Suave cada pisada que da, pequeñas las depresiones que forman y los marrones, oscuros, ojos que observan sus propias pisadas se encuentran en su propio cráneo, si es que propio se le puede llamar pues a sí mismo ya no pertenece más. La realidad otra es, lo que real había creído ya recordar no puede, la realidad que fuera de su memoria se encuentra no incluye a su presencia mismísima, la realidad de la que parte había sido es alterna ahora. Aquellos negros, grandes, rectángulos más no le atormentarían, a la realidad antes alterna, desconocida, no pertenece. La realidad que real ahora llama real no era antes, inexistente. Al no conocerla real no era, aquello que veía, captaba, solo era real. La realidad que ahora alterna es en tiempos lejanos real había sido. Las huellas, antes reales no eran, ahora es todo lo que captaba. Lo capta hasta que una cristalina superficie, transparente, se desliza bajo sus pies, o tal vez son ellos los que sobre la superficie se deslizan. Azul, gris, rojo, blanco, celeste, naranja, negro. Todo a su alrededor. Impalpable, lejano. Incapaz de nombrarlo es. Debajo suyo, a un lado, al otro, sobre su misma cabeza. Una cuenta regresiva se ve. Irregular. Regresiva no es. Subiendo y bajando, corriendo de un lado a otro, todo tipo de velocidades, constantemente cambiando. Gritos, susurros, frío. Risas agudas, graves, llantos lejanos. Lejanos y fríos. Llamas sonando, consumiendo y un grito a lo lejos, frío. Sonando, sin parar, un teléfono y una voz desconocida gritando, llamando. —¡Light! ¡Light, Light, Light Yagami! —con desesperación absoluta llama la voz, igual de desesperada no luce, el sujeto contorsionado le observa: cabeza hacia su derecha inclinada, brazo del mismo lado cual boa hasta su oreja izquierda llega, espalda curvada, cabeza a la altura de la cintura (si no es que más abajo aún), el izquierdo de sus brazos espasmódicamente sacudiéndose, hacia cada lado las puntas de sus pies mirando. —¡Light! ¡Light, Light, Light Yagami! —sin dejar de llamarle. Un "Do Re Mi" transcurre y la figura se contorsiona frente los oscuros, marrones, ojos. Espasmódicos movimientos, tras cada uno melodías desconocidas, de alterna realidad, resuenan. —¡Light! ¡Light, Light, Light Yagami! —continúa llamándole— No me conoces, no, no lo haces, no puedes hacerlo, pero lo haces, o lo hacías. No lo haces aquí, pero lo hiciste allí. No recuerdas, no ves, no sientes, no existes. Las contorsiones deja, de pronto, y le observa, porque hacerlo puede, y le habla, porque hacerlo puede. —Por igual llega, no importa el camino, llega de todas formas. Tu camino fue largo, aún no ha terminado. Con mi dedo índice te guiaré, porque no es ni sabio ni justo, igual a cualquier otro es, pero solo aquí puedes verlo. Como cualquier otro podría haberte tocado, pero ha sido el mío, porque no es ni sabio ni justo, para todos es igual. Azul, gris, rojo, blanco, celeste, naranja, negro. Debajo suyo, a un lado, al otro, sobre su misma cabeza. Todo se cierra, pequeños surcos se forman también. Tras ellos ve, oye, siente saborea, olfatea. Pero sufre. Y al frente, sabe que es al frente, un dedo, ni sabio ni justo le guía.