The Hunger Games Forever and Everdeen[Al primer amor]

Este escrito participa en la actividad un valentin diario.

Busco adecuarme al ritmo que tenía antes para escribir, busco hacerlo mejor. Este texto incluye cosas que hasta el momento no había usado en otros fics. Va dedicado por supuesto a Pire después de todo, en tantisimas ocasiones cuando su hipe era por este fandom Me amas ¿Real o no real?, por su puesto le decía Real.




Peeta, despertó con ardor en su mano de la noche anterior, su madre no estaba de humor y con su padre ausente realizando unas entregas para otro distrito, se había ensañado contra él.

Vio pasar a uno de sus hermanos corriendo hacia la escuela sin darle tiempo para que le dijera que lo acompañaba, existía una barrera tan grande entre ellos que recordaba pocas ocasiones donde había cruzado palabras con ellos a pesar de los esfuerzos de su padre.

Salió rumbo a la escuela encontrándose en el camino con niños que aun mantenían la inocencia suficiente para no ser consiente del mundo que vivían, aunque cuando él tuviera doce años no entraría su nombre más que una vez en la cosecha, a pesar de las insistencias de su madre, su padre pasivamente se oponía trabajando el doble para siempre contar con lo suficiente para cubrir cada gasto.

Observó el umbral de la escuela y se deslizó a su interior mientras sonreía al ver como un par de chicos, se pasaban una pequeña pelota de tela, él pidió unirse al juego, estos lo observaron con desdén y se la guardaron en el bolsillo. Su mente aún no comprendía como las mentes de sus compañeros eran influenciadas por las pláticas de sus padres donde a niños como él con una situación menos precaria los consideraban privilegiados más cercanos a los tiranos que los mantenían en la miseria.

Crecer mientras que su madre lo despreciaba, debía fingir porque siempre para su padre todo estaba bien, el resto de la familia prácticamente lo ignoraba y todos parecían huir de él, le hacían pensar a Peeta demasiadas cosas. Se pregunta cómo había gente que encontraba aún razones para sonreír.

Entristecido se posó al final del aula y se acomodó mirando en la ventana, garabateando algunas aves posadas en las tejas del techo de enfrente.

El maestro señalaba al hacia los asientos y el se sentaba recto pensando que le llamarían la atención por estar distraído.

― ¿Alguien sabe la canción del valle? ― repitió por tercera vez hasta ese instante.

Una pequeña mano se alzó de la misma fila que él, una niña delgada, de pelo castaño, ojos pequeños y nerviosos se levantó de su asiento. Algo en su estómago se comprimió, pensó en las mejores sensaciones de su vida: hornear el pan aquella noche con su padre, ese arcoíris doble en él atardecer, los días en los que el sol calentaba lo suficiente y disfrutaba de una ducha caliente, deslizar sus manos entre los elementos de su patio y transformarlo por un segundo en la imagen de un ave en pleno vuelo.

― Abajo en el valle, el valle tan bajo, acuesta tu cabeza, escucha el viento soplar, escucha el viento soplar, querida, escucha el viento soplar; acuesta tu cabeza, escucha el viento soplar. Las rosas aman el sol, las violetas aman el…― cantaba en voz queda y suave.

De pronto las vio empalidecer, mientras cada estrofa era entonada, mientras sus pequeños labios rosa amaranto se flexionaban evocando maravillas que no pertenecían al mundo en el que pertenecía, si provenían de un sitio más mágico, donde ella también debía de haber surgido.


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Katniss despertó agitada, un trueno de la tormenta le había evocado recuerdos de aquel cañón que en los juegos anunciaba muerte, sola en la habitación se percató de la pequeña luz parpadeante de la casa de enfrente, posó sus pies en el piso y se dirigió haya.

Gotas de lluvia en su cuerpo su rostro, filtrándose a través de la bata que llevaba sobre ella, la transportaron aquella escena donde hambrienta buscaba más que comida, buscaba esperanza y alguien se la había otorgado, la misma persona que buscaba esta noche, como lo había hecho muchas otras.

Se deslizó a su lado, este sobre saltado se levantó para encontrarla demasiado cerca, ella sonrió al recordar que sus manos probablemente estarían frías.

Cuando ella sonreía, era imposible que él no lo hiciera y así de pronto, entre un chispazo de luz de los ojos de ambos, entre las risas de ambos sus labios danzaron encontrándose apasionados, mientras las manos ansiosas buscaron refugio y lo encontraron entre caricias.

Peeta pensó en las mejores sensaciones de su vida: hornear galletas, compartir un atardecer, sentir caricias mientras dormía, deslizar su pincel dando siluetas hasta que algo bello aparecía en él lienzo y en todas, ella se encontraba.

Mientras que sus manos iban por su espalda amorosamente dibujando un flor, ella se aproximaba a su oído y murmuraba cantando, mientras cada estrofa era entonada, mientras sus pequeños labios rosa amaranto se flexionaban evocando maravillas que ahora le pertenecían pues provenían de ese sitio tan mágico, que tambaleo, desapareció y oscureció, pero jamás fue removido donde ella, su primer y único amor, también debía de haber surgido.