—¡Hola, buenas tardes! ¡Cartero comercial! ¿Me puede abrir? —¡Oh, por Dios! ¡No morí para esto! ¡Váyase al Infierno! De un golpe, la voz malhumorada colgó el telefonillo. Suspiré al ver de nuevo el catastrófico resultado. Ni siquiera la vida en el Cielo me está resultando fácil, aunque la gente dijese en vida que sería el "descanso eterno" en realidad está siendo todo lo contrario para mí. Podría empezar contando mi historia desde el momento que morí, pero si hay una cosa, y solamente una única cosa, que comparto esa es la de no hablar sobre mi muerte. Es un poco de mal gusto, así que si ya estamos muertos, ¿para qué hablar sobre semejante mal trago? Hay que decir que para el ciudadano promedio del supuesto Paraíso realmente se vive una vida cómoda y relajante. Hay un montonazo de instalaciones súper chulas como el Jacuzzi Celestial o el Campo Deportivo de los Milagros; es un gozo pasear por la Avenida de los Santos y contemplar la multitud de escaparates de todo tipo de tiendas; o ir al Campo Elíseo de paseo con tu mascota que te acompañó en vida, disfrutando de las vistas florales mientras pasas una relajada tarde; o incluso quedarse en casa deleitándose de la música celestial emitida en Radio Sacro es todo un planazo. Pero claro, todo eso es para los que llevaron una vida correcta en la Tierra. Cuando aún conservaba la mortalidad era un chico normalito, no destacaba en nada ni era el más popular. Era el hastío de lo ordinario, como un grano de arena en mitad del desierto, totalmente desapercibido ante cualquiera. Ésto dio como resultado multitud de problemas tanto en el sector laboral como en el campo del amor. En otras palabras, pasé prácticamente toda mi vida siendo un soltero parado, parado en varios sentidos. No es que quisiese ser así aposta, pero puede que mis ideales me llevasen a tomar una vida sencilla. Quizás si no hubiese tenido aquel accidente antes de tiempo podría haber desarrollado mi historia con eventos más interesantes; aunque tampoco es que odie mi vida. No todo fue malo, al menos estuve tranquilo; no puedo decir lo mismo de mi actual "vida". Contra cualquier opinión respecto a cómo es la vida después de la muerte, en el Paraíso se rigen por normas algo estrictas que dependen de cómo actuaste durante tu vida. Seguramente sabréis que en prácticamente todas las religiones hay un dios o alguna entidad que juzga todas tus acciones y decide el destino de tu alma. Pues aquí esa entidad es Dios, pero lo que nadie sabe es que en realidad la decisión es comunicada por San Pedro, o como yo lo llamo, el conserje del Cielo. Allí me hallaba yo, delante de las puertas doradas que me separaban del Paraíso, con San Pedro como su guardián, sentado en un escritorio que destacaba en exceso entre tanta blancura de las nubes. Después de tantos siglos de duro trabajo era normal que el pobre necesitase usar gafas, aunque si bien era cierto que eran bastante discretas, le daban un aire aún más intelectual. —Veamos... Tú eres Ángel Iván Avilés. ¿Correcto? —Prefiero que me llamen Ángel, a secas. —Bueno, Ángel. Tengo aquí tu Informe de Conducta. A ver qué te ha tocado... Para los que no lo sepan, aunque ahora que lo pienso solo lo podríais saber si estuvieseis en mi posición, es decir, muertos, un Informe de Conducta es como tu Currículum Vitae. De hecho creo que Dios se inspiró en esa tendencia humana para acceder al cielo. ¿O fue al revés? Lo importante es que sepáis que en aquel momento me sentí como si estuviese en una entrevista de trabajo. Si habéis estado en una os podréis hacer una idea. —Según las observaciones de nuestro Padre, Hijo y Espíritu Santo, parece que llevaste una buena vida cristiana. Tus pecados no fueron severos, si bien tampoco te relacionaste demasiado, no parece que tengas demasiados manchones en tu historial. Sin embargo, hay algo que no puedo saltar por alto... De pronto tuve un mal presentimiento. Tenía la seguridad de saber qué era eso que le había llamado la atención. Pude ser muchas cosas en vida, pero nunca fui capaz de... —No crees en Dios —San Pedro bajó la mirada ligeramente para mirarme por encima de sus anteojos. Efectivamente, nunca fui un hombre de fe. Y mírame, por circunstancias de la vida aquí me encuentro, ante San Pedro y el reino de Dios. Una brisa corrió entre nosotros dos, un meteorólogo estaría encantado de explicar el origen de este viento que soplaba por encima de las nubes; pero para mí, la frialdad de aquella brisa me pareció sobrenatural. —Bueno... Reconozco que no fui una persona muy religiosa. Pero eso no cambia lo que ven mis ojos, nunca es tarde para encontrar la fe, ¿verdad? —dije con una risita nerviosa. —Ya, claro. Vosotros los ateos siempre estáis con esas excusas científicas. No creéis en algo hasta que lo tenéis delante de las narices. —Es que si hiciésemos eso también habría que creer en hadas y extraterrestres. —No confundas fe con convicción. Pero bueno, tienes suerte de que Dios sea generoso y admita la entrada a no creyentes, pues Él juzga los actos y sabe que dentro de todos sus hijos hay amor. A pesar de que me pareció una respuesta un tanto pedante, no me podía quejar. Al menos no iría al Infierno. Justo cuando San Pedro iba a leer la conclusión de Dios sobre el destino de mi alma, apareció un mensajero. —¡San Pedro! Le traigo el Acta de Empleo de hoy. —¡Menos mal, justo a tiempo! Ya empezaba a pensar que tendría que dejarle un tiempo en el limbo. ¿Hablaba sobre mí? ¿Es que aun siendo bueno podrías caer al limbo o qué? Esperé a que los acontecimientos se desarrollasen solos. —Bueno, señor Ángel. Ha sido admitido en el Reino de nuestro Señor Todopoderoso. Según el Acta de Empleo redactada hoy día (x) del mes (x de nuevo) del año (cuatro x), el Sr. Ángel Iván Avilés Valiente, fallecido en algún lugar bajo ciertas circunstancias en algún momento—sentenciaba San Pedro de forma imprecisa para mantener la atemporalidad del relato—, se ha decidido que entrará bajo el empleo de Mensajero. Enhorabuena, se ha convertido en el ángel Ángel. Quizás fuese cosa mía, pero en el fondo de sus palabras pude notar cierto sarcasmo. Tenía la sensación de que se estaba burlando de mí, o quizás fuese Dios quien se reía de mí, o tal vez una mano secreta que organizaba todos estos acontecimientos para mofarse de mí a entretenimiento de terceros. En cualquier caso, ya se había decidido mi destino: sería el mensajero del Cielo, un ángel. ¡Vaya! Pensaba que estas cosas eran algo distintas, estoy seguro que muchos teólogos me tirarían ladrillos y me tratarían de blasfemo si les contase lo que estaba viviendo. El mensajero que vino con aquella acta se acercó a mí y posó una mano sobre mi hombro. —Te doy mi más sincero pésame. Ten fe y algún día Dios se apiadará de tu alma. En aquel momento no entendí sus palabras. ¿Acaso no era bueno entrar en el Cielo? ¿No se suponía que Dios me había aceptado? Estaba lleno de incertidumbre, sus palabras me habían desconcertado, y como para no hacerlo. ¿Quién iba a saber que ser mensajero del cielo consistiría en, básicamente, ser un cartero normal y corriente como los de Correos pero con el cuádruple de trabajo? Dejadme que os explique el porqué de tanto trabajo en un oficio tan "simple". Piensa un momento cuántos cristianos hay en el mundo. ¿Millones? ¿Miles de millones? Te aseguro que son un pico. Bien, pues ahora piensa en la cantidad de gente que va a la Iglesia a rezar por sus seres queridos, a rezar a los difuntos desde cementerios o desde sus propias casas. Pues todos esos rezos suben al cielo y se convierten en mensajes físicos que nosotros, los pobres curritos del cielo, tenemos que repartir a cada habitante. Exacto, cada una de las oraciones se convierte en una carta que entregar. Quizás ya empieces a comprender las miles de millones de cartas que tenemos que entregar por día. Y si eso te parece mucho, imagínate en las misas de los domingos, o en Semana Santa. ¡Vacaciones decían! Por esa misma razón le he cogido cierto asco a la palabra "rezar". Por supuesto, ni se me ocurre decirlo en voz alta o me crucificarían, literalmente. Por lo tanto si tú eres uno de esos que rezan como buen cristianito, que sepas que te odio; pero no es un odio de esos que dices "¡Tío, que asco me das!" y me olvido, no, lo mío es un odio puro, intenso y profundo hasta decir basta. Claro que esto tampoco lo digo o me etiquetarían de pecador de por vida, o por no vida, ya no sé ni cómo decirlo. Como cartero creo que duré un mes, o quizás menos, ya no estoy seguro. A pesar de la cantidad de ángeles que hay en el Paraíso, seguimos sin ser suficientes como para cubrir la inconmensurable cantidad de trabajo que recibimos a diario. Un día, hastiado de la situación, me dirigí al Sindicato de Trabajadores Santificados (sí, en el cielo todo está bastante bien estructurado, a mí también me sorprendió al principio) y me quejé de las condiciones laborales que teníamos los ángeles. ¿Y a que no sabéis qué me dijeron? —Lo siento, pero esa petición está fuera de nuestra jurisdicción. Las tareas de los ángeles fueron designadas directamente por el Altísimo y no podemos hacer nada. Los caminos del señor son inescrutables. Salí de allí indignado. Mucho sindicato para nada. Claro, si todo era diseñado por Dios, ¿quién tendría las santas narices de contradecirle? Me pillé tal enfado que decidí no volver a trabajar durante el resto de mi eterna vi... no vida. Bueno, como se llame lo que sea que estoy haciendo. Mi plan era bueno, sí, pero como dije, en el Cielo ya lo tenían todo pensado. A los dos días llamaron a la puerta de mi casa unos señores con alas más grandes que las de los ángeles comunes. Fue como cuando vienen los cobradores de morosos a exigirte que les pagues, o cuando viene la policía a arrestarte. Me dijeron que iba contra las leyes del Paraíso faltar al trabajo. Les contesté que estaba enfermo, pero no caí en la cuenta de que no puedes enfermarte cuando ya estás muerto. Me explicaron que en estas circunstancias las medidas regulares eran rebajar el puesto del susodicho y, en caso de continuar las incidencias, caería en el Infierno. Era un aviso bastante claro: trabaja, cacho vago. No me quedó más remedio que aceptar mi nuevo empleo de cartero comercial. ¿Que en qué consiste? Muy sencillo, ¿alguna vez has visto a alguien por la calle repartiendo folletos? ¿O a alguien yendo de portal en portal llamando al timbre para que algún alma gentil le abra la puerta y pueda introducir su publicidad en los buzones? Bueno, pues ése era exactamente mi trabajo. Y allí me encontraba, una semana después de mi degradación, ante otro intento fallido de entrar a un edificio para cumplir mi función de cartero comercial. No era un trabajo agradecido, tampoco era sencillo, y ni siquiera tenía días festivos. Vamos, que era una mierda. —¡Por todos los diablos! ¿Por qué narices estoy haciendo esto? ¿No se suponía que ésto sería el descanso eterno? ¡Pues descanso eterno mis narices! ¡Estoy harto! ¡Harto! ¡Para estar así prefiero ir al Infierno! ¡Esto no puede seguir así, voy a hablar ahora mismo con Él! Tiré al suelo nuboso los folletos del Club de Lectura de los Poetas Muertos y me dirigí al lugar donde residía Dios. Esta parte me cuesta describirla. Él no vivía en ningún edificio en concreto, pero tampoco estaba al aire libre; no era un lugar amplio, pero tampoco era estrecho; ni siquiera era muy luminoso, pero no se encontraba entre penumbras; resultaba que era un sitio, pero no estaba en ningún lado. Dios simplemente vivía Allí. Igual de difícil me resulta decribirle a Él. Recuerdo que cuando vivía vi representaciones suyas de un señor mayor con una barba muy larga; o de una pirámide que representaba la trinididad, creo que tenía un ojo en medio, o quizás lo esté confundiendo con otra cosa. Pues cualquier representación suya que pueda recordar está equivocada. No era un señor mayor, ni una pirámide, no es que tuviera una forma concreta, pero lo tenía ahí delante. Le podía ver, pero no estaba seguro de qué era exactamente lo que estaba viendo. Simplemente era Él viviendo Allí. —¿Qué haces aquí, pequeño ángel? ¿No quedan oraciones por repartir o es que hay algún problema con tu trabajo? —me dijo con voz omnipresente. No estaba seguro si decía "pequeño ángel" refiriéndose a mí o a mi oficio. —Esto... hola, Dios —no sabía muy bien qué decir. No todos los días se habla con Dios—. Quería decir, mejor dicho, quería expresar mi malestar... Es decir, mi incomodidad respecto a mi empleo. No quiero insinuar que no me guste, es algo muy respetable; pero en lo más profundo de mi corazón tengo la sensación de que quizás es algo... exigente para mí. ¿No podría hacerse algo al respecto? Él guardó silencio por unos instantes muy incómodos. Por un momento me imaginé a Dios fulminándome con un rayo, pero solo estaba confundiéndome de religión. —Ángel, no hay necesidad de mentir. Recuerda que yo lo sé todo, y por supuesto sé lo que opinas sobre los ángeles. Dime, ¿qué crees que significa ser un ángel? —Hmmm... ¿Ir de un lado a otro repartiendo cartas? —Es una definición demasiado superficial. Los ángeles se encargan de que las oraciones de todos y cada uno de los seres humanos sean escuchados. Sin los ángeles el acto de rezar no tendría ningún sentido. Es gracias a vosotros que el mundo puede mantener su fe. —Entonces no lo entiendo. ¿Por qué me has nombrado ángel a mí? ¡Si toda mi vida he sido un ateo! —Por eso mismo. Un ángel reparte fe y con el transcurso del tiempo, ellos mismos van siendo influenciados por la misma fe que divulgan. Nombrar ángel a un ateo es la mejor forma de salvarlos. De hecho, ¿no estás aquí, hablando conmigo? El propio hecho de decidir entablar una conversación con Dios requiere tener un mínimo de fe en mi existencia, prueba de que la fe ya está calando en tu alma. Reflexioné lo que acababa de decirme. Tenía mucho sentido, pero no cambiaba en absoluto el motivo por el que venía a quejarme. —¡Pero este trabajo es muy duro! ¿No hay otra manera de repartir las oraciones? —entonces Dios rio. —¡Claro que la hay! Actúas como un ángel de la misma forma que lo haría un cartero común y eso es porque aún estás demasiado ligado a la vida terrenal. Con el tiempo aprenderás que en el Cielo hay otras formas de hacer las cosas, ese día llegará cuando alcances un nivel espiritual superior y éso solo se puede conseguir con fe. —¿Y qué hay de mi degradación? ¡Ahora no soy más que un cartero comercial! ¡Estoy en lo más bajo del escalafón! —Eso fue porque tu fe flaqueó, de haber seguido así tu alma habría sido insalvable y no me habría quedado más opción que enviarte al Infierno. Pero por suerte no ha sido así, has encontrado de nuevo el camino de la fe. Vive con fe y tu vida en el Cielo se enriquecerá día a día. —Me alegra oír eso, pero me encuentro algo perdido. Ya no sé qué hacer. —Por el momento les diré al resto de ángeles que te devuelvan tu antiguo puesto. De hecho... —Dios me mostró una carta especial—. Todavía no se ha repartido el Acta de Empleo de hoy. Seguro que San Pedro la estará esperando. ¿Por qué no vas tú a entregarla como celebración por tu ascenso? Había algo dentro de mí que sentía como si Dios se estuviese aprovechando de los ángeles. Puede que sea este tipo de pensamientos a los que se refería Él como faltos de fe. Aunque ahora que lo pienso... ¿Qué es exactamente la fe? Por alguna razón había algo que fallaba, pero no sabía el qué. Sin darle más vueltas, cogí el acta y me dirigí hacia donde estaba San Pedro. Para variar, San Pedro se encontraba hablando con un recién llegado, le estaba leyendo su Informe de Conducta. —Vaya, vaya. Parece que tenemos aquí otro ateo. Últimamente están viniendo demasiado. ¿Se puede saber qué está pasando allí abajo? —La religión es algo inútil. Aunque tenga el Cielo delante de mis ojos, me niego a aceptar una muerte así. Éste no es el final que deseo. —¡Por Dios, qué hombre más testarudo! —San Pedro miró a un lado y su vista se cruzó conmigo. Lo que vio debió de parecerle divertido— ¡Mira a quién tenemos aquí! ¡El ángel Ángel! ¿Qué te trae por aquí? ¿Haciendo las maletas para ir a algún lugar más caluroso? —No, vengo a entregarte el Acta de Empleo de hoy. San Pedro me miró incrédulo. —¡Menuda sorpresa! Nunca pensé que un ateo pudiese encontrar el camino de la fe. Por muchos siglos que pasen, la juventud no dejará de impresionarme. En fin, tráeme eso. Le ofrecí el acta y sin perder ni un segundo leyó su contenido. —Según el Acta de Empleo redactada hoy día (x) del mes (x de nuevo) del año (cuatro x), el Sr. Antonio López Torres, fallecido en algún lugar bajo ciertas circunstancias en algún momento, se ha decidido que entrará bajo el empleo de Mensajero. Enhorabuena, se ha convertido en el ángel Antonio. Me quedé atónito al presenciar aquella escena, éso era lo que llamaban tener un déjà vu. Sentí pena por ese chico llamado Antonio, tener que pasar lo mismo por lo que había pasado yo era muy duro. Me acerqué a él, posé una mano en su hombro y le di un consejo que posiblemente salvaría su alma. —Te doy mi más sincero pésame. Ten fe y algún día Dios se apiadará de tu alma.
¡Hola, hola! Soy Angelivi, el autor de este extraño relato. Seguramente ya sabréis que esta historia fue escrita para la actividad ¡Agosto te desafía!. Tenía que buscar el significado de mi nombre y escribir un relato sobre ello. Mi nombre, Ángel, significa "Mensajero de Dios" y entonces se me ocurrió satirizar a los ángeles, verlos como si fuesen empleados de Correos, y así fue como nació este relato. Aunque intento centrarme en la comedia, he insertado varios elementos religiosos para que también se pueda reflexionar un poco sobre la fe. Debo añadir que yo me considero ateo y, a pesar de lo que pueda haber escrito en esta historia, me sigo considerando ateo. No creo en ningún tipo de Dios, pero pienso que aquellos que sí creen deben ser respetados. Aunque haya sido una sátira hacia los ángeles, espero no haber sido ofensivo, y de haberlo sido pido disculpas. Espero que hayáis disfrutado y que al menos haya conseguido sacaros una sonrisa. ¡Nos leemos!