Eleventh Wish: Vicios. Un cigarro para la tensión, una copita para el frío, un poco de polvo blanco para la emoción, y algunos coctelitos para la adrenalina. Cada navidad es la misma situación, voy a una fiesta con varios amigos de la universidad y me divierto un montón, siento como todo se introduce en mis venas, como todo corre y se transforma en cosas que me deslumbran durante días. Esa sensación me fascina, me hace olvidar lo asquerosa que es mi vida, lo solo que estoy. Cada navidad disfruto como mi cuerpo se entumece, como beso a muchas chicas y mis ojos se alucinan; me encanta ver las luces, me encanta la música estridente, me encanta ese contacto humano, y me encanta sentir que aún estoy vivo, que aún existo. Todos gritamos: “Jo jo ojo”, mientras bebemos otras rondas y yo me pierdo en alguna cama de alguna mujer extraña. Siempre es así, y no sólo en esas fechas, sino también en año nuevo, en mi cumpleaños, los fines de semana, cuando salgo con amigos, cuando estoy solo, después de estudiar… ¡Siempre! Lo triste de esto no es la adicción en sí, sino lo que pasa después de los efectos, la sensación de dolor en el pecho, el vacío, las náuseas, el asco y tu cuerpo suplicando por más de esa mierda. Como te aleja de todo, de todo lo que amaste o conociste y cuando te ves al espejo, dejas de reconocerte. Lo peor es que no la puedes dejar, porque al dejarla te sientes solo, al dejarla recuerdas que eres una porquería de persona que no mereces vivir, y que eso que consumes es sólo el reflejo de la basura que es tu vida, tu círculo social, tú. ¿Tengo un deseo? ¡Claro que lo tengo! Pero quizás es demasiado tarde, quiero una vida normal, pasear con mis amigos y sentir lo que es volver a ser un joven saludable. Irónico, digo esto mientras estoy tumbado en cama, sin poder dejar de llorar.