—¿Por qué lo ha hecho? —preguntó el perito psiquiátrico. —Mi mente me lo ordenó —explicó el presunto culpable, enfadado—. Ya sé que no lo cree usted, pero en efecto sucedió. No podía ver a esos niños divirtiéndose y jugando, definitivamente no lo soporté. Aquel niño que se mecía en un columpio era un monstruo para mí, una aberración de la naturaleza. El que jugaba con la arena, a hacer pequeños castillos y fortalezas, sinceramente no tenía perdón de Dios. Cada una de las siete víctimas que usted involucra y que ayer al atardecer cayeron. Por eso lo hice. Por eso los maté. —Eso no lo explica. Usted finge demencia, no tendrá consideraciones especiales ante la ley por su estado de salud mental, supuestamente dañado —observó el perito. —Es que esto es apenas el principio. La cabeza de pronto comenzaba a zumbarme terriblemente. En el momento de los asesinatos, no era yo, lo juro. Me dominaban escenas, recuerdos, usted comprende. Mis manos temblaban como en una neurosis, mis palmas sangraban porque involuntariamente enterraba mis uñas en ellas con los puños apretados. Y adquirían valor, adquirían fuerza nunca antes vista, y de pronto comprendí que un ser superior me hablaba al oído, era invisible pero entendía su susurro. “Mátalos”, me ordenaba. Yo ni siquiera tenía idea de cómo hacerlo. Pero mi mente me prometió en un lenguaje secreto, con palabras guturales y cavernosas, que me ayudaría y asesoraría en mi tarea. Simplemente, entendí que era necesario para aplacar mi espíritu, semejante al hecho de tomar agua desesperadamente cuando se muere de sed. Así fue. Señor doctor, yo no tuve la culpa, es injusto que me condenen por ello. Mi conciencia no fue la que obedeció, sino mi instinto salvaje y bestial, que todos tenemos, porque al fin y al cabo todos somos animales, ¿no es así? Señor psiquiatra, señor perito, ¿me denominará al fin como enfermo mental ante su Señoría? ¿Lo hará? Bueno, pues haga lo que quiera, no me importa que niegue con la cabeza. Tengo miedo, sabe, y no soporto a usted y sus sandeces. —¿Miedo de qué? —preguntó el perito psiquiátrico. —Miedo del poder de mi mente —manifestó el criminal en un murmullo—, que es infinitamente más malvada y poderosa que yo. ¿No lo ha sentido usted antes, doctor? ¿Ese poder oculto que lo llama a uno al camino para el que fue concebido? Eso es lo que me pasó a mí. —Explíquese. —Al niño que estaba en el columpio… Detuve su movimiento oscilante con una mano. La otra se convirtió en una garra improvisada que al primer contacto violento le reventó la tráquea de golpe. ¡Era como matar a un pollo, se lo juro! Aún siento su cuello flácido en mi mano, aún siento su arteria palpitando lentamente hasta que la muerte la cortó en seco… sí, y aún recuerdo la manera en cómo dejé caer su cadáver a la tierra húmeda, desde el columpio. Sí, señor perito, cuando se mecía asemejaba a un péndulo sin fin, lo estuve observando anteriormente. Un vaivén terrible, que me hizo sangrar el corazón. Había visto ese péndulo antes, en mi vida, en mi infancia. O era algo más… el caso es que mi espíritu brutal no soportó para saltar al aire, aprovechando mi hipnosis. Era como un cuerpo etéreo, sin forma ni color, que aunque no pude ver, distinguí su silueta en la tierra, en el lodo. Es extraño, pero lo es más aún que me haya susurrado órdenes al oído. ¿Y quién era ese ser? No lo sé, no era yo, no me reconocí en su esencia. Me ordenó, pues, que los matara, que él me indicaría el proceso. Por intuición le destrocé la garganta al primero, y por lo mismo maté, destripé y cercené los cuerpos de los otros seis. No sé si disfruté del acto, pero sí de la consumación. No me arrepiento de nada, de otro modo mi alma seguiría intranquila y golpeándome en el corazón, en el estómago. Agradézcalo, a estas alturas aún me seguiría exigiendo su dosis de muerte y de sangre, y quizá hubiera tenido que atacar a una persona tan respetable como usted. Nada de esto es algo comprensible para las mentes llanas. ¿Me entiende usted, doctor? El perito asintió, temblando, y con voz trémula, mientras hacía una anotación en su cuadernillo, dijo: —Sí, tendrá consideración especial en el juicio, por su estado de salud mental grave. Yo me encargaré de ello. ___ Saludos.
o.o Me gusta mucho este Cyg... creo que tengo una afición por las mentes criminales o.o bastante desquiciada xD Mmm, una vez más encantadora la forma de narrar, me transportó a ese instante en que sucedieron las muertes. Me sentía el asesino pero a la vez el niño asesinado, bastante raro, ¿uh?. Es inevitable tratar de atar los cabos sueltos, su infancia fue, posiblemente en varios aspectos, devastadora; de manera que, sus acciones pueden ser comprensibles para aquellos que saben, como el psiquiatra, lo que puede pasar si no aprendemos a controlar nuestras naturaleza animal y dominante. En fin, ¡Cyg! sin saberlo, me haz concedido leer, una de mis adicciones mentales ;) ahora pensaras que soy una demente en libertad xDDD
...Etto, Me gusto mucho, al forma en la que describiste todo, me encanto y mejor no digo lo que mas me gusto porque seria una chica con gusto por el sadismo y la sangre y aparte con problemas del coco Jajaja XD En fin trasmitias mucho los sentimientos del personaje y hasta me reí mucho al terminar de leerla ¿Quien sabe por que? Bueno te cuidas y gracias por mostrar algo tan sublime Jujuju