One-shot Keima [Samurai Sensō | Yuzuki Minami]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Zireael, 23 Noviembre 2020.

  1.  
    Zireael

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    Escritora
    Título:
    Keima [Samurai Sensō | Yuzuki Minami]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Tragedia
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1881
    Bueno lo había pensado desde que leí que el jodido Kato rajaba a Rengo como si fuese mantequilla pero por lo que fuese al final no lo escribí hasta hoy que se lo comenté a Amelie y me apoyó el delirio (?) Encima tiró su rolita sad y mira no me pude contener más. Es un What if de básicamente lo que hubiese podido pasar si Yuzu llegaba antes que Hideyoshi y Natsu.
    Te etiqueto pues por obvias razones Amelie
    El asunto de Rengo me pateó bien feo sobre todo después de Takano y la verdad solo quiero llorar un rato (???)

    El título lo saqué del delirio en Shizuoka cuando me clavé el research de shogi, porque me acordé también del fic de Ame de Takano como General de plata so (?) that's life.
    Keima (桂馬 | Caballo): inicia la partida junto al general de plata. Se mueve igual que el caballo del ajedrez y por tanto tomo la misma posible simbología. Es de las primeras piezas en moverse porque lo hace pues en dirección a los ataques. Estrategia, paciencia, valentía. Honor sin dejar de lado el valor o quizás solo la pieza que es capaz de moverse diferente, pero nunca hacia atrás.

    Al principio del rol me costaba mucho conectar con Yuzu por alguna razón, pero luego, posiblemente en Iwakura o en Tsu tal vez después de la muerte de Hana, esta niña se me aferró al alma de una manera terrible. Soy consciente de su fuerza pero también de su profunda fragilidad y del amor tan inmenso que tiene dentro de sí, capaz de destruirla en cuestión de segundos.
    Puede ser salvaje, indómita, errática y por ello insiste en ser una de las piezas defectuosas de Kamakura, pero es lo que es porque nunca ignoró su capacidad de sentir y Dios, a veces me duele tanto todo a su alrededor, la forma en que se compromete a cuidar de las personas, que me hace mierda el corazón.

    Sin más que decir, acá lo dejo.






    Keima
    桂馬
    .

    .

    .

    Lo había sentido, desde el momento en que Kuroki se fue con Rengo para llevarse a Takano lo sentí en el corazón como una daga o un tanto con los que debían haberse quitado la vida casi todos los Minami. Fue como si la peste a sangre no hubiese desaparecido ni siquiera cuando se perdieron de vista, siguiendo el camino directo hacia las puertas de Kamakura y quise creer que era una locura de mi mente fragmentada, atada irremediablemente a Takano, cuya vida parecía pender de un hilo por segunda vez.

    Pero no tuve esa suerte.

    Mientras reiniciaba la marcha junto a Shinko y Tetsuo me había detenido a mirarme las manos, la visión que recibí me estaqueó al suelo un momento, porque pude jurar que estaban parchadas de sangre de tal manera que ya no reconocía ni el tono de mi piel, pero desapareció con el siguiente parpadeó y me obligué a avanzar.

    Avanzar, avanzar y avanzar.

    Seguí el camino seguro, su guía, hasta desviarme una última vez y dar justo con otro lugar que estaba empapado con recuerdos que creía ahogados, muertos. La casa donde Takano entrenaba en silencio, porque así le placía.

    Las cosas intactas, vacío de cosas de utilidad y… el tablero de shogi incompleto.

    Me había llevado el general de plata, lo había tomado por puro capricho en cuanto lo ubiqué en las piezas que restaban del tablero, salí de la casa apretándolo en mi puño al punto de marcarme la pieza en la piel, y estuve por llevarme al caballo también, pero el caballo no me interesaba.

    Porque no me interesaba yo misma en cuanto mi general siguiera en pie.

    Y ahora sabía que estaba a las puertas de la muerte.


    Espérame. Solo espérame.

    Estoy por llegar al Yomi.

    Dejé el resguardo de la casa para volver a ponernos en marcha, de forma que no tardamos en ser recibidos por aquellos arcos envueltos en wisteria. Hashimoto lo había dicho, la wisteria era la flor de los Fujiwara.
    Les pedí a Shinko y Tetsuo que esperaran allí en el pasillo, que me dejaran entrar sola antes de cualquier cosa, porque era esa clase de persona. Porque así había sido criada, pero sobre todo porque el olor a sangre no se me había desaparecido de las fosas nasales y solo parecía aumentar con cada paso que daba.

    No vi rastros de Hideyoshi o de Natsu todavía, no sabía si pensar que solo se habían desviado más de la cuenta o Natsu habría hecho alguna estupidez, pero una parte de mí deseaba pensar que no, quería confiar en que así como había atendido las heridas de Takano, seguiría a Hideyoshi o se dignaría tan siquiera a no querer morirse en ese bosque.

    Un paso, dos, tres. Para cuando alcancé la entrada la escena me golpeó con una fuerza capaz de arrancarme el aire de los pulmones, nublarme la vista e intensificar el aroma a sangre hasta lanzármelo al fondo de la cabeza con la fuerza del filo de un arma.

    Rengo yacía en el suelo, pálido como un muerto, y Kato se alejaba a la entrada de Kamakura como sin nada mientras Kohaku estaba estaqueado a un lado, petrificado en la escena como una estatua de templo o un fantasma. Kuroki ya no estaba, tampoco Takano, así que asumí que al menos ellos habían logrado entrar a Kamakura.

    Las imágenes volvieron a superponerse, las del Inugami atravesándole el pecho a Takano, de mis manos parchadas de sangre propia y ajena, de la herida unida a duras penas, del terrible temor a la muerte de quien consideraba parte de mi familia. Estuve por seguir el mismo camino que Kohaku, quedarme anclada al suelo solo viendo a Kato alejarse, pero escuchar a Rengo hablándole al aire me activó de golpe y prácticamente me arrojé al suelo, sin importar si me manchaba con su sangre.

    —Rengo, Rengo. Escúchame, soy Yuzu, estoy aquí. —La voz me temblaba de una manera horrible mientras me hacía con la tela suficiente para atajar algo de la sangre que se le seguía escapando—. Rengo, cariño, estoy aquí contigo. Mi niño, lo siento… Lo siento, debí acompañarte. Debí dejarlos a todos y acompañarte.

    Ese fue el punto de quiebre, mi cabeza de por sí arruinada, mis cimientos falseados y mi absoluto terror lo cubrieron todo, y aunque seguía atendiendo la herida y me las arreglé para parar el flujo de sangre con un torniquete, estaba deshecha en el llanto más horrible de mi vida.
    Cada movimiento era casi instintivo, automático, memorizado y lo hacía un poco a tientas porque no veía casi nada detrás de las lágrimas.

    Y aunque Kato ya se había perdido de vista, cuando me aparté de Rengo, a pesar de que había logrado estabilizarlo lo suficiente para arrastrarlo a la clínica de Kamakura, lo hice casi cuatro patas trayendo conmigo la sangre ajena, su hedor metálico y todo lo que cargaba consigo, dejé salir por fin el grito que había contenido contra las mangas del kimono cuando Shinko nos soltó lo de Yami. Lo dejé salir por fin e hizo eco a mi alrededor. No supe si Kohaku había reaccionado por fin, creí escuchar su voz llegándome de alguna parte, pero no estaba segura.

    De nuevo las manos empapadas de sangre, no era de Takano pero era de su hermano, de mi hermano, lo que tenía de lo que entendía por familia y aunque Rengo parecía andarse con cosas extrañas entre manos, ni en el peor delirio de fiebre había deseado ese desenlace.

    —¡Ya basta! ¡Si no los quieres no los toques! —Le estaba hablando a alguien que ya no estaba allí siquiera. Me llevé las manos al cabello, tirando con la fuerza suficiente para desprender las hebras de su raíz sin ser consciente de que con esa acción lo estaba impregnando de sangre ajena, que lo mismo pasó con mi rostro y el flequillo albino—. ¡Basta de esto, de los sustitutos, de pretender no sentir nada! ¡Deja de arrebatármelos una y otra y otra vez!

    La celda.

    Los Harima encerrados.

    Las veces que intenté sacarlos.

    Takano herido en ese bosque de pesadillas y Rengo atravesado por el arma de su propio padre.


    Contuve la arcada que me dobló el cuerpo de repente, incapaz de soportar nada más y seguí llorando como si lo hubiese visto morir en mis brazos, antes de levantarme de nuevo a tientas, con las lágrimas escurriendo y tratar de levantar al menor de los Harima del suelo.

    —Si tanto los aborreces solo dejámelos a mí, desentiéndete y ya está, déjame cuidarlos, sacarlos de aquí. —Ahora era yo la que le hablaba al aire, a pesar de no estar agonizando. Hablaba en un murmullo segmentado por el llanto, gangoso y casi incomprensible mientras trataba de arrastrarlo fuera de allí sin hacerle más daño—. Los he querido toda mi vida, toda mi maldita vida, así que no me los arrebates.

    Vaya momento para tener una revelación.

    Los había querido.

    Desde que tenía uso de razón.

    A Jiin, que había sido mi salvador y el de mis hermanas.

    Al apático de Takano, que a veces no alzaba a mirarme.

    A la tosca Shinrin, con su manía de poner venenos por ahí.

    Y al alegre Rengo, que siempre me regresaba la sonrisa.


    Dioses.

    Los amaba como una estúpida.

    Los amaba y había estado por ver morir a ambos en un solo día, ni siquiera sabía si Takano la iba a contar, no sabía nada en ese momento, ahora que habíamos vuelto a Kamakura.
    Y como si fuese posible, continué rompiéndome sin tregua, las imágenes no solo perdieron nitidez sino que directamente se fueron a negro. El más profundo de los negros, aquí y allá, de forma que solo tenía fragmentos de que alguien me había ayudado a llevar a Rengo dentro de Kamakura, de caminar cerca de la herbolaria, el castillo y finalmente llegar a la clínica.

    Creo que Natsu reapareció, no tengo idea tampoco, porque alguien me apartó de Rengo para sustituir mis manos temblorosas, mi visión borrosa y mi mente inútil.

    Otro parchón negro.

    Me había sentado en alguna parte fuera de la clínica, sin haber sido todavía capaz de dejar de llorar con la mirada puesta en ninguna parte realmente. Estaba allí como una niña perdida en mitad de una guerra, con la sangre de su familia cubriéndole el cuerpo.

    Perro de guerra.

    Qué gracia.

    Ahora no era más que el cachorro anémico de la camada. Era lo que había sido siempre.


    Y si la historia se repetía o cuando se repitiera, entonces…

    Un líder debe liderar con brazo de hierro y corazón de hielo.
    No habría manera de que fuese capaz de hacer eso.

    Si te desmoronas tú, nos venimos abajo...

    No sin arrastrar conmigo hasta el fondo del Yomi a Kato Harima, Murai Sugita y cualquiera responsable de las heridas o la muerte de mi familia.
     
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    Amelie

    Amelie Game Master

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    Escritora
    Aquí presente la que habla por Kato, en este universo alterno él te dice "llévatelos pero no me hagas llorar más" hasta les pone moñito de cada color a cada uno y te los deja en la puerta a Kamakura.

    Mi corazoncito sufrío, pero me gusta leer lo que hubiera sido :3
     
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