Long-fic de Inuyasha - El Último [Sesshômaru x Kagome]

Bueno, esta idea se me ocurrió, extrañamente, durante la clase de Biología. RARO. En fin, espero les guste.

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INTRODUCCIÓN​

¿Cómo había sucedido? ¿Cómo había caído tanto? ​

Durante la época feudal, era el más poderoso, el más temido. Aquel que siempre caminaba con la cabeza en alto y no era vencido jamás.

Sesshômaru fue un ser vulnerable sólo en su infancia, dependiendo de un padre distante y una madre ausente. Todas estas circunstancias lo habían hecho fuerte, de voluntad inquebrantable, de mente fría e impenetrable.

Como todo inuyoukai de su estirpe y género, Sesshômaru viviría muchos, muchos años. Los siglos pasaron: uno, un par, tres más... Muy pronto el demonio estaba llegando a 1845... Época donde el destino le tomó y le dio el peor giro posible a su vida.

Hacia el 2011, Sesshômaru era sólo un nombre en los libros de mitología, un nombre perdido en las profundidades de las páginas —aquellas que aún eran de lino—. Quien alguna vez fue temido y respetado, fue ignorado como leyenda e historia...

Hasta que ella pronunció su nombre.​

 

¡Hola! Gracias por sus comments. ¿Saben? Ya me animaron. ¡Les dejo conti!

CAPÍTULO UNO: PERDIDO PARA SIEMPRE EN LA HISTORIA​

Cuánto trabajo le había costado adaptarse a distintas épocas. Los humanos se multiplicaban cada vez más, las guerras aumentaban y se iban, aumentaban y se iban... Era casi insoportable. La especie humana se había dado la oportunidad de avanzar, de caminar hacia delante... Lo que significaría la perdición de su especie: como seres conservadores, rígidos y de mente cerrada, los youkais luchaban por mantener su cultura intacta, sin la menor alteración posible.

En cuanto los humanos comenzaban a inventar lámparas, muchas cosas. ¡Incluso tenían una máquina extraña que aparentemente fijaba hilos con aguja sin que tuvieses que hacerlo tú! Las máquinas de coser —y todos los demás avances de la humanidad moderna— eran aberraciones para los demonios: objetos diabólicos, sin sentido.

Pero cuando vinieron armas cada vez más poderosas, los youkais cayeron en extinción. Su actitud les impidó comprender las nuevas estrategias de matanza y no hubo más que muerte. Perecían uno a uno. No quedaban más.

Ese mismo año, Sesshômaru se quedó solo. A lo largo de un siglo y medio había visto a toda su especie perecer. Por todo Septiembre y Octubre no había visto ni uno más. Comenzaba a pensar que él sería el último... Y nada más.

Hacia Noviembre, se le ocurrió que podrían tener capturados a algunos demonios en una villa europea. Inglaterra era muy conocida por su odio a las criaturas sobrenaturales y era la capital de las armas de exterminio "youkaiano". Tardó tres días en llegar (relativamente poco debido a su capacidad de volar). El país era muy diferente, con edificaciones basadas en cuadrados y rectángulos, banderas y vestidos raros y esponjados.

Su inteligencia y gran capacidad de observación lo habían mantenido vivo y libre... Hasta el día siguiente. Mientras dormía en un árbol, un guardia inglés lo había descubierto al intentar dispararle a una paloma. Sesshômaru inmediatamente se percató de su mirada y huyó por aire. Se había encontrado con soldados antes, incluso habían intentado matarlo. Pero nunca pensó que en Inglaterra hubiera muchos más, al punto de tener a veinticinco hombres armados lanzándole balas. Él las esquivaba con facilidad, pero cada vez eran más. De pronto, una lo alcanzó y lo obligó a aterrizar. Ya en tierra, recibió doce más, con los cuales experimentó tanto dolor que fue más que suficiente para que lo sujetasen.

Desde ese entonces, Sesshômaru no vio la luz del día.

***​

— ¿Ése es tu último paquete?​

—Así es, Houjo. Muchas gracias por ayudarme.​

—Bueno, las mudanzas nunca fueron fáciles, Higurashi. Me alegro que te haya ayudado y que te encuentres bien.​

La chica sonrió. Hacía cinco años ya, que no tenía que recurrir a su abuelo para que le inventara enfermedades. A los dieciocho años había derrotado a Naraku con la ayuda de Inuyasha, Sango, Miroku y hasta Shippo.​

Los extrañaba tanto... El destino había sido cruel: después de haber logrado desaparecer la perla de Shikon, Kagome había sido devuelta a su época repentinamente y de la nada. Desesperada, había tratado de volver una y otra vez por medio del pozo; pero se había raspado tantas veces las rodillas al caer en su fondo... Y nada pasaba. Depués de un mes de vanos intentos, la joven perdió la esperanza. ​

Inuyasha jamás llegó. Nunca tuvo una oportunidad de despedirse de él, ni dé él ni de sus amigos. Diario se preguntaba qué habría sido de ellos, lo cual la atormentaba. Hasta que un día, decidió que no había nada qué hacer, que debía superarlo y que la vida no siempre era justa. ​

Había conseguido terminar la preparatoria con mucho esfuerzo, y así entrar a la universidad, donde empezó la carrera de Biología. A los veintitrés años, había conseguido un departamento pequeño con el afán de independizarse.​

Houjo y sus amigas siempre habían estado ahí, para ella. Pero, a veces, seguía pensando en la época antigua y en las personas que había conocido en ella. Había leído numerosos libros de Historia y algunos de Geografía con el fin de encontrar algunos nombres... Pero nada.​

Kagome se recostó en su cama y miró a su alrededor.​

—Ah, ya mañana terminaré de desempacar y guardar —suspiró.​

Dentro de todo, se encontraba emocionada. Dentro de poco tiempo, viajaría a Inglaterra como parte de una práctica experimental para los alumnos con mejor promedio en la carrera. Aquello la llenaba de felicidad.​

—Y entonces, veré tantas cosas interesantes... —murmuraba al tiempo que el sueño se apoderaba de ella.​

 

Wow, tres días seguidos que subo continuación... Ojalá esto no se haga costumbre, jaja.
Ésto puede pasar más comúnmentye los fines de semana, puesto que de lunes a viernes a prepa me absorbe a más no poder.

Espero les guste la continuación, las hago con cariño.

CAPÍTULO DOS: EL MUSEO DE CIENCIA​

— ¿Ya lista, Kagome?
—Sí —suspiró con emoción la joven pelinegra—. Pero te voy a extrañar mucho...
—Nah, ni lo digas. Te va a hacer bien y vas a tener tantas cosas que ver que ni tiempo te va a dar de andar pensando en mí.
—Adiós, Hitomi.

Kagome tomó sus maletas y se dirigió a la sala de espera en el aeropuerto. Cuando llegó el aviso de partir, subió al imponente avión en compañía de sus otros dos compañeros que tenían un promedio excelente. Ella, había quedado en segundo lugar.

Ya se había despedido de su madre y de su hermano... Incluyendo al abuelo, incluso. Se acomodó en un asiento junto a la ventana, al lado de Houjo y se quedó pensando en el viaje.

— ¿Higurashi?
—Mmmh, ¿dime? —Dijo ya un poco adormilada.
—Ehm... Eh.... Yo... —El pobre tiubeaba tanto que parecía que el avión entero pudiera temblar—. He estado pensando.... Que nos conocemos desde... ¡Secundaria, vaya!... Y, a lo mejor, sería bueno que... Bueno, que... —Su timidez lo venció—. ¡Eh! ¿Qué te parece si me dejas de llamar Houjo y me dices por mi nombre?
— ¿Eh? Sólo si tú dejas de decirme Higurashi, Kino —Bostezó al tiempo que sonreía con los ojos casi cerrados.

Kino Houjo le devolvió la sonrisa y después posó su mirada en el vacío. Nunca había podido decirle... Y posiblemente nunca tendría la fuerza para hacerlo.

Minutos después, la valentía pareció poseerle y cerró los ojos con fuerza al tiempo que inhalaba una gran cantidad de aire.

—Hig... Kagome, ¡debo de decirte lo que siento, yo...!

Fue interrumpido por un suspiro lento y relajado. Abrió los ojos. Oh, gran decepción: estaba dormida.

— ¿Por qué yo, por qué a mí?

***​

Kagome desempacó en el cuarto de hotel y escaneó Londres por la ventana de su recámara. Sus ojos azules viajaban por las bellas estructuras de la ciudad, observando también a las personas y percibiendo el pacífico ambiente que emanaba.

Mañana sería el gran día en el que al fin empezaría a disfrutar del estar estudiando Biología. La práctica la atraía y emocionaba a tal nivel, que casi se había olvidado de cenar.

Al acostarse cómodamente en la cama de su cuarto, extrañamente pensó en Kino. Vino a su mente sin ninguna razón, y sonrió al pensar lo buen amigo que siempre había sido: siempre preocupándose por ella, dispuesto a brindarle todo el apoyo que necesitara.

Siempre he sabido que te gusto, Houjo... Tal vez sea hora de dejar todo el pasado, o mi pasado, atrás... De darnos una oportunidad. Pensaba con una expresión que no sabría calificar como nostálgica o angustiada. Si tan sólo me gustaras tanto como yo a ti, suspiró.

A la mañana siguiente, su despertador sonó al las cinco y cuarto. Despertó sin ganas de mucho —como de costumbre—, mas cuando se acordó del día que le esperaba, abrió los ojos como platos, disparándose hacia el baño con la intención de ducharse y darse prisa.

Tenía que estar ahí a las seis y media. Al dar las dos y cuarenta y siete, ya estaba en el marco de la puerta revisando si tenía todo lo que pudiese necesitar en su bolsa... Cuando una sensación extraña invadió su cuerpo y la obligó a arrodillarse. ¿Qué estaba pasando? Tenía un intenso dolor en el pecho y sus sentidos se encontraban al máximo, estando alerta a lo que fuese por venir.

—Cómo duele... —Jadeó—. Tanto... No puedo moverme...

En tan sólo unos segundo, Kagome se encontraba tirada en el piso e inconsciente.

— ¡No! —Exclamó al despertar—. Maldito dolor, me he perdido el primer día de mi práctica... Mi reloj... Ya son las diez.

El dolor se había ido por completo, pero la chica no podía pensar en nada más que en lo frustrada que estaba por no haber asistido. Triste, se abrazó a sí misma y concluyó que no había más que hacer, iría al día siguiente.

De pronto, una pregunta le asaltó en ese momento: ¿Nadie la había visto desmayada, con la puerta abierta? Dicha cuestión le sorprendía, pues no tal que el hotel estuviera atascado de gente, pero tampoco estaba desierto. Y, vamos, ¿nadie la vio? Extraño... Y muy ridículo, pensó.

Sacudió la cabeza.

—Tengo que ver a un doctor...

Volvió a tomar sus cosas y salió.

Caminó por las hermosas calles y observó los edificios en busca de una clínica, o un hospital... ¿Cómo no se le había ocurrido preguntar en recepción antes de irse?

De pronto, unos treinta metros adelante, vio una clínica pequeña.

—Oh, bien —inclinó la cabeza y asintió.

Al momento en el que comenzó a avanzar, sintió esa sensación de nuevo: sus sentidos se encontraban al máximo de nuevo, sólo que el dolor del pecho menor, pero eso no lo hacía poco. Se tocó el lado izquierdo de su tórax y comenzó a respirar lentamente para no desmayarse de nuevo.

—Nunca me había dolido el pecho así... —Dijo, jadeando—. Pero esa sensación... No la había sentido desde que... Desde que estaba en la época antigua, con Inuyasha y los demás...

De pronto, sintió como si algo la llamara. Se parecía a la presencia que sentía cuando se encontraba cerca de Tessaiga, el arma del hanyou. Ahora el dolor era lo que menos le preocupaba... Se encontraba perpleja, pensando en qué sería lo que todo eso podría significar.

— ¿Inuyasha? No, no puede ser, no puede ser...

En ese instante, hizo a un lado su necesidad de ver a un médico y comenzó a caminar sin rumbo, confundida. Repentinamente, sintió como si aquella presencia le dictara hacia donde debía dirigirse. Caminó más de cinco calles hacia la derecha y unas cuantas más al frente.

Ante su vista apareció un edificio enorme con una fachada extremadamente antigua. Sin embargo, algo de modernidad la había tocado y había puertas de cristal automáticas. Al lado de las puertas, se encontraban dos policías, charlando y bebiendo soda.

—Disculpen, oficiales... —Pronunció con su mejor inglés—. Uhm... ¿Qué es este edificio?
—¡Ah, señorita! Éste es el The Science Museum.
—Oh, el famoso museo de la ciencia... Gracias.

La joven comenzó a caminar para alejarse un poco de ellos.

No, él no puede estar en un museo... Pensó, alterada. No a menos que esté muerto...

 

¿Y qué creen? ¡Ésto se pone emocionante! (Al menos desde mi punto de vista, jaja).
Bueno, ahora sí me salté un día.
En fin, gracias a tod@s por sus comentarios y veremos qué pasa (o qué sale, ja).

Hubo un comentario que me hicieron respecto al tamaño de la letra. Yo siento que está bien, por que la Arial 4 se ve un poco grande, ¿no? Pero si a la mayoría le incomoda, la cambiaré. Agradecería que comentaran sobre ello.

CAPÍTULO TRES: LA CERTEZA DE LO INCIERTO ​

No sabía qué pensar. A la chica se le desvaneció el dolor de pecho y simplemente quedó con una extraña sensación. Se le hacía casi imposible creer que Inuyasha estuviera ahí.

De pronto, su mente la reprendió. ¿Cómo era posible que Inuyasha se encontrase ahí? Si él estuviera en el museo —o aunque sea su cadáver—, todo el mundo creería en demonios e híbridos, debido a la evidencia que presentaría en hanyou. ¡Y estaba segura que cualquier persona la calificaría como loca si hablara de seres sobrenaturales! Tal vez no sólo necesitaba un médico general para el dolor de pecho, sino para su cabeza.

—Sí, Kagome, ¿en qué diablos estabas pensando, eh? —Siempre había sido monóloga, y más cuando estaba nerviosa.

Llegó de nuevo al cuarto de hotel y se acostó en la cama. Cerró los ojos e intentó relajarse.

De repente, se encontraba en la época antigua nuevamente. Como antes.

Caminó sin rumbo, sobre el pasto que le saludaba con familiaridad. Estaba buscándolos, a sus amigos.

Caminando y caminando, divisó el árbol sagrado. Donde todo había comenzado. Detrás del Goshimboku, se encontraba una figura con cabellos plateados que brillaban a la luz del sol, reflejándola.

— ¡Inuyasha!

Pero cuando extendió su mano para poder tocarlo, no era él, sino su hermano mayor, quien estaba en frente de ella. La joven dio un pequeño quejido de shock, ¿qué hacía él ahí?

—Está muerto.
—No, no es cierto.
— ¿Cómo es que estás tan segura, humana?
—Yo, no lo sé... —Titubeó—. Solamente lo sé.
—Está muerto.

— ¡No, no está muerto, no!

Había despertado. Se cubrió la cara con las manos al tiempo que se incorporaba bruscamente. El sólo hecho de pensar que aún en la época antigua Inuyasha estuviese muerto, la hizo derramar lágrimas silenciosas. Su impotencia la dominaba, no podía regresar, no podría regresar jamás. Ella siempre había pensado que su vida era aburrida, que no tenía sentido... Pero cuando ingresó al pozo, llevándola hasta el Sengoku, poco más de quinientos años atrás, su vida había adquerido un propósito. Había encontrado a los más leales amigos... Y posiblemente a su único amor. Ahora que no era capaz de volver, no tenía los ánimos de antes... Y anhelaba contar con un solo día más ahí.

Sus amigas eran buenas personas y siempre la habían apoyado. Pero personas del 2011 hablaban de trivialidades y tonterías, alguna que otra vez de cosas importantes, o de sentimentalismos que conciernen a las féminas... Sí, extrañaba tanto a Sango y sus pláticas sobre la vida y la experiencia, sobre el amor, la lealtad y la verdad.

La verdad era que Kagome había madurado, y en muy repetidas ocasiones se aburría de las pláticas sin sentido. Ya nada era igual.

—Y yo sigo soñando con él...

Sus ojos se abrieron de golpe y parpadeó. No. Esta vez no había soñado con Inuyasha, sino con el frío Sesshômaru. ¿Por qué?, se preguntaba una y otra vez. Era muy cierto que varias veces había pensado en él, como una persona misteriosa e interesante que era constituido por meros enigmas... Pero nada más, ¡menos para verlo en sus sueños!

—No tiene caso pensarlo... Los sueños son así, impredecibles, y ya —se rindió.

Su celular comenzó a vibrar y a tocar la canción de White Flag. Inmediatamente se levantó por él y contestó.

— ¿Hola?
— ¡Higurashi! —Ah, era Houjo.
—Kagome, Kino, Kagome. No se te olvide.
—Lo siento. La verdad es que yo quería saber... ¿Por qué no fuiste, qué te pasó, te sentiste mal? ¿Necesitas algo? Porque hay unas salamandras que sirven para...
— ¡No, no...! Ah. Estoy bien, gracias. Por favor ya no te preocupes, mañana iré, no fue nada.
—Bueno... Pero si necesitas algo, ¡no dudes en llamarme! Yo siempre te he querido —El chico se cubrió la boca. ¡Qué metida de pata!
— ¿Eh?
— ¡Que yo siempre he querido ayudarte, Kagome! Ah... Porque somos amigos... Y eso hacen los amigos.
—Oh, gracias, de verdad. No sé qué haría sin ti. Nos vemos mañana.
—Duerme bien y descansa.

Kagome colgó.

— ¿"Duerme bien y descansa"? ¿¡Qué endemoniada hora es!? —Volteó a ver su reloj. ¿Había dormido casi nueve horas?

***​

Se despertó con la alarma nuevamente. Esta vez sí iría a su práctica. Rápidamente, tomó sus cosas y se vistió.

Hoy no le dolía el pecho y la extraña sensación se había ido. Sonrió para sí misma, convenciéndose de lo loca y transtornada que estaba.

***​

Su práctica había sido impresionante. Nunca había imaginado lo interesante que podía ser estudiar la genética animal y compararla con la anatomía funcional humana. Tantos cambios, tanta evidencia evolutiva... Kagome estaba realmente entusiasmada. Al menos algo le había sentado bien desde que llegó a Inglaterra.

De regreso al hotel, pasó por el Science Museum... Y a su mente volvieron todos los pensamientos del día anterior. No era falso que su dolor físico se había ido... Que no quedaba nada de aquella familiar sensación, pero sí había algo que no se le había escapado: y eso era la curiosidad característica y singular de Kagome Higurashi.

Sacudió la cabeza y siguió caminando. Lo mejor era olvidarse de eso y seguir pensando en lo maravilloso de su carrera... Pero, ¿a quién engañaba? De la manera en la que era ella, la curiosidad la mataría peor que a un felino en un refrán muy usado. Tres días más de práctica y llegaba el fin de semana. Así podría visitar el museo y quitarse las ganas de andar pensando cosas que no eran.

Pero a lo que la chica le faltaba desarrollar era paciencia. Siendo así, decidió que tendría que perderse otro día de práctica; pues si no visitaba el museo y se aseguraba de que todo estuviera en orden, no dormiría en paz. Las prácticas demoraban casi todo el día, por eso no le quedaría tiempo al final del día.

Tenía que faltar.

***​

Al día siguiente, compró un boleto e ingresó al museo. Pasó por el vestíbulo y recorrió todos y cada uno de los pasillos.

Fue liberador y a la vez decepcionante. El museo tenía muchas exposiciones variadas e interesantes, pero no albergaba lo que ella tanto buscaba, lo que esperaba encontrar después de todo. Se sobresaltó al ver una sala con una exposición japonesa, e inmediatamente corrió hacia ella; mas disminuyó la velocidad al darse cuenta que no había nada relacionado con la época feudal.

Caminó cabizbaja, perdiendo toda esperanza de realizar algún hallazgo, cuando sintió algo puntiagudo en el pie, que le atravesó la ballerina izquierda, pues al parecer era muy filoso. Iba a gritar, pero se avergonzó y se tapó la boca. No había nadie más en la sala y ella saltó con su pie derecho hasta poder sentarse en una banca. Levantó su extremidad inferior izquierda y se sacó el zapato.

Se sorpendió. Ningún colmillo o garra de un animal común —sobre todo algo viejo, muerto y desgastado— podría haberle llegado al pie así.

—Qué raro...

De la nada, volteó a ver la gota se sangre que había dejado en el piso. Se sacó el objeto punzocortante, se calzó de nuevo y fue a examinar el pedacito de suelo manchado. Ahí, precisamente, había un hoyo de aproximadamente unos tres o cuatro centímetros de diámetro. Extrañada y a la vez guiada por una corazonada, Kagome tomó aquel pedacito filoso y lo frotó contra el piso, asombrándose cuando notó que el filo podía cortar el azulejo.

Se arrodilló completamente mientras se llevaba una mano a la cabeza. Estaba impactada, no hace falta mencionar.

—Dios, ésto puede ser una garra. Sólo las garras de alguien como Inuyasha cortarían (y a la perfección) así el mosaico... Pero, ¿por qué el hoyo? ¿Qué...?

Su necesidad de saber y el presentimiento que se apoderaba de ella la hizo introducir el dedo índice en el agujero del piso. Sintió al instante un profundo dolor y cerró los ojos para abstenerse de hacer algún ruido, o la descubrirían.

Cuando sacó su dígito, la imagen la sacudió como un trueno en la cabeza: había una rajada profunda.

Había alguien ahí abajo.