Goosebumps En la Profundidad del Bosque (Día de Halloween)

Este es un relato que participa en la actividad mencionada en el título. Para tal efecto, me basé en la serie Goosebumps (Escalofríos en Latinoamérica y Pesadillas en España), un programa que veía cuando era adolescente y que disfrutaba gracias a la programación del, por aquel entonces, mítico canal Fox Kids (luego cambiado a Jetix, y más tarde conocida como Disney XD). La temática era de cuentos de terror, muy al estilo de ¿Le temes a la Oscuridad? o Cuentos de la Cripta. Aclaro también que no me he visto todos los episodios, por lo que si lo que relato aquí se asemeja total o parcialmente a algún capítulo, juro que es por simple casualidad.

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En la Profundidad del Bosque​

Cuando Kate les propuso a sus mejores amigos la idea que tenía en mente, ellos la miraron con incredulidad. Después se pusieron más serios al percatarse de que no había sido una broma. Adentrarse al bosque que estaba en las afueras del pueblo, al pie de las montañas, y durante la noche de Halloween. Thomas, Nick y Lucy consideraron que tal proeza sería una locura, al menos por su calidad de adolescentes. Es que los adultos del lugar sí que solían explorar el monte en las temporadas de caza una o dos veces al año, pero nada más. Acercarse a ese sitio sin supervisión estaba prohibido, y mucho menos de noche.

A Kate le fascinaban las celebraciones del 31 de octubre. Desde su más tierna infancia, no había año en el que faltara a la tan esperada ocasión. Era su festejo favorito, más aún que la navidad o su propio cumpleaños. De todo Grandville, el poblado donde vivía, ella era la que más procuraba por tener los mejores y más vistosos disfraces, quien se tomaba más tiempo en organizar las decoraciones, la muchacha que prefería tallar las calabazas (para obtener los tan afamados Jack ‘O Lanterns) manualmente en vez de comprarlos ya hechos. La atmósfera festiva hacía que se llenara de una inquebrantable efusividad y expectativa. Por esa misma razón, al haber alcanzado los 15 años de edad, quería experimentar algo nuevo y con mayor intensidad. Ya no deseaba visitar las casas de los vecinos ni recorrer el vecindario para pedir dulces o golosinas. Deseaba vivir una experiencia atemorizante de verdad.

Su propuesta fue dada a mediados del mes, y a pesar de la negativa inicial, todos terminaron por sumarse con el paso de los días. Pero las respuestas afirmativas fueron entregadas bajo una condición, no excederse con el tiempo que duraría la exploración. De ninguna manera se adentrarían más de lo estrictamente permisible; con uno o dos kilómetros bastaba. Kate no podía contener su alegría, la ansiedad era tan grande, que la noche del 30 no pudo siquiera pegar un ojo. Por si fuera poco, ya tenía preparada su mochila desde hacía unas cuantas semanas (estaba segura de que sus amigos aceptarían a la larga). La excusa para sus padres era la de asistir a una fiesta que se llevaría a cabo en la casa de otro amigo, la cual se haría en verdad, pero a la que convenientemente no irían.

Y llegó el esperado día. En el decurso de toda la jornada, Kate estuvo expectante. Miraba repetidamente los relojes de su casa, solo para darse cuenta de que las manecillas casi no se movían. Pero todo se suele dar a su debido tiempo, y efectivamente, eventualmente se hicieron las 17:45, el momento de la salida hacia la “fiesta”. La joven tomó su mochila y salió para montarse en su bicicleta hacia el encuentro con sus compañeros. Más o menos una hora más tarde, arribó a la entrada del bosque, donde la esperaban los otros tres adolescentes. Después de unos saludos muy breves, caminaron por la senda que se metía por entre los árboles.

El sol se había escondido detrás de las montañas, ocasionando que la penumbra invadiera paulatinamente el pueblo y sus alrededores. Kate estaba emocionada, el evento era mejor de lo que creía. Le divertía recorrer el camino que se alumbraba solo con la luz de sus linternas, percibir sonidos extraños o poco familiares que provenían desde lejos, ver cómo las sombras parecían tomar formas hostiles o insospechadas, el silencio que inundaba el ambiente en algunos tramos y que apenas era vencido por el crujir de las hojas secas al andar o por las respiraciones de los cuatro jóvenes aventureros. El viento también hacía lo suyo al soplar entre las ramas desprovistas parcialmente de follaje, provocando que se moviesen de forma lúgubre.

El canto de un búho y su consecuente aleteo sobre un punto perdido en la lozana arboleda hizo que Lucy exigiera emprender la marcha de regreso. Los demás estuvieron de acuerdo con ella, era suficiente por una noche. Nick alumbró su reloj de pulsera para ver la hora, éste marcaba las 21:17 PM, se había hecho bastante tarde. A pesar de su desánimo, Kate tuvo que resignarse, no iba a continuar sola por más que quisiese seguir. Caminaron hasta la salida, o eso creyeron que hacían, porque el tiempo pasaba y no podían hallar ninguna señal que les indicara que iban por buen camino. Thomas comenzó a impacientarse, lamentándose por no haber preparado un mapa o una brújula.

Ninguno de los presentes había considerado traer consigo un elemento de orientación, puesto que habían pensado que al recorrer el bosque por una o dos horas era imposible perderse. Y allí estaban ellos, ya cansados, temblorosos, con frío e inseguros. Nadie se animaba a decir nada, pero las caras de angustia y desesperación se hacían notar de a poco. Kate supo interpretar, por sus miradas, que la culpable de su infortunio era ella, lo que no le agradaba para nada. No querían detenerse siquiera un minuto, debían salir de ese maldito bosque a como diera lugar. En un momento, Nick levantó la vista y comprobó que la luna estaba bien en lo alto, tan grande y nívea como nunca. Él le preguntó a su amigo qué hora era, y éste le respondió que su reloj daba exactamente la medianoche. Se oyó el aullido de un lobo, y Lucy casi se largó a llorar.

Siguieron andando, habiendo juntado unos palos y piedras para defenderse de algún inoportuno e indeseado depredador nocturno. La esperanza de encontrar la salida, o que al menos pronto llegase el amanecer para facilitar el recorrido, era lo que mantenía su cordura intacta. Kate terminó por arrepentirse de su ocurrencia, nunca hubiera imaginado que todo saliera tan mal. Mientras se mordía las uñas trató de pensar en algo, una forma de solucionar el problema, pero sus amigos, que andaban delante de ella, se pararon en seco repentinamente. Ella apresuró su paso y observó lo que presenciaban ellos, ocasionándole el mismo efecto. Se vio a sí misma, a Thomas, a Lucy y a Nick, a unos metros de su grupo de amigos.

Los “dobles” no eran exactamente iguales, había unas pocas diferencias en sus vestuarios, pero el parecido físico sí que era incuestionable. Nadie atinó a pronunciar palabra alguna, simplemente se miraban los unos a los otros, con las bocas abiertas o con expresiones de infinito asombro. Thomas fue el primero en largarse a correr, y los demás le siguieron precipitadamente. Un terror incontenible se apoderó de los jóvenes. De ninguna manera ellos tenían gemelos, ni había nadie en el pueblo que pudiera imitarles o que remotamente luciera como ellos. Encontrarse con un doppelgänger en el medio del bosque y en plena madrugada consternaría a cualquiera. Corrieron sin detenerse, sin mirar atrás, sin importarles que las piernas les dolieran. Por un milagro que supieron agradecer al cielo, ubicaron el punto inicial, donde los aguardaban sus bicicletas, y sin más dilaciones ni despedidas, se fueron a sus casas.

Kate entró a su habitación con la respiración agitada. Se recostó en su cama para intentar tranquilizarse. La experiencia que había vivido recientemente le hizo pensar que era mil veces mejor usar un traje temático e ir exclamando “¡truco o trato!” de puerta en puerta. Jamás volvería a ese bosque ni diría nada al respecto. Y le haría jurar a cada uno de sus amigos para que hicieran lo mismo. Prendió la luz de su habitación y se desvistió para ponerse su pijama. Entonces tuvo una sensación rara, como si estuviese en un lugar distinto, pero desechó ese pensamiento al comprobar que sus cosas estaban en orden, tal cual las había dejado esa tarde. Se tapó con su cobija y poco después escuchó unos pasos que venían del pasillo. Su puerta se abrió y en el umbral percibió la figura de su madre, que por no haber suficiente luz permaneció en las sombras.

—¿Kate? Oh, qué bueno que hayas llegado ya, me preocupé porque estaba haciéndose muy tarde —comentó la señora, con un tono de alivio en su voz—. Escuché que alguien subía las escaleras rápidamente y quise venir a comprobar que fueras tú.

—Sí, mamá. Estoy bien, no te preocupes —contestó la joven, desde su cama—. Y lo siento mucho si te he despertado.

—Está bien hija, espero que tus amigos y tú hayan disfrutado de su excursión especial al bosque por la Noche de Brujas —la madre comenzó a cerrar la puerta muy lentamente, a medida que hablaba—. Y pensar que tú siempre te oponías a celebrar estas fechas, parece que ahora ha empezado a gustarte. Buenas noches, querida.

Nada más se oyó el “click” que suavemente emitió la traba de la cerradura al cerrarse. Kate se quedó aturdida y con los ojos bien abiertos, mirando a la nada. Se arrebujó hasta taparse por completo. Se preguntó por qué su propia madre había dicho eso último si la conocía de toda la vida. Se preguntó cómo era que ella supiera sobre su aventura en el bosque, si se trataba de un secreto que solo conocían sus amigos. Se preguntó por qué era tan permisiva, si desde siempre había sido muy severa. Se preguntó, y le pareció casi un delirio, si el pueblo en el que se hallaba era en donde había nacido. Y se preguntó, como queriendo negarse a creer en esa posibilidad, si siquiera esa casa era la suya.