Las notas se sucedían, una tras otra. Dulces sonidos que se confundían en la oscuridad de la noche con los aullidos de los perros que por allí llamaban a la hermosa luna llena. Una figura femenina, que no mediría más de metro setenta, caminaba por la calle pobremente iluminada. ¿Qué haría una jovencita caminando por una calle de los suburbios de París? Difícil averiguar. Su rostro, tan pálido como la Luna que la iluminaba, tenía un aire celestial, de rasgos profundamente delicados. Iba ataviada de negro, con un vestido de lana que le quedaba dos centímetros por arriba de las rodillas. Protegía sus piernas del frío con unas mallas de idéntico color a su vestido. Su estatura aumentaba unos cinco centímetros con sus botas de tacón. A medida que caminaba, su aliento dejaba un rastro blanco de humedad. Era finales de noviembre. Hacía frío, mucho frío. Llevaba media hora escuchando la misma dulce melodía, parecía tocada por una flauta de pan sudamericana, de esas como la que tenía Javier...De esas como aquella flauta de pan que nunca podría volver a escuchar. Unas lágrimas saltaron de su tez clara al recordar que él se había ido de su lado, de regreso a sus queridas montañas chilenas. Y ella, Marie, se había quedado en París. La mañana siguiente la portada del periódico local anunciaba el asesinato de una joven estudiante universitaria. Había sido acuchillada...Y junto a ella reposaba una flauta de pan, la misma que había ejecutado esa música. - Au Revoi're, mon cherie - había escuchado por última vez.