Bailé con el diablo cuando estaba en un espiral sin fin. Bailé con la misma muerte, estaba atrapado entre las garras del mal camino, ya no había vuelta atrás. El pecado estaba cumplido y mis manos estaban manchadas; había estrechado la mano del diablo sin darme cuenta, terminando de consumirse en las llamas del infierno con el enemigo detrás de mí, acompañándome, siguiendo mis pasos como a un aliado, caminando hacía las cenizas de mis pecados consumidos, derramando lágrimas de arrepentimiento en el trayecto: entré en razón de lo que hice, había vuelto a ser quién era demasiado tarde, ya no había vuelta atrás. Lo que había empezado como un juego inocente, poco a poco se fue convirtiendo en algo serio, algo en el que alguien saldría lastimado: Había dejado de ser aquel simple niño que sólo se llevaba bien con todos y me dejé llevar por aquellos sentimientos que se apoderaron de mí. Empecé con lo permitido, pero luego pasé a lo prohibido, dejándome llevar por los sentimientos del momento, sin medir las consecuencias, sin llegar a pensar que lo que hacía estaba mal. Sólo me quedé ahí, disfrutando del pecado, marcando al diablo en mí, volviéndome cercanamente peligroso a él, quemando dolorosamente mi nuevo destino, caminando por el mal camino, caminando hacía mi propia destrucción. Sólo quedaba ahogarme en un mar cubierto de llamas con la culpa cargada en mis hombros y el odio del mundo acompañándome. Como enemigo, como amigo, como desdichado... como lo tengo merecido.