Nota del Autor: ¡Hola a todos! Hace poco acabe un fanfic corto que en realidad ya me tenía harta, titulado "Un Grotesco Romance", basado en una canción de Miku Hatsune, aún falta el epílogo aunque eso es lo de menos y no es esencial en la finalización de la historia, ahora bien, estoy a punto de iniciar una nueva historia. Desde que empecé mi fanfic anterior ya tenía demasiadas ganas de empezar otros proyectos, y estaba entre dos canciones que me llamaban demasiado la atención, la primera era "Chivlary" de Len Kagamine y la segunda "La Saga del Mal" la cual tiene demasiadas partes y es una historia demasiado compleja, después de meditarlo mucho he decidido empezar esta última, de la cual ya hay demasiados fanfics, aunque me parece que ninguno ha sido finalizado de forma apropiada, tal vez me equivoco, aún así quiero mostrar desde mi punto de vista los sucesos que acompañaron a esta serie de tragedias de la saga más famosa y quizá la favorita de muchos del mundo vocaloid, por eso les agradezco si están leyendo este tema y les invito a acompañarme en esta nueva historia. ¡Gracias por todo! Atte. Yoko Higurashi =X La Saga del Mal Prólogo “There was once upon a time in another place…” Un chirrido se escucha desde la puerta de una antigua biblioteca, los pasos avanzan lentamente y unas ligeras risas se escuchan al final del pasillo. ¿Quiénes son aquellos dos niños que entran a escondidas? Rubios y de ojos azules, tan parecidos uno del otro, uno podría asegurar que son gemelos sin miedo a equivocarse, lo cual no sería una respuesta incorrecta. — ¡Rin! ¡Rin! —grita el chico— ¡Por aquí! Aquí veo libros muy interesantes —grita emocionado, mientras corre de un lado a otro. — ¡Espérame Len! —la chica grita un poco enojada, pero aún así no puede ocultar su alegría. ¿Qué buscan en tan empolvado lugar? ¿Algún misterio se ocultaba entre todas estas páginas viejas? No se sabría hasta que se revisara cada uno de esos libros donde miles de historias se guardaban. Hace mucho tiempo que nadie visitaba aquel lugar, los estantes altos estaban llenos de polvo, algunos libros ya se encontraban consumidos por las polillas, las cortinas cerradas en las enormes ventanas del lugar, si alguien las abriera aspiraría un asqueroso polvo que sería acompañado por el grasoso y mugriento piso de madera, definitivamente el lugar era viejo. — ¡Me encanta este lugar! —exclamaba el chico, al parecer su nombre era Len— ¡No sabes cuánto amo estos libros Rin! — Pues yo no le encuentro la gracia —y la chica que inflaba sus mejillas, era obviamente su hermana— solo escoge un libro y vámonos, me aburre este lugar y así mismo me da escalofríos. — ¿Eso puede ser posible? —el joven mira confundido a su hermana. — ¿A qué te refieres? —mas ella le responde con otra pregunta. — ¿Puede un lugar aburrirte y darte escalofríos al mismo tiempo? —el chico parecía estar a punto de estallar de risa. — ¡Claro que si idiota! —la pequeña se sonrojo totalmente— ¡Si te lo estoy diciendo! ¿¡Acaso quieres hacerme enojar!? — Lo siento, lo siento —el rubiecito trataba de aguantar las ganas de no reír mientras seguía observando los libros— ¿Cuál te gusta? — Ninguno… —la chica miraba a otro lado, pero en un momento de debilidad se percato de un bello libro rojo en el estante más alto de uno de los libreros, tenía orillas doradas, y en el lomo su título, el cual era muy difícil de distinguir debido al polvo— ¡Ese! —y en un impulso lo señalo— ¡Quiero leer ese! — ¿¡Ese!? —exclamó sorprendido— pero está muy arriba Rin —se quejó. — ¡No me importa! —ella movía la cabeza de un lado a otro— ¡Quiero leer ese! —su voz se escuchaba mandona y un tanto caprichosa. — Esta bien —el pequeño se dio por vencido ante la petición de su hermana y se puso de espaldas a ella— ¡Sube! Así te levantaré y tu tomarás el libro —sugirió. — ¡Sí! —una sonrisa se formo en el rostro de la chica que muy complacida subía a la espalda de su hermano. — ¡Ah! ¡Ten más cuidado! —gritó cuando esta le jaló un poco el cabello— ¡Lastimas! — ¡Cállate! —gritó la chica— ponte más firme y quéjate menos, necesito poner mis pies en tu hombro si quiero alcanzar el libro. — ¡Entonces apúrate! —el chico no parecía muy fuerte, sus piernas temblaban mientras sujetaba los tobillos de su hermana. En unos pocos minutos habían formado una extraña torre humana, la cual amenazaba con caerse en cualquier momento, la chica que se ponía de puntillas en los hombros de su hermano, el cual hacía un esfuerzo sobre humano por sostenerla y no caerse en el proceso. — ¡Rin! ¡Apúrate! —suplicaba. — ¡Ya casi! —comentaba su hermana, estirando su mano, tentando el lomo de aquel codiciado libro— ¡Lo tengo! —fue cuando estuvo en sus manos que uno de los pies del chiquillo resbaló, cayendo al suelo. La escena fue por demás bastante cómica, cuando el chico resbaló en una maniobra extraña golpeando su codo contra el piso, su rubia hermana termino en un salto al cielo para caer sobre la cara de su hermano, dejando la falda cubrir su rostro y él terminara viendo su ropa interior mientras todos los libros del estante les caían encima. — ¡Ah! ¡Duele! ¡Estúpido Len! —se quejo la pequeña— ¿Len? —para luego voltear de un lado a otro buscando a su hermano— ¿Dónde te metiste? ¿Len? — R-rin —se escuchó en lo bajo, Len trataba de levantar sus manos y buscar una salida. — ¿Len? —la rubia pregunto una vez más, para luego percatarse de lo que estaba bajo su falda de marinerita— ¿¡Qué rayos haces ahí!? —su rostro subió de tono para levantarse y patearlo en la cara— ¿¡Eres acaso un pervertido!? — ¡Rin! ¡Espera! ¡Alto! —el pequeño trataba de defenderse de los golpes de su hermana— ¡Basta! Fue en ese momento que aquella silenciosa biblioteca dejo de serlo, todo se lleno del ruido causado por la pelea de esos dos hermanos, ella lo pateaba y golpeaba llamándolo pervertido, mientras él metía sus manos llamándola insensata y tonta, al final no había un ganador. Nuevamente la vieja puerta se abrió, dejando escuchar el tenue chirrido que era casi completamente opacado por los gritos de los gemelos, los pasos se volvieron a escuchar, eran un poco delicados, y un aroma a puerros se empezó a sentir en el lugar. — ¿¡Qué se supone que hacen!? —una chica de cabellos verdes se paró enfrente de los gemelos, poniendo sus manos en su cintura, sus ojos se mostraron un poco furiosos— están haciendo demasiado ruido. — Hermana Miku —gritaron al unísono los dos. Era obvio que no era su hermana mayor debido a la gran diferencia de facciones, pero parecía que estaban demasiado familiarizados con ella. — Díganme que están haciendo —aunque no estaba gritando, si se le notaba bastante molesta. — ¡Fue Len! —acusó la chica. — ¡Fue Rin! —acusó el chico. Ya iban a empezar a discutir nuevamente cuando la chica empezó a regañarlos nuevamente para escuchar la versión de la historia de cada uno, aunque en realidad a ella no le importaba saber de quién era la culpa, solo quería que dejarán de pelear. — ¡Esta bien! —afirmó— el caso es que no vinieron a la biblioteca a pelar ¿O sí? —trató de razonar con ellos. — No realmente —dijo Len un poco sonrojado por la vergüenza. — Se supone que no —le secundo Rin. — Bien —la chica se puso a hurtadillas un poco a la altura de los gemelos para mirarles a los ojos— entonces ¿A qué vinieron? — Estábamos buscando un libro para leer con todos —comentó Len. — Pero estaba muy alto, aunque… —Rin movió su mano con el libro— ¡Lo logramos bajar! —dijo con una sonrisa. — A ver —comento la chica de pelo verde— ¿Puedo ver el libro? —la rubiecita de forma obediente entrego el libro, el cual aún seguía empolvado, así que Miku sopló sobre su vieja cubierta dejando salir un tanto de polvo que hizo toser a todos— su nombre es… —trató de leer, pero el idioma le era desconocido en la portada— Saga of Evil. — ¿Saga of Evil? —preguntó Rin— ¿Qué es eso? — Creo es inglés —dijo Miku decepcionada— y yo no sé inglés. — ¿Eso significa que no podremos leerlo? —Len se veía decepcionado. — Bueno, yo no sé inglés —sonrío la chica de pelo verde— pero Luka si sabe leerlo. — ¡Es cierto! —comentó Rin— nuestra hermana Luka sabe leer y hablar muy bien inglés. — Aunque huele a pescado crudo —musitó Len un poco desagradado. — ¡No seas grosero! —le regaño Miku mientras salía del lugar con el libro en sus manos— vamos a buscarle —le indicó a los gemelos que la siguieran. Fue cerca de una chimenea donde la dulce chica pelo rosa estaba sentada mientras hablaba con dos jóvenes, uno tenía el pelo azul y una sonrisa muy amable, se le notaba demasiado bromista, en cambio, el otro joven de pelo largo y purpura de elegante semblante se le notaba un poco más serio. No sabría de que estaban hablando y en realidad no es relevante en esta historia. — ¡Hermanos! —gritaron los gemelos al saludarlos y correr a abrazar a la chica de pelo rosa. — ¿Qué sucede? —se mostraba confundida ante tal muestra de afecto exagerada. — Perdónales Luka —comentó Miku con una sonrisa— pero estos dos diablillos han encontrado un libro que no pueden leer. — ¿No lo pueden leer? —se le notaba más confundida. — Si, es que esta en inglés —respondió la chica de pelo verde— y lamentablemente no puedo ayudarlos —bajo su cabeza un poco triste. — ¡Ah! Con que es solo eso —inevitablemente la chica echó una tierna y ligera risita para tomar el libro de las manos de Miku— si es solo eso puedo ayudarlos. — ¿¡De verdad!? —los ojos de los gemelos se iluminaron mientras se acercaban cada vez más a la peli-rosa. — Si, si —contestó con calma— solo déjenme ver —empezó a limpiar un poco más con su mano la vieja pasta del libro y mirar las hermosas letras doradas del mismo— Saga of Evil —musitó. — ¿Sageof ivol? —trató de pronunciar Len, aunque se escuchaba realmente mal, tan mal que Luka no pudo evitar reírse, aunque paro rápidamente para no herir los sentimientos del pequeño. — Significa saga del mal —comentó Luka mientras Len y Rin se sentaban en el piso y Miku tomaba asiento en uno de los brazos del sofá, a lado del chico de pelo azul. — ¿Y de que trata? —preguntó Rin. — No lo sé —respondió Luka— nunca había escuchado de un libro así, pero hay una forma de saberlo si empiezo a leerlo. — Entonces empieza —dijo impertinentemente la rubiecita, haciendo que todos echaran a reír y ella se sonrojará— bueno… si quieres —trató de componer por la vergüenza. — Tal vez termine muy noche, ya que el libro es muy largo —comentó Luka. — Creo que eso no importa —sugirió el chico de cabellos purpuras— ya que todos se notan interesados y yo me empiezo a sentir intrigado —una sonrisa se formo en su semblante— y seguro tu hermosa voz no nos aburrirá. — ¿Ah? Gracias… —la chica peli-rosa se sonrojo levemente mientras bajaba su mirada al libro, empezándolo a abrir para ubicarse en su primera hoja— entonces con su permiso… Así, frente a la chimenea de una hermosa noche, estaban todos sentados en los diversos sillones o en el piso, rodeando a la joven chica que empezaba a alzar su voz para tan bella historia, los gemelos eran los más interesados, pues eran los menores, pero aún así, también los mayores se veían ansiosos por saber de que trataba tan viejo libro. — Hubo una vez, un tiempo, en otro lugar… —y así una historia estaba por comenzar. CONTINUARÁ...
Ohhh...¡Me encanto!,muchas gracias por invitarme,a decir verdad,lo narras muy bien,(más que yo...bueno,todos son mejores que yo :().No noté ningún error,pero para serte franca,estaba tan emocionada por leerlo que casí ni lo note,pero no es así siempre si hay algún error,lo noto al leer a pesar de estar emocionada,otra vez ¡Te quedó muy bien!,dime para cuando la continuación ;)
Hola. Gracias -de nuevo- por la invitación C: Es un bonito comienzo y otra forma de ver la historia, si bien has dicho que muchos han escrito de esta saga lo hacen desde donde la canción indica: La joven princesa de 14 años edad que reinaba en ese lugar. El que tú lo hayas empezado con los gemelos eligiendo el libro de la saga del mal y que se narre la historia como un cuento es una forma "creativa" de iniciarla ;) Me gusto el inicio, desde los gemelos peleando en la biblioteca hasta lo que Gakupo le dijo a Luka, hasta a mí me gusto (creo que esto es aparte xD). No fue necesaria tanta descripción ya que todos conocemos a los personajes y su manejo fue correcto, más el carácter de Rin (la niña caprichosa) y de Len (el hermano que hace todo por ella). La narración fue buena, es sencilla de leer y no noté errores graves en la ortografía. En general, muy buen comienzo Nos estamos leyendo ^^.
Primera Parte “So, shall we start?” Hace mucho, mucho tiempo, en algún lugar, existió un horrible reino, enemigo de toda la humanidad, y en aquel lugar solía reinar una hermosa, exquisita, poderosa y toda soberana princesa de tan solo catorce años de edad. — ¡Ahora bien! —mi voz suena en todo el salón, los soldados a lo largo de las hermosas columnas de mármol y las trompetas repican mientras camino con elegancia entre los pasillos para llegar a mi asiento— ¡Todos de rodillas! —es lo que grito apenas llego a mi estrado. — ¡Han escuchado a la princesa! —grita uno de los generales de mi ejercito— ¡Todos de rodillas! —no importa quien sea, todos se ponen a mis pies para luego tocar la trompeta en mi nombre, mientras yo sonrío. — Es bueno ser la que reina —musitó para sentarme y empezar mis labores del día. Las puertas se abren para los plebeyos, es así como empieza la actividad más pesada del día, escuchar quejas y más quejas y ofrecer soluciones para cada individuo, no es algo que me cause placer, es quizá lo único que odio de mi labor… ¿Por qué debo escucharlos? ¿Qué ventaja obtengo? ¡Ellos deberían resolver sus propios problemas! Yo tengo los míos, como saber si la merienda de hoy me gustará. — Por eso su majestad —una mujer pelirroja de largos cabellos está hablando, llorando y suplicando— ¡Perdone la vida de mi esposo! —ella se hinca y entre lagrimas sigue suplicando por algo estúpido— mi marido que es soldado en su ejército y yo una botánica encargada de cultivar las rosas amarillas, emblema de nuestra nación, todo por su majestad. — ¿Por qué debería yo perdonar la vida de un traidor? —preguntó molesta, ha sido el mismo palabrerío desde que empezó el día y no encuentro propósito alguno a ello. — ¡Porque no somos traidores! —grita la mujer desesperada— todo es un mal entendido, palabras falsas —grita la mujer, pero me he hartado. — ¡Basta! —mi voz resuena mientras me levanto molesta de mi asiento y la miro con furia— ¡Llévensela! —así dos guardias llegan y la toman de los brazos para jalarla hacia la salida, veo un torpe forcejeo de parte de ella, no puedo evitar reír. — ¡Bruja! ¡Bruja! —grita a lo lejos— ¡Maldita seas! —ella empieza a gritar y a escupir en mi tapete real— ¡Ojalá te pudras en el infierno! —en otros tiempos la hubiera mandado a ejecutar inmediatamente, pero aquel día me sentía con misericordia. — Charlatanería de plebeyos —digo con una sonrisa— es mejor que vayas a casa mujer y aceptes que tu esposo irá a la guillotina mañana —tomo mi abanico y lo expando para ponerlo frente a mí, mis ojos se llenan de alegría al ver aquella expresión llena en agonía. — ¡Demonio! ¡Bruja! —sus gritos me parecen el mejor teatro de todos, no puedo dejar de observar— ¡Me las pagará por esto! ¡Me las pagará! —una y otra vez hasta que las puertas se cerraron y las campanas sonaron, eran las tres de la tarde. — ¡Oh! Es hora de la merienda —dije con una sonrisa, mientras que tarareando bajaba de las escaleras— ¿Dónde está mi sirviente personal? —buscó por todos lados, hasta que una sombra sale de la parte de atrás, una mano en su pecho y la otra en su espalda, su rostro con la mirada hacia abajo, una expresión llena de seriedad. — ¿Me llamaba mi lady? —sus cabellos rubios puestos en una coleta, sus ojos azules, si no fuera por la ropa que lleva, sería como verme en un espejo, es tan parecido a mí. — ¿Cuántas veces te he ordenado no aparecer de esa forma? —muevo el abanico de manera pomposa mientras finjo enojo, para luego sonreír y mirarle fijamente— ¿Ya preparaste la merienda? — Si su majestad —él hace una reverencia, sin quitar la mano de su pecho, extiende la mano de su espalda hacia la dirección del jardín de rosas— si mi lady gusta acompañarme. — Por supuesto —se queda en esa posición hasta que yo camino delante de él, es entonces cuando el empieza a caminar, siempre tras de mí. Es aquel sirviente la única persona con la que me siento en confianza, yo lo sé perfectamente, todos me odian en este castillo, incluso los soldados más fieles me odian, no tengo a nadie de mi lado, solo ha este sirviente de cabellos dorados, solo en él puedo confiar, porque sé que a él yo le importo más que cualquier cosa, él siempre estará de mi lado. — ¿Muy pesado el trabajo su alteza? —él abre las puertas blancas que dan al jardín de rosas, a mí siempre me ha gustado este lugar, es por ello que estipule que mi merienda sería allí. Una mesa blanca en medio del lugar, cubierta por una sombrilla blanca de una fina tela de seda, las sillas decoradas con grabados de flores, y mientras mi sirviente extiende la silla para que me siente, admiro las flores que rodean el lugar, todas son rosas amarillas, después de todo, este es el país amarillo. — Nada fuera de lo ordinario —acomodo mis manos en la mesa mientras espero que él me sirva el té, durante esa hora nadie se puede acercar a mi o estar conmigo, nadie más que mi fiel sirviente. — Se le nota cansada —él se queda parado a mi lado, en su brazo sostiene una servilleta para mi, en llegado de cualquier percance. — ¿Recuerdas al soldado que intento levantarse contra mí? —comenté mientras tomaba un poco de té. — Ciertamente, fue necesario condenarlo a muerte para evitar una revolución —simplemente él entiende la situación, lo que daría porque los demás plebeyos fueran la mitad de inteligentes que él. — ¡Exacto! —comento molesta— hoy su esposa ha venido a implorar por la vida de ese hombre, ha sido un verdadero dolor de cabeza. — No suena nada agradable su majestad —él empieza a moverse por el carrito donde está preparada la comida. — No lo fue… —él agarra la bandeja y la pone en la mesa, es entonces cuando ya soy capaz de cambiar de tema. — La merienda está servida —él destapa la bandeja y muestra aquella delicia que hace mis ojos brillen de alegría. — ¡Brioche! —no puedo evitar tararear y sonreír— ¡Mi favorito! — Lo sé mi lady —él se nota complacido ante mi expresión, y nos sonreímos mutuamente. — ¡Gracias! ¡Gracias! —comento con singular alegría, pero antes de tomar uno me detengo y le miro. — ¿No están envenenados verdad? —no es que desconfíe de él, pero si alguien más toco esta comida, es muy probable le echarán veneno, muchos ya han atentado contra mi vida. — Me ofende su alteza —comenta mi sirviente con una cara seria— yo mismo he preparado esta comida y la he cuidado de otras manos, todo para su deleite. — Lo siento —musitó mientras tomo uno de aquellos panes para empezar a acompañarlo con el delicioso té de vainilla— pero en estas épocas es inevitable pensar en ello. — Sin cuidado mi lady —él se queda parado a mi lado, su rostro se nota con una calma incalculable, no puedo evitar sonreír libremente. — Después de esto necesitaré que me acompañe a montar a caballo —una actividad con la cual me acomodo para bajar un poco la cena. — ¿El caballo será Josephine? —pregunta él con mucha calma. — Naturalmente —respondo mientras sigo comiendo y bebiendo el té. Así puedo pasar las horas acompañada solo por aquel fiel sirviente, solo frente a él puedo ser yo, puedo ser tan infantil y egoísta como quiera sin miedo a ser juzgada, él hará todo cuanto diga y nunca me mirara con odio o falsedad, para mi es una persona muy querida y valiosa, en él he depositado toda mi confianza. Mientras subo al caballo del cual él sostiene la correa y paseo por los campos y jardines, siempre puedo ver su rostro serio y su mirada distante, yo se que responderá si le habló, yo sé que no me dejará sola, pero aún así hay algo que siempre he sentido que no está bien. Muchos se preguntarán cómo llegue al poder tan joven, es más, soy tan joven que aún no puedo ser coronada reina y solo soy una simple princesa, la princesa gobernante del país amarillo del sol naciente, mi emblema es una rosa amarilla. Durante las guerras de la década pasada se dieron muchos sucesos en la familia real, entre ellos el romance del rey con una mujer casada y el nacimiento de dos niños, en donde uno de los dos desapareció cuando la mujer fue tomada como esposa del rey y declarada soberana del país amarillo, esa mujer era mi madre. En los atentados por parte de un reino lejano, mis padres mueren en un viaje para firmar tratados de paz con dicho país, es así como estalla una de las terribles guerras de las cuales salimos triunfadores y aquel país quedo en nuestro dominio. Siendo así que el otro heredero al trono que era varón había desaparecido, como anteriormente explicado, solo quedaba una pequeña niña como futura soberana del reino, esa niña era yo. Ante la caída del rey y de su no tan santa esposa, quede al cuidado de los cortesanos y consejeros reales, todo lo que conocía como amor de padres o familia desapareció, me quede sola. Tuve los mejores maestros, las mejores mucamas, los mejores vestidos y lujos, pero eso nunca me dio felicidad, porque al final sabía que yo no era bienvenida a aquel castillo, desde que tuve conciencia de mí misma lo supe. — La princesa es sumamente idiota —escuchaba a mi profesor quejarse con aquella persona que creí que me quería. — ¡Lo sé! Si esta aquí es por su zorra madre —aquel consejero real que siempre me sonreía, pensé que podía confiar en él, pero fue cuando supe que no podía confiar en nadie. — No se sabe porque habiendo tantas mujeres el rey escogió a aquella mujer —incluso las mucamas hablan a mis espaldas. — Tal vez lo engaño con esos niño —las voces no paran, no importa donde me esconda, esas conversaciones llegan a mis oídos. — No se sabe si esos bastardos fueran realmente hijos del rey —las palabras blasfemas siguen y siguen, en mis recuerdos, en mi corazón. — Lo bueno es que solo es una de los dos — ¿Por qué no podían callar? ¿Por qué tenía que escuchar todo eso? — ¡Dios mío! ¿Qué haríamos si tuviéramos en este castillo al otro vástago? —incluso el pasado que yo no pedí estaba castigándome de algún modo. — Pero solo es la mocosa —continuaban los cortesanos— si la matáramos de forma que pareciera accidental. — Yo podría tomar el poder —la codicia de sus manos, un reino que estaba empezando a florecer nuevamente y donde yo quedaba indefensa para gobernarlo. Siempre tuve miedo, siempre me sentí sola, a veces me preguntaba el porqué mi honorable madre nos había dado este destino tan cruel o el porqué habían tenido que morir de esa forma, siempre me pregunté el porqué vivía. A veces escuchaba el chirrido de la puerta, tenía que vomitar muchas veces la comida y me sentía enferma. — Len… —susurré el nombre de mi sirviente sin poder evitarlo. — Su majestad —él me mira preocupado mientras se quita el guante de su mano derecha y pone su mano en mi frente— ¿Se encuentra bien? — ¿Eh? —parpadeo un par de veces para posteriormente empujar su mano con la mía— si, nada de qué preocuparse —comento mientras sigo caminando. — ¿Recuerda que pronto será el baile real? —comenta él, quizá trata de cambiar el tema y distraer mi mente. — Si, lo recuerdo —me quedó mirando a la nada para posteriormente suspirar. — ¿En qué piensa su alteza? —pregunta con una expresión de preocupación. — En nada… —suspiro para que sigamos en silencio en el enorme jardín de rosas. Mis recuerdos son muy confusos, desde que nos mudamos al castillo, cuando mi madre abandono a quien pensé que era mi padre, cuando dejó a mi hermano atrás, cuando me dijo que el rey era mi padre, nunca lo entendí. — ¿Mamá? —siempre vi sus ojos azules acompañados de su hermoso pelo rosado— ¿Por qué dejamos a papá y a mi hermano solos? —cada día lo preguntaba, hasta que un día lo olvide. — Bueno Rin… —ella acaricia mi cabello lentamente con una sonrisa— ese hombre no era tu padre. — ¿No era mi papá? —si hoy se me considera una persona joven, en aquella época era más joven aún, para mí todo eso era una situación en extremo complicada. — Es difícil de explicar pequeña —ella me abrazaba y cantaba una canción mientras el aire extendía el aroma de las rosas. Nunca lloré, nunca cerré los ojos, pero me sentía sola, había un vacío en mi corazón. Mi primer padre era un simple escritor que se ganaba la vida, su esposa una mujer renegada que nunca le puso peros, entre su amor que culmino en un matrimonio lleno de violencia, nació mi hermana mayor, y crecimos ahí mi hermano y yo. Aquel hombre gastaba las ganancias que obtenía en el alcohol y con el tiempo mi madre tuvo que salir a trabajar por su cuenta para poder alimentarnos a mi hermano y a mí. Esos recuerdos vagamente siguen en mi mente. Antes de que me diera cuenta mi madre ya se había mudado a otra casa, recuerdo la discusión de aquel día, recuerdo como ella tomó sus cosas y me tomó a mí para llevarme lejos, recuerdo que grité y pataleé al ver a mi hermano atrás, no quería dejarlo, no quería quedarme sola con mamá, nunca quise eso. — ¡No me dejes sola! —despierto en mi cama llena de sudor, gritando con una mano extendida al aire, como alcanzando algo invisible. — ¡Su alteza! —entra asustado mi sirviente a al cuarto— ¿¡Pasó algo!? ¿¡Se encuentra bien!? —solo me le quedo mirando fijamente. — ¿Qué hora es? —preguntó seriamente. — Apenas es la una de la madrugada —comenta serenamente, él ya está acostumbrado a estos ataques nocturnos. — Ya veo —no digo más y me vuelvo a acurrucar en la cama. — ¿Otra vez soñó con ella? —él acaricia mi pelo y siento el cariño de sus manos, quisiera llorar, pero no está bien para una princesa llorar frente a un plebeyo. — Si… —mi respuesta es tan seca que se puede decir que carece totalmente de vida. — ¿Sabe? —su voz es suave y tierna— la reina le amaba mucho a usted —suena como a una melodía que hace eco con las paredes— siempre le amo mucho, por lo que no creo que hubiera querido que usted fuera infeliz. — Lo sé —pero nunca entendí a mi madre, nunca pude entenderla. — Espero lo entienda princesa —él empieza a cantar una canción, un tarareo, era la canción que mamá siempre cantaba, su voz es algo torpe, pero siempre me hace sentir bien. — Mamá… —mi mano se aferra a la suya mientras caminamos. — ¿Qué pasa? —ella me mira con ternura. — ¿Eres feliz? —siempre quise preguntarlo, cuando vivíamos con mi antiguo padre, ella nunca sonreía y siempre estaba llorando, pero ahora… ¿Ella había encontrado la felicidad? — Rin… ¿Sabes qué es la felicidad? —ella me abraza y siento que duermo, que voy a otro lugar, a otro mundo. — No… —siempre admiré la belleza de mi madre, siempre admire sus ojos y su sonrisa, siempre quise ser como ella— ¿Dónde puedo encontrarla? — Encuentra a tu príncipe azul —es lo último que recuerdo que dijo mi madre, lo demás se dio en una serie de sucesos tan rápidos que no sería capaz de enumerarlos. Mamá decía que la felicidad de toda princesa esta en un príncipe azul, sin importar que tan sola o desamparada este la princesa, siempre llegará, nada lo detendrá, siempre habrá… un príncipe azul. Había una vez, no hace mucho tiempo, en otro lugar una princesa muy solitaria, era odiada por su reino pero tenía que reinar, hablaban a sus espaldas y no podía musitar, había perdido a su honorable padre y su bella madre, solo le quedaba un sirviente pero aún así no era suficiente. Entre tantas princesas, desde aquellas con maldiciones de cien años en un sueño profundo, envenenadas por una manzana o en espera de encontrar su zapatilla de cristal, siempre hubo, siempre habrá un príncipe azul que las rescatará. Aquella princesa que se volvió egoísta y caprichosa, incapaz de sentir amor por su reino estaba en una maldición de soledad que como su honorable madre decía solo sería rota cuando encontrara la felicidad, y esta solo se podría encontrar con la llegada de un príncipe azul.
Wow,¡muchas gracias por avisarme!. La verdad es que te esta quedando muy bien,me enamore de este fic,explicas muy bien todo y con mucho detalle,para serte franca,la primera vez que yo escuche la canción que habla de esta parte (The Daughter of Evil),yo creía que Rin era malvada pues el poder se le subió a la cabeza,y cuando investigue no era del todo cierto,tan solo era por el dolor que sentía y no es justo que hablen los demás a las espaldas de otros sin saber lo que ha sufrido. Bueno como ya te habré dicho,¡Me encanto!,estaré esperando la conti,¡Hasta luego y cuídate!
Hola -de nuevo XD- Bueno, primero que nada debo decir que este capítulo aunque se ve que esta largo es tan sencillo de leer que no me llevo mucho tiempo, quiere decir que supiste equilibrar entre diálogos y narraciones con el uso de las palabras adecuadas. En la ortografía, noté dos "él" a los que les hizo falta acento, y en un "flashback" por así decirlo, de Rin no sé si así va al texto o la palabra esta mal escrita, es este: Bueno, como te digo no sé si así va el texto o yo no sé leer. Respecto a los personajes, sé que Rin puede ser una niña caprichosa y egoísta pero detrás de esa actitud siempre hay una historia, los que comenzaron a criticarla no saben por lo que atraviesa ella (y por lo que le falta atravesar): la soledad, la melancolía, la tristeza son sentimientos muy fuertes que actúan de manera malvada si no son dirigidos correctamente. Len, como siempre, dedicado, dispuesto a hacer todo por su princesa, aunque eso signifique callar sus sentimientos, ser un robot que siga sus órdenes, eso lo convierte en un ser noble :/ Lo malo será que no sé va a dar cuenta que su "príncipe azul" como la llamó su madre, estuvo frente a ella todo ese tiempo y por su falta de confianza y cariño a sí misma y a lo que la rodea no lo notó. Buen capítulo. Nos leemos ^^.
“Evil flowers steadily bloom” Las flores florecen, siempre son rosas amarillas. A veces suspiro frente a la mesa de la merienda mientras las admiró, pienso en algún cuento donde por casualidad se pudieran pintar las flores amarillas de otro color para evitar la ira de la reina. — Eso sería divertido —susurro mientras mi sirviente sirve más té en la pequeña taza de porcelana. — ¿Qué su alteza? —él sonríe amablemente mientras acomoda las galletas de avena a mi lado— si está en mis manos, me gustaría hacer cualquier cosa que la haga feliz. — Solo pensaba tonterías —empecé a comer lentamente mientras tomaba un sorbo del té— no es necesario recordarlo. — Como guste mi lady —él calla inmediatamente. El aroma de las flores se combina con todo, incluso con el aroma de las galletas, creando una nueva sensación. — Por cierto… —le miró a los ojos con una sonrisa llena de calma— este es un delicioso té negro —cierro los ojos y aspiro el aroma. — Gracias su majestad —él toma algunas rosas cortándolas delicadamente para ponerlas en el florero del centro de la mesa de la merienda. — ¿Por qué siempre eres tan amable? —pregunto fríamente mientras le observo, a veces quisiera llorar. — Porque usted es mi princesa —comenta sin titubear, me hace sentir extraña, me hace sentir sola cuando habla así. — ¿Es solo por eso? —me siento molesta por alguna razón y no evito inflar mis mejillas, poco después el empieza a reír. — ¿Acaso está enojada su majestad? —sonríe con cierta diversión. — ¡No te burles! —me quejo sin poder evitar sonrojarme al encontrarme con sus alegres ojos, aparto la mirada para posteriormente volver a hablar— ¡No estoy enojada! — Como usted lo diga su alteza —comenta después de ello mientras se queda a mi lado, parado con una servilleta en su brazo derecho. Siempre es así de tranquilo, siempre lo fue y siempre lo será, a veces me desespera porque desearía que tuviera más expresiones, porque me es imposible de creer que él no me odie cuando todos lo hacen, seguro ha escuchado, seguro lo sabe, lo cruel y malvada que todos me ven… ¿Por qué no me odias? Cuando llego a mi cama y cambio mis ropas, tu siempre tocas a la puerta “¿Está bien su alteza?”. Siempre preguntas antes de ir a tu habitación, después de recorrer todos los pasillos del castillo. Y aunque en ti he confiado por sobre todos, mi confidente, mi fiel sirviente, mi mejor amigo, aún así me siento sola, aún no puedo encontrar la felicidad, cuando todos hablan de mi a mis espaldas, cuando soy la bruja del reino, cuando no tengo a mi madre ni mucho menos a mi padre… ¿Qué me dará felicidad? — ¡No quiero ir! —me quejo mientras Len me peina para el baile de aquella noche. — Mi lady, usted no puede darse ese lujo —él se nota serio mientras sigue peinando mi pelo, un jalón hace que grité de dolor. — ¡Ah! ¡Con más cuidado que duele! —gimoteo para luego seguir hablando— ¡Es que no quiero ir! — Usted sabe que este baile más que una muestra social es una forma de pactar un tipo de paz —él acomoda las perlas en la cola de caballo, yo me admiro a mí misma en el espejo y veo su rostro, tan parecido al mío, pero lleno de paz— aunque no parezca estamos en tiempos de guerra y aunque nuestro país no esté involucrado, recibimos demasiada presión externa. — ¡No lo entiendo! —mis ojos tratan de no llorar para no derramar el maquillaje— ¡Es absurdo ir a un baile donde seguro todos me odian! —él toma mi mano. — Solo mírese al espejo —él sonríe— usted que es una dama muy bella… ¿Cómo podría existir alguien que le odie? —él me mira a los ojos— sin importar que, yo estaré a su lado mi dama. Sus manos me levantan, un enorme vestido esponjado con encaje negros, un poco de escote, nada exagerado, mi cara maquillada con un fino labial rosa y mi pelo arreglado con perlas y cintas negras en una cola de caballo, me siento extraña, no sé que me espera afuera, tengo miedo. — Hermosa… —su mirada me hace sentir segura y aprieto su mano. — ¡Gracias! —mis mejillas se sonrojan con cierta alegría, mientras caminamos por el gran pasillo. El silencio persiste mas no me parece incómodo, al contrario, me siento tranquila, escucho mis latidos, escucho sus pasos, veo su mirada fija, parece fría pero para mí es la mirada más cálida del mundo. Mientras veo los murales de mármol, los azulejos rosa pálido y los cuadros en las paredes, una fina obra de arte que me hace sentir temerosa, yo no puedo evitar suspirar, siempre me hacen pensar que estoy fuera de lugar. Quisiera no escuchar sus voces por estos pasillos, voces que perduran y no me dejan en paz, comentan lo horrible que soy, lo mucho que me odian, algunas voces conspiran mi muerte y siento miedo, quisiera escapar, quisiera huir de este baile donde es probable que todos sepan de mí, que soy llamada la hija de la maldad, es seguro que ya muchos estén planteando atacar mi país. La guerra no es algo que tema, pero temo estar sola, temo no tener a nadie de mi lado, temo morir olvidada o peor aún recordada como una persona cruel. Lo siento, no puedo dar bondad sabiendo que soy tan repudiada, incluso por mi propio pueblo, no puedo mirarles a los ojos y sonreír, es simplemente imposible. — Mi lady —la voz ronca de Len me despierta de mis pensamientos— hemos llegado —mis ojos se abren como platos, mi cuerpo tiembla y el sudor cae por mi cuerpo. No quiero, no quiero, no quiero… — No quiero entrar —susurro llena de pánico mientras me aferro al brazo de mi sirviente. — Su alteza… —su mirada llena de compasión, en la que puedo ver reflejado mi rostro asustado— ya hemos hablado de eso… —sé que esos dicen un “No puedes”, “No puedo ayudarte”, “Es tu deber”. Odio esos ojos. — ¡Por favor! —aún así intento suplicar— aunque sea entra conmigo, acompáñame —me siento sola, no quiero sentirme sola— ¡Te lo suplico! —estoy a punto de llorar cuando escuchó su voz suavemente acariciando mis manos. — Su majestad… —su voz blanda, dulce— no es correcto que alguien como usted le suplique a un siervo como yo —se arrodilla ante mí y besa mi mano, no puedo evitar sonrojarme levemente— estoy a sus órdenes casi en cualquier momento, pero comprenda que la situación de ahora no depende de mí. — No quiero… —entiendo lo que dice, realmente lo entiendo, pero me siento nerviosa, me siento molesta, las suaves palabras de un deseo perdido no dudan en llegar. — ¡Usted es mi princesa! —su cabeza se agacha ante mí— le suplico que sea fuerte, aunque todos los de este día le repudien y le hagan sentir mal, le suplicó piense en su humilde sirviente. Sin importar que tan malas sean las circunstancias, yo estoy de su lado, tal vez no esté ahí con usted, pero… —su mirada se dirige a mí, por un momento me paralizo— ¡Mi corazón le sirve fielmente! — Entiendo… —bajo mi vista y le suelto. El pomposo vestido es algo pesado, por lo que lo levanto levemente para empezar a caminar mientras él abre las puertas. El aroma de las rosas llega a mi rostro acompañados de una deslumbrante luz del interior del vestíbulo. El piso blanco y pulido, las columnas de mármol, los azulejos del techo asemejando las rosas amarillas, las mesas acomodadas a las orillas repletas de comida y todos hablando, casi nadie nota mi presencia. Empiezo a caminar lentamente entre la gente, todos habían sido invitados a esta ceremonia, me sorprendía la eficacia con la que Len había organizado todo, es más, había sido él quien había planeado este baile para tratar de alcanzar la paz con los demás países. Baje la mirada tratando de no llorar, era obvio que él era más capaz que yo, eso me hacía sentir triste. Yo siempre estaba llorando y quejándome, sin en cambio el tomaba las cosas con seriedad, me hacía sentir envidia, me hacía sentir inútil. — ¡Ah! —siento que alguien choca con mi hombro haciendo que mis pensamientos sean interrumpidos. — ¡Oh! —es una chica de cabellos verdes envueltos en dos coletas, su vestido del mismo tono con ciertos encajes negros, ella me mira con preocupación— ¡Lo siento! No era mi intención —por unos momentos veo su agradable mirada sincera para ver como se vuelve en una asustada— ¿Será? ¿La princesa del amarillo país? —mueve la cabeza con cierta sorpresa y rápidamente hace una reverencia. — Disculpe la molestia, pero ¿Usted quién es? —no llevó ni un minuto de conocerla y me siento irritada al escuchar su voz. — Perdone las molestias su majestad —ella me sonríe— tal vez usted ya haya escuchado de mí, pero nunca nos hemos visto en persona —empieza a hablar pausadamente— aunque para mí no fue difícil reconocerla, es tal y como siempre le imagine. — Disculpe pero realmente no entiendo de lo que habla —mi mirada se vuelve fría, trato de mantener la diplomacia pero me es bastante difícil. — ¡Oh! Lo siento —trata de reír— creo voy bastante a prisa —una sonrisa curva sus labios con cierta elegancia, es obvio que es un poco mayor que yo y sus actitudes son más nobles que las mías— yo soy la princesa del verde país, usted sabrá que nuestro país es su máximo exportador de minerales y metales preciosos, cosa que intercambiamos con la importación de sus productos vegetales, animales y botánicos. — Ciertamente —le devuelvo una sonrisa, a pesar de que no entiendo nada de lo que dice. No era consciente de todos esos movimientos de productos de los que ella me hablaba, ni si quiera sabía que teníamos ese tipo de conexiones con ese país. — Me han maravillado su trabajo en la producción de rosas —pero ella sigue hablando— ciertamente son sus rosas amarillas demasiado sofisticadas, por ello mi país se emociono cuando empezaron a importar las semillas de sus rosas. — ¿A usted le gustan las rosas amarillas? —sorprendentemente ella es demasiado amable, aunque su amabilidad me incómoda. Mis miedos anteriores desaparecen gradualmente. — Me son agradables —pasa un mesero con unas copas de vino, cada una toma una para seguir observándonos— mas debo admitir que debido al país del que provengo, nuestra rosa favorita es la del color verde. Por un momento recordé la historia de mamá, claro que posteriormente entendí que lo que ella hacía era explicarme la situación de nuestro mundo. Hace algún tiempo existía un solo reino, ese reino abarcaba desde las praderas, los bosques y el mar, era un reino abundante y lleno de paz, conocido como el país de las tres rosas. En ese reino gobernaba un amable rey y su muy hermosa y cuidadosa esposa, se dice que su reinado duro agradables décadas en que la gente no debía preocuparse por nada. Los campesinos cultivaban y criaban al ganado, los comerciantes vendían y obtenían joyas, había panaderos y costureras. Y cada noche del mes, todos hacían una enorme fiesta en que el licor se destilaba con la alegría de todos. — ¿Todos eran felices? —en la noche en que ella solía abrazarme, su camisón tan suave en donde mis manos se aferraban y la miraban. — Si, el reino vivía en una eterna paz —su amable sonrisa, me hubiera seguir viéndola para siempre. El rey y la reina tuvieron 3 hijos: un niño de hermosos cabellos rubios, un niño de suaves cabellos azules y un niño de emocionantes cabellos verdes, los cuales fueron criados con todo el amor de sus padres, tratando de llenar sus corazones de alegría y compasión. Aún así todo un día acaba, cuando los hornos de pan dejaron de funcionar, cuando las flores cayeron al suelo, los animales lloraron y no comieron, los maizales no fueron cosechados y el licor ya no destilaba alegría sino tristeza, ese día fue cuando su amado rey falleció. La reina murió al poco tiempo debido a la tristeza y así solo quedaron sus tres hijos. — Eso es triste —recuerdo comenté, mi madre solo acariciaba mi cabeza mientras besaba mi mejilla. — Cuando seas gran comprenderás este cuento —ella hablaba con mucha calma y amor. — Entonces no quiero ser grande —me quejaba mientras inflaba mis mejillas. — Algún día lo serás, algún día serás mayor —sus manos me acariciaban, llenándome de paz. — Estoy segura que cuando crezca me sentiré más triste, porque sabré el porqué de todo —susurré antes de dormir. El hijo mayor dijo: Yo debo heredad la voluntad de nuestro padre, yo debo ser el rey, por ser el mayor tengo más experiencia y soy el más sabio. El hijo mediano dijo: ¡No! Debo ser yo quien herede su razón, yo debo ser rey, por ser el mediano tengo más paciencia y templanza ante el reino. El hijo menor dijo: ¡Por supuesto que no! Debo ser yo quien herede su corazón, yo debo ser rey, por ser el menor tengo más amor y compasión. Ninguno de los hijos se ponía de acuerdo sobre quien tomaría el lugar de su padre en el reino, desatando discusiones y preocupación entre su pueblo, donde cada uno se dividía por un rey, entre la voluntad, la razón y el corazón de su ahora difunto soberano, desatando así la guerra. Corrió el llanto y la tristeza, donde una vez hubo paz y felicidad, ahora corría el rojo del caos comandado por cada uno de los príncipes, donde al final no habría un ganador. El hijo mayor de cabellos amarillos, tomó la rosa amarilla de su padre y luchó por dicho color, tomando el centro del reino conjunto a sus campesinos, panaderos y costureras, formando un nuevo país. El hijo mediano de cabellos azules, tomó la rosa azul de su padre y luchó por dicho color, tomando los mares y puertos conjunto a sus pescadores, navegantes y cocineros, formando un nuevo país. El hijo menor de cabellos verdes, tomó la rosa verde de su padre y luchó por dicho color, tomando los bosques y praderas conjunto a sus leñadores, mineros y comerciantes, formando un nuevo país. Con el paso del tiempo, una vez enfriada la guerra y después de casi un siglo de miserias, los países se dieron cuenta que dependían de los otros, por lo que abrieron los campos de comunicación, sin dejar cada a uno a su rey, creando así tres rosas separadas dejando al antiguo país y su prosperidad en el olvido. — Comprendo —una sonrisa se dibuja en mí cuando contesto a su conversación. Según esa historia nuestro país descendía del primer hijo, era probable que su país descendiera del tercer hijo. — Aún así las rosas verdes son más difíciles de cultivar —su mirada elegante me hace sentir molesta. — Pero solo en su país se dan, conjunto al pasto y sus robustos arboles —trato de terminar. — Usted lo entiende —ella ríe para alejarse lentamente— bueno su majestad, le agradezco que me haya invitado a estar aquí, así mismo le dejo, me gustaría hablar un poco con los cortesanos antes de partir —no comprendo del todo sus razones, pero nos despedimos para alejarnos una de la otra. — Vaya sin preocupación —traté de mantener la calma mientras ella se alejaba y yo volvía a estar sola. El baile se realizó sin ningún problema, mientras yo observaba desde mi lugar a todos platicando, comiendo, riendo y bailando con mucha alegría, al final no tuve más que sentarme sola sin entender el sentimiento en mi corazón, ahora recordaba aquellas reuniones que hacían mi padre y madre. Cuando me volví la soberana hubo una fiesta similar al poco tiempo, no festejaban la muerte de mis padres pero tampoco festejaban mi subida al poder, era más bien una fiesta por compromiso, tenían que presentarme a los demás del reino, “He aquí a su nueva soberana del país amarillo” gritaron y las trompetas sonaron. Todo se veía tan distante, ahora solo me quedaba suspirar el aroma de las rosas amarillas que rodeaban el lugar, el símbolo de nuestro reino, de mi madre y de mi padre, la voluntad del rey y lugar del sol naciente. ¿Quién era yo? ¿Quién sería? Solo una princesa que algún día llegaría a ser reina del país de la crueldad, de la inhumanidad, odiada y repudiada por todos. Aunque callen puedo ver discretamente sus miradas sobre mí, como aquel día, no quiero decir más, no quiero sentir más. — Disculpe —la voz de un hombre me saca de mis pensamientos— ¿Le gustaría bailar a su majestad? — ¿Ah? —alzo la mirada lentamente, como despertando de un sueño, encontrándome con unos ojos azules y una bondadosa sonrisa. ¿Será quizá él mi príncipe azul?
Hola Con lo técnico no tuve ningún problema, ninguna falta de ortografía. Buena narración y redacción. Con la historia, muy linda a la vez que es triste. Ambas se complementan. Pobre Rin, se debe sentir de lo peor, comprendo lo que es estar completamente sola ya que sabes que nadie te quiere, en serio. Es horroroso saber que tienes que estar delante de muchos que solo van a hablar mal de ti u.u Quizá Rin solo necesita más compañía humana, ya que solo tiene a Len y aunque este es un sirviente dedicado y entregado a su trabajo, además de que la quiere, no puede ofrecerle todo a ella para que sea un poco más...sociable. Len...¿qué decir de él? Super lindo con la princesa, atento, servicial, amable...Es perfecto. Kaito nunca me gusto como príncipe y mucho menos que ella estuviera enamorada de él pero ¡ya que! Así es la historia, no puedo decir más. Bonito capítulo. Nos leemos ^^
Hola Yoko! Pedón si tardé en leer,estuve muy ocupada,pero bueno.No tuve ningún problema para leer,nunguna falta de ortografía,te felicito.Tu historia es muy bonita,pero (Como ya te han dicho) muy triste.No me imagino lo doloroso que debe ser estar rodeada de personas que sólo te odian y hablan mal a tus espaldas. Nuestra querida Rin,nadie la comprende,¿Es que nadie se puede poner en su lugar?.Tiene a Len,su más fiel sirviente y mejor amigo,pero necesita más compañia. Y bueno,¿Qué más puedo decir?.¡Me encanta lo que escribes!,¡Sigue así,tienes un gran talento! Por cierto¡Gracias por avisar! :D Nos vemos ^^
“The princess held a love for a man” La rosa azul, la rosa del mar, de los puertos y del segundo hijo, sus pétalos finos y aromáticos que me hacen recordar aquellos tiempos, la promesa de mi madre, la promesa de aquel amor, me hacen sentir menos cruel y malvada, como si tuviera un corazón. Si el vals de este salón me hiciera revivir cada minuto, cada segundo, que fui feliz, que sonreí, entonces podría seguir viviendo aún dentro de esta soledad. ¿Cuándo fue la última vez que sonreí sinceramente sin tener ninguna preocupación? — ¿Pasa algo princesa? —sus profundos ojos azules, como el cielo nocturno, hacen que mi cuerpo se estremezca entre sus brazos mientras apoyo mi rostro sonrojado en su hombro— pareciera que mi compañía no es de su agrado. — No es así, le suplico no malinterprete mis acciones —el aroma salado de un puerto y la música que nos mese en una eternidad. — Me alegra —su gruesa y terciopelada voz, nuestras manos unidas con los dedos entrelazados en un mutuo sentimiento de paz. Cierro mis ojos recordando mis primeros bailes, lo difícil que era caminar entre la gente mientras tropezaba con el largo del vestido, las burlas que tenía que soportar entre una triste sonrisa. Aún así yo era feliz viendo el rostro de mi madre, ella parecía haber encontrado la verdadera felicidad, no como en aquellos días; cuando aquel, que conocía como mi padre: bebía o nos golpeaba, mi madre llorando en el suelo, esas cosas… se desvanecieron. — ¿Por qué las tres rosas se separaron? —pregunté hace mucho tiempo, en los jardines del palacio. — La ambición del hombre los separó —mi madre limpiaba mi mejilla sucia después de la merienda. Ver sus ojos me hacía saber que tenía una persona amada en quien confiar, alguien sólo para mí. — ¿Qué es la ambición del hombre? —mis ojos soñolientos mientras me recargo en su pecho, soñando, durmiendo. — Eso es lo más horrible que puede tener un ser humano en este mundo —sus manos acarician mi pelo con suavidad— pero estás muy pequeña para entender. La música termina y nuestros cuerpos se separan como si nada hubiera pasado, como si ese momento mágico hubiera sido solamente un hermoso sueño que lejanamente podría volver a repetirse. Él hizo una reverencia y tomo mi mano entre las suyas para darle un tierno beso. — Un placer su alteza —sus ojos me penetran una vez más con una pícara sonrisa. — ¿Ah? No… —mi rostro se sonroja rápidamente— el placer fue mío —hago unos segundos de silencio para posteriormente volverlo a mirar— pero… ¿Acaso usted viene del país azul? —hace un rato mis ojos habían notado el emblema de la rosa azul en su saco, era obvio que era así, pero quería asegurarlo. — Si, ese es mi país natal —responde mientras hace una reverencia clásica— perdone mis modales su majestad —su voz parece una melodía de piano— mi nombre es Kaito Shion, yo soy el príncipe de la rosa azul. — ¡Ah! No, no tiene que disculparse —tomo las orillas de mi vestido para hacer la acostumbrada inclinación— sea bienvenido a mi patria, como usted sabrá yo soy la princesa de este país amarillo, Rin Kagamine. — ¡Que hermoso nombre! —una sonrisa, lo último que dejó antes de marcharse. Me quedé unos segundos observando a la nada, mi sonrisa no podía disimularse, mis mejillas ardían de tal forma para pensar que en cualquier momento se desvanecerían en el fuego de esta vergüenza, al final aparte la mirada al piso y busqué un lugar donde sentarme. Así continuó el baile con los demás invitados de un lado al otro; el sonido de los violines y del piano, la plática de todos, podía verlo a la distancia portando aquel saco blanco con orillas azules y en su pecho del lado izquierdo la rosa azul. Las botas negras que aprietan de forma ligera a un pantalón azul marino, en este un cinturón que lleva colgando una espada en su funda. Él sonríe y platica con los consejeros y el ducado del país, cumpliendo con sus deberes, quizá debería yo hacer lo mismo pero no sé cómo. Me levanto y empiezo a dar unos cuantos pasos alrededor del salón, tomando algunos bocadillos y bebiendo alguna copa de vino; me saludan algunas damas de honor y mientras escucho sus aburridas charlas, desvió levemente la mirada para verlo a él. — Mamá… —recargando mi cabeza en su pecho mientras miro el libro que sostiene entre sus manos, mi cuento favorito, Cenicienta— ¿Cómo son los príncipes azules? — Pues son hombres apuestos —su voz como melodía mientras señala el dibujo del cuento— amables y de buen corazón, siempre dispuestos a ayudar a los demás, a salvar a la princesa. — ¿Algún día conoceré a uno? —me recargo tratando de no llorar. Cuando mamá no estaba me sentía sola, como encerrada en un mundo al que yo no pertenecía, del que quería escapar. — ¡Claro que sí! —ella jala mi mejilla— sólo debes tener los ojos abiertos, ya que ellos aparecen donde menos lo esperan —ambas nos reímos para posteriormente caer en brazos de Morfeo. ¿Dónde aparecen los príncipes azules? ¿Serán personajes sólo de los cuentos de hadas? ¿Existirá alguno? Muevo la cabeza ante mis propios pensamientos, porque al ver a este hombre me doy cuenta que si hay un príncipe azul. Un príncipe de ojos puros y bella voz, un príncipe amable y benevolente que no me mirará con ojos de desprecio, un príncipe que quizá sea capaz de rescatarme de mi situación de mi soledad. Se puede tener todo sin ser realmente feliz; puedo tener zapatos, vestido y joyas cuanto quiera, nadie me dirá algo, puedo comer todo lo que desee y hacer cuanto quiera, pero escucharé las voces de todos hablando mal de mí, dejándome sola. Escucharé que hablan de la tiránica princesa del país amarillo y ya no tendré los brazos de mi madre para consolarme. Por eso le tengo envidia a la gente pobre; ellos sonríen a pesar de no saber si tendrán algo para comer mañana, a pesar de no saber si se enfermaran o morirán, ellos sonríen. Los niños corren y se lastiman pero son consolados y abrazados por sus padres, nadie hablará mal de ellos ni los juzgarán por ser pobres, nadie podrá quitarles nunca del todo esa felicidad, por eso cuando les miro por la ventana… los odio. Al final, ¿Qué es la felicidad? ¿El dinero? Por supuesto que no, la felicidad al final es aquel sentimiento como una fuente que fluye y te hace sentir que no necesitas nada más, cuando no hay soledad, cuando no hay tristeza, eso es felicidad y es también el deseo más grande que guarda mi corazón. Las trompetas que suenan despidiendo a todos, y las zapatillas que lastiman mis pies, los pasos calmados mientras doy un discurso y el clásico: “Gracias por venir”, esas cosas tan superficiales, ¿Será la última vez que te vea? Si es así, ruego al destino la muerte misma, si pudiera volver a tus brazos y hacerte el príncipe que tanto he esperado, quizá pueda recuperar aquello que perdió mi corazón. Al abrirse las puertas para ir a mis aposentos, puedo distinguir una delgada figura, sus rubios cabellos haciendo una reverencia mientras su dulce mirada se posa en mí. — Len… —mi boca no puede evitar decir eso, ¿Ha estado esperándome toda la noche parado ahí? Por un momento me lo preguntó pero muevo la cabeza ante lo improbable que es— ¿Sucede algo? — ¿No desea su majestad que le acompañe a su habitación? —es todo lo que dice mientras empieza a enderezarse para caminar levemente atrás de mí— ¿Se ha divertido su majestad? — Más de lo que podrías imaginar —una sonrisa se forma en mi rostro mientras recuerdo la mirada de aquel hombre. — ¿Acaso conoció a alguien especial? —él pregunta de forma serena con un tono un poco serio. — Sólo otros príncipes y princesas —me limito a decir para llegar a la puerta de mi cuarto— ahora me gustaría ir a dormir. — Como usted ordene mi lady —él abre la puerta— le deseo dulces sueños, que descanse —yo sólo le sonrío para escuchar el ruido de la puerta cerrándose. ¿Qué fue lo que soñé aquella noche? Un palacio de mármol a orillas de un puerto, la gente cantando felizmente, mientras en un jardín enorme se celebra alguna boda, el olor del pan recién hecho, y una sonrisa de los niños, y en un jarrón en el salón más amplio del lugar, hay dos rosas: una azul y otra amarilla. — Me quiere, no me quiere… —en la hora de la merienda mis dedos arrancan levemente los pétalos de una rosa. — Hoy parece estar de buen humor, su alteza —Len sonríe mientras destapa la bandeja de comida, hoy se trata de un poco de pudín y té de rosas. — Simplemente estoy de buen humor… —dije sonrojada y de un hermoso humor. — Eso me alegra, mi señorita —Len sonríe mientras empieza a servir una taza de té— hoy tendré que salir por unos minutos. — ¿A dónde? —le pregunto con curiosidad. — Debo ir a comprar más víveres —Len sonríe de una forma extraña— mandaría a Olivia, si no fuera que ella decidió dejar el castillo. — ¿Olivia? ¿El ama de llaves? —fue algo extraño aquel comentario. — Si, precisamente — no es que me importara, pero aquella mujer llevaba muchos años al servicio de la rosa amarilla, mi madre aún vivía— así que eso me está trayendo inconvenientes porque no hay quien compre las cosas. — Suena un poco increíble —dije mientras bebía mi té— lo hubiera pensado de cualquiera menos de esa mujer —empecé a tomar una cuchara para probar un poco del pudín. — Ciertamente era muy trabajadora —Len empezó a acomodar algunas rosas en el jarrón de la mesa del centro. — ¿No te dijo la razón? —el ambiente era más relajado de lo usual, pronto llegaría el otoño. — Digamos que no se sentía digna del puesto —una leve risa sale de los labios de Len para proseguir con la comida. — Ya veo… —el olor dulce combinado con el amargo sabor del té. Era tan cotidiano para mí esas pequeñas pláticas, era tan refrescante para mí que solo él no me viera como un monstruo, así era Len, por ende yo tampoco cuestionaba sus decisiones cuando era tan obvio que me estaba mintiendo sobre el paradero del ama de llaves, pero realmente no me importaba, sin importar las circunstancias yo sabía que él era el único que estaría de mi lado, por eso yo estaría siempre del suyo. Recuerdo perfectamente cuando Len salió aquel día, se quito su uniforme cotidiano y se vistió como cualquier campesino. — ¿Vas a usar ese gorro? —dije con una mirada depresiva para aquella prenda, el sólo sonrió. — Debido a nuestro parentesco, es fácil que me reconozcan como un sirviente tuyo —dijo— así que esto ayudará a aprevenir, de alguna manera. — No me convence —susurré para mí. Después de eso, él salió apuradamente caminando, ¿Por qué no llevaba un carruaje? No lo sabía, supongo que a él le gustaba ir a pie, quizá quería apreciar el exterior, ¿Cuándo fue que Len salió por última vez? Ya llevaba tiempo, seguro estaba emocionado por ver una vez más la ciudad, en parte me daba envidia y me cuestionaba porqué siendo libre siempre se quedaba a mi lado. ¿Y cuándo fue la última vez que salí yo? Me quedé suspirando desde la ventana de la habitación principal, desde que había llegado a este castillo yo nunca había vuelto a pisar la ciudad, como si fuera cautiva en la riqueza, por eso mismo me sentía sola y molesta la mayor parte del tiempo. ¿Qué necesitas cuando ya lo tienes todo? Eso seguro pensarían muchas personas, por no decir que mis propios sirvientes, pero realmente habían más cosas que daban la felicidad que el poder, y luego me encontraba a mí misma cuestionándome el porqué no abandonaba aquel horrible puesto, ¿Qué ventaja tenía ser una princesa? Bien podría vivir de otra forma, lograr encontrar la felicidad, pero… ¿Qué me detenía? Como la historia de las rosas de colores, cuando el rey murió una guerra por el poder se desató, cuando el esposo de mi madre falleció yo ascendí al poder y aún así había guerra fría en la región, si yo abandonara el poder… ¿Qué pasaría con el país? ¿A dónde podría ir? Ese sentimiento me daba un poco de miedo, y por ello decidía quedarme. Len nunca se había detenido a cuestionarme al respecto, supongo que él entendía la situación mejor que yo, y al contrario de muchos, siempre se ha quedado a mi lado. — Que tonto… —me quejó— teniendo libertad, debería irse muy lejos de aquí y jamás volver —susurré para alejarme de la ventana e ir a mis aposentos. Me sentía triste, la felicidad de hace unos momentos se había ido, sin Len me sentía sola, no teniendo con quien hablar. Todos en el castillo evitan mi mirada, y los consejeros bien o mal, sólo saben hablar de la política externa, y los beneficios que trajo el baile para nuestra nación, al final es algo sumamente aburrido. Mis pasos suenan por los pasillos mientras recorro los cuartos y las habitaciones, por error llegué a la habitación de mi madre y sin poder evitarlo entré, la cama se encontraba como la última vez y en el tocador los joyeros, en parte me causaban cierta gracia, al acercarme y abrirlos podía ver las esmeraldas, perlas y diamantes de mi madre, ¿Cuándo fue la última vez que habían sido usados? Algunos llenos de polvos y había piezas faltantes, seguramente alguna sirvienta se las habría llevado, suspiré… en realidad ya no importaba. Yo no podría usar aquellas joyas, ellas no lucirían en alguien como yo, mi madre sin en cambio tenía una belleza sin igual, y una amabilidad que pocas mujeres poseerían, siempre la admiré y aún ahora me arrepiento por no poder acercarme a la mujer que un día ella fue. — Al final… —suspiro con una sonrisa llena de tristeza— sólo sigo siendo la niña de mamá —cierro el joyero y suelto una leve risa para salir de la habitación. Mi príncipe, ¿Qué estará haciendo él? ¿Acaso estará rodeado de hermosas flores de color azul? ¿Estará pensando en mí? Sé que es una tontería, y posiblemente sólo fui un compromiso para él, después de todo no soy cenicienta, pero aún así me gusta soñar con que un día vendrá montando un hermoso caballo, entrará a las rejas de este castillo y me buscará para llevarme muy lejos de aquí, en el fondo de mi corazón tengo ese deseo. Yo que no tengo derecho a abandonar este lugar, y que estoy condenada a morir en el trono sola, extrañando la calidez y el amor humano, ¿Cuándo fue la última vez que recibí un abrazo? ¡Ah claro! Fue cuando Len volvió, habían pasado tantos años, no llevaba mucho de la muerte de mi madre y fue la única vez que abracé a alguien con tanta alegría y dolor. Sabemos que eso está mal, una princesa no debe abrazar a un sirviente, ni un sirviente tiene permitido abrazar a una princesa, por ende, desde entonces, nunca más volvimos a tocarnos de esa forma, supongo que Len conoce perfectamente su posición, aunque a veces me gustaría que pudiera tocarme, que pudiera abrazarme, pero su compañía supongo es suficiente. Aún así, si un príncipe pudiera amarme, podría encontrar la plenitud, ¿Verdad? Podría encontrar aquello que extraño con todo mi corazón, si aquel hombre pudiera amarme, si él fuera el príncipe de cuentos de hadas del cual hablaba mi mamá, no necesitaría un poderoso reino, o una buena posición social, sólo necesitaría ser yo, eso sería suficiente para ser amada. Como quisiera que Len regresará pronto para poder hablar con él, quizás a lado de la chimenea podríamos leer un libro o quizá un juego de cartas no sentaría mal, esas cosas serían suficientes para hacerme sonreír por ahora, para hacerme sentir feliz, al final su compañía era mi único consuelo, era todo lo que tenía en este frío mundo donde yo era presa. — Ya regrese… —una sonrisa se forma en mi rostro cuando escucho la puerta principal, sin poder evitarlo empiezo a correr hacia las escalera para verlo llegar. — ¿Cómo le fue señor? —pregunta una sirvienta mientras recoge el sombrero y chaleco de Len. — Conseguí una buena rebaja en la carne que cocinaré esta noche —dijo con una sonrisa. Lentamente empecé a bajar por las escaleras, apoyando mi mano derecha sobre el barandal, con la otra mano extiendo el abanico para ocultar mi sonrojo de alegría, mis ojos brillan mientras lo observo, él me regresa la mirada para dirigirme una sonrisa. — ¿Pasa algo mi lady? —pregunta mientras hace una referencia. — ¡Llegas tarde! —le gritó señalándole con el abanico— ¡Tenía hambre! —es todo lo que logro decir. — En seguida prepararé algo para usted —él se ríe y me mira— yo estoy a sus servicios. Esa noche, cenando a la luz de la velas, Len estaba a lado mientras terminaba de cortar la carne, empezaba a hacer frío, así que se puso leña en la chimenea, al final, en el centro de la mesa, un jarrón con rosas amarilla se sostenía pero sin darme cuenta los pétalos empezaron a caer.
Hola. Bueno, primero los errores técnicos: En esta parte, faltó el acento a "el" Y en esta otra, te tragaste la "o": Me gusta la manera como narras ya que muestras tanto los sentimientos de melancolía y tristeza... O al menos es así como me siento, de hecho al leer todos tus escritos me siento así... Eres cruel D': En cuanto a la historia, te agradezco desde el fondo del corazón que hayas empleado los nombres de los vocaloid y no los verdaderos porque me confunden demasiado (Riliane Lucifen d' Autriche, Allen Avadonia, Kyle Marlon, Germaine Avadonia, Michaela....Entre muchos más), en serio, gracias por poder hacerme la lectura más fácil. El otro punto que me gusta de tu historia es que demuestres esa parte de Rin que no esta dominada por el pecado de la "soberbia", esa parte que sabe que nadie la quiere y aún así sigue actuando como si no le doliera, pero por dentro se desmorona a cachos. Y como siempre, el único que puede consolarla es Len, ese chico que soporta todo por ella y trata de hacerle las cosas más fáciles. Mi parte favorita de la historia, fue la de la felicidad, es decir, esta: Al final, ¿Qué es la felicidad? ¿El dinero? Por supuesto que no, la felicidad al final es aquel sentimiento como una fuente que fluye y te hace sentir que no necesitas nada más, cuando no hay soledad, cuando no hay tristeza, eso es felicidad y es también el deseo más grande que guarda mi corazón. Esas palabras me llegaron hasta el fondo ^.^ Además de como se compara con las personas pobres, esas que pueden hacer todo con total libertad y ella que sabe que se quedara a esperar su muerte en ese trono, sin conocer nada más del mundo exterior. Lleno de sentimientos, muy lindo fic. Gracias por el aviso, espero el siguiente. Sin más, nos leemos ^^.
“The princess of green whose eyes shone like a pearl” Me gustan las flores amarillas, me recuerdan a aquellos días en que paseaba en el jardín tomada de la mano de la honorable reina, de mi madre. Recuerdo el aroma de su ostentoso perfume combinándose con el aroma de las flores, recuerdo su blanca piel y su hermoso pelo rosa que resaltaban entre tan fino color. Lo recuerdo como si fuera ayer. — ¡Oh! Disculpe su alteza —mi cuerpo sudando, extendido en la cama ante la luz que levemente entra por la ventana, ahí estaba parado Len con algunas prendas en sus brazos— ¿Acaso le desperté? — No realmente… —me incorporo para quedar sentada en la cama, mis ojos aún miran borroso, siento el cuerpo pesado, llevaba mucho tiempo que no soñaba con ella. — ¿Acaso pasa algo señorita? —él me mira mientras después de dejar la ropa del día en la cómoda, empieza a acomodar las cortinas de la ventana— es raro que usted despierte tan temprano. — Len… —pregunto casi en un susurro, mientras abrazo mis piernas como si fuera una niña pequeña, entre las sábanas— tú… ¿recuerdas como era la reina? —y como si hubiera dicho un tabú, Len se queda tieso unos minutos antes de poder responder. — La reina… —mastica las palabras— a decir verdad, no recuerdo mucho de ella. Yo era muy joven la última vez que la vi. — Ya veo… —miro hacía la ventana, se alcanza a ver algunos árboles a lo lejos y me hacen sentir un poco aliviada. — Bueno, su majestad —una grácil reverencia aparece— por el momento me retiro para que usted pueda cambiar su ropa. — ¿Eh? —respondo distraída— adelante… —sin más, el camina lentamente hacia la salida. Hay cosas de las que no puedo hablar, de las que jamás se deberían hablar. Len las conoce perfectamente y prefiere fingir demencia cuando se rozan esos temas: la reina, el rey, nosotros… son cosas que nadie debería conocer. Quisiera poder hablar con él con más libertad, poder contarle de los sueños que tengo, de los recuerdo de mi difunta madre, desearía hablarle de las historias que ella solía contarme, de las tres rosas que se separaron, de los reinos que están divididos, de las rosas amarillas de este país, del amor que ella nos tenía a ambos. Quisiera contarle de las veces que la encontré llorando en soledad a la orilla de la ventana de su habitación, de la hermosa voz que tenía al cantar, de los sueños que ella relataba y las veces que ella me hablaba de él, de que quería verlo, de que quería conocerlo. Yo quisiera contarle todo eso, pero sé que él no lo permitiría, son cosas prohibidas para nosotros, son cosas que Len no quiere escuchar. Quitándome aquel molesto camisón y viendo el vestido de hoy, empieza mi faena. Como cada día, debo escuchar las quejas del reino que no entiendo, cada día se vuelve más fastidioso que el anterior, ante temas que son tan triviales para mí, cosas que no me interesan. ¿Qué debo saber yo? ¿Qué debo hacer? No soy un sabio rey de experiencia, ni una amorosa reina, sólo soy una niña anhelando libertad, anhelando amor. Me pregunto si el príncipe de azul se sentirá de la misma forma que yo, si él pensará como yo, si sentirá las cosas tan vacías como yo las siento, me pregunto si soy realmente la única que se siente así. Lleva tanto tiempo que no lo veo, realmente me gustaría verlo, saber de él, conversar a la luz de la luna y las rosas amarillas, bailar un hermoso vals y tomar nuevamente su mano. Ese deseo ronda una y otra vez por mi mente, un día tras otro, atormentándome, causando un dolor punzante en mi pecho que impide que pueda dormir correctamente en las noches. Fantaseo con él a cada segundo de del día: en la mañanas mientras me cambio, en las tardes mientras hago mis labores, mientras estudio, mientras como, mientras ceno y antes de dormir, ¿Cómo se le llama a este sentimiento? ¿Realmente es amor? Quiero creer que es así. En el almuerzo, en la hora del té, las rosas amarillas ya no me parecían tan hermosas: “Quiero rosas azules”, suspiré mientras el té de jazmín se enfriaba. Len me miraba fríamente, y con el transcurso de los días me hablaba cada vez menos, como si empezara a dejar de importarle, empecé a sentirme realmente sola. — Bueno, iré a comprar las cosas del mandado —dijo Len a una de las sirvientas— le pido de favor que tenga la mesa lista para antes de que regrese, y la cocina preparada para empezar la cena. — ¡Sí señor! —responde firmemente con un tono algo temeroso. — Bien —como siempre, serio para su trabajo. — ¿Ya se va? —le pregunto desde una de las columnas de mármol que se encontraba a lado de la escalera del salón principal. — Iré a comprar algunas cosas su majestad —él me mira de reojo— es probable que regrese antes de las siete de la noche. — Ya veo… adelante —sin decir más, él se retira lentamente, su espalda camina tan suavemente que me dan ganas de abrazarle. Pero son cosas que una princesa no debe hacer. Camino por el pasillo principal, moviendo mis zapatos haciendo mucho ruido con los tacones, viendo os cuadros pegados en cada pared y sintiendo un poco de temor me adentro por cada lugar del castillo. Tan enorme, tan magnífico, decorado al estilo barroco, tan envidiado por muchos y tan odiado por mí, me hace sentir realmente solitaria caminar una y otra vez por aquí. — Len… —hablaba en la hora de la merienda— me gustaría escribir una carta al reino azul. — Perdone mi atrevimiento —pregunta él mientras recorta levemente las rosas del jardín— pero de qué piensa escribir la carta. — Quisiera invitar al príncipe del azul país a merendar conmigo —un fuerte corte se escuchó por todo el jardín, dejando caer una rosa amarilla al suelo— ¿Crees que está mal? — Por supuesto que no… —una ronca voz fría se dirige a mí—… su alteza. “Estimado príncipe azul: Le escribo la siguiente carta con fines de amistad para con su reino, el cual no lleva mucho de haber restablecido las conexiones con nosotros. Al pasar de los años hemos concluido que para la prosperidad de nuestras naciones: el país amarillo, el país azul y el país verde, tenemos una fuerte dependencia entre nosotros. Por lo que se ha planteado la idea de que una reconciliación total en la unificación de los reinos sería la decisión más sensata en estos tiempos de crisis. Pidiendo su total comprensión ante la petición que estoy haciendo, le invito de la manera más atenta que pase la hora de la merienda en el catillo de la rosa amarilla, para hablar sobre dicho asunto y valorar la probabilidad de comprometer nuestros reinos en uno solo. Esperaré su respuesta. Atte. La rosa Amarilla Escribí aquella carta llena de nervios con el corazón en la mano, mientras terminaba de perfumarla con el aroma del país, mientras la metía en aquel pequeño sobre y le aplicaba el sello de cera rojo. Mis mejillas sonrojadas, mis ojos un poco lagrimosos, ¿Qué haría si la rechazara? ¿Qué haría si yo le desagradara? — ¿Puedes entregar esta carta? —mis manos temblorosas mientras pongo el sobre en las manos de Len— sólo puedo confiar en ti —una sonrisa temblorosa. — Por supuesto, como usted ordene —una reverencia llena de frialdad— como usted ordene mi lady. Lo miro alejarse sin valor a enfrentar la distancia que crece entre los dos, ¿Qué estoy haciendo mal? ¿Qué pasa con él? No puedo evitar suspirar, lentamente me empiezo a sentir cada vez más sola, cada vez más triste. Si un príncipe pudiera venir a rescatarme, si pudiera mostrarme ese mundo que no conozco, ese lado de mí que he olvidado, si hubiera un caballero de brillante armadura y bizarro corazón sujetar mi mano y llevarme lejos de este horrible castillo, lejos del monstruo que me aprisiona, lejos de mi misma, de la princesa de la rosa amarilla. Los meses pasan como los pétalos de rosas: caen sin previo aviso, lentamente, sin que nadie pueda evitarlo. Mis pensamientos giran en el limbo el rechazo y del desprecio, de la muchedumbre, de los siervos, de mi más confiable compañero, alejándome de la realidad, aprisionando mi corazón en dolorosas espinas que no pueden ser cortadas. — ¿Dónde estoy? ¿Qué día es hoy? —la respuesta del príncipe azul aún no ha llegado. — Está en su cama su majestad, hoy es Jueves —responde Len mientras extiende las cortinas— se encuentra con un poco de fiebre, pero ya pasara. — Ya veo… —sin decir más se retira y en silencio no puedo evitar llorar. ¿Por qué? ¿Por qué todos me abandonan? ¿Por qué todos se alejan de mí? ¿Qué hay de malo en mí? ¿Qué me hace tan defectuosa? Mi padre, mi madre, Len… ¡Todos me dejan sola! Siento frío, siento tristeza, siento que lentamente muero y aún así sigo amaneciendo en mi solitario lecho, viviendo entre las mayores riquezas del mundo, viviendo del lujo y la abundancia, aún así no puedo ser feliz. — ¿Qué el príncipe del reino azul se casará con la princesa del reino verde? —habla una mucama a fueras de mi puerta, mientras siento retumbar mi pecho. — ¡Vaya! —responde otra— debo admitir que hacen una distinguida y extraordinaria combinación. — Aunque esos dos al casarse unificarían sus reinos, ¿Eso como afectaría la economía de nuestro país? —se queda en silencio unos segundos— de algún modo es una lástima que no escogiera a nuestra princesa, porque a este paso seremos dominados por ese nuevo reino de dos rosas —mi cuerpo tiembla, ¿Qué es este sentimiento? — ¡Bah! Era bastante obvio que él nunca posaría sus ojos en nuestra arrogante y caprichosa princesa —¿¡Cómo se atreve a hablar de manera tan despectiva sobre mí!?— nuestra princesa es egoísta, cruel y déspota, ¿Cómo podría ella ser competencia para la adorable y gentil princesa del país verde? —¿Será eso cierto? ¿Será que no soy suficiente? Lentamente empiezo a llorar. — ¡Ustedes holgazanas! —la voz de Len— ¿¡Qué andan haciendo ahí paradas sin hacer nada!? — Señor Len… L-lo siento —se escucha la nerviosa voz de una de ellas. — S-solo estábamos… —se queda balbuceando la otra. — ¡Callen! —se escucha la furiosa voz de Len— ¡Vuelvan al trabajo si no desean que las corra de aquí! —sin decir más se escuchan unos pasos moverse forma brusca y lentamente, suave y dulce, alguien toca la puerta de mi habitación. — Adelante… —respondo suavemente mientras me siento en la orilla de la cama, él abre la puerta lentamente. — Su majestad, perdone la intromisión —frío y sereno, poco a poco me he acostumbrado a esta nueva faceta de él. Esa faceta que ya no me puede sonreír. — No se preocupe —respondo de la misma manera mientras mis pies descalzos tocan el suelo. — ¿Se encuentra mejor su alteza? —él abre mi closet mientras busca entre mis vestidos uno de color amarillo con encaje negro. — Sí —respondo vagamente mientras entro al baño para empezar a ducharme. El agua fría recorre mi cuerpo, mientras escucho a Len ordenar la habitación para salir de la misma, hace mucho que no cruzamos más de dos palabras, que no tenemos una conversación normal. Así mismo, recuerdo aquella carta que escribí con tanto amor, esa carta que nunca fue respondida, ese príncipe que se distanciaba lentamente de mi lado. La princesa verde, la hermosa, gentil, armoniosa, dulce y delicada princesa del país verde, ella que parece guardar todo el amor de su reino, e incluso del mío, ella pudo ser amada por el príncipe azul que tanto esperaba. ¿Qué tiene ella que no tenga yo? ¿Qué la hace especial? Lentamente no puedo evitar llorar mientras pienso en ello, mientras abrazo mi solitario cuerpo. — La odio… —pensar en ella me llena de un temblor irrefutable, en las rosas verdes que opacan a mi país. Camino de manera ostentosa por el pasillo del castillo, me siento déspotamente en mi trono, mirando con desdén a los súbditos que se arrodillan rogando por clemencia. ¿Misericordia? ¿Compasión? ¿¡Qué rayos es eso!? ¿¡Por qué yo debo sentir algo por estás personas!? ¿¡Por qué ellos pueden sonreír sin preocupaciones y yo no!? Las rosas amarillas que mis manos sostienen por debajo del abanico, sus delicados pétalos serán aplastados furiosamente por la yema de mis dedos, las espinas atravesarán mi delicada piel causándole un dolor minúsculo a comparación del dolor de mi corazón, los pétalos cubiertos de sangre caerán. ¡Oh malvada flor! Finas rosas amarillas, con sus hermosos y locos colores, en cuanto a las impuras hierbas que crecen a su alrededor, lentamente se descompondrán en los mandatos de mi ira. — Len… —hable calmadamente mientras él se acercaba al trono y se arrodillaba a mis pies. — ¿Me llamaba mi lady? —mi voz hablo, de una forma pasiva y calmada, como jamás se había escuchado antes, dando la funesta orden que cambiaría todo. — Destruye ese horrible reino de verde… —y ante la cara de sorpresa de los presentes, la tragedia comenzó. Los ejércitos fueron alzados de manera veloz, los soldados despidieron a sus esposas e hijos para unirse a las filas de lo que podría ser un homicidio, tomando escudo y espada en mano marcharon hacía los profundos bosques de aquel verde país y pelearon con desdicha bajo mis envidiosas ordenes. Muchas casas fueron quemadas y destruidas bajo sus manos, muchas vidas se perdieron: hombres, mujeres y niños, una verdadera tragedia se podría decir: “Pobre de toda esa gente que murió”, se murmuraba en el palacio, pero yo no era capaz de sentir nada por ellos. Soy una malvada flor, una flor fina, con una maniaca obsesión decorada en la ira y el rencor, y a pesar de haber sido considerada una hermosa princesa, nadie puede tocarme, nadie puede llegar a mí, nadie puede saber mi dolor ni probar mi amargura, nadie puede consolarme, nadie puede amarme. — Dicen que la princesa de verde a desaparecido —murmuraciones llegan a mis oídos. — La han escondido para salvarla de la gran masacre de la guerra —frunzo el ceño de manera hostil. Todos mueren lentamente a mi alrededor, el pueblo se queda sin suministros y muchos padres de familia han desaparecido en esta inútil guerra, y ella… ¿¡Se atreve a desaparecer!? Tomo de manera brusca mi abanico y camino por las escaleras cuando veo a Len salir por la puerta. — ¿A dónde crees que vas? —pregunto de manera arrogante, ocultando mi rostro por detrás del abanico, mientras el sostiene su mano en el picaporte de la puerta. — A comprar víveres su alteza —dice dándome la espalda, a lo que no puedo evitar sentirme molesta. Sin decir más, él salió de la puerta sin despedirse entonces discretamente mande a uno de mis soldados a seguirle, dándole la indicación de no levantar armas ni sospechas, sólo para que me informara a donde se dirigía él con tanta prisa. Quería saberlo, quería romper todas mi esperanzas de una vez, quería saber porqué se estaba alejando por mí, porqué la única persona cercana a mí me estaba dejando sola, yo quería saber la verdad. Esa noche no dormí, me quedé sentada a orilla de mi ventana, viendo la luna, viendo el nocturno cielo, pensando como lentamente ese verde país se teñía en el rojo de la sangre y se abandonaba en una inmensa desesperación. Pensando que la desolación que sentía mi corazón por fin sería compartida en esta guerra, las desgracias y el desprecio que me acontecían, serían distribuidos en el odio y la ira. — Él se encontró con la princesa de verde —dijo el guardia. — ¿Qué? ¿Cómo? —me sobresalto. — En un pueblo lejano, perteneciente aún a los terrenos del reino verde, ahí los vi besándose bajo la luz de la luna. — ¿¡Un romance!? —cerré mi abanico bruscamente, mientras miraba con despecho a aquel humilde guardia— bien, puede retirarse de mi vista —y el acato mis órdenes. Realmente la odiaba, la repudiaba, la detestaba. No sólo había osado quitarme a mi príncipe azul, sino que mantenía un amorío con mi mejor amigo, con mi confidente, con Len. — Esa bruja… —dije entre dientes. Ella lentamente estaba quitándome todo lo que amaba— ¿Por qué? ¿Por qué? ¿¡Por qué!? —sentí mi cuerpo herir de la rabia, y no pude evitar llorar. Ya no tenía ganas de nada, ella había ganado. Dejé de comer, dejé de beber, dejé de sonreír, dejé de escuchar, dejé de ver la matanza que yo había provocado, sólo me la pasaba en cama, recostada y llorando. ¿Cuántos días pasé así? ¿Cuántas noches sufrí así? Lentamente dejé de hablar, salvo algunos gritos de desesperación que salían de mi boca, uno tras otro. — ¡La odio! ¡Quiero que desaparezca! —como si mi vida dependiera de ello, gritaba para mí. — ¿Qué le sucede princesa? —Len preguntaba preocupado, con un rostro que hacía mucho tiempo no veía: un rostro humano, lleno de preocupación y bondad. — ¡La odio! ¡La repudio! ¡Esa bruja! ¡Esa estúpida princesa! ¡Quiero que desaparezca! ¡Que este hecha trizas! ¡Que muera! —gritaba sin remordimiento, aún sabiendo los sentimientos de Len por ella. Escucho la voz de Len, pasiva y melodiosa, cariñosa como esos tiempos de antaño, miro lentamente entra lágrimas y veo una cálida y dulce sonrisa, mientras su mano se encuentra en su pecho. — Si ese es su deseo… —habla— yo lo haré realidad. Yo lo miro fijamente, su cuerpo está temblando, y detrás de esa sonrisa puedo notar sus ojos a punto de llorar, aún así puedo sentirlo, puedo verlo. La delgada cuerda entre la misericordia y el amor no existen, el egoísmo y soberbia se fortalecen más y más y no puedo evitar dejarme llevar por ellos. — Esta es mi última orden.
Nota del Autor: Vaya que me he tardado en traer esta parte, así que lo siento la tardanza. Hola a todos, continuando donde dejé esta saga (sí, aún no abandono del todo este escrito) he decidido terminar por el momento la descripción de la situación por parte de Rin y pasar a la descripción por parte de Miku en esta segunda parte. A decir verdad tarde mucho en escribir esto (aunque ya tenía la idea con anterioridad) por varios factores externos: escuela, otros proyectos, familia, vida social y principalmente que al ser esta una parte relatada por Miku, pues tengo muchos problemas. Salvo por un fanfic que tengo "Un Grotesco Romance" desde la perspectiva de Miku, no tengo mucha experiencia relatando las cosas desde su punto de vista, por no decir que realmente no tengo un perfil claro de como tiene que ser ella. Aparte que al ver los vídeos es como es la víctima pero es una maldita, es buena pero es mala y nunca me ha quedado claro. Así que con ese río de emociones les traigo esta continuación de mi fanfic, espero lo disfruten. Segunda Parte “Ah… I’m sorry” — Escuche que la princesa de amarillo está enamorada del príncipe de azul —mi padre, el rey, hablaba; casi susurrando, como un secreto— ¿Lo sabes ahora? — Sí padre… —dije de forma vaga, mientras miraba, a través de las enormes ventanas del castillo, aquel basto cielo azul. No sé porque recuerdo eso en estos momentos, mientras las hojas caen grácilmente de los árboles. Las heridas de mi vientre arden terriblemente mientras veo sus aterrados ojos azules verme fijamente; o sus bellos cabellos rubios, tan sedosos y amables, como adoraba acariciarlos, como adoraba sentirlos entre mis manos. Lentamente noto que me cuesta respirar, y mis latidos se vuelven cada vez más lentos, este presiento será el final. — Ah… lo siento —susurro mientras me dejo caer en un profundo y magnifico sueño, sin miedo a nunca volver a despertar. Hace mucho, mucho tiempo, en algún lugar, existió un hermoso reino repleto de paz y amor por la humanidad, y en aquel reino solía gobernar la exquisita, frágil y amada por todos, la dulce princesa de tan sólo dieciséis años de edad. — ¡Ah! Lo siento… —susurro después de tirar, por error, un florero que estaba de adorno a la entrada del castillo. — Tranquila princesa —responde una mujer de la servidumbre— en un momento limpiaré. Lo importante es que usted esté bien y no haya manchado aquel hermoso vestido —dice con cariño la mujer. — Me encuentro bien —respondo con timidez mientras vuelvo a fijar mi mirada a aquel basto cielo de color azul. Siempre me ha gustado su color, siempre me he sentido cautivada por lo enorme y distante que es, por lo lejano que se encuentra de mí. Entre los miles de bosques del reino y las miles de personas que habitan en él, es el cielo quien conquista mi corazón y me lleva a vivir, absorta de mi mundo exterior. En este reino donde la felicidad es el pilar de nuestra existencia, donde no hay quejas, ni hambrunas, sólo abundancia, para mí la única felicidad era eso… ese hermoso cielo azul. — ¿Cómo se encuentra hoy mi padre el rey? —pregunto a uno de los cortesanos en mis acostumbradas caminatas por el castillo. — De maravilla princesa —responde con una sonrisa. — Me alegra mucho —sonrío haciendo una ligera inclinación— por favor avísele que su hija le manda saludos y le desea hoy como todos los días una buena salud. — Así lo haré mi princesa —me dice mientras se inclina ante mí para devolverme un noble gesto de alegría. Siempre es lo mismo, día tras día, por eso me aburro tanto en el castillo; mi padre siempre está ocupado y mi madre hace mucho que había fallecido, siempre me sentía sola. Todos en el reino me trataban con dulzura y bondad, claro que era por ser la joya verde de este reino, aun así, nadie me causaba completa exaltación para querer seguir viviendo en el castillo. Mis días constaban de ver el cielo azul, de ver sus nubes y de ver las lejanías del mundo, esas cosas tan vanas eran lo único que me hacían pensar que había algo más que las blancas paredes de mármol del castillo, que el delicioso aroma de los árboles del reino y de las riquezas de mi familia. Siempre, al mirar ese vasto cielo azul, sabría que había algo más. — ¿Una invitación? —miro fríamente una carta adornada con un sello de rosa, y un aroma dulce. — Del reino amarillo, parece que organizarán un baile para la nobleza —comenta el ama de llaves. — No me interesa… —giro la cabeza para regresar mi mirada a la ventana. — Pero su alteza… —replica la pobre mujer. — ¡Calla! Interrumpes mi concentración —replico molesta. Las nubes se mueven en diversas direcciones, el aire las obliga; se distorsionan y cambian de forma, como mis pensamientos, como mis sentimientos. Si pienso en los bailes de sociedad o en princesas caprichosas, me hacen querer ser el viento y dirigirme de otra forma, de escapar de esas obligaciones tan tediosas y pedantes. Dejar de ser princesa y ser sólo una campesina. — ¿¡Qué pasa aquí!? —entra mi padre a la habitación con un tono fuerte y sublime, digno de un rey. — Su majestad… —la mujer hace una fuerte inclinación, sin levantar la mirada, en lo que mi padre se acerca a mí. — ¿Qué sucede padre? —le miro entre cerrando los ojos, con una expresión indiferente. — Hija… —suspira, con un tono indignante— ¿Qué piensas que haces aquí? — Observo el cielo… —comento sin más. — ¿Sabes qué hora es? —me mira frunciendo el ceño. — Las 3:42 de la tarde —dije mirando el enorme reloj del salón. — Sabes perfectamente que es hora de tus lecciones de piano, no deberías estar aquí. — Tocar el piano… —suspiro y vuelvo a girar la cabeza— no me interesa. — ¡Miku! —grita mi padre para después ver a la ama de llaves— ¿¡Y usted, aún sigue aquí!? — ¡Ah! ¡Lo siento su excelencia! —dice la alterada mujer mientras levanta su rostro totalmente enrojecido de vergüenza, moviendo sus manos desesperadamente, tratando de salir del lugar. — ¿Entonces? —me mira conflictuado. — Nada —me recargo en la ventana, con una expresión nostálgica. El marco de madera reluce con la luz del sol, y los cristales me deslumbran un poco. — ¿Cómo que nada? —mi padre, como olvidando su posición de rey, se sienta a mi lado. — ¿Por qué el piano? —pregunto. — ¿Acaso preferías el arpa o el violín? —pregunta él. — No, si me pregunta yo no prefiero tocar nada —suspiro de nuevo y me pierdo en esas siluetas, en el cielo. — A veces te pareces a tu madre —escucho decir a mi padre, me giro bruscamente y lo encuentro con una sonrisa triste. — ¿¡Cómo!? —le miro de forma sorprendida. — Cuando miras el cielo así, me la recuerdas —él se encoge de hombros y se levanta— fue hace mucho tiempo, yo era apenas un príncipe en este país cuando recorriendo el pueblo conocí a una campesina. — ¿Qué dice? —bajo la voz— pensé que habías dicho que mamá era de la realeza. — Para mí lo era —dice con una voz cálida— era una real belleza —dice como broma, al ver mi expresión incómoda se limita a toser tratando de cubrir con su puño su rostro sonrojado. — ¿Le gustaba tanto? —le pregunto. — Demasiado —sonríe— cuando ella tendía ropa en el pueblo, a pesar de su humilde apariencia, su pelo relucía en la luz del sol. De todas las personas del país, su pelo era del verde más hermoso e intenso de todos. — ¿Tanto así? —me rio. — Sí —él acaricia mi mejilla— como el tuyo. Te pareces a tu madre, tu mirada, tu porte, tu andar, incluso esa actitud rebelde. — Basta… —susurro tratando de no llorar. — Por eso a veces pienso que no te comprendo —mira mis ojos— a veces creo que eres tanto como tu madre que no hay una pizca de mí en ti, y me cuesta comprenderte o ayudarte. — No es que deba hacerlo usted —me levanto de la ventana— yo tampoco lo entiendo. — Como un ave enjaulada, un día también volarás —se limita a decir— para que ese día llegue, debes cumplir con tus obligaciones. — ¿Cómo el piano? —le pregunto confundida. — El piano, los estudios, las practicas —toma una mano, dándome una carta— incluso las obligaciones sociales —era la invitación al baile de la princesa del reino amarillo. — Realmente no me apetece conocer a la famosa princesa caprichosa del país amarillo —comento. — Puede sonar muy mal —se encoge de hombros y sonríe— pero todo sea por nuestra nación, a veces es mejor fingir unos minutos una sonrisa falsa que muchos años una guerra infinita. — ¿Guerra? —pregunto angustiada. — Si la princesa, futura reina, es tan caprichosa como los rumores indican —me mira— no ir puede traer graves daños colaterales a nuestra nación. — ¿Y? Nosotros podríamos acabar fácilmente con ellos, dicen que en su nación se están muriendo de hambre. ¿Crees que puedan hacer frente a nuestro ejército bien cuidado y entrenado? — No lo creo —su mirada se torna fría hacía mí— pero si se puede evitar el derramamiento de sangre, qué mejor. — Pero el derramamiento sería de ellos y no nuestro —replico— de ser así, sería más fácil para nosotros absorber su país de la rosa amarilla —apenas digo eso, siento un fuerte bofetón estrellarse contra mi mejilla. — ¡Calla! —me dice furioso— no deseo que hables de forma tan mezquina —bufó molesto— tal vez no lo entiendas ahora por tu juventud, pero toda vida es valiosa. Sea de nuestra nación o no, toda persona merece vivir y no somos quién para arrebatar esa vida; trabajan duramente, sudan y ya luchan por sobrevivir como para llegar con una espada y con un suspiro arrebatar todo. — No lo entiendo —comento frustrada. — Miku, sólo debes entender una cosa —suspira— ninguna guerra o lucha tiene justificación, salvo que sea en defensa propia. Si se puede evitar, se evita y no se busca el conflicto sin razón. Si tú llegas a buscar esta guerra, podrías ser incluso más caprichosa que esa dichosa princesa amarilla que todos odian. — Entonces, ¿Qué me dice? ¿Qué sólo por no asistir a ese absurdo baile puedo ocasionar una guerra entre reinos? ¿¡No es eso exagerar!? —grito exasperada. — Puede que sí —mi padre toma su larga capa y empieza a darme la espalda, dando a entender que se marcha— pero recuerda que esta es una rama de olivo que se nos ofrece; tú sabrás que hacer, recuerda que, aunque no te guste eres la princesa de este país. — Demonios… —suspiro. Miro al cielo una última vez antes de cerrar las cortinas, suspiro y me siento impotente, molesta y conflictuada con mi situación. Realmente envidio al cielo y a su viento, que es capaz de cambiar de forma y dirección, de ver el mundo por diferentes perspectivas y en su camino no se deja domar por nadie. Mi posición social sólo me carga de obligaciones sin sentido que quieren llevarme a la perfección, cosa que no me interesa en lo más mínimo. ¿De qué me sirve a mí tocar el piano, el arpa o el violín? ¿De qué me sirve ir a un baile donde probablemente nadie se acuerde de mí? ¿De qué me sirve ser una princesa si no tengo el poder de la autonomía sobre mis propias decisiones? ¿De qué me sirva que mi padre sea Rey si las reglas sólo son aplicadas para mí? La princesa de amarillo debe estar muy divertida, sin padres que la cuiden o le digan qué hacer, con mucha gente a su disposición que le cumplen todos sus caprichos, que puede hacer y deshacer las cosas a su gusto y conveniencia. Ella puede ser tachada de mala y caprichosa, yo le doy el mérito de tener demasiada libertad sobre sus propias acciones, de ser autónoma y suficiente para su propia existencia; que envidia le tengo y a la vez desprecio. Ella podrá hacer lo que le plazca y quiere restregarlo en el rostro de todos con un absurdo baile de disfraces, sí, disfraces. Porque en ese lugar estoy segura que todos sonreirán y serán amables, esas serán sus máscaras que no se quitarán hasta el final de la función, ya estará loca si ella se cree que serán amables sólo porque sí, es una simple formalidad. Una conveniencia. Ella debe saberlo bien, debe saber lo que los demás nobles piensan de ella y lo mucho que es odiada, y aun así se arriesga a esto. Vaya que le ha de parecer divertida la falsedad, pues sí es así, yo puedo darle mucha diversión y la mejor de las sonrisas a la querida y adorada princesa amarilla. Decido entonces abrir de golpe mi closet y llamar a gritos a mis damas de compañía, si iba a ir debía lucir como la más pulcra, hermosa, amada y digna princesa del reino del verde país. Bastante me había costado esa fama, por órdenes de mi padre, para no ser uso de esa reputación. Fuera mi apariencia madura, mis buenos modales al hablar y moverme, mi hermoso cabello verde o inclusive mi forma de vestir, era obvio que yo sería superior en cualquier aspecto a la malcriada princesa del país amarillo. — ¿Qué puede tener ella que no tenga yo? —suspiro de forma orgullosa. — Usted tiene el pelo más hermoso del país —me dice una de las sirvientas mientras peina mi extensa cabellera. — O la piel más blanca y sedosa del reino —dice la otra, mientras me unta en perfumes finos, hechos de las rosas verdes de nuestro país. Por supuesto que mi belleza era incomparable, y mi “pureza” era mayor a la de cualquier doncella del reino, no, de los tres países de la rosa juntos. Si hablábamos de feminidad, o de incluso una dulce presencia, era obvio que todos pensarían “la princesa de verde es la referencia”. Era momento de mostrar esa superioridad ante la mediocre princesa amarilla, de poner a todos bajo mis pies. — ¿Verde o amarillo? —comenta una de las mucamas. — Amarillo será el color de su nación —sonrío— pero creo que el verde es ideal para la ocasión —termino. Esta noche no era un simple baile, o una simple reconciliación entre los reinos, no era una forma de evitar la guerra, ni si quiera una fiesta de disfraces; era un enfrentamiento entre las rosas que alguna vez fueron un solo reino, era una muestra de poder para saber quién dominaría a la larga a quién. La duda ahora se debatía entre la rosa verde y la rosa amarilla, la rosa del corazón y la rosa de la voluntad; no la conocía, pero ya la despreciaba, despreciaba su libertad, sus caprichos, su autonomía, su libertad, su voluntad, si era capaz me encargaría de volver todo eso añicos, de acabar con sus ilusiones y sus deseos de seguir sintiéndose mejor que los demás. Odiaba las rosas amarillas, arruinaban mi visión de aquel hermoso cielo azul, no me dejaban apreciar el cambio de las nubes por su despreciable olor, y sus espinas siempre lastimaban mis manos cuando quería acariciarlas. Siempre odié que hablaran tanto de esa princesa, ¿Qué la hacía tan especial? ¿Qué sus padres habían muerto? ¿Qué era prácticamente la reina del lugar? ¡Mi madre también había fallecido! Y a nadie le parecía importar, yo sólo era la joya pura del país verde. La chica perfecta que no tiene derecho a enojarse y replicar, la chica perfecta que será el objeto a presumir cada vez que del país verde se hable, que sus pasos no pueden ser manchados por el orgullo, la independencia o algo tan absurdo como la voluntad. Esa era mi rosa, esa era la razón de ser de mi reino, el amor y la compasión. — Que débil pensamiento —musité mientras terminaba de acomodar los últimos detalles. Mientras mi cabello era adornado con aquellas rosas verdes, las únicas cuyo aroma podía soportar. — ¡Quedo preciosa su alteza! —dice una de las sirvientas. — Digna de completar —dice la otra. Y las dos hacen una reverencia mientras me dirijo a la salida del castillo, y subo al carruaje. Mientras veo mi hogar alejarse y veo las rosas cambiar de color, verde a amarillo, me siento asqueada y repugnada, me siento con ganas de escupir a cada sitio de aquel podrido lugar. Donde las rosas deberían marchitarse y aquella princesa no merecía nada más que morir. Yo era la joya más brillante del reino, la exquisita princesa que a todos dominaba con su belleza, si quería hacer mi deseo para la princesa amarilla realidad, sólo tenía que usar mis armas en su contra y la derrocaría y marchitaría en su asqueroso color. — Está noche será el inicio de tu caída mi querida majestad —sonrío para mí, posada en la ventanilla del carruaje, admiro la obscuridad de la noche— hoy empieza el preámbulo de tu eterna soledad; todo lo que quiere y amas lo tomaré y lo despojaré de ti. Ya lo verás. Lo que no sabía es que ese también era el preámbulo de mis desgracias.
“Who thought falls in love with her?” ¿Qué es la felicidad? Me gustaría responder eso con certeza, en los aburridos días de mi juventud que debo vivir con perfección, me gustaría decir que soy feliz pero no es así. Me gustaría entender porque mi rosa es la rosa del amor y la compasión, porque soy la esperanza de la nación, o porque me siento de esta forma tan frívola. Me gustaría entender porque siento tanta envidia de todos, y a la vez me siento superior. Siendo que realmente no carezco de nada: riquezas donde veo, el amor de un padre, el amor de un pueblo, y en la vista de varios pretendientes que pueden beneficiar a mi nación. — ¿Qué necesito? —la mucama peina mi cabello en la mañana. — Quizás unos moños resaltarían estás coletas —comenta. — Quizá —sonrío con cierta hipocresía. Anoche, el baile de la princesa de amarillo fue tan aburrido que decidí partir temprano, al final había vuelto a cumplir con mis obligaciones con el país verde. Suspiro con nostalgia frente al espejo, sin encontrar nada que divierta mi vida o me haga sentir plena, ¿Será esto normal? — ¿Va a salir hoy la señorita? —pregunta el mayordomo. — Hoy se me antoja ir al mercado, no sé si sea mucha molestia me preparen el carruaje —comento mientras me acomodo los guantes negros de encaje que hacen juego con el vestido que llevaba puesto. — De ningún modo señorita, en el momento —el pobre anciano se mueve a la velocidad que sus piernas le permiten. Me quedo mirando el jardín, rosas verdes que resaltan por su tono brillante entre los arbustos del mismo color. Mis manos podrían tocarlas y ser acariciadas por esos suaves pétalos llenos de compasión, pero si bajaran mis manos a las espinas, el dolor punzante haría recorrer el rojo de mi sangre por su delicado tallo. — Quizá yo no soy una rosa verde después de todo… —me susurro a mí misma. — Su carruaje le espera, madame —aparece el anciano mayordomo, haciendo una ligera inclinación. —…Quizá yo soy una espina —sale ese pensamiento de mis labios. — ¿Decía algo mi señora? —pregunta el anciano mayordomo. — No Will, no he dicho nada —sonrío con delicadeza mientras tomo su mano para bajar los escalones del castillo y dirigirme al carruaje ya preparado. He pensado muchas veces sobre lo impura que soy y lo indigno que es mi papel de princesa, por no decir que es un sello de hipocresía que difícilmente cambiará. Soy lo que soy, lo que debo ser, lo que se espera de mí y eso, francamente, ¡Me molesta! Es como tener cadenas invisibles de responsabilidad y obligaciones, cadenas que difícilmente podría quitarme, porque sería traicionar todo en lo que he creído. — Aquí está bien Frederick —digo discretamente al carruajero, a través de la ventanilla. — Como ordene, madame —escucho el relinchar de los caballos mientras el carro frena justo en el centro de la plaza. — No tardaré, sólo iré a ver algunas cosas —comento mientras le sonrío al joven. — Esperaré… —me mira con tranquilidad. La plaza, gente yendo de un lado a otro, siempre hay comerciantes deambulando de otros países, y los nuestros siempre traen los mejores productos. Las joyas, esas no pueden faltar, por donde vea hay joyerías exhibiendo sus mejores piezas: anillos, collares, pulseras, solitarios, y sin fin de accesorios que las mujeres de alta clase usan. — ¿Está usted interesada, su alteza? —pregunta un anciano comerciante mientras me ofrece un prendedor en forma de rosa lleno de esmeraldas. — Por el momento no —hago una ligera inclinación, con una sonrisa— no estoy interesada —el anciano sonríe. — Entonces tómelo como un obsequio —me lo ofrece con sus temblorosas manos. — ¡Oh, no! No podría… —me sonrojo— parece muy caro. — Por favor, tómelo —el anciano sonríe, dejando ver que le faltaban algunos dientes; sus ojos se veían tristes y nublados, como si sus días se estuvieran acabando. — ¿Por qué? —tomo con delicadeza el prendedor entre mis manos, sintiendo el frío de las gemas. — Esto es una historia vieja —el viejo sonríe— pero hace muchos años, cuando yo aún era un joven y mis ojos aún conservaban su color verde —suspira— era un aprendiz de joyero, aspirando algún día poder abrir su propio negocio. — ¿Ah? —mi rostro se contorsiona un poco— disculpe usted, pero no logro comprender —suspiro con una sonrisa nerviosa. — Aún recuerdo a su padre, el rey, aunque en ese entonces aún era un príncipe —el anciano parece ignorarme y continua con su relato— pidió que se hiciera un anillo: oro blanco con diamantes y esmeraldas, de la más fina calidad —el viejo empezó a reír, interrumpido por una ligera tos— diamante para la eternidad, y la esmeralda para la paciencia, eso significaba aquel anillo: un matrimonio eterno y paciente. — ¿El anillo de compromiso de mis padres? —pregunté un poco sorprendida, mientras el anciano sonreía. — Yo ya llevaba tiempo como aprendiz de aquel taller, por lo que se me encomendó aquel trabajo. Debo admitir que nunca he hecho una pieza más hermosa que la de aquel entonces, ¡Mi mayor obra! —el hombre bajó la mirada de forma triste mientras veía sus manos temblorosas— bueno, a mi edad no es que pueda hacer mucho ya, ¿O sí? — Estoy segura que su trabajo sigue siendo maravilloso —sonreí con formalidad mientras le mostraba el prendedor— he aquí la prueba, ¿No es así? —él viejo me miro y con lágrimas en los ojos, en medio de una sonrisa, continuó. — Su padre pagó el anillo, pero estaba tan satisfecho con el trabajo que a mí, quien había confeccionado tal pieza, me dio un pago especial —su mirada se posó en mí— era más de lo que yo hubiera ganado en un año, más de lo que hubiera imaginado; aquello me permitió abrir mi propio negocio, dejar de ser aprendiz y volverme el joyero que quería ser. Hoy, todo lo que tengo y tiene mi familia, se lo debo a su padre, y como nunca será suficiente, me gustaría que su hija conserve mi última pieza. — ¿La última? —pregunto confundida. — Bien, es momento de que me retiré, mis manos ya no son lo de antes; ya no puedo sostener con firmeza las pinzas mientras empiezo a soldar el metal, ya no puedo ver con cuidado cuando corto las gemas y me cuesta mucho colocarlas en nuevas piezas. Yo realmente ya estoy muy viejo y es momento de dejar mi negocio a mis hijos y a mis nietos. — Eso suena muy triste… —le miro confundida. — Esa pieza la terminé, con mucho esfuerzo, la semana pasada y al verla a usted recorrer esta plaza pensé que era el destino quién le había llamado. Mi primera pieza como joyero reconocido fue aquel anillo y mi última pieza es este prendedor —el anciano baja su cabeza, intentando hacer una inclinación— por favor, su alteza, si en su corazón se encuentra la dicha de hacer feliz a este pobre viejo, úselo. Puse en él mis deseos para con usted como su familia: abundancia, equilibrio y paciencia. — Se lo agradezco —hago una ligera inclinación— prometo usarlo con respeto, por su buena fe, buen hombre —así nos despedimos. Sigo caminando, mientras observo aquel objeto entre mis manos, el acabado es tosco, las piedras están mal cortadas, tanto que inclusive tienen un extraño e incómodo filo, y el acomodado del broche estaba chueco. Ciertamente es una pieza de baja calidad, por no decir mediocre, aún así recuerdo las lágrimas de aquel anciano y me quedo pensando un poco en el sentimiento que puso en aquella pieza. — ¿Habrá mucha diferencia entre el anillo de mis padres y este prendedor? —por un momento la luz pasa a través de las esmeraldas y me ciega, haciéndome tropezar con alguien— lo siento… —comento antes de abrir los ojos. — No se preocupe —veo una tenue sonrisa— la culpa es mía, mi lady —alzo mi mirada para ver frente a mí a un joven de cabellos azules. — ¿El príncipe de la rosa azul? —me sonrojo levemente. — ¿Se encuentra usted bien? —él toma mi mano con delicadeza mientras se inclina para besarla. — Sí —una sonrisa se forma en mis labios— disculpe mi rudeza, pero, ¿Qué le trae aquí? ¿Negocios, tal vez, con mi padre? — No, en lo absoluto —su mirada se queda fija en mis ojos. Puedo ver el azul de su mirada. Su físico era tan diferente al de las personas de este país; lo que caracterizaba a este lugar era que todos los habitantes tenían los ojos y el cabello de color verde, por lo que era algo exótico de ver otra tonalidad de color. Antes de darme cuenta, varias jóvenes observaban con curiosidad y admiración a aquel joven: alto, de buena presencia, un lacio y bien cuidado cabello azul como el mar, y sus ojos con un mirar profundo del mismo color. — ¿Entonces? —vuelvo a preguntar. — He venido a verle a usted —me sonríe mientras me ofrece su mano— ¿Le molestaría tomar un paseo conmigo? — En lo absoluto —tomo su mano para pasar a apoyarme en su brazo. Un aroma salado, un caminar veloz y a la vez gentil como firme, sus brazos delgados pero fornidos, todo en él era casi perfecto para atraer la mirada de las doncellas y campesinas. Incluso su sonrisa deslumbraba conjunto a la luz del sol, dejándome soñar despierta. — ¿Sabe? —él habla con una voz gentil y profunda— desde la primera vez que le vi, siento que he caído cautivado en su encanto —dice para mi sorpresa. — ¿Qué? —le miro un poco fastidiada— ¿Amor a primera vista? — Podría decirse así —él lanza una sonrisa nerviosa, en medio de su rostro completamente sonrojado. ¿Amor a primera vista? ¿Flechazo amoroso? ¿¡Eso realmente puede existir!? No puedo evitar pensar que se trata de un absurdo, de un ideal, de algo que no podría existir. ¿Cómo puedes amar algo que no conoces? Dejándote llevar por la superficialidad de una persona, desconociendo sus virtudes y defectos, convirtiéndote en un simple seguidor de “su belleza”, ¿Puedes llamar a eso tan tonto amor? Debo admitir que su belleza me deslumbra, su forma de andar o de actuar me cautiva de algún modo, pero no podría decir que este sentimiento sea amor. No puedo amar a algo tan superficial como “un príncipe perfecto”, una rosa azul. En todo caso, debo decir que esto me parece divertido, un cambio de rutina en mi perfecta vida. Pasaron los días, y debo admitir que su compañía me era grata en una gran medida, aunque también en cierto grado me era aburrida. Se la pasaba recitando poemas y canciones de su eterno de amor, de cómo ni la muerte podría separarnos en lo inmenso del cielo, que sería nuestra historia más grande que los legendarios Orfeo y Eurídice, y que daría su vida por mí y mi nación. Y un día pasó, una mañana el ama de llaves entró a mi habitación con el mensaje de que mi padre, el rey, me citaba a la sala real. Un poco extrañada, me perfumé y arreglé para presentarme ante él; sentado en su enorme trono y una alfombra roja extendida a lo largo del camino, avancé a unos pasos y me incliné enfrente de las escaleras, con la cabeza abajo hasta que se me diera la señal de levantarla. — Eres bienvenida —dijo mi padre, y de inmediato alcé mi mirada hacía él. — ¿Me necesitaba, su majestad? —a veces era extraño, tener que hablar tan formalmente con mi propio padre. En frente de los soldados, era una forma de mostrar el respeto que se le debía tener. — Últimamente he notado que te has relacionado en exceso con cierto príncipe de la rosa azul —comenta mi padre. — Está usted bien informado, su alteza —hago una inclinación— ¿Le molesta de algún modo dicha relación? — Escuche que la princesa de amarillo está enamorada del príncipe de azul —mi padre el rey habló, casi susurrando, mientras mis ojos se abrían como plato ante la sorpresa— ¿Lo sabes ahora? — Sí padre… —dije de forma vaga, mientras miraba a través de las enormes ventanas del castillo aquel basto cielo azul. — Supe que ella, después de aquel baile que celebró —mi mirada se quedo perdida en los recuerdos de aquel día— se enamoró a primera vista de ese príncipe. — ¿A primera vista? — “¡Otra vez esa tontería!”, pensé para mí, mientras mis labios se secaban. — Sí, inclusive le envió una carta después de dicho evento —mi padre el rey tosió— ella incluso sugirió un enlace matrimonial entre los reinos. — ¿Y qué respondió el país azul? —pregunté seriamente, ya sin poder sonreír. — Aún no se sabe la respuesta —me mira mi padre— pero es mejor mantener distancia. — ¿Está usted sugiriendo que me aleje de él? —pregunto con seriedad, frunciendo levemente el ceño de mi frente. — Considéralo una forma de evitar un conflicto innecesario —dice mi padre con voz severa. — ¿Cómo una guerra, quizá? —mi voz se escucha con cierto tono de furia escondido entre la dulzura. — Es una posibilidad —sus ojos se notan firmes y culminantes. — ¿Y qué pasaría si yo estuviera enamorada de él? —pregunto con cierto desdén. — Entonces estarías poniendo en riesgo a tu nación por un capricho —dice mi padre. — ¿Capricho? ¿¡Capricho!? —alzó un poco más mi voz— ¿¡Llamas al amor un capricho!? —por un momento solté una risa ahogada. — Sí —dice secamente. — ¿Y si fueran tú y mamá? —comenté. — ¡Eso es diferente! No metas cosas innecesarias al tema —mi padre alza su voz furioso. — ¡Es lo mismo! —grito— amor es amor, no importa el tiempo, el lugar o las personas que lo expresen, es algo que no puedes cambiar. — ¡No es lo mismo! —dice mi padre— yo amé a tu madre sobre todas las cosas, sobre mi vida misa y puedo decir con seguridad que ella sentía lo mismo, ¿¡Tú puedes decir con certeza que ese sentimiento que tienes por ese príncipe es amor!? — ¡Sí, sí puedo! —miento en el calor del momento— ¡Lo amo con todo mi corazón! —y es como firmar mi condena. — Con que es así… —mi padre suspira, y una lágrima recorre mi mejilla— parece que este será el preámbulo de una tragedia… —guarda silencio por unos segundos— si ese es tu verdadero sentir, yo no me opondré, pero ten en cuenta que si es un capricho, estás poniendo a tu nación en peligro. — Sí padre —hago una inclinación nuevamente hacia él. — Puedes retirarte —su mirada se aparta de mí, mientras camino hacia la salida. Amor, use algo tan fuerte para encubrir una vanidad de mi ser. Aquella princesa que obtiene todo lo que quiere, todo cuando pide le es entregado en sus manos, piensa que puede con sus berrinches y caprichos también quedarse con el amor de un príncipe, ¡Oh, que equivocada está! ¡Cuánto me molesta! Me molesta tanto que simplemente no puedo ceder, alguien podría llamarlo locura, o simple envidia, pero para mí era una lucha de poder en que no podía entregar tan fácilmente a tal adquisición como era el amor de aquel príncipe. ¿Por qué debería entregarle algo que obviamente es mío? Algo que en sus sueños nunca obtendrá, ¿Por qué debería hacer a esa princesa más feliz? ¿Por el bien de mi nación? ¡Tonterías! Repito, no entiendo porqué soy su princesa en primer lugar. El país de verde: lleno de amor y compasión, estoy segura que nací en un equivocado lugar, porque siempre debo vivir en la forma en que se me ha inculcado pero nunca en la que sea de mi agrado. Pero esta vez no cederé, no seré la princesa de verde, seré yo misma: una chica caprichosa y egoísta. — Princesa… —él se arrodilla en medio del jardín de rosas verdes— ¿Me haría el honor de convertirse en mi mujer? —una sonrisa se forma en mis labios. — Acepto —mientras aquella sortija de oro y zafiros es puesta en mi dedo. ¿Hay algo malo con esto? El no querer compartir algo que es mío.
"That beautiful flower was lost in love ..." Siempre estuve llena de paz, en medio de las rosas verdes del jardín, pero me sentía aburrida con esa vida, con esa luz que provenía de mí ser. Odiaba ser princesa, quizás una vida más humilde hubiera sido más interesante, una vida más emocionante. ¿Qué tenía de interesante una princesa llena de amor y paz? Viviendo en un reino pacífico, con aldeanos que la aman, que al verla pasar e regalan de todo, un padre amoroso, los mejores vestidos, un prometido apuesto… ¡Era tan aburrido! Seguramente la princesa amarilla podía obtener una gran diversión en medio de su verdadero rostro, sin los límites reales de la nobleza, ¿Cuántas veces no he pensado en eso? Pero es algo que nadie podría entender, los obscuros sentimientos de una princesa. Suenan las trompetas. — Princesa… —escucho la voz de la mucama— …es su prometido. — ¡Ah! —finjo una sonrisa— en seguida voy a su encuentro, por favor, anuncié que pronto le atenderé. — Como usted ordene, su alteza —ella hace una ligera inclinación mientras sale del salón. Le doy un último vistazo a mi pelo mientras arreglo mis risos y me pongo un poco de polvo en el rostro, hasta el más fino detalle podría cambiar el resultado. Tomando mi vestido con delicadeza, empiezo a caminar y a bajar las escaleras para encontrar al príncipe Kaito en el salón principal. — Su alteza, la princesa verde —anuncian y veo como él se arrodilla al suelo ante mi presencia. — Mi lady, es un placer ver su figura —sus ojos azul me penetran con esa perfecta sonrisa que a veces me causa arcadas. — El placer es mío, mi lord —digo con un tono dulce mientras le ofrezco mi mano para que le dé un beso en la palma. — ¿Lista? —él me pregunta con una sonrisa. — Por supuesto —empiezo a sonreír un poco más, las mejillas comienzan a doler un poco— ¿A dónde iremos esta vez? — Tenía planeado ir a dar un paseo por la frontera de los tres reinos —me dijo mientras se levantaba y me ofrecía su brazo, el cual tomé con serenidad— el capullo de las rosas. — No suena mal —digo mientras mis pasos resuenan a lo largo del pasillo. “El capullo de las rosas”, era un pequeño mercado que se encontraba en el límite entre los tres reinos; cuenta la leyenda que cuando los tres reinos eran uno solo, era ahí dónde se encontraba el castillo del gran rey de las rosas. En su lugar, hoy en día sólo se encuentra una pequeña escultura con tres rosas de cristal: una amarilla, una azul y una verde, y en medio de ellas emerge un capullo con tres pétalos, uno de cada color. En ese mercado se encuentran los productos de los tres reinos: pan, joyería, flores de colores, pescados; aparte de estar repleto de una serie de entretenimientos como son: teatros, operas, paseos a caballo. No cabe duda que es el lugar más pintoresco de todo el país, aún así no me causaba mucha emoción. Mientras el carruaje avanzaba a dicho lugar, tuve que soportar una conversación larguísima de Kaito sobre el cuidado de las aguas y la preparación de la pesca en el reino azul, así como su gran problema sobre la capa que iba a usar hoy ya que no sabía si haría calor o llovería, lo cual es un problema muy tonto considerando que siempre lleva esa horrible bufanda alrededor del cuello aunque el clima esté en un insoportable calor. — ¡Oh! ¿Preguntas sobre mi bufanda? —dice— es cierto que a veces es un poco incómoda pero… —cierra la mirada y un gesto de nostalgia se asoma en su rostro— …es el único recuerdo que queda de mi difunta madre. Y así, sin saber, fue que se desencadenó otra larga historia sobre su infancia, sobre cómo su madre falleció a temprana edad cuando él apenas era un niño y como su padre estaba en un viaje en otro país desde hace años y aún no había regresado, sobre cómo creció sólo en medio de las paredes del castillo y como esa bufanda le daba fuerzas para continuar. A decir verdad, por muy cruel que me escuche, nada de eso me importaba o me causaba alguna reacción verdadera. — ¡Llegamos! —grita para mi alivió el chofer del carro. — ¿Bajamos mi amor? —me pregunta con una sonrisa suave dibujada en su rostro. — Sí —le devuelvo la sonrisa mientras tomo su mano para apoyarme a bajar del carro. El lugar estaba vivo, como siempre, había comerciantes en todos lados y se escuchaba el alboroto del pueblo. Había parejas en el lugar, ancianos, mujeres jóvenes y pequeños espectáculos callejeros en la plaza, todos parecían tan animados, tan vivos y por un momento una sonrisa sincera salió de mi rostro mientras veía aquella bailarina de cabellos verdes –en un tono más claro que el mío- bailando con un pandero en mano. Movía mi cabeza al ritmo de la ciudad, y por un momento me sentí realmente feliz. — Bien —dijo Kaito entre risas viendo mi nuevo entusiasmo— ¿A dónde quieres ir primero? — ¡A todos lados! —dije con un tono infantil. Él tomó mi mano fuertemente mientras paseábamos por el lugar; el primer sitio fue en una pastelería, recuerdo que pedí un pastel de durazno mientras que él pidió un pastel de moras, probamos el delicioso café que ahí servían y el té de las tres rosas era sumamente exquisito. Fuimos a la fuente de la oración, y vimos la fuente de las rosas rosear agua sobre los pequeños niños que paseaban en espera de que sus padres terminaran de hacer sus plegarias al señor. El teatro callejero o las bailarinas que hacían su espectáculo en la escultura principal, la que estaba en medio de aquella plaza, todo eso me causaba alegría y llenaba mi corazón de una pequeña emoción desconocida, algo que hace mucho había pasado y que lentamente había olvidado. Por un momento me sentí liberada de todo eso pero caía en cuenta que no era completamente feliz cuando Kaito tomaba mi mano. — ¿Vamos por un helado, amada mía? —dijo con una sonrisa. — Sí, por favor —le seguía. Era apuesto, sí, pero sumamente aburrido y seco para alguien como yo; ¿Qué era lo que buscaba? ¿Emoción? Lo único que pudiera darme él, sería un momento de diversión y tortura para la princesa amarilla, esa chica caprichosa y egoísta que cree que puede tener todo, me daba tanto placer poseer algo que ella nunca tendría la capacidad de obtener, me sentía tan poderosa. — ¡Están deliciosos! —exclamaba él con un rostro placentero mientras me ofrecía un helado. — ¡Oh! Mira esas manzanas —señalé mientras me acercaba al puesto— seguro los sirvientes podrían hacer un buen pastel con ellas. — ¿Las quieres? —comentó Kaito. — Por el momento no —me muevo y le dirijo una sonrisa diplomática. — Mira, un perro… —recuerdo que eso fue lo último que escuché mientras él iba detrás de dicho cuadrúpedo. Porque fue en ese momento, como un flechazo, que lo vi. ¿Cómo le llaman a esto? ¿”Amor a primera vista” han dicho otros, no? Aunque no puedo decir que sea eso, yo aún no creo en eso. Es como un pequeño chispazo que recorre mi cuerpo, me encuentro a mí temblando con los labios un poco resecos mientras lo veo parado frente a mí. Sus hermosos cabellos rubios, sus ojos azules, su piel blanca y aparentemente tersa, bajo de estatura pero con un bello porte; cargaba una bolsa de compras mientras veía con una sonrisa el espectáculo de la plaza, entonces él giro levemente su rostro hacía mí y nuestras miradas se encontraron. — Hola… —susurré con los labios, a tal punto que ni yo me escuchaba. Le lancé una sonrisa. Él me vio por unos segundos, con los ojos como platos, y posteriormente bajo la mirada sonrojado. Mi corazón se aceleró, ¿Qué era sentimiento, esa sensación? Me reí tímidamente y en ese momento escuché la voz de Kaito llamándome, no pude hacer más que seguirlo y ver como jugaba con aquel perro. Kaito sonreía como siempre y se reía como un imbécil, o así me sentía, era obviamente más apuesto que aquel chico rubio que acababa de ver pero mi mente no se lo podía sacar de la cabeza. Tenía un singular parecido a la princesa amarilla, pero tenía una mirada más serena, madura, se veía tan tierno, tan inocente. Entonces, recordé. — ¿El sirviente del mal? —preguntaba a una mucama. — Sí, señorita, así le dicen al jefe de mayordomos de la princesa amarilla —ella se sonrojo— ya ve que ella es la princesa de la maldad y él, como un perro fiel que la sigue, es llamado el sirviente del mal. — Vaya apodos —digo mientras extiendo mi cabello para que lo empiece a peinar. No es que disfrutara conversar con aquellas sirvientas, pero tampoco podía ser descortés con dicha charla cuando yo la había comenzado por curiosidad al oír, por accidente, la plática entre ella y el jardinero aquella mañana. — Lo curioso, es que dicen que su mayordomo es idéntico a ella —comenta. — ¿En serio? ¿Y eso? —mis ojos se abren por la sorpresa y me giro levemente— ¿No será un pariente o hijo ilegítimo del antiguo rey amarillo? — ¡Ah! No, eso fue lo primero que investigó la corte pero parece que sólo es hijo de un viejo borracho que falleció hace algunos años —comenta mientras sigue cepillando mi pelo con aquel cepillo de plata— y sólo fue contratado por la vanidad de la princesa debido a su gran parecido a ella. — Vaya… —digo con sequedad, no me pareció una resolución de la verdad bastante interesante. Ahora que recordaba aquellos relatos, era probable que se tratara de él, del perro fiel de aquella princesa, de su viva imagen, del sirviente siniestro, el sirviente del mal. Una sonrisa se formó en mis labios, eso sonaba tan emocionante. — Amor… —pronunciaron mis labios en dirección a Kaito, el cual se sonrojó porque era la primera vez que le hablaba así. — ¿Q-qué sucede, mi vida? —dice tartamudeando mientras me ve con una sonrisa inocente y llena de amor. — Debo marcharme —digo con un tono un poco triste. — ¿¡Y eso!? —su voz se sobresalta un poco mientras aprieta mi mano un poco más fuerte— ¿¡Por qué!? Pensé que pasaríamos todo el día juntos. — Sí, pero pasa que recordé que en la tarde había quedado en comer con mi padre el rey verde —mentí sin ningún remordimiento— parecía importante y no creo pertinente ignorar dicha petición, más aún viniendo del rey. — De ser así… —me mira con un rostro de desilusión. — Perdón —finjo vergüenza por la situación— en serio que olvidé el asunto —uso un tono triste en la voz. — Si gustas, puedes tomar mi carruaje para regresar a tu reino —agrega, tratando de ser gentil con la que futuramente sería su esposa. — No, descuida —le sonrío con serenidad— me gustaría rentar un carro de la nación verde, y de paso saludar a los campesinos. — ¿Saludarlos? —pregunta extrañado. — Pasa que todos ellos amaban a mi difunta madre y cuando los miro es como ver y escuchar pequeños pedazos de ella —bajo la mirada con fingida tristeza— desde que se fue, es lo único que me queda. Es como el legado de mi madre, así como tu bufanda —parece que lo conmuevo. — Puedo acompañarte —se ofrece. — Preferiría que no —le sonrío tratando de cumplir mis recientes planes. — ¿Por qué? —sus ojos me miran con tristeza, con una aparente inocencia y transparencia por no entender la razón de aquel rechazo. — Es algo personal… —bajo la mirada— …no recuerdo mucho a mi madre, así que esas pequeñas historias, esos pequeños recuerdos, me acercan tanto a saber la persona que fue, la mujer que fue y la futura reina en quien se convirtió. Es algo que difícilmente puedo compartir, porque es algo que atesoro. — Entiendo —él me otorga una compasiva sonrisa mientras me toma de la mano y la besa y suavemente toma mi cintura para darme un suave beso en los labios— perdona mi insistencia. — Tranquilo —le sonrío con fingida tristeza— realmente quería pasar el tiempo contigo. Así me despido de él, en medio de la plaza y empiezo a caminar en mi nueva libertad; buscando con insistencia aquella silueta, rogando que siga en el sitio. ¿Dónde podría estar? ¿A dónde podrí haber ido? Camino, casi corriendo, buscando en los puestos y en las orillas de la región sin mucho éxito. Aquellos hermosos ojos azul cielo, aquel sonrojo que cubría su blanca piel y sus cabellos que brillaban como el oro en medio del sol; sus manos firmes y aparentemente suaves que cargaban la bolsa de las compras de la que parecía una gran cena. Todo él me parecía encantador y emocionante. Era como ella, era diferente a ella. Su perro fiel, su sirviente malvado, ¿Qué pasaría si lo volviera mío, sólo mío? ¿Qué pasaría si le arrebatara eso también a ella? Igual, ella debe tener tanto, su libertad, su diversión, ¿Qué le importaría que le quitara un sirviente inútil. — Él podría darme diversión… —susurré para mí con una sonrisa siniestra mientras detenía mis pasos en seco. El estaba enfrente de un negocio de vegetales, con una sonrisa hablaba con la señora encargada mientras buscaba en sus bolsillos “pétalos” –la moneda oficial del país- para pagar su compra. Su mirada era dulce y a la vez firme, y a pesar de su sonrisa se le veía como alguien calculador y frío. — Esa falsedad… —decía mientras el viento se hacía más fuerte, moviendo mi cabello— …me recuerda tanto a mí —me reí mientras de mis manos se escapaba un guante y caía justo a los pies de él. — Esto… —escuché que decía, tomó el guante y alzó su mirada hacía mí. — Hola… —le sonrío mientras con mi mano quito el cabello que tapa mis ojos. Ese fue nuestro primer encuentro directo, su postura era firme y recta con un toque infantil a la hora de encorvar los hombros; su mirada se quedó fija en mí con un fuerte sonrojo en las mejillas, y sus labios temblaron antes de decir alguna palabra. — ¿Puedo ayudarle en algo? —dijo, para luego ver el sello del reino de la rosa en el guante que acababa de recoger. De golpe se hincó y me miro con más vergüenza— disculpe, su alteza. — Descanse, caballero —le hable con un suave tono de voz. — Aquí tiene, su majestad —dijo con voz temblorosa, bajando su mirada al suelo mientras me ofrecía mi guante. Con suavidad tome aquel trozo de tela aprovechando para estrechar su mano, así duré unos segundos, él me miró extrañado con un rojo cubriendo su rostro hasta las orejas. Parecía paralizado, sin saber qué hacer, yo sólo me reí ante aquella infantil reacción, “¿¡Así que este es el famoso sirviente del mal!?” pensé para mí mientras seguía riendo. — ¿Sucede algo? —pregunta extrañado. — Nada… —por fin retiro mi mano de la suya, llevándome el guante— … sólo pensaba en lo lindo que eres. — ¿¡Lindo!? —se sonroja aún más para luego tapar sus labios con sus manos. — Perdona… —le miro, mientras le levanto el mentón— ¿Vas a estar todo el tiempo hincado ante mí? — Ah… no… —él se levanta lentamente mientras se inclina un poco— soy el jefe de mayordomos de la princesa, y futura reina, del reino amarillo: Rin, ¿Hay algo en que este humilde siervo le pueda ayudar? — No se moleste, buen hombre —extiendo un abanico por debajo de mis mangas— sólo buscaba hablar con tan apuesto caballero. — ¿Hablar? —me mira incrédulo. — Sí, hablar —le doy una sonrisa confiada mientras me doy la vuelta y avanzo gentilmente. — Disculpe la impertinencia —dice con una voz un poco fuerte— pero no entiendo de que le gustaría hablar a la princesa del país verde con un humilde siervo del país amarillo como yo. — ¿En serio, no lo supones? —le doy una mirada traviesa que lo hace dar un pequeño paso atrás mientras traga saliva y se me queda viendo fijamente por algunos segundos. — No —me dice con firmeza— ¿Acaso tiene usted asuntos que atender con mi princesa? —su voz se vuelve suave mientras una forzada sonrisa se forma en su rostro— ¿Hay algún asunto pendiente que tenga que tratar con mi país? — No realmente —me rio— ¿Política? ¿No te parece aburrida? — ¿Qué me dice, entonces? —él me mira expectante— no comprendo entonces de que podría usted hablar conmigo. — ¿En serio, no adivinas? —le repito mientras agito mi abanico un poco. — No, realmente no —su rostro sigue sonrojado mientras su postura cambia a una más rígida. — Lo que quiero hablar, es de amor.
"... your happiness caused a disaster". La guerra estalló, fue algo súbito mas no, del todo, inesperado; todo esto era el producto de mis acciones egoístas: el príncipe azul, el sirviente amarillo, dos corazones para mí sola. Mi padre me lo había advertido, pero no había escuchado, habiendo tantas personas en este mundo, tantas personas en el reino, yo había decidido por esos dos. ¿Saben que es lo peor? Que no me arrepiento. — ¡Señor! —gritaba uno de los soldados a mi padre— nos informan que se aproxima una emboscada por el noroeste del reino. Probablemente lleguen aquí al anochecer. — Reúnan a todos los hombres que haya a disposición —decía con tono sereno mi padre— y mandar a todas las mujeres y niños a las zonas seguras del país. — ¡A la orden! —gritó el soldado y salió corriendo de la habitación. Por primera vez, vi a mi padre hacer un lado su corona, darles su manto y bastón a los consejeros del reino y con una mirada temblorosa observar lo que probablemente sería una serie de muertes sin sentido. Él tomó una armadura y una espada y, aquella misma noche, salió al frente de batalla. Lo último, fue un beso en la frente y un adiós. — Princesa —decía un soldado— habrá que resguardarla. — ¿Ah? —le miré consternada por aquella decisión— no… no pienso ir —dije con una voz seria. — Entienda princesa, si usted se queda y muere… —él traga un poco de saliva y posteriormente prosigue con su explicación— …todo queda perdido. — Eso es absurdo —le miro furiosa— una princesa en estos tiempos de guerra, no sirve de nada. — ¡Eso no es así! —me grita, se sonroja y baja la mirada, como arrepentido— el rey no lo cree así, por eso enfrenta esto por usted. — Absurdo —me muevo de forma violenta, dando la espalda al soldado. — Por favor, no sea terca —me toma del brazo, yo me giro y lo abofeteo. — ¡No me toques! —le grito con mi rostro lleno en llanto. ¿Qué es esto? ¿Culpa? Quizás, aunque no lo creo así. Mi padre habría de ir a la guerra por mi causa, probablemente no regresaría vivo y mi corazón daba un vuelco cada vez que pensaba en eso. Pero, aun así, aun sabiendo eso… yo no hubiera cambiado mis decisiones; ¿Por qué hacerlo? ¿Por una princesa caprichosa? ¡No! Yo no podía ceder ante ella, ella que lo tenía todo, esa libertad de hacer lo que quiere y cuando quiere, ¡Nunca iba a bajar mi cabeza por ella, ni por nadie! — El reino azul vendrá a nuestro auxilio, por favor… —ruega mientras aún me sostiene del brazo. Una sonrisa se dibuja en mis labios. — ¿A dónde debo ir? —sereno mi respiración y camino con paso firme. — A una aldea en las fronteras de la región con el país azul, ahí estará segura —ciertamente iba a ser un lugar seguro; debido a mi compromiso con el príncipe azul, tendría la protección de ambos países y difícilmente el país amarillo podría llegar a mí. — ¿Cuánto tiempo deberé de permanecer en ese lugar? —pregunto. — Hasta que la guerra haya cesado —mueve la cabeza a los lados— o por lo menos hasta que tengamos ventaja en el conflicto. — De acuerdo, acataré este último deseo de mi padre —esa misma noche, empaqué un par de cosas y partí, lejos de mi hogar. Era un lugar tranquilo para vivir, no puedo decir más. Me despojé de mis lujosos vestidos, de las joyas, de los costosos banquetes, del fino té de la mañana, y cambié todo eso por una vida humilde como una florista en uno de los barrios más pobres de aquel lugar. Todo era tan fresco, tan vivo, tan lejos de mi realidad que parecía un sueño, como si nunca hubiera sido una princesa y siempre hubiera sido una humilde campesina huérfana, que necesitaba de vender flores para poder comer. Por alguna razón, no tuve conflictos para adaptarme al lugar, fui bien recibida por los habitantes de la zona. Mi hermoso pelo verde, herencia de mi madre, hizo que muchos pretendientes vinieran a mi búsqueda, que las flores se vendieran cada mañana y cada tarde, y los días fueran más fáciles de vivir que en aquel acomodado castillo. — Pobrecita… —decía una chica mientras compraba flores en mi local. — ¿Uh? —yo me quedaba callada mientras escuchaba atenta la conversación de aquellas dos jóvenes. — Nacer con el pelo blanco —decía su amiga. — ¿Albina? —me preguntaba a mí misma mientras cortaba los tallos de las rosas verdes. — Que pena sentiría de mí misma si fuera ella —dijo una de ellas antes de salir del local, después de haber realizado su compra. — Vaya chicas —las miré con cierto desdén mientras acomodaba las margaritas que estaban en la entrada del local y regaba con ahínco los tulipanes. Todos tienen cabello verde, por algo es parte del país de la rosa verde. Es la herencia de nuestro antepasado, el hijo del rey de las tres rosas, y sería raro ver a alguien en esta zona con otro color de cabello, inmediatamente se sabría que es extranjero. Pero… ¿Blanco? No podía evitar reír, que existiera alguien tan aburrido tenía que ser un mal chiste. — Buenos días… —pero un día la conocí. — ¡Buenos días! —dije con una sonrisa mientras la miraba de reojo— ¿Qué le puedo ofrecer? — Rosas… verdes… —su voz era suave, casi inaudible, mientras desviaba su mirada de la mía. Sus ojos eran de un tenue color rojizo, y su pelo era completamente blanco, como el de una mujer mayor. — ¿Cuántas necesita? —me acerco a ella mientras, impulsivamente, le hago a un lado el pelo del rostro. — ¡Ah! —ella se hace para atrás, por la sorpresa, pisando la orilla de su vestido y causando que cayera de pompas en el suelo. — ¿Todo bien? —inmediatamente me alejo del mostrador para acercarme a ella. — S-sí… —ella me mira, su rostro está totalmente rojo, como un tomate. — ¿Hice algo indebido? —le miro. — No… no realmente —ella baja la mirada, casi llorando. — ¿Segura? —le toco su brazo, intentando levantarla del suelo. — Perdón, yo… siempre… causo problemas. — No digas tonterías —comienzo a reír— fue un accidente. — Perdón… —ella me mira una vez más y no puedo evitar sonreírle. Podría decirse que ese fue nuestro primer encuentro, pero no el más importante; pasaron los días: tan cálidos, tan suaves, tan tranquilos, llenos de paz y armonía. Mi rutina había cambiado de una manera abrupta. Ahora, por las mañanas, en lugar de ser despertada por las mucamas, la luz de la mañana era la que me hacía madrugar, en lugar de desayunar unos deliciosos panqueques con miel y té, mi desayuno era un pedazo de pan duro con agua, ya no me vestían ni me llenaban de lujosas joyas, ahora tenía que ir cada mañana al gran árbol, que se encontraba en un bosque cerca de la ciudad, para recoger semillas. Y así, era cada día ahora para mí. Aún recuerdo esa mañana, cuando dormía en la rama de aquel enorme árbol, el viento en mi rostro me hacía sentir bien; en eso escuché la tenue voz de una chica: “Por favor, Dios, concede mi deseo”, y al tratar de ver quien era, caí contra el suelo. — ¡Ah! —ella grita mientras corre a mi auxilio— ¿¡E-e-está usted bien!? — S-sí… —comento con timidez mientras ella empieza a llorar de la angustia. Era la chica de pelo blanco. — Tal vez debería llevarla a un doctor —comenta mientras me ayuda a levantarme. Su rostro totalmente enrojecido y con rastro de lágrimas. — Ya, tranquila —le doy unas palmadas en la espalda— Mejor, ¿No gusta usted tomar un poco de té conmigo? Ella me mira, al principio sin saber que decir, baja la mirada, la sube y me mira con una sonrisa llena de lágrimas mientras asiente con alegría. Como si fuera la primera vez en mucho tiempo que alguien le habla dulcemente, y la primera vez en que yo puedo hablar con alguien como una persona normal y no como una princesa. Los recuerdo que tengo sobre ella, quisiera guardarlos siempre en mi corazón. Todo era tan apacible, tan ingenuo, tan perfecto, que me sentí nuevamente viva; yo no era una princesa, sólo una aldeana más, y ella… era mi amiga. Mi vida había cambiado, entre la florería, ella y algunas cartas que intercambiaba con Len, el sirviente de la princesa amarilla. Sabía que eso era un error garrafal, pero la verdad, es que un día mi corazón tuvo la imperiosa necesidad de saber de él, de volverlo a ver. Aún recordaré como debajo de aquel enorme árbol, él vino encubierto y me juró amor eterno. Yo ya no quería ser una princesa, yo ya no quería al príncipe azul, aunque era muy tarde para decirlo cuando la guerra había estallado y mi padre ya había fallecido en ella; yo sólo quería una vida normal, como una chica normal, casarme y tener hijos, yo no quería volver al palacio, la guerra acabara o no. — ¡Huyamos! —un día le dije a Haku, una tarde de otoño, debajo de aquel enorme árbol donde nos conocimos. — ¿Ah? —ella me miró desconcertada. — Ya no quiero estar aquí —ella no preguntó más y sólo asintió con la cabeza. Eso iba en contra del último deseo de mi padre, era traicionar a mi país, pero no me importo. La guerra iba a acabar a nuestro favor, eso era un hecho, pero yo no volvería al trono, no podría. ¿Era mucho pedir querer ser una simple aldeana con un empleo humilde, con una fiel amiga y un dulce amante? Ya nada me importaba, porque algo en mi corazón había cambiado. Caímos en la casa de una comerciante de la ciudad principal del reino verde, ella vendía joyas preciosas y era sumamente amable; recuerdo que nos contrató como mucamas, era un poco irónico saber que ahora yo haría el trabajo que alguna vez alguien hizo para mí sin dudar. Aun así, me sentía bien, me sentía viva. No me importaba ensuciar mis manos para limpiar la casa; aprender a cocinar fue difícil, pero lo hice; no me disgustaba arreglar el jardín de rosas de aquella casa ni dormir en un lecho de paja. De algún modo, aquella nueva vida, aquellas cosas tan burdas y sucias, me hacían feliz como nunca lo había sido, y eso no era un pecado. — ¿Qué haces aquí? —pero un día, en medio del jardín de rosas verdes, él apareció. — Príncipe Kaito… —me sonrojé al verlo. ¿Cuántos años llevábamos en esta horrible guerra? Yo ya le hacía muerto, pero ahí estaba, frente a mí… sonriendo con tristeza. — Te he buscado por tanto tiempo —dijo mientras se arrodillaba ante mí— ¿Por qué te fuiste? — Yo… —pero antes de que pudiera hacer algo, él me abrazó fuertemente contra su pecho. Su aroma, era el mar. Lloré fuertemente aquella noche, Haku lo interpretó como el llanto de una amante desolada, pero en realidad era el llanto de mi corazón roto al tener que aceptar ese obscuro destino. Él me había buscado todo ese tiempo, y me había encontrado, sus guardias ahora vigilarían aquella morada y cuando la guerra terminara, me tendría que casar con él. — No quiero esto… —susurré y aquella noche me levanté y le escribí una carta a Len, el sirviente de aquella egoísta princesa. “Por favor, sácame de aquí”, rogaba en mi mensaje, de una forma egoísta. Me escabullí para enviar la carta y regresé a la casa, de la comerciante para la que trabajaba, nadie se percató. Aunque podía salir por pequeños periodos de tiempo sin que nadie lo notara, por muy lejos que fuera, el príncipe azul me encontraría de inmediato al notar mi ausencia al día siguiente, pero quizá Len sabría qué hacer, quizá él podría darme la vida que tanto estaba añorando. Pasaron los días y mi corazón se partía cada vez más; yo ya no quería ser princesa, no quería volver ahí y tampoco quería gobernar. Aun cuando todo esto era mi culpa, no quería hacerme responsable del reino, no lo haría, no podría. La vida era mejor sin esas obligaciones tan ostentosas, era más natural, más flexible. — Quizás esta era la vida que llevaba mamá —me susurré una noche, mientras admiraba la luna llena. Y a la mañana siguiente, una carta llego a mí, era mi verdadero amado. Aquel joven sirviente de cabellos dorados; él era el único que me hacía sentir viva, que me hacía sentir humana. Obviamente, nuestro amor no podía ser, no mientras yo fuera princesa, pero si escapábamos, yo podría estar con él, casarme con él y tener una familia con él. — Por favor Len, llévame lejos —oré aquella tarde en la iglesia de la ciudad, cuando salí a comprar las cosas para la cena. Era una fresca mañana y todo, de algún modo, volvía a brillar para mí. Se notaba la época de guerra, no había hombres jóvenes en la ciudad y los negocios escatimaban en la cantidad de producto que vendían al día por casa. Los dependientes eran mujeres o ancianos, que con tranquilidad atendían a los pocos refugiados de la ciudad. La señora para la que trabajábamos, era sumamente amable y hacía constantemente donaciones para los soldados que se encontraban en medio de la guerra, por lo que le tenían cierta consideración con la cantidad de alimentos que le vendían por día. Eso era beneficioso, porque a pesar de ser mucama, puedo decir que comía bien. Todo parecía un sueño, la cita estaba acordada para la media noche; yo saldría a hurtadillas y escaparía con él, muy lejos de este país y de los caprichos egoístas de aquella princesa. Yo dejaría mi título, mi vida anterior, con tal de ser feliz a su lado, de sentirme viva, como un ser humano, como una joven de dieciséis años y no una joven heredera. Por primera vez, tenía un inocente deseo, algo que no tendría por qué lastimar a nadie. Recuerdo la cena de aquella noche, había sido una sopa de habas con té de rosas, de postre habíamos comido un delicioso flan y la señora había decidido dormir temprano. Recuerdo como tomé las manos de Haku aquella noche, antes de “dormir”, y como le sonreír y le cantaba una vieja canción que solía tararear mi madre para mí. — Mañana iremos a la fuente de la promesa, ¿Verdad? —pregunta con inocencia mientras se acurruca en la dura cama. — Mmm… sí —respondo tímidamente, sabiendo que es una mentira y probablemente sea la última vez que nos veamos. — ¿Sabes? Desde que estás aquí, veo el mundo de otra forma —ella comenta— siento que por primera vez tengo un lugar en el mundo, más allá de ser un simple estorbo. — No digas absurdos… —le miro en medio de la obscuridad, cada una acostada en su propia cama— tú no eres un estorbo, y nunca lo serás. — ¿En serio? —pregunta. — Sí, eres una de las personas más nobles que conozco y… —trago un poco de saliva— también, desde que te conocí, siento que algo ha cambiado en mí. — ¿Qué cosa? —ella pregunta con curiosidad. — Yo… yo he cambiado —respondí— porque, desde que te conocí, siento que hay más en la vida para mí que el hecho de ser un simple adorno. — No entiendo —me extiende su mano entre toda la obscuridad del cuarto, yo la tomo— pero si de algo te he servido… ¡Me siento feliz por ello! —no puedo distinguirla bien, pero puedo casi asegurar que estaba llorando. — ¡Gracias, Haku! —y así, agarradas de la mano, ella cayó dormida y unos minutos después la solté y me dediqué a arreglarme. Recuerdo que antes de irme le besé la frente y partí. ¿Cuánto caminé en medio del bosque? No lo recuerdo, sólo sé que a los pocos minutos de que llegara a la frontera del mismo, podía escuchar unas explosiones, disparos y gritos, habían invadido la ciudad principal. Aun así, no me detuve y seguí caminando, buscando con ahínco a aquel adorable siervo. — Hola… —por fin lo encontré, cubierto con una capucha café. Él me miró fijamente e hizo una tímida sonrisa. — Buenas noches, princesa —dijo mientras me ofrecía su mano. — ¡Muchas gracias! —le tomé sin dudarlo mientras le daba un ligero beso en la mejilla, él apartó la mirada. Subimos a un caballo y cabalgamos un par de horas, acercándonos a aquella aldea donde había vivido un tiempo como florista. La aldea estaba deteriorada, parecía que la nación amarilla había acabado con ella, y eso explicaba porque no me habían obligado a volver a allí. — La princesa amarilla te busca —susurró Len. — ¿Cómo logró llegar hasta aquí? —pregunté. Era frontera con el país azul, era casi imposible que el ejército amarillo llegara hasta aquí sin pasar por encima del ejercito azul. — Conforme avanzó la guerra —empezó a hablar Len, mientras nos movíamos hacía el bosque cerca del gran árbol— nuestros soldados fueron capaces de encontrar un hueco para llegar a esta zona del país. Las defensas del príncipe azul fueron al frente de batalla, dejando aldeas como estas, desprotegidas —eso explicaba la angustia de Kaito cuando me encontró. — Eso es terrible… —comenté. — Llegamos —Len se detuvo enfrente del gran árbol y bajo primero para ayudarme después a mí a bajar— sería bueno descansar un poco. — ¿Aquí? —pregunté un poco confundida. — ¿Le incomoda la idea, princesa? —me pregunta. — No realmente —me sonrojo y le sonrío— porque aquí fue el lugar donde nos dimos nuestro primer beso, donde me juraste amor eterno. Es un bonito recuerdo —Len se queda callado mientras yo me acerco más al árbol, tocando su corteza. Hice a un lado las hojas que se encontraban en el suelo, y me senté mientras suspiraba, ya casi iba a amanecer, habíamos viajado toda la noche y sólo quería descansar. Fue en ese momento que vi la mirada de Len, su mirada era vacía y fría, mientras sostenía una daga entre sus manos. — ¿Len? —pregunto mientras le miro un poco aterrada. Él no reaccionó y me tomó del cuello, poniéndome contra el árbol, en ese momento lo supe, él no había ido a rescatarme, él no escaparía conmigo, él había ido a matarme. Instintivamente forcejeé, pero me rendí al sentir su mano encajarse contra mí, al sentir el filo de la navaja cortar mi piel, y manchar mi vestido. — L-len… —susurré mientras ponía mis manos en la herida, y estas se llenaban de sangre. Lo miré fijamente y me encontré con su rostro cubierto en llanto, y en su mirada confusión. Mientras las hojas caen grácilmente de los árboles. Las heridas de mi vientre arden terriblemente mientras veo sus aterrados ojos azules verme fijamente; o sus bellos cabellos rubios, tan sedosos y amables, como adoraba acariciarlos, como adoraba sentirlos entre mis manos. Lentamente noto que me cuesta respirar, y mis latidos se vuelven cada vez más lentos, este presiento será el final. Acaricio, por última vez, su pequeña mejilla, manchándola con mi sangre, impregnándole con mi interior. Le sonrío, él cierra los ojos, se aparta, tomando su caballo se va galopando lejos de mí. Y el silencio del bosque fue lo último que logré escuchar. Recordé a mi padre y su advertencia al respecto, lloré al saber que por mi culpa había muerto. Lo extrañaba tanto, extrañaba a mi madre, y me sentía tan sola; todo, de algún modo, había sido mi culpa y aunque no me arrepentía del final, muchas personas seguirían sufriendo por mi causa, incluso Len. — Ah… lo siento —susurré mientras me dejaba caer en un profundo y magnifico sueño, sin miedo a nunca volver a despertar. No viviría una vida normal, no me casaría ni tendría hijos, y tampoco podría volver a sentir la libertad que había experimentado todo ese tiempo. Pero por lo menos no volvería a ser princesa, no me volvería a sentir enjaulada, no viviría con limitaciones, y eso… era algo.
Siempre pensé que la culpa era de Rin, por ser egoísta y caprichosa; simplemente el amor es algo que no se puede obligar, sin embargo tu relato me dejo en claro que también Miku fue gran culpable de lo que sucedió. Ella quizá fue incluso más egoísta pues deseaba su vida al lado de Len y aparte de eso desligarse de sus responsabilidades. Para serte sincera, nunca me dolió su muerte xD Sentí más lastima por Len que tenía que matar a la persona que amaba que por ella que solo quería una vida normal. Bueno ;-; No todo se puede lograr en la vida y todos sabemos que esto no tendrá un final feliz. Es un placer leerte Yoko /u\ Espero saber de ti pronto :3
Tercera Parte “I will never forgive you!” Hace mucho, mucho tiempo, en algún lugar, existió un horrible reino, lleno de traición y maldad. En ese lugar, había un pequeño pueblo en las fronteras del reino; y ahí vivíamos mi esposo y yo. Él era uno de los soldados de la joven princesa, mientras yo me encargaba del jardín de rosas amarillas que cultivábamos en nuestra pequeña granja. Todos me llamaban “la dama de rojo” por el peculiar color de mi cabello que se asemejaba al rojo vivo de una fogata en medio de la noche, o eso solían decir los niños cuando corrían cerca de mis campos. No vivíamos con muchos lujos, puesto el dinero escaseaba para los pueblerinos del reino, incluso para los militares que trabajaban para la joven princesa. Así que, por la falta de suministros, muchos de nuestros animales murieron de inanición, las flores se volvían más difíciles de cultivar y los alimentos para nosotros se volvieron muy limitados. Mi marido y yo teníamos un pequeño niño, él cayó enfermo por la mala alimentación que sufría como consecuencia de la falta de dinero y suministros, y falleció; recuerdo que mi esposo y yo lloramos toda la noche mientras repetíamos la plegaria: “Es por nuestra princesa, en honor a la futura reina”, mientras tragábamos amargamente el odio que florecía en nuestro corazón. — ¿¡Por qué debemos someternos así!? —mi esposo gritaba dentro de la casa, en una acalorada discusión. — ¡Es por la princesa! —abogaba en mi inocencia— ella hace lo que puede para… — Pamplinas… —sentía su fuerte mano, furiosa, chocar contra mi mejilla; la sangre corría por mi labio y las lágrimas fluían a través de mis ojos— … ¿Cómo puedes decir eso después de lo que le pasó a nuestro hijo? ¿Acaso eres tonta? — Yo… —me quedaba en silencio, sollozando, mientras veía a mi marido partir cada noche. Me derrumbaba al suelo y empezaba a llorar desconsoladamente. Debía haber una razón, tenía que haberla; estábamos sacrificando tanto: nuestro alimento, nuestra seguridad, nuestros hijos, todo para agradar a nuestra princesa. Yo quería creer que había una razón más grande para esto, pero por más que la buscaba, no la encontraba; aun así, callé, no quería problemas de ningún tipo, yo quería rehacer mi vida junto a mi marido y comenzar de nuevo, hasta que funcionara. Fui tan ingenua. Mi marido empezó a organizar un golpe de estado, todo esto sin que yo lo supiera, al ser un soldado de la princesa podría tener contacto directo con los hombres que trabajaban para ella y podía empezar a reclutar personas que hubieran sufrido las mismas condiciones inhumanas que nosotros sufrimos. Cada noche, él salía a caminar, o eso me decía, pero la realidad era que iba al sótano de un viejo bar a reunirse con sus camaradas. Claro que supe eso, mucho tiempo después. Yo era tan pasiva sobre el asunto, que mi esposo jamás me contaba nada; quizá le molestaba la forma tan “calmada” en que tomaba las cosas, o el hecho de que jamás había reclamado sobre las injusticias que acontecían sobre mi familia. Sólo me quedaba admirando las rosas amarillas, que con esfuerzo florecían cada tiempo. Era lo único que quedaba vivo en mi corazón, las rosas que arrancaba cuidadosamente para hacer un ramo que llevaría a la tumba de mi hijo cada mes, y entonces me sentaría a los pies de ella a llorar mientras le contaba las cosas que estaban sucediendo en su ausencia. — Tu madre se siente sola, pequeño mío —susurraba mientras me embriagaba con mis lágrimas y los pétalos de las rosas eran arrancados, uno a uno, por mis manos— extraño tanto abrazarte y sentir tu aroma —y mientras lloraba, empezaba a cantar la canción de cuna que entonaba para él en las frías noches, esto lo hacía con intención de calmar mi dolida alma. Y al llegar, en la noche, a casa, todo estaba solo, mi esposo se encontraba fuera y yo me sentaba junto a la ventana a ver las estrellas del cielo, imaginando que una de ellas era mi querido niño, vigilando a su papá y mamá desde arriba. Las noticias viajaron, y empezaron los rumores de que se estaba planeando un golpe de estado contra la princesa y planificando su muerte para liberar al reino de la opresión que sufríamos por parte de ella. Yo no dije nada al respecto, ¿Qué podía opinar una mujer como yo? Yo sólo quería que los problemas acabaran pronto, y poder arreglar las cosas con mi esposo. Pero no sabía que esos rumores serían el inicio de esta historia; se decía que el golpe de estado era dirigido por un joven soldado de la princesa, el cual tenía un jardín de rosas amarillas que cuidaba junto a su esposa: mi esposo. Y antes de darme cuenta, mi casa estaba rodeada por militares del reino, los cuales aprendieron a mi esposo frente a mí. — ¡Suéltenme! ¡Malditos cerdos! —él forcejeaba, mientras gritaba lleno de ira— ¿¡Acaso les han lavado el cerebro!? ¡Estúpidos cerdos lambiscones! — ¿Qué sucede querido? —empecé a llorar de desesperación mientras jalaba uno de los brazos, de un soldado, que sostenía a mi esposo— ¡Por favor! Suéltelo. — No estorbe… —dijo el soldado entre dientes, mientras me empujaba y me hacía caer al suelo. — ¡Por favor! —y sin poder hacer nada, vi cómo se llevaban a mi esposo lejos; lo subieron a un carruaje, con las manos esposadas en tablones de madera, y él me miraba a través de la ventana del carruaje. Fue la última vez que nos vimos. Yo no quería perderlo, era lo último que me quedaba. Estaba perdiendo, poco a poco, todo lo que me rodeaba; muchos creerían que perder un hijo es el punto de quiebre, pero para mí fue mi esposo. Porque aún, en ese momento, yo creía en la sabiduría del gobierno del reino, creía que todo tenía un propósito que exigía pequeños sacrificios, aun cuando esos sacrificios fueran la vida de uno mismo. Recuerdo como me paré con dificultad y empecé a correr por el camino, mientras gritaba: “¡Quiero ver a la princesa! Suelten a mi marido”, mi corazón se aceleraba cada vez más, al punto de que pensé que en cualquier momento dejaría de latir. Estaba desesperada, con la boca seca y el cuerpo lleno de sudor mientras llegaba a la villa del reino y subía escaleras arriba. Recuerdo que vi a los soldados, en hilera, frente a la puerta del castillo y cuando les exigí entrar, me empujaron nuevamente al suelo. Lloré y supliqué, pero dijeron que la hora de visita para ver a la princesa había terminado y tendría que regresar mañana. No me fui, me quedé al pie de la enorme escalera, sentada y pasé la noche ahí, recuerdo el frío que hizo y como los mosquitos picaban mi piel y la dejaban llena de ronchas. Pensé en los viejos tiempos, en cuando mi hijo aún vivía y mi esposo era feliz con nosotros, pensé en los animales de nuestra granja, en las rosas del jardín, y refugié mi rostro en mi falda mientras lloraba ante aquel recuerdo. Yo estaba perdiendo todo, incluso mi corazón; yo me estaba volviendo loca. Cuando amaneció, y por fin pude entrar para ver a la princesa, mis pasos fueron guiados a través de un enorme cuarto cubierto por una enorme alfombra de terciopelo, el olor de las rosas era penetrante, y la luz entraba a montones. Era totalmente diferente a las casas del campo donde vivía, y eso me dio escalofríos. — ¡Se anuncia a la aldeana Meiko Garden! —gritaron los soldados uno a uno mientras camino por la roja alfombra. Todo mi cuerpo temblaba y mis manos pasaban nerviosamente sobre mi pelo rojo, miraba las columnas de mármol, los lujosos cuadros y las hermosas ventanas que me hacían sentir cada vez más asustada. Y al final, mi mirada, se dirigió hasta el gran trono donde estaba sentada una chica pequeña envuelta en un pomposo vestido amarillo con encaje negro, su corto cabello amarillo caía graciosamente sobre sus mejillas, y este hacía un contraste hermoso con sus ojos azules; ella tenía un rostro gentil. — ¡Hable! ¿Qué desea? —dijo con una voz autoritaria, extendiendo un abanico, que lo único que me dejaba ver eran sus brillantes ojos azules. — ¡Vengo a abogar por mi esposo! Bruche Garden… —dije, armándome de valor. — ¿Bruche Garden? ¿Quién es ese? —por un momento me quedé perpleja, era la primera vez que conocía a esa princesa, no, esa niña; la cual había causado el sufrimiento de muchos, mientras se veía viviendo muy cómodamente en ese castillo. La cual había sido la causa de la muerte de mi hijo y, en ese momento, de la condena de mi esposo; y ni si quiera era consciente de quién era él. — Es… es el hombre que usted condeno a muerte por traición —dije, bajando la mirada. En ese momento me pregunté: “¿Ésta es realmente la princesa a la que tanto tiempo he sido fiel?”, y por primera vez comprendí las palabras de mi esposo y las razones por las que reaccionaba así ante la muerte de nuestro hijo. — ¡Oh! Ese perro traidor —comentó con frialdad, mientras yo me estremecía con una sonrisa nerviosa sin saber exactamente qué decir. — ¡Él no es ningún traidor! ¡Él no sería capaz! —grité con la voz temblorosa, con cierta incertidumbre sobre si era verdad o no lo que estaba diciendo— él y yo hemos sido unos de sus más fieles siervos y hemos seguido una, y cada una, de sus reglas. Hemos criado animales para su ejército y entregado su carne a su palacio, sin exigir nada a cambio; cultivando las rosas amarillas de su castillo y rezando día y noche por su seguridad. — Su esposo organizaba un golpe de estado contra mí —dijo con una voz fría. — ¡No es así! Por eso su majestad —lloré y supliqué clemencia para él— ¡Perdone la vida de mi esposo! —me tiré al piso y, entre lágrimas, supliqué clemencia— mi marido que es soldado en su ejército y yo una botánica encargada de cultivar las rosas amarillas, emblema de nuestra nación, todo por su majestad. — ¿Por qué debería yo perdonar la vida de un traidor? —preguntó molesta, en sus ojos se veía un rasgo de indiferencia mientras sus mejillas se coloreaban de un tenue color rojo. — ¡Porque no somos traidores! —grité desesperada— todo es un mal entendido, palabras falsas —mentí, sin saber la verdad, porque sabía que todas las pruebas contra mi esposo eran bien infundadas y tenían una razón de ser. — ¡Basta! —su voz resonó por toda la habitación, y sus ojos irradiaban ira mientras se levantaba de su asiento y me observaba fijamente— ¡Llévensela! —dos guardias llegaron por detrás, y cada uno me tomó de un brazo, intenté zafarme para seguir suplicando clemencia; pero entonces la escuché, escuché su risa y vi en su rostro la indiferencia y la burla. Mis ojos se abrieron completamente; por primera vez vi a la que era mi princesa y futura reina, vi la maldad encarnada en el cuerpo de esa pequeña niña y me sentí humillada. No sólo el pueblo moría en la miseria, careciendo de todo; no sólo había perdido a mi hijo por esa infame y tenido innumerables discusiones con mi esposo por defender a esta mocosa, yo lo había perdido todo, incluso mi dignidad. Las lágrimas salieron nuevamente de mis ojos, pero mi cara dio un cambio total. Ya no la miraba como una inocente y dulce princesa, ante mis ojos era una chica ruin y caprichosa, y sentí como la sangre me subía a la cabeza y mi corazón ardía en ira contra ella. Deseaba que sintiera mi dolor, todo lo que sentía en ese momento. — ¡Bruja! ¡Bruja! —grité mientras pataleaba— ¡Maldita seas! —grité más y más fuerte y, ante la impotencia, empecé a escupir la alfombra como muestra del desprecio que sentía en ese momento— ¡Ojalá te pudras en el infierno! —lo desee con el corazón, y aún lo deseo. — Charlatanería de plebeyos —dijo con una sonrisa— es mejor que vayas a casa mujer y aceptes que tu esposo irá a la guillotina mañana —nuevamente tomó su abanico y lo expandió para ponerlo frente a su rostro; sus ojos brillaron con mayor intensidad, como si estuviera disfrutando de mi sufrimiento. — ¡Demonio! ¡Bruja! —ella me seguía observando mientras gritaba cada vez más fuerte, hasta que mi garganta se llenó de dolor— ¡Me las pagará por esto! ¡Me las pagará! —me sacaron del salón y del castillo, me aventaron por las escaleras causando que me dislocara un brazo y me costara levantarme. En ese momento no entendí por qué no me había condenado después de todo lo que le había dicho, deseaba tanto que lo hubiera hecho, deseaba morir; sentí mi corazón partirse en pedazos mientras deseaba estar ha lado de mi hijo, mientras deseaba que todo fuera una mentira y estar en los brazos de mi amado, una vez más. Lo desee con el corazón, que me hubiera condenado, que yo hubiera muerto. La realidad, es que ella debió haberlo hecho. Caminé lentamente por la villa hasta mi pueblo, mientras el sol quemaba mi cuerpo, mi brazo dolía horrores y mis pies se entumecían. Al día siguiente mi esposo iba a ser ejecutado, y yo no quería ver eso, yo no lo hubiera soportado; no sé si hice lo correcto al no ir. A veces me pregunto cómo se sentía él en el calabozo, ¿Estaba asustado? ¿Estaba decepcionado? ¿Furioso? ¿Triste? Me pregunto sobre su rostro antes de morir y perder la cabeza, sobre sus últimas palabras ó su último pensamiento; pero jamás lo podré saber. Esa noche me quedé suspirando al pie de mi casa, viendo las estrellas y la luna nueva en el cielo; lloré hasta quedar dormida. Mi esposo murió, y su cuerpo me fue entregado días después, lo enterré junto al cuerpo de mi hijo, por lo menos ellos podían descansar en paz y lejos del infierno que era el país amarillo. Al amanecer, vi las rosas amarillas y sentí que me hervía la sangra, nuestra princesa era llamada “la rosa amarilla”, por su exquisita belleza, y esas flores inevitablemente me la recordaban. Como una loca, tomé mis tijeras y empecé a cortar y destrozar cada rosa que había en mi jardín, esas rosas que cuidé y cultivé durante años ya no valían la pena porque sólo aumentaban mi dolor. Desaparecí hasta a la última flor amarilla, deseando que fuera aquella princesa, pidiendo por su muerte y llenando mi corazón con deseos de venganza. — Ojalá se muera… —susurraba— …esa bruja asquerosa, desearía que desapareciera. Esa noche decidí que sería yo quien acabaría con esa horrible flor, que liberaría a este reino y continuaría con los deseos de mi esposo. No sólo para vengarlo a él y a mi hijo, sino para vengar a todo el país que había sido sometido a sus injusticias, que vivía con miedo, dolor, miserias y humillación, todo por los caprichos de una mocosa como ella. Nosotros éramos un juguete para ella, algo que si se rompía no tenía la mayor importancia, por ende, era fácilmente desechables. Pensar en eso me hacía sentir más furiosa, porque hasta las flores que acababa de destrozar, tenían más corazón que ella y no eran culpables de mi ataque de ira. Después de ir al médico, recuerdo que rasgué mis ropas y me puse la ropa de mi esposo, me quedaba un poco grande, así que la ajusté con la aguja y la acomodé a mi talla. Yo estaba decidida a que yo iba a cambiar e iba a vengarme de esa mujer, iba a hacer sufrir y sería yo la que reiría en su agonía. Decidí condicionar mi cuerpo para mi objetivo, levantándome cada madrugada a correr, haciendo sentadillas, lagartijas, levantando cajas y golpeando el tronco de los árboles. Ya no sería una mujer débil, no sería esa tierna botánica que había sido expulsada tan fácilmente del castillo, yo al final era la mujer de un militar y no perdería fácilmente ese orgullo. Si eso significaba dejar mi feminidad, dejar atrás las flores que amaba, y sonreír con mis seres queridos. Si pensaba en mi difunta familia, eso me daba la fuerza para continuar con aquel extenuante entrenamiento; yo iba a ser la fuerza, la ira en carne y hueso, e iba a pelear como las grandes. No sabía cuándo o cómo, pero sabía que debía hacerlo. Luego corrió un rumor: “La princesa amarilla se ha enamorado”, dijeron en el pueblo, no le di mayor importancia, no pensé que eso cambiaría las cosas. Pero que equivocada estaba. Su amado príncipe de azul la rechazó y se enamoró de la princesa del reino vecino, el país verde; supongo que eso fue humillante y le hizo perder la poca cordura y compasión que le quedaba, puesto al poco tiempo decidió iniciar una guerra con el país verde. Todos los hombres fueron reclutados, fueran soldados o no, y obligados a ir a la guerra contra un país que tenía todas las de ganar. Eran tan pocos los recursos que nos daban, que era un suicidio ir contra tal país. Y vi a muchos amigos míos irse, de los cuales la mayoría jamás volvieron. ¿Cuánto duro la guerra? Fue ridículamente larga, y si el alimento ya escaseaba, en esa época se había vuelto casi imposible encontrarlo. Cuando pasaba por las tiendas del pueblo en busca de pescado o avena, no tenían nada y los comerciantes empezaron a limitar las ventas por persona. Eso causó la muerte de las personas: dentro y fuera, del campo de batalla. Muchos niños y ancianos murieron durante ese periodo por desnutrición, puesto eran las personas más vulnerables en ese periodo; y por si no fuera poco, se nos exigieron más recursos de los que podíamos ofrecer para la guerra. Muchas familias fueron despojadas de sus hogares por no poder pagar los altos impuestos que exigía la princesa, y muchas mujeres también perdieron a sus maridos a causa de esa guerra. Las lágrimas abundaron y nuestras tierras se tiñeron de sangre mientras muchas personas maldecían a nuestra princesa. Si había una pisca de lealtad a aquella caprichosa niña, desapareció después de los sacrificios que fueron provocados por su pequeño capricho. Muchos se cuestionaron por qué nadie terminaba esa guerra, por qué se había encaprichado con aquel príncipe, y por qué era tan cruel con su pueblo. La guerra duró meses antes de que llegara la noticia de que la princesa verde había sido asesinada por un espía de nuestro país. Muchos pensaron que la guerra acabaría después de eso, pero la verdad es que era sólo el inicio de algo mucho más grande. Los soldados y campesinos estábamos hartos de las injusticias que se cometían con nosotros, estábamos llenos de ira e indignación y exigíamos justicia a gritos. ¿Dónde estaban nuestros derechos? ¿Dónde habían quedado? Fue entre todo ese montón de quejas, que lo supe, que había llegado el momento de entrar en acción y por fin tomar mi venganza, por fin liberarnos de esa mocosa engreída. Ella debió matarme cuando pudo, debió hacerlo. Yo entré a mi casa y saqué las cosas de mi difunto esposo: una armadura roja, una enorme espada; empecé a lustrarlas y afilarlas, después de eso tomé la espada de mi esposo y corté mi largo cabello rojo. Me negaba a seguir siendo una simple campesina, me negaba a seguir siendo una débil y frágil mujer; yo iba a defender mis derechos, a vengar las injusticias que recibí y abrir paso a una nueva era. Si debía convertirme en un soldado para lograrlo, lo haría, y lucharía dignamente hasta el final. Después de probarme la armadura, tomé la espada y salí fuera de mi casa. Mi esposo quiso iniciar un golpe de estado y murió en el intento, pero yo iba a tomar su voluntad y luchar por los nuestros. — ¡Muerte a la bruja! —grité. Los aldeanos del pueblo tomaron lo que encontraron: palos, tridentes, antorchas. — ¡Muerte a la bruja! —y me siguieron.
Hay, siento que llego muy tarde a leer esto </3 ¡Hola! Primero debo decir que me fascina la trama, como lo narras, y esta muy bien redactado. Tu fic contiene una de las tantas canciones que amo, me emocioné apenas comencé a leerlo. Le has captado una gran esencia, me ha atrapado completamente <3 Que decirte, es hermoso. No tiene errores ortográficos, sólo un que otro acento en algunas palabras. Pero no es muy relevante, de ahí en más, ¡Esta perfecto! ¡Hay! Quiero que la continúes, está por llegar una de las partes que más me alegra, entristece y enfurece, una mezcla muy emocionante >w< ¡Saludos! Luix~
“I told you that you would pay me” Que inclemente puede ser la guerra, que injustas son las muertes; eso pensé estando ya en el campo de batalla. Todo había sido ridículamente duro desde entonces y a veces olvidaba por qué estábamos en medio de esa guerra sin sentido. ¿Qué nos motivaba a caer y a morir? Muchos me llamaron injusta, pero jamás me importó que dijeran eso de mí; al final, ¿Qué sabían ellos? ¿Qué sabrían de mí? Yo tenía mis razones de estar en este campo de batalla, y los pecados de aquella princesa no iban a quedar impunes. No importaba cuántas cabezas tuvieran que rodar para que ella pagara lo que me había hecho; pero iba a pasar, devastadoramente, sobre cada cuerpo, cada cadáver, llenando mis manos de sangre, si con eso podía hacerme de justicia. Sí, ella era la hija del mal, pero yo… era la hija de la venganza. Ya no había rosas amarillas, sólo rosas rojas, las cuales rodeaban el campo de batalla. La princesa se oculto detrás de un ejército que poco a poco la iba traicionando para no morir en el proceso. Igual, esas son otras historias, que por ahora no voy a contar. ¿Saben? Es curioso, alguna vez yo fui una de sus siervas más fieles y con decoro cultivaba las flores amarillas que en su mesa se posaban; creí en su palabra, y seguí su ley con fuerza, y mi esposo… bueno, ciertamente abrió los ojos mucho antes que yo, y su muerte se encargó de mostrarme la verdad, ésta cruda verdad. Esta armadura, ésta espada que hoy cortaba cuerpo por cuerpo, que despedazaba cada cuerpo que se ponía en mi camino; hoy por hoy, era el legado que mi esposo me había dejado para dar libertad a nuestro hambriento pueblo. Hambre, penuria, una guerra sin sentido, ¿Acaso merecíamos esto? ¿Nosotros? Que fieles habíamos cumplido cada uno de los caprichos de la que creíamos santa de nuestra devoción, a la hija de nuestro amado y difunto rey, la que era la herencia de lo que se supondría sería un legado de orgullo y belleza. Mi corazón se llena de tantas ideas, que me es difícil enfocarme en una sola. El mejor momento para atacar había empezado, la guerra con el reino verde había sido un escenario perfecto para nuestros movimientos, o eso pensé en su momento. El ejercito al frente era pobre, y no podría tan fácilmente contra un golpe de estado como el que estaba sucediendo en estos momentos. Todos dicen que fui yo quien orquestó esto, pero… ¿Esa es la verdad? ¿Puedes levantar a un pueblo entero contra alguien que realmente ha sido bueno? ¿Los panaderos, los campesinos, abandonarían sus justas labores para levantarse contra un soberano clemente y misericordioso? No tengo porque decirlo, pero ella fue la que fue acumulando grano por grano de desesperación, de dolor, de tristeza, y sólo faltaba quien empujara la montaña cuesta abajo y la ahogara con todo aquello que ella había cosechado. La princesa verde había sido víctima y su padre habría de morir por protegerla, ¿La razón? Nuestra princesa se encaprichó con cierto príncipe, y por él mando a nuestro pobre pueblo a una guerra que difícilmente hubiera ganado. Mando a los cerdos al matadero, como dirían en mi pueblo, y nos llevo a todos a un destino fatídico en que, si la comida escaseaba, escasearía aún más. Para cuando la princesa verde hubiera fallecido, las lagrimas de un reino entero se esparcirían por una sola razón: “Venganza”; así como ella era el diablo del reino amarillo, la princesa verde era el ángel su respectivo reino. Ellos no iban a dejar las cosas impunes, no iban a dejar que la sangre de su princesa hubiera corrido en vano; y esos deseos, eran algo que yo iba a aprovechar. Un golpe de estado se había iniciado, arremetimos contra el castillo y los pocos fieles que quedaban en el mismo. Y si, los aliados no faltaron, entre ellos, un joven príncipe de hermosos cabellos azules, como el mar. Recuerdo que era el prometido de la princesa verde, y fue él el capricho que permitió que todo esto se iniciara. — Déjeme ayudarle —su mirada se veía firme, aunque un poco perdida. Él, aquel elegante hombre, estaba en mi tienda de campaña. Sus guardias se encontraban afuera, junto a su carruaje. Él desencajaba totalmente con el ambiente del lugar. — ¡Ja! ¿Por qué debería aceptar tu ayuda? Niño bonito… —dije con un tono desagradable, puse mis pies sobre la mesa que estaba entre nosotros. Mis botas llenas de lodo, que salpicaron un poco su traje blanco con orilla azul. — ¿¡Es una broma!? —el frunció el ceño— ¿¡Acaso sabe lo que es perder a un ser querido!? Esa, esa, esa… ¡Bruja! Mató a la única mujer que he amado. — ¡Ja! ¿¡Acaso sabes que es el amor, en primer lugar!? —mis ojos le miraron fijamente; como odiaba a la realeza. Digo, la princesa verde había sido una “santa”, y su pueblo por ello se había levantado en armas en su honor. Pero ¿Qué me aseguraba que no todos eran como la princesa amarilla? Esa niña sin corazón. — Víbora venenosa —él susurró— supongo que no sabe que es el amor, digo, ¿Cuántas cabezas has tenido que pisar para llegar al trono? —él puso sus manos, con furia, sobre la mesa. Mis pies quedaron en medio, en una posición perfecta para darle una patada en el mentón, por si tuviera que hacerlo. — ¿A que se refiere con eso de “llegar al trono”? —mi cabeza dio un giro brusco, él hizo una sonrisa burlona. — Bueno, para nadie es secreto que usted hace esto para obtener el reino amarillo —hizo una reverencia, a modo de burla mientras sus labios decían barbaridades que no podía ni si quiera procesar— oh, alabada sea la futura reina. — ¡Cállate! —levanté las piernas con furia y las azoto contra la mesa, haciendo que ésta se rompa. — Vaya fuerza —él pasó su mano por su frente, quitando el sudor. — Ahora bien, príncipe hablador —me acerco a él con ferocidad, dejando mi espada a un lado— ¿¡Cree que me conoce!? ¿¡Cree que no sé que es amar y perder a alguien!? ¿¡Sabe lo que ella me quitó!? ¡Mi vida! ¡Me quito a mi esposo, mi trabajo, mi futuro! Así que, no vuelva a ofenderme diciendo que quiero el trono, porque lamento informarle que no es algo que necesite y mucho menos anhele —él guardó silencio por unos minutos, y después pasó su mano por mi mejilla, yo la golpee con mi mano derecha— ¡Ni se le ocurra tocarme! — Vaya que eres una mujer muy ruda, no por nada todos esos hombres te siguen —él empezó a caminar por la tienda, golpeando algunos pedazos de piedras con sus hermosas botas blancas— bueno, no puedo hacerle cambiar de opinión sobre quién soy o cómo soy, pero puedo decirle que cuando dice que alguien como yo no entiende el amor, me hace pensar que la prejuiciosa es usted. Bien, podría pensar que por mi posición real todo se me ha sido entregado en bandeja de plata, pero creo también subestima a la realeza. — ¿Ah sí? —le pregunté mientras arqueaba la ceja. — Bueno, ¿Qué piensa que somos? Lamento informarle, pero también somos humanos. También sufrimos, lloramos, y por supuesto… también amamos —él se acerca a mí— ella, lo era todo. No sé explicarlo, cuando estábamos juntos, todo tenía sentido para mí, de alguna forma. Ella era tan pura, tan noble. — Tan opuesta a nuestra princesa —le interrumpí. Empecé a caminar, en dirección a un cofre que estaba al otro extremo de la tienda de campaña. Tomé una llave que estaba atada a mi cuello y abrí aquel cofre— pero bueno, mi historia fue un poco más… cruda, por así decirlo —saqué una botella de vodka de ahí y serví dos tragos— adelante, beba conmigo, para olvidar las penas. — Por los amores perdidos —él tomó uno de los tragos y lo alzó, a modo de brindis. — Por la venganza —y chocamos los vasos. Así empezó nuestra alianza, y debo decir que ese niño bonito no era para nada malo en el campo de batalla. Ciertamente tenía mucha destreza con la espada, también para la buena charla; un buen aliado, amigo y me atrevo a decir que algo más. Aunque en el campo de batalla no es algo en lo que debas pensar, debes hacer tu corazón a un lado por el bien de los demás. Por esa inclemente flor, esa malvada flor, había jurado acabar con ella, con cada uno de sus pétalos y terminar con los latidos de su frío corazón. Hasta el pasto que ella pisaba cada mañana, hasta eso tenía más corazón que ella. Ella, que le había arrebatado todo a todos, que había hecho posible que un reino entero se levantara en su contra; no por nada era la rosa de la maldad. — Pobres… —dije eso mientras pateaba la cabeza de uno de los cadáveres. — Vaya, es la primera vez que veo una cara llena de nostalgia en su bello rostro —no sé si se burla, no sé si es serio. Sólo sé que cuando escucho su voz, no puedo evitar sonrojar. — La guerra es inclemente e injusta, eso siempre lo he sabido y de nada me sirve lamentar sus muertes —me agacho para tocar el rostro de aquel joven soldado muerto— pero a veces es inevitable pensar en la cantidad de gente que debe sacrificarse por una causa justa. — ¿Realmente esto es justicia? —él pregunta. — ¿Realmente importa? —tiro la cabeza del soldado al suelo y sigo caminando; con la espada en la cintura y mi ardura bien puesta— para mí es justicia, porque dentro de poco tiempo, la cabeza que rodará será la de ella. A veces tenía pesadillas, soñaba con las familias devastadas de esos soldados; con sus padres, con sus esposas, con sus hijos, y luego despertaba llena de sudor. No sé explicarlo, por qué demorábamos tanto en esta guerra, porque ella seguía viva y yo como muerta por dentro. Mi único consuelo era caminar descalza, en aquellas noches de insomnio, y tocar la tierra seca con mis pies. El aire de la noche movía mi camisón blanco, y mis cabellos. Cerraba mis ojos e inhalaba fuertemente el aire que pasaba por toda mi piel, era tan relajante, mi corazón empezaba a latir y me sentía como en aquellos días con mi amado esposo, cuidando de nuestro jardín de rosas, hablando hasta el amanecer, de sus alegrías, de sus preocupaciones. — Veo que tampoco puede dormir —ahí estaba aquel príncipe; con una camisa blanca y un pantalón negro. Caminó hacia mí y toco mis cabellos— ¿Sabes? Siempre he pensado que es raro ver a una mujer con el cabello corto, casi todas gustan usarlo largo —él sonríe. — Bueno, en la guerra no es prudente tener el cabello largo —muevo mi rostro, alejándolo de sus manos— aunque admito extrañar el largo de mi cabello. — ¿Ósea que eso también dejaste para entrar en esta guerra? —él me mira fijamente y luego sonríe. — Bueno, creo que, de mis pérdidas, esa fue la menos dolorosa —cierro los ojos, otra vez, y respiro— digo, si por quedarme calva mi esposo hubiera sobrevivido, sin dudarlo hubiera rapado mi cabeza. — Vaya, suena a que lo extraña mucho —él toma mi hombro. — Bueno, por él estoy aquí, parada en esta guerra —me encojo de hombros y suspiro— ¿Acaso tu no extrañas a la princesa de verde? — Claro, a veces la recuerdo cuando veo un rosal o cuando veo los árboles; me gustaría que cuando todo esto termine, dar mis condolencias en su nación y quizá hacer algunas donaciones para la misma —él suspira. — ¿Qué extraña más de ella? —le pregunto con seriedad. — El calor —su voz musita mientras apoya su rostro sobre mi hombro— ¿Cómo decirlo? El aroma, su afecto, su voz; es extraño, era como si llenara un vacío en mi corazón. Cuando la abrazaba, cuando sentía su piel junto a la mía, sentía que tenía un lugar al cual pertenecer —él rodea mi cintura, aspira mi aroma y guarda silencio. — Entiendo, hace mucho que no sentía el abrazo de un hombre —mis manos pasan alrededor de su cuello, sintiendo el aroma de su loción a rosas— pero esta noche no estamos solos. En silencio, sin una luna en el cielo, caminamos hasta sus aposentos. Las caricias, los besos, el calor, la piel rozando con piel, no recuerdo con detalle todo lo sucedido en aquella noche de recuerdos, pero sí el calor, el éxtasis que sentía después de tanto tiempo, era como volver al mundo de los vivos después de un largo sueño. No pasaría mucho cuando por fin logramos entrar al castillo, esa sería la noche en que los pájaros enjaulados por fin serían libres, en que regresaría el equilibrio a nuestro reino, y la paz reinaría de nuevo. Mi corazón estaba corriendo, casi salía de mi pecho, mientras mis piernas, con ferocidad, caminaban hacia la gran puerta del castillo. Recuerdo a un solado correr de lleno contra mí, amenazando con clavar su espada en mi pecho; aunque ahí intervino el príncipe azul con su arco, directo al corazón. Todo motivaba al pueblo, al ejército verde y azul para arremeter completamente contra todos los soldados que aún eran fieles a esa tirana princesa. Hubo sangre: caía en el suelo, en las paredes, en las lujosas alfombras que tenía el castillo; todos luchaban con ferocidad, se escuchaban los cuerpos caer, gritar, quejarse, pero ni eso me hizo voltear. Corrí como pude, arremetiendo mi espada contra cualquier obstáculo que se pusiera en el camino. Yo tenía un objetivo, un destino por cumplir, y no iba a parar hasta dar con ella y acabar con su vida. Hoy iba a ser el día en que ella iba a caer, en que ella se iba a arrepentir de todo lo que le había hecho a su reino, a mí. Por fin hoy tendría mi venganza, y sería la más dulce de las venganzas. Mi boca se llenaba de saliva de sólo imaginar sus gritos de agonía, ahora ella sería la que suplicaría por piedad, como alguna vez yo lo hice; pero ahora yo podría darle la espalda, ahora yo podría escuchar su llanto y desesperación y nada podría darme un placer mayor a ese. Ahí estaba su cuarto, tome la perilla y la gire mientras con mi rodilla empujaba la puerta bruscamente. Pensaba encontrarla postrada contra su cama, llorando, pero en cambio la encontré ahí, parada frente a la ventana, viendo fijamente afuera. Era la misma, su cabello rubio, sus ojos azules, que al verme sólo sonrieron. Sus ojos no reflejaban miedo, sino resignación, y por un momento sentía que la fuerza se me iba. — ¿Por qué? —sentía una contradicción. Había soñado tanto con este momento, con su cara llena de desesperación, con lágrimas, con ira, pero nada de eso se presentó. Ella ya no tenía a dónde escapar, era obvio su destino y quién iba a ser su verdugo, yo, pero aun así, se mostraba tan segura de sí, tan serena, como si fuera otra persona a la que conocí hace años. Ahí estábamos, una parada frente a la otra. Ella guardo silencio mientras se acercaba a mí, puse la espada al frente, en medio de las dos, y ella tuvo que guardar su distancia mientras empezaba a hablar. — Escuché que vienes por mí —ella se arrodilló y bajó la cabeza— si vas a hacerlo, no voy a poner resistencia —en ese momento lo entendí, que después de tanto haberlo soñado, tanto haberlo anhelado, ese momento no era como lo que había soñado. — ¡No! —guardé la espada en mi cintura— no aquí —y saqué una cuerda, que até con firmeza a sus delgadas muñecas. Ella no se quejó, no jaloneó, no gritó, sólo caminó detrás de mí mientras jalaba de la cuerda que aprisionaba sus muñecas. Me sentía defraudada, seca, sin vida, porque, aunque por fin la había capturado, jamás iba a recuperar todo aquello que me había quitado, todo aquello que me había dado la alegría de vivir. ¿Qué podía hacer respecto a ello? Igualmente, ella iba a morir, y una vez muerta todo nuestro reino por fin sería libre, eso al menos era un consuelo para toda la decepción que estaba sintiendo en ese momento. Tal vez al ver su cabeza rodar, por fin sentiría que todo volvería a la normalidad, tal vez podría a comenzar mi vida como una simple campesina, y volvería a ser feliz. Hoy por hoy podrán contar la historia, que será como un cuento para contar a los niños, que hace mucho, pero mucho tiempo, existía un reino lleno de traición y maldad, y quien salvo a aquel reino fue una mujer guerrera, con su espada y su armadura roja, quien salvó a aquel reino de toda esa maldad. Ésta historia sería contada durante generaciones para recordar que la maldad siempre caerá, y sólo durará ante aquel pueblo sosegado que tiene miedo a levantarse en armas. Porque así fue para mí, porque mucho tiempo vi como mis seres queridos sufrían, sin poder hacer nada al respecto, sin levantar mi voz y protestar. Porque el cambio empieza en uno, y es la pieza de domino que motiva a todos a avanzar. La princesa habría de ser llevada a una celda obscura, ahí pasaría la noche; se había contemplado su ejecución para las tres de la tarde del día siguiente. Así que sólo quedaba ser guardia de su celda y esperar al sonido de las campanas de la iglesia. Ella guardaba silencio, viendo con melancolía al cielo; así parecía una simple niña, triste, sola, y fue en ese momento que me cuestione sus razones. ¿Qué la había motivado a ser tan cruel? ¿A despreciar y maltratar a su propio pueblo? ¿Por qué se había encaprichado con el príncipe azul? ¿Por qué atacar al reino vecino por un amor no correspondido? Y al final todo sonaba al berrinche de una niña, una pobre niña. Pensándolo así, empezaba a tener un poco de lástima por ella, pero no la suficiente para perdonarla. Nada iba a justificar sus acciones, todos sus pecados, nada iba a cambiar todas las cosas que había hecho, y las muertes que se habían suscitado por su culpa. La campana no tardaría en sonar, y esa sería la señal para su gran final; en ese momento, todo volvería a la normalidad, y el pueblo finalmente sería libre de ésta tiránica niña, de esta malvada princesa. La celda se llenaba con la luz del sol de la tarde, las campanas, lentamente, empezaron a sonar y esa habría de ser la señal. Abrí la celda con cuidado, y con ayuda de dos soldados más, la princesa empezó a ser llevada a la guillotina, y ese sería su final. Seguramente aquel sirviente que siempre la seguía, como un perro, y que la habría de abandonar en aquella habitación cuando la encontré; seguramente estaría presente y vería rodar la cabeza de su amada princesa. Ahí la vi, sus ojos fijos en mí, con una sonrisa serena y gentil. No parecía lamentar nada, no reflejaba miedo, mientras pronunciaba sus últimas palabras. En ese momento sentí que nada de lo que había hecho había tenido sentido. ¿Cuánta gente había muerto a causa de ella? ¿A cuántos mate por querer verla retorcida en el dolor? Y aún así, ahí estaba, tranquila, aceptando su destino con paz, y yo sin sentirme satisfecha. — Supongo que… somos lo mismo —susurre para mí. Éramos dos mujeres sin piedad, que sólo pensábamos en nuestro propio beneficio, sin importar si pisábamos los sueños de alguien más. La guillotina cayó, al igual que su cabeza, ella había muerto. Aun así, sentí mi corazón volverse más pesado, lleno de decepción, era como si mi venganza no hubiera sido del todo completada. No alcancé la paz, ni si quiera cuando los reinos se volvieron uno solo, ni cuanto el príncipe azul subió al trono y me tomó a mí por mujer. Nada de eso me hizo feliz, yo era la heroína de aquel reino, pero notaba la maldad de mi corazón al vivir de arrepentimiento por no ver a aquella princesa sufrir y suplicar como alguna vez lo hice. Yo siempre seguiría siendo la hija de la venganza.