Nota: Omegaverse con reglas generales y una que otra propia, se irán explicando. Claramente es un Boys Love. Prologo. Orquídea. Si escuchaba ese nombre imaginaba aquel aroma, pero al tenerlo frente a él, era mucho más exquisito todo. Su cuerpo, seductor y precioso pese a la edad, desprendía un delicioso aroma a Café recién hecho con un toque de bosque. Su mirada, tan exótica y dura, pondría a cualquiera de rodillas ante él. Entendía porque era la estrella de aquel lugar. —No te dejes engañar, no es un Omega que caiga con nada. Le había dicho su hermano mayor, pero jamás creyó que fuese importante hacerles caso a tan vagas palabras: Ningún Omega podía con él, ni siquiera estaba seguro de que le gustaran los Omegas. Pero Orquídea era único. Hombres Omegas eran pocos y eran casi un tesoro, le sorprendía imaginar que llevaba más de diez años trabajando en aquel lugar y no pertenecer a alguien. Le conoció la primera noche que volvió a México a retomar uno de los dos negocios de su padre; no cayó ante él tan rápido como la mayoría solía hacer, pero le pareció intrigante: andaba con un porte fino, hablaba con tanta educación que fácilmente podría pertenecer a la realeza y todos en aquel lugar le respetaban como si fuese el dueño. Por un momento temió que fuese el amante de su padre y se molestó, pero el ardor en su mejilla le había hecho entender que jamás debía suponer cosas de aquel hombre. —Yo respeto al señor Ramírez, jamás me metería en su matrimonio. Le pido por favor que no vuelva a juzgarme por lo que hago, no soy un cualquiera. Hasta ese momento, aquel Omega le había hablado con respeto y amabilidad mientras le daba un recorrido por el establecimiento. Y hacia un poco más de tiempo atrás, le había hipnotizado con su bello canto. Ahora lo tenía frente a él, con una mirada llena de furia y una voz molesta y llena de orgullo; no volvió a ser amable con él y eso le dolió, sin entender por qué. ¡No lo conocía de nada! —Eso sería todo. Con el tiempo se adaptará a lugar, no espere que nos adaptemos nosotros a usted. Y se fue, sin decir nada más. La noche era joven y aquel chico debía seguir trabajando, por lo que sabía, era uno de los tres chicos más importantes de aquel sitio y cada noche algún buen Alpha de gran posición solicitaba su compañía. Se quedó perplejo mientras le observaba irse, con ese porte tan elegante; pero más intranquilo estaba si recordaba su mirada de espantó cuando había insinuado si tanto respeto no era por ser amante de su padre: como si le doliera que creyeran eso de él. Al día siguiente decidió disculparse, así que lo visitó en el pequeño departamento que le habían dado. Un joven de 18 años abrió la puerta, al preguntar por Orquídea este sonrió. —Mi madre está durmiendo, en cuanto despierte él mismo ira con usted.
Capítulo 01: Espinas. Octavio era el Omega más hermoso de su ciudad. Las facciones asiáticas que su madre le había heredado le daba un aire exótico y su aroma simplemente era extravagante; los omegas que le rodeaban normalmente suelen oler a todo tipo de flores o caramelos, cosas empalagosas y agradables, pero él olía a café y madera, por más extraño que sonará. Tenía esa fragancia hogareña y cálida que podría calmar a cualquiera en un tiempo de lluvia, o eso solía decirle su madre. Pero su madre decía demasiadas cosas de él. Solía decirle que era un niño milagro y que no existía ser más hermoso en el mundo. Su padre, a diferencia, no solía decir la gran cosa. Lo habían tenido unos años después de haberse mudado a México y haberse casado, con 25 años por parte de su madre y 28 de su padre, después de varios abortos y complicaciones; su madre era una mujer beta, por lo que fue todo un milagro que, de una pareja común de Betas, hubiese nacido un Omega tan hermoso como él. Su vida no era la mejor, su padre era un mexicano con vida simple y un trabajo honesto que no le daba para lujos; no vivían al día, pero se moderaban bastante. No tenía abuelos más que los maternos, a los cuales veía más bien poco. Su madre había nacido en un pueblo olvidado en la ciudad de Nanto, Japón. Unos granjeros pobres con una hija Beta que no podían prometerle a ningún Alpha rico para darle mejor vida. Sus padres se habían conocido de casualidad, mientras su padre viajaba por Japón, poco después, él se la llevó del país y jamás volvió. Vivía mejor que en su natal, eso no lo dudaba nadie. Pero su madre había llegado a México sin saber el idioma y sin siquiera tener estudios. Su padre era un hombre con suerte, eso solía decirle; el viaje a Japón se lo había ganado por parte de su escuela y ese había sido el mejor regalo de su vida. Octavio amaba escuchar esa historia de amor que le hacía dormir con tranquilidad todas las noches y le hacía pensar que él podría vivir algo similar. No tenía más familia más allá de sus abuelos maternos, sin tíos o primos, por lo que la vida en México a veces era un tanto solitaria, pero tenía a sus padres y no podía desear nada mejor; con el tiempo su madre aprendió el idioma, de igual manera el saber japonés le hacía un chico popular en la escuela, así que conforme el tiempo pasaba, más parecía adaptarse a un estilo de vida normal y feliz. Le gustaba leer, desde pequeño devoraba libros como si su vida dependiera de ello; su padre trabajaba mucho para darles lo mejor y su madre se había esforzado tanto por aprender el idioma, que deseaba que su pequeño halara todos los idiomas del mundo, porque no sabía si su ser predestinado estuviese en algún lugar del planeta donde no hablaran ni español ni japonés, fue por ello que desde pequeño se le hizo leer libros en tanto idioma pudiese existir disponible en la biblioteca local. En un principio sus padres pensaron que sería un beta como ellos, así que los cuidados con su pequeño fueron los normales; su primer celo le había llegado con catorce años, una edad muy tardía, justo en el patio de la escuela, en medio de una charla entre amigos. Estos le llevaron a la enfermería y en ningún momento se burlaron o acosaron, todos a su alrededor hicieron el mismo comentario: era de suponer, demasiado hermoso para ser un simple Beta. Sus padres no mostraron gran sorpresa, pero si se dieron cuenta que los cuidados de a partir de ese día serían más que especiales. Un collar para evitar marcas, inhibidores que tendría que tomar y citas al médico cada cierto tiempo. Octavio no suele decirlo, pero es por todo ello que se culpa por la muerte de sus padres. Vivían en un pequeño pueblo, donde su padre podía trabajar en una pequeña empresa como contador sin ganar mucho; al descubrirse su segundo género, su padre había solicitado un cambio para trabajar en la ciudad de México, en la empresa madre de la suya: ganarían más y podría darle a su pequeño todos los cuidados posibles. Al ser uno de sus mejores trabajadores, le dieron la oportunidad de crecer, con todo y un pequeño departamento a nombre de sus padres. Con quince años, Octavio se dio cuenta que la ciudad era más dura que un pueblo. Sobre todo, por ser un hombre Omega, algo tan extraño que todo el mundo deseaba poder tenerlo, lo cual molestaba a varias de sus compañeras a la par de ponerlo incómodo. El cambio de aires le hizo volverse un chico un tanto tímido a la vez que lo endurecía en actitud, solo así le dejaban en paz. Extrañaba el pueblo donde había nacido, correr por los campos y jugar con sus amigos al salir de la escuela: allí no importaba si era Omega, todos le trataban igual y le invitaban a jugar al futbol o a la hora del té. En la ciudad, al ser Omega jamás se le permitió entrar a alguna actividad recreativa con otros hombres y las mujeres le trataban mal. Se sentía solo. Pero entendía que sus padres daban lo mejor por él y se cayó cada molestia. La preparatoria era un asco. Eso pensaba mientras miraba hacia la ventana. La campana de su última clase sonó y se sintió libre de poder salir de ahí. Era martes y su madre seguramente tendría preparada su comida favorita: rollos primavera. Su padre descansaba esos días y los tres juntos iban al cine después de comer, era una tradición desde que se habían mudado a la ciudad hacia unos tres años. El cine era lo único que mejoraba su estado de ánimo. De grande Octavio sería una estrella, amaba actuar y cantar, sus padres no dudaban de eso. Salió del salón con calma, mirando su teléfono celular. 13:14 pm del martes 19 de septiembre. En un mes exacto su madre cumpliría 42 años; quizá le obsequiaría ese perfume que tanto quería o el vestido que siempre miraba en el centro comercial, tenía un poco ahorrado y se daría el lujo de gastarlo en la mujer que más amaba en el mundo. Entonces todo comenzó a moverse. No fue un movimiento pequeño, fue fuerte y se tuvo que sostener de la pared para no caerse. — ¿Qué haces, imbécil? Uno chico que jamás en la vida había visto le tomo entre sus brazos y lo protegió con su cuerpo. La pared de la que hacía poco estaba sosteniéndose para no caer se estaba cuarteando a la par que la ventana a un lado explotaba. Escuchó gritos, pasos; sintió a la gente en pánico corriendo a su lado y aquel chico, con aroma a canela y jengibre, le protegía de los pocos restos de cemento que caían cerca. Un terremoto horrible, eso había pasado. Un terremoto que había destrozado una pared de su escuela, justo del salón a lado del suyo. Heridos dejó a tres personas, una chica que había caído por las escaleras y dos que habían estado cerca de aquel vidrio que exploto, si no fuera por aquel chico que en su vida había visto, el sería un cuarto herido y quizá el más grave. —Gracias… Le dijo en voz suave mientras se separaba del chico y le hacía una cortés reverencia. El chico frente a él negó y soltó un bufido mientras le revolvía el cabello, restándole importancia. —Un poco más y no la cuentas. ¿Qué acaso no sabes que hacer en casos de emergencia? —Donde vivía no tiembla. — ¿En Japón no tiembla? Aquel chico se detuvo de golpe. Octavio ni siquiera se había dado cuenta de en qué momento había dejado de temblar y habían comenzado a caminar. Soltó una pequeña risa y negó con la cabeza. Incluso se dio el lujo de observar mejor a aquel chico: unos diez centímetros más alto que él, unos 1.70 cm aproximadamente; rubio de ojos cafés claro, casi ámbar y una barbilla bien marcada para tener 17 con un rastro de poco bello que seguramente deseaba dejarse crecer. Probablemente esa barba jamás llegaría a salir. —No, yo vivía en Tabasco. —Oh, discúlpame, yo no… Octavio le restó importancia. Los genes de su madre habían terminado por ganarle a los de su padre con el paso de los años, no le afectaba ni molestaba si le creían que era un Nipón puro. Suspiro, sus padres no contestaban el teléfono. Aquel chico parecía si que tener suerte ya que, en cuanto se habían separado, había comenzado a hablar por teléfono animadamente. Sintió envidia. Su hogar quedaba a casi hora y media de distancia y, después de aquella catástrofe, dudaba poder llegar antes. —Oye, mis padres están bien ¿Has tenido suerte con los tuyos? —Octavio negó con la cabeza, no pudo evitar no mostrar su preocupación y tristeza. — ¿Dónde vives? Yo te llevo, tengo una moto. —Yo… —el omega se sonrojo, era demasiada la molestia y ni siquiera conocía a aquel chico —. Ni siquiera se tu nombre. —Oh, vamos, solo quiero ser amable. En momentos así no podemos dejar de ser humanos entre nosotros. Me llamo Jeremy Legorreta. —Soy Octavio de las Rosas. El chico frente a él soltó una carcajada que hizo que varias personas voltearan a verlos con malos ojos. Estaban a mitad de una catástrofe y aquel chico reía como si le hubiesen dicho la cosa más graciosa del mundo. Octavio se sonrojó de vergüenza y comenzó a cuestionarse si caminar dos horas hasta su casa sería buena o mala idea. —Disculpa, es lindo. Pero con tu aspecto… creería que tendrías algún nombre exótico, como Huang o Xie o algo así. —Eso es chino. Y fue así como la historia comenzó. No se suponía que debiera ser así. Octavio recuerda la extraña sensación de sus manos tocándose mientras se saludaban, de cómo en cada parada, con él aferrado al cuerpo del Alpha en aquel vehículo, el rubio se giraba para verificar que estuviera bien. Aquello debería de haber sido el inicio de algo especial, algo que Octavio recordaría por el resto de su vida con escenas maravillosas pasando ante sus ojos, no todo el caos que vio en la ciudad. Árboles caídos, gente gritando y llorando. Casas y edificios derrumbados. El ruido de las ambulancias a tope y su corazón latiendo con fuerza, llenó de miedo y terror conforme se acercaban a la colonia Girasoles. Entonces su mundo se derrumbó. El edificio donde vivía ya no estaba, en su lugar quedaban unas ruinas de lo que fue su hogar esos últimos tres años. No permitió que aquel Alpha detuviera de toda la motoneta, como pudo y casi tropezando con sus propios pies, bajó mientras se quitaba el casco que Jeremy le había prestado. La gente trataba de ayudar a quitar las ruinas, gente que no conocía. Él, sin prestar atención y con sus ojos llenos de lágrimas comenzó a tratar de quitar rocas, Jeremy tuvo que llegar hasta donde él para tomarlo entre brazos y tratar de calmarlo. Alejarlo del caos y pánico que le rodeaba. —Tus padres estarán bien, tranquilo —Quien diría que esa sería la primera mentira entre ellos dos.
Capítulo 02: Girasoles. Octavio despertó poco después de que su nuevo jefe se hubiese ido. Su hijo se encontraba en la cocina terminando una tarea, probablemente; se colocó encima su bata encima del pijama y se acercó para dejar un beso en los preciosos rizos de su amado hijo. —Aún es temprano, vuelve a la cama. — ¿Cómo podría? Si el desayuno huele delicioso. Eran las 10 de la mañana, tenía tiempo para dormir antes del trabajo en la noche y solía dormir un poco más, hasta llegar a medio día, pero otra vez había soñado con él y odiaba cuando volvía a su cabeza. Ya no lo amaba, hacía tantos años de que había salido de su vida, pero tenían un hijo juntos y no podía evitar no sentir un lazo entre ambos. Le apreciaba por todo lo que había hecho por él cuando sus padres habían muerto, pero también le detestaba con todas sus fuerzas por haberlo abandonado. Llevo su taza de café a sus labios y se quemó. Estaba distraído. Miró a su niño, o más bien, a su hijo adulto. Estaba a días de cumplir 18 años y se sentía tan orgulloso por haber logrado criar a un Alpha respetable en medio de tanta desgracia; habían estado solos los dos desde la “supuesta” muerte de su padre y, al no tener a nadie ni nada, Octavio había parado en medio de un burdel de mala muerte. Estaba agradecida con el señor Ramírez por haberlo acogido poco después en el Jardín de Edén, donde su vida, si bien no era la mejor, le dio la oportunidad de que su pequeño hijo nunca tuviera ninguna carencia en su vida. —Mañana llegan los resultados de la universidad. Estoy algo nervioso. —Yo no, te mereces ese lugar; serás el mejor arquitecto. El rubio le sonrió a su madre antes de cerrar su cuaderno. Se acercó para darle un beso en la mejilla al contrario y se apresuró a tomar sus cosas; no había necesidad de que su hijo trabajara, pero él había insistido en hacerlo junto a su mejor amiga en una cafetería y solo era los fines de semana, así que Octavio no tuvo corazón para decirle que no. —Me saludas a Andy. —Claro… oh, es verdad. Un tal Víctor vino a verte, jamás lo había visto entonces no te desperté. Te amo. Y se fue. Octavio se quedó mirando la puerta por un largo rato con el ceño fruncido ¿Qué quería ese imbécil con él? Era un descarado por ir hasta su hogar a perturbarlo… aunque al final era el hijo de dueño de aquel edificio, de su trabajo y, desde el día de ayer, su nuevo jefe. Si quería ir a verlo en la mañana del sábado, tenía el derecho, por más que odiara admitirlo. Termino su desayuno, tenía un poco de sueño, pero estaba seguro de que no podría conciliarlo de nuevo. Incluso en ese momento, si cerraba los ojos lo veía; no al Jeremy de hace casi dos décadas atrás, él que lo sostuvo cuando le entregaron los cuerpos aplastados de sus padres y se había ofrecido en cubrir los gastos del funeral, siendo que apenas se habían conocido. Mucho menos al Jeremy que sostuvo su mano por los siguientes tres años y le prometió amor eterno y jamás dejarlo solo. No, ese era el recuerdo de un Jeremy que alguna vez amo con todas sus fuerzas y que creyó muerto durante diez años. Y ojalá si lo hubiera estado. Porque la realidad había sido peor. Si cerraba los ojos, a su mente llegaba la imagen de un Jeremy de 28 años comprometido con una Omega preciosa y de gran familia, sonriendo a la cámara de una revista donde hablaba de lo feliz que era de por fin formar una familia. Como si él y su hijo Martin jamás hubiesen existido. Ese fue el Jeremy con el que había soñado. Llegaba y le quitaba lo poco que le quedaba, su hijo incluido y fue la sensación más horrible que alguna vez hubiese sentido. Las chicas del Jardín de Edén le habían dicho que debía demandar en ese momento, estaban legalmente casados y tenían un niño de diez años, merecía todo lo que tenía en ese momento y por un momento pensó en hacerlo; se había contactado con un abogado, se había asesorado y este le había asegurado que fácilmente podría ganar por abandono, sobre todo porque el matrimonio jamás fue disuelto… pero al ver el rostro de su precioso niño, jugando en la arena y lo feliz que era con aquella indiferencia, no pudo. Se le rompía el corazón al imaginar que el niño se encontraba teniendo un padre y teniendo que soportar no crecer con él aun sabiendo que existía. Desde hacía diez años había podido solo y jamás necesito de un estúpido Alpha en su vida. Y de eso estaba seguro, su hijo era el claro ejemplo de que lo había hecho bien. Termino de lavar los trastes y cocinar algo rápido para cuando su hijo volviera de su trabajo y se terminó de alistar, algo simple y cómodo. Una playera holgada y un pantalón de chal dos tallas más grandes y salió hasta el bar, esperando el nuevo dueño estuviera en la oficina del jefe. —Tavo, buenos días. El omega se detuvo de golpe y se sonrojo; justo ese día que estaba tan mal arreglado, ni siquiera se había puesto delineador ni nada en el rostro y estaba seguro de tener las ojeras más grandes del mundo. Su cabello estaba amarrado con una pinza y lucía como si fuese una vieja fachosa y esa era una impresión que para nada quería dejar en Leonardo, uno de los trabajadores del bar. Lo conocía de años, era el padre de Andrea, la mejor amiga de su hijo y, aunque este mismo le haya visto de tantas formas durante todos esos años, aún sentía vergüenza de verse mal arreglado frente a él. Porque estaba enamorado, obviamente. —Leo, buenos días ¿Esta el jefe? El chico sonrió con amabilidad. Se miraba tan lindo, incluso si se encontraba algo sucio por el trabajo. Octavio adoraba la piel morena que tenía y hacía contraste con sus ojos tan verdes y sus dientes tan blancos. Era un beta y eso le fascinaba más, porque la atracción no había nacido de feromonas y este le miraba como un ser humano, no como un exótico hombre Omega. O eso le gustaba creer. —Sí, buenos días, me encuentro en la oficina. La puerta detrás de él se abrió de golpe, rápidamente le cambio el rostro al chico y, después de agradecerle al moreno, se giró para ver con seriedad al Alpha. —Leonardo, cuando termines ¿Crees que puedas revisar las luces del escenario? Una no dejaba de parpadear anoche. El muchacho asintió y se alejó regalándole una sonrisa al Omega que le hizo sonrojarse aún más, Víctor no dejo de observarlo con una ceja levantada. — ¿Me necesitabas para algo? —No lo sé, fue usted quien me buscaba en la mañana ¿Qué quiere? El cambio de actitud le hizo abrir los ojos de golpe y soltar una pequeña risa antes de indicarle que entrara a la oficina, Octavio le miró con mala cara y entró. No solía ir mucho; la primera vez había sido para firmar un contrato, la segunda vez para avisarle que era parte de las tres flores más importantes del show y la tercera vez era esa misma. Normalmente el señor Ramírez no molestaba a sus empleados con tonterías y prefería hablar de trabajo en las horas de trabajo, detrás del escenario. Parecía que aquello de que Víctor debía adaptarse al ritmo de trabajo y de los trabajadores no funcionaría. Octavio tomó asiento y miró con malos ojos los girasoles en ramo encima del escritorio de su nuevo jefe. Aborrecía esas flores como a nada en el mundo y tan solo verlas le puso aún peor de lo que ya estaba. Víctor tomo asiento frente a él y le sonrío. — ¿Agua, café? —El omega negó con la cabeza. El Alpha suspiro, la tensión se podía sentir en el ambiente —. Bien, yo solo quería disculparme por lo de ayer. Sé que eres de las atracciones importantes del lugar y que el trato con mi padre era meramente profesional y eso es lo mismo que espero entre nosotros. Te pido por favor que aceptes mis disculpas y empecemos de nuevo. El Alpha se levantó y le entregó el ramo de flores. Octavio lo tomo por mera educación mientras sentía como su estómago se revolvía del asco. El simple aroma de aquellos Girasoles le causaban nauseas. Bueno, en sí, toda esa situación le hacía querer vomitar. —Lo disculpo porque es nuevo, porque es un niño y no entiende cómo funcionan las cosas aquí. Si yo salgo con esto, la gente comenzará a hablar y, no me mal entienda, las chicas hablan y sobre todo de mí, estoy acostumbrado, pero el hecho de que me rebajen a ser el amante del jefe me parece de lo más desagradable y porque usted claramente es un niño que intenta jugar a ser un adulto. ¿Qué edad tiene? ¿25? ¿26? Aprenda que este negocio no es como cualquiera, que no se puede arrepentir de lo que dice porque es el jefe y si comienza a mostrarse blando, las personas de aquí querrán pisotearlo. Si se siente mal por lo que dijo, aprenda a respetarnos; su padre jamás se ha disculpado con ninguno de sus trabajadores porque jamás nos faltó al respeto. Si me disculpa, tengo cosas que hacer. Octavio se levantó con el ramo aún en las manos. Ni siquiera miró al hombre frente a él; físicamente era como su padre, pero se parecía más a su hermano mayor, con quien ya había tratado anteriormente: alto, cabello lleno de gel para mantenerlo peinado debido a lo tan quebrado que es, la diferencia es que este chico en particular tenía un bello color esmeralda en los ojos, a diferencia de su padre y hermano, quienes lo tenían azul. Se giró antes de abrir la puerta para salir y a ver a su nuevo jefe, quien se había quitado las gafas y se agarra el puente de la nariz, desconcertado. Por alguna extraña razón, había imaginado que se molestaría. —Y yo odio los girasoles. Tiró el ramo en el bote de basura y salio de la oficina. Con tanto tiempo trabajando ahí, ya no tenía miedo de mucho. Si aquel Alpha decidía despedirlo, quienes sufrirían una gran pérdida serían ellos; de no ser por Orquídea, Rosa y Tulipán, el Jardín del Edén no tendría la gran ganancia que tenía. Y si aun así decidía despedirlo, Octavio se sentiría aliviado de tener que dejar de bailar y cantar en un bar todas las noches para viejos y ricos Alphas que querían diversión y de tener que irse a la cama con algún hombre diferente cada noche. Respiró hondo cuando salió de aquel edificio, miró hacía las ventanas de arriba, donde se encontraban los departamentos de las bailarinas y el suyo propio y caminó en dirección al mercado de la ciudad.