Bloody Ruth

Ocho de cada diez personas saben que mi historia es real, pero no más allá de mi muerte.

Dos de esas ocho personas creen que la parte más allá de mi muerte también es verídica.

Una de esas dos personas me tiene miedo, pero sólo porque es menor de quince años.

Es un poco extraño que también exista el machismo incluso en las historias de terror.

¿Tú le tendrías miedo a un monstruo que vive en el bosque, su cuerpo es como el de un humano deformado, mide dos metros de alto, tiene la piel llena de manchas de sol rojas, y ojos inyectados en sangre, que además nunca parpadean, y que una vez que te encuentran no te perderán de vista, para poder perseguirte con un bate de beisbol profesional, con el cual te golpeará hasta que mueras?

¿Y si te dijera que ese monstruo fue bautizado por su ciudad con el nombre de Bloody Ruth y que tiene el cabello largo como único rastro de que antes era una chica “normal” de 17 años?

Ah, cómo odiaba mi piel pálida y sensible a la luz solar. Me impedía hacer de todo, excepto por lo que más amaba hacer: jugar beisbol y acampar, para lo que usaba siempre gorra y mucho protector solar.

A pesar de que tenía una estatura tan absurda de 1.80 metros, no, nunca jugué basquetbol.

El beisbol está impreso en mí desde que nací, literalmente. Mi nombre era Ruth. Desde los diez años que empecé a jugar me habían llamado Babe Ruth en innumerables ocasiones.

Era la mejor bateadora del equipo de beisbol femenil de mi escuela. Mi habilidad para mantener la vista en la bola era superior a la de todas mis compañeras de equipo. Me daba algo de vergüenza pero quien se encargaba de elogiarme todo el tiempo era nuestro entrenador, que además era el que solía llevarnos a todas de campamento tras un gran juego, saliéramos victoriosas o no.

Nuestro entrenador era un hombre joven de 21 años por el que todas mis compañeras se sentían al menos ligeramente atraídas, lo que a él le parecía muy divertido, y a mí bastante estúpido.

Hombre al fin, probablemente por eso era en mí en quien parecía estar interesado más allá de mis habilidades con el bate. “Yo también soy muy hábil con el bate” me dijo alguna vez, ‘el galanazo’.

Tras un juego particularmente bueno, en un día preciosamente nublado, fuimos de campamento, como de costumbre. Ese día en particular, el entrenador no me quitaba el ojo de encima por nada.

No, no es que quiera que alguien sienta lástima por mí o crea que soy una completa estúpida a saber mi historia. Reconozco que debí pensarle un poco más antes de ir a recoger agua con él al río en las profundidades del bosque (claro, aquí “ir con él” es más bien “ser arrastrada por él”, siendo interrumpida de una conversación que tenía con una compañera mientras limpiaba mi bate, que al ser llevada ni siquiera pensé en soltarlo).

Empezó a salir el sol y mi mayor preocupación era regresar pronto al campamento y bañarme en protector solar. Fue entonces que le pregunté si el río (al que nunca había ido, porque nunca nos adentrábamos tanto en el bosque cuando acampábamos) quedaba aún muy lejos.

No respondió. Solo dejó de caminar y se quedó en silencio un segundo, viendo alrededor.

No hagamos muy largo el cuento: Sin fijarme dejé que me llevara más allá del río e intentó sobrepasarse conmigo, tirándome al suelo, manoseándome y golpeándome molesto porque estaba tratando de defenderme golpeándolo. Cuando me tacleó, se me había caído el bate, pero seguía cerca de mí, así que intenté alcanzarlo para golpearlo y lograr que se quitara de encima.

Pero fue más rápido que yo.

Tomó el bate, y al hacerlo se separó un poco de mí, momento en el que creí que tenía oportunidad de levantarme, pero no lo logré.

Levanté la cabeza apenas lo suficiente para recibir el único golpe que necesitó darme.

Las hemorragias cerebrales son mortales y mi cabeza no ha sido nunca una pelota de beisbol.

Excepto claro por ese día, según mi entrenador.

Aquel idiota se espantó por lo que hizo pero consiguió tranquilizarse tras dejar caer el bate a mis pies y dar una vuelta por el bosque para aclarar sus ideas. Se inventó que me le perdí de vista, por lo que todos asumieron que fue grosero conmigo y decidí dejar de hacerle compañía.

No me encontraron de inmediato porque no creyeron que pudiera haberme ido tan profundo en el bosque, y mucho menos cuando había salido el sol. Le dieron suficiente tiempo al entrenador para tratar de huir y al sol para achicharrarme la piel.

Aunque sacaron mi cadáver de este bosque, mi espíritu sigue aquí, encadenado al lugar de mi muerte, con un rencor lo suficientemente fuerte como para materializarse cuando alguien va al río, destinándose a ser mi víctima.

Lo mucho que odiaba mi estatura debió deformar la apariencia de mi espíritu, y una de mis últimas preocupaciones siendo la luz del sol debe ser el motivo de que tenga la piel cubierta de manchas rojas. Mi uniforme de beisbol ahora está algo roto, algo ajustado y muy sucio. Mis ojos aparentemente acumularon toda la sangre del golpe mortal que recibí.

Pero aún tengo una vista excelente para buscar personas que caminan por el bosque en un día nublado.

Ah… pero… ni siquiera la vida de un millón de varones campistas asesinados con un golpe tras otro de mi bate compensarían el hecho de no poder asesinar al bastardo que me quitó la vida.

Nunca podré descansar en paz. Así que espero que si vienes de visita a mi bosque algún día no estés buscándola. No la encontrarás. Te encontrarás con mi bate de beisbol.

Contenido oculto: DA Artist: belendigievolution