Thriller Ella e hija

Tema en 'Relatos' iniciado por Sonia de Arnau, 16 Octubre 2022.

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    Sonia de Arnau

    Sonia de Arnau Let's go home Comentarista empedernido

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    Título:
    Ella e hija
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Misterio/Suspenso
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    2483
    Ella e Hija

    Era mediados del mes de octubre, las hojas de los árboles ya estaban empezando a cambiar de color, y algunas comenzaban a caerse, inundando las calles de un rojo, naranja y amarillo, dando la bienvenida al otoño. El frío comenzaba a calar en los huesos y más a esa hora porque el sol estaba a punto de ponerse, por lo que ella apresuró el paso mientras observaba como el vapor que generaba el calor de su boca parecía ascender al cielo. Había llegado a la ciudad en el tren de las seis de la tarde. Cuando el tren llegó a la estación decidió no avisar a nadie de su llegada por lo que tomando su única maleta, se fue caminando a casa.

    Se encontraba ansiosa de ver la reacción de su madre al verla, hacía dos años que no regresaba a su ciudad natal desde que se mudó a otro estado del país. Iba de sorpresa. Cuando estuvo frente a la casa, observó emocionada la fachada, era igual, las paredes grises, el techo de dos aguas, las puertas y ventanas blancas y las escaleras que llevaban directo a la puerta principal parecían recién pintadas porque se suponía debían estar descarapeladas por la edad, ¿qué más habría cambiado?, se preguntó subiendo las gradas. Inhaló y exhaló con nerviosismo, y dejando a un lado su inquietud, tocó el timbre y esperando unos segundos, vio como la puerta se abría con cuidado.

    Su madre se asomó y con los ojos llenos de sorpresa abrió la puerta de par en par para recibirla con un fuerte abrazo.

    —¡Shopia, hija! ¿Cuándo llegaste? —Desvió la vista hacia la maleta de rueditas—. ¿Por qué no me avisaste que venías? Hubiera ido a recogerte, ¿tomaste el tren?

    —No quería molestarte —contestó con voz calmada y pausada—, quería que fuera una sorpresa. Sabes que siempre me ha gustado caminar.

    Su madre la observó con mucho cariño, contempló su rostro como quien incrédula de verla de regreso. Había cambiado un poco.

    —Lo sé, hija, pero no cuando está haciendo frío.

    Se adentraron a su habitación para que ella pudiera desempacar sus cosas de la maleta. Ambas tomaron asiento en la cama y empezaron a hablar de cómo le fue en el viaje y todo lo que vivió y sobre sus planes. Estuvieron hablando por largo y tendido hasta que el reloj marcó las nueve, la señora dejó a solas a su hija para que descansara. Ella observó la habitación y sintió mucha nostalgia de estar allí, de ver esa habitación tal cual la recordaba. Su cama. Los burós, los que empezó a abrir para ver en su interior, todo parecía estar correcto. El estante ahora estaba lleno de libros y algunas revistas. El armario, se encontraba con las pocas ropas que dejó antes de viajar, las que lastimosamente tiraría porque ya no le quedarían. También se encontraba la mancha donde alguna vez estuvo por muchos años aquel póster de su actor favorito, y que quitó un mes antes de viajar. Se echó sobre la cama, las sábanas y colchas estaban limpias, algo muy típico de su madre, cambiar la cama y lavarla todas las semanas, sonrió ante la idea de que su madre aún hiciera eso a pesar de ya no vivir con ella.

    Observó el techo y dejó escapar un suspiro. Hogar dulce hogar. Todo parecía igual, quizá hubieron un par de cosas que cambiaron, al igual que su madre, quien la vio un poco más acabada de lo que recordaba, pero continuaba siendo ella. No la culpaba. Ella también había cambiado. Se dejó llevar por el sueño, llena de conformidad, de una conformidad que creyó nunca llegaría a tener.

    Lo primero que iría a hacer mañana por la mañana sería cambiar su número de teléfono, y se lo hizo saber a su progenitora, quien le preguntó de forma curiosa mientras se alistaba para ir a trabajar si había algo mal con su celular o su número de teléfono.

    —Tengo muchas cosas que contarte, mamá —respondió, casi evitando la pregunta pero sin desear no responderle—. Pero en resumen, conocí a alguien allá y ahora estoy recibiendo mensajes y llamadas de él constantemente. Lo he bloqueado, pero me llama de otros teléfonos, y aunque no los conteste, me sigue llamando y llamando y llamando.

    La mujer la miró, preocupada.

    —No me digas que… ¿regresaste por eso?

    —Podría decirse que sí —respondió con voz apagada.

    —Oh, hija, me alegra que haya vuelto —dejó escapar en un suspiro de alivio—. ¿Le informaste a la policía?

    —Es en vano, mientras no me haga nada, no harán nada al respecto —respondió, y fue en ese momento en que se dio cuenta que su actitud había preocupado a su madre, entonces intentó cambiar su aspecto, sonriéndole.

    —Pero está todo bien —finalizó—. Él no sabe que estoy aquí.

    Cuando aquella conversación quedó zanjada, Sophia se despidió de su madre, y cuando se quedó sola, del bolsillo trasero tomó el celular de su madre, el que había tomado de su cartera, y lo maniobró; como lo sospechó, su contraseña era el día y año de su nacimiento. Buscó cierto número, y una vez lo encontró, lo bloqueó y luego lo borró. Después dejó el móvil en la mesa del comedor en cuanto escuchó que su madre abría la puerta.

    —¿Pasó algo? —preguntó de la forma más despreocupada y tranquila posible.

    —Casi olvido mi celular —respondió buscando con la mirada el aparato. Observó como su hija se giraba para tomar el celular de la mesa y luego se lo entregaba—. Juraría que lo había dejado en el bolso.

    —Eres muy descuidada, mamá. Aprovecho para decirte que te esperaré para ir a cenar por ahí, ¿te parece?

    Se despidieron por segunda vez, aunque esta vez, tres minutos después de que su madre se haya ido a su jornada laboral, ella salió en busca de una telefonearía para comprar un nuevo celular. Todo transcurrió de lo más normal, y de esa forma llegó la hora de la cena, habían ido a un nuevo restaurante de comida Mexicana que abrieron el año pasado.

    —¿Continúas mordiéndote las uñas? —preguntó la madre al ver como Sophia se llevaba las manos a la boca.

    —A veces lo hago, pero estoy intentando cambiar ese hábito. También dejé de fumar.

    —¿En serio? ¡Eso es bueno! Me alegro escuchar eso. Por cierto, no quería decírtelo, pero me veo en la obligación de hacerlo, te veo un poco más llenita —dijo eso último en voz baja mientras el mesero les traía la carta—. ¿Has subido de peso?

    Sophia sonrió mientras respondía:

    —Creo que subí de peso desde que dejé de fumar, pero tengo pensado hacer ejercicio.

    —¿Ejercicio? —La miró con un poco de incredulidad.

    Ella asintió como para afirmar que escuchó bien, poco después observó como su madre se sorprendía ante esa afirmación y sabía la razón, pero habían cosas que debían cambiar.

    —Sabes madre —continuó con voz muy seria al imaginar lo que su progenitora estaba pensando—, estos dos últimos años me di cuenta lo mal hija que he sido, cometí varios errores y reflexioné mucho en que si quiero ser una mejor persona, tengo que cambiar, sobre todo contigo... no he sido la mejor hija del mundo. Sé que te he hecho sufrir. Quiero ser una nueva persona.

    Su madre le tomó del brazo y lo acarició con mucho cariño, siempre estuvo orgullosa de ella, era su hija, desconocía lo que le ocurrió esos dos últimos años, siempre estuvo preocupada por ella, de las cosas que hacía, cómo le iba... aunque nunca recibió una respuesta, siempre le mandaba mensajes para que supiera cuanto la quería y la recordaba. Era consiente de que llegó un tiempo en que su hija la culpaba de haber sido la culpable de que su padre hubiese muerto, aun así, estaba realmente feliz de ver que había dejado atrás ese mal entendido, y ahora parecía que Sophia hizo las paces con ella.

    —Te quiero mucho mamá —le susurró, para que nunca lo olvidara.

    . . .
    Shopia bajó del tren maldiciendo por la multitud, por las horas de viaje, por el estúpido retraso que tuvo el tren, pero sobre todo por el clima frío, acomodó su bufanda más arriba para cubrir un poco su barbilla y boca. Deslizó su mano hacia el bolsillo donde reposaba su celular, tomó el aparato y buscando un número en los contactos, marcó a éste. No respondió, por enésima vez. Se quedó allí un par de minutos. Aquella anticuada estación estaba al aire libre, las personas que esperaban el próximo tren tenían que esperar sentadas en los asientos en la intemperie o en los automóviles del estacionamiento. En verano estaba bien, pero para otoño, ni se diga en invierno, era de lo peor.

    Chistó por demás molesta y tras un estornudo observó su alrededor, había olvidado el terrible frío que hacia en esa parte del país. Ahora recordaba la razón por la que había decidido mudarse a Florida. Volvió a intentar llamar a su madre, mas obtuvo el mismo resultado. La semana pasada le mandó un mensaje para decirle que iría para allá para que la recogiera a la estación, pero éste marcó error, y creyendo que quizá se le olvido pagar o existía algo error en la compañía (algo, desafortunadamente, muy común en ese pueblo), decidió mandarle una carta por escrito dejándole saber los datos de su vuelo y su llegada.

    Le echó un ojo a la hora; eran las seis y quince. No parecía que fuera por ella.

    Dejando escapar un suspiro de malestar, emprendió su caminata, dirigiéndose hacia su barrio, y mientras se adentraba a su vecindario observó las decoraciones en las casas, faltaban dos días para ser aquel día festivo. Odiaba ese tiempo precisamente por la festividad. Llegó a su casa para observar como ésta estaba adornada de varios adornos de calabazas y fantasmas, y la puerta siendo alumbrada por luces naranjas y rojas. Frunció el ceño y mientras se acercaba a la puerta se buscaba la llave. ¿Desde cuándo su madre adornaba de esa forma la casa? Ahora tendrían todo el último día del mes siendo molestados por los niños que irían a pedir sus dulces.

    —¡Mamá! —gritó al momento que dejaba su maleta cerca de la entrada y se frotaba las manos en un intento de calentarlas—. ¡Mamá!

    Frunció el ceño al no obtener respuesta de ella, y entonces su corazón se aceleró al imaginarse lo peor. ¿Habría tenido un accidente? ¿Estaría hospitalizada? Tendría sentido por el hecho de que no le devolvió las llamadas. Se quitó el abrigo y colgándolo en el respaldo de una silla, escuchó que alguien se dirigía hacia ella, pensó que se trataba de su madre, pero al levantar la vista se llevó una nada grata sorpresa, quien la observaba era... ¿ella misma?

    Miró con horror a aquella persona, quien le daba la bienvenida.

    —Es raro que no sepas que es día en que mamá va a visitar a los ancianos… bueno, en realidad no me sorprende.

    Shopia estaba confundida porque no sabía lo que estaba pasando, ¿había escuchado bien? ¿Había llamado a su madre, mamá? Iba a preguntar quién era, sin embargo, reconoció sutilmente la voz.

    —¿Emma?... ¿Emma, eres tú? —se acercó con pasó indeciso, pero a la vez curiosa—. ¿¡Qué demonios estás haciendo!? ¿Por qué…? —Estaba conmocionada, impresionada, incrédula pero a la vez sonreía por nervios o por lo disparatado de lo vivido.

    No comprendía lo que ocurría. ¿Por qué se veía a ella? Lo último que supo de Emma fue hacía cuatro meses, de un de repente desapareció, sin dejar rastro alguno. Siempre se le catalogó a ella como alguien rara, extraña y hasta algunos decían que estaba loca. Fue por un año y medio su compañera de piso. Era cierto, llegó a hablar a sus espaldas con otras amigas de que era rarita, pero ¿llegar al extremo de robarle la identidad y hacerse pasar por ella? ¡Era absurdo! Más que absurdo, ¡peligroso! Debía llamar a la policía, y dándole la espalda para salir de la casa y llamar a las pertinentes autoridades, nunca se imaginó que su doble, esperando su llegada, ella, Emma, la tomó por la espalda, y con el brazo la detuvo por el cuello, y envolviendo su cabeza con una bolsa de plástico, comenzó a asfixiarla.

    —¿Sabes qué? Lo admito, me disfracé de ti por envidia —le decía mientras con tranquilidad apretaba más la bolsa entre su cara.

    Sophia, la verdadera Sophia, movía con frenesí las manos, en un vano intento de escapar de sus aterradoras garras. No podía gritar, su desesperación aumentó cuando sintió que ya no podía tomar más aire. Se estaba debilitando.

    —Envidiaba tu vida —continuó, como si la verdadera Sophia la estuviera escuchando con atención—, pero a la vez me daba rabia que tú la tuvieras. Nacida en una familia feliz, con una madre que luchó para sacarte adelante. ¿Y tú? ¿Cómo se lo agradeciste? ¿Rebelándote? ¿Dándole problemas? ¿Fumando?

    Sentía una rabia inmensa por Sophia. Le tenía envidia, desde que la conoció, siempre quiso ser como ella, comenzaba a imitarla, a veces conseguía la misma ropa y al día siguiente la utilizaba, cada vez que Sophia subía una foto en sus redes sociales, ella copiaba su vestimenta, maquillaje, iba al lugar donde tomó la foto, copiaba la misma pose y se tomaba la foto. A ella le hubiera encantado tener su vida, aquella vida perfecta de la que tanto despreciaba y se quejaba.

    A pesar de que Sophia dejó de moverse, decidió tenerla en esa posición por un minuto más solo para estar segura de que ya no respiraba, o simplemente porque estaba disfrutando del momento. Era lo único que le faltaba por hacer para tener su vida. Arrastró el cadáver hasta la puerta del sótano, la abrió y sin cuidado alguno la bajó, para luego arrastrarla hacia la puerta que llevaba a la cochera.

    —Siempre ignoraste a tu madre. No respondías a sus llamadas. Siempre te preguntaba por qué no le respondías, y tú siempre me dijiste que solo era una molestia, que habías decidido irte de casa porque no la soportabas, porque odiabas que siempre estuviera detrás de ti. Cada vez que te preguntaba cómo era tu casa, tu vida, tu familia... me parecía que vivías de lo mejor, aún así, sigo sin entender por qué desprecias tanto a esa buena mujer que desde que regresé me ha tratado de lo mejor.

    Cargó como pudo el cuerpo y lo metió en la cajuela de su vehículo, posteriormente colocó sobre ella el montón de adornos que había comprado y que sobraron.

    —¿Sabes? Emma murió y nació una nueva Shopia —Cerró la puerta trasera del vehículo. Subió al vehículo, encendió el carro y mirando por el retrovisor a la vez que marcaba la reversa, finalizó—: Seré una Shopia Jones mejor de lo que tú fuiste. A mamá le encanta esta nueva hija.
     
    Última edición: 22 Octubre 2022
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    Ichiinou

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    La verdad, desde que inicié la lectura no sabía muy bien por dónde se iba a encaminar el relato, pero me sorprendió y para bien, me gustó bastante la lectura. En todo momento me mantuvo atrapada y siento que mereció bastante la pena leer este relato.
    Cuando empecé a leer la segunda parte del relato, me sentí como en una especie de Dejavu, pensando que estaba releyendo prácticamente lo mismo. Me fue dando curiosidad lo de que no le contestaran al teléfono y todo... pensé por un rato que la segunda Sophia era la malvada, pero ya luego se vio el plumero de que pasaba algo raro con la primera.

    Aunque me intriga el por qué de que la falsa Sofía se siente culpable por la muerte de su padre. ¿Del padre de Emma o del padre de Sophia? Ahí me quedó la duda. Supongo que de la primera, pues pareciera que Emma tuviese ya problemas de estos turbios con anterioridad.

    Me ha gustado. Te señalo a continuación varios fallitos sin importancia que son simplemente de esos que con un par de lecturas se aprecian. Nada, por si quieres corregirlos.

    Sería "haya ido".

    Sería "mordiéndote".

    Creo que en este caso el tiempo adecuado sería "hubiese muerto".

    Sería "enésima".

    Sería "la".

    Ya ves, todo dedazos básicamente, pero bueno, espero que no te moleste que los haya señalado y tal. uwu

    Espero seguir leyéndote, pues disfruto mucho de lo que sueles escribir.
     
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    Sonia de Arnau

    Sonia de Arnau Let's go home Comentarista empedernido

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    Hola, Ichii, primero gracias por pasar a leer y dejarme saber esos errores que tuve. No me gusta responder a comentarios que me dejan, pero solo diré...
    ... que la Sophia falsa tomó (robó) la vida e identidad de la Shopia verdadera. Lo de azul lo agregué para que todo sea un poco más claro.
     
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    Marina

    Marina Usuario VIP Comentarista Top

    Tauro
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    ¡Hola! Hace varios días que leí este relato, pero como no me alcanzó el tiempo no pude hacer un comentario, así que ya que ando por aquí, lo haré.

    Me gustó, ¿por qué? Porque a medida que iba leyendo, me pareció muy lindo que esa hija pródiga no sólo visitara a su madre, sino que además llegara con toda la intención de quedarse. Soy mamá y jamás me canso de tener a mis hijos a mi lado, así sentí la felicidad de esa madre, pero además, el cambio que observó en su hija, un buen cambio, pues hasta confesó haberse equivocado, cometer errores, ser mala hija, fue como el mejor de los premios. La actitud cariñosa de Sophia me hizo pensar en que las personas pueden cambiar, tanto de actitud como de hábitos, como en su caso, que dejó de fumar. Nunca pensé que fuera otra persona hasta que apareció la verdadera.

    ¡Wow! Es claro cómo mostraste la diferencia de personalidad entre las dos Sophias. Emma, a través de Sophia, aprendió a ver todo lo bueno que Sophia tenía, pero esta última lo odiaba, entre todo, a su propia madre. Así que si Sophia no lo quería, ¿por qué no tomarlo Emma si podía hacerlo? Lo hizo aunque es un crimen suplantar la identidad de otro, pero eso no le importó a Emma porque tal como le habló y trató a su "madre", mostró que ella si necesita la vida que Sophia despreció.

    A su vez, que esa buena mujer la tratara con tanto amor, expresa cuánto su madre la quería. Sophia terminó mal... ejecutada por su mejor "versión".

    Ahora espero que la seguridad de esa feliz mamá sea para siempre y jamás descubra que vive con una asesina.

    Nos vemos, TQM
     
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