Explícito I been headed straight for the throne [Colección | Multirol]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Zireael, 22 Abril 2023.

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  1. Threadmarks: Type 8. The Bear (I)
     
    Zireael

    Zireael Equipo administrativo Comentarista empedernido seventeen k. gakkouer

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    Título:
    I been headed straight for the throne [Colección | Multirol]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Misterio/Suspenso
    Total de capítulos:
    3
     
    Palabras:
    3109
    Este quizás sea el inicio de la tercera colección que tengo pensada desde hace muchísimo tiempo, cuya forma de clasificación no será ningún mazo de cartas, si no el dichoso eneagrama del tema que abrí hace tiempo. Quisiera decir que publicaré los tipos en orden, pero es bastante incierto así que por eso estarán las distinciones con los títulos y procuraré mantener el índice ordenado.

    Dudo ir a actualizarla de forma tan frecuente o tan amplia como The Alchemist o Come collect us from the night, pero la había pensado para dar forma a esos "origenes" de la personalidad de cada uno de los niños que he creado hasta ahora. Puede que aparezcan personajes ajenos, puede que no.

    Se inaugura con un fic de Rowan, de Leyendas de Sinnoh, porque el tochopost de Andy me lo dejó clarito como el agua. Es canon para su background, esto ocurre a sus catorce años.

    ADVERTENCIA: Violencia gráfica, se describe sangre y fracturas a lo largo de casi todo el texto.





    Body

    The Instinctive Center


    • Tienden a estar atravesados profundamente por sus instintos y su ira innata. Desean la independencia y el control en su entorno, por ello pueden ser fuertes, confiables y realistas, aunque cuando no están muy conectados con su propia ira pueden actuar, inconscientemente, de forma negativa.

      Unos optan por manifestar su furia, la desatan sobre, alrededor o en los otros cuando escala; otros poseen una inclinación natural a rechazar esta emoción y sus instintos, pretendiendo no estar allí; los restantes intentan controlarla internalizándola, pues saben que existe pero eligen canalizarla, lo que los hace volverse jueces más crueles, sea de sí mismos o de los otros.



    8

    The Challenger

    The Bear
    8w9
    Gentle . Ticking bomb . Cooperative



    I want to break these bones 'til they're better.
    I want to break them right and feel alive.
    You were wrong, you were wrong, you were wrong,
    my healing needed more than time.

    .
    When I see fragile things, helpless things, broken things,
    I see the familiar.
    I was little, I was weak, I was perfect too,
    now I’m a broken mirror.

    .
    I’ll shake the ground with all my might,
    I will pull my whole heart up to the surface.
    For the innocent, for the vulnerable,
    I'll show up on the front lines with a purpose.
    And I’ll give all I have, I'll give my blood, I'll give my sweat,
    an ocean of tears will spill for what is broken.




    | Rowan Ikari |









    —Oh, vaya —dijo la voz desde la oscuridad, grave—. Acaso… ¿Quieres rendirte ya, Ikari?

    No sabía cuánto tiempo llevaba atado a este limbo, a este mundo negro donde no veía, ni siquiera lo que estaba en mis narices. Cada cierto tiempo una bestia de sombras aparecía, me arrojaba al suelo, me pisaba el pecho y me fracturaba las costillas antes de desaparecer. Nunca podía intuir la forma del monstruo, ni siquiera me daba tiempo a tocarlo y cuando su peso me abandonaba dejándome con el dolor de los huesos rotos aparecía la voz.

    Su cuerpo de origen, si era que existía, me respiraba encima y poco después dejaba salir un suspiro exasperado, como si esperara más de mí. No era capaz de hacer mucho más que escuchar sus movimientos a mi alrededor y lo que me decía mientras hacía un esfuerzo monumental por pasar aire sin desmayarme en el proceso, hasta que el siguiente dolor me alcanzara: el de los huesos al forzarse a unirse o volver a sus posiciones originales.

    —No serías el primero ni el último —reflexionó, se escuchaba como si estuviese a mi lado derecho, pero ni siquiera podía mover la mano para comprobarlo—. El que te precedió murió en la primera visita, ¿y tú cuántas llevas?

    —Cuatro —solté en una exhalación y una correntada de lágrimas me bañó el rostro—. Es el número de la muerte.

    —Te han partido los huesos por cuatro días seguidos también —añadió junto a una risa ronca—. Shi. Muerte.


    El suelo contra mi espalda era frío, no sabía qué había abajo, si acaso sería tierra desnuda y ya, pero en cuanto sentí que la conciencia se me escapaba deslicé las yemas de los dedos sobre esa superficie. Presioné como si buscara sujetarme, el esfuerzo me lanzó un relámpago de dolor al centro de la cabeza y pude abrir los ojos de nuevo, luego de sentir que estaba por apagarme.

    Aflojé la tensión en los dedos, pero arrastré el índice para marcar una línea, luego dos... tres y cuatro. Estaba por traza la quinta cuando la segunda parte del acto llegó, el siguiente rayo de dolor fue el equivalente a que la tormenta me cayera encima y me reventara el cuerpo, la tierra debajo de mí y quién sabe qué más; y grité. Lo hice con todas mis fuerzas como llevaba haciendo esos malditos cuatro días, según la voz.

    Mátame.

    Ya mátame, por favor.

    Me duele, ya no quiero que duela.

    ¡Qué me mates!

    —Ninguno lo había pedido. —Fue todo lo que alcancé a escuchar en medio de mis gritos y el ruido de mis huesos al volver a su lugar.

    Cuando el dolor mermó me pareció que había pasado una eternidad, sentía el cuerpo bañado en sudor y los músculos tensos. Ni siquiera me había atrevido a levantarme del lugar donde había estado revolcándome todo ese rato, como si temiera destrozarme el cuerpo yo solo, y aunque imaginé que el dueño de la voz seguiría a mi alrededor no hizo más comentarios, me dejó solo con mis pensamientos.

    No sabía qué era este sitio, lo único que tenía claro era cómo lo llamábamos en mi familia y que lo había visitado cada vez que el uso de la espada por parte de los ancianos había sido llevado al límite. La sangre que me había abandonado el cuerpo con el último ritual de purificación era demasiada, ni siquiera tuvieron que decírmelo para saber que pasaría días sin poder reaccionar y, por rebote, volvería aquí.

    Pasaba un tiempo en un espacio donde nunca podía ver una sola luz ni escuchar a nadie que no fuese yo mismo y donde olía a mi sangre. Estaba acostumbrado a eso, a los ecos de mi cuerpo y el aroma a hierro, había dejado de asustarme con la segunda visita, pero esta había sido diferente desde el inicio.

    Me había arrollado la bestia en el primer momento.

    Algo dentro de mí me decía que no saldría nunca más, que la condenada espada había absorbido hasta la última gota de sangre que me quedaba en el cuerpo y este punto intermedio en el río de almas, esta oscuridad, era dónde terminaba cada niño maldito cuando el arma tomaba nuestras vidas luego de años de arrancarnos tajos de espíritu según fuese necesario. Era la certeza de quien cae en las aguas embravecidas de un océano helado y se le entumecen los pulmones, impidiéndole tomar aire en el momento justo.

    Sin embargo, luego de cuatro días con el pecho congelado recordé que no estaba solo fuera de estas tinieblas, si era que estaba vivo todavía. Tenía a mis padres, tenía un hogar al que volver, una aldea donde necesitaban de mí y a la que no podía abandonar a su suerte sin más. Si era el cuarto día, si era la cuarta vez y la muerte me respiraba en la nuca, ¿por qué le estaba pidiendo que me tomara de una vez? No le pertenecía, no todavía.

    Mi vida había dejado de pertenecer a cualquiera desde ese momento.

    Cuando me enderecé escuché el movimiento del monstruo cortar el aire, me alertó de su presencia a pesar de que no me daría tiempo siquiera de esquivarlo, pero me permitió prepararme mentalmente para el impacto. Me había pasado catorce años sintiéndome débil y enfermo, y cuatro días con la tortura del dolor de los huesos rotos… la fuerza corporal que conservaba, aunque ilusoria, era casi inexistente. Estaba cansado de tantas formas que era incapaz de describirlo, aquí en la oscuridad o en Eterna.

    Ya no quería ser el sacrificio de nadie.

    Estaba harto de vivir esa vida.

    La criatura me embistió arrojándome al suelo otra vez, todo el peso que poseía cayó sobre mi pecho y me despedazó las costillas con fuerzas renovadas. Fue como si lo supiera, que planeaba resistirme, porque puso muchísima más violencia sobre el ataque y supe que los huesos habían astillado algo dentro de mi cuerpo porque la boca se me llenó de sangre de repente. Grité bajo aquel peso, las lágrimas me llenaron los ojos y estuve por perder la conciencia de nuevas cuentas, pero reaccioné.

    No sé con qué fuerza, pero lo hice.

    Arrojé los brazos hacia arriba en un intento por apartar a la bestia de mí o de ubicar su cuerpo, pero pasaron a través de la nada aunque sentía el peso contra la carne. El cuerpo se me bañó en tal furia, tal frenesí de emociones, que olvidé que mis movimientos estaban proyectando el daño al resto del torso, a los hombros y quién sabe dónde más. Oí el crujir de mí mismo, como si fuese un muñeco de madera, y seguí perdiendo la razón.

    Iba a volverme loco, pero si iba a partirme los huesos sería luchando.

    No lo haría nadie que no fuese yo mismo.

    —¡Muéstrate! —exigí con la sangre ahogando mis palabras—. ¡¿Qué pasa?! ¡¿Te la vas a pasar escondido hasta el fin de los tiempos de un niño un tercio del cuerpo fracturado?!

    En cierto punto mis dedos lograron asirse de algo, una tela helada mucho más arriba de dónde la criatura estaba aplicando toda la presión, y la empuñé con tal fuerza que me dolieron los las uniones de toda la mano. No logré hacer que el cuerpo bajara, tampoco pude sujetarlo con ambas manos, pero me negué a dejarlo ir y seguí revolviéndome como un poseído.

    —Para ser mi torturador creí que tenías más estándares —dije luego de toser—. ¡Da la cara!

    En respuesta el peso contra mi pecho aumentó, me arrancó un quejido que casi no pude reconocer como parte de mí mismo y al estirar el brazo para intentar pescar más de la extraña tela que era lo único que delataba la existencia de un cuerpo, el sonido que escuché cerca de mi oído derecho fue terrible. El brazo perdió fuerza, pero el contrario reaccionó cuando entendí lo que había sucedido y le hizo de soporte.

    Me había dislocado mi propio hombro.

    Logré sujetar más de la tela a costa de la integridad de mi brazo, tiré hacia abajo y apenas la tuve a la distancia suficiente la pesqué contra la otra mano. Se negaba dejarme ir, también a mostrarse, pero me forcé a arrastrarme fuera del peso que me estaba moliendo los huesos y al hacerlo solo empeoré el daño, lo sentí, fue como reventarme el cuerpo contra las rocas que esperaban en la caída de catarata.

    El grito que me rasgó la garganta fue tan intenso que no supe ya si el gusto a sangre venía de allí o del interior y no detecté que la visión me parpadeaba porque todo seguía jodidamente oscuro, pero estaba por perder la batalla. El grito se transformó en un sollozo violento, sentí que iba a ahogarme, pero no cedí.

    No pretendía ceder nunca más.

    Los ojos me chispearon de negro a blanco puro, fue tan intenso que no supe procesarlo y cuando aquella luminosidad me permitió detallar siluetas lo primero que pude ver, ahora sobre mi abdomen ya deformado por la brutal fuerza que le habían dejado caer, fue la espada. La punta del filo no me tocaba la piel pero allí suspendida me aplastaba como si fuese el mismísimo Monte Corona. Al levantar la vista empañada, parchada de rojo por mi propia sangre, detallé la supuesta tela, vaporosa, y los ojos de fuego frío que me observaban desde arriba.

    —Cuatro veces y cuatro días —repitió y esta vez sí pude detectar que su origen era de hecho la figura envuelta por la tela negra—. Todos los niños malditos entregaron cosas diferentes, aquellos que superaron la primera pesadilla. Algunos entregaron sus sueños, otros sus emociones, un compañero de juegos muy querido o a sus hermanos… Hace muchos siglos que ninguno entregaba su propio cuerpo en este lado del río. Has fracturado y dislocado tus propios huesos para liberarte, para recuperar la vida que crees se te fue arrebatada por Kyūseishu.

    Kyūseishu.

    ¿Salvador?

    —Has sobrevivido al cuarto día, Ikari, y has exigido mi presencia. —Mientras seguía hablando el peso sobre mí fue desapareciendo, despacio, y el dolor de mi cuerpo rearmándose volvió—. Ah… La pesadilla los ha atraído al cuerpo que creyeron que quedaría vacío. Pobres, se llevarán un fiasco.

    El espacio ahora blanco, al menos lo que alcanzaba a ver desde el suelo y en medio de las lágrimas y la sangre más allá de la silueta oscura, se fue cubriendo de pequeñas llamas púrpuras. Danzaban a un ritmo tan lento que era casi imperceptible, pero parecía responder a las entonaciones de la voz del Amo del Terror.

    —Pesadillas —murmuré, hilando ideas por fin, aunque los brazos me cayeron como peso muerto a ambos lados del cuerpo y perdí contacto con la figura—. Mamá… Mamá le pedía a Cresselia buenos sueños para mí.

    —Alguien debe alimentarse de la energía que absorbe Kyūseishu —resolvió Darkrai—, tanto la que toma de los Ikari como de los lugares, personas y pokémon que purifica. Los residuos tienen la fuerza suficiente para acercarlos peligrosamente a mí aún así. Tómala, Ikari, ¿acaso no es tuya?

    No dejó tiempo de respuesta, apenas dio aquella orden el filo del arma me atravesó el abdomen y el dolor me rayó el cerebro de nuevo, con los huesos a medio camino de acomodarse todavía. La bruma que me arrojó en la cabeza esta vez tuvo la fuerza para oscurecerme la visión por completo, como si todo hubiese regresado a la negregura de antes sin ninguna clase de aviso.

    En el momento en que volví a abrir los ojos fue en mi habitación, me enderecé del futón de golpe y los gritos llenaron la casa, alertaron a mis padres y a la aldea entera. Me llevé las manos al estómago allí donde la espada se había enterrado al estar en el otro lado e intenté sacarla decenas de veces, aunque no tenía nada atravesándome la piel. Todo lo que supe fue que mi padre deslizó la puerta de la habitación, lo hizo con fuerza y esta rebotó al encontrar la pared, pero no le importó y se arrojó sobre mí para detener el movimiento de mis manos.

    —Basta, Ro —pidió con un hilo de voz, sujetándome ambas muñecas con la mano derecha y me atrajo hacia sí con el brazo libre—. Te harás daño, hijo, ya para. Estoy aquí, ¿me oyes? Ya estás de regreso.

    Su voz me alcanzó como venida de otro mundo, muy muy lejos, pero bastó para que el miedo y el recuerdo del dolor que había experimentado en aquel espacio, que ahora se me antojaba tan difuso, estallara en forma de llanto. No era más que un niño asustado, ¿qué más iba a hacer? Lloré hasta quedarme seco, lo recuerdo perfectamente, y mi padre me ocultó entre sus brazos toda la noche.

    Cuando la luz de la mañana estaba más cerca mi madre se acercó a nosotros, yo llevaba dormitando en los brazos de mi padre desde hace horas, y reaccioné cuando sentí que ella me limpiaba la frente con un trapo húmedo. Al regresarme mi espacio tomó un mechón de mi cabello casi encima de la frente y al observarlo ante la luz amarillenta que desprendía una lámpara en el rincón se desinfló el pecho con resignación.

    —Volvió a cruzar el río —dijo hacia mi padre y luego añadió algo más—. Los Litwick… Uno se quedó, no se ha movido de la puerta principal desde que los demás se disiparon cuando Rowan despertó.

    —Déjalo, que Dusclops lo vigile. —Mi padre atrajo mi cuerpo hacia su pecho y me arrulló como si fuese un niño de siete años—. Descansa, cielo, yo me quedo con él.

    Quise alzar la voz, pero la mente me iba demasiado lento y observé a mi madre irse sin poder decirle que no tenía que preocuparse por mí, que había visto la otra vereda del río y regresado. En ese momento reparé en la sombra de mi padre proyectada por la lámpara, se estiró y se deformó estirándose hacia la puerta, antes de volver a la normalidad, estática como el cuerpo de papá. Ni siquiera me sobresalté, cerré los ojos y me abandoné a un sueño quieto, silencioso, en donde no había huesos rotos ni sangre llenándome la boca.

    —Ayúdalo.

    Esa última palabra la dijo mi padre, casi no me alcanzó, pero apenas percibí algo de calor en el cuerpo antes de caer rendido entendí que no hablaba conmigo ni estaba extendiendo una plegaria. Fue casi una súplica, una que olvidaría como casi todo lo que había visto en esos cuatro días en lo que los Ikari conocíamos como el río.

    Olvidaría, pero sería capaz de empuñar el arma a la que mi vida le había pertenecido por catorce años.





    • Al referirme al río (el otro mundo, la pesadilla donde Ikari se encuentra con Darkrai) lo hago asociándolo al río Sanzu del budismo.
     
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  2.  
    Kaisa Morinachi

    Kaisa Morinachi Crazy goat

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    Oh, my. Y aquí, querida Yáahl, recae la diferencia primordial entre Takuma y Rowan. Lo único que diré de momento es que me encanta que Rowan, con todo y dificultades, tuviera una familia que lo ama <3
    Que en realidad es lo que me encaja muy bien con todo lo que yo entendía por Eterna: Un lugar inospito dónde es complicado no solo vivir, incluso sobrevivir, y por ende se necesitan sacrificios más las maldiciones que de por si rondan la aldea. Pero, con todo y desgracia, por más duro que suene, los aldeanos desarrollaron esa naturaleza de sacrificarse por un bien.mayor, de todos portar un poco de ellos, con su vida espiritual, con rituales, con dar el pellejo en la cancha, para que todos, aunque no lleguen a muy viejo, tengan más chances de vivir que como lo harían su fueran egoístas.

    Me alegra mucho que eligieras Eterna, porque me gusta mucho cómo escribes, ahora me encanta el personaje de Rowan y siento que has captado la aldea como yo la capte en un inicio y compartir eso es gratificante para mí corazón <3

    I kinda feel you, darling *ugly cry *
    Aquí se nota que Rowan es 8 y yo el 1 y el 8 los tengo desaparecidos de mi eneagrama XD

    Weon, que risa me da que my honest reaction SE QUE FUE COMO LAS CARAS de asco QUE COLOCA GIANNA. Ya, luego del jaja regreso al mood.

    Pensé en eyeslash, pero Darkrai tiene todo el sentido del mundo.

    Takuma viendo de lejos cómo otros tienen madre que se preocupan por ellos: :'|

    Weon, identificada con la madre de Ro, que pedo.

    Es súper conmovedor, pero me río de la pura y dura sátira que es leer esto y luego Takuma: solo, triste y descuidado.

    "Otra" creo que querías decir en vez de Hora uwu <3.

    SLAY, GUY.

    El formato, la narracion, la historia y los personajes, todo me a encantado. Crudo, duro, pero encantador a su manera.

    Rowan me encanta, que sea un 8w9 so/sx hace claro el valor que tiene por su aldea y por su familia y es más que hermoso.

    El texto también me ayuda a ver cómo escribir la propia backhistory de Takuma, si te interesa de ahí conversamos qué cosillas pueden compartir <3 No sé, a Rowan viéndolo hacer una danza conmemorativa de algún ritual entre los muchos que hacen, cositas esporádicas <3

    Pau, decirte también que eres una gran escritora. Siempre me gustó cómo escribes, pero siento que este relato abarca muy bien todo lo que te caracteriza, tienes un estilo, tienes temáticas recurrentes y, qué decir, me encantan <3

    Estaré encantada de seguir leyendo cositas de esta colección uwu. Si me das el permiso, puede que te pida prestado el formato si no te disgusta <3

    Good luck owo/
     
    • Adorable Adorable x 1
  3. Threadmarks: Type 9. The Referee (I)
     
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    Los fics me van a ir saliendo más cortos, se ve, pero en este caso siento que digo más en pocas palabras que en muchas. Aquí se viene el fic de Maze, que lo tuve clarísimo hace unos días que estaba reescuchando Nine.

    Es canon para el background del niño en Gakkou específicamente.





    Body

    The Instinctive Center


    • Tienden a estar atravesados profundamente por sus instintos y su ira innata. Desean la independencia y el control en su entorno, por ello pueden ser fuertes, confiables y realistas, aunque cuando no están muy conectados con su propia ira pueden actuar, inconscientemente, de forma negativa.

      Unos optan por manifestar su furia, la desatan sobre, alrededor o en los otros cuando escala; otros poseen una inclinación natural a rechazar esta emoción y sus instintos, pretendiendo no estar allí; los restantes intentan controlarla internalizándola, pues saben que existe pero eligen canalizarla, lo que los hace volverse jueces más crueles, sea de sí mismos o de los otros.



    9

    The Peacemaker

    The Referee
    9w8
    Calm . Detached . Steady



    Who am I
    to say what any of this means,
    I have been sleepwalking
    since I was fourteen.

    .
    Still, I check my vital signs.
    Choked up, I realize
    I’ve been less than half myself
    for more than half my life.

    .
    So please show me what to do
    to restart this heart of mine.
    How do I forgive myself
    for losing so much time?




    | David "Maze" Mason |









    Me quedé estático, respirando tan lento que por un momento genuinamente sentí que había dejado de hacerlo del todo y bajé la mirada a mis manos, allí sobre la mesa. Estaba cubierta por un mantel con estampado de flores de un tono claro de amarillo, parecían prímulas pálidas o algo así, el caso fue que lo miré como si fuese la cosa más interesante del mundo y no dije nada por varios minutos.

    Estaba a pocos meses de cumplir catorce años.

    Era un niño cuya única preocupación eran un par de tareas de la escuela, correr por el pueblo y hacer el tonto en la línea del bosque cercana, pero de repente eso había cambiado. Fue como si un bisturí hubiese hecho un corte limpio entre ese momento de mi vida y el siguiente, desarticulando un fragmento del otro para siempre, eran dos vidas distintas que no parecían ser mías. Al menos la diferencia era suficiente para que después, a mis casi dieciocho años, siguiera desconectado de esos recuerdos.

    Mi madre estaba sentada al frente, la mesa era pequeña de por sí, pero la sentía mirarme con demasiada intensidad, esperando alguna reacción. A mí la neurona se me había quedado densa pensando en la escuela, en mis amigos, en mi pueblito minero y en mi bosque. Pensé en todo eso, en las noches de Halloween y el festival que organizaban, hasta en la pequeña iglesia sobre la colina a la que iba con mamá los domingos aunque nunca prestaba atención al sermón del Padre.

    Pensé hasta en lo que ignoraba.

    Pero era parte de mí.

    —No sabemos hablar japonés —dije todavía sin despegar la vista de mis manos y una ansiedad terrible me bañó el cuerpo—. ¿Cómo voy a estudiar y eso?

    —No será ahora mismo, cielo, no te preocupes. Aprenderemos juntos en estos meses, ¿sí? Seguro le pillas el gusto antes que yo. Eres bastante listo, ¿no?

    Todas las madres pensaban eso de sus hijos, suponía, porque yo no era ninguna clase de genio en realidad y no lo sería nunca. Tenía notas promedio, a veces olvidaba las tareas y me dejaba cargar en los trabajos grupales porque le caía bien a los demás niños, pero nada más. Mamá lo sabía, pero me amaba y podía mentir.

    Todas las buenas madres lo hacían.

    Le habían dado un ascenso, una oportunidad dorada para salir del pueblo que se había quedado atrapado en el tiempo, ¿por qué no iría a tomarla? Jamás la culpé por ello ni la juzgué, pero muchos meses después entendí que me había dado la noticia para que le diera su opinión, que si le decía que nos quedáramos se habría quedado. Sin embargo, me alegraba a su manera que reconocieran su trabajo, aunque pasara trabajando de sol a sol, porque parecía amar lo que hacía.

    ¿Cómo iba yo a quitárselo?

    Asentí con la cabeza, despacio, y cuando fui capaz de sonreír por fin sentí que algo se fracturó en mi columna vertebral. Una tonelada de concreto cayó de ninguna parte, me aplastó los nervios y me dejó fuera de funcionamiento, todo lo que quedó fueron las reacciones de supervivencia y ya. No quería un gran drama, llanto ni nada, en medio de aquel corte abrupto lo único que quería era sentir que estábamos tranquilos porque sería lo único que me sostendría cuando llegara al corazón de Japón.

    A ese mismo día le pertenece un recuerdo vago, distante, de una cena de celebración a la que invitaron a mi madre. Era fuera del pueblo, en un hotel bastante bonito, y el lugar estaba lleno de gente a la que no le puedo asignar rostros ni nombres, como si no fuesen más que piezas de relleno en un sueño producido artificialmente, como si fuese una memoria implantada y le perteneciera a otra persona.

    Los meses siguientes pasaron entre papeleo, clase de japonés y trámites de vete a saber cuántas clases. Pasó mi cumpleaños, Halloween, Navidad y Año Nuevo, pasó el cumpleaños de mi madre y medio año escolar. La vida siguió pasando hasta que estuvimos subidos en un avión dejando atrás una pequeña casa vacía, los niños con los que había crecido y el lugar que conocía como la palma de mi mano. Recuerdo haber visto a los hermanos Hartley corriendo detrás del taxi que nos dejaría en el aeropuerto junto a otros de los niños con los que me juntaba. Se habían despedido, pero yo no recordaba haberles dicho adiós en ningún momento.

    Solo sabía que me habían arrancado las raíces a cosa de un mes de cumplir quince años.

    El día de llegada se guardó en mi mente bastante borroso, todo lo que sé es que dormí y dormí y dormí en un futón que mi madre extendió en la que sería mi habitación en lo que nos acomodábamos. No tengo una sola memoria de haber comido algo ese día ni del camino que trazamos desde el aeropuerto hasta la casa de Nakano en el coche que nos recogió. Todo acabó por convertirse en un manchón negro ilegible, como cuando te equivocabas escribiendo con bolígrafo y no tenías corrector de ninguna clase. Había un rayonazo, un claro intento por corregir la cagada, pero era imposible de ignorar.

    A mamá le dieron algunos días para adaptarse y ella me dio algunos a mí para procesar el impacto, pero cuando salí… Cuando tuve que enfrentarme a la jungla de concreto y al ruido de Tokyo, sentí que iba a perder la razón. Luego de otro viaje borroso en auto estuvimos en medio del bullicio del que años más tarde descubriría llamaban el Triángulo del Dragón, en el bajo mundo al menos. Ese punto entre Shibuya, Shinjuku y Chiyoda pululaba de vida, tanta que me vi abrumado.

    Mis ojos encontraron los edificios, las rascacielos que sabía que Estados Unidos también poseía pero a los que nunca me había enfrentado realmente y el cuerpo entero me entró en sobrecarga. Era lo colosal de la arquitectura y el ruido de miles de personas moviéndose, pero más que eso fue que no pude olerlo.

    No pude oler el bosque.

    Ya no estaba y solo entonces lo procesé.

    Me quedé estaqueado en la acera con los ojos alzados hacia el rascacielos que parecía no tener fin y de milagro nadie me llevó en banda. Las lágrimas me habían ardido detrás de los ojos, pero así como cuando mamá me dio la noticia desconecté todos los cables y solo quedó un muñeco con la columna vertebral rota, pero que seguía funcionando.

    La humedad de la tierra, de las hojas descomponiéndose y de la madera no estaba, a pesar de que en casa se camuflaba con los olores del pueblo aquí no había ni rastro de eso, por mucho que intenté buscarlo como si fuese mi única conexión real con el mundo. Reconocerlo me partió el corazón en mil pedazos, lo sentí, y no pude procesarlo en realidad. Solo en ese momento me di cuenta que toda la movida, de forma literal, había sido un caos; que me había pasado casi quince años de mi vida en una zona de absoluta calma y ahora me habían sacudido los cimientos.

    No quería que pasara nunca más.

    No quería sentirme así de perdido de nuevo.

    Aunque… ¿Acaso dejaría de estarlo?


    —¿David? —La voz de mamá, su preocupación, me trajo de regreso—. Vamos, cielo. Dicen que hay un bonito restaurante por aquí, sigamos buscando.

    Se ancló a mi brazo y me llevó consigo, pero no tengo idea de si encontramos el dichoso restaurante o no. El resto de esa esa semana ocurrió bajo el mismo patrón y se grabó en mi memoria entrecortada, como una película descompuesta, puede que incluso muchos más recuerdos fuera de la semana de llegada se hayan consolidado de esa manera, pero en realidad no lo sé. Me quedó bien presente que le pedí a mi madre que no saliéramos más, por lo menos en dos días o algo así, y cuando me ofreció visitar algún lugar más natural en medio de ese cemento la rechacé.

    No quería ver un remedo de lo que había tenido que abandonar, solo imaginarlo me llenó el cuerpo de otra emoción que descarté al tacho de la basura y no volví a alcanzar nunca, no de forma voluntaria. La ira que la idea de buscar una réplica de mi bosque en ese montón de concreto me provocó fue terrible, repulsiva, por lo que la rechacé de inmediato.

    La rechazaría el resto de mi adolescencia.

    Recibí clases en casa en un revoltijo de inglés y japonés durante lo que quedaba del año, para poder entrar a la escuela de forma definitiva cuando empezara el siguiente año escolar, pero salí poquísimo en esos meses. Cuando las clases se terminaban me tiraba el resto del día leyendo algunos libros que mi profesora me había prestado sobre mitología japonesa para practicar la lectura con un tema que me gustara, hacía las tareas y me echaba a dormir. Fueron extraños, de lo más descartables en mi vida, pero allí están.

    Quizás el único recuerdo que guardo con mayor nitidez es el de mi cumpleaños quince, ya en Japón. Estábamos bien instalados, ya no había tantos vacíos en la casa y mi madre no se atrevía a dejarme solo más de algunas horas, la cadena hotelera había sido bastante comprensiva con ella en ese sentido.

    El día de mi cumpleaños mi madre llegó pasadas las siete de la tarde a casa con una pequeña tarta fría, cubierta de crema batida y frutas. Junto a eso traía una cajita de mochis rellenos de helado de durazno y una botella de Coca-Cola de las grandes; había entrado (luego de batallar un poco con las llaves porque yo estaba en el baño) al grito de: Suprise! Luego acomodó todo en la mesa de la cocina, sacó quince velas que imitaban bengalas y las acomodó todas en el pastel que se veía diminuto con el montón de palitos enterrados.

    Las encendió de una en una con un mechero de rueda mientras comenzaba a cantarme cumpleaños. Su cabello rojizo se iluminó con las pequeñas chispas luego de que el fuego consumiera un poco de cada remedo de bengala, dándole un tinte anaranjado, y aunque seguía desconectado de mí mismo su voz fue un arrullo que sonó lejano, como si su voz me llegara desde el otro lado de un cristal. Me recordó las canciones que me cantaba cuando tenía cinco años como mucho y arrastró algo de la vida que había dejado atrás a esta, de hecho la noción casi me hace quebrarme y cuando me dijo que pidiera un deseo tuve que inhalar un montón de aire para volver al centro.

    Que pidiera un deseo.

    ¿Se me permitía desear algo?

    Era extraño porque había una creencia que decía que al fuego de las velas no se le pedían deseos, que en su lugar se le entregaba lo que uno quería dejar ir y no ver nunca más, por eso los deseos de cumpleaños nunca se hacían realidad, porque al apagar la vela hacíamos lo mismo con el deseo que terminaba siendo arrastrado por el humo. En ese chispazo de lucidez una cosa me alcanzó la mente en el momento que soplé las bengalas que pusieron algo de resistencia antes de apagarse de forma definitiva y pensé qué era lo que quería que el fuego se llevara para siempre.

    El desasosiego que sentía desde el año pasado.

    El regalo que sacó mi madre de su habitación en ese cumpleaños sigue en casa, en el centro de la mesa de la cocina. La esfera del terrario que no sobrepasaba los veinticinco centímetros de alto no había cambiado de posición más que para poder limpiar la mesa en tres años y los diminutos insectos y caracoles que vivían allí eran liberados por mi madre cuando parecían sobrepasar el tamaño que el bosque en miniatura podía sostener, inamovible.

    Estaba suspendido en el tiempo como mi aparente calma.
     
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    Zireael

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    I been headed straight for the throne [Colección | Multirol]
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    Misterio/Suspenso
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    Body

    The Instinctive Center


    • Tienden a estar atravesados profundamente por sus instintos y su ira innata. Desean la independencia y el control en su entorno, por ello pueden ser fuertes, confiables y realistas, aunque cuando no están muy conectados con su propia ira pueden actuar, inconscientemente, de forma negativa.

      Unos optan por manifestar su furia, la desatan sobre, alrededor o en los otros cuando escala; otros poseen una inclinación natural a rechazar esta emoción y sus instintos, pretendiendo no estar allí; los restantes intentan controlarla internalizándola, pues saben que existe pero eligen canalizarla, lo que los hace volverse jueces más crueles, sea de sí mismos o de los otros.



    1

    The Reformer

    The Advocate
    1w2
    Wise . Perfectionist . Impatient



    Who am I
    ‘cause I believe that we can fix this over time,
    that every imperfection is a lie.
    or at least an interruption...
    Now hold on, let me finish.
    No, I’m not saying perfect exists in this life,
    but we’ll only know for certain if we try.

    .
    But the list goes on forever,
    of all the ways I could be better, in my mind.
    As if I could earn God’s favor given time,
    or at least “congratulations...”




    | Shiori Kurosawa |









    Eran casi las once de la mañana y mi madre no había dado señales de vida, papá había hecho el desayuno, abierto las ventanas y había llamado a su puerta varias veces, pero ella no respondía. La noche anterior la había escuchado llorando hasta pasadas las tres de la mañana y aunque consiguió calmarse, dudaba que hubiese sido capaz de conciliar el sueño en realidad.

    Ayer habíamos sepultado a mi hermano mayor bajo una lluvia torrencial, en un trozo de tierra que era parte de las tumbas de los Kurosawa; habíamos enterrado a su primer hijo que no había alcanzado siquiera a cumplir los diecisiete años. No había caso en decorarlo o suavizarlo, habíamos metido a Kaoru en una caja, medio remendado, para dejarlo en la tierra junto a los restos de nuestro abuelo, bisabuelo y así hasta parar de contar para que comenzara otro viaje.

    ¿La muerte de Kaoru contaba como la muerte de un niño? ¿Jizō lo ayudaría a cruzar sin tretas el Sanzu? ¿Lo harían pesar sus ropas acaso para decirle por dónde cruzar? No tenía idea. Mamá lloraba llamándolo su niño, pero papá le había dejado seis monedas en el ataúd. Una lo veía como su bebé y lo sería sin importar cuánto tiempo pasara, el otro parecía aceptar que el pequeño que había criado había muerto cuando comenzaba a ser un hombre. ¿Y yo? Yo solo sabía que mi hermano había sido bueno, que me había amado y me había protegido.

    Que él había dado su vida por la mía.

    Y ahora no sabía si semejante sacrificio había valido la pena.

    Seguía sin haberlo llorado, estaba allí en mi habitación haciendo los deberes como si Aniki estuviese todavía en la habitación de al lado, como si no llevara pensando desde el momento en que lo declararon fallecido en el lugar que yo debía haber muerto en su lugar. Escuché a papá llamar a mi madre de nuevo y eso me hizo reaccionar, dejé el lápiz sobre el cuaderno, miré mi muñeca y noté las marcas amoratadas a su alrededor. Era de allí de donde Kaoru me había sujetado con una fuerza bestial para sacarme del camino, era la única marca física de su existencia a mi alrededor, en contacto conmigo, que quedaba y se desvanecería pronto.

    Me quedé observando la marca unos segundos, tomé muchísimo aire y me levanté de la silla despacio. Caminé hasta la habitación de mis padres cuando escuché que papá se rendía y regresaba a la primera planta, donde me detuve frente a la puerta, tomé aire para deslizarla lentamente y la estampa que me recibió me conectó más con la realidad de que mi hermano estaba muerto. Me obligó a aceptarlo.

    Mamá estaba acostada en la cama de lado, su cabello oscuro, medio ondulado, caía de forma desordenada sobre la almohada y ella tenía la misma ropa que había llevado al sepelio. No se había quitado el maquillaje corrido, los zapatos estaban tirados a mitad del cuarto en vez de estar junto a la puerta principal de la casa, abajo, y miraba a la nada, apenas parpadeando para humedecerse los ojos de por sí irritados por el llanto de la madrugada. Fue chocante porque nunca la había visto así, pero de inmediato entendí que no podía quedarme estática.

    Que Kaoru no lo habría permitido.

    La imagen y el olor de la sangre mezclados con el pavimento me alcanzaron los sentidos, vi el rojo como si fuese una línea de luces navideñas, me olió a hierro de forma intensa y me quedé estaqueada a la puerta unos minutos esperando que los recuerdos, nítidos pero desordenados, se desvanecieran. También estaba encontrando las fuerzas para actuar y cuando lo hice supe que fue como si me hubiese agachado para despegar el rostro de mi hermano de la calle donde lo habían atropellado para colocarlo encima del mío, como una máscara. En ese mismo instante corté el hilo de lo que quedaba de mi infancia y lo vendí al mejor postor: la sombra del primogénito que habían perdido mis padres.

    No tenía espacio para errores, no si quería sacar a mamá de ese pozo.

    Inhalé profundamente, entré a la habitación y rodeé la cama para acuclillarme frente a ella, pues estaba acostada hacia el borde de la cama. Sus ojos oscuros me miraron sin verme en realidad por algunos segundos, pero cuando conectó con el mundo y habló sentí el llanto apilarse, haciéndome un nudo en la garganta.

    —Kao —murmuró con un dejo de esperanza que me partió el corazón.

    Entendí que creyó que el funeral y todo lo anterior había sido solo un mal sueño, que por un segundo en medio de su dolor pensó que Aniki había vuelto de la tumba y podríamos volver a ser los de antes. Sin embargo, no era más que una ilusión, la primera de muchas.

    —Shiori —corregí suavemente, estirando la mano para tomar la suya que colgaba de la cama—. Mamá, ¿no tienes hambre?

    Los ojos se le humedecieron apenas escuchó mi nombre, pero no le quedaban energías para llorar así que negó con la cabeza como pudo. Su mano no reaccionó a mi tacto en lo más mínimo, siguió como peso muerto, y yo pasé un montón de saliva obligándome a bajar la correntada de lágrimas.

    —¿Puedo desenredarte el cabello? No hace falta que te muevas.

    No respondió, fue como si hubiese desconectado los cables en el momento en que cayó en cuenta que el rostro que había visto no era el de mi hermano si no el mío y regresó al pozo para zambullirse en el agua helada del fondo. Solté su mano con cuidado luego de darle un apretón, me enderecé y caminé hasta el mueble frente a la cama donde tenía sus cosas. Habían un par de perfumes, algunas pinzas para el cabello y varias cajas de joyería bastante modestas, nada muy loco, el cepillo de peinar estaba ahí al frente.

    Lo tomé, subí a la cama y me acomodé a su espalda quitando el cabello de la almohada para dejarlo medio encima de mi regazo. Empecé a peinarla muy suavemente, tanto como la posición lo permitía, comenzando por las puntas con intenciones de seguir hasta las raíces antes de pedirle que se acomodara para seguir con el otro lado. Me dediqué a hacerlo con tal paciencia y cuidado que incluso yo desconecté, olvidé mis ganas de llorar, la decepción de mamá al escuchar mi nombre en vez del de mi hermano y los llamados inútiles de papá de hace unas horas.

    No me di cuenta en qué momento empecé a tararear una canción en voz muy baja, pero cuando fui consciente de lo que hacía no supe si era para calmarme a mí o a mi madre, aunque el orden no importaba mucho. Continué hasta que conseguí desenredar ese lado de su cabello y al fijarme noté que seguía despierta, así que le di un toquecito en el hombro.

    —Mamá. —La llamé con cautela—. ¿Podrías acomodarte para seguir con el otro lado? Si no quieres está bien, no pasa nada.

    No se movió por más de un minuto o eso creí, pero cuando estaba por dejarla tranquila para irme giró el cuerpo en mi dirección. Algunos segundos más pasaron antes de que se moviera lo suficiente para colocar la cabeza sobre mi regazo y allí se rindió, su cuerpo cedió y noté que sus lágrimas humedecían mis piernas, cubiertas todavía por el pijama de un tono claro de rosa. Fingí no verlas, reinicié mi tarea y comencé a desenredar el resto de su cabello, paciente, tarareando la canción de nuevo.

    Para cuando terminé me llené los pulmones de aire, dejé el cepillo a un lado y acaricié su cabello ya desenredado, lo hice con suavidad como si me diese miedo romperla todavía más. Un par de caricias después dejé la mano allí, quieta, y abrí la boca para tratar de hilar alguna frase coherente ignorando el hecho de que mi hermano ya no estaba más en este mundo.

    Que no volvería jamás y tendría dieciséis años por siempre.

    —Papá preparó salmón, le quedó muy rico —empecé en voz baja, como quien le habla a un animal esperando que no eche a correr—. Y el arroz también, pero dijo que podía hacer fresco porque sabe más rico recién salido de la olla.

    Iba a seguir parloteando sobre la comida hasta lograr algo, la reacción que fuese, cuando sentí que el peso de su cabeza desaparecía de mi regazo y la observé levantarse despacio. Me pareció que el movimiento fue mecanizado, como el de una muñeca de porcelana con articulaciones bastante penosas, y se quedó unos segundos a la orilla de la cama antes de ponerse de pie y salir de la habitación en dirección a la escalera para ir a la primera planta. Su cabello se balanceó como un péndulo detrás de ella, al ritmo de su andar que estaba a nada de parecer el de un borracho.

    Bajé de la cama para seguirle los pasos en silencio, quise ver si solo iba a cambiar de espacio, pero siguió hasta el comedor donde estaba papá sentado a la mesa con las manos entrelazadas, mirando a nada en particular y se sentó frente a él sin decir una palabra. Los ojos de mi padre, de ese naranja intenso que Kaoru y yo habíamos heredado, parecían un par de piedras sin pulir, pero cuando notó la figura de mamá aparecer un chispazo breve de esperanza le cruzó la mirada y deslizó los ojos hacia mí un instante.

    Lo lograste, decía.

    Ese sería el inicio de muchos días en los que tendría que empujar a mamá a comer, a peinarse e incluso a asearse, tendría que hacerlo a costa de mí misma pero no podía dejarla así. Kaoru no habría permitido que mamá fuese consumida por la tristeza, no dejaría que se la comiera viva, y yo que acababa de levantar su rostro de la calle no podía sino cumplir su voluntad.

    Me convertiría en él para salvar a mi madre.

    Para alivianar la carga de mi padre.

    Y para sobrevivir yo misma.

    Nunca lo cuestioné en realidad, si era algo de lo que sentirme orgullosa o preocuparme, ni idea. Solo años después me daría cuenta realmente de lo que mi sacrificio había significado a largo plazo y me aprovecharía de ello sin ningún tipo de reparo, usaría ese disfraz de hija abnegada para que nunca me reclamaran nada. Vivía una vida separada de ellos, el hilo que nos unía se había reventado con la muerte de Kaoru, con su sangre en el pavimento y su cuerpo unido como el de un muñeco de trapo.

    Al negarme a mí misma la posibilidad de cometer errores, convirtiéndome en la chica perfecta que podía ser amiga de todos, obtendría los hilos que me permitirían controlar mi vida y la de los demás. Si eliminaba el margen de fallo, si podía tirar de los hilos apenas algo se saliera de lugar, evitaría tener que ser salvada. Porque tenía que haber muerto en lugar de mi hermano, pero ahora tenía que vivir su vida, al menos la fracción de ella que conocía. No tenía opción.

    No me quedaba más que transformarme en aquello que se había perdido para siempre.
     
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