Microrrelato Infancia.

¿Recuerdas cuando pasábamos tardes enteras jugando afuera? ¿Cuándo reíamos, y éramos felices?


Épocas llenas de felicidad, radiantes. Llenas de sueños, juegos, pensamientos y miedos absurdos. Pero todo aquello era propio de niños, cómo lo éramos en ese entonces.


¿Aún puedes sentir el viento acariciar tus mejillas, mientras bajabas la colina florecida en colores a toda velocidad en tu bicicleta?


Me pregunto si recuerdas el sabor de aquellas coloridas paletas que heladas, que comíamos sentados al borde de acera que ardía con el sol. Si recuerdas cuando nos mojábamos con el agua helada los días de calor, para después correr descalzos sobre el verde pasto, como una danza que duraba tardes enteras.


¿Recuerdas el dolor de rasparte una rodilla? ¿O la frescura de salir a correr bajo la lluvia?


Mojarte los pies, embarrarlos, ensuciar tu propia ropa mientras cantábamos bajo la llovizna, que golpeaba nuestra débil piel cual aguja pinchando papel. Pero no nos importaba, porque estábamos felices.


¿Recuerdas nuestras peleas?


Sí, aquellas que duraban sólo unas horas, o hasta el día siguiente. Nadie se hería realmente, éramos amigos. Las únicas heridas que nos causábamos, eran por correr o tropezar y raspar nuestra piel.


Estábamos llenos de esperanzas, de sueños, de curiosidad. Apenas estábamos comenzando en el mundo, y este no nos asustaba.

Pero ahora, todo aquello quedó en el pasado.


¿Por qué ahora ya no corres bajo la lluvia? ¿Por qué te resguardas, cuando antes bailábamos junto a ella?


Estás llorando, y no es por un raspón o moretón ¿por qué?


Ya no juegas con juguetes, puedo ver ahora en tus manos un celular y un portafolio.


¿Por qué ya no usas tus camisetas de colores? Las haz reemplazado por camisas y corbatas.


Ya no te escucho reír con la misma intensidad que antes. Tu sonrisa está desdibujada y a veces es falsa.


¿Por qué reemplazaste nuestras deliciosas paletas de helado, por dañinos cigarrillos?


Deberías volver a ir a la escuela, a dibujar, pintar y escribir como antes. No sé por qué ahora te sientas frente a un computador a escribir, entre cuatro paredes grises.


¿Qué pasó con tus miles de sueños y esperanzas? ¿Con lo que querías ser, y las cosas maravillosas que harías? ¿Acaso el fugaz viento se las ha llevado?


¿Qué pasó contigo? Tú, ya no eres aquel pequeño.


Eres un adulto. ¿Es acaso esto a lo que llaman “crecer”?


Espero que recuerdes todo aquello con felicidad. Espero que al menos, por un momento al recordar esa época, sonrías sinceramente, como aquel niño que corría bajo la lluvia, comía paletas, bailaba sobre el césped, andaba en bicicleta y soñaba. Soñaba, con toda la inocencia que un niño tiene, con toda la magia y felicidad que traen con ellos.


No quiero creer que creciste, para mí es triste pensar eso.


Quiero creer que aquel niño con el que pasé las mejores tardes, subió una colina muy alta llena de flores en bicicleta, y bajó a tanta velocidad, que el viento se lo llevó a jugar a otro lugar.