One-shot de Pokémon - Go forward

Alguien se quería subir al tren del mame de Pokémon Go pero recordó que tenía Windows Phone. Pero usar la imaginación es para todos (?)


Hace frío, uno del caramba; es decir, como casi siempre suele ser en esta zona. Miro por la ventanilla y observo cómo es que el viento resopla con bastante fuerza dándole al bosque un aspecto casi tenebroso y feroz, el cielo grisáceo y amenazante de lluvia lo hace todavía peor.

Nada a lo que no pueda sobrevivir con un poncho, unos pantalones gruesos y mitones de lana que dejan mis dedos al descubierto; el clima de la región es una de esas cosas a las que uno nunca se termina de acostumbrar pero que siempre se termina prefiriendo por sobre los lugares calientes de costa. El transporte público me ha dejado lejos del lugar a donde quiero ir, pero parte de la diversión consiste en caminar… y mucho.

Y comienzo a cuestionarme si la gente del lugar se sentirá incómoda viendo a una tipa de apariencia extraña pegada a un celular y deambulando como imbécil por las calles del pueblo… no tardo mucho en caer en la cuenta que dicha descripción suena a cualquier adolescente promedio en cualquier día del año. Una lástima que hace rato que haya dejado de tener quince años. Amén que ni siquiera aparento la edad que realmente tengo.

Avanzo de forma lenta pero constante por una pequeña banqueta, no hay demasiada gente en la calle y me puedo mover con cierta facilidad. La cosa se comienza a complicar en las subidas, y siendo un pueblo de montaña había que enfrentar el que uno se imaginaba como el peor enemigo de la imagen del gordito friki de internet: escaleras sobre pendientes tortuosas de casi noventa grados. Casi sin aliento, ahora me encuentro en una de las partes altas donde puedo ver las casitas bajas de fachada lisa y techo de teja roja; y más allá se imponen los cerros, no tan verdes como los que habrá en el sur pero sí lo suficientemente frondosos –pese a la constante deforestación– para robarme el aliento y hacerme sentir como algo muy pequeñito en este mundo.

Saco el teléfono y comienzo a implorarles a todos los dioses de los que me acuerdo que el plan de datos, por el que me estuve matando varias semanas de abstenerme de hacer compras idiotas con mi sueldo para tenerlo, funcione… Y lo hace. Frente a mis ojos, sobre una reducida pantalla de no más de cinco pulgadas, se cierne la línea donde lo virtual conoce a lo real porque ahí mismo me topo con un Meowth. Sencillamente no me resisto, ¿cómo podría? Ahí mismo salto y lanzo un grito de excitación… ¡Joder, si hasta está erguido en sus dos patitas! Me inunda una alegría y gozo que ni siquiera sentí en el momento de mi titulación o cuando me aceptaron en el trabajo; alegrías propias de la vida adulta porque sabes que dichas cosas son útiles y necesarias, pero que jamás se podrán comparar en intensidad a las pasiones juveniles que sólo se disfrutan antes de que la inocencia se pierda.

Más tarde que temprano me alegro que el lanzamiento de la esfera no fuese con el movimiento del móvil que si no a la primera hubiese salido volando. Me lleva un par de pokébolas, pero al final lo logro, he capturado un Meowth; no uno en la Ruta 5 de Kanto desde el emulador en mi computadora, sino llenándome de valor para salir a buscarlo en la calle, sintiendo el viento –no tan puro– azotándome en la cara y los rayos del sol que quemándome la nariz para lograrlo.

Mucho antes de si quiera desearlo, ya me encontraba cuesta bajo corriendo como una mocosa de diez años o menos, cosa curiosa porque no recordaba haber tenido esa clase de ímpetu en mi infancia, mirando no a la app sino a mi alrededor donde las criaturas se materializaban a mi paso: Pidgeys sobrevolando los tejados, niños practicando su primer combate en el kiosko de la plaza, gente paseando sus Growlithe por la calle que va a dar a la iglesia, vendedores en los portales vendiendo artesanías de plata y escamas de Magikarp.

Y aunque sé que todo está en mi mente, la felicidad que me causa imaginarlo es bastante real. Claro, para este momento hay más pokémon en mi cabeza que los que despliega la aplicación. La búsqueda me lleva cerca de una panadería donde no logro capturar a ese escurridizo Abra, pero salgo con las manos llenas de pan de nata y ya que estamos en eso de las compras, paso a comprar una pequeña botella de sidra… que para algo bueno me iba a servir la mayoría de edad.

Ya han pasado varias horas desde inicié mi viaje y el cansancio me hace sentir afortunada de que esto se trata de un juego y no una verdadera prueba de supervivencia de la que no saldría bien librada. Comienzo a pensar que es buen momento para ir a casa, pero recuerdo que no he ido únicamente a conseguir los pokémon del pueblo; decido guardar un poco de batería y salgo de la aplicación. Ahora tanteo si poner música, tengo bastante folk, post rock y psicobilly para hacer entretenido el viaje… pero al final dejo lo hipster de lado para continuar mi búsqueda con el tema que lleva a Ciudad Verde.

El aire de confianza va mermando a medida que salgo del pueblo y me encamino a la carretera. ¡Qué demonios estoy haciendo! ¡Esto claramente atenta contra mi sentido lógico y básicamente el de cualquiera! Me digo que no hay nada que temer ya que el lugar al que deseo ir está a poco más de un kilómetro de ahí, desde este punto es visible pero no es suficiente. Es curioso cómo uno de pequeño se imagina explorando lugares recónditos e inhóspitos, llenos de insectos salvajes y enredaderas imposibles; y a medida que uno crece, caminar a la tienda de conveniencia ya parece suficiente aventura para el día.

Dejo de pensar en lo riesgoso que es ir a orillas de un camino de montaña o del cómo se ha elevado la incidencia de asesinatos en el país porque al fin he llegado. Nunca supe demasiado de ese gran monolito más allá de que es el distintivo de la entrada del pueblo, seguramente que por un par de billetes, algún poblador me contará leyendas sobre su construcción y traslado, pero para mí siempre sería la gran piedra lunar en donde en las noches de luna llena los Clefairy se agrupaban para bailar por la tierra, el cielo y las estrellas. Saco el móvil, entro a la aplicación y miro…

Pongo la sonrisa de mi vida.

Más allá del camino hay hectáreas de bosque a las que soy consciente que no puedo entrar, no sólo porque sería suicida hacerlo sino porque no hay ninguna clase de señal; pero al igual que hace casi quince años echo a volar la imaginación para ver Bulbasaurs corriendo entre la maleza mientras un grupo de Paras se alimentan del musgo de los troncos caídos; donde más allá se encuentran las cuevas dominadas por Zubats y los señores del lago reposando en sus profundidades. Y tal vez, solo tal vez, algunos afortunados verían posarse por un breve instante a un pokémon legendario en las peñas del corazón del bosque.

Si hace diez años me hubiesen dicho que viviría para ver mi sueño hecho realidad, le hubiese besado los pies a mi profeta, hace cinco lo hubiese mandando a un psiquiatra y hoy… hoy sólo planeo nuevos viajes para capturarlos a todos.

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