Two-Shot I like to burn all my flowers [Gakkou Roleplay | Anna & Kohaku]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Gigi Blanche, 14 Diciembre 2020.

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    Gigi Blanche

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    Título:
    I like to burn all my flowers [Gakkou Roleplay | Anna & Kohaku]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    2
     
    Palabras:
    4095
    N/A: delirio montado de la puta nada, as usual. Esto se considera canon en el background de Annita y Kohaku.



    I like to burn all my flowers
    And dance around as they go up in flames
    As all the voices get louder
    I start to think they’re my friends but I forget their names


    .
    .
    .

    Las sirenas me llenaron los oídos con una intensidad agotadora, claramente distorsionada. Sentí que el jodido pitido me rasgaba el cerebro y lo abría de lado a lado, quebrándome el cráneo. Me llevé ambas manos a las orejas y salí dando traspiés, en una extraña mezcla de urgencia y curiosidad. No tenía razones para anticipar la razón de las sirenas, apenas me quedaban neuronas capaces de caminar en línea recta; así y todo lo sentí, el maldito agobio del presentimiento. Alcancé la acera, las luces rojas y azules danzaban en vaivenes giroscópicos aquí, allá, en los charcos de lluvia vieja, los cristales de las tiendas cerradas y las manchas de sangre.

    Rojo.

    Azul.

    Cian.

    El cabello de Kohaku sobre el pavimento lucía más brillante que nunca.

    .

    .

    .

    Esa noche nos había dado por salir de Kabukichō, no era algo frecuente pero de vez en cuando pintaba. Un amigo de Kohaku que vivía en Minato nos había comentado que abría una disco nueva en Roppongi y como querían una apertura de puta madre planeaban aflojar el brazo con los controles de, bueno, todo. Edad, sustancias, elementos. No los conocía hace mucho tiempo, la verdad, con suerte llevaría frecuentándolos algo de mes y medio pero Rei confiaba en ellos y me dijo que sería divertido. Era sábado, estaba con toda la mierda de los Boomslangs todavía en la cabeza y bueno, acepté. Al final se nos unió Subaru, que hacía tiempo no lo veía, pero Kakeru seguía desaparecido en combate. Normal, ¿no? Debe llevar su buen rato recuperarse de un puto intento de suicidio, digo yo.

    Ya hacía un frío cojonudo, estábamos a mediados de Enero en definitiva. Era el último fin de semana antes de que las clases se reanudaran y la simple idea me arrojaba la ansiedad suficiente para clavarme los vicios de siempre. Hacía frío, tenía el estómago hecho una piedra y lo resolví fumando como descosida. Iba acabando el segundo porro cuando llegamos a la cuadra de la disco, había una cola de ingreso que te cagas y solté un bufido pronunciado, captando la atención de Kohaku a mi lado. Me sonrió y le eché un vistazo a los bolsillos de su chaqueta.

    —¿Vas a colar?

    —Eh, más bajo, Hiradaira-san —se quejó, aunque su voz sonó risueña como siempre—. Perdí un poco el mes pasado por… un pequeño altercado, con suerte hoy podré recuperarlo.

    Alcé las cejas pero lo dejé correr, sabía que no iría a contarme ni aunque preguntara y honestamente tampoco me importaba del todo. Le palmeé el hombro antes de enterrar la mano libre en el bolsillo de la chaqueta; di con los bordes del encendedor y la hierba liada que llevaba encima al tiempo que me acababa el porro y lo lanzaba al suelo para aplastarlo con la punta de la bota. Contaminando la vía pública, ¿eh? Bueno, había hecho cosas peores. Rei apareció de no sé dónde, aunque siempre asumí que estaba detrás mío, y me codeó sin fuerza.

    —A ver cómo te ayudamos a pasar, que justo hoy se te dio por no subirte a nada.

    Solté una risa irónica al aire y le eché un vistazo a las sneakers que llevaba, encogiéndome de hombros.

    —¿Acaso tengo cara de hacer las cosas sin planes? —Me corté casi de inmediato y levanté la mano cuando Rei abrió la boca—. Bueno, no respondas, como sea. Yoshi me ayudó con eso, está todo cubierto.

    Revolví mis bolsillos hasta dar con la identificación falsa que el amigo de Kohaku me había facilitado y se la mostré a Rei, sonriendo victoriosa. El tipo era un demonio con estas mierdas y la verdad que cobraba bastante barato; algo de ser amigo de amigo, qué se yo. Quizá los gorilas de la entrada no se lo tragaran, yo tampoco lo haría, pero lo único importante para el local y para ellos era que los idiotas como nosotros nos tomáramos el tiempo de respaldar la mentira, así fuera con un pedazo de mierda plastificada bien hecha. Ilegal, pero bien hecha.

    —Bueno —dijo Rei, tragándose la gracia claramente por la estupidez que estaba por soltar—, estoy seguro que con dieciocho y todo vas a seguir siendo una enana, así que debería colar.

    Era obvio que los tiros no iban a desviarse de ahí, los chistes sobre mi estatura ya eran tan jodidamente evidentes. Pero bueno, no le perdía el gusto a recibir excusas de oro para propinarles algún que otro golpe sin fuerza y eso fue lo que viajó directo a su brazo. Se sobó la zona aunque ni le doliera y acabamos riendo como imbéciles, Kohaku al otro lado se mantuvo en silencio aunque una sonrisita divertida bailaba en sus labios cuando le eché un vistazo.

    La verdad era que había dado con un grupo de amigos bastante decente y me daba por satisfecha, aunque no fuera para estrechar lazos y me dedicara a fumar y matar el tiempo con ellos. Quizá me hubiera resignado a pedirle más a la vida o quizá necesitara unos meses para reconstruirme un poquito antes de pretender entregarle nada a nadie. Entre Kohaku y sus amigos pues era eso, nadie esperaba nada de mí y esa falta de presión era reconfortante, al menos en lo que me tomaba recuperarme parcialmente porque, vamos, tampoco sonaba a mí conformarme con migajas o recibir tan poca atención.

    Un poco mierda, pero también muy cierto.

    Me encantaban los reflectores y tener un público que me aplaudiera.

    Al final no tuvimos problemas para entrar, la verdad ni me pidieron la identificación. Yoshi había estado en lo cierto, su única preocupación seguramente fuera llenar el club hasta hacerlo reventar y bueno, no íbamos a quejarnos. Lo recorrimos un poco antes de cualquier otra cosa, para aprendernos más o menos dónde estaba cada cosa y pegarle un vistazo al patio, que decían estaba de puta madre. Un rato después nos pedimos los primeros tragos, pasé los billetes sobre la barra y me empiné el botellín de cerveza. Subaru apareció a mi lado, era por lejos el más callado de todos los que alguna vez habíamos conformado a los Boomslangs, pero me lo topé de sorpresa y cuando le eché los brazos al cuello me recibió con la misma calidez. Hacía semanas no lo veía ni en el periódico. Propuse un brindis porque bueno, me pintó, y chocamos los cristales entre las luces de colores, la música insoportable y las risas. El ultravioleta danzaba entre nosotros, destacaba la camiseta de Rei, mis mechas rosadas y los dientes de todos, y el alcohol siguió corriendo. No tardamos en empezar a dispersarnos, algunos detrás de grupos de tías, otros para ir al baño, salir a fumar o cualquier otra mierda. Me mantuve cerca de Rei y Subaru, que eran con quienes más cómoda me sentía, pero cuando los cabrones definieron su objetivo para ligar no vi por dónde retenerlos.

    —¿Estás segura? —me preguntó Rei, prácticamente gritándome al oído para hacerse oír.

    Qué pereza hablar así. Lo separé de mí, le palmeé el hombro y les sonreí, empujándolos hacia la barra donde estaban las tías.

    —¡Venga, guapos, háganme orgullosa!

    Sabía que si se los pedía se iban a quedar conmigo, pero no era tan egoísta ni tan cobarde y de cualquier forma no se hicieron mucho de rogar. Eché un vistazo alrededor, dándole un trago a la ¿tercera? cerveza de la noche y me dispuse a recorrer la disco. Había mucha gente, en verdad, si no les caía la policía a los cabrones sería porque los tenían a todos adornados al menos por la noche. Acabé en el patio, adentro hacía un calor del demonio y no tardé nada en mechar la cerveza con el porro que acababa de encender. No me gustaba estar sola, no por sentirme indefensa ni nada, sino porque no veía cómo silenciar mi cerebro y eso me ponía de los nervios. Por suerte reconocí la cabellera cian de Kohaku un poco más allá y me acerqué, picándole el costado. El chico dio un respingo y noté que se guardaba unos billetes en el bolsillo.

    —Eh~ Con que al final sí colaste, mini Ishi.

    Me miró un poco extrañado, era la primera vez que le decía así y ni él ni yo teníamos idea que el apodo quedaría y hasta comenzarían a usarlo los demás; delirios de borrachera, encima. Notaba el alcohol en la liviandad del cuerpo, la ligera pesadez en la cabeza y la sutil dificultad para hilvanar palabras demasiado rápido.

    —Sí, sí, ¿ahora podrías no gritarlo?

    No se oía exactamente hastiado pero bueno, ese chico parecía incapaz de enfadarse, la verdad. Decidí hacerle caso y dejé el asunto estar, ofreciéndole el porro. Enfocó la vista en el cigarro y le dio una pitada, manteniendo el humo un par de segundos antes de soltarlo a cámara lenta. Sus ojos ámbar habían chispeado y pensé que eran super bonitos.

    —Bueno, ¿y va bien?

    Le resultó imposible contener la sonrisita hasta victoriosa que quiso decorar sus labios y solté una carcajada limpia, enganchando mi brazo al suyo.

    —¡Eso es motivo de festejo! —agregué, emocionada, y alcé mi botellín en el aire.

    Él llevaba un vaso con mojito, creo, y los chocamos antes de darles un trago. Enseguida cambié de mano y estaba dándole una profunda calada al porro cuando casi me tragué la mierda del empujón que me dieron. Trastabillé, a punto de besar el suelo, y agradecí llevar las sneakers porque con otro calzado más vistoso no sé si habría sido capaz de maniobrar. Una voz se apresuró en disculparse a mis espaldas y me giré, topando con una tía que no conocía de nada. Le sonreí, diciéndole que no se preocupara, y me alivió saberme capaz de hacer retroceder la jodida chispa que amenazó con iniciar una llamarada lista para lamerle la piel. Creo que Kohaku lo vio, así fuera por un mísero segundo, lo identificó sobre el cuarzo y se quedó prendado a él ligeramente desencajado.

    El fuego.

    Luego de toda la absoluta mierda había regresado.

    Y no planeaba abandonarme, se ve.

    Me descuidé, aunque en un primer momento no debería haber tenido que ocupar la mente con semejantes mierdas, pero me descuidé y el resto fue historia. No noté el cambio de sabor al sonreírle a Kohaku y empinarme el botellín, además lo llevaba casi lleno y fumar hierba en esas situaciones solía secarme la boca. Pésima combinación, ciertamente. ¿La chica era cómplice? ¿Sólo fue un idiota que aprovechó la distracción? Jamás lo supe. Debían tener dedos ágiles que te cagas, porque ni siquiera Ishikawa fue capaz de detectar la jugada incluso con la agudeza sensorial que solía mantener activada mientras hacía negocios. Tampoco supe nunca qué fue exactamente lo que me pusieron, una mierda sintética y ya. Los efectos me pillaron con tanta progresión que los demás se lo adjudicaron al alcohol y yo, bueno, sólo pensé que estaba pasando la mejor puta noche de mi vida. Mi memoria es un desastre y apenas conservo imágenes aisladas del peor tramo. El calor, los cuerpos sudados, las jodidas luces estroboscópicas congelando el mundo de a fotogramas y los olores pegados a mi nariz. De la hierba, el vodka, la cerveza. La saliva, en cierto punto, de vete a saber quién. Una parte de mí agradece no ser capaz de recordar detalle alguno porque no tengo idea de lo que hice, sólo que puede haber sido cualquier cosa.

    Tras el incidente le perdí el rastro a Kohaku en medio segundo, la mierda me hizo efecto y me la pasé de puta madre bailando sola hasta que, en algún punto, apareció uno de los amigos de Kohaku. Por lo que me contaron luego, fue el primero en notar algo extraño y me arrastró por todo el club en busca de Rei. Se la puse difícil, al pobre cabrón, que yo sólo quería divertirme y peinar la disco de lado a lado era una puta ladilla, así que en un momento de distracción me escabullí y no lo sé. Apagón.

    Me habían drogado, los muy hijos de puta.

    ¿Quiénes? No tenía idea, pero Kohaku sí.

    Y nunca abrió la boca.

    Fue apagón tras apagón tras apagón, mechados con momentos de lucidez que en retrospectiva vete a saber si fueron reales o me los inventé, y comencé a recuperar la puta cabeza cuando un sonido agudo, disruptivo, se coló en mi cerebro y me lo sacudió de lado a lado. Recobré algo de consciencia espacial, estaba echada en un sillón de costado, mis piernas colgaban de un brazo y la cascada bicolor de otro. Erguir la cabeza me lanzó una punzada de dolor y un mareo que te cagas, pero empecé a darme cuenta que no era la noche de puta madre que había creído y no sé por qué, no sé de dónde rescaté mi mente, pero seguro tuvo que ver con ese pitido que se materializó con nombre, riesgos y pesadillas. La ansiedad se enredó en mi cuerpo como una jodida hiedra venenosa y me incorporé a duras penas.

    Las sirenas me llenaron los oídos con una intensidad agotadora, claramente distorsionada, a medida que me acercaba a la puerta. Sentí que el jodido pitido me rasgaba el cerebro y lo abría de lado a lado, quebrándome el cráneo. Me llevé ambas manos a las orejas y salí dando traspiés, en una extraña mezcla de urgencia y curiosidad. No tenía razones para anticipar la razón de las sirenas, apenas me quedaban neuronas capaces de caminar en línea recta; así y todo lo sentí, el maldito agobio del presentimiento. Alcancé la acera, las luces rojas y azules danzaban en vaivenes giroscópicos aquí, allá, en los charcos de lluvia vieja, los cristales de las tiendas cerradas y las manchas de sangre.

    Rojo.

    Azul.

    Cian.

    El cabello de Kohaku sobre el pavimento lucía más brillante que nunca. No estaba inconsciente, se removió adolorido y la imagen que mi cerebro captó de él estoy segura que no me la inventé. Tenía la boca llena de sangre, los pómulos hinchados y toda la ropa manchada en puro rojo y suciedad. Me las apañé para coordinar mis pies y agacharme junto a él sin irme encima suyo, aunque unos gorilas me apartaron casi de inmediato y me despegaron del suelo para quitarme de en medio, que la ambulancia ya estaba allí e intentaban despejar el camino para alcanzar a Kohaku. En medio de la confusión, el miedo y mis neuronas fundidas no comprendí nada de eso y me dediqué a gritar y patalear, absolutamente asqueada por las manos que tenía encima. Tan, tan furiosa que estuve a medio pelo de irme al humo de uno de los tipos cuando Rei me contuvo. Fue como chocar contra mis propias cadenas y me revolví con una fuerza estúpida, el aire me silbaba entre los dientes.

    —¡Anna! ¡Anna, cálmate!

    —¡Suéltame! —chillé, el reclamo sonó ahogado y me di cuenta que apenas tenía volumen—. ¡Suéltame ya!

    Joder, ¿cuánto tenía que haber gritado como descosida para haber perdido así la voz? Y no tenía idea de nada. No tenía la más puta idea de nada. Fui dolorosamente consciente del desastre que era mi mente y Rei me dejó ir poco a poco, cuando sólo fui capaz de preocuparme por poner las piezas en orden. Recorrí los alrededores con la vista, fui enfocándome en rostros conocidos y pestañeé una y otra vez hasta llegar a Kohaku. Lo estaban cargando en la camilla.

    —¿Qué pasó? —cuestioné, con el hilillo de voz al que podía llegar.

    No era capaz de percibir detalles como la tensión de Rei o lo lejos que estábamos todos viendo la escena, como si los muchachos no quisieran involucrarse. Sólo podía absorber y procesar el crudo más básico de información.

    —Mierda, como siempre —fue su respuesta.

    —¿Va a estar bien?

    —Sí, claro. Sólo fue una advertencia. Ahora, ¿qué onda contigo?

    Sentí su mirada sobre mí y tragué saliva. Recibir mis ojos pareció darle toda la respuesta que necesitaba o no lo sé, porque me sujetó el rostro y me analizó mientras su semblante se deformaba más y más. Subaru apareció, lo oí hablar a mi lado.

    —¿Qué tiene? —preguntó, supuse que a Rei sobre mí.

    —No lo sé. Anna, ¿consumiste algo?

    Pestañeé, confundida.

    —¿Consumir? Eh, lo de siempre.

    Habría algo en mi cara, mis ojos, mi voz o lo que fuera, que a ellos les hacía muchísimo ruido pero yo no notaba. Estaban cuchicheando y me veían como si fuera, no lo sé, un bicho de circo; la idea me arrojó otro chispazo de ansiedad que se mezcló con mi fuego, con el terreno inflamable que realmente era, y aparté el tacto de Rei de un manotazo. Eso los hizo callarse y verme fijo, a lo que reaccioné como si me ardiera.

    —Anna, ¿te topaste con-?

    No dejé acabar a Subaru, ni siquiera sé por qué estaba tan enfadada pero recuerdo claramente lo mucho que me costó no escupirle todo mi puto veneno encima. Tampoco sé, ya que estamos, de dónde saqué la resistencia para contenerme.

    —¿Qué le pasó a Kohaku?

    —Ya te dije —insistió Rei—, una advertencia que…

    —¡No! —chillé, otra vez la voz ahogada—. ¡Quiero saber qué le pasó a Kohaku!

    Me estaba comportando como una niña caprichosa, irracional e impulsiva, y es que mi cerebro estaba en la mierda. Retrocedí el paso que Rei intentó acercarse a mí, creo que Yoshi fue quien apareció pero no estoy segura, por alguna razón me asusté muchísimo y… eché a correr. Todo era un desastre, un jodido desastre y mi memoria está llena de parchones. Lo siguiente que supe fue que estaba en un parque de Minato, supongo, pues no lo reconocía. Identifiqué el silencio, el rocío y el frío cojonudo que hacía. Venga, me había dejado la chaqueta en la disco y me estaba congelando. Saqué un porro con dedos temblorosos, el último que me quedaba, e intenté prenderlo con una coordinación que daba lástima. El cigarro temblaba como ramita entre mis dientes y cuando conseguí sacarle llama al encendedor por alguna razón me asusté y dejé caer todo. Me congelé allí de pie, intentando poner en orden mis neuronas o qué se yo, realmente creo que me quedó la mente en blanco y hasta dejé de temblar, absorbida por la nada misma. Lo siguiente a lo que reaccioné fue el aroma a quemado y pestañeé, volviendo a la puta realidad. Había unos papeles a mis pies que no habían llegado a humedecerse lo suficiente por el rocío y estaban jodidamente cerca de un cantero en bastante pobre estado. La visión cruda del fuego me arrojó una chispa de absoluto terror por el cuerpo y no vi cómo acercarme. Retrocedí, de hecho, y las llamas lamieron las ramas secas de los arbustos y el desastre siguió escalando. Cada segundo que pasaba hacía más calor, había más rojo sobre el negro y los ojos se me llenaron de lágrimas.

    Desastre.

    Desastre.

    Desastre.

    Estaba hecha un auténtico, horrible desastre y si hubiera sabido el nombre del culpable… no lo sé. Era impredecible la forma en que mi cerebro arruinado reaccionaría, así como pasé de las lágrimas a… la risa.

    Vaya.

    Otro parchón negro y mis pies se estaban deslizando por el parque al ritmo lento y progresivo de una música inexistente. Había perdido la cabeza por completo, las llamas eran cálidas y es el único recuerdo fehaciente que guardo, porque toda la mierda sobre estar bailando me la soltaron los chicos después.

    El jodido calor del fuego.

    Como si fuera lo único capaz de reconocer.

    Rei apareció de la nada y me arrastró fuera del parque, también estaba Subaru y me obligaron a correr como si nos persiguiera el diablo. No encontré fuerzas o razones para quejarme y les seguí la corriente hasta que los pulmones me ardían. De pura suerte no tuve un ataque. Las cadenas volvieron a chocar contra mis muñecas y Rei me jaló con fuerza hacia un callejón, obligándome a agachar la cabeza. Abrí la boca, seguro a punto de reclamar como una chiquilla, pero me la taparon con una mano y entonces vi unas siluetas oscuras, algunos metros más allá. Se habían detenido y parecían… ¿estar buscando algo? No reconocí rostros ni voces, se fijaron a mi mente maltrecha como sombras de la noche, de la más horrible pesadilla, como jodidos lobos hambrientos.

    Nunca supe que, de hecho, eso eran.

    No sé cuánto tiempo pasó hasta que todo fue seguro para salir de nuestro escondite, pero el miedo que sentí alcanzó para congelar el fuego, echarme una cubeta de agua helada y hacerme tiritar como si me hubiera hundido en nieves eternas. Los chicos se apresuraron para sacarnos de allí, otro parchón, y de repente estábamos esperando el tren que nos llevara de vuelta a Shinjuku. Pestañeé con pesadez, mezcla del sueño, el alcohol y toda la mierda que llevaba adentro, pero me las arreglé para articular un par de palabras.

    —¿Y mini Ishi?

    —¿Eh?

    —Kohaku.

    La respuesta de Rei fue tensa y casi automática.

    —Va a estar bien.

    Abrí los ojos más grandes, recibí una imagen mental del fuego repentina.

    —En el parque…

    —Sí, lo sé —atajó Rei—. Ya se encargarán de eso también.

    No repliqué, aunque la mierda aún me preocupara ni siquiera sabía qué jodido parque había quemado. Qué puto desastre. Las lágrimas ardieron tras mis ojos y la voz, otra vez, sonó ahogada en mi garganta.

    —¿Qué me pasó?

    Los chicos bufaron con pesadez casi a la par y tardaron tanto en abrir la boca que la ansiedad burbujeó bajo mi piel.

    —¿Qué mierda me pasó? —insistí.

    —Te drogaron —soltó Subaru, sin la menor pizca de sutileza—. Para sacarte del tablero, seguramente.

    —Subaru. —La voz de Rei sonó baja y tensa, como una simple advertencia, y me acarició el cabello con movimientos suaves—. No pienses en eso ahora, ¿va? No sirve de nada.

    Sus voces me llegaban casi de otro mundo, y es que había sido incapaz de quitar la vista del suelo. Los párpados me pesaban un montón y me estaba clavando un esfuerzo titánico por mantenerme despierta. Rei pareció notarlo, pues buscó mi hombro contrario y me instó a recostar la cabeza sobre él. Lo escuché como un eco distante.

    —Ya, duerme —murmuró—. Te despierto cuando llegue el tren.

    Obedecí, asentí apenas y las imágenes de la noche se revolvieron en medio de una tormenta gigante un segundo antes de irme a negro. Lo último que apareció frente a mis párpados cerrados, como una suerte de delirio que luego no lograría recordar, fue la sonrisa afable de mirada chocolate que tan bien conocía. Chispeó y se deformó entre las luces y las sombras, fue una caricia, primero, un mordisco después, y se fundió en la más absoluta de las oscuridades.

    Y era Kou.

    Shinomiya Kou.
     
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  2. Threadmarks: II. Now he's making up for all the violence in his past
     
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Título:
    I like to burn all my flowers [Gakkou Roleplay | Anna & Kohaku]
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    Para adolescentes. 13 años y mayores
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    Drama
    Total de capítulos:
    2
     
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    5241
    N/A: juju me toretticé. Gracias a Pau y Gabi por aventarse mis delirios como siempre, my cerbero supportive bitches i lov u so much ;;



    He got murder in his eyes
    He wore the silence like a mask
    Now he's making up for all the violence in his past
    Took it from his father
    Who never bothered to ask what his son had on his mind


    .
    .
    .

    Deslizó los dedos por la malla del reloj, girándolo alrededor de su muñeca en consecuencia. El metal resultaba frío al tacto y era algo que hacía mucho, quizá más de lo que debería. Los demás a su alrededor fumaban o bebían, mantenían conversación trivial, revisaban sus móviles, y él trazaba la malla de su reloj. Último regalo de cumpleaños, además de los gemelos por parte del padre y el bolígrafo Parker de la madre. Habían llegado envueltos en cajas compactas de papel verde y cinta dorada, junto a una tarjeta probablemente redactada por uno de los mayordomos.

    Suspiró y peinó su cabello castaño hacia atrás, irguiéndose al advertir que las puertas frente a ellos finalmente se abrían. Le echó un vistazo a los demás y estiró las solapas de su saco antes de liderar la marcha. Los omegas lo seguían de cerca. La música no resultaba tan irritante desde esa entrada alternativa y realmente marcaba las diferencias en cada ladrillo. Los divisores de terciopelo, los mosaicos lustrados, los revestimientos de mármol. Al nigeriano que los recibió en silencio le siguió un rostro conocido, el extravagante tipejo de cabello morado con el cual ya habían hablado antes. Venía bajando las escaleras y extendió los brazos, con una sonrisa deslumbrante.

    —¡Shinomiya! Bienvenido, bienvenido.

    Estrecharon manos como hombres de negocios y el pequeño anfitrión alcanzó su codo, luego su hombro, para guiarlo por los pasillos del sector VIP de la disco.

    —Pedazo de negocio te montaste, ¿eh, Dubois? —soltó Kou junto a una risa blanda, echando un mejor vistazo alrededor.

    —Eh, tú ya conoces mi rol en todo esto, animal. No estaría aquí si hubiera puesto la pasta.

    La luz blanca de la entrada se convirtió en un mero rastro reemplazado por los tubos ultravioletas que bañaron y sumieron los alrededores en una oscuridad profunda. El aspecto elegante, palaciego, se convirtió en un mero lienzo para las inscripciones, dibujos y símbolos que aparecieron trazados en pintura luminiscente. Estaban en las paredes, el techo, las puertas y los peldaños de las escaleras espiraladas. Atravesaron el pasillo central hasta ascender y dar con uno de los sectores exclusivos, una especie de palco barrado que daba a la disco. Había dos guardias apostados a cada lado de la puerta y las luces ultravioletas destacaban el lobo de fauces abiertas dibujado sobre la madera.

    Ocurrente.

    Kou se giró hacia los omegas y asintió con la cabeza, indicándoles que podían dispersarse o hacer lo que quisieran. La mayoría volvieron por donde habían venido y sólo dos permanecieron a su lado. El palco no era particularmente amplio, colgaba una araña de momento apagada y estaba equipado con unos cuantos sofás de un cuerpo y una mesa redonda al medio. Dubois activó la pantalla táctil incorporada a la misma y alzó la vista hacia Kou apenas un momento.

    —¿Una champaña te parece bien?

    —Sí, claro.

    Se acomodaron en un sillón cada uno y los omegas relegados detrás se fundieron con las sombras. Dubois les echó un vistazo y Kou reconoció la sombra de una mofa en su semblante siempre liviano y risueño. Decidió tragarse la gracia y apoyó un tobillo en la rodilla opuesta, recostando los brazos a cada lado. ¿Qué? ¿Se creía que sería el único con guardias?

    Como si estuvieran en Shibuya.

    —Acabarás calvo a este paso —destacó Shinomiya, el diseño acústico de la disco era bastante decente y no tuvo que alzar demasiado la voz—. El mes pasado, turquesa, el anterior, naranja. ¿Qué sigue ahora?

    Dubois entonó una risa cantarina y echó la cabeza hacia atrás.

    —No lo sé, estaba pensando volverme pelirrojo. Quién sabe, quizá queda y todo.

    —Lo dudo mucho.

    Kou se tocó apenas la punta de la nariz mientras compartían la gracia y entonces Dubois subió las piernas al sofá, cruzándolas como un crío. Llevaba un traje caro, entallado, y de un bolsillo interno extrajo una cajita metálica. Kou detalló sus movimientos y meneó la cabeza en cuanto el otro le ofreció un habano. Sí que era extravagante, ¿eh? Algo desviado, de costumbres atípicas y tendencias hasta infantiles, aunque luego condujera un Audi descapotable y se hiciera la ropa a medida.

    Era, después de todo, uno de los jodidos herederos de la mafia francesa metida en el corazón de Japón.

    Y aún así, su rol no quedaba del todo claro en ningún barrio. Se movía como un auténtico fantasma, usaba su apellido de respaldo o escudo según le conviniera, se presentaba con un nombre diferente aquí y allá. Tenía varios apodos, corrían varias versiones de su historia. ¿Aún hablaba con su padre, el rey franco? ¿Guardaba relación con sus tíos y primos, atrincherados en Shinjuku, algunos, otros en Nakano? ¿Estaba aliado con el licaón? ¿Con los lobos? ¿Mantenía contacto con los chacales dispersos? Era una pieza floja, puede que de las más importantes del tablero.

    Al menos para Shinomiya, era Dubois a secas y de vez en cuando se llamaba a sí mismo Frank, que significaba libre o alguna mierda parecida. Se encendió el habano con una cerilla larga y el chispazo iluminó sus facciones por un breve instante. Eran algo aniñadas, incluso tiernas, con la sonrisa suave, la piel nacarada y los ojos cristalinos de pestañas ligeras; lo único que contrastaba era la cicatriz vertical que rasgaba desde su ceja, cruzando el párpado hasta alcanzar el pico del pómulo izquierdo, como recordatorio de que el enano no era ningún ángel. Se asemejaba a su prima, la araña errante, aunque los diferenciara la estatura. ¿Quizá fuera rubio de nacimiento y por eso cambiaba de tintura como de ropa interior?

    —Parece que la apertura va a ser todo un éxito —comentó Shinomiya, observando con cierto aire distraído la multitud creciente de abajo.

    Dubois asintió, soltando el humo, mientras golpeteaba los dedos sobre su rodilla.

    —Es la idea. Mierda, la pasta que hay que soltar hoy día para que te dejen trabajar en paz no es ni cristiana.

    —¿Eso también te lo dejaron a ti?

    —Algo así. —Otra calada—. Al boss le surgió un viaje bastante inesperado cuando las negociaciones estaban en su punto álgido y bueno, soy la cara del negocio.

    El saco de boxeo, querrás decir.

    Kou sonrió con los labios apretados y soltó una risa nasal bastante floja, advirtiendo que la champaña había llegado.

    —Bueno, debes estar emocionado —dijo, mientras una bonita chica de tez oscura dejaba las copas y la cubitera.

    —Eh, algo así~ ¿Qué opinas? ¿Me veo bien para las fotos?

    Se peinó hacia atrás el cabello de por sí acomodado en esa dirección como un galán y Shinomiya soltó una risa suave, asintiendo. No le perdió mucho detalle a los movimientos de la muchacha en paralelo hasta que finalmente se retiró. Dubois relajó el semblante y entornó la mirada, señalando hacia la puerta con la barbilla.

    —¿Te gustó, Shinomiya? —tanteó, sedoso—. Si quieres te la dejo~ ¿Para qué mierda crees que diseñaron estos palcos, si no? Considéralo una muestra de mi buena fe.

    Kou meneó la cabeza, agarrando el cuello de la botella para servir la bebida. Ya era suficiente muestra de buena fe el haberles cedido uno de los sectores VIP que muy probablemente cobraran como si los barrotes fueran de oro, no necesitaba deberle nada a una pieza floja, histriónica e impredecible como Dubois. Mucho menos en su territorio.

    Los jodidos lobos seguían dejándole el trabajo sucio.

    Beta sus cojones.

    Además no estaba allí para un puto polvo, sino por negocios.

    —¿Alguna nueva restricción, Dubois? —indagó, extendiéndole una copa.

    El chico lo observó con la diversión pegada al rostro y aceptó el cristal, manteniendo el brazo en alto.

    No, sir. Puedes quedarte tranquilo y trabajar a gusto.

    Lo instó a brindar, había una chispa casi pueril en sus ojos y Shinomiya procedió. Chocaron sus copas y alzó el brazo para indicarle a los omegas que empezaran su labor cuando la exclamación sorpresiva de Dubois lo detuvo.

    —¡Ah, espera! Quiero ver primero, ya sabes, soy como un gatito curioso e igual me interesa chequear la calidad de lo que estoy ofreciendo~

    Kou le sostuvo la mirada unos segundos hasta que cedió y sus dedos le indicaron a uno de los lobos que se acercara. Estaba por demás serio en comparación a su anfitrión, aunque eso tampoco era demasiado difícil.

    —Panda, muéstrale la mercancía.

    El muchacho obedeció de inmediato y depositó sobre la mesa una especie de maletín dividido en compartimentos, dentro de todos había cualquier cantidad de bolsitas con diferente contenido.

    Eran los dealers más variopintos del puto mundo.

    Shinomiya siguió los movimientos del enano atentamente, parecía un niño en Navidad, el muy cabrón. Revisó un par, las escrutó a contraluz, las agitó, alguna que otra la abrió, llevó el dedo humedecido dentro y lo chupó. Kou arrugó el ceño casi sin poder contenerse, ¿ya era un maldito grano en el culo y encima se metía eme? Iba a explotar. Luego se tragó una pastilla con la champaña y por suerte desistió al llegar a la nieve, o quizás él mismo iba a tener que pararlo. Dubois soltó un grito de euforia pura y sacudió la cabeza, acabándose su copa antes de rellenarla. Shinomiya lo observó en silencio, cómo poco a poco se le iba volando la olla, y le indicó a Panda que se inclinara junto a él.

    —Tira lo que haya probado —murmuró en voz baja—, no será tanta pérdida y no queremos productos contaminados.

    El muchacho se limitó a asentir, recoger las bolsitas desperdigadas y cerrar el maletín, retirándose del palco. Kou permaneció en silencio, bebiendo su champaña con toda la clase y elegancia del niño pijo que era. Un poco, quizás a nivel inconsciente, para marcar la diferencia junto a su acompañante.

    Él no era ningún bicho de circo errante.

    No necesitaba meterse mierdas en el cuerpo ni pagar por mujeres.

    No se arrastraba por nadie.

    No perdía de vista el panorama amplio.

    No le interesaba su apellido, el poder de su padre, de la zorra de su madre ni cualquier cosa que viniera de gratis gracias a ser un Shinomiya. La ropa cara, la colonia, los coches y relojes eran meros accesorios útiles a sus fines. Construía su imagen a su antojo, moldeaba las máscaras y despilfarraba de esos papeles sucios que tanto le encantaban a todo mundo para ir apilando ladrillo sobre ladrillo. Se estaba remodelando desde el núcleo.

    Ya no era el crío asustadizo y gordinflón de la escuela media.

    Ya no era el perro de los recados de Kakeru.

    Y los lobos eran un mero peldaño en la escalera que estaba recorriendo.
    Dubois le dio una profunda calada al habano, echándose en el sofá a sus anchas con las piernas flexionadas, y soltó una risa áspera.

    —¿No bajarás a divertirte un poco? —encuestó.

    Shinomiya encendió su móvil y el brillo de la pantalla endureció la mueca prepotente que curvó sus labios. Escribió un simple mensaje en el grupo.

    Comiencen.

    —¿Y rodearme de imbéciles borrachos que vayan a mancharme la camisa? —Alzó la mirada hacia Dubois, detalló su cabello púrpura, su ropa, y soltó una risa nasal—. No, gracias.

    Tenía mal anudada la corbata.

    Y el saco no era suyo.

    No tenía por qué fingir apariencias, llevaba tres semanas en negociaciones con Dubois y ya debía haber sacado al dedillo que era un maldito elitista estirado. El enano se encogió de hombros, sosteniendo el habano entre los dientes, y se incorporó. Alzó la copa hacia él a modo de saludo, se la acabó y la arrojó al suelo con una fuerza repentinamente exagerada. Kou apenas pestañeó.

    —¡Huzzah! —exclamó, emocionado, y recostó la espalda en la pared para darle una pitada al habano; los cristales se quebraron bajo sus zapatos—. El otro día lo vi en una serie y me moría de ganas de hacerlo~

    Shinomiya a duras penas estaba ya prestándole atención, prefirió abocarse al paneo general de la disco que la abertura del palco le permitía. Bebía champaña, tranquilo, pero de un momento al otro frunció el ceño y se acercó hasta asomarse por la barandilla, siguiendo el curso de una cabellera bicolor que llamó su atención. Reconoció al resto en medio segundo y la música se agolpó en sus oídos.

    Anna.

    Rei.

    Subaru.

    ¿Qué mierda hacían ahí? Era Minato, ¿por qué habían salido de Shinjuku? ¿Sólo les apeteció o estaban con intenciones ocultas? ¿Se habrían enterado del pacto entre los lobos y Dubois? No había manera, los Boomslangs se habían desintegrado y con ellos todas sus redes de información. Él mismo se había encargado de sabotearlas, una a una, cuando la situación se tornó insalvable y Kakeru no quiso atender a razones.

    Chasqueó la lengua, repentinamente hastiado, y atendió al móvil que había vibrado con un nuevo mensaje del grupo.

    Hay competencia.

    Se giró hacia Dubois y le bloqueó las salidas estampando una mano en la pared junto a su cabeza. El muchacho se sorprendió bastante pero su semblante no reflejaba miedo o ansiedad, sino diversión. La eterna y estúpida diversión de quien parece vivir en el País de las Maravillas por toda la mierda que se mete adentro.

    —Sorpresa, sorpresa —murmuró Shinomiya, agrio, mostrándole el aparato encendido—. ¿Algo que deba saber, Dubois?

    La luz de la pantalla se reflejó en sus ojos y lucían casi transparentes.

    —Eh~ ¿Se supone que controle lo que cada alma hace aquí adentro o qué?

    Kou retrocedió y guardó el móvil en el bolsillo, dejando la mano allí dentro. Buscó la copa con la otra, recobrando la compostura de repente, y le dio un trago.

    —¿Podemos encargarnos, entonces?

    —Claro, claro, yo ahí no me meto~ —Su tono cantarino fue rodeando a Shinomiya, en dirección a la puerta del palco—. Sólo fíjense de usar métodos convencionales, ya sabes, que parezca una pelea de borrachos. Nada de sustancias ni metales.

    Huyendo, ¿eh? Lo dejó ir, de todos modos, y regresó al móvil mientras se acababa la copa.

    Tráiganmelo.

    La respuesta no tardó en llegar.

    No está solo.

    Saquen a los demás de juego.
    Ya saben qué hacer.

    Ok.

    No tenía la menor idea que se trataba de Anna y para cuando lo supo, fue demasiado tarde. Se acomodó de vuelta en el sofá, rellenó su copa y se dedicó a disfrutar de aquella placentera soledad mientras observaba a todos desde su posición como un puto rey de la colina o similar. Algo de veinte minutos, media hora después, las puertas del palco se abrieron a sus espaldas. Kou volvió su atención y repasó de soslayo el cabello cian de aquel niño asustado pretendiendo estoicismo. Lo reconoció, por supuesto, lo reconoció de inmediato pero no se permitió reflejar sorpresa o duda.

    Parecía un cordero listo para el matadero.

    Y él ahora era un lobo.

    Los dos omegas que lo habían llevado hasta allí cerraron las puertas, se fundieron en las sombras y aguardaron silenciosos. Shinomiya se incorporó, copa en mano, y revisó la pantalla táctil que Dubois había usado primero para pedir otro vaso.

    —No temas, muchacho, sólo quiero hablar. —Volvió a sentarse y le invitó a imitarlo en el sofá donde había estado el enano—. ¿Qué tal todo?

    Lo vio en sus ojos, aunque Kohaku tuviera una facilidad similar para no demostrar emociones la sorpresa le ganó la pulseada. Joder, pudo detallar el preciso instante donde el primo de Rei se dio cuenta que la había cagado como los grandes. Que estaba en Minato, sí, pero se había metido en la madriguera de los lobos con las intenciones equivocadas.

    Y eso le produjo una satisfacción incalculable.

    —¿Hablar de? —replicó, su tono era suave y aunque no resultara amenazante, tampoco había flaqueado.

    Kou sonrió, casi sedoso.

    —Intuyo que te harás una idea, siempre fuiste un chico inteligente. —Entornó la mirada, deslizando los dedos por el borde de su copa—. ¿O me equivoco?

    Ishikawa era una mezcla extraña de templanza e ineptitud. Le faltaba la chispa, la crueldad para escalar, pero se movía con sigilo, agudeza y siempre encontraba el agujero en la verja. Le llamaba un poco la atención que hubiera cometido un error tan evidente pero, si lo pensaba con detenimiento, puede que eso fuera indicativo de cuán bien había movido sus propias piezas.

    Nadie sabía que estaban allí.

    Podría aplastar la cabeza de un par de serpientes sin poner en riesgo el negocio.

    Prácticamente se relamió, sin perder detalle de Kohaku. El chico obedeció, sentándose en el sofá, y dejó caer las manos entre sus piernas. No se lo notaba tenso o nervioso, aunque sus movimientos habían perdido cierta fluidez. Tras un par de segundos soltó el aire, buscó sus ojos y habló.

    —Muy bien, suéltalo y ya. No es como si no lo tuvieras en la punta de la lengua.

    Shinomiya entonó una risa grave y la nigeriana de hace un rato regresó con la copa extra. Notó los cristales en el suelo, sus tacones los quebraron, y alzó la voz apenas por sobre la música.

    —¿Limpiamos esto, señor?

    Kou se sonrió y meneó la cabeza.

    —No, déjalo así. —Regresó la vista a Kohaku, sirviéndole champaña—. No sabía que estabas en el negocio, Ko. ¿Te mueves por Minato con frecuencia?

    —No —reconoció a regañadientes—, casi nunca salgo de Shinjuku y Chiyoda.

    —Ah… —Suspendió la sílaba en el aire, regresando la botella a la cubitera, y se recostó hacia atrás volviendo a acomodar el tobillo sobre la rodilla—. ¿Y qué se te dio por cambiar eso hoy?

    —¿Nada? —Se encogió de hombros, sin siquiera pretender tomar la copa—. No tenía idea que estaban aquí, si esa es tu preocupación.

    Porque no deberíamos estar aquí.

    Y tú lo sabes, ¿verdad?

    Pequeño chacal.

    —Ah, ya, ya veo. Bueno, supongo que con una advertencia debería bastar, ¿no, chicos?

    Se volvió brevemente hacia los omegas aunque el grueso de las veces los tratara como animales salvajes, indignos, porque toda la situación le generaba un placer extraño y de repente le vino en gracia hacerlo y ya. A Ishikawa le resultaba cada vez más difícil enmascarar su tensión, en especial cuando Kou se incorporó y navegó el espacio del palco sin una dirección concreta. No había recogido su copa.

    —¿Alguien los vio subir? —le preguntó a los lobos, en tono ligero, a lo que ellos negaron.

    —Lo aislamos —respondió uno—, y recién entonces lo trajimos.

    —¿Y se encargaron de todos? Eran tres, como mínimo.

    Los tipos se vieron entre sí antes de que el mismo de antes tomara la palabra.

    —Sólo había una chica con él, no sabemos nada del resto.

    Shinomiya asintió, pensativo; tuvo el impulso de preguntar qué le habían hecho pero no quería demostrar ese tipo de preocupación frente a Kohaku, así que no le quedó de otra más que permitirle correr. Se detuvo detrás de Ishikawa, sigiloso, y dejó caer la mano sobre su hombro con cierto peso, a lo que el muchacho dio un respingo mínimo.

    —¿Estabas con Anna, Ko?

    —Sí.

    Se le notaba hasta en la voz, cuánto odiaba su posición en aquel escenario. No podía culparlo, la verdad. Estaba atado de pies y manos, llevaba incluso la soga al cuello.

    Listo para que le pateen la silla.

    —¿Rei y Subaru?

    —No lo sé, hace rato no los veo.

    La mano ejerció presión, Kou pudo sentir los huesos y vértebras bajo sus dedos.

    —Hmm, vale. Déjame tu móvil, entonces.

    Extendió la mano libre hacia Ishikawa, a la espera. El chico dudó y ya no pudo, o más bien no se molestó en disfrazar su ansiedad. Se removió, exasperado, y esculcó sus bolsillos hasta dar con el aparato y entregárselo a Kou. Éste se lo arrojó a los omegas.

    —Busquen el chat con Rei, fíjense cómo suele hablar este niño y dentro de quince minutos envíenle un mensaje diciendo que Anna se descompensó. —Una sonrisa oscura curvó sus labios—. Que salgan afuera.

    Kohaku reaccionó, no supo muy bien si fue porque adivinó sus intenciones reales o porque creyó que le harían algo a Hiradaira; es decir, otra cosa además de lo que ya le habían hecho. Se incorporó como un resorte, se giró hacia él y sólo había un sofá en medio. Shinomiya alzó las manos ligeramente sorprendido, la diversión danzaba en su sonrisa y no hizo más que acrecentar al notar aquel ámbar siempre dulce y paciente tan, tan oscurecido.

    Eres un chacal, ¿no?

    Demuéstramelo, niño.

    —Te lo dije, ¿no? —atajó Kou—. Los lobos nunca se retiran sin dejar una nota de saludo.

    Una advertencia.

    Un mensaje.

    Las palabras no alcanzan en la calle

    y tampoco me apetece limitarme a ellas.

    La ambivalencia había sido adrede porque tenía dos omegas respaldándolo, porque Ishikawa no contaba con posibilidad real de siquiera hacerle un rasguño y esa inferioridad, esa maldita diferencia en sus posiciones, lo instaba a jalar y jalar de la cuerda. Lo vio resoplar, comprimir los puños y encorvarse. Lo vio listo para atacar pero seguía conteniéndose, y decidió tirar un poco más.

    —Y Anna ya fue una, una vez. ¿Qué nos detiene de volver a usarla?

    No era tan fácil provocar a un Ishikawa, Rei contaba con la misma frialdad y eso bien lo sabía Kou. En ese sentido eran más prudentes que Kakeru, no perdían la cabeza por una maldita perra y por eso el cabrón nunca tendría que haber encabezado a los Boomslangs. Si las serpientes se habían desplomado la culpa no recaía en nadie más que él.

    El Fujiwara débil.

    La sombra del Krait de Shinjuku.

    Y allí estaba, el nuevo poder que los lobos habían sabido otorgarle le corría dentro de las venas y lo sintió calentarle el cuerpo, hervirle la sangre. Le nubló la cabeza al mismo tiempo que se la espabiló como nunca, se relamió los colmillos y atacó.

    Pateó el sofá con una facilidad irrisoria, alcanzó la camiseta de Kohaku y lo aplastó contra la pared. Conectó el puño con su mandíbula, sintió la carne blanda, primero, el hueso después, y repitió el movimiento una y otra vez, hasta que la sangre hizo a sus nudillos patinarse. Una vez asestó el primer golpe su percepción se nubló de una forma extraña, contradictoria con sus sentidos amplificados, y es que había perdido lisa y llana consciencia de que aquello bajo sus manos era una persona.

    Se había convertido en un saco de carne fresca.

    Y la sangre tenía un aroma irresistible para el lobo hambriento.

    Lo soltó únicamente para apuntar a su estómago y obligarlo a doblarse en dos. Se aferró a sus hombros, los usó tanto de apoyo como de freno, y le enterró la rodilla en el pecho. Retrocedió, el aire corría raudo por sus pulmones y una sonrisa desquiciada decoró su rostro al verlo caer de rodillas en el suelo, sobre los cristales rotos. El cerebro le funcionaba a una velocidad insana y tuvo esta idea que debía ser cortesía directa de Satanás. Soltó una risa nasal, prepotente, y se aferró a un puñado de cabello cian para zamarrearlo sin mucha fuerza.

    —¿Ahora lo entiendes, Ko? —Se agachó para murmurarle al oído, la voz le salió agitada—. Lo que pasa cuando metes las narices donde no te llaman.

    El muchacho intentó quitárselo de encima sin mucho éxito y Shinomiya volvió a erguirse. Lo observó largo y tendido allí, de rodillas frente a él, como un jodido insecto, y jaló de su cabello para arrojarlo al suelo. Kohaku fue a parar sobre los cristales y soltó un grito contenido de dolor cuando Kou le pisó la cabeza.

    —Y lo que puede seguir pasando —agregó, revolviendo la melena turquesa con la suela del zapato— si abres la puta boca.

    Una parte de él lo sabía. Era una bestia violenta, insegura, resentida y llena de odio. Su sed de poder no hacía más que justificar toda la podredumbre que cargaba dentro, que mantenía allí y lo envenenaba poco a poco. Se aferraba a la mierda como un jodido loco, demasiado roto o demasiado perdido, se aferraría al cadáver de su madre.

    Soltó el aire de golpe y se acomodó el cabello castaño hacia atrás, devolviendo ambos pies al suelo. La música se reanudó de repente contra sus oídos y le dio un largo vistazo a Kohaku. Apenas se movía.

    Lo había apaleado.

    —Llévenlo afuera —le ordenó a los omegas, pasando sobre su cuerpo para alcanzar la copa que descansaba en la mesa; el cristal impoluto se manchó de sangre—. Usen la puerta de atrás y tírenlo al frente. Ah, y llamen a una ambulancia.

    Quiero alboroto.

    Poder rastrear su ubicación.

    Mantenerlo vigilado.

    Se acabó la champaña de a sorbos prudentes mientras los lobos cargaban el cuerpo de Ishikawa entre ambos y desaparecían por la puerta. Shinomiya observó los alrededores, bastante indiferente, y volvió a llamar a la moza. Se limpió las manos con unas servilletas de tela blancas y para cuando la chica se presentó, él estaba masajeando la malla de su reloj. Pasó a su lado, en dirección al pasillo.

    —Ahora sí limpia todo, cariño, ¿quieres?

    La champaña de Kohaku había quedado intacta. No se quedó para repasar la expresión de la chica, le bastó con imaginarla y sonrió, soltando un suspiro casi dramático. Ah, al final sí se había manchado la camisa.

    Bajó la escalera espiralada y asomó las narices dentro de la disco por primera vez, pues su estúpida sed de poder rayaba la psicopatía y le generaba una curiosidad casi irrefrenable acudir a la escena del crimen para presenciar los efectos de su obra maestra. Fue entonces que se frenó en seco, frunciendo el ceño en absoluta confusión al detallar la silueta de Tomoya unos metros más adelante, contra la barra. ¿Qué hacía ahí? No se suponía que se presentara, ese era su trabajo, él se llevaría el maldito crédito de su éxito. Avanzó en su dirección, con movimientos repentinamente mecánicos, pero volvió a detenerse al reconocer el cabello de la chica que lo acompañaba.

    Anna.

    ¿Qué cojones?

    Estaba tonteando a su alrededor con una liviandad que lo dejó de una pieza, y al llegar junto a ellos alternó su mirada entre ambos. Hiradaira se lo quedó viendo como si casi lo reconociera pero no del todo, hasta que conectó los cables.

    —¡Kou-kun! —exclamó, emocionada, y se le lanzó encima.

    Shinomiya arrugó el ceño y miró a Tomoya, quien se encogió de hombros.

    —Ni idea, la encontré así~

    —Puta madre —masculló, quitándosela con brusquedad, y le apretó las mejillas para escrutar su rostro—. Se pasaron con la dosis, los muy imbéciles.

    —Bah, no es para tanto.

    —¿Y si se descompensa? —sugirió Kou, filoso—. El cabrón de Dubois fue totalmente claro: nada de sustancias ni metales.

    La sonrisa de Tomoya le crispó los nervios y lo vio estirar los brazos a cada lado de la barra, atrayendo a Anna para que se aferrara a él.

    —Ni idea, Kou-kun, no es mi problema~ Yo sólo estoy aquí bebiendo una cerveza y ligando un rato.

    Shinomiya volvió a alternar su mirada entre ambos y soltó el aire por la nariz, cabreado. ¿Dejar a Anna con el lunático de Tomoya era lo correcto? No, claro que no, pero ¿debía intervenir? Tampoco. Se desajustó el nudo de la corbata, jaló de las solapas del saco y tanteó su reloj. La malla metálica era fría al tacto.

    —Como sea, igual no te empeñes mucho con ella que ya hemos-

    —¡Ah!

    No supieron qué captó la atención de Anna ni por qué salió corriendo de repente, pero lo cierto es que de un momento al otro se había esfumado entre la multitud y Shinomiya contuvo el suspiro de alivio que se le acumuló en el pecho. Le echó una última mirada a Tomoya antes de retirarse sin sonrisas ni palabras bonitas, y en su camino a la puerta advirtió de refilón la sombra de Rei y Subaru saliendo como una exhalación. Soltó una risa nasal, recuperando la eterna prepotencia, y el frío helado del exterior le azotó la piel descubierta. No se detuvo siquiera, sólo le dedicó un vistazo rápido al desastre que se había montado afuera antes de fusionarse entre el gentío, primero, y la oscuridad después. Unos omegas aparecieron junto a él y les indicó la concentración de gente con la barbilla.

    —Mantengan vigilados a los que se acerquen al apaleado, y si intentan meter demasiado las narices échenlos cagando.

    Los lobos desaparecieron de inmediato, obedientes y leales a las manos que les dieran de comer. Kou se cargó los pulmones de aire, suspiró, y las sirenas rasgaron el silencio de la noche como un gemido lastimero y lejano.

    Los mensajes de los lobos nunca pasaban desapercibidos.
     
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