Instigador Los días grises son bastante largos. Apagan cualquier índice de calor. Qué lástima, para un niño olvidado... ha de ser una sensación insoportable. Sus uñas repiquetearon sobre la balsosa del baño hasta ubicar el objeto deseado con el carmín de sus orbes, comenzando a peinar el lacio de la cascada ónix que descencía por sus caderas, con la vista al espejo sin emoción alguna en el proceso, sintiendo apenas el viento helado que ingresaba por la pequeña ventanilla abierta, dando paso al sonar lejano de los vehículos, y poco a poco, al retumbar del cielo avisando una tormenta. Tormenta que ansió en el mismo instante que la puerta de la vivienda se abrió. Pudo comprender por el sonar del perchero que se había desprendido del abrigo negro con el que salió en la mañana, que se quitó los zapatos por ahí derecho, y seguido de ellos el ámbar se reflejó en el espejo. La mueca de su hermano la hizo pestañar con liviandad. —Por ahí estaba el principito con su amada —el tinte de su voz se cubrió de sorna—, que lástima que ni el cambio de escuela te sirviera para perderlo de vista. Sus gráciles manos abandonaron el peine para alisar su falda, sin pizca de arrugas al estar perfectamente planchada. Una sonrisa pareció asomarse entre el brillo labial, sin embargo retomó su semblante inexpresivo para regresar el carmín al ámbar en el reflejo. —¿Sabes lo que son las oportunidades, Zuko? —se sonrió al fín, comenzando a buscar con sutileza en los cajones una liga para atarse el cabello—, Ah, ¿cómo vas a saberlo? —murmuró, sin lástima—, si nunca te han dado una. Fue en menos de un segundo, en el que sintió que ajustaron un fuerte agarre en su grácil brazo, haciéndola entornar la mirada al sentir el dolor en su piel bajo la tela delgada. Y luego su aliento sobre su mejilla, con la voz cargada de asco, casi que conteniéndose por empujarla contra el reflejo, no siendo más que una recarga para ella. —Qué desagradable —no hizo enfuerzo en soltarse, a fin de cuentas él hacía lo que le viniese en gana cada que ardía contra el mundo, contra ella, y contra su propia existencia—, te pareces tanto a nuestra madre, que me repudias. —¿Irritado tan temprano? —lo vió apretar la mandíbula pese a mantener la risa sardónica en la garganta, fue entonces que la fuerza impuesta se disipó, casi como si éste se hubiese autoimpuesto detener el maltrato fisíco pese a que ella aún no paraba el psicólogico. —Me descubriste, hermanita —pese al tono cantarino su expresión continuaba exactamente igual, igual a la de su hermana. Vacío. ¿Y qué hacía Zuko al sentirse vacío? Incendiar, quemar, hasta incinerar. Lo vio darse vuelta, a punto de salir por la puerta. —Astaroth —le detuvo de un llamado, mirando su cuerpo por fin, al darse vuelta sobre sus talones con gracilidad, recostando la cadera contra el tocador pese a que este era ahora quién estaba de espaldas a ella. Lo escaneó entonces, como era costumbre en ella, notando que el tinte albino estaba comenzando a perder color en la oscura cabellera de su hermano que se abría paso con cada día transcurrido. Se acercó a él con pasos imperceptibles, deslizando sus delgados dedos desde la nuca hasta el mechón más alto de su cabello, con aparente cuidado, empinándose apenas para susurrar contra su oído al apoyar la mano contraria en su hombro. Éste se dejó hacer bajo su tacto, escuchando las palabras de su hermana, entornando los ojos, con las manos ya enterradas en los bolsillos del pantalón, sintiendo como Agness jugaba con el pequeño interruptor en su cabeza, no deteniéndose hasta encenderlo y colocarlo en automático: >>Me había olvidado de mencionarte, lo similar que eres a nuestro padre.