Prólogo: Aún podía sentir la sensación del violín entre los dedos. El tacto de las cuerdas se desvanecía conforme crecía el agudo dolor de su pecho. Sentía como si sus pulmones fueran estrujados hasta convertirse en pasas inservibles, y su corazón corría desbocado entre sus costillas. Las voces de los doctores venían de diferentes lados, pero ella solamente podía mirar hacia arriba. Estaba paralizada de pies a cabeza, aun con el sentimiento de miedo irracional recorriéndole las venas. Quería salir corriendo de ese lugar, apartar las miradas inquisitivas de los doctores que la llevaban apresuradamente en la camilla, a través del pasillo de urgencias. Una doctora, la cual apenas lograba ver con claridad, apareció en su campo de visión, mirando a la niña con expresión asustada. —Señorita Higurashi—escuchó su nombre a través del barullo—levante los dedos de las manos. Del uno al diez, ¿Cuál es su grado de dolor? A penas pudo levantar las manos, temblorosas, con las palmas y los dedos extendidos. El pecho le dolía más allá del diez. Empezó a necesitar aire desesperadamente, buscando el preciado oxigeno a bocanadas. Sentía el esófago como si estuviera incendiándose, mientras sus pulmones se encendían por la falta de aquel elemento tan vital. — ¡Anestesia! ¡Apliquen lidocaína y morfina!—gritó la misma doctora, y ella sintió como flanqueaban hacia la derecha, entrando a una habitación—Está dejando de respirar, ¡oxigeno! ¡Rápido!.— Una aguja entró de lleno en su brazo desnudo, y el dolor alucinante fue desapareciendo poco a poco, mientras le colocaban la mascarilla de oxígeno. El aire llenó sus pulmones vacíos, y el adormecimiento de la anestesia la recorrió de pies a cabeza. Su mundo poco a poco se desvanecía, los parpados le pesaban provocándole un sueño inexplicable. —Kagome, Kagome, ¿puedes oírme?—era la voz de su madre, ¿o de una doctora? No lo sabía. Kagome Higurashi asintió, cerrando los ojos por completo. El violín había desaparecido. ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- ¡Konichiwa a todos los lectores! Esta es una historia original de mi parte. No tiene nada que ver con la trama de la serie; aún así, espero que les guste. Los personajes no me pertenecen. Son propiedad de la maravillosa Rumiko Takahashi. Trataré de no cambiar la personalidad de los personajes, para no caer demasiado en el Ooc. ¡Sayonara!
Ay me encantan los violines (?) Casi no he visto fics con los personajes de Inuyasha en una historia totalmente original y bueno, como es el prólogo no tengo demasiado que opinar. Solo que no puedo imaginar que haya sentido un 10 en la escala del dolor sin estar gritando y llorando como una loca... En el hospital he visto pacientes con una escala del 7 que se desmayan. Aunque bueno... creo que también la reacción depende mucho de la persona y su aguante. Eso si, tienes muy buena redacción :3 Espero el primer capítulo, saludos :D
¡Gracias por tu opinión! Y bueeeno, todo depende de la enfermedad xD Se supone que ella sufre de taquicardias severas ^^ pero si perdiera el conocimiento, estaría en peligro de muerte. Tal vez la misma Kagome estaba exagerando mucho. Me alegra que te haya gustado :D
Capítulo 1: La azabache analizó por enésima vez si por fin estaba lista. Se alisó el cabello frente al espejo, y se colocó bien el marca pasos en el centro del pecho. Este palpitaba, marcaba los latidos ahora lentos de su corazón. Miró unos segundos aquel aparato que colgaba de su cuello, y lo metió debajo de su camisa para que nadie más que ella lo notara. Su mochila color rosa pastel colgaba adecuadamente sobre sus hombros, con todos los útiles necesarios, los libros, y algunos lapiceros. Era una mochila más bien sencilla, como su habitación, y la mayoría de sus cosas. Sus padres le habían ordenado que también incluyera los electrocardiogramas, y su diagnostico general entre las cosas que llevaba, para que la dirección del instituto estuviera al tanto de su condición médica. Sin embargo, esa vez, iba a contradecir a sus padres. Había escondido todas aquellas cosas en una tabla suelta que se encontraba al fondo de su closet de roble color azul verdoso, ahí, donde escondía todas sus cosas preciadas. Un sentimiento de leve culpabilidad la embargó, pero no podía arriesgarse. Sabía que sucedería si presentaba los papeles, y la dirección le informaba sobre su condición médica a todos sus maestros: estos le informarían de manera abierta a sus compañeros de salón sobre sus problemas cardiacos. Otra vez, de vuelta a las miradas de lastima, a ser la niña hecha de cristal, la que nadie podía llevarse pesado, ni siquiera bromear. A la que no podían invitar a las fiestas, con la que no podrías bailar. La que no puede cantar. La que no puede tocar. No volvería a ser la misma niña débil de siempre. No. Sería una nueva persona. Una nueva Kagome Higurashi. Escuchó el claxon del automóvil de su padre, que había estado esperándola ahí desde horas antes. No se encontraba totalmente segura todavía, y él tenía que entender eso. Sentía el típico terror que podría sentir una chica de 15 años en su primer día de preparatoria, pero Kagome sabía que era la única que se había tardado más de tres horas en prepararse, y eso, lógicamente no era típico en absoluto. Nada en ella era típico. Asintió a su reflejo, analizando su rostro con lentitud. Nariz delgada, levemente respingada. Cabello largo, de un negro profundo, con un corte algo moderno. Rostro alargado, algo pálido, y asustadizos ojos de color chocolate. Ese era uno de los pocos días en los que no se sentía a gusto con su simple aspecto, pero no tenía tiempo para arreglar nada más. <<Todo está bien>> se dijo a si misma mientras salía de la habitación, respirando pausadamente <<Todo saldrá muy, muy bien>> Salió de la casa, sin despedirse de su madre que seguramente seguía dormida, y vio al Honda rojo que la esperaba en la entrada. Trató de esbozar una sonrisa segura, consiguiendo solamente una mueca extraña, que dejaba ver su nerviosismo. Abrió la puerta del copiloto, sentándose al lado de su padre, mientras trataba de hundirse en el asiento. Este, le dio un beso cariñoso en la mejilla, con una sonrisa tranquila. Su padre se colocó los lentes oscuros para protegerse de los rayos del sol matutino, y puso la mano en la palanca de velocidades. — ¿Ya lista para el primer día?—preguntó, mirando a su hija de soslayo. <<No>> —Si—mintió, mordisqueándose el labio. Miró hacia la puerta de su casa, esperando que saliera alguna otra persona de ella—¿Dónde está mi hermana? El hombre sintió el brusco cambio de tema de su hija, y arrancó el automóvil. Pisó el acelerador, saliendo de casa para dirigirse al instituto. Frunció el ceño al escuchar la pregunta de la azabache, juntando las cejas. —Un tipo que dice ser su novio vino a recogerla en la mañana—explicó, con voz queda. <<¿Novio? ¿Desde cuándo Kikyo tiene novio?>> pensó arqueando una ceja mientras recargaba el codo sobre el borde de la ventana. De alguna manera, no le sorprendía. Kikyo había destacado desde su ingreso a la preparatoria, volviéndose una de las más populares de la escuela, o al menos eso es lo que ella le contaba a su hermana menor. Kagome había pasado la mitad de la secundaria al numeroso grupo de amigas de su hermana entrar y salir de su casa como si fuera la suya, mientras ella se escondía en su habitación como la clara huraña que era. Sencillamente, era algo natural, que en el transcurso de las vacaciones Kikyo hubiera conseguido por fin un novio “a su altura”. Sin embargo, a su padre le disgustaba que su bella hija mayor fuera tan solicitada. —Sigo sin entender por qué te molestas—murmuró—Kikyo tiene 17 años, está en una edad adecuada. Su padre juntó todavía más las espesas cejas negras, mientras flanqueaba para entrar al flujo de automóviles. El tráfico era bastante normal a esas horas de la mañana, pero ambos estaban acostumbrados a los embotellamientos matutinos de la ciudad de Nueva York. —Ninguna edad, ni ningún hombre será adecuado para mis hijas—respondió, con una sonrisa de lado, sacando su lado paternal. Kagome sonrió leve, mirando a su padre con cierto nivel de ternura. Gracias al cielo, y a las buenas estrategias de compra del señor Higurashi, la preparatoria oficial de la Universidad de Rochester se encontraba apenas unas cuadras lejos de donde la familia vivía. Kagome vio a sus futuros compañeros entrar por las puertas del instituto, y el corazón se le aceleró irremediablemente. El marcapasos dio un leve pitido, y su padre arqueó una ceja al escucharlo. —Recuerdas lo que te dije ayer, ¿verdad?—el hombre estacionó el automóvil frente a la entrada de la preparatoria. Kagome asintió, tratando de tranquilizarse. No podía darle una taquicardia el primer día de clases, por supuesto que no. —Tomar mis medicamentos después del desayuno, sin falta. No hacer ejercicios duros, no tener emociones fuertes, no agitarme demasiado—respondió con amargura—si tengo una crisis, ir con mi hermana. Llevar el marcapasos a todos lados—mordisqueó su labio—y no atreverme a hablar en público. El Higurashi asintió, apagando el automóvil. Le dirigió a su hija menor una mirada inquisitiva. —¿Y el violín? Un sentimiento de tristeza la recorrió de pies a cabeza. Llevaba años sin volver a sentir aquellas cuerdas, el tacto de el arco entre sus dedos… —Está donde debe de estar. El hombre asintió, quitando el seguro de las puertas del auto. Dio un leve apretón a la mano de su hija, sonriendo radiante. —Mucha suerte, Kagome. La azabache asintió con nerviosismo, sin responderle a su padre. Bajó del automóvil, haciendo un gesto de despedida simple mientras se encaminaba hacia la entrada. La preparatoria era un edificio bastante grande, hecho de ladrillo con varios pisos de altura. Gozaba del mismo prestigio que la famosa universidad, y eso hacía que la mayoría que estuvieran inscritos fueran realmente afortunados. Nadie notó su marcapasos mientras caminaba entre los pasillos, buscando la lista colocada enfrente de la dirección, donde decía cual era su número de casillero. Era en ese momento una chica nueva, ordinaria, como todas las demás. Justamente lo que buscaba. Localizó la bendita lista solamente al ver a lo lejos el gran tumulto de alumnos que se arremolinaba alrededor de una pared, donde se encontraban pegadas varias hojas blancas. Se apresuró, esquivando a los alumnos que se cruzaban en su camino hasta llegar a las dichosas listas. Se puso de puntillas, tratando de localizar su nombre en las hojas blancas, pero era imposible. El calor que provocaba estar entre tanta gente era sofocante, pero no podía perder más tiempo. Si esperaba a quedarse sola, iba a llegar a su primera clase. Se introdujo entre la gente, dando codazos a quienes le estorbaban, hasta llegar a su destino. Una de las ventajas de no ser tan bajita. Buscó su nombre entre las listas, siendo empujada varias veces por las demás personas, hasta que lo encontró. Su numero de casillero, el 118, estaba marcado en números rojos para que fuera fácil de distinguir. Entonces, sintió como alguien la quitaba del camino. El peso de su propio cuerpo produjo que cayera hacia atrás, terminando de sentón sobre el suelo. —¡Diablos!—exclamó el tipo que la había tirado. – ¿Estás bien? Kagome asintió levemente, con las mejillas coloreándose de la vergüenza. Esperaba que no se le hubiera levantado la falda, o algo parecido. Levantó la vista para dirigirle una mirada furiosa a su atacante, e inmediatamente, la reprimió, cambiándola por una de sorpresa. Había un tipo, de más o menos 1, 80 de estatura, frente a ella. La miraba con unos ojos de un color ambarino intenso, casi dorado, que contrastaba contra su piel apiñonada. Lo más sorprendente de todo, era su cabello. Hebras hermosas, plateadas, que tenía recogida en una larga coleta, y caían sobre su espalda. Teñido o no, parecía bastante real. Kagome asintió, aun hipnotizada por la belleza exótica del muchacho que la había tirado al suelo. <<Por mí, que me tire otras cien veces>> pensó, azorada. El tipo le extendió la mano, bastante apenado, y Kagome la tomó con ligereza de manera inmediata. Su mano se veía pequeña contra la de aquel tipo. Él chico guapísimo sin sombre le sonrió abiertamente, al ver que estaba en perfectas condiciones. —Me alegro de que estés bien—sonrió de lado—no me gustaría tener incidencias antes de iniciar el año. Kagome sonrió ligeramente, soltando la mano del tipo. —No te preocupes. No es como si hubiera sido al propósito. El chico estuvo a punto de responder, cuando el timbre de la primera clase sonó sobre sus cabezas. Una de las secretarias les indicó que era hora de que fueran a sus clases. Kagome quiso volver la vista para preguntarle el nombre a aquel tipo, pero el ya iba alejándose por el pasillo, rodeado por un grupo de amigos, que se cerraban a su alrededor. La azabache no pudo evitar sentirse decepcionada. Se encogió de hombros mientras caminaba hacia su casillero. No era la primera vez que le sucedía eso, y tampoco sería la última. Lo único que le había sorprendido de aquel muchacho, además de su apariencia, era que se había tomado la molestia de levantarla. Otro, ni siquiera se hubiera dado cuenta de la caída. Cerró la puerta de su casillero de un golpe firme, tomando su horario entre las manos. Tenía Literatura a primera hora, en uno de los salones del ala B del edificio. Esperaba no volver a perderse como siempre lo hacía al llegar a un lugar nuevo. El horario tenía por la parte de atrás un croquis que marcaba los salones del establecimiento, así que al fin y al cabo, no le costó tanto trabajo llegar hasta su salón. Cuando llegó, el barullo familiar de los alumnos platicando unos con otros mientras tomaban sus asientos, la hizo sentir mejor de una manera algo extraña. Buscó sentarse en la penúltima fila del salón, sin extrañarse de que nadie le dirigiera la palabra, o la saludara siquiera. Era invisible, e invisible le gustaba estar. Una mujer, con el cabello suelto en suaves bucles castaños, entró al salón vestida con una falda de tubo y una blusa color rosa pastel, y todos guardaron silencio. Muchas caras desconocidas se sentaron a su alrededor, y Kagome casi se alegró de no encontrar a nadie perteneciente a su antigua secundaria. —Buenos días, muchachos—pronunció la profesora, colocándose de espaldas mientras escribía su nombre en la pizarra—Soy la profesora Wallace, pero pueden llamarme Linna los que lleguen a tomar confianza. La profesora Wallace sonrió radiante. Kagome pudo escuchar los cuchicheos de sus compañeros de salón, algunos provenientes de los hombres emocionados, otros de sus compañeras, cargadas de envidia. Una muchacha que tenía el cabello recogido en una larga coleta castaña bufó, mientras recargaba la barbilla sobre la palma de su mano. Estaba sentada a su lado, jugueteando con los bordes de su libreta. — ¿Sabes lo malo de la preparatoria?—murmuró, mirándole de soslayo—Todos los hombres se vuelven idiota, y todas las profesoras se ponen más buenas. Kagome sonrió de lado a la chica. —No parece mala persona—le respondió, mirándola con rapidez. La chica se rió, tapándose la boca con una mano para que la maestra no le escuchara. La miró directamente después, sonriendo amplio. —Y tu pareces muy inocente—la muchacha llevaba las uñas pintadas de rosa intenso. Extendió su mano por debajo de los pupitres—Mi nombre es Sango. Sango Brooks. ¿Y tú eres…? Kagome estrechó su mano con la de Sango, devolviéndole la sonrisa amable. —Mi nombre es Kagome—respondió—Kagome Higurashi. Tal vez había hablado demasiado alto. Todo el salón había guardado silencio, mirándola a ella fijamente. La maestra, sonrió leve, apretando los labios pintados de rosa suave, señalando a Kagome con un dedo delgado. —Higurashi, ya veo que está ansiosa por comenzar a presentarse—habló con voz calmada, pero se notaba que estaba algo molesta por ser interrumpida—¿Podría levantarse y seguir, por favor? Kagome se levantó temblorosa de su asiento. El marcapasos emitió un pitido sonoro, gracias a sus latidos acelerados. Podía sentir como comenzaba a sudar debajo de la ropa, y su garganta se secaba. ¿En qué momento su pánico escénico se había vuelto tan intenso? La profesora Wallace arqueó una ceja, esperando su respuesta. —M-mi nombre es K-Kagome Higurashi—comenzó a hablar—Tengo 15 años… y vengo de la s-secundaria K-Kennedy—tragó saliva. Podía sentir los ojos de sus compañeros fijos en ella—Me g-gusta… la música—<<tocar el violín como si no tuviera mañana>> pensó decir, pero se contuvo. No tenía razones para decir eso. —¿Y que mas, Kagome? —M-me gustan…—no sabía que diablos decir. Su mente estaba totalmente en blanco, y sentía su lengua pesada, enredada—¿Los… gatitos? El grupo en general estalló en risas. ¿Los gatitos? ¿En serio? No podía ser más estúpida. Contuvo el impulso de golpearse en la frente al escuchar las carcajadas de sus compañeros de clase. —Creo que a todos nos gustan los gatitos—respondió la maestra, sonriendo con simpleza—Puedes sentarte, Kagome. La azabache asintió, tomando de nuevo su lugar. Sentía el cuello sudoroso, y el rostro caliente. Seguramente estaba roja como un tomate, y eso hizo que se sintiera todavía más avergonzada. <<Tonta, tonta, tonta, tonta. Mil veces tonta>> se dijo a su misma, tratando de hundirse en el asiento. La profesora dio varias palmadas para que todos guardaran compostura, indicando a otro alumno que hiciera lo mismo que ella. Escondió el rostro detrás de su mochila. Había comenzado el primer día con el pie izquierdo. Sango volteó a verla, con una ceja respingada. —¿Los gatitos?—preguntó. Kagome temía que hubiera notado su vacilación. Ella asintió varias veces, con una sonrisa nerviosa. —Si, los gatitos. Sango la miró otros segundos, recorriéndole el rostro sonrojado. Después, se encogió de hombros, aceptando la rareza de su compañera de salón. La clase siguió en silencio después de las presentaciones. La maestra Wallace hablaba de manera elocuente sobre los temas que llevarían a cabo alrededor del año, además de su manera de evaluar. También, indicó que ella sería la asesora de su grupo, por lo tanto, estaría encargada del comportamiento de todos. También dijo que todos los alumnos debían escoger uno de los talleres que se realizaban en la institución. Varios de ellos, tenían la ventaja de conceder becas de la universidad para los que destacaran en su taller. Ella misma, aparte de ser la profesora de literatura, era igual la encargada del taller de Música. La orquesta de la preparatoria era una de las más famosas de Manhattan. —Tenemos los siguientes talleres—explicó mientras anotaba las opciones en el pizarrón—Música, teatro, escultura, esgrima, club de ciencia, y futbol americano. Les entregaremos un papel donde escribirán su nombre completo y el taller donde van a pertenecer. Kagome vaciló, escribiendo su nombre completo, mientras analizaba las opciones. Sentía la terrible atracción de pertenecer al taller de música. Sabía que no debía… pero, ¿acaso sus padres se enterarían de su atrevimiento? Mordisqueó su labio, anotando el nombre del taller con la mano temblorosa. Solamente era una clase extra, ¿Qué podía salir mal? Vio de reojo como Sango anotaba “esgrima” en el papel, lo cual sorprendió a Kagome. Era extraño que una chica con apariencia tan femenina como Sango fuera a incluirse en un deporte como aquel. El timbre sonó. Todos comenzaron a guardar sus cosas, levantándose de sus asientos. Entonces, sintió como alguien tocaba su hombro con delicadeza. Miró sobre su hombro, y encontró a Sango con una sonrisa de lado. —¿Comerás con alguien a la hora del almuerzo?—le preguntó. Kagome negó con la cabeza, sonriendo radiante.—Entonces, ¿Por qué no nos vemos fuera de los comedores y desayunamos juntas? —Me parece genial. Sango sonrió, saliendo del salón con su bolsa cruzada sobre el hombro. Ella también iba a salir, cuando escuchó a la profesora Wallace, que la llamaba. —Kagome, ¿puedo hablar contigo un segundo? La azabache tragó saliva, caminando hacia el escritorio. Wallace le sonrió con levedad cuando estuvo frente a ella, tamborileando los dedos sobre el mueble. —¿Sucede algo, profesora Wallace?—preguntó, tratando de mantener la calma. —Tu comportamiento en tu presentación me dio algo de inquietud—Kagome no había notado que los ojos de la profesora eran grises—No es un comportamiento normal, aunque se me hace familiar. —¿Familiar en qué?—Kagome mordió el interior de su mejilla. ¿La maestra había escuchado el pitido del marcapasos? —En una persona con pánico escénico—entrelazó los dedos, mirándola a los ojos. —¿Estas recibiendo tratamiento? —Estoy asistiendo… con un psicólogo.—susurró, bajando la vista.—voy dos veces al mes por lo máximo. La profesora asintió y le hizo un gesto, indicando que podía salir de el salón. —¿Profesora? —¿Si, Kagome? —No le diga nada a mis compañeros, por favor. :::::::::::::::::::::: El resto del día siguió con una tranquilidad algo inquietante. Kagome siempre tomaba los buenos momentos del día como precedentes a los malos. Tal vez, era cosa suya, pero siempre que le sucedía algo bueno seguía algo peor. Ella salió apresurada de la clase de cálculo, esperando llegar antes que Sango a los comedores. Temía que la muchacha, que era tan naturalmente extrovertida, se arrepintiera de comer con alguien tan… diferente a ella. No es que Kagome hubiera sido tímida desde el principio, pero así la habían hecho las circunstancias desde que había tenido su primer taquicardia severa a los 10 años de edad. Un simple problema en el corazón le había cambiado drásticamente la vida en una sola noche. Sango estaba esperándole, recargada en los casilleros. Al verla entre la gente, le sonrió con gentileza. Ambas entraron a los comedores, tomando una de las charolas de plástico rojas que estaban colocadas en la entrada. —Espero que esta comida sea mejor que las otras escuelas—dijo Sango, rompiendo el silencio que había entre ellas. Caminaron hacia la fila, colocándose ambas detrás de un grupo de chicas de segundo grado. La cocinera sacó un cucharón de la masa pastosa de color beige que estaba enfrente de ella, y dejó una porción en la charola de ambas. Tomó un segundo cucharón, colocando trozos de carne de poca apariencia comestible al lado de aquella masa. Kagome miró con una mueca de asco la “comida” que habían puesto en su charola. La picoteó con el tenedor, mientras le dirigía una mirada a Sango. —Se supone que… esto es puré de papa, ¿no?—preguntó a la castaña, con un tinte de asco en su voz. Sango se sentó en una mesa vacía, alejando la charola de ella. —Si fuera vomito de perro, no me sorprendería.—respondió, sonriendo de lado. Kagome contuvo una carcajada, a sabiendas que la cocinera estaba a sus espaldas. Entonces, cuando vio un reflejo plateado entre la gente, el tenedor se le escapó de las manos. Sango la miró con extrañeza, siguiendo su mirada hasta donde ella la había posado. El chico de ojos ambarinos caminaba de allá para acá, sin darse cuenta de que ella le observaba. Sus movimientos eran fuertes, y seguros. Mostraba un rostro serio, demasiado tranquilo, a pesar de estar rodeado de amigos, e irremediablemente, de chicas. —Eres de las que les gusta mirar alto, ¿verdad?—susurró Sango a su oído, como si estuviera contándole algún secreto. — ¿Sabes quién es él?—preguntó entre susurros, ignorando el comentario de Sango. Sango la miró como si estuviera sorprendida de su pregunta, abriendo los ojos castaños claro a la par con sus cejas. —Es Inuyasha Taisho—respondió, con algo de entusiasmo—Jefe del equipo de esgrima, además de ser el campeón invicto del “Campeonato inter-escolar de esgrima” Algunos dicen que está preparándose para las olimpiadas. —Lo dices como si fuera una celebridad. —comentó Kagome, arqueando sus cejas negras como el carbón. —Para los amantes de la esgrima, es una—hubo un destello de admiración en sus ojos. —¡Kagome! Reconoció inmediatamente la voz que había gritado su nombre a sus espaldas. Una voz dulce y femenina, que escuchaba todas las mañanas. Miró hacia su izquierda, encontrándose con la figura sinuosa y alta de su hermana mayor. Kikyo llevaba puesto unos jeans ajustados de color azul naval, y una camiseta negra de tirantes, que resaltaba el color níveo de su piel. Kagome siempre había pensado que Kikyo tenía una belleza singular, y así era. Su cabello azabache increíblemente lacio le llegaba debajo de la cintura, casi a la altura de las caderas. Sus ojos eran de un tono negro, algo azulado. Tenía las facciones finas, con una constante expresión de seguridad y astucia. Prácticamente, ella y su hermana eran como el agua en el aceite en cuestión de personalidad. Caminó hasta a ella, terminando de darle un abrazo, tal vez solamente por cortesía, ya que no percibía calor en sus brazos. Sonrió leve a su hermana menor, recogiendo un mechón de cabello detrás de su pálida oreja. —Me alegro de que te hayas animado a asistir a la escuela—enredó un mechón color carbón en uno de sus dedos— ¿Por qué no vienes a comer con nosotros? Su hermana le tomó rápidamente del brazo, jalándole hacia donde quiera que estuviera su grupo de amigos. Kagome se detuvo al instante, sabiendo que no podía dejar a Sango sola. —No puedo—respondió, mirando a su hermana a los ojos, para luego mirar a la castaña—Estoy con Sango. Kikyo arqueó una ceja, mirando a Sango como si se tratara de algo realmente insignificante. Se veía algo indignada, ¿su hermana prefería estar con una chica cualquiera que sentarse en la mesa de la reina de la escuela? La más grande de las Higurashi se encogió de hombros. —Que venga ella también, entonces. Sango se levantó de la silla con emoción. Tal vez la castaña había pensado que Kagome iba a dejarla sola. Caminaron entre las mesas a reventar de alumnos. Algunos que estaban con ella en literatura le dirigieron miradas divertidas, y Kagome no pudo evitar sentirse acalorada. <<Ahora seré la chica de los gatitos>> se quejó, con ganas de poder retrasar el tiempo. —Tengo que presentarte a alguien mis especial, Kag—dijo su hermana con entusiasmo, sacándola de su ensoñación. Ella se encontraba rodeada de los sonrientes amigos de su hermana, que le daban palabras de bienvenida.—¡Inuyasha! ¡Ven, vamos! Kagome lo vio acercarse desde lejos. Su corazón se disparó, al ver que le sonreía con familiaridad, como si la conociera de años, aunque simplemente se había topado con ella. Pero entonces, cuando el famoso Inuyasha Taisho abrazó a su hermana por la cintura, lo único que casi hizo su corazón fue detenerse. Su segura expresión llena de felicidad cambió por una de pura incredulidad. —Kag, te presento a Inuyasha—la mirada de su hermana estaba llena de felicidad—Es... mi novio. Llevamos dos meses de relación. Inuyasha, esta que ves aquí, es mi hermana menor, Kagome. Miles de preguntas cruzaron su mente en ese instante, pero solo una persistió: ¿Por qué? Kikyo debió notar su cambio de comportamiento, ya que los miró de hito en hito a su novio, y a su hermana. Inuyasha la miró con las cejas respingadas y los ojos ambarinos abiertos como platos. —¿Que sucede?—cuestionó Kikyo, confundida—¿Ya se conocían? Kagome miró a Inuyasha directamente a los ojos, y luego le sonrió a su hermana. —No—contestó—no lo había visto en mi vida. ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------ Hola de nuevo :D Espero que les guste el primer capítulo. Cualquier comentario es bienvenido. Si comentan, van a darme un gran apoyo. Gracias por leer :)
¡Hola a todos! Se que me tardé prácticamente un mes en escribir el capitulo, pero no he tenido el tiempo suficiente. A penas y he logrado acabarlo a estas horas de la noche. Quizás a algunos no les esté gustando la manera tan lenta en que va avanzando la historia, pero algo que me gusta aclarar es que siento que toda historia debe ir paso a paso. Por ello, tal vez no encuentren tanta "acción" al principio. De todas maneras, me gustaría que los que llegaran a leer también comentaran. ¡Ojalá les guste! ¡Shayonara! -------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- Tal como sucede en todos los inicios de clases, al pasar de las dos semanas, lo emocionante se vuelve rutina. Los días pasaron con la simpleza natural que siempre tienen. La sensación vibrante que producía entrar a una nueva escuela había desaparecido, clase por clase. No es que Kagome se sintiera inconforme con su preparatoria, pero sinceramente, esperaba algo más que solamente entrar y salir de los salones. Su vida se estaba volviendo aburrida, otra vez. Sin embargo, Kikyo parecía disfrutar su etapa de pleno apogeo. En tercer grado, todas las materias y todas las cosas que le sucedían a Kagome le parecían más interesantes. O tal vez era porque su hermana lo volvía así. La parte que mas odiaba del día, era el momento en que su hermana volvía a llamarla para que se sentara con ella y sus amigos a comer. Podía notar el fastidio que sentía Sango al sentarse en medio de Akane y Kagura, las mejores amigas de Kikyo, mientras ella miraba desde el otro extremo de la mesa, al lado de su hermana y de su novio. ¿Lo peor que podía sucederte en la vida? No, no era descubrir que el muchacho que te había atraído desde la entrada a la preparatoria es el novio de tu hermana: es ver que dicho muchacho no es como tú pensabas. Oh, no. Inuyasha era totalmente lo contrario a un príncipe azul. Kagome no podía considerarlo como un patán o un mujeriego, porque no lo era. Miraba a su hermana mayor con la admiración única que solamente se puede expresar cuando uno está enamorado. Sin embargo, tenía una manera arrogante, terca e infantil de ser. A ella le desesperaba, le sacaba de sus casillas, su manera terca de ser. Se había mostrado hostil con ella desde el momento en que ella le había dicho a su hermana que no lo conocía, y ella había correspondido a su comportamiento de la misma forma. Sus diarias peleas eran simplemente patéticas, Kagome lo sabía, pero no podía evitar contraatacar cuando él la provocaba. ¡Se había negado a pasarle la kétchup solamente porque estaba demasiado lejos! ¡¿Qué tipo de hombre se negaba a pasarle la kétchup a alguien para no estirar el brazo?! Inuyasha Taisho, al parecer. Quizás estaba siendo demasiado quisquillosa. Quizás ni siquiera le importaba en realidad que Inuyasha no le hubiera pasado la kétchup. Quizás solamente estaba buscando pretextos para molestarse con él. Podía sentir como saltaban chispas cada vez que ambos reñían por algo, y eso era bastante seguido. ¿Cómo era posible que el tipo que le había gustado en un principio, en dos semanas se hubiera vuelto en su némesis? Movió la cuchara que estaba en su tazón de cereal en círculos. Las hojuelas de maíz hicieron un remolino sobre la leche, y a Kagome le dio nauseas. No tenía nada de hambre esa mañana, ni siquiera tenía ganas de levantar la cuchara y llevársela a la boca. Kikyo hablaba animadamente sobre su próxima presentación en la preparatoria. Ella estaba en el club de teatro desde primer grado, y según su profesor, era una de las mejores actrices que había tenido. Esa vez, representarían la escena de la ejecución de María Antonieta, la ultima reina francesa. Y, como si fuera demasiado obvio, Kikyo representaría el papel de aquella mujer. —Es cierto, Kagome, ¿ya has elegido un taller?—preguntó su padre, tomando un sorbo de su café sin azúcar. Kagome asintió, dejando la cuchara en el plato. Ese día tendría su primera clase de música desde el inicio de clases, pero sus padres no tendrían porque saberlo. Sus padres no tenían porque saber muchas cosas. —Sí. He entrado al club de ciencias—mintió, con la voz algo apagada. El hombre arqueó una ceja, mirando a su hija menor con suspicacia. —¿Ciencias? ¿Desde cuándo te gustan las ciencias? Kagome vaciló, tratando de ocultar su evidente nerviosismo. Siempre había sido pésima mintiendo, ¿y ahora se le hacía tan fácil? —Aoi, déjala elegir lo que quiera—su madre la salvó de tener que responder—Deberías estar alegre de que tu hija por fin haya abandonado ese sueño sin pies ni cabeza de ser violinista. La sala fue envuelta por un silencio sepulcral. A veces, su madre hablaba sin pensar, o peor, hablaba todo lo que pensaba. Un sentimiento de tristeza recorrió a Kagome, quien se levantó de la mesa, colgándose la mochila a los omóplatos. —Se hace tarde, tenemos que irnos—indicó con voz queda, mostrando que no quería seguir hablando mas de ello. Aoi negó con la cabeza, tomando otro trago de su café. —Hoy tengo una junta, Kagome. Tendrás que irte con tu hermana—respondió el Higurashi, mirando a su hija mayor. Kikyó se levantó de la mesa, tomando su bolso color azul turquesa. —Inuyasha no debe de tardar en llegar—explicó a su hermana menor, mientras avanzaban a la puerta principal—dijo que estaría aquí en menos de 5 minutos. Kagome entrecerró los ojos. —¿Por qué diablos Inuyasha tiene que venir a recogerte todas las mañanas?—gruñó. No tenía ganas de comenzar el día discutiendo con el novio de su hermana. Kikyó sonrió abiertamente al escuchar un claxon, que sonaba totalmente diferente al Honda de su padre. —Es lindo tener que verlo a primer hora del día—la voz de su hermana tenía un sonido meloso, que le provocó nauseas. Abrió la puerta principal para poder escapar del ataque de cursilería de su hermana mayor. Chocó contra un cuerpo que se había colocado en su camino, y el impacto se le hizo tremendamente familiar. Estuvo a punto de caer de bruces, pero un brazo firme la detuvo, tomando su muñeca. El tacto de esos dedos contra su piel se le hizo irremediablemente cálido. Inuyasha la miró desde arriba con una expresión fastidiada, soltándole por fin. La dejó sobre el suelo como si fuera una muñeca fea de porcelana, sosteniéndola por los hombros. —Torpe, ¿Por qué no te fijas donde caminas?—dijo con un tono despectivo, como si con ello estuviera saludándole. Kagome le devolvió una mirada llena de molestia, agitándose para que la soltara. Frunció el ceño, apretando los puños mientras se cruzaba brazos. —Hola a ti también—contestó, ignorando su insulto—Deberías tener más educación. Kikyo bufó, pasando al lado de su hermana. Se puso al lado de su novio, colocándose de puntillas para darle un dulce beso en la mejilla. El rubor cubrió el rostro del muchacho, y desvió la mirada. Kagome los pasó de largo, caminando hacia el Impala negro que estaba estacionado frente a la casa. Había visto varias veces el auto de Inuyasha, así que sabía perfectamente que era el suyo. El rostro ruborizado del joven le provocaba una sensación que era demasiado extraña como para describirla. <<Es todo un niño>> pensó sobre sus reacciones. Inuyasha llegó hasta su automóvil, abriendo la puerta del copiloto para que Kikyo subiera. Ella le dirigió una sonrisa amable a su novio, y él le devolvió la misma, aunque un poco más estúpida. Kagome ni siquiera esperó a que el ambarino también le abriera la puerta, así que entró al automóvil por sí sola, cerrando la puerta con fuerza. Inuyasha podría ser todo un caballero con su hermana, pero con la mayoría en general, era un hombre de las cavernas. El muchacho encendió el automóvil. El motor respondió con un rugido, mientras Inuyasha pisaba el acelerador y movía el volante para entrar a la carretera. Desde atrás, Kagome pudo notar como tomaba la palanca de velocidades, para luego agarrar la mano de su hermana. Frunció el ceño, tal vez de una manera demasiado evidente, pues podía notar el tic que le daba en una de sus cejas mientras apretaba con fuerza sus brazos sobre su regazo. Ella debía de ser la única que no soportaba las muestras de amor entre Kikyo e Inuyasha. ¿Celos? No, no lo creía. Simplemente era demasiada ternura para que ella pudiera digerirla. Kikyo la miró desde el espejo retrovisor. —¿Sucede algo, Kagome?—preguntó suavemente. La azabache se sobresaltó sobre su asiento, relajando la expresión y los brazos. Esbozó una sonrisa nerviosa, sintiendo como el marcapasos pitaba levemente al sentir su aceleración. —No, nada, en absoluto—negó, haciendo un gesto despreocupado con la mano. Inuyasha la miró de soslayo, arqueando una ceja. —No entiendo porqué le preguntas—comentó, flanqueando a la derecha. Habían entrado a la calle que se dirigía a la escuela.—Siempre tiene la cara de amargada. Kagome arqueó una ceja, apretando la mandíbula. —Claro, como si tu estuvieras alegre todo el tiempo—le respondió, desviando la mirada por la ventana. —Al menos si más tiempo que tu. — ¡No es cierto! — ¡Cállate, si lo es! — ¡No pienso callarme! — ¡Ya cállense los dos!—exclamó Kikyo, alzando la voz— ¿No pueden llevarse bien por un segundo? Inuyasha cruzó sus ojos ambarinos con los suyos durante unos instantes por el retrovisor. En los de él había un tipo de enojo infantil que a ella le hizo fastidiarse más. Ambos cortaron el contacto visual, frunciendo el entrecejo. Kagome volvió a cruzarse de brazos. —No. —contestaron ambos al unísono. :::::::::::::::: La clase de Algebra pasó bastante pesada. Kagome apenas podía escuchar al profesor que hablaba sin parar mientras ella fijaba la vista en el reloj que estaba sobre la pizarra. El tic-tac del reloj la hipnotizaba, provocando que moviera de un lado a otro la cabeza, al ritmo del sonido de las manecillas. Cerró los ojos, dejándose llevar un poco por el sueño que sentía… —¡Higurashi!—el profesor Pate azotó su metro sobre la butaca. Kagome despertó con un sobresalto—¡No está poniendo atención! Kagome abrió los ojos como platos, negando con la cabeza repetidamente. —N-no profesor—negó ella—Si estaba poniendo atención… El hombre entrecano arqueó una ceja negra, moteada con un poco de blanco. —¿Ah sí?—le extendió el marcador, casi colocándola sobre su nariz. Kagome hizo un bizco—Entonces, creo que no te va a costar nada resolver la ecuación. Kagome alzó la vista para ver la pizarra. No podía distinguir el tipo de ecuación que era, ni siquiera sabía de qué rayos se trataba. Lo único que veía al frente de ella era un revoltijo de números y letras. Tragó saliva, levantándose del asiento. Sabía que las miradas de sus compañeros de clase estaban fijas en su espalda, juzgando sus acciones. Cuando la miraban, siempre tenía la sensación de que estaban esperando a que se equivocara. Colocó la punta del plumón sobre el pizarrón, comenzando a trazar una línea recta. No tenía la menor idea de que estaba haciendo. Fingió analizar la ecuación, mientras comenzaban a surgir los cuchicheos de sus compañeros a sus espaldas. Entonces, escuchó el sonido de la chicharra fuera del salón, y todos comenzaron a levantarse. ¡Bendito sea el timbre de la escuela! Sonrió de oreja a oreja, dejando el plumón sobre el borde metálico del pizarrón, saliendo disparada por su mochila. —No has terminado la ecuación, Higurashi—advirtió el profesor, cruzando los brazos. Kagome arqueó una ceja azabache. —No ha escuchado el timbre, profesor—dijo, tomando un poco de valor, y dejando al maestro con las palabras en la boca. La azabache salió corriendo antes de que el profesor le bloqueara el paso. Su siguiente clase era el taller de música, y realmente no tenía ganas de llegar tarde. Ansiaba mirar todos los instrumentos que tenía la orquesta de la escuela, tocar las partituras, y tocar alguna melodía. Su padre le había prohibido tocar el violín, pero no había dicho nada sobre los demás instrumentos. Existía la armónica, la guitarra, el clarinete, el chello… El corazón le saltó de ilusión de solo pensar en ello. El lugar donde se daban las clases de música era la parte trasera que había detrás del teatro escolar. Podía escuchar desde lejos el sonido de los alumnos afinando sus instrumentos, el barullo de estos mientras conversaban. Entró al salón con entusiasmo, para darse cuenta con sorpresa, que había muy pocos alumnos. No pasaban de los 20, quizás 30. Kagome sabía que tal vez faltaban por llegar, pero los que se encontraban ahí, apenas formaban una orquesta pequeña. Dejó su mochila donde estaban todas las demás, y tomó asiento hasta el final de la fila. Las sillas formaban un semicírculo, dejando el suficiente espacio como para que se sentaran los aprendices con sus instrumentos. La profesora Wallace entró minutos después de ella, y todos guardaron silencio como de costumbre. La mujer solía poner un ambiente de orden natural cada vez que ella hacía presencia. Se sentó en la silla que estaba frente al semicírculo, dando dos palmadas sonoras. Varias caras desconocidas tomaron asiento en las filas que estaban delante de ella. Era la única que había escogido la última fila, además de unas cuantas personas. Los rostros con leve entusiasmo que tenían sus compañeros de clase le provocaban contrariedad. ¿Acaso no estaban emocionados por la clase? ¿O ella era la única que estaba demasiado exaltada? —Vamos chicos, guarden silencio.—habló la profesora, su voz ampliada por la acústica del lugar—tenemos que dar inicio. El silencio por fin se dio en el salón. La mujer mayor sonrió de manera amplia, comenzando a entregar una partitura a cada uno de los alumnos. Cuando todos ya tuvieron su hoja, volvió a sentarse al frente de ellos, con los dedos entrelazados. —Les he entregado una partitura de una canción, sin título—dijo, señalando la partitura que ella también tenía—Es algo lógico que todos ustedes han estudiado antes algo sobre música. Nadie de aquí viene sin fundamentos. Entonces, ¿podrían reconocer las notas y decirme de que canción se trata? Kagome bajó la vista hacia las partituras. Sobre los pentagramas, los símbolos iban fluidos, perfectamente dibujados. Al principio, con una lentitud armoniosa, las notas largas, extensas y graves, sin embargo, como avanzaba la melodía, estas notas se volvían más gráciles y rápidas, casi sin tiempo para detenerse. La azabache reconoció la canción al instante de haberla terminado de leer. La tenía en la punta de la lengua. Casi podía escuchar la melodía en su cabeza. — ¿Y bien?—preguntó la profesora, mirando a sus alumnos en general. — ¿Quien sabe que canción tiene en las manos? Varios jóvenes comenzaron a gritar nombres de canciones que no tenían nada que ver con la que ella pensaba. ¿Y si en realidad ella estaba equivocada? —Ninguna de las canciones que me han nombrado es la canción correcta—negó la maestra, cruzando de brazos—Una última oportunidad, ¿Qué canción es? La azabache ni siquiera se dio cuenta cuando había levantado el brazo. El salón se quedó en un silencio sepulcral: Kagome Higurashi, la que nunca hablaba en clase, la que se quedaba al final siempre, la que era la sombra de su hermana, estaba alzando la mano. La profesora Wallace sonrió de oreja a oreja, haciéndole un gesto que indicaba que daba le permiso para responder. —La canción se llama Czardas. —respondió, con una seguridad que a ella misma le sorprendió—Es un baile húngaro, y se toca con el violín. Linna Wallace abrió los ojos como platos al escuchar la respuesta, y Kagome supo que había respondido correctamente. ¿Tan sorprendente era que alguien pudiera reconocer una canción a base de partituras? —Kagome, ¿podrías tocarnos la pieza, por favor?—la maestra señaló un violín que estaba al fondo de la sala con la mano extendida. Los cuchicheos de sus compañeros se extendieron, seguidos por unas risitas maliciosas. Sabía que ellos decían que era torpe, porque lo había demostrado en las casi tres semanas que llevaba ahí. Pensó que sentiría rabia. Pensó que tendría el suficiente coraje para levantarse del asiento, tomar el arco, y demostrarle a sus compañeros de clase que ella no era ninguna torpe, que en la música, era cien veces mejor que ellos… Pero no. No tuvo el valor. Se quedó petrificada en su asiento, con el rostro pálido. El marcapasos pitaba descontroladamente sobre su pecho, tratando de hacer que su ritmo cardiaco volviera la normalidad. Una chica con el pelo teñido de blanco, la miró con sorna, esbozando una sonrisa de burla. Kagome la reconoció al instante. Se llamaba Kanna, y era prácticamente la directora de la orquesta después de la profesora Wallace. Los alumnos murmuraban que llevaba estudiando en el Conservatorio de la ciudad desde los diez años, y que era toda una virtuosa con el chelo y la infinidad de instrumentos que seguramente se sabía. Al instante, Kagome se sintió avergonzada. —No pierda el tiempo, señorita Wallace. –Kanna llenó el silencio que había reinado por segundos, con aquella voz suave y refinada—¿Me permitiría que yo tocara la…? —No se preocupe señorita Langdon—interrumpió la profesora, callándola con un gesto rápido—Seguiremos con la clase. E inmediatamente, sacó un libro de teoría musical del portafolio, y comenzó a dictar apuntes sobre los instrumentos de percusión, que todos empezaron a anotar sin poner objeción alguna. Cuando sonó el timbre, la azabache salió disparada del teatro, con el terror de que sus compañeros de clase le comenzaran a acusar de que la clase hubiera sido teórica y no practica. La profesora sabía lo de su pánico escénico, ¡lo sabía!, entonces, ¿Por qué le había pedido que tocara la cosa que más le habían prohibido durante sus últimos 5 años de miserable vida? Oh, claro. Eso definitivamente no lo sabía. Dejó escapar un bufido de frustración mientras llegaba al comedor, y notó que Sango aún no había salido de su entrenamiento. Se dedicó a esperarla, recargada en los casilleros. Varios alumnos la saludaron con una sonrisa, y otros a los que conocía de otras clases, pasaron derecho frente a ella como si fuera un poster o algún cubo de basura. Entonces divisó a la castaña saliendo del gimnasio con el rostro rojo por el sudor y el cansancio, pero los ojos llenos de lágrimas y el gesto de frustración le hiso saber que algo andaba mal. Llegó hasta ella, propinando un puntapié a uno de los casilleros como si esa cosa tuviera la culpa de su mal humor. —Imagino que la clase de esgrima no fue como esperabas—comentó, quitándose del camino para que su amiga pudiera desahogarse todo lo que quiera. Sango se retiró del casillero colocando las manos sobre las rodillas. —La clase fue espectacular—comentó—El único problema, Kagome, es que mi equipo forma todo un escuadrón de orangutanes. —Puso las manos en jarras sobre las caderas—Le gané al segundo lugar del campeonato, ¡Le gané a Miroku Eccleston limpiamente de una sola ronda! ¡Pero no puedo estar en el equipo oficial porque SOY UNA JODIDA CHICA! La azabache se mordió el labio, recordando al tal Miroku, que se sentaba también en la misma mesa que Kikyo y su grupo insoportable de amigos. Tenía el cabello color azabache recogido en una coleta y los ojos de un color azul profundo bastante extraño. Era uno de los amigos íntimos de Inuyasha, y ambos compartían el puesto de campeones de la escuela. Si era amigo del ambarino, quizás y fuera igual de insoportable. —Oh, no te preocupes Sango—dijo la azabache, colocando un brazo alrededor de los hombros de su amiga, que parecía a punto de romper en llanto—Hay muchas escuelas de esgrima en Nueva York. Estoy segura de que podrás entrenar en una de ellas. Sango negó con la cabeza, como una niña necia. Mechones de cabello castaño húmedo se escaparon de su coleta descuidada, estorbándole en el rostro. —No quiero otra escuela de esgrima—chilló, apretando los puños—Quiero esta. Esta es la única escuela que da becas de esgrima para la universidad... Kagome suspiró, y le dio un abrazo cálido a su amiga, obligándola a mirarle a los ojos. —Encontraras… encontraremos una manera para que Taisho te deje entrar al equipo oficial—le dedicó una de sus mejores sonrisas—Confía en mí. La castaña asintió, secándose las lagrimas que apenas habían alcanzado a salir de sus orbes, y sonrió de manera leve. Ambas entraron junto al tropel de alumnos que se dirigía a los comedores. Entonces, cuando habían tomado sus charolas y se dirigían a la mesa donde se había sentado esa vez el grupo de Kikyo, Sango se detuvo, haciendo que ella por poco y tirara la charola. Kagome dirigió la mirada hacia donde su amiga había clavado los ojos, y por poco soltó una carcajada. Miroku Eccleston, famoso en toda la escuela por ser un mujeriego de renombre, un Casanova que tenía chicas de una sola noche, lucía un evidente moretón de color morado oscuro alrededor de su ojo azul izquierdo. Y Kagome sabía perfectamente quien se lo había hecho. --Dios santo, Sango—dijo Kagome, mirando a su amiga, que se había puesto colorada como un tomate—¿Practicaron esgrima o boxeo? Sango escondió la mirada detrás del flequillo, dejando escapar una risilla nerviosa. —Una combinación de los dos. —después, la miró casi con desesperación—Kagome, no podemos sentarnos ahí. El me odia, literalmente, ¡y yo voy a morirme de la vergüenza! —¿No se supone que deberías estar orgullosa de ti misma?—la azabache arqueó una ceja con incredulidad. La castaña resopló, caminando hacia una de las mesas mas apartadas del comedor. —No se puede estar orgullosa cuando le has dejado la cara deforme a tu profesor.—dejó la charola llena de comida poco comestible sobre la mesa, sentándose de golpe mientras tamborileaba las uñas pintadas de azul brillante—¿Cómo te fue a ti en tu clase de música? —Creo que pésimo es poco—confesó la azabache, sentándose a su lado—Hay una chica llamada Kanna. Tiene el cabello teñido de blanco, y creo que me odia. A Sango se le escapó una carcajada amarga mientras picaba un trozo de lechuga con el tenedor. —Dos semanas de clases y ya estamos repletas de enemigos. De repente, Kagome pudo percibir inmediatamente la presencia de alguien detrás de ella. Esa presencia hizo que se le erizara el vello de la nuca, y que una ceja negra se le respingara. —Kagome—una voz masculina, inconfundible, pronunció su nombre. Ella volteó furiosamente hacia atrás, clavando sus ojos castaños en los ambarinos que la miraban sin mostrar expresión alguna. Inuyasha había recargado las manos en el respaldo de su silla, recargándose sobre ella. Quizás lo hacía para que ella no pudiera huir o algo parecido. —¿Que quieres?—preguntó, con voz seria. Aun no se le había pasado el enojo de la mañana, y el hecho de que no dejaran a Sango estar en su equipo, la había molestado todavía más. El ambarino alzó las cejas, como si se hubiera sorprendido de su reacción. —Oye, tranquila, vengo en paz—respondió el muchacho. Kagome notó que ese día llevaba el cabello platinado suelto, y este caía suavemente sobre su hombro—Solo quería hablar contigo. Al escuchar su tono relajado, sin busca alguna de pelea, Kagome trató de calmarse también. Sango miraba a Inuyasha con cierta aversión, como si tampoco estuviera a gusto de que el muchacho estuviera ahí. —Bueno—Kagome suspiró, recargando su mejilla sobre su mano, que se apoyaba sobre la mesa—Habla entonces. Inuyasha miró a Sango de soslayo. —Necesito hablar contigo a solas—su indirecta era mas que clara: quería que Sango se fuera de ahí. La castaña se cruzo de brazos. —Yo no me iré a ningún lado—dijo la castaña, desviando la mirada. Kagome rodó los ojos, levantándose del asiento, y jalando a Inuyasha hacia un rincón vacío del comedor. Se apoyó en una pierna, cruzada de brazos, mientras esperaba que el ambarino hablara por fin. A pesar de que la había apartado de su amiga, Inuyasha se mostraba reticente a hablarle con toda esa gente mirándolos. —¿Y bien?—preguntó Kagome, exasperándose—¿Vas a hablar o no? Inuyasha la miró con cierto fastidio, y se mordió el labio. —Necesito… necesito—le costaba bastante trabajo explicarse.—Necesito que me ayudes. Kagome abrió los ojos como platos. ¿Inuyasha Taisho le estaba pidiendo ayuda a ella? Eso parecía imposible. Se estaba tragando todo el orgullo infantil que poseía para eso. Kagome no pudo evitar esbozar una sonrisa maliciosa, llena de suficiencia. —Debes de estar bromeando—la azabache se rió, aun sin poder creérselo. Inuyasha apretó los puños junto a sus costados, mientras chirriaba los dientes. Luchaba contra sí mismo para no discutir con ella, eso era obvio; y Kagome no podía evitar querer provocarlo. —¡No estoy jugando, Kagome!—exclamó el ambarino, y volvió a bajar la voz al ver que muchos habían volteado a verlos—Necesito que me ayudes a estudiar Historia—Inuyasha rodó los ojos al ver su expresión—¡Ya sé que es patético! Pero es muy importante para mí. Si repruebo la materia, van a sacarme del equipo de esgrima. Además, Kikyo me dijo que eras buena en la materia. El corazón le dio un vuelco al escuchar que Inuyasha reconocía que era buena para algo. Inuyasha se había pasado las últimas dos semanas diciéndole que era una buena para nada, ¿y de repente acudía a ella para que le ayudara en sus estudios? Parecía desesperado, y aún así, Kagome se sentía renuente a ayudarlo. — ¿Y qué te hizo pensar que voy a ayudarte?—lo miró con los ojos entrecerrados—Además, tu vas a casa para estudiar con Kikyo casi diario, ¿no podrías estudiar historia con ella? A Inuyasha se le colorearon las mejillas de manera instantánea al escuchar su pregunta. Se llevó una mano a la cabeza para comenzar a rascársela, y desvió la mirada. —Bueno...no es como si ella y yo estudiáramos precisamente…—comentó, tratando de parecer distraído. Kagome sintió como el estomago se le revolvía, provocándole unas nauseas inexplicables. Hizo una mueca de asco, sin poder evitar pensar qué diablos hacían Kikyo e Inuyasha cuando se encerraban en la habitación de ella. —Demasiada información, gracias—dijo ella, interrumpiéndolo de tajo. Suspiró, cerrando los ojos. ¿Qué estaba a punto de hacer?—Está bien. Te ayudaré. El ambarino la miró con una expresión llena de incredulidad, parpadeando varias veces antes de volver a abrir la boca. —¿Me ayudarás? —Si, pero con una condición—indicó ella, levantando el dedo índice frente a sus ojos. Apenas podía ver a Sango desde la mesa donde la había dejado, y esta también los miraba atentamente—Dejarás que Sango entre al equipo oficial de esgrima a pesar de ser una chica. Inuyasha abrió los ojos como platos, y volvió a cruzarse de brazos. —No, definitivamente no—se negó, moviendo la cabeza de un lado a otro—Esa salvaje por poco y le arranca un ojo a Miroku. No quiero ni pensar que va a hacerles a los demás. —¡Oh! ¡Entonces ni creas que voy a ayudarte!—gritó Kagome, imitando su gesto. Frunció tanto el ceño que casi podía sentir como sus cejas se tocaban. ¡Era tan testarudo, tan terco! Él se puso tan pálido que Kagome temió que fuera a desmayarse. Emitió un quejido, levantando los brazos, haciendo saber que se había rendido. Estaba cediendo. —Bien, ya, me rindo—masculló. Comenzó a caminar hacia la mesa donde Sango se encontraba. La castaña lo miró con los ojos extrañados y asustados por igual. —Tú, ¿eres Sango, verdad? Sango asintió varias veces, y se aclaró la garganta antes de responder. —S-si. Soy yo—murmuró, sin mirar a Inuyasha a los ojos. —Entonces, te quiero a ti, hoy a las 5 de la tarde en el gimnasio—Sango levantó la mirada, con los ojos brillantes de ilusión. Inuyasha esbozó una sonrisa ladeada—Si no alcanzas el rango, juro que no voy a darte otra oportunidad, ¿entiendes? La castaña pegó un grito de emoción y se levantó del asiento, como si estuviera frente a un general o algo parecido. —No voy a defraudarte, Inuyasha, ¡te lo prometo!—aseguró. Le dirigió una sonrisa de complicidad a Kagome y esta se la devolvió. Inuyasha rodó los ojos, ignorando su entusiasmado comentario, y volvió a dirigirse a Kagome, con un brillo de suspicacia en su mirada ambarina. —Un trato es un trato—murmuró, entrecerrando los ojos—más vale que tus clases sean realmente buenas. Sin dejar que Kagome le respondiera, se dio la media vuelta, con su cabellera platinada perdiéndose entre la gente.