Microrrelato Fría imaginación

Me encantó, sin saber cómo era, sin pensar en sus defectos, lo vi de una manera tan única, jamás pensé enamorarme de él a primera vista. Era una niña, mi mamá siempre decía que cada persona está destinada a enamorarse, yo jamás le creí, hasta que llegó ese momento.


Decidí conquistarlo y lo logré, duramos días, meses y años, hasta que al fin estaba de blanco. Sentía esa felicidad tan pura, sentía como el aire rosaba sobre mi cara, veía la luz como jamás lo había imaginado, me quemaba los ojos, por un momento decidí cerrarlos y al abrirlos de nuevos segundos después miré hacia el frente y lo vi frente al altar y de nuevo me encantó. Ya sabía cómo era, conocía sus defectos, lo vi como la primera vez, de una manera tan única, no imaginé casarme con él; pero ahí estaba. Su sonrisa perfecta, sus mejillas enrojecidas, por la frente le corría una gota de sudor, las manos dentro de los bolsillos y sus ojos brillantes, era más que obvio que estaba nervioso.


En ese momento sentí que alguien me tomó del brazo, era mi padre, me sonrió y bajé la mirada, él se acercó y me susurro al oído ―Estás hermosa, como un cisne grande y blanco―, Levante la mirada y le sonreí con lágrimas en los ojos.


Me llevó al altar, era momento de ‘’aceptar’’ nuestro compromiso, con un gran nudo en la garganta y con mucha sutileza acepté, pasaron los días y todo era como un cuento de hadas, todo iba tan bien, pero pasó el tiempo y las cosas fueron cambiando.


Él llegaba cuando yo permanecía dormida y en silencio me acariciaba, en sus brazos me tomaba y me abrazaba hasta ahogarme, pero siempre era lo mismo, llegaba tarde y no lo veía en todo el día, pues según él andaba en su trabajo. Un día mi punto de vista cambió y me di cuenta que aquellas caricias no eran solo mías, ni las palabras que me decía, parecía que sólo estaba para él en las noches y estaba con alguien más en el día y todo el tiempo que a mí me daba, todo ese tiempo desperdicia parecía que de mí se reía, todo era más que una mentira.


Todo había cambiado, aunque él no lo sabía, trataba de olvidarlo todo, aunque era inútil, tan profundo como el mar, pero fuerte como una rosa; era el amor que yo le daba. No podía acostumbrarme a saber que me engañaba.


Él llegó, yo dormía y en silencio lo esperaba y cuando se acercó a abrazarme…puse fin a su vida, los oficiales vinieron a buscarme preguntando porque lo hice, me dijeron que él no me mintió ni mucho menos me engañó. Pasaron días y noches eternas desde aquél día y aún seguía escuchando ―Duerme amor, duerme tranquila, que soy yo mi vida―, a lo cual reía sorprendida.