Un escrito que quise hacer para siempre recordar el día en el que supe que la esperanza nunca debe extinguirse en nuestras vidas. El Recuerdo de una Pasión Otro día lunes que comienza, pensé desganada aquella mañana al despertar con mi estrepitosa alarma. Sin motivos para levantarme todavía, la apagué para luego volver a tumbarme en mi cama pesadamente. Tras unos cuantos minutos de sólo observar el techo de mi habitación sin hacer nada, decidí levantarme para arreglar mis cosas para el colegio… ¿Pero qué cosas? Me pregunté a mí misma como si fuera una tonta. Era el último día al que asistiría mi nivel educacional, pues dos días después daba inicio nuestra gira de estudio… En realidad, la de mi curso, pues los otros dos partían el viaje un día antes por razones que, incluso ahora, no soy capaz de comprender realmente. Ni siquiera sabía para qué iría a clases en todo caso. Ya tenía más que claro que sólo unos pocos irían al establecimiento, pues no habían razones para hacerlo. El trabajo de los profesores ya estaba hecho: todas las calificaciones estaban en su lugar, colocadas ya en los informes de los alumnos mostrando un promedio final. Por esta misma razón, nos dejaban en libertad en los períodos de clases, por lo que no hacíamos nada especial… Ah, lo olvidaba, compañeros míos me habían pedido por favor que viera las calificaciones de ciertos exámenes suyos, para que luego yo se las mencionara. Obviamente no rechacé aquella petición, pero para mis adentros pensé: “¿Por qué no lo hacen ellos si tanto les interesa?” Ni modo, ya había accedido, ya no podía hacer nada al respecto. Volviendo al presente, tomé mi mochila y saqué todas las cosas de su interior, tales como un montón de papeles, cuadernos y algunos libros. A final de cuentas, sólo guardé mi maltratado cuaderno en el que escribo mi libro junto a mi ridículo estuche morado. Ridículo, pues en uno de sus lados se asomaba una graciosa vaca enseñando la lengua. A la mayoría le parecía increíblemente cómico y le producía gracia, incluyéndome. Pero me agradaba, me parecía lindo y eso era lo que importaba. Tras tener listo mi bolso (prácticamente no hice nada), proseguí a darme una ducha. El agua tibia escurriendo por mi cuerpo me relajó al mismo tiempo que avivó mis sentidos al igual que mi ánimo. Me vestí con el desaliñado uniforme de colegio: un desgastado pantalón azul marino con una camiseta blanca con el logo y nombre del establecimiento en el lado izquierdo; sobre el corazón. Acto seguido cepillé tranquilamente mi cabello hasta que quedó presentable y luego busqué mis lentes, pues sin ellos no veía para nada bien. Al colocar los cristales frente a mis ojos, las cosas, como por arte de magia, se tornaron más nítidas y brillantes. Una vez lista, salí del baño para estar nuevamente en mi tranquila habitación. Sobre el escritorio, un pequeño anillo reposaba, observándome acusadoramente con aquel nombre inscrito en él. Suspiré desmotivada. Sin más, lo tomé entre mis dedos, como si se tratara de un pequeño insecto, y lo deposité sobre la palma de mi mano para verlo con inquietud. “Naxo”, estaba escrito, lo que vendría a leerse Nacho. ¿Para qué continuaba teniendo ese anillo? No tenía sentido… Aún así, lo coloqué en mi dedo anular de la mano izquierda con poca devoción. Todavía me preguntaba para qué asistiría al colegio, cuando de pronto mis ojos se toparon con ese regalo: El lobo negro aullaba con el hocico alzado hacia la pálida luna dispuesta en un cielo azul bañado de estrellas. El animal se encontraba en una clase de acantilado, y árboles se vislumbraban en las cercanías. Era un pequeño cuadro, una pintura. Había sido un obsequio de mi mejor amigo. Fue entonces cuando recordé para qué realmente iría… Ese día él me había invitado a almorzar por allí, para simplemente vernos y pasar un buen rato juntos. Y solos, pensé inconscientemente feliz, pero la parte de mí que pensaba lógicamente me reprochó de inmediato. “Ya sabes cómo son las cosas, no te hagas ilusiones.” Pero aún así me sentía alegre: podía tener su agraciada amistad y cariño, a pesar de que mi corazón ansiara algo más. De todas formas, ya lo tenía más que asumido; nunca llegaríamos a ser algo más que amigos. Tratando de distraerme, bajé las escaleras y comí rápidamente mi desayuno para luego volver a subir y cepillarme los dientes. En cuanto terminé, mi madre salió de su habitación velozmente como de costumbre, y dio aviso a que ya estábamos listos para salir con su clásica llamada. —¡Vamos! ¡Vamos! —decía ella al tiempo que bajaba las escaleras. No pude evitar reír al escucharla, pues todas las mañanas en las que había clases era la misma historia: mientras que mis hermanos y yo ya estábamos listos para salir hace varios minutos, ella se tardaba bastantes, los que luego compensaba apresurándonos a todos con su llamada, haciendo como si nosotros fuésemos los que estábamos atrasados. —Mamá, cálmate, ya estamos todos listos —dije bajando las escaleras detrás de ella—. Además es el último día —agregué con una cálida sonrisa. —Para ti, tienes suerte —dijo mi hermano pequeño Joaquín—. ¡Yo tengo clases hasta el viernes! —protestó. Yo sólo reaccioné a reírme al igual que mi madre. Luego el viaje fue lo de siempre. Con sólo cinco minutos para que dieran las ocho de la mañana, subimos al auto y partimos el viaje. —Hoy vas donde Iván, ¿verdad? —me preguntó ella en el camino con su característica sonrisa. —Sí —respondí mientras observaba por la ventana los alrededores, distraída. —Pero no te puedo ir a buscar —dijo algo triste—. Te vas a tener que devolver tú no más. —Sí, no te preocupes, ya sé cómo devolverme —dije para alentarla—. No importa. En un abrir y cerrar de ojos, estuvimos en las puertas del colego. Nos despedimos de nuestra madre y separé mi camino del de mi hermano al ingresar. Por todos lados resonaba el sonido de una guitarra acústica acompañada de una voz cantando algo religioso. Como era el mes de María y el colegio era católico, todas las mañanas se celebraba con una oración general en el patio central, por lo que todos debíamos formarnos allí por cursos. Rápidamente, me encaminé a mi sala y dejé mi bolso. Tal como esperaba, no había nadie adentro y en sólo uno de las mesas había una mochila. Al menos era de una amiga mía, pensé con alivio. Salí de la sala y me dirigí hacia el patio central, en donde estaba el resto del colegio formado. No fue nada difícil encontrar a mi generación, pero ver a tan pocos simplemente me desternilló de risa. Éramos sólo siete, cuando en total en realidad éramos poco más de noventa personas. Entre risas, pregunté si no habían más, a lo que me negaron igualmente riéndose. Habría estado mucho más contenta si tan sólo él hubiese estado allí. Pero no podía ir por algo relacionado con su papá según me había dicho, por lo que iría a buscarme a la salida. Una vez finalizada la formación en el patio, los siete nos dirigimos a cualquiera de las tres salas, pues daba lo mismo cuál fuéramos, siendo tan pocos no llenábamos ni un tercio de una. Al rato, llegaron los respectivos profesores, y al ver que sólo éramos nosotros y nada más, nos echaron de donde estábamos para que jugáramos a algo afuera mientras ellos terminaban de colocar algunos detalles en los libros de clases. Al final nos quedamos por ahí jugando con una pelota que conseguimos en el gimnasio hasta aburrirnos irremediablemente. Conversamos y conversamos, nada interesante a decir verdad. Luego le pedí a una amiga que me acompañara a ver si los exámenes de física ya estaban corregidos, pues ésas eran las notas que me habían pedido mis compañeros que viese. Fuimos las dos, y al llegar al laboratorio del respectivo ramo, vimos que la profesora estaba recién comenzando a revisar las pruebas. Lo olvidaba, en el camino se nos unió otra amiga, que venía recién llegando. Nos ofrecimos a ayudar a la profesora, a lo que ella accedió encantada. Al menos de dicha manera podríamos hacer que el tiempo se pasara ligeramente más rápido. En cuanto terminamos de colocar las calificaciones y todo eso, noté que ya era hora de salir. Increíblemente feliz, me dirigí con mi amiga a la salida del colegio para buscar a Iván (mi otra amiga se había ido antes). Pero como en toda situación en la que se está impaciente, ocurrió un ligero percance: ella había perdido su celular, y me pidió que por favor la acompañara a buscarlo. No podía decirle que no, así que fui con ella y le sugerí que buscara por los laboratorios de ciencias, pues por ahí habíamos estado las últimas horas antes de poder salir. Efectivamente, el celular estaba en uno de los laboratorios. Al encontrarlo se puso muy feliz y me dio las gracias fugazmente, pues tuvo que irse rápido porque su hermana la estaba esperando. Instantes después, con más calma, fui a la entrada una vez más para encontrarme con Iván. Luego de darme unas cuantas vueltas, mis ojos se juntaron con los suyos; esos ojos que adoraba con el alma entera; los más hermosos que había visto en toda mi vida. Estaba con un amigo conversando, por lo que me acerqué y los saludé a ambos. Charlamos un rato de cosas que realmente no recuerdo, seguramente cosas triviales. Después Iván y yo nos despedimos de él para salir del colegio. Caminaba un poco atrás de él, pues no tenía ni la menor idea de dónde estaba el auto. Mientras tanto le iba contando lo aburrido que fue el día, que no hicimos absolutamente nada y que sólo asistimos unos pocos. El auto lo conducía una de sus hermanas, por lo que cortésmente saludé antes de subir en el asiento trasero. Por el contrario, mi amigo se ubicó en el asiento del copiloto, quedando yo sola atrás. El viaje se hizo algo largo en un principio debido a la monstruosa cantidad de vehículos que intentaban salir de las calles cercanas al establecimiento, al igual que nosotros. Sin embargo, no tenía ninguna prisa. De vez en cuando, tímidamente me apoyaba en la ventana del auto para observar el pequeño espejo retrovisor en el que podía ver aquel rostro tan querido. En realidad, no hacía esto sólo de vez en cuando, sino que casi todo el camino. Sólo desviaba la mirada rápidamente en cuanto se daba cuenta de que le estaba mirando. Me avergonzaba profundamente que supiera de mis verdaderos sentimientos; cuando fijaba sus preciados ojos en los míos me sentía expuesta, vulnerable, como si con sólo verme pudiera saber cada cosa que cruzara por mis pensamientos. Finalmente, luego de unos quince minutos, llegamos a la casa. Entramos sólo para dejar mi bolso, además aproveché de cambiarme de ropa (olvidé mencionar que había guardado eso antes de salir de mi casa), pues no quería andar por ahí con el desaliñado uniforme, que por cierto odio. Ya estando lista, salimos caminando tranquilamente hacia nuestro destino: el Alto las Condes, un centro comercial de tamaño considerable que se ubicaba a sólo un par de cuadras del hogar de mi amigo. En el camino no hacíamos más que hablar, reírnos y bromear, como siempre. Me encantaba poder estar con él, no había vez que no hubiésemos tenido un buen tiempo juntos… Luego de unos cuantos minutos, llegamos y nos dirigimos hacia el patio de comidas, el cual estaba en el tercer piso. Subimos por las escaleras mecánicas hasta llegar. Habían muchos lugares en los que se podía comer, por lo que dejé que Iván decidiera, pues a decir verdad, feliz hubiera comido una porquería si él estaba conmigo; la comida era lo de menos. A final de cuentas, almorzamos en un McDonald’s. Típicamente, él se dispuso a pagar todo, como siempre. Yo pedí sólo unos nuggets de pollo mientras que él por su parte una hamburguesa. Comimos con calma mientras hablábamos. En cuanto hubimos terminado, Iván quiso comprarse un granizado de frutilla grande. Reí para mis adentros; le encantaba eso, pero cada vez que compraba uno pasaba lo mismo… —¡No te lo tomes tan rápido! —le dije mientras le quitaba el vaso de granizado de las manos al ver la expresión de frío en su rostro. Ya estábamos fuera del centro comercial e íbamos de camino a su casa. —Pero tengo sed —respondió con tono de reproche, aún así continuaba sonriendo ampliamente. —Pero si te lo tomas así de rápido te va a doler la cabeza —reí y tomé un sorbo del vaso para luego devolvérselo. Lo recibió y volvió a tomar de éste igual de rápido de antes, con el mismo resultado. Mi voladito, pensé con ternura para mis adentros. No se lo dije, hubiera sido algo extraño que lo mencionara tan repentinamente. No me gustaba tener que guardarme mis pensamientos, pero a mi juicio no tenía otra alternativa. —¿Vamos a la plaza, verdad? —pregunté al recordar que iríamos allá para estar más tranquilos, o era lo que tenía entendido. —Sí —asintió rápidamente. Luego seguimos hablando de otras cosas. Al cabo de un rato, llegamos a la dicha plaza. No era ni muy pequeña ni muy grande tampoco, tan sólo tenía el tamaño necesario. Habían árboles y bancas, además de unos juegos para niños pequeños. Lo habitual, pensé. Nos sentamos en uno de los asientos que se encontraba oculto de los formidables rayos del sol bajo la sombra de un par de árboles. Desde allí podía verse con claridad el resto del lugar; un sendero de gravilla atravesaba por el medio, siendo rodeado de pasto bien cuidado. Un tanto más lejos podían verse los juegos que anteriormente mencioné. Ambos éramos las únicas almas allí, por lo que todo estaba increíblemente tranquilo. Una ocasional brisa mecía suavemente los árboles liberando un constante murmullo de hojas que era decorado con los melódicos e intermitentes cantos de algunas aves. Conversamos y bromeamos con todo, hablamos desde el clima hasta la gira de estudios, la cual para mí comenzaba en dos días, pero para él al siguiente. Tenía suerte, como en todo. Iván es de esas personas que va caminando por la calle y encuentra una cantidad exuberante de dinero, o que eventos que parecen imposibles de ocurrir le suceden. Esto me causaba gran curiosidad e impresión. En un momento, repentinamente él me rodeó con un brazo cariñosamente. El corazón me dio un vuelco, como siempre me pasaba cuando me abrazaba y podía sentir como las emociones se agolpaban en mi interior. Intentando ignorarlas lo más posible, apoyé mi cabeza en su hombro en silencio… Pero mis intentos por ignorar mis sentimientos no daban mucho resultado. —Me siento tonta —dije luego de unos instantes, sin apartarme de él. Al menos en esa posición podía evitar su mirada, que más de una vez me había dejado sin habla. —¿Pero por qué? —preguntó ciertamente preocupado. —Es que piénsalo, es muy tonto que esté así… O sea, no tiene sentido, yo ya sé que no sientes nada por mí, y aún así, yo no puedo olvidar lo que siento por ti. —Hablaba con más seguridad de la que sentía realmente, pero no estaba tan nerviosa como en ocasiones anteriores: ahora ya tenía asumido que no podría ganar su corazón—. ¿Verdad que es tonto? —Pero Cony, no es tonto —dijo con tranquilidad—. No es algo que hayas elegido, además es lindo que sientas eso. —¿Y por qué no debería serlo? He tratado varias veces de olvidarme de esto, pero no puedo… —Sólo no lo es —se limitó a responder al tiempo que apartaba un mechón de mi cabello del rostro para observarme. Sentí un cosquilleo en el estómago, por lo que desvié la mirada hacia unas palomas que caminaban por allí en busca de semillas… O piedras con forma de semillas. No había notado que en aquel entonces el sol ya nos llegaba directamente; había pasado ya más de una hora desde que habíamos llegado. Comencé a sentir calor, por lo que me levanté y fui hacia donde estaban las palomas para espantarlas. Al ver la expresión de mi amigo, le dije que tenía calor; si podíamos sentarnos en aquella banca que ahora sí le llegaba sombra. Obviamente accedió, por lo que finalmente nos ubicamos ahí. Continuamos hablando y hablando, como si los temas de conversación no tuviesen fin. Ésa era otra de las cosas que me encantaba de mi amigo: no importaba lo que estuviésemos haciendo, estando juntos todo era perfecto. Pensar eso me dio una pequeña punzada de lástima en el corazón, pero decidí ignorarla. Nuevamente, me rodeó con el brazo para abrazarme, y esta vez no me sobresalté tanto, pues deseaba que me abrazara. Con afecto, me acurruqué contra él como lo haría un pequeño gato. Me sentía increíblemente reconfortada, sabía que siempre tendría su cariño, aunque fuera sólo amistad. Relajada, observé su rostro con tranquilidad. ¡Cuánto me alegraba poder verlo! Sentía como si su sonrisa fuese la mía propia… Y de pronto pensé un disparate, como solía pasarme todo el tiempo. Repentinamente obtuve el profundo deseo de darle un simple beso en la mejilla. ¡Qué tontería! No podía hacer eso sin más. Podría preguntar, me dije a mí misma, pero descarté la idea de inmediato. ¿Qué pensaría Iván de mí si preguntara semejante cosa? De seguro que estaba realmente desesperada y loca. Noté que una de las manos de él, la del brazo con el que me estaba rodeando, estaba próxima a una de las mías. Unas caricias no harán daño a nadie, pensé con incredulidad. Con excesiva lentitud, acerqué mi mano izquierda a la suya hasta que pude tocarla con las puntas de mis finos dedos. Algo temerosa, acaricié el dorso de ésta con cuidado y suavidad. Estaba nerviosa. Y de pronto ocurrió lo inesperado, lo imposible, aquello que iba más allá de mi comprensión. Repentinamente, con un ágil movimiento, él entrelazó sus dedos con los míos y sostuvo mi mano con firmeza. Había tomado mi mano de una forma que sólo las parejas lo hacen… ¿Qué demonios estaba pasando? Pasmada y sin palabras, clavé mis ojos en los suyos. Me observó de una manera que nunca antes había visto, algo diferente había en su mirada, pero no lo comprendía. Mi corazón latía de forma incontrolable, no era capaz de entender lo que estaba pasando. Con incertidumbre y en un silencio abismal, clavé la mirada en nuestras manos entrelazadas. ¿Qué significaba? Los minutos transcurrían lentamente; mi corazón recobró parte de su ritmo normal, pero no del todo. —Creo que no debería tomarte la mano… —musité con torpeza; había pensado en voz alta. ¿Para qué decir semejante estupidez en un momento así? —No, si está bien así —respondió a mis palabras, como si se sintiera bien estando así y no quisiera soltarme. Su respuesta me dejó aún más confundida. Era yo quien estaba enamorada, sin embargo, ¿por qué él había hecho semejante cosa, si no tenía sentimientos de ese tipo por mí? Me hubiera esperado cualquier cosa excepto eso… No sabía qué pensar realmente. Para empeorar las cosas estaba, estaba ese anillo; ese maldito anillo que me recordaba que aún seguía atrapada a causa de mis acciones. Se burlaba de mí con un brillo metálico furibundo. ¿Por qué no le había puesto fin a esa relación? Había sido una torpe sin duda… Ni siquiera lo amaba ya, eso era cosa del pasado. Pero mi temor a hacer daño me lo había impedido. Ahora lo lamentaba a gritos; yo amaba a Iván, y más que todo deseaba estar con él… Al menos ya tenía claro qué debía hacer con ese asunto: ya había tomado mi decisión. Volviendo al presente, y ya habiendo superado el shock en mayor parte, volví a hablar sobre cualquier cosa. Logré relajarme de nuevo, e incluso me hizo reír. Otra de las mil cosas que me encantaba de él. Podría estar toda mi vida diciendo todo lo que me gusta y aún así me faltarían cosas por mencionar. El sol ya estaba comenzando a descender, no faltaba mucho tiempo para el atardecer. Noté que ahora habían algunas personas por la plaza, unos jóvenes jugaban con una pelota y otros simplemente pasaban por las cercanías unos momentos para luego marcharse. La luz del sol se cernía sobre nosotros cálidamente, pues a esa hora ya la temperatura había amainado, por lo que no era una molestia. Los ojos de mi amigo centelleaban de forma preciosa, cual lago iluminado por la luna. Ese hermoso color: ese verde pálido e intenso rodeando esa tonalidad parda… Me sentí intensamente atraída, como si fuese presa de un hechizo inquebrantable. Mi mundo entero se redujo sus ojos, el tiempo se detuvo, ya no oía nada de lo que sucedía a nuestro alrededor. Él se dio cuenta de que lo estaba observando, por lo que me miró fijamente, pero yo no era capaz de apartar la mirada. —¿Qué pasa? —me preguntó sin sobresaltarse, sólo con curiosidad a mi parecer. —… Nada —fue lo único que pude contestar. Inconscientemente acerqué mi rostro al suyo. Nuestras manos continuaban entrelazadas, al igual que nuestras miradas. Él también se acercó más a mí, y quedamos sorprendentemente próximos. Nunca antes habíamos estado tan cerca el uno del otro, por lo que mi corazón comenzó a acelerarse y sentimientos extraños me invadieron. Estaba más nerviosa que en toda mi vida… De pronto, nuestras narices se tocaron. Sentí un cosquilleo monstruoso en el estómago, el cual empeoró unos segundos después, pues para animarme, mi amigo graciosamente movió su nariz de lado a lado para así acariciar la mía… Sin darme cuenta, correspondí a su acción y lo imité. Él no se detuvo tampoco, y estuvimos así por largo tiempo. Ya estaba a punto de no soportarlo más, el amor que sentía me quemaba por dentro como un fuego desatado, intentaba desesperadamente de no caer en la tentación de besarle… Pero era tan difícil… Por una fracción de segundo, bajé la mirada hacia sus labios, y fue lo peor que pude hacer; lo había notado, pues segundos después me imitó. ¡Estúpida! Gritó una voz en mi interior. ¡Ahora debe saber lo que estabas pensando! Sin poder aguantarlo más, desvié la mirada de sus ojos para clavarla en el suelo. Sentía el escozor de las lágrimas que estaba guardando. ¿Para qué iba a llorar? ¿Por qué sentía tanto dolor en el pecho? —Cony, ¿qué pasa? ¿Estás bien? —preguntó bastante preocupado. —Sí, estoy bien, no pasa nada —mentí al tiempo que me levantaba y soltaba suavemente su mano. Luego de mi bolsillo extraje mi celular y vi la hora con amargura—. Tengo que irme ya… ¿Me acompañas al paradero? —pregunté amablemente, pero me di cuenta de que no estaba siendo capaz de ocultar mi tristeza. —Obvio, pero primero pasemos a buscar tu mochila —dijo todavía preocupado. Apenas hablando, casi en silencio, volvimos rápidamente a su casa. Entré y tomé mi bolso. Iván caminaba detrás de mí por el patio, cuando se escuchó un grito desde el interior de la casa; estaban llamándolo. Sin más, me acerqué a mi amigo y me despedí con un fugaz beso en la mejilla; la despedida más fría que habíamos tenido. Luego me alejé caminando vertiginosamente de su hogar para ir al paradero de buses lo más rápido posible. Llegué en menos de dos parpadeos, y el bus estaba justo allí, como si estuviese esperándome para partir. Subí y pagué mi pasaje para luego sentarme pesadamente en uno de los asientos apegados a la ventana. Hacía un esfuerzo titánico para controlar las lágrimas. Pensamientos extraños cruzaban una y otra vez por mi confundida mente. Sentía que no me había comportado para nada bien, y que había hecho cosas que no correspondían; había pensado cosas que no debí pensar nunca… Pronto estuve frente a mi edificio, por lo que bajé del transporte para entrar. Subí al ascensor y marqué el cuarto piso para llegar a mi departamento. Toqué el timbre desganadamente. Instantes después la puerta se abrió e ingresé. Ya adentro, me dirigí a mi habitación luego de saludar a mis hermanos con una sonrisa fingida, no era necesario que ellos supieran lo que había pasado. Me senté en mi cama y apoyé la cabeza entre las manos. Unas cuantas lágrimas escaparon de mis ojos como delicadas gotas de lluvia. Me sentía muy angustiada. Mi celular emitió un pequeño pitido desde mi bolsillo. Enjugándome las lágrimas lo tomé. Había recibido un mensaje de Iván. “¿Estás bien, Cony? Te veías muy triste.” Y vaya que se había dado cuenta de mi dolor. Debía disculparme por todo, pues de seguro le hice pasar un mal rato. Con rapidez, escribí un mensaje explicando superficialmente lo que había sucedido. Que lo sentía, que había pensado cosas que no debía pensar y que por favor me perdonara, me sentía muy confundida con todo. Luego lo envié y esperé. En menos de un minuto llegó su respuesta. “No te preocupes, no es tu culpa y lo entiendo.” Sin más que decir, me recosté sobre la cama. Observé mis manos con inquietud. ¿Por qué él había hecho eso? No tenía sentido. Mi atención se posó en mi anillo. Parecía jactarse de mí una y otra vez con ese nombre grabado sobre él. Furiosa, lo saqué de mi dedo y lo arrojé sobre el mueble que se situaba al lado de mi cama. Ya no lo deseaba, no quería continuar más con aquello. Sólo me había traído más y más problemas a mi vida. Ya no soportaría más estar con alguien que no amaba. Estuve un par de horas recostada en mi cama pensando en todo lo que había pasado. Seguía bastante angustiada, pero menos que antes. Con la urgente necesidad de distraerme, fui a la habitación de mis hermanos para ocupar el computador. Quizás, si tenía suerte, encontraría a Iván conectado en Messenger y podría aclarar ciertas cosas. Y tuve suerte, pues ahí estaba él. Comenzamos a hablar y comentamos sobre lo que había pasado. Con discreción, le pregunté si en realidad sentía algo por mí, como una niña pequeña que no es capaz de asumir un no por respuesta. Vaya que me sorprendí en cuanto respondió: no sabía lo que sentía por mí. ¿Cómo era eso posible? Con gentileza, le pedí que lo pensara por el tiempo que necesitara, pues necesitaba saber lo que en realidad sentía. Accedió, por lo que luego comenzamos a tratar temas más triviales. Eso me relajaba bastante por lo menos, y más de una vez sonreír como tonta frente al monitor del computador. Lo único que me borraba la sonrisa del rostro era que también me hablaba cierta persona. No me decía gran cosa ni yo a él, pero fingía que no pasaba nada. Al día siguiente acabaría con aquello de una vez por todas. Las horas pasaron, y ya era bastante tarde, faltaban sólo unos cuantos minutos para que dieran las doce. Además el cansancio me invadía y hacía que cabeceara y que mis párpados se cerraran involuntariamente. A dormir entonces, pensé mientras comenzaba a cerrar algunas ventanas de conversaciones que ya habían terminado. Pero algo me hizo detenerme en el acto. Mi amigo de forma repentina escribió algo extraño. “Creo que es sí. Sí, es sí.” Estaba desconcertada, pero una parte de mí intuía qué era esa respuesta, mas no podía creerlo. Con incredulidad y sintiendo el corazón a punto de estallar, tecleé torpemente una pregunta. “¿Sí qué?” “Sí, Cony. Me gustas.” No sabría describir cómo fue que me sentí en cuanto leí esas palabras. No podía creerlo… Era simplemente lo que había soñado durante meses. Sentía el corazón desbocado, mis manos tiritaban de pura emoción. Un extraño sentimiento me abrazaba; era amor puro, eso era lo que de verdad sentía. Sin poder asumirlo todavía, pregunté más de una vez si estaba seguro de aquel sentimiento, a lo que obtuve siempre la misma pregunta afirmativa. Era maravilloso; ya era hora de decir todo lo que pasaba por mi corazón, declarar todo mi amor. Lentamente, escribí lo que cruzaba por mis pensamientos: le dije que lo amaba, era la primera vez que se lo decía, por lo que me costó de todas maneras. Por fin ya no debía ocultar nada. Aguanté la respiración al ver su respuesta; ya podía sentir cómo lágrimas de alegría comenzaban a acumularse en mis ojos… “Yo también te amo.” No recordaba cuándo había sido la última vez que había llorado por mera felicidad, lo cual no me importó. Ahora nada podría haberme hecho sentir mal… Como era muy tarde, tuve que salirme del computador, pero le pedí a Iván que habláramos un poco por mensajes de texto. Aún tenía mucho amor que entregar. Volví a mi habitación con el celular en mano para estar atenta a cualquier aviso de éste. Me desvestí para luego colocarme un pijama y acostarme. Me tapé bajo las sábanas con la luz apagada para tan sólo escuchar el sonido de mi propia respiración y los rítmicos golpeteos de mi enamorado corazón. Nos mandamos bastantes mensajes, intercambiado dulces palabras de amor. Finalmente, decidí dormirme recordando aquella frase una y otra vez… “Te amo, mi Cony, te amo, te amo…” Éste es el recuerdo de una pasión, el día que supe que por fin había ganado tu corazón. Escribo esto para recordar cada día de mi vida que la esperanzaes la última luz que debe extinguirse en nosotros, pues de ellasurgen todos nuestros sueños, y que con paciencia y perseverancia, podrán cumplirse. Constanza.
Qué hermoso Cony! está bellísimo, super romántico! El título le va perfecto, es uy llaativo y le va genial! e encanta como escribes con una ipecable redacción, y súper descriptivo! Bueno, espeor cualquier cosa que escribas, me avisas ok? cuidate y besos!