Drama [Días de abecedario] B de Bruno

Solo estábamos él y yo, cara a cara. Era mi desafío definitivo, la cima de mi profesión. La familia Quijada me había encargado que podase el gran arbusto que tenían en mitad de su jardín con una forma original. Si lo conseguía recibiría una paga generosa, muy generosa. Debía pulir todas mis habilidades como jardinero para esta ocasión, la vida me estaba poniendo a prueba.

¿Pero qué debía hacer? ¿Cuál sería la forma idónea? El arte es algo muy complejo, no se podía llegar a todo el mundo; pero si quería cobrar necesitaba llegar a mis clientes. No conocía mucho sobre ellos: el señor Quijada era el director de una empresa de las afueras del pueblo, por lo visto es una importante empresa y vienen a diario personas de la gran ciudad solo para trabajar allí. Hay que tener ganas para complicarse la vida. Luego estaba su mujer, la señora Francisa de Ulloa o Paquita como la conocían todos. Una mujer dicharachera, era lo que se podría considerar como la cotilla del pueblo. Dicen que tiene algunos problemas con la bebida, pero no eran más que rumores.

Hasta ahí bien, pero sobre gustos y preferencias no tenía ni idea. Imagina que les hago un elefante y luego resulta que no les gustan los animales, cagada. O imagina que les hago la forma de una bella mujer y me entero de que no querían algo tan realista, cagada. O les hago una esfera o cualquier otra forma y me dicen que no buscaban algo tan simple, cagada. ¡Uf! ¡Qué difícil es la vida de un jardinero!

Mientras debatía el corte de pelo del arbusto, un hombre me vio y me llamó.

— ¡Disculpe, buen hombre! ¿Sabe quién vive en esa casa?

Señaló a la casa de enfrente. La mujer del señor Quijada me habló sobre su antiguo inquilino.

— Sí, pero sería más correcto decir quién "vivía" en esa casa. Por lo visto allí vivía un hombre viudo cuya mujer murió hace dos años de cáncer. Desde entonces llevó una vida solitaria, apenas se le veía salir. Se comenta que falleció en la mecedora donde acostumbraba a sentarse su mujer.

— Qué historia más trágica. Y dígame, ¿este señor tiene algún familiar cercano?

— Así es. De su familia solo queda su hija, creo que se llamaba Nadia.

— ¿Y vive en este pueblo?

— Sí. ¿Lo pregunta por algo en especial?

— Después de oír esta triste historia creo que lo mejor sería darle mi pésame.

— Ehm... Supongo, no lo sé. No la conozco así que sería un tanto extraño darle el pésame a una desconocida.

— Yo no lo creo así, todos somos humanos. Cualquier apoyo es de agradecer. ¿Sabe dónde puedo encontrarla?

— No tengo ni idea, llevo poco en el pueblo y no conozco a casi nadie —entonces me acordé de Paquita, con quien había hablado bastante—, pero quien sí es muy posible que lo sepa es doña Paquita, la mujer que me contrató.

— ¡Oh, eso es maravillos! ¿Está dentro?

— No, al igual que hace todos los días, ha salido a dar una vuelta para "documentarse". Seguro que si pregunta a alguien del pueblo le dirá dónde está.

— Perfecto. Muchas gracias por su ayuda, caballero.

— No hay de qué. Que tenga una buena tarde.

El hombre continuó su camino. Curioso personaje, en este pueblo parece que todos se tratan como si fuesen de la misma familia. ¡Qué encomiable! Aunque yo sigo sin tener mi arbusto podado y el tiempo avanza. ¿Qué haré?

Seguía indeciso cuando observé a dos personas pasando que me llamaron la atención. Uno era un chico joven, de unos veinte años calculo, que llevaba a un anciano en silla de ruedas. El anciano parecía estar leyendo algo en voz alta.

"— Apenas sé, señora, lo que soy en este momento... Sí sé quién era al levantarme esta mañana, pero creo que he cambiado varias veces desde entonces.
— ¿Qué quieres con eso? —preguntó la Oruga con severidad—. ¡A ver si te aclaras contigo misma!
— Temo que no puedo aclarar nada conmigo misma, señora —dijo Alicia—, porque yo no soy yo misma, ya lo ve."

La narración se fue perdiendo a la distancia. Me sorprendió ver un paseo rebosante de cultura, juventud y vejez unidos por la fantasía. Noté que aquello me había emocionado el alma, sentía que estaba preparado para realizar mi trabajo. Ambos encuentros me habían inspirado, sería la obra de mi vida.

Tardé cerca de dos horas en terminar, con mucha maña he de decir, la arbórea escultura: dos serpientes entrelazadas en un tirabuzón vertical, una boca arriba y la otra boca abajo, mordiéndose la cola una a otra. El reflejo de la eternidad, el ciclo entre el saber y el amor, la juventud y la vejez, el antes con el después, la bondad tras la maldad, el uno con el otro... Acababa de transmitir tanto con tan poco, he creado una obra de arte.

Cuando alguien vea este arbusto, su corazón se llenará de la más bella alegoría. Fui a celebrar que mi creación estuviese a punto de ser el orgullo de esta casa. Qué digo, del pueblo entero. Y después cobraré mi paga que bien merecida está. ¡No hay nada que me llene de mayor felicidad que el trabajo bien hecho!