Novela Twitter Hay un ladrón entre nosotros

I​

Alcé la mirada del suelo soltando un bostezo. El comedor, a pesar de contener a varias personas, se hallaba sumergido en un silencio aterrador. Toda mi familia observaba a la abuela con una chancla en la mano fulminarnos con la mirada.

Tragué saliva. Esto no me daba buena espina.

 

II​

Mi padre fue el primero en replicar, molesto por ser despertado a aquellas horas de la madrugada. Entrecerré los ojos en cuanto la chancla impactó en su cara: no podía decir que no me lo vi venir. El resto se lo pensó mejor antes de añadir algo más.

Que alguien me saque de aquí...

 

III
​

Mi tía logró encontrar las palabras adecuadas para preguntar sobre la reunión, y la yaya bajó el arma. Finalmente nos contó su sospecha: había un ladrón escondido entre nosotros. Alguien había robado su dentadura postiza y hasta que no apareciese, nadie saldría de la habitación.

 

IV​

Aquella afirmación hizo que más de uno se aguantase la risa por su bien. ¿Eso era todo? No podía creer todo esto. Sin embargo, se veía que hablaba completamente en serio.

Ahora más que nunca deseaba ser Natalie y dormir tranquilo en mi cuna, como ahora ella estaría haciendo.

 

V​

Lo cierto es que siempre fui fan de los detectives, pero nunca hubiese creído que me vería en un caso de este tipo. Mientras la yaya iba amenazando uno a uno para que escupiesen la verdad, decidí apartarme para pensar.

Éramos ocho personas, debía empezar a interrogar uno por uno.

 

VI​

Me acerqué a la abuela, con la idea de recaudar información. Dijo que tuvo la dentadura excepto antes de cenar, y a la hora de dormir. Descarté la hora de la cena y pregunté por la hora a la que fue a dormir, dejando la dentadura en el pasillo.

A las 23:00. A por coartadas.

 

VII​

Papá se acariciaba la mejilla, donde la silueta de la chancla aún ardía, y me atendió con desgano. A las 23, la hora del crimen, papá se encontraba recogiendo la cena. Pedir pizza no había sido buena idea, puesto que no cortarla bien derivó en una guerra de comida horrible.

 

VIII​

Mamá acarició mi cabeza con ternura, sin tomarse en serio mi trabajo de detective. Aún así, me dijo que durante esa hora se encontraba ayudando a Natalie a dormir, puesto que el ruido que se había formado abajo parecía haberla despertado, y con razón.

¡No me dejó interrogar al bebé!

 

IX​

Tía Amalia estaba intentando evitar que el tito recibiese otro chancletazo mientras la abuela le interrogaba, pero se cansó rápido. Me contó que durante esa hora se encontraba ayudando al abuelo a encontrar su dentadura también, y lo apunté enseguida.

Esto no parecía coincidencia.

 

X
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El tito no me hizo mucho caso, puesto que se alejó a encender un cigarrillo. Tapé mi nariz mientras le preguntaba (¿cómo podía gustarle esa cosa?) y me dijo que él no salió del salón, pues se encontraba viendo su programa favorito y no escuchó nada.

Inflé mis mejillas. ¡Qué vago!

 

XI​

El abuelo se había quedado frito en el sillón y ni los chancletazos de la abuela sirvieron para despertarle. Sin embargo, yo me sabía el truco: coloqué un billete de mis ahorros frente a su rostro, y rápidamente abrió sus ojos, intentando llevárselo. ¡Al menos lo guardé a tiempo!

 

XII
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Había dejado su dentadura mientras atendía al vendedor de pizza en la encimera, y desde aquel momento se pasó el tiempo buscándola junto a mi tía. Por suerte, esta apareció en el pasillo más tarde, y pudo comer con tranquilidad. ¿Cómo podía hacerlo en medio de ese destrozo?

 

XIII​

—¿¡Cómo!? —exclamó mi primo Jack en cuanto escuchó el testimonio. En seguida, comenzó a reír—. Pero si yo vi al repartidor llevarse la dentadura, ¡no es posible que apareciese!

Tita Amalia fue directa a preguntar por aquella evidente travesura, pero yo estaba confuso. ¿Y si...?

 

XIV​

—¡Espera, abuela! La dentadura que recogiste durante la cena era la del abuelo, y la tuviste puesta hasta la hora de dormir. Por lo tanto, la verdadera la tiene... ¡el repartidor de pizza!

El abuelo fue a regañar a la yaya, la yaya a Jack y este echó a correr.

¡Caso cerrado!

 

XV​

Mientras tanto en la pizzería, el repartidor notó cómo en su bolso aparecía un muñeco de aquella niña que vio, jugando en la entrada de la casa de aquella vieja loca. Ya decía él que el jovencito que se le acercó a palmear su espalda le resultó sospechoso.

Necesitaba un aumento.

 

XVI​

Y mientras los miembros de la casa llamaban desesperados a la pizzería, rogando que estuviese abierta a aquellas horas, y Jack suplicaba que le devolviesen su consola, la pequeña Natalie se acurrucó, abrazando un pequeño objeto entre sus manos.

¿Quién sospecharía de un bebé?