Historias Olvidadas II

Tema en 'Relatos' iniciado por Eliseo, 12 Diciembre 2012.

  1.  
    Eliseo

    Eliseo Iniciado

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    11 Diciembre 2012
    Mensajes:
    21
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    Escritor
    Título:
    Historias Olvidadas II
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    3334
    El niño gritó asustado, “¡matala, matala!”, exclamó mientras la araña se escabullía debajo de la mesa. El anciano levantó al niño, que estaba a punto de llorar. “¿Qué es lo que te asusta?”, “las arañas abuelo, ya sabés que me asustan”. El abuelo cargó mejor al niño, acomodando su peso, y lo llevo hasta su habitación “creo que es tiempo de que duermas”, dijo, pero antes de apagara la vela, el niño lo detuvo “contame otra de tus historias antes de irte”, hace mucho que no me contás una. Y era verdad. Habían pasado dos días desde la última historia. Y para un niño de 6 años, eso es mucho tiempo. Pero era viejo, y estaba cansado “No”, le respondió. “Los niños y los ancianos deben dormir temprano, unos porque necesitan de la energía para crecer y volverse adultos fuertes, los otros, para resistir lo más posible antes de adentrarse en las puertas de la muerte”. El niño lo miró sorprendido. No sabía por qué el abuelo hablaba tan complicado, pero ya se había acostumbrado, y podía entender perfectamente lo que decía.
    “Pero es que tus historias siempre me enseñan algo abuelo. Esperaba que pudieras contarme una historia que me ayudara con mi miedo a las arañas”. Eso lo sorprendió. Nunca le había pedido algo tan específico. Sonrió al ver que su nieto estaba creciendo. “De acuerdo”, le dijo, “pero debes prometerme que escucharas con mucha atención. Las historias olvidadas encierran una sabiduría profunda, y es posible que les encuentres significado, aún años después de que te la haya contado”. El niño asintió. Este es el ritual, el ritual que siempre precedía a lo que su abuelo llamaba “historias olvidadas”.
    “Esta historia tiene tres protagonistas, ¿estás preparado?”, el niño asintió.



    Frente a ellos, la montaña se erguía con esplendor. Sus caminos serpenteaban sinuosos, en un trayecto que prometía la muerte, aún para el escalador experto. Y ellos tenían en sus hombros el peso de esos carros, de esos grandes cilindros de acero, cuyo contenido les estaba vedado. Una sola gota. Una sola gota era todo lo que pedían. Un latigazo fue la respuesta. Era hora de ponerse en marcha.
    Los carros avanzaban con parsimonia, y eso parecía irritarlo. Había esperado tanto, y ahora estaba impaciente. Vio con pereza como un par de rocas se soltaban, y con ellas los soportes, y con el soporte dos carros del precioso líquido, y la docena de personas que lo cargaban. Levantó una ceja, y sus subordinados temblaron aterrorizados. En su rostro inexpresivo, eso era como una tormenta en el mar. No. Ellos hubieran preferido estar en medio de una tempestad, a parados a su lado en ese momento. La tensión finalmente se disipó. Eso retrasaría la operación un par de horas, pero no era un gran problema. No cuando habías esperado siglos para ese momento. Dos horas eran como el canto de un ave.
    Erguido en la cima del Monte del Destino, vio la obra de su reino en todo su esplendor. El gran castillo, otrora de luminoso fulgor, había sido destruido, y reconstruido con piedra infernal. Vapores asquerosos emanaban del suelo, y la tierra lucía muerta…pero nada estaba más alejado de la verdad. Eso, si te tomabas la licencia de considerar a esas criaturas como algo vivo. Atrás quedaron las épocas de encierro y opresión. Ahora estaba libre, y construyó su imperio sobre las cenizas de quienes osaron apresarlo. Y nadie podía detenerlo.
    Los carros finalmente estaban dispuestos. Cientos, miles de ellos estaban en la montaña, imposibilitados de subir más. Ahora era el momento. Su momento. Levantó su mano de forma abrupta, un trueno podría haber destrozado el cielo en ese momento, y hubieras obtenido la misma reacción. Los siervos se apartaron asustados cuando escucharon el áspero ruido metálico. Las compuertas superiores de los cilindros se habían abierto, y enormes cantidades comenzaron a elevarse. Litros y litros se elevaron por el cielo, dejando una estela de humo blanco a su paso, la resequedad de sus bocas quemándolos por dentro. Chillaron, suplicaron y gritaron, pero solo les respondieron con golpes. “Una sola gota de eso en la garganta y acabarías muerto”, le espetó el guardia. Aunque, aún en su rudeza, podía detectarse el miedo en su voz, el miedo a las artes oscuras. A lo desconocido. Y de pronto, en ese caluroso lugar, un frío invernal. El líquido incoloro se elevo y surcó los cielos. Detrás de su persona, a solos unos metros, estaba el lugar a donde nadie se atrevía a mirar. Los ojos escocían y el resplandor cegaba. Y, las muchedumbres decían, era la mismísima puerta al infierno. Tonterías. Por supuesto que esas no eran las puertas del infierno, él las había visto. Y podía asegurar que la abominación de tal lugar era indescriptible. No, por supuesto que no. Aquello era algo más. La sustancia surcó los aires y se zambulló, describiendo un arco, en el gran círculo de lava, que aguardaba cientos de metros más abajo. La lava convulsiono, y se endureció, y se volvió de un color oscuro. Unas pocas vetas anaranjadas eran el recuerdo de su antiguo calor. La tierra tembló súbitamente, las personas se arrojaron al suelo, buscando estabilidad, pero las rocas caían y el suelo se derrumbaba. Y del centro del volcán, una criatura surgió, escamas como esmeraldas recubriendo todo su cuerpo, sus otrora brazos transformados en alas, de piel como las de un demonio, la cabeza alargada, dos cuernos salían del tope de su cráneo, extendiéndose hacia atrás. La criatura se elevó y bajó suavemente, sus ojos posados en el hechicero. Silencio. No cualquier silencio. Era un silencio que gritaba, sólido como una placa de hierro. Se introducía por tus oídos y llegaba hasta lo más profundo de tu alma, como si toda la creación hubiera aguardado ese momento, y ahora no pudiese creer que había sucedido.

    La bestia rugió y el silencio se quebró, como si no hubiera sido más que de cristal impuro. Llamaradas salieron de sus fauces hacia el hechicero. Casi, casi sonrió, extendió su mano frente a él… y calor. Mucho calor.

    Cayó hacía atrás. El fuego era casi sólido, su mano permanecía ampollada e inerte a su lado, a pesar del escudo que había colocado. Gateo primero, luego se levantó y trastabilló, un vapor oscuro lo envolvió y se elevó como una nube, volando hacia su castillo. La bestia volvió a rugir, extendió sus alas, aún entumecidas por milenios de sueño y lo persiguió.

    La nube de humo se dispersó justo encima de la torre del castillo. Una sonrisa se esbozó en su rostro. Su objetivo se acercaba en el horizonte. Extendió su mano al costado. La buena, la otra…ya vería que haría con eso. Al movimiento de su mano, lo siguieron una serie de sonidos. Ruidos mecánicos, de engranajes y poleas, pero también lamentos de seres humanos… y de criaturas que no lo eran. La plaza comenzó a temblar, el suelo comenzó a moverse y las personas huyeron a refugiarse.

    Un par de incautos no lo lograron a tiempo, y cayeron al abismo que se abría debajo de ellos. De la oscuridad surgió una máquina horrorosa, emergida del mismo infierno. Era algo tan espantoso, que los que transmitieron esta historia, de generación en generación, no se atrevieron a describirla. Solo se atrevieron a mencionar una cosa: era para disparar algo. Y ese algo, parecía ser la enorme cosa, babosa y oscura, que se hallaba en el centro de la máquina. Fluctuaba, temblaba y cambiaba su forma. La bestia se acercaba y sus temblores se acentuaban, casi como si estuviera excitada, casi como si estuviera viva.

    Finalmente, el blanco estuvo a tiro. Estaba tan cerca que desde la torre, el hechicero podía distinguir sus detalles, el azul de sus ojos, la superficie lisa de sus cuernos, sus blancos dientes en sus fauces abiertas. Entonces, bajo su brazo, la maquina se contrajo y convulsionó, y expulsó a ese ser extraño, más como si lo escupiera que como si lo disparara. Y el fuego, que estaba destinado a su cuerpo, se dirigió contra la esfera. Pero el fuego no le hizo daño. La masa se extendió y estiró, formando una enorme red que envolvió y se cerró sobre la criatura, estrujando sus alas y forzándolo a caer. Aquello que aterrorizó a generaciones ahora no era más que un amasijo de miembros, y lo que alguna vez fue un rugido que hacía temblar la tierra, ahora eran gemidos lastimeros. La substancia ardía, escocía, y se pegaba a su cuerpo como un parásito obstinado.

    Descendió suavemente desde la torre y caminó alrededor de la bestia, observando su trofeo recién adquirido. Y cuando llegó a su cabeza, se miraron a los ojos. La furia destellaba en la criatura capturada, pero no había razón alguna para temer. Era inofensiva mientras mantuviera firmemente cerrado el hocico, y no tenía otra opción mientras la red se lo oprimiera de esa manera. La bestia trató inútilmente de fulminarlo y se atragantó con sus propias llamas. Y en ese instante, algo extraño. Una sensación anormal en la boca de su estomago. Rara, y sin embargo, tan natural. Sus ojos destellaron, su boca se ensanchó y abrió. Casi había olvidado lo que era reír. Casi.

    Preparar el brebaje con una sola mano fue más difícil de lo que pensaba. Contó con asistentes para curar su mano, pero ninguna de las curaciones que probó funcionó. Había cosas antiguas, magia que existía desde antes del nacimiento de los dioses y demonios. Echó a sus asistentes, pues nadie más que él debía ver como se preparaba. Lo más difícil fue, quizás, extraer las lágrimas. Había diseccionado cientos de reptiles, y eso le proporcionaba una idea de donde se encontrarían las glándulas lacrimales. Pero no estaba seguro de que esa anatomía fuera un rasgo común entre las especies. No lo era más bien, estaba ligeramente a la derecha de donde esperaba encontrarla. Insertó la perforadora de diamante a la derecha de su ojo, luego de darle un analgésico para que no se moviese. Para que no se moviese, la criatura aún sentía dolor. Tras exponer la glándula, insertó una aguja y extrajo su contenido.
    Tener una sola mano, y para peor, su mano izquierda, hacía de toda la operación un vals con la muerte. La mezcla antes de las lágrimas era altamente nociva, y mal manipulada podía llegar a explotar. Aún así, tenía siglos de experiencia, y la ausencia de un miembro no iba a detenerlo.

    Pero como he mencionado, la historia tiene tres protagonistas. Y el tercero falta aún por aparecer.
    Se encontraba encerrado en lo profundo de las mazmorras, donde la oscuridad era eterna y el frío y la humedad calaban los huesos. Allí, Arruald se mantenía fuerte, aunque no se moviera, vivo, aunque no bebiera, y vigoroso, aunque no comiera. Allí Arruald aguardaba pacientemente, grilletes en sus manos y sus pies, oyendo todo el tiempo, esperando la llamada divina que le señalara el momento. Y esperó, aunque hasta él llegaron los temblores, esperó aunque hasta él llegaron los lamentos de los hombres, y los llantos de los niños, y los gritos de las mujeres. Él esperó. Y eso era lo que debía hacer, pues era la voluntad divina. Y entonces la escuchó, fuerte, clara, como el trueno que se anticipa a la tormenta, la voz de su padre, que le ordenaba que se liberara. Los grilletes podían estar oxidados, pero su cuerpo no lo había hecho. Y jaló, solo usó un poco de fuerza. Ahora era su momento.

    La bestia yacía en el suelo de su laboratorio, especialmente modificado, para acoger a un animal de tal envergadura. Su prisión aún la contenía, y había dejado pronto de oponer resistencia. Y frente a ella, el hechicero, una mirada triunfante, una sonrisa arrogante. Con su brebaje listo en sus manos, aún no lo había bebido, y ya parecía tener cien años menos. El dolor y la furia parecían una cosa del pasado. ¿Comprendería ese animal acaso lo que estaba pasando? Bebió la poción de un solo trago, y penetró en los ojos de su trofeo, buscando una pizca, aunque fuera un pequeño destello de comprensión.

    Una explosión interrumpió su risa triunfante. Desnudo, Arruald derrumbó la puerta que conectaba su laboratorio a las mazmorras. En otras circunstancias, quizás habría temido. En otras circunstancias, quizás habría escapado, quizás habría peleado. Pero esta vez, solo se dedico a reír. Una risa sostenida y lunática, la risa de un hombre arrogante, a quien de pronto se le otorga el poder de aplastar a los hombres, como si fuesen hormigas.

    –Demasiado tarde. Ya he bebido el brebaje ¡HE BEBIDO SUS LÁGRIMAS! –No comprendió que quería decirle. Y luego, lo supo. Lo supo y rió, pero no fue una risa desesperada. Fue la risa del padre que escucha la historia que su hijo le cuenta, como si fuera un gran descubrimiento. Pero no. El niño estaba diciendo tonterías.
    – ¿Cuánto crees que sabes sobre magia antigua, Erdwald?
    La mención de su nombre pareció sacarlo de sí. Un destello púrpura broto de su mano y estampó a Arruald contra la pared. Se levantó, como si nada hubiera pasado.
    – ¿Esa era tu mano mala? ¿Qué le paso a la otra? –Sonrió, burlón, al fijarse en su mano lisiada. Erdwald apretó los dientes, frustrado. Sus hechizos más poderosos requerían de la utilización de sus dos manos. Arruald se lanzó contra él, pero antes de que pudiera alcanzarlo, se elevó y desapareció en una nube de humo.

    El héroe dirigió su mirada hacia el dragón. Cómo tal criatura mística podía permanecer sujetada en tal detestable prisión. Se acercó y toco la sustancia de la que estaba compuesta. Una persona normal hubiera compuesto una expresión de asco, pero en él se dibujó una expresión de horror. Y es que le había sido concedido el don de ver en profundidad las cosas, y no es posible transmitir los horrores que se habían llevado a cabo para dar vida a tal abominación. Alejó las imágenes de su mente y jaló ambos extremos de esa red. Por un instante, el dragón pareció cobrar interés. Quizás le resultara curioso que un humano tratara de romper, por la fuerza, lo que a un dragón le había sido imposible de quebrar. Arruald jaló con firmeza, con ambas manos, la sustancia se estiraba y extendía, y su espalda tocó el otro extremo de de la habitación. Entendió que eso era inútil. Entonces, cerró sus ojos, se concentró, buscando fuerza en su interior, buscando la chispa de divinidad que habitaba dentro de él. Y de pronto los abrió, sus ojos brillando con luz centellante, sus brazos desgarrando la jaula como un sencillo trozo de piel. Y cuando hubo quebrado siete ligamentos, el dragón extendió sus majestuosas alas, y apartó lo que quedaba de esa inmunda red. Arruald quizás poseyera la fuerza, pero no la inteligencia de un Dios. Apenas liberada, la criatura comenzó a destruirlo todo. Su chispa de divinidad lo había abandonado, y solo sus reflejos de animal lo salvaron de morir bajo las llamas del dragón. Esquivó otra de sus llamas y saltó hasta su cuello, y se aferró con firmeza. Pero casi cayó. Casi cayó porque, lo que sintió cuando tocó a aquella criatura no lo había sentido jamás. Conoció su historia, sus sentimientos, sus deseos. Conoció aquello que era oscuro, incluso al mismo dragón. Y le maravilló. Trepó a su espalda y se dispuso a elaborar un plan. No poseía ninguna de sus legendarias armas, que probablemente habían sido re-fundidas. Una sacudida casi lo arroja. Emergió entonces de las profundidades del dragón, y examinó su superficie, su ira por haber sido despertado, su irritación al haber perdido la batalla…el deseo de volver con los suyos…

    –Entiendo, entiendo. Te sacaré de este lugar, mataremos a Erdwald y luego podrás ir a tu tierra. –La criatura, por fin, parecía calmada. Pero Arruald cedió su agarré, y fue sacudido violentamente por la cola del dragón. Dolorido, su cabeza sangrando e irritado por el engaño, tomo a la criatura por la cola. Intentó volar, pero fue inútil. Con sus ojos resplandeciendo arrojó al dragón contra el suelo.

    La criatura permaneció así como la dejó, recostada sobre el suelo, su vientre completamente expuesto. Podía matarla si quería. Le costaría, porque aunque el vientre fuese la parte más débil, aún seguían siendo escamas de dragón. Pero nunca haría tal cosa. No se atrevería a dañar a tal majestuoso animal. No más de lo necesario.

    Un chasquido, viento, una gran cristal purpúreo que intentó incrustarse en el vientre del dragón, y al no lograrlo, estalló, las esquirlas hiriendo tanto al héroe como al dragón.

    Erdwald estaba allí, y su brazo derecho ya no estaba. En su lugar había un amasijo de sombras y carne, que quería insinuar, quizás, una garra.
    Arruald no creía lo que veía. Se había arrancado su propio brazo, y había creado otro a partir de…no, no quería pensarlo. Pero estaba seguro de algo: no podía vencerlo. Ese hombre no era el mismo con el que había peleado hacía doscientos años.
    –¡Primero voy a matar a esa asquerosa bestia! ¡Y después voy a seguir con vos, maldito Arruald!

    ¿Por qué quería matar al dragón? No tenía tiempo para pensarlo. La criatura trato de levantarse, pero volvió a caer al suelo. El hechicero le dedicó una sonrisa torcida y diabólica, y disparó. El cristal se introdujo por su pecho. Sintió como sus costillas crujían, sus órganos chillaron de dolor, y su columna se partió, cuando el cristal atravesó su cuerpo. Aún con vida, llevó sus manos hacia el cristal…y luego estalló.

    El cuerpo inerte de Arruald cayó. El dragón se incorporó. Erdwald rió. La criatura tocó el cuerpo de Arruald con su cabeza, pero este no respondió.
    La risa de Erdwald se interrumpió. No porque quisiese. El lamento que salió de los ojos del dragón fue trágico. Tan trágico que ninguna canción humana, ninguna invención humana podría siquiera acercarnos a lo que era ese lamento. Lágrimas manaron de sus ojos y recorrieron sus escamas, y cayeron como grandes gotas, que empaparon todo su cuerpo.

    Arruald se levantó, lentamente. Como si nunca hubiera estado herido. Como si nunca hubiera estado encerrado. Nunca había estado mejor. Y entonces fulminó con la mirada al hechicero. Y por primera vez en siglos, este temió. Y al no estar acostumbrado al temor, lo único que atinó a hacer fue a huir, envuelto en una nube de humo purpúreo, antes de que las llamas del dragón lo calcinaran.

    “¿Y que pasó después?”. Su abuelo había acabado la narración, pero quería saber que había pasado con el dragón y con Arruald. “El dragón se llevó a Arruald a sus tierras. Y estudió con sus maestros, y le forjaron nuevas armas. Y no te contaré más, porque eso ya forma parte de otra historia.
    Su abuelo le dio un beso en la mejilla, despidiéndose, pero el niño lo detuvo, antes de que pudiera irse, “abuelo…”.
    “Dime”. “¿Por qué el hechicero huyó?”. Su abuelo volvió a sentarse. “Esa era la pregunta que estaba esperando que hicieras. ¿Por qué huyó?”. No estaba repitiendo su pregunta. Le estaba formulando la pregunta, para que él mismo la respondiese. “¿Porqué creyó que no iba a ganar?”. No estaba seguro de su respuesta. “¿Crees que fue por eso?” replicó su abuelo. No supo que contestar. “La respuesta en realidad es muy simple: se fue porque tuvo miedo. A pesar de toda su sabiduría, el miedo lo tomó desprevenido. Y su reacción fue huir, a pesar de que Arruald no tenía oportunidad contra él, y el dragón ya se encontraba herido. Si no se hubiera dejado llevar por si miedo, quizás se hubiera quedado…Quizás esta historia sería una tragedia. Quizás esta sería la última historia de Arruald”.
    “Ah…”, el niño guardó silencio, sin comprender, “¿y que tiene que ver eso con las arañas?”, su abuelo le sonrió. “Eso tendrás que pensarlo mañana”. Y se despidió finalmente, con un beso en la mejilla.
     
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  2.  
    matsuri sabaku

    matsuri sabaku Iniciado

    Piscis
    Miembro desde:
    30 Octubre 2012
    Mensajes:
    2
    hola como estas la historia estuvo muy linda , hay me encanto muy lindo me gusto mucho y vieras no podia ni alejarme al leerla

    estuvo linda espero que sigas escribiendo ; )
     
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