Estrategia. La taza de café estaba vacía, junto a los centenares de libros apilados en torres, rodeando con cuidado la hoja de papel y el pequeño pote de tinta india. El dueño de todos los materiales ya mostraba síntomas de insomnio, consecuencia de haber dormido muy poco para así tener listo el plan de ataque de la batalla que estaba por acontecer. A pesar de que su raza era resistente a esas condiciones, el joven nunca ha estado preparado para algo así debido a su vida obrera; el chico presentaba ojeras en su tez blanca, formando un degradado que posiblemente iba a hacer reír al resto del ejército. «Ay, Félix, ¿en qué demonios te metiste?», preguntó su subconsciente, casi profiriendo un “te lo dije”. Félix Ackerman apenas había cumplido los diecinueve años, siendo uno de los más jóvenes del ejercito junto con otro grupo de cinco personas, era de raza lobo, así que sus oídos no eran precisamente humanos y presentaba una cola, su nariz era cóncava, permitiendo que pudiese detectar a otra persona conocida mediante su olor, su cabello era negro y su ropa parecía estar fuera de época debido a la poca preocupación por la moda. El joven intentaba mantener su pluma firme para no estropear su informe, hizo ademán de aburrimiento y giró la mirada a la ventana cercana de la tienda. El resto de personas se mantenía relajada mientras aún hubiese calma, lo normal es que por ahora nadie tenía su armadura puesta, aunque algunos caballeros necios intentaban mantener el equilibrio en las tablas antigravedad con sus armaduras, pero aún eran rusticas, y, por ende, la tabla no se movía a ningún lado. Por ahora necesitaban esperar a que las nuevas armaduras estuviesen listas, con menos peso y más protección. Al ver a uno caer no pudo evitar reírse en silencio, y nuevamente tuvo que volver a mirar al escritorio, por ahora solo tenía listo la formación de sus compañeros, dejando a los caballeros al frente y a los que atacaban a distancia en la última línea. —Félix, ¿ya está listo la formación para la siguiente batalla? —preguntó una mujer rubia. Ella era de contextura delgada, aunque robusta y con rasgos de tener más edad que el joven, y su cabello corto no ayudaba a disimular que ya estaba en la treintena, por ahora vestía una camisa y unos pantalones de color beige y botas color café; ella tomo una silla y se sentó con intenciones de mantener la conversación. El joven agacho las orejas y suspiró: —Todavía no, tengo un problema con Albert; él es rápido, pero como las pistolas de pólvora siguen en pruebas hay un margen de error, así que necesito otro plan en caso problemas. La mujer asintió, a pesar de haber tomado un libro mientras estaba escuchando a su estratega en jefe. —Puedes concentrar la defensa —contestó. —¡Eso sería muy obvio! Los Ilianos no son conocidos por su inteligencia, sino por su ataque, ellos al ver que hay más defensa de un lado irán por donde flaquea la protección. Cerró el texto de forma sonora, sobresaltando al varón causando que su cola se quedase quieta y recta. —Puede usar un arco, aún no están obsoletas —respondió—. ¿Viste el inventario? Félix se levantó de la silla, buscando entre el montón de libros la lista de las armas que estaban a disposición del ejército. Fue ahí cuando encontró las hojas de color amarillo junto a su texto de estrategias, lo leyó un momento hasta ver que los arcos seguían disponibles. —Aún quedan, tal vez esta sea la solución sin necesidad de aumentar la defensa. —Fue entonces que miró a la rubia, sonriendo—. Gracias, comandante. Ella solo se hecho a reír. —Solo dime Catherine, comandante me hace sentir vieja —contestó levantándose de la silla—. Tienes hasta la noche, y espero que cuando llegue el momento el caballo tenga misericordia de ti —dijo antes de salir de la tienda. Todo iba bien para Félix hasta que mencionó a ese caballo, aún recordaba esa prueba ecuestre donde el joven lobo acabó volando gracias a que estos animales lo odiaban en demasía. Dejó el papeleo sobre los libros y de nuevo continuó con su tarea. Tomó la pluma mojada con un poco de tinta y siguió con su deber. Cuando entregó su plan a la comandante ya era de noche, entró a la carpa y volvió unos minutos al escritorio; por esas tazas de café ya veía poco probable dormir en ese momento, así que del bolsillo de su pantalón sacó la foto familiar. Su familia era obrera, con una vida tranquila, de solo pensar que algo podría pasar le asustaba. Del cajón saco una hoja de papel, y se dedicó a las últimas horas de cafeína a escribir. Así su familia sabría que estaba bien, al menos para quitarles algo de preocupación. El sueño le terminó invadiendo unas horas después, y terminó durmiendo en la tabla de la mesa. A la mañana siguiente se despertó y por alguna razón que no recordaba tenía su abrigo cubriéndole. Sin darse cuenta de la muchacha que lo observaba desde la entrada.
Wow Lizza, se nota que dentro de tu cabeza se estan montando unas historias bastante rechonchas. Concuerdo en que escribes bien. Nos describes tus mundos con bastante atino, de manera concisa y sin explayarte demasiado. Sería bueno que nos contases más de lo que sucede dentro de tu mente. Sería un placer leerlo.