—Moura. —Ahora no. Las cabezas de los presentes apenas tuvieron tiempo de voltear hacia la puerta entre una voz y la otra. Drake, frunciendo el ceño, aguardó. Hacia ya tiempo de las veces en que Drake podía llamar la atención de su padrastro así, llamándolo por su nombre. No "Señor Honda" ni "Señor Moura". Había terminado venciendo la costumbre, o quizás simplemente Moura ya no pensaba darle el placer de interrumpirlo cuando quisiera. Para variar, se había metido en otra reunión desde horas de la mañana. Se estaba volviendo costumbre de las últimas semanas. Incluso Drake que por su puesto en el edificio podía ingresar a las reuniones cuando quisiera estaba teniendo problemas para contactar con Moura los últimos días. Solo el día anterior se había pasado la tarde buscando interrumpirlo cada vez que el silencio en la sala se prolongaba dos segundos, y solo había recibido miradas de molestia y el típico "Ahora no" de respuesta. La mesa frente a Drake era ovalada y de unos ocho metros de ancho, y solo una pequeña parte estaba siendo usada. Al menos siete personas acompañaban a su padrastro, y Moura se encontraba sentado justo en la otra esquina, lo que hizo que Drake tuviera que acercarse para escuchar. Al costado de su padrastro se hallaba el que seguía siendo el hombre mas corpulento que Drake hubiera visto nunca. Por alguna razón Moura Honda había conocido a un ex militar con el cuello robusto como un tronco y una cicatriz de miedo en la quijada, y había decidido que sería su segundo al mando. Y por alguna razón esa decisión había funcionado a la perfección: Moura no habría encontrado nunca un hombre mas leal, ni tan eficaz en su trabajo. Akamaru Tsume se encontraba en ese momento revisando unas hojas que estaban repartidas en la mesa, y terminó dando un golpe.— ¡Esa maldita cucaracha! Si piensa que puede volver aquí, ¡Le voy a dar para el pelo! A Drake le pareció una frase excelente, dado que Tsume era calvo. Tuvo que hacer un esfuerzo para ahogar una carcajada mordaz. Moura mantenía la calma, aunque su ceño seguía fruncido. —No tenemos más remedio que aceptarlo de vuelta. Sabe demasiado, llegado a este punto. Drake ya se pudo hacer una idea de quién hablaban, siguiendo el hilo de la conversación del día anterior. Otra vez Benedict Fanshawe. Fanshawe había sido hasta hace poco un gran inversor para Moura Honda. Por lo menos, hasta que había encontrado otro proyecto que le había llamado la atención, y muy tarde se dió cuenta de que la empresa a la que le iba a meter dinero ahora estaba fuertemente asociada a...Chance. Fanshawe estaba teniendo problemas para retractarse de su anterior predisposición a la nueva inversión sin levantar sospechas, y Moura directamente veía la intención de Fanshawe de buscar otro proyecto con mayor margen de ganancia como una traición a su empresa. Para hacerlo más complicado, sacar a Fanshawe de su empresa lo lanzaría a trabajar con la competencia para recuperar su dinero, y de ahí a que se chivara sobre el verdadero trabajo de Moura en los últimos años era solo un paso. Cómo solía decir Tsume los últimos días, Fanshawe la había cagado hasta el fondo. —Que se contente con mantener la cabeza sobre sus hombros—espetó Akamaru.—Sabe lo que estamos haciendo, sabe cuál es el riesgo. Un hombre que no puede pensar en otra cosa más que en su propio culo no debería estar metido en esto. Que se largue. Moura meditó unos instantes. Sin embargo, no tardó en negar con la cabeza. —Sabe demasiado. Justamente porque es poco fiable no puedo dejar mi información en sus labios, esperando al mejor postor. Que vuelva, y redoblaremos la vigilancia hacia su persona. —Hay otras formas de hacerlo callar—contestó Tsume, quien realmente parecía reacio a volver a ver a Benedict a la cara. —Fanshawe tiene una hija. Podemos ofrecerle un puesto de trabajo a tiempo completo, y estoy seguro de que Benedict entenderá... —Eres un imbécil. Todos los rostros de la sala giraron hacia Drake, quien apretaba los puños con fuerza. Akamaru se había quedado a media oración, y ahora miraba a Drake con una mezcla de incredulidad y profunda ira. —Como te atreves...—comenzó, pero Drake no había terminado. —La hija de Benedict apenas ha cumplido la mayoría de edad. Ni siquiera está enterada sobre en que está metido su padre. No debe de pagar por él. Tsume lanzó un resoplido, algo en medio de una risa y una queja. —No se si te enteraste, señor Honda—murmuró, sus ojos relampagueando de enojo—pero estamos en guerra. Una palabra sobre lo que hacemos acá, y un buen día Sinnoh se convertiría en una mancha por culpa del lameculos de Fanshawe. Cómo si Drake podría olvidarlo. Había podido escapar por los pelos, habían requisado a todo su equipo de Galeia y su equipo de Udan seguía allí, probablemente esperando noticias de él luego de quince largos años. Probablemente no, la posibilidad de que los fusilaran a todos nunca era cero. —Eso no le compete a su hija—respondió Drake con terquedad. —¡Debería ser un honor para ella, quedarse aquí en calidad de rehén para que su padre recuerde lo que es tener sangre en la cara! —Felizmente tu no has tenido hijos, así que no sabes la estupidez que estás diciendo. —CIERRA LA PUT... —¡Basta! Moura se había levantado de su asiento. Al parecer se había dado cuenta de que aquella discusión no llevaría a ninguna parte. Miró a Drake a los ojos. —¿Piensas que debo perdonar a Benedict, así sin más? Años antes, una pregunta así lo habría enmudecido. La primera vez que le preguntaron su opinión de improviso no había sabido hacer más que balbucear galimatías. Drake frunció el ceño. —Asi sin más, no. Benedict Fanshawe es un bastardo amante del dinero. No es difícil pensar en que le puedes quitar que le pueda doler tanto o más que a su propia hija. Drake se encargó de mirar fijamente a Moura mientras decía esto, y noto que su padrastro no demoró en notar la pulla. Sin embargo, no pareció entender a lo que quería llegar. —Si me quedo con su parte de las inversiones, se irá con Chance solo por venganza... —Entonces aplícale un impuesto a la deslealtad. No muy alto, solo lo suficientemente fuerte para que le duela. Y si sabe que la reincidencia le costará el doble, difícilmente volverá a intentar algo hasta que se calmen las tornas. Quizás incluso podría quedarse quieto hasta que Chance caiga. Se hizo el silencio. Moura pareció meditarlo por un momento, probablemente evaluando pros y contras. Al final, suspiró.— Suficiente por ahora. Descansemos un rato para almorzar, tendremos una resolución en un par de horas. Hubo un bullido mientras se desocupaba la sala, y Drake se quedó en su sitio. Tsume le miró con desprecio al pasar por su lado, pero poco le importaba. Por fin Moura Honda se dignaría a escucharlo. Su padrastro se había quedado en su sitio, aún sin tomar asiento. Organizó de nuevo las hojas que tenía frente a él, y solo al terminar se dignó a mirar a Drake. —Así que un bastardo amante del dinero, ¿no?—murmuró, haciendo un ademán con la cabeza—y...¿Que más has dicho? Ah, si. Que el dinero me duele más que mi hija. Imagino que la insolencia tiene un motivo. Drake suspiró. Era difícil sentirse culpable de ser insolente cuando llevaba más de veinticuatro horas queriendo entregar un aviso. —El cumpleaños de tu hija... Había llegado a conocer a Moura hasta el punto de saber lo que ocurriría a continuación. Pudo imaginar los engranajes en su cabeza trabajando a toda potencia, y habría apostado una mano a que Moura no sabía de inmediato de cuál de sus dos hijas se trataba. Le habría tomado menos de dos segundos recordar que a Mimi le había enviado su regalo hacía relativamente poco tiempo, y entonces fingiría naturalidad. —...Eso ya está cubierto—intentó interrumpir Moura al instante. —En una hora ya debe de estar todo listo... —...fue ayer—concluyó Drake, complacido. —He intentado avisarte mil veces desde ayer, pero nunca hubo un buen momento. En fin, ya me he hecho cargo yo. Miria no sabe que lo olvidaste. Si Moura Honda era lo suficientemente humano para sentir vergüenza, debía de haberlo olvidado hacía años. —¿Le has comprado globos? El rosa es su favorito. Siempre le he puesto... —Miria ha cumplido diecisiete años—le recordó Drake, sintiendo como el enojo se le atoraba en la garganta. —He alquilado un lugar y se pasó la noche bebiendo con sus amigos, justo como me pidió. Sí que le di globos, pero eran más bien preservativos. No me fijé en los colores. Moura lo miró fijamente, su boca se había convertido en una dura línea. Drake, furioso como estaba, no podría perder una oportunidad de cantarle las cuarenta en cuanto se atreviera a replicar. Lamentablemente no fue el caso. —Excelente—se limitó a decir Moura, e hizo un ademán antes de irse. Drake lo vio marcharse, y se preguntó no por primera vez si su padrastro al igual que él pensaba haber recibido la peor parte del acuerdo que lo hizo trabajar para él catorce años antes, y mantener su apellido. Drake caminó hacia el vestíbulo en planta baja, y dejo allí su carnet de ingreso. Ese día era viernes, solo trabajaba medio día los viernes desde hacía un par de años. Envío un mensaje desde su movil, y se dirigió a su auto. Moura Honda nunca había aprendido a manejar, ni lo permitiría de sus hijos. Por alguna razón que Drake no entendía, veía el depender de un chofer para ir a cualquier lado como un lujo. Así que Drake se había asegurado de aprender a conducir en el primer año en que empezó a vivir en Ciudad Jubileo, solo para llevarle la contraria. Se dirigió hacia la mejor cafetería de la ciudad, y luego de recibir su pedido volvió al volante y giró a la derecha. En los últimos años aquella ruta semanal se había convertido en un hábito, una rutina que lo sacaba del mar de estrés que era su trabajo. Para cuando llegó a su destino, aquella chica lo estaba esperando desde la acera. Un ojo inexperto pensaría en una máquina del tiempo, pues estaría viendo a Mimiko Honda justo como era antes de Chance. Pero lejos del impacto inicial, el parecido con su hermana era más bien escaso. Aunque Miria tenía los ojos azules y el cabello rubio como su padre, el de Miria era medio rizado en los costados. Su nariz y la forma de su cara también eran diferentes, y luego estaban otras cosas intrínsecas: Mimiko Honda jamás habría permitido que la vieran con el cabello desaliñado y su buzo de dormír, al menos no si podía evitarlo. Para Miria, en cambio, no parecía importante en absoluto. —¡Drake!—lo llamó, justo antes de sentarse en el asiento de copiloto. Parecía haber cepillado su cabello a la desesperada y lucía ojeras casi tan pronunciadas como Drake producto de la noche anterior, pero sonreía perezosamenre y se acurrucó un momento en su brazo. Se había puesto una bufanda alrededor del cuello, y aunque se había limpiado el maquillaje del día anterior aún se podía notar un poco en los bordes de su rostro. También se había enganchado una chapa a su blusa la noche anterior, que rezaba "Beso de tres para el cumpleañero". Parecía haberse olvidado de quitársela, y por la forma en que la chapa colgaba hacia abajo parecía que había hecho uso de ella muchas veces aquella noche. >>Pensé que no íbamos a hacer esto hoy—admitió felizmente.—Solo he dormido tres horas. —Cambié de opinión. Y no es como si solo tres horas de sueño y algo de resaca fueran a hacer diferencia a tus habilidades normales. Miria bufó. —Ja, ja. Imbécil. Drake sonrió. En secreto, Miria era una de las razones por las que Drake había aceptado cumplir su rol en el trabajo de Moura Honda. La había conocido a los pocos meses de llegar, cuando aún encontraba su trabajo insoportable. Moura lo quería siempre cerca y que observara todo lo que hacía, y tenía asistencia obligatoria a cada reunión que se les ocurriera. La había encontrado llorando por los pasillos, desorientada, cuando no podía tener poco más de tres años. Estaba buscando a su padre, había dicho entre sollozos, y no era difícil saber quién era por su parecido a Mimi, que en ese entonces era más marcado. Drake la había tomado en brazos y la había llevado directamente hacia Moura. Desde entonces habían sido pocos los días que ella no lo buscara para pasar el rato, o hablar, o hacer preguntas incómodas. Habia crecido a su lado, viendolo como un hermano mayor (y Drake estaba seguro de ser una terrible influencia) pero a Drake le tranquilizaba recordar que había olvidado el sonido de su llanto. Salvo ocasionales berrinches al principio, Miria no había vuelto a llorar desde ese día. —De todas formas—prosiguió Miria, separándose de Drake y acomodando su bufanda—muero de sueño, necesito un café... Drake ya se había anticipado a eso. Miria no había tardado nada en adoptar el hábito de Drake de ser un adicto a la cafeína, y su sabor favorito era el Pumpkin Spice Latte. Mientras dejaba que el Latte hiciera su trabajo manejó hacia la zona que habían estado usando las últimas semanas, mientras Miria le contaba alegremente los detalles de su fiesta. Al final, en cuanto llegaron al sitio, apagó el motor. Miria y Mimi tenían otra cosa en común: parecía que había algo en especial que siempre se les resistía. Mimi a su edad había sido terrible cocinando. La falta de práctica y de necesidad para hacerlo había causado que Mimi fuera capaz de incendiar la comida aún cuando se tratara de algo tan básico como...un vaso de agua. Miria, en cambio, parecía incapaz de agarrar un volante sin sufrir de temblores propios del Parkinson, y más de una vez había intentado pisar ambos pedales al sentir temor, a pesar de que se le había explicado millones de veces que no debía hacerlo. Aún luego de más de un año de prácticas, Miria no parecía estar tan cerca de poder probar en una carretera real como el primer mes de prueba, cosa que le frustraba en demasía. Aquella vez tampoco fue muy distinto. Practicaban en una antigua cochera de un centro comercial próximo a ser demolido, donde los únicos peligros eran los postes de luz ocasionales y algún que otro carro que alguien hubiera dejado ahí mientras se movilizaban por la zona. No era ni de lejos la primera vez que Drake había tenido que responder por daños a aquellos vehículos, ya que el nerviosismo parecía obligar a Miria a presionar el acelerador al ver un carro cerca. Era tanto divertido como exasperante ver a Miria pasar de manejar lento como un Slowpoke a presionar el acelerador y salir volando sin rumbo hasta que recordaba la existencia del freno. Luego de un par de horas Drake pudo comprobar que aunque el carro no se había estrellado ni una vez, se habían subido a una isla y de alguna manera se había desinflado una llanta. Lo más duro era que eso contaba especialmente como una mejora, como no dudó en remarcar Miria con orgullo. Felizmente Drake también había previsto aquello, y siempre tenía una llanta de respuesto en el maletero. Enseñar a manejar a Miria no sería tan divertido para Drake sin el hecho de que Moura se negara rotundamente a ello. Con el poco interés que Moura expresaba por su propia hija, probablemente se enteraría en tres o cuatro años... bisiestos. Drake volvió a tomar el control del vehículo y la devolvió a la mansión de los Honda. Aún bostezando Miria se bajó del auto, no sin antes revolver el cabello de Drake a sabiendas de que odiaba aquello. Sin embargo, cuando se inclinó hacia él para hacer eso su bufanda cayó un poco para abajo, y Drake pudo notar marcas de mordiscos en su cuello, y justo al lado de eso...marcas de pintalabios. Decidió no comentar al respecto. De todas formas, había otra cosa rondandole por la cabeza. —¿Has traído el regalo de ayer? Miria se detuvo en seco. Drake supuso la respuesta antes de que la diera. —¿El Arma Mortal? Se me olvidó en la cómoda. —Miria... —No creí necesario llevarlo. Estabas conmigo, ¿no? Quizás era un poco estúpido. Probablemente era exagerar un poco. —Las cosas se están complicando afuera. Si suben los precios de los bienes, hay gente que empezará a plantearse el secuestro como oficio. —Y por supuesto, un cepillo-taser es la respuesta obvia a eso—respondió Miria con sarcasmo. Parecía la respuesta más lógica...pero Drake recordó la conversación de horas antes. El imbécil de Tsume había mencionado justo lo que Drake temia escuchar. Usar hijos como rehénes. Podía sonar una buena idea, hasta que al otro bando se le ocurriera lo mismo. El solo hecho de mencionarlo parecía acelerar el tiempo que se tardarían los demás en darse cuenta de que quizás sería demasiado efectivo. Y las consecuencias que traería a eso. Ojo por ojo, y el mundo se volverá ciego. —Llevalo siempre—insistió Drake, y Miria, aunque aún sin entender, prometió que lo haría. La vio marcharse y despedirse a lo lejos, pero siguió mirando la puerta ya cerrada mucho tiempo después de que Miria subiera a seguir durmiendo. Quizás se estaba preocupando demasiado. Pero pensar en Miria en peligro le traía recuerdos de otra época, de otra versión de si mismo y la voz angelical de quién estuvo muy lejos para salvar. El dolor que golpeó su pecho no fue ni la sombra de un recuerdo, cien veces menor a cuando Mimi le comunicó la muerte de Meloetta. Sentía que había sido hace un millón de años. No volvería a pasar. Miria no. Si se había unido a Moura al final, si había dado su mano a la empresa que financiaba a la resistencia, era justo para eso.