Experimento Hechos curiosos de la historia

Tema en 'Literatura experimental' iniciado por Lucius Belmonte, 30 Diciembre 2024.

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    Lucius Belmonte

    Lucius Belmonte Iniciado

    Aries
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    21 Diciembre 2024
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    Escritor
    Título:
    Hechos curiosos de la historia
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Comedia
    Total de capítulos:
    2
     
    Palabras:
    1458
    La Batalla de Stamford Bridge o Se acabaron los vikingos.



    La Batalla de Stamford Bridge es un hito en la historia de Inglaterra y del mundo, pues marcó el final de una era: La Era de los Vikingos. Desde hacía ya casi tres siglos, estos “hombres del norte” venían asolando Europa, saqueando enclaves costeros, esclavizando gente, matando reyes y conquistando territorios (1). Pero todo lo que tiene un inicio tiene un final. Y el final de esta era se dio en un contexto que, sin restarle mérito, más que una guerra al uso parecía un juego de “Las sillas musicales”.

    En el día 5 de enero de 1066 murió el rey anglosajón Eduardo el confesor. A simple vista esto no es nada del otro mundo, pero este rey en concreto no tenía herederos; y eso es un problema serio en una monarquía. Si hubiese conseguido engendrar uno aunque fuese, pues le ponían la corona al hijo y listo; pero si no es así se arma el caos, porque en todo reino hay como mínimo un rey y dos nobles que quieren su puesto de trabajo a como dé lugar. En el caso de Inglaterra, los contendientes eran 4, dos de casa y dos extranjeros: Edgar, hijo del en ese momento difunto Eduardo Etheling, hijo a su vez del antiguo rey Edmundo II; Harold Godwinson, conde de Wessex y hermano de la reina Edith, la viuda de Eduardo el confesor; Harald Hardrada, rey de Noruega; y Guillermo El Bastardo, duque de Normandía. Como aquí la música había parado y los 4 estaban listos para irse a los golpes, un consejo de nobles conocido como Witenagemot (o Witan, para ser breves) decidió intervenir para evitarlo y eligieron al rey por su cuenta. Como Harald y Guillermo eran extranjeros, fueron los primeros en descartarse. Luego cayó Edgar, pues era un niño de 10 años, tan pequeño que seguro la corona se le caería nada más ponérsela. Por eliminación, quedó coronado como rey de Inglaterra Harold Godwinson. Y esto no le gustó ni un poquito a ninguno de los demás pretendientes al trono.
    No sé si el pequeño Edgar armó una perreta, pero el duque Guillermo y el rey Harald si decidieron que no iban a dejar las cosas así como así; ambos empezaron a mover hilos para sacar a Godwinson del trono y ponerse ellos en su lugar. Los dos eran unos huesos duros de roer, sobre todo el noruego. En su juventud, Harald había formado parte de la Guardia Varega, el equivalente a una guardia real-unidad militar de élite en el Imperio Bizantino. Después de irse de ahí (según se cuenta, por haber recibido acusaciones de robo y haberle sacado los ojos a su acusador) volvió a Noruega, donde heredó el trono. Como aquello le sabía a poco, decidió crear una especie de “Imperio del Norte”, quizás inspirado en el antiguo rey danés Canuto el grande. Su primer intento fue la conquista de Dinamarca, pero la cosa no salió como esperaba. Para este segundo intento estaba más confiado, pues contaba con la ayuda de un noble inglés llamado Tostig, exiliado tras rebelarse contra el rey Godwinson, y que para más remate era su hermano (2); que le aseguraba que contaría con ayuda de otros nobles descontentos. Más feliz que en el día de su cumpleaños, el rey noruego armó un ejército de entre 7000 y 9000 hombres, más mercenarios procedentes de Frisia, región de los actuales Países Bajos y unos 2000 soldados de Escocia que se le unieron cuando pasó por las islas de Shetland y Orcadas (3).
    Respaldando sus reclamaciones con semejante contundencia, Harald tocó tierra en el norte de Inglaterra y remontó los ríos de la región aprovechando la forma de los barcos vikingos y entonces sus hombres se dedicaron a lo que mejor se les daba: saquear, robar, incendiar y demás cuestiones básicas del oficio. Cuando echaron en el saco todo lo que podían cargar, dividieron sus fuerzas en dos, un tercio se quedó atrás para mantener la base de operaciones y los demás fueron en dirección al condado de York. El saqueo y el trayecto fueron fáciles porque la mayoría de las fuerzas inglesas estaban en el sur de la isla, esperando un ataque del duque Guillermo que no llegó a producirse, pues todo era un rumor proveniente de Tostig. Los únicos que le salieron al paso fueron los condes de Northumbria y Mercia, pero estos cometieron una serie de errores catastróficos que harian que Sun Tzu se revolcase en su tumba si se llegase a enterar: Contando con fuerzas menores en número a Hardrada, en lugar de atrincherarse en York, presentaron batalla en campo abierto y sin asegurar siquiera las posiciones más elevadas. Como no podía ser de otra forma, fueron aplastados. Hardrada se asentó en York e inicio negociaciones para que los nobles del reino le reconociesen como rey de Inglaterra.
    Y mientras tanto, el rey anglosajón Harold Godwison iba hacia el norte como alma que lleva el diablo. Su ejército había emprendido una marcha forzada desde el sur de Inglaterra cuando se dieron cuenta de que les habían tomado el pelo, cubriendo los 321 kilómetros que les separaban en cinco días. El día 25 de septiembre se encontraron los dos ejércitos en Stamford Bridge; y fue entonces cuando a los noruegos casi se les desencaja la mandíbula: Ante ellos se extendía un ejército de unos 2000 hombres a caballo y 15 000 a pie, entre los que se encontraban los huscarles, soldados de elite y guardaespaldas de Godwinson. Para más remate, las fuerzas de Hardrada estaban dispersas y necesitaban tiempo para reunirse; y ese tiempo lo obtuvieron de la forma más épica posible: Un grupo de guerreros noruegos atravesó el puente y contuvo ahí al ejército de Godwinson. Entre estos hombres estaba un berserker, un tipo de guerrero vikingo que luchaba en medio de un trance de furia que los hacia parecer hombres bestia y que se han ganado su propio lugar de honor entre las leyendas de la humanidad. Este en concreto ha llegado a tal nivel de fama que en los relatos de la batalla se suele omitir la participación de sus camaradas de armas, lo que es comprensible porque así queda más épico. Tampoco es que este berserker no haya hecho nada, ya que todo indica que fue el último en caer, no sin antes haberse llevado por delante a 40 soldados (4). Para cuando los anglosajones lograron cruzar el puente, los hombres de Hardrada estaban listos para recibirles en formación de “muro de escudos”, la más famosa de todas. Aguantaron cargas de los huscarles y de los soldados de infantería de Godwinson, hasta que estos parecieron retirarse. Fue entonces cuando el rey noruego cometió un error garrafal: Mandó a sus hombres a perseguir a los anglosajones. Estos, viendo que había mordido el anzuelo, dieron la vuelta y los atacaron de frente y por un flanco. Como ya no estaban en formación, los noruegos fueron derrotados y Harald Hardrada perdió la vida de un flechazo en el cuello.
    Así acabó la historia de él último rey vikingo, aunque bueno, tuvo la muerte que habría deseado, culturalmente hablando. Además, el epílogo de esta historia debió de ser satisfactorio para él desde el más allá. ¿Se acuerdan del duque Guillermo El Bastardo? Pues al final si atacó. Parece ser que estaba esperando a que sus otros rivales se debilitasen entre sí para luego rematar al que quedase en pie. Como desembarco en la región de Sussex, al rey le tocó correr otra vez al encuentro de su rival y esta vez las tropas no aguantaron el maratón. Godwinson tuvo que concederles una semana de descanso y en ese tiempo Guillermo reforzó su posición en Hastings. Allí se encontraron los dos ejércitos el día 14 de octubre y esta vez el rey anglosajón fue el que cayó en batalla. Como solo quedaba un pretendiente, Guillermo fue coronado esa misma Navidad como Guillermo I. Como ahora, aparte de duque de Normandía era también rey de Inglaterra, había que cambiarle el apodo, porque a un rey nadie le llama bastardo, al menos no dos veces. Como se ganó el trono por la fuerza de las armas, le llamaron El Conquistador; Guillermo I El Conquistador. Queda muy bien.


    1-Y dando material de sobra para los escritores de literatura fantástica y los músicos de power metal.

    2-Vaya familia.

    3-Parece que desde antiguo los escoceses y los ingleses no se soportan.

    4-Otras fuentes, como la Crónica anglosajona, duplican esta cantidad de muertos a manos del berserker, aumentan su tamaño hasta los 2,30 metros o más y cambian la cantidad de soldados en combate a poco más de 15000 entre ambos bandos, siendo la única constante el que Harald empezó con la desventaja de que sus fuerzas estaban desorganizadas y superadas en número, aunque no se sabe en que proporción.
     
  2. Threadmarks: Vidocq, de delincuente a policía
     
    Lucius Belmonte

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    1722
    Vidocq, de delincuente a policía

    Vamos con un caballero de esos que dejaron una huella indeleble en el tiempo, aunque la “huella” en cuestión es más reconocida que la mano de la que salió. Todos los estados tienen órganos policiales, que emplean las más modernas técnicas de la criminalística para asegurarse de que quien cometa un delito termine en el tanque. Sus nombres son muy variados, muchos cuentan con uniformes icónicos y hasta anécdotas espectaculares. Pero todo tiene un origen y el origen de la policía tal y como la conocemos está en Francia, en el entonces recién empezado siglo XIX; y el que lo empezó todo lo hizo por una razón bastante singular: Se había cansado de ser un delincuente y quería un cambio de aires. Este delincuente reformado no es otro que Eugéne François Vidocq, el primer policía moderno.
    Afortunadamente, se puede conocer su vida al completo gracias a sus memorias, que se convirtieron en un best seller en la época en la que se publicaron, así que vamos a ello. Nació el 4 de julio de 1775, siendo el tercero de los 7 hijos de un panadero. También fue el más mala cabeza de todos, pues dio problemas desde pequeño. Su historial criminal empieza a los 14 años, cuando huye de casa con dinero de la familia con la intención de irse al continente de al lado, América; quería poner bastante tierra y agua de por medio. Por desgracia perdió el dinero y, más desgracia aun, tuvo que hacer lo que debe de ser la antítesis de cualquiera que desdeñe tanto las normas como él lo hacía: alistarse en el ejército.
    Uno podría sentirse tentado a pensar que murió en el primer campo de batalla que pisó, pero no; sino que logro sobrevivir e incluso llegar a granadero, lo que era un puesto de elite en las fuerzas armadas de aquel entonces. Pero no por aprender a ponerse firme como un soldadito de plomo dejo de ser un buscapleitos, sino que terminó batiéndose en duelo más de 10 veces en todo el tiempo en el que fue militar. Desertó en 1792 cuando mató a un oficial superior suyo que se negó a batirse con él, huyó a Arras, su región de nacimiento; se libró de la guillotina por los pelos y terminó por contraer matrimonio. Aquí no se estuvo quieto, sino que volvió a las andadas cuando se enteró de que su esposa le era infiel. Paso por Bélgica y por Países Bajos bajo identidades falsas, se enredó con mujeres de alta alcurnia, fue profesor, contrabandista y corsario y empezó a acumular entradas y salidas de la cárcel. No había forma en la que pudiesen dejarlo encerrado dentro de las cuatro paredes de una celda, porque en cualquier momento escapaba, bien en la prisión o bien en el traslado. En una ocasión consiguió eludir una condena a trabajos forzados escapando con un disfraz. En medio de todo este ir y venir le dio tiempo a divorciarse, por cierto. Fue durante uno de sus periodos de estancia en una cárcel, el cual aprovechó, ya que estaba, para hacer el trámite. Después de que lo finalizó, como es lógico, volvió a escapar.
    Su cambio de bando y de casaca llegó en 1809, cuando tenía 34 años y un historial delictivo de como mínimo 3 carpetas. Llegado a ese punto de su vida empezó a plantearse si eso de estar cometiendo delitos, entrando y saliendo de la cárcel, aunque fuese por iniciativa propia, era todo a lo que podía aspirar. Lo meditó un poco y decidió poner sus conocimientos del bajo mundo criminal al servicio de la policía parisina. No tenía nada que perder; así que pidió hablar con Louis-Nicolas Dubois, el prefecto de la policía en Paris. Este accedió y Vidocq fue enviado ante el esposado y flanqueado por dos gendarmes, como mandaban los cánones. Ahí le explicó a quién sería su futuro jefe que estaba cansado y arrepentido de su vida y que quería cambiar de bando. El prefecto no le creyó, pues ya había escuchado esas lágrimas de cocodrilo de muchos otros delincuentes que en cuanto les dabas un voto de confianza volvían a las andadas. Mando a que se lo llevasen de ahí y los gendarmes obedecieron, sacándolo casi a rastras. Media hora después, volvió a abrirse la puerta del despacho del prefecto de la policía y Dubois quedó con la boca abierta al ver a Vidocq delante del otra vez, ahora sin esposas, sin escolta policial y habiendo entrado en aquel sitio como Pedro por su casa. Nadie al parecer lo vio o le dio importancia. El delincuente escapista reiteró su oferta y esta vez obtuvo un rotundo sí.
    Volvió a la cárcel no ya como delincuente, sino como informante. Gracias a él el índice de detenciones de la policía subió como la espuma, porque al parecer tenía un gran don de gentes y los criminales encarcelados se lo contaban todo sobre sus colegas de oficio que aun andaban sueltos. Estuvo en este rol casi dos años, hasta que se fugó otra vez de la cárcel. Esta vez no fue un escape auténtico, sino más bien una puesta en escena que se creyó toda la población penitenciaria, porque a sus ojos seguía con las mismas costumbres de siempre. A partir de aquí siguió informando desde lo más sórdido de las calles de Paris adoptando distintas identidades, pues era tan bueno disfrazándose que era capaz de dejar acomplejado a un camaleón. Se colaba en los grupos criminales, se ganaba su confianza y luego le daba el soplo a la policía, que aparecía para apresarlos y mandarlos a la jaula.
    En el año 1811, propuso a John Henry, el jefe de la Segunda División de la policía de Paris, la creación de un grupo de policía de elite, que fuese de paisano y que no se limitase solo a llegar con el carretón y las esposas, sino que investigasen los delitos. Recibió el visto bueno y entonces nació la “Brigade de la Sureté” (Brigada de Seguridad). ¿A que no adivinan quienes fueron sus primeros miembros? En efecto, delincuentes reformados, como él. Sabía que no era el único dispuesto a enmendarse si la vida le daba una oportunidad, así que les hizo esa oferta a unos cuantos hombres: Su servicio apoyando a la ley a cambio de un trabajo con plaza fija, un sueldo que les garantizaba un techo decente y tres comidas al día además una vida digna de tal nombre y la seguridad de que no acabarían sus días con el pescuezo en la guillotina o pudriéndose en una celda. Además introdujo los primeros estudios de balística y métodos de levantamiento de huellas de calzado empleando yeso. También inventó los historiales policiales, pues empezó a llevar registros de todos los delincuentes que caían en sus manos, incluyendo una descripción física, crímenes que habían cometido y hasta su caligrafía particular. Entre sus casos más famosos se encuentran el robo de un collar de diamantes perteneciente a uno de los amores más conocidos del emperador Napoleón Bonaparte: Josefina. Cuando aquel robo ocurrió Vidocq aún era informante y la parejita se había separado por los problemas de infertilidad de la señora, pero el Napo decidió hacerle ese favor, quizás por los viejos tiempos. El Ministro de la Policía recurrió a Vidocq, que necesito solo 3 días para recuperar el collar y meter en prisión al ladrón. Otro caso sonado fue el asesinato de la condesa Isabelle d’Arcy. Su marido fue detenido como principal sospechoso, ya que la policía llego a saber que la difunta condesa tenía un amante. Desde el punto de vista de las autoridades, el conde cornudo tenía un móvil claro para cometer el asesinato, pero Vidocq seguía sin estar convencido del todo. Decidió darle un voto de confianza al conde, que juraba que era inocente; mandó a sacar en secreto la bala de la cabeza del cadáver y la comparó con las dos pistolas a las que tenía acceso el acusado. Como ninguna coincidía con el proyectil llegó a la conclusión de que el culpable era otro y utilizó el mismo método con el amante de la condesa d’Arcy, confrontándolo con el dato de que había registrado su casa y había encontrado ahí un arma que encajaba con la posible arma del crimen, junto a unas joyas. El amante confesó y el caso quedó resuelto.
    También tuvo líos con la policía en este periodo de su vida, por sorprendente que parezca. Sus colegas, verdes de envidia, lo acusaron primero de tener simpatías bonapartistas años después de la caída y exilio de Napoleón Bonaparte, por lo que terminó dejando la policía en 1832 y se abrió una agencia de investigación privada. Diez años después fue acusado de detención ilegal y malversación de fondos relacionados con un caso que el mismo ayudó a resolver; fue encontrado culpable en un primer juicio, pero apeló la sentencia y consiguió la absolución. Posiblemente harto de todo, cerró su agencia en 1847 y se retiró a vivir tranquilo hasta que murió en 1857.
    Y así acaba la historia de este delincuente reformado; bandido convertido en guardián de la ley. La parte obvia de su legado está, como se dijo al principio, en las fuerzas de la ley y el orden de todo el mundo, pero lo que casi nadie sabe es que sus acciones tuvieron repercusiones artísticas. Las aventuras de este hombre durante todo el tiempo en el que se dedicó a delinquir, su habilidad para disfrazarse y su capacidad como detective inspiraron a varios escritores como Alejandro Dumas, quien se basó en el para crear a Edmundo Dantes, “El Conde de Montecristo”, dotando al personaje de la misma capacidad para hacerse pasar por quien quisiese. Honoré de Balzac lo uso de base para crear a Jake Collins, mejor conocido como Vautrin o Trompe la Mort, un delincuente sin capacidad de redención y con mucha habilidad para evadir la prisión. Por último, sirvió para crear a Jean Valjean y al inspector Javert, respectivamente el protagonista y el antagonista de “Los Miserables”, esa novela que es más famosa por el musical basado en ella, ese donde todos se ponen a cantar “Do you hear the people sing?” al final. Teniendo en cuenta como fue a lo largo de su vida, quizás esta última parte de su legado debe de ser la que más lo tiene complacido.
     
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