Explícito Honey, goddess, heaven [Gakkou Roleplay | Altanna]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Gigi Blanche, 24 Diciembre 2020.

  1.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Escritora
    Título:
    Honey, goddess, heaven [Gakkou Roleplay | Altanna]
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    5526
    N/A: mira esto se puede considerar regalo de Navidad y todo aunque no lo haya planeado como tal, those are details (?? So Hitori sigo robando a tu niño para mis delirios osi osi
    Advertencia: escenas explícitas duh de sexo heterosexual.




    Honey, just let me spend my money
    Goddess, we could make it simple

    Wanna build a brand new temple
    Heaven, there's room for us in heaven
    We could stay this way forever

    .
    .
    .

    Era una sala amplia. El silencio combinaba con la oscuridad, los ventanales ridículamente amplios y la luz de luna colándose pálida, tímida, como una especie de reflejo fantasmal. Empañaba el negro de un vaho liviano y bañaba el amueblado con un tinte extraño, puede que incluso hipnótico. Era imposible perder detalle alguno de los bordes y siluetas, todo lucía más afilado y al mismo tiempo nostálgico. Blanco, grisáceo quizás, con una leve nota azulada. Era el color de la noche.

    Había dejado la copa junto al sofá y empecé a caminar lentamente luego de quitarme las botas. La frialdad del piso penetraba en la tela de las medias de red y pestañeé con pesadez, sin enfocar la vista en nada particular y todo a la vez. La oscuridad lejana de aquello donde no alcanzaba la luna, de la cocina y el comedor, como una gran masa negra e indefinida. El rastro espectral realmente acariciaba poco más allá de nosotros, se evaporaba detrás del sofá, los bustos esculpidos y la textura densa de las cortinas. Acaricié una con movimientos livianos, bajé el brazo y me detuve para oírlo. Un tono profundo y constante, como un eco lejano, manchó el silencio antes de entremezclarse con una voz masculina. Me sonreí y, sin girarme a verlo, meneé la cabeza. La luz sobre mi cuerpo era helada y aún así me bañaba de una sensación extraña. Llevé una mano a mi cabello, palpé la liga y la arrastré a lo largo, hasta que la cascada oscura rebotó hacia el vacío en un vaivén amplio. Desprendió un ligero aroma a shampoo. Alcé el rostro, detallé el cielo estrellado más allá del cristal y cerré los ojos al girar sobre mi eje, sobre los empeines, a cámara lenta; el paisaje era hermoso pero nada me importaba demasiado allí afuera ahora mismo. El pelo me acarició los brazos desnudos y me envió un cosquilleo sutil directo a la columna vertebral. Enderecé mi dirección justo frente a él y lo repasé entre las pestañas entreabiertas, su atuendo completamente negro, los zapatos, pantalones y la camisa con los botones de siempre desatendidos. Su cabello, sus ojos, las perforaciones y los anillos. Negro, todo era negro, el sofá azulado lucía igual y ninguno de los dos abrió la boca. Se fundía sobre la oscuridad con una facilidad irrisoria, lo único que le impedía convertirse en una sombra era el reflejo pálido de la luna. Gracias a él pude detallar sus facciones, la chispa profunda en su mirada, la mueca ligeramente divertida curvando sus labios. No había sorna, condescendencia ni prepotencia, era una profunda paciencia y curiosidad. Interés.

    El vino tinto oscilaba dentro de su copa al compás de una marea inexistente y no me quitó los ojos de encima ni por un segundo.

    Volví a pestañear con pesadez, la música se coló lentamente por cada una de mis hendijas y deslicé la mejilla cerca de mi hombro, sintiendo las cosquillas de mi cabello. Alcé un brazo, lo mantuve suspendido en el aire y me giré hasta quedar de espaldas. Recorrí la sala con pasos amplios, livianos y sigilosos, dejándome absorber por las sensaciones inmediatas. El frío de los mosaicos, la brisa tímida inherente al movimiento, el eco de la música y la ridícula certeza de sus ojos sobre mi cuerpo. Extendí el otro brazo mientras caminaba, acariciando el aire, y lo flexioné para detallar mi silueta. Mi mejilla, el cuello, las clavículas, el valle entre mis pechos, mi abdomen. Envolví mi cintura, presioné los dedos y volví a expandir, girando el cuello en la dirección opuesta. Tracé un círculo a mi alrededor y le mostré mi perfil, alcanzando la falda de mi vestido con ambas manos. Jugué en el borde, jugué con él, amagué a alzarlo y lo dejé ir antes de concretar nada, sonriendo en silencio. Podría jurar que lo oí soltar un suspiro bajo.

    Seguí moviéndome con la delicadeza y profundidad que la canción me transmitían, recorrí la sala sin un objetivo concreto más que el de responder y tentarlo. La brisa era de un rojo bermellón, intenso y opaco, y por alguna razón pensé que mis ojos debían estar manchados de un tono similar.

    En cierto punto regresé a la ventana y tracé un camino descendente con los dedos. Detallé el vapor húmedo de mi respiración empañando el cristal, me relamí los labios y solté el aire con pesadez, permitiéndole a mis manos palpar todas las curvas de mi cuerpo. Me contorneé suavemente al ritmo de la canción, con una sinuosidad similar a la de una serpiente, y esta vez sí fui deslizando el vestido hacia arriba, poco a poco. La tela me hizo cosquillas allí donde rozaba y finalmente lo dejé caer a mi lado, en el suelo. Las sensaciones seguían descargándose con una intensidad acelerada y me corrí el cabello de la espalda para permitirle apreciar la lencería negra y el portaligas de encaje que llevaba, al cual iban sujetas las medias de red. Recién entonces me giré, busqué su mirada y mi silueta debe haberse tornado oscura bajo el halo pálido de la luna, lo suficiente para destacar únicamente el rojo bermellón de mis ojos. Sonreí, sedosa, y volví a acercar la mejilla a mi hombro; el cabello ondulado me hizo cosquillas y acaricié la cortina a mi lado, aferrándome momentáneamente a ella.

    No dije nada, sólo apoyé la espalda sobre el cristal y lo esperé.

    Lo vi reírse en silencio, dejar la copa a un costado y erguirse. Su silueta de cuervo era alargada, era densa y oscura. Se tragaba la luz de una forma extraña y lo mismo hizo con los muebles, con la sala, con todo. Avanzó y avanzó hasta envolverme, separé los labios en busca de aire y corrió mi cabello con la punta de la nariz, luego rozó mi mandíbula, entonces el contorno de mi cuello. Sentí su aliento caliente, el cuerpo me arrojó chispazos de intensa energía eléctrica y me mordí el labio, alzando el rostro hacia el techo. Su mano alcanzó la piel desnuda de mi cintura y presionó las yemas con suma intención a medida que recorría mi columna, primero hacia arriba, luego en descenso. Llegó a mis oídos la pesadez áspera de su respiración, como un eco lejano, y tomé una bocanada de aire apenas él alcanzó el borde de mi portaligas. Ansié verlo, así fuera su cabello, y deposité la mano que había estado buscando sostén en la cortina sobre sus plumas. Ya no se resistió, alcanzó mi cuello con los labios y desenganchó la primera media. Fue un beso simple, húmedo pero fugaz, y repartió un reguero similar en cámara lenta hasta detenerse sobre el monte de mis pechos. Bajé la mirada para no perder detalle de sus movimientos, aunque eso fuera a nublarme aún más el juicio, y alcancé a distinguir la sombra de su típica sonrisa socarrona cuando se arrodilló frente a mí. Me buscó desde allí abajo, sus ciénagas conectaron con el rojo bermellón y me forcé a regular mi respiración en un repentino deseo por lucir compuesta frente a su jodida, eterna vanidad. Deslizó entonces su mirada a lo largo de mi cuerpo, sin escrúpulos, y me instó a depositar el pie sobre uno de sus muslos. Acarició el contorno de mi pierna suavemente, como si manipulara cristalería fina, y ascendió hasta enganchar el borde de las medias.

    La fue bajando, poco a poco, hasta quitarla.

    El ambiente de la sala me resultó frío contra la piel y solté el aire con más pesadez de la que habría deseado. Se tomó el gusto de volver a recorrer mi pierna, esta vez sin nada de por medio, y presioné los dedos contra el cristal cada vez que se acercaba demasiado a la cara interna de mi muslo. Lo hacía adrede, el muy cabrón, era obvio y lo tenía escrito en toda la cara. Una cuota de especial malicia pareció chispear en sus ojos al mirarme un segundo antes de acercarse, de inclinarse y besarme allí, al maldito borde de donde realmente lo quería. Fue sutil, delicado, y aguardó un par de segundos antes de repetir el proceso ligeramente más arriba. Su mano, entre tanto, siguió trazando la cara externa de mi muslo, la rodilla, la espinilla. Volví a morderme el labio, contemplando toda la escena, y separó apenas el rostro para enderezar el recorrido de su otra mano hacia la segunda media. Repitió el proceso, considerablemente más cerca que antes, y fue besando la piel que la tela abandonaba hasta encima de la rodilla. Se deshizo de ambas, soltó el aire y un momento de quietud se instaló entre nosotros antes de verlo recuperar la sonrisa.

    Otra vez, no abrí la boca.

    Mis pulmones comenzaban a reclamar por más aire, presa de la jodida expectativa, mientras sus dedos me cosquilleaban los muslos. Acercó el rostro, sus plumas me rozaron y separó los labios. Eché la cabeza contra el cristal, advirtiendo el ruido de mi respiración, y entrecerré los ojos al sentir el camino húmedo que iba trazando en ascenso. La punta de su nariz rozó la tela de las bragas, lo oí mofarse y suspiré. Suspiré cuando recorrió la prenda con la lengua, de punta a punta, y comenzó a besarla. Arrastró, presionó y succionó, mientras sus dedos se clavaban en mis muslos y me enviaban extrañas descargas por el cuerpo, mezcla de placer y dolor. Me retorcí bajo su tacto, incapaz de contenerme, y gemí suavemente cuando creí que finalmente me quitaría las bragas. Pero no lo hizo.

    Se incorporó, en su lugar, y estampó su boca contra la mía. Lo recibí con una ansiedad demente y me enredé en torno a su cuello, permitiéndole alzarme en el aire y encerrarme entre su cuerpo y el cristal. Era frío, él estaba caliente, apreté los muslos contra su cintura y él hizo lo mismo en ellos, con la punta de los dedos. Me besó con toda la intensidad que se había estado conteniendo hasta ahora. Fue profundo, húmedo, lento al principio, rabioso después. Tanteó mi lengua y la buscó a cada beso, aventurándose más y más dentro de mi boca. Yo se lo permití, realmente le permitiría cualquier cosa, y lo insté a apretarse aún más contra mí.

    Obedeció de inmediato, pues él tampoco me negaría nada.

    El cristal rebotó suavemente detrás de mi espalda y Altan me chocó con sus caderas, insistiendo en el impacto. No iba a negarlo, a mí también me resultaba estúpidamente excitante esa clase de brusquedad. Lo empujé con los talones para que siguiera presionándose contra mí y marqué un vaivén constante. Estaba duro, lo sentía alcanzar mis bragas y alejarse, una y otra vez. Gruñó, fue una queja visceral ahogada en el centro de su pecho y jalé de su cabello para respirarle encima de la boca, con la otra mano enganchada a su cuello.

    —Venga, princesa —se mofó, también agitado, sin dejar de moverse—, ¿no que hoy querías que te tratara bien?

    —Cambio de planes —resolví en un susurro, cerrando los ojos—. Aunque lo hiciste bien~ No te creía capaz.

    Su risa se me asemejó a un ronroneo y volvió a besarme con la profundidad de antes, despegándome del cristal. Navegó el espacio a tientas, con la precisión de quien conoce su puta casa, y me lanzó al sofá desde el cual me había visto bailar. Mi cascada carbón se desperdigó aquí y allá y lo recibí encima mío. Buscó mi cuello, se enterró dentro y suspiré profundamente al no perder detalle de sus labios, lengua y dientes. Lo recorrió en descenso, humedeciéndolo por completo, y alcé las caderas en busca de contacto. Navegó mis hombros, los mordisqueó suavemente y siguió por mis clavículas, hasta regresar al monte de mis pechos. Un gemido ahogado se arrastró fuera de mi garganta y Altan alcanzó mis manos, para detenerme de quitarle la camisa. Irguió el torso, risueño, y no rompió el contacto visual ni un instante mientras se deshacía de la prenda, botón a botón. Lo vi hacer, aún agitada, y cuando finalmente la arrojó a un costado enganchó las manos tras mi cintura para también levantarme y volver a besarme. El movimiento fue progresivo y el cabello me arrojó unas cosquillas a la espalda que se me antojaron deliciosas. Le eché los brazos al cuello, se dejó caer en el sofá detrás suyo y me monté encima de su regazo.

    No esperé ni medio segundo para aflojar el sostén de las rodillas.

    Suspiró pesadamente contra mis labios y clavó los dedos en mis caderas, siguiendo mi propio ritmo e incluso profundizándolo. Recorrí su torso con las manos, volvió a suspirar y bajé a su cuello, mientras él me enredaba el cabello en direcciones azarosas. Jaló de las hebras con cierta fuerza, gruñí y lo hizo de vuelta, y en respuesta le mordí el cuello. Enterré mis dientes, cerré los ojos y succioné como él solía hacer para marcarme el cuerpo donde le apeteciera. Tenía este maldito pensamiento rayándome la cabeza.

    Eres mío, imbécil.

    Soltó una risa floja al adivinar mis intenciones y su mano liberó mi cabello para contornear mi nuca, seguir descendiendo y juguetear en torno al broche del sostén. Me alejé unos centímetros de su cuello, le respiré encima y lo fui rozando con la punta de la nariz hasta alcanzar su oído. Sus manos reposaron en mis muslos, yo lo acaricié hasta acunar su mejilla opuesta y clavar apenas, sólo apenas, las uñas. Sonreí.

    —¿Y si vamos arriba, Al?

    No respondió, al menos no hasta que busqué sus ojos.

    —Alcánzame la copa —susurró, una sonrisa danzaba en sus labios.

    Obedecí sin problemas, me estiré hacia atrás para levantar la bebida depositada en el suelo y luego de dársela repetí el proceso con la mía, al otro lado. Sus manos permanecieron firmes sobre mis muslos, puede que sin razón o puede que para prevenir un accidente o algo. Mecí el líquido oscuro sin prisa y sonreí, viéndolo de soslayo. Había alzado los brazos para descansar los codos sobre el espaldar del sofá, una mano sostenía la copa y la otra colgaba sin más hacia el vacío. Llevaba el cabello aún bastante prolijo de la cena, peinado para descubrirle la frente y darle un aspecto más sofisticado, si se quiere, o para directamente mantener a raya el desastre. Su pecho ascendía y descendía sin prisas, la luz de luna trazaba los relieves de sus músculos con cierta rudeza. Estaba sonriendo cargado de socarronería.

    Y no me quitaba los ojos de encima.

    Mi semblante se suavizó en una expresión casi felina y alcé la copa, a la espera, sin romper el contacto visual. Aceptó, chocamos los cristales y bebimos un par de sorbos en silencio. Aún descansaba sobre su regazo y su mano libre regresó a mi muslo para acariciarlo con el dorso del pulgar. Recogí sutilmente los hombros en un chispazo de corriente y el cabrón lo notó, se le dibujó en toda la cara.

    —¿Sensible, An?

    —Y no haces nada al respecto~

    Mi voz fue similar a un ronroneo y Altan soltó el aire de golpe, ladeando la cabeza para escrutarme atentamente.

    —¿No? —Negué, risueña, trazando caminos livianos a lo largo de su pecho—. ¿Y qué te gustaría que haga?

    —Eh~ Un montón de cosas.

    —Tenemos tiempo.

    Me reí en voz baja, con la vista puesta en lo que mis manos hacían sobre su piel. Hacia abajo, hacia arriba, en círculos o triángulos. Entre sus pectorales, navegando sus hombros hasta caer por sus brazos, regresar debajo y serpentear sus abdominale. El borde del pantalón, las presillas y el cuero del cinto. La hebilla plateada destellaba pálida y se le notaba por debajo de la tela.

    Seguía duro.

    Le dio un sorbo a su copa y detallé sus movimientos, cómo su mandíbula se tensaba al tragar y la nuez de Adán se deslizaba por su garganta. Me relamí los labios.

    —¿Qué pasa, cariño? —susurré, arrastrando el filo de una uña desde el costado de su cuello, hacia abajo—. ¿Acaso quieres una lista?

    Se sonrió con mofa y busqué sus ojos, echándome encima cierta inocencia impostada.

    —¿O quieres que te lo pida? —agregué.

    Mi dedo siguió y siguió su recorrido hasta detenerse sobre la hebilla del cinturón. Altan soltó una risa nasal de lo más floja y dejó la copa en la mesa angosta ubicada detrás del sofá. Hizo lo mismo con la mía, sin consultarme, y se inclinó rodeándome con ambos brazos para alcanzar a rozar mis labios. Su agarre era firme y cálido, su piel lo era. Jugueteó allí unos segundos antes de bajar a mi cuello.

    —No te hagas la tonta —me advirtió, grave y lento—. Sabes lo que me pone.

    Ladeé la cabeza, cerrando los ojos, y toda la piel se me erizó a la espera de recibir sus labios. Entreabrí la boca al sentirlo besándome, sus roces suaves, primero, aumentando en intensidad y ritmo, hasta que prácticamente me devoró el cuello a cámara lenta. El aire me quemaba y se arrastraba casi con agonía, entre suspiros y gemidos ahogados. Intenté enfocar la oscuridad, agitada, y me aferré a sus plumas a medida que descendía. Buscó el broche del sostén a tientas, lo soltó sin problemas y deslizó las tiras trazando cintas de fuego por mis brazos. Lo dejé hacer, de hecho prácticamente tuve que contenerme para no empujarlo hacia mí, y le permití tomarse el tiempo que quisiera navegando mi torso sin tocarme. Mis pechos subían y bajaban, consumidos en cruda expectativa, y se acercó hasta apoyar la mejilla encima de ellos apenas un segundo. El contacto fue cálido e inocente, y sus plumas me cosquillearon antes de sentir sus labios. Descendió, trazó una línea de gasolina hasta uno de mis pezones y eché la cabeza hacia atrás, primero, perdiendo el aire de los pulmones; luego busqué verlo. Joder, me ponía demasiado grabar esas malditas imágenes en mi retina. Estaba atendiendo el botón rosado, succionándolo, jugando con la punta de la lengua, mientras enterraba los dedos en mi muslo opuesto. Mis caderas se reactivaron casi por inercia y me moví sobre él, sobre su jodida dureza, y lo sentí gruñir justo en mi pecho. Eso me arrancó una sonrisa igual a las suyas y me mordí el labio, acentuando los gemidos.

    —Al —lo llamé, en el preciso tono que sabía lo ponía, justo como él me había recordado—. Cariño, ¿por qué no me tocas?

    Se detuvo un poco de golpe pero no se alejó, tan siquiera lo necesario para alzar la mirada y encontrar mis cuarzos opacos, el rojo bermellón pálido de la luz de luna. Me entraron de repente unas ganas estúpidas de besarlo, de comerle la boca, pero en su lugar suspiré y acaricié su cabello, ejecutando un amplio vaivén contra sus caderas. El contacto me envió una descarga eléctrica similar a un rayo y gemí, sin romper el contacto visual ni un segundo. Detallé sus labios entreabiertos, el corte de su mandíbula, le rasqué la nuca y volví a moverme. Pestañeó con pesadez, el aire silbó por su boca y gemí de nueva cuenta. Otro vaivén, otro gemido, otro suspiro ronco. Deslizó la mano hasta mis glúteos y los sujetó con fuerza, apretando los dientes. Me instó a apresurar el ritmo.

    Y yo ¿cómo iba a negarme?

    Sus caderas empezaron a moverse para recibir a las mías y me sujeté a sus hombros con ambas manos, inclinándome hasta rozar sus labios. Descargué allí todos mis malditos gemidos porque me ponía demasiado enloquecerlo, verlo perder la puta cabeza y convertirse en el jodido animal que llevaba dentro. Seguí y seguí, empujándome a mí misma en el proceso, hasta que tragué saliva y busqué la hebilla de plata casi con desesperación. Nuestras respiraciones frenéticas llenaban la sala y se aferró a mi cabello mientras le quitaba el cinto, sin oponer la menor resistencia. Lo lancé lejos, impactó con un ruido sordo y recién entonces me empujó la nuca para comerme la boca. Busqué su lengua, lo besé y me seguí lanzando al jodido vacío donde sólo aguardaba él.

    Era de un negro profundo, como una noche sin estrellas.

    Y siempre, siempre sería él.

    —An —lo oí llamarme en un repentino instante lejos de mis labios.

    Sonó ansioso pero suave, busqué sus ojos y volví a besarlo profundamente antes de responderle.

    —Ya vamos arriba, Al —le pedí, sin el menor atisbo de vanidad o prepotencia. Era casi una maldita súplica.

    Dios, quería que me follara.

    Era prácticamente una necesidad.

    Nos movíamos de esta extraña manera entre los impulsos animales que nos cargábamos y el profundo, inmenso cariño que guardábamos el uno por el otro. Lo vi en sus ojos, sus pozos oscuros, al mirarme justo antes de enganchar mis muslos y alzarme del sofá sin la menor dificultad. Rodeé su cuello, acaricié el cabello de su nuca y seguí detallando cada maldito centímetro de todo lo que él era mientras nos conducía hacia las escaleras. Deposité un beso en su frente, su sien, los pómulos y mejillas, la comisura de sus labios y recorrí la línea afilada de su mandíbula. Alcancé su oreja, le soplé encima y presioné.

    —Te amo, idiota.

    La risa de Al vibró en su pecho y se expandió por el mío.

    —Estás borracha.

    —Sí, y también te amo.

    No respondió como tal, sus manos apretaron mis muslos y mientras abría la puerta de su habitación con el pie buscó mis ojos. Caminó, avanzó mirándome únicamente a mí, y su sonrisa me entibió el corazón.

    Y me besó.

    Fue profundo y lento, al principio, recorrió mi boca como si no lo hubiera hecho ya cientos de veces y se inclinó hasta depositarme sobre la colcha suavemente. Me hundí apenas y acuné su rostro entre ambas manos, anulándole cualquier chance de alejarse. Lo besé, joder, lo besé como si fuera la primera vez que lo hacía y lo insté a reptar encima mío. Aproveché entonces para colar las manos entre nosotros y liberar tanto el botón como la bragueta de su pantalón.

    —Quítatelo —susurré.

    Una vez más, no opuso demasiada resistencia. Lo observé deshaciéndose de todas sus prendas de ropa a la vez y volvió a besarme, recorriendo el costado de mi cuerpo mientras su otro brazo soportaba su peso sobre mi cabeza. Ahogué un suspiro contra sus labios al sentirlo navegando el borde de mis bragas y se sonrió, repartiendo un camino de besos hasta mi oído.

    —Quítatelas.

    Obedecí sin chistar, alcé las caderas y me deshice de la ropa interior. Buscó mis labios, al parecer jamás íbamos a cansarnos de esa mierda, y se presionó contra mí. Mis pechos y su torso, su entrepierna y mi intimidad. Ahogué otro gemido, ya tenía el cerebro fundido y me movía únicamente por las descargas eléctricas como guía. Él también, claro, y así no tardó nada en frotarse contra mí. Piel y piel, justo como aquella primera vez. Era caliente, suave y tan húmedo que prácticamente patinaba.

    Dios.

    Siguió con el vaivén, estimulando mi clítoris, nublándome por completo la maldita cabeza. En cierto punto dejó mis labios para que siguiéramos respirándonos encima, para oírme gemir, suspirar y toda la mierda. Él también quería perder la cabeza, ¿eh? Muy bien.

    Iba a dárselo.

    —Al —lo llamé, entreabriendo los ojos para enfocarme en sus pozos negros—. Vamos, Al, ya hazlo.

    —¿Qué quieres que haga?

    —Que me folles, imbécil.

    Era increíble el poder que ese idiota tenía sobre mí, el suficiente para permitirme hacérselo saber sin que realmente me importara o molestara. No tenía remedio, era jodidamente débil y estaba bien, pues a él le ocurría lo mismo y mierda, no tenía forma de poner en palabras lo mucho que nos disfrutábamos el uno al otro. Buscábamos destruirnos, enloquecernos, reducirnos al puto polvo, y también nos apoyábamos, admirábamos y respetábamos. Éramos nuestros pilares y las malditas bombas, todo a la vez.

    Cargábamos un poder inmenso.

    Sonrió con cierta suficiencia, aunque ligera, y estampó sus labios sobre los míos una última vez antes de estirar el brazo para rebuscar dentro de su mesa de luz. Lo dejé hacer, allí recostada, y se me escapó una sonrisa idiota al detallar sus facciones. No se dio cuenta, sin embargo, se enfrascó en desgarrar el envoltorio metálico y colocarse el condón apropiadamente. No queríamos accidentes, ¿verdad?

    —¿Estás bien? —cuestionó.

    Comprendí a lo que se refería y me reí suavemente.

    —¿Por qué no te fijas por ti mismo~?

    Se detuvo en mis ojos un momento antes de menear la cabeza y morderse el labio, colando el brazo hasta alcanzar mi intimidad. Me tensé brevemente, la descarga eléctrica me sacudió la espina dorsal y no contuve el suspiro traicionero que me surgió del jodido pecho. Ahí estaba de regreso, su sonrisa lobuna, la chispa ominosa en las ciénagas oscuras que me excitaba de una forma que no era ni medio normal. Estaba putamente húmeda, lo sabía, y comprobarlo le arrojó encima una satisfacción estúpida; tanto, que ni se resistió y me siguió tocando, presionando el clítoris, navegando los labios y mi entrada. Yo me removí y gemí, alcanzando su miembro para masturbarlo, jugar con la punta. Qué va, él también estaba humedeciendo el pobre forro. Me mordí el labio y arqueé la espalda cuando introdujo dos dedos sin reparo, hasta el fondo. Eso pareció aflojarle los últimos cables que se habían dignado a permanecer conectados.

    —¿Qué era lo que querías?

    Y sabía que le encantaba.

    —Que me folles.

    Hablar sucio.

    Enterró las muñecas a cada costado de mi cuerpo y apoyó la punta de su miembro en mi entrada, jugando de atrás hacia adelante.

    —¿Que te folle?

    —Sí.

    El aire se congeló a mitad de camino en mi pecho al sentirlo penetrándome lenta, casi tortuosamente. Mi cuerpo ya estaba amoldado al suyo a la perfección, ni necesitaba tener tanto cuidado. Lo hacía para molestarme y para que se lo pidiera.

    —¿Así? —indagó, sedoso, adentrándose más y más.

    —Sí, así.

    Hasta el fondo.

    Y se empezó a mover.

    Me retorcí apenas, arrugando la colcha entre mis dedos, y flexioné las rodillas para alzar las caderas y profundizar su alcance. Sonrió, meneando la cabeza, su cabello comenzó a acompañar el vaivén y noté que reparaba en el mismo movimiento que realizaban mis pechos. Solté una risa nasal. Kinky, ¿eh?

    —¿Qué ocurre, Al? —lo molesté entre mi respiración agitada, captando su atención—. ¿Te gusta lo que ves?

    Éramos un par de hijos de puta y lo sabíamos. Su sonrisa fue amplia, casi deslumbrante, era depredadora y se enterró tan hondo en mí que me arrancó un gemido agudo. Y no se detuvo.

    Marcó esa jodida embestida como el ritmo a seguir y sí, siguió.

    Siguió y siguió.

    Alcé los brazos sobre mi cabeza y busqué aferrarme a los barrotes de la cama para no ceder al impacto. Los gemidos se arrastraban por mi garganta y llenaban el silencio de la habitación, de la jodida casa, sin reparo alguno. Aprovechó mi movimiento para envolverme las muñecas y las apretó con tanta fuerza que gruñí bajo, tensando la mandíbula.

    Dios, qué putas ganas de darle la vuelta y montarlo como quisiera.

    Lo dejé hacer, sin embargo, pues verlo tan jodidamente poseído me confería otro tipo de placer, uno que lograba enloquecerme casi con la misma fuerza, y seguí acentuando el vaivén de mis caderas para permitirle entrar todo lo que le fuera posible. Enterrarse, penetrarme, follarme.

    Como le diera la puta gana.

    Las veces que quisiera.

    —Al.

    Siguió y siguió.

    —¿Así te gusta?

    Hondo, rápido, asfixiante.

    —Sí.

    Me embistió una y otra, y otra vez.

    —¿Quieres más?

    Dios, estábamos todos sudados.

    —Joder, sí. Dame más.

    Dejó caer la cabeza en la curvatura de mi cuello sin detenerse ni un maldito instante y ladeé el rostro, dándole más espacio. La respiración me iba desbocada y gemí al sentir sus dientes en mi carne. Me estaba mordiendo, el cabrón, con unas ganas que hasta daban gusto y se me fundieron todas las neuronas. Sabía que le quedaba poco.

    —Más rápido.

    Y quería matarlo.

    —Joder, más rápido, Sonnen.

    Quería chamuscarle su puto cerebro de niño genio.

    —Venga, ¿eso es todo lo que tienes?

    Me mordió con más fuerza y apreté los dientes, ya gimiendo como una maldita descosida cuando reaccionó a mis provocaciones. Esa mezcla de placer y dolor se sentía jodidamente bien y no creía habituarme nunca.

    Y es que nunca tenía suficiente de él.

    —¿Así? —murmuró en una voz gutural, alejándose de mi cuello, aunque por el ruido de mis gemidos con suerte lo escuché—. ¿Así sí?

    Ya no conseguía enfocar el mundo a mi alrededor y me mordí el labio, tenía toda la boca seca. El cabrón aún no me permitía mover las muñecas y sólo me quedó verlo fijo a los ojos, sin parar absolutamente nada, para que comprendiera mis deseos; y lo hizo, claro, si parecíamos jodidamente amoldados el uno al otro. Ahogó mis gemidos contra su boca y me prestó parte de su humedad, coló la lengua dentro y nos devoramos al tiempo que el cerebro se me fundía por completo.

    Me recorrió como una inmensa oleada de placer, una descarga eléctrica que estalló, se propagó y luego me dejó deshecha. Me tensé un instante, disfrutando de la jodida sensación, y luego me desplomé en la colcha. No había atendido a sus reacciones pero él pareció correrse no mucho después.

    Comencé a recobrar consciencia del tiempo y los espacios. Dejó ir mis muñecas, deslicé los dedos sobre el acolchado y tragué saliva, soltando el aire de golpe para recuperar la compostura.

    —Mierda —mascullé, junto a una risa floja.

    Altan se había desplomado encima mío y lo oí compartir la gracia, así casi no fuera audible. Mis manos siguieron su recorrido hasta alcanzar su cabello y lo acaricié con todo el maldito cariño que le guardaba a ese idiota.

    Nos mantuvimos callados hasta que nuestras respiraciones se nivelaron y el silencio regresó de Dios sabe dónde. Era absoluto pero no resultaba denso ni ofuscante. Me cargué los pulmones de aire, lo liberé lentamente y me incliné para presionar los labios sobre su coronilla.

    —¿Vamos a dormir?

    Recién entonces fui consciente de que el idiota estaba a medio pelo de quedarse noqueado. Lo sacudí como pude, chasqueando la lengua, y busqué hacerlo reaccionar.

    —Vamos, Al, joder. Mueve el culo, tienes que limpiarte.

    —Mhm.

    Era un jodido zombi. Se incorporó a velocidad caracol y lo vi dirigirse al baño a trompicones con una estúpida ternura que ni yo sabía del todo estaba reflejando. Me arrastré sobre la cama, corrí la colcha y me acurruqué dentro. También debería haberme limpiado, pero lo mío ni era tan urgente y además qué puta pereza. Estaba tan cómoda y calentita.

    Al final en lo que volvía a la cama casi me quedé dormida. Reaccioné al sentir su peso hundiendo el colchón, me giré y me le trepé encima como un jodido koala. Él no dijo nada, sólo me envolvió entre sus brazos y presionó los labios en mi cabello.

    —Buenas noches, cielo.

    Éramos unos locos de mierda, unos hijos de puta, y también estábamos estúpidamente enamorados.

    —Buenas noches, Al.

    Menuda combinación, ¿eh?

    Y no lo cambiaría por nada del mundo.
     
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    Zireael

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    Ya este es el último del rant de hoy pERO NO PODÍA DEJAR SIN COMENTAR ESTA COSA TAN SABROSA *gritos de perra loca*

    La cantidad de veces que he releído esto ya no la puedo ni contar, lo he releído completo, he releído partes nada más, pero he pasado aquí metida una cantidad de veces que no es normal (??) Pasa que god bless las sabroseadas de estos pendejos, porque son tan sensuales que debería ser ilegal.
    Oh gosh toda la primera parte, donde no hay diálogo, con Tempt You de fondo es una maldita obra de arte, te lo juro por idk pOR SATANÁS. Las narraciones, las descripciones todo calza tan bien con la canción que chale, im VIBING.

    No tengo ni que decir lo que debe haber disfrutado el culo dominante de Al el tener a Anna bailando en el puto salón de su casa, rite? RITE??? Porque el hijo de puta está en su salsa, debe sentirse como el maldito rey de la montaña o algo. Me lo imagino sentado ahí, a sus pinches anchas, living his best fucking life mientras se bebe su vinito como el classy sasshole que es.

    WENO ABER QUOTE TIME
    No sé yo por qué vergas soy tan gay por Anna cada vez que se suelta el cabello, like yo tengo un issue de por sí con el cabello (?????) cuz me gusta un huevo el cabello largo en todo dios, pero madre de dios el kink que me avienta Anna encima, hija mía, ten piedad que se me va la pinza como a Altan y quiero cosas no cristianas.

    AQUÍ es cuando me lo imaginé a sus pinches anchas, como el pinche rey de la colina, y mira las bragas: WHOOOOSH.

    I was like: Anna sis, yo que tú ya me le habría trepado al regazo hace horas

    digo qué

    Ay diosito my gay ass bELU POR FAVOR *inhales* Esta parte, la imagen mental que crea es AGAIN una pinche obra maestra del porno sin plot. Por favor es que I just can't.
    Alguien por favor que le dé a mi hijo una medallita por haber conseguido contenerse como un campeón cON ESTAS VISIONES AL FRENTE.

    Uy había olvidado la epifanía que tuve aquí, pero por suerte la recordé cuando releí el párrafo. Y es que de la nada pensé en que incluso en todo el rollo, que Al sea capaz de, u know, arrodillarse para seguir con toda la escena es like shocking porque conocemos su crush con tHE POWER y ya incluso a mi enraged ass, que no es que sea dominante como tal solo es enraged, arrodillarse incluso en un contexto de estos le activaría un montón de alertas relacionadas a la sumisión, al ceder y ponerse a disposición de la otra persona, girl lo que siente este niño es like heavy stuff pero lo hace anyway, lo hace por es Anna y aunque no parezca, Al es capaz de ceder muchas cosas por ella ya sin siquiera sentirse mandado o mierdas de esas. Apartando claro que ya están amoldados el uno al otro y toda la cosa, de forma que ni siquiera por costumbre se le activan los issues.

    Y NADA LO PENSÉ NOMÁS y kinda me puse soft de ver al pendejo siendo capaz de idk cosas de esta clase cuz i stan.

    MÁS OBRAS MAESTRAS *gatito high on drugs*

    Mis bragas, once a again: whooooosh.

    Oh woah Im way too weak.

    Sister que me fusiono con el estúpido y estas cosas lo ponen de formas anormales (?????) Like que la otra se eche encima esa inocencia y le suelte eso, birgen zantisima que se me muere la criatura.

    lO MISMO DE ARRIBA, DIOS MÍO.

    Esta parte girl ya te la fangirleé en el chat pero es que ;---; mI CORAZON DE POIO. Toda la escena se me hace super soft, like los besos que ella le reparte, cuando le suelta que lo ama y él se ríe, dios. Es que me lo imagino tan derretido cuando suelta esa risa, le dice que está borracha y Anna se lo repite, te juro que no puedo, porque este idiota la ama de una manera que creo no termina de medir ni él mismo.

    Uy la dirty talk im weak.

    IM WEAK I SAID.

    Esto, me fui a releer el club de fotografía solo para confirmar lo que ya sabía jsjsdhajs su kinky ass, que se queda como pendejo mirando el movimiento. IM SEEING U, SON, U DIRTY BITCH.

    Yo es que no puedo con el fact de que Anna lo deje hacer así, like im wasted porque me encanta que a la pendeja la pone un huevo verlo con el cerebro inútil, descontrolado como un jodido animal. De hecho es como super suicida también cuando lo pica, que acabo de ver que me olvidé de citarlo, cuando lo pica diciéndole que lo haga más rápido, que si eso es todo lo que tiene and stuff porque al otro se le desconecta hasta el último cable and just goes feral *sips flames of absolute hell*
    Que igual el otro es suicida af también porque abre las puertas para que pasen las cosas que le desconectan cada maldito cable, se empuja a sí mismo al borde de una manera que hasta que da gusto me cago en todo abdajebdjas.

    aND AGAIN LA SOFTNESS POR FAVOR cuz "Buenas noches, cielo", mi pinche corason *softly cries* Que mira podrán haber estado follando como animales pERO PFPFPFPF SE VAN A DECIR BUENAS NOCHES Y A MIMIR ACURRUCADOS TODAS LAS VECES cuz they weak af.
    Dios amo a estos estúpidos de una manera ;; arriba el Altanna vieja no me importa nada.

    Qué pedazo de tocho acabo de soltar woah.

    EN FIN de verdad muchísimas gracias por esto, las sabroseadas de estos pendejos son una jodida maravilla porque las disfrutan de una puta manera dios, todos deberíamos tener sabroseadas de este calibre en la vida te digo.

    Anyway I love it so much ♥ and I love u.

    Edit: 465 monedas por el comentario JAJAJAJAJAJA im way too intense
     
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