Necesito olvidarme por unos días del pequeño pueblo donde vivo, romper la monotonía, la tranquilidad. Voy a ir a la ciudad a pasar dos noches. Necesito respirar, aunque sea con un poco más de CO2. Necesito estar en un sitio donde no me conozca nadie. La ciudad es diferente al pueblo. Es más grande. Por la calle, veo a una mujer bailando y cantando mientras anda, cosa que no había visto nunca en el pueblo. También he visto a un hombre escribiendo con una tiza en el suelo y otro chillando por teléfono. Hay multitud de gente andando por la calle, muchos coches y me pierdo cuando entro por error en unos grandes almacenes, no sabía como salir. Mirando hoteles en internet, no quería dormir en la zona más pobre de la ciudad pero al final lo he hecho. Quería un hotel barato y no lo he podido encontrar en otra zona. En la recepción del hotel no puedo pagar con tarjeta. Me parece raro, en el hotel del pueblo si se puede pagar con tarjeta. Andando, llego al rio y aprovechando el calor del sol, me siento en el suelo en vez de en uno de los bancos. Embobado, observo el caudal de agua pasar. En el pueblo no hay rio. Una señora me echa unas monedas al pasar. Que generosa ¡Gracias señora! Con dinero de más, voy a un restaurante. Me apetece comer sopa, pero al final no la pido porque he visto una berenjena rellena y me he enamorado de ella. He pedio la berenjena y ensalada. Hubiera sido demasiado pedir la sopa, pero me gustaría saber si está buena. En el restaurante hay una chica sentada frente a mí. Parece que está estudiando porque lee un libro y de vez en cuando escribe en un papel. Está comiendo sopa. A veces nos miramos. Yo la miro y ella me mira. En la última mirada se me ha ocurrido sonreírle y me ha devuelto la sonrisa. ¿Significa esto algo? ¿Debería levantarme y decirle algo? ¿Será una mirada con sonrisa la llave de la puerta al dialogo? De momento, no actúo, sigo en mi mesa. Ahora cuando la miro, ella escribe o mira por la ventana o se lleva la mano a la frente como si pensara o come sopa. Me gusta su cara. Me gustaría hablar con ella y preguntarle si está buena la sopa. ¿Por qué me mirará ella? A lo mejor quiere saber si está buena mi berenjena. Ha habido otra mirada y otra sonrisa. Apunto he estado de levantarme e ir a su encuentro, pero me he contenido. Me ha dado la sensación que al hacerlo inmediatamente, sería como un águila el cual levantaba su vuelo nada mas ver a su presa. Sigo en mi mesa comiendo. ¿Por qué no viene ella a decirme hola? Acabo de comer y decido irme pasando por su mesa. Al llegar a su altura, me mira y me sonríe otra vez. No me puedo ir sin musitar palabra y sin saber si está buena la sopa. "Hola," le digo "Hola," responde. Me siento en su mesa sin pedirle permiso y empezamos a hablar. Se llama Magdalena y está estudiando francés. “Perdona, pero me tengo que ir”, dice. "¿Ya?" digo “ Has tardado tanto en decidirte a venir que se me ha hecho tarde” “¿Por qué no ha venido tú ha hablar conmigo?” “¿Yo? Tú estás loco”. “¿Te vienes mañana a un museo?” pregunta “Bueno”, le digo. “Entonces, hasta mañana”, dice dejándome su número teléfono. Estoy sorprendido, esto no me había pasado en el pueblo antes y se me ha olvidado preguntarle sobre la sopa. Continuará…
En la ciudad II En el museo hay una exhibición de un artista que desconozco. Es su escultor favorito. Las esculturas son todas de color negro. Hay con forma de huevo, otras con forma de pájaro, otras con forma de mujer y de bicicleta. La pieza más valorada del museo está en el medio de una sala blanca. Es una escultura en forma de montaña de color negro, de metro y medio de alto, con un agujero en el medio y en este, una mano también de color negro Cuando Magdalena la ve, se emociona, se para nada más verla, se tapa la boca con las manos y respira fuertemente. Estamos solos en la sala y Magdalena parece que está sufriendo un ataque de asma. Cuando se le pasa el ataque, mira la escultura de arriba a abajo, da vueltas sobre ella, parándose, observando todos los detalles, está alucinada. Yo si que estoy alucinado. Nunca he visto nada tan bello, ¿Ves la armonía?, ¿la percibes? Es la obra perfecta. ¿Qué te parece? Pregunta entusiasmada. Horrenda. Dame tiempo, digo. Tómatelo, tómatelo, dice excitada. ¿Ahora qué le digo a esta? Con mi mano en mi barbilla, como pensando profundamente, me acuerdo de un día que tuve diarrea durante toda la noche, lo pasé fatal. Solo se me ocurren adjetivos descalificativos y no se me ocurre nada positivo. Me parece…… es… Si, dice ella delante de mí esperando la respuesta. Es….. umm…eee…no sé que decir. Al final digo: No tengo palabras. Guau! Dice ella. Esta escultura suele dejar a la gente sin habla. Es alucinante. ¿Percibes la energía que desprende? ¿Qué? ¿Percibes la energía? Si, si, claro que la percibo Siento que tú y yo estamos conexionados, lo noto. La energía fluye por nuestras conexiones, ¿lo notas tú también? Pregunta poniendo sus brazos en mis hombros. Claro que lo noto. Sus ojos irradian felicidad, lo mismo que los míos y nos besamos dejando a la energía que fluya por las conexiones esas que tenemos. Continuará……
En la ciudad III Pasamos el día juntos. Comemos y vamos a otro museo. El arte abstracto no lo veo con claridad. Ella esta ensimismada. En cada sala hay un empleado del museo sentado en una silla con cara aburrida. No parece un trabajo muy divertido. Me pregunto si pasan el tiempo analizando a la gente y si saben reconocer al visitante ignorante de arte como yo o al que realmente sabe. En cada sala, parece haber alguien muy listo explicando a sus acompañantes el cuadro de turno. Magdalena es la lista, la experta. Ella me explica lo que el artista expresa en cada obra, pero yo solo veo rayas sin significado. Mi sobrino de cinco años podría dedicarse al arte abstracto. Soy un ignorante. Vamos a otros dos museos, en el último hay una exposición de esculturas raras ¿Cuántos exposiciones raras habrá en esta ciudad? En el pueblo donde vivo solo hay un museo, Hay cuadros más realistas, donde se puede ver el mundo que nos rodea. Hay cuadros de flores, mujeres en bolas, cuadros de árboles y más mujeres en bolas. Por la exposición, voy detrás de ella cansado de andar, arrastrándome por cada sala. Me duelen los pies y tengo dolor de cabeza. Empiezo a creer que una sobrexposición repentina al arte abstracto me va a crear un traumatismo craneoencefálico agudo. Podría pasar horas y horas visitando museos, dice Magdalena Yo podría pasar días enteros, digo. ¿Por qué habré dicho lo contrario a lo que pienso? Me abraza como si yo fuera su obra de arte preferida. Me encanta ver arte contigo, miento. Y me da un largo y apasionado beso Me pregunto si practicaríamos sexo si le compro uno de los cuadros Mira lo que he pensado, dice cogiéndome las manos. ¿Sexo? pienso Me voy a Roma mañana. ¿Mañana? Si, siempre he querido ir a Roma, voy a ir pasar un año. ¿Un año? Si, voy a estudiar arte. Había pensado que podría venir conmigo. ¿Yo? Si tú. Sé que es un poco repentino, y que nos conocemos hace muy poco, pero nos llevamos tan bien y disfrutamos tanto juntos, que me gustaría que vinieras. Pero si esta noche vuelvo a mi pueblo, a mi apartamento y mañana tengo que trabajar. Déjalo todo y vente conmigo. Hazlo por el amor al arte. ¿Arte?, ¿amor? ¿Qué me dices? pregunta Creo que no. ¿No vienes? No. ¡Tú eres un idiota! Me da una bofetada y se va dejándome abstracto en el museo. Creo que se ha sentido un poco defraudada después de mi negativa. En roma tiene que haber muchos museos. La historia con Magdalena se acaba y también mi estancia en la ciudad. Tengo que volver al pueblo donde vivo. Voy a venir más veces a la ciudad, tengo más cosas por ver. De momento, ya he visto los museos. Continuará...
Del pueblo a la ciudad voy en autocar. En el vehículo había solo dos asientos libres. Estaban en la misma fila separados por el pasillo. En los asientos de la ventana había un chico joven y un hombre robusto. Debatiendo por varios segundos donde sentarme, el hombre robusto me pregunta: “¿Quieres sentarte aquí?” “Bueno,” digo, pensado en la amabilidad del hombre. Nada más sentarme me arrepiento de hacerlo. El hombre robusto ocupa parte de mi asiento y estoy incómodo, no tengo espacio. Estoy encogido pegado al enorme brazo del hombre y con medio culo fuera de mi asiento. Pasar todo el viaje con medio culo fuera de mi asiento, no me va a resultar cómodo. Miro el otro asiento vacío y pienso en lo cómodo que voy a estar sentado al lado del chico joven. Su cuerpo apenas roza el otro asiento. ¿Cómo le digo al hombre robusto que me quiero cambiar de sitio? A lo mejor se ofende. Pero es que estoy incómodo ¿Qué es mejor estar incómodo sin ofender o estar cómodo habiendo ofendido? ¿A lo mejor me siento incómodo estando cómodo en mi asiento después de haberle ofendido? El hombre tiene ganas de hablar. Me ha preguntado de donde soy y que voy a hacer en la ciudad. Tiene un acento difícil de entender y ha tenido que hacerle repetir dos veces las preguntas. Como la comunicación parece que va a resultar ardua, sacó un libro para leer e intento hacerme un poco de espació moviendo mis brazos para desplazar un poco al hombre, pero no logro conseguirlo, es imposible mover a la masa de carne de mi lado. Se me ocurren dos posibilidades para librarme de mi incomodidad, vomitarle encima o moverme al asiento de al lado. Cuando estoy empezando a tener arcadas para provocar el vomito, el hombre pregunta: “¿Parece que no tienes mucho espacio?” “No, no lo tengo, me voy a sentar a este asiento,” digo señalando al asiento de al lado. Sin dejar que musite palabra me levanto y cambio de sitio. Ha sido un alivio. No he tenido que vomitar. Percibo diferencias entre la incomodidad y la comodidad. En mi nuevo asiento estoy cómodo, el chicho con el que estoy sentado ni me roza. Estoy cómodo sentado, pero quiero cambiarme de sitio, hay algo que me incomoda. El chico desprende un olor insoportable. Huele a vaca. No quiero pasar todo el viaje oliendo a vaca. Estaba mejor en mi anterior asiento, pero no puedo volver. En una parada ha subido un chico y el hombre grueso lo ha atrapado con su amabilidad; “¿Te quieres sentar aquí?” El muchacho se ha sentado y el hombre ya le ha preguntado de donde es y que va a hacer en la ciudad. El autocar hace otra parada y bajan tres personas. Tres asientos de la última fila están libres. Es mi oportunidad para desprenderme del olor a vaca. Voy a poder evitar que me persigan las moscas cuando esté en la ciudad. Me levanto dejando al mal oliente de mi lado en su asiento y me siento en el asiento que da al pasillo. Puedo estirar las piernas, es una alegría, me invade la felicidad. Hay otra parada y suben dos mujeres que deben comer una barbaridad, son enormes. Solo hay dos asientos libres uno a mi izquierda y otro a mi derecha. Creo que se donde se van a sentar. Paralizado, viéndolas avanzar, no se me ocurre pensar que sería una buena idea moverme y dejar que las dos se sienten juntas. Cuando me doy cuenta, estoy embutido entre sus cuerpos, tengo una a mi izquierda y otra a mi derecha. No me puedo mover porque sus masas corporales me lo impiden. Soy su prisionero. Nada más sentarse se han quedo dormidas. No puedo ni leer porque no puedo mover los brazos. Me siento un mosquito durmiendo entre elefantes. Una cosa positiva de esta aplastante situación, es que, en caso de frenazo repentino voy a ser el pasajero más seguro de todo el autocar. Continuará….
En la ciudad V Voy a la ciudad para escapar un poco del pueblo donde vivo y para encontrar a la mujer de mi vida. La mujer de mi vida tiene que ser atractiva, inteligente, con sentido del humor, atenta, cariñosa, buena amante, comprensible, con dinero y que me haga feliz. Voy a tener que dejar de ver tontas comedias románticas. Las últimas experiencias con mujeres del pueblo no han sido satisfactorias: Una chica de 30 años me denegó la propuesta de ir a tomar un café porque era muy tímida. ¿Tímida con 30 años? Otra, después de la primera cita no quería saber nada más de mi porque decía que era inmaduro. Con otra, en nuestra segunda cita me dice que tiene algo importante que decirme. “Soy lesbiana,” dijo. “Joder,” dije yo. La camarera de una cafetería, me ponía tres galletas con el té, cuando lo normal era poner solo una. Las dos galletas de más era un indicio clarísimo que la muchacha estaba loquita por mis huesos. Después de comer decenas de galletas. Me enteré que estaba prometida y se iba a casar con otro. ¿Y las galletas? Con otra chica, voy al cine. Cuando acaba la cita nos besamos y al siguiente día volvemos a quedar y nos volvemos a besar. Después del beso me dice que soy muy buena persona, muy buen chico y no tiene tiempo de mantener una relación. A las dos semanas, me entero que ha empezado una relación con otro. Otra chica, me dio su número de teléfono y le envié varios mensajes: “¿Quedamos hoy para tomar un café?” “No, estoy con mi familia,” me dijo. “¿Vamos al cine?” Le pregunto otro día “No, he quedado con mi familia.” “Voy a una fiesta a casa de un amigo, ¿quieres venir?” No, es que voy a celebrar una fiesta con mi familia. “¡Pues vete al cuerno!, con tu familia, claro.” Me pregunto si en la ciudad tendré más suerte. Entro en un bar pido una cerveza y cuando estoy sentado en una mesa se acerca una chica y me pregunta si quiero que se quite la ropa. “Eh….Bueno,” le digo. Esta debe ser la mujer de mi vida. Continuará…
En la ciudad V Voy a la ciudad para escapar un poco del pueblo donde vivo y para encontrar a la mujer de mi vida. La mujer de mi vida tiene que ser atractiva, inteligente, con sentido del humor, atenta, cariñosa, buena amante, comprensible, con dinero y que me haga feliz. Voy a tener que dejar de ver tontas comedias románticas. Las últimas experiencias con mujeres del pueblo no han sido satisfactorias: Una chica de 30 años me denegó la propuesta de ir a tomar un café porque era muy tímida. ¿Tímida con 30 años? Otra chica, después de la primera cita no quería saber nada más de mi porque decía que era inmaduro. Con otra, en nuestra segunda cita me dice que tiene algo importante que decirme. “Soy lesbiana,” dijo. “Joder,” dije yo. La camarera de una cafetería, me ponía tres galletas con el té, cuando lo normal era poner solo una. Las dos galletas de más era un indicio clarísimo que la muchacha estaba loquita por mis huesos. Después de comer decenas de galletas. Me enteré que estaba prometida y se iba a casar con otro. ¿Y las galletas? Con otra chica, voy al cine. Cuando acaba la cita nos besamos y al siguiente día volvemos a quedar y nos volvemos a besar. Después del beso me dice que soy muy buena persona, muy buen chico y no tiene tiempo de mantener una relación. A las dos semanas, me entero que ha empezado una relación con otro. Otra chica, me dio su número de teléfono y le envié varios mensajes: “¿Quedamos hoy para tomar un café?” “No, estoy con mi familia,” me dijo. “¿Vamos al cine?” Le pregunto otro día “No, he quedado con mi familia.” Voy a una fiesta a casa de un amigo, ¿quieres venir?” No, es que voy a celebrar una fiesta con mi familia. “¡Pues vete al cuerno!, con tu familia, claro.” Me pregunto si en la ciudad tendré más suerte. Entro en un bar pido una cerveza y cuando estoy sentado en una mesa se acerca una chica y me pregunta si quiero que se quite la ropa. “Eh….Bueno,” le digo. Esta debe ser la mujer de mi vida. Continuará…