Flor negra

Flor negra

Mi sombra desaparece, dándome a entender que la puerta a mis espaldas se ha cerrado. Toda la habitación se encuentra en oscuridad total, profunda y terrorífica, que muestra mi repugnante realidad: tengo que morir así.

Sola. Sin apenas escapatoria, encerrada en estas cuatros paredes que no puedo observar bien; asfixiada, como ellos quieren, en medio de convulsiones y delirios. Sufrimiento, sí, eso es lo que desean para mi muerte. Por algo estoy completamente sola y no rodeada de gente inocente que vendría a buscar una “ducha”, a veces traídos contra su propia voluntad.

Y ellos nunca sospecharían, ni se imaginarían —o tal vez sí— que les sucedería aquí dentro. Que en solo cinco minutos morirían por la continua exhalación de gases nocivos.

Pero yo lo sé muy bien. Sé como ellos asesinan.

¿Cuánto tiempo ya ha pasado?

—Dos minutos, tal vez— me respondo a mi misma. Se acerca mi hora, no hay duda alguna. Mi cuerpo pide oxigeno a gritos, la respiración me es dificultosa y de mi boca solo sale un vaho candente impregnado de veneno. Ya no aguanto estar en pie, y en consecuencia me desplomo en el suelo. Esta demasiado frío y duro para mi cuerpo entumecido, y mis ojos no hacen otra cosa que moverse desorbitados. Caen en donde esta apoyada mi mano. Pese a no veo con claridad, noto que la baldosa tiene grabada una flor. Es pequeña, diminuta, no más grande que un botón. Su color negro la camufla notablemente.

Sin pensarlo,esa imagen hace que me inunde en mis propios pensamientos. Veo a una niña…

Avanza por un jardín de preciosas flores, cada una distinta de otra pero especial. Lleva en sus delicadas manos un ramo de Azucenas. Veo como una mujer la llama, con cara de preocupación, tal vez la niña se ha demorado mucho. Pero a esta no le importa y le entrega el ramo con una sonrisa en su rostro.

Ambas se recuestan en el césped y me doy cuenta que lo que veo son recuerdos. Míos. De mi madre.

Recuerdo esa conversación, en la que ambas alabábamos el perfume de las flores, cuando éramos felices. Pero mi mente deja esto de lado y me envuelve de vuelta, para llevarme a un lugar que quiero creer desaparecido. Pero yo nunca los olvide.

Y vuelvo a ver como se llevan a mi madre, que grita mi nombre, pero los soldados que la apresan la toman por loca. Aunque estoy bien oculta, oigo sus palabras claramente.

—¿Recuerdas a las flores? Las que se dejaron llevar por la calidez del fuego y este al cautivarlas hizo que no recordaran el dulce perfume de sus amigas, ni siquiera el de ellas, por lo que en su memoria se desvaneció el recuerdo de cómo debían respirar —le grita al aire, evitando mirar mi escondite —. Y murieron.

La agarran de sus cabellos y las lágrimas inundan su fino rostro, pero ella lo ignora y continúa.

— ¡No seas como ellas! No te olvides de la alegría de vivir, de las personas a las que quieres y tampoco dejes que tus recuerdos desaparezcan— se la están llevando, pero trata de terminar— Prométeme que no olvidaras nada. Ni siquiera como respirar.

Recordar sus palabras alivian mi mente, pero no mi cuerpo. Esta frío y mi piel ya no tiene color. Siento que mis labios secos sangran y mis oídos zumban, pero a pesar de todo el dolor no puedo evitar tocar con mis esqueléticos dedos la pequeña flor. Pero me percato de que no esta, y quiero creer tal vez fue una alucinación creada por el veneno que me invade por dentro.

Las paredes parecen ser ya puntos lejanos, inalcanzables, como esa flor invisible que creí tocar. La que me recordó las palabras de mi madre y la promesa que me dejo para que cumpliera. Pero no puedo hacerlo, nunca podré. Porque estoy muriendo y ya nada puede cambiarlo.

Quiero decir mis últimas palabras, pero me es imposible y de mi garganta solo sale un gemido ronco, inexpresivo. Anuncia mi muerte en cuestión de segundos, aquí, recostada sobre el suelo y con los ojos desorbitados. Y mi mano cae, producto de las fuerzas que me abandonan. Ya mi corazón no late y el aire no entra a mi cuerpo.

Pero puedo mover los labios, en un último jadeo, mientras desfallezco, tratando de decir:

—Lamento no haber cumplido, mamá.


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Para vos, Mariana, que me enseñaste a hacer largas descripciones.
No hay nada que decir, solo que espero que les guste. Y que no queden traumados, como posiblemente quede mi profesora de Lengua. Agradezco criticas, cuanto más duras mejor.
Saludos!