Fumetsu no Anata e Espíritus [Fumetsu no Anata e/To your Eternity]

Tema en 'Fanfics de Anime y Manga' iniciado por Ichiinou, 23 Octubre 2021.

  1.  
    Ichiinou

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    Escritora
    Título:
    Espíritus [Fumetsu no Anata e/To your Eternity]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1635
    Fandom: Fumetsu no Anata e / To your Eternity
    Para la actividad 'Serpientes y Escaleras', con la premisa: Publicar un fanfic (en el sentido de personajes de cualquier serie/anime/manga/libro/rol) ambientado en la temática Halloweenesca.
    Situación de la historia: Se ambienta en el final de la primera temporada del anime.
    Aviso de spoilers, si no has visto el anime completo, por favor, no leas.

    Espíritus

    Habían sido unos días muy duros, después de haber encontrado a Pioran sin vida el pobre Inmo no sabía muy bien qué hacer. Le parecía que cualquier rumbo que tomase, sería totalmente destrozado por la mala suerte que le acompañaba a cualquiera que se atreviese a acercarse a él.
    —No necesitas amigos para sobrevivir —se decía a sí mismo cada vez que se veía interesado por alguien en sus travesías—.
    Se aseguraba de no acercarse innecesariamente a nadie, para que así tampoco sufrir él más de lo necesario. Cada vez podía convertirse en más amigos y aún así, se sentía tan solo. En ocasiones recordaba a March, quién la sentía como una madre, pues fue la primera que se interesó por ayudarlo y enseñarle las cosas más básicas que conforman a un ser humano. Pero hacía mucho que no se transformaba en ella, de alguna forma le dolía mucho transformarse en personas que había querido tanto.
    En una de sus travesías, buscando quizás la forma de derrotar a los nokkers, había estado largo tiempo vagando y se hizo de noche, por lo que se dispuso a buscar un refugio para poder descansar y seguir con la travesía no bien empezase el día.
    Había estado vagando por una zona de bastantes árboles, pero hacía rato que no se encontraba con nadie, por lo que se conformaba con encontrar una cueva en la que resguardarse por si caía una noche muy fría, que amenazaba con ello. Aquella época del año ya empezaba a ser bastante fría, como si se avecinase el invierno. Renqueando de un lado para otro, buscando un refugio, pronto se percató de un sonido que parecía no provenir de muy lejos.
    Pum, pum, pum —se escuchaba—, pum, pum, pum —de alguna forma parecía que aquel sonido estuviese siguiendo un determinado ritmo.
    Pensó que aquel misterio era interesante, incluso aunque pudiese ponerle en peligro, no sentía que nada pudiese acabar con él de verdad, excepto los nokkers y El de Negro le habría avisado en caso de haber notado su presencia.
    Según se iba acercando hacia aquel sonido, también fue dilucidando que entre aquel sonido también se escuchaba lo que parecían voces, como si aquello fuese una especie de canción.
    Pronto pudo entrar a un claro en aquel bosque y pudo ver un pequeño poblado, con cabañas bastante pequeñas conformando un círculo. En el centro, había una gran hoguera con carne que se estaba preparando. Inmo se preguntó cómo no había detectado antes aquel delicioso olor a carne. Y entorno a la hoguera pudo ver a varias personas sentadas, algunas con instrumentos y un par bailando y danzando. Aunque al fijarse, Inmo no podía asegurar que aquellos fuesen seres humanos, porque todos llevaban lo que parecía calabazas en la cabeza.
    Dudó si acercarse, pero su estómago empezaba a gruñir y también estaba relativamente aburrido de toda la comida que podía crear. Aunque quizás pudiese llegar a molestar a aquella gente, decidió probar suerte.
    En cuanto detectaron que alguien se acercaba, los tambores cesaron su marcha y varias personas miraron en dirección a Inmo. Al ver sus rostros, Inmo tragó pesadamente saliva, realmente tenían un aire aterrador con las muecas talladas en las calabazas que llevaban en la cabeza. Pero haciendo honor a su amigo Gugu, aquellas máscaras no le dieron miedo al muchacho, quién pronto vio cómo se le acercaba lo que parecía un infante enmascarado, que no levantaba más de tres palmos del suelo, con una calabaza en las manos. El pobre hacía lo que podía para no perder el equilibrio con el peso que cargaba.
    Inmo se apresuró a ayudar al pequeño. Ayudándole a sujetar la calabaza.
    —Señor, señor, tiene apresurarse que ponerse esto —dijo el niño un tanto nervioso—, si no los espíritus le verán y le llevarán con ellos.
    A Inmo le resultó curioso lo que le decía aquel niño. Vio que el niño estiraba enérgicamente los brazos, tendiéndole la calabaza con sumos malabares para que no se le cayese y finalmente Inmo la cogió en sus manos.
    —No tenga miedo, póngasela o se lo llevarán —dijo el niño enérgicamente.
    Inmo hizo caso de aquel niño que parecía bastante preocupado porque se pusiese la máscara y pronto, procedió a estar ataviado como los demás que le rodeaban. Ciertamente, llevar aquella húmeda calabaza en la cabeza, le limitaba el campo de visión y aquellas personas iluminadas por la luz de la hoguera se le tornaban poco más que sombras.
    Poco después de que Inmo hiciese lo que le pedía el niño, los tambores volvieron a tocar y los bailarines volvieron a danzar. El pequeño que se había acercado a él dio un par de tirones de su ropa, para llamar su atención de nuevo.
    —Sígame señor, no se va a quedar ahí plantado mirando.
    El pequeño lo guio hacia un lado de la hoguera, donde había otras dos figuras cerca de ellos.
    —Kino, ¿qué te he dicho de hablar con desconocidos? —dijo un voz femenina, que aparentemente podría ser la madre de aquel chico—. ¿Y si hubiera sido un espíritu?
    —Los espíritus no tienen esa cara, madre. ¿No me dijo usted que eran feos y desfigurados? —el niño trató de hacer una mueca para demostrar la fealdad de los espíritus, o al menos eso intuyó Inmo, ya que con la máscara de calabaza no se podría ver nada del gesto del pequeño.
    El niño provocó la carcajada de su madre, que le dio un pequeño golpe en la calabaza.
    —Venga, sentaros y prestad atención al ritual, pronto vendrán los espíritus a llevarse la carne.
    Al escuchar estas palabras, Inmo se sentó, pero quedó pasmado pensando que no podría catar esa carne. Aunque una vez procesó que la carne no iba a ser para él, se quedó pensativo apreciando lo que había dicho la madre de Kino.
    —¿Vendrán espíritus a por la carne? —dijo Inmo tímidamente, interesado en aquello que había afirmado la mujer.
    La madre del niño, sacudió la cabeza, al mismo tiempo que la figura que tenía inmediatamente al lado.
    —Joven —esta vez habló la persona que tenía al lado, un hombre—, parece que no eres de por aquí. ¿Cierto?
    Inmo confirmó sus sospechas asintiendo con la cabeza, con riesgo de que la cablabaza se le descolocase, le decía algo grande.
    —Una vez al año, en la estación que denominamos otoño, por la noche de muertos, hacemos una ofrenda a los espíritus para que se lleven la carne de venado que previamente cazamos y puedan saciar su hambre de este mundo terrenal y vuelvan tranquilos al mundo de los espíritus —dijo el hombre.
    Inmo quedó pasmado, al escuchar aquel relato, pensando en el sentido que podrían tener aquellas palabras.
    —Pero —empezó Inmo tímidamente—, los espíritus no necesitan alimentarse, son solo almas que han abandonado su cuerpo.
    —En esta noche de muertos, la frontera entre el mundo de los vivos y de los muertos, es tan difusa que los muertos pueden sentirse vivos por una noche y sentirse impulsados por sus deseos terrenales. Uno de ellos, la carne. Una forma de que no nos pase nada, es dándole una ofrenda carnal y poniéndonos estas calabazas, que nos harán irreconocibles para ellos y no despertar su hambre.
    Inmo tuvo un escalofrío al escuchar las palabras de aquel hombre y también entendió el porqué de que Kino le hubiese dado aquella calabaza. Se fijó en el niño que parecía temblar, fruto de lo que había relatado su padre.
    —Ya vienen.
    —Sí, son ellos.
    —Manteneos callados y no nos harán nada.

    Varias voces comenzaron a sucederse de entre los que estaban allí sentados. Inmo apreció como los tambores sonaban más fuerte y los bailarines danzaban con más vigor.
    Unas sombras oscuras aparecieron ante sus ojos, Inmo pudo notar como los pelos se le ponían de punta y no era una sensación que tuviese muy a menudo. A lo mejor era algo alentado por lo que le acababan de relatar.
    No son espíritus —la voz de El de Negro le asedió de repente y pudo verlo de pie a su lado—, todo el relato puede tener cierta veracidad, pero esos son humanos suplantando espíritus.
    Inmo sintió cierto alivio al escuchar aquellas palabras. Cuando quiso responderle algo, ya no se encontraba allí. Así que se limitó a ver como aquellas oscuras figuras se llevaban la carne y desaparecían.
    El pequeño Kino se aferró a la mano de Inmo mientras veía como se marchaban aquellas figuras e Inmo quedó mirando hasta el último instante cómo se iban.
    —¡Eran los espíritus! —dijo el pequeño emocionado.
    Justo antes de apartar la vista, de dónde habían desaparecido aquellos impostores, para dirigirla al pequeño Kino, juraría que en la lejanía, en aquel punto en el que se habían ido, pudo visionar unos rostros que le habían resultado muy familiares, aquellos amigos que había perdido y que tanto echaba de menos. Pero para cuando quiso volver a mirar, para encontrarse de nuevo con aquella visión, ya no estaban.
    A lo mejor la visión reducida por aquella calabaza le había jugado una mala pasada y le había visto ver lo que no era, pero en su corazón, deseó que aquello al menos hubiese sido real por unos segundos, haber tenido una mínima conexión con sus amigos en aquella noche de muertos.
    —Sí Kino —dijo finalmente—, eran los espíritus.
     
    Última edición: 23 Octubre 2021
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