Fantasía Dulces sueños

Ese día Mariana había ido a nadar a las albercas con su familia. Después de una tarde de intensos rayos solares acariciando su piel nívea, del olor clorado en el aire impregnándose en su nariz, de risas, juegos, y destellos azules de los mosaicos, al acostarse en su cama blanda sentía su cuerpo flotar como si siguiera aún acostada mientras el agua la lleva en su vaivén. Sus cabellos, bajo sus ojos cerrados que ya no ven nada, parecían seguir esparcidos como si tuvieran vida propia, y sus cobijas parecían ser las suaves ondas que la envolvían. Pero Mariana sólo estaba en su cama, acurrucada, apoyando la cabeza en su brazo, y así, poco a poco se fue quedando profundamente dormida.

Un duende que pasaba por allí vio a la muchacha dormida, y, deslumbrado por su fina hermosura no pudo evitar observarla descansar, atento a las curvas de sus facciones y a la caída de sus cabellos negros.

Mariana mientras soñaba. Soñaba que el agua se volvía más y más y más fuerte. Se volvía salina, pesada, rasposa. Golpeaba su piel tersa y rasgaba como arena. Arena... porque esto no era ya la piscina de las albercas. Era mar. Mar enfurecido que con violentas olas la envolvía, la arrastraba, la dejaba libre un segundo para respirar, pero no había aire. Y la ola regresaba como garras atrapándola en sus palmas para arrastrarla al fondo. A las profundidades, donde la presión aplastaba sus manos, sus brazos, y la cabeza le dolía, tanto, tanto.

El duende mientras observaba preocupado cómo la dulce expresión de ángel se tornaba en angustia. Y tocándole la frente pudo ver el sueño. Ahí, agarrado de su tobillo un pequeño diablillo de sombras reía maligno, le parecía muy gracioso y divertido provocarle pesadillas insufribles a la gente inocente. Y eso, nuestro duende blanco, no lo podía tolerar. Así que el duende sacó de su bolsillo platinado polvo de luna, brillante polvo de estrellas, ralladura de ópalos puros, y lo derramó sobre la espalda de la muchacha. La negra sombra del diablillo no pudo con la luz y se desvaneció, se desintegró, volviéndose tierra de carbón que el viento barrió por la rendija de la ventana.

En el sueño de Mariana, de repente los monstruos de las olas desaparecieron. Todo desapareció. Ahora, se encontraba flotando en la nada. En la nada, y el todo. En el cosmos. Pequeñas lucecitas de fríos azules, verdes, morados y lilas comenzaron a tintinear. Aparecieron volátiles constelaciones cruzando el espacio, estrellas fugaces que se enredaban en sus dedos y nebulosas rozando ligeramente su cara. Cuando movía las manos para tocar las estrellas con las yemas, estas se desvanecían. Y entonces, poco a poco, en la orilla del universo, el mar volvía, volvían las olas en forma de corceles de espuma, pero el mar no era azul abismal, era verde, verde agua cristalina con destellos de cielo,y venían a recogerla y llevarla de vuelva al mar, un mar apacible y transparente de coloridos arrecifes de coral, y pecesitos amigables nadando en cardúmenes, delfines saltando al aire. Y las faldas del vestido de Mariana, sentada en los caballos, se convertía lentamente en escamas. Escamas tornasol de piedras preciosas, formando una larga cola de sirena. Ahora Mariana era una sirena, y las olas no podían lastimarla, y el aire no le faltaría nunca porque ahora tenía branquias tras las orejas. Se lanzó al agua del lomo del caballo y nadó y nadó como si fuera un pez más.

Nadó cerca de la superficie, donde los intensos rayos del sol aún penetraban el agua traslúcida calentándola, cuando una sombra oscureció el mar. ¡Era la proa de un enorme barco pirata! Los peces arcoíris que plácidos nadaban al lado de la sirena se dispersaron huyendo despavoridos. Mariana también se hizo a un lado, y observó curiosa el barco. Los cañones asomándose al costado, la tripulación en cubierta tras el barandal de madera limpiando pisos, cargando cosas, jalando cuerdas. El capitán imponente con larga gabardina de anchos hombros dorados y gran sombrero, guardando una espada y una pistola en el cinturón, y a cada paso que daba retumbaban las suelas de sus pesadas botas. El barullo y los gritos alcanzaba hasta muy lejos, risas descaradas y brindis con ron barato en trastes sucios y abollados, tragaban comida sin modales y se oían viejas canciones de aventuras que salían de la pianola haciéndole compañía al baile y la algarabía.

La sirena los miraba fascinada. Por ahí unos aventaban monedas del botín, otros se batían en duelo feroz de puños y escupían dientes ensangrentados. Eran caóticos y salvajes y aún así, a Mariana le parecieron encantadores. Tal era la felicidad y alegría en sus rostros que no lucían malvados ni temibles.

Entonces el horizonte se tragó el barco y desapareció.

Afuera, en la habitación, el duende la observaba sonriendo de oreja a oreja, y viendo la expresión plácida de la muchacha que al fin dormía tranquila, se fue por la ventana. Esa mañana cuando despertó, Mariana se sentía como si hubiera dormido profundamente durante cien años. Aunque no recordaba nada del sueño.

Contenido oculto

Esta es la imagen que me tocó. No me gustó mucho el texto porque siento que ya he escrito muchas cosas parecidas. Siento que lo único que hice fue ilustrar literal, aunque añadí el elemento del agua que no está precisamente en la imagen, y todo eso me deja un poco un mal sabor de boca, pero... en fin, esto salió.