Colección de Inuyasha - B de Belleza [Días de abecedario]

En definitiva, Kagome disfrutaba los días de inactividad en el Sengoku, aunque el siempre malhumorado hanyou se la viviera haciendo rabietas cada que podía por el simple echo de no poder tener pista alguna de Naraku o de nuevos fragmentos que recolectar.
Para ella, no había nada mejor que disfrutar de la belleza que esa época brindaba; adoraba ver la flora y fauna en todo su esplendor, respirar el aire puro que brindaban los frondosos árboles, ese panorama libre de altos edificios, y de miles de vehículos(que no sólo contaminaban el aire, si no que eran extremadamente ruidosos a causa de las prisas del centenar de personas). Pero sobre todo le encantaba recostarse, o bien, sentarse en el pasto a contemplar el hermoso manto nocturno; ese que sólo podía disfrutar en la época antigua, pues estába plagado de estrellas y que, gracias a ello, podía ver claramente las constelaciones de las que tanto hablaban sus libros de astronomía, eso la hacía inmensamente feliz pues, no sólo tenía que conformarse con las imágenes que su libro tenía; y que, cabía destacar, no favorecían en nada a lo que ella podía ver en vivo y a todo color.
Así es, en definitiva no había nada mejor que disfrutar de la belleza que sólo el Sengoku le brindaba, bueno si había algo...
—Kagome, ¿Que tanto le mirás al cielo?, o no me digas que ¿Ya estás pensado en regresar a tu casa por causa de tus dichosos exámenes?— preguntó toscamente el chico orejas de perro, como solía llamarlo su pequeño hermano.
—No Inuyasha, no estoy pensando en nada de eso— respondió la azabache rolando sus ojos. —Sólo admiraba las estrellas, en mi época no logran verse como aquí— respondió.
—Tonta, no se porque te impresionan cosas tan simples como esas— espetó Inuyasha en su típico y fingido tono grosero; para después sentarse a su lado y colocarle a la chica su tela de rata de fuego, ya que comenzaba a sentirse más fresca la noche.
Kagome le agradeció y recargandose en su hombro suspiró, retomó el hilo de sus pensamientos una vez que el chico pasó su brazo por los hombros de ella para darle mayor comodidad.
Si, en definitiva había algo mejor que todo lo que el ambiente en el Sengoku le brindaba, y eso eran los momentos en los que Inuyasha era atento y cariñoso con ella, momentos que sólo ocurrían estando solo ellos dos.
Amaba disfrutar sus pequeños pasatiempos con la persona que tanto amaba, su muy amado Inuyasha.