¿Habéis pensado alguna vez en que, tal vez, hay alma en aquellos objetos que dejamos abandonados? ¿ Habéis pensado alguna vez en cómo se sienten nuestros útiles de trabajo cuando ya se vuelven inservibles ? Cualquier cosa vale... una goma gastada, un bolígrafo sin tinta con el que tantas y tantas historias habéis creado y compartido, una libreta atestada de frases que ya no interesa... ¿ Creéis que no sienten pesar cuando ya no sirven para nada? Saben muy bien que su final está cerca, y el miedo al abandono les corroe. ... ¿Qué?... ¿Que no os lo creéis? El duende del sueño la sorprendió y la cubrió con su manto para que se perdiera en sus sueños. Mientras ella divagaba por el infinito, algo pasaba a pocos metros de ella. Su cabeza descansaba sobre una cuartilla llena de párrafos y frases que juntos tendrían que formar una historia... pero no lo consigue. A su alrededor más hojas garabateadas, a lápiz, y ninguna de ellas consigue el tan ansiado asentimiento de la mente del creador. El estuche de piel donde guardaba sus útiles estaba lleno de viejos y nuevos "recuerdos", cada cosa estaba asociada con momentos determinados de su existencia. Y de allí salía un murmullo, voces chillonas o suaves, bajas o altas discutiendo. Y de allí salieron unos cuantos útiles. Un bolígrafo finolis, una goma semigastada con ojos tristes, sucia y descamada, un afilalápices y un lápiz joven y nuevo. El último en salir fué lo que quedaba de un lápiz con el que modeló su primera historia, y con el que seguía escribiendo. Antes se mostraba en todo su esplendor, elegante y joven, pero el tiempo también había pasado para él, y ya sólo quedaba un pequeño trozo de madera, arañado y despuntado. Sus compañeros se burlaban, haciéndole comentarios hirientes y despectivos, como: ¡ No sirves para nada ! Enano, microbio, miseria... La pobre mina que era su corazón se resquebrajó aún más , y decidió dejar de existir. ¿Para qué continuar así? Se dirigió al afilalápices, le rodeó, y en un descuido se lanzó de cabeza y dió más y más vueltas , afilándose cada vez más hasta que tan solo quedó un trocito de mina encima de la mesa. El pequeño lápiz se sentía tan solo y despreciado que se suicidó sin más. A la mañana siguiente la joven notó el cambio, pero pronto lo reemplazó por el sonriente y descarado lápiz nuevo, con el que siguió intentando crear algo nuevo y brillante, sin recordar más al tristemente desaparecido lápiz.