Cuando iba a cumplir apenas catorce años de edad, no se me había ocurrido hacer planes para halloween con mis mejores amigos porque ellos tenían más amigos que de hecho salían por las calles con sus no muy elaborados disfraces; aunque no fuera para pedir dulces sino para caminar y disfrutar de la compañía de otros. De todos modos, aunque no recuerdo la hora, había empezado a anochecer ese viernes por la noche que yo pasaba el rato con mis primos mientras mi mamá y mi tía salieron. Y Esther y Roger, los zombies, cayeron de visita, por lo que me senté con ellos a ambos lados en la banqueta de mi casa a pasar el rato. —Honestamente, extraño cuando comía mucho chocolate en halloween— dije tras un suspiro. —Bueno…— empezó a decir Esther rebuscando en su bolsita de dulces. —Tengo varios pequeños. —Podría comerme unos diez como mínimo— dije agradeciéndolo con un gesto de la cabeza. —Abby no merece chocolates por no traer disfraz— dijo Roger entre risas comiendo un chocolate. —Tan lindo como siempre, Roger— me reí también recargándome en su hombro. —Extraño que estemos los tres juntos en el mismo salón de la secundaria— se quejó él. —Y me lo dices a mí— exclamó Esther. —Por lo menos se tienen el uno al otro. Yo estoy sola. —Con honestidad, no daría nada por estar en tu lugar— dije y me dio un ligero codazo. —Se ve que no hay muchos niños para asustar en esta calle— cambió de tema Roger. —Ya molestaste a algunos en el parque— comentó Esther. —Les dije que era un vampiro— se rió él, tomándome la mano y mordiéndome levemente la muñeca con unos colmillos falsos bastante convincentes que llevaba puestos desde hace rato. —Seguro huyeron aterrados— empecé a decir. —O solo retrocedieron junto con sus padres. —Honestamente, ¿quién les teme a los vampiros más que a los zombies?— preguntó Esther. —¡¿Verdad?!— exclamó Roger. —No es posible que un ser de piel podrida, dieta de cerebros y pésima velocidad sea mejor que un ser inmortal, que bebe sangre y que puede volar. ¡¡Volar!! —A menos que ustedes dos fueran inmortales, yo no querría serlo— dije con un tono que se oyó más serio de lo que yo pretendía que sonara; creí que me mirarían raro pero me abrazaron. —¿Sabes quienes son mortales?— me dijo Esther con aire diabólico. —Los perros de tus vecinos. —Oh, cielos, Esther, ¡SÍ!— exclamó Roer viéndome. —Abby, ¡SÍ! Por favor, por favorcito. —Definitivamente esta no es la noche para asesinar a los perros de mis vecinos. —¡Oh, vamos! Definitivamente sería una travesura de Halloween que recordarías toda la vida. —No planeo pasar parte de esa vida ni un segundo en la cárcel si es posible— dije. —O teniendo que pagar por un reemplazo mucho peor— rió Esther. —Tal vez otro año— dije sonriendo y los otros dos se echaron a reír. Honestamente, fue una de las mejores noches de brujas para una chica como yo que no suele salir de casa ni tener tantos amigos que sean al menos un 10% de lo que son mi Esther y mi Roger.