Hola, bueno ...soy semi-nueva aquí, ya que no visitaba esta página hace muuuucho tiempo. No soy muy buena con esto de la ortografía y la redacción, pero hago lo que puedo jeje. Aquí les dejo algo que escribí. Enmendando el daño Inuyasha forzó suavemente la ventana de la muchacha, teniendo cuidado que esta no fuera a quedar demasiado maltratada, como también de no meter demasiado ruido, ya que seguro que si los padres de Kagome lo encontraban dentro, no le darían jamás la oportunidad de verla sin secretos. Hiso un alto en este pensamiento y sonrió a su pesar, cayendo en cuenta en lo romántico de la situación. La ventana se abrió casi sin ningún ruido, dejando el paso libre para que Inuyasha hiciera su entrada triunfal al cuarto de la joven mujer, la cual yacía profundamente dormida en su cama. El mitad demonio la observó detenidamente unos momentos. Estaba pálida y ojerosa, y su cabello azabache, desparramado sobre la almohada, le daba la impresión que estaba muerta, a no ser por el tenue movimiento de su pecho, el cual subía y bajaba casi al mismo ritmo que su corazón. Pensó en la poca sangre que circulaba por su cuerpo y, entonces, reparó en los dos agujeros que adornaban el cuello descubierto de Kagome, en donde él la noche anterior, había clavado moribundo sus colmillos. En la mesita de noche había un vaso de leche blanca a medio terminar y unas cuantas pastillas, las cuales seguramente eran vitaminas para que ella recuperara sus fuerzas. Inuyasha sintió un torbellino de emociones confusas al presenciar aquella escena. Se sentía miserable, pero a la vez envuelto en una extraña ráfaga de ternura que dejaba una leve estela de anhelo. Pero no podía definir qué es lo que estaba anhelando. Ella iba a recuperarse, de eso estaba seguro, por lo que dio media vuelta dispuesto a marcharse, sin embargo se volteó para mirarla una vez más. En ese instante sus ojos dorados se toparon con la débil mirada de la muchacha. El mitad bestia desvió la suya y se marchó en el acto. Kagome lo observó marcharse desde donde estaba, sin fuerzas para articular palabra alguna. La fría brisa nocturna entró por la ventana abierta, haciendo ondear las cortinas ligeras como seda, llegando luego hasta ella. Agotada, soltó una única lágrima, para luego caer rendida en sus sueños.