Harry Potter Lo que el destino no quiso.

Draco se detuvo un instante en uno de los pasillos del Ministerio de Magia. Había una gran revuelta por los últimos acontecimientos en el mundo mágico: una nueva reforma en la ley mágica. Los diarios habían provocado un caos innecesario por varias semanas y ahí estaba la prueba; la multitud reunida, pudo ver, seguía a la Ministra de Magia de cerca exigiendo explicaciones ante su decisión como si realmente tuvieran el derecho de hacerlo. Era despreciable, se dijo así mismo, sin embargo de todo ese ambiente irritable sólo le importó la presencia de Hermione Weasley.

Tuvo que admitir que aún con ese atuendo tan sencillo que llevaba, ella demostraba que se había convertido en una mujer hermosa y muy poderosa. De hecho siempre lo había sido, que ahora se le hiciese más fácil admitirlo era un caso diferente. Ya no existían miedos y un loco desquiciado persiguiéndolo, no habían malos ojos, comentarios ingratos o momentos amargos. No había un bando. Pero vivía una vida que, aunque no le molestaba en lo absoluto y estaba en paz consigo mismo, no era lo que había esperado. Sólo estaba lo que el destino no quiso que sucediera.

Lo que el destino no quiso que tuviera.

Hermione le sonrió al verlo y él sólo pudo corresponder ese tan inocente gesto de cortesía. Pues a eso se había limitado aquella relación. Era lo único que alguien como él podía alcanzar después de todo lo que había hecho.