualidades a las máquinas. La sonrisa afable, reírse de las bromas ajenas y no llamar demasiado la atención. Como una onda de sonido constante y estable, de esas que eventualmente dejas de escuchar. Nunca fui una bestia del orgullo ni los reflectores, jamás pedí lo que se me otorgó. Jamás lo quise.

    Sólo sentí que tenía qué.

    Y las cosas podían marchar relativamente bien hasta que el temblor azotaba, los cimientos se estremecían y la cama de piedras apiladas se iba al carajo. Te golpeabas la cabeza de un golpe seco, te despertabas y encontrabas un mundo distinto. Uno oscuro, frío y silencioso. O ruidoso. ¿Todo lo anterior sólo había sido un sueño? ¿La calidez, las voces suaves y las manos ajenas? ¿O la realidad era esa y acababas de caer en una pesadilla? No había forma de saberlo, vaya, y en el apuro de ponerle fin podían tomarse decisiones de mierda.

    Decisiones dignas de una máquina.

    O quizá de un exceso de emociones.

    Por otro lado también pensaba, joder, no soy más que un mocoso de diecisiete años. ¿Qué puedo saber yo de la vida? ¿Del temblor, de un mundo oscuro o el canto de sirenas? ¿Qué clase de legitimidad conseguiría frente a un adulto cansado de trabajar, cansado de comer, cansado de dormir, que te mira y sólo proyecta los anhelos de todo aquello perdido? La gloriosa juventud, le dicen. La época de la diversión y la tranquilidad. De la falta de responsabilidades. Que aproveches, te dicen, que aproveches antes de que se te venga el temblor, y con eso también te están mandando a callar.

    No te quejes, dicen de verdad.

    Nosotros la pasamos mucho peor.

    Ni modo, jamás pretendí que me escucharan. No lo pretendí de mamá, con su tos de fumadora y su mirada vacía que jamás se enfocaba en mí, sino más allá. En lo que no tenía, lo que no podía tener, lo que había perdido y también arruinado. Tampoco lo pretendí de papá, de sus visitas esporádicas y sus promesas llenas de aire. Quizá lo esperé de mi hermano, pero él se convirtió en un adulto demasiado rápido y me dejó solo de este lado de la línea. Apoyó su mano en mi hombro, me sonrió y las fichas del tablero me cayeron encima. Eran duras, dolieron y a la primera orden que di, a la primera vez que me senté en el escritorio que Hayato había ocupado, supe que no lo quería. Que no me correspondía.

    El club se veía totalmente diferente desde allí, pero a la larga me acostumbré.

    Acepté el temblor, creyéndome más fuerte que él.

    Llevaba diecisiete años viviendo en Shinjuku y aún así cada vez, cada maldita vez que recorría las calles que me llevaban a casa de Anna se sentía extraño. Escocía justo encima de la piel, era una comezón sin causa ni origen concreto. Quizá viniera de la culpa, de haberla visto desmoronarse sin hacer nada al respecto. Del miedo, también, y el remordimiento, la frustración y la ira. Quizá fuera de mi hipocresía al llamarle a todo eso amor. Era muy probable que jamás consiguiera remover de raíz la idea constante, testaruda y penetrante, de que yo la había matado. Había pretendido convertirla en una máquina, en lo que creí necesitaba para sobrevivir en el club, entre nosotros. Junto a mí. Todo con tal de no perderla. Y entonces no merecía nada, absolutamente nada de ella. No merecía seguir siendo su amigo, ni sus lágrimas, ni sus bromas. Dios, la había arruinado y no la merecía.

    O quizá me estuviera dando demasiado crédito, ni idea.

    Aún así llegué a su portal, la encontré sentada al pie de la acera y me sonrió al reconocerme. Noté de inmediato el ojo amoratado, pero no dije nada y me acomodé a su lado en cuanto ella palmeó el espacio. Soltó el humo despacio, ofreciéndome el porro.

    —Bienvenido a la costa Sur de Shinjuku~ ¿A qué le debo el honor?

    Noté al hilo que algo andaba mal, de por sí Anna era bastante transparente y, joder, con la atención que llevaba prestándole desde el día que la conocí no había otra manera. Por eso también notaba que ahora era más feliz, al menos en general. Desde que había entrado a esa escuela de niños pijos había una mejor luz en sus ojos. Cristalina.

    —Hubo reunión de Consejo —le agregué pompas al asunto por la pura gracia, el humo se coló en mi voz y le regresé el cigarro, apoyando los codos en mis rodillas—, y nos preocupó que nadie supiera nada de ti desde el lunes. Tampoco te llegaban los mensajes así que hubo que incurrir en métodos tradicionales.

    —No me digas que viniste a hablarme de la palabra de Dios o te meto una patada en el culo.

    Solté una risa breve. Ni modo, nunca había sido una dama. La vi de reojo, luego volví el rostro en su dirección y le sonreí.

    —¿Se te perdió?

    —Me lo robaron —contestó casi en automático, distrayéndose en arrancar el poco césped que brotaba entre los adoquines, y luego alzó la vista a los edificios de enfrente—. El lunes, volviendo a casa. Un tipo apareció de la nada y pues, bye bye ahorros. Y se suponía que esto sólo pasaba en Latinoamérica.

    Dijo muchas cosas, pero algo de lo más desagradable se me atoró en la garganta al saber qué día había sido. Recordé las imágenes de sopetón, a Hayato pidiéndole que se quedara y la maldita idea de que debí haber insistido en no irme. ¿Otra vez había fallado en protegerla o era muy… anticuado pensar así? ¿Tenía derecho, acaso?

    —¿Hayato no te acompañó a casa?

    Se le coló una risa amarga justo después de fumar.

    —No tenía que hacerlo.

    —Es peligroso a esa hora, él lo sabe.

    —Sí, bueno, pero la vida no siempre es bella. —Había algo áspero en su voz y sentí una ligera cuota de tensión al recibir sus ojos—. ¿O qué? ¿Van a ponerme guardaespaldas ahora?

    Pero la ignoré porque venía con las bendiciones de las máquinas, en el maravilloso paquete de prioridades orientadas a conservar las jodidas apariencias. Lo guardé dentro, lo filtré hasta perderlo de vista y esbocé una sonrisa entre divertida e incrédula.

    —¿Te imaginas? Qué puto chiste. —Busqué el porro de entre sus dedos y le di una calada—. Al menos saliste entera. Bueno, casi.

    Le arranqué una risa breve y sentí que era genuina, así sus ojos lucieran opacos. La conocía, ya lo había dicho, la conocía y ya había aprendido que la peor idea posible era tratarla como una damisela en apuros.

    —Joder, hombre, fue super agresivo. ¿Me explicas para qué? Si igual iba a dárselo.

    —Les falta clase.

    Pensé, también, que había aprendido bien. Que probablemente estuviera guardando y filtrando un montón de mierdas, hasta perderlas de vista y seguir a lo suyo. Miedo, culpa, ira. ¿Dormía ahora mismo sobre la cama de piedras? ¿Ya había despertado? No tenía idea.

    —Pero bueno, ya puedes informarle al Consejo que estoy vivita y coleando. Sólo un poco de mala hostia.

    —¿Mala semana?

    Sonrió contra el cigarro, el pequeño incendio en el otro extremo brilló y las cenizas cayeron entre el césped arrancado.

    —El miércoles le reventé la cara a un tío de un balonazo. —Eso no me lo esperaba, claro, se me notó en la cara y ella ensanchó la sonrisa—. Lo sé, siempre me ando superando. Como sea, no fue a propósito ni nada, pero lo fusilé rodeada de testigos y fue una puta mierda.

    Era muy probable que manejáramos una simbiosis extraña, ¿verdad? Siamesa, incluso. Una especie de contrato tácito que nos restringía a reflejar al otro. Sólo hacía falta que uno de los dos, así fuera un instante, suspendiera los sistemas y abriera los ojos. Un destello de humanidad, de emoción cruda, y el resto se precipitaba como un cauce furioso. No era tan difícil, podía ayudarla.

    Y al mismo tiempo costaba tanto.

    —Mierda —murmuré tras exhalar y fruncir ligeramente el ceño—. Momento incómodo.

    ¿Y si estaba buscando ayuda desde detrás de sus compuertas? ¿Y si sólo estaba intentando, de la forma que podía, pedirme de presionar el botón rojo y apagar la máquina?

    —Totalmente, entra en cualquier top ten de vergüenza ajena. En lo que a mí respecta, podrían seguir buscándome para clavar mi cabeza en una pica.

    —¿No fuiste a la escuela?

    Sacudió la cabeza lentamente.

    —Ni hoy ni ayer. —Me miró y sonrió—. Alumna ejemplar, ya ves~

    El momento donde todo se desmorona siempre se siente extraño. Muchas veces aparece de golpe, sin anuncio previo y paraliza al mundo. Lo cierto es que no le di muchas vueltas, sólo vi el hielo fino bajo mis pies y pensé que no podía seguir haciéndole daño a esta chica. Que encerrarla dentro de una máquina no iba a mantenerla conmigo.

    —¿Te da miedo? —murmuré de un momento al otro, y noté cómo ralentizaba sus movimientos—. Ir a la escuela.

    Miró los edificios de enfrente, inhaló y se llevó el cigarro a los labios. Por la forma que soltó el humo parecía molesta, pero sabía que sólo era eso. Una apariencia. Que tendía a reemplazar el miedo con ira porque así era más soportable. Menos paralizante.

    —Fue una mierda —murmuró, en tono plano—, cuando a ustedes los expulsaron. Todos decían que lo peor ya había pasado pero no fue así. Ellos… Me sentía un puto extraterreste. Me sentí así desde que puse pie en este maldito país. Y me tenían miedo. A mí, un jodido tanuki. Me tenían miedo, asco, lo que fuera, y era insoportable.

    Lo cierto era que jamás había podido protegerla y ya ni siquiera había mucho sentido en que lo siguiera intentando. Se me escapaba de las manos, así de sencillo, era un poder que no me pertenecía o de plano no entendía su funcionamiento. Lo que podía hacer, al menos, era presionar el botón. Darle un espejo real.

    Así que eso hice.

    —¿Por eso te transferiste? —Asintió—. Y ahora pasó lo mismo.

    —Y ahora pasó lo mismo —concordó, aún sin mirarme—. Se me quedaron viendo como si fuera un extraterrestre y estaba en sus ojos, en sus caras, en todos lados. El puto rechazo. Pero normal, ¿no? Le reventé la nariz a un pobre diablo. Yo también me preguntaría qué onda con esa loca de mierda.

    Puse mi cerebro a trabajar para encontrar la punta de un hilo, la que fuera.

    —¿Y tus amigos? —sopesé, y Anna por fin me miró—. Tenías amigos ahí, ¿no?

    Sentí que un millón de emociones le atravesaron el cuerpo en ese instante que mantuvo sus ojos en mí, de cierta forma gritaron por debajo de su piel y me alcanzaron el corazón, apretujándolo con violencia. Me pregunté si así le habría dolido a ella cuando me encontró convertido en un saco de huesos.

    Regresó la vista al frente.

    —No sé nada de ellos —respondió, recuperando la monotonía, y arrugué el ceño—. Lo último que hice, después de la reventada de nariz, fue mandarme otra cagada por puto imbécil. De ahí no sé nada de nadie.

    Recordé lo del móvil y mira, era una putada que te lo robaran en cualquier momento pero precisamente ahora tenía que ser mil veces peor. Suspiré, palpando mis bolsillos, y le extendí el mío.

    —¿Quieres hablarle a alguno de ellos?

    Que igual si así lo hubiera querido habría utilizado el móvil de Ema, pero ofrecer no estaba de más. Bajó la vista al aparato, frunció el ceño y volvió al cigarro. Dios, estaba cerrada a cal y canto.

    —No sé quiénes hayan preguntado por mí, pero puedes decirles que estoy bien y eso. Mañana podemos hacer algo, si quieren.

    —Anna —murmuré, intenté sonar lo más conciliador posible aunque ella no se inmutó de ninguna forma posible—. Sé que no soy el más indicado para decirte esto, pero no te encierres, por favor. No vale la pena.

    —¿Sabes? —soltó de repente, casi anteponiéndose a mis palabras—. El otro día, cuando me cerraron de una hostia, llegué a casa y me vi al espejo. Fue un momento de mierda y sólo eso, un momento, pero me pregunté cómo hiciste tú durante tanto tiempo para soportarlo.

    Un montón de mierdas se me atoraron en la garganta, me ensombrecieron la expresión y tuve cuidado antes de hablar.

    No lo digas, por favor.

    —¿Soportar qué?

    No lo digas.

    —El canto de sirenas.

    Dios.

    ¿Era la realidad? ¿Era una pesadilla? ¿Dónde se catalogaba cada mierda? ¿Valía la pena conservar cierto optimismo o todo era un desastre, el temblor ya nos había moldeado y sólo quedaba recomponer la cama de piedras? Una y otra, y otra, y otra vez.

    Tomé aire, fue pesado y me pasé una mano por el rostro.

    —Porque hice las cosas mal. —Lo pensé mil veces, y al final eso fue lo más decente que se me ocurrió—. Hice las cosas mal, Anna, por eso tuve que soportarlo. No tendría que haber aparecido nunca.

    —¿Fue tu culpa, entonces? —Sentí su mirada sobre mí y me tomó unos segundos regresársela—. Siempre es nuestra culpa, ¿verdad?

    —Es más complicado que eso —repliqué, intentando filtrar la cuota de frustración que me causó el apremio de sus palabras—. No todo es blanco o negro.

    —No, hay grises. —Repasó los alrededores con la vista y me volvió a estrujar el corazón—. Hay un montón de grises.

    El mundo oscuro, frío y vacío.

    Ya le había dado el espejo, ¿por qué no salía de ahí?

    —Anna —la llamé en voz baja, ella me atendió y arrugué el ceño, preocupado—. ¿Por qué no quieres hablar con tus amigos?

    —No pasa nada —se excusó, sin alterarse—. Son sólo dos días, no es la muerte de nadie. El lunes los voy a ver.

    —¿Vas a ir el lunes a la escuela? —Sentí que aquello último lo había escupido en automático y mi pregunta endureció ligeramente sus facciones—. Vas a ir, ¿no?

    Se encogió de hombros.

    —A ver, tampoco puedo faltar eternamente, ¿no? —Esbozó una sonrisa amarga—. Mamá me ahorca si hago eso.

    Recordé de repente la existencia de Ema y me pregunté qué coño tocaría en todo esto. No era imbécil, sabía que algo flojo tenía que haber si la mujer le permitía juntarse tan pancha con semejantes desperdicios de la sociedad, pero también creía que amaba a Anna y se preocupaba por ella. Lo había visto en sus ojos cada vez que jugamos a la casa de muñecas.

    —¿Se pelearon? —indagué, con cierta liviandad en mi tono para no realzar sus defensas.

    Anna acompañó la sonrisa de una risa nasal bastante vaga y meneó la cabeza.

    —Algo así, sí. Ayer a la mañana. Hoy ni siquiera subió a mi habitación, hizo lo suyo y se fue a trabajar. —Observó el porro y lo giró entre sus dedos, atenta al movimiento—. Se tomó muy en serio lo de “haz lo que quieras”.

    Quizá fuera una estupidez, pero no descartaba que el problema de base fuera precisamente ese. La cantidad de libertades que Anna tenía era demasiado grande, lo suficiente para desdibujar los límites y convertirla en nada más que un niño perdido.

    Precisamente como el resto de nosotros.

    —Es una mierda, ¿sabes? —prosiguió, arrancándome de mi tren de pensamientos, y sentí que algo en su interior empezaba a fracturarse. El hielo fino—. A veces siento que… Sólo quiero sentir que no estoy constantemente haciendo las cosas mal. Que siempre acabo decepcionando a alguien, no importa la mierda que haga. Sólo la cago, la cago y la cago.

    Y con las libertades venía todo lo demás, era una jodida arma de doble filo. Avanzabas demasiado, perdías el Norte y podías llorar, gritar, maldecir todo lo que quisieras, que nadie iba a encontrarte. Éramos niños perdidos en el supermercado y el miedo nunca sanaba, nunca mermaba. Cada segundo que pasaba era otro segundo donde perfectamente podía ser verdad.

    Que estábamos solos.

    Que a nuestros padres no les importábamos.

    Que no teníamos solución.

    Que éramos el temblor.

    —Tú no puedes verla, An. —Alcé el rostro al cielo, respiré por la nariz y topé con sus ojos al regresar. Habían perdido parte de su opacidad pero, Dios, se veían tan tristes—. Toda la luz que tienes. No puedes, pero sólo espero que ese día llegue.

    Que regreses adonde perteneces.

    Que nos dejes atrás a todos nosotros, los niños perdidos.

    Le sonreí. Le sonreí con el amor inexplicable que podía surgir del miedo, la ira, la culpa, el remordimiento y la frustración, y alcancé su mejilla para acariciarla apenas con el dorso del índice. No estábamos destinados a ser, lo sabía, pero la veía. Dios, la veía desde el primer día y quizás hubiera hecho las cosas para el culo, pero seguía queriendo la misma cosa.

    —¿Le digo a los chicos? —agregué—. Mañana hacemos algo.

    Alejarla del temblor.

    Ella asintió, parpadeó con cierta lentitud y se inclinó hasta echarme su peso encima. Acomodó su cabeza en mi hombro, suspiró y volvió a asentir. Me pareció que nos estaba prometiendo cosas a ambos. Que iba a vernos, sí, pero que también lo iba a intentar. Que lo iba a seguir intentando.

    —Por eso brillas un huevo —se me ocurrió decir, repasando los edificios al frente—. Porque nunca te rindes.

    Y siempre despiertas de la pesadilla.
     
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    Zireael

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    Bueno, Belu, agárrate porque el trip que me voy a pegar aquí hoy no tiene nombre. Recién me doy cuenta que no te he comentado ni uno aND THIS IS A CRIMINAL OFFENSE, IM TELLING YA. Pasa que quería comentar el último (en ese momento era el de Halloween ª) porque estoy puto rodando y mira, quiero aprovechar el impulso así me tome todo el día o más de uno porque ya de paso hay varios con mis pendejos colados and I HAVE TO INSIST, THIS IS A CRIMINAL OFFENSE, WHAT THE HELL IS WRONG WITH ME

    Also perdona cualquier typo o quotes que se corten medio raro, una parte la escribí desde el móvil y de hecho lo voy a aventar desde allí igual porque idk me va el pinche mess y ahora mismo no lo puedo largar desde la laptop

    Edit a medio palo del comment: opté por meter todo en spoiler porque qué vergüenza la wea kilométrica que voy a largar diosito

    Edit 2 a medio palo del comment: opté por aventar una parte porque cayó el ficazo narrado por Kakeru y chale todavía faltan otros kinda dense y me va a salir aquí idk la biblia en tres idiomas y tengo que tenerte piedad. NO TE VOY A PONER A LEER 11K DE CORRIDO *flashbacks a The Magician* ah

    I. The dust and dirt blind us slowly
    Primero, me había puto olvidado de las vibes de esta rola y tengo que decir que me encantan, junto al fic logran una cosa que no soy capaz de describir como quisiera. Es como si una nube de humo negro cubriera todo a medida que vas leyendo, no sé sis, i really liked it. Voy con las quotes porque that's who I am.

    Esto me pega en el corazón sobre todo luego de haber leído el último fic de Annita, anterior al narrado por Kakeru I mean. En plan, puedo sentir el alivio de Ema? Al ver que la niña ya no estaba sola, que estaba haciendo amigos, que había aparecido y traído un novio a casa. Puedo sentir ese alivio, el que se ve en los ojos de la gente y sus movimientos cuando un bicho que se ha retraído sobre sí mismo parece aflojar sus cadenas.

    ¿Qué pasa? Peca de ilusión, de teatro, y para qué mentirnos, a veces nos quedamos con eso que parece mejor que lo que había antes.

    BUENO Y ESTO? No puedo hablar de tantas weas serias, help

    Lloré un poquito, adiós

    Lloré otro poquito, adiós x2 Porque again, esto, no te explico cómo soy capaz de entender esto JAJAJA la existencia de una persona que básicamente une, media, y sin esa persona presente la energía antes contenida se desborda, se roza y estalla. El gas y el mechero.

    Uno lo pone en perspectiva y es jodidísimo ser consciente de esto, de esa energía destructiva de dos elementos que son demasiado parecidos entre sí.

    HERE, no te lo chillé por whats cuando fui a chillarte el fic reciente de Anna, pero la wea esta de la casa de muñecas me gusta un huevo. Me ayuda a hacerme una imagen mental nítida, en plan, me imagino la casita, los muebles, las personas y una mano moviendo todo o varias manos, who knows. El caso es que lo veo super claro y como lo de arriba bien fucked up.

    No sé, ¿hasta qué punto no vivimos todos en una casa de muñecas?

    Comentario cortito, pero de verdad disfruté un huevo releer esto y las sensaciones que me dejó.

    II. Baby, I could come by
    EL PUTO ANTHEM JESUSITO WHY I LOVE IT SO MUCH *tira todo a la mierda* A ver, que pasé del absolute mental mess a Sasha y recién ahora caigo en el contraste, madre de dios.

    No sé si te lo he dicho, sé que te he chillado a Sasha porque así soy (?) pero la niña, no sé, incluso cuando narras sus desgracias, me transmite algo completamente diferente. Hay una serenidad en ella bastante particular, me recuerda un poco a la de Kohaku en algunos puntos, quizás porque en sí no tiene esa fuerza que encuentro en Anna por ejemplo, que es casi abrumadora.

    SO, dicho eso, lo que quiero decir es que a veces Sasha es como un soplido de aire fresco, sobre todo aquí con el pendejo pero me extiendo más en las *brillitos* quotes *brillitos*

    Su perra madre que son un montón JAJAJAJ perdona, amo mucho este fic whoops

    This, solo quiero señalar que soy demasiado weak por esta shit, cuando Sasha se mueve para que el otro estúpido que tiene una (1) neurona la mire, porque sabe que la va a mirar, y me encanta. A mi hijo también le encanta, good bye

    y luego whoooosh ME PASAS A ESTO SIN ESCALAS

    Estos idiotas son así, we know, pero nunca pierde el encanto. Creo que es una de las cosas que más me gustan de su dinámica, el hecho de que juntos a veces se comportan como críos y es que, vaya, es lo que son (?) pero es algo muy soft, me trae paz al alma del desastre que me manejo y lo staneo violentamente. Siento que esta amistad les hace mucho bien a ambos, porque estaban solos como la mierda.

    Maze nadie te va a pegar si solo dices que quieres pasar a verla sABES *inhales* pero su culo es así, qué quieres que te diga

    Here, ma'am, my heart. Porque ya está visto que este imbécil no sabe hacer algo distinto, su personalidad liviana, sus sonrisas, son el arma y el escudo a la vez y esa es toda la verdad. Encima ahora ya Sasha lo sabe, porque le soltó sus trapitos de la armonía y no sé qué en el lago, and i wanna cry so badly

    Toda esta secuencia fue preciosa, no tengo otra palabra. La forma en que imaginé a Sasha girando, su risa, el movimeinto de su cabello y todo, los movimientos de Maze. Joder, pedazo de masterpiece déjame decirte

    20/10 te podría a describir gente bailando todas las veces

    Aquí enlazo lo que decía arriba de que a ambos les viene bien esta amistad, porque Sasha ha aprendido a relajarse a su lado, a tomar las cosas con menos peso y así se permite ciertas libertades. Siempre me gusta leer esto, ese momento en que ella se contagia de esa despreocupación y se permite ser lo que es, una adolescente.

    Again, aquí es donde encuentro esa tranquilidad que me transmite esta niña.

    Mis bragas, hermana, es mi propio personaje pero ese fue un low kick

    YEEEES YOU GO QUEEN *saca las porras* mis bragas x2

    Dios mío, lo que fangirleé aquí no es normal *c mata* bueno y eso que tODAVÍA FALTA UN MONTÓN HELP

    IV. There's no angels where I go

    Oh, yes. Here comes the good dark soft shit con aDAM JENSEN, WHAT A TIME TO BE ALIVE. Super random thing, me acabo de acordar de la última rolita que sacó este dude y woah la quiero usar en algo.

    nOTICE WHEN IM GONE, THEY WOULDN'T KNOW IM MISSING TIL THEY PULL ME OUT THE MYSTIC *vibing hard af* Había olvidado lo mucho que disfrutaba este ficazo, like qué me pasa. Bueno, que vengan las quotes

    Can we talk about this? okay. Nada, que no deja de darme risa imaginarme a Cayden apareciéndose por los puros loles para beberse su whisky de turno y hablar con el Krait, así de la puta nada y por amor al arte (?)

    Also bien sé yo que su culo es weak a este hombre justo como el mío, tremenda sorpresa. Not su culo lowkey crusheado con un veinteañero

    Una buena parte del fic se va por este lado y no te explico la gracia que me hace JAJAJSAJSH porque es que nunca lo ha sabido disimular este imbécil, cuando no quiere estar en algún lugar o seguir conversaciones se le nota en todo el cuerpo. Cayden por favor no me trates a mI HIJA DE ESTA MANERA, ES CASI TU HERMANA STOP IT, IT'S YOUR FIERY SIS RIGHT THERE. Qué le cuesta un poco de small talk, dios mío

    Que ya que estamos, sabes que soy muy weak por esta Anna, en plan, kinda dark Anna y me conoces. La verdad es que fui muy gay durante todo este ficazo, qué te digo

    Anna: uy de dónde se conocen?
    Cayden: krait, ya viste este interesantísimo sorbete?????

    Me parto el culo, ayuda. El Krait respondiendo la wea JASHJE no sé por qué me hizo tanta gracia esta mierda

    Ah, yes. Here it comes el sassy ass de este imbécil, a veces se me olvida que existe (???) Pero bueno aquí todos están sassy y yo me muero tbh. Por otro lado me meo con el interrogatorio, que parece la policía esto JAJAAJA hermana, Anna después toda invested en las preguntas. Es que ya cuando le quita el móvil de encima y Anna en vez de preocuparse le aplaude la gracia?? El otro en su puta salsa, obvio. Te digo, una neurona oh god

    Es que son bien pendejos, te lo juro por mi madre. Seguro un día super random le caería a Anna así de: adivina qué robé!?!?! Y saca idk un monedero de gatito que no tiene ni dinero adentro, like seguro se lo robó de la PUTA TIENDA y el jodido cleptómano pensó: i need it
    Y se lo lleva a Anna porque lowkey sabe que no lo va a usar él (??

    De los dos no se hace uno

    Lloro o lloro? Que bueno, te lo dije por wha hace unos días igual, pero cuando tú le dices Cay Cay al niño me pongo muy soft y lo mismo con cualquier ser vivo que se lo diga, pero me imagino oírlo de Annita y se me derrite el corason de poio. Encima ya está visto que al idiota cuando casi cualquier persona que no sea Ko le dice Cay Cay se derrite todo también, porque es bien simplecito y se acuerda de Ko-chan and he feels so loved recién me di cuenta de esto mientras lo escribía

    PERO A LO QUE VOY es que fue un cierre bien soft para esto que pasó por idk, dark shits, ligues por descuento y ssassiness en 4k, encima luego de hablar de GATITOS AAAAAAAAa

    V. My own mirrors can't break me down
    SIS me olvidé de este capi y vine a comentarlo luego de haberle leído The Fortitude and im fucking dying, en plan me quedó algo en el corazón JASBDJAE sufro

    However, lo digo como siempre, que disfruto mucho leer a Sasha, sus cosas, sus problemas, la forma en que apaga el cerebro y tal, me ayudan a conocerla mejor y entenderla quizás. Aún así, cuando escribes con Sasha, así sea la crippling depression de The Fortitude, hay una livianidad que no se nota tanto en tus otros personajes y hablé de eso arriba. No sé explicarme, pero me gusta un huevo.

    Time-out para decir que amo a Saki *tira una silla* gracias por enviarme a la niña a la fiesta, GRACIAS

    El final me regresó ese feeling que me dejó The Fortitude y ahora qué hago yo con esto hermana, holy cow qué poder cargas contigo

    Kinda shitty pERO insisto en que amo leer a Sasha

    VI. It isn't in my blood

    ONCE AGAIN me había olvidado lo mucho que amo este fic y es porque gosh, Anna aquí me provoca un montón de cosas en el corason de poio como siempre. QUÉ SORPRESA EH

    Es que chale, qué trip en este ficazo, empezamos con mesyy Anna a toda potencia, luego le aventamos messy Emi-chan, novias action y yo aquí rodando en el piso como babosa en sal idk. La dinámica de estas niñas siempre me ha parecido preciosa, siento que Emi le hace mucho bien a Anna, que necesitaba una amiga-novia así y Dios, verlas siendo las adolescentes que son me da toda la vida. Nada, que las amo un huevo y medio a las dos

    QUOTE TIME y me disculpas pero son puras quotes Altanna porque no tengo remedio
    AH NO, HABÍAN OTRAS CITAS MEMEO primero, me caga Jun, siempre me ha cagado su existencia desde el colectivo y me lleva la verga (?) Pero aún así, mira por esto la niña tuvo su vestido preciosísimo y me quedo contenta, PORQUE SHE'S A PRINCESS *la posee el espíritu de Al, screaming from the back con pancarta y todo*

    Still, dejemos bien estipulado mi hate a Jun

    Ya, por esto lo hateo *patea una mesa* qué NECESIDAD HABÍA, HERMANO, WHY ARE YOU LIKE THIS

    Lloré bien feo *c muere* primero lo de que podía ser una princesa y lUEGO LO DEL PENDEJO. Es que no te explico la forma en que lloro de verdad, porque ya sabes que me fusiono con Al muy fuerte a veces y dios mío, aquí solo me derretí como heladito en verano (?) Like lo sentí en el corazón, el pinche amor inmenso que Anna despierta en este estúpido and-

    me voy a detener que voy a shorar for real sis

    Yo preparando tragos be like

    Esta wea JAJAJAJA no sé, me hizo mucha gracia imaginar a la niña así, cantando a los gritos y la verdad es que me hubiese meado de risa allí mismo, me declaro culpable.

    Chale qué trip el que me estoy aventando, ya hasta me dio hambre

    En fin, AGAIN amo este fic, es precioso en tantas maneras diferentes que no puedo explicarlo. Annita, love of my life, you deserve everything y me voy a encargar de bajarte el pinche sol del cielo

    VII. The Fortitude
    Y pasamos sin escalas a este fic, que fue uno de esos en los que lo sentí, lo sentí de verdad, que hablabas conmigo a través de Sasha. Oí una armonía de voces, tuya, de ella, mía también y quizás una cuarta, no lo sé. No estoy segura en este momento, pero la primera vez que lo leí sé que algo se revolvió, se arremolinó a mi alrededor, fue un alivio y a la vez dio un miedo espantoso. No eran las voces, la armonía surgida de la canción y un montón de palabras, era lo que decían, lo que parecían susurrar en otros idiomas y yo entendía a pesar de todo.

    Está maravillosamente escrito, es como si tuviera las palabras justas y exactas, los ejemplos precisos para crear imágenes asombrosamente nítidas. El cambio de color en el vestido de Sasha bajo las luces, el olor a galletas, la imagen de Danny y sus gritos. Es crudo a su manera y aún así bellísimo, porque al final podría decirse que incluso en estas cosas hay cierta belleza incomprensible, extraña.

    No tengo tantas quotes de este fic y casi no cito a secas, porque quería dejar lo que me saliera sin filtros, aún así, hay un par de cosas que tengo que señalar por la fuerza que cargaron consigo.

    Este siento que fue uno de los mejores párrafos de todo el fic, las descripciones, lo que crean y cómo me alcanzaron fue una cosa increíble. Fue doloroso, angustiante y fue como si lo pusieras en imágenes directamente, la forma en que Danny estaba perdido en pleno desierto sin fin. La forma en que había sido arrancado de su mundo, y con ello transmitió también una soledad inmensa, la que debe sentirse en el vacío del espacio.

    Y aquí la pregunta, joder. Esta pregunta, los niños la hacen y yo no recuerdo haberla hecho en mi vida, haberme detenido y preguntado "¿Va a morir?" No en voz alta al menos, me la hice en silencio desde muy pequeña creo, tantas veces que al final se volvió ruido blanco y la respuesta, afirmativa, también se fundió en esa estática. Alguien me la dio incluso antes de que yo preguntara, de eso estoy casi segura.

    Encima la comparación con El Principito me destrozó, porque adoro ese libro, y vuelvo a lo mismo, hay belleza en esto, hay libertad quizás, pero la soledad, ¿qué se supone qué haga uno con ella si es parte del cuadro, de la belleza que lo conforma?

    Luego esto, creo que fue donde escuché las voces con más fuerza, insistencia quizás, como y fue aquí donde esa comprensión se volvió miedo. Porque existe esta posibilidad, al menos uno quisiera que existiera o algo así, de poder distanciar nuestras explosiones para evitar daños irreparables a nosotros mismos y los demás, así implicara quedarnos a oscuras. A veces la sobrecarga es tal que uno está dispuesto a no sentir nada del todo, solo para dejar de sentir las explosiones y es una cosa jodísima. Asusta, alivia y a la vez despierta cierta ira.

    Por aquí se me acaban las quotes y perdona el cambio de mood así tan fuerte, pero este fic y sé que al menos otro, el de Ko más adelante cuando lo de Chiasa y el niño faltando a clases, ameritan comentarios como este con un tono completamente distinto porque hablaron conmigo. Me sacudieron el jodido piso sin permiso de nadie y de vez en cuando lo necesito, como todos.

    En ese instantes encontré anclas aquí o empujones y quiero que lo sepas. Lo hablamos en su momento si no recuerdo mal también, y recuerdo como que dijiste algo de que te alegraba ser capaz de alcanzarme de alguna manera, también entender y como te digo, todavía me falta el otro fic, pero gracias. Encontré conexiones y así como a veces quiero arrancarme del mundo, tantas otras solo busco hilos que me digan que no soy solo un globo a la deriva o un títere en el peor de los casos.

    Así que eso. Muchas gracias, Belu, de verdad.

    VIII. The Resilience
    Oh fuck here comes Violet City LIVE *c avienta por la ventana de una vez* Caigo de una con las quotes porque aquí vamos de nuevo

    Nada, esto nunca pierde su gracia JASHAJDEHS me avientas esto por la cara y luego toda la crippling depression

    Aquí como con uno de los párrafos de The Fortitude, las palabras justas, las comparaciones precisas y otro montón de imágenes mentales que ayudan a crearse la imagen de Ko, de su aire, de lo que representa superficialmente y lo que implica a fondo

    20/10 would read again

    Lloranding

    Ko-chan I would kill for you y porque duermas bien en otros espacios (? *dijo la que no duerme bien en ninguna cama que no sea la suya y a veces ni eso* or i can cry for both

    Sis no sé si es mi five, que ya sabes que a veces conecto con Kohaku muy feo, like really ugly connection and I suffer, pero siempre que Anna cae aquí y este niño tiene el incendio al lado, la ansiedad que se me atora en la garganta es horrible. Porque Anna es intensa como la mierda, porque aquí estaba horriblemente angustiada, porque iba a apagarse o desatar el incendio y uno ya no sabe cuál es peor. Porque me duele Anna, me duele un montón porque es mi niña, la amo profundamente, y me quiero cargar el mundo de solo verla así, pero la manera en que entiendo a Kohaku es otro puto nivel.

    Solo imaginarlo me resulta jodidamente abrumador, en plan, ¿cómo coño lidia uno con eso? Y me di cuenta que, well... No lidiamos con ello y punto.

    Inteligencia emocional, con qué me como eso? *sobs*

    Ma'am, this situation is a little too close to home

    can i leave? *está a nada de darle a la equis del navegador*

    La forma en que entiendo a este niño a veces es horrible y me hace sentir super expuesta, no sé si me hace de espejo o qué pasa, pero jesusito es ilegal esto. Además a partir de aquí nos vamos downhill con Ko y yo me voy con él. La angustia que los pollos de este niño me provocaron fue de campeonato, te lo digo

    Este fic fue cortito, pero desde la primera vez que lo leí lo disfruté mucho even tho estaba preocupaba a muerte por estos dos imbéciles, porque entonces todavía no tenía claro qué había pasado y chale me estaba muriendo de incertidumbre

    IX. The Wanderer
    Me parto no me acordaba que habías usado Last Orders *vibing hard af* bueno aber aquí haré mi primera pausa porque im tired PERO VOY A SEGUIR MAÑANA

    Mañana y son las 3:29 am cuando escribí esta parte at least y en el día que lo hice me descojono pero bueno, eso que aquí queda mi registro del pedazo de rant que me estoy clavando, porque encima sé que empiezan a aparecer fics más pesados en trama y ya no me da la neuronita

    Let’s start con que he interactuado poco con Haru, pero still lo adoro y sabrás perdonarme, pero ya me conoces, los cara de moco y yo, yo y los cara de moco. Los crío, me junto con ellos y yo bien feliz con un montón de amargados. God bless them, les vendo mi alma

    Este fic tiene tanta good shit que ni pude quotear cosas específicas JAJSJQJE todas las vibes, la forma que incluso a pesar de haber interactuado poco con él puedo oír a Haru es una maravilla. Este niño leyendo el puto mundo is my jam, let me tell you

    Se me había olvidado ya a estas alturas el apodo de Haru, pero te juro que me encanta. Encima se me fusiona super fuerte con esta imagen que tuve de Haru como un gato asilvestrado, entre la noche, y que todo lo que se ve de él son los ojos. I just love it

    El Quebrantahuesos haciendo aparición estelar osi osi Satanás encarnado número 4628172

    Y LUEGO HARU PENSANDO EN AYA, STOOOOOOP dios mío mi corazón wey. Ma'am, why i like Haru this much
     
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    Gigi Blanche

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    Título:
    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    40
     
    Palabras:
    4127
    N/A: más de un mes sin escribir nada, el semestre fue tortura medieval. Tenía este fic de Sasha empezado since ages ago y ayer di de pura casualidad con una canción que, idk, me supo a ella desde todas las direcciones y me dio la inspiración que me hacía falta para acabarlo. Se me fue en una dirección totalmente diferente but no regrets, lo disfruté un montón como siempre disfruto cuando esta niña me habla desde el corazón. Creo que fue Gabi la que dijo una vez que leer a Sasha podía ser triste pero también optimista y creo que eso es lo que más me gusta de su voz. Aún cuando es puro drama siento que consigue la chispita de luz para no hundirse en un pozo de oscuridad y bueno, cháchara off. Narrarla me purifica el alma casi al nivel de Kohaku and i guess thats it.

    pd: bueno, y ya de paso agradecer a Gabi por los comentarios que me ha dejado en el camino, a Pau por ese último bíblico y a Neki por siempre, siempre leerme. Sé que lo digo con frecuencia y puedo pecar de insistente, pero parte de publicar estas cosas es saber que ustedes tres me leen siempre y significa un montón para mí, así que gracias <3

    EDIT: mE OLVIDÉ DE DECIRLO este fic es canon y corresponde al fin de semana previo a la Golden Week, vendría a ser el sábado 25 de abril.





    .

    she is glass, and stone, and all things in between
    and so it seems that she floats amongst the falling leaves

    oh, so maybe you're a bluebird, darling

    and a thought from a dream
    and a port in the storm
    an everlasting sort of warmth


    .

    .


    | Sasha Pierce |

    .

    .

    Siempre había querido hornear galletas con mamá. La idea surgió cuando tenía cinco e iba en mi último año de preescolar, el verano ya casi nos alcanzaba y una de nuestras compañeras de curso llegó en la tarde con un montón de galletas caseras. Era su cumpleaños, también, de modo que las repartió a la hora de la merienda y se acomodó en mi mesa, esas que compartíamos de a seis. Las galletas estaban deliciosas, aún lo recuerdo. Eran dulces, crocantes y no les cabían más chips de chocolate. Cuando alguien le preguntó, ella dijo que era una receta especial de su mamá y que las habían horneado juntas la noche anterior, luego de que la mujer regresara del trabajo. Recuerdo cuán extraño me resultó el escenario, la naturalidad con la que lo dijo. Recuerdo que sentí celos, celos de verdad, y no me gustaron en absoluto.

    Le insistí a mamá, entonces, porque yo también quería llevar galletas caseras para compartir con mis compañeros. Yo también quería poder decir con esa sonrisa tan liviana que hacíamos cosas juntas. Mamá argumentó que andaba con poco tiempo, que por qué no le decía a papá, y las palabras se me atoraron en la garganta.

    Como si me diera miedo decirle que quería hacerlas con ella.

    O por la respuesta que ya retumbaba en mi cabeza.

    El eterno no.

    Eventualmente cedió, nunca supe que fue gracias a papá. Nunca supe, de hecho, que gracias a él compartimos los momentos bonitos que atesoro de mi infancia. Nunca lo supe pero eventualmente, también, acabé por comprenderlo. No necesité preguntar. Por algo lo elegí a él y no a ella.

    Ya era verano, no podría llevarlas a la escuela pero me bastaba con que hubiera aceptado. Esa tarde pilló el coche, hicimos las compras juntas y al regresar me comentó que había buscado una receta sencillita, que ni ella ni yo teníamos idea de postres. Medimos los ingredientes, amasamos, hicimos algo de desastre y para cuando papá volvió a casa, las galletas ya estaban en el horno. Dios, no daba más de felicidad. Recuerdo todo con un detalle estúpido, uno que casi me averguenza. Estaba tan contenta que nunca noté cuán rápido se deslizó fuera de la cocina apenas oír las llaves de entrada.

    Se esforzaba, a veces lo hacía de verdad, pero es inevitable, ¿verdad? Nadie puede fingir eternamente amor donde no lo hay, donde no surge de forma natural. Y cualquier niño, así no lo exprese ni sepa poner en palabras, también lo absorbe. Son esponjas, al fin y al cabo. Quizá me llevó años ponerlo en perspectiva, quizá tuve que conocer a Eloise para darme cuenta de lo mucho que dolía y de cuánto había perdido. Cuánto nunca había tenido, más bien. Por eso me aferré tanto a ella, así no fuera mi verdadera madre y no sintiera el derecho.

    Y también la perdí.

    O quizá nunca la tuve.

    Fue la primera y última vez que hice galletas con mamá, a decir verdad. Para mi fortuna o desgracia en ese momento, el cerebro siempre me funcionó bastante bien y no necesité de su ayuda para volver a cocinar; ella tampoco se ofreció y tras preguntar una, dos, tres veces, preferí guardar silencio. Que Dios no me permitiera nunca darme cuenta que todos los no se habían convertido en las piedras de la torre. Uno a uno, apilados desde el suelo de cristal hasta el infinito. Al final tuve que tomar yo la decisión.

    Y arranqué los no de mi vida.

    Las personas a veces se van, toman otro camino y desaparecen de tu paisaje. Es normal. Es normal, lo sé. Lo supe siempre o lo intenté, al menos, pero nunca dejó de doler. Quizá fallé en comprender que la vida no es estática, que a veces el tiempo no es nuestro aliado y que las piedras no van a salvarme de todo. O quizá fue precisamente el haberme asomado fuera de la torre lo que me condenó. Pero ¿vivir encerrada? Dios.

    No puede ser lo que haga falta.

    Seguí horneando galletas la vida entera, en cierto punto los recuerdos comenzaron a desdibujarse y su rostro se fue con ella. Ya no vi sus manos al amasar ni oí su voz al tararear. En francés, con su acento tan bonito y profundo. En cierto punto, las galletas dejaron de saber a mamá y fue reconfortante, pero notarlo me dolió en el alma. Esa noche Eloise estaba meciendo a Danny en sus brazos, papá los observaba desde el sillón y yo, en la cocina, le di el primer mordisco a la galleta. Fue dulce y fue amargo, me confundió y la respuesta acudió de inmediato; o la pregunta, más bien.

    ¿Cómo había sido capaz?

    De reemplazarla.

    Nunca supe expresarlo y es probable que mamá tampoco. Intento no culparla ni guardarle rencor, intento usar mis cientos de archivos y procedimientos lógicos a su favor, y es que el odio no me cabe en el cuerpo. No puede hacerlo. Si le permito la entrada, si suelto las riendas y me desentiendo, ¿qué va a impedirle rellenar los huecos, cubrirlos de negro y devorar la poca luz del exterior? Quizá no pueda amarla como ella no pudo amarme, quizá sea su fiel reflejo y toda esta lucha sea inútil. Quizás, quizá sólo sea una máquina, pero no voy a odiarla.

    Es todo lo que me queda por ofrecer.

    Es todo lo que soy, ¿verdad?

    Un remedo de amor.

    No me lo cuestionaba demasiado, como la mayoría de cosas en la vida. Las galletas se habían mecido a mi alrededor desde siempre, obedeciendo a diferentes deseos. Las galletas para hacer algo con mamá, las galletas para esperarla a la noche. Las galletas para animar a papá tras el divorcio, las galletas para conocer a Eloise. Las galletas para que Eloise comiera algo dulce en el hospital y las galletas para que los niños no hicieran muchas preguntas.

    Las galletas de la abuela, esas que olvidé llevarle y acabé comiendo sola en el patio de casa.

    La abuela poseía una luz especial, una que jamás me había recordado a nadie más. Era amable, serena y paciente, pero también algo desapegada y silenciosa. A veces se quedaba viendo al cielo, fuera de día o de noche, lo hacía por tanto tiempo que acababa preguntándome qué buscaba allí. Si encontraría algo. Me preguntaba si sería desesperación o un consuelo, si recibiría respuesta o sus plegarias morirían junto al viento. Si el día que faltara yo también la buscaría ahí. Gracias a ella había aprendido un montón de cosas y así mi cerebro de piedra fuera escéptico, lo cierto era que quería creer. Quería, por fin, tener la ingenuidad de un niño, mirar al cielo y encontrar entre las estrellas lo que mi corazón deseara. Quería tener esa capacidad de alimentar mis propios sueños e ilusiones.

    Pero sólo había infinidad de no marcados en las piedras.

    La abuela seguía bastante débil, pero era fin de semana y pensé que algo de aire fresco le vendría bien. Papá se había ido con los niños y decidí tomarme el sábado para sacarla de la casa. La ayudé a acicalarse, la puse bonita y le pregunté si quería pintarse los labios; se rió y dijo que así quizá la gente notaba menos la silla de ruedas. Se me clavó en el corazón, la maquillé y le alcancé un espejo. Su sonrisa me recordó al cristal y a la piedra.

    No me enloquecí mucho, la llevé hasta el parque más cercano y le dimos un par de vueltas a ritmo pausado. Hacía un día precioso, el azul del cielo combinaba tras el follaje de los árboles y todo, todo brillaba. Cerca de unas bancas había unos cuantos niños junto a una señora mayor, estaban lanzando migajas al césped y la razón no tardó en aparecer. Un montón de gorriones bajaron al suelo y comenzaron a picotear aquí y allá, piando de lo lindo. La escena me arrancó una sonrisa y la abuela habló por primera vez en todo el trayecto.

    —¿Trajiste de las galletas que siempre haces?

    Me reí, suspirando, y me encogí de hombros. No habíamos dejado de pasear en ningún momento.

    —¿Para las aves? —le pregunté.

    Su respuesta tardó en alcanzarme, había permanecido prendada a la imagen hasta que no le fue posible debido al ángulo. Pude ver su perfil, entonces, vi la chispa de añoranza en su mirada oscura y me pregunté, así como en el cielo, qué esperaba encontrar alimentando gorriones.

    Me dijo que sí, por supuesto.

    Nos detuvimos unos cuantos metros más allá, donde el camino giraba. Acomodé su silla junto a una banca y me senté a su lado, las copas de los árboles nos echaban sombra encima de forma intermitente. Dejé la mochila a mi lado, la abrí y busqué el tupper de galletas. Su mano tembló hasta recibirla, el pulso se le estabilizó y la hizo un montón de migajas.

    —No sé si a los gorriones les gusta el chocolate, igual —comenté, riendo, y ella lanzó el primer puñado casi a sus pies.

    —Sí —respondió, sin mirarme—. Sí les gusta.

    Nunca preguntaba, esa regla aplicaba casi a todo aspecto de mi vida. No preguntaba pues muchas veces no tenía idea qué hacer con las respuestas que recibía, pero en ese momento que las aves bajaron y vi su sonrisa, por alguna razón pensé en mamá. ¿Habría algo que la hiciera sonreír así y yo jamás le pregunté?

    —Ya has hecho esto antes, ¿verdad?

    ¿Los no habían encontrado lugar sobre la piedra gracias a mi silencio?

    La abuela seguía con la atención puesta en los pajarillos, como si se hubiera transportado a una dimensión diferente. Respondió, aún así, en su inglés algo desarticulado y ya cansado. Respondió sin prisa, al ritmo de la brisa.

    —Las aves son las únicas criaturas capaces de surcar los cielos, de acercarse a las estrellas. Pueden llevar y traer mensajes, nos pueden conectar con los sueños, o el tiempo pasado, o el tiempo futuro. Saben muchas cosas que nosotros siquiera imaginamos. ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuánto nos falta? Ellas pueden verlo desde la altura, es su poder, y siempre les hemos agradecido por compartir su sabiduría con nosotros. A menudo alimentábamos gorriones para que acostumbraran permanecer cerca, llegué a conocerlos y distinguirlos con tanta claridad que aún los recuerdo. —Me miró por fin, lo hizo y sonrió—. Los gorriones traían buenas noticias y a tu abuelo siempre le gustó tenerlos en el jardín, piando y revoloteando.

    Me hacía a la idea de que su relato había iniciado en su infancia, su tiempo con los Koori, pero comprendí que el grueso de la añoranza provenía de otra raíz, una que muy probablemente ya estuviera enredada con todas las demás, y pensé en todo lo que la abuela había perdido y dejado atrás. Su tribu, su cultura y familia, su esposo y luego la tierra que la vio crecer. Fue arrastrada a este país desconocido cuando sólo debería haber tenido que descansar y… y tenía que ser horrible, ¿verdad?

    Le correspondí la sonrisa, no vi otra manera y deslicé la mirada a los gorriones. Nunca había sentido una conexión particularmente fuerte con la abuela, la verdad, pero sentí que quizá pudiera darme una respuesta que necesitaba.

    —¿Alguna vez te arrepentiste? —murmuré, sin atreverme del todo a mirarla—. De haberte ido para estar con el abuelo.

    Silencio. No pretendía apresurarla, de modo que permanecí exactamente de la forma en que estaba. La brisa era tibia y oí su susurro entre el follaje de los hinokis. Fue como si danzara hacia nosotras, fue como si se acercara a saludarnos y aparejado por ella, un pequeño azulejo atravesó raudo el cielo. Su silueta recortó por un instante la luz del sol y parpadeé, alzando la vista. La abuela lo había notado primero y siguió su recorrido. La oí sonreír.

    Y la oí cantar.

    She moves like a ghost, sleepless eyes and weathered bones. —No la miré, no necesité hacerlo. El azulejo siguió revoloteando encima de nuestras cabezas, el viento sopló y unos pocos pétalos de cerezo se deslizaron desde el Sur—. She is glass, and stone, and all things in between. And so it seems that she floats amongst the falling leaves. She is all the places that I have ever been.

    Conocía esa canción. Me transportó de regreso a Sydney, a las tardes de verano y los hibiscos morados. Me gustaba regarlos al rozar el atardecer, cuando la intensidad del sol amainaba y las sombras comenzaban a alargarse. Mamá ya se había ido de casa y la abuela pasaba mucho tiempo con nosotros; ella había perdido al abuelo hacía poco, de modo que era una suerte de consuelo mutuo. Le gustaba acompañarme en el jardín cuando papá no encontraba muchas fuerzas para salir de su habitación, se acomodaba en una silla bajo la pérgola abarrotada de enredaderas y desde allí me observaba, quieta y serena. Yo recorría los hibiscos, bañándolos con una lluvia de agua al presionar la desembocadura de la manguera, y el sol dibujaba juegos de luces entre las gotas. Brillaban, danzaban y, de tanto en tanto, trazaban pequeños arcoiris. Y a veces, cuando algún azulejo nos visitaba, la abuela cantaba. Nunca pregunté de dónde la conocía pero, así como el francés de mamá, su voz pausada y ligeramente áspera me acompañó siempre.

    So maybe you’re a bluebird, darling —continué la canción, ella me miró y le sonreí—, tearing through the darkness of my days. And maybe you’re a drop of water, running down the lines upon my face.

    Recordaba muchísimas cosas, si lo pensaba con detenimiento, incluso cuando no parecía estar prestando atención. Se alojaban en las grietas del día a día, allí donde no tendíamos a echar un vistazo, pero cuando nadie miraba yo me agachaba y escarbaba. Buscaba los tesoros inadvertidos y los dejaba a buen recaudo en algún rincón silencioso de mi corazón. No hacían ruido, no perturbaban el agua, pero tampoco los dejaba ir. Muchos venían en forma de canciones e historias.

    De primera mano la noté sorprendida al oírme cantar, pero en seguida suavizó las facciones y desinfló sus pulmones lentamente. Sentí que era la primera vez que me veía así, como si de alguna forma hubiera sido capaz de regresarle un fragmento de su verdadera tierra.

    —Era una canción como cualquier otra —me dijo, rompiendo lo que le quedaba de galleta para arrojar otro puñado de migajas al césped. Sus manos me recordaban al cristal y a la piedra—. Algún día de mi juventud alguno de mis amigos fue a la ciudad más cercana y regresó con una melodía en mente. Manteníamos nuestras costumbres y religión, pero el sincretismo era inevitable. Él había conseguido una guitarra, vete a saber cómo, y le gustaba componer. Nada estructurado, ninguno de nosotros tenía idea sobre teoría musical, ni notas o pentagramas, sólo se dejaba guiar por los sonidos de la guitarra y las palabras acudiendo a su mente. Decía que cada cuerda era una parte de la naturaleza. Él… estaba enamorado de una señorita, ya de paso, y siempre lo molestábamos por escribirle tantas canciones. Nos parecía tonto y al final acabé robándosela. Te juro, Sasha, querida, en el preciso instante que vi a tu abuelo su canción tonta hizo eco en mi mente. Se abrió paso sin ningún tipo de permiso o intención. Y se la robé. Luego tu abuelo me la robó a mí.

    Se rió. Realmente no recordaba la última vez que la había oído reír y el sonido me arrancó una sonrisa. Su cuerpo se relajó y su mirada se suavizó, posada con gentileza sobre los gorriones.

    —Estos traen buenas noticias —retomó, serena, y alzó la cabeza—. Y el piar de los azulejos mantiene a raya el poder helado de Sawiskera, el espíritu del invierno. Comienzan a verse mucho por estas épocas, así como las luciérnagas. Logran ahuyentar el frío, derriten el hielo y le permiten a la vida ganar terreno. A las estrellas despedirse. Por eso el verano… es una buena época para seguir nuestro camino.

    Había cerrado los ojos al decir aquello y un nudo desagradable se me atoró en el pecho, pero no vi por dónde replicarle. No encontré sentido en repetir las mierdas de turno sobre disfrutar la vida, sobre no bajar los brazos ni darse por vencido, porque estaba hecha de piedra, de cristal también, y lo entendía. Lo entendía con una claridad concedida por la misma distancia, esa que me mantuvo en pie cada maldito día de mi vida.

    La abuela ya estaba cansada.

    —Danny también me habló de las estrellas —compartí, lo sentí correcto y ella me miró de inmediato—. Dijo que entre ellas ha encontrado muchas cosas, que allí está Eloise.

    Y no tenía idea si eran cosas que había absorbido de la abuela o si realmente tendría que acabar creyendo que viajábamos a las estrellas, a jodidos cuerpos celestes de plasma, cuando ya el camino acababa. O quizás eso también era mentira, quizás el camino sólo se bifurcaba o cambiaba de nombre pero en definitiva seguía. Seguía y seguía, hasta el infinito.

    La abuela lucía algo confundida, también conmovida, y sonrió con una cuota renovada de ilusión. Suponía que debía ser muy importante para ella encontrar un alma que compartiera sus creencias, así fuera desde una dirección totalmente diferente. Yo la había escuchado toda la vida, había escarbado y guardado sus historias a buen recaudo, pero era consciente de que no tendía a expresarlo y desde su perspectiva probablemente se sintiera vacío. Como si nunca me hubiera alcanzado.

    Pero, Dios, sí lo hacía.

    —Danny —murmuró, regresando la vista al paisaje—. Ese niño tiene una luz extremadamente particular. No es tibia ni fría, no es vivaz ni trémula. Es como… es un color que aún no lleva nombre.

    Asentí, así no me estuviera mirando ni yo pudiera ver esas luces, pues no necesitaba hacerlo para saber que Danny era especial. Regresó a mí, entonces, me sonrió y estiró el dedo índice en mi dirección. Tembló, navegó y se presionó suavemente sobre mi pecho.

    —Y aquí —indicó, con cierto esfuerzo, y subió a mis ojos—. Es dorada, como el sol o la miel. Como la luciérnaga más pura de todas. Es una luz de oro, extremadamente cálida, muy similar a la luz que compartía con tu abuelo o a la luz de Darel y Eloise.

    La palabra acudió a mi mente sin pedir permiso, así resultara por demás pretencioso, y la abuela no me dio tiempo a suprimirla y ocultarla entre las piedras pues retiró la mano, sonrió y la sonrisa le rasgó los ojos.

    —Es el color del amor, querida, en todas sus formas.

    El remedo de amor.

    La copia de carbón de mamá.

    Sus palabras resonaron aquí y allá, de aquella noche de verano cuando hicimos las galletas y se suponía que ya estuviera durmiendo; cuando salí de mi habitación y los escuché desde el pasillo, hablando en la sala. “No la entiendo”, la oí decir.

    No sé cómo hacerlo.

    Lo intento, pero no puedo.

    ¿De qué color sería mi luz con mamá? Vete a saber si algún día llegaba a saberlo, suponía que no. Yo no podía ver luces, no las encontraba dentro de la oscuridad ni en el cuenco de mis manos. De la misma forma me resistía a creerlo, todos los no en las piedras se agitaban y empeñaban en hacer el ruido suficiente para tapar la voz de la abuela. Pero no hubo caso, no contaban con la fuerza suficiente y allí, dentro de la torre, una de las miles de piedras permaneció en silencio. Tímida, dubitativa, como si temiera llamar la atención. Me acerqué, la rocé y su superficie resultó ser extremadamente suave. Alcé la otra mano, entonces, las ubiqué como viseras a cada lado de mis ojos y me incliné hasta ahogar el resplandor pálido que se colaba por el ventanuco. Y lo noté.

    Esa pequeña piedra estaba brillando.

    En el fondo de mi corazón no la culpaba por nada, realmente, sólo dolía.

    —Y no. —La voz de la abuela me arrancó de mis divagaciones y parpadeé, volviendo a enfocar su silueta a consciencia. Meneó la cabeza sin prisa—. No me arrepiento. He extrañado a mi familia, pero los caminos no siempre se comparten y está bien. Tampoco tenía sentido ignorar la luz que tu abuelo y yo creamos porque… porque no creía poder igualarla con nadie más. Tampoco me interesaba hacerlo y lo cierto es que fui feliz. Fui plenamente feliz a su lado.

    No tuve nada que decir al respecto, me limité a asentir y permanecimos en silencio un par de minutos más, hasta que los gorriones volaron lejos y el sol comenzó a abandonar el día. Las nubes lucían un dorado irregular, como si las hubieran pintado con una brocha vieja, y por encima desfilaba a mayor velocidad una capa fina, vaporosa, de bruma. Vete a saber si llovía, pero parecía tener ganas.

    —¿Vamos?

    La abuela asintió y se acomodó el saco de lana encima del cuerpo, yo sólo me hice con una galleta antes de echarme la mochila a la espalda y la fui comiendo por el camino. Íbamos abandonando el parque cuando tuve una idea repentina.

    —Ah, granny, ¿alguna vez te hiciste un tratamiento de belleza?

    —¿De qué tipo?

    —Una amiga compró unas mascarillas faciales en una tienda del barrio y me las dejó para que las probara. —Miré a ambos lados antes de cruzar la calle y me incliné ligeramente hacia adelante, risueña—. ¿Qué dices? Yo creo que diez años te quita.

    La abuela soltó una risa breve y se encogió de hombros.

    —Bueno, ¿por qué no? —respondió, su tono me resultó liviano y pensé, simplemente, que estaba bien—. Ya a esta altura una no pierde nada.

    Todo estaba bien.

    Y si no, iba a estarlo pronto.


    mi five sufre, pero como realmente no he podido encontrar casi información sobre los Koori en internet he estado haciendo un revuelto de diferentes culturas para darle forma al personaje de Narel (la abuela de Sasha lol, creo que nunca la nombré). De por sí todo el rollo de las estrellas y las luciérnagas fue invento mío pero específicamente lo de los azulejos y Sawiskera se lo robé a los Iroquois. Los azulejos tampoco son de Japón ni Australia xd pero yolo, five off
     
    Última edición: 3 Diciembre 2021
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
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    Drama
    Total de capítulos:
    40
     
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    3285
    N/A: llevaba más de un mes con este ficazo empezado y bueno, somehow logré sacarme un poco el bloqueo de encima. Decidí no pretender demasiado de mí y no preocuparme si me quedaba cortito, cosa que pasó, so thats it. Igual lo disfruté, i always enjoy shady shits y además sirve de ¿primera parte? para una mini trama que quiero desarrollar so yeah, im satisfied. ADEMÁS llevaba muchísimo tiempo queriendo empezar a profundizar en la relación de estos pendejos y, ya de paso, asignarle una pseudocarta(??? a Kou.

    sin más cháchara, gracias a Gabi y a Neki por leer el fic de Sasha anterior <33

    pd: this is canon, ofcourse, y corresponde al período de la Golden Week: la noche del domingo 3 de mayo, siendo exactos.
    pd2: los meses que llevaba queriendo usar esta canción en algo son ridículos. Apreciad las *brillitos* vibes *brillitos*





    .

    i had this feeling that you'd betray me
    if i gave too much and you took too much
    but here we both stand a gun in your hand

    there's blood on the leaves
    there's blood in the sands


    somebody showed you all of the horror
    you weren't born with it


    and you're scared of us 'cause we show you love
    until there's none of us left to love


    none of us left to love

    .

    t h e . s t i g m a

    .

    | Kou Shinomiya |

    .

    .

    ¿La idea era sentirme orgulloso de mí mismo? ¿Por qué, exactamente? ¿Por el oro y el barro que me fueron entregados en mano apenas nacer? ¿Por toda la sangre que salpicó de mis uñas al remover las piedras del camino? Eran pesadas, eran grandes y estaban afiladas, pero me habían dicho que el hombre se labraba de paciencia y yo les creí. Lo convertí en un mantra de mi propia carne y seguí sangrándome. ¿La recompensa? Sangrar a los demás, claro.

    Si era una rueda.

    Actos peligrosos se ejecutan en nombre del éxito y el honor, es una historia tan vieja que resulta aburrida y aún así, difícilmente algún gramo de oro quede limpio en el mundo. Los Shinomiya no serían la excepción, claro, con el mismo empeño que yo no sería una excepción de ellos. Jugar bajo las reglas de otro tampoco es divertido pero, para mi fortuna o desgracia, siempre supe quedarme callado. Agachar la cabeza fabrica un tipo de energía diferente, similar al monóxido de carbono. Los cuerpos ajenos no la sienten, no la huelen, no pueden verla. Se almacena con lentitud y constancia hasta que los ríos de sangre saben a veneno, se inflaman, se perturban, los dedos se apuntan entre sí ¿y qué más da? Si ya se contaminó, si ya explotó, si ya no sirve. Es el virus silencioso al que nos exponemos todos, al que nos exponen por absoluto capricho.

    Si sobrevives, bien.

    Y si no, ¿qué más da?

    En el basurero, los cuerpos ya amortiguan el golpe.

    Dar con él fue relativamente fácil, ni siquiera necesité de la mano de Dubois para concertar la mierda sin ir a causar un desastre. Cosa que agradecía, dicho sea de paso. Negocios eran negocios pero al enano lunático, si me ofrecían la posibilidad, prefería no verlo ni en los periódicos. Su comportamiento extravagante y errático me recordaba demasiado a Tomoya como para brindarle una mínima porción de mi confianza, y suficiente había tenido ya en mi vida de idiotas con delirios de grandeza y circuitos dañados. A esos, eventualmente, el peso del mundo siempre los arrollaba y me daba bastante igual presenciar la desgracia. No me alimentaba de sangre ajena, no como ellos. No cedía a impulsos ni me inyectaba veneno por el puro placer de hacerlo.

    Quizá fuera complejo intentar definir el concepto de dolor que alojaba mi cuerpo, pero fue lo que sentí al topar con sus ojos y reconocer ese vacío insondable, oscuro y casi seductor, que él encontró alguna vez en mí. Era de noche, observó el coche con desconfianza y yo le sonreí, despegando las caderas del mismo para abrir la puerta trasera.

    —Hablemos en un lugar tranquilo —murmuré, repasando el conglomerado a sus espaldas brevemente—. Y donde no haya problemas.

    Era el jodido Telón de acero, los dos lo sabíamos a la perfección y de ahí el voto de confianza implícito. Buscarlo me implicaba poner en juego un montón de cosas, lo mismo para él aceptar, y una mierda sin la otra acababa convirtiéndose casi en una ofensa por el peso que acarreaban. En pocas palabras, se le agotaban las opciones. Además, ¿no nos lo debíamos?

    Eso Kakeru también lo sabía.

    Tenía que seguir débil y vulnerable, de ahí que dudara tanto, pero eventualmente suspiró y se coló dentro del coche. Quizá me estuviera imponiendo sobre él, pobrecillo, pero ¿qué más podía hacer? Con lo mucho que me había preocupado. Y no era ironía, vaya, ni que hubiera algo en su patética vida capaz de interesarme o traerme un beneficio.

    ¿Caridad?

    Válvula de escape, más bien.

    —¿Metiéndote en Shinjuku? Sí que tienes huevos, cabrón.

    No creía que las personas cambiaran, de ahí que considerara a Kakeru un sujeto bastante condenado. Lo traía escrito en la sangre, en la piel, en el libro de su jodida vida e incluso la de sus antepasados también. No que hubiera maldiciones capaces de colarse en la tierra, impregnarse cual virus y propagarse sin orden ni restricción, esas mierdas surrealistas quedaban para los frenéticos y desviados, los desesperados también. Desesperanzados, en verdad. No que conociera el concepto ni me aferrara a él, pero era precisamente esa falta de pertenencia la que me avalaba a vivir como si no existiera. Era una fe ajena, era la voz de terceros y ¿cómo podría perder lo que jamás me correspondió en primer lugar? Quizás el error de Kakeru fue ese, agarrar un bolígrafo e intentar reescribir su libro. Reordenar las piezas, tachar aquí, arrancar allá. Se concibió como un proyecto y el proyecto falló.

    —Ya ves —murmuré con la vista al frente, acomodando la malla de mi reloj bajo el puño de la camisa—. A veces incluso alguien como yo acaba apostando.

    Tampoco guardaba bajo mi manga la solución a todos los problemas, pero algo tenía muy en claro: se era lo que se nacía.

    —¿Y a qué le debo el honor?

    Y quienes tardaran en aceptarlo estaban condenados al fracaso.

    Deslicé la mirada hacia él. Estaba sentado a mi lado, sus pantalones y sudadera realmente contrastaban sobre los asientos de cuero grisáceo. Llevaba el cabello apenas más largo de como lo recordaba y estaba el vacío en sus ojos, el bronce apestado, diciéndome que había vuelto a caer dentro de sus pretensiones. Me encogí ligeramente de hombros y la comisura de mis labios se arqueó apenas.

    —Tan frío. —Suspiré, golpeando la punta del índice una, dos veces en mi rodilla, y asentí con la vista al frente. El chofer encendió el coche—. Al parecer sigues llamando la atención de los de arriba, pero aún por las razones equivocadas. ¿Damos una vuelta?

    La pregunta era mera formalidad y de ahí que tampoco se molestara en responder. Había arrugado el ceño y reajustado ligeramente la posición de sus piernas. Estaba tenso.

    —¿Así que te fueron con el cuento?

    —Bueno, ¿puedes culparlos? —repliqué con cierto aire jocoso—. Si éramos tan buenos amigos.

    Kakeru respiró. Fue profundo, alzó la vista al techo un instante y luego, por fin, la posó sobre mí.

    —Cierto —concedió, reflejando parcialmente la suavidad de mi rostro, y una chispa ácida vibró sobre el vacío—. Debes haberte muerto de preocupación.

    Ensanché la sonrisa. No me interesaba que se recuperara, que aceptara la tinta de sus páginas y dejara de jugar a ser el héroe, o la víctima, o el rebelde. O quizá sí lo hacía, pero no lo suficiente para empujarme a intervenir. No lo había hecho antes y tampoco lo haría ahora, así como había encontrado aquel ácido corrosivo en sus ojos y lo seguiría haciendo. Escupía, manchaba, acusaba.

    De qué te las das, me decía.

    Si sólo te fuiste y ya.
    No abrí la boca para defenderme de tales acusaciones. Era una persona práctica y eficiente, llevaba la balanza dentro del bolsillo y siempre, siempre cargaba con el peso de mis decisiones. No importaba que amenazara con romper el mecanismo. Ya había ocupado el lugar de Kakeru, ya había intentado reescribir mi libro y, por fortuna, entendí a la primera que era lo más necio para hacer. Kakeru no, Kakeru insistía y de ahí la brecha.

    De ahí el ineludible temblor.

    —Me sorprendí bastante, debo admitir —murmuré un poco al aire, divertido, y jalé de las solapas de mi saco—. Ni en los escenarios más extraños te habría emparejado con Dubois.

    Kakeru chasqueó la lengua prácticamente al segundo de oír ese nombre y me pregunté cuántas personas le estarían rayando la cabeza con el tema. Normal, la verdad. Si incluso a mí la idea llegaba a perturbarme no imaginaba cómo debía ser para la gente a su alrededor. Hiradaira, los chicos, el Krait. Dios, el Krait. Fue pensarlo y tener que tragarme la risa.

    Debía estar cagándose en todos sus jodidos muertos, ¿a que sí?

    —¿Qué ocurre? —agregué, risueño, y ladeé ligeramente la cabeza para ver mejor su expresión—. No estoy dándote ninguna noticia, ¿verdad? Ya lo sabes. Siempre lo sabes todo, vaya.

    Pero no actúas acorde, y esa es tu puta cruz.

    Kakeru era un montón de potencial desperdiciado, no sabía exactamente por qué pero tenía que ser, sin lugar a dudas, el peor fracaso histórico del gran Hayato Fujiwara. Su estigma, incluso. La pandilla que había fundado y sembrado de su propia mano, reducida a los cimientos por su propia sangre. El Krait no me echaba la culpa de lo ocurrido, así me detestara y me prefiriera bajo tierra; era lo que tenían los supuestos traidores, además de que en todos los escenarios le favorecía escupirme a mí antes que a su hermano pequeño. Pero él y yo lo sabíamos, ¿verdad? Quizá mi existencia fuera una jodida escoria, pero no era más que un virus cualquiera de los cientos capaces de atentar contra la estabilidad de su fortaleza. Sólo había sido un agente destructor. La responsabilidad era de quien defendía la muralla y, vamos, todos lo pensábamos.

    Nada habría ocurrido si Kakeru no hubiera sido la cabeza central de la serpiente.

    —Ojalá lo supiera todo. —Su voz siempre tranquila arrastró una cuota de impaciencia y me di por satisfecho—. Así entendería a qué coño viniste.

    —Un par de razones pero, por muy conflictuado que te resulte ahora, principalmente quería verte. —Por el rabillo del ojo noté que volteó en mi dirección y le correspondí el gesto, pestañeando lentamente. Sonreí—. No me digas, ¿sorprendido?

    —Del teatro, sí —respondió, mesurado, y repasó mis facciones—. ¿Sólo te despertaste y te apeteció desmontarlo?

    —Supe de tu incidente la misma noche que ocurrió —expliqué, tranquilo, y lo vi fruncir ligeramente el ceño—. Pero supuse que ibas a necesitar un tiempo para recomponerte; ya sabes, como la primera vez.

    Podíamos no hablar absolutamente nada, de hecho era lo más prudente para ambos y de las pocas decisiones sensatas que Kakeru había tomado. Fingir que no nos conocíamos, o mejor, que nos detestábamos. Podíamos convencer a los demás de que los años de amistad sólo se habían convertido en una piedra dentro de nuestros zapatos y así todo seguiría marchando con relativa normalidad. Los Boomslangs disueltos, Shinjuku inestable y el Krait jugando hasta la última de sus cartas mientras los lobos se consolidaban y un par de franceses metían las narices en lo ajeno. Gustara o no, esa era la normalidad.

    Así estaba el tablero.

    —Muy bien —acabó por ceder, suspirando, y entrelazó los dedos encima de su regazo—. Va mejor. Cuando quise acordar ya todos estaban en casa y luego llegó Anna. Hablé con ella, hablé con mamá, hablé con mil personas y fue incómodo que te cagas, pero va mejor.

    —¿Mejor cómo?

    Mi tono fue suave, paciente, incluso comprensivo, y Kakeru me lanzó un vistazo de reojo antes de regresar la mirada al frente. Se comportaba como un mocoso regañado, si me preguntaban, y tenía cierto… encanto.

    —Empecé a ver un profesional. Me lo recomendó Anna.

    Le costó tanto mascullar esas simples palabras que sentí la violencia de su mirada al oírme entonar una risa sin ninguna clase de pudor. Repasé la tela de mis pantalones con el dorso del meñique, en un gesto vago.

    —Hasta que movió el culo e hizo algo por ti.

    —Anna no me debe nada —replicó al instante, claramente molesto—. Tú tampoco. Nadie me debe nada.

    —Conmovedor. ¿Y de qué te sirve decirte eso a ti mismo?

    Ni la ironía ni el hartazgo atravesaron mi calma, al menos no directamente, pero Kakeru me conocía lo suficiente para leer entre líneas y puede que fuera el caso, considerando la cuota de tensión que agarrotó sus hombros.

    —Es la verdad.

    —No has cambiado nada —suspiré, resignado, y me quité el móvil del bolsillo para echarle un vistazo; la pantalla iluminó mis facciones desde abajo—. Pero al menos tomaste una decisión, eso es bueno. ¿Y te está sirviendo? ¿La terapia?

    Sentí su mirada encima.

    —Fui pocas veces, pero supongo que sí. Sigue siendo bastante extraño, hay… hay mucha mierda.

    Asentí, comprensivo, encontrando el mensaje que había estado buscando. Había organizado una mesa de lo más diligente, ¿verdad? Me regresé el aparato adonde estaba y me desinflé los pulmones lentamente, concediéndole una sonrisa a Kakeru. Sobre su vacío había, ahora, la sombra de una, dos, tres dudas. Cientos de ellas.

    Había vulnerabilidad.

    Fue como volver a tener doce años.

    —Es un proceso lento, nada que hacerle.

    Kakeru se encogió de hombros y el coche viró hacia la izquierda, perfilando la salida del barrio. Él lo notó al vuelo, incluso sin haberle estado prestando demasiada atención al exterior, sus alertas se encendieron y giró el cuello en mi dirección. Solté una risa liviana. No había miedo en su mirada, al menos no como tal, pero sí una enorme precaución que casi, casi me ofendió.

    —¿Aún a día de hoy me sigues creyendo capaz de lastimarte, Wan-chan?

    —¿Qué hacemos en Shibuya? —me cortó, tajante.

    Suspiré, mi meñique se deslizó sobre la tela ligeramente áspera del pantalón y subió a mi cabello, para hundirse y peinarlo hacia atrás. Estaba suave. No me quejé, no reaccioné y lo dejé correr; seguía siendo el puto traidor, en definitiva, y a razones la gente no siempre atendía. No culparía a Kakeru de sus propias debilidades, al menos no con el ímpetu necesario para cortar los lazos de raíz. No me apetecía, no tenía sentido práctico, y ya lo había dicho, ¿verdad? Sabía cargar con el peso de mis decisiones, incluso aquel que no me correspondiera plenamente.

    —Tengo un obsequio —murmuré, regresando el brazo a su posición inicial, y lo miré de soslayo—. Mi idea original era entregárselo a la cachorra de los chacales, la hermanita del difunto Yako, pero las cosas no salieron como esperaba.

    Analicé cada centímetro de su semblante al detalle, y acabé convenciéndome que Kakeru no tenía idea de nada de lo que había pasado. Ni de Anna buscándome, ni de su interrogatorio sobre el incidente de Taito, ni lo que le pedí a cambio. Tampoco sabía, arriesgaba, sobre la menor de los Kurosawa y su presencia en el Sakura, y me di cuenta que seguía siendo un puto peón. Del Krait, primero, de Dubois ahora. Era un peón y ¿honestamente? No servía para otra cosa.

    Era eso o ser un cuerpo en el basurero.

    Y lo segundo ya lo había intentado, ¿verdad?

    —¿Y ahora? —encuestó, cuando mi pausa se prolongó demasiado.

    Me sonreí, pestañeando sereno.

    —No me gusta la guerra, ¿sabes? El conflicto innecesario. Probablemente sea el peor efecto secundario de lo que ocurrió, que se hayan formado esa imagen de mí. Pero no creo en la violencia impráctica y, de hecho, me interesa fomentar espacios de convivencia… pacíficos. —La sonrisa se me ensanchó con una cuota de gravedad y lo recorrí con la vista antes de volver a sus ojos—. Y los obsequios son un buen comienzo, ¿no? Para limar asperezas.

    No estaba seguro si me había seguido correctamente, así que estiré el brazo sobre el espaldar, alcanzando su nuca, y la rocé apenas con la yema de los dedos. Su cabello renegrido me hizo cosquillas.

    —Tengo algo para Anna —aclaré, sedoso—. Pero me interesa tu opinión, así que vamos en camino a mostrártelo.

    No percibí tensión alguna en el cuerpo de Kakeru, su bronce oxidado me sostuvo la atención como si estuviera demasiado ocupado intentando leer entre las líneas de mi libro, lo suficiente para ignorar la cercanía física. ¿O quizá debería alegrarme y creer que no me temía ni un poco?

    No, eso era imposible.

    Me había encargado personalmente del asunto.

    —Muy bien —accedió, precavido, y deslizó la mirada al parabrisas frontal—. Pero no la traerás sola. Yo también vendré.

    Mi sonrisa absorbió una chispa de satisfacción y asentí, hundiendo los dedos en su cabello un poco más para alcanzar plenamente la piel de su nuca. La toqué, afiancé y arrastré un par de centímetros.

    —Claro, sin problema. Aunque… —Tracé el contorno de su cuello, el borde de la sudadera y deslicé la uña hasta anclar la mano completa a un costado de su rostro—. Lo siento, nadie puede saber adónde nos dirigimos. Ni siquiera tú, Wan-chan.

    Me sostuvo la mirada y finalmente suspiró, arrojándome encima una nueva cuota de satisfacción inmensa. La sonrisa me descubrió los caninos, Kakeru cerró los ojos y busqué la venda que había tenido todo el tiempo en la puerta del coche para inclinarme en su dirección.

    —Buen chico —susurré encima de su oído, anudando la tela detrás de su cabeza, y su aroma me alcanzó—. Siempre tan obediente~

    —Cierra el culo, sólo hago esto por…

    —Por Anna. —Lo interrumpí, contundente, y mi voz recuperó la suavidad al instante—. Lo sé.

    Probó la textura de la venda apenas terminé de atarla y repasé sus facciones, la curvatura de su cuello y el inicio de sus clavículas hacia el interior de la sudadera. Recién entonces regresé a mi espacio. Las calles de Shibuya se replicaban una a una, empapando el coche de una luz diferente, y Kakeru permaneció sumamente quieto en su lugar. No podía culparlo, no cuando debía estar palpitando contra sus oídos un coro progresivo, claro y penetrante. Las voces brotaban desde todas direcciones, se amalgamaban entre sí y aullaban al cielo, como cientos de ojos rojizos clavándose sobre nuestro coche. Era una advertencia, un consejo y un recordatorio, también. Le palmeé la pierna, lo hice por la pura crueldad de reafirmar mi poder y le sonreí, así no pudiera verme.

    —Bienvenido a Shibuya, Wan-chan.

    Estaba en territorio de lobos.

    Y más le valía no olvidarlo.
     
    Última edición: 26 Marzo 2022
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  7. Threadmarks: XXII. The Wheel of Fortune | a breathing corpse
     
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    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
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    Drama
    Total de capítulos:
    40
     
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    4269
    N/A: andaba con mUCHAS GANAS de escribir y no tenía roles pendientes y recordé que este fic empezado estaba juntando polvo desde enero, so HERE WE ARE. Me clavé una torettizada de antaño and boy, it felt good.

    Nobleza obliga, esto sería una suerte de continuación (aunque no directa) del fic anterior, The Stigma. También es canon para la noche del lunes 4 de mayo in rol.

    Disclaimer: las lyrics son de otra canción de Halsey, The Lighthouse, que al final no usé porque no me calzaba tanto la melodía con lo que quería PERO LAS LYRICS *chef kiss*





    .

    from a tender age i was cursed with rage
    came swinging like a fist inside a batting cage
    i went swimming with the devil at the bottom of a lake

    and i'm glad i met the devil
    'cause he showed me i was weak

    and a little piece of him is in a little piece of me

    .

    .



    | Anna Hiradaira |

    .

    .

    Era un recinto cerrado. Paredes de cemento, sin ventanas, una única puerta. Lucía sorprendentemente pulcro, aunque podías encontrar la sombra de ciertas manchas reiterativas, históricas, que acaban revelándose por mera insistencia. Era la naturaleza de los actos obviando cualquier cantidad de pintura o lejía, casi como el juicio inmanente del orden sobre el caos. Estaba, por ejemplo, el ligerísimo hundimiento del suelo allí donde el peso de alguien mantenía la silla de hierro en su lugar; estaban, también, los fantasmas derramados por sus patas oscuras, y detrás de ella, las salpicaduras en el blanco grisáceo de la pared del fondo. No había rojo en sí, pero lo imaginabas sin problema. Era el color que le pertenecía, así como cualquiera forzaría el turquesa sobre un cielo verde. Conocíamos ese fantasma demasiado bien y traía de la mano un puñado de sensaciones. Los pies sudorosos, la punta de los dedos resbalándose, el sabor metálico y el aroma salado. Algún gimoteo, un par de maldiciones y unos pocos gritos.

    El miedo.

    A la silla había amarrado un muchacho. Llevaba unos pantalones sucios, el torso descubierto y nada de calzado. Eran pequeñas, pero bajo la iluminación de los tubos fluorescentes distinguí unas cuantas cicatrices en sus hombros, su abdomen y brazos. El cabello castaño se derramaba al frente en una maraña pegajosa y desprolija, al erguirse me recordó a la textura de la miel y unos alambres también. Lo supe, supe que no había espacio para escalofríos ni arrepentimientos. Ese recinto cerrado, esa maldita jaula estaba allí para volver a quemar todos nuestros pecados en la carne viva. Una y otra, y otra, y otra vez. Hasta que no quedara nada capaz de doler.

    La voz de Kou se deslizó desde mi espalda.

    —Un regalo de los lobos para la pequeña princesa de las serpientes. —Era dulce, era siniestra y, Dios, lo estaba disfrutando tanto—. Como dicta la tradición.

    Repasé a las personas reunidas en torno a la silla. La muchacha de espeso cabello azabache y cheongsam rojo vibrante, el chico rubio y de gafas tornasoladas que no sobrepasaría los veinte años, el moreno de ojos vacíos con el amplio sobretodo blanco sobre la ropa negra. Los tres despedían energías completamente diferentes que, en cierta forma, se complementaban. Y Kou siguió hablando.

    —Espero que te guste.

    Deslicé la mirada de regreso a la silla, a quien la mantenía en su lugar. Jamás quise volver a topar con esos ojos, pero estaban allí, estaban cansados, vulnerables, y comprendí un montón de cosas. Había demasiada piel y demasiada violencia, pero había algo más que me permitió sostenerle la mirada sin titubear ni un instante. La luz solapaba sus rasgos con dureza, trazaba sombras afiladas.

    Poder.

    Y alcé la barbilla.

    Tenía poder.

    La hiena había sido reducida a un saco de huesos, sus fantasmas derramados por las patas de la silla, salpicados en la pared, hundidos en el suelo. La hiena sonrió de oreja a oreja al parpadear, reconocerme, pero no consiguió nada.

    —¿Había visitas y no me avisaron? Me habría arreglado un poco.

    Kou se había encargado de arrebatarle absolutamente todo y comprendí, al menos en parte, sus razones para las mierdas que había perpetrado. Ahora mismo me estaba dando poder sobre parte de mis demonios, un poder con el cual sólo había llegado a soñar y, mierda. Me costaba recordar en absoluto por qué le había temido tanto.

    Kakeru, a mi derecha, aún guardaba silencio. No despegué la vista de la hiena, así no me interesara dirigirme a él.

    —¿Lo tuviste aquí? Todo este tiempo.

    —Sí. —Kou comenzó a acercarse y pasó a mi lado, yendo detrás de la silla de hierro—. Habrás oído hablar de la Cámara, supongo, adquirió bastante fama con él. Fue su invención, de hecho.

    La hiena soltó una risa débil y Kou bajó la mirada hacia su silueta. Sereno, amanerado. Impasible. La imagen se grabó en mi retina como una fotografía de crueldad inimaginable, de impulsos y violencia, pero también de justicia. Tomoya apenas podía alzar la cabeza y allí estaban los cuatro lobos, a sus espaldas. Lo tenían rodeado, lo tenían a su merced y… les sentaba, en cierta forma. Comprendí por qué Shinjuku se había reducido a un puñado de sobrevivientes, buscavidas y líderes perdidos.

    —Bueno, los rumores son ciertos. —Kou siguió hablando y extendió los brazos hacia ambos costados, como alas oscuras—. Bienvenida a la Cámara de Shibuya.

    Sentí los ojos de Kakeru sobre mí; todos, de hecho, habían posado su atención aquí y pensé que debería haberme sentido intimidada, o al menos que esa debía haber sido la emoción dominante. Pensé que debería haber reconocido de inmediato cuán jodido estaba todo, lo despreciable de semejante espiral de violencia. Lo pensé, sí, como las mañanas donde no lograba retener el desayuno en mi estómago y me decía que debía ir a la escuela de todos modos. Tomé aire, giré el rostro y di con el bronce oxidado de Kakeru.

    Lo pensé como siempre supe que debería haberme alejado de él apenas lo vi aceptar el primer billete.

    ¿Y lo había hecho?

    Lo que había arrastrado a Kakeru a formar parte de esto era un misterio que, de momento, no guardaba relevancia. Regresé la mirada a Kou, a sus ojos de un miel tan suave, y me pregunté si no lo habrían depositado en el cuerpo incorrecto. No me agradaba, jamás lo había hecho realmente, pero tuve que reconocerlo: había construido su propio castillo. Uno de acero, no de naipes.

    —Creo que nunca te felicité apropiadamente por haberte convertido en el alfa, ¿cierto? —Formé una sonrisa en mis labios y junté las manos al frente—. Es un logro destacable, de hecho.

    —Muchas gracias. —Sus palabras se deslizaron como la seda y las acompañó de un leve asentimiento—. Había mucho que reorganizar, mucho que corregir y… enderezar. No lo hice sin ayuda, claro.

    Su pausa fue evidente y la hiena se sonrió, meneando la cabeza. Kou prosiguió como si nada, volteando hacia los otros tres lobos de pie.

    —Ninguno de nosotros avalaba los métodos de Tomoya y, por ende, muchas de sus decisiones. Lo viviste, ¿cierto, Anna? Y como tú hubieron más. La mayoría con menos suerte que tú, lamentablemente.

    Algo cambió en el ambiente, o más bien se oscureció, y no provino de la misma hiena o de la sensación sumamente desagradable que me oprimió el pecho. Recorrí a los lobos con la vista, fue un movimiento veloz y creí, quizás en un delirio de fiebre, que la intensidad nacía del moreno con el sobretodo blanco. No pude evitar pensar que, de hecho, se parecía a Altan.

    Aunque me daba escalofríos.

    —Quizá no pudimos salvar a muchas, pero algo es seguro: la hiena ya no será capaz de perjudicar a nadie. —Kou dejó caer sus manos en los hombros de Tomoya y fui capaz de sentir el gusto con el cual lo hizo, el gozo tras percibir el leve respingo del castaño; alcanzó su sonrisa—. Dicen que la justicia por mano propia no es justicia, pero en este hueco del infierno nos manejamos con otras reglas, ¿cierto? Todos estamos de acuerdo en eso. Además, ¿la ironía no es casi poética?

    La sonrisa de Kou se siguió ampliando, llegó a perturbarme y sus dedos se aferraron en torno a la piel sudorosa.

    —El cazador, atrapado dentro de su propia trampa.

    —Kou-chan. —La voz del rubio se alzó por encima de la estática que siquiera había notado, sonó suave como Shinomiya pero más liviano—. ¿No te estás yendo de tema?

    Parecía inofensivo, esa era la palabra. Su contextura delgada, el corte taza y las gafas tornasoladas, la chaqueta naranja y los sneakers con franjas verde neón. Desentonaba, ciertamente, lo hacía con tanto ahínco que llegó a intimidarme aún más que el moreno. Parecía inofensivo.

    Pero no lo era en absoluto, ¿cierto? Por eso estaba ahí.

    Por eso estábamos todos ahí.

    Kou volteó a verlo un momento y asintió, despegando a su vez las manos de Tomoya. La hiena pareció destensar el cuerpo, de hecho fue bastante claro y tuve que hacerlo. Tuve que dibujar la sangre en las manos de Kou, debajo de sus uñas, entre los dedos. No era un jefe de escritorio, ¿cierto? No se quedaba en su casa dando las órdenes. Y eso, al parecer, la hiena lo tenía muy claro.

    Si tan sólo hubiera sabido que no era el único.

    —En fin, gracias por haber aceptado la invitación, Anna. —Kou entrelazó sus manos a la espalda y se irguió, como todo un señor inglés—. La verdad, no pensé que lo harías, incluso si venía de Kakeru.

    Sonreí, fue irónico e involuntario.

    —Si vamos a estar aquí, mejor empezar a ser honestos entre nosotros, ¿verdad? No quieras venderme mierda, Shinomiya.

    El rubio detrás de Kou soltó una risa breve por la nariz y sus compañeros lo miraron de reojo, aunque el muñequito de torta no despegó los ojos de los míos.

    —Muy bien. Todo fue parte del plan, sí; y lo que no, lo deformé hasta que encajara. Se suponía que estuviera él en la fiesta, no tú, pero me adapté. Se suponía que Tomoya ya estuviera fuera de la ciudad, no que siguiera castigando traidores, pero me adapté. Y si regresamos aún más en el tiempo, incluso antes de que tú y yo nos conociéramos, se suponía que hiciera mi carrera en Shibuya, no entre serpientes. Pero me adapté. De eso sabemos un poco, ¿cierto, Anna? Lo que hace falta para sobrevivir.

    —No entiendo de qué-

    —Eh. —La mujer, que hasta ahora no había hablado, alzó su voz con la contundencia de un rayo y me frenó en seco. Sus ojos oscuros se clavaron en mí, severos, por debajo del flequillo azabache—. Nadie interrumpe al jefe cuando está hablando.

    —Uy, qué miedo —se mofó el rubio, socarrón, a lo que el moreno sonrió.

    —Ya, ya, muchachos. —Kou alzó una mano, conciliador, y una cuota de repugnancia se me revolvió en el estómago—. Tenemos invitados que, además, no están familiarizados con nuestras reglas. No pasa nada.

    Lo estaba disfrutando como un jodido cabrón, ¿verdad?

    Su trono de hierro.

    —Como te decía —prosiguió, regresando a mí—, puedo jactarme de haber predicho muchas cosas y de haberme adaptado a las que no. Tú aceptando la invitación fue algo que deduje, sí, aunque sabía que no tendría éxito si era yo quien lo hacía. Se ve que la reputación de los lobos aún tiene mucho que… recuperar. Como sea, por eso Kakeru entró en escena. Sabrás disculparme, Anna, sé que no te gusta cuando jugamos demasiado con él.

    La diversión que revoloteó en sus ojos volvió a bañarme el cuerpo de un rojo caliente, casi insoportable, y tuve que ceñirme entre sogas de contención. Era una jodida forastera, estaba en territorio de lobos, rodeada por ellos, y además… Volteé hacia Kakeru, solté el aire por la nariz y me recompuse contra mi voluntad. Cuando regresé a Kou, fue lento y fluido.

    —Dijiste que tenías un regalo para mí. —Sonreí, lo hice gracias al veneno que detestaba y le eché un vistazo a la hiena—. ¿No me digas que es… esto?

    —En efecto. —Asintió, animado, y se ubicó a un costado de la silla. Lo forzó a erguir el cuello y un chispazo de dolor comprimió los gestos de la hiena; mi cuerpo se tensó—. No digo que sea un regalo bonito, ni siquiera lo envolvimos, pero puedes considerarlo un acto de buena fe. No sabemos qué hizo la hiena exactamente, sin embargo contamos con una lista de nombres y tú estabas entre ellos.

    —¿Y por qué yo? ¿Qué pretendes a cambio de esta… generosidad?

    Kou sonrió y se irguió lentamente, dejando ir a Tomoya.

    —Paz. Sé que mis acciones en Shinjuku fueron cuestionables, pero no es mi intención desatar una guerra en el Triángulo. No tengo nada, sin embargo, que pueda llegar a ser del interés de los líderes dispersos. En ese caso, ¿contentar a la pequeña serpiente no es un buen comienzo?

    —Contentarme —repliqué, con desdén—. ¿Con esto? ¿Un pedazo de carne?

    —No es un pedazo de carne cualquiera, Anna, ¿o sí? —Caminó hacia mí, la luz del techo se deslizó por sus facciones hasta desaparecer por completo y un halo sucio, similar al que coronaba a Kakeru en el club, rodeó su silueta—. Dime una cosa: ¿cuántas veces deseaste tenerlo así, frente a ti? A tu absoluta merced.

    Su voz era un susurro dulce, le concedí permiso incluso sin pretenderlo y parpadeé lento. Esperé que siguiera hablando.

    —¿Cuántas veces deseaste que fuera él, y no cualquier otra persona, quien sufriera el escarmiento? Mancillar su poder, acabar con su locura, los abusos y arrebatos. ¿Tienes idea, acaso, cuán larga es la lista de nombres?

    Un escalofrío me recorrió la espalda, pasé saliva y algo en sus ojos se endureció.

    —¿Y lo difícil que fue conseguir los que conseguimos?

    Comprendí su punto, incluso si no lo decía directamente, lo comprendí y dio igual que fuera Kou, que sólo pretendiera manipularme. Dio igual porque había una verdad y de ella jamás había dudado. Tomoya era un hijo de puta y verlo allí, atado a una silla de mierda, me daba satisfacción.

    Me la daba de verdad.

    Rodeé a Kou, lo hice lentamente y creo que el muchacho detuvo a Kakeru de alcanzarme, aunque no estoy segura. Ambos quedaron atrás y me acuclillé frente a la hiena. Esperé a recibir sus ojos.

    Satisfacción.

    Poder.

    —Mírate —susurré, estoica—. Ya no das tanto miedo, ¿o sí?

    Venían de la mano.

    —Por favor. —Soltó una risa nasal y sus dientes descubiertos estaban manchados con sangre—. ¿Te daba miedo, dices? Me halagas.

    ¿Y eso?

    —Una lástima que el sentimiento no haya sido mutuo, ¿cierto? Quizá podamos solucionarlo.

    ¿Y el miedo?

    —¿Tú? —Volvió a reírse—. No puedes hacerme nada que ya no me hayan hecho, linda.

    Miedo.

    Poder.

    —¿Estás seguro? —Apoyé las manos en mis rodillas y me erguí lentamente. Sin quitarle la vista de encima, alcé la voz—. Siendo tan astuto y previsor, asumo que el regalo no sólo es el pedazo de carne, ¿verdad? —Giré el rostro hacia Kou—. Sino la Cámara entera.

    Y la jodida satisfacción.

    Shinomiya sonrió, sumamente complacido, y alzó un brazo. El moreno se adelantó hasta situarse justo detrás de Tomoya y me miró.

    —En efecto, aquí no hay decorado ni meros espectadores. —Le sostuve la mirada al tipo mientras oía a Kou—. Sólo tienes que dar las órdenes y procederán según indiques.

    Era jodidamente alto, parecía un ropero y su sonrisa me lanzó un escalofrío a la columna. Por un sólido segundo tuve la mente en blanco, el mundo se congeló y casi, casi me pregunté qué carajo estaba haciendo.

    —¿Cuánto tiempo llevas aquí, hiena? —le pregunté, redirigiendo mi atención a media frase.

    Tomoya se mofó.

    —Como si pudiera saberlo, preciosa.

    —Tres semanas y media. —La respuesta provino del moreno, sonó robusto y le agregó unos años de edad.

    —¿Y lo has pensado? ¿Te has arrepentido de algo? —Silencio. Le lancé un vistazo rápido al moreno—. Mírame cuando te hablo, hiena.

    Y obedeció con una velocidad envidiable. Su mano era grande y se aferró con fuerza a la maraña de miel y alambres, la jaló hacia atrás y el movimiento le despejó el rostro a Tomoya. Por primera vez pude verlo claramente, de frente. Por primera vez no fue un monstruo en la esquina de mi habitación.

    —¿Qué coño quieres que te diga? —masculló, la saliva se acumuló en su boca y encontró mis ojos—. Si de algo me arrepiento, es de no haber visto venir a ese jodido nene de papá.

    No había albergado esperanza alguna, realmente, pero una pequeña parte de mí había deseado un milagro. Que tres semanas de encierro le hubieran comido la cabeza, lo hubieran postrado frente a sus demonios y forzado a implorar por alguna clase de redención. Así, quizás, habría sido capaz de volver a ser un humano. Un niño perdido. Pero Shinomiya lo había dicho, ¿verdad? Este hueco del infierno funcionaba con reglas diferentes.

    No había espacio para la redención.

    No supe inmediatamente qué responder o qué órden dar, lo cual se tradujo en duda y la hiena lo notó. Su sonrisa me lo dijo, la risa vacía.

    —Ni siquiera deberías estar aquí, chiquilla. ¿No lo oíste lo suficiente? Sólo eres la zorra de ese debilucho, y como tú está lleno en la calle. Baten sus pestañas, se acortan las faldas y luego se quejan.

    El rojo parpadeó, los músculos me picaron y me incliné hacia adelante, hasta afianzar la mano en el respaldo de la silla. Me enfermaba. Ese hijo de puta genuinamente me enfermaba.

    —¿Nos quejamos? —repliqué, en un susurro—. ¿De qué?

    Su aliento era repulsivo y me propagó una sensación extraña en el cuerpo, como un… déjà vu.

    —Encima que les prestamos atención, se quejan. ¿No te parece extraño? —Repasó mis facciones con la vista, la mierda me incomodó pero no retrocedí. Debería haberlo hecho, quizá—. Y pensar que estabas tan… dispuesta aquella noche.

    Debería haberme ido de allí apenas puse un pie dentro.

    —Pero luego ¿qué? ¿Se arrepienten y somos los malos de la historia?

    O debería haberlo golpeado hasta dejarlo inconsciente, incapaz de soltarme su mierda.

    De remover la tierra de recuerdos enterrados.

    Un peso insoportable me cayó en el cuerpo, fogonazos azules corrieron raudos como un tren a toda velocidad y parpadeé, irguiéndome. Música… ¿era música? ¿Rebotando en mis oídos? ¿Aquella noche, había dicho? ¿De qué mierda hablaba?

    El moreno reaccionó, empujó la cabeza de la hiena hacia adelante y volvió a jalar con fuerza. Oí el impacto contra el hierro y eso, en cierta forma, me regresó a tierra. Miré a Kou apenas un segundo pero no encontré nada, sólo una seriedad imperturbable. Aún así, la orden tenía que haber provenido de él, ¿verdad?

    —Di lo que quieras, hiena —le advertí, en voz baja—. Ya no puedes joderme con nada.

    Mis palabras parecieron activar algo en su cuerpo aletargado. Sus ojos se abrieron grandes, fue casi demente y su sonrisa, joder. Por un segundo sentí que conseguiría la fuerza para romper sus ataduras y liberarse de esa prisión.

    —No lo recuerdas —dedujo, extasiado, y soltó una suerte de suspiro—. Ah, no lo recuerdas. Pobrecilla.

    El cuerpo entero se me llenó de cemento, sentí el corazón a punto de quebrarme las costillas, insistente, y no tuve éxito real pasando aire a mis pulmones. Quemó, perforó, la música retumbó y muchas manos se posaron sobre mi cuerpo. Manos frías, manos calientes, manos pegajosas y otras suaves; pero todas, absolutamente todas, dejaron una marca negra. Me ensuciaron.

    Alquitrán.

    —Cállate.

    —¿Qué? ¿La princesa no va a responsabilizarse de sus actos?

    —Ya cállate.

    —Anda, inténtalo. Intenta recordar, seguro te llevas una sorpresa.

    —¡Que te calles, hijo de puta! ¡Cállate!

    Siguió hablando sin parar, sus ojos tan abiertos, su sonrisa de oreja a oreja. Siguió hostigándome y yo seguí gritando encima suyo, sólo insistiendo que se callara. Que se callara, que se callara, que se callara, que se puto callara. No me di cuenta, ¿cierto?

    Era una orden en sí misma.

    Se movieron con una velocidad envidiable. El moreno mantuvo su cabeza contra el caño del respaldo, el rubio se aproximó y cerró el puño justo en la boca de su estómago. Tomoya tosió, escupió saliva y su cuerpo, atado, intentó doblarse en dos. Intentó, intentó e intentó doblarse, sus pies despegándose del suelo cada vez con menos fuerza. El sonido era desquiciado, como pisar un montón de fruta podrida contra el suelo. Era la carne mancillada, era la espiral de violencia de la cual jamás escaparíamos. Eran mis órdenes ejecutadas a la perfección.

    Hasta que se calló.

    Me había quedado inmóvil, incapaz de articular palabra, observando la escena frente a mí. El silencio fue incómodo, sobre el silencio sólo estaba la respiración errática de la hiena y el rubio, sereno, regresó a su posición original. Lo mismo hizo el moreno. Observé a Tomoya, al pedazo de carne, con el ceño fruncido.

    ¿Lo que había dicho… era verdad?

    Kakeru apareció junto a mí, posó una mano en mi hombro y le clavé la mirada de refilón antes de subir a sus ojos. Contuve el impulso de apartarme, de quitármelo de encima para evitar otra mancha de alquitrán.

    —¿Estás bien? —murmuró, preocupado.

    Asentí, realmente fue automático e intenté ordenar mis ideas.

    —Vaya —solté al aire, recién entonces giré el torso hacia Kou—. Sí que tienes lobos bien entrenados.

    —Son de mis mayores orgullos —respondió, soberbio, y caminó hasta volver a situarse tras la silla de hierro—. ¿Y bien? ¿Te gustaría seguir jugando con tu regalo o fue suficiente?

    No se lo veía afectado en lo más mínimo, a él ni a ninguno de ellos, y por un instante genuinamente los resentí. Poseían una fortaleza que a mí muchas veces me abandonaba y, lo quisiera o no, al final del día siempre lo consideraba una debilidad. Una falla. Por favor, el rubio siquiera se había agitado.

    Parecían monstruos.

    —¿Quieres que lo rompa, acaso? —repliqué, algo brusca, y bajé la mirada a la hiena—. No me gusta romper cosas.

    Puede que lo fueran de verdad.

    Kou se encogió de hombros, indiferente, y le hizo una seña a los demás para que se retiraran. La chica había pasado bastante desapercibida a excepción de cuando me mandó a callar, tras ella desfilaron el rubio, luego el moreno, hasta que finalmente estuvimos solos. La puerta se oyó pesada y emitió un leve chirrido.

    —Esa es la diferencia entre tú y yo —indicó Kou, tranquilo, y empezó a trazar la mandíbula de la hiena con la yema de los dedos—. Lo roto, el desperdicio, la basura. Intentar arreglarlo no tiene sentido. Cuando ya no sirve, simplemente hay que botarlo.

    Comprendí sus palabras, Kakeru también y, aún así, ambos nos quedamos allí. En silencio.

    —No quita que sea una pena, claro —prosiguió, absorto en sus movimientos—. Pero las decisiones difíciles son las que nos moldean como personas. Mientras antes uno lo entienda, antes sabrá enfrentar al mundo.

    Era extraño ver a Shinomiya tan parlanchín, siendo que con las serpientes había tendido a mantenerse al margen. Me daba la pauta de sus preferencias, sus zonas de confort y espacios seguros, y podía entenderlo porque, otra vez: el castillo de acero. Kou tenía poder entre estas cuatro paredes, un poder inmenso.

    Que me había permitido saborear.

    —Muy bien. —Le quitó las manos de encima a Tomoya, se las limpió en la ropa y nos sonrió, suave—. Aquí terminamos, entonces. Vamos afuera, que los muchachos nos están esperando.

    Me tomó un par de segundos despegar la vista de Tomoya. Respiraba, claro, y seguía consciente, pero no había encontrado fuerzas para moverse un centímetro. Lo miré, lo miré y lo miré, en un intento fútil por recibir la confirmación que, al parecer, aún deseaba. Pero no tuvo sentido alguno.

    —Anna, ya vámonos.

    La voz de Kakeru se asemejó a un consuelo y le sonreí, lo hice porque de un momento al otro me creí a punto de llorar. Cuando me di la vuelta, Dios, lo supe. Supe que sería la última vez que vería a la hiena, que a partir de ese instante se activaba su cuenta regresiva. También supe que él lo sabía. Kou lo había dicho.

    Se había convertido en un desperdicio.

    Mi sombra se recortó sobre la luz amarillenta hasta que la puerta se abrió, chirrió y nos envolvió la oscuridad. Una venda apareció en mis ojos casi al instante y, sobre ese lienzo negro, se dibujaron una y otra vez cualquier cantidad de imágenes. Fogonazos azules, el espesor del alquitrán, manos pálidas y los pies de la hiena despegándose del suelo. Vi, también, a mi monstruo de cuello torcido, ese que velaba por mí durante cada ataque de asma. Vi muchísimas cosas y sabía que era temporal, pero no pude evitar la tristeza. Daba igual que la hiena fuera un hijo de puta.

    Se había convertido en un cadáver vivo.

    Y era la primera vez que me topaba con uno.

     
    Última edición: 26 Marzo 2022
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Escritora
    Título:
    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    40
     
    Palabras:
    2936
    N/A: belu, vas a seguir escribiendo fics desde el pov de un npc y hasta le vas a adjudicar una pseudocarta?

    por supuestísimo, mi pana.

    Hacía más de un año probably que quería empezar a profundizar en esta relación y en su pasado, mostly en sus principios, y mientras escuchaba una playlist hermosa de dark academia y, dunno why, me acordé de una canción de FINNEAS, pillé la inspiración para aventarme a hacerlo y desde el pov de Kakeru porque quiero y porque puedo.

    pd: es canon ofc





    .

    i lost a friend
    like keys in a sofa, like a wallet in the backseat
    like ice in the summer heat

    i lost a friend
    like sleep on a red-eye, like money on a bad bet
    like time worrying about every bad thing
    that hasn't happened yet


    .

    .



    | Kakeru Fujiwara |

    .

    .

    Mi botellín chocó contra el de Hayato y nos hundimos, si es que era posible, aún más en el sofá. Estaban echando uno de estos programas de supervivencia en la selva sobre los cuales podíamos clavarnos horas debatiendo si eran reales o los montaban de antemano. Los argumentos de mi hermano quizá carecieran de sustento, pero tenía esta forma de exponerlos tan fresca y elocuente que muchas veces acababa dudando hasta de mis propias convicciones. No que alguno de los dos tuviera evidencia empírica, pero para la gracia y para matar el tiempo nos servía. Lo que más nos hacía ruido siempre eran los tipos de las cámaras. ¿Cómo podía ser un programa de supervivencia si había alguien filmándolos todo el rato? ¿Acaso el pobre camarógrafo también tenía que vivir a base de fruta y pescado crudo durante dos meses? ¿Y también estrujaría la mierda de elefante para sacarle agua?

    ¿Le pagarían suficiente?

    Eran esos instantes de normalidad los que empuñaban el pincel y trazaban las finas líneas del espejismo. Acababan siendo pinturas realmente buenas, de esas a las que regresas una y otra vez en busca de nuevos detalles, de matices inadvertidos y significados diferentes. Las que estaban ahí para ti cuando el mundo se iba a negro y cada persona, cada mueble y cada coche se convertía en un rayón vicioso. Se disfrazaban de aire, de salvavidas y asistencia pero ¿no eran el peor villano de la historia? ¿No eran las culpables de alimentar los sueños difusos sobre luz y esperanza? Te rodeaban, danzaban y susurraban a tu oído. Era hermoso, era dulce. Era odioso.

    Era un canto de sirenas.

    Y aún así, nunca nos alejábamos lo suficiente.

    ¿De qué valían los recuerdos? ¿Cuál era el sentido que encontraba sobre el gradiente de un atardecer, el olor de la lluvia fresca o la voz de mi hermano indignado con Discovery Channel? Retumbaba, revolvía, reincidía. Estaba, también, la silueta encorvada de un niño encerrado en el baño de varones. Castaño, de ojos miel enrojecidos. Uno que ya no podía con su vida y al cual, en mi puto y eterno complejo de héroe, pretendí salvar.

    —¿Ves? Esa pared se supone que la escale solo —argumentó Hayato, señalando la tele con el botellín de cerveza; era de tarde y la luz del sol bañaba la sala con un halo cálido, detenido en el tiempo—, ¿pero cómo se las arreglaría después el camarógrafo para hacer lo mismo sin ayuda? Claramente interactúan.

    Pero las cosas nunca me salieron como quise que fueran.

    —A ver, supongo que los acompaña un helicóptero o así, pero que sólo asiste al camarógrafo.

    Y lo perdí.

    —Ah, sí, ¿vas a estar abriéndole la tripa a un animal muerto mientras la producción se hace una carne con papas a diez metros de distancia?

    O quizá nunca lo tuve.

    —Bueno, hombre, qué sé yo. Para algo les pagan, ¿no?

    Quién sabe.

    —Y además, ¿un helicóptero? ¿No se escucharía en las grabaciones? Hacen un ruido infernal esas mierdas.

    Siempre acabábamos discutiendo como si el otro tuviera forma de saber más que nosotros, al final no llegábamos a ninguna parte y nos levantábamos a buscar más cerveza. Para la segunda ronda me tocó a mí, Hayato me palmeó la pierna y eché la cabeza hacia atrás, bufando, antes de incorporarme casi a rastras. Mamá estaba en el trabajo y papá, supuestamente, regresaba la semana entrante. La verdad, prefería tener a Hayato conmigo antes que a él. Quizá pudiera argumentar que los dos me habían abandonado a su manera, pero con el tiempo uno intentó parchar los hilos rotos y el otro no. Y en esa entrega, en esa voluntad a veces exasperante, era donde había aprendido a depositar el verdadero valor de las cosas.

    Atravesé la sala prácticamente arrastrando los calcetines por el piso de madera, que crujió, sonó hueco y bajo la luz del sol lucía ciertamente cálido. La cocina estaba bastante más en penumbras, me agaché para revisar la nevera y en el segundo estante, a la izquierda, junto a algunas botellas de sake y bandejas de pescado crudo, había tres onigiris empaquetados. Eran de la tienda de conveniencia donde los compraba desde que había empezado la escuela, cuando era un crío al cual no le preparaban el almuerzo en un bento. Eran los que había comido durante años y años, rodeado de amistades superficiales y heridas invisibles. Parpadeé, presionando los dedos en el borde de la puerta, y volví a parpadear. Los colores vivos de un espejismo se decantaron sobre mí, me avasallaron con la intensidad de un cauce furioso y el rugido del agua me embotó los sentidos. Eran, precisamente, los onigiris que ya no soportaba comprar.

    Porque eran los que había compartido con él.

    Ahí, sentados en el piso del baño.

    ¿Qué habíamos tenido? ¿Once, doce años? Íbamos en primer año de la escuela media, a pocos meses de comenzar las clases. Nunca había atravesado dificultades para adaptarme a mis compañeros de curso, de hecho siempre acababa haciendo amigos y ni siquiera sentía que le pusiera esfuerzo. Quizás a la gente siempre le agradó, incluso desde pequeña, rodearse de aduladores y complacientes. De personas que no los cuestionaran, ni a ellos ni su autoridad, y yo siempre estuve bien desempeñando mi pequeño papel. ¿Cuál había sido mi clase? La 1-3, ¿no?

    Él iba a la 1-1.

    Era un día como absolutamente cualquier otro, sólo que me entraron ganas y decidí hacer una parada en mi camino al patio. Llevaba los onigiris empaquetados bajo el brazo y el uniforme de verano se me pegaba un poco al cuerpo. Pensé, de hecho, que hacía un calor endemoniado dentro de ese baño y no entendía muy bien por qué. Entendí aún menos la razón de que hubiera un muchacho allí, sentado en el piso, prácticamente debajo de un lavabo. Se sorprendió al verme, como si hubiera asumido que ya todos estaban afuera, almorzando con sus amigos. Lo primero que noté fueron sus ojos, que parecían lastimados. Pensé que se los habría lastimado, pero no.

    Sólo había estado llorando.

    Al principio no supe bien qué hacer, dejé los onigiris encima de un lavabo y me zambullí dentro de un cubículo. Me dio mucha vergüenza saber que estaba ahí y que iba a oírme, pero no pude aguantar las ganas y, deseando que la tierra me tragara, me bajé los pantalones. Había un silencio sepulcral encima, joder. Nunca la pasé tan mal meando.

    Ni siquiera parecía que el niño respirara.

    Recuerdo haber hecho todo con movimientos lentos, estirando lo más posible mi inevitable salida del cubículo. El rugido del agua corriendo quedó tras mi espalda, abrí la puerta y le eché mi entera concentración a lavarme las manos. Aún así, era mortalmente consciente de su presencia a dos lavabos de distancia. Medio repasé en mi mente la imagen suya que me había encontrado al principio y le eché un vistazo a mis onigiris, sintiendo un pinchazo de culpa. Al final cedí y bajé la mirada a él, precavido.

    Suponía que siempre había sido un tipo de idiota similar.

    —¿Y tu almuerzo?

    —¿Huh?

    Su respuesta fue casi automática, se me asemejó a un balbuceo entre molesto y avergonzado y yo fruncí levemente el ceño, señalándolo.

    —Que si trajiste comida. O dinero para comprar comida.

    Él reflejó mi expresión, en su momento lo sentí como hostilidad pero en verdad sólo intentaba protegerse a sí mismo. Era un animal asustado y herido, de esos que ya no esperan la aparición milagrosa de un salvador.

    De aquellos quienes ya se acostumbraron al temblor.

    —Claro que tengo dinero —replicó, ofendido, aunque su rostro regordete, francamente, lucía más patético que intimidante—. ¿Quién vendría a la escuela sin dinero?

    Quizá por eso se metían tanto con él.

    —Yo a veces vengo sin dinero. —Hundí las manos en los bolsillos y pillé la tela para mostrarle que estaban totalmente vacíos, aunque algún que otro pedacito de papel se cayó al suelo—. No me parece tan extraño.

    —Pues sí lo es —insistió, y pese a su semblante tan contraído, lo cierto es que recogió un poco más las piernas contra su pecho—. Así que eres tú el raro.

    —¿Yo soy el-? —me mordí la lengua a medio camino y solté el aire por la nariz, molesto, antes de empuñar las manos a cada lado de mi cuerpo—. ¡Yo no soy el raro! Eres tú quien está solo en el baño, que encima, ¿no tienes calor? Yo me estoy muriendo de calor.

    Él también bufó como un toro cabreado, ya de paso, y le tomó un par de segundos masticar el orgullo para responderme.

    —Estoy bien aquí —aseveró en un tono muy poco convincente y me vio poner los brazos en taza—. ¡En serio!

    —Pues no te creo.

    —Pues no me creas.

    —Bien.

    —Bien.

    Éramos unos críos, de verdad. ¿Por qué coño insistía tanto en discutir con él si, desde ya, había insistido en ayudarlo? Por la misma razón y con el mismo fundamento gracias al cual, cinco segundos después, relajé el cuerpo, agarré los onigiris y me acomodé a su lado. Me miró como si fuera un puto alienígena o algo, yo lo ignoré y le quité el film plástico a la comida.

    Porque era el mismo imbécil que, años después, recogió a Anna de una cancha de baloncesto vieja.

    —Son muy ricos —le aseguré, notando la absoluta desconfianza en su cara—. Los hace la señora de la tienda cerca de casa, siempre se los compro a ella.

    Me siguió mirando feo, pero le di un buen mordisco al mío y eventualmente agarró el suyo.

    —¿Siempre comes lo mismo? —indagó, observando al pobre onigiri desde todos los ángulos. Yo asentí porque tenía la boca llena—. Qué aburrido.

    Fruncí el ceño al escucharlo, bufando por la nariz, y volteé el rostro en su dirección.

    —¡Deja de ser tan grosero! —lo regañé, él desvió la mirada y las mejillas se le colorearon—. He decidido compartir mi almuerzo contigo, que de por sí no es la gran cosa y probablemente me quede con hambre, ¡así que cierra el pico y come!

    La verdad, el pobre imbécil tenía el cartón lleno para convertirse en el blanco de las burlas si acababa en una clase con un líder fuerte y negativo. No sólo estaba algo obeso, sino que era rápido para responder de forma desagradable pero también se avergonzaba y la cara se le ponía como un tomate. Era un puto desastre, en resumidas cuentas, y la escuela media se le había traducido en un pequeño gran infierno.

    El caso fue que mi regaño funcionó. Rumió un par de segundos, pero al final desistió y se llevó el onigiri a la boca. Yo asentí, satisfecho, y le di otro buen mordisco al mío.

    —Está bueno, ¿verdad? —insistí, contento, y él me miró de soslayo—. ¿O no que el relleno es super rico? ¡A mí me encanta!

    Tragó el primer bocado luego de lo que pareció una eternidad y le dio vueltas al onigiri entre sus manos, pensativo.

    —Está bien —cedió, y a mí no me pareció suficiente.

    —¿Cómo que “está bien”? ¡No “están bien”! ¡Son super ricos!

    Mi intensidad volvió a contraerle el semblante, aunque no sonó tan hostil como antes, solo… monótono.

    —Están bien —repitió, buscando mis ojos—. En casa los hacen mejores, pero estos están bien.

    Si acaso mordí el onigiri con aún más ganas, pretendiendo demostrarle lo mucho que me gustaba y cuánto él se equivocaba, pero así como las discusiones con Hayato sobre los programas de supervivencia… bueno, era inútil.

    —¿Qué? ¿En tu casa tienes un chef cinco estrellas?

    Para la gracia, los restaurantes se calificaban con tres, no cinco estrellas. Pero de crío no lo sabía y él tampoco.

    —Hay un chef, sí.

    —¿En serio? —repliqué, sorprendido, y él asintió mientras masticaba otro poquito de arroz—. ¿Tienes un chef en tu casa? ¿Por qué?

    Se encogió de hombros y aguardó a tragar antes de responder.

    —¿Porque nadie más quiere cocinar? —argumentó, aunque no lo noté plenamente convencido y agregó—: Como cuando le pagas a un parquero para que arregle el jardín.

    —También tienes parquero, imagino, ¿algo más? ¿Mucamas? ¿Mayordomo?

    Lo estaba molestando, pero él asintió y asintió y me quedé pasmado.

    —¿Chofer? ¿Agentes secretos? —Y asintió y, tras pensarlo un momento, volvió a asentir—. ¿Pero eres un príncipe o algo? ¿De qué trabaja tu papá?

    —En una empresa.

    —¿Empresa de?

    Al parecer fueron demasiadas preguntas, puesto que frunció el ceño y me miró feo. Si acaso con los años, la paciencia y los tumbos aprendió a suavizar su expresión, endulzar la voz y atarse firmemente la máscara encima del rostro, al punto que dejé de reconocerlo.

    —¿Y tú? —replicó, masticando, y me señaló con la barbilla—. ¿De qué trabaja tu papá?

    La pregunta me agobió un poco, y es que nunca nadie preguntaba. Nunca nadie reparaba en la vida del niño amable que se limitaba a sonreír y asentir, y estaba bien así. Lo prefería así. No me apetecía pensar en él, o en mamá, o en los bentos llenos de comida casera que veía a mi alrededor todos los días.

    —Es carnicero —reconocí, algo avergonzado, y él me prestó mejor atención—. A veces trabaja en un frigorífico también.

    Pensé que iba a burlarse de mí o soltar algún comentario hiriente, pero sólo me observó un par de segundos y le dio un buen mordisco al onigiri. Quizás haya sido ese el momento donde decidió, a partir de entonces, sacar su bento de la mochila; ese que le preparaban en casa y que él, hasta la fecha, había vaciado en los cubos de basura del baño todos los días. Porque se burlaban de su peso, de sus mejillas regordetas y sus piernas feas. Porque había empezado a encerrarse en un cubículo para almorzar, pero el calor era tal que le daban náuseas y decidió que lo mejor sería pasar hambre. Quién sabe, así quizás adelgazaba y todo.

    Aunque luego llegara a casa, se diera atracones y acabara llorando del dolor de estómago.

    —A todo esto —agregué tras un par de minutos de silencio que, con los años me di cuenta, no fueron incómodos en absoluto—, ¿cómo te llamas?

    A la próxima semana volví a encontrarlo en el mismo baño, bajo el mismo lavabo, aunque esta vez había un bento de lo más elegante a su lado. Apenas me vio, apenas reparó en mis onigiris, frunció el ceño y me mandó a acercarme. “Ya deja de comer esas cosas”, me dijo.

    —Kou, ¿y tú?

    Toma, ten el mío.

    Vas a ver que es mucho más rico.

    —Kakeru. —Le sonreí, entusiasmado, y me sentí increíblemente bien conmigo mismo—. ¡Un gusto, Kou!

    No sé por qué me dio su nombre y no su apellido, porque fue oírme y que el rostro le hiciera combustión, pero no me lo cuestioné demasiado. Con el tiempo se lo adjudiqué a un acto fallido, a uno de los muchos errores que Kou cometió hasta enderezarse, venderse y negarse a sí mismo. Lo vi crecer, aprender a sonreír, lo vi convertir sus propios espejismos en imágenes vivas, reales. Creí haberlo salvado.

    Pero sólo lo condené.

    Hayato apareció junto a mí de repente, la intromisión me sobresaltó y su risotada se coló entre los recuerdos que comenzaban a alejarse.

    —¿Qué pasa, hombre? ¿Te asusté?

    Se estiró junto a mí, sacó unas frituras de arriba y reactivé mis sistemas, pillando la cerveza.

    —¿Por qué no me lo pediste? —encuesté—. Si ya estaba aquí.

    Mi hermano me miró y volvió a reírse, regresando hacia el sofá. Se encogió de hombros.

    —Ni idea.

    A veces era raro, pero tampoco lo cuestionaba. Además creía plenamente que Hayato había nacido de otra costilla, con otra sangre, que sus ojos veían un mundo diferente al mío y gracias a ello era quien era. El Krait de Shinjuku, ni más ni menos. Contuve un suspiro y observé su espalda hasta que se desplomó en el sofá. Me dispuse a seguirlo, la luz del sol me cegó momentáneamente y así estuviera mejorando, así el temblor me hubiera dado tregua, aún dolía. A veces, de un momento al otro y porque sí, dolía demasiado.

    Él, Kou, Anna. Todos vivían en mundos diferentes al mío, ¿verdad?

    Todos pertenecían a mis espejismos.

    A lugares que jamás, jamás alcanzaría.
     
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    Gigi Blanche

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    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
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    N/A: i missed my sad boy so, so much. No tengo idea de dónde surgió el impulso para escribir esto, estaba escuchando una versión orquestal de Family, de Badflower, and it just happened. La canción que usé para el fic es una que llevo años asociando con Joey y su historia, pero por alguna razón nunca fui capaz de plasmarla. Hasta ahora. Woah, im really feeling a lot of things right now, hang on a sec.

    Desde que creé a Joey, todo ha sido un auténtico viaje. Él y Kou son los personajes con los que más contrariada me siento constantemente, a los que odio y amo a partes iguales, y los adoro por eso. Narrar desde sus ojos me gusta, y me gusta mucho, porque son extremadamente grises. Porque hacen muchas cosas mal, sienten mucho odio y también, de una u otra forma, siguen siendo niños perdidos.

    También es un momento importante para mí y para Joey porque finalmente le asigno una pseudocarta. Puede resultar sumamente irónica si pensamos en el Joey actual del rol y todo el daño que causa a consciencia, pero... no puede ser otra. Lo pensé y la palabra acudió a mí al instante. Fue un disparo al corazón.

    Él es eso, un guardián. Sólo necesita reconocerlo en sí mismo.

    Bueno ME VOY antes de que empiece a lloriquear otra vez. Esto es canon en el background de Joey, por supuesto.





    .
    .


    i once knew your father well
    he fought tears as he spoke of your mother's health
    i guess a part of him just couldn't return
    forgiveness is a lesson he cursed you to learn


    .

    no, i don't expect you to understand
    just live what little life your broken heart can


    .

    you'll always remember the moment God took her away
    for the weight of the world was placed on your shoulders that day


    .

    no one expects you to understand
    just live what little life your mended heart can


    .

    .



    The Guardian

    .

    | Joey Wickham |

    .
    .
    .

    Esa mañana, Matty no podía parar de llorar. Lo recuerdo perfectamente de rodillas frente a su cama, sobre el suelo de madera, los codos hundidos en el colchón y la mata de cabello castaño, apenas más claro que el mío, desparramada justo al centro de sus brazos. Sus manos no se aferraban a nada concreto, simplemente colgaban en peso muerto sobre su cabeza, con las muñecas dobladas y los dedos mezclándose entre los mechones chocolate. Lucía abatido, como si doliera demasiado, incluso para siquiera pensar en ponerse de pie. Algo tan simple de repente se convertía en una hazaña. Comer, ducharse, ser capaces de dormir y de salir de la cama al otro día.

    Todo se había convertido en una hazaña.

    No sé cuánto tiempo me quedé de pie bajo el umbral de la puerta de su habitación, un pie dentro, el otro en el pasillo. Las lámparas ancladas a la pared emitían una luz suave que recortaban mi silueta, oscura y alargada, y alcanzaban apenas a acariciar las suelas de sus zapatos. Ambos éramos pequeños, yo incluso más que él, pero quizá fue esa imagen la que invirtió los roles definitivamente y para siempre. Quizá fue la talla tan minúscula de sus zapatitos marrones, su espalda diminuta contraída con reiterados espasmos y las manos de duendecillo pendiendo sobre su cabeza en peso muerto. La idea apareció así tal cual en mi mente, pude incluso ver las palabras frente a mis ojos y arrugué el gesto, esforzándome para no llorar. Porque Matty ya lo estaba haciendo y no había espacio para las lágrimas de ambos. No podía haberlo.

    Peso muerto, decía.

    Muerto.

    —Matty —lo llamé, en un murmullo que estuvo a nada de perderse en él mismo—. Ya tenemos que irnos.

    Fue sutil, pero los espasmos amainaron. Seguí aguardando, estoico, en silencio, hasta que su llanto se convirtió en sollozos débiles y lo interpreté como una señal para intervenir. Avancé hasta él, me agaché a su lado y gentilmente busqué sus hombros para poder verlo. Estaba hecho un desastre, con el cabello húmedo pegado al rostro y los ojos hinchados, enrojecidos. Arrastré el pelo hacia atrás con ambas manos, luego empuñé la camisa blanca que llevaba puesta y, con todo el cuidado del mundo, empecé a secarle las mejillas. Él no dijo nada, no se movió. Tampoco me miró.

    Debía estar avergonzado.

    —Va, va —susurré, conciliador, y una sonrisa brotó de mi pecho sin llegar a razonarla del todo—. Sé que cuesta, pero tenemos que esforzarnos. Al menos por hoy.

    La escalera de madera comenzó a crujir bajo el peso de papá, lo escuché con suma claridad hasta que el crujido se convirtió en el eco del pasillo y se detuvo en el preciso lugar que había estado ocupando yo. Su silueta tapó las luces prácticamente en su totalidad, y al voltear hacia él, el halo me impidió discernir sus facciones al detalle. Lo sentí en alguna parte del cuerpo, de alguna forma incomprensible. Funcionó como un presagio.

    Del hombre en el cual se convertiría.

    —¿Están listos? —inquirió.

    Su tono era monótono, retraído. Lo que debería habernos alcanzado como una caricia tibia no fue más que un soplo de viento seco. Matty seguía bajo mis manos y su cuerpo se tensó ligeramente; al principio pensé que era la inevitabilidad de todo esto, la puta responsabilidad de tener que aparecerse en el funeral de quien sólo quieres llorar en silencio, pero quizás había algo más. Algo que yo aún era incapaz de ver. Matty siempre había sido un muchacho sensible, siempre había conectado mejor con mamá.

    Ahora y sin ella, ¿qué sería de nosotros?

    ¿Con qué pegamento íbamos a adherirnos?

    No asentí hasta que Matty lo hizo primero, no planeaba presionarlo más de lo que ya toda la situación lo hacía. Los pies de papá se removieron, dubitativos, tras recibir ambas afirmativas, pero al final acabó por girar los talones de regreso a las escaleras.

    —Muy bien, vamos —dijo desde allá.

    Se sentía lejano, sumamente lejano, y Matty liberó un último sollozo antes de tomar mucho aire e incorporarse. La sombra de papá desapareció del interior de la recámara, volvió a convertirse en el eco de sus pisadas, el crujido de la madera después, y me aferré a la mano de mi hermano.

    —Hagámoslo por ella, Matty —murmuré, intentando conferirnos ánimo, y él asintió quedo. Di el primer paso y simplemente me siguió—. Mamá… se lo merece, ¿verdad? Hagámoslo por ella.

    Mi voz había estado a medio pelo de desmoronarse cuando la nombré, pues la había pensado hasta el cansancio pero era la primera vez en mucho tiempo que la oía propiamente de mi boca. Me di cuenta que era una palabra hermosa, que adoraba decirla y ahora ya no tendría a nadie para llamar así. Nadie acudiría a mi encuentro si no hallaba las tijeras, o quería saber qué íbamos a cenar, o se me atascaba la cremallera de la mochila. Podría repetirlo hasta dañarme la garganta y daría igual.

    Mamá no iba a venir.

    Pero tuve que detenerlo en seco, aquel tren de pensamientos, tuve que echarle una correa encima y presionar hasta reventarle los huesos. Si en el desastre se fue mi corazón en banda, no lo supe hasta muchos años después. No tuve espacio para lamentarme demasiado, para llorar demasiado ni compadecerme.

    El funeral pasó y fue el último hito antes de atascarnos en una meseta.

    Empezó en las cosas sencillas. Mi despertador sonaba y, cuando cruzaba el pasillo para ir al baño, por la puerta entreabierta veía que papá seguía durmiendo. Me daba pena despertarlo, así que bajaba a la cocina y me preparaba el desayuno. Las aves piaban fuera de la ventana y por ella se colaba una luz sumamente cálida, pero el silencio me presionaba el cuerpo como paredes de hielo. Aguardaba, aguardaba y aguardaba, sentado en mi lugar designado de la mesa redonda, hasta oír sonidos de arriba. Aguardaba y paseaba la mirada por las sillas vacías, aguardaba y jalaba aún más de la correa para no deshacerme en cientos de pedazos. Aguardaba y recogía los pies, hasta tocar el suelo sólo con la punta de los calcetines y hundir la cabeza entre mis hombros.

    Lo cierto es que aguardé muchas mañanas hasta que dejé de hacerlo.

    Y cuando papá recuperó su rutina habitual, tampoco fue la gran cosa.

    Dejó de esperarnos para desayunar, a veces bajaba y él ya estaba ahí, bebiendo un té. “El agua sigue caliente”, me decía, y para cuando me sentaba a la mesa, se incorporaba y alistaba para salir a trabajar. Papá nunca había sido del tipo sentimental, a duras penas recordaba alguna ocasión donde nos hubiera abrazado o revuelto el cabello. Ahora, con el corazón endurecido para no romperse, al principio quise entenderlo. Era un niño que no llegaba a los diez años y quería entender que mi papá no me ofreciera sus brazos para llorar, vete a saber si por él o por mí. Fuera cual fuera, su pecho era de piedra, al mío le había ceñido una correa y no tardamos en chocar.

    Matty siempre fue la gran víctima de toda esta mierda.

    Desayunar solo me daba lo mismo, podía soportarlo. Podía preparar dos té, dos platos de galletas y subir todo en una bandeja al piso de arriba. Podía sentarme en la cama de Matty, depositar el desayuno entre ambos y sonreírle con la calidez del sol, para entibiar su corazón y parchar sus heridas. Era el único que aún llevaba el pecho abierto de lado a lado, era el único que no sabía cómo vendarlo y para eso estaba yo. Para eso podía soportar bajar a la cocina y encontrarme al viejo leyendo el periódico.

    Aunque, a decir verdad, cada mañana se fue haciendo más y más detestable.

    Le dediqué la vida entera a mi hermano, fue un vuelco que siquiera razoné ni me cuestioné. Llegué a brindarle tanta atención que, en cierto punto, se deformó en un peso sobre sus hombros; otro más, quería decir. Todos cargábamos culpas y remordimientos, era una verdad que me tomó muchos años ser capaz de asimilar, y Matty no estaba libre de ello. La vulnerabilidad también podía convertirse en pecado.

    Y su pecho expuesto le avergonzaba al punto de lo absurdo.

    Fue una tarde que llegó a casa y nos encontró a papá y a mí discutiendo, varios años después. No era una postal extraña, pero siempre había intentado moderarme cuando él estaba en la casa; no contaba con que llegaría antes de la escuela. El desastre había empezado cuando encontré sin querer el boleto de avión a Japón y, sumamente confundido, le pregunté al respecto. No nos llevábamos bien, para qué mentir, nos habíamos convertido en todo aquello que detestábamos de nosotros mismos y verlo reflejado en el otro era lisa y llanamente insoportable. Para cuando Matty llegó, el viejo ya había soltado la sopa de que planeaba mudarnos al culo del mundo. Sin decirnos una jodida mierda.

    —¿Es que estás mal de la puta cabeza? —bramé, furioso, presionando la punta del índice contra mi cabello repetidas veces—. ¿Cómo se te ocurre hacer algo así sin consultarnos primero? ¿Quién mierda te crees que eres?

    —¡No tienes ningún derecho de hablarme así, mocoso engreído! —Papá azotó la palma de su mano contra la mesa y toda la madera vibró; mi cuerpo siquiera se tensó—. Y no pienso discutir con un niño irrespetuoso. ¿Quién me creo? ¡¿Quién te crees tú para hablarle así a tu propio padre?!

    —¡Voy a hablarte como me dé la puta gana porque eres un jodido desastre! —grité, fuera de mí mismo—. ¡Y no puedes hacernos esto, mierda! ¡No puedes!

    El cuerpo entero me hervía con una ira asoladora; tan fuerte, tan ciega, que no le dejaba espacio a otra cosa. Era la misma clase de furia que el viejo era capaz de sentir. Queríamos destruirnos, queríamos arruinarnos y aplastar toda esta maldita energía contra nuestras manos para desalojarla de nuestros cuerpos. Picaba, ardía, dolía, y no sabíamos canalizarla.

    Sólo escupirla.

    —Sí puedo —sentenció, respirando pesado, y todo su aspecto me asqueó; la barriga prominente, la barba desprolija y el rostro enrojecido. Me señaló con una de sus manos gigantes—. Puedo y voy a hacerlo, ¡porque ningún mocoso desagradecido me dirá qué decisiones tomar!

    —¡Vete a la mierda! —grité, sin poder pensar en nada—. ¡Vete a la puta mierda!

    —¡Silencio, Joseph!

    —¡Eres un viejo patético! ¡Me das lástima!

    —¡Te dije que te calles!

    —¡Ya basta!

    La tercera voz fue una suerte de flecha de agua colándose en medio del incendio, abriendo una brecha y permitiéndonos ver más allá de las columnas de fuego. No sabía cuánto tiempo llevaba Matty junto a la escalera ni en qué momento papá se me había venido encima, pero inhalé y su olor me inundó las fosas nasales. Fue nauseabundo.

    —Ya basta —repitió en un sollozo, las lágrimas le bañaban el rostro y su cuerpo no conseguía manejar los espasmos—. Por favor, dejen de pelear. Por favor…

    La ausencia de los gritos le abrió paso a un silencio aplastante, uno sobre el cual sólo se replicaba el llanto de Matty, su respiración errática, y observé a papá de reojo. Ambos habíamos retrocedido lo suficiente para no seguir aplastándonos contra el otro, pero lo miré y en mis ojos debió encontrar algo lo suficientemente insoportable como para retirarse sin más. Dejó a su hijo ahí, deshecho en lágrimas y con las rodillas temblorosas, y Matty no lo llamó. Pese a cuánto hubiera deseado hacerlo, no lo llamó. Papá tampoco regresó hasta entrada la noche.

    Pese a cuánto hubiera deseado hacerlo.

    Pensé que bastaría con que la correa hiciera su trabajo para frenar el incendio, acercarme a Matty y abrazarlo. De veras lo creí, siempre había funcionado así. Mi cuerpo entero se petrificó cuando el chico me detuvo y una cuota de genuino resentimiento le ensució la voz.

    —No —declaró, firme, cortante, sin mirarme. Fue todo lo que dijo.

    Y fue más que suficiente.

    Desapareció escaleras arriba y me quedé allí, a medio camino entre la sala y la cocina, sin saber qué hacer, qué sentir o qué pensar. ¿Había… fallado? ¿Me estaba equivocando? Pese a cuánto me había esforzado, ¿no estaba haciendo lo correcto? ¿No había logrado protegerlo?

    Puede que en ese momento, por fin, la correa se hubiera convertido en auténticos cables de acero, y los cables chirriaron y me estrujaron el corazón hasta prácticamente estallarlo dentro de mi pecho. Llevé allí mi mano, aún de pie bajo la arcada de madera, la presioné contra mis costillas y me di cuenta que dolía.

    Lo siento.

    Dolía un montón.

    Estoy estropeándolo todo, ¿verdad?
    E incluso ese día, no fui capaz de llorar.

    No sé cómo hacerlo sin ti.
    Ni ese, ni todos los que le siguieron.

    No sé mantenernos en pie.

    Volteé hacia las ventanas, detallé el horizonte anaranjado y salí por el lado contrario, al jardín de amarantos. Las flores colgaban por doquier, eran de un rosa oscuro bajo el cielo ennegrecido y busqué las primeras estrellas. Sentía tantas cosas que ya no distinguía ninguna en absoluto, inhalé hondo y el aroma a tierra húmeda emergió del césped cristalizado con rocío. Una palabra brotó de mis labios. Sólo una.

    Mom.

    Mientras tanto, más y más estrellas fueron apareciendo sobre la oscuridad.
     
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  10. Threadmarks: XXV. The Fortitude | but she's not there
     
    Gigi Blanche

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    N/A: técnicamente tendría que haberme esperado al martes para aventar esto, pero ya lo tenía hecho y empezado desde hace como dos semanas y supuse que el asunto ya está done so fuck it, no me importa nada. Para sorpresa de nadie, una continuación de este arco donde desgracié a Sasha como si me pagaran por hacerlo. god bless la rolita

    gracias a Gabi y Neki por leerme siempre <3 *las achucha*

    This is canon para la tarde del día corriente, miércoles 20 de mayo.





    .
    .


    but it's too late to say you're sorry
    how would i know? why should i care?


    .

    let me tell you 'bout the way she looked
    the way she acts and the colour of her hair
    her voice was soft and cool
    her eyes were clear and bright

    but she's not there


    .

    .



    | Sasha Pierce |

    .

    .

    .

    Regresar a clases habría sido un suicidio o una declaración de guerra, ya no tenía idea y preferí no averiguarlo, así que me quedé resguardada dentro de mí misma. A la tormenta le siguió una quietud inmensa, fue una claridad de pensamiento que de a ratos me tranquilizaba, de a ratos me hacía preguntarme si me habían dejado algo. Si no se lo habían llevado todo. Me permitió poner algunas piezas en orden, también, al menos las pocas que encontré, y armar una checklist. ¿Qué me quedaba para hoy? Ir al café, comprar para la cena, averiguar el precio de los tendederos de ropa; el nuestro se había roto. ¿Algo más? No.

    Muy bien.

    Eran casi las tres de la tarde cuando abandoné el club de fotografía. Me había incorporado, abotonado mi camisa, recogido el lazo del suelo. La tinta aún me quemaba en la piel y avancé por los pasillos vacíos, sin despegar la vista del camino y con la barbilla en alto. Quizás acabara de romperme en cientos de pedazos, quizás aún no encontrara la gran mayoría de ellos, pero eso era mi problema. Nadie debía saberlo; en especial cuando podía sentir cada trazo replegándose en sí mismo, como la aguja de un tatuaje que no planeaba detenerse. Una y otra, y otra, y otra vez. Rayaba, marcaba, perforaba. Sólo era tinta.

    —¿Taki? ¿Hay chance de adelantar la reunión? —hablé al móvil, cambiándome los zapatos en los casilleros—. Sí, salí antes de la escuela.

    Y si me descuidaba, acabaría ahogándome en ella.

    Afuera la lluvia había amainado y ahora sólo soplaba una brisa bastante húmeda. Puse un pie en el patio y desaparecí en una suerte de laguna indefinida; iniciaba en las puertas de la escuela, acababa frente al café ¿y en medio? Nada. Cuando salí del agua, cuando crucé la calle y toqué el asfalto, fui dejando huellas negras a mi paso. Imaginé que esa clase de manchas hubieran quedado por todo el cuarto oscuro y sólo deseé que fueran inflamables, para chasquear los dedos y reducirlo a cenizas. No era un impulso destructivo, eran la meticulosidad y las manías de una mente estructurada. Ahí dentro se había cometido un delito, ¿verdad?

    Sólo quería eliminar la evidencia.

    Aún me sentía bastante extraña, era y no era yo. Eché un vistazo antes de entrar al establecimiento, el movimiento era el usual y mi jefe vino a mi encuentro apenas la campanilla tintineó sobre mi cabeza. El sonido consiguió hacerme parpadear y enfocar la vista en él. Sentía que quiso decir algo, que notó algo en mí, pero se limitó a voltear el rostro e indicarme en una dirección concreta. A la derecha, una de las mesas del fondo. Tres sillas, una ocupada. Hombre castaño, japonés, de traje entallado y zapatos lustrados. Me pregunté qué mierda hacía ahí.

    Por qué no me había ido directo a casa.

    El tipo pareció percibir el movimiento atípico, alzó la mirada de su móvil y por sobre el océano de gente, la laguna negra, me miró directo a los ojos. Algo en mi cuerpo chispeó, la tinta escoció y avancé sin razonarlo del todo. Las suelas de mis zapatos aún estaban pegajosas y tracé un camino oscuro hasta la dichosa mesa. Taki me siguió por detrás, en silencio. El hombre me sonrió sin demora y deslizó el brazo en un movimiento orgánico, delicado, para indicarme la silla frente a él. Obedecí. Su reacción, sin embargo, fue diametralmente opuesta cuando mi jefe pretendió imitarme. Los miré a ambos, la tensión palpitó y Taki volvió a erguirse, lanzándome una mirada extraña antes de retirarse. No fue lejos, sin embargo, se recostó en la barra y desde allí, supuse, sería capaz de captar retazos de la conversación. Mis ojos se deslizaron, precavidos, de regreso al hombre frente a mí. Había vuelto a la sonrisa afable, aquella que le rasgaba los ojos miel y hundía sus arrugas incipientes. Tendría unos… cuarenta años.

    —Pierce-san, gracias por venir.

    Su voz era bastante sedosa, aunque por debajo latía un remanente grave que se sentía mucho más natural. Parpadeé, impasible, distante, y asentí ligeramente.

    —No es nada, supuse que era importante.

    —Y sí que lo es. —Se removió, inclinándose hasta hincar los codos en la mesa, e hizo una seña más allá de mí—. ¿Qué te gustaría beber? Lo que quieras, yo invito.

    Sentí algo amargo al fondo de la garganta cuando tragué saliva y deslicé la mirada hacia la figura que bloqueaba parte de la luz. Era jodidamente extraño que Sengoku fuera a atenderme y su presencia consiguió tornarse agobiante. Sonreí, sin embargo, y me pregunté si mi estómago sería capaz de retener algo.

    —Un té con jengibre, gracias —murmuré, parpadeando ante el halo que rodeaba su rostro. Si me descuidaba, los colores se deformaban y regresaban al rojo y el negro.

    —Para mí un irish, por favor. Ah, ¿quieres comer algo, Pierce-san? Acabas de salir de la escuela, debes estar hambrienta.

    Este tipo sabía tanto sobre mí que comenzaba a incomodarme. Negué, tranquila, y Sengoku me observó brevemente antes de retirarse. No era yo imbécil ni él muy cínico que digamos. Algo le molestaba, incluso preocupaba, y tampoco lo culpaba. Quizá debería sentirme igual, pero no conseguía sentir mucho nada.

    —Muy bien. —Retomó su plena atención en mí, muy sonriente—. Vamos a ahorrarnos un poco de saliva, ¿qué sabes sobre mí?

    Puse la neurona a trabajar de puro hábito, pero no tardé nada en menear suavemente la cabeza. No me despegué de sus ojos en ningún momento. Podía resultarme inquietante no sólo que tuviera información sobre mí, sino que no encontrara reparo en hacérmelo saber, pero al mismo tiempo su presencia no era hostil ni intrusiva de ninguna forma. Como una brisa liviana, quizá.

    Que puede afilarse de un momento al otro.

    —No mucho —reconocí, esbozando una pequeña sonrisa de disculpa—. Sólo que eres un socio del dueño y querías hablar conmigo.

    —Bueno, es un comienzo, ¿no? —Noté que giró un par de centímetros la malla de su reloj mientras hablaba—. Puedes llamarme Teruaki-san si gustas, y sí, soy un socio de Hanson-san. La razón por la que quería verte… básicamente es una oferta de trabajo.

    El cuerpo volvió a chispearme, lo hizo con fuerzas renovadas y podría jurar que una especie de luz, la que fuera, regresó a mis ojos. Junto a esa energía ardió también la tinta, la punta del marcador. Los cincuenta y cinco mil yenes. La voz de Alisha acarició mis oídos y contuve el impulso de voltearme. Era imposible, racionalmente imposible. Había casi veinticinco kilómetros desde el Sakura hasta el café.

    Estaba a salvo. Lo estaba.

    —¿O sea que viniste a robarle a tu propio socio? —repliqué, en tono monótono.

    Bold, huh?

    Teruaki reflejó auténtica sorpresa, fue breve y mutó a una chispa de diversión. Sus ojos, de aquel miel tan dulce y elegante, podría jurar que se mearon de risa.

    —Puedes ponerlo así, supongo, pero para eso las personas se asocian, ¿sabes? Para alcanzar beneficios mutuos.

    —Y prestarse las cosas.

    —También —acordó, alzando las manos un poco—. Todo ganancia, ¿no?

    Asentí en un gesto vago y crucé las piernas bajo la mesa, los brazos también. No pretendía ser una señal de protección, la verdad, me había acomodado bastante a mis anchas en la silla.

    —Muy bien, ¿y cuál es exactamente la oferta de trabajo?

    —Verás, tenemos un establecimiento en Minato que se estancó un poco y estábamos viendo formas de… darle una lavada de cara. Ya sabes, unos retoques en la decoración, en la carta de tragos y en el personal. Y tú, Sasha, cumples con el perfil que estamos buscando. —Alcé las cejas, notó parte de mi incredulidad y su sonrisa se ensanchó—. Trabajarías de jueves a domingo, de hecho, el salario base es mejor que el que tienes aquí y eso que no estoy considerando las propinas. Manejamos clientelas bastante generosas, ¿sabes?

    Ya con la munición pesada, ¿eh?

    No sonaba mal, por supuesto, pero había hablado de una carta de tragos y que el horario se limitaba a los fines de semana. Había que ser imbécil para no oler la mierda. ¿Que cumplía el perfil que estaban buscando, había dicho? Joven y bonita, ¿no?

    Putos cerdos.

    —¿De qué tipo de establecimiento hablamos, entonces?

    —Una suerte de… club, con un bar y algunas actividades privadas. Nada que deba preocuparte, sin embargo, tu trabajo se limitaría a lo primero. Sería, de hecho, muy parecido al que ya desempeñas aquí.

    Sengoku interrumpió el flujo de la conversación con las bebidas. Le agradecí con una sonrisa, murmuró un leve “que lo disfruten” y me valí de su retirada para echar un vistazo encima de mi hombro. Taki seguía ahí, como una auténtica estatua o un guardia, ni idea. Era el sad asshole que me hacía la vida imposible, dudaba por completo de la pureza de sus intenciones.

    Aunque, siendo honestos, ahora mismo dudaba incluso de mi propia sombra.

    —Supongo que no se tomarían la molestia de venir hasta aquí a hablarme personalmente si mi trabajo consistiera en atender y limpiar mesas —deduje, inclinándome para ponerle una cucharada de miel a mi té. Había olvidado mencionarla, ¿cierto? Pero Sengoku aún así la trajo. Revolví suavemente y busqué sus ojos desde abajo—. ¿O me equivoco, Teruaki-san?

    Él hizo lo mismo con su café, lo acercó a su nariz, olfateó y bebió antes de regresarlo al platillo, satisfecho. Podía más o menos bocetar a los de su tipo, salían de un molde similar. Eran los hombres con poder e influencia, y de ellos se desprendía su autoridad. Habitaban los espacios como si les pertenecieran, incluso los que no, y a través de velos de amabilidad y dulzura reducían a las personas a peones, empleados y lacayos. Creían, de hecho, que te hacían un favor al tratarte con cordialidad.

    Y por ende, esperaban una retribución acorde.

    —Me estás demostrando todas las razones por las que estoy aquí, Sasha. Aunque hay algo diferente. —Su mirada se afiló y sentí que me atravesaba de lado a lado—. La amabilidad, la dulzura, las sonrisas brillantes. ¿Adónde fue todo eso?

    Estiré los labios en una mueca amarga, fue casi inevitable y tampoco me lo cuestioné.

    —Día difícil —resolví, buscando mi taza—. Sólo espera veinticuatro horas.

    Siempre acabo reseteándome, de todas formas.

    Volvió a reírse, vete a saber por qué mis irreverencias le venían en gracia, y pasó de todo para retomar lo que verdaderamente le importaba.

    —Bueno, tienes razón. Es el orden lógico de las cosas, ¿no? Hay trabajos que puede hacerlos cualquiera, y hay otros que no. Muchos lugares consideran que la labor de sus chicas es… superflua, sencilla y precaria. Que pueden reemplazarlas como trapos sucios. Déjame decirte, Pierce-san, esas no son personas con visión ni capacidad de liderazgo. Son bestias desesperadas y hambrientas, muy poco elegantes. —Parpadeó, su expresión era increíblemente suave y se relamió apenas—. Mira, ustedes son las que mejor saben responder, así que permíteme preguntarte: ¿cuál crees que debería ser la paga por sus servicios?

    Me lo había quedado mirando con una muy palpable cuota de incredulidad pegada al rostro y acabé por soltar el aire en una risa nasal, meneando suavemente la cabeza. Dios, qué pedazo de hijo de puta. Quizá debería haberme indignado, tirarle el té encima e irme, incluso si eso implicaba perder el trabajo; ambos, más bien. Debería haberme puesto de pie por todas las mujeres que se veían forzadas a insertarse en este mercado de mierda, fuera por desesperación, falta de oportunidades o precarización. Debería haber sido una patada en el centro de mi orgullo.

    Pero había algo más, ¿cierto?

    —Vaya, Teruaki-san, ¿acaso estás intentando convencerme de que tratan con dignidad alguna a las mujeres en Minato?

    No pretendía romper la rueda, por supuesto, ¿qué hombre poderoso lo haría? Pero era consciente de la situación y, adecuándose a las reglas del juego, me estaba ofreciendo un trato relativamente justo. Seguía estando mal, pero también estaba dispuesto.

    —Nuestras chicas son las más afortunadas del distrito, Pierce-san. Nos empeñamos mucho en mantenerlas a salvo.

    A pagar lo que el servicio merecía.

    ¿Un hijo de puta con códigos? Well, that’s new.

    —Por eso las seleccionamos cuidadosamente, también —prosiguió, inclinándose un poco para bajar el tono—. Y por eso estoy aquí, en persona, hablando contigo. Creemos que serías una incorporación maravillosa.

    —Muy bien, creo que mejor va siendo hora de hablar sin palabras bonitas, ¿verdad? —intervine, en tono plano, aunque una chispa de prepotencia me tintó la sonrisa; quizá fuera ira también, ni idea—. Explícame de verdad en qué consiste el trabajo.

    Teruaki bebió de su café, regresó al espaldar de su silla y entrelazó las manos al borde de la mesa; detallé los anillos que llevaba puestos.

    —Dama de compañía. ¿Conoces el concepto, estimo? Deben vestirse, maquillarse y entretener a hombres tristes. El nivel base, donde todas inician, demanda carisma y desenvoltura conversacional. Los clientes no tienen permitido tocarlas bajo ningún punto de vista. A partir de ahí, los beneficios escalan conforme ganan experiencia y… bueno, me gusta llamarles “patrocinadores”. Pareces una chica avispada, no hace falta que lo explique, ¿verdad?

    Asentí, en profunda seriedad. Ese era el truco del oficio, ¿cierto? Conseguir que un pez gordo muerda el anzuelo, se obsesione contigo y pague cualquier cantidad exorbitante de dinero por el disfrute de pasar al menos cinco minutos contigo. Se trataba de convertirte en un objeto de colección y sacarle provecho a la desgracia. No romper la rueda, adecuarte a las reglas del juego y encontrar la falla interna que cualquier sistema alberga para explotarla a conveniencia. Era asqueroso.

    —¿De cuánto dinero estamos hablando, exactamente? —indagué.

    Y tenía cierto encanto.

    —Como digo, depende en gran parte de la propina, pero al menos puedo asegurarte que ya no tendrás que preocuparte por la prepaga de tu hermano pequeño. —El cuerpo se me endureció de pies a cabeza, la energía repiqueteó y lo miré como si mis ojos fueran dagas y pudiera apuñalarlo con ellas. Su sonrisa sólo se agrandó—. ¿Daniel, es? Un niño adorable.

    Lo oí, incluso si no lo decía, insistiendo en la atención que le prestaban a su staff de empleados. El diablo está en los detalles, ¿cierto? Imaginé la puta furgoneta negra estacionada fuera de mi casa y la espada se me sacudió con un escalofrío. Dios, no lograba imaginar lo mucho que debió complacerles echarle un vistazo a mi vida. Ya no sólo era la retribución que esperaba por su amabilidad.

    El hijo de puta genuinamente se creía mi salvador.

    —¿La paga es semanal?

    ¿Y lo peor de todo? Quizá lo fuera.

    —Eso lo definimos personalmente con cada empleado, así que puede serlo, sí.

    Sonaba demasiado bueno para ser verdad, ¿cierto? Y, Dios, era infinitamente desagradable pensarlo así, y lo sabía y llegaba a revolverme el estómago. Pero no tenía forma de rechazarlo como debía ni indignarme como correspondía. Necesitaba el dinero, necesitaba el puto dinero y no se trataba de una cuestión a corto plazo; también estaba cansada de la vida que llevábamos a cuestas. Cansada de preocuparme, que la beca me ate las manos, de contar los vueltos y pasar horas junto a papá haciendo cuentas y trucos de magia en la mesa del comedor. De ser una deudora, también. No soportaba deberle nada a nadie.

    Sólo quería algo de libertad.

    —Minato, entonces —confirmé, jugueteando con el asa de mi pocillo antes de beber un trago—. ¿Dónde, exactamente?

    Teruaki buscó dentro de su saco y me extendió una tarjeta de negocios. Llevaba su nombre, teléfono y dirección de correo electrónico, pero nada relacionado al club. Lo miré y me explicó.

    —Trabajamos como un establecimiento privado, así que velamos por conservar nuestra identidad y la de nuestros clientes. Si te interesa, Pierce-san, puedes escribirme y enviaré a alguien a recogerte. —Debió notar mi desconfianza, pues suavizó la sonrisa y agregó—: Tranquila, la primera visita sólo es para que conozcas el lugar. Además, si te sientes más cómoda, puedes ir con alguien de confianza.

    ¿Alguien de confianza?

    Vaya chiste.

    Al cabo de unos pocos segundos asentí y, al parecer, la charla de negocios llegó a un punto muerto. Teruaki siguió bebiendo su café con una liviandad absurda, alzó su mano y de un simple movimiento invocó a Taki. El imbécil se acomodó en la única silla libre y su sonrisa de lameculos me causó asco. Me dio igual lo que empezaron a conversar, apresuré el té por mi garganta y ambos se callaron cuando me incorporé.

    —Gracias por la oferta, Teruaki-san —murmuré, fingiendo mi calidez usual; lo hice con una facilidad absurda y el cabrón siquiera disimuló su satisfacción—. Lo pensaré y te haré saber mi decisión.

    ¿Me estaba poniendo a prueba a mí misma? En verdad ya lo sabía.

    —Por supuesto, Pierce-san. Gracias a ti por venir en tu día libre.

    Que tenía lo que hace falta.

    Mantuve la sonrisa en su lugar y deslicé la mirada hacia Taki brevemente antes de irme. ¿Día libre? Me preguntaba por qué mierda el idiota le habría ocultado mi suspensión, aunque tampoco era muy relevante. Ya no. Avancé por la barra, hasta donde encontré a Sengoku, y la pobre criatura me recibió con semejante preocupación deformándole el rostro que parecía a medio pelo de llorar.

    —¿Qué fue eso, Sasha? ¿Qué coño quería ese tipo contigo? Apestaba a… a capo de la mafia, o no sé, pero qué mal rollo, en serio.

    —Puede que no estés tan errado —reconocí, suspirando—. Me ofreció un trabajo de mierda en Minato.

    Me miró un par de segundos, probablemente debatiéndose si indagar o no; me conocía, después de todo. Pero un plato justo salió de la cocina y supongo que eso nos salvó el culo a ambos. A él, de la responsabilidad moral de preguntar y a mí, de responder.

    Sentí un peso bastante desagradable en el pecho una vez volví a estar sola, el murmullo general del café se agolpó en mis oídos y todo se amplificó. Las voces, el choque de los tenedores, la vajilla y la campana de la puerta. Técnicamente no debía, pero me apresuré dentro de la cocina y allí tomé aire. Saki estaba secándose las manos en su delantal.

    —¿Sasha? ¿Te levantaron la suspensión?

    —Saki, ¿puedo quedarme en tu casa esta noche? —La vi fruncir ligeramente el ceño y me sentí muy incómoda—. Perdóname por imponerme así, pero de veras no quiero regresar a mi casa hoy. No puedo darle respuestas a nadie.

    Y todos van a seguir preguntando.

    La mujer me observó con su inexpresividad usual, de arriba abajo y durante un buen rato, hasta que soltó el aire por la nariz y abrió la nevera a mi lado.

    —Salgo a las ocho, puedes esperarme aquí.

    —Ah, tengo que hacer unas cosas, así que saldré para eso y vuelvo a las ocho. ¿Te parece bien?

    Asintió, sacó un balde de helado y se detuvo en mi dirección antes de seguir su camino. Saki no era tonta, sabía que aceptar implicaba, también, consentir mi deseo de mantener la boca cerrada. La convertía prácticamente en una cómplice y quizá la idea no le encantara, pero aún así estaba dispuesta a hacerlo por mí y se lo agradecía inmensamente.

    —¿Adónde vas a ir?

    —Ah, al mercado y algunas ferreterías. ¿Quieres que compre algo?

    —Las verduras que te apetezcan y tres pechugas de pollo. Yo me encargaré de la cena.

    Fabriqué una sonrisa para ella, no sentí que conectara con ningún punto de mi cuerpo y finalmente salí; lo hice por la puerta de servicio para evitar a Sengoku y fui consciente de ello. No me pesó, otra vez, en ningún punto del cuerpo. Afuera volvió a recibirme la brisa húmeda y supuse que tocaba sortear más lagunas negras, pegarle más parches a mi mente, buscar más fragmentos perdidos. Dios, iba a ser mi primera noche lejos de los niños, ¿cierto?

    Pero no había otra manera.

    Quizás, al final del día, yo también sólo terminara arrancándome de quienes me querían.

     
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    Gigi Blanche

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    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
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    Drama
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    N/A: entre lo que pasó in rol y esto im absolutely torned apart. Hace un tiempo estaba chusmeando mis videos de lyrics viejos y recordé así una canción que hace varios años me gustaba mucho, mucho, mucho. Es una canción que siempre, por alguna razón inexplicable, ha sido para mí "el ascender de las luciérnagas". No me pregunten, sólo es esta imagen inamovible en mi cabeza de un montón de luciérnagas surgiendo de la tierra. La canción ni siquiera habla al respecto, pero yo lo siento así. Me pasa lo mismo con una parte muy concreta de Uneven odds, de Sleeping at last, pero eso es otro cantar.

    En fin. Al recordar esta canción, automáticamente pensé en Sasha cuz fireflies, y pude darle forma a una imagen que llevaba queriendo volcar en un fic desde hacía mucho tiempo. Escribir esto fue para mí similar a lo que sentí con The Resilience, el fic de Kohaku sobre su hermana, o el primer The Fortitude de Sasha, cuando regresó de la mascarada. Me fue hermoso, absolutamente precioso escribirlo, y estoy muy, muy satisfecha con el resultado.

    This is canon en la vida de Sasha, transcurre durante el verano del 2018.

    Ahora, si me disculpan, me voy a seguir shorando.


    PD: AAAAA ME HABÍA OLVIDADO NOPUEDESER gracias a Gabi y Neki por, como siempre, leerme. Lo aprecio un mundísimo entero <3





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    The Fortitude
    of the fireflies


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    | Sasha Pierce |

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    ¡Luciénagas!

    —Shh. Fanny, recuerda que no podemos hacer ruido.

    Me había agachado junto a la niña, sosteniéndola de un hombro para que no siguiera correteando y me prestara atención. Ella soltó una risilla traviesa y se tapó la boca con las manos antes de asentir, sus pequeñas coletas rebotando. La verdad, desde un principio había temido que traerla fuera una mala idea, pero tras esa advertencia logró comportarse bastante. Era guardar silencio o no atrapar luciérnagas, la balanza de prioridades estaba clara.

    Me incorporé tras recibir su confirmación y parpadeé, deslizando la mirada hacia el frente. Danny era quien llevaba el frasco y ya nos había sacado unos metros de ventaja. La ausencia de la luna facilitaba que muchísimas estrellas tintinearan en el cielo, aunque también nos dejaba prácticamente a oscuras; aún así, la vista se acostumbraba. El agua nos lamía los pies descalzos con una timidez absurda, junto a ella susurraba el césped alto y las copas de los árboles.

    —Qué raro. —El silencio era tal que no me hizo falta elevar el tono ni un poco—. Es una noche ideal para las luciérnagas.

    Fanny aún era muy pequeña, así que venía a mi lado esforzándose por mantener el ritmo, no tropezar y vigilar los alrededores. Estaba tan cálido y el sol se había puesto hace tan poco que de la tierra aún rezumaba un aroma dulce, húmedo y fresco.

    —Es un poco temprano —respondió Danny, con su nota monocorde usual—. Ya aparecerán.

    Observé su espalda mientras hablaba y luego compartí una mirada con Fanny, una sonrisa también. Seguimos bordeando el lago a paso extremadamente lento, atentos como linces a cualquier lucecita que pudiera aparecer entre nosotros. Algo chapoteó en el agua de repente, se mezcló con el coro de sonidos que provenían del bosque y noté que Fanny daba un respingo a mi lado. Reí suavemente.

    —¿Estás asustada, cielo?

    No quiso responder, tampoco detenerse, la distinguí entre la penumbra llevándose las manitos a la cara y busqué una de ellas con movimientos delicados. Se la apretujé apenas.

    —¿Qué tal así? —le propuse, balanceando nuestros brazos en un vaivén apacible—. Así da menos miedo la oscuridad, ¿verdad?

    Eran muchas las cosas que había comenzado a entender gracias a los niños. Podían ser pequeños e inocentes, pero precisamente esa ternura contenía verdades que el tiempo tendía a hacernos olvidar. Era, por ejemplo, la alegría pura y desmedida de ir a cenar tu comida favorita, la simpleza de comunicar nuestras necesidades y el miedo irracional, pero aún así comprensible, a la oscuridad.

    —¡Tines razón! —susurró con sorpresa contenida, y abrió bien grandes los ojos para girar la cabeza en todas direcciones—. ¡Así veo mejor, también!

    Dudaba cuán cierto podía ser eso, pero no iba a matarle la ilusión. Tampoco era como si hubiera salido a cazar luciérnagas, sino más bien a cuidar de los niños. Hacía ya media hora que habíamos dejado a papá y Eloise en el picnic frente al lago, con Lulu. Los primeros meses había sido sencillo disfrazarle la verdad, pero era mucho más perceptivo que Fanny y llevaba varios días sin despegarse de su mamá ni un instante. Lo sentía, estaba segura, y con su certeza venía mi propia desazón.

    De que el tiempo se nos estaba agotando.

    —¡Allá! —Fanny me alertó de repente con su susurro-grito, se había frenado en seco y tenía el bracito estirado en dirección al bosque—. ¡Danny, Danny! ¡Allá!

    Observé fijamente hacia donde estaba marcando y, al cabo de pocos segundos, una lucecita amarillenta titiló en medio de la negrura. Los tres lo vimos, Fanny soltó una risilla breve de pura emoción y yo también sonreí. Danny comenzó a aproximarse, en absoluta calma.

    —Vamos a acercarnos un poco más, ¿sí? —susurré tras agacharme junto a Fanny—. Pero sin hacer ni un solo ruido.

    La niña asintió y sentí su ilusión en cómo me apretujó la mano. La luciérnaga siguió parpadeando hasta que su luz se estabilizó y pude seguirla sin problema. Dibujaba trazos suaves y elegantes, sin alejarse demasiado. El césped bajo nuestros pies estaba húmedo, algo encharcado, y las facciones de Danny se iluminaron vagamente frente al insecto. Acercó el frasco abierto a cámara lenta, lo hizo hasta tener a la luciérnaga dentro y, luego, lo tapó. Sentí a Fanny removerse a mi lado, pero estaba demasiado concentrada en la sonrisa que decoraba el rostro de Danny; era rara y preciosa, una auténtica gema.

    Ese pequeño instante hizo que todo valiera la pena.

    ¡Ota! —Fanny volvió a susurrar, esta vez en dirección al lago.

    Cuando Danny y yo volteamos, varias lucecitas parpadearon y comenzaron a navegar el espacio a nuestro alrededor. Decidimos quedarnos quietas para no perturbarlas, mientras el chico las atrapaba con tanta destreza que lo hacía ver fácil. Tenía a Fanny recostada contra mis piernas, con las manos en sus hombros y las suyas sobre las mías. Había silencio, había oscuridad y ninguno sentía una gota de miedo. Las luciérnagas se habituaron a nuestra presencia y comenzaron a rodearnos; una de ellas, incluso, apareció a mi lado y casi me tocó la nariz. Era hermoso.

    —¿Quieres intentarlo?

    Habían pasado varios minutos cuando Danny se aproximó a nuestra posición y su voz me pilló algo desprevenida. Lo miré, estaba sosteniendo el frasco en mi dirección y su expresión se distinguía con un velo amarillento-verdoso que mutaba y se deslizaba al ritmo azaroso de las luciérnagas. Dentro del envase ya había siete u ocho.

    —¿Estás seguro? —murmuré, confundida.

    Él asintió de inmediato, y por cómo el cabello de Fanny se deslizó sobre mis piernas intuí que también había alzado a verme. Lo dudé, vaya. Lo dudé muchísimo. No sabía si me correspondía, si lo haría bien, si en un descuido no perdería las que ya había atrapado, si no estaba grande para estas cosas. Dudé porque me costaba horrores comprender a Danny, pero también sabía que siempre había una razón detrás de sus acciones. Que en su inmensa particularidad no fingía ni mentía. Y allí estaba, sosteniéndome la mirada como no recordaba lo hubiera hecho antes. Eran sus propios canales de comunicación, era su sonrisa frente a las luciérnagas y Eloise siempre había sido el puente entre nosotros. Ahora, de repente, no la necesitábamos.

    Fue agridulce.

    Deslicé las manos fuera de los hombros de Fanny y acepté el frasco, algo de nervios me bañaron el cuerpo. Danny volteó el torso hacia el agua, sobre un tronco partido a la orilla estaban revoloteando varias luciérnagas.

    —Les gustan los lugares húmedos y también la madera vieja, en especial si está algo podrida —explicó el muchacho—. Ahí ponen sus larvas, que luego se alimentan de otros insectos.

    No era ninguna sorpresa que a Danny le fascinaban las luciérnagas y se había dedicado a aprender sobre ellas desde que tenía razón; lo curioso era que se molestara en compartirlo con nosotras. Luego regresó el rostro, aunque ya no buscó contacto visual.

    —Yo la cuido mientras tanto —agregó.

    Era ridículo, apenas tenía seis años y a veces parecía más maduro que yo. Renové el aire en mis pulmones y asentí, desprendiéndome de Fanny para acercarme al tronco. A mitad de camino les eché un vistazo sobre el hombro y Danny básicamente me había imitado, colocándose detrás de la niña y con las manos en sus hombros. Fue algo extraño, con su lejanía fui más consciente de cómo el aire comenzaba a enfriarse y me agaché lentamente, el agua acariciándome los tobillos. Había tres luciérnagas sobrevolando la madera, el lago las reflejaba con vaivenes suaves y me armé de valor. Desenrosqué la tapa, la removí un poco y acerqué el frasco en un movimiento fluido hasta que dos de ellas estuvieron dentro. Sus luces ahora parpadeaban entre mis dedos y no fui consciente de cuán amplia era mi sonrisa.

    —¿Ves? —murmuró Danny. No estaba segura cuándo se habían acercado, pero allí estaban ambos y más luciérnagas siguieron emergiendo de la tierra—. Cualquier niño puede hacerlo.

    Cualquier niño.

    Danny era pequeño, y realmente no habían sido muchas las ocasiones en las que establecimos interacciones de verdad. Era mi culpa, no la suya. Había estado demasiado ocupada resintiendo las pequeñas cosas, arrancándome a la fuerza de una familia donde juraba no pertenecer. Ahora, con los minutos del reloj mordiéndonos los talones, había demasiado que había perdido toda clase de sentido; y quizá hubiera sido en las peores circunstancias, pero por fin había cedido. Había suavizado mis bordes.

    Había quitado las tapaderas en la única ventana de la torre.

    Seguíamos siendo niños.

    —¡Yo quiero, yo quiero! —insistió Fanny, con los puños comprimidos frente a su pecho.

    Todos nosotros.

    Para mi sorpresa, Danny ignoró el frasco que había pretendido devolverle y se giró hacia Fanny. Los observé, con las luciérnagas flotando a su alrededor, y el corazón se me encogió en el pecho. Sentí una calidez absurda.

    —El frasco es muy grande —resolvió el niño, y eligió una pequeña con la vista—, pero puedes atraparlas así. Ten cuidado de no presionar o las puedes matar.

    Le mostró el proceso con movimientos extremadamente suaves. Lo vi estirar los brazos, el cuerpito entero, separar sus manos y reunirlas poco a poco hasta atrapar la luciérnaga dentro. Su luz desapareció de un momento al otro y fue como si le diera un refugio.

    Aunque seguro, debía ser muy solitario, ¿cierto?

    Yo lo sabía.

    —La abuela dice que las luciérnagas son estrellas que abandonaron el cielo para visitarnos una última vez —conté casi en un susurro, mientras Fanny intentaba atraparlas aquí y allá. Danny no me miraba, pero sabía que me estaba escuchando—. Y aquí, en el Sayama, antaño habitaban cientos de yōkai. Como… son como monstruos, pero no siempre malvados o agresivos. Personas feas, si se quiere.

    Los recuerdos palpitaron. Llevaba pocas semanas en el Sakura cuando Eloise me había traído aquí, cuando me habló del lago y le sugerí que era un lugar hermoso para traer a los niños. Tomé mucho aire, bajé la vista al frasco de luciérnagas y me incorporé.

    —¿Vamos a mostrarle a Eli todas las que juntamos?

    Danny asintió al instante y comenzó a caminar, pillando el frasco a la pasada. Fanny, que por fin había atrapado una, se distrajo con nosotros y el insecto se le escapó. Soltó un quejido, frustrada, y yo la abracé por detrás para pegar mi mejilla a la suya. Estaba haciendo un puchero de lo más adorable.

    —De todos modos había que dejarla ir, ¿no? —murmuré, en un tono realmente maternal, y llevé la vista al frente, a las luciérnagas—. Míralas, ¿no son mucho más bonitas en libertad? Volando por ahí y con sus luces titilando. Esa luciérnaga quizás estaba buscando a su amiga, y ahora podrá encontrarla.

    —¿Cómo? —preguntó, aún algo contrariada pero claramente curiosa.

    —Aunque nosotros no nos demos cuenta, cada luciérnaga brilla de una forma única. Como… tú te llamas Fanny, ¿cierto? Los nombres de las luciérnagas son sus luces. Si titilan, por ejemplo, tres veces seguidas, están diciendo algo; pero si lo hacen cuatro, dicen otra cosa.

    —¿Así se llaman ente ellas? —Volteó el rostro hacia mí, abriendo bien grandes los ojos, y le sonreí.

    —¡Claro! Tienen su propio idioma.

    Fanny parpadeó, esforzándose por procesar la información, y regresó a observarlas fijamente. Ya teníamos que irnos, sin embargo, y Danny no se había detenido, así que me erguí y la tomé de la mano, jalándola suavemente. No opuso resistencia.

    —¿Y nadie las entiende? —siguió preguntando.

    —No que yo sepa, es un idioma super secreto que sólo ellas usan.

    —¿Y no podemos pedir que nos ensienen?

    Ah, ¿cómo iba a frenarla ahora? Me quedé pensando unos segundos, con la mirada puesta sobre la silueta de Danny. Las luciérnagas dentro del frasco lo recortaban como una sombra delgada y grisácea, y me di cuenta que siempre había lucido así para mí. Distante, extraño, indefinido. Pero hoy lo había visto sonreír, había encontrado mis ojos, y pensé que quizá la luz de las luciérnagas me ayudara a comprenderlo.

    —Podemos intentarlo, sí —murmuré en respuesta, ya no hablando solo de las luciérnagas—. Siempre podemos intentarlo, prestar atención. Hay que tener mucha paciencia, pero tarde o temprano valdrá la pena.

    Y aprenderemos a escucharlo.

    La curiosidad de Fanny alcanzó un límite, al parecer, de modo que guardó silencio hasta que las luces del picnic se recortaron en la distancia. Sólo eran dos linternas de papel que papá había encontrado en el coche por razones misteriosas. El corazón me dolió un poco al verlos, pero ya no había caso en escucharlo. Los rodeé por atrás, Eloise estaba echada sobre papá y alzó el rostro para sonreírme. Lucía cansada, tenía bolsas bajo los ojos y los labios pálidos. El pañuelo en la cabeza aún me partía el alma.

    Dudaba que dejara de hacerlo nunca.

    —Gracias por acompañar a los niños, linda —me dijo mientras Fanny brincaba junto a papá, contándole como una ametralladora lo que habíamos hecho.

    Tomé asiento en la manta y le sonreí, meneando la cabeza. Recién entonces vi a Lulu, dormido entre los brazos de su madre. Estiré el brazo y le piqué una mejilla, pero el niño ni se inmutó.

    —Cayó como una roca hace cinco minutos —me contó junto a una risa suave, concediéndole caricias en el bracito con el pulgar—. Ahora no va a despertarlo nada, ni los gritos de Fanny.

    —¡La vi! ¡Vi la pimera luciénaga! —exclamó la niña con cierta dificultad, señalando el frasco que Danny había apoyado frente a él, también sentado en la manta—. ¡Y Danny las atapó!

    —¿De verdad? —preguntó Eloise a Danny, ilusionada, y el muchacho asintió con la cabeza gacha—. ¡Eso es asombroso, amor! ¿Me dejas verlas?

    Esta vez no respondió, sólo se desplazó sobre sus rodillas hasta alcanzarle el frasco a Eloise. Se quedó cerca de ella, las luciérnagas los iluminaron a ambos y miré a papá. Estaba atento a la escena y había un amor incalculable en sus ojos.

    —Una, dos, tres, cuatro, cinco… seis… —Las fue contando, una a una, la punta de su uña guiándose sobre el vidrio, hasta que arrugó el ceño y rió—. ¿Siete? ¿Esta ya la conté? Ah, es muy difícil, ¡se mueven mucho!

    —Doce —murmuró Danny, y todos lo miramos—. Hay doce luciérnagas.

    Nadie lo sabía esa noche, pero recordarlo siempre me ha dado escalofríos.

    Fanny retomó su relato casi al instante, empleando las pocas palabras que había aprendido para hacerse entender lo mejor posible. Papá y Eloise la escucharon atentamente, mientras ésta le hacía mimos a Lulu y él, a ella. Danny seguía enfrascado observando sus luciérnagas y yo volteé el rostro hacia el lago. Las linternas de papel destellaban en tonos anaranjados, que lamían la tierra húmeda hasta pintarrajear las ligeras crestas en el agua. El Monte Fuji, al otro lado, se recortaba vagamente frente al horizonte iluminado de la ciudad. Y arriba, las estrellas.

    —A la abuela le habría encantado venir —murmuré, abstraída en mis pensamientos.

    Nadie respondió, pero recibí una leve caricia en el hombro y adiviné que se trataría de Eloise. Nadie respondió pues nadie se atrevió a prometer lo que cualquiera asumiría en una situación así. Había una línea muy fina entre el realismo y el pesimismo.

    Nosotros llevábamos varias semanas oscilando sobre ella.

    El tiempo siguió diluyéndose, y con él, la energía de Eloise. Estaba muy cansada últimamente. Cuando volteé a verla, papá también notó sus párpados pesados y le dejó un beso sobre la cabeza. Sobre el pañuelo, más bien.

    —¿Vamos, amor?

    Ella asintió, algo somnolienta, pero pareció recordar algo y abrió un poco más los ojos.

    —Danny, cielo —lo llamó, con cierta precaución, y el cuerpo se me tensó ligeramente—. Ya hay que soltarlas.

    Soltar.

    El niño había arrugado el ceño de lo lindo, pero así y todo terminó asintiendo. Dudaba que debiera, que me correspondiera o tuviera el derecho, y pese a ello junté valor para inclinarme hacia él.

    —Puedes liberarlas hacia el cielo. Así, quizás encuentren el camino de regreso a casa.

    De regreso al cielo.

    El lugar del que provenimos.
    Sus dedos juguetearon sobre la tapa un rato más, hasta que al parecer se decidió y se puso en pie. No se movió, sin embargo; en su lugar, volvió a estirar el frasco en mi dirección.

    —Eres más alta —fue su razonamiento, y estuve a punto de soltar una risa de pura ternura.

    Lo acepté, por supuesto, y esta vez sin dudas. Le ofrecí mi mano, él la aceptó y nos adentramos hacia el lago. El lodo chapoteó bajo nuestros pies, el agua después, los reflejos anaranjados me lamieron los tobillos y nos detuvimos un poco más allá. Estaba sosteniendo su mano, y supe que iba a guardar este momento en mi corazón para siempre.

    —¿Estás listo para soltarlas? —le pregunté, en voz baja.

    Para soltarla.

    No respondió, no asintió ni negó. Alzó el rostro hacia el cielo y parpadeó, y su pequeña mano se afianzó alrededor de la mía. No lo comprendí, pero el mensaje era claro.

    —Muy bien, lo voy a abrir.

    No estoy listo, me estaba diciendo.

    Pero tengo que estarlo.
    Tuve que deshacer el agarre, giré la tapa y levanté el frasco hacia el frente, con ambas manos. Las luciérnagas comenzaron a salir, una a una, sus luces titilantes trazaron un camino hacia el lago, hacia el cielo, y no les pude quitar los ojos de encima. Allí, donde los yōkai salían junto al crepúsculo, las primeras estrellas asomaban y el mundo se llenaba de espejismos. Una, dos, tres, doce luciérnagas nos abandonaron. Doce luciérnagas regresaron al firmamento.

    Era ocho de septiembre.

    Y doce, los días que nos quedaban junto a Eloise.

     
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    Gigi Blanche

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    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
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    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    40
     
    Palabras:
    8257
    N/A: fa, pedazo de biblia. Tenía esto empezado desde hace siglos y lo fui escribiendo tan de a poquito que me quedó larguísimo AJSJAJ no regrets.

    Esto es canon para el día 37 in rol, which is el viernes 22 de mayo. Esta no es la primera ni la segunda subtrama que me monto en Gakkou, pero creo que sí es la que planeé durante más tiempo. Incluso desde antes de la mascarada empecé a preparar el terreno para ESTE momento en la storyline(?) de Sasha y lo mismo fui haciendo con Haru, sólo que en menor medida porque lo roleo menos. Im very hyped and proud of it, and im enjoying it a lot. Muchas gracias a Gabi e Insane que me dejaron tomar prestados sus personajes para meterlos en el casino, me ayudaron mucho <3

    Y gracias a Gabi, Neki y Quem por leerme, thanxs a lot ;; *las achucha*

    Sin más cháchara, ADENTRO FIC *c sube el telón*


    pd: no se imaginan los meses que esperé para usar precisamente esta canción en este fic, holy moly






    .

    .


    welcome to the devil's playground
    you can tread where demons play
    it's your candyland where dreamers dance
    and i promise that it's safe


    .

    welcome to the devil's playground
    you can look and you can touch
    it's a real fine day at the black parade
    and i swear it won't cost much


    .

    .

    .


    The Fortitude
    at the devil's playground


    .


    | Sasha Pierce |

    .

    .

    .

    Abordar el coche negro de un completo desconocido nunca había ocupado lugar en mi lista de cosas por hacer antes de morir, eso seguro. Tuve que tomar mucho aire en un burdo intento por satisfacer la necesidad de oxígeno que mi cuerpo demandaba a todo momento, como si llevara horas huyendo de un animal salvaje en vez de estar allí, simplemente en el asiento trasero. Era curiosa la comparación, si lo pensaba. Antes que escapar, parecía estar metiéndome voluntariamente en la guarida de la bestia.

    El chofer era una auténtica piedra, sólo salió para abrirme la puerta y no me dirigió la palabra ni de casualidad. Estaba ataviado en un traje negro y su gesto, adusto y estoico, no se modificó un ápice en ningún momento; ni siquiera cuando noté que rebasábamos Minato y el corazón se me disparó. Me removí, dubitativa, hasta que me incliné ligeramente para hablarle.

    —¿No íbamos a Minato? —inquirí, esforzándome por sonar lo más compuesta posible.

    No sé si lo logré.

    —No. —El chofer me miró de soslayo como si hubiera dicho la peor estupidez del mundo y regresó los ojos a la avenida—. Es en Ginza.

    Un “pero” quiso salir de mi boca, se filtró vagamente y acabé rindiéndome. No tenía sentido, ¿qué le diría, de todos modos? ¿Que Teruaki-san había dicho Minato? ¿Eso al chofer qué le importaba? Deslicé la vista a la ventanilla polarizada, con el ceño fruncido. ¿Por qué habría mentido? ¿Por si lo delataba, quizá, o le soltaba la información a quienes no debía? Me forcé a no darle más vueltas, pretendiendo conservar la tranquilidad que me quedaba. Si lo asumía como una simple medida preventiva, cobraba relativo sentido y me ayudaba a no entrar en pánico. Cosa pretenciosa, considerando en lo que me había metido.

    Cuando el coche comenzó a descender la velocidad ya nos habíamos zambullido en el corazón del acalorado Ginza. Localizado en Chūō, se mantenía al nivel de su reputación como uno de los distritos más lujosos, costosos y elegantes del mundo. La cantidad de restaurantes, boutiques y tiendas de moda se equiparaba a la calidad de los mismos. Personalmente, más allá de las visitas obligadas por turismo jamás había pasado demasiado tiempo aquí. Estaba muy por encima de mi presupuesto. La callejuela donde nos detuvimos no desembocaba en ninguna de las avenidas principales. El chofer repitió el proceso abriéndome la puerta y salí a la calle, mirando en todas direcciones; ninguno de los edificios destacaba del resto, manteniendo estructuras similares y un aspecto sobrio, eminentemente urbano. Estaba más oscuro y el movimiento también era menor.

    —Sí. —El chofer, a pocos metros de mí, tenía el móvil pegado a la oreja—. Ya está aquí, apresúrate que debo irme.

    Vaya modos. Aguardé, sintiéndome bastante incómoda, hasta que un muchacho apareció frente a nosotros repentinamente. ¿De dónde coño había salido? Miré al chofer, quien reparó en el recién llegado y asintió, metiéndose al coche. La velocidad con la que ese hombre se esfumó era digna de campeonato. La sensación de abandono fue inevitable, enraizó los nervios en mi estómago y lo observé hasta que desapareció tras la primera esquina; los pasos del muchacho se detuvieron a un costado y me forcé a mirarlo. Cabello negro, lacio, expresión monótona y un perfecto par de ojos celestes; incluso bajo la oscuridad de la callejuela se las ingeniaban para destellar. Me hizo pensar en un gato, quizás un kitsune también. No estaba segura de dónde, pero su rostro me sonaba vagamente.

    —¿Sasha Pierce? —preguntó, a lo que asentí y giró sobre sus talones—. Sígueme.

    Pronto descubrí el misterio de su aparición tan repentina. Unos pocos metros nos separaban de la entrada a uno de los edificios, que en verdad desembocaba directamente hacia una escalera descendente. La tomamos, unas pocas linternas rojas iluminaban los peldaños y alcanzamos una puerta bastante sencilla. El muchacho pasó una tarjeta sobre un lector al costado y el aparato emitió un pitido ligero; la puerta cedió. Lo que apareció frente a mí, como sacado de una dimensión paralela, me congeló el corazón en el pecho.

    Si me decían que allí el diablo hacía sus apuestas, les habría creído.

    Nada del aspecto urbano o austerismo del exterior sobrevivió aquí adentro. Me recibió una amplia sala compuesta por mesas simples, otras de ruleta, sillas, sofás, butacas y una extensa barra al fondo; pero todo, hasta el último detalle, guardaba una elegancia y lujo estúpidos. Parecía una escena sacada de una peli europea, con sus bares opulentos, las arañas doradas y los exhaustivos acabados en madera. Y la gente, Dios. Los hombres de traje y zapatos, las mujeres con unos vestidos increíbles, los uniformes impecables del servicio. Seguí al muchacho, quien atravesó el corazón del lugar hasta alcanzar la barra y allí se giró, enfrentándome. Había sentido un par de miradas encima, pero en general cada quien estaba metido en sus asuntos. De fondo sonaba un jazz estándar y el bullicio era bastante moderado; se podía conversar sin dificultad.

    —Esto es el Paraja, oficia de club, bar y casino. —La voz del chico era seria y mecánica a cagar—. Aquí es la sala principal, las puertas a la izquierda son los salones donde se juegan partidas privadas. Detrás mío está el acceso a la zona del staff: cambiadores, baños, mi oficina, depósito y demás. Del otro lado, el acceso a la cocina. Y allá, a la derecha, son los salones de negocios. Se reservan con anticipación, cuestan un huevo y reciben atención personalizada. —Me miró, sentí que sus ojos me perforaron el cráneo—. Es donde te desempeñarías en mayor medida.

    Claramente había sido informado sobre mi visita y el objetivo de la misma, aunque su actitud no fuera hospitalaria ni por asomo. Presté atención a sus indicaciones, aún sorprendida por la decoración del lugar, aunque algo que dijo también me resultó curioso.

    —¿Tu oficina? —indagué, a lo que él asintió sin complicaciones.

    —Soy el gerente. Puedes decirme Yaboku, si quieres un nombre.

    ¿Qué carajo? Este chico… ¿no tenía como veinte años? Quizá la apariencia engañara pero, mierda, aún así lucía demasiado joven para estar a cargo de semejante lugar.

    —Me pidieron que te mostrara el club —prosiguió—, ya que Teruaki-san no pudo venir. ¿Sí eres mayor de edad?

    —Cumplí dieciocho en febrero.

    Vaya, este tal Yaboku tenía una facilidad ridícula para hacer sentir a la gente juzgada. Me escrutó en silencio, como si analizara la veracidad de mis palabras, hasta que se aburrió. El muchacho detrás de la barra se inclinó sobre ésta para decirle algo al oído y él asintió, volviendo a mirarme.

    —Ven, te presentaré a algunas de las chicas —dijo, comenzando a caminar hacia la zona del staff, pero se detuvo de repente y me observó de soslayo—. Ah, antes de seguir: para salir de aquí tendrás que firmar un acuerdo de confidencialidad. Si no quieres hacerlo, es ahora o nunca.

    No por alardear, pero me la había visto venir. Eso no significaba que me diera menos miedo, claro. Le sostuve la mirada unos pocos segundos, inhalé y meneé la cabeza, esforzándome por transmitir seguridad.

    —No, está bien. Me interesa el puesto.

    No estaba segura que este tío con láseres por ojos se tragara mi pantomima, aún así sólo me quedaba seguir intentándolo. Habiendo recibido mi respuesta, reanudó su camino y nos adentramos en la zona del staff. La elegancia y la opulencia desaparecieron al instante, fue como salir de un sueño. Allí era un edificio ordinario, como cualquier sección del personal de cualquier negocio. Grande, eso sí, y con muchas puertas. Yaboku se desvió automáticamente a la izquierda, tocó con los nudillos y aguardó hasta que una voz femenina le concedió acceso. Eran los vestidores. Se asemejaba a las bambalinas de los teatros, donde las actrices se maquillaban, peinaban y alistaban para salir al escenario, desempeñar su papel y engañar al público. Venderles ilusiones.

    Suponía que era el mismo concepto.

    —Fey~ ¿A qué se debe esta visita tan bonita?

    La mayoría de los espejos tenían las luces apagadas, de modo que mi atención cayó inmediatamente sobre las dos chicas ubicadas al fondo. Estaban sentadas en lo que parecían sillas de camerino, medio enfrentadas y muy a sus anchas. Los tocadores rebosaban de maquillajes, frascos y cualquier cantidad de utensilios, además de los tragos que, al parecer, estaban bebiendo. La que había hablado era una muchacha rubia, de cabello largo y ondeado, que lo lucía realmente impecable. Ya estaba maquillada, pero aún llevaba ropa casual. La otra, a la inversa. Su vestido violáceo alcanzaba el suelo, aunque el tajo a un costado revelaba toda la extensión de su pierna flexionada sobre la silla. De cabello lacio y castaño, se veía ridículamente joven y poseía unos ojos almendrados preciosos.

    Yaboku no se inmutó en absoluto, aunque se detuvo a una distancia prudencial y me señaló con un movimiento ligero de brazo. Aparecí a su lado y la atención de ambas viró en mi dirección. Fue repentino y quizá exagerado, pero se sintió pesado; especialmente por parte de la rubia.

    —Teruaki la ha invitado a conocer el establecimiento —explicó, sin modificar la actitud que me había mostrado hasta el momento, y noté que se dirigió directamente a la rubia—. ¿Podrías ponerla al corriente, Aria?

    Aria me escrutó de arriba abajo sin perder la sonrisa, se incorporó de su silla con movimientos sumamente fluidos y pasó junto a la castaña, tocando su hombro. La otra obedeció, imitándola, y se alejó hacia un perchero del cual colgaban muchísimos vestidos.

    —Claro —accedió la rubia, y podría jurar que una sombra de diversión empapó su sonrisa un segundo antes de pillar los bordes de su sudadera para quitársela—. No te preocupes, Fey, me encargaré de instruirla apropiadamente~

    La tensión que le cayó encima a Yaboku cuando Aria empezó a literalmente desvestirse frente a nosotros fue sutil, pero notoria. Yo de por sí estaba incómoda con... bueno, con todo, así que no le di demasiada importancia al mini strip-tease.

    —Muéstrale cómo es el trabajo pero no la lleves a ningún salón de negocios —le advirtió, o más bien recordó, el muchacho, y volteó hacia mí; la intención de huir se le notaba a kilómetros—. Te dejo con ella, entonces. Luego búscame antes de irte.

    Y desapareció. Aria ya estaba sólo en su ropa interior para ese momento, regresé a sus ojos y ella me sonrió, muy risueña, antes de soltar un suspiro por demás dramático. La castaña llegó con un vestido negro colgando del brazo.

    —Fey es todo un caso, tanto potencial desperdiciado —se lamentó, empezando a vestirse con la asistencia de la otra—. En fin, ¿cómo te llamas, linda?

    —Sasha. —Una parte de mí se empeñaba aún en la importancia de lucir relajada y casual, incluso en medio de un ambiente tan extraño, y por ello sonreí—. Esos vestidos son preciosos.

    Noté que la castaña medio se sonrió, aún concentrada en subir la cremallera a la espalda de la otra. Aria se echó la melena dorada sobre un hombro y me miró, sedosa.

    —¿Verdad~? Los elegimos nosotras —indicó, y por la complicidad que percibí no supe si se refería a las damas de compañía en general o sólo a ellas dos—. Nos dan un presupuesto y todo, pero ¿aquí entre nos? Casi no ponen pegas. Es bastante divertido. Hay varios que incluso son hechos a medida, como esta belleza de aquí.

    La castaña acabó su tarea, Aria lanzó su cabello hacia atrás y sólo caminó de regreso al tocador, fue lo único que hizo, pero hubo tal fluidez y suavidad en sus movimientos que una sola palabra apareció en mi mente.

    Poder.

    —Supongo que tiene sentido —concedí, mientras ella se subía a sus tacones—. Nadie sabe mejor que nosotras qué nos favorece.

    La chica murmuró un sonido afirmativo que fue casi un ronroneo y la castaña buscó su trago para quedarse de pie en un punto intermedio entre ambas.

    —Muchos lugares poseen una mujer que administra a las damas de compañía, pero aquí de momento sólo estamos nosotras. Mejor lo aprovechamos por lo que dure, ¿no~?

    La otra soltó una risilla al escuchar a Aria, y recién entonces se acercó a mi posición. Me extendió la copa, la acepté casi en automático y observé su contenido.

    —Es gin de manzana, no sé con qué más, pero te aseguro que es delicioso. —Me sonrió, hubo algo en el gesto y la ternura de sus ojos que me resultó genuinamente precioso—. Yo soy Érica, por cierto, encantada~

    Me llamó la atención que las tres fuéramos extranjeras, realmente, y se lo adjudiqué a una preferencia de los de arriba, ya fuese personal o una decisión de negocios. Quizás a los ricachones japoneses les gustaban más… exóticas. El pensamiento me resultó un poquito desagradable y me llevé la copa a los labios, confirmando lo que Érica había dicho. Era dulce y muy rico.

    —Así que… —Aria, ya lista para trabajar, se acercó a mí y me quitó la copa de las manos para regresársela a la castaña—. Teruaki, ¿hmm? Bastante bien, cariño. ¿Hablaste con él personalmente?

    Érica me concedió una última sonrisa antes de regresar al tocador, sentarse y reanudar su maquillaje entre tarareos suaves. Aria me había empezado a observar al detalle mientras hablaba. Asentí en respuesta y alcanzó mis hombros, instándome a girar lentamente.

    —Bueno, es uno de los que mejor ojo tiene, aunque… no luces exactamente de su preferencia. —Acabé la vuelta y renovó su sonrisa, como si pretendiera borrar lo que acababa de decir—. ¿Cuántos años tienes?

    —Dieciocho.

    —Ah, tan pequeñita~ —Suspiró, empezando a rodearme para tocarme aquí, pellizcar allá—. A ver, quítate esta chaqueta. ¿Aún vas a la escuela?

    —Sí, estoy en último año.

    Estaba a mis espaldas, se agachó para… chequear el diámetro de mis muslos o algo así, y regresó frente a mí. Lucía satisfecha, supuse, aunque era difícil determinar nada por debajo de la sonrisa que tenía adherida al rostro.

    —¿Qué hora es, Hazy?

    —Las nueve pasadas —respondió Érica, rizando sus pestañas.

    Aria pensó un par de segundos y pareció resignarse, regresándome la chaqueta para buscar su trago. Era igual al de la castaña, sólo que el líquido, en vez de ser transparente, lucía una opacidad rojiza.

    —Normalmente no saco a nadie de aquí si no luce impecable, pero órdenes son órdenes y llegaste… un poquito tarde.

    No supe si me lo estaba reprochando a mí, a Yaboku o a Dios, y de cualquier forma habría sido poco inteligente de mi parte responder. Le dio un trago a su copa y Érica, viéndonos a través del espejo, intervino.

    —Puedes probarle uno de los vestidos de Linlin y ya, parecen ser de la misma estatura.

    Aria volteó hacia la castaña, su cabello armado en tirabuzones rebotó suavemente y fue hasta el perchero. Ni siquiera tenía espacio para quejarme, lo sabía, por mucho que no me apeteciera ponerme uno de esos vestidos provocativos y salir a fingir que ya era una experta. Me había metido aquí dispuesta a amoldarme a las reglas del juego, convencida de que demostrar la más alta capacidad de adaptación me beneficiaría de cara al futuro. Era, a decir verdad, una de mis reglas generales. A veces me jugaba malas pasadas pero no se podía negar su utilidad.

    —Lingyu va a matarnos, ya te digo —se lamentó Aria, regresando con un vestido color musgo, y lo presentó sobre mi cuerpo—. Hmm, sí, debería funcionar. A ver, pruébatelo.

    Prácticamente me lo lanzó encima y se sentó frente al tocador, junto a Érica, reanudando la conversación que habían mantenido hasta mi intromisión allí con Yaboku. Su actitud había cambiado en un chasquido, era increíble y me hizo pensar… bueno, no me lo tomaría personal, pero era evidente que su profesionalismo implicaba una cuota densa de hipocresía y que yo, por supuesto, no le importaba.

    Si lo pensaba con detenimiento, ¿no debía estar en verdad hastiada con mi presencia?

    Dejé eso a un lado y detallé el vestido, su peso y detalles; el que Saki me había prestado para la mascarada era de por sí precioso, y este aquí le daba mil vueltas. La calidad en las costuras, los bordados en el torso y la textura. Aria se había cambiado aquí, frente a todos, ¿se suponía que hiciera lo mismo? Podría haberles preguntado, pero no estuve segura que fuera lo que esperaban de mí. Y aquí, si pretendía arrancar con buen pie, lo más importante eran las expectativas ajenas. Dejé la prenda sobre el espaldar de una silla, a cierta distancia de las chicas, y empecé a desvestirme con la mejor naturalidad que me inventé. Estaba apostando en el aire y en ese terreno jamás me había sentido segura, pero me había metido a los vestidores de las damas de compañía de un club privado manejado por Dios sabe quiénes.

    No tenía sentido pretender seguridad.

    Quizá fuera mi imaginación, pero creí notar que la conversación de las chicas se ralentizaba por breves momentos cuando empecé a cambiarme. Me mantuve a la expectativa y con la oreja bien alzada, pero no dejaron entrever nada. Cuando estuve en ropa interior, me colé dentro del vestido y lo fui bajando poco a poco hasta que encajó en las líneas de mi cuerpo.

    Holy moly —soltó Aria y Érica, quien parecía un poco más simpática, se rió.

    —¡Te dije! Igualita a Linlin. —Se incorporó casi de un brinco y con la misma liviandad se ubicó a mi espalda para ayudarme con la cremallera—. Vamos a rezar por que no se crucen ahí afuera, pero si llega a verte igual no te preocupes, ¡yo te defiendo!

    Era una estupidez colosal que la simpatía de una desconocida me hubiera dado semejante alivio, pero notar la aprobación de esas chicas estuvo a nada de hacerme llorar. Llevaba un buen tiempo acumulando tensión, no era del todo consciente pero por momentos, cuando cualquier tontería me permitía relajarme, sentía el cuerpo a punto de desmoronarse. Mantuve la compostura, sin embargo, y solté una risa suave.

    Si ellas maquillaban su rostro, su corazón y hasta la última de sus emociones, tenía que aprender a hacer lo mismo.

    —No me digas eso, ahora tengo miedo.

    —¡Listo! —Érica se estiró por uno de mis costados para encender las luces del tocador frente a nosotras, me echó el cabello sobre los hombros y se apoyó allí, manos y mentón—. Mírate nada más, sólo te pusiste el vestido y ya estás preciosa.

    —El cabello te sirve —acotó Aria, situándose a un lado para observarme—. Te lo cuidas mucho, ¿no? Lo haces bien, luce saludable. Y el vestido te aprieta un poco aquí, pero nada que hacerle. Tendrás que respirar como puedas.

    Había señalado mi torso y llevaba razón, la tal Lingyu debía… bueno, no tener tantos pechos. Sobresalían bastante por el escote, de hecho, y el asunto me incomodaba un poco, pero ella lo había dicho: nada que hacerle. Lo acomodé lo mejor que pude, me miré una última vez al espejo y deslicé la mirada a Aria. Incluso sin nadie más allí se le notaba la cuota de autoridad. Daba igual si era autoimpuesta, designada o adquirida, hablaba y se movía como si fuera la reina de esos vestidores y ¿quién era yo para juzgar? Quizá lo fuera.

    —¿Y cuánto calza Lingyu?

    Érica soltó otra risilla a mis espaldas y se fue al fondo mientras Aria me sostenía la mirada. Fue breve y bastante intenso, sentí que me lanzó un dardo venenoso para ver si me desplomaba y se sonrió al comprobar que no.

    —No hay vestido sin zapatos, ¿no? —acordó, suave, bajando la vista a mis pies—. Es probable que también te queden. Si no, los rellenamos con algodón. Los zapatos son lo de menos, no tendrás que caminar casi nada.

    Érica regresó con una caja donde había unos tacones stiletto negros y la predicción de Aria fue correcta. Le indicó a la castaña que me diera un paquete de algodón, ella obedeció sin problemas aparentes y corrí una de las sillas para sentarme, así rellenaba la punta de los zapatos.

    —Un par de tips antes de salir —dijo Aria, aún de pie y bebiendo de su copa intermitentemente—. Lo más probable es que nadie te hable si estás conmigo, pero por si acaso. Nadie tiene permitido tocarte sin tu consentimiento, pero sí se te exigirá que seas agradable. Si te preguntan la edad, invéntate cualquier cosa por encima de los veinte. Pareces madura y tu tono de voz acompaña, puedes estirarte hasta… veintidós, si quieres. Con respecto a tu nombre, es tu decisión. Como habrás supuesto, nuestro querido jefe usa un apodo y Érica tampoco se llama Érica. Muchas personas prefieren proteger su identidad aquí, tú puedes hacer lo mismo. Sasha es bonito, si te parece bien omite tu apellido y ya. A nadie le interesan los apellidos en este agujero dorado, de todos modos.

    Mientras hablaba, había acabado con los zapatos y también me los había puesto. Estando sobre ellos recuperé la diferencia de estatura real, Aria alzó el mentón levemente para mirarme y me rebasó, sonriendo de forma algo extraña.

    —Muy bien, andando~

    Érica había regresado a su maquillaje, desde allí agitó su mano para despedirnos pero Aria no pareció llevarle el apunte. La dinámica entre ambas se tornaba confusa por momentos. Le sonreí a la castaña, asintiendo ligeramente, y fui detrás de Aria que siquiera me había esperado. Salimos de los vestidores, alcanzamos la puerta que daba al bar y la rubia la abrió de par en par, con una contundencia y seguridad que… eran admirables, ciertamente. La seguí de cerca y el peso que sentí en la espalda fue agobiante, se me atoró en el pecho y me estrujó el corazón contra las costillas. El preciso instante en que Aria apareció pude jurar que fue un fotograma congelado en el tiempo, un rayo que conectó a tierra y captó la atención de todos. Ridículo, considerando que tantas veces me había jactado de disfrutar la mirada ajena.

    Ahora era tan intensa que no sabía qué hacer con ella.

    Las copas y los dados tintineaban a nuestro alrededor, las conversaciones se mantenían a un volumen moderado y se entremezclaban con la música ambiente. Los tacones rebotaban poco en la alfombra. Instintivamente busqué a Yaboku con la mirada pero no lo encontré en ninguna parte y nos detuvimos en la barra, donde Aria se sentó y cruzó las piernas. Todo en ella gritaba clase y elegancia.

    —Muchas veces tenemos que cumplir horario aunque no tengamos ninguna mesa asignada, nuestra utilidad va desde ser fuente de entretenimiento a trofeos bonitos colocados aquí y allá —explicó la chica mientras me sentaba a su lado—. La mayoría de nosotras ya trabaja con clientela fija, pero de vez en cuando hacemos rotaciones o simplemente salimos un rato a beber y conversar. Estando aquí trabajas, pero si aprovechas el tiempo también disfrutas.

    Repiqueteó las uñas sobre la barra y sólo eso pareció bastar para invocar a uno de los muchachos atendiendo el bar. Quien se acercó era joven y japonés, no pasaría de los veinticinco; lo asocié con el chico que le había hablado a Yaboku justo antes de que ingresaramos a la zona del staff. Reparó brevemente en mí pero su atención se volcó sobre Aria.

    —Yuuji~ ¿Qué trago me recomiendas para la niña aquí?

    Ahora sí me miró a consciencia, y su rostro se empañó de sorpresa antes de esbozar una sonrisa juguetona.

    —Eh~ Mira nada más, las maravillas de un vestido. ¿Qué te gustaría beber?

    —¿Ya la habías visto? —intervino Aria, me costó definir si molesta o pasmada. Quizás ambas.

    El tal Yuuji parpadeó y luego rió, aparentemente comprendiendo la situación.

    —Ah, sí, Yabo la hizo entrar por la puerta principal. Pero no le digas que te dije o me cuelga de los huevos.

    La chica mantuvo la compostura, pero aún así suspiró y giró el cuerpo hacia el bar; el movimiento le hizo reparar un segundo en mí, y la forma en que lo hizo fue, otra vez, extraña.

    —No te preocupes, primero lo cuelgo yo —soltó al aire, seria.

    Yuuji volvió a reír y apoyó los antebrazos en la barra, inclinándose en mi dirección.

    —Bueno… estábamos en su trago, señorita, antes de que a la reina le diera un ataque de queen bee. ¿Alguna preferencia?

    El tío era un sweet talker, se le notaba de acá a Estados Unidos y pensé, quizá, que fuera un rasgo de los empleados de este lugar. Todos estaban desempeñando un papel, como partes coordinadas de un enorme entramado de mecanismos; desde el más pequeño tornillo hasta el engranaje más grande, cada elemento debía estar en sincronía precisa con el resto. Era la clave para que cualquier sistema funcionara exitosamente, y aquí… Una sombra oscura pasó a mi costado, giré el rostro por inercia y vi cómo Yaboku se alejaba hacia las salas privadas.

    ¿Todo este lugar era obra y crédito de ese chico?

    —Probé el que le hicieron a Érica —respondí a Yuuji al volver a mirarlo, esbozando una sonrisa suave—. No sé si fuiste tú, pero estaba muy bueno.

    —Por supuesto que fui yo —se vanaglorió, muy sonriente, e irguió el torso para empezar a buscar y sacar cosas—. ¿Uno como el de Eri-chan, entonces?

    —Por favor~

    Aria entonces llamó mi atención inclinándose hacia mí, no mucho, sí lo suficiente para voltear a verla. Tenía los ojos fijos al frente, seguí su mirada y di con una mesa integrada por tres hombres y una chica. La muchacha, joven y de rasgos asiáticos, llevaba un vestido azul marino y el cabello, lacio y de un profundo azabache, le enmarcaba el rostro con un flequillo recto, tupido. De los hombres no había mucho por destacar, los tres lucían adinerados y como si aquella chica pudiera ser la hija de cualquiera. Tuve un mal presentimiento un segundo antes de que Aria soltara una risa nasal y me murmurara en confidencia.

    —Vamos a rezar por que Lin no mire hacia acá, que no está Érica para defenderte.

    El semblante se me descompuso por un instante y un impulso absolutamente contradictorio entre huir y quedarme pegada al taburete me molestó en el cuerpo. Fue breve, pero se sintió realmente desagradable y pasé saliva, activando todos los sistemas de emergencia para volver a recomponerme. La velocidad era clave.

    Y mantenerse arriba del escenario, aún más.

    —Y si te echo la culpa —murmuré en respuesta, deslizando la mirada a mi acompañante—, ¿por cuánto tiempo debería saldar mis pecados luego?

    Era un terreno pedregoso, donde la obediencia y sumisión se batían constantemente a duelo contra el valor de la rebeldía. Ya lo había comprobado en la reunión con Teruaki y hasta el momento también me venía sirviendo con Aria. Estas personas se me asemejaban a los demonios capaces de disfrazarse bajo la luz del día; lo había pensado cuando Arata me explicó sobre la existencia del Triángulo del Dragón, las zonas neutrales y todo lo demás. Monstruos que respiraban entre nosotros, compraban en las mismas tiendas, te saludaban al cruzarte por la calle. Existían, eran reales.

    Y aquí estaba, rodeada por ellos.

    Aria repasó mi gesto, la sonrisa le descubrió la dentadura y se encogió suavemente de hombros. Cada movimiento, cada mirada y expresión parecía ser cuidada al punto de lo absurdo, lo mismo debía ocurrir con Érica y la muchacha frente a nosotras, Lingyu. Era, principalmente, lo que necesitaba aprender.

    —La atención al frente, Sasha, que estás en el salón de clases —me reprendió en tono sedoso, sin ninguna molestia real, y ambas nos abocamos a la escena—. Lin ingresó hace poco, tres semanas como mucho, pero ha aprendido muy bien. El que está a su izquierda, el de traje gris, es un cliente habitual: Hiro-kun~ La mayoría prefieren a las extranjeras, la verdad sea dicha, pero él… bueno, es un poco más tradicional. Adoró a Lin desde que la vio por primera vez, al punto que, hoy día, paga su jornada entera incluso si no se quedará demasiado tiempo. Lin consiguió cumplir su objetivo como dama de compañía.

    Dejó la frase suspendida allí, esperando a que yo le respondiera, y acabé yendo a lo seguro. Tampoco iba a pretender adivinar sus pensamientos. Además…

    —¿Entretener? —arriesgué, a lo que Aria se mofó.

    —Metérselo en el bolsillo.

    Eso no aplicaba únicamente a los clientes.

    Pero ella no me lo diría, ¿cierto?

    —Nos pagan por sonreír y ser bonitas —prosiguió, corriéndose el cabello tras la espalda—, eso es lo que sale en el contrato, pero la forma en que realmente redituamos es convirtiéndonos en el capricho de los clientes. Somos propiedades al final del día, así nos ven. Algunos disfrutan disputándose el terreno, pero la gran mayoría prefiere las cosas abandonadas o perdidas. Lin cumplió ese papel a la perfección.

    Bastaba observar la mesa un par de minutos para que su dinámica interna se revelara. La chica estaba sentada en medio, pero sus piernas y parcialmente su torso permanecían orientados en dirección al tal Hiro. El trabajo ameritaba que dividiera su atención y fuera mirando a cada cual que tomaba la palabra, reaccionando o riéndose acorde; incluso así, había una ligera preferencia. Se movía con la corriente, aprovechaba los interludios y buscaba brevemente la mirada de su benefactor; y él, sin falla, se la quedaba viendo incluso cuando ella ya no lo hacía.

    Había poder, y no provenía de los tipos con sus relojes caros.

    —Cuando se la presentamos, se comportaba mucho más tímida y recatada. La transformación con el correr de las semanas fue premeditada, calculada para que Hiro-kun se creyera responsable de ella. Si la concibe como un pequeño proyecto, si sus sonrisas y soltura le provocan algún grado de satisfacción personal, el resto se cuenta solo. El verdadero trabajo comienza cuando tomas el poder ilusorio que piensan tener sobre ti y lo conviertes en poder real.

    —Dios mío, pobre chica. —Yuuji habló a nuestra espalda, me sonrió al deslizar la copa en mi dirección y le frunció el ceño a Aria—. ¿Por qué se lo sueltas en arameo? Sabes que es mucho más sencillo de lo que lo haces sonar.

    —Gracias —agradecí el trago, mientras la rubia suspiraba, y le di un sorbo.

    —Eres hombre, cielo, claramente no viniste al mundo con las facultades necesarias para comprender la complejidad de nuestro trabajo.

    —No le hagas tanto caso —me “susurró” el muchacho al oído, aunque Aria pudiera escucharlo a la perfección—. Ella cree que soy imbécil, pero me entero lo suficiente para no darle tantas vueltas. Y tú, linda, te aseguro que puedes hacer lo mismo~

    Cuando busqué sus ojos, tenía puesta encima semejante sonrisa de príncipe encantador que estuve a nada de soltar la risa. Con todo, su actitud era bastante fresca y me había ayudado a relajarme un poco, pero lamentablemente sólo era el chico de la barra. Prefería ganarme el favor de Aria.

    —Está muy rico el trago, gracias —murmuré, y mi gesto no perdió su suavidad al agregar—: ¿Por qué no los sigues haciendo?

    La rubia se sonrió y estiró el brazo hasta el espaldar de mi taburete, desde donde lo giró para instarme a darle la espalda a Yuuji. No pude ver mucho de su reacción por ello, pero al comienzo sí mostró una indignación bastante fingida.

    —Déjame hacer mi trabajo, y tú haz el tuyo. —Lo espantó con la mano como si fuera una mosca y regresó a mí—. Bien, muy bien, bonita. Aprendes rápido. Primera regla del Paraja: los de la barra son unos idiotas.

    Solté una risa muy breve y regresamos nuestra atención a la mesa de Lingyu. La autoridad de Hiro era clara: incluso entre las risotadas y vozarrones, bastaba una palabra suya para que los demás callaran. No me quedaba claro si se trataba de una reunión de negocios, una quedada entre amigos o una lisa y llana demostración de poder nacida del puro aburrimiento. Lingyu, en cualquiera de esos escenarios, cumplía el mismo papel.

    —Puede que lo más complejo de este trabajo sea encontrar el balance preciso entre las cualidades que los clientes esperan de nosotras, ya que depende enteramente de ellos, de sus preferencias y caprichos. Aprender a leerlos lleva mucho tiempo, pero no te preocupes, corazón, tendemos a echarnos una mano con eso. Hiro-kun, por ejemplo, ¿qué impresión te da?

    —Habías dicho que las prefiere tradicionales, ¿cierto? —murmuré, intentando concentrarme lo más posible en darle una respuesta a la altura, y ella asintió—. Habrá excepciones, pero eso debería significar que le gustan las mujeres tradicionalmente japonesas: recatadas, sumisas, complacientes, de modales finos y voz dulce.

    Sin embargo, se lo veía muy a gusto con esta Lingyu que intervenía y se reía casi a carcajadas. Aria había dicho que su comportamiento fue calculado para mutar con el tiempo.

    —Pero… eso no significa que sólo le gusten ese tipo de mujeres, ¿no? —proseguí—. O que siempre le gusten así. A veces la mujer que los conquista y la que los mantiene envueltos son mujeres distintas.

    Aria volvió a asentir, satisfecha.

    —Captar el interés sostenido de un mismo cliente nos requiere cambiar de piel cada cierto tiempo. No es cosa de los hombres, le ocurre a cualquiera: el cerebro se habitúa. Necesitamos cambios, incertidumbres y dudas para no distraernos. Y nosotras, como fuente de entretenimiento, ¿qué seríamos sin la atención de nuestros queridos benefactores? Las mudas que adoptemos, eso es lo que depende de cada quien. En base a lo que ves de Hiro-kun, ¿cuál dirías que es la forma más efectiva de mantener su atención?

    Las personas solían verse atraídas por aquello que creían faltante en ellos mismos, pero en ciertos casos pesaba mucho la potenciación de los atributos. En este contexto, donde los hombres pagaban a consciencia por recibir las atenciones de una mujer, era un mero placebo. Dependía de cada quien, como había dicho Aria, pero debía haber reglas generales.

    —Parece ser consciente de su autoridad, eso alimentará su ego —analicé un poco al aire, observándolos—. Por eso trae otros hombres para que la conozcan. Lingyu… ¿sirve a lo mismo? ¿Para reforzar eso?

    Aria arrugó apenas la nariz, sopesando mi respuesta.

    —Hiro-kun es de los complejos. —Suspiró, reajustando ligeramente la posición—. Tiene gran facilidad para tomar sus inseguridades y darles la vuelta de cara al mundo. Ostenta autoridad, sí, y es consciente de ello, pero no sólo le alimenta el ego. Su efecto principal, de hecho, diría que es el miedo. Con esa información, ¿cómo crees que trabaja, entonces?

    Parpadeé, aún observando al hombre. Tener personas en exposición al mejor estilo de una cámara Gesell era realmente fascinante. Bastaba una palabra, un rótulo diferente, para que sus actitudes y lenguaje corporal cambiaran. Miedo… ¿Dónde estaba el miedo? ¿En su pie derecho, algo inquieto, por debajo de la mesa? ¿En la cantidad de veces que buscaba el contacto visual con Lingyu? ¿La línea de sus hombros? Y si allí había miedo, ¿qué significaban, entonces, las sonrisas amplias? ¿Las intervenciones que todos escuchaban? Lo analicé en silencio, abstraída, hasta que una determinada secuencia hizo click. Había hablado, todos rieron, Lingyu lo miró y él le correspondió el gesto. Sus brazos se relajaron, su pie derecho se detuvo. Fue breve, casi un delirio de fiebre, pero estuvo allí.

    —Busca apalear el miedo —arriesgué, mirando a Aria—. Lingyu le ayuda a relajarse, casi como un… ancla, quizá.

    La sonrisa de la rubia se ensanchó y una chispa estúpida de alegría, de realización, me palpitó en el pecho.

    —Verás, en mi experiencia, los hombres son mucho más vulnerables y frágiles de lo que el sistema les permite mostrar. Alcanzar esa debilidad no es fácil en absoluto, la guardan con recelo y muchas veces, si la sienten invadida o descubierta, se ponen a la defensiva. Mientras más oculta, más complejo el cliente. Suelen venir aquí buscando entretenimiento y ya, una cara bonita que les celebre las bromas, y eso es lo que el club les vende; pero nosotras tenemos otro trabajo. Si no, ¿por qué…? Ah, mira esto. Presta atención.

    Regresé los ojos a la mesa y Aria se inclinó cerca de mi oído; su perfume me inundó la nariz, era increíblemente dulce. Una de las meseras se había acercado, Lingyu le estaba hablando y Hiro arrugó ligeramente el ceño. La mesera meneó la cabeza, la expresión de Lingyu se oscureció y bajó la mirada, casi como un cachorrito triste.

    —La propiedad es importante pero no les basta con eso, si es que son insoportables —murmuró Aria, su voz sonaba divertida—. Quieren que seas sumisa pero no demasiado, que pidas pero no mucho. Cumplirte los caprichos los… realiza como hombres, pero sólo si no les significa una molestia.

    A Hiro no parecía agradarle la situación, lucía algo hastiado, de hecho, y sus facciones se relajaron un poco al recibir los ojos de Lingyu. La chica le habló, él se vació los pulmones y echó la espalda hacia atrás. Hubo un pequeño interín de silencio, Hiro miró al hombre a su izquierda y le habló.

    —Aquí la disposición ya está hecha, es una mano de cartas servida, pero cuando no: analiza el entorno y enfócate en el pez gordo. Así, siempre habrá un lacayo que deba acatar sus órdenes.

    El hombre se incorporó, puede que algo a regañadientes, y abandonó el establecimiento. La sonrisa de Lingyu ante el hecho estuvo cargada de intención, adquirió una pureza estúpida al recibir la atención de Hiro y él, como un imbécil, volvió a relajarse.

    —Y tus caprichos nunca implicarán una molestia~

    Pero el momento de calidad duró bastante poco. Los otros hombres se inclinaron hacia ellos, Lingyu giró el torso y, en un santiamén, su atención cambió por completo de objetivo. Hiro parpadeó, recuperando cierta rigidez, y se incorporó a la conversación.

    —Ah, estuvo impecable~ —Aria regresó a su espacio y me miró—. Eso que acabas de ver, linda, es una auténtica demostración de poder. Nadie la notó, nadie supo que ocurrió, y ese es precisamente nuestro trabajo: hacernos con el poder que corre como telarañas invisibles, aprender a detectarlo y utilizarlo. Para eso nos pagan. Y hay mucha teoría, mucho entuerto y demás, pero, en mi opinión, basta una regla sobre la cual se fundamenta todo.

    Le di un trago a mi copa, Aria hizo una pausa de puro suspenso y se sonrió al notar mi expectativa.

    —Recuerda —agregó por fin, en voz baja, y tocó mi barbilla suavemente para instarme a girar el rostro hacia la mesa—, sumisa pero no demasiado. Pon en riesgo su ilusa propiedad y disfruta cómo se retuercen. Te aseguro que no tiene precio.

    La verdad, no supe qué decir. Había llegado allí con miedo, muerta de nervios, y no tenía idea en qué momento se habían disuelto. Todas las palabras de Aria rebotaron en mi cabeza, buscando darle una conclusión al asunto. Los clientes no eran nuestros únicos objetivos, aquel era un escenario y sobre él debíamos engañar a cada alma, hasta la última. Había descartado a Yuuji para favorecerme frente a Aria, lo había hecho casi sin pensarlo y eso… eso no me daba ninguna clase de ventaja, ¿cierto? La simpatía de Érica, la buena predisposición de Aria, los halagos de Yuuji. Si me estiraba, la complacencia de Teruaki.

    El juego había dado inicio desde que puse pie en el club.

    Incluso antes, en el café.

    En algún punto asentí lentamente y di por concluida la sesión de voyeur, girando el taburete hacia Aria. Apoyé un codo en la barra, bebí del trago y le sonreí a la chica. Si había conseguido envolverme a mí, no quería ni imaginar el poder que debía ostentar frente a sus clientes. Esa mera curiosidad cargó tanto peso que, por sí misma, me empujó lo suficiente a querer tomar la decisión. ¿Cómo le había llamado ella?

    Agujero dorado.

    Apestaba, pero era... hermoso.

    —La verdad, fue una clase más que interesante —reconocí, Yuuji le había alcanzado un trago y alcé mi copa; ella arqueó las cejas y yo ensanché la sonrisa—. ¿Me permitirías felicitarte?

    Su ligera expectativa mutó en diversión, aceptó mis intenciones y los cristales tintinearon.

    —¿Asumo que estás interesada en el trabajo, entonces? —indagó.

    La seguridad en su tono me hizo saber que ya tenía su respuesta, sólo pretendía regodearse en la confirmación. ¿Quería concederse el crédito? Podía hacerlo. No iba a mentir ni negar lo evidente.

    —Ahora un poco más —reconocí, asintiendo, y retomé una broma vieja—. Cualquier cosa te echo la culpa.
    —Y luego saldas tus pecados.

    Ambas soltamos una risa suave, bebimos de nuestras copas y mantuvimos un breve silencio. Había tenido la suerte de que Lingyu no notara nuestra presencia, o al menos así creía. En cierto punto apareció Yaboku traído de quién sabe dónde, se detuvo frente a nosotras y repasó nuestro aspecto vagamente. Hice lo mismo con él: llevaba un uniforme similar al de los camareros, sólo que sin delantal a la cintura. Camisa blanca arremangada, pantalón azul marino, zapatos negros. Lo había tenido puesto toda la noche, quería decir, pero hasta ahora podía darme el lujo de atender a detalles.

    —Fey~ —Aria estiró el brazo hacia él y llegó a darle un toquecito en el hombro, Yaboku clavó sus ojos en ella—. Luego tengo que hablar contigo.

    El muchacho asintió sin modificar su expresión y me pregunté si estaría referido a lo que Yuuji había mencionado, eso de haberme hecho entrar por la puerta principal. No lo entendía, tampoco iba a preguntar.

    —¿Todo en orden? —indagó, alternando la mirada entre ambas.

    —¡Por supuesto! Ya le enseñé los conceptos básicos, tuvimos demostración en vivo y todo.

    Aria señaló hacia adelante y Yaboku volteó, regresando a nosotras rápidamente. Su rostro seguía sonándome, ahora que me había relajado aún más, y tuve la idea bastante poco fundamentada de que… el muchacho, por alguna razón, me quería evitar lo más posible. Su acercamiento de ahora, por ejemplo.

    —Bueno, ¿ya concluimos, entonces?

    Que pretendía echarme.

    Parpadeé, Aria trastabilló y acabó por asentir. La había pillado desprevenida, claramente. El chico entonces me miró a mí.

    —Bien, cámbiate y espérame fuera de mi oficina.

    Se fue como había venido, lo seguí un par de segundos y Aria, a mi lado, bufó. Se bajó del taburete, acabándose el trago de un saque, y le guiñó un ojo a Yuuji al devolverle la copa. Había dicho que los de la barra eran idiotas y por eso le coqueteaba, claramente. Todos aquí adentro manejaban dinámicas confusas.

    Pero, a decir verdad, se veía atractivo.

    —Vale, ni modo. Vamos, linda, quizá logramos que Lin no se dé cuenta~

    Lo dijo con una diversión algo diferente. Asentí, y al girarme para regresar a los cambiadores topé con la mesera que había atendido la mesa de Hiro. Llevaba el cabello ébano en una coleta alta y sus facciones delicadas, los ojos lila también me hicieron ruido, justo como me había ocurrido con Yaboku. Ella, sin embargo, no reparó demasiado en mí y siguió a lo suyo. ¿Realmente los conocía?

    De ser así, ¿de dónde?

    Aria me rebasó y la seguí. Érica ya no estaba en los vestidores, aunque tampoco la había visto salir. La chica no me ayudó con el vestido, se quedó tonteando en su móvil hasta que pudo acomodar la prenda en el perchero y los zapatos también. Como supuse, se seguía balanceando entre una mezcla extraña de hospitalidad e indiferencia. Salimos de allí, me indicó cuál era la oficina de Yaboku y me lanzó un beso, muy sonriente.

    —Que estés bien, bonita~

    No estaba segura si se había esforzado para ayudarme o por motivos que desconocía, tenía la ligera sensación de que aquí, en esta jaula de oro, la realidad se trastocaba por completo. Me llené los pulmones de aire, Yaboku apareció del club y apenas me lanzó un vistazo en su camino ininterrumpido hacia el interior de la oficina. ¿Debía seguirlo? Lo asumí, el cabrón ni se molestó en hablarme.

    La oficina lucía pulcra y organizada, bastante sobria. El escritorio al centro poseía un velador al costado y unos libros al otro lado, Yaboku lo rodeó y abrió uno de sus cajones para presentarme una hoja encima. En ningún momento tomó asiento y yo, por ende, tampoco lo hice. Quería que fuera un trámite rápido, ¿huh? Se estaba encargando de arruinar toda la amabilidad de Aria.

    —Es un contrato de confidencialidad —indicó, dándole golpecitos con el índice al papel—. Puedes leerlo, pero es realmente básico: si firmas, acuerdas no decir una palabra de nada que hayas visto aquí adentro; en especial nombres o personas.

    Verdaderamente era el patio de juegos del diablo, ¿eh?

    Me acerqué, alcé la hoja y, tras lanzarle un vistazo al muchacho, me dispuse a leer el documento. Quizá fuera impropio de mí, pero me apeteció tocarle un poco los huevos y eso hice. Pasado un tiempo prudencial, regresé la hoja al escritorio y estiré la mano en su dirección. Me facilitó un bolígrafo, firmé y deslicé el papel hacia él.

    —¿Ahora qué procede? —inquirí.

    —Tendrás que esperar una llamada. —Se había alejado en busca de una carpeta, la cual abrió y guardó allí el contrato. Cada uno de sus movimientos era prolijo, casi mecánico—. Te dijeron que vendrías a conocer el lugar, pero también analizamos si eres apta para el trabajo. Aria se encarga de entregar esos informes. Según su devolución, en los próximos días te informaremos tu situación.

    Sonaba como un jodido contestador automático. Asentí, bastante seria, y Yaboku rodeó el escritorio para alcanzar la puerta. Esta vez volteó hacia mí y me esperó, claro, para despacharme sí tenía modales. Me tragué la mofa, obedecí en silencio y, esta vez, me indicó hacia el fondo de la zona de staff. Allí había una puerta que desembocaba directamente en las callejuelas de Ginza, del lado opuesto a la entrada principal. Me recibió el olor del asfalto y los caños de escape, el alumbrado público y el rugido moderado sobre la avenida. ¿Habría hablado ya con Aria? Salí, me giré hacia Yaboku y fue como dejar atrás un sueño extraño.

    —Hasta luego —fue su única despedida, monótona a cagar.

    De regreso en el corazón de Tokio, lejos de los demonios y luces doradas, creí tener un chispazo de lucidez. Detallé sus ojos aguamarina, de un tono tan claro que parecían destellar sobre la oscuridad, y una sonrisa suave curvó mis labios. ¿Sería…?

    —Oye, ¿no me digas que vas al Sakura?

    Por fin le arranqué una expresión, vaya. Parpadeó, frunció el ceño y supe, Dios, qué mierda le pasaba. El asunto, sin embargo, no llegó a satisfacerme, pues el problema corría en ambas direcciones.

    —Ni una palabra, Pierce —sentenció, envuelto en una frialdad que me arrancó el buen humor del cuerpo, y lo repitió con sumo énfasis—: Ni una palabra.

    Y cerró la puerta de un azote preciso. Me quedé allí, repentinamente sola, y suspiré. Dejé correr un par de segundos para empezar a caminar, el alumbrado blanquecino permeando el callejón con una cortina de luz difusa. Tampoco planeaba andar de bocazas, en definitiva, acababa de firmar un jodido contrato que me ataba las manos; y lo entendía.

    Come, if you’re curious to see —canté en voz baja, mi cuerpo liviano y pesado al mismo tiempo—. Pull the tricks out of my sleeve, all you find is yours to keep.

    Tal severidad sólo podía nacer de la emoción cruda, del miedo y la incertidumbre.

    Brave, are you brave enough to meet the desires that you seek?

    No planeaba amenazar su castillo de engranajes dorados, ¿cuál sería el sentido?

    Hold my hand, I’ll set you free.

    Si él era quien mantenía en pie el escenario.

    Welcome to the devil’s playground.
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Escritora
    Título:
    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    40
     
    Palabras:
    5563
    N/A: me debía escribir esto, lo tenía pendiente de hace tantísimo tiempo y es que ni yo ni Anna sabíamos de qué forma abordarlo. Al final salió, lo hizo de una forma bastante espontánea y que me dejó muy satisfecha. Hoy temprano estuve lloriqueándole a Gabi y también en el grupo de que este fic me estaba haciendo mierda el corazón, y es que de verdad lo hizo. Adoro a Kakeru, ni siquiera sé cómo pasó de ser un NPC en la historia de Anna a un niño tan cercano a mí, pero lo hizo y ahora se unió al club de los consentidos.

    Genuinamente tuve que parar un par de veces porque me largaba a llorar y no veía lo que escribía entre las lágrimas, así que dejé el corazón en la cancha, como dicen por acá. Con todo, lo disfruté mucho y, then again, estoy muy satisfecha con el resultado. Anna se lo debía a Kakeru, yo se lo debía a ambos, y creo que fue una forma muy bonita de... cerrar una etapa.

    Nobleza obliga, muchísimas gracias a Neki, Quem y Gabi por leerme <33 Lo aprecio un mundo y medio.

    pd: el primer Wheel of Fortune y este, que estimo será el último, ambos tienen canciones de Flower Face y no fue algo que planeé de antemano, pero notarlo me pareció muy meaningful. Siempre seguí usando esta carta siendo consciente de que no representaba sólo a Anna, sino también a Kakeru y lo que significaban juntos, así que también me despido de eso (: ahora degenme que toy sad





    .

    his dark eyes still watching me spinning
    through the chemical glow


    .

    .

    .


    The Wheel of Fortune
    and the pisces moon


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    | Kakeru Fujiwara |
    | Anna Hiradaira |


    .

    .

    .


    The Stranded
    30 de mayo de 2019


    El balón que Rei me lanzó estuvo a medio pelo de reventarme la cabeza, motivo por el cual él y Subaru estallaron en risas. En ningún momento dejamos de caminar, yo bajé los brazos, suspiré y Rei me echó su peso encima, zamarreándome con aquella torpeza suya tan bonachona.

    —¿Qué pasa, Fujiwara? Tienes los reflejos espesos.

    —No he estado durmiendo muy bien —reconocí, con la molestia ya licuada.

    Era difícil enfadarse con Rei, si era como un perro gigante. Kou, del otro lado, había permanecido ajeno a toda la escena, incluso si la bendita pelota había estado a diez centímetros de caerle encima también a él. Iba con las manos en los bolsillos y deslizó la mirada a mí, de soslayo, al oírme.

    —¿Problemas en casa? —preguntó, en voz baja.

    Rei había pretendido prestar atención, pero Subaru lo codeó para mostrarle algo en el móvil y lo perdimos por completo. Lo agradecía, de todos modos.

    —Lo de siempre —respondí, encogiéndome de hombros—. En teoría papá no volvía hasta la semana entrante y mamá invitó a Hayato a pasar unos días. Adivinarás por dónde van los tiros.

    Kou arrugó el ceño y regresó la vista al frente, bufando.

    —Tu viejo debería relajar un poco el culo.

    —Sí, supongo.

    Los dramas en casa eran de tan larga data que ya no sabía quién tenía la culpa, quién era responsable y quién debería disculparse primero. Tanto papá como Hayato poseían personalidades dominantes, habían comenzado a chocar desde que el chico entró en la adolescencia y nadie estaba libre de pecado. No podía culpar a mi hermano, no por querer ser el escudo de mamá, ni a papá, por sacarse de quicio con las mentiras y los vicios de mamá. Ni siquiera podía culparla a ella, incluso cuando parecía ser el vórtice de los problemas, por haber elegido siempre puros hombres de mierda y llevar tantas cicatrices en el cuerpo. Con todo, cuando papá no estaba en casa eran los únicos momentos donde, por una u otra razón, llegaba a haber paz.

    Y quizá fuera injusto, pero lo prefería a él lejos.

    Hayato había salido cagando apenas el viejo puso un pie en la casa, de ahí se precipitaron un montón de discusiones, llantos e insultos. Lo más irónico era que nadie tenía un problema directo conmigo ni yo con ellos. Era la víctima colateral y también el tibio de mierda, o al menos yo lo sentía así. ¿Debía elegir un frente de batalla? ¿Involucrarme? Quizá fuera lo mejor, puede que incluso me aliviara. La pasividad también enfermaba.

    Me estaba enfermando.

    La pregunta de Kou revolvió esas cuestiones en mi mente y solté el aire por la nariz, sin pretender seguir hablando; él tampoco preguntó. Nos alcanzó la conversación de Rei y Subaru, el sonido del video que estaban viendo, y llegué a pescar al primero del cuello del gakuran antes de que se llevara puesta a una señora. Las calles de Shinjuku, con todo, seguían tranquilas a esa hora. Nos detuvimos en la esquina, esperamos a que el semáforo de peatón cambiara de color y avanzamos. Rei siguió picando el balón y sacando conversación de cualquier cosa.

    Llevábamos algunas semanas sin aparecer en la cancha de baloncesto, el club se había mantenido particularmente activo desde fines de abril. El inicio del año lectivo y la ausencia de Hayato eran… más difíciles de lo que había creído, incluso si había pretendido mentalizarme el verano entero. El club se veía demasiado diferente al otro lado del escritorio. Era más grande, estaba más vacío y olía peor. Me pregunté si para mi hermano habría sido igual y cómo logró disimularlo tan bien.

    Pero él era una personalidad dominante.

    Yo no.

    —Hasta que tenemos un rato para relajarnos, ¿no? —soltó Rei, a pocos metros de nuestro objetivo.

    Shinjuku estaba ubicado en el corazón de Tokyo y, como tal, no había demasiado lugar para nada. La cancha que usábamos nos quedaba bien por su cercanía con la escuela, pero siendo honestos no era la gran cosa. Era un espacio de cemento circunscripto entre dos edificios de apartamentos, de la acera lo separaba un entramado de rejas y ya. Tenía una sola entrada, la luz que lo alcanzaba era la del tendido eléctrico o, en su defecto, el poco brillo natural que rascaba entre tanta urbanización. Sólo a la mañana le daba el sol, cerca del mediodía.

    Rei había lanzado el balón hacia arriba justo cuando alcanzamos la entrada y nos llegó un poco de golpe el sonido de la música. Los cuatro nos detuvimos y la caída de la pelota, otra vez, a pocos centímetros de mi rostro, me sacudió ligeramente el cabello.

    En nuestra cancha había una chica.

    Y estaba bailando.

    La melodía era simple y tranquila, la voz femenina sonaba muy suave y cantaba en inglés. La chica no reparó en nuestra presencia, siguió deslizándose en diferentes direcciones y con una fluidez increíble, como si su cuerpo se hubiera convertido en aire y sólo quisiera remontar vuelo. Su silueta era pequeña y su cabello negro brillaba. Tardé varios segundos en notar que llevaba el uniforme de nuestra escuela.

    —¿Y esta rarita? —inquirió Rei en voz baja, inclinándose hacia nosotros.

    Kou se mofó y, con la indiferencia de siempre, retomó el camino hacia ella. La voz se me atoró en la garganta, los demás lo siguieron y al final no abrí la boca, porque era un tibio de mierda y nunca me la jugaba por nada. Porque no sentía el derecho, mucho menos el privilegio; pero quería, así fuera el capricho más grande del universo.

    Quería que siguiera bailando.

    La chica notó nuestra presencia de repente, cuando prácticamente tenía encima a los muchachos, y dio un respingo. Si algún chispazo de miedo le recorrió el cuerpo lo cierto es que desapareció casi al instante. Su semblante se endureció, frunció el ceño y yo, aún en la entrada, suspiré. El móvil del cual salía la música estaba a pocos metros de mi posición y pesqué la letra sin motivo aparente. Ni siquiera sabía tanto de inglés.

    He was born with the Pisces moon.

    Pero lo entendí a la perfección.

    Dim light and honeydew.

    Pestañeé y por fin me puse en movimiento, cosa de ir a evitar cualquier desastre y poner paño frío. La niña había preguntado a cara de perro si se nos ofrecía algo y decidí intervenir antes de que Rei reaccionara, que era muy simpático pero también sabía ladrar.

    —Pasa que esta es nuestra cancha —expliqué con calma, uniéndome al grupo, y recibí sus ojos de golpe. Me vieron con dureza y esbocé una pequeña sonrisa—. Y veníamos a jugar un rato.

    Rei picó el balón como si pretendiera demostrar el punto, la chica le lanzó un vistazo y regresó rápidamente a mí. Era pequeñita y para nada intimidante, se me asemejó a un gatito arisco e incluso si sabía que debía tomármela en serio, honestamente estaba demasiado ocupado en otras cosas. Como el color de sus ojos, por ejemplo, de un cuarzo brillante.

    ¿Por qué brillaban con tanta fuerza en ese agujero oscuro?

    —¿Su cancha? —replicó, mirando alrededor, y sonó irónica a cagar—. ¿Dónde está el cartel, que no lo veo?

    Kou se sonrió a mi lado pero no dijo nada, Rei picó el balón con fuerza agregada y Subaru, como era lo usual, no pareció muy interesado en todo el embrollo. Sabía que la niña tenía un punto y que, objetivamente hablando, no había motivos para echarla. No los había, pero su actitud me molestó un poco y acabé enredándome. Tropezando.

    —No hace falta —anoté, encogiéndome de hombros, y nos señalé con un vaivén ligero de los brazos—. ¿O tenemos pinta de que lo necesitemos?

    Su sonrisa fue de malas noticias.

    —Pues por algo lo digo, ¿no? —Entornó los ojos, ladeando apenas la cabeza; el cabello de obsidiana se derramó hacia el costado—. No me digan, ¿de veras se creen tan malos?

    Tenía agallas, la enana. Me sonreí, incrédulo, y retrocedí un paso en lo que Rei ganaba terreno.

    —Mira, niña —intervino, hastiado—, no vamos a llegar a ninguna parte con esta actitud y tampoco nos apetece meternos con una cría, así que te sugiero…

    —¿Seguir usando la cancha como me plazca? —Alzó la voz para pisarlo, provocando que incluso Subaru clavara su mirada en ella. No pareció amedrentarse—. Eso fue lo que pensé, sí.

    Nos miramos entre nosotros, algo atónitos. ¿Era imbécil o suicida? No que fuéramos ningunos locos de mierda, pero eso ella no lo sabía. No tenía forma de saberlo.

    —Increíble —siseó Kou, algo en su gesto me tensó parte del cuerpo y pretendió avanzar.

    —A ver. —Conseguí detenerlo y alcé las manos antes de volver a bajarlas a los costados de mi cuerpo—. Vamos a ser diplomáticos, ¿sí? ¿Cómo te llamas?

    Dudó un rato antes de abrir la boca, analizándonos de arriba abajo.

    —Anna. ¿Van a la Shinjuku?

    —Correcto~ Intuyo que tú también.

    Le sonreí, amistoso, Anna nos repasó con la vista, seria, y suspiró, enterrando las manos en los bolsillos de su chaqueta. La llevaba encima del uniforme, era de un rosa oscuro y estaba llena de inscripciones y garabatos.

    —Miren, no quiero problemas, pero tampoco me da la gana que me echen porque sí. —Volvió a clavar la mirada en mí—. ¿Tanto les jode mi presencia?

    Con el tiempo sería consciente de lo extraño y milagroso que era haber evitado un conflicto más gordo precisamente gracias a ella. Le había aflojado a la actitud, en consecuencia nos pasó igual y compartí una mirada con los chicos. Kou y Subaru parecían no tener opinión (aunque no estaba seguro de la honestidad del primero) y Rei se encogió de hombros. Regresé a Anna, repasé brevemente su gesto y solté el aire en una risa nasal bastante floja. Ella me sostuvo la atención a cada segundo y se sintió… algo extraño.

    —¿Segura quieres quedarte?

    —Segurísima.

    —¿Por qué?

    —Porque llegué primero.

    —Te puedes comer un pelotazo.

    —Qué miedo~ —la ironía se le salió otra vez, fruncí apenas el ceño y regresó a su molde—. No importa, me quedaré un rato más y me iré. Jueguen como si no estuviera aquí.

    ¿Por qué tanta historia si estaba por irse? Bueno, era bastante evidente y lo sería siempre. El simple hecho de haber pretendido echarla le bastaría para discutirnos a muerte. Era testaruda, orgullosa y luchaba por lo que creía. Anna siempre luchaba, incluso si creía haberse apagado por dentro. Yo la veía.

    —Tenemos un trato, entonces —definí, estirando la mano hacia ella—. Pero déjanos el centro de la cancha, que necesitamos los aros.

    Asintió, cerramos el acuerdo y no le di demasiada importancia en el momento, pero con el tiempo lo noté. Al palmear la espalda de Rei, ayudando a Subaru a levantarse o tocando el hombro de Kou. Comprimiendo los puños para moler la carne ajena. Tanteando el brazo de mamá con la punta de los dedos, porque nunca sabía si despertarla o no. Seguí usando las manos para cualquier cantidad de mierdas, pero cada vez que alcancé las de Anna se sintió correcto. Ese día y todos los que le siguieron.

    Quién sabe.

    Puede que me haya enamorado de ella desde la primera vez que la vi girar, allí frente a mí.

    .

    .

    The Wheel of Fortune
    30 de mayo de 2020


    Las cosas podían cambiar a una velocidad vertiginosa, incluso aquello que parecía congelado en el tiempo. El sol brillaba con fuerza, había unos niños volando sus cometas a mi espalda y, cuando despegué la vista del móvil, vi a Kakeru. Muchas veces había estado así, esperándolo contra barandillas frías. Me había preguntado por él tantas, tantas veces, que temí estropear su nombre en mi mente. Pegada a la pantalla, a nuestro chat y los mensajes sin leer. Pensé si esta sería la última vez que lo esperaría.

    Sola, contra una barandilla fría.

    Era agridulce.

    —Perdona la tardanza —dijo al estar frente a mí, su sonrisa era la de siempre—. ¿Me esperaste mucho, An?

    La verdad era que sí, pero ya no importaba demasiado.

    —No, tranquilo. —Despegué las caderas de la baranda a mi espalda y las risas de los niños captaron mi atención—. Me entretuvieron bastante, llevan correteando ya no sé cuánto tiempo.

    Kakeru alzó a verlos y detallé su rostro durante ese breve instante. Tenía que imaginárselo, ¿verdad? ¿Por cuál otra razón lo citaría a solas, a menos que fueran malas noticias? No creía que albergara esperanzas de ninguna clase, no tras haberle pedido perdón por no haber podido amarlo. Nunca había sido imbécil, incluso a su pesar. Quizá no fuera transparente hacia afuera, pero sabía reconocer sus emociones con una claridad aterradora. Era un don y una maldición.

    Nos beneficiaba a los demás, y a él le pesaba.

    —Seguro eras igual de pequeña —comentó de repente, regresando sus ojos a mí; lucía divertido y confiado—. ¿O me equivoco?

    Trastabillé ligeramente e inflé un poco las mejillas, desviando la mirada. Él se rió al instante y pasó a mi lado, para acercarse a la ventanilla de la puerta Okido. No tuve tiempo de preguntarme por qué poseía aún la capacidad de avergonzarme o si debería ser suya en absoluto, el bochorno pasó sin más y me acoplé a su ritmo.

    —Buen día —saludó a la empleada con su sonrisa tranquila, y de su billetera sacó el ID de su escuela anterior para deslizarlo por debajo del vidrio—. ¿Dos tickets de estudiante, por favor?

    Verlo me iluminó la neurona y di un respingo, hundiendo el brazo en mi bolso. Aún no había tramitado el ID del Sakura, obviamente, y ni siquiera sabía dónde había quedado el de la Shinjuku. Abrí la billetera con la esperanza de que estuviera allí por obra milagrosa del universo, pero no. Claro que no. Tanto Kakeru como la chica de la ventanilla me estaban mirando y solté el aire por la nariz.

    —Uno de estudiante y uno normal —aclaré, disimulando la molestia que sentía.

    La muchacha asintió y procedió sin complicaciones. Kakeru no había abierto la boca, regresó la vista a su billetera y empezó a separar billetes.

    —Serían mil doscientos cincuenta yenes en total —informó la empleada.

    Saqué un papel de mil, pero Kakeru se me adelantó y pagó el monto completo. Abrí la boca, dispuesta a quejarme, el chico se giró hacia mí y su sonrisa me mantuvo en el molde. Cuando ponía esa cara de angelito no le entraba una bala, ya lo conocía.

    —Luego me invitas algo de comer —propuso.

    Suspiré, compartí una mirada con la chica de la ventanilla y me encogí de hombros. Ella sonrió, algo divertida con la escena, pero no dijo nada al respecto. Arrancó dos tickets del talonero y nos los alcanzó.

    —Bienvenidos al Jardín Nacional Shinjuku Gyoen, con este código QR pueden escanear y descargar el mapa. Cerramos a las seis de la tarde, disfruten su estadía.

    El Gyoen era un parque nacional inmenso, el pulmón de Shinjuku, y si no venía más seguido era porque, ahora con mis dulces dieciséis años, tenía que pagar entrada. Había comenzado como la propiedad de un daimyo en la era Edo, luego se convirtió en un centro de agricultura experimental del Estado, de ahí un jardín imperial, y a partir de la Segunda Guerra Mundial pasó a ser nacional. Y no era que me supiera toda esa información de memoria, sino que acababa de leerlo en un cartel.

    —Basado en un jardín estilo occidental de la era Meiji, el Shinjuku Gyoen fusiona tres estilos: el formalismo francés, el paisajismo inglés y el tradicionalismo japonés —seguí informando sin motivo aparente, con voz de guía turístico y todo.

    Kakeru a mi lado se rió y me cazó de la sudadera, jalándome para que siguiera caminando. Por el puro teatro opuse resistencia y seguí leyendo el cartel todo lo que me fue posible, hasta que las letras se me mezclaron a la distancia y me di por vencida. ¿Go… Goryotei Pavillion? ¿Lo había visto bien? ¿Qué coño se suponía era eso?

    Recorrimos el camino principal unos pocos minutos, hasta que dimos con unas amplias escalinatas a la derecha y las tomamos. Conforme subíamos el paisaje se despejaba y el jardín lucía más y más hermoso.

    —¿Qué te dio por venir al invernadero? —preguntó Kakeru, a lo cual observé el edificio.

    Era enorme y completamente recubierto de vidrio dividido en paneles rectangulares. Había sido una de las primeras cosas que visité con mis padres cuando llegamos a Tokyo. Era un soplo de oxígeno en medio de tanto cemento, tanto ruido y calor, y con la vida que habíamos llevado en Argentina era también lo más parecido a casa.

    —Nuestros jueves de almuercito son también en un invernadero —expliqué, dedicándole una sonrisa—. Quizá no tenga mucho sentido, pero al mismo tiempo creo que sí lo tiene.

    Kakeru no respondió nada y entramos al lugar, saludando con una breve inclinación de cabeza a los empleados y esquivando a un par de personas. Un niño de siete, ocho años casi me llevó en banda y le puse la mano en la cabecita para esquivarlo; luego correteó hasta su mamá y compartimos una mirada enternecida con Kakeru antes de retomar el camino. Alcé la vista hacia el techo, tan alto, y las plantas que llegaban a rozarlo. El sol se colaba entre las hojas y acariciaba el suelo de piedras, la superficie de los estanques, mis manos y el cabello de Kakeru. Todo a nuestro alrededor era verde y dorado.

    —Hacía años no venía aquí —lo oí comentar a mi lado, mientras paseábamos por los pasillos algo laberínticos—. La última vez habrá sido… cuando tenía nueve, diez años, supongo. Era el cumpleaños de Hayato y pasamos el día en el Gyoen, los cuatro. Recuerdo que Hayato no estaba muy contento, él quería una fiesta con juegos y mucha comida como las de sus compañeros, pero por ese entonces no había mucho dinero en casa.

    —¿Eres consciente de la joyita que me estás regalando al imaginarme a un mini Krait haciendo berrinche por ir al parque?

    Kakeru se rió y algo en el sonido sonó nostálgico. Pensé que solía reírse así, lo había hecho siempre, pero llevaba poco tiempo prestándole la debida atención. ¿Cómo se verían los recuerdos ante sus ojos? ¿Serían más brillantes y coloridos que la realidad? ¿Más dulces, más cálidos? Alguna vez había llegado a quejarse de su madre. “Está y no está ahí”, había dicho. “Como si fuese incapaz de desprenderse”.

    Podía entenderlo y al mismo tiempo no.

    —Oh, sí, soy perfectamente consciente —respondió, divertido—. Más te vale apreciarlo, mis historias de vida no son un privilegio que reciba cualquiera.

    Porque Kakeru te miraba y nunca sabías qué veía realmente.

    —Por favor, qué honor~

    Estaba y no estaba ahí.

    Nos detuvimos junto a un estanque de lo más bonito, recubierto por flores de loto y nenúfares. Ese pequeño rincón del invernadero no estaba tan concurrido y, por mucho que me jodiera los nervios, determiné que era un buen lugar. Me acerqué a la orilla y toqué apenas el agua, de cuclillas. Kakeru permaneció apenas detrás mío, no se agachó y su voz me detuvo el corazón por un segundo.

    —¿Sabes qué día es hoy, An?

    Lo sabía, sí, y parecía una jodida broma macabra. Recogí ambas manos, las apoyé en mis rodillas y asentí. Kakeru no era imbécil y se lo estaba oliendo, pude oírlo. Quizá no supiera exactamente qué martes trece iba a soltarle, pero se lo iba a soltar y sería una cagada.

    I survive on a second chance, I feel your love second-hand —canté en un murmullo, mientras Kakeru se colocaba a mi lado y se acuclillaba en silencio. Los recuerdos corrieron—. It's someone else's flowers on the table but I don't mind.

    —Puedes reírte de mí, de hecho probablemente lo hagas, pero siempre… lo sentí especial, supongo. —Volteé a verlo, su perfil, y la sonrisa que esbozó lucía avergonzada—. Quiero decir, soy de Piscis, ¿no? Fue como mucha coincidencia. En el momento pareció… no sé, destinado o algo así.

    Volví a asentir, a cámara lenta, y regresé los ojos al estanque. Lo había pensado también, lo suficiente para temer estropearlo en mi mente. Por un tiempo me había servido convencerme de que éramos almas gemelas, que Kakeru había aparecido en mi vida como un ángel salvador o alguna mierda similar. Hasta que ya no lo necesité, claro, y dejé de creer en el destino. Hasta que por fin pude verlo como lo que realmente era.

    —Te pega mucho —murmuré, buscando sus ojos—. Ser de Piscis. Son sensibles, soñadores, benévolos y toda la mierda, ¿no?

    Un niño perdido.

    —No son cualidades que precisamente me sirvan, pero sí —reconoció, suspirando—. Supongo que sí.

    Mi triste, roto y tan amable niño perdido.

    Un nudo horrible se me atoró en la garganta, tuve que tomar mucho aire e incorporarme de golpe. Había un banco de piedra cerca nuestro, me senté allí y Kakeru, a destiempo, me siguió. Sentía que ya estaba todo dicho, que sólo faltaban las palabras; esas que tenía clavadas en el pecho. Lo miré, di con sus ojos y me sonrió. Siempre habíamos sido un espejo del otro, sólo necesitábamos un pequeño empujón para abrir las compuertas. Era el poder que compartíamos y el que nos condenaba. Durante mucho tiempo nos habíamos negado a usarlo, hundiéndonos al mismo tiempo en ciénagas paralelas, pero ahora… ahora era distinto.

    Quizá no hubiera podido amarlo, pero seguía enredado a mi corazón.

    —¿Por qué quisiste venir aquí? —preguntó, precavido, en un murmullo paciente.

    Desde el primer día, exactamente un año atrás.

    —Quería decirte algo. —Intenté no hablar demasiado bajo y que la lengua no se me enredara, pero cada palabra se sentía como avanzar por un campo minado—. Quizá creas que no hace falta o que es innecesario, pero si no te lo digo también lo siento feo y… y como si te estuviera mintiendo. Y no quiero hacer eso. No quiero mentirte ni tomarte de idiota, no quiero…

    Hacerte daño.

    Perderte.

    —Anna. —Su voz fue firme, me detuvo a medio giro y parpadeé, regresando a sus ojos. Allí estaba, la eterna sonrisa—. Está bien, no te justifiques tanto. No hace falta.

    El silencio fue pesado, sentí la boca seca y agaché la cabeza, jugueteando con mis uñas entre sí. Era una frase, una simple frase y soltarla fue como lanzarme de lo alto de una plataforma, únicamente aferrada al trapecio. Siempre había gozado de esa facilidad, de cerrar los ojos y no preocuparme por lo que ocurriera después.

    Pero ya no era esa chica.

    —Estoy viendo a alguien. —Más silencio, más pesadez, no me atreví a alzar la mirada y tampoco pude quedarme callada—. No es… nada oficial ni super serio, de hecho no sé muy bien qué es, pero como también va al Sakura sentí que debía decírtelo.

    Silencio, silencio y silencio, por lo que pareció una jodida eternidad. Lo escuché tomar aire, soltarlo y removerse.

    —Me imaginé —reconoció, no logré descifrar lo que escondía su voz. No esta vez—. Era una cosa casi de sexto sentido, pero me lo imaginé, sí.

    Por fin levanté la cabeza, lo hice para mirarlo y dejar de huir. Kakeru ya no sonreía, tampoco había en su rostro ira, o miedo, o incomodidad, o frustración. No lo comprendí, entendí que había sellado las compuertas y presioné los labios, esforzándome por no llorar.

    Dios, no quería hacerle daño.

    —¿Por qué? —llegué a murmurar, sintiendo incorrecta la idea de disculparme.

    Él desvió su atención al estanque y volvió a suspirar, recargándose contra el espaldar del banco.

    —Estabas feliz —resolvió, lo dijo con la simpleza que ameritaba y sentí que el hecho le pesó en cierta forma—. Eras feliz y ya, cosa que… jamás habías sido con nosotros.

    “Conmigo”, ¿verdad?

    —No fue sólo eso —repliqué, suponiendo que, pese a la culpa y el miedo, ya no tenía sentido tapar el sol con un dedo—. Fue… ridículo, pasaron demasiadas cosas en el Sakura desde que entré y no todo fue bueno, pero… las personas que conocí…

    —Lo entiendo. —Lo vi sonreír, algo de tristeza se filtró en su gesto y me miró; el bronce oxidado de sus ojos, siempre tan cálido y tan amable, me atravesó el corazón—. Hiciste amigos, amigos de verdad, encontraste… un lugar. Incluso aquí, en medio de Japón. Encontraste un lugar y lo hiciste tuyo, An. Y eso te hace feliz. Lo entiendo, de verdad.

    Las lágrimas insistieron tras mis ojos, pero soltarlas habría sido jodidamente egoísta y me las seguí tragando. No sabía hasta dónde Kakeru hablaba de mí y a partir de dónde estaba reflejando sus anhelos. Era una existencia algo fantasmal desde que lo conocía, de a ratos se desconectaba y luego regresaba. ¿Tenía un lugar al que pertenecer? No estaba segura. ¿Era eso lo que le pesaba?

    Tampoco lo sabía.

    —No es que quiera indagar, pero ¿hay algo más que debería conocer? —agregó—. ¿A qué clase va? ¿Cómo se llama?

    ¿Debía decirle que compartían aula? ¿Le serviría de algo la información? En poco tiempo lo descubriría, de todos modos. Su pregunta me pilló desprevenida, me removió el cuerpo y volví a bajar la mirada. El deseo de disculparme era tan intenso que casi se me escapaba de la boca a cada segundo.

    —No, yo… —Meneé la cabeza con fuerza y me llevé una mano al rostro, para secarme la primera lágrima—. No quería decírtelo, pero tampoco podía no hacerlo y… era injusto. Dios, era muy injusto.

    Era una cagada. Una parte de mí ansiaba que comprendiera los motivos de mi angustia, del miedo y la preocupación que sentía, pero ¿con qué cara se lo diría? ¿De qué forma le haría saber que lo trataba como un asunto de Estado por su fragilidad? No había chance. Necesitaba que lo comprendiera por sí mismo y que lo perdonara, que me disculpara incluso antes de cometer el pecado.

    Como siempre había hecho.

    —Está bien, lo entiendo —concedió, alcanzando mi cabeza para acariciarla suavemente, y el contacto aflojó aún más lágrimas—. Y agradezco que me lo digas, de verdad. Es… es extraño que lo diga, ¿no? Pero es cierto. —Buscó mi barbilla, me instó a mirarlo y me sonrió—. Gracias por preocuparte por decírmelo. Lo valoro mucho.

    Estaba lloriqueando como una cría, encontrar sus ojos estalló todas las represas y ya no pude contenerlo. Kakeru me estrechó con calma, envolvió sus brazos en torno a mi cuerpo y apoyó la barbilla sobre mi cabeza. Era ridículo que él me estuviera consolando a mí, jodidamente ridículo, pero olía a Kakeru, era Kakeru y, Dios, me sentía tan aliviada. Quizá fuera egoísta, pero me aliviaba tanto poder abrazarlo. Jamás había sido tan consciente de lo mucho que quería tenerlo en mi vida hasta que ya no fue una necesidad, sino una elección.

    Fell in love with the Pisces moon.

    Kakeru comenzó a tararear una canción en voz baja, y con lo espesa que tenía la neurona me tomó un rato identificar la melodía. Sobre su murmullo apareció una voz en mi mente, suave y femenina, era un arrullo y la calidez de Kakeru también.

    Now I’ll follow you wherever you go.

    Puede que sí lo amara, sólo que de una forma distinta.

    Well, I think that I’d love you anyway.

    Puede que siempre lo hiciera.

    —No te preocupes por mí —susurró, sentí cómo tomó aire y su voz se acompasó a los latidos de su corazón, contra mi oído. Era increíblemente relajante—. Voy a estar bien, ¿sí? Estoy mejor ahora, gracias a ti. Bueno, y a los chicos, pero tú me entiendes. Voy a estar bien, Anna. No te preocupes.

    —No quiero perderte —farfullé, sin estar segura de cuán correcto fuera, pero una parte de mí necesitó reafirmarlo—. No quiero que te vayas de mi vida.

    Que lo quería.

    Dios, lo adoraba.

    —Vale. —Una sonrisa se coló en su voz, incluso si le tomó unos segundos contestar, y me dejó un beso en el cabello—. Yo tampoco quiero perderte, de todos modos.

    Reactivé los brazos por fin, los usé para envolver su cintura y corresponderle el abrazo. Aplasté aún más la mejilla contra su pecho, cerré los ojos e inhalé. Estaba… haciendo lo correcto, ¿verdad? Debía convencerme de ello. Era la única opción.

    —Mejor así —respondí, ya más recompuesta, y soné como una cría enfurruñada—. Que aún debo ganarte en el Uno.

    Se rió, el sonido me silenció el corazón, silenció la tormenta y alzó una mano para acariciar mi cabello suelto. Tomé mucho aire y lo liberé lentamente.

    —¿Sigues con ese delirio? ¿Derrotarme a mí, el rey de los espejitos?

    —Pasa que tú juegas con reglas rarísimas que sólo te convienen a ti.

    —Y que todos, curiosamente, aceptaron.

    —Es que se te da bien convencer a la gente.

    —Muy bien, Hiradaira, ¿algo más de lo que quieras acusarme?

    Sonó ofendido a cagar, la tontería me hizo sonreír y estiré el cuello para mirarlo.

    —Ni siquiera juegas tan bien al básquet —agregué, divertida.

    La indignación de Kakeru fue exagerada a cagar, me aflojó una risa breve y me zamarreó, acentuando el sonido.

    —Lo dices porque quisimos echarte, ¿cierto? Muy, muy dentro tuyo no nos lo perdonarás nunca.

    —Probablemente —concedí, acomodándome entre sus brazos para quedar a su altura, y lo miré a los ojos—. Pero si no me hubieran hecho enfadar tampoco los habría conocido, y estoy muy agradecida de haberlo hecho. Quizá no me lo vayas a creer nunca pero lo digo en serio. Exagerado o no, en cierta forma… me salvaron. Y sí, hubo mucha mierda y nos mandamos mil cagadas, y aún así los quiero. Los quiero muchísimo.

    La sonrisa de Kakeru había desaparecido, y no pude definir si su barbilla temblando fue idea mía o pasó de verdad. Subió una mano a mi nuca y me atrajo hacia él, aplastando la mejilla contra mi cabeza. Con todo, me provocó una ternura incalculable y me reacomodé para rodearle el cuello con los brazos.

    —De veras eres un Pisces baby, ¿eh?

    —Cállate.

    Nos quedamos allí un par de segundos más y agradecí no haber cedido al impulso de disculparme. Eso, posiblemente, habría sido lo más egoísta de todo. Cuando busqué separarme de él acuné su mejilla y le sonreí, viéndolo a los ojos. Era un niño triste, roto y perdido, pero poseía una bondad infinita. Quizás él no lo viera, quizá lo llevara encerrado bajo llave en su corazón, pero si me lo permitía me gustaría mostrárselo.

    He was born with the Pisces moon —canté en un susurro, en una sonrisa amplia, sin saber que esa frase había sido la que llevaba un año entero anudada a él—. Dim light and honeydew.

    Kakeru sonrió, envolvió su mano con la mía y dejó allí un beso casto. Intentaría creerle y no preocuparme, lo intentaría de verdad; era lo menos que podía hacer por él.

    'Cause I know it's in his heart to be good.

    —Gracias, cariño —agregué, entre el verde y el dorado, ya no del invernadero, sino de su corazón—. Gracias por todo.

    Yeah, I know it's in your heart.

     
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  14.  
    Kaisa Morinachi

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    AHHHHHH, qué decir, a estado hermoso, precioso, encantador y de ahí el ganador.

    No lloré, la verdad, pero comprendo por qué tú sí. Son tus niños y a sido un relato conmovedor, más en la segunda parte, pero la primera no deja de ser interesante y muy significativa.

    No he estado tan al día con la backhistory de Anna, pero creo que se los datos suficientes para entender más o menos las cosas. Admito que no tenía idea de cómo era Kakeru, pero la poca imaginen que llegué a hacerme de él estaba muy equivocada. Es un chico muy, muy querible, siento yo, y se nota como la adversidad le pega fuerte. Dan ganas de abrazarlo como bien dices.

    Me gustó el relato de inicios fin, tu manera de narrar es asombrosa y aunque tengo dificultad y pereza con las narraciones largas, lograste mantenerme al pendiente bastante bien y eso siento que es algo a halagar.

    Reitero, me gustó mucho y también me gustó saber más de este par, me sacaste más de una sonrisa en la segunda parte de ternura y alegría y eso es precioso.

    Sigue escribiendo, no siento que haga falta pedirte eso, pero nunca está demás recalcar que lo haces muy bien y te admiro un montón por eso <3

    Sin más que agregar, me despido, fue un gustazo uwu.
     
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  15. Threadmarks: XXIX. The Stigma | and its mark
     
    Gigi Blanche

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    Escritora
    Título:
    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    40
     
    Palabras:
    4500
    N/A: ufff. UFFFFFF. Justo ayer estuve completando mis muchos docs del lore de Gakkou con info nueva y, hablando con Morita en el grupo, le dije "che, qué ganas de usar esta canción en un fic de Kou". Total que literalmente al segundo me iluminé y me fui a escribir como desquiciada. Hoy lo acabé y holy shit, holy cocoa.

    El anthem de Kou es Darkside, de grandson, lo supe siempre y siempre supe que hubo un momento como este en su historia por el cual recibió la canción. Pero bueno, me monto tantos pollos que a veces me lleva años narrar las weas JAJAJA why am i like this

    Debo advertir que este fic posee descripciones sensibles de violencia, así que avisaos quedan. Me iré al infierno pero disfruté UN HUEVO escribirlo. Kou me encanta como personaje, es con el que puedo explorar las mierdas más oscuras y retorcidas and dunno, i like that shit.

    También aclarar que tener leído The Stranded antes de este fic ayuda a posicionarse mejor en la historia.

    Muchas gracias a Neki y quem por leerme como siempre, las pinches adoro, y a Mori por haber leído y cOMENTADO I WASNT EXPECTING THAT and it made me happy, so thank you, really <3

    A la mitad del fic hay una segunda canción, aviso por las deudas, y a esa segunda canción pertenecen las lyrics del principio. Ahora sí, me dejo de cháchara y ADENTRO WEA DISTURBING





    .

    the kid has got a dark side
    best believe it’s the last trick up his sleeve
    the kid has got a dark side
    that you don’t want to meet at all


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    .

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    The Stigma
    and its mark


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    | Kou Shinomiya |

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    Medio giré sobre mis talones y estiré el brazo para empujar la puerta suavemente. La luz fluorescente del pasillo se recortó hasta desaparecer, de fondo sonó la musiquita del menú de inicio y me volví. Paseé la mirada entre todos los presentes, allí de pie frente a ellos, y mi voz se dirigió a Kakeru incluso si no volteé hacia él.

    —Cuida la puerta —murmuré, el aire en esa sala estaba viciado—. Que nadie salga.

    No me molesté en corroborar, sabía que lo haría. Deslicé la mano a mi bolsillo, extraje el cutter y las luces moradas se reflejaron en la hoja. Las ratas frente a mí se retorcieron, mas no dijeron nada.

    —Muy bien —agregué, sedoso, y una sonrisa me descubrió la dentadura—. ¿Vamos a conversar?

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    —Kou-chan, te noto extraño. ¿Pasa algo?

    Kakeru tenía la preocupación tan impresa en el rostro que me vi forzado a suspirar, mientras me detenía frente a mi casillero e intercambiaba mis zapatos. Su locker quedaba lejos del mío, noté que se apresuró para no perderme de vista y comprendí que no me la pondría fácil. Kakeru era sumiso y complaciente, pero también algo terco. A veces sentía que me había adoptado y se creía con el derecho de requerir mi estado anímico a cada momento del día.

    O quizá sí lo tuviera, ni idea.

    —¿Qué puede pasar? —repliqué, altanero, con aquel tono suave y soberbio que llevaba pocas semanas usando—. Todo está perfectamente.

    El muchacho a mi lado no dijo nada, no emitió un sonido, y subimos las escaleras hasta el piso de segundo. Había pegado el estirón antes que él y le había arrebatado unos cuantos centímetros de ventaja, los suficientes para que mi figura se estilizara y debiera renovar el uniforme. Me detuve en el pasillo para decirle algo antes de separarnos en nuestras respectivas clases, él me imitó y buscó mis ojos. Sólo llegué a abrir la boca. Una botella de refresco cayó sobre mi cabeza desde atrás, fue doloroso y me forzó a agacharme. La carcajada me revolvió el estómago.

    —¡Más atento, buta!

    Toga soltó el apodo con tanto desprecio, tan cerca de mi cara, que sentí unas gotas de saliva mojarme la mejilla. Él y sus amigos se alejaron, riendo, los oí chocar las manos y me erguí lentamente. Inexpresivo. Kakeru seguía frente a mí y lucía profundamente preocupado.

    —¿Estás bien?

    Tantas, tantas, tantas veces me había hecho esa pregunta.

    Tomé aire por la nariz, me sequé el rostro con la manga del uniforme y le sonreí. Fue suave, sutil y calculado, y vi su ceño fruncirse aún más. No me creía.

    —Perfectamente.

    No me creía una palabra, pero no insistía. Con eso me bastaba.

    —Esos imbéciles —masculló, echando un vistazo relámpago al pasillo—, ¿es que no se cansan? Hace semanas que no les haces nada.

    —El rencor es una cruz pesada —respondí, siendo consciente de lo extraño que sonaba en un niño de catorce años—, pero también cuesta soltarla.

    No sabía si me odiaban por estar loco o si había enloquecido porque me odiaban, pero el resultado era el mismo. Cuando mi imagen cambió en el espejo, cuando me cosieron ropa con las nuevas medidas y me abotoné la camisa lo comprendí. Al enganchar los gemelos, atar la corbata y calzarme los zapatos lustrados. Para mi fortuna o desgracia, siempre había sabido quedarme callado. Agachar la cabeza fabricaba un tipo de energía diferente, similar al monóxido de carbono. Los cuerpos ajenos no la sentían, no la olían, no podían verla. Se almacenaba con lentitud y constancia hasta que los ríos de sangre sabían a veneno, se inflamaban, perturbaban. Era el virus silencioso al que nos exponemos todos, al que nos exponen por absoluto capricho. Muchos acababan en el basurero, amortiguando el golpe de los cuerpos nuevos. ¿Yo? Yo estaba allí, frente al espejo. Alto, delgado, apuesto. Había sobrevivido.

    Ah, por fin.

    Podría ser quien siempre había sido.

    Comencé a peinarme diferente, perfumarme, caminar con la barbilla alzada. El verano había acabado y, cuando arranqué el segundo año de la escuela media, era otra persona. Las chicas me miraban y susurraban, Kakeru y yo oíamos las risas en los pasillos. Toga no lo soportó y empezó a golpearme, empujarme, patearme e insultarme con aún más frecuencia, pero dejé de reaccionar. Mientras más cerca lo tuviera, mejor me servía. Kakeru no lo entendía hasta que buscó una respuesta por sí mismo.

    —Nunca lo detuvo regresarle el golpe, así que quizá sirva lo opuesto —dedujo un día, mientras almorzábamos en la azotea.

    Jamás lo contradije.

    Ni siquiera comprendí por qué insistió en permanecer a mi lado, si empecé a tratar a todo el mundo como insectos. No me enorgullecía, pero me satisfacía. Siempre había sido un grano en el culo, y ahora Kakeru se había vuelto inmune a mis miradas de soslayo, las sonrisitas soberbias y las respuestas monosílabas. Quizá sólo estuviera preocupado por mí.

    Era un muchachito avispado.

    Conforme transcurrían las semanas mi mente se fue llenando de datos más o menos inconexos. Luego, los agrupé y clasifiqué. Toga y Hiiragi iban a la 2-1, la misma clase de Kakeru. Kamado en la 2-2, conmigo. Matsuno, 2-4. El líder era Toga y los demás, miembros rasos. Los lunes y miércoles iban a la misma escuela de apoyo después de clases, pero los viernes faltaban y gastaban el dinero en el 109. Mantenían una rutina increíblemente predecible y aburrida, quién lo habría dicho.

    Un día llegué tarde a casa por haberlos estado siguiendo y anotando sus movimientos. Casi di un respingo ante la silueta oscurecida en el recibidor. Quedaba poca luz natural que le iluminaba las facciones de refilón, acentuándole la sonrisa y algunas líneas de expresión.

    —Chico, tanto tiempo. —Siempre había sido un hombre impecable, de maneras y voz suave—. ¿Qué haces volviendo tan tarde? ¿Dónde estabas?

    Puede que siempre lo hubiera admirado.

    —Teruaki-san —lo saludé, inclinando la cabeza, y me contuve de empuñar los bordes de mi camisa con las manos—. Salí con unos amigos después de clase.

    Su elegancia e integridad, la eterna sonrisa prepotente. Como si lo supiera todo.

    —¿Hmm? ¿Adónde fueron?

    Como si nada pudiera dañarlo.

    —Al 109, al karaoke.

    —Ah, qué divertido. —Se estiró para palmear el sillón a su lado y me dedicó un gesto relajado—. ¿Acompañarías al viejo un rato? Hasta que tu padre se digne a aparecer, que me aburro.

    Obedecí, frente a él no sabía hacer otra cosa, y dejé la mochila a un costado. Teruaki revolvió su taza de té y la levantó junto al platillo para darle un sorbo. Seguí sus movimientos y luego deslicé la mirada más allá, por la ventana. El atardecer estaba prendido fuego.

    —Ya empieza a hacer calor —anotó, sereno, casi como si hubiera leído mis pensamientos, y me lanzó un vistazo—. Aún no los cambian al uniforme de verano, qué pesados.

    Meneé la cabeza, enganchando las manos bajo mis muslos. Prefería sudar, por asqueroso que me resultara, aunque sabía que era un destino inevitable. La cintura de mis pantalones era más estrecha, las camisas más pequeñas, mis facciones se habían afilado y lucían bien, entonces ¿qué era? Cuando me quitaba la ropa costosa frente al espejo, ¿qué veía?

    ¿Qué verían los demás?

    —¿Llevas mucho aquí, Teruaki-san? —indagué, con cierta timidez, viéndolo servirse otro té y oyendo el sonido del agua dentro de la tetera.

    Estaba casi vacía.

    —Kou-chan, ¿será que nunca me digas tío Take? —se lamentó, suspirando, y mi cuerpo se tensó apenas.

    —Papá dice que debo tratar con respeto a los adultos —respondí en automático, era el escudo. Aún no aprendía a convertirlo en arma.

    Me miró de soslayo con una nota de incredulidad y soltó una risa nasal, fue bastante sutil. Deslicé los ojos a sus manos, los anillos metálicos y el enorme reloj que asomaba por debajo del saco cada vez que se estiraba lo suficiente. La cucharilla disolviendo la miel dentro del té tintineó rítmicamente junto a las manecillas del reloj. Estaba oscuro y silencioso.

    —Tendré que tener una palabra con tu padre, entonces —resolvió tras algunos segundos, regresando al espaldar del sofá, y renovó la sonrisa—. ¿Qué tal va la escuela?

    —Bien.

    —Debes haberle dado una buena sorpresa a tus compañeros. —Lo miré de repente y él lució satisfecho, como si hubiera cumplido su propósito; una sensación extraña se me revolvió en el estómago—. ¿Fue divertido?

    ¿Divertido?

    Nada había cambiado, si acaso las chicas me prestaban más atención pero no me interesaba en absoluto; no ahora que lo tenía. Lo que ansiaba que acabara, había empeorado, los fantasmas en los muslos aún escocían y seguía pegado a los medicamentos para que no me doliera comer. Estaba atado a un plan de alimentación horrible y los empleados vigilaban cada plato que devolvía, todo con tal de mantener la figura que por fin había obtenido. Quizá ninguna madre quisiera que su hijo fuera obeso o quizá sólo la mía era una hija de puta. Si adelgazas dejarán de molestarte, cariño, había dicho.

    Mientras Toga me seguía usando de diana para batear latas de gaseosa.

    Me empujaban dentro del baño y me robaban el dinero del almuerzo.

    Lanzaban mi mochila por la ventana.

    Golpeaban.

    Tiraban.

    Escupían.

    ¿Fue divertido?

    El ruido contra mis oídos se frenó de golpe, pestañeé lentamente y detallé los ojos de mi tío. Almendrados, de un color muy parecido a la miel derretida. Iguales a los míos. El cielo estaba prendido fuego y el incendio iluminó mi expresión, la sonrisa imitada y la confianza innata.

    —Va a serlo —murmuré.

    Hubo algo en la expresión de Teruaki que cambió en ese instante, sólo que no supe definirlo. Se tomó todo el tiempo del mundo para beber de su té, saborearlo y soltar una suerte de suspiro, justo antes de que el mayordomo apareciera bajo el umbral de la puerta.

    —Teruaki-sama, Shinomiya-sama lo espera en su estudio.

    —Al fin, hombre, casi echo raíces —se quejó en voz baja y se incorporó, abotonando su saco. Antes de irse, sin embargo, me miró desde arriba y me revolvió el cabello—. Ten cuidado, muchacho. Piensa bien lo que haces.

    Arrugué el ceño casi en automático y me acomodé el pelo una vez estuve solo, hasta que creí haberlo devuelto a su posición original. Las manecillas del reloj siguieron corriendo y mis dedos rozaron la piel de mi cuello en su descenso. Se detuvieron, sin embargo, el sol se ocultó por fin tras los edificios y junté allí ambas manos. Presioné, buscando las arterias carótidas o, en su defecto, la tráquea. El aire dejó de pasar por completo, una sensación extraña me cosquilleó en los pulgares y dolió. Solté. Deslicé las manos de regreso, rocé apenas mi entrepierna y me retiré a mi habitación una vez hube memorizado todo.

    Los preparativos ya estaban listos.

    Aguardé y toleré una semana más, hasta que aparecieron las condiciones perfectas. Era viernes, hacía buen clima y había invitado a Kakeru a matar el tiempo después de clases en el 109. Aceptó con lo que pareció una chispa de ilusión, y por primera y última vez sentí lo más remotamente parecido a la culpa. Me retrasé adrede en el baño y al cambiarnos los zapatos en los casilleros ya no quedaba casi nadie. Así, también, conseguimos tomarnos un tren diferente. Exactamente el siguiente.

    De todos modos no había prisa, solían quedarse de dos a tres horas y siempre era la misma rutina. Primero, el patio de comidas. Lo evité, arrastrando a Kakeru al piso de videojuegos. Jugamos unas partidas del Black Ops III, el idiota me pateó el culo como siempre hacía y sus bromas no me molestaron en absoluto. A decir verdad, Kakeru jamás me perturbaba. No sabía si era por quererlo o subestimarlo.

    —Bueno, creo que ya me aburrí de cagarte a tiros —soltó, muy fresco y con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Jugamos otro?

    —Hmm —murmuré, pensativo, revisando la hora en mi reloj de muñeca antes de mirarlo; regalo de Teruaki-san—. ¿Y si vamos a otro lado?

    —¿Premio consuelo? Venga, va. —Se incorporó, palmeándome el hombro, y soltó una risa fresca—. Te dejo elegir, no diré ni pío.

    No podía jactarme de haber planeado como tal esta secuencia precisa de eventos, pero sí de haber considerado dentro del esquema la eterna complacencia de Kakeru. Hubiera ganado o no, habría bastado que le pusiera ojos de cachorro para acceder a seguirme sin chistar. Esbocé una pequeña sonrisa y me puse de pie, lanzándole un vistazo al caminar. Era esa clase de persona.

    —Vale, mi premio consuelo será… oírte cantar.

    Y me estaba aprovechando absolutamente.

    —¿Eh? Me estás jodiendo, ¿lo dices en serio?

    Como un hijo de puta.

    —Cien por ciento.

    Como el hijo de puta que era.

    —¡Pero si yo canto, tú también tienes que cantar!

    No había nada que hacerle.

    —Eso no lo pone en las reglas.

    Ya llevaba la marca encima.

    Una expectativa que no supe definir se me arremolinó en el estómago al instante que pusimos pie en el karaoke. Repasé el espacio con la vista de pura manía, incluso si ya lo conocía de memoria, y seguí caminando. Kakeru había atinado a acercarse al mostrador y me llamó desde atrás.

    —No pasa nada, ven —dije en voz alta, mirándolo sobre el hombro—. Ya tenía una reserva.

    Dudó. Lo vi en sus putos ojos, dudó y no fue una duda inocente. Siempre había sido un muchacho avispado, de todos modos. Dudó como si ya conociera la respuesta, como si fuera el jodido Nostradamus y el futuro hubiera desfilado ante él. Dudó y, Dios, debería haberse hecho caso por una vez en la vida. Oír su instinto y salir corriendo. Debería haberlo hecho. Pero Kakeru era débil.

    Siempre lo había sido y siempre lo sería.

    Por eso obedeció. Siguió mis pasos e hijo de puta yo, que me regocijé en la mierda. Recorrí el pasillo con aparente calma, la expectativa siguió acumulándose en la punta de mis dedos y se sintió ridículamente sensible al rozar el pomo de la puerta. Sala Cinco, como todos los malditos viernes de seis a siete; siete y media, a veces. El mundo y las conductas de las personas eran una jodida línea de tiempo en la que volcaban los trozos de video. Bastaba con recorrerla, hacer zoom y alejar, las veces que hicieran falta hasta encontrar el fragmento perfecto. Ese pequeño loop que nos daba seguridad y sensación de control.

    Identificarlo.

    Y corromperlo.

    Abrí la puerta y repararon en mí al instante. Toga, Kamado, Hiiragi. Había tres de ellos. Su conversación se detuvo abruptamente, me colé en la sala y Kakeru me imitó, igual de confundido.

    —Kou, ¿qué-?

    —¿Qué coño haces aquí, buta?

    Ah.

    Medio giré sobre mis talones y estiré el brazo por encima del hombro de Kakeru para empujar la puerta suavemente. La luz fluorescente del pasillo se recortó hasta desaparecer, de fondo sonó la musiquita del menú de inicio y me volví. Paseé la mirada entre todos los presentes, allí de pie frente a ellos, y mi voz se dirigió a Kakeru incluso si no volteé hacia él.

    —Cuida la puerta —murmuré, el aire en esa sala estaba viciado—. Que nadie salga.

    No me molesté en corroborar, sabía que lo haría. Deslicé la mano a mi bolsillo, extraje el cutter y las luces moradas se reflejaron en la hoja. Las ratas frente a mí se retorcieron, mas no dijeron nada.

    —Muy bien —agregué, sedoso, y una sonrisa me descubrió la dentadura—. ¿Vamos a conversar?

    —¿C-conversar? —balbuceó uno de ellos, pegando la espalda lo más posible al sofá—. ¿Qué mierda te pasa? ¿Qué haces con-?

    —Silencio. —Suspendí una pausa intencional y alcé el cutter con movimientos fluidos, orgánicos, ensayados—. ¿O te dije que podías hablar?

    Una y otra, y otra vez, frente al espejo.

    —Muy bien, prosigo. —Sonreí, habiendo comprobado que obedecerían—. Supongo que estuvieron divirtiéndose bastante, ¿cierto? Estos últimos años. Durante mucho, mucho tiempo me pregunté por qué disfrutaban hacerlo, cuál era el sentido. Pero ahora, viéndolos aquí… creo que empiezo a entenderlo.

    Estaban los tres apiñatados en el sofá, al otro lado de la mesa, con una mezcla de confusión y terror impresas en el semblante que era una puta maravilla. Mi voz permaneció suave y fluida, impasible.

    —También me pregunté por qué yo. Una y otra vez. En el baño de la escuela, en el baño de mi casa. En los casilleros, debajo del puente, en el pasillo, dentro del aula. La azotea, el gimnasio, la sala de computación. Volviendo a casa, intentando dormir, vomitando, limpiándome los raspones. Cuando mamá me regañaba por haber perdido la billetera, o los apuntes, o la cartuchera, o la corbata. ¿Por qué yo? ¿Porque era gordo y feo? ¿Porque no les gustaba mi cara? ¿Porque intenté defenderme?

    Había cosas que jamás les concedería el placer de saber, a ellos ni a nadie. Eran mis propios pecados, la marca del estigma que llevaba en el cuerpo. Avancé un paso, el movimiento activó a Toga y se separó ligeramente de los demás. Quiso mirar a Kakeru, lo sentí, pero no se atrevió a quitarme los ojos de encima.

    —¿Q-qué mierda quieres, Shinomiya? —espetó, nervioso—. ¡Ya dinos y lo haremos!

    Los otros dos asintieron con vehemencia y si acaso les lancé un vistazo, indiferente. Le sostuve la mirada a Toga uno, dos, tres, cuatro, cinco segundos, me sonreí y separé los labios.

    —Quiero darles lo que siempre quisieron —respondí, sedoso, y comencé a quitarme el chaleco que llevaba sobre la camiseta del colegio—. Ya que siempre fui yo, ya que nunca pudieron quitarme la atención de encima, debería recompensarlos, ¿cierto?

    Dejé caer la prenda sobre la mesa, junto a sus bebidas y la canasta de papitas. La máquina de karaoke estaba justo a mi izquierda y sorteé las canciones hasta seleccionar una. Subí el volumen al máximo.


    Jamás había deseado la atención ajena, al menos no de forma consciente, hasta ese instante. Un reflector negro empeoraba mi silueta, acentuaba el terror en sus ojos, alcé el cutter y me abrí la palma de lado a lado. Dolió, ardió, me quemó en las entrañas y todos se removieron. Sonreí ampliamente.

    —¡¿Qué mierda estás haciendo, Shinomiya?! —bramó Toga, apenas audible por encima de la música.

    No respondí, avancé hacia ellos y cacé al hijo de puta por el cuello de la chaqueta. No le di tiempo a pensar, le aplasté la mano contra la cara y la embarré con mi propia sangre. Se retorció como un animalillo, le respiré encima y la herida ya no volvió a dolerme.

    —Mi sangre —grité, sin dejar de sonreír—. ¿No querías mi puta sangre, cerdo asqueroso? Aquí la tienes.

    Giró el cuello frenéticamente, de lado a lado, hasta que se escapó de mi mano. Boqueó por aire, pero al hacerlo tragó sangre y una arcada le dobló el cuerpo. Me hice a un costado justo antes de que el jodido imbécil vomitara en el suelo.

    —Arde, ¿verdad? —musité, incluso si no llegaban a oírme—. Los ácidos estomacales queman el esófago. Lo degradan, lo lastiman. Si vomitas demasiado, acaba sangrando.

    Empuñé su cabello, le jalé la cabeza hacia atrás y encontré sus ojos. Apestaba, hice una mueca de asco y lo empujé hacia el lado opuesto. No calculé la fuerza, realmente, y con el envión se fue al suelo. Podría haberme preocupado por los otros dos, pero había estudiado al grupillo durante semanas y estaba seguro. Era una lección que me serviría para todas las mierdas donde me metiera.

    Muerto el perro, muerta la rabia.

    Me hice con un puñado grande de servilletas, suspiré y me senté encima suyo, a horcajadas. Quiso incorporarse, pero alcé el cutter entre los dos y, otra vez, obedeció. La música seguía estallando contra las paredes.

    —Por favor, límpiate. —Le aplasté las servilletas contra la cara, lo hice sin una gota de delicadeza y presioné. Presioné su nariz, presioné su boca—. Apestas, buta.

    Mi sangre se mezcló con su vómito, con el papel húmedo, intentó liberarse la cara con ambas manos y no lo consiguió. Había pegado el estirón primero, era más alto y más grande que todos ellos. Una vez me consideré satisfecho, empuñé las servilletas y las arrojé lejos. Toga respiró frenético, sus ojos llenos de lágrimas.

    —Quema aquí —murmuré, apoyando la punta del cutter en su garganta, y la bajé en línea recta lentamente—. Y sigue por aquí. Cuando comes, cuando pasas saliva, a veces cuando respiras.

    Me relamí los labios, sin perderle pista a sus ojos, y solté el cutter. La mierda se resbaló de su torso, cayó al suelo y envolví su cuello con ambas manos. La energía me cosquilleó en los pulgares, en los brazos, en todo el cuerpo, y presioné. Exactamente como había practicado. Uno, dos, tres.

    —No sabía muy bien cómo dártelo —dije con dificultad, esforzándome por mantener la presión pese a sus golpes y manotazos. Oí alboroto a mis espaldas pero no me molesté en mirar—. Supongo que esto se le acercará bastante.

    Cuatro, cinco, seis.

    —¡Suéltalo! —chilló uno de sus amigos sobre mi oreja—. ¿Qué haces? ¡Vas a matarlo! ¡Suéltalo!

    Aún así, no se atrevió a tocarme.

    El otro se unió a los gritos, la música siguió retumbando y me mantuve pegado a los ojos de la rata bajo mi cuerpo. Estaba enrojecido como un tomate bajo las luces moradas y las lágrimas morían en su cabello. De mis manos comenzaron a discurrir hilillos de sangre.

    Siete, ocho, nueve.

    —¿Por qué lloras? —grité, rabioso, sentía las venas presionarme las sienes—. ¿No era esto lo que querías? ¿No es lo que siempre quisiste? ¿Eh?

    Diez, once, doce.

    Lo analicé al detalle, cada pequeña expresión, hasta que sus ojos comenzaron a verse perdidos; justo como en los videos que había estudiado. La fuerza de sus brazos amainó.

    Trece, catorce, quince.

    Y lo solté. Me incorporé casi de un salto, la rata se encogió y tosió, boqueando por aire. Su saliva se mezcló con el vómito y la sangre, la canción acabó y me quedé allí, agitado, observando la escena. Cuando volteé hacia sus amigos, éstos dieron un respingo y se deslizaron por el sofá, lejos de mi posición. No me atreví a buscar a Kakeru, no pude hacerlo. Volví a mirar a Toga.

    —Fuego y sangre —murmuré, arrastrándome el cabello hacia atrás—. Por eso era yo, ¿verdad? Querías fuego y querías sangre.

    Puede que, muy en el fondo, quisieras castigo.

    —Ya no tengo nada para ofrecerte, por desgracia —agregué, fingiendo decepción—. Así que hasta aquí llego. Hasta aquí llegamos.

    La herida de mi mano había reanudado su ardor, la empuñé y hundí ambas en mis bolsillos. Tuve que reiniciar el teatro, exhalé y, cuando volteé hacia Kakeru, le dediqué una sonrisa sedosa. Por supuesto, lo que encontré en él fue predecible. Había miedo, asco, confusión.

    Y se me enterró en el corazón.

    —¿Vamos? —murmuré, como si nada.

    Me agaché para recoger el cutter, lo guardé conmigo, pillé el chaleco y nadie me detuvo. Kakeru, sin embargo, no se corrió de su lugar frente a la puerta. Alcé apenas las cejas, curioso. ¿Qué lo movía? ¿El rechazo? ¿La noción de injusticia?

    —Hazte a un lado, Kakeru.

    Siempre había jugado a ser el héroe, de todos modos.

    Se tomó varios segundos para obedecer, mas no dijo nada. Alcancé el pomo con la mano sana, las luces fluorescentes reaparecieron y, una vez él también salió, cerré la puerta. No eché ni un último vistazo dentro, no lo merecían.

    —Lamento haberte mentido —murmuré, mientras caminábamos hacia la salida—. Supuse que no querrías colaborar si te decía la verdad.

    —¿Colaborar? —siseó, irritado. Ya en el pasillo del 109, volteó hacia mí y me habló muy cerca del rostro—. No. No soy un puto perro al que le das órdenes. Soy tu amigo, Kou. Tu maldito amigo.

    —Y sin embargo, obedeciste —repliqué, sereno, y parpadeé—. ¿Por qué fue eso?

    Dudó, trastabilló, y la ira siguió hirviendo en cada centímetro de su cuerpo. Al final bufó, exasperado, y se fue. Seguí su silueta todo lo que me fue posible e hijo de puta yo, que lo supe. Me sonreí, escaneé el espacio hasta dar con los baños y giré los talones en dicha dirección. Supe que no había dejado marcas visibles en Toga y que, aún si se esmeraban en denunciar, la influencia de los Shinomiya los aplastaría. Supe que en este mundo rancio el dinero tapaba cualquier agujero. Supe que Kakeru era débil, inseguro y maleable, que me quería y poseía un corazón inmenso. Supe que estaba hecho para servir, no liderar. Que eventualmente volvería.

    Y así fue.

     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
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    Drama
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    40
     
    Palabras:
    1774
    N/A: weno, esto es algo sencillo y cortito que se me había ocurrido hace un tiempo, y le estuve dando vueltas en la cabeza hasta que dije fuck it, lo escribo. Fue bonito y relajante so yeah, worth.

    Como tal no es canon aún porque no soy omnipotente, pero puede serlo (?

    Pd: gracias a Neki, then again, por siempre leerme <3 Los ganadores en los ficazos mE LLENAN EL ALMA so gracias por hacerme feliz uwu





    .

    baby's only 23, dancing under lights since she was 17

    it's selfish but she never sleeps
    honestly she needs a little sympathy

    look what's gotten into me
    but baby's only 23
    baby's only 23


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    | Sasha Pierce |
    | Arata Shimizu |


    .

    .

    .

    Entrecerré los ojos, recibiendo la brisa que corría con más fuerza en la azotea. Junto a ella se deslizó un aroma sutil y sonreí, cerrando la puerta detrás de mí. Marihuana, por supuesto. La escuela no destacaba precisamente por sus santos, y aún así no alojé dudas de que el tío allí, sentado contra la reja, sería Arata. Estaba alejando el porro de su rostro y arrugó el gesto para husmear quién acababa de entrar a la azotea. Amplié la sonrisa y sacudí suavemente la bolsa que llevaba conmigo; él se dio por entendido.

    Estaba bastante despatarrado, y al acercarme estiró las piernas aún más. Lo miré desde arriba, la bolsa chocó contra mi rodilla y le di un golpecito a la suela de su zapatilla con la punta de mi zapato.

    —Te estás volviendo predecible —murmuré, tranquila.

    —Nunca pretendí lo contrario, linda.

    Boooring.

    Me agaché para depositar las cosas a su lado y me senté en el espacio que había dejado entre sus piernas, dándole la espalda. Mientras desabotonaba parcialmente mi camisa, oí que la reja cedía y Arata rebuscaba dentro de la bolsa. Su voz salió amortiguada, debía tener el cigarro entre los dientes.

    —Entiendo que corras con la pseudo protección de Tess, pero tampoco era para agarrarme de curador profesional o algo —se quejó, sin molestia real.

    —Tú me secuestraste para hacerme el tatuaje, tú lo curas —resolví, dejando que la prenda cayera por mis brazos, y junté mi cabello al frente, sobre el hombro opuesto—. Me parece un trato justo.

    —¿Justo te parece interrumpir mi sagrado momento de paz?

    —Oh, ¿te estoy molestando?

    Lo oí soltar una risa baja y hasta pude imaginarlo meneando la cabeza, mas no dijo nada. Seguía siendo el mismo de siempre, simplemente me había habituado a las tonterías. Carraspeó apenas, volvió a rodearme el aroma de la hierba y se puso manos a la obra. Los días que pretendía ayuda con el tatuaje agregaba un top deportivo bajo la camisa, no era cuestión de andar de exhibicionistas, y suspiró mientras removía la membrana.

    —Al menos podrías recompensarme con las vistas —murmuró, tremendamente decepcionado, y la tontería me arrancó una risa.

    —Podría —concedí, divertida, y distraje mis ojos en el paisaje—. Es que me da vergüenza~

    —Sí, claro.

    Como tal ya no pretendía arrancarle reacciones a pulso, incluso si tratándose de Arata llegaba a ser jodidamente sencillo. La primera vez que lo encontré en la azotea y le pedí ayuda con el tatuaje ya llevaba el top y, por supuesto, también se había quejado. No sabía si era consciente, pero me hacía gracia que aún me diera el gusto. Tampoco me esmeraba por ocultarlo y, de hecho, se lo había dicho la otra noche.

    Que me gustaba recibir atención.

    —¿Qué tal vienen las noches en Minato? —indagué por sacar conversación, mientras lo sentía aplicar la crema.

    —Aburridas. —Su respuesta fue automática y me arrancó otra risa, lo cual pareció alimentar su indignación—. Si al menos fuera un bar under y viera algunas peleas por jornada, pero no. Ni eso me permiten.

    —Nadie te concede nada —acordé, refiriéndome a la tontería del top, y en mi voz sonó el mohín—. Son todos tan malos contigo, baby.

    —No es que pida tanto, ¿no? Soy un tío sencillo. Algo de acción, un poco de piel, qué sé yo. Ya con eso me dejas contento.

    —De verdad, el mundo es un lugar injusto. —Suspiré, concluyendo la broma, y medio giré el rostro hacia él—. ¿Te aburres mucho, entonces?

    —Pensé que había quedado claro, Rojita —agregó, la sonrisa burlona colándose en su voz, y luego volvió a un tono más normal—. Pero sí, una mierda. Me duermo en la escuela, me duermo en el bar. Me duermo en todos lados.

    —¿Ayer te tocaba?

    —No, es sólo los fines de semana.

    —Suerte hoy, entonces~ —murmuré, regresando la vista al frente, y dejé caer unas palmaditas en su rodilla—. Si sirve de algo, yo también me ando durmiendo por los rincones.

    Ya le había comentado que acabé consiguiendo el trabajo en Ginza y que la vorágine había empezado la semana anterior, también que iba de jueves a domingo y todo lo demás. Con Arata se me aflojaba lo suficiente la lengua desde que ya no sentía que tuviera nada para ocultarle; tampoco me lo cuestionaba. Además, me sentaba bien. Aún no había vuelto a buscar a Maze, seguía postergando la mierda como una puta cobarde y, honestamente, el peso sólo aumentaba. Cada vez eran más las cosas que no sabía cómo decirle.

    —No exactamente, pero aprecio el gesto —respondió apenas unos segundos después, tras haber estado fumando y cerrando el frasco—. Al menos imagino que tú no te aburres como yo.

    Solté una risa nasal y flexioné las piernas, apoyando los brazos en mis rodillas. El sol incidía con bastante fuerza.

    —Preferiría aburrirme, la verdad —confesé, evocando algunos recuerdos un poco desagradables, y me enganché los zapatos entre sí para quitármelos—. Pero también tiene un encanto bastante extraño y paga bien, así que no voy a quejarme.

    —Es la hora del porrito, Pierce, las quejas vienen en el paquete —murmuró, y lo oí despegar la membrana nueva; otra vez, tenía el cigarro en la boca—. ¿Hmm? ¿Por fin recapacitaste~?

    Sonó tan jodidamente encantado y tan cerca de mi oído que tuve que reírme, interrumpiendo mi intención de quitarme los calcetines. Por Dios, qué cabrón era.

    Perhaps. —Me giré lo suficiente para encontrar sus ojos de soslayo y bajé el tono, medio en broma, medio en serio—. ¿Quieres ayudarme?

    Sólo había pretendido que no me quedara el bronceado disparejo, pero ya que lo decía… La secuencia que siguió me impidió dejar de reír. El idiota estampó la membrana contra mi omóplato, arrancándome un respingo, se enredó a mi cintura y cuando quise acordar literalmente me estaba arrastrando hacia atrás. No tuve voz ni voto, topé con su cuerpo y, siendo honestos, tampoco habría puesto resistencia. Quise voltear a verlo, pero se inclinó hacia mí y estiró los brazos para encargarse de mis calcetines. Estaba hasta tarareando una canción cualquiera, por favor, no pude controlar la risa.

    —Uno afuera —anunció, lanzándolo lejos, y repitió el proceso en la dirección opuesta—. Y afuera el otro.

    No me quedó fuerza en el cuerpo para quejarme, incluso si tuve el reflejo de intentar atajar los pobres calcetines en el aire. No lo logré, por cierto. Me dio unas palmaditas en los muslos y regresó la espalda a la reja, que se quejó bajo su peso.

    —Eso no estaba en el contrato —solté cuando empecé a calmarme, guardando las cosas de regreso en la bolsa.

    —Acabo de agregarlo —resolvió al instante y sin pretender dejarme derecho a réplica.

    Cambié el aire de mis pulmones, dando por concluido el ataque de risa, y volví a olfatear la marihuana. Permanecimos en silencio unos cuantos segundos, mientras Arata fumaba y yo en ningún momento me planteé alejarme de él. Me acomodé la camisa, regresé los botones a su lugar y lo miré por sobre el hombro.

    —Gracias, cielo.

    Encontró mis ojos y me concedió una sonrisa bastante tranquila, meneando la cabeza. El cuerpo se me había relajado, al menos lo suficiente para sentirlo pesado y seguí brevemente la forma en que la brisa le rozó el cabello. Había empezado a responderme tras soltar el humo, algo de que su trabajo aquí estaba hecho, pero dejó la idea morir cuando me eché hacia atrás. Fue un movimiento suave, apoyé la cabeza en su hombro y cerré los ojos, muy sonriente.

    —¿Y ahora soy tu silla? —soltó, aunque sin alzar la voz.

    —Sí que te gusta quejarte, ¿eh? Con razón tienes la hora del porrito. —Lo había mirado desde abajo con el ceño fruncido, pero volví como estaba y, para seguir molestándolo, me acomodé aún mejor—. Deberías valorar que una chica bonita te use de silla, es el privilegio de pocos.

    —Bueno, si lo pones así…

    La mofa se le notó de aquí a Canadá y le dejé ir el codo contra el estómago sin fuerza. Se tensó apenas, sentí una risa vibrarle en el pecho y, otra vez, la marihuana. No era saludable ni poético de por sí, pero en cierta forma había comenzado a relacionar aquel aroma con Arata. Me tranquilizaba.

    —¿Irás al campamento, hon? —le pregunté tiempo después; no me apetecía ni un poco abrir los ojos.

    —Supongo, sí. Me da algo de pereza que sea el lunes, pero bueno.

    —Ve. —Esbocé una sonrisa que no razoné del todo y mi voz siguió deslizándose con cierta lentitud—. Es nuestra última chance y son campamentos muy bonitos. Puedes… desconectar de todo y descansar un rato.

    Descansar.

    Era lo que los dos necesitábamos, ¿verdad?

    No era mi intención convencerlo, pero al mismo tiempo me gustaba la idea de que, fuera por las razones que fueran, sí viviera la experiencia. Sería, quizá, lo mismo que pretendería al hablar con Cayden y usarlo de delivery de brownies. No ansiaba cambiar el mundo, sólo quedarme con la tranquilidad de haberme movido lo suficiente.

    Si lo pensaba, siempre se trataba de eso.

    No tenía idea en qué momento me relajé tanto, cómo acabé desconectando ni por qué Arata se quedó allí, inmóvil, hasta que estuvo por tocar la campana. Fue su excusa para despertarme, de primera mano me sobresalté y otra risa vibró en su pecho. Usé la recolección de los calcetines para disimular la vergüenza, él pasó a mi lado y me concedió una última sonrisa antes de desaparecer por la puerta. Suspiré, enjugándome los ojos, y alcé la vista al cielo. Ah, Dios. Qué pereza volver a clases. El gesto, sin embargo, se me aflojó en una sonrisa inevitable.

    Al menos, genuinamente me sentía más descansada.
     
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    Gigi Blanche

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    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
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    Drama
    Total de capítulos:
    40
     
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    4793
    N/A: estoy entrando en el peligroso terreno de los numeros romanos que no voy a saber cómo escribir.

    Tengo los roles un poquito colgados AND IM SORRY ABOUT THAT, quería ver si conseguía acabar esto antes de salir de viaje and i did ehe. You guys can't imagine la cantidad de lore que tengo escrito de esta subtrama así que más me vale seguir desarrollándola o me muero.

    This is canon para el viernes 29 de mayo aka día 42 del rol. I reeeeally wanted to use Paradise, de The Neighbourhood, como la rolita del fic, pero las vibes no me cuadraban por ninguna parte y acabé encontrando la beieza que puse acá abajito. Las lyrics, sin embargo, sí son de Paradise cuz me calzan super bien.

    As a fact, tener leído The Fortitude | at the devil's playground diría que es un must para entender bien este fic. Aunque las que me leen on a daily basis se leyeron ese JAJAJA así que sin problemas por ahí. As usual, thank u so much uwuwuwu

    Pd: no one cares but since i have it, el outfit de sasha uwu7





    .

    no matter where you go, you'll never have control
    no one makes it out alive
    no one makes it out alive in paradise


    .

    'cause you never feel enough, it never fills you up
    and if lyin' on an island is the closest that you'll come
    then run, go ahead, have fun
    run


    .

    .

    .


    The Fortitude
    and the chaos

    .



    | Sasha Pierce |


    .

    .

    .

    Me quedé un rato más allí, hasta que me sentí en condiciones. Al salir, advertí que la oscuridad y el silencio se replicaban en todas direcciones. Un sonido, sin embargo, captó mi atención. Fue débil, extraño y… provino del salón, ¿cierto? Me asomé por la puerta. No había un alma. El sonido, de repente, se replicó. Avancé, extrañada, y fui recorriendo la extensión de la barra. Había una luz encendida recortándose bajo una puerta entre las salas de negocios. Un ruido seco, el corazón se me disparó y oí el sonido con más claridad. Lo reconocí.

    Y por razones que no pude explicar, seguí avanzando.

    .

    .

    .​

    Me distraje lo suficiente viendo los movimientos de Yuuji al preparar tragos; tanto, que el muchacho acabó sonriéndose y, al acercarse para recoger hielo, escuché su voz. Al parecer la bolsa estaba casi vacía, tuvo que agacharse y me miró desde abajo, risueño.

    —¿De qué lado de la barra era tu trabajo, bonita?

    —No tengo nada que hacer, de todos modos —me defendí, hablando con la mejilla aplastada contra mis nudillos—. Supongo que es mi momento de la jornada de ser un lindo florero.

    —¿Te estás quejando de que te paguen por no hacer nada? —replicó, divertido, vertiendo el hielo en los tres vasos que tenía dispuestos en fila.

    —No, me quejo de no tener nada para hacer. —Suspiré, mientras Yuuji seleccionaba las botellas y comenzaba a verter el líquido con… con todos esos movimientos raros de bartender—. No quiero que me paguen por ser un florero.

    —No se ven muchos workaholic por estos lares. —Decoró los tragos con algunas flores o ramas, a otro le puso azúcar en el borde y los depositó sobre una bandeja—. Mi humilde consejo de holgazán es que te relajes un poco y consideres ser un florero como parte del trabajo. Llevo aquí el tiempo suficiente para ver que eso también es importante.

    Uno de los mozos vino a llevarse la bandeja y Yuuji recargó los antebrazos en la barra, frente a mí. Su sonrisa se torció ligeramente y me recorrió de arriba abajo, gesto que me instó a erguir mejor la espalda. Volvió a mis ojos, estiró los labios y fue como si me dijera “buen trabajo”. Lucía satisfecho.

    —¿Te preparo algo? —ofreció—. Los floreros también suelen beber~

    —Sí, agua.

    —Ah, detalles.

    Agitó la mano, frunciendo el ceño brevemente, y solté una risa nasal. Llevarse bien con Yuuji era extremadamente fácil y lo agradecía; así las conversaciones fueran siempre superficiales y la mitad del tiempo no te quedara claro si ligaba contigo, se reía de ti o hablaba en serio, me ayudaba a relajarme. Asentí, aceptando el trago, y se alejó para prepararlo tras confirmar que quisiera el de siempre. Bah, ‘el de siempre’ decía y nos habíamos visto las caras hacía apenas una semana, pero era el nivel de familiaridad que manejaba.

    Las ilusiones también cumplían un propósito.

    Giré el taburete un par de centímetros y maté el tiempo husmeando el resto del club. Ya era cerca de la una de la mañana pero, tratándose de un viernes, el pico de actividad no decrecía. Estaba lleno. Ayer y hoy temprano había estado compartiendo mesa con Érica bajo órdenes de Aria, cosa de verla trabajar e ir aprendiendo, aunque tratándose inicialmente de clientes circunstanciales el asunto no tenía mucha ciencia. Con sonreír, reírse de las bromas absurdas y fingir interés bastaba. Era casi hilarante, de cualquier forma. Nunca me había molestado particularmente en engañar a nadie así que aún no salía de mi asombro.

    De lo fácil que era mentirles.

    Vous l'ai-je dit belle dame? —Impregnada de la suavidad y la estética francesa, una voz masculina reverberó a mi lado y captó por completo mi atención—. Je suis tombé d'un seul coup sous le charme.

    ¿Le he dicho, bella dama?

    De repente caí bajo un hechizo.
    Me encontré con un par de ojos casi transparentes, que bajo los candelabros dorados lucían similares a un cielo nublado. Buscó mi mano con movimientos sutiles, llevó el brazo libre a su espalda y se inclinó, saludándome con un muy ligero beso en el dorso. Su cabello estaba algo desordenado y el color me recordó a la sangre seca. ¿Era un cliente? Su aproximación rebosaba confianza, pero no tenía la suficiente experiencia para determinar nada.

    Por ende, tocaba recurrir al manual.

    Je suis flatté, monsieur. —Mi acento fue pulcro y una chispa de sorpresa danzó en su semblante—. ¿Le gustaría acompañarme?

    La sonrisa se ensanchó en sus labios y asintió, deslizándose hasta ocupar el taburete contiguo al mío. Había notado que era bastante bajito para ser hombre, pero con eso nuestras estaturas se igualaron. Era evidente, también, la cicatriz en su ojo izquierdo. No me alarmó, considerando el lugar donde estábamos. En el poco tiempo que llevaba allí ya había alcanzado a divisar las sombras y las texturas que asomaban debajo de los puños, los dobladillos y los cuellos de cualquier cantidad de clientes. Los tatuajes y las heridas viejas combinaban a la perfección con la ropa de sastre y los relojes caros en aquel agujero dorado. Repasé el perfil del muchacho y lo analicé un poco más allá, el número romano marcado al costado de su cuello.

    Un cuatro.

    —¿También eres francesa? —me preguntó, girando su asiento. Su rodilla quedó a centímetros de la mía—. Tu acento es impecable.

    Había decidido restringir buena parte de las defensas usuales, considerándolo el mejor plan de acción para conservar este trabajo. Ciertos contactos me permitía aceptarlos y la mayoría de cercanías fingía no notarlas. A los clientes parecía gustarles, como si perpetraran grandes hazañas de las cuales nosotras, pobres muchachas, no captábamos ni la sombra.

    Estaban tan equivocados.

    —Sólo es herencia, mon chéri —respondí, sonriendo suavemente; prefería no mencionar a mi madre, de ser posible—. Aunque tampoco soy de aquí, la verdad.

    —Oh, un misterio. —Alzó las cejas, lucía entretenido con la idea—. ¿Tendré que adivinarlo o me facilitarás el trabajo?

    —¿No querrás decir ‘arruinarte la diversión’?

    —Es otra forma de verlo. —Dejó la frase suspendida en el aire y aprovechó los segundos para mirarme de una forma algo intensa; fingí no incomodarme—. Ahora no podré irme de aquí hasta superar el desafío, ¿cierto?

    —Oh, qué gran problema —ironicé abiertamente, él se rió y decidí seguir—. Con tantas posibilidades para disfrutar la noche y acabaste atado a un acertijo aburrido.

    —Bueno, si me arruinas la estadía puedo echarle la culpa a la hermosa dama de la barra, ¿qué dices?

    Oh, my. Pobre dama. ¿Y si la metemos en un aprieto?

    No habíamos quitado la mirada del otro en ningún momento, su sonrisa se amplió lentamente y le descubrió la dentadura. Fui consciente entonces de lo que había ocurrido, pero ya no tenía sentido pretender enmendarlo. Solté el aire por la nariz, él se inclinó apenas y murmuró, encantado:

    —¿Ya tres idiomas? ¿Debería seguir contando?

    El acercamiento no me molestó como tal, estaba más enfocada en maldecirme mentalmente. ¿Había sido yo quien propuso aquel reto estúpido y cometió semejante desliz? Era una tontería, por supuesto, daba igual. Bastaba para joderme el orgullo. Barajé las posibilidades a velocidad. ¿En qué clase de persona debía convertirme frente a este chico? ¿Cuál compañía era la ideal?

    Le concedí una sonrisa satisfecha.

    —Estás atento. ¿Puedes fiarte, de todos modos? —Me encogí de hombros, acentuando el gesto de su lado; los rizos me cosquillearon en la mejilla y lo miré desde abajo antes de erguir el cuello. Un truco cortesía de Érica—. ¿Cómo le dicen? El idioma universal~

    La intensidad de su mirada seguía siendo palpable, aunque por momentos menguara sólo un poco. Me mantuve atenta a sus reacciones y gestos, hasta los más sutiles, en el constante esfuerzo por encauzar el plan de acción. Era difícil, sin embargo, quitarse la idea de la cabeza.

    De que si pudiera comerme de un bocado, lo haría al instante.

    Y ¿cómo me sentía al respecto? No estaba segura.

    —Todo es información, cariño. —Alzó las manos, desentendiéndose de la responsabilidad, y clavó el codo en la barra para verme de frente. Su voz se suavizó—. No tienes idea la cantidad de información que dan las personas sólo por existir.

    —¿Por ejemplo?

    —Gin de frutos rojos para la señorita. —Yuuji se presentó frente a nosotros y deslizó la copa hasta mí, dedicándome una sonrisa—. Que lo disfrutes~

    Estaba demasiado enfrascada en mi idea de que aquel chico era un cliente como para notar nada. Además, la repentina intromisión de Yuuji me sirvió de respiro. Volqué toda mi atención en él, le sonreí y llevé el trago a mi boca.

    —No esperaba menos de ti, cielo~

    El castaño asintió, bastante caballeresco, y deslizó la mirada a mi acompañante. Incluso si una parte de mí percibió la frecuencia fuera de tono, lo cierto es que no me dio la cabeza para prestarle atención.

    —¿Gustaría pedir algo, señor?

    —Estaba esperando que me lo dijeras~ —canturreó, risueño. Eso… ¿acababa de burlarse de mí?—. Te dejaré la elección, ya me conoces lo suficiente.

    Parpadeé, bebiendo de mi gin para pasar la sensación desagradable que se me atoró en la garganta. Fue intensa, ardió y tuve que agachar la cabeza. El pelirrojo me miró como si nada, y fue tal la transparencia de sus ojos que, por un instante, me pregunté si no estaría imaginando todo.

    Ese lugar me mareaba.

    —Los gines de aquí son de lo mejorcito que ofrecen, gran elección.

    —¿Vienes seguido? —pregunté, intentando desviarme de mis propios pensamientos.

    —Sip, y ahora que lo digo… —Alzó las cejas—. Es la primera vez que te veo, ¿no?

    —Las probabilidades apuntan a que sí. —Solté una risa muy suave y giré la copa sobre la barra, despacio—. ¿Te gusta jugar algo?

    —Hmm, no exactamente. —Sonó pensativo al decirlo y su sonrisa mutó conforme siguió hablando—. Aunque de vez en cuando no está mal. Para despuntar el vicio, ¿no? Apostar es divertido.

    Por la forma que me miró estimé que esperaba una opinión a cambio.

    —No sé si pueda pensar lo mismo —confesé, a lo que él alzó las cejas y comprendí el mensaje. Sigue hablando—. Las apuestas se disfrutan por la adrenalina que implican, ¿cierto? Son aliadas del caos. Me cuesta encontrar diversión en aquello que es impredecible. Bueno, algunos deportes me gustan, pero…

    Ma chère —murmuró, afectado, y me corrió algunos rizos tras el hombro; fue un contacto que no pude negar—. Eso es lo más triste que oí en mucho tiempo. ¿Disfrutas viviendo así?

    Genuinamente no pude discernir si era sincero o se estaba riendo de mí, fue irritante y tuve que tragármelo todo. Quizá no importara lo subyacente. Era un cliente circunstancial, debía atenerme a lo que me mostrara y ya.

    Tenía que hacerlo.

    —No se trata de disfrute —respondí, en voz baja, y él se inclinó hacia mí.

    —¿Y qué puede ser, entonces?

    Supervivencia.

    —El caos es un lujo —definí, deslicé la mirada de regreso a sus ojos y renové la sonrisa—. Apostar puede salir demasiado caro.

    —No siempre —replicó al instante, estaba lo suficientemente cerca para percibir el aroma de su colonia. Detallé la cicatriz de su ojo en respuesta y él se sonrió; era avispado—. ¿Has apostado alguna vez, linda?

    ¿Qué clase de pregunta era esa? Me encontré repasando mi vida entera antes de siquiera definir si quería hacerlo y preferí dejar de darle tantas vueltas a todo. Avanzar entre contenciones era rígido, lento, seguro, y apenas abandoné su protección…

    —Sí. —Me supo amargo en la boca y mi sonrisa lo reflejó—. Salió muy mal.

    Por eso estoy aquí.

    —Hmm, ya veo. ¿Y si lo intentas de nuevo?

    Fruncí levemente el ceño, confundida, y su gesto se suavizó. Yuuji se acercó con el trago pero este chico lo despachó al instante tras aceptar la bebida, y las frecuencias por fin se distorsionaron. Podía simplemente ser un maleducado o podía no ser un cliente.

    No uno ordinario, al menos.

    —Te gusta el control —prosiguió, volcando su entera atención en mí—. Seguramente seas una chica inteligente, ¿sabes de probabilidad?

    De su bolsillo sacó un dado, era pequeño y negro, con números dorados. Lo lanzó sobre la barra: un cinco. ¿Qué hacía con un dado encima, de todos modos?

    Cinq. Incluso dentro del caos hay reglas. Las probabilidades de que este pequeñín saliera eran del… dieciséis por ciento. —Lo lanzó de nuevo: un tres—. Dieciséis por ciento, otra vez. —Uno—. Dieciséis. ¿Ves? En el azar también hay estabilidad. Es prácticamente imposible que dos cosas tengan el mismo resultado, por similares que sean.

    Lo lanzó de nuevo. Otro uno.

    —Ah, voilà. El azar riéndose en mi puta cara. —Soltó una risa fresca y meneó la cabeza, resignado—. Aunque, ¿sabes de cuánto era la probabilidad que el resultado se repitiera? Dos por ciento. Dieciséis contra dos. Es una diferencia interesante, ¿no crees?

    No había esperado recibir un speech del calibre ni de coña, pero tampoco pude negar que había absorbido mi atención por completo. Lo seguí al detalle, intentando anticipar su propósito, y un revoltijo de sus palabras rebotó en mi mente.

    Todo es información, cariño.

    Te gusta el control.

    Seguramente seas una chica inteligente.

    —Lo que salió mal una vez, no sale mal dos veces —concluí, aún algo dudosa, y él no disimuló ni un ápice la satisfacción que sintió.

    —Al menos, no de la misma forma. ‘Bien’ o ‘mal’ son valoraciones subjetivas, pero ¿entiendes lo que quiero decir? —Se acabó el whisky de un trago y el movimiento, repentino, contrastó con la forma en que acomodó el rostro en el hueco de su mano—. Temerle al caos es incluso más irracional que el caos mismo. ¿Una apuesta salió mal? Apuesta de vuelta. El resultado no será el mismo.

    —¿Tú lo hiciste? —inquirí, mirando su cicatriz, aunque honestamente ya imaginaba la respuesta.

    —Por supuesto. —Sonrió amplio, el gesto le iluminó el semblante y lució… casi extasiado—. Y salió de maravilla.

    Se lo oscureció, más bien.

    ¿Quién era exactamente este sujeto? Me había esforzado por construir una fachada de amabilidad e indiferencia, lo que fuera con tal de disfrazar todo aquello que aquí adentro no me sirviera. Aún así, una conversación de veinte minutos le había bastado para verlo. La rigidez, los miedos, los fantasmas. ¿Recurrir a la probabilidad para descifrar el azar frente a mi cerebro de computadora? Linda movida. Si lo ponía en esos términos me negaba la chance de desacreditarlo.

    —Un caos controlado, entonces —redondeé, echándole un vistazo a mis uñas sobre la barra, y lo miré—. ¿Es eso lo que propones?

    —Como mínimo podrías darle una oportunidad. ¿Tienes tanto que perder?

    —Supongo que no. —El peor castigo sería una foto pública en un lugar que cada día me importaba menos—. ¿Has intentado predecir el azar?

    Asintió, sedoso, y suspiró con cierto tinte dramático.

    —Claro, es bastante humano querer anticiparse. Arrogante, también. No me ha servido de mucho, en cualquier caso. Puedes intentar predecir una muletilla, una manía o alguna reacción compulsiva, pero los eventos complejos escapan a nuestra comprensión. —Deslizó la mirada al club y una sonrisa extraña se dibujó en sus labios—. Podría establecer aquí mismo un ambiente controlado y convertir a todos en ratas de laboratorio, estudiarlos un mes, seis, dos años. ¿De qué serviría? Si al cruzar por la puerta volverán a estar sometidos bajo cientos, miles de voluntades ajenas. El conductor de cada coche que crucen, cada vendedor al que saluden. Clientes, amigos, familiares, estudiantes.

    Aguardé, otra vez, absorbida en el sonido de su voz. Su perfil se recortó bajo las luces doradas y regresó la mirada a mí. Sonrió.

    —Jugar a ser Dios no sólo es peligroso —agregó—. Es aburrido.

    —¿No crees que será el caos quien te mate algún día? —encuesté, en voz baja, y una risa vibró en su pecho. No fue burlona o condescendiente, al menos no me lo pareció.

    Fue, más bien, como si le estuviera cumpliendo todos los caprichos.

    —No lo creo, lo sé. Cualquiera que me conozca dos días podría verlo. —Me repasó de arriba abajo, el escote expuesto, el vestido negro y los tacones aguja, y una energía diferente me chispeó en el cuerpo—. Considéralo una invitación.

    La confianza que este chico rebosaba era casi avasallante. Pestañeé, prendada a sus ojos, y apoyé suavemente la mano en su hombro. Él permaneció quieto, me mordí apenas el labio y deslicé los dedos hasta su cuello. Detallé el tatuaje con la yema del pulgar.

    Fils du chaos —murmuré, ladeando la cabeza. Hijo del caos—. ¿Por qué el cuatro?

    Fils de la tragédie, más bien —respondió de inmediato, se remojó los labios y regresó el cuerpo en mi dirección, aunque no lo suficiente para romper el contacto—. Mis padres creyeron que darme el nombre de la libertad era una bonita idea. Romantizar un concepto tan complejo no puede salir bien, ¿verdad? Imagina el mundo en absoluta libertad, ¿no sería el más perfecto caos?

    —Todos romantizamos aquello en lo que ansiamos creer —repliqué, subiendo por su cuello hasta hundir la mano en su cabello—. ¿Tú no romantizas el caos?

    —No estaban tan errados, en cualquier caso —prosiguió, en su sonrisa se filtró cierta satisfacción—. Yo también amo la libertad, sólo que… no la que ellos esperaban. Su libertad era brillante e inherentemente buena. Una ilusión tan, tan aburrida. Y dime una cosa, ¿no se oye contradictorio en sí mismo? ¿Es libertad si la libertad se impone?

    Formulado así no había forma de refutarlo. Sonreí, como si hubiera ante mí un niño pequeño, y mi voz sonó conciliadora.

    —¿Te estás quejando de que tus padres hayan querido ponerte un nombre bonito?

    Se rió, relajado, y depositó una mano sobre mi pierna. No logré que el contacto me disgustara y se quedó allí, jugando entre sus dedos.

    —Más pronto que tarde se dieron cuenta del error. —Sin importar la densidad de lo que contara, lo hacía con una voz tan desinteresada que me impedía, quizá, darle la importancia que merecía—. “Y cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto animal que decía: ven, y verás. Y apareció un caballo pálido, y el que estaba sentado sobre él tenía por nombre Muerte, y le seguía el Infierno, y le fue dado poder sobre las cuatro partes de la tierra para matar con espada, con hambre y con mortandad, y con bestias de la tierra.” Cuarto tomo del Nuevo Testamento. ¿Y lo has oído aquí? Shi. ‘Cuatro’ y ‘muerte’ se pronuncian igual. Es el número de los malos presagios. Es a lo que la gente teme, aquello que siquiera se atreven a mirar.

    ¿Por qué lucía encantado con la idea, entonces?

    Dejé que sus palabras se asentaran un momento.

    —¿Te sientes a gusto ahí? —inquirí, casi en un susurro.

    Murmuró un sonido afirmativo con la vista puesta en su propia mano, hasta que sus dedos se afirmaron en torno a mi muslo, a través de la hendidura del vestido, y fue como si por un instante me hubiera cortado el aire. Lo sentí en el pecho, sus ojos de lluvia sucia me miraron y se inclinó.

    Embrasse le chaos, ma chère —susurró, cerca de mis labios, y retrocedió; su aliento… olía a whisky y menta—. He disfrutado enormemente esta conversación, Sasha, pero tengo negocios que atender.

    Parpadeé, confundida. ¿Sabía mi nombre? ¿Cómo? Reparó en mi expresión y se sonrió, poniéndose en pie. La frecuencia anómala insistió y choqué con la mirada de Yuuji, Érica también. Regresé al pelirrojo y le sonreí, priorizando aún el teatro.

    —Qué injusto. ¿Siquiera me darás tu nombre a cambio?

    Retrocedió un paso, advirtiendo la presencia de Yuuji al otro lado de la barra, y la sonrisa le descubrió la dentadura.

    —Tengo el presentimiento de que lo sabrás más temprano que tarde. No olvides mi invitación, linda~

    Se fue, finalmente. En la puerta de una de las salas de negocios noté que se encontraba con Teruaki, el hombre que me había reclutado, y desaparecían ambos dentro. Yuuji apareció a mi lado casi al instante.

    —Casi les pido que se consigan una habitación —canturreó, burlón.

    —¿Quién es ese chico, Yuuji?

    —Frank. —Fue Érica quien habló, sentándose en el taburete que hasta ahora había usado el pelirrojo—. Frank Dubois. Puesto simple… es uno de los jefes.

    La chica siempre se había mostrado tan dulce y suave que me sorprendió encontrar esa seriedad en su rostro. ¿Un jefe? Pero ¿cuántos años podía tener?

    —No nos pidas demasiados detalles que ni siquiera nosotros los sabemos —atajó Yuuji, encogiéndose de hombros y con los antebrazos cruzados sobre la barra—. Está por encima de Yaboku, incluso, tiene toda la pinta de ser un inversionista.

    —De los inversionistas, él y Teruaki son quienes más frecuentan el club —explicó Érica—. Luego está Shinoda, el tío de este imbécil, y… ¿Uchibori, era?

    —¿Algo así? —Yuuji arrugó la nariz y le quitó importancia—. Nunca le vi la cara, así que ni idea. Para el caso, los que tienes que tener aprendidos son los dos que desaparecieron allá.

    Era una bomba de información que me costó un poco procesar. ¿Ese chico era… uno de los jefes? No tenía forma de haberlo imaginado, vaya.

    —Pero tiene nuestra edad —repliqué, la incongruencia aún me molestaba—. ¿Cómo puede ser inversionista?

    —Linda, hay más cosas incomprensibles por aquí de las que puedes contar —murmuró Érica, cepillándome el cabello—. Te conviene ignorarlas y ya. Hay muchos rumores y tonterías en torno a Frank. Aparentemente llegó a Japón con su tío y, bueno, lo que más se dice es que lo traicionó.

    —Porque su tío se instaló en Shinjuku. ¿Has oído del Triángulo del Dragón? —encuestó Yuuji y yo asentí; Arata me lo había explicado—. Bueno, puedes ver Shinjuku como la… casa de un grupo de la yakuza local, el Sumiyoshi-kai. Los jefecitos que pululan por aquí son la competencia de Shinjuku, repartidos en los demás barrios del Triángulo.

    Asentí ligeramente. Sabía que aquí adentro no había billete limpio, que bien me valía limitarme a cumplir mi trabajo y no hacer preguntas, pero… ¿ahora qué?

    —Pensé que era un cliente —murmuré, aún confundida y algo agobiada por la realidad que comenzaba a comprender—. ¿Qué se supone que haga?

    Yuuji y Érica intercambiaron una mirada silenciosa y, fuera la paranoia o la claridad, lo entendí. Lo entendí y me fui a los vestidores, valiéndome de cualquier excusa estúpida. Allí adentro, en la oscuridad y el silencio, repetí mi conversación con Frank una y otra vez. Su voz se distorsionó de a ratos, las luces también, y me sobé la pierna, donde me había tocado. A los clientes tampoco podía rechazarlos, ¿verdad? El concepto… el concepto era el mismo. Sí, exactamente el mismo. Sonreír, reírse de las bromas absurdas y fingir interés.

    Pero ya me conocía.

    Engañar.

    Ese chico ya me conocía.

    Crear ilusiones.

    Me había hablado del caos y el orden.

    Y lo había escuchado.
    Las horas transcurrieron lentas y nadie me buscó. Cuando salí de los vestidores ya no quedaban clientes a la vista. Yaboku pasó a mi lado y me miró, mas no dijo nada. Había algunos mozos congregados cerca de la barra y el servicio de limpieza aseando el salón. Ya no se oía música. Érica se reunió conmigo, me sonrió y, con una dulzura inmensa, me guió de regreso. Nos cambiamos la ropa, nos cepillamos el cabello y me ayudó a quitarme el maquillaje. El algodón era gentil y sentí ganas de llorar.

    —Verás que no es tan terrible como parece —murmuró, conciliadora, sobre la oscuridad y el silencio—. ¿Te divertiste, al menos?

    —Hablamos —respondí, en tono plano—. Fue interesante.

    —Bien. —Sonrió, el gesto le rasgó los ojos almendrados—. Enfócate en eso y te irá bien.

    Detallé sus facciones dulces, casi aniñadas, tan cálidas. Aria había dicho que su verdadero nombre no era Érica y empezaba a comprenderlo. Aquí adentro, en este agujero dorado, debíamos aprender a protegernos. Pero ¿qué hacíamos frente a quienes ya sabían todo de nosotras? Por Dios, Teruaki había nombrado a Danny en el café.

    Lo había nombrado.

    —Mañana te pegas a mí, ¿vale? Como una lapa —agregó, dándome un toquecito en la nariz—. Estará todo bien, ya verás.

    Asentí, un poco ausente, y casi di un respingo cuando su móvil sonó. Ella lo revisó, chasqueó la lengua y se incorporó, estirándose para dejarme un beso en la mejilla.

    —Perdona, cielo, ya debo irme. Descansa~

    Era el mismo vaivén de cariño e indiferencia que me mostraban desde el primer día; ya comenzaba a habituarme. Suponía que era… necesario, de todos modos. Quitarle relevancia a las mierdas ayudaba a no enloquecer. Me miré al espejo. Tenía que dejar de pensarlo y ya, ¿cierto? Era mi especialidad.

    Resetéate.

    Me quedé un rato más allí, hasta que me sentí en condiciones. Al salir, advertí que la oscuridad y el silencio se replicaban en todas direcciones. Un sonido, sin embargo, captó mi atención. Fue débil, extraño y… provino del salón, ¿cierto? Me asomé por la puerta. No había un alma. El sonido, de repente, se replicó. Avancé, extrañada, y fui recorriendo la extensión de la barra. Había una luz encendida recortándose bajo una puerta entre las salas de negocios. Un ruido seco, el corazón se me disparó y oí el sonido con más claridad. Lo reconocí.

    Y por razones que no pude explicar, seguí avanzando.

    Una sensación extraña me bañó el cuerpo, incómoda y caliente. Pasé saliva, nerviosa, y me agaché frente a la puerta cerrada. Aria había dicho que era extraño que Teruaki me hubiera reclutado, que no parecía ser su tipo. A través de la cerradura, lo primero que distinguí fueron los rizos dorados rebotando. Sus gemidos eran agudos y rasgaban el aire. Una mano grande y llena de anillos la inmovilizaba desde la nuca, el gemelo en el puño relucía. Las embestidas se oían firmes y violentas.

    Take-chan, gimió ella.

    Una y otra vez.

    Retrocedí, trastabillando, y me tapé la boca para no hacer un sonido. Tenía todo apuñalado en el pecho y sólo quería arrancármelo. Teruaki no me había elegido y Frank sabía mi nombre. Se había acercado, me había hablado del caos e invitado a él. Me había invitado.

    Era un mero formalismo.

    Resetéate.

    ¿Me había divertido?

    Resetéate.

    ¿Quise aceptar su invitación?

    Resetéate.

    Su aliento era de whisky y menta.

    Resetéate.

    Si pudiera comerme de un bocado, lo haría al instante.

    Resetéate.

    Lo haría.

    Podía hacerlo.

    Ya me había elegido.
     
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    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
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    Drama
    Total de capítulos:
    40
     
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    3215
    N/A: las vueltas que di para ponerle nombre a este fic, istg. Después me di cuenta que es la primera vez que escribo con los fantasmas as a main concept así que weno, probablemente abra una categoría/pseudocarta(??) para ellos. Idk ma'am, planeo las tramas pero con los títulos im a mess

    Esto es canon para la noche del día corriente en Gakkou aka día 45 aka jueves 4 de junio. Na más que agregar.

    As usual, ofc, gracias a todos los que me leen uwuwuwu Y A SANTY QUE SE LEYÓ LA ÚLTIMA WEA DE SASHA Y FRANK, IM SEEING U BITCH, THANK U I LOVE YOU





    .

    fear me
    i’m set to destroy
    and you’re fit to be the prey that i hunt

    .

    sink down into this holy soil
    keep spiraling into my void
    drip on me with your bloody smile

    .

    a communion of the sickest kind


    .

    .

    .



    Les Revenants

    .


    | Haru Sugawara |
    | Frank Dubois |


    .

    .

    .

    Tuve que buscarlo al fondo del club, incluso si le había pedido reiteradas veces que, al menos, se mantuviera en plena vista. Técnicamente no gozaba de ningún derecho para imponerle condiciones, pero nuestra relación había escalado hasta mutar en una simbiosis extraña. Molesta de a ratos, un auténtico grano en el culo casi siempre, y en los intermedios me concedía ciertos privilegios. Estas chicas no me debían nada ni yo a ellas. Si intentaba cuidarlas, al menos en el pobre límite de mis capacidades, era porque conservaba una mínima pizca de decencia.

    No como estos demonios.

    Me paré frente a la mesa que compartían, e incluso si ella me notó no hizo nada al respecto. Sus copas estaban casi vacías y había un blister de pastillas rosas a la mitad.

    —Frank. —Mi voz lo sacó del cuello de Pierce, me daba igual lo que le estuviera diciendo—. Tenemos visitas.

    —¿Visitas? —replicó, claramente hastiado—. ¿De qué tipo?

    —Del tipo que va a interesarte atender.

    Le lancé un vistazo breve a la pelirroja, quien había aprovechado la distracción para, con sumo disimulo, despegarse un poco de Frank. Podía imaginarlo. La noche que lo conoció Érica me informó que se había encerrado en los vestuarios hasta el cierre, desatendiendo horas de su jornada laboral. Lo dejé estar. Primero, no me gustaban los soplones. Segundo, lo entendía. Intentaba hacerlo, al menos.

    —¿Justo ahora? —Frank bufó, le estampó un beso en la mejilla a Sasha y se incorporó. Al pasar a mi lado, apoyó la mano en mi hombro—. Más te vale que sea importante, Yabo.

    Dubois siguió caminando y yo mantuve mi atención brevemente en la chica. Se le había relajado hasta el último músculo del cuerpo, era evidente, y sentí una punzada de culpa en el pecho. Sus ojos se posaron en mí.

    —Vuelve a trabajar —ordené, monocorde, y ella asintió.

    Recorrimos el club en dirección a las salas de negocios, segundos que utilicé para ponerlo al corriente de la forma más rápida posible.

    —Es la sobrina de Hattori. Apareció en la puerta principal ventilando trapos a los cuatro vientos y aseguró tener información importante. La metí en una sala para minimizar riesgos.

    —¿Sobrina de Hattori? —rumió, arrugando el ceño—. ¿El viejo tenía una sobrina?

    —Aparentemente.

    —¿No confirmaste la información?

    —¿Ves que haya tenido tiempo de hacerlo?

    Nos detuvimos frente a la puerta, fulminándonos con la mirada, y giré el pomo. En esa fracción de segundo los dos cambiamos radicalmente nuestra expresión. Yo regresé a la seriedad de siempre y Frank sonrió de oreja a oreja. Dentro de la sala había dejado a la famosa Hattori y a Aria, encargada de vigilarla y… entretenerla, suponía. Ahora también estaba Carter.

    Íbamos a ser multitud, ¿eh?

    Decidí no cuestionarlo para salvarme años de vida. Aquellas salas eran pequeñas, constaban de una mesa central, cuadrada, y un sillón de tres brazos amurado a las paredes. Carter y Aria estaban juntos, al fondo, y Frank y yo nos acomodamos frente a la invitada. Era una chica joven, puede que incluso tuviera mi edad. Llevaba el cabello, lacio y extenso, atado en una cola de caballo alta. Bajo aquellas luces no estaba seguro si era albino o de un tono extremadamente claro de celeste. Al mirarme, sus ojos se me asemejaron a diamantes. Lucían gentiles y transparentes, pero algo no cuadraba. Su actitud en la puerta había sido mucho más errática y beligerante. ¿Había pretendido armar el escándalo adrede?

    —Discúlpame, querida, ninguno de estos simios me facilitó tu nombre —pronunció Frank con su típico aire teatral, atrayendo la atención de la chica—. Sólo sé que eres la sobrina de Hattori, ¿correcto?

    —Correcto —acordó, su tono fue cortés y educado, pero también distante, y la sonrisa le cerró los ojos—. Con Hattori basta.

    —Frank Dubois, encantado. —Bajó la vista a la mesa y arrugó el ceño—. ¿Pero qué veo? ¿Copas vacías? ¡Imperdonable! ¿Y no le ofrecieron nada, acaso?

    Aria separó los labios, pero no tuvo tiempo de decir nada. Frank estiró el brazo y descolgó el teléfono que había adosado a la pared. Era negro y antiguo. Se comunicó directamente con la barra, fue preguntando qué deseaba beber cada uno e hizo el pedido. Hattori meneó la cabeza con suavidad, como supuse que haría. En la mesa sólo había dos copas, al fin y al cabo, frente a Carter y Aria.

    —¿Quieres beber otra cosa? —ofrecí—. ¿Un té, quizá?

    Frank me miró, confundido. Se estaría preguntando si eso era posible. Hattori suavizó su semblante de una forma diferente, más cercana quizá, y asintió.

    —Si no es mucha molestia.

    Estiré el brazo para robarle el tubo a Frank y agregué la infusión a la lista. Cuando colgué, Yuuji estaba quejándose y diciendo que nunca en su puta vida había preparado té aquí. Se las arreglaría, ¿verdad? Para eso le pagaban.

    —¿Te ha enviado Yoshihide-san, entonces? —indagó Frank, en tono liviano, y se irguió de repente—. No, no, no, no, borra eso. No importa todavía. No nos esperaste mucho, ¿verdad? ¿Estos dos de aquí te trataron bien?

    —No, no me envió mi tío —respondió, certera, y nos repasó a los cuatro con la vista antes de detenerse en mí—. Sabrás disculpar el alboroto que causé afuera, Yaboku-san. Confío que empiezas a entender los motivos.

    —Vagamente. —Relajé el cuerpo contra el espaldar, cruzándome de brazos—. Conseguiste lo que querías, en todo caso, así que habla.

    Frank me dio una patada por debajo de la mesa, pero no me inmuté. Hattori pestañeó, inicialmente sorprendida, y regresó la mirada a Dubois recuperando la sonrisa. Lucía divertida.

    —Tengo entendido que buscan a alguien, ¿verdad? O, al menos, que alguien se les perdió de vista. ¿Cómo los llamó mi tío? Ah, sí: inventores de deudas, ¿correcto? Y perdieron un deudor.

    Algo en mi interior me dijo que esta niña sabía perfectamente lo que estaba haciendo, más allá de su rostro de muñeca o su tono educado.

    Damn, girl —murmuró Carter, divertido, y miró a Frank—. Te sacó radiografía.

    Tomé aire por la nariz, pensativo. La estructura del grupo nos eximía (y privaba) de manejar información respecto al grueso de los miembros rasos. De esta niña siquiera conocíamos la existencia y estaría bien así de no ser porque ella, al parecer, sí nos conocía a nosotros. Nos había localizado aquí y sabía de las deudas. Fácilmente ameritaba un silenciamiento inmediato y un aventón en el maletero del coche a la bahía.

    Pero era sobrina del viejo Hattori.

    —Bonita, si lo que hubiéramos hecho es perder un único deudor, el mundo sería un lugar hermoso —murmuró Frank, con paciencia y suavidad—. Voy a necesitar más información que esa.

    —Shimizu Ryouta —concedió al instante, impasible, y aguardó por nuestras reacciones.

    Yo lo recordé, claro, pero la atención de todos estaba depositada en Frank y no me interesaba intervenir. El enano frunció el ceño y lanzó los ojos al techo, en todas direcciones, masajeándose la barbilla.

    —Shimizu, Shimizu… Joder con los japoneses, a veces parecen todos iguales.

    —Era de Shinjuku —aclaré.

    —¡Ah! —Frank sonrió muy amplio y de inmediato se desinfló—. No, espera, ese era Shimura. ¿De Shinjuku, dijiste? ¿Desde cuándo?

    ¿Esto ahora se había convertido en un juego de adivinanzas? Genial.

    —Pocos meses. Enero, quizá. —Me encogí de hombros—. Estuvo trabajando en el mismo barrio hasta que desapareció a fines de abril. —Miré a la niña Hattori—. Estimo que sabes dónde se encuentra. Y si te tomaste tantas molestias para llegar hasta aquí, tu tío no debe estar muy al tanto de tus actividades.

    Lo estaba refugiando él, ¿cierto? El cabrón de Yoshihide.

    Y esta cría estaba lista para prender fuego su propia casa.

    Sus ojos de diamante se mantuvieron mortalmente serenos y acentuó apenas su sonrisa, parpadeando a cámara lenta. Unos golpes suaves sonaron en la puerta y apareció una de las camareras, Manson, con las bebidas. No hizo contacto visual con nadie, repartió lo que correspondía, Frank le soltó un “gracias, linda” jodidamente meloso y ella se retiró. Gin y cerveza al fondo, vodka para Dubois, mi whisky y el té de la niña. La sonrisa que Hattori le había dedicado a la moza había sido amplia y radiante, genuina, y con el mismo entusiasmo olfateó la taza. Desprendía un aroma intenso, por un segundo danzó cerca de mi nariz.

    —Así que, un fantasma roñoso —soltó Frank, ácido, tras darle un buen trago a su vaso—. ¿Qué podemos querer nosotros con él, Hattori?

    Lo oí sorbiendo la nariz y lo observé de reojo, con disimulo. Recordé el blister de pastillas rosas, ese que últimamente se veía en todas partes, y compartí una mirada breve con Aria. La chica estaba agitando su copa con movimientos precisos y me guiñó un ojo, la cabrona. Volví rápidamente a Hattori.

    —Probablemente no tenga mucho que ofrecer, es cierto —concedió, elocuente—. He oído que es un capullo, que se procuró deudas con cada demonio en esta ciudad y ya hasta su misma sangre le soltó la mano. ¿De qué les serviría, por ejemplo, ponerlo a trabajar de nuevo? ¿Para que desobedezca órdenes, robe mercancías o escape otra vez?

    Frank podía parecer un imbécil de cuidado, pero si estaba aquí sentado, en un club de su autoría, no era mera casualidad. Había pisado Tokio, construido una fortaleza y creado un ejército de espíritus en menos de tres años. Podía ser un fenómeno, un loco de la guerra, y probablemente la palmara a los cuarenta años, pero se encargaría de que su paso por esta tierra sea memorable.

    Y por eso, quizá, una parte de mí lo admirara.

    Había seguido el razonamiento de Hattori con una intensidad absoluta en la mirada. Apenas la niña calló, su sonrisa se fue estirando poco a poco hasta descubrirle la dentadura. Vi la chispa de peligro, de terrible lucidez, y por un instante sentí que se estaban comunicando telepáticamente.

    —¿A quiénes más se lo estás ofreciendo, muñeca?

    —Todo Tokio.

    —Entiendes que esta subasta le pone una diana en la frente a tu tío, ¿verdad?

    —Se lo merece —declaró, con una tranquilidad casi aterradora, y bebió de su té—. Y en eso estarán de acuerdo con nosotros.

    ¿”Nosotros”? Tomé mucho aire por la nariz y lo solté poco a poco, algo extenuado. De repente les había dado por hablar en código a los imbéciles, pero las implicancias quedaban claras. Shimizu no importaba, era un saco de huesos inútil y desleal, pero si estaba recibiendo protección de Yoshihide Hattori y esta niña nos había localizado, si había conseguido la información suficiente para hacerlo…

    El viejo se había ido de boca, ¿no?

    Y Shimizu era una escoria oportunista.

    —¿Vienes en representación de una sociedad o cómo es la cosa? —soltó Frank, y ella rió—. ¿Qué hacen enviándote sola a un sitio tan peligroso?

    Nos vendería por centavos si hacía falta, con tal de ganarse un día más de vida.

    ¿Acaso no se daba cuenta?

    —¿Peligroso? —replicó la chica, divertida—. Estoy aquí, calentita, bebiendo un té delicioso y gozando de gran compañía. Esto no es peligroso, Dubois-san.

    La resistencia era fútil.

    Su pieza en el tablero ya no existía.

    —¡Ah! —se quejó Frank, dejando caer las palmas sobre sus muslos—. Uno quiere atender bien a las visitas y lo tratan así. ¿A ti te parece, Carter? ¿Estás viendo esto?

    ¿Por qué insistía?

    Era patético.
    —Lo que no veo son fallas en la lógica de la señorita, señor —concedió Aiden, encogiéndose de hombros.

    Y esta chica…

    ¿Quién era, exactamente?

    ¿Con quiénes trabajaba?

    —Te presentas aquí, nos fuerzas a hablar contigo y le das la vuelta al reloj de arena. Le pones precio a la cabeza de Shimizu, la subastas y nos recuerdas por qué debería interesarnos la oferta. —Mi voz había irrumpido en el ambiente liviano, absorbiendo la atención de todos—. ¿Por qué haces todo esto?

    —Yukkun y yo tenemos nuestras razones —respondió, seria, y por primera vez en la noche le creí plenamente—. Y eso no es algo que les interese.

    Yukkun.

    ¿Yuta Hattori, el hijo del viejo?

    —De hecho, sí lo hace —intervino Frank, alzando el dedo índice antes de relajar los antebrazos en la mesa—. Ya que pareces tan embebida en nuestros trapitos sucios, sabrás que Yoshihide se unió a nosotros, ¿verdad? Uff, esa reunión fue una jodida ladilla, no paraba de hablar sobre… revitalizar el barrio, recuperar la escena y no sé qué más. Aceptó trabajar con nosotros, trabajar para mí, y con eso, le puso un precio a su reinado. —Se inclinó hacia la niña, bajando la voz—. Si tú y tu amiguito planean derrocarlo, bien, me dan igual las razones, pero ¿sabes? Ese trono le pertenece a los fantasmas. Nos pertenece a nosotros. ¿Entiendes lo que quiero decir?

    Hattori se mantuvo en silencio, prácticamente inmóvil, hasta que Frank regresó a su posición original. No logré discernir si la niña había anticipado o no esta sucesión precisa de eventos.

    —Esas negociaciones pueden postergarse un poco, ¿no creen? —respondió por fin, recuperando la sonrisa, y bebió de su té—. No pretendo faltarles el respeto, pero creo que tienen asuntos más urgentes que atender. Detesto a los soplones, por ello los reconozco al verlos; y créanme, desgraciadamente tuve bastante tiempo para ver a Shimizu. Más del que habría deseado.

    Frank suspiró, fue bastante dramático y se acabó su vaso de un trago. Lo regresó a la mesa de un movimiento seco y lo observé de soslayo; lo conocía. Estaba perdiendo la paciencia.

    —Muy bien, creo que ya son suficientes malas noticias por una noche. —Sonrió y le palmeó el hombro a Carter—. ¿Te encargarías de que la dama regrese a su casa sana y salva? —Miró a Hattori—. No te preocupes, preciosa, considéralo una muestra de nuestra buena voluntad.

    A veces me resultaba difícil leer a Frank. Su forma de comprender y predecir el mundo escapaba a mis límites, mucho más rígidos y tangibles, pero no dudaba de sus capacidades. Podía cuestionarle la vida entera, todo menos sus estrategias. Si él anticipaba que esta cría y su primo lograrían sus objetivos, si estaba depositando la corona de Nerima sobre sus cabezas, joder, ya podía darlo por hecho. No tenía sentido, en verdad no se lo encontraba y no lo entendía, pero funcionaba así. Siempre lo había hecho.

    Al acabar las despedidas de turno, Hattori y Carter se retiraron de la sala. Frank bufó, derritiéndose contra el espaldar, y Aria repiqueteó las uñas contra el cristal de su copa.

    —Bueno, llevábamos bastante sin un problema —concedió, risueña.

    —Dijo que lo están ofreciendo a todo Tokio, “todo Tokio” mis huevos —analicé, mientras Dubois fulminaba a la rubia con la mirada y ésta se encogía de hombros, indiferente—. Deberíamos intentar averiguar quiénes son la competencia, y de ahí definir la relevancia del asunto.

    —Dijo que el cabrón tenía deudas con Dios y María Santísima —aportó Frank, chasqueando la lengua—. Ya sabes cómo son esos tipos, le piden dinero al verdulero de la esquina y al puto oyabun de una mafia. Parametrizar sus cagadas será un coñazo.

    —Mejor eso que estar a merced de la niña, ¿no?

    El enano volvió a bufar, aunque puso la neurona a trabajar.

    —Habrá que extender el mensaje a las costillas, todas. “Yukkun”, dijo, debe referirse al hijo del viejo estúpido. Empecemos intentando saber adónde fueron y con quiénes hablaron estos dos. —Me miró—. Shimizu. Era de Shinjuku, ¿no? ¿Tienes algo de él?

    —No mucho. Trabajó poco tiempo en el barrio y ni siquiera lo absorbí yo, fue uno de los imbéciles que regulan la zona en mi ausencia. Hablaré con él, debería saber algo.

    —Intenta averiguar las deudas que poseía.

    Asentí, serio, y la planificación se agotó en poco tiempo. Aria se había mantenido como espectadora, acabando su copa de gin de a sorbos breves, hasta que se inclinó en nuestra dirección y alcanzó nuestras manos.

    —No se estresen, venga, van a solucionarlo. Siempre lo hacen, ¿no?

    Aprovechó la cercanía para husmear la hora en el reloj de Frank y se deslizó fuera del sofá, arreglándose el vestido y el cabello con movimientos casi automáticos.

    —Ya llega Teruaki-san, así que hablamos luego~

    No nos quedaba mucho por hacer. A los pocos minutos salimos de la sala y una camarera ingresó a recoger los recipientes vacíos. Nos recostamos en la pared, observando el club en silencio.

    —¿Vas a comprarlo? —inquirí.

    —Probablemente.

    —¿Y el viejo Hattori? ¿Qué harás con él?

    —Quizás y lo compro también —resolvió, sedoso, y lo miré de soslayo. Ahí estaba, la terrible chispa de peligro y lucidez—. De repente me apetece jugar un poco con él.

    Sentí un escalofrío en la espalda, fue sutil e inhalé por la nariz. Su semblante, su gesto y su aura entera dieron un vuelco drástico apenas reparó en Pierce. La chica venía caminando en nuestra dirección y Frank alzó el brazo, atrayéndola. Más bien, ordenándole que viniera. Exhalé, separando la espalda de la pared. Dubois la cazó por la cintura y me habló cuando me estaba yendo, haciéndome girar hacia ellos.

    —Te encargo lo de Shimizu, entonces. Yo me ocuparé del resto.

    Pierce era astuta y de reacción rápida, había podido comprobarlo en estas semanas. Aún así, por una fracción de segundo su expresión se desencajó al oír aquel apellido. Yo lo noté, Frank no, y lo agradecí. Me limité a asentir y me retiré, dejándolos a solas. El gesto de Sasha siguió rebotando y rebotando en mi mente, como un hilo suelto que debería atar a otro. Shimizu, Shimizu…

    De repente lo recordé.

    Había… un Shimizu en mi clase, ¿verdad?

     
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    Amane

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    HOLA :D SO THIS IS A SURPRISE (I hope (?)) cuz I was here, procrastinando del master like always, y he pensado: por qué no le hago un comentario a mi querida bebi que se lo debo desde hace muchísimo y, además, igual se pone contenta al ver esto después de acabar los exámenes, so yeah, here we are uwu igual, como contexto, tengo que comentarte desde el fic XVII (17) y tienes actualmente XXXII (32) wHICH means QUINCE FICAZOS, oh god (but actually son 14 porque el de Halloween ya te lo comenté (?) so this is gonna be a trip

    Oh and, obviously, voy a hacer como la última vez y haré como comentarios generales por personaje para no MORIR y, de todas formas, creo que todos te los he tenido que chillar en menor o medida por privado so THAT’S THAT

    EN FIN, BASTA DE CHÁCHARA, LET’S GET DOWN TO IT

    Y vaya, vaya, qué suerte que el primer escrito que te debo sea de Annita porque quería empezar por ella u-uwu FATE

    Y bueno, el primer fic de Anna es uno en el que no recuerdo, for the love of me, qué le había pasado a la pobre chica para que estuviese tan mal (?) PORQUE LA HACES SUFRIR MUCHO, BEBI, MUCHO (!!!!), pERO sí que fui recordando el fic a medida que lo iba leyendo, porque es con su mamá y me resulta suuper interesante, cuz no sabemos mucho de ella realmente, pero sí que tenemos algunos glimpses de su relación con Anna y me parece muy… interesante, aunque me repita, porque, si algo hemos aprendido este 2023 es que las relaciones madre e hija son extremadamente tricky, pero también super provechosas para explorar en media, so yeah, creo que la relación de Anna con su madre (igual que otros personajes femeninos in rol) da para análisis y que hayamos visto un poquito más mola mucho. El siguiente fic de Anna es… woah, el XXII ya, so whooosh, let’s skip to it. Este fic es de cuando Kou le da su regalito a Anna and girl, do i have emociones encontradas cuz oh god. Aunque, lo primero que tengo que decir es: A Eguchi-kuuun uwuuuwuw; lo segundo que tengo que decir es: god i know this is toxic as fuck pero lo horny que me pone Kou siendo tan malo no es ni medio normal, ME PONE MUCHO AND I NEED THERAPY, PROBABLY (as does Kakeru, btw, que el pobre ve CADA COSA, he must be so traumatised for real AJAJAJ sé que va ya a terapia, pero i mean, more (???). Girl, he seguido leyendo y para el final i was a bit confused, porque se me había olvidADO que habían drogado a mi querida Annita en aquel fic (creo que lo borré de mi cabeza a propósito JJAJAJA) y, mira, hasta el momento estaba like: i’m not gonna say that i condone violence, even tho en el fondo me gusta, pero TRAS RECORDAR ESO i was VERY IN FAVOUR OF KILLING THAT FUCKING ASSSHOLE, A VERY PAINFUL DEATH BECAUSE IT’S WHAT HE DESERVES, SO DALE KOU, MY REY, DALE CON TODO, FOR THAT I STAN YOU.

    Ahora voy a hacer una cosa muy chula que es comentarte el fic de Anna y Kakeru y luego smoothly pasando a comentar los de Kakeru alone, ¿a qué soy una genia? ehe

    Bueno, este fic me ha vuelto a romper en dos y no me siento con la salud mental suficiente como para comentar decentemente, if you’ll excuse me, i’m gonna CRY. No, pero ahora en serio, tú sabes que yo a Kakeru lo quiero mucho y este fic pues, dios, ha sido demasiado para mi corazoncito de Piscis igual que el suyo </3 y no sé cómo explicar esto, pero tú sabes que ellos dos juntos me gustan mucho, y SÉ que como pareja no han funcionado y no es que quiera que estén juntos para que sigan pasando por lo que han pasado, pero al mismo tiempo es lo que dices en el escrito, es el hecho de que Anna lo quiere mucho, she really does y él también, y creo que si trabajasen en sus problemas y llegasen a estar relativamente bien individualmente… creo que se harían mucho bien, i truly believe so, i may be wrong but idc. In any case, bah, me gustan mucho como amigos también, sea lo que sea que tengan, sé que genuinamente se quieren y eso es lo único que importa. Also, mención especial a Kakeru diciendo que Anna ha encontrado amigos y un sitio al que pertenecer en el Sakura, THAT’S SO PRECIOUS.

    De Kakeru resulta que solo tengo dos fics que comentarte, cosa que me ha sorprendido, la verdad JAJAJ pero bueno, para no repetirme demasiado, I LOVE HIM, I REALLY DO AND THAT’S FINAL. Es una cosa super rara, no sé si es por el hecho de ser Piscis, pero siento que lo entiendo un montón y, no sé, sus fics (al igual que sus posts) me llegan un montón, ay. No es que yo quiera quedar aquí de heroína de la vida, ni mucho menos, pero ¿esa tendencia a querer ayudar a todo el mundo? A ver lo bueno en los demás, a querer ayudarlos, a adaptarte a los demás para que te acepten… idk, i just really feel him and it makes me so sad que esté sad, cuz i want him to be happy, i really do. Uno de los fics era con Annita, which of course i enjoyed a lot, y el otro era de Kou, que madre mía, sé que le hicieron bullying y lo pasó fatal mi niño PERO PLS Kakeru y Kou de chiquititos siendo amigos, I THINK I CAN DIE OF SOFTNESS RIGHT HERE.

    Y hablando de Kou… (god i’m so smooth (???): SUS FICS, FOR GOD’S SAKE. OKAY SO, creo que esto te lo dije en el primer momento que leí el fic but no tengo vergüenza y lo voy a repetir de nuevo just in case: sé que está fucked up PERO LA TENSIÓN HOMOERÓTICA ENTRE KOU Y KAKERU??????? Amiga, me lo como entera, ñomñomñom. Su relación es super compleja, creo que cualquiera puede ver eso, y yo adoro leer de ellos, su amistad y a lo que han llegado ahora, PERO, de este fic voy a señalar tres cosas claves que Kou ha hecho: le ha puesto una venda a Kakeru, le ha dicho que es un buen chico, y le ha hecho caricias raras en el cuello. I CLOSE MY CASE, ¡SU SEÑORÍA! El otro fic de Kou, por otro lado, oh god that was a fucking trip, a FUCKING TRIP. Además, recuerdo muy claramente que me dijiste que querías que lo leyese, cuz i was busy at that time y me tardé lo suyo, y no es que sea relevante, pero es algo que recuerdo y que me hizo su ilusión, ngl JAJAJ TODO PARA QUE ME HICIERAS SUFRIR (?) okay, antes de nada, mención especial a TÍO TERIYAKI, OMG HIII u///u sobre el fic en sí, SO, en su momento creo que ya te comenté lo muchísimo que me sorprendió lo que Kou le que acabó haciendo a sus bullies porque, honestamente, no me lo esperaba PARA NADA, y recuerdo haber hablado de ello, como me dijiste que creías que le pegaba más a Kou algo así y estoy totalmente de acuerdo, él piensa las cosas y se nota, BUT NO DEJA DE HABERME SORPRENDIDO (!) además, ahora que lo releí, vi que hiciste el cambio de canción justo antes de poner lo de que se cortaba su propia mano AND GIRL, THAT WAS PEAK CINEMA. Aparte de eso, en lo que realmente quiero centrarme es en lo… triste que me siento por Kou. Like, no triste, tampoco quiero decir que me da pena, pero you know, le han hecho bullying y ha sufrido una TCA, y no es que eso justifique que ahora sea una cabrón, ni mucho menos y sé que tú no quieres que Kou sea el típico “soy villano porque he sufrido” PERO mi niño ha sufrido, y me parte el alma, porque aún con todo lo malo que ha hecho, yo le tengo mucho aprecio, y no solo por Ri, realmente me parece un personaje super interesante y, como todo lo que haces, lo adoro, y obviamente i just feel really bad de que haya tenido que pasar por eso. No me atrevería a decir que esto no es manera de tratar con bullies, porque… es difícil, pero, tbh, merecido, period.

    Y AHORA, antes de pasar a los fics de Sasha, que creo que además es de la que más me quedan por comentar, OBVIAMENTE TENGO QUE HACER MENCIÓN ESPECIAL A MI NIÑO QUERIDO, A THE HUSBAND ITSELF: JOSEPH BENJAMIN WICKHAM, AKA, THE LOVE OF MY FUCKING LIFE. Sister, te voy a pasar la factura de mi psicóloga porque lo que me hiciste llorar con este niño NO ESTÁ ESCRITO. Tú sabes que a Joey lo amo, lo amo muchísimo incluso por fuera del Jolisha, creo que nadie se sorprende si digo que es mi personaje favorito de los tuyos, y leer de él, aunque sea algo tan triste, es algo que disfruto muchísimo, and in fact, hace tanto que no leo algo de él en un fic que, idk, se sintió super bonito cuando lo vi aquella mañana (que recuerdo muy claramente haber visto que era de Joey y leérmelo de una sentada todavía acurrucada en la cama). Y creo que lo que dices es super cierto, really, es verdad que el chico no es perfecto y que hace cosas que puedan catalogarse de malas a propósito, pero es un guardián, he really is, y recuerdo pensar lo mismo cuando el fic aquel de WIRES porque, por lo menos con Ali y con Matty, SU FAMILIA, siempre lo ha sido, siempre los ha querido cuidar y, honestly, i love him for that, espero que alguna vez se de cuenta in rol cuz, again, he may not be perfect, but he truly cares. En fin, me dio muchísima pena leer esto, de verdad que me causa mucha tristeza que haya perdido a su mamá y el párrafo en el que pusiste lo de que ya no importaba lo que haría, ella no vendría???? te lo juro por todo lo que existe, i had tears in my eyes. Ha tenido que cuidar de Matty, ha tenido que enfrentarse a su padre, e incluso si puede que haya sido una carga extra de esta manera, he really did his best. Me encantaría que supiera que lo hizo lo mejor que pudo dentro de lo que cabía, de que era un crío y, no, dios, stop, i’m crying again *lo achucha fuertote*

    *coge aire* y ahora sí, los fics de Sashie. Y Sashie, god Sashie, ella también ha pasado por a lot, eh. Siento que me voy a repetir con lo que ya te comenté y sabes, pero con sus fics sigo teniendo esa sensación de luz en mitad de la oscuridad, sobre todo con el de su abuela y el de las luciérnagas. Es una cosa super complicada de explicar, en serio pero creo que tú lo entiendes, cuz lo dijiste en una n/a, and that’s the only thing that matters (?) para la gracia, relacionarla con luciérnagas me parece suuuper accurate, so props for that. No voy a decir demasiado públicamente (?), pero tú y yo sabemos que con Sashie y go in and out, a veces ni yo lo entiendo/distingo muy bien, si te soy sincera JAJAJAJ pero sigo disfrutando mucho leyéndola, la verdad, y no sé, indiferentemente, siempre es lindo saber más del pasado de los personajes. Además, fue super interesante releerlos ahora seguidos y ver la diferencia entre su relación con su mamá (lmao ni recuerdo el nombre, that’s sad (?) y Eloise, like se siente la diferencia? Es cierto que se habla muy poquito de su mamá en el primer fic, pero ya la conocemos y, yes, idk, esa frialdad de ella en comparación al obvio cariño de Eloise y como Sasha genuinamente sufre al saber que se va a ir… idk, it’s sad, además, porque ha perdido a las dos kajnsdka Por otro lado, sin embargo, ahora tenemos los fics más enfocados a su presente en el club y okay, listen to me, soy una egocéntrica de mierda JAJAJAJA sigo chillando cada vez que recuerdo que Aria está ahí o la leo, GIRL, no la roleé nada pero es mi niña and it’s sooo cool. Además, ya sabes que me gusta mucho como la estás manejando y chillé con el primer fic, te juro que lo releí unas cuantas veces en su momento JAJAJAJ me encanta la interacción que tiene con Sasha, como le explica cómo funciona el club y todo el rollo, y todo ese tono de falsedad que al mismo tiempo se siente genuino pero sabes que mayoritariamente es falso????? we love to see. Plus, Aria desnudándose delante de Haru o metiéndose con Yuuji para luego guiñarle el ojo? Literalmente mi niña, i’m so proud of her (?) y lo celosa que se puso con el “no eres el tipo de teriyaki-san mimimi” GIRL, BE LESS OBVIOUS. Luego el fic con Frank es iconic, obviously, toda esa conversación entre los dos was soooo good, BUT me vas a tener que disculpar, vuelvo a decir que soy una egocéntrica de mierda y para mí el highlight fue el momento Aria y Teriyaki, I GASPED SO HARD??????? and i freaking loved the plot twist, Y QUE SEA SU SUGAR DADDY PLS, IM OS INVESTED NOW (?) also, es una tontería pero cuando leí esa escena y vi lo del “gemelo brillando” mi mente se fue RIGHT AWAY hacia Kou, cuz siento que es una cosa muy característica de él as well?? and i was like: of course, si es que quiere imitar a su tío chulo que tiene una sugar baby, it makes sense (?) super unrelated, no sé si es algo que planeabas, pero lo pensé so that’s that (?)

    Y ahora el último fic, que no es realmente de Sasha pero weno, mismo plot, right? Well, no tengo mucho más que comentar creo, cuz me falta contexto de algunas cosas y, no sé, igual fueron cosas que me tocan muy de lejos JAJAJ pero, ya sabes que me gustaron las menciones a Aria y AIDEN, A, so yeah, thanks for that, sabes que adoro que me hayas metido en la trama así sea con NPCs uwu

    EN FIN

    No sé si será un comentario que te guste mucho, quizás podía haber dicho más cosas, pero sister, llevo aquí todo el día (literal fui al cine entre medias y todo) Y CUATRO PÁGINAS DE WORD, so i’m just gonna die, if you’ll excuse me. Anyways, espero que sí te haya gustado el comentario uwu como siempre, ya sabes que adoro todo lo que haces y aquí estoy para leerte y comentarte todo siempre que pueda, love you lots <3
     
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    Gigi Blanche

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    Escritora
    Título:
    Kill our way to heaven [Gakkou Roleplay | Explícito]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    40
     
    Palabras:
    4670
    N/A: AAAA im so so sO EXCITED (!!!) Hace eones que estaba escribiendo y preparando este fic and i was dying porque la uni no me dejaba tiempo para dedicarme a esto. Ahora aproveché el bug de un par de días entre proyecto y proyecto y por suerte me investeé UN HUEVO y pude terminarlo. yA DIJE QUE ESTOY EXCITED???

    pues nada, sigo ampliando y complejizando los pollos AUNQUE no es nada que no haya empezado ya. Como referencia, este fic se conecta con el anterior, Les Revenants, y siguen más o menos una misma línea narrativa.

    Also, ALSO (!!!) este fic es canon para la noche del jueves 11 de junio *guiño guiño*

    Antes de cerrar este n/a quería agradecerle a Gabi por ese comentario precioso, divino, hermoso que me dejó hace un tiempo <3 Me hizo super feliz en su momento y ahora me hizo feliz de vuelta al entrar acá y topar con él.

    Y bueno, en líneas generales este fic pretende ser la introducción/carta de presentación de Yuta. Disfruté muchísimo escribiéndolo y haciendo toda la research que ameritó *rueda por todas partes*

    sin más cháchara innecesaria, ADENTRO FIC

    Edit: mentira, más cháchara. I realized que solté el fic el día del cumpleaños de Ayaka del Genshin, que es el físico de Kaia, and thats so much coincidence JAJSJA SO THATS IT, AHORA SÍ, BAI





    never show mercy, ain't no soldier worthy
    can't no weapon hurt me
    y'all gon' have to curse me

    we will not retreat till we get the glory
    gon' see our soul bleed

    we will not retreat till we get the glory

    till we make their soul bleed

    we gon' give it to them all

    .

    .

    .


    The Goryō

    .


    | Yuta Hattori |
    | Kaia Hattori |


    .

    .

    .

    Tomé aire por la nariz y lo liberé despacio, con los ojos cerrados. Takanori-sensei siempre insistía en la importancia de la respiración. Si la dominábamos, si comprendíamos sus hilos de flujo, nuestro cuerpo, sereno, conectaría con el mundo. Deslicé los pies unos pocos centímetros, advirtiendo el relieve de la suciedad bajo mis suelas. Mis sentidos se amplificaron como capullos floreciendo, los cuerpos ajenos latieron, y abrí los ojos. Eché el torso hacia atrás, retrocediendo, y esquivé el primer golpe. El segundo provino de mi derecha, lo anticipé y el puño cubierto con vendas rozó mi cabello. Afiancé la postura, me impulsé desde los talones y mi palma se aplastó con fuerza contra el pecho de un tercer tipo, a la izquierda. Éste no tuvo tiempo de reaccionar, trastabilló y yo giré, descargando la energía en una patada que impactó en el del centro. Mi antebrazo bloqueó un ataque, el único indemne arremetió y me forzó a retroceder a medida que cubría todos sus golpes. Arriba, cerca del torso, hacia mi abdomen, los hombros. Mis reflejos me protegieron mientras aguardaba, paciente, a una apertura, una distracción. Una falla. Inhalé, sentí los pálpitos y el mundo se resaltó tan sólo en sus relieves justos. En el momento oportuno detuve su mano, lo empujé y lo desestabilicé. Afiancé los pies, me agaché y mi puño utilizó la abertura, hundiéndose en su abdomen endurecido. El cabello me despejó el rostro al erguirme rápidamente y avanzar, descargando otro golpe en su quijada. Se desplomó en el suelo. Uno menos.

    Faltaban dos.

    El siguiente lo despaché sin prisa. Su cuerpo era lento y pesado, usé la fuerza arrolladora que poseía en su contra y lo tumbé en el suelo de un movimiento fluido, anulándole el centro de equilibrio con un golpe traicionero detrás de la rodilla. El último me miró, sonriendo de oreja a oreja, mientras caminábamos sin recortar la distancia. Midiéndonos. Exhalé con pesadez, el aire silbó entre los recovecos de la máscara metálica carmesí y sentí la fina capa de sudor cubrir mis brazos expuestos.

    —Muy bien —murmuró el hombre, saboreando las palabras.

    Estiró el brazo y del fondo oscuro del galpón le lanzaron un sable de madera bokken. Suspiré, meneando ligeramente la cabeza, y me resigné a imitarlo. Mis ojos conectaron fugazmente con los de Kaia, que chispearon como gotas marinas perdidas en la negrura, y cacé mi propio sable al vuelo.

    —Ya sabes cómo acabará esto —advertí, mi voz amortiguada por la máscara de oni que cubría la mitad de mi rostro.

    Una risa vibró en su pecho, socarrona, y se colocó en posición.

    —Ven y demuéstralo, entonces, Ikiryō.

    Ese maldito apodo. Decidí ceder a su provocación, impulsado por la vanidad y, quizá, un chispazo de ira. La sonrisa del hombre se fundió en la iluminación tenue, en el aire polvoriento y los carteles de neón, viejos, que parpadeaban a mi derecha. Se fundió y se deformó por un instante, hasta asemejarse a la mueca asquerosa del tal Shimizu, aquel que contó con la gracia de meter el estúpido apodo en la cabeza de todos.

    Avancé, alcé el bokken sobre mi cabeza y descargué un fuerte golpe en descenso. El tipo me bloqueó con el sable paralelo al suelo, contrarrestó el impacto y me empujó, forzándome a retroceder. Aprovechó el momento, giró las muñecas y blandió el arma perpendicular a mi cuerpo. Las suelas de mis zapatos levantaron una ligera nube de suciedad al deslizarse hacia el costado, concediéndome los segundos exactos para interponer mi bokken entre el suyo y mi abdomen. Absorbí el impacto con dificultad, apreté los dientes tras la máscara y bloqueé el segundo ataque a velocidad; esta vez a mi cabeza. El hijo de puta estaba peleando prácticamente a matar y lancé un vistazo fugaz a la oscuridad, donde había congregados un montón de idiotas borrachos, Kaia y Takanori-sensei. No logré identificar a ninguno, esquivé el tercer golpe y pude valerme de la apertura, por fin, para impactar el lomo del sable, el mune, en el centro de su espalda. Lo descargué con la fuerza de ambos brazos, su gruñido de dolor repercutió en el vacío del galpón y se estabilizó de tres amplias zancadas, marcando una distancia similar a la inicial. Respiré algo agitado.

    —Esa fue una movida sucia, niño —exclamó, esbozando una sonrisa casi excitada, y giró el rostro a la oscuridad—. ¿Takanori-sensei no tiene nada que decir?

    Me mantuve inmóvil, sólo mis ojos se desviaron en la misma dirección. Ambos éramos discípulos del mismo maestro, los dos que había derrotado antes también, y no todos lidiaban pacíficamente con la idea de no ser el estudiante favorito. De la negrura flotó la ausencia de respuesta, densa, filosa, y un murmullo de risa generalizado llegó a contagiarse en mi sonrisa. Le eché un vistazo a mis pies, balanceando mi peso apenas.

    —Estabas tan seguro hace cinco minutos —murmuré, incapaz de contenerme, mi voz a través del metal se tiñó de sorna y busqué sus ojos—, ¿y ahora le lloras a Sensei?

    Tensó la mandíbula, irritado, y tomé aire. Recuperé la calma que casi había perdido y lo llamé con un movimiento sutil, provocándolo. El idiota arremetió, la trayectoria de sus ataques se volvió terriblemente predecible y sus estocadas perdieron la pulcritud, la belleza. Sólo tuve que esperar que se cansara de malgastar su fuerza. Lo bloqueé una, dos, tres, cuatro veces, nuestros bokken relampagueando en una genuina tormenta, hasta que descuidó su costado y estiré la pierna, descendiendo el cuerpo. Desaparecí de su campo de visión, me colé debajo de su brazo y preparé el sable en paralelo, a la altura de mi cuello. Inhalé, afirmé las manos y lo descargué con fuerza y precisión en la parte trasera de sus rodillas. El golpe repercutió con un sonido seco y el hombre se fue de bruces al suelo, incapaz de mantener el equilibrio.

    Me erguí, suspirando, y de la oscuridad surgió una oleada de aplausos y vitoreos. Me acerqué al imbécil mascullando insultos entre el polvo y le extendí la mano libre. La miró, luego buscó mis ojos y se sonrió, meneando la cabeza.

    —Maldito seas, mocoso. —Se afirmó a mi muñeca con fuerza y lo jalé hasta que estuvo en pie. Me descargó un manotazo en el hombro, encima de los tatuajes—. Nada se puede hacer contra la sangre joven y talentosa, ¿eh?

    —Tus emociones siguen nublando tu juicio. —Takanori-sensei apareció junto a nosotros en un montsuki oscuro y la expresión severa usual, hablándole a mi compañero—. ¿Cuántas veces debo decírtelo? Lo importante no es la identidad de tu oponente, sino tu conexión con la espada. En tu propio cuerpo están todas las respuestas que buscas.

    No me apetecía comerme el sermón de turno. Comencé a alejarme con cierta discreción, suponiendo que Sensei estaría distraído corrigiendo los errores de los otros tres, y estuve por alcanzar a Kaia cuando su voz, firme, se proyectó en mi dirección.

    —Hattori-san —me llamó y me di la vuelta—. Hiciste un buen combate, pero no fue impecable. No como otros anteriores. Tú también tienes que despejar tu mente.

    Hubo en el intercambio un entendimiento mutuo, generalizado, más bien, que por un instante reveló el hilo que nos mantenía a todos unidos. Incliné la cabeza y Takanori-sensei siguió con el resto. Siempre era un señor de muchas opiniones y todos aquí lo respetábamos con cada gota de sangre en nuestro cuerpo. No por nada era uno de los pocos herederos del Niten Ichi-ryū, una de las disciplinas koryū budō que habían sobrevivido hasta la actualidad. Nadie sabía a ciencia cierta qué hacía aquí, instruyendo a un montón de perros callejeros en Nerima, aunque los rumores siempre corrían. Torneos arreglados, práctica indigna del kenjutsu y destierro eran las versiones más suaves. No sería de extrañar. Takanori-sensei llevaba instruyéndome prácticamente desde que había aprendido a caminar y su estilo era… peculiar. Había gracia, sabiduría y precisión en sus enseñanzas, y también una letalidad que cualquier dojo ordinario condenaría.

    Quizás, al final, sólo fuera otro inadaptado.

    Kaia me sonrió y estiró los brazos para recoger mi bokken. Comenzó a inspeccionarlo de cerca conforme caminábamos hacia el bar rudimentario que había montado al fondo, con taburetes de gomaespuma y las luces de neón rotas. Habíamos pillado aquel galpón abandonado hace pocos años tras la relocalización forzosa que nos comimos por culpa del viejo. Lo más irónico era que, en los papeles, este pedazo de pocilga aún pertenecía a la jurisdicción del Campamento Nerima y la Primera División, pero a nadie le importaba en tanto no hiciéramos ruido.

    Estábamos bajo las narices del puto ejército nacional.

    —Bien, no se astilló —dictaminó la chica mientras tomábamos asiento, muy concentrada en su tarea. Al final suspiró y me miró con reproche—. Lo golpeaste muy fuerte, Yu. Mira si lo lastimabas.

    —Creo que él empezó —me defendí señalando al pobre infeliz a la distancia, sonando adrede como un niño.

    —Te hizo enfadar, sí, él empezó. Y tú respondiste. No es excusa.

    Resoplé, desanudándome la máscara y dejándola sobre la madera vieja y porosa de la barra. Recargué el rostro en el hueco de mi mano y desde allí miré a Kaia, encogiéndome de hombros.

    —Vale, lo siento. No volverá a pasar.

    Todos sabíamos que era mentira o que, como mínimo, había altas probabilidades de que no fuera verdad. Kaia suspiró, meneando la cabeza, y apoyó el bokken entre nuestros pies, contra la pared.

    —Lo hiciste bien, de todos modos —reconoció, una sonrisa asomó en sus labios y parpadeó, divertida—. Siempre es una delicia verte pelear, Yu.

    No me consideraba un tipo vanidoso y en líneas generales me daban igual los cumplidos, podía recibirlos sin que modificaran sustancialmente mi comportamiento o la percepción de mí mismo. Eso no significaba que no los valorara. Dejé caer la mano sobre la cabeza de Kaia, ella entonó una risilla delicada y yo me limité a sonreír, soltando el aire por la nariz.

    —No sé hasta dónde planea empujarme, igual —reflexioné, deslizando la mirada al grupo de gente en el centro del galpón—. Takanori-sensei, digo.

    —Tienes que confiar en él, ¿no? Por algo es un Menkyo kaiden. Además, sus intenciones son mucho más nobles que las de Yoshihide-san. O lo parecen, al menos.

    Murmuré un sonido afirmativo algo vago. No presté demasiada atención cuando Kaia, grácil como una pluma, se empujó sobre la barra y aterrizó del otro lado sin hacer el más mínimo ruido.

    —¿Qué quieres para beber? —me preguntó desde allí.

    Volteé a verla, estaba inspeccionando las botellas alineadas en la pared del fondo y la cascada de cabello glacial sujeta en la coleta alta acompañaba sus movimientos. Comencé a quitarme las protecciones metálicas de las pantorrillas.

    —Nah, tráeme una cerveza.

    Sacó dos latas del refrigerador, la luz en el interior de éste no se encendió y se reunió conmigo, recargando los antebrazos en la barra. Yo dejé las placas en el taburete que ella había ocupado antes e hicimos un brindis rutinario. El silencio era rellenado por las conversaciones del fondo y las contundentes directivas de Takanori-sensei. Los perdedores siempre debían entrenar pasado el enfrentamiento a modo de penalización, así fueran las tres de la madrugada.

    —Los va a sacar buenos —comentó Kaia, riendo en voz baja.

    —Mejor. Probablemente nos haga falta.

    Le di un largo trago a la cerveza y una sonrisa vaga asomó en mis labios al observar el pequeño mundo frente a nosotros. Era decadente y bastante sucio, si acaso rascábamos dinero para comprar un sofá de segunda mano cada mes y encima los imbéciles rompían cafeteras por deporte, pero estaba bien así. Nos queríamos, nos cuidábamos la espalda y, lo más importante, perseguíamos un objetivo común.

    Esto sólo era el comienzo.

    —Ya acabaron las negociaciones —murmuró Kaia, estuvo a medio camino entre la afirmación y la pregunta.

    La miré, entendiendo que buscaba mi confirmación para seguir hablando, y asentí.

    —¿A quién se lo vamos a vender, entonces? —completó, bebiendo de su lata.

    Tomé aire y lo solté despacio, rumiando en torno a las posibilidades.

    —Esto no se trata de dinero —definí, más que nada para comenzar a ordenar mis ideas—. La subasta nos permitió trazar un panorama más claro del tablero amplio. He estado terriblemente ofuscado en las pequeñas tareas que me daba el viejo y tú te estableciste hace poco, es ridícula la poca atención que le presté al resto de Tokyo todos estos años.

    —Normal, tampoco tenías qué —resolvió Kaia con simpleza, recargando aún más peso en la barra, y me miró de soslayo—. De cualquier forma es más sencillo de lo que habíamos temido. Parece mentira lo mucho que se simplifica el mapa cuando encuentras la raíz de la que penden casi todos los hilos. Shinjuku, Taitō, Chūō, Chiyoda, Nakano. Los barrimos todos de un simple descubrimiento, tendremos que agradecerle al imbécil de Shimizu y todo.

    Asentí, soltando el aire en una risa floja. El poder de los fantasmas abarcaba casi la totalidad del Triángulo y se expandía más allá, como un organismo vicioso. Sus reclutas e influencias crecían cada día en silencio, de forma inadvertida, y haber accedido a esa porción de información del mundo era… hilarante. Nos habíamos puesto en contacto, pues, con los principales cabecillas de la escena actual. Los Lobos en Shibuya, el Licaón de Minato y… los fantasmas.

    —La respuesta parece demasiado obvia, ¿cierto? —convine con Kaia, a lo cual ella asintió—. Por eso me preocupa estar tomando una mala decisión.

    Overthinking gets you nowhere —murmuró, presionando dos dedos en mi frente y empujándome apenas—. Entiendo tus reservas, pero casi siempre la respuesta más simple es la correcta. Sólo tienes que analizarlo desde la distancia suficiente. Minato fue el mismo barrio que se deshizo de la basura, ¿cierto? ¿Quién quiere de regreso algo que ya botó? El poder de negociación que teníamos con los Lobos era con la irish mob mediante, pero al parecer los niños están muy ocupados ya creyéndose los reyes de la colina. A mí tampoco me gustan mucho los fantasmas, no me malentiendas, pero claramente son nuestra mejor opción. Además, ahora que les pusimos el dedo en el culo, mejor nos conviene hacer buenas migas con ellos.

    Se me escapó una risilla que me relajó parte del cuerpo. Kaia era tan delicada y sabía comportarse de forma tan impecable, tan grácil y ceremoniosa, que verla derretida sobre una barra mugrosa hablando de meterle el dedo en el culo a una banda criminal era, sin lugar a dudas, un encanto.

    —Sí, dudo que se hayan tomado muy bien tu numerito de “soy genial y sé exactamente dónde vives”.

    —¿De qué otra forma iban a escucharme, si no? —se defendió, pese a que ambos íbamos de broma, y se desinfló los pulmones—. Tú al menos eres el niño dorado de Takanori-sensei, pero yo aquí tengo que ganarme hasta el trozo de pan.

    Exhalé lentamente por la nariz y acerqué mi lata a la suya, volviendo a chocarla con cierto aire cómplice. Kaia me miró, compartimos una sonrisa breve y se deslizó más cerca mío, apoyando el costado de su cabeza en mi hombro.

    —Lo sé, Kai —murmuré, recorriendo el galpón con la vista—. Ya falta poco para que todo eso sea cosa del pasado.

    La mayor inversión que habíamos hecho, y por ende la mayor prioridad, debía ser el parlante apostado sobre unas vigas a nuestra izquierda, en una esquina del galpón. La música rebotaba entre el alcohol que corría, los golpes que viajaban y las risotadas exclamadas al aire. En algún punto Takanori-sensei se retiró a su casa, que ya era tarde para la gente grande, dijo, y charlamos y bebimos como hacíamos casi todos los días. Eso, al menos, hasta que unas luces se recortaron por la puerta de chapa agujereada y la canción coincidentemente fue acabando, permitiéndonos oír el coche estacionar afuera. Kaia regresó a mi lado, yo había permanecido en la barra y la atención de todos se detuvo en la irrupción desconocida. Éramos unos muertos de hambre y nadie pagaba un taxi para venir hasta aquí, de modo que las opciones se reducían. En líneas generales, las más sensatas eran todas malas noticias.

    Y así fue.

    La puerta de chapa se deslizó sobre sus rieles herrumbrados y la que apareció fue la mueca irritante de Shimizu. Llevaba un traje relativamente caro y escaneó el espacio hasta dar conmigo, sentado al fondo. La música se había reanudado, cada quien volvió a su mierda y yo me removí, bufando ligeramente. Kaia me concedió una caricia breve en la espalda, sobre el omóplato.

    —Tuve que venir hasta aquí, ¿te parece bonito, Yu-chan? —se quejó alzando la voz de forma exagerada, sin molestarse en disimular el desagrado que le causaba poner pie en nuestro galpón—. Te estuve llamando, ¿por qué no contestabas?

    —Me quedé sin batería —mentí sin complicaciones, alzando a mirarlo.

    Había puesto la mierda en silencio sólo para que sus intentos de contactarme cayeran y cayeran en saco roto. La insistencia me había anticipado que probablemente vendría a buscarme en persona; pero ya que me rompía las pelotas, al menos que se tomara la molestia de mover el culo. Era un tira y afloje algo infantil, lo sabía, podía pecar de mera rebeldía adolescente y me daba igual. No lo soportaba al hijo de puta.

    Me ponía físicamente enfermo.

    Shimizu me sostuvo la mirada, claramente inconforme con mi respuesta, pero no había más. Deslizó su atención alrededor con las manos en los bolsillos, una risa vibró en su pecho y me señaló la puerta con un movimiento de cabeza.

    —Ya vamos, niño. Tienes trabajo que hacer. —Sus ojos se posaron en Kaia y la sonrisa que le dedicó me revolvió el estómago—. Tú también, bonita.

    Volví a bufar, esta vez en su puta cara, pero el cabrón se limitó a estirar la sonrisa y empezar a caminar como si el lugar le perteneciera. Agarré mis cosas al vuelo, Kaia se hizo con el bokken y nos fuimos despidiendo del resto conforme avanzábamos. Nadie le dio demasiada importancia, los trabajos del viejo eran el pan de cada día y cumplirlos, de hecho, era el único requisito que debíamos satisfacer para conservar la pocilga en pie.

    Nos subimos al coche en la parte trasera, Shimizu quitó el freno de mano y nos retiramos en silencio. Bueno, el silencio duró treinta segundos. El cabrón era incapaz de estarse quieto.

    —¿No crees que es un poco infantil de tu parte insistir en estas rabietas, Yu-chan? —Sus dedos tamborilearon contra la superficie del volante y Kaia me miró, yo permanecí con el rostro recostado en el hueco de mi mano y el codo sobre la puerta—. Es que no sé adónde pretendes llegar con ellas. Los niños hoy día son tan desagradecidos.

    Lo ignoré. Me enfermaba, lo hacía de veras, el rechazo había escalado hasta convertirse en un asco que a duras penas conseguía modular. Ahora, irónicamente, con su puto final tan cerca, me resultaba más difícil que nunca. La mano de Kaia se posó sobre mi rodilla, había empezado a golpetear el suelo sin darme cuenta y exhalé por la nariz. No sabía cómo ella se mantenía tan calmada, de dónde sacaba la fortaleza.

    Si era a la que habían arruinado.

    —Y ahora te haces el digno —prosiguió, pude oír la sonrisa socarrona en su tono—. Ya me dirán de qué sirve tener hijos si luego te tratan así. Puede que yo no haya sido el mejooor padre de todos, lo reconozco, ¿pero Shi-chan? —Se mofó—. Ya le dije yo, ¿eh? Que eres un mocoso desagradecido y no debería consentirte tanto, pero no me escucha. Pobre hombre, serás su ruina.

    Ah, nunca dijiste algo tan sensato antes, imbécil.

    Me mantuve impasible. Él suspiró de forma dramática y al no recibir aún ninguna reacción de mi parte, decidió cambiar la estrategia.

    —Por cierto, ¿cómo has estado, Kai-chan?

    La buscó por el espejo retrovisor y mi cuerpo se tensó. Le clavé la mirada encima, no fui consciente de la frialdad ni la tenacidad que cargó el gesto. Le habría perforado el cráneo de poder hacerlo, habría enterrado la espada en su nuca y empujado hasta destrozarle la garganta.

    —Muy bien, Shimizu-san, gracias —respondió ella, cortés, con las manos recogidas en su regazo.

    Se le oyó una risa al cabrón, vete a saber producto de qué, y finalmente nos dejó en paz. El resto del viaje transcurrió en silencio. Unos quince minutos más tarde, el coche ingresó a los jardines delanteros de la casa y estacionó paralelo a la entrada. La Residencia Hattori era una amplia y ostentosa villa que databa del período Edo. Aún a día de hoy conservaba muchas de sus características originales como mansión militar propia del estilo shoin-zukuri. Se encontraba rodeada por imponentes paredones oscuros y presentaba un intrincado diseño interno de jardines y dependencias interconectadas. A esa hora de la noche, ya las ornamentadas linternas de bronce tachidōrō dispuestas a los lados de los caminos iluminaban el espacio con un resplandor opaco, dorado, a la altura de la grava. Un empleado nos recibió con solemnidad, permitiéndonos hacer el cambio de zapatos y entregarles los objetos que estorbaban, como mis protecciones y el bokken. Kaia y yo le agradecimos y empezamos a caminar con Shimizu por detrás; nadie debía decirme dónde nos recibiría mi padre, ya me sabía el cuento de memoria. Recorrimos las pasarelas externas engawa, nuestros pasos rebotando en el eco sordo de la madera, hasta alcanzar la sala de audiencias shion. Las luces estaban encendidas dentro y algunas siluetas se contorneaban, difusas, sobre la superficie translúcida de los paneles shōji. Había un silencio categórico. Estiré la mano hacia la hendidura de la puerta corrediza fusuma y ésta se deslizó con liviandad sobre su riel, permitiéndonos la entrada. Mi padre ya se encontraba sentado, dispuesto sobre su zabuton, justo delante del imponente kakemono que exhibía, en negro y carmesí, el kamon histórico del Clan Hattori.

    Habíamos surgido del estiércol y el arroz, sirviendo en silencio y devoción a los Tokugawa durante el cruento período de guerras Sengoku. Nuestro apellido no figuraba en los libros de historia más allá de la existencia del Demonio Hanzō, los ganadores siempre nos habían borrado de las páginas con tal de servir a nuestro propósito. El arte y los secretos del ninjutsu se habían sucedido de generación en generación hasta la actualidad. Existíamos, sin embargo, como pintas oscuras manchando el mapa aquí y allá. Aparentemente desarticulados, pero profundamente coordinados. Por eso, quizá, me llamaba la atención el funcionamiento de los fantasmas.

    —Señor teniente coronel, aquí le traigo a sus cachorros —canturreó Shimizu, echándole su peso a una de las columnas.

    Éramos una familia de soldados, espías y asesinos, no más.

    —Ya era hora. —Yoshihide alternó la mirada entre Kaia y yo, quienes nos sentamos frente a él e inclinamos el torso en silencio—. Tienen que salir ahora mismo, de lo contrario la misión fallará.

    —Lamentamos la tardanza, Yoshihide-sama —pronunció Kaia por puro protocolo; la disculpa cayó en oídos sordos.

    Mi mandíbula se tensó hasta que nos fue permitido erguirnos, momento donde neutralicé mi semblante y observé al viejo con los ojos vacíos. Shimizu, a nuestra izquierda, había encendido un cigarro y la peste del humo alcanzó mi nariz.

    Eran alimañas, todos y cada uno.

    —Se estableció una reunión de emergencia, secreta, en la residencia alternativa del teniente general Moriyama, a las afueras de Asaka. Sospecho que esta actividad esté asociada con sus movimientos en torno a la doceava brigada aérea, más específicamente, al mayor general Akamatsu. Ya saben qué hacer. Alístense y partan de inmediato, el coche los está esperando en la puerta oriental.

    Tanto Kaia como yo asentimos en silencio y nos retiramos de la sala. Recorrimos la estancia hasta alcanzar la dependencia washitsu de nuestros aposentos, dispuestos uno frente al otro. El movimiento de los sirvientes a esa hora era mínimo y se limitaba a las zonas comunes. Mantuvimos las puertas fusuma abiertas y conversamos mientras nos preparábamos. El silencio era absoluto.

    —Otra vez Akamatsu —murmuró ella, con indiferencia y una pizca de hartazgo—. Creo que tu padre está un poco obsesionado con el pobre hombre.

    —Está convencido de que media Armada se confabuló en su contra para destituirlo. —Suspiré y comencé a quitarme la camiseta de tirantes para fundirme en el uniforme negro de los shinobi Hattori—. Cosa que no me extrañaría, si es un incompetente, pero claramente las cosas no funcionan así.

    —Hazte la fama y échate a dormir —canturreó Kaia, ligeramente divertida—. Los años de trampas y secretos empiezan a cobrarle factura. Eso y la senilidad, claro.

    Solté una risa floja y, cuando estuve completamente vestido, Kaia vino a mi habitación. Llevaba la máscara de oni carmesí anudada al costado de la cabeza, mientras que la mía colgaba de mi cuello. Eran dos piezas complementarias, como si un par de manos hubiera partido la mierda con una fuerza sobrehumana. Los bordes irregulares que encastraban a la perfección emulaban esa idea. Los ojos de Kaia, y mi nariz y boca, constituían el rostro deforme y monstruoso del legendario Oni Hanzō. Era como mi padre nos había concebido.

    Era nuestro supuesto propósito.

    —¿Listo, Yu? —me preguntó ella, alistando las agujas bo-shuriken en su cinturón.

    Debíamos callarnos y acatar.

    Asentí, serio, y me llené los pulmones de aire antes de avanzar.

    Una lástima, realmente.

    —Mira el lado positivo —agregó Kaia, sonriéndome—. Con suerte, esta será nuestra última misión.

    ¿Qué cara pondría el viejo cuando el golpe le cayera de la dirección opuesta?

    Me sonreí, incapaz de resistirme a la satisfacción que me provocaba la idea, y la miré de soslayo.

    Tiempo al tiempo.

    —Tenlo por seguro.

    Ya quedaba poco.

     
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