Microrrelato Experiencia de usuario

Y, lamentablemente, llegó ése día del mes en el que mi yo del pasado y yo nos encontramos otra vez con el mismo deber. Pagar la factura electrónica del teléfono. Se suponía que era una buena idea, pero resultó un implacable suplicio. Abrir una página diseñada por cuatro monos, hacer clic y sentir como si estuviéramos regalando dos minutos de nuestra vida a un infame monstruo digital. Cada clic nos llevaba más y más profundo, a páginas cada vez peor hechas, y poco a poco se va haciendo un suplicio. Un clic mal hecho presenta dos posibles escenarios, recargar la página, y perder dos minutos más cómo quién pierde una moneda jugando a la lotería, o retroceder a una página anterior, lo cual implica perder varios pasos. Es una guerra entre nosotros y la personificación de la burocracia hecha página web.

Y, cuando creíamos que habíamos invertido la jornada en vano, apareció un rayo de esperanza en el monitor, un botón para chatear con un empleado. Tras idas y vueltas resultó que dicho empleado no era más que una máquina con dos o tres respuestas calcadas cual Biblia de Gutenberg. Era un total despropósito pero, aún con sus idas y vueltas, finalmente llegamos a tierra firme. Un verdadero faro de esperanza. La pantalla de login. Ése momento en el que mi yo del pasado me echaría un cable, la última vez que llegamos a este rincón de la terra incógnita nos encontramos con un desafío cual jefe final. Registrarnos. Pero ésta vez, mi yo del pasado se había encargado de dejarme listo un truco para derrotar a este monstruo. Había anotado la contraseña en uno de esos papelitos amarillos que se pegan a las cosas, y lo había dejado pegado en la pared del cajón del escritorio. Me fijé y allí estaba, efectivamente, la contraseña...

La contraseña... No estaba en los registros de la página. Como si el jefe se negara a ser derrotado tan fácilmente. Aunamos esfuerzos para registrarnos de nuevo y, tras nuestra odisea, pudimos finalmente, pagar nuestra factura electrónica.