Extraño y maléfico amor

Esos ojos dorados atravesaron la habitación a oscuras. Sus labios dibujaban una hermosa sonrisa poseedora del más oscuro y diabólico secreto, sus dientes fueron expuestos al mismo tiempo que su lengua se paseaba por el contorno de los labios, rojos como la sangre. Avanzo unos pasos en la profunda oscuridad y se detuvo al escuchar un gemido de dolor.

Su sonrisa se volvió altanera y llena de sorna al momento en el que caminaba plácidamente hacia una de las esquinas…

—Ya veo, estas asustada ¿no es así?- pregunto a un pequeño bulto que se convulsionaba solitariamente. Centro los ojos en esa silueta y la agarro de la muñeca para luego alzarla, un pequeño gritó sofocado salió de su boca… al parecer era una mujer.
—¿Cuántas veces tendré que recordarte que no debes salir de mi cuarto? ¿Acaso quieres que vuelva a tu país solo para que tu hermana lleve la misma suerte que tu madre?

El cuerpo de la joven se tenso totalmente y luego de unos minutos logro pronunciar un pequeño y casi inaudible susurro:
—No lo hagas, por favor…- suplico con el poco coraje que le quedaba. Su garganta estaba seca y sus ojos totalmente irritados, su cuerpo estaba oculto por lo que se podría decir un atuendo para “machonas” como las llamaba su madre; unas botas negras con tacón de aguja que le llegaban hasta las rodillas, un top que le tapaba solo la parte esencial del busto y una simple tanga negra de encajes violetas.

Odiaba usar eso pero no tenía opción, él era su dueño ahora y usaba lo que él quisiera. El dueño de los orbes dorados la miro con arrogancia y la dejo suavemente en el suelo, la miro de pies a cabeza y toco todo su cuerpo con la mano derecha. Podrían haber pasado segundos, minutos o incluso horas, pero esos momentos en el que sintió su mano por todas partes fueron las más deliciosas de todas, claro, sin contar el éxtasis que le provocaba ver la cara de su joven recompensa arrugarse por la repugnancia que esto le proporcionaba.

Soltó una pequeña risita y camino hacia la entrada, se dio la vuelta lanzando un beso a la nada mientras sus ojos destilaban altanería… y dejó la habitación. El cuerpo de la joven se volvía a convulsionar, pero no podía permitirse que esa bestia abominable volviera; dejo sus pensamientos en blanco y activo su lado “Setsu” el nombre que adoptaba cuando estaba en su trabajo.

Sus ojos perdieron ese brillo temeroso y adoptaron un resplandor pasional. Sus labios se elevaron unos centímetros y su postura se volvió atrevida, acomodo su cabello y camino hacia su cuarto; uno para “princesas” como solía pensar antes.

Las paredes decoradas por simples pero hermosos adornos dorados y rojos dejaban a relucir el color toscano de las paredes, la alfombra de un rojo carmesí tapaba cada milímetro del suelo victoriano y los muebles de lujosa madera de sauce barnizados hace décadas era el último toque. Camino hasta el armario dorado y sacó una pequeña blusa de seda transparente blanca junto con una tanga a juego, tiro la ropa que llevaba puesta y así como la había creado el mismísimo se metió al tocador.

Abrió la ducha con esos dedos alargados y mirándose una vez más en el espejo, se ducho. El agua corría por su cuerpo llegando a los pies, se podía apreciar la manicura de las uñas al momento en el que masajeaba su cabellera llena de crema. Los minutos pasaron como también el baño de la joven, su cuerpo ya se ajaba seco y con los conjuntos elegidos junto con unos tacones blancos de varios centímetros, su cabellera rubia estaba atada en un pequeño pero elegante rodete. Se puso maquillaje y salió de ese cuarto.

Los pasillos eran largos y angostos, las puertas eran duras y preciosamente retocadas… claro que aun se podía escuchar alguno de los gritos del otro lado. Eso era lo que “Setsu” más amaba, los gritos de placer o dolor que algunos de ellos daban; claro que su presa moría al terminar para saciar la sed de sus amos… eso era lo que le daba gracia, ella era la única que permanecía con vida al ser la prisionera del jefe de todos.

Siguió caminando, moviendo sus caderas atrevidamente y paseando sus dedos por las paredes ocasionando uno que otro chirrido. El sonido de los tacos mezclado con el de los gritos de dolor proporcionado por el final de sus vidas era música para sus oídos, el olor a la sangre llegó a sus fosas nasales y respiro profundamente… era lo único que necesitaba en ese momento.

Por fin llegó a la tan esperada puerta de cristal marchito, sin siquiera tocarla está se abrió completamente dejando ver a él ser más demoniaco de todos. Esos ojos la miraron con devoción y movió su dedo en señal de que se acercara, sus ojos se encontraron otra vez y de la boca de ella salió una pequeña risilla armoniosa. Sus pasos fueron lentas y elegantes al momento en el que se acercaba a su objetivo, se sentó en las piernas de su amor con las sujas de cada lado y acerco sus labios de los de él.

Un centímetro antes de besarlo, hablo con esa voz tan sensual que la caracterizaba:

—Señor… ¿me permite esta pieza?- pregunto con voz juguetona. Él solo la miro con adoración y lamio sus labios en señal de aceptación. Ella unió sus labios y la pelea comenzó, sus besos era siempre así… pasionales.

Las puertas de la mansión se cerraron en un instante y los pájaros volaron al cielo, las puertas se cerraron una a una al mismo tiempo en el que se trancaron con seguro. La última puerta fue esa, en la que la maléfica pareja demostraba su amor… la imagen que se vio al final fue las prendas desgarradas, tiradas en un costado de la habitación. Una pareja que demostraba su amor a través del odio y el dolor, pero esa era su forma de manifestarse lo que sentían el uno por el otro; la forma en la que ellos declaraban quienes eran los más importantes en sus vidas.

Así eran ellos, eran envidia, eran gula, eran pereza, eran la muerte, eran el dolor, eran el sacrificio, eran el pecado, eran Lucifer y su amada.