HunterXHunter [UVD]It's gonna be OK.

Segundo escrito para la actividad Un Valentín Diario. Segundo día ---》para alguien inalcanzable.

Pairing: Chrollo Lucilfer x Kurapika Kurta
N. de Palabras: 985

It's gonna be OK.

Los ojos rojos suspendidos en el líquido translúcido parecen mirarle con burla. Sobre su escritorio se encuentran fácilmente varias docenas de ellos, todos robados al príncipe Tserriednich, por supuesto. Chrollo Lucilfer sabía que posiblemente había cometido un error al interponerse entre el Kuruta y los ojos de sus familiares una vez más. O, por lo menos, así es como lo vería el conjurador. Chrollo había intervenido sabiendo que, si no lo hacía, Kurapika moriría bajo las terribles manos del cuarto príncipe de Kakin. O las de su bestia Nen.

Llegados a este punto, Lucilfer no podía decir cuál era peor.

Él sabía que era un monstruo, una persona atroz para los ojos del resto del mundo y especialmente para los del rubio, pero también sabía que Tsrrenich estaba en una liga más allá. No en poder, no en inteligencia, ni mucho menos en fuerza, sino en una crueldad inherente que él no poseía. No de esa manera. Chrollo era cruel en su indiferencia, pero no había llegado nunca a los extremos del príncipe y sabía que nunca lo haría. Había unos límites, no a su libertad, sino a lo que él mismo se permitía en su búsqueda de aquello que había perdido, y eran unos límites que no cruzaría.

Observando la cabeza de Tserriednich en su regazo, el líder de la Tropa Fantasma se pregunta si los límites se habían difuminado en este caso; si, de alguna manera, había cruzado la línea sin darse cuenta. Con convicción en sus ojos oscuros y furiosos, Lucilfer sabe que no es así. No había límites con respecto a lo que llegaría a hacer por el Kurta. Eliminar a uno de sus mayores enemigos simplemente había sido eliminar una piedra de su propio camino.

Para alguien tan inalcanzable como Kurapika, eliminar a la espina de su existencia parecía haber provocado más complicaciones que alivio. En ningún momento Chrollo pensó que esto lo acercaría más al rubio, pero tenía una espina de esperanza de que devolverle los ojos restantes de su clan lo arreglaría, por lo menos un poco.

Kurapika Kurta era uno de los individuos más complejos y exquisitos que el ladrón había visto nunca, por lo que era completamente plausible para él hacer todo lo que estuviera en sus manos para que el joven por lo menos entendiera que Chrollo ya no es el que era.

No es per se una disculpa, pero hay una pizca de arrepentimiento en su alma. Era demasiado joven, demasiado impetuoso y con ganas de comerse el mundo cuando masacró por completo al clan Kurta sólo por sus preciados ojos. En el proceso había dañado irremediablemente al único individuo que había llamado su atención a tales extremos. Ese era su arrepentimiento y precisamente la razón por la que Kurapika seguía odiándole.

Chrollo Lucilfer no se arrepentía de haber asesinado a toda su familia, sino de haberlo perdido en el proceso, incluso antes de saber de su existencia.

Kurapika Kurta era una joya en toda la extensión de la palabra, un ser único y poderoso con una inteligencia que rivalizaba la suya propia con una facilidad abrumadora. Su maestría en el uso del Nen no solo había demostrado ser incluso mejor que la de sus arañas, sino que podía igualarle en la mayoría de ocasiones, pues, al fin y al cabo, Chrollo nunca ponía empeño en matarlo.

Ahora que lo pensaba, Kurapika tampoco.

Ese era el único consuelo que le quedaba. La única pista que le decía que tal vez, sólo tal vez, las cosas saldrían bien con el rubio.

Cuando Kurapika entra hecho una furia destrozando la puerta de su camarote, Chrollo sonríe. La cabeza de Tserriednich cae de sus manos y rueda hasta los pies del rubio como una ofrenda. Los ojos rojos fulminantes del Kurta viajan rápidamente entre la cabeza cortada y él, calculadores, inteligentes. Probablemente estaría pensando qué pediría el ladrón a cambio.

Cuando Chrollo se levanta y, sin decir una palabra, señala las docenas de ojos color vermellón descansando sobre el escritorio y simpelemenre se marcha, Kurapika no sabe qué pensar. Todo había sucedido en apenas unos segundos; el ladrón había desaparecido incluso antes de que pudiera acusarle de nada, o atacarle.

Chrollo Lucilfer le había dejado a solas con los últimos remanentes de su familia y la cabeza del hombre que había estado a punto de asesinarlo, o algo peor. ¿Por qué?, ¿qué querría a cambio?

Con cautela el rubio se acerca a la mesa y toma uno de los cilindros que contienen un par de orbes flotando en solucion salina. Las pupilas rojas como el fuego parecen clavarse en su alma, como reclamando algo de él. Llevándose el cilindro al pecho y necesitando sentarse, Kurapika se da cuenta de algo que llevaba tiempo pensando, pero que no quería aceptar.

Lucilfer había pagado su deuda. Tal vez lo que había hecho nunca fuera compensado, porque simplemente no era posible, pero aquel intento de paz, un acto que contra toda lógica, Kurapika entendía como desinteresado, parecía un buen inicio en el camino de la redención. Por lo menos con él, con la masacre de los Kurta.

El barco se sacude un poco, sacando al joven de su ensoñación y recordándole que la guerra aún no había terminado. Aunque Tserriednich estuviera muerto, aún le quedaban demasiados enemigos en aquel barco. Necesitaba proteger a la princesa Woble y a su madre, la reina Oito, a toda costa. Ojeando la puerta, Kurapika piensa en que tal vez la figura aparentemente inalcanzable de Chrollo sería de ayuda.

Agitando la cabeza, Kurapika sabe que aquello era algo bastante complicado, pero no del todo imposible. Parecía haber conseguido un inesperado aliado en su viaje al continente oscuro.

Mientras el conjurador sale de la habitación, ojos en una bolsa, y la cabeza del cuarto príncipe en la otra, a Kurapika se le ocurre que, por una vez, parecía que las cosas iban a salir bien.