A medias

Ambos sentados frente a frente sobre la cama me parece un tanto irreal, dadas las circunstancias. Nos miramos largo rato como intentando examinarnos, descifrarnos, comprender mutuamente lo que en cinco años de conocernos no pudimos, como si unas cuántas horas pudiesen cambiarlo todo. Desnudo y con un cigarro en la boca, tus ojos muestran tristeza y resignación, como si la noche anterior no hablara por sí misma.

—Lo siento —me dices de repente esquivando la mirada y soltando una bocanada de humo—. Las cosas se me fueron de las manos.

El humo se dispersa en el aire y lo miro por un rato, tratando de evitar el dolor de esta conversación, eligiendo con cuidado las palabras antes de siquiera abrir la boca. Tus ojos miran las sábanas sin mirarlas, como rememorando la noche anterior y tantas otras, sabiéndolas únicas e irrepetibles.

—Quisiera haber tenido más tiempo —digo al cabo de un rato, siempre buscando tus ojos esquivos—. El amor se nos fue entre los dedos.
—Entre los dedos y entre las sábanas.
—Al menos pudimos sostenerlo por un rato, ¿no?
—Igual y fue más grande que nosotros —dices mientras te pones de pie para tomar un vaso vacío que hay en la mesa de noche para usarlo de cenicero—. Se nos vino encima y nos aplastó.

Justo tras de ti entra el sol por la ventana y el ruido de a ciudad que se levanta. Recortada por ambos, tu silueta se ve decaída y el cigarro no ayuda a la imagen. Contemplarte es siempre un dolor constante en el medio del corazón y más aún esta precisa mañana.

—¿Tienes las maletas listas? —pregunto y puedo notar que te quedaste con el humo del cigarro en la boca.

Tus ojos ahora buscan la ventana. Es natural que al hablar de esto no quieras que te vea, porque quedarías en evidencia y siempre has preferido el misterio.

—No aún —respondes a media voz.
—¿Sabes que tu avión sale hoy, verdad?

Tu espalda se encorva sobre la ventana. No quisiera que estuvieras así, pero bien sabes que, a diferencia de tu ser evasivo, yo siempre he sido de afrontar las situaciones. Sabías que este día llegaría y que estaríamos ambos desnudos hablando de ello.

—Pensaba en hallar una excusa, pero aún no la encuentro —dices mientras metes el cigarrillo a medio fumar en el vaso que usas como cenicero improvisado.
—¿Una excusa para qué?
—Para quedarme.

Con tu piel blanquecina y a plena luz del día, tu cuerpo te pone en evidencia cuando comienzas a llorar y tu espalda se contrae en sollozos contenidos que no dejan salir sonido alguno. Me pareció necesario ponerme de pie y abrazarte por la espalda para sentir tu piel una vez más.

—Creí que quizás tú habrías encontrado una —concluyes entrecortado por las lágrimas.
—No creas que no busqué —digo con la cabeza apoyada en tu espalda —, pero por más que pienso creo que encuentro más razones para tu partida que para que te quedes.

Es difícil luchar contra el llanto cuando estás desnudo en cuerpo y alma ante alguien como tú, pero es bueno saber que ambos estamos aquí el uno para el otro, al menos en este momento.

—Ambos sabíamos que esto acabaría así —digo mientras volteo tu cuerpo para vernos frete a frente—. Desde que decidimos estar junto al otro que era la única certeza que teníamos.
—¿Y esto es así de simple? ¿Así termina todo? Cruzando esa puerta ya no habrá vuelta atrás y el ayer seguirá siendo ayer.
—Lo sé desde el primer día. Es cierto que hoy me da mucho más miedo que en ese entonces, pero...
—¿Pero qué? ¿Y el amor? ¿Qué hago con todo esto ahora? ¿Qué se supone que haga con esta historia?
—Ojalá el amor fuera suficiente, pero prefiero que partas para seguir tus sueños a anclarte por mis deseos egoístas.
—¿Entonces viviremos con esta historia incompleta?
—Tan amarga como un libro sin final.

Nos miramos y creemos que todo es mentira, tanto lo vivido como el futuro, todo es una estafa del destino. El último beso nos atraviesa el alma sin piedad, nos amenaza con detener el tiempo y no dejarnos escapar.

—Ha sido un placer estar contigo —es lo único que atino a decir mientras te vistes, sabiendo que cada prenda te va alejando poco a poco de mi vida, y tú me respondes igualmente.

Te acercas a la puerta y te observo desde la ventana. Ambos sabemos que no debemos darle más espacio al amor, pues sólo nos haría más daño. La sentencia que tanto esperábamos se retrasase, se está cumpliendo en este momento y mi consciencia vuela entre lo cierto y absurdo de todo lo vivido. Volteas a verme desde la puerta ya abierta, trantando quizás de retener toda nuestra historia en esa mirada final. Sonríes y yo igual, como si aquel momento fuera adecuado para sonreír, pero qué más se puede hacer. Atraviesas el umbral como saboreando cada paso y siento como se me va apretando el pecho poco a poco, aterrizando por fin en la realidad de los hechos. Tus pasos por las escaleras son la marcha al cadalzo de nuestro amor, y entonces te veo alejarte por la calle a través de la ventana, imaginando que pronto volverás de la misma manera, pero sabiendo a ciencia cierta que eso no sucederá. Miro entonces la mesita de noche y veo el vaso mugriento de ceniza y el cigarrillo a medio fumar. Debo acabar el cigarrilo y quizás pueda comenzar a acabar también con esta historia.