Vano plañir "Ya murió" Fue lo único que pude escuchar de los labios de Douglas. Su boca se movía después de pronunciar dicha tragedia, pero no pude distinguir las palabras que salían de su boca. Un escalofrío penetrante recorrió mi cuerpo y encogió mi corazón. Podía jurar que estaba siendo consumido por un helor más bajo que el propio invierno del pasado diciembre. Me ahogaba en mi propio aliento. Por un instante olvidé respirar, no recordaba mis palpitaciones. Me toqué mi pecho para avivar el fuego que me mantenía caliente, que hacía a mi corazón latir. Ya no pude sostener mi espalda. Me dejé caer sobre la cabeza del asiento; no recordara que tuviera huesos, aunque dentro de ellos sentía un insoportable frío, aún en la noche de verano. Mis ojos se anularon, me traicionaron de rotunda manera. El mechón de siempre, sus ojos pardo-canela, sus despeinadas cejas y su cabello castaño- rubio... Douglas estaba desapareciendo, no recuerdo su rostro... desconcertado, apenado o aterrado por mi palidez. Siquiera pensaba en mí, o en mi madre, pero más en mí. El rostro de Lizzie fue irreconocible. No podía ser ella, ¿dónde estaba su sonrisa de cada medianoche? Y sus ojos ¿por qué perdieron su brillo? Me era difícil asimilar que ella entendiera mi pesadumbre, o que tratara de entenderla, siempre hablaba de la vida cotidiana y hacía curvas cuando le hablaba de las personas y sus sentires... ahora ella parecía más demacrada que mi propia alma. Su cabello azabache se tornó griseo, sus ojos azules se inmacularon, su boca carmesí parecía una marchitada rosa. Mi querida amiga rodeó mi codo con sus temblorosas manos, que me parecieron como dos pelusas rodantes en mi negra gabardina. Torcía sus labios y vibraba su nariz; en verdad la forma de sus ojos me gritaba que ella era parte de mí y que derramaría sus lágrimas en mi regazo... Yo no pude llorar. Entré en un colapso del que pareciera no salir. Lejos del tiempo, del aire... en un espacio cerrado entre los vivos y los muertos. Sus voces no eran más que vientos de las montañas nevadas, mi vista una neblina espesa que me tajaba fuera del único mundo que conocí, un mundo que se desplomó de un segundo hacia otro después de terminar una llamada como cualquier otra. A partir de la noticia desgraciada una pesadilla reemplazó el mundo en el cual había crecido, vivido, en el único y basto mundo que yo conocía y había creído ¿Qué pasaría ahora conmigo? El futuro que yo soñé con él ahora era un futuro maldito. Desolada, abusada... Antes de que mis pensamientos mataran mi juicio, una suave brisa levantó mis cabellos de frente. Un movimiento bastante conocido me despertó de mi ensoñación. Ahí estaba el brazo de Lizzie, rodeando el mío; ahí estaba el mechón de siempre, en el retrovisor, con una mirada hasta ahora para mí totalmente distinta. No podría decir si me veía con un enojo de lobreguez o si trataba de no ceder al ruidoso gemido que guardaba dentro de sí, ¡y yo decía que conocía bien a mi querido amigo! Estábamos avanzando hacia la calle Oxford. Yo trataba de pensar claramente ¿Dónde estaba mi madre o mi hermano Arturo? ¿Qué sería de ellos? Tal vez no los volvería a ver. Quería ir a mi casa, verlos allí a los tres, sentados con merengues bien cocidos y tazas de té caliente, justo como los dejé de ver. Justo cuando salí a toda prisa de mi familia que me producía vergüenza y me monté al auto en donde estaba ahora tratando de convencerme de que esto no era más que un sueño. Sí, al momento despertaría con la toalla cálida de los sábados en la mañana, con él sentado en mi cama... Esos ojos de café Heavy roast, su cabello castaño oscuro, despeinado como siempre hasta las seis del día, cuando se peinaba ligeramente y un brillo de color Cinnamon coloreaba la coronilla de su cabeza. Un agradable aroma de café tostado impregnando mis mejillones, una piel reseca rozando mi barbilla. Cejas gruesas y desmelenadas, más oscuras que el color del pelo, párpados ligeros, pestañas lánguidas y ojeras rugorosas. Nariz larga y torcida y boca decolorada y magra... Yo lo encontraría sentado en medio de la sala al abrir la puerta después de casi el nuevo día. Con su ceño fruncido encubierto por las hebras de pelo color tostado. Camisa blanca de botones, pantalones de tela verdosos y bien planchados, zapatos ocre de cuero boleados, sentado ahí en frente de mí, mirándome con sus ojos negros por la noche detrás de los cristales cuadrados de sus anteojos, esperando recibir un sermón por haber llegado tarde a casa... jamás pensé que anhelaría esas escenas. Oír sus represiones y recibir una que otra restricción: No uses la computadora, éste mes restante te quedarás en casa, no irás a la fiesta del fin de semana... No aceptaba, no podía reconocerlo. Mi padre estaría sentado en la sala de mi casa, esperándome. Mi teléfono sonaría en un instante, entonces escucharía su seria y firme voz, diciéndome que regresara a casa, al llegar me hablaría bruscamente, entonces tendría mi merecido por haber desobedecido. Él me despertaría del sueño, pero no más que otra ensoñación. Minutos en horas, como una eternidad el camino de vuelta a casa. No quise bajar del auto. Pasar por el sendero de piedra y entonces tocar y después abrir la puerta... ¿qué encontraría? Mi madre y mi padre con mi hermano Arturo en la merienda. No me he ido, estoy por salir. Regresé a tiempo ¿O mi padre en el centro de la sala con un sofá imaginario? Lo abrazaría y le diría que lo amo... o simplemente una casa vacía y abandonada, con un aire más muerto que mi corazón, un sonido tan desierto como el interior de la cortina de hierro separándome de la muerte y la vida. Jamás un miedo más punzante se apoderó de mi cuerpo al encontrarme frente a la reja de mi casa, ni un temor tan sobrepujante me había tendido tras pensar en entrar en ella. No recuerdo cuánto habrá pasado desde que ellos me dejaron en casa hasta que decidí salir para entrar en ella. No recuerdo si tan siquiera les dije algo. Si acaso le habré dado las gracias a Douglas por traerme de vuelta, o a Lizzie por poner sus manos en mi brazo; o tan sólo haya volteado a verlos, entonces sabrían que estaba agradecida, pero no lo recuerdo. Y cuando toco la puerta de madera brillante y pulida ¿cuánto me habrá costado? Sé que no encontré a mi padre ni a mi madre o a mi hermano Arturo. Por alguna razón todo estaba como yo quería que estuviera. De seguro mi padre y mi madre estaban dormidos y mi hermano Arturo estaba despierto intercambiando mensajes de texto. Ni culpa ni preocupación alguna. Subiría como cualquier otra noche desvelada por la escalera hacia mi alcoba... pero al tocarla... ellos no estaban en el segundo piso. Mi cuerpo se hizo blando. Mantenerme de pie era un acto doloroso. Los calambres poseían los huesos de mi cuerpo a tal grado que quedé tendida sobre los peldaños que retorcían mi espalda. Cada rose era un dolor insoportable ¿Moriría yo también la misma noche? El corazón latía desordenadamente. En unos segundos me produjo un ardor en mi cabeza y calores abrasadores, pero en otros sus golpes fueron tranquilizadores. Un aparente alivio cerró mis ojos y me hizo respirar como si estuviera dormida en el césped de una colina lejos de la realidad. De unos usuales segundos, subir los escalones aquella noche fue un trayecto mordaz que me hizo sentir perdida ¿cuánto tardé en llegar hacia arriba? Ningún alivio o sentimientos de éxito, sino de náuseas y cólera. Aún las gotas no lograban besar mis mejillas. Tardé un tiempo en volver a estar de pie, y lo que pensé en esos minutos ahora no puedo rememorarlo. Sólo cuando anduve por los pasillos, como un cadáver andante, pálida y cojeante, encerrada por las angostas paredes blancas tapizadas de retratos conmemorativos. Sé bien lo que hay en ellos, y aquella vez los sentía como algo lejano. Ni siquiera necesité verlos. En tiempos algo parecido al techo de la oscuridad... algo parecido a los retratos de las paredes. Yo de niña sentada en las piernas de mi padre. Yo y mi padre dando vueltas en el jardín cantando una de esas canciones escocesas, dando vueltas en el auto tan sólo para dejar descansar a madre agotada por el trabajo de la casa, o jugando a la merienda, y él se tropezaba con lo que tocaba... No se nos veía la cara. Veía a papá con su sonrisa de oreja a oreja, alargando su quijada. Papá... sonriendo, ninguna otra imagen ¿por qué sonríes tanto, papá? Vendrás acá y me contarás chistes. En la noche vendrás a visitarme y yo me sentaré en tus piernas y me contarás cuentos, como antes. Me besarás en la frente y me cantarás esa canción que tanto me gusta... No hay nada. Observé en su habitación pero tú no estabas, ni mi madre tampoco. Un extraño malestar comienzo a sentir en la parte baja de mi vientre, justo después de abrir la puerta blanca y ver la cama con su colcha bien tendida, con dos estantes a los costados, uno ahíto de medias negras y marrones bien formales y otro atestado de pequeños recuerdos, hilos, agujas y medicamentos. Desde los cuatro años adoraba explorar cada astilla de esos muebles, ¿y hace cuánto ya que no los abría? Hace cinco o cuatro años. Ignoraba lo que ahí se había metido ¿Eso era la causa de mi dolencia? Algo parecido a un arrebato se disparó desde mi vientre hacia mi cuello. Quise vomitar ahí mismo, pero lo único que pude sentir fue algo parecido a un estambre que atravesaba mi córnea y tiraba de mi esclerótica. Humedeció mis lagrimales, como si emitiera un sonido chillante dentro de mis oídos. Un aire frío abrazó mi espalda... entonces me di cuenta. Me dolía mover mis pupilas y tratar de mirar con la vista. Yo sabía que estaba ahí, frente a la alcoba de ellos... Un suave y breve recorrido hizo mi ojeada por las paredes blancas entre salmón, llegando a una puerta abierta hecha de ventanillas, abierta hacia dentro. Unas cortinas de seda bailaban con la brisa helada, dejando divisar tan bien aquel balcón con vista a nuestro esmeraldo sauce, con una mesilla tallada de mármol y una silla decorada de tela rosa y bordada en madera de caoba. Creí ver una alucinación... ¿Era cierto? ¿Estaba él sentado allí, con su taza de café caliente, de espaldas, con su camisa blanca y zapatos ocres, con un brillo Cinnamon en la coronilla de su cabeza y su aroma de café tostado por las mañanas? Otra vez un escalofrío entró en mi pecho. Comencé a arder cuando mi memoria repitió la ocasión. Una inigualable culpa que poco a poco me hizo derretirme en el piso detrás del balcón... Hace diecisiete horas había pasado por el pasillo y lo había visto sentado con su papel periódico, bebiendo su café negro, con sus anteojos cuadrados. Me desperté temprano y él no me vio, pues era un sábado de descanso, estaba consciente de que yo no despertaría hasta las doce del mediodía. Ahora maldigo y me repito aquella escena, ¿por qué no le dije "Hola", por qué no lo besé y le dije que lo amaba? Era mi padre. No esperaba un abrazo ni un susurro en el oído, sólo quería una maldita cosa ¿Permiso para qué? Ya había llegado dos veces tarde antes de la hora requerida. Estaba restringida. Ya había pasado mi tiempo y esperaba una excepción. Cosas inmaduras e injustas. Ni Lizzie ni Douglas sabían que estaba castigada. Nunca les decía que mi hora de llegada tenía que ser a las once sin más ni menos. Me producía una gran vergüenza ver a los demás muchachos que regresaban a las tres de la madrugada ¡Y yo con éste padre que me ponía hora de regreso antes de la medianoche! Cómo detestaba a mi padre en esos momentos. Sentía que para él yo seguía siendo aquella niña que se deleitaba en sus improvisados cuentos y que las cosas le eran blancas o negras, que a cada orden respondía un "Sí" sin chistar o pelear. Todas las demás tenían absoluta libertad, mientras que yo era recogida en la esquina de la calle London. Todo eso pensaba como si fuera una desconocida para las dos personas que me dieron la vida. Ante todo jamás hallaba la manera de decirle a papá que quería irme en autobús o llegar a casa más tarde, que no soportaba ser la "niñita de papá" frente a toda la escuela. Pero al visualizar su reacción podía ver un sentimiento de decepción y amargura. Tampoco podía soportar saber que había herido los sentimientos de mi padre, después de todo él me conoció primero y me amaba más que nadie, pero yo no parecía reconocerlo. Todo el día pensaba en cómo convencer a papá para cambiar su mandato, por medio de mamá o una cara triste. No estaba dispuesta a perderme aquella "reunión", la cual hasta mi padre sabía que terminaría convirtiéndose en fiesta. Ya tenía idea de lo que preguntaría si le pedía permiso: "¿Cuánto va a durar? ¿Quiénes van a estar? ¿Quién te traerá de vuelta?" Las respuestas ya estaban en mi cabeza: "Tan sólo el equipo de baloncesto y las propietarias de los clubes. De tres a cuatro horas. Douglas y Lizzie pasarán por mí si es que voy"... pero no daba a torcer su brazo. La ira poseía mis huesos. Para mí él era el acusado y yo la hacía de juez. Tratando de ocultar mi furia le rogaba vanamente. Perdí toda ilusión. Cuando estaba a punto de llamar a Douglas para darle la noticia, mi padre entró en mi alcoba. Su cabello bien peinado, sosteniendo otra taza de café caliente. Típico de una costumbre enamorada. Se acercó, y con su voz grave, firme y seria, pero con ésa porción dulce que jamás a él le faltaba... -Te dejo ir ésta noche a la reunión de la escuela, y también a la fiesta que sigue después de esa. Te has portado bien y has cumplido con tus pagos... Cuando parezco oír esas palabras entonadas por esa voz, no sé si en ese instante lloraré insaciablemente... parece que aún no es el momento. Mi mente sigue paseando por ése tiempo, por la misma mañana, la misma en la que desprecié a mi padre, en la cual me avergonzaba de él. Me tortura con el arrepentimiento, con sentir el deseo de haber cambiado mi desesperación por sumisión y respeto a él, ¿que hubiera pasado? Estaríamos ahora los cuatro soñando, hubiéramos cenado y besado para irnos a la cama. Yo, mis padres y mi hermano Arturo ¡Si no fuera por los deseos de ésta juventud! Sabía que tenía que pagar un precio, ahora mi padre me había dicho que llegaría a las diez, a más tardar. No me importó. Llamé a Douglas para decirle que podría acompañarlos a él y a Lizzie, que pasara por mí a las tres de la tarde. No recuerdo si tan siquiera agradecí a mi padre por su gesto de cariño. Sólo recuerdo tomando la ropa que había escogido. Aún siendo verano comenzaban los vientos de otoño. Salí a toda prisa en cuanto escuché el claxon de mi amigo Douglas. Abajo estaban ellos como no he olvidado de recordarlos: sentados los tres en nuestra mesa para seis, bebiendo su té con merengues bien cocidos y bizcochos horneados. Ni anhelé por uno de esos, cuanto antes quería salir. Tuvo mi madre que recordarme del beso de despedida, el abrazo a mi hermano Arturo, y el abrazo y beso de papá, que antes de irme me recordó en seco y pidiéndome de favor... -Regresas a las diez en punto a casa. No me importó. Era lo de menos regresar a casa. Quería ir y salir de mi familia, que me producía vergüenza, con quien no quería estar en esos momentos. Salir y ver a Douglas esperándome en el auto me produjo un alivio que en ese entonces no podía comparar. Escuché la voz de mi padre desde lo alto del balcón cuando íbamos saliendo... -¡A las diez en punto! Subí la ventanilla del auto ¡Papá, no quiero escucharte! "¿Y qué dijo tu padre?" Nada importante. Traté de olvidarme de él y mi familia, olvidarme de mi sentir al subirle la ventana. No quise desperdiciar estos momentos fuera de casa, sólo yo y mis dos amigos... Mi corazón en mi garganta, estuve a punto de expulsar mi estómago y caer sobre el piso. Los timbres de mi teléfono sonaban en mis tímpanos. Varias llamadas perdidas. Muchacha indecente. Si hubieras contestado esas llamadas hubieras tenido la oportunidad de estar frente a él, llorar en su pecho, decirle cuánto lo amabas y disculparte por tantas desobediencias y decepciones. Pero no fue sino hasta la llamada que cortó mi paciencia, en medio de la celebración, que recibí la noticia... Mi padre había salido a buscarme hacía como una hora. Un camión perdió el control en la acera... ahora él estaba apostado en la Baker Street, sin conocimiento y golpeado internamente... Un puñal penetró en mi pecho. Perdí la fuerza y caí sobre mis glúteos. Miré la horrorosa escena de mi padre ensangrentado y paralizado, perdiendo cada segundo el aliento poco que le bastaba. No supe qué hacer. No pude abrir mi boca. Quería gritar pero no podía. Ansiaba salir lo más rápido posible, pero el piso se hizo resbaloso, y no conseguía sentir mis piernas. Las risas de los que me miraban me hacían escuchar a lo lejos los gritos de mi madre, los gemidos y sollozos de mi hermano Arturo... el aliento escaso de mi querido padre destrozado por adentro. Me sangraron los labios al morderlos con harta fuerza ¡tal vez jamás lograría recuperar el equilibrio! Lizzie llegó con sus insultos y repelencias hacia los hombres que de mí se burlaban. Ella me ayudó a estar de pie. Un sofoco tocó mi frente, todos a mi alrededor eran pinturas de tinta difuminada. Douglas tocó mi cabeza con una inquietud nueva para mis adentros, pero mi voz no salía para informar la noticia que se me había dado. Sólo dije que quería irme de ahí, largarme ya, regresar a casa; y cuando nos encontrábamos los tres solos en el auto supieron de mi padre. De inmediato Douglas tomó el volante hacia el área del accidente, pero nunca llegamos a ver a mi padre... recibimos la noticia... esa escena de Douglas contestando mi teléfono y lo que alcancé a escuchar de mi madre ahogándose en el agua de su boca... Si hubiera regresado a casa, si hubiera cumplido nuestra promesa. Yo traicioné la fe de mi padre, como un juguete, su alma era un títere en la palma de mi mano. La única, la primera vez que él me negó un castigo, ¿y qué hice yo? Lo maté. Trituré su esperanza, después sus huesos, y finalmente le quité el espíritu. Su muerte dio un atajo ante mi ignorancia y rebeldía. Yo lo maté, dejando ante mis ojos un balcón, un asiento y una casa vacía, en su lugar una helada brisa que no tenía nada. Me sigue y me toca, me dice a los oídos: "Tu padre ha muerto"... No pude contener los gritos de mis entrañas. Dejé escapar todo de mí. Grité y grité. Ahora el puñal destripaba mi carne y cargaba mis arterias en la punta de sus dedos. Caí al suelo ante el llanto más potente que jamás he llegado a sentir en mi vida. Mis cuerdas vocales se reventaron como ligas de hule. Enfrenté el suelo con mis dos puños. Juraba que podía romperse ante la excesiva fuerza de mis delicadas manos. Golpeé y golpeé; la tormenta de mis ojos, el tornado de mis gritos y el terremoto de mis emociones. Los ecos resonaron por los pasillos, pero escapaban por las puertas del balcón. No podía dejar de pensar en la inocencia de mi padre y en mi inicua apatía. Yo era la que debía haber muerto, yo era culpable de traiciones, y mi padre lo que hizo fue darme mandatos que me protegían de riesgos desconocidos. Dos horas de oscura culpa expresada con un fuerte y exhaustivo gimoteo, al final perdí el conocimiento. Caí en un abismo oscuro del que creí no volver a despertar jamás, sino tan sólo soñar con el rostro hecho cenizas y con mi cuerpo flotando en un valle tan oscuro como lo estaba ya la vida de mi padre...
Hola chicos. Esta es mi segunda historia. Mas actual y sencilla. Está basada en Alice in Wonderland y algunos otros cuentos de fanatsía (Peter Pan, Gulliver) Si deciden leerla verán que hay bastantes diferencias en ésta historia. Tuve mucho éxito con ella en la escuela, tal vez aquí también sea de su agrado :)
Ruiseñores del celeste Desperté junto a la ventana, en mi cama. Figuras borrosas de un pardo color revoloteaban sobre un fondo más claro que el azul usual de mi cielo. Mareada. Tenía la impresión de haber dormido cincuenta años y despertado después de morir en una especie de orbe distinto. Una especie de felicidad, más bien alivio, alivio de dejar atrás esa oscuridad que bajaba con más fuerza dentro de mi ensoñación, queriendo mantener mi mente inconsciente y mi alma quieta. No más que una noche dormida, pero, ¿y mi sueño? Usualmente veo figuras y situaciones anormales, y sin embargo aquella noche sólo había oscuridad. Poco a poco entré a la realidad. La realidad duele. Un pulso horripilante apretaba mi cabeza, llegaba hasta mis ojos, no podía siquiera moverlos hacia otra parte. Un hambre totalmente brutal devoraba mi estómago, y mis manos, mis manos estaban más rosadas que de costumbre, envueltas en blancas vendas dejando salir la punta de mis dedos ¿Qué había pasado? Recordar era una punzada en mis sienes. Mi frente, estaba cubierta por una toalla humedecida con agua caliente ¿Será cierto? ¿Había sido un sueño aquella noche vil? Mi padre estaba sentado en mi cama, sí al lado mío. Al instante giré mi cabeza, el dolor era intenso, cerré mis ojos para apaciguar el ardor. Los abrí. Una silueta borrosa estaba frente a mí. Camisa blanca, pantalones verdosos, zapatos ocre... No, no era papá. Tenía el pelo castaño como café tostado, pero no son sus brillos como el cinnamon del café; sus ojos como dos aceitunas, sus rizos, su vestir no era como el de papá, pero su boca, sus cejas y sus ojeras... es mi hermano Arturo ¡Es mi hermano Arturo! Estaba ahí, conmigo. Busqué a mamá con la vista, y la encontré ahí, parada al lado de mi hermano Arturo. Tan linda como siempre, con su indumentaria tan sencilla y hogareña. Era ella, era mamá. Busqué a papá. Lo busqué pero no lo hallé. Pero, ¿qué había pasado con él? Las dudas emergieron en mi mente, justo como lo hizo mi memoria. Ahora lo veía. ¡Eran ellos, eran Lizzie y Douglas dentro del auto! Sus rostros decaídos, ¿decaídos por qué? La mano de Lizzie y el mechón de siempre observando desde el retrovisor. La reunión en el colegio, las llamadas, ¿por qué? Mi casa, la puerta de madera, la escalera blanca de la estadía, no puede ser cierto... los retratos, los muebles y el balcón. El balcón, desierto y nulo. El mismo balcón por el que pasé detrás de él. Camisa blanca, pantalones verdosos. Creo que una leve sonrisa se dibujó dentro de mis mejillas cuando vi su ancha espalda, y una mirada de horror la reemplazó cuando entonces rememoré lo que vi después. El calor volvió a mi cerviz, la hinchazón en mis manos y el hambre que sentía azotaron con más fuerza. Al forzar y abrir mis ojos nuevamente, distinguí la realidad de mis sueños, una realidad que hubiese querido cambiar por los mismos sueños. Fue entonces cuando noté las miradas perturbadoras de mi hermano y madre, asustadas, tal vez más de lo que estaba mi interior. Mi madre se dirigió a mí, pero no escuché su voz, tan sólo un aire vacío que enfriaba mis oídos, la ignoré por completo. Como si fuera un imprevisto sobrenatural, un helor calante junto con un cansancio incomparable me debilitó repentinamente. Pensaba que moriría en ese mismo instante. Nunca he sentido una debilidad más frebil en toda mi vida, no sé si la volveré a sentir. Mi madre acudió a mí, me frotó los pies y mi pecho. Mi hermano Arturo tomó la toalla y la sumergió en agua caliente vez tras vez. No tengo palabras para expresar mi gratitud hacia ellos, que si no hubiesen estado aquella mañana en mi alcoba sin duda hubiera caído entonces yo también. Lo que recuerdo ahora es la imagen borrosa de mi madre ansiosa, desesperada por el miedo que encendía su agitación. Tampoco escuché lo que dijo, pero por su rostro sé muy bien lo que estaba pidiendo... -¡Dime algo! ¡Háblame por favor! ¡Dime algo! Querida madre, no sabes cuánto te amo ni cuánto te agradezco tu atención y cuidados que fue lo que me salvó la vida. Pude lanzarte una sonrisa y responderte entonces, pero nunca olvido cuando saliste de mi alcoba con tus ojos brillantes y enrojecidos. Será por tu felicidad al verme respirar, o tu susto por visualizar lo peor, o también lo que recordaste cuando toqué mis párpados con la yema de mis dedos y dejé salir con un suspiro... -¿Murió papá? No pudiste hablar. Cerraste los ojos y saliste pronto, porque murió tu esposo. No lloraste ahí mismo, pero tus sollozos eran ecos desde aquel balcón con aroma a café. Mi hermano Arturo se levantó y se puso de espaldas en el marco de la puerta. Lo conozco bien... también cedió al llanto. Alcancé a ver sus nudillos rozando su rostro. No necesité respuestas. Bien sabía ahora que lo que había creído no era un sueño, la noche anterior y mi vano plañido cobraron vida en la mente de mis diarios tormentos. Giré mi rostro, no quería despertar para saber la oscura verdad. Los ruiseñores movían sus alas pardas atravesando el celeste cielo. Quería ser como ellos, volar lejos de mis sábanas y no sentir la muerte ni estar consciente del porvenir. Escapar, sin pensar nada, no sentir remordimientos por dejar todo atrás ni sentir culpa por lo que ocasionara mi vuelo. Ver el cantar como mi único propósito, no vivir para nada más, no depender de mi semejante, sin memoria ni conciencia. Llévenme con ustedes. Aquí está mi espíritu. Tómenme por mis cabellos y álcenme hacia el horizonte, un lugar que no conozca, lejos de mi cuerpo, desprendiéndome del pecado de mi carne, de las maldiciones de mis huesos. Aquí está mi corazón, destrocen sus arterias y derramen su sangre, suéltenlo muy lejos, déjenlo caer en un lago de destino desconocido y que ahí desaparezca. Armonicen el viento con sus alas y dirijan mi alma por los indefinidos bordes del cielo, hasta desaparecer de la vista de ellos, y que ahí su recuerdo permanezca innato, que su olvido sea eterno y su esencia como la naturaleza, parte del suelo, parte del aire. Cierren las puertas de la humanidad. No seré recordada nunca jamás. Libre del pecado y la muerte, totalmente un alma libre, como la misma expiación así lo decidió conmigo... _______________ Ellos no me llevaron lejos ¿Cómo iban a hacerlo? Tuve que aprender que nuestros sueños es eso mismo, que son sueños, que los ruiseñores no tomarían mi cuerpo ni tampoco el tiempo volvería hacia aquella tarde de agosto. El tiempo siguió su curso. Caí inconsciente, frente al balcón con una alarmante fiebre y mis manos lesionadas, desperté en mi alcoba después de treinta y un horas, junto a mi madre y mi hermano Arturo. Llegué a saber que nuestros familiares habían viajado desde Londres y esa misma tarde sería el funeral. Quité la cara. La desvié de mi hermano Arturo. Funeral... lo que menos deseaba era darme cuenta de su ausencia. Seguir durmiendo. No importando perder mis sentidos o desaparecer del mundo. Con tal de ver su rostro, no detrás de un cristal envuelto en flores de pena. Abrazarlo y sentir su olor en lugar de sostener mis pies frente a un ataúd dentro de la capilla. No asistí al funeral de mi padre, tampoco mi hermano Arturo, todo gracias a mi malestar y la responsabilidad de mi hermano Arturo por estar pendiente de mi cuidado. Mamá se vistió de negro y salió de casa la misma tarde con su rostro hecho cenizas. En esos momentos a ella tampoco le apetecía ver a su esposo muerto escuchando un árido discurso y tantas voces y gemidos dentro de un cuarto pequeño. Llorar sin nada más que decir ni nada más que hacer sino aceptar a quienes acudieran a ella dando consuelo sin lograr nada; sin embargo su presencia era respaldante como lo eran sus comentarios. Tenía que convencer a mis tías insolentes de las propiedades de mi difunto padre y catalogar los asuntos restantes. Se negó rotundamente a aceptar la cremación a pesar de la insistencia de nuestros familiares, prefiriendo, como yo, conservar su dañado cuerpo. Desde aquellos días nuestras relaciones se deterioraron. Nos dejó a mi hermano Arturo y a mí su número telefónico y la cena lista en el refrigerador, como si ya no fuera suficiente después de encargarse de mí. No regresó hasta el día siguiente. No pude dar un sólo paso en ese inter de tiempo. Mi hermano Arturo preparaba un té caliente y yo miraba por vacío, pensando en cosas simples y sin importancia. No tenían siquiera algo que ver con los problemas financieros o con los conflictos hereditarios. Mi padre y yo, sentados en el jardín, en la cama tarareando canciones escocesas, acurrucados en el sofá viendo las películas de Walt Disney, jugando con tazas de té caliente, ositos de peluche, saltando la cuerda o a las manitas calientes. En el auto dando una pequeña vuelta parando en una que otra heladería, yo, viendo sus largos brazos cubiertos de vello castaño, con las mangas de su camisa enrolladas hasta el codo, sus nudillos de piel áspera y reseca sobre el volante y con la vista fija al frente. Siempre veía mejor sin sus lentes cuadrados. Extraño a papá. Dios, sino es mucho pedir quiero verlo de nuevo, aunque sea un minuto. Murió sin un beso de despedida, también sin un abrazo. Quisiera dárselo y dejarlo ir así. Es todo, nada más eso. Hasta lo más simple es bastante pedir, lo menos que puedo rogar. Porque pido desde el interior lo imposible, estar con él tres horas, doce, muchos días para desahogarme con él y recostarme en su pecho, para sentir sus dedos masajeando mi cabello, acariciando mis mejillas y sus labios besando mi frente. Quisiera haber podido cambiar su futuro, ahora pasado. Todo dependió de mí. No sé si poder quitarme ésta culpa que me atormenta, una insoportable culpa que de mí se engancha. Quiero ver a papá, ver a papá, ver a papá... Aquella vez soñé con él, cuando de nuevo caí en un sueño. Ya no era oscuridad, sino una brillantez de calor mutuo. Él estaba en un valle de rosas rojas, su flor favorita y también la mía. Mariposas bailaban rodeando su cerviz, el viento movía su cabello castaño y enfriaba su rostro. Mi padre, mi padre es tan guapo. Tan dulce y gentil, con sus mejillones escarlatas y nariz de muñeco dulce. Esa sonrisa de pantera enamorada bajo la lluvia hace saltar mi vientre. Quiero ir con él y colgarme de su cuello, bailemos hasta la medianoche cuando nuestro alrededor se haga azul y nuestras caras violetas, cuando nuestra iris parpadee en los destellos tintineantes que nos suelta la luna llena. En nuestro espacio reducido bailemos hasta quedar dormidos. Me dice algo, un soplido, de manera susurrante cosquillea mis oídos. No te vallas. Vuelve conmigo, que no escuché tu secreto. Dime a gritos lo que dejaste salir para yo oírlo. Mi padre desaparece tras una nube endrina, la verdad, no sé si se eleva o es atraído por una extraña fuerza, y mientras más corro para alcanzarlo su cuerpo retrocede y me deja sola. El mismo miedo que penetró mi hueso cuando Douglas colgó la llamada me invade por completo, una transición de vida a un alma que no existe ¿Qué hago ahora? Parece que me desvanezco, papá es atado por las mariposas y ellas lo entregan a una especie de luz dorada que yo no puedo tocar y me ciega. Mariposas, jamás creí que por un momento las despreciaría. Cuando un sonido tajante trae de nuevo una inmensa oscuridad, despierto, la misma oscuridad que me despertó de aquel sueño. Hasta ahora sólo la he visto dos veces, casi no sueño. Recordaba. Podría asemejar aquella extraña sensación a un hoyo carcelario que cerraba sus grandes e intimidantes puertas de acero emitiendo así un sonido insoportable que emitía ecos. Comenzaba a notar que los dolores de cabeza habían desaparecido, que me había despertado de golpe tirando la toalla de mi frente. Pero ahora estaba con la realidad. Mi ventana traslucía un fondo de azul oscuro, los ruiseñores se habían ido, el té caliente estaba en el buró al lado mío. Seguramente se había enfriado ¿cuánto tiempo fue que dormí aquella vez? Tarde. No sé si seguí pensando después de despertar por segunda vez, no quiero saber. Mi hermano Arturo había dejado el té caliente en mi mueble, pensando tal vez que despertaría pronto. Eran ya como las ocho de la noche y mamá no había llegado aún. Entonces imaginé lo peor. Quise bajar de la cama, pero mis piernas estaban más débiles que mi propia voz. Una especie de alivio o calma me calentó al escuchar a lo lejos el habla de mi hermano Arturo, unas palabras tan saciables y apaciguantes que he llegado a amar bastante. Preguntas acerca de mamá. -¿Dónde estás, mamá? ¿Cuánto tiempo dejo la olla? ¿Cómo se lava la ropa blanca? Su dulce y pequeña voz de muchacho menor. Antes de aquella vez no sé si me alegraba escucharla o apreciar que hiciera bastantes preguntas. Típico de mi querido hermano. Es tan inteligente por esos motivos. El malestar poco a poco se desvaneció, aunque mi cuerpo no estaba preparado para ponerse de pie, y lo que quería era correr por nuestro jardín, reducido pero espacioso dentro de mi mente. Quité la sábana y puse mis piernas en el piso tan velozmente que sentí que las venas que las recorrían se reventaron por dentro. El dolor físico hasta ahora más insoportable que he sentido. Grité de tan intenso escozor. Mi cuerpo se hizo tieso y no sentía ya los muslos. Escuché los pasos de mi hermano Arturo subiendo rápidamente las escaleras para socorrer mi alarido. Él me ayudó a estar de pie y a cubrirme con unos pantalones cortos, pues me hizo notar que tan sólo tenía puestas mis pantaletas ¿Qué más daba? Era mi hermano Arturo y no podía inclinar el vientre. Después me dirigió hacia la cocina. Fue la primera vez que bajó por las escaleras conmigo en sus brazos; a los doce años era ya más alto y fuerte que yo. Dicen que para toda pena hay cierta vacuna. Cuando vi los hombros, los brazos, las manos y los rizos de mi hermano Arturo, abriendo la alacena, secando los cubiertos, lavando los trastos y doblando los trapos fue tan calante en esos momentos de intenso pesar. Había despertado por segunda vez y descansado de mi decaimiento, ahora era el momento de olvidar todo, por más difícil que me costara hacerlo. Desde que vi al muchacho que ocupó la misma casa que yo hecho ya todo un hombre capacitado, lo he amado distinto. Desde que comenzó a hacerme un chocolate después de bajarme en sus brazos por las escaleras, lo veo diferente. Jamás podré comparar sus acciones ni agradecer completamente su atención. Ni siquiera Douglas ha mostrado semejante interés, él es mi hermano Arturo y Douglas es un enano de su lado. Yo amo a mi hermano Arturo. Desde que fijé mis ojos a la piel de sus codos recuerdo a mi padre cada vez que lo miro ¿Qué es eso? Una fragancia idéntica, unos ojos respaldados, una boca igual y un espíritu exacto del ser de mi padre. Sí, él se ha ido, pero me ha dejado un guardián de mi lado que siempre ha estado conmigo. Se invertirán los papeles y él será mi salvador desde ahora, como él así lo dijo. Papá, prometo que me someteré a él como debí hacerlo contigo. Prometo no traicionar su confianza y prometo ser su mayor tesoro. Prometo no escaparme de su sombra y prometo que mi amor por él será tan inmenso que las mismas constelaciones no podrán contenerlo. Estaré con él y él conmigo... es lo que prometo. _______________ La puerta sonó después de un tiempo. Mi hermano Arturo se levantó de la mesa casi al instante de soltar la taza. Ambos pensábamos lo mismo, que era mamá. Tenía mi vista clavada en la perilla de la puerta, esperando nada más que ver a mamá detrás del marco de la puerta. Casi podría jurar que fue como unos minutos los segundos en los que mi hermano Arturo buscó las llaves en la pared y las metía para tratar de abrirla. Lo que vi me alivió al tiempo en que de nuevo se hacía un hueco en mi corazón. Eran Lizzie y Douglas parados en el pórtico con sus caras tratando de despedir una sonrisa, pero no ocultando la pena que dentro de sí guardaban. Lizzie llevaba consigo un ramo de rosas rojas, hacía cuánto que no miraba uno. Mi hermano Arturo se retiró sin decir nada para tomar el teléfono y llamar a mamá. Esperaba que lo hiciera. Eran ya las nueve y ella no regresaba. Su mirada mientras recargaba su brazo sobre la pared y sostenía el teléfono en su oreja, mirando al suelo y moviendo sus pies... estaba imaginando lo peor. La espera seguía y sin rastro de ella. Lizzie y Douglas aún no pasaban dentro. Estaban igual de aterrados que mi hermano y yo, pero entonces nos brillaron los ojos. Mi hermano Arturo contuvo las lágrimas mientras exclamó con voz ahogada en el rincón de la cocina... -¡Mamá! Aún desde la mesilla podía escuchar la voz de mamá. Di un suspiro mientras tocaba mi mejilla ardiente de temor. Lizzie y Douglas cerraron los ojos después de callar y contener la respiración. Les hice una seña para que pudieran pasar, no me importó siquiera estar con una blusa sin mangas delante de Douglas, pero después Lizzie acudió en ayuda cuando notó que se traslucía mi sostén. Me dio su chaqueta y a Douglas el ramo de rosas. Me estaba diciendo algo, pero no pude escucharlo por mi absorción en mi hermano Arturo hablando con mi madre. Hablando simplemente de cuando regresaría y qué hacer con la carne de la nevera. Al final mi hermano Arturo saludó a Douglas y Lizzie, entonces ella habló. -Llegamos con Rosalind desde la mañana. Nos explicó por qué no fueron, estuvimos con ella cuando se fueron todos y nos pidió que viniéramos a verlos. Trajimos lo que nos encargó. En el pórtico pude ver a Douglas venir con varias bolsas cargadas de alimentos que mi madre había planeado comprar ésta semana. Mi hermano Arturo fue y ayudó a Douglas con todo lo que habían traído... Aquel gesto de consideración, de amor, de cariño y generosidad, de hermandad y de empatía... simplemente fue algo que no pudimos pedir. Estaba ya harta de guardar el llanto dentro de mí. Tenía que llorar. No pude esconder mi gratitud ni mi dolor. Cedí a las lágrimas. Dejé que ellas salieran de mis ojos, unas silenciosas gotas se tornaron en un incesante lamento. No podía saber si lo que sentía era agradecimiento o simplemente otro golpe de una ola de aflicción. Acurrucada en los brazos de Lizzie y dentro de su manto, mis gritos no escaparon de un espacio pequeño. Ahora eran retumbas que se ahogaban cada minuto. Mi hermano Arturo llegó por mis espaldas y rodeó mi cuerpo, yo me acerqué a su pecho para continuar llorando. Lizzie y Douglas nos cubrían con sus brazos mientras el sollozo de los cuatro se mezclaba por todo el recinto. Nuestro calor logró mantenernos vivos aquella noche, nuestra agua evitó que muriéramos de sed y nuestro amor de desesperanza. Todos nos unimos la sola noche. Aunque por fuera el sonido era un bisturí de iniquidad y desolación, en la unión de nuestros cuerpos el sonido era silencio. _______________ Douglas y Lizzie se retiraron cayendo la medianoche. Jamás hemos podido hacerles saber a fondo nuestro aprecio por su empatía. Lloraron con nosotros, y aunque no hayan dicho palabra alguna, tan sólo sus lágrimas y su presencia nos hizo ver que eran de nuestra familia. A veces el cuerpo y la mirada transmiten más amor que los propios dichos. Los amo, queridos amigos... Mi hermano Arturo y yo apagamos las luces y cerramos las ventanas. Él se fue a dormir pero yo no pude conciliar el sueño ¿Cómo hacerlo? Más de treinta horas apostada en cama viendo y viendo lugares extraños y ausencia de luz. Estaba confundida. Tenía una seriedad callada y una mente vacía cuando el reloj resonó doce veces en lo desolado de la noche. Ahora me pregunto ¿qué era lo que sentía? No lo sé. Ni tristeza ni ansiedad ni molestia ni cólera. Me enamoré del techo de mi alcoba, ni siquiera imaginaba el tiempo que pasaría mirando el techo de mi alcoba. Parecía tener una sonrisa demente y vista miope, mostrando mis dientes y viendo distorsionadamente, con mis miembros extendidos. Simplemente no podía cerrar los ojos, y como una niña que se hipnotiza al ver un supuesto fantasma me levanté de la cama para dirigirme a la puerta. Pasé por la habitación de mi hermano Arturo, tan agotado y disfrutando de su merecido descanso. Había hecho tanto por mamá y por mí. Sonreí tan satisfactoriamente. Bajé las escaleras con una lentitud que sostenía mi pequeña sonrisa, llegué a la cocina desviando la mirada de la puerta. Tal vez lo que quería era comer para saciar el hambre que de nuevo emergió en mí, y sin embargo me volví para abrir la puerta de la casa y salir. Tanto tiempo encerrada dentro de mi mente bajo el tejado de mi morada. Lo que quería era respirar. Papá, no puedo decir si en ese momento lo recordaba. Era una traumatizada viva después de mantenerme en coma y cualquiera que me viera podría imaginar que observaba una muchacha errante de tumba. El viento, el frío, endurecida por dentro ¿era tal vez que los ruiseñores habían hurtado mi alma y la habían arrojado al río del horizonte? ¿O era el mismo escenario del sueño con mi padre mientras ascendía la noche? Caminaba descalza por el pastizal que cosquilleaba mi piel, pasaba por debajo de nuestro sauce y rosaba su tronco, acariciaba mi rostro con sus ramas colgantes... Por alguna extraña razón percibía que mi mundo no era ya igual, que yo había entrado en otro dejando atrás a mi familia y huyendo con mi padre. Pensar en eso me erizaba los brazos, bien sabía yo que mi sentir se debía a mi despertar del día anterior. Aun así parecía que una fuerza maldita tratara de llevarme a su propio orbe. Como una flor arrancada por los vientos devastadores, un ciervo asesinado por el afán del hombre o un brote nacido chamuscado por el fuego de la tierra. El rostro de mi padre, el impacto de los metales, los gritos de horror, la sangre derramada, las amenazas disfrazadas... todo aquello surgió cuando se detuvo el viento y me puse quieta, notando mi soledad y desamparo, sin su sombra y lejos de su presente... el miedo se enraizó en mi corazón. El soplido que asemejaba un susurro engañoso mordiendo mis orejas. Corrí hacia la puerta que cerraba nuestra entrada. Esa extraña sensación que sientes en la oscuridad... alguien me persigue, no miraré atrás. No me canso y voy a escapar ¿Qué me estaba pasando? De melancolía a felicidad y de felicidad a tranquilidad y de tranquilidad a terror, cambiando repentinamente. Varias veces aquellos días pensé que moriría. Escapé de casa, abrí el enrejado portón y hui de aquel lugar. Por la acera desclasa y en pantalones cortos ¿a dónde me dirigía? No importaba, sino escapar del sujeto a mis espaldas, era lo que me mantenía viva. No sé cuánto fue que me alejé de casa. Al ver unos faros cruzando la esquina del camino caí de brazos cruzados cubriendo mi rostro. Escuché la voz de mamá llamándome mientras se abría la puerta de un auto. Ansiosa y perturbada. Rodeó mi espalda mientras se arrodillaba... aún me cuesta creerlo... -¡Alguien me está siguiendo, desde nuestra casa él está persiguiéndome! Mi madre alzó la mirada. Las luces alumbraban las calles. Ella traía los faros. Varias veces se volvió a mi rostro, mientras sus cejas se tornaban de un modo compasivo. Tardó en hablarme. Bajó su cara y después cerró los ojos ¿Qué pasaba? Despedía un sentimiento de lástima. Lo que dijo después me dejó helada... -No hay nadie frente a nosotros... Ella habló con su voz temblorosa y apenas mirándome. Al voltear atrás todo era verdad, sólo una acera iluminada y vacía, sin nada ni nadie más que yo, en medio de toda la calle, sin más gente sino mi madre y yo, sin más luz sino los faros amarillentos, sin más ruido sino el silencio que siguió después de conocer lo real y el cruce de nuestros ojos grises. Fue cuando entonces supe que no era ya la misma. Todo lo que vi después de caer y ponerme de pie no eran más que absolutas y bastas ensoñaciones incumplidas y vanas, no pertenecientes a nuestro mundo... Sin embargo, tampoco eran una fantasía…
Principio Todos allá afuera, todos tienen esa semilla que crece mientras los años pasan. Aún dentro del vientre y después de sus puertas ella permanece. Todos han pecado dentro de ella, han creado, distorsionado lo que fuera hay de ella. Aún en estado de inconsciencia ella no perece ni se desprende. Está despierta, parada en un balcón detrás de un sauce con su personal discernir, viéndonos desde lo más alto riéndose de nuestro sufrir. No puede existir cosa más engañosa que su afectada naturaleza. Ha poseído el control de nuestro corazón y también el de ellos. El lado oscuro que esconde es una maldad de la cual ni ellos pueden escapar. Los hace volar hacia el interminable cielo, después los quema con el fuego del sol. Los hace amar con sueños sin lamentos, pero les hunde un puñal de engaños indolentes, y así la mente los devora como león rugiente controlado por la malicia. Es veloz, mentirosa, estafadora... todo sale a la luz cuando ha echado a cubrir nuestro débil cuerpo, y jamás nadie ha sabido domarla como ha sabido domar la tinta. Porque ella posee nuestra lengua y nuestro corazón ¿Y quién puede decirle "Sal de mi cuerpo, vete", cuando es ella misma quien nos hace hablar y latir en nuestro corazón? Porque muere ella, morimos todos, y después de todo ¿quién puede decir que ella es el origen de nuestra maldición, cuando ejecuta muchos placeres y cosas buenas? Después de tantas cosas, nuestra mente y lo que ella produce (sueños, imaginación y saber) son dones más valiosos que el oro. Ante todo existe esa verdad innegable. El que logra domar nuestra cabeza resulta más poderoso que el caballero animoso que acaba con un ejército usando su astucia y espada. Y nosotros que vivimos bajo el control de ella, bajo su sombra, bajo su poder, no podemos salvarnos de su estado indomable ¿Por qué, oh ustedes, han hecho volar su mente y condenarnos a las varas de éste mundo que no se abre y nos destruye cuando tocamos el viento del este? ¿Y por qué, oh despreciables, dejan sus puertas abiertas para cualquier atontado corazón? ¿Por qué nos dejan sin finales satisfactorios? ¿Por qué no han hecho de nosotros una vida de placeres con un inicio, un crecer y una muerte común? En verdad les digo, que mejor nos hubiese hecho nacer, crecer y morir, que vivir sin final dentro de éste orbe de infinitas torturas y oscuridad, lamentando no poder salir y hacer lo que nuestro corazón anhela. No. Nos han destinado a tinieblas por ver la luz, a desvanecerse con sentir el viento y a pulverizar con tocar las pieles de aquellos hombres. Lo sé. Lo hemos visto con nuestra heredada mente. Un joven de curiosidad privilegiada ha contaminado su alma con el placer del mundo. Una Alicia encarnada en el cuerpo de una joven de belleza esplendorosa... ¿Qué, pues, ha hecho ésta dama para sembrar en nosotros la duda de nuestro conocimiento? ¿Qué, pues, ha causado nuestro notar en el mundo de nuestra creación? ¿Por qué, pues, ha hechizado a todos nuestros hombres, cuando en los lagos y los bosques hay millares de doncellas de superior hermosura? Porque antes de ella no había llegado a nosotros mujer alguna, y después de ella continuó sin que lo hubiera... -El Sujeto