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    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

    Miembro desde:
    13 Mayo 2014
    Mensajes:
    39
    Pluma de
    Escritor
    Título:
    El Proyecto Eva
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    28
     
    Palabras:
    928
    Prólogo

    El fin del Mundo está cerca. Ó por lo menos eso era lo que pensaban muchos alarmistas al término del milenio pasado. El cambio de siglo, junto con el demilenio, implicaba por sí mismo un acontecimiento que sin duda quedaría marcado en la historia de la Humanidad.

    Dos mil años de la Era Moderna no eran cualquier cosa, aún cuando hubiera personas que se rigieran por calendarios mucho más antiguos, ó incluso cuando estudios históricos habían sacado a la luz que en realidad el fin del milenio había sucedido con varios años de anticipación, debido a negligencias humanas en la medición de los tiempos.



    No obstante el discurso apocalíptico utilizado por profetas de la nueva era, morbosos, trastornados y estafadores oportunistas, el mundo recibió el Primero de Enero del año 2000 sin complicación alguna. Ninguna clase de calamidad ó catástrofe bíblica se abatió sobre la indefensa y desprevenida Humanidad, a no ser los múltiples especiales televisivos que se sucedieron unotras otro en todas las cadenas de televisión.

    Así es, para el alivio de los muchos, y la desilusión de los muy pocos, el tan ansiado y temido año 2000 llegó como cualquier otro año más, sin traer consigo más que la cuesta de Enero y buenos deseos para el resto de su duración.



    Fue hasta el final del octavo mes que el desastre ocurrió. El 21 de Agosto del año 2000, aparentemente salido de la nada, una roca espacial, tan grande como el Everest, impactó de lleno nuestro planeta Tierra. No hubo tiempo para prepararse ni idear un ingenioso plan para salvar el mundo. Para cuando los científicos detectaron el meteorito ya era muy tarde para cualquier cosa, salvo rezar.

    El meteoro asesino impactó de lleno contra el Polo Sur, en el continente antártico, evaporándolo casi en el acto. El impacto sobra decir fue tremendo, con la fuerza equiparada de la detonación de todo el arsenal nuclear de las naciones del Primer Mundo. Debido a esto, el eje del planeta se inclinó unos cuantos grados de más, afectando su órbita y trayendo consigo una ola de fenómenos naturales que sembraron la muerte y destrucción por todas partes.



    Ese fatídico 21 de Agosto del año 2000 ocurrió el Segundo Impacto, nombre dado por los medios a la catástrofe global, haciendo alegoría a la hipótesis de que fue un meteoro de características similares lo que ocasionó la extinción de los dinosaurios, siendo entonces este suceso el Primer Impacto.

    Sin embargo, el dinosaurio no contaba con los recursos de los que el ser humano disponía en el momento del desastre. Cierto fue que ese día tristemente célebre más de la mitad de la población mundial pereció. Estamos hablando de unas tres mil millones de almas, aproximadamente. Y contemos también las otras mil millones que murieron en las réplicas e incontables conflictos bélicos que se sucedieron en el transcurso de los siguientes diez años. Y sin embargo, la Humanidad había conseguido subsistir.

    Luego de un penoso y sangriento reacomodo en el orden global, por fin los sobrevivientes podían levantarse y comenzar de nuevo, bajo el amparo y cobijo de la todopoderosa Organización de las Naciones Unidas.



    Esta es la historia de un mundo muy semejante al nuestro, pero a la vez bastante distinto en varios aspectos. Mucho más avanzado tecnológicamente en varios rubros y en otros tantos más sorprendentemente rezagado al de nosotros.



    El planeta del que hablamos es una Tierra que, por ejemplo, jamás vio a George W. Bush asumir la presidencia de los Estados Unidos de América ni tampoco pasó por los dos periodos de dicho presidente. Los habitantes de este mundo tampoco vieron absortos por sus pantallas de televisión el ataque terrorista del 11 de Septiembre del 2001 al World Trade Center, el más difundido del que se tenga memoria, ni tampoco tuvieron que padecer sus consecuencias como las dos invasiones subsecuentes a Afganistán e Irak, ni la permanente guerra al terrorismo; ni mucho menos presenciaron el ascenso al poder del primer presidente negro en la nación más poderosa de nuestro orbe.

    De igual modo, en esta realidad no ocurrió el segundo terremoto más grande en la historia de nuestro mundo, ocurrido el 26 de Diciembre del 2004, ocasionando un enorme tsunami que barrió con el sur asiático, destruyendo las poblaciones situadas en la costa de países como Indonesia, Sri Lanka, Tailandia, India, las Islas Maldivas, Birmania o Myanmar, y Malasia. Ni mucho menos sufrió la pandemia de influenza AH1N1, decretada por la OMS en el 2009 y que puso a nuestro planeta en alerta máxima pero que la vez lo empujó a una psicosis masiva como nunca antes se había visto.



    Este mundo, reflejo del nuestro, se enfrenta a circunstancias aún más adversas. Esta Humanidad se recupera lenta, vacilante, de un evento de extinción masiva que la dejó con menos de la cuarta parte de su población original. Los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la O.N.U. que perseveraron en la catástrofe, Estados Unidos, Alemania, China y Rusia, expanden vorazmente sus territorios obliterando a las poblaciones nativas, repartiéndose el globo de común acuerdo.



    Pero más que nada, en este mundo el futuro ya nos ha alcanzado. El mañana es ahora, y lo imposible convive con lo cotidiano. Bajo esta premisa las personas viven el día a día en busca de perseverar, cumplir sus sueños y ambiciones, alcanzar la tan esquiva felicidad, al igual que nosotros. Este es su mundo, y esta es su historia.



    Han pasado ya casi quince años desde el Segundo Impacto y el tiempo, como en todas partes sigue su marcha, implacable. Es el año 2015 Después de Cristo.
     
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    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

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    13 Mayo 2014
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    Capítulo Uno: "Cuando los ángeles merecen morir"

    “Un ángel, que también llevaba una hoz afilada, salió entonces del santuario celeste, al mismo tiempo que del altar salió otro, el encargado del fuego. Este gritó al que llevaba la hoz afilada: Lanza tu afilada hoz y cosecha los racimos en la viña de la Tierra, porque ya están maduros.”




    Apocalipsis 14(17-20)


    2015 D.C.


    Apenas era mediodía en lo que quedaba de la tierra donde nace el sol en el Extremo Oriente, sobre las ruinas de lo que fuera el archipiélago japonés, en concreto en la antigua población de Yokohama. Una de las grandes ciudades del Japón, capital de la prefectura de Kanagawa, que en el año 2000 contaba con una población aproximada a los tres millones de habitantes. Se hallaba situada en la costa sudoriental de la isla Honshu, en la bahía de Tokio, a pocos kilómetros de la capital del país, de cuya área urbana formaba parte. Su proximidad con Tokio, unido a su situación que la convertía en receptora de los productos procedentes de las comarcas agrícolas interiores, la habían convertido en el puerto de Tokio y el mayor en el país. Tres lustros después de la catástrofe global se encuentra sepultada bajo el azul del mar, engullida completamente por las aguas del Océano Pacífico como si se tratara de una nueva Atlántida. En estas profundas y oscuras aguas una enorme silueta, tan grande como los desvencijados rascacielos reposando sobre el lecho marino, surca sigilosamente los vestigios del antiguo puerto, abriéndose paso entre las corrientes con rumbo directo a tierra firme. La tranquilidad de aquella enorme tumba submarina, sin embargo, no se alteró un ápice con el despreocupado avance de ese peculiar objeto de dimensiones colosales. Cosa muy distinta a lo que se vivía por encima del nivel del mar, en tierras japonesas.


    A lo largo de toda la carretera que cubre el perímetro de la costa se encuentran dispuestos varios tanques en fila y listos para el combate, cubriendo todo el terreno con vista hacia el mar. De igual modo y en misma cantidad, sobre la superficie marina se encuentran numerosos acorazados y portaaviones. El cielo se hallaba abarrotado de aviones caza y de helicópteros, semejando un enjambre de abejas zumbando furiosas y listas para repeler cualquier amenaza a su colmena. En conclusión, toda una colección completa de máquinas y recursos militares apretujándose unos con otros. ¿Pero con qué propósito?


    Entre los hombres que tripulan estos formidables artefactos de guerra hay mucha tensión; tensión que podía incluso verse transformada en cierto temor que pretendían esconder como se pudiera. Ninguno de ellos sabe a ciencia cierta a qué se enfrentarán, siguiendo únicamente las órdenes que les fueron dadas al pie de la letra: defender la costa japonesa de cualquier agresión. Por tanto era bastante comprensible la atmósfera de terrible nerviosismo que imperaba en todas las tropas, un presentimiento de fatalidad que nadie de los presentes podía sacudirse.


    Al igual que cada uno de sus compañeros, Kenichi Otomo, artillero de uno de los 35 aviones caza del gobierno japonés, junto con otros 20 aportados por las Naciones Unidas que sobrevolaban el área, sentía un helado escalofrío reptando por toda su espina dorsal como en escalera. Empujándolo una vez más al sótano de sus pensamientos, prefirió concentrarse más en la canción que hacía el intento de interpretar con su tosca y poco entrenada voz, aunado a su pésimo dominio del idioma inglés.

    Highway to the danger zone!!!— repetía incesantemente una débil parodia de una vieja canción norteamericana — I'll take you Ridin' into the danger zone!!!

    — ¡Cállate ya el hocico, baboso!— reclamó su acompañante, mientras fijaba la vista en el radar y en su ruta aérea — No me dejas concentrar...

    — ¡Bah!— rehuyó —¿Y qué? No estamos haciendo nada importante...

    — ¿Ah, no? Entonces explícame el porqué estamos tanto cabrón aquí.

    —¡Simulacro! ¿Qué más?... eso es lo único que hacemos por aquí: simulacros. Si estuviéramos en América, estaríamos donde está la acción: bombardeando territorios ajenos para desalojarlos y habitarlos... pero aquí, desde que me enlisté siempre ha sido pan con lo mismo: simulacros y desfiles...— y haciendo una pequeña pausa, en tono de ensueño continuó su discurso —A veces… sólo a veces, quisiera que algo en verdad emocionante sucediera… algo increíble, sorprendente… cualquier cosa que me sacara de esta espantosa rutina…

    —Ya vas con eso otra vez— sonrió su compañero.

    —¡Piénsalo! Es un día como cualquier otro, nada extraño ocurre y de repente: ¡bam! ¡Te enfrentas con algo loco y descabellado, como en las películas! ¡Corre por tu vida, es la supervivencia del más apto! ¿No sería sencillamente genial? — suspirando, volteó hacia uno de los aviones que avanzaba en cerrada formación junto con ellos — Pero no… aquí nunca pasa... nada.

    Una aparición había interrumpido sus elucubraciones, dejándolo boquiabierto y sin saber que hacer, ni como reaccionar ante esa... esa cosa. Su compañero, extrañado por su repentino silencio, volteó de reojo hacia la misma dirección, para quedarse con la misma expresión que la de su amigo.

    — Dios... — murmuró, atónito, al igual todo aquél que pudo ver a eso.


    La estación del tren más cercana a las ruinas de Yokohama se encontraba desierta, sin ningún alma a la vista, casi abandonada a su suerte. En todos los paneles de arribos y salidas podía leerse la misma cosa: “Todas las líneas están fuera de servicio”. Sin lugar a dudas, el masivo despliegue militar unos cuantos kilómetros delante incidía directamente en tal determinación. Pero aún cuando no hubiera estado de emergencia probablemente la estación ferroviaria permanecería del mismo modo. Por todo el territorio nipón la estampa era igual: servicios e infraestructura de primer nivel sin personas que hicieran uso de ellos. Habría que culpar a la sucesión de desastres naturales que se habían encargado de azotar a la nación asiática, haciéndole ceder más del 60% de su territorio a las voraces aguas y decimando el grueso de su población, reduciendo drásticamente su densidad demográfica, conservando tan sólo el 15% de su población original.


    Casi todo ellos ahora se ocultan bajo tierra, desconcertados, en una serie de refugios subterráneos dispuestos en todos los centros poblacionales del país. Justo cuando creían que lo peor había pasado y que podían continuar donde se quedaron, estas pacíficas personas se habían visto en la necesidad de evacuar repentinamente sus hogares y dejarlos a la deriva, con todos sus recuerdos y tesoros personales abandonados. El panorama en todos estos albergues, sobra decir, era por demás deprimente: varia gente apiñada y acostada sobre el frío piso con sólo unas cuantas mantas para cubrirse. La comida apenas si era distribuida, y la cólera y la impotencia seguían creciendo, amenazando con desbordarse de un momento a otro. En su miseria, ignoraban la amenaza que se cernía sobre sus vidas, y quizás incluso sobre la de todo el género humano. Mientras tanto, en la superficie una voz de alarma se escuchaba a lo largo de toda la costa:

    — Un estado especial de emergencia ha sido declarado; todos los residentes deben cancelar sus operaciones y dirigirse a los refugios. Repito: todos los residentes deben cancelar sus operaciones y dirigirse a los refugios— sonaba incesante aquella grabación, sin casi nadie que pudiera escucharla ya.


    En una desierta carretera aledaña se escuchaba nítidamente un rugido de motor que está trabajando a toda su capacidad, el rechinar de unas llantas que resbalan en el asfalto y las constantes maldiciones de una mujer. El nombre de la persona al volante de aquél bólido: Misato Katsuragi. Una muy atractiva fémina de 29 años y largo cabello negro azabache, con sus ojos ocultos por sus modernas gafas oscuras. Los rasgos bastante delicados y finos de Katsuragi contrastaban ampliamente con la rudeza de todos sus gestos y expresiones.

    “Hoy a las 12:30 se ha declarado un estado especial de emergencia sobre los distritos de Kanto, Chubu y Tokai. Por favor, diríjanse a los refugios designados cuanto antes. Repito: Hoy a las…” todas las estaciones de radio contenían el mismo mensaje, alertando a los habitantes sobre el riesgo inminente, por lo que la mujer no se molestaba siquiera en intentar sintonizar cualquier otra estación.

    —¡Carajo! ¿Por qué tenía que ser precisamente esta condenada vez? ¿Porqué justo AHORA?— reclamaba airadamente, dando un fuerte manotazo al volante, sin nadie que pudiera escucharla al ser la única ocupante del vehículo —¡Me lleva!—- suspiró, tragándose todo su enojo mientras volvía a examinar una foto para estar segura que reconocería a la persona que se supone debería haber recogido ya. Dicha foto correspondía a un jovencito en uniforme de colegial y venía con un nombre anotado: Shinji Ikari. Anexo a la imagen se encontraba un historial en una carpeta color ocre y un símbolo rojo cómo de trébol sellando toda la documentación.


    —Lo sentimos, debido al estado de emergencia todas las líneas normales están fuera de servicio— la voz fría y mecanizada al otro lado de la línea iba directo al punto y no daba lugar a dudas.

    —Este tampoco sirve, todo por aquí está muerto— pronunció alicaído el jovencito que sostenía el auricular en una caseta de teléfono publico, para luego colgar con evidente desánimo —¡Sabía que no tenía que haber venido! ¿Porqué siempre me tienen que pasar estas cosas a mi? Hace media hora que ella ya debería estar aquí…

    Una vez más volvió a observar detenidamente la fotografía de Misato Katsuragi sosteniéndola frente a sus ojos con sus manos sudadas. Era una mujer de muy buen talante, por lo que en condiciones normales quizás pudiera disculpársele su impuntualidad. Sus largas y sinuosas formas, ese largo y sedoso cabello negro, sus labios grandes y rojos, bien podían enamorar a cualquiera. El retrato, tomado al parecer en una playa, ilustraba a la susodicha con muy poca ropa, en una posición bastante sugestiva digna de un calendario de taller mecánico, y dejaba apreciar a la perfección todos sus estupendos atributos físicos. La imagen, que había llegado por el correo junto con todas sus instrucciones, venía con un pequeño aviso, escrito con un plumón indeleble. “Estimado Shinji, espérame en la estación, yo te recogeré. ¡Mira esto!”— una flecha apuntaba directamente a la pronunciada línea curva que dibujaban sus pechos atrapados en la parte superior de su traje de baño de dos piezas. Cada vez que miraba dicha estampa el chiquillo enrojecía de pena, pero aún así se le estaba haciendo un hábito el volverla a revisar de cuando en cuando.


    El nombre de aquél niño, como cabe suponer, era Shinji Ikari, y ese día había sido llamado para reunirse con su padre, el cual lo había abandonado sin más al cuidado de familiares diez años atrás. Desde entonces, vivió un tiempo con sus abuelos paternos, y al fallecer éstos, había quedado a cargo de un tío suyo, también por el lado del padre. Así había transcurrido casi toda su vida, sin saber exactamente a dónde pertenecía, cual era su lugar. Sin amorosos padres, cómo casi todos los demás niños, que crecían con una enorme sonrisa en el rostro y marcadas mejillas rosadas. Hacía apenas unos tres días que, rompiendo con la monotonía de su cotidianidad, un sobre con un extraño símbolo le había llegado, y en él, todas las instrucciones para que se reuniera con su padre, además de la fotografía ya tantas veces vista, que iría a formar parte de su colección privada de remedios contra la soledad. Con extrañeza y bastante suspicacia, había acudido al llamado, sin saber qué esperar de aquél encuentro luego de tanto tiempo sin tener noticias del autor de sus días. Muchas incógnitas aún cruzaban la mente del muchacho. Incógnitas que pronto recibirían una respuesta.


    El joven tendría apenas escasos 13 años. No era muy alto y tenía una faz insegura y una complexión bastante delgada. De cabello castaño oscuro y ojos del mismo color. Vestía, cómo era la costumbre de los muchachos de su edad, uniforme escolar aún cuando no asistiera a clases. Sus prendas consistían en una camisa blanca, de manga corta, y unos pantalones negros. A primera vista, Shinji era pues, en esencia, lo bastante normal como para pasar siempre desapercibido en el día a día, sin ningún rasgo característico, seña particular ó habilidad extraordinaria que lo hiciera destacarse. Si algo lo definía era, quizás, la actitud indolente con la que trataba a todo en su vida. Sin ningún sueño o aspiración en particular, cualquier clase de pasión ó de deseo ausente en su proceder. Intrascendente, eso es lo que era él en una sola palabra. Uno más entre el montón de rostros que se perdían en la muchedumbre, engullido por la medianía colectiva. Por tanto, nadie, ni siquiera él mismo, hubiera podido suponer el rol protagónico que el destino le tenía reservado en este drama al que llamamos vida.

    Con dificultad, cargaba su abultada maleta de un lado a otro de la estación, sin saber que hacer. Aquella situación tan fuera de lo común, por demás imprevista, había estropeado todos los pasos que tenía qué seguir, y ahora se tornaba indeciso sobre su accionar.

    —¡Al diablo con esto!— refunfuñó al cabo de un rato de cavilación, mostrándose resuelto al dirigir sus pasos al albergue más cercano —¡No pienso morir aquí, me voy al refugio!


    De golpe, una especie de presentimiento, como cuando uno está seguro que lo observan a la distancia, lo hizo voltear repentinamente. No, era más bien algo que le indicó, le ordenó que tenía que dirigir su mirada hacia un determinado lugar, sólo para encontrarse con una maravillosa, pero desconcertante visión: una chiquilla bastante peculiar, tal vez de su misma edad. De piel muy clara y cabello corto que apenas y le rebasaba la nuca, la misteriosa muchachita vestía también un atuendo de escolar conformado con una blusa y falda gris. El joven Ikari jamás había visto a alguien así en toda su vida, pues la chiquilla frente a él, además de su tono tan claro de piel que hacía pensar que nunca había visto la luz del día, tenía el cabello de color azul celeste y el color de sus pupilas eran de una alocada tonalidad rojiza. Aquella dulce, inusual criatura estaba totalmente callada e inerte, todo su ser transpiraba paz y tranquilidad. Sus ojos carmesíes parecían brillar, como si quisiera decir algo y no pudiera, o como si no estuviera segura de hacerlo. Su pequeña y delicada boca dibujó entonces una cálida sonrisa, como si se encontrara con un viejo amigo. Sus delgados labios se abrieron poco a poco. Si acaso dijo algo, su espectador no la escuchó, debido a la distancia que los separaba, que eran más de quinientos metros, más ó menos. El niño se quedó pasmado, desconcertado por aquella extraña y a la vez encantadora imagen. Queriendo convencerse que no se trataba de una ilusión se tuvo que frotar los ojos y al hacerlo el espejismo se desvaneció en el aire. ¿Qué habrá sido todo eso?


    Entonces, profanando la tranquilidad hipnótica del ambiente, el aire rugió, la tierra retumbó y los cristales explotaron en forma estrepitosa, lo mismo que sucedía por toda la manzana. Las naves de guerra volaban apuradas muy cerca del suelo, con su ensordecedor ruido de motores y turbinas a su máxima potencia.

    Shinji, quien había sido tomado por sorpresa, acostumbrado ya a la tranquilidad y paz de cementerio que reinaba en aquel lugar, tuvo que cubrirse los oídos para protegerlos de todo el alboroto, adolorido.

    Un par de brillantes y poderosos misiles crucero surcaban el aire, cómo saetas, cortándolo con sus puntas y dirigiéndose raudos hasta su objetivo, gracias a sus computadoras de navegación, Fueron directo a estallar en un almacén de ropa, destruyendo con la explosión resultante casi todo el establecimiento, que anteriormente había sido la parada obligada de todo aquél que buscara vestirse de acuerdo a la moda.

    El estallido había tirado a Ikari boca abajo, y al incorporarse se encontró desorientado por entero. El infante levantó la mirada entonces, intentando ubicarse en medio de todo ese circo militar, sólo para contemplar de primera mano aquella horrible visión: un gigantesco pie, tan grande como un camión de pasajeros, que se plantó a unos cuantos metros de donde se encontraba, ocasionando otra fuerte sacudida que lo tumbó de nalgas. Aún así, su atención estaba completamente absorbida por aquella espantosa aparición. Una colosal, enorme figura negra, que se paseaba tranquilamente por entre los edificios de la localidad, haciéndolos parecer minúsculos en comparación. Fácilmente rebasaba los 100 metros de altura. Despreocupada, caminaba hacia las montañas detrás de ellos, sin prestar atención especial en algo, ni siquiera a los constantes ataques de los helicópteros y aviones de la milicia, quienes le disparaban municiones capaces de vaporizar tanques. Cómo si trataran de meros mosquitos, revoloteaban de aquí a allá descargando el grueso del contenido de todo su armamento. Viendo el asunto desde otro lado, parecía que sólo querían molestar. Y no les estaba dando mucho resultado, ya que el coloso seguía su imparable marcha.


    El solo hecho de contemplar a aquella imposibilidad andante desfilando a la perpleja mirada de todos a su alrededor constituía un ataque directo a los sentidos, la lógica, la razón e inclusive la propia sanidad. Su sola existencia representaba una contradicción a todas las leyes naturales y del orden prestablecido, las cuales hacían inválida incluso la noción de que algo como ese ente pudiera llegar a ser. Pese todo, bien podían aplicarse a aquél insólito ser las últimas palabras adjudicadas al astrónomo Galileo Galilei en sus minutos finales en la hoguera, acusado de herejía: “Y sin embargo, se mueve.” De esa misma manera aquél espantajo ambulante proseguía su andar sin preocuparse por todas las leyes de la física y otras tantas ciencias que quebrantaba con tan solo existir.


    Y es que al observarlo más de algún estudioso y alguno que otro sabihondo tendría que preguntarse: ¿Cómo esas delgadas piernas, por ejemplo, podrían sostener una estructura de semejante peso y tamaño? ¿Cómo algo tan alto no colapsaba sobre sí mismo teniendo tan endeble soporte? ¿Se trataba entonces de una entidad orgánica ó mecánica? ¿De qué se alimentaba ó cual era la fuente de energía que le permitía moverse? ¿Cómo era posible que resistiera tanto poder de fuego sin recibir un solo rasguño? ¿Porqué el asfalto no se quebraba ni se hundía a su paso? ¿Cuál era su origen y cuál su propósito? En resumen, aquella criatura era un enigma puede que mucho más grande que él mismo, causando una frustración de igual tamaño a todo aquel que buscara descifrar el misterio de su existir.


    A varios cientos de kilómetros lejos de ahi, en las entrañas de un búnker subterráneo, se prepara la ofensiva contra el monstruo. Un enorme símbolo rojo está pintado en la pared, el mismo que podía apreciarse en la documentación en manos de Misato y Shinji. Cuatro letras que en su conjunto formaban la palabra “NERV” se desprendían de un imagotipo que hacía la semblanza de medio trébol.

    La sala era muy amplia, espaciosa. Fácilmente podrían caber, sentados, unas mil personas. No obstante, el lugar sólo albergaba a unos cuantos empleados, que no repasaban la centena. Lo sobrante, era ocupado por monitores, radares, sonares y demás tecnología de punta, la más avanzada en la industria bélica. Una plataforma de acero, cómo una torre, era lo que más sobresalía del cuarto. En él, toda la gente deambulaba deprisa y nerviosa, tratando de recordar lo ensayado hasta el cansancio para este tipo de eventualidad.

    —El objetivo permanece en movimiento— anunciaba por los altavoces una voz femenina a todos los presentes —Las aeronaves lo atacan sin lograr hacerle daño alguno…

    —Su curso lo coloca en posición directa a Tokio 3— pronunció otro operador complementado la información anterior, sin dejar de monitorear el avance de la criatura.

    Continuaban con su ir y venir, teniendo cada uno de los presentes un propósito específico en aquella turbulenta operación; largas letanías de datos eran recitadas a diestra y siniestra, perdiéndose la mayoría entre tanta confusión que reinaba en el lugar.

    Encima de todos ellos, peones en este enorme juego de ajedrez, los jugadores observaban con la cabeza bien fría todos los acontecimientos, al momento que éstos ocurrían. Envueltos y encubiertos por las sombras, se deleitaban en saborear el momento por el que tanto tiempo se habían estado preparando. Y también disfrutaban del pequeño caos desatado en su sala de control: ello les permitía destacar los elementos que les serían útiles en sus planes, y para despedir a los ineptos, y así se podrían ahorrar unos cuantos salarios.

    De entre las oscuras siluetas, se discernían dos figuras, figuras de hombres. Uno, el que parecía de menor rango, se encontraba de pie, junto al que debía ser el mandamás de todo aquello, que permanecía sentado, recargando los brazos en un escritorio que tenía frente a él, y aprovechando la posición, descansaba la barbilla en sus manos.

    —Hemos establecido contacto visual con el blanco— anunció un joven técnico al frente de una consola de mando —Lo transferiré a la pantalla principal…

    Al hacerlo todos los ahí reunidos pudieron conocer al extraño enemigo que se enfrentaban.

    Aquél hórrido gigante lucía como si una pintura hecha por Dalí o Picasso hubiera cobrado vida. Era todo negro, salvo la cabeza, y algunos aditamentos en la cintura, hombros y pecho. La cabeza era redonda y blanca, con ojos color negro y sin pupilas y rematando con una especie de pico que hacía pensar en el rostro de una ave. De una complexión muy, pero muy esbelta, que de no ser por su imponente tamaño lo hubiese hecho parecer bastante frágil. De sus antebrazos nacían una especie de dagas, rojas y largas, que le traspasaban hasta los codos. Daba el aspecto geométrico de un enorme triángulo negro con extremidades, de unos 120 metros de altura.

    —Tuvieron que pasar 15 años para que regresaran— pronunció uno de los hombres que se encontraban situados en el nivel más alto del búnker, el que se encontraba de pie. Su tono era solemne, aunque sin dejársele de notar cierto dejo de temor en su voz.

    — Sí... los ángeles vuelven a atacar— corroboró su superior con la vista fija en el enorme espanto mostrado en pantalla. Una mueca de nerviosismo que quiso hacer pasar como sonrisa se dibujó entonces en su rostro.


    Las naves seguían disparando su carga sin hacerle el menor efecto al coloso, quien continuaba su despreocupado andar como si todo el poder de fuego dirigido en su contra fuera una mera llovizna veraniega.

    Shinji observaba absorto todo el peligroso espectáculo en primera fila, demasiado asustado como para atinar a correr por su vida pero a la vez morbosamente maravillado con lo que atestiguaba. Aquél evento era sin duda alguna uno que quedaría grabado en la Historia. Un avión caza pasó entonces muy cerca de donde se encontraba, convertido en escombros envueltos en una veloz bola de fuego que estalló en miles de pedazos a menos de cincuenta metros de donde estaba parado. Una vez más la onda expansiva de un estallido lo volvía a tirar al piso como a un muñeco de trapo.

    Justo en ese momento, en medio del intenso fragor de la batalla, el joven Ikari alcanzó a escuchar nítidamente un rechinar de llantas y el frenado brusco de un automóvil, cuya puerta se abrió delante suyo:

    —¡Ya estoy aquí, ahora tenemos que largarnos!— espetó Misato Katsuragi desde el interior del vehículo —¡Rápido, mueve tu trasero!

    Shinji no necesitó de más instrucciones para abordar el automóvil maltrecho, ni tampoco le costó gran trabajo el reconocer de inmediato a la escultural mujer que lo conducía. Una vez el niño estuvo a salvo, a bordo, rápidamente la hembra al volante realizó una maniobra que los hizo girar 180 grados, justo en la dirección contraria a donde se posó la planta del gigante que estuvo a nada de aplastarlos.

    Como un demonio escapando del Infierno el carro rápidamente se alejó de la zona de batalla, conducido ágilmente por su intrépida conductora hasta haber alcanzado una distancia prudente del inédito conflicto que dejaban atrás. Sólo entonces el silencio fue roto por la aliviada Katsuragi, quien no se había podido despegar la acuciosa mirada del chiquillo durante todo el trayecto.

    —Disculpa que te haya hecho esperar, el camino hasta aquí fue monstruoso— se excusó la atractiva mujer, fingiendo darse un coscorrón en la frente.

    Si su intención era distender el ambiente, había fracasado miserablemente. El escolar a su lado ni siquiera se inmutó con su gastado chascarrillo.


    —El objetivo mantiene su curso previo sin ninguna interrupción— anunció uno de los técnicos dispuestos en la instalación militar que supervisaba los ataques contra la criatura, evidenciando lo obvio pues todo mundo podía ver el transcurrir de la refriega gracias a los múltiples monitores que la transmitían.

    —La fuerza aérea es incapaz de detener su avance y ya reportan bajas estimadas en un 60% de su despliegue inicial— informó una joven oficial, poniéndole número y estadísticas al show de luces que se reproducía en torno al titán, ejecutado por los múltiples estallidos ocasionados cada vez que una aeronave era derribada.

    Baterías completas de misiles antiaéreos eran vaciadas sin descanso sobre la descomunal entidad sin que tampoco obtuvieran el resultado deseado. El monstruo continuaba sus pasos sin que nada lo preocupara, indiferente a toda la operación que se había puesto en marcha para detenerlo.

    —¡Guerra, guerra total y sin tregua hasta que caiga esa cosa!— demandó entonces uno de los comandantes de la misión, ataviado con el uniforme de las fuerzas armadas de las Naciones Unidas, alzando los puños con la misma beligerancia con la que iban cargadas sus palabras —¡Movilicen a la batalla a todas las divisiones de las bases de Iruma y Atsugi!

    —¡No se contengan! ¡Aniquilen al bastardo a cualquier costo!— ordenó otro oficial a su lado mientras sendas gotas de sudor comenzaban a resbalar por su rostro.

    Como insectos furiosos, los helicópteros, aviones y tanques descargaban todo su arsenal en contra del titán, sin hacerle el menor daño. Toda la munición se estrellaba contra algo delante de él, sin siquiera tocarlo. Una y otra vez le escupían su letal armamento, que fácilmente pudo haber servido para una invasión a gran escala, y no obstante, no conseguían darle alcance. Furiosos, veloces, pero resignados a final de cuentas, los proyectiles proseguían su camino para estrellarse en vano contra una barrera invisible.

    Un enorme misil balístico fue disparado directo hacia el gigante, el cual lo detuvo atravesándolo con una sola mano como si estuviera hecho de papel, escurriéndosele largas tiras de metal retorcido entre los dedos. El codo de la criatura brilló intensamente entonces y una gran descarga de energía salió disparada de su mano, haciendo polvo al misil y a todo a unos cien metros a su alrededor. Una explosión en forma de cruz se levantó en todo lo alto, imponente, triunfante, ante la desconsolada vista de todos los demás combatientes.

    —¡¿Qué demonios?! ¡Eso debió haber sido un impacto directo!

    —Todo el batallón de infantería móvil ha sido desintegrado… los misiles guiados y las bombas teledirigidas no tienen efecto en esa cosa…

    —¡Necesitamos mayor poder de fuego a como dé lugar ó nos vamos a joder!

    A pesar de que parecían estar del mismo lado, los dos hombres del piso superior no parecían estar tan desesperados como sus compañeros de armas. Observaban todos los pormenores de la operación con cierto aire distante y ajeno, inclusive podría decirse que algo arrogante, como si a ellos no les afectara en su devenir el resultado de la ofensiva.

    —¿Has visto eso? Se protege de las agresiones usando su Campo A.T.— pronunció la figura de pie. Su voz grave era la de un hombre maduro algo entrado en años —Tal como lo habíamos predicho en nuestros estudios… verlo funcionar de primera instancia es algo con lo que sólo habíamos soñado…

    —Debieron hacernos caso desde un principio y entender que las armas convencionales no dañan a los ángeles— respondió su acompañante, cómodamente sentado —Toda esta operación es un derroche insensato de recursos…

    A pesar de todo el barullo, uno de los altos oficiales al mando pudo escuchar claramente el timbre del teléfono a su lado, que recibía una llamada entrante. Durante todo el transcurso de la ofensiva había estado al pendiente de él, a sabiendas que si acaso sonaba se trataría de un personaje demasiado importante buscando comunicarse con él.

    —Sí, señor— respondió el militar al cabo de unos momentos de haber contestado el llamado —Utilizaremos nuestro último recurso, tal como estaba estipulado en nuestros planes de contingencia. Así será, entonces, le agradezco…— luego de haber colgado el aparato hubo de informar a sus colegas de la determinación que se había tomado en las más altas esferas del poder —Tenemos autorización para desplegar nuestra tecnología N2 en territorio japonés.

    Todos los demás miembros de la milicia presente, la mayoría hombres en edad avanzada, apoyaron la acción acordada, asintiendo con un movimiento de cabeza. No obstante, al hacerlo no pudieron evitar que su expresión se tornara sombría por algunos momentos.

    Los preparativos comienzan de inmediato. Se tuvo que dar previo aviso por radio a todas las tropas para que abandonen el lugar. Magistralmente, toda la carne de cañón se moviliza casi al instante, evacuando toda la ciudad y sus puestos, dejando el área desierta en tan solo unos cuantos minutos; los pocos aviones que seguían funcionando hicieron lo propio, despejando el cielo y dejándolo libre para las nubes. Y para un bombardero enorme y oscuro, negro cómo la noche, que sobrevolaba las inmediaciones como ave de rapiña. A los pocos minutos de vuelo, la nave de destrucción alcanzó puntualmente su cita en la pequeña metrópoli, sobre la cual dibujó su cruenta sombra al acecho, nunca antes divisada en aquellas latitudes. El aire bajo ella comienza a desgarrarse ocasionando un aterrador chillido en tanto toda su carga comienza a precipitarse a tierra. Sólo entonces el leviatán detuvo su camino, aparentemente confundido por aquel desconcertante silbido, que era lo único que podía escucharse en todos los alrededores.


    Movida por la insaciable necesidad de estar enterada de los pormenores de la situación en la que se habían envuelto, y sobre todo por esa insana curiosidad inherente al género femenino, Misato hubo de hacer una corta parada en su carrera una vez que consideró estar a una distancia prudente para hacerlo. Al parecer bien equipada para labores de vigilancia, sustrajo de su guantera unos pequeños pero potentes binoculares, equipados con lo mejor que podía ofrecer la tecnología de aquellos tiempos, con los cuales podía estar al tanto de las incidencias del campo de batalla como si estuviera en el mismo lugar de los hechos. Para lograrlo tuvo que sacar medio cuerpo a través de la ventanilla del copiloto, queriendo ahorrarse segundos valiosos en caso de tener que volver apresuradamente a su vehículo; sin embargo, no pudo evitar apretujarse con Shinji, quien no sabía si estar molesto ó feliz con aquella invasión a su espacio personal.

    El monstruo era todavía visible, sobresaliendo por encima de una hilera de colinas que bordeaban la localidad que acababan de evacuar. No obstante, la ausencia del furioso enjambre de aeronaves que hasta hace unos momentos lo rodeaban y el persistente silbido que alcanzó a reconocer la pusieron sobre aviso de las intenciones de los militares.

    —¡No puede ser!— exclamó aterrorizada —¡Estos malditos orates piensan soltar una Bomba N2, así nada más!

    Al ver con sus propios ojos la trayectoria descendente del susodicho artefacto sobre el coloso, comprendió que ya no quedaba tiempo de nada, más que guarecerse como pudieran y esperar a que lo peor pasara sin ningún contratiempo mayor.

    —¡Agáchate!— ordenó entonces a la vez que se abalanzaba sobre el muchacho, cubriéndolo con su cuerpo.


    Un gran resplandor cubre todas las inmediaciones, un resplandor intensamente blanco, que pulverizó por completo la columna de colinas y deja a todo posible espectador ciego por unos momentos, para ser seguido entonces por el arrollador estrépito de una explosión aún mayor a 5 megatones: el poder desatado de la innovadora tecnología N2.

    Algún geniecillo había encontrado, casi sin querer, la manera de recrear el efecto de fusión en el átomo sin la peligrosa radiactividad que ello conllevaba. Así pues, el inmenso arsenal de las naciones del así llamado “Primer Mundo” se vio notablemente incrementado por esta tecnología, la cual superaba la potencia de una bomba atómica y con los beneficios de la ausencia de radiactividad y sus nefastas secuelas. Muchos pueblos habían sido literalmente borrados del mapa utilizando esta escalofriante tecnología.

    El firmamento se torna de color infierno, la temperatura sube y en medio de todo este horror una gran nube en forma de hongo aparece elevándose hasta arañar los cielos. Las ondas de choque resultantes barrieron con todo, sacudiendo como un cometa a la deriva al pequeño carro indefenso, al punto de llegar a voltearlo. De pronto, tan rápido como empezó el estallido llega a su fin y por un rato todo es calmo; aún así, las colinas, el pequeño poblado y todo en un radio de 60 kilómetros ha desaparecido, dejando sólo una gruesa estela de polvo cubriéndolo todo.


    En el cuartel de NERV, por el contrario, hay cierta conmoción. Los líderes militares no ocultaban su entusiasmo ni la inquebrantable confianza en su armamento más poderoso, bastante seguros que aquella explosión, aparentemente sustraída del más ardiente rincón de los infiernos, fue capaz de acabar con aquél engendro de pesadilla.

    —¡Eso es! ¡Lo logramos!— dijo uno de ellos dejando de lado todo protocolo para ponerse de pie y celebrar como un estudiante.

    —¡Así es como lo hacemos en las Naciones Unidas, novatos!— pronunció otro más, limitándose a aplaudir.

    —Es una lástima que ya hayamos hecho todo el trabajo por usted, señor— expuso el último, dirigiéndose al personaje que lo observaba desde el balcón del nivel superior —Parece que ya no lo queda nada por hacer….

    Aquel individuo no se dejó amilanar por la mofa dirigida a su persona. Se limitó a clavar la mirada fijamente en la estática que de momento transmitían todas las pantallas, que se reflejaba fielmente sobre el cristal de los anteojos que usaba.


    El estallido causado por la Bomba N2 y su onda de choque había arrasado con toda el área, incluso con gran parte del camino por el que minutos antes Misato y Shinji transitaban, habiendo arrancado de tajo la cinta asfáltica hasta donde se pudiera ver. El que aquella destartalada chatarra que anteriormente había sido un automóvil sobreviviera a aquél devastador impacto era auténticamente un milagro y nada menos que eso.

    Aún así sus tripulantes tuvieron que ejecutar maniobras para volver a ponerlo en marcha, pues la explosión lo había dejado volteado en una posición perpendicular, con las cuatro llantas al aire por un lado. Ambos estaban con las espaldas apoyadas sobre el quemacocos del vehículo, haciendo palanca con las piernas para regresarlo a su posición original.

    —¿Te encuentras bien?— inquirió Katsuragi antes de empezar, asegurándose de no provocarle una hernia ó hemorragia interna al chiquillo.

    —Sí, pero siento como que algo me cruje en la boca— contestó Shinji, clavando firmemente los pies sobre el polvoriento terreno.

    —¡Eso es normal! ¿Estás listo? ¡Empuja!

    A su orden los dos hicieron fuerzas con las piernas, haciendo impulso hacia atrás, lo que fue suficiente para afectar el precario equilibrio del destartalado vehículo y hacer que de nuevo sus llantas tocaran el piso.

    —¡Uff, con eso bastó!— resopló Misato, aliviada, secándose con el dorso de la mano el sudor que escurría por su frente. Después se despojó de sus lentes oscuros, inservibles gracias a la nube de ceniza y polvo que se había levantado y que oscurecía todo a su alrededor. Al hacerlo pudo examinar mejor al escuálido muchachito delante suyo, al que agradeció sinceramente —Muchísimas gracias, hiciste muy buen trabajo…

    —No fue nada, Katsuragi-san— musitó el chiquillo, quien a su vez podía apreciar mejor el atractivo rostro de su chofer.

    —¡Oye, oye, estamos en confianza! ¡Sólo llámame Misato! ¿Quieres?

    La cándida sonrisa que le dirigió aquella hermosura y el ojo que le guiñó en gesto cómplice enmudecieron al atolondrado muchacho, quien con la vista gacha apenas pudo asentir con un movimiento de cabeza.


    De vuelta en el centro de mando subterráneo donde se coordinaba toda la operación, lo que quedaba por hacer era confirmar la destrucción del objetivo y empezar a hacer el control de daños y demás labores de limpieza restante.

    —¿Cuál es el estado del blanco?— preguntó entonces el General Ross de las Naciones Unidas, el oficial militar de mayor rango que se encontraba presente, curioso por saber si quedaba algún despojo de su enemigo que les pudiera servir para examinarlo más de cerca y saber de su funcionamiento.

    —Aún no recuperamos los visuales debido a la obstrucción de ondas en el ambiente… una vez que se disipe la cortina de polvo volveremos a tener imagen— contestó una de las operadoras a su mando.

    —Es comprensible, después de todo fue una explosión masiva… nada pudo haber quedado en pie— murmuró otro de los oficiales que acompañaban a Ross, aunque sus ademanes ya no demostraran como antes la misma seguridad que sus palabras.

    Y es que, entre más tiempo pasara sin tener noticias del punto de impacto, más espacio se le daba a la incertidumbre y especulación, lo que a su vez le abría las puertas a la duda.

    —Los sensores están funcionando de nuevo— anunció enseguida otro de los técnicos, desplegando en pantalla una gráfica del terreno donde había ocurrido el estallido. Los instrumentos sólo detectaban un enorme agujero de varias decenas de kilómetros de extensión, vacío y estéril. No obstante, repentinamente un pico en las lecturas daba cuenta de la existencia de una anomalía dentro del cráter.

    —¡Tenemos una reacción de energía justo en medio del punto de impacto!— interpretó una de las jóvenes oficiales encargadas de monitorear el instrumental a su servicio.

    —¡¿Qué?!— vociferó el trío de altos oficiales militares a la vez, incrédulos.

    —¡Volvemos a tener imagen de la zona cero!— informó otro operador, transmitiendo el enlace a la pantalla principal, que se desplegó frente a todos en el aire, tan grande como una pantalla de cine.

    Las imágenes reproducidas no mentían. En ellas, una enorme torre oscura se erguía indemne en medio de toda la devastación, imponente, triunfante. El gigante que los amenazaba continuaba con vida. Un poco maltrecho, es cierto, pero aún en pie y sin mayores daños a considerar, lo que daba al trasto con el efecto que originalmente se tenía previsto al lanzarle la novedosa arma.

    —¡Eso era nuestro último recurso! ¡Nuestro arsenal más poderoso! ¡No puede ser!— rabió uno de los acompañantes de Ross, sin dar crédito a lo que veía con sus propios ojos.

    —¡Maldito monstruo hijo de puta!— gritó el general a la vez que golpeaba con el puño la superficie de su escritorio, colérico.


    Para poder volver a emprender camino Katsuragi tuvo que echar mano de su ingenio para mantener la integridad estructural de su desvencijado vehículo automotor. Al no contar con habilidades de técnico mecánico ni en laminado automotriz, tuvo que recurrir en su mayor parte al uso de potente cinta adhesiva canela para mantener unidas las partes de su carro que se habían desprendido, como la facia delantera y la defensa, además de los espejos laterales. Aquél burdo remiendo, aunque fuera sólo con carácter temporal, daba una apariencia bastante jocosa al vehículo que a duras penas se mantenía en movimiento. La expresión de hastío de su conductora al estar atendiendo una llamada en su celular completaba la divertida escena.

    —Seguro que sí, no hay de qué preocuparse— el gesto de Misato, semejante al de una colegiala severamente reprendida hacía entrever el tono bajo el cual se llevaba a cabo aquella conversación —Por supuesto, él está bajo mi cuidado personal, su seguridad es mi máxima prioridad en estos momentos. ¿Recuerdas aquella película de ese robot homicida del futuro que era guardaespaldas de ese muchacho con cara de niña? Pues justamente tengo instalado ese chip en estos momentos: “Soy un organismo cibernético diseñado para matar y destruir, me enviaron a protegerte, nada puede impedirme cumplir con mi misión”— pronunció con un fingido acento austríaco, parodiando a un célebre y fornido actor del siglo pasado —Así de cabrona soy yo, lo sabes bien… sólo necesito que prepares un carro de tren para nosotros, uno lineal, por favor… claro que asumo la responsabilidad total por su integridad, después de todo fue mi idea ir a recogerlo en primer lugar… claro, ya sabes lo buena que soy con los chicos, si hasta parece que no me conocieras… mira, haré de cuenta que no escuché ese último comentario de mal gusto, ya nos arreglaremos cuando estemos cara a cara a ver si aún así te atreves a expresarte de esa forma de mí… muy bien, te veo allá, ¡hasta la vista, baby!

    Entretanto, el joven Ikari se daba a la tarea de examinar ese magnífico espécimen de mujer que tenía a su lado, pasando de sus comentarios infantiloides, que constituían la mayor parte de su charla. Shinji sólo había visto mujeres así de guapas en la televisión, jamás en la vida real y mucho menos tan cerca como tenía a Katsuragi. Aún cuando sus modales y expresiones echaran abajo la imagen tan glamorosa que proyectaba, su volátil carácter era de alguna manera también envolvente. Tenía que disimular muy bien para que ella no notara la inspección acuciosa de la que era objeto. El ajustado y corto vestido negro de una sola pieza que llevaba puesto era responsable en gran parte de que no pudiera ser capaz de quitarle la mirada de encima, pues le dejaban apreciar fácilmente sus largas y bien torneadas piernas. Además también hallaba culpables a ese rostro tan lindo y sus coquetos labios pintados con aquél tono tan intenso. Lo único que le impedía ir más allá en sus fantasías prepúberes era esa pequeña cruz de madera que llevaba colgada al cuello, como si fuera un letrero de advertencia. “Se puede ver, pero no tocar” parecía decir aquél crucifijo que oscilaba justo encima de su bien dotado busto, que podía distinguirse a pesar de la ausencia de escote en esa prenda que le llegaba a la beldad hasta el cuello.


    Sin reparar en las violentas reacciones hormonales que desataba en su joven acompañante, Misato estaba inmersa en sus propios pensamientos mientras los dirigía a su destino. Casi todos ellos estaban ocupados por la patética excusa de auto que conducía, el que apenas unos meses antes acababa de sacar de la agencia y que ahora estaba reducido a un mero bote de basura. No tenía la certeza de que el seguro cubriera daños ocasionados por tecnología N2 y en caso de no ser así seguramente que las reparaciones le costarían un ojo de la cara. Y además tenía rondando por su mente aquellos 33 pagos mensuales que aún tenía pendientes por aquella cafetera rodante. Lo peor de todo, su única ropa buena había quedado deshilachada en todo el sainete. Era tan bonita, y costosa, y ahora estaba arruinada. ¡Arruinada! Ni siquiera un indigente podría usar esos harapos para protegerse de la brisa nocturna. Y pensar que tenía las expectativas tan altas para aquél día en especial. Quizás si se hubiera levantado un poco más temprano no se le hubiera hecho tan tarde y…

    —¡Misato!— Shinji tuvo que hablar en un tono mucho más alto, casi gritándole, después de que sus otros cuatro intentos por llamar la atención de la conductora habían fracasado.

    —Oh, disculpa, ¿dijiste algo?

    —Todas estas baterías que les quitaste a esos carros abandonados…— pronunció el muchacho, refiriéndose a la pila de acumuladores automotrices que abarrotaban los asientos traseros, impidiendo casi totalmente la vista por la ventanilla trasera —¿No se puede considerar esto como… un robo?

    En efecto, la mujer se había empeñado en parar durante todo el trayecto siempre que veía algún vehículo dejado a su suerte durante la apresurada evacuación nacional, sustrayendo con pericia aquella autoparte tan esencial y costosa en el funcionamiento de los automóviles.

    —¡Ah, claro que no! ¡Niño bobo, por supuesto que está bien! No hay ningún problema porque se trata de un estado especial de emergencia, todo se te está permitido con tal de asegurar tu supervivencia— una sonrisa nerviosa e incriminatoria se dibujó entonces en el precioso rostro de Katsuragi, quien no pudo sostenerle la mirada al jovencito —Además soy una oficial gubernamental, aunque no lo parezca, así que estoy capacitada para actuar conforme a mi criterio en este tipo de situaciones… y es que no vamos a llegar a ningún lado si es que se llegara a acabar nuestra batería…

    —No creo que alguien te vaya a creer esa tonta excusa, Misato— refutó Ikari, soltando un bufido de enfado por saberse involucrado en un delito.

    —¡Qué grosero!— repuso la mujer, haciendo una especie de puchero —Shinji, déjame decirte que no eres tan amable como haces creer con tu cara de niñito bueno…

    —No me digas— contestó el chiquillo, frunciendo el entrecejo —Me sentiría ofendido, si ese comentario no viniera de una vil ladrona de refacciones…

    —¡Oh, ya te enojaste!— se mofó la conductora, arrastrando el tono de sus palabras —¡Lo siento tanto! Pero eso es porque eres un niño y aún no alcanzas a comprender como funciona el mundo real…

    —Pues tú eres bastante infantil para tu edad, ¿sabías?

    Katsuragi ya no le pudo responder, con su cara contraída en un gesto malhumorado, casi encaprichado. Únicamente se limitó a desquitar su frustración manejando alocadamente de lado a lado del camino, amagando con estrellarse sobre las barreras del túnel al que estaban ingresando.

    —¡¿Qué estás haciendo?! ¡Estás completamente loca, espera! ¡Cuidado, nos vas a mataaar!


    Haciendo de lado toda prudencia y la más mínima precaución que el mero sentido común podría dictaminar, un helicóptero de vigilancia monitoreaba muy de cerca el estado de la monumental criatura a la que se enfrentaba la raza humana. Al hacerlo, en el centro de mando pudieron percatarse de algunas heridas que había sufrido producto de la explosión. Pero del mismo modo era visible para todos que las estructuras que habían sido quemadas estaban siendo descartadas y reemplazadas por nuevas con gran rapidez.

    —Cómo lo sospechábamos, poseen capacidad de regeneración— observó casualmente el hombre misterioso que estaba parado, sin dar señas de cansancio pese a que llevaba algún rato sin tomar asiento.

    —De no ser así, no podrían funcionar como un arma autónoma, sin alguna clase de respaldo— dilucidó el hombre de las gafas delante suyo.

    En ese momento un destello emergió proveniente del monstruo y en un solo parpadeo la pantalla volvía a transmitir estática, lo que indicaba que la aeronave espía había sido derribada sin mayores contemplaciones.

    —¡Mira eso! ¡Estoy impresionado! Está ampliando su rango operativo…

    —Y, al parecer, aprenden muy rápido…

    —Reanudará su ataque en cualquier momento— anunció el individuo de mayor edad, en tanto la imagen en pantalla volvía a reanudarse desde otro ángulo, en esta ocasión desde una vista de hormiga al estar transmitiendo desde la cámara instalada en uno de los tanques que volvían a cercar al coloso.


    Siguiendo el paso a desnivel al que habían entrado, Misato dirigió su vehículo hasta un acceso donde hubo de hacer uso de un pase especial para poder ingresar a su interior. Se trataba de una plataforma que al parecer descendía indefinidamente, pues no podía divisarse a simple vista donde terminaba su trayecto.

    “Las puertas se están cerrando Atención, por favor: las puertas se están cerrando. Manténgase en el interior de su vehículo hasta que la plataforma haya llegado a la estación.” Mientras la voz mecanizada de la alarma anunciaba el proceso la iluminación del acceso se tornó roja, demandando atención inmediata, y tal como había sido indicado, unas placas de metal de una sola pieza empezaban a deslizarse detrás de su auto, tapando la salida al exterior y comenzando su descenso abismal de una vez.

    Al hacerlo, Shinji puede notar aquel peculiar símbolo de medio trébol pintado en varias partes del trayecto, volviendo a leer claramente la palabra:

    —NERV— pronunció distraídamente como en una invocación.

    —Se trata de una organización secreta controlada directamente por el Consejo de Seguridad de la O.N.U. — dijo Misato, pensando que aquél era tan buen momento como cualquiera para comenzar con el recorrido guiado del infante por aquellas instalaciones ultrasecretas —Aunque, aquí entre nos, a veces me tengo que preguntar quién es el que realmente controla a quién…

    —¿Y aquí es donde trabaja mi padre?

    —Así es… dime, Shinji: ¿sabes acaso a lo que él se dedica?

    El joven Ikari caviló por unos instantes, buscando en los recovecos de su memoria los escasos datos que tenía acerca de quién era su progenitor y qué es lo que supuestamente hacía para ganarse la vida.

    —Algunas vez oí decirle a mi abuelo que lo que mi padre hacía era muy importante para el bienestar de toda la Humanidad— respondió el muchacho, sin disimular el marcado dejo de amargura en sus gestos. Y es que aquello siempre le había parecido una excusa inverosímil, que sólo servía para justificar el abandono en el que lo tenía ese hombre irresponsable del que no tuvo noticia alguna durante el transcurso de la mayor parte de su vida. Aún en ese momento le seguía pareciendo un pretexto barato solamente. ¿Qué podría hacer en beneficio de la raza humana un desgraciado que ni siquiera se preocupaba por saber de su propio hijo?


    El General Ross era un veterano de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos de América que durante toda su trayectoria había ido escalando posiciones hasta llegar a su puesto actual, dentro de las más altas posiciones en el aparato militar del nuevo orden mundial. Muy pocas habían sido las ocasiones en su carrera en las que había tenido que admitir la derrota y retirarse antes de pagar un costo mayor para las fuerzas a su mando. En todas ellas siempre le había quedado un sabor amargo y un sentimiento de impotencia difícil de sacudirse. Sin embargo, no era, para nada, estúpido, por lo que también siempre contó con la claridad suficiente para admitir que se le habían agotado las opciones y lo mejor era retirarse antes que terminar machacado contra el muro de su terquedad.

    Aquella era una de esas ocasiones, quizás la vez que fue superado con mayor amplitud, y el tener que reconocerlo de frente al arrogante sujeto que se encontraba frente a él lo hacía todavía aún más difícil. Dentro de su cabeza coronada con grandes entradas y una cabellera canosa comenzaba a surgir la idea de un próximo retiro.

    —Señor Gendo Ikari, al haber agotado nuestros recursos militares contra este enemigo es mi deber informarle que a nombre de las Fuerzas Armadas de las Naciones Unidas le cedo formalmente el mando de esta operación de ahora en adelante y del mismo modo otorgamos pleno consentimiento para que ponga en marcha el Proyecto Eva— la sonrisa complaciente que iluminó el rostro de su interlocutor fue como una filosa daga introduciéndose en su estómago, ó donde fuera que estuviera alojado su lastimado orgullo de viejo guerrero, por lo que movido por el despecho tuvo que soltar una última advertencia que se escuchó vaga y sin sustento —Estaremos muy al pendiente del manejo que le de a la situación…

    —Me parece bien, General— asintió Ikari.

    Gendo Ikari, comandante encargado de NERV y del mencionado Proyecto Eva, era una persona de complexión mediana, robusta y de hombros anchos que lo hacían ver como una especie de minibar. Su expresión tosca, severa, semejaba a la de una roca. Muy pocas veces se le veía contento y cuando así sucedía generalmente era un mal signo, pues en esas ocasiones a todas las demás personas les iba mal. Su mandíbula inferior se veía adornada con una muy bien cuidada barba que cerraba justo en sus patillas, dándole a su rostro una apariencia cuadrada. Usaba anteojos rectangulares, que la mayor parte del tiempo ocultaban la expresión de sus ojos. Un hombre de edad madura, cargándose más de 40 años en las espaldas. Y un poquito de sobrepeso en el área abdominal.

    —Ya hemos visto que nuestro armamento no afecta a esa cosa, es por eso que le estamos dando una oportunidad— sentenció uno de los oficiales que acompañaba a Ross en su retirada, como defendiendo a su superior —Será mejor que no traicione nuestra confianza…

    —No lo haré, señor, ya verán que están haciendo lo correcto— respondió su relevo en el acto, con tono firme y decidido.

    —Se le ve bastante confiado, Ikari— dijo el general en última instancia, tomando nota de su talante —Dígame, ¿en verdad cree poder vencer a ese fenómeno?

    —NERV existe sólo para eso, señor.

    La respuesta no daba resquicio a debate alguno. Y por mucho que el veterano militar odiara dejar el mando de tan importante misión en manos de civiles, no tenía más opción que dejarlos justificar de una vez por todas el enorme presupuesto que se le destinaba a aquella agencia secreta. Derrotado en más de un aspecto Ross abandonó la sala de operaciones seguido por su séquito, no sin antes soltar una última vaga advertencia al hombre que lo relevaba al mando, más por frustración que por cualquier otra cosa:

    —Por su bien, y el de todos nosotros, espero que tenga razón…


    Los oficiales de las Naciones Unidas se retiraron sin más, todo protocolo ó pompa ceremonial ausente del repliegue. Ahora en la sala quedaban únicamente empleados y oficiales de la nueva organización a cargo. Gendo estaba bastante conforme al respecto, pues así su margen de maniobra se incrementaba considerablemente.

    —El blanco continúa estático— informó una oficial desde su consola, sin darle mayor importancia a la retirada de la cúspide militar.

    —El rango actual de intercepción efectiva es de 7.5%— soltó al aire a su vez uno de los técnicos, leyendo las gráficas que llegaban a su estación.

    El hombre que antes acompañaba a Ikari en el nivel superior veía las mismas gráficas que aquél joven oficial y una vez que corroboró aquellos datos se volteó para volver a dirigirse a su allegado. Su nombre era Kozoh Fuyutski, un individuo de edad bastante avanzada, quizás el que más años tenía de todos los presentes. Se trataba de un sujeto de apariencia rancia y delgada, algo frágil en comparación de su acompañante. Ya algunas canas y arrugas le adornaban la faz, demostrando así el paso del tiempo por su vida. Sin embargo, su aspecto férreo y su columna bien derecha le daban un porte autoritario que exigía respeto a donde quiera que plantara su presencia.

    — Las fuerzas de la O.N.U. se agotaron— pronunció el ajado individuo, como si estuviera planteando un problema matemático a resolver en alguna clase de universidad —¿Qué es lo que piensa hacer ahora, Comandante Ikari?

    Gendo pudo notar el tono burlón casi imperceptible que empleó Fuyutski al hacer ahínco en la palabra “comandante”, pero pasó de él al tratarse de una de las pocas personas al que le permitía hablarle de ese modo.

    —Activaremos la Unidad 01— contestó lacónico, casi desafiante.

    —¿Activarla?— Kozoh daba poco crédito a lo que acababa de escuchar. En otras circunstancias, aquello hubiera sido el paso lógico a seguir, pero en esos momentos tenían un pequeño inconveniente que les impedía ponerlo en marcha —¿Y el piloto? ¡No tenemos un piloto!

    —Claro que tenemos— respondió Ikari vagamente, dándole la espalda —Incluso tenemos pilotos de sobra…


    A varios miles de kilómetros de ahí, surcando tranquilamente en medio de aguas internacionales del Pacífico del Norte, el USS Rampage se dirigía tranquilamente a costas japonesas acompañado de su grupo de batalla consistente en dos cruceros y tres destructores que lo escoltaban, sin ninguna clase de contratiempo en su itinerario. El Rampage era un gigantesco portaaviones de propulsión nuclear de generación avanzada, el primero de su tipo en todo el mundo. Con sus más de 350 metros de eslora era una auténtica fortaleza flotante desplazándose a más de 60 kilómetros por hora que lo tenían en ese momento mucho más cerca de su destino que del puerto desde donde había zarpado en territorio americano. A pesar de lo intimidante que podía resultar la contemplación de su moderno armamento, del cual estaba repleto, sus intenciones no eran hostiles, aparentemente, como podía apreciarse al ver su cubierta de vuelo desprovista de aeronaves en sí, para ser utilizada más bien como una bodega de carga que estaba guarecida bajo una serie de grandes lonas bien sujetadas.


    La jornada a bordo había transcurrido sin novedades, al igual que había sucedido durante todo el trayecto. Era un día hermoso, con clima templado y perfecto y sin un solo nubarrón a la vista. El ajetreo diario propio de una embarcación de ese tipo era llevado a cabo satisfactoriamente en tiempo y forma, sin nada de consideración a reportar. A no ser por un desconcertante sonido, bastante persistente, que se escuchaba fuera de lugar en una base naval militar, proveniente de la isla donde se encontraba el puente y la torre de control, y que a más de alguno hizo levantar la ceja.


    Lo que se escuchaba a bordo del Rampage eran acordes de guitarra, que iban en serie sucesiva formando una progresión armónica que se repetía rítmicamente de manera constante. Una especie de ululación acompañó entonces a las notas del instrumento musical para luego empezar a entonar una conocida canción en inglés:

    “Somewhere over the rainbow

    Way up high

    And the dreams that you've dreamed of

    Once in a lullaby…”

    A todo aquel que pudiera escuchar la melodía le quedaba claro que la entonación no era de un profesional, pero aún así era ejecutada de manera bastante respetable y de no ser porque aquél despliegue musical no tenía cabida en una nave de ese tipo aquél detalle hubiera hecho mucho más llevadero el rato. Extrañados, varios miembros de la tripulación volteaban a todas partes en rededor, intentando dilucidar el origen de la cantinela, si bien la mayoría ya tenía la certeza de quién podría ser el improvisado intérprete.

    “Somewhere over the rainbow

    Bluebirds fly

    And the dreams that you've dreamed of

    Dreams really do come true…”

    Una hamaca había sido irreverente e improvisadamente instalada aprovechando las barandillas colocadas al lado de uno de los corredores que conducían a la torre de control, y en ella un joven con ropas de civil y un enorme sombrero de paja sobre la cabeza, que le ocultaba la mayor parte del rostro, se encontraba plácidamente acomodado con guitarra en mano, entonando las letras y notas de aquella confortante, inclusive arrulladora pieza musical.

    “Someday I'll wish upon a star

    And wake up where the clouds are far

    Behind me

    Where troubles melts like lemon drops

    Away above the chimney tops

    That's where you'll find me…”

    Todo lo que concernía a aquél muchacho, que no podría tener más de quince años y que iba vestido solamente con una camiseta blanca de algodón, shorts pescadores de color olivo y sandalias, estaba fuera de lugar en aquél sitio consagrado al servicio, al orden y a la disciplina. Su piel bronceada, casi rojiza por la excesiva exposición a los rayos del sol, además de su cuerpo alto y macizo lo hacían ver como a uno de los surfistas que plagaron las costas del sur de California durante la segunda mitad del siglo XX. La desfachatez de sus gestos y actitudes contrastaba ampliamente con la pulcritud y precisión de todo el personal militar que le rodeada, cuyas labores seguramente no era la primera vez que se veían perturbadas por su impertinente desapego.

    “Somewhere over the rainbow

    Bluebirds fly

    And the dreams that you dare to

    Oh why, oh why can't I?”


    Aprovechando la pausa que el joven había hecho en su interpretación al concluir aquella última estrofa, aparentemente en actitud reflexiva ó bien porque estuviera cayendo dormido, un miembro del personal de la cocina de aquella embarcación se le acercó precavidamente, sosteniendo una charola en sus manos con una bebida de coctel en ella.

    —Discúlpeme por interrumpirlo, señor— se anunció el recién llegado, incómodo por no saber si aquél chiquillo estaba despierto debido al sombrero con el que deliberadamente tapaba su cara —Traigo la… bebida… que encargó…

    Su vacilación estaba más que justificada, al ser la primera vez que preparaban una bebida de ese tipo en aquél buque, pues no era otra cosa más que una vulgar margarita, más propia de cualquier bar ó crucero de recreación, pero que no tenía razón de ser en una base militar.

    —Muchas gracias— asintió enseguida el despreocupado muchacho, quitándose el sombrero para dejar al aire libre su cabellera larga en la parte superior y corta por debajo, y así poder sujetar el vaso cuyo contenido inspeccionaba ávidamente con sus ojos verdes —Sólo espero que esta vez hayan acertado con las cantidades exactas de alcohol, la última que me trajeron era tan solo hielo escarchado… no les di esa botella de tequila sólo para que la pasearan por todo el Pacífico, Enricky…

    —Mi nombre es Álvaro, señor, la guardia de Enrique terminó hace una hora… pero descuide— dijo el tripulante sin voltearlo a ver mientras se retiraba —Estoy muy seguro que esta vez encontrará el contenido de su trago lo bastante fuerte para colmar su gusto, lo preparé especialmente para usted…

    —¡Excelente! ¡Gracias, marinero! Disculpa la confusión…


    Antes que el jovencito pudiera deleitarse probando su bebida coctelera, y que incluso pudiera posar los labios sobre el borde del largo vaso donde estaba servida, fue abruptamente detenido por un alto oficial militar que salía a su encuentro por el pasillo, observando con disgusto toda aquella desparpajada escena que de ninguna manera podía ser tolerada en una embarcación a su cargo.

    —Doctor Rivera, le recuerdo nuevamente que no nos encontramos en un crucero de placer— aclaró el recién llegado, contrastando con su impecable uniforme y postura bien derecha con el talante relajado del chiquillo, al que de cualquier modo se cuidaba de dirigirse respetuosamente —Por lo que le pido de la manera más atenta que desmonte su artilugio de mi corredor y confine cualquier demostración artística al interior de su camarote, si es que no es mucha molestia para usted… verlo actuar de esta forma es malo para la moral de la tripulación…

    —Relájese capitán, oh, mi Capitán Crunch— contestó el muchacho sin siquiera hacer el intento por levantarse de su improvisado lecho, colocándose de nuevo el ancho sombrero encima de la cabeza —Hace un día muy hermoso como para dejar que se desperdicie dentro de esa deprimente caja de zapatos a la que usted llama camarote…

    —Sabe muy bien que mi nombre es Silver, Doctor Rivera, y que no está permitido consumir bebidas alcohólicas durante el viaje— dijo el Capitán John Silver, al tiempo que le arrebataba el recipiente sin que hubiera probado una sola gota de su contenido —Y también sabe que mientras esté a bordo de esta nave yo soy la autoridad máxima y todos están a mis órdenes, usted incluido, así que sírvase de seguir las indicaciones de su oficial superior…

    —De acuerdo, Johnny boy, sólo estaba jugando— consintió el chiquillo sin dejarse ver afectado por el hurto del que había sido objeto, aún recostado sobre el pedazo de tela colgante, mientras se comenzaba a mecer en él —Trataré de mantener al mínimo mis extravagancias con tal de no importunarlos con tonterías…

    —Lamento que no será así… por más que me rehúse a hacerlo, aún es mi deber el mantenerlo al tanto de todas las incidencias de nuestro trayecto— el oficial naval comenzó a leer los documentos que llevaba en la tabla que sostenía su mano izquierda —De tal forma, me veo forzado a informarle que hemos recibido indicación del alto mando de conservar nuestra posición actual y no avanzar más hacia costas japonesas. Se ha decretado un estado especial de emergencia en todo el territorio japonés y sus aguas son inaccesibles de momento para toda navegación…

    —¡Vaya, un estado especial de emergencia!— exclamó Rivera, fingiendo asombro y sin siquiera levantarse —¡Eso no es algo que pase todos los días! ¿Se puede saber la razón que originó dicho estado?

    —Según nuestros informes, un Código Azul fue detectado hoy por la tarde en las inmediaciones de la antigua bahía de Yokohama…

    —¡Un Código Azul, dijo! ¡Válgame, un Código Azul dijo usted, así nada más!— finalmente el jovencito abandonó la hamaca de un salto, avispándose para mirar alerta en rededor con ojos saltones —¡Es un ángel, cretino, eso es lo que es, nada menos que eso!

    —Creo que no es necesario recordarle una vez más que no está permitido divulgar información clasificada a…

    —¡Un ángel! ¡Es un ángel, idiotas, sálvese quien pueda!— antes que Silver terminara su advertencia el joven ya estaba con medio cuerpo colgado de la barandilla, gritando como poseído a los cuatro vientos —¡Que cunda el pánico! ¡Abandonen sus puestos! ¡Corran por sus miserables vidas, corran mientras puedan! ¡Un monstruo gigante nos va a aplastar a todos! ¡Mujeres y niños primero! ¡Yo soy un niño, así que voy primero! ¡Alguien que me ayude! ¡Ayúdennos a todooos!

    —¡Deja de hacerte el imbécil, maldito demente ó haré que te arrojen al calabozo!— pronunció el marino bastante molesto en tanto lo jalaba de nuevo al pasillo.

    —Conque un ángel— pronunció Rivera, acariciándose la barbilla pensativo, recobrando la compostura tan pronto como la había perdido —Esperaron quince años para volver, supongo que era mucho abuso pedirles que esperaran un poco más para qué pudiéramos completar nuestro trabajo… ¿no es así… papá?

    Su mirada tranquila se remontó entonces a la cubierta de vuelo devenida en de carga, donde el conjunto de lonas envolvían varias piezas gigantes con formas bastante diversas, apiladas unas sobre otras y hábilmente acomodadas para que ocuparan el menor espacio posible.

    —El cargamento seguirá bajo nuestra custodia en esta nave, pero es con bastante gusto que le notifico que su presencia en esta base ya no será más requerida— continuó el capitán de la embarcación, ignorando el extraño diálogo del jovencito con personas inexistentes, revisando de nuevo las instrucciones que contenían el legajo de documentos que llevaba consigo —Acabamos de recibir hace unos momentos una orden proveniente de la base de NERV en Japón, en donde solicitan su inmediata presencia en aquellas instalaciones. En breve, una de sus aeronaves arribará para poder transportarlo lo antes posible hasta donde se le necesita.

    —Es muy comprensible, mis legiones de admiradoras por allá son bastante impacientes y seguro que hicieron bastante presión por mi pronto regreso— se expresó el chiquillo en evidente tono de chanza, desmontando de una vez el largo pedazo de tela que tanto molestaba a su acompañante —Tendré que apresurarme a recoger todas mis cosas para tener mi equipaje listo antes que lleguen…

    —Me temo que eso ya no será posible… no se preocupe, me aseguraré de que todas sus pertenencias sean entregadas junto con la carga cuando lleguemos a nuestro destino.

    Las miradas del marino y del muchacho se dirigieron entonces hacia arriba, al punto desde el cual se originaba el rumor de turbinas aéreas que iba aumentando, indicando así su cercanía cada vez mayor con la embarcación. Un robusto y bien pertrechado helicóptero negro con el escudo de NERV a sus costados descendió desde las alturas, aterrizando magistralmente en el poco espacio que había quedado en la cubierta del portaaviones. El viento que sus poderosas hélices generaban provocó que el sombrero de paja del muchacho saliera volando y que por poco el capitán perdiera su gorra, la que hubo de sujetar con firmeza para mantenerla sobre su cráneo.

    —¡Eso sí que fue rapidez!— pronunció Silver sin poder ocultar el gusto que le ocasionaba librarse con tanta anticipación de aquél indeseado pasajero, mientras bajaban por las escaleras que conducían hasta cubierta —La verdad es que no puedo imaginar que alguien tenga tanta prisa por verlo, Doctor Rivera, pero es evidente que lo necesitan con desesperación. Ese helicóptero debió despegar incluso mucho antes de que nos mandaran la orden de su traslado…

    —¿Sabe qué es lo más gracioso, mi capi?— preguntó el joven cuando alcanzaron la pista y veían descender ágilmente de la aeronave a varios elementos armados, listos para custodiarlo hasta Japón —Que sobreviví a todos esos atentados contra mi vida sólo para terminar muerto piloteando el juguete caro del tarado de Gendo Ikari… sólo un estúpido redomado se subiría voluntariamente a esa trampa mortal … en fin, fue un placer conocerlo, Capitán Silver, siempre atesoraré todos esos momentos que pasamos juntos…

    —Y no sabe el gusto que me da decirle por fin: ¡Vete a la mierda, imbécil!— espetó el marino a modo de despedida, haciendo el tradicional saludo militar.

    Rivera soltó una risa cómplice ante la ocurrencia y de la misma manera devolvió el saludo, para luego darle la espalda al dirigirse hacia los uniformados que ya lo estaban aguardando.

    —Brindo por el hijo de puta más molesto con el que he tenido que lidiar— pronunció para sí mismo el oficial naval, aprovechando el vaso que aún sostenía con su mano derecha y dando un buen sorbo de él. Estaba fuera de la norma, pero hubiera sido un desperdicio desechar todo su contenido sin probarlo siquiera —Y el más arrogante, por si fuera poco… cretino engreído, no te des tantos aires de grandeza… eres muy poca cosa como para que alguien se tome la molestia de asesinarte…


    De manera tardía Silver reparó en el intenso olor y sabor a almendras amargas que le había dejado el trago en la boca, justo cuando sentía como empezaba a faltarle la respiración. Su cuerpo entonces lo traicionó, dejándole los músculos paralizados en tanto caía derribado al mismo tiempo que el vaso que sostenía hasta momentos antes se estrellaba en el piso junto a él. Todos los presentes fueron testigos de aquél hecho, y del cuadro que de inmediato comenzó a manifestar el alto mando naval: convulsiones, pupilas dilatadas y un paro cardiorespiratorio. Síntomas inequívocos del envenenamiento por ingesta de ácido cianhídrico.

    —¡Santo Dios! ¡Un médico, pronto!— gritó a viva voz el primero de los tripulantes que pudo llegar en su auxilio, sosteniéndolo como podía para evitar que se golpeara con las violentas convulsiones que lo sacudían mientras intentaba provocarle el vómito —¡Vamos, el capitán necesita a un médico!

    —¡Alguien envenenó al Capitán Silver!

    —¡Puta madre, que venga rápido el médico!

    Con todo el alboroto que se produjo, mientras una muchedumbre comenzaba a rodear la escena del hecho, nadie se percató cuando Álvaro, el cocinero que en primer lugar le había llevado aquella bebida mortífera al joven Rivera, abriéndose paso entre el bullicio avanzaba rápida y decididamente hasta donde el chiquillo se encontraba, quien había detenido su andar para atestiguar estupefacto el macabro suceso. Estuvo a nada de ingerir el contenido de aquél vaso y de haberlo hecho en esos momentos sería él quien se estuviera revolcando en el suelo, en lugar del desafortunado oficial que sin saberlo lo había salvado. Queriendo solucionar aquello, y antes que los guardias de NERV salieran de su estupor y comprendieran cabalmente lo que sucedía, a unos siete metros de distancia entre los dos, el aspirante a homicida sustrajo de entre sus ropas un revólver con el que apuntó y disparó hacia donde se encontraba el muchacho.


    La munición pasó apenas rozando la cabeza del jovencito, yéndose a impactar contra el blindaje del helicóptero que en ningún momento había apagado sus motores, listo para despegar ante cualquier posible eventualidad. Tal como lo demostraban las presentes circunstancias, aquella había sido una decisión acertada. De inmediato todos identificaron al agresor y se abalanzaron sobre él para desarmarlo, mientras la tripulación de la aeronave hacía lo propio para resguardar a su pasajero y ponerlo a buen resguardo en el interior del vehículo.

    —¡Mierda, Rivera está otra vez bajo ataque!

    —¡Rápido, larguémonos de aquí!

    —¡No esperes más, piloto, tenemos permiso para despegar! ¡Vamos, vamos!

    En tanto, el agresor forcejeaba con los robustos marineros que buscaban someterlo, hallando un resquicio para liberar su brazo y volver a disparar hacia el transporte aéreo que comenzaba con su ascenso.

    —¡Muérete, maldita escoria asesina!— gritaba el atacante armado hasta casi quedar afónico, su rostro hecho una máscara de furia, en tanto descargaba la totalidad de sus municiones sobre el blindaje del helicóptero que cada vez iba más alto —¡El 23 de Marzo no se olvida! ¿Me oyes? ¡Nunca se olvidará! ¡La sangre de millones de mártires latinoamericanos clama por justicia! ¡Justiciaaa!

    El desaforado pistolero finalmente fue restringido por la masa humana que lo rodeaba en tanto que la escotilla de la aeronave se cerraba, lista para reanudar el vuelo hacia tierras niponas, no sin que antes uno de los guardias pronunciara una amarga queja como si el muchacho no estuviera presente:

    —¡Un solo día! ¡Quisiera que pasara un solo jodido día sin que alguien tratara de matar a este mocoso insufrible!

    —A mí nadie me respeta— pronunció lastimosamente Rivera para sí mismo, fingiendo una voz chillante, al tiempo que se dejaba caer sobre su asiento, agotado por el frenesí de emociones que acababa de experimentar.


    Misato reclinó su asiento hasta casi hacerlo una pequeña cama, donde se recostó plácidamente, aprovechando que la plataforma donde había detenido su automóvil fuera la que los condujera por su camino durante todo el tiempo que durara el descenso.

    Su joven acompañante, en cambio, no lograba relajarse de la misma manera, Conforme se acercaban a su destino y al momento de la reunión con su padre la ansiedad se iba apoderando del ánimo de Ikari. El incesante movimiento de sus piernas y el tamborileo de sus dedos de iba haciendo más notorio conforme al paso del tiempo.

    —Dime, Misato— pronunció, alentado por la familiaridad con la que la mujer lo trataba desde un principio —¿Exactamente qué es lo que hace mi padre en este lugar?

    —¡Oh, es cierto! ¡Casi lo olvidaba!— exclamó de improviso Katsuragi, haciendo caso omiso a la interrogante que se le dirigía —Tu padre te mandó una identificación, ¿cierto?

    —Me parece que sí— respondió el chiquillo, desganado al saberse deliberadamente ignorado, comenzando a hurgar en el interior de su valija en busca del sobre que le había llegado a su domicilio —Sí, aquí está…

    Shinji mostró entonces todo el contenido del paquete, que incluía una especie de carnet con el escudo de la agencia y un papel membretado con la rúbrica del Comadante Ikari, cuyo mensaje era claro, conciso: “Shinji Ikari: ¡Ven!”

    —Será mejor que la tengas a la mano, la necesitarás cuando bajemos de la plataforma y en varios puntos de revisión— advirtió Katsuragi, extendiéndole a su vez una nueva documentación sellada como “confidencial” —Mientras tanto, puedes ir leyendo esto…

    —“Bienvenido a NERV”— leyó enseguida en voz alta —¿Significa que quieren que trabaje aquí? ¿Qué podría hacer yo en un lugar como este?

    El muchacho ya no quiso seguir leyendo más, apartando el documento de su vista para mirar fijamente a un punto perdido en la nada, despechado.

    —La verdad es que no debería sorprenderme— dijo luego de un rato —Mi padre jamás se acordaría de que existo… a no ser que quiera que haga algo por él…

    —Te comprendo— asintió su guapa compañía —No tienes una buena relación con él. Me recuerdas un poco a mí, a tu edad…

    En el acto la mujer volvió a desparramarse sobre su asiento reclinable, cruzando los brazos sobre la nuca a modo de almohada. Antes que Shinji, extrañado, pudiera indagar más sobre el significado de sus palabras, una luz al final del túnel demandó su atención inmediata. Una vez que atravesaron aquél efecto luminoso los sorprendidos ojos del perplejo jovencito de deleitaban en la contemplación de todo un mundo nuevo que literalmente apareció frente a ellos. Lo primero que capturó su mirada fue la visión de un numeroso conjunto de edificios que parecían estar colgados del techo de una monumental caverna esférica que se extendía tan lejos que no era posible apreciar su final. Después fue el reflejo cristalino de una gran lago que se ubicaba a varios cientos de metros debajo del riel por donde circulaba su convoy. Al parecer, un pequeño bosque circundaba el cuerpo de agua, como lo hacía suponer todas las copas de los árboles que se alcanzaban a distinguir desde aquél punto. Y aún cuando se tratara de una instalación subterránea la caverna era iluminada por la misma luz solar que pegaba en la superficie. ¿Cómo era eso posible?

    —Esto es… esto es…— sin habla, Shinji sólo podía balbucear dominado por su asombro, sin encontrar palabras para expresar su sentir en aquellos instantes.

    Por su parte, mucho más acostumbrada a dicho paisaje debido a la rutinaria costumbre que se le había hecho con el transcurrir de las jornadas diarias, Misato reparó más en la actitud del muchachito, a quien era la primera vez que le veía sonreír desde que lo había recogido.

    —Esto es el Geofrente, nuestra base secreta. El cuartel general de NERV— explicó Katsuragi pacientemente, conmovida por la expresión de asombro infantil de su acompañante —Es también la base para la reconstrucción de nuestro mundo y el fuerte para la raza humana.

    La plataforma que los transportaba avanzaba a través de un riel suspendido del techo de aquella enorme gruta, a modo de teleférico, por lo que Shinji pudo obtener la mejor vista de todo ese sorprendente lugar por mucho rato más. Los rayos oblicuos del atardecer pintaban de un precioso tono anaranjado las inmediaciones, obsequiándole un espectáculo nunca antes visto en su corta vida. Algo bueno tenía que sacar de esa apresurada visita a su padre y solo con semejante paisaje ya podía darse por bien servido.


    Una vez que la plataforma se detuvo y bajaron del auto las imponentes vistas que quitaban el aliento no se detuvieron por ello. Ahora eran las entrañas de aquellas instalaciones las que mantenían absorto al escolar en su andar. Todo ahí parecía estar construido en escala y proporciones monumentales, pasillos tan largos y anchos como carreteras, vestíbulos del tamaño de una cancha de béisbol, laboratorios tan grandes como un complejo industrial; todos ellos albergando en su interior la tecnología más moderna que estuviera disponible en aquel entonces, que bien pudieron haberse tratado de artilugios mágicos sin que eso significara una gran diferencia para el joven y asombrado espectador que miraba embelesado hacia todos lados en su andar por aquellas maravillosas nuevas tierras que recién descubría. Su mirada se trasladaba apuradamente de cada nuevo sorprendente espacio que se le revelaba conforme avanzaban hasta las páginas del cuadernillo de introducción que le había facilitado Katsuragi, buscando en ellas cualquier resquicio de información que pudiera ilustrarle lo concerniente a los sitios por los que pasaban.


    En cambio, Misato no despegaba la vista del intrincado mapa que sostenía delante suyo, tratando de ubicarse dentro de ese complicadísimo laberinto en forma hexagonal. Una lupa le hubiera servido bastante para apreciar cabalmente cada minúsculo detalle impreso en aquél pedazo de papel que parecía mostrar un sistema alienígena. En el plano solamente había dos direcciones indicadas, señaladas con círculo rojo. Una de ellas indicaba: “aquí”, seguramente el lugar a donde tenía que llevar al chico. La restante apuntaba el lugar donde se encontraba el baño de damas.

    —Qué raro… hubiera jurado que era justo en esta dirección…— musitaba la mujer con sumo desgano, bordeando los límites de su paciencia, mientras dejaba que una banda transportadora a sus pies los llevara por todos los rincones del lugar —Y de veras creo que no es adecuado que vista una falda cuando venga a este lugar— añadió cuando la cinta que los trasladaba los condujo hasta un espacio abierto que se elevaba y descendía aparentemente sin un final, donde únicamente podían divisarse más bandas iguales a la suya arriba y debajo de ellos a modo de puentes que unían las paredes de aquél gigantesco espacio vacío en forma de cilindro. Una sucesión numérica estampada en las paredes indicaban el nivel al cual pertenecían.

    —Estoy bastante seguro que hace un rato pasamos por este mismo lugar— observó Shinji con suma suspicacia, quién ya comenzaba a hacerse a la idea de que Katsuragi había perdido el rumbo.

    —Creo que sí, lo lamento— se excusó la fémina —No estoy muy familiarizada con esta área… pero tienes que admitir que ha sido un paseo bastante entretenido, ¿ó no?


    Tal como se ha establecido, aquellos cuarteles eran un complejo científico militar de proporciones descomunales. Eran en sí una formación cavernosa de forma esferoidal con varios kilómetros de diámetro, tan grande como para albergar una ciudad entera en su interior. La mayor parte de la infraestructura estaba enterrada, con excepción de una cúpula en su parte superior que era donde se ubicaba el lago y el bosque que Shinji había divisado desde las alturas, los cuales representaban, junto con el trecho que ya habían estado recorriendo en círculos desde hace rato, tan sólo una minúscula porción de la extensión total de aquella base.


    En uno de esos tantos rincones ubicados dentro de aquella absurdamente enorme maraña de cuartos y pasillos interconectados, un espacio tan grande como un edificio estaba siendo llenado metódicamente con un inusual líquido rosáceo, el cual era conducido hasta ahí desde una locación desconocida por una potente bomba en forma de cefalópodo, de unos seis metros de diámetro y varios tubos gruesos conectados a ella.

    Un buzo en traje de neopreno y ataviado con mascarilla y tanque de oxígeno emergió a la superficie desde las profundidades de aquella fosa, ayudándose a salir de aquella extraña sustancia mediante una escalerilla dispuesta para tal efecto. Había concluido con su inmersión justo a tiempo para alcanzar a escuchar un aviso voceado por medio del sistema de altavoces del cuartel:

    “Jefa del Proyecto E en la Sección I del Departamento Técnico, Doctora Ritsuko Akagi, repito: Doctora Ritsuko Akagi, favor de contactar de inmediato a la Capitán Misato Katsuragi de la Sección I del Departamento de Operaciones…”

    Al quitarse de encima el tanque, la mascarilla y el traje, una mujer de corto cabello rubio quedó al descubierto, vestida tan solo con un traje de baño de una sola pieza color turquesa. Un gesto malhumorado decoraba su semblante cuando frotaba rápidamente su cuerpo mojado contra una toalla, secándose descuidadamente, para enseguida alcanzar la mochila que contenía sus ropas de trabajo, maldiciendo en voz baja cuando salía a toda prisa de aquél lugar:

    —¡Me lleva el diablo! ¡Esa maldita seso hueco debió perderse otra vez!— sin detener su apurado andar se colocó encima una larga bata blanca de laboratorio para cubrir como pudiera su expuesta humanidad en el camino a los vestidores.


    En ese mismo instante Misato se vio afectada por un repentino estornudo que sacudió todo su ser, dentro del elevador mediante el cual ella y Shinji efectuaban un largo descenso, que estaba próximo a concluir. Miró entonces fijamente su reflejo en la superficie metálica de las puertas del aparato, cerciorándose que no hubiera ocurrido algún derrame nasal. Al comprobar la ausencia de tal escurrimiento sólo se limitó a pasar su dedo por debajo de la nariz para aliviar esa súbita picazón que sentía en ella. Una vez concluida tal operación prosiguió examinándose a sí misma, revisando el estado de su maquillaje y de su peinado luego de un largo día tan ajetreado.

    Cierto estupor la hizo retroceder cautelosamente cuando las puertas se abrieron y se encontró cara a cara con la Doctora Akagi, quien al momento de haberla encontrado de inmediato la acuchillaba con una mirada furibunda y recriminatoria.

    —¡Oh! ¡Ho-hola, Ritsuko!— trastabilló Katsuragi dando un paso hacia atrás en tanto la recién llegada avanzaba hacia ella como si fuera una serpiente a punto de atacar a una intimidada rana —¡Por fin te encontré!

    —¡Deja de estar desperdiciando mi tiempo! ¿Qué rayos pasa por tu cabezota? ¡Por si no lo notaste, estamos bajo ataque y bastante cortos de personal, no tengo ni el tiempo ni el humor como para soportar tus sandeces!— estalló entonces la mujer en bata y traje de baño, arrinconando a su presa —Pensé que un robot homicida del futuro tendría que ser mucho más listo…

    —Lo siento, lo siento— se excusaba la beldad de larga cabellera negra, poniendo su mano extendida delante del rostro e inclinando la cabeza en repetidas ocasiones —I’ll be back!

    —Por lo menos pudiste traer al muchacho en una sola pieza, ya es algo— dijo Akagi cuando puso más atención en la escuálida figura de su joven acompañante, quien también se mostraba bastante nervioso con su arribo.

    —¡Así es, así es!— pronunció Misato tan emocionada como una escolar que aprobaba curso —¡Aquí lo tienes, tal y como lo prometí, el hijo del Comandante Ikari y el Cuarto Niño Elegido!

    —Tú debes ser Shinji… mi nombre es Ritsuko Akagi, mucho gusto— el tono con el que se dirigía al chico era mucho más cordial que el que empleaba para hablar con su avergonzada compañera —Mira nada más, luces igualito a tu padre…

    —A mí también me da gusto conocerla— masculló el joven Ikari, encogiéndose sobre sí mismo, bastante intimidado con la fuerte presencia de aquella espigada mujer y el minucioso análisis visual al que lo estaba sometiendo en aquel momento.


    Por su parte el chiquillo aprovechó para también darle un rápido vistazo al nuevo espécimen que tenía frente a sí. Akagi era una mujer más alta que Misato y de aspecto y expresiones mucho más severas. Y aunque no contaba con los mismos atributos físicos de su compañera, el traje de baño que usaba en esos momentos le permitía apreciar que se mantenía en muy buena forma. Si su carácter enérgico, despreocupado y a veces hasta infantil era el sello que caracterizaba a la Capitán Katsuragi, en ese caso la rigidez y un cierto aire altivo, discriminante, eran lo que distinguían a la Doctora Akagi. De cualquier modo, al verlas juntas Shinji comenzó a entrever que su padre gustaba de trabajar rodeado de mujeres de muy buen ver.

    —Andando, se hace tarde— sentenció Ritsuko sin mayores miramientos, encaminándolos por los pasillos —Tendremos que tomar un atajo…


    En otro de los incontables rincones de aquella instalación subterránea, dentro de la sala de controles para ser más precisos, el Comandante Gendo Ikari por fin recibía la llamada por la que había estado esperando durante todo el día. Revisando en su reloj de pulsera el tiempo transcurrido pudo entrever que su momento de actuar había llegado.

    —Ya es hora— pronunció lacónico con su tono severo, encaminándose a las escalerillas que lo conducían fuera de su mirador —Profesor Fuyutski, usted está al mando hasta que yo regrese… encárguese de la situación hasta entonces como pueda…

    El avejentado individuo volvió el rostro con displicencia, vigilando con el rabillo del ojo la partida de su socio con ínfulas de superioridad.

    —Será la primera vez que vea a ese muchacho después de diez años— musitó secamente, sin ocultar el dejo de molestia en su voz.

    Súbitamente toda la iluminación del cuarto se tornó de un rojo alarmista, y bajo ese tenor uno de los oficiales técnicos dio cuenta de la situación en el exterior:

    —¡Subcomandante, el blanco está en movimiento de nuevo! ¡Se dirige directamente a nuestra posición!

    —Por supuesto que sí— murmuró para si mismo, para luego hacer uso de las funciones que se le habían delegado y alzar la voz para que todos lo escucharan —¡Alerta roja! ¡Todo el personal diríjase a sus estaciones de batalla!


    Después de una cortísima escala en el vestidor de mujeres para que Ritsuko pudiera ponerse algo que la cubriera un poco más, el reducido grupo abordó una pequeña plataforma para carga que hizo las veces de elevador en aquella ocasión. El aparato ascendía por medio de un riel a través de un altísimo andamio que parecía elevarse indefinidamente, iluminado por la misma luz magenta que los había acompañado desde su ingreso en aquella sección del complejo. Aún en ese remoto lugar la alarma general se hizo presente por medio del sistema de altavoces distribuido a lo largo del cuartel:

    —¡Alerta roja, repito: alerta roja!— anunciaba una voz femenina con un evidente nerviosismo —¡Todo el personal a sus puestos de combate! ¡Prepárense para la intercepción terrestre del enemigo!

    —¡Diablos! ¿Escuchaste eso?— preguntó Katsuragi a su compañera, su voz timbrando en una amalgama de ansiedad y pavor.

    —Es el momento de la verdad— contestó Ristuko con aire teatral —Llevamos quince años preparándonos para esto…

    —¿Cuál es el estado de la Unidad Uno, a todo esto?

    —Ya le ha sido instalado el Equipamiento Tipo B estándar y está por concluir su ensamblado final y proceso de descongelación…

    —Al parecer, el jefe es una persona bastante precavida, ¿no es así? Se aseguró de que todo estuviera listo desde antes… de todos modos creo que pasó por alto lo más importante de todo: ¿esa cosa de veras va a activarse? ¡Me dijeron que la última vez que funcionó fue hace diez años!

    —Puedes decirle al pequeño cretino engreído que te dijo eso que en esta ocasión la posibilidad de éxito en su activación ha aumentado un 15%, y que será mejor que se ocupe de sus propios asuntos antes de que me colme la paciencia y lo ponga en su lugar…

    —¿No querrás decir que a fin de cuentas solamente hay un 15% de probabilidad de que funcione?

    —¡Gracias por los ánimos! Por lo menos es un porcentaje mayor a cero…

    —Son sólo números… tan sólo una forma rebuscada que ustedes los cerebritos usan para no tener que decir: “¡Ups, lo siento! ¡No va a funcionaaar!”

    —Como si una seso hueco como tú pudiera saber algo acerca de cómo hacemos las cosas nosotros, “los cerebritos”…

    Shinji poca atención prestaba al aguerrido diálogo que sostenían ambas féminas a lo largo del camino. Con la nariz completamente metida en su manual de introducción, debía hacer un gran esfuerzo por poder leer en aquellas precarias condiciones luminosas. Por tanto, de cuando en cuando debía descansar la vista para ser capaz de continuar con el hilo de su absorbente lectura. Fue así que pudo contemplar una especie de puño gigantesco que sobresalía del muro que estaba frente a ellos. Debía ser bastante grande, pues era visible desde los cien ó doscientos metros que los separaban. Aquella debía ser la escultura más extravagante y sin sentido que jamás hubiera visto. Los decoradores del lugar debían tener un gusto bastante peculiar, si es que le podían llamar arte a eso.


    El atajo de la Doctora Akagi incluía un breve paseo en lancha a través de la superficie del desconcertante líquido color rosa que había estado iluminando la mayoría de su recorrido a través de esa parte de las instalaciones. El joven Ikari se cuidaba de entrar en contacto con aquella sustancia desconocida, por temor a cualquier riesgo químico, sin embargo sus dos acompañantes no parecían prestarle demasiada importancia, ya que de tanto en tanto eran salpicadas con dicho líquido. ¿Qué cuernos sería aquella cosa y porqué razón brillaba tanto?


    La excursión terminó a su arribo a una especie de muelle que consistía tan solo en una escalinata metálica que conducía a una pequeña escotilla que se ubicaba a unos tres metros por encima del nivel de la superficie luminiscente de aquél extraño líquido.

    —Hemos llegado— pronunció Ritsuko cuando subía con algo de premura, seguida por sus acompañantes —Es por aquí, no perdamos más tiempo…

    El muchacho fue el último en escurrirse al interior del estrecho acceso. Ahí dentro estaba más oscuro que una fosa y no podía ver ni siquiera a un palmo de sus narices. Desubicado, tanteaba el terreno con la punta de sus pies, sin atreverse a dar un solo paso por temor a romperse un hueso ó quebrarse el cuello con algo.

    —¿Doctora Akagi? ¿Misato?— alzó su voz trémula, cuando su paranoia le hacía pensar que todo aquello había sido un muy elaborado artilugio para conducirlo a una trampa. Ahora estaba encerrado en quién sabe donde y jamás volvería a ver la luz del día —¿Están ahí? ¡No veo un carajo!


    Las luces se encendieron repentinamente, cegándolo de momento, sin que sus pupilas pudieran ajustarse a los cambios súbitos de luz con la velocidad con la que se sucedían. Sin embargo, en lo que bailoteaba dando giros y tumbos tallándose los ojos, desorientado como un cervatillo encandilado, el inmenso cuarto a su alrededor quedaba al descubierto. Al parecer se encontraban en alguna clase de puente, justo en medio de una gran alberca. Acostumbrándose de nuevo a las condiciones luminosas, Shinji inspeccionó boquiabierto las enormes dimensiones de aquél espacio, girando sobre su propio eje para contemplar cada rincón del lugar hasta toparse de frente con una enorme figura que cubría todo el muro a sus espaldas. Sorprendido por la súbita aparición, un grito de espanto escapó por su garganta, en tanto retrocedía aturdido hasta casi caerse de espaldas a la piscina que tenía detrás suyo.

    —Esto es… esto es…— balbuceaba, al borde de un colapso nervioso, producto sin duda de todas las emociones acumuladas de aquél insólito día, que estaban demostrando ser demasiado para que su endeble cordura pudiera soportarlas. Un nuevo grito salió despedido de sus cansadas cuerdas vocales—¡Un robot! ¡Un robot gigante! ¡No puede ser! ¡Ustedes están locos, todos están locos!

    Lo que el despavorido joven tenía ante sus ojos era quizás la más impresionante maquinaria que el ser humano hubiera construido jamás. Un artefacto de aspecto humanoide que, aunque estuviera cubierto por la sustancia rosácea de los hombros hacia abajo, seguramente debía rebasar los cien metros de altura, debido a las proporciones que guardaba con sus visitantes, quienes parecían simples insectos en comparación suya. Unos siniestros ojos que se asomaban por debajo de su casco, adornado con delgadas franjas rojas que salían de esos orificios simulando cicatrices, coronado con una suerte de largo cuerno y una prominente mandíbula dentada le daban a aquella máquina sin alma un aspecto intimidante y brutal, casi demoniaco. Casi todas las placas de metal con las que estaba construido estaban pintadas con una tonalidad púrpura, a excepción de las que constituían su cuello, que eran anaranjadas, y algunas franjas verdes a modo de ornamento a lo largo de todo su vasta corpulencia. Un par de alerones verticales que emergían de sus hombros y que le llegaban a la cima del cráneo lo mantenían acoplado a los dos muros laterales que bordeaban el gigantesco hangar.


    —¡Maldita sea! ¡Ya no lo soporto más, estoy harto de tantas estupideces!— explotó finalmente el joven Ikari, azotando su cuadernillo contra el piso, histérico —¡Díganme de una vez qué putas estoy haciendo aquí y qué es lo que quieren de mí!

    —Shinji, sé que todo debe estar pasando muy rápido para ti y que no te esperabas nada de esto— acotó Ritsuko, alzando su mano frente a él como si quisiera apaciguar a una bestia herida —Sólo intenta conservar la calma y permite que te explique la situación. Lo que tienes delante de ti es el Arma Humanoide Multipropósito con nombre clave: Evangelion, la cúspide de toda nuestra tecnología. Todas las esperanzas de salvación de la humanidad residen en esta máquina…

    —¿Y esto es lo que hace mi padre aquí? ¡¿Esto?!— el muchacho, pese a todo, estaba lejos de encontrarse más calmado con aquella explicación —¡¿Armas, robots gigantes?!

    —Correcto— le contestó el Comandante Ikari desde un balcón de observación que se encontraba en lo alto del hangar. A pesar de la distancia, su voz grave, ronca, se distinguía fuerte y claramente, como si estuviera hablando por un micrófono —Nuestro trabajo aquí es salvar al mundo…

    Aunque Shinji no lo había visto ni había tenido contacto con él en todos esos años, reconoció casi de inmediato a la persona que le estaba hablando: era su padre. El mismo que lo había abandonado sin más toda una década, como a un bulto viejo e indeseado, y el mismo que lo había hecho venir hasta ese lugar, en medio de toda esa locura infernal que se había desatado allá afuera. Finalmente el jovencito podía decir aquellas palabras que desde hace mucho tiempo le tenía reservadas, que durante todo el largo transcurso de aquél día esperó por pronunciar, desahogando así años enteros de mudo y resignado rencor:

    —¡Por fin tienes las agallas para mostrarte, viejo miserable!

    Las mujeres palidecieron con la súbita transmutación del muchachito nervioso al que habían escoltado hasta hace unos momentos al energúmeno salvaje que ahora tenían enfrente. Su padre solamente arqueó una ceja, para luego soltar casi suspirando:

    —Vaya que ha pasado el tiempo…

    El único recuerdo que tenía de su vástago era el de un parvulito llorón que aún seguía mojando los pantalones y no podía limpiarse la nariz solo. Muy poco que ver con el joven que en ese entonces le reprochaba airadamente su abandono y lo fulminaba con su colérica mirada. Había sido buena idea poner esa barrera física de por medio para su reencuentro.

    —¡Diez años, bastardo infeliz! ¡¿Cuál es tu excusa para haberme botado como a un perro?!— rugió el chiquillo, dando salida a la rabia acumulada en su interior por tanto tiempo.

    —Aún no es el momento para hablar de eso, ahora no tenemos tiempo que perder con tus berrinches— respondió el hombre del balcón, pasando del desplante adolescente —Debemos activar la Unidad Uno antes que el enemigo ubique nuestra posición…

    —No puede ser— musitó Misato, incrédula —¡Tienen que estar bromeando! ¿En verdad piensan activarla?

    —No nos queda otra opción— respondió Akagi a su lado, tajante.

    —¡¿Y cómo piensan hacerlo?! ¡Por si no se han dado cuenta, ni Rei ni Kai están disponibles! ¡No tenemos pilotos!— continuó Katsuragi haciendo alarde de su escepticismo, pensando que todos los que la rodeaban habían perdido la razón.

    —Tenemos uno aquí, justo entre nosotras— pronunció Ritsuko clavando su avispada mirada sobre las desprevenidas espaldas del muchacho.

    —¡¿Shinji?! ¡Están locos de remate!

    Al escuchar su nombre el jovencito se volvió enseguida, mirando a las mujeres con expectación y desconocimiento, su cara aún encendida por la rabieta que acababa de hacer.

    —¿De qué están hablando?— preguntó, pensando que había escuchado mal.

    —Shinji Ikari, te necesitamos— dijo entonces la Doctora Akagi, señalando la maquinaria frente a ellos —Eres el único en este lugar que podría pilotear el Eva 01, nadie más que tú puede hacerlo.

    —¡Es imposible!— intervino de nuevo Misato —¡A Rei, nuestra única piloto con experiencia, le tomó más de tres meses alcanzar una sincronización aceptable con su Eva! ¿Qué les hace pensar que este pobre chico, sin ninguna clase de entrenamiento, podrá lograr lo que ella no?

    —Lo único que te pedimos es que lo intentes, Shinji, nada más que eso— la mujer de corto cabello rubio ignoraba deliberadamente a su descreída compañera —Puede que no lo consigas, pero aún así debemos hacer el intento… es la última esperanza que nos queda…

    —Pero…

    Antes que la Capitán Katsuragi pudiera protestar nuevamente Akagi hubo de encararla de una vez, esgrimiendo sus mejores argumentos:

    —Dígame entonces, ¿qué otra opción tenemos, capitán? Con nuestros recursos actuales jamás podremos detener el ataque del ángel. Sólo nos queda subir al Eva 01 a la persona que más probabilidades tenga de activarlo y esperar que así suceda, por muy remoto que esto pueda ser…

    La mujer de largo cabello azabache no tuvo más remedio que callar, derrotada. Las razones expuestas por su acompañante fueron contundentes, pero aún así todo le resultaba un disparate improvisado. Si todo su ingenioso plan consistía en subir a un infante inexperto para que tripulara el arma más poderosa hasta entonces desarrollada, para enfrentar a la criatura que amenazaba su existencia, entonces todos podían darse ya por muertos.

    Por su parte, habiéndose mantenido ajeno al intenso debate hasta entonces, Shinji era quien tenía la última palabra en aquél asunto, tal y como se lo hizo saber a su padre cuando le reclamó a viva voz:

    —¿Por esto? ¡¿Por esto es a lo que querías que viniera?! ¡¿POR ESTO?!

    —Te llamé porque te necesito… ¿pues qué estabas esperando?— respondió su padre, empezando a cansarse de los dramas y pataletas de su muchacho —Si hubiera podido evitar todo esto, jamás hubieras vuelto a saber de mi… pero tú puedes hacer algo que sólo muy pocos son capaces…

    —¡¿Pero qué mierda tienes en la cabeza, pedazo de imbécil?! ¡¿Luego de diez años de no saber de ti, esperas que en cuanto te vea me suba a tu armatoste para jugarme el pellejo, sólo porque me lo pides?! ¡Estás mal!

    —¡Ya es suficiente, mocoso idiota!— bramó el Comandante Ikari, acallando al muchachito y petrificando a todos los demás en su lugar —¡Me tienes harto con tus lloriqueos! ¡¿Quién te crees que eres, para hablarme de esa manera?! Dices que te abandoné, y si así fue, ¡¿entonces quién ha estado pagando por tus alimentos, por las ropas que vistes, por el techo bajo el que duermes y la escuela a la que asistes?! ¡No eres más que un chiquillo estúpido que no sabe nada de la vida, no te creas la gran cosa! ¡Aún te falta mucho para que puedas reclamarme por algo! ¡Ahora, si te vas a subir, hazlo de una buena vez, ó de otra forma lárgate de mi vista y deja de desperdiciar mi tiempo, inútil bueno para nada!

    Un silencio sepulcral se apoderó entonces de aquél enorme espacio. Los ecos de las últimas palabras de Ikari aún resonaban a través de las imponentes paredes que les rodeaban. Incómodas, pero de igual modo compadeciéndose de aquél pobre muchacho, las mujeres apartaron la mirada. Un nutrido grupo de técnicos enfundados en trajes naranja que aguardaba instrucciones con toda clase de equipo y herramientas hicieron lo propio. Todos ellos habían presenciado el áspero diálogo que se suscitó entre padre e hijo durante su reencuentro, sin tener que haberlo hecho, pero ahora podían dar cuenta de la difícil relación que sostenían aquellos dos. No obstante, la gran mayoría de los ahí presentes habían perdido a algún ser amado durante y después de la hecatombe global. Sabían bien el dolor que producía la ausencia de un ser querido ó lo que significaba crecer sin el cuidado de sus padres. Había, de momento, cosas más urgentes que hacer que conmiserarse de aquél jovencito, y él mismo era quien debía darse cuenta de ello.


    Un violento temblor sacudió todo el Geofrente, anunciando la llegada del monstruo a las inmediaciones. En la superficie una poderosa explosión que se elevó por el firmamento formando una cruz arrasó con una manzana entera de la ciudad que tenían encima de ellos, dejando una larga y profunda cicatriz que comenzaba a exponer las placas de blindaje que cubrían sus cuarteles. En la cima de las colinas que bordeaban la metrópoli un destello alumbraba el deforme rostro de la criatura y sólo eso bastaba para que un nuevo estallido ocurriera justo en el mismo lugar, aumentando el daño al camuflaje y protección de las instalaciones subterráneas. De seguir con su ataque, en muy poco tiempo quedarían completamente expuestos.

    —Ya está aquí— observó el comandante, alzando la mirada mientras mantenía el equilibrio en medio de la violenta sacudida que amenazaba con tirarlo al piso.

    —Shinji, ya no queda más tiempo— dijo Ritsuko, en un tono casi suplicante —Debes decidirte, ahora mismo…

    El joven buscó entonces con la mirada a aquella mujer que en primera instancia lo había arrastrado hasta ese manicomio, como queriendo encontrar alguna clase de apoyo en ella. La respuesta de Katsuragi fue clara y concisa:

    —Tendrás que hacerlo— admitió, cuando se cruzaba de brazos —Debes hacerlo, eres el único que puede…

    —¡Es ridículo! ¡Completamente absurdo!— pronunció el muchacho, desesperado al encontrarse completamente acorralado —¡Sólo soy un simple estudiante de secundaria, nunca he hecho algo como esto! ¿Porqué diablos tengo que ser yo, yo precisamente?

    —Créeme, si en este lugar hubiera alguien más que pudiera subirse a esa cosa, ni siquiera hubiéramos pensado en pedírtelo— le dijo entonces Misato, inclinándose un poco para quedar a la altura del chiquillo —¿Cuál fue la razón por la que viniste aquí, en primer lugar? Seguro que querías arreglar de una vez por todas tus asuntos pendientes con tu padre, ¿no es así? Pero para lograrlo, debes dejar de escapar. Deja de huir de la sombra de tu padre, pero sobre todo deja de huir de ti mismo, Shinji…

    —¡¿Y eso qué cuernos significa, Misato?!— reclamó airadamente el jovencito, haciendo aspavientos en el colmo de su frustración —¡¿De qué libro de autoayuda sacaste esa estúpida patraña? ¡No hay algo que ustedes ó mi padre puedan decir que me vaya a convencer de subirme a ese montón de chatarra para que me mate esa cosa de allá afuera! ¿Me oyeron bien, todos? ¡Nada!

    —Shinji, tal vez no lo parezca así en estos momentos, pero el futuro de la humanidad está en juego en este lugar— intervino Ritsuko, tratando de usar la razón para coaccionar al muchachito —Si estas instalaciones son destruidas significaría entonces el fin inevitable de todo el mundo…

    —¡Al carajo la humanidad y todo el maldito mundo! ¡Al carajo con todos, que se jodan! ¿Dónde han estado el mundo ó la humanidad cuando los he necesitado? ¿Qué han hecho por mí los seres humanos ó esta mierda de planeta? ¡Por mí todos pueden irse al diablo, y si en eso yo voy incluido mucho mejor! ¡Merecemos que un bastardo gigante nos aplaste a todos! ¡A ustedes por haberme traído hasta aquí y a mí por ser tan imbécil en dejarme convencer! ¡Así ya no tendré que seguir soportando tanta estupidez de esta vida tan mierda!


    Gendo volvió entonces el rostro, asqueado con aquella escena. Si bien antes el chico le resultaba indiferente producto de su nula convivencia, ahora que ya había tenido trato con él tenía razones de sobra como para admitir que su propio hijo le desagradaba bastante. Era sumamente inestable, débil y emocional a más no poder, toda una reina del drama. Le costaba creer que compartiera la misma sangre con aquél esperpento. Haciendo uso de un dispositivo cercano abrió un canal de comunicación directa con la sala de mando.

    —Fuyutski— se dirigió entonces a aquel enjuto hombre que parecía ser su mano derecha en tantos aspectos —¿Cuál es la posición actual de Rivera?

    —Su aeronave aún está por ingresar a aguas territoriales. Aún a máxima velocidad, su tiempo estimado de arribo es de más de treinta minutos— informó su alterno —Para entonces este lugar sólo será un triste recuerdo…

    —En ese caso hay que despertar a Rei.

    —¿Está seguro de que podemos usarla, en sus condiciones?— pronunció el avejentado sujeto, incrédulo.

    —Por lo menos aún no está muerta— sentenció el hombre barbado.


    El enlace solicitado se abrió de inmediato para que Ikari pudiera dirigirse entonces a la persona del otro lado de la línea:

    —¿Rei? ¿Estás ahí?

    —Sí, señor— contestó una voz suave y calmada, con un timbre algo juvenil pero dulce como miel, toda una caricia auditiva.

    —Tendrás que disculparme, Rei. Al parecer, no hay ni un solo hombre que pueda sustituirte. El nuevo piloto resultó ser una absoluta decepción. Deberás pilotear el Eva 01.

    —Sí, señor— asintió sin más aquella jovencita que permanecía aún en el anonimato.

    —¡Reconfiguren el sistema de la Unidad 01 para que Rei pueda utilizarlo!— le ordenó Ritsuko a la cuadrilla de técnicos a su alrededor, una vez que tuvo la confirmación tácita del jefe de la operación —¡Vuelvan a reiniciar todo!

    —Todos los procedimientos actuales han sido suspendidos— pareció contestarle una voz femenina por medio del sistema de bocinas —La reconfiguración del sistema ha dado comienzo…

    Los ojos del Eva se apagaron en esos momentos, quedando los orificios por los que se asomaban en su casco en oscuridad total. Todos los presentes se abocaron en el acto a desempeñar sus funciones requeridas para el nuevo proceso solicitado. El personal técnico se volcó sobre sus estaciones, herramientas y demás enseres de trabajo, mientras que Misato y Ritsuko se enfilaron a supervisar las áreas que cada cual tenía a su encargo. Solamente el joven Ikari y su padre se encontraban sin tareas que desempeñar en aquel tumulto, dedicándose de momento a mirarse hostilmente el uno al otro.

    “Lo sabía… en el momento que supieron que no podrían sacar nada de mí, todos vuelven a ignorarme y a hacerme a un lado. Lo único que quieren las personas es sacar algún provecho de mí. Siempre es lo mismo…” tales eran los oscuros pensamientos que bullían en la cabeza de Shinji en aquellos instantes. “Si es así, no tengo problema, todos nos podemos ir al demonio…”


    Las puertas de ingreso se abrieron de súbito para dar paso a vario personal médico que iba empujando una camilla como si se tratara de un carrito de carreras. Aún con todo el bullicio que producían al avanzar, el muchacho pudo entrever al paciente que trasladaban cuando pasaban a su lado, casi atropellándolo. Su sorpresa fue mayúscula al ver convaleciente a la misma jovencita que apenas unas horas antes había visto de lejos en aquella estación de tren. Sus rasgos tan únicos y peculiares eran inconfundibles, se trataba de la misma persona que había avistado con anterioridad, aunque su estado presente estuviera bastante deteriorado. Postrada sobre la camilla la malherida muchachita parecía una vieja muñeca de trapo, remendada a más no poder con una gran cantidad de vendajes que cubrían varias partes de su cuerpo, siendo los más notorios los que tenía colocados sobre la cabeza y su ojo derecho, así como en ambos brazos. Iba ataviada con un extraño y ajustado traje sin mangas de color blanco, similar al de un buzo, pero con equipamiento y dispositivos que Shinji jamás había visto. Sus miradas se cruzaron por una fracción de segundo, y si acaso la chiquilla lo reconoció su rostro no reflejó emoción alguna como para indicarlo.


    Atónito, observaba a la distancia como las enfermeras ayudaban a su paciente a incorporarse, no sin hacer un gran esfuerzo de su parte, como delataban sus constantes resoplidos y su marcada dificultad al respirar. El dolor que le provocaba realizar cualquier clase de movimiento era evidente, tal como lo mostraban todas las muecas de sufrimiento en su rostro; todas ellas de forma silenciosa, pues en ni una sola ocasión aquella enigmática joven soltó queja alguna.


    Por encima de donde se encontraban, el monstruo recrudecía sus embates. La oscuridad del firmamento nocturno se vio disipada por la luz producida por los varios incendios que el coloso provocaba con cada agresión, en su afán de desenterrar a su presa. Un nuevo estallido tuvo lugar, con mucha más potencia que todos sus antecesores, logrando atravesar de una vez por todas las placas de blindaje que protegían a los cuarteles como una concha. Pedazos de escombro del tamaño de edificios de cuatro pisos caían desde el techo de la bóveda, impactándose contra las desprevenidas instalaciones como lo hubieran hecho misiles de largo alcance. Las ondas de choque resultantes produjeron a su vez movimientos mucho más intensos que cimbraron inclusive el hangar subterráneo donde se encontraban en aquellos instantes. La sacudida tomó por sorpresa a propios y extraños, cayendo varios de ellos de rodillas ó de cabeza directamente a la piscina de la sustancia rosa. La peor parte sin duda la llevó la joven paciente, al volcarse la camilla que la trasladaba justo sobre de ella, por si no hubiera bastado la fuerte caída que se llevó antes al haberse estrellado contra el piso. Tal incidente hubiera sido bastante doloroso de haber estado en su mejor forma, pero en sus precarias condiciones simplemente era una auténtica agonía, como constataba el lastimero quejido que finalmente se le salió.

    Antes que cualquiera pudiera hacer el intento por auxiliarla unas enormes lámparas que colgaban del techo cedieron al violento tremor y acabaron por desprenderse, cayendo en trayectoria directa a donde se encontraban el joven Ikari y aquella desvalida muchacha. El destino inevitable había llegado para ambos, quienes morirían juntos sin siquiera haberse llegado a dirigirse la palabra. Ó es lo que hubiera tenido que suceder, de no ser por la inesperada intervención del Evangelion, quien alzando su antebrazo había creado una barrera que protegió a los chiquillos de la mortal lluvia de escombros. El que lo hubiera hecho estando completamente desactivado, y sin un piloto a bordo era sencillamente inaudito, tal como lo hicieron ver la estupefacta Doctora Akagi y todos los demás testigos:

    —¡Se movió! ¡¿Vieron eso?! ¡El Eva se movió!

    —¡Desprendió completamente los seguros que tenía instalados en el brazo!

    —¡Es imposible!— vociferó Ritsuko, fuera de sí —¡La Cápsula de Inserción nunca fue colocada, no debería poder moverse por sí mismo!

    Lo que para otros era motivo de alarma y asombro, para Misato era una señal inequívoca del rol que debía desenvolver aquél perturbado jovencito en la trama de la que todos ellos formaban parte. “La máquina reaccionó aún sin su interface instalada, sólo con el propósito de protegerlo” pensaba complacida mientras observaba al chiquillo mientras corría al encuentro de la joven postrada. “No hay duda, Shinji tiene que ser el piloto…”


    Ikari sostuvo a la muchachita en sus brazos, sin saber qué hacer para ayudarla y también ignorando que al sujetarla de ese modo la lastimaba mucho más de lo que la podía confortar. La joven se retorcía adolorida, resoplando lastimeramente. Shinji se percató entonces que alguna de sus heridas se había abierto de nuevo, al tener la mano manchada con su sangre. Quizás por obra directa de su cercanía física ó por la angustia del momento, sus pensamientos se vieron completamente abocados a ella. Había algo en su persona que le resultaba inusitadamente familiar, que le hacía sentir una extraña conexión con la muchacha. Ó tal vez era que su singular apariencia le resultaba sumamente atractiva. De cualquier modo, un repentino cambio operó en su determinación, previamente inquebrantable, inconmovible. Si bien había declarado que todo mundo podía irse al diablo, nunca había considerado que tal acontecimiento incluiría también a esa jovencita que le parecía tan pura, valiente y libre de toda culpa, que nunca le había hecho daño. Ahora su preocupación inmediata era protegerla, cuidar que ninguna clase de mal cayera sobre ella. Y si para hacerlo tendría que salir a trenzarse a golpes con un monstruo del tamaño de un rascacielos, tripulando un cachivache mecánico de las mismas dimensiones y cuyo funcionamiento desconocía por completo, pues así lo iba a hacer. Puede que incluso le serviría para que el idiota de su padre se tragara sus palabras. Ó si es que llegaba a morir, seguramente que todos se sentirían muy mal por haberlo puesto en esa situación, y él por fin se vería librado de tener que lidiar con ese atajo de cretinos dementes. Enseguida le hizo saber su resolución a todo mundo, gritando a viva voz:

    —¡Está bien, está bien! ¡Voy a hacerlo, maldita sea! ¡Voy a subirme a su estúpido robot!


    Los arduos y laboriosos preparativos para el lanzamiento comenzaron de inmediato, con la celeridad que la situación requería cuando su aterrador enemigo asomaba ya las narices sobre su escondrijo. Mediante todo un sistema de canales la monumental piscina del tamaño de una presa eléctrica que albergaba al Eva 01 fue vaciada por completo en un periodo de tiempo relativamente corto.

    —El proceso de descongelación ha finalizado.

    —La posición para el acoplamiento con la catapulta de lanzamiento es correcta.

    Donde quiera que uno plantara pie en aquella instalación podría escucharse el mismo tipo de barullo y parloteo. En la sala de controles de la operación incluso era ensordecedor, pero aún así la voz y el tono cordial de Maya Ibuki se podía distinguir con claridad:

    —La señal para introducir la Cápsula de Inserción ha sido enviada— Ibuki era una joven y menuda oficial técnica que hacía las veces de asistente de la Doctora Akagi, quien en esos momentos la vigilaba detenidamente a sus espaldas —Tenemos permiso para continuar.

    —Enterado. La cápsula está en posición para el acoplamiento.

    Una enorme grúa hidráulica dispuesta sobre el techo del hangar sostenía con su brazo un largo cilindro metálico con puntas redondeadas, la así llamada y tantas veces referida “Cápsula de Inserción”. En su interior se encontraba la cabina del piloto del Evangelion, a la cual el joven había ingresado mediante una escotilla especial dispuesta en el centro de aquel dispositivo. El gigante de acero contaba con una entrada en una estructura similar a la columna cervical del ser humano, justo en el punto donde se encontraba la nuca; cubierta la mayor parte del tiempo por una compuerta retráctil, en dicha entrada ó enchufe la cabina era introducida a rosca mediante el brazo de una grúa. Una vez que la cápsula fuera completamente introducida, la compuerta se cerraba, quedando establecido el control del piloto sobre su robot.

    —La cápsula ha sido colocada. La primera conexión puede dar inicio.


    Dentro de aquél novedoso aparejo cilíndrico el joven Ikari hacía un esfuerzo por mantenerse tranquilo y acostumbrarse como pudiera a la absurda situación en la que se hallaba metido. La cabina en la que había tomado asiento, afortunadamente, era mucho más sencilla de lo que hubiera pensado en un principio. Había muy pocos instrumentos dentro de ella, al punto de estar completamente vacía a no ser por unos cuantos elementos que se hallaban a simple vista: un cómodo asiento adaptable con diversos controles, entre los que destacaban dos gatillos manuales dispuestos a ambos lados. En el curso de introducción más que rápida que le había impartido Ritsuko antes de subir a bordo, se le había especificado que los pilotos debían tener la capacidad de "sincronizarse" con el Eva para poder controlarlo. Dicho control se realizaba directamente por el pensamiento, a través de una compleja interface de la que eran parte unos dispositivos que debía colocarse en la cabeza, llamados “Clips A10” y que a él le habían parecido parte de un ridículo disfraz con orejas de gato. Acciones complementarias se realizaban a través de comandos accionados por la voz, en conjunción con el propio pensamiento, aunque en la mayoría de los casos tales procedimientos eran ejecutados por el personal deNERVde forma remota, por lo que tampoco debería preocuparse gran cosa por esos menesteres.

    Justo cuando el muchacho comenzaba a pensar que las cosas no pintaban tan mal después de todo, la voz de la Doctora Akagi interrumpió sus cavilaciones:

    —Comiencen con la inyección de LCL dentro de la Cápsula de Inserción.

    —¿Inyección?— preguntó el jovencito, nervioso, temiendo ver salir un sinnúmero de agujas que se clavarían en su cuerpo —¿Qué quiere decir con…?

    La sensación de sus pies mojándose lo interrumpió de tajo, alertándolo sobre la inminente inundación que se llevaba a cabo dentro de la cabina. Sin darle tiempo de reaccionar una sustancia ambarina empezó a llenar el interior del cilindro donde estaba hecho prisionero, sin ninguna oportunidad para escapar. En su desesperación, literalmente con el agua hasta el cuello, llegó a pensar que todo aquello no había sido más que una elaborada farsa para conducirlo a esa trampa mortal, todo para el insano entretenimiento de algún maniático demente. ¡Pero qué estúpido había sido! ¡Monstruos y robots gigantes! ¿Quién, en su sano juicio, podría creer eso? “¡Sabía que estos hijos de puta me querían matar!”

    Shinji estaba seguro que aquél sería su último pensamiento, sin embargo la voz de Ritsuko a través de la radio interna lo sacó de su error.

    —No tienes que preocuparte— tuvo que instruir la mujer de cabello rubio, al ver la ridícula expresión del chiquillo mientras contenía la respiración lo más que podía —Una vez que tus pulmones se llenen con el LCL la sustancia les suministrará oxígeno directamente. Puede que sea algo raro al principio, pero no tardarás en acostumbrarte.

    El puro instinto, y no las explicaciones de la científica que a él sólo le habían parecido más mentiras descabelladas, hizo que el joven abriera la boca en busca del preciado oxígeno. Grande fue su sorpresa al corroborar en carne propia los dichos de la doctora.

    —¡Qué asquerosidad!— exclamó el muchacho, una vez que pudo respirar a sus anchas dentro de aquella cosa rara, sintiéndose pez en un sucio estanque.

    —¡Ya estás grandecito, así que aguántate!— le contestó Misato en el acto, dispuesta a no permitirle encontrar excusas para luego arrepentirse.


    Afuera, otra grúa había acoplado en la espalda del descomunal aparato el dispositivo que le suministraría energía eléctrica para su funcionamiento, la cual era conducida a través de un extenso cable de varios metros de ancho.

    —El suministro de energía ha sido conectado.

    —Transmitan la corriente a todos los circuitos.

    —Enterado.

    En cuanto el fluido eléctrico ingresó a los sistemas del robot varios mecanismos hasta entonces inertes se activaron, listos para el despegue, entre ellos el sistema audiovisual de la cabina. Ante los impávidos ojos del joven Ikari el interior de su alojamiento se deslumbró con luces multicolores que amenazaban con provocarle una convulsión, para luego detenerse abruptamente y mostrarle una imagen detallada de todo cuanto ocurría en el mundo exterior.

    —Mucho mejor que una pantalla IMAX— susurró el chiquillo, impresionado.

    En tanto, Ritsuko y su subordinada revisaban las columnas de cifras y lecturas que llegaban hasta sus estaciones.

    —El segundo contacto ha dado comienzo, Doctora…

    —Ajusta el japonés como el lenguaje predeterminado para el sistema principal, todos los demás contactos iniciales están correctos.

    —Conectando todas las líneas mutuas. El radio de sincronía es de 43.3%

    —¡Excelente! ¡Mucho mejor de lo esperado!

    —Todos los valores armónicos entran en el rango promedio, los sistemas están bajo control.

    Akagi sonrió discretamente, complacida con los resultados que acababan de obtener, y así se lo hizo saber a la Capitán Katsuragi, alzando su pulgar derecho en señal de victoria:

    —¡Podemos hacerlo!

    Misato asintió con la cabeza, tomando una nota mental para disculparse con la científica por haber dudado de ella, una vez que las cosas estuvieran bajo control. En esos momentos tenía cosas más urgentes por las que preocuparse, como el inminente conflicto que se avecinaba, para el cual debían estar listos cuanto antes.

    —¡Alístense para el lanzamiento!— ordenó con voz de trueno, para que a su demanda los procedimientos necesarios para efectuar dicha acción fueran iniciados.

    Enseguida, los muros que conformaban el hangar del Eva 01 comenzaron a apartarse el uno del otro, al igual que el puente sobre el que unos minutos antes tuvo lugar la escena protagonizada por el acongojado Shinji Ikari. Libre de su confinamiento, el robot se alzaba imponente a la vista de todos los empleados, quienes eran pocos los que la habían visto en todas sus dimensiones y toda su majestuosidad. La sola contemplación de aquél portento tecnológico hacía sentir a cualquiera frágil e insignificante en comparación.


    Una plataforma móvil bajo los pies del titán lo condujo hasta el sitio de lanzamiento, donde era acoplado de espaldas a un par de rieles electromagnéticos que conducían a toda una serie de túneles superiores que conectaban hasta la ciudad encima de ellos.

    —La ruta está trazada y despejada— informó Maya inspeccionando los planos de los túneles y el camino predispuesto para el Evangelion fuera catapultado a la superficie.

    —Estamos listos para el lanzamiento— completó la Doctora Akagi.

    —Solicito permiso para el despegue, Comandante Ikari— Misato hubo de voltearse para poder buscar con la mirada al susodicho, quien durante todo ese tiempo había tomado asiento en su puesto sin decir gran cosa, limitándose a observar detenidamente todos los preparativos inclinándose sobre su escritorio y apoyando la barbilla en sus manos entrelazadas.

    —Permiso concedido— respondió el hombre barbado, para luego acotar —Después de todo no tendremos futuro si no vencemos a los ángeles.

    —Disfrutas de todo esto, ¿no es así, Ikari?— aún cuando no pudiera ver su gesto satisfecho, oculto por sus manos, el viejo Profesor Fuyutski conocía a su compañero lo bastante como para saber su estado de ánimo sólo con la entonación de sus palabras, a lo que espetó amargamente —Seguro que estás pasando el tiempo de tu vida, infeliz…

    —¡Lanzamiento!— a la señal de Katsuragi la plataforma del Eva fue rápidamente despedida a través del complejo sistema de túneles que le aguardaba.

    Víctima de la velocidad por la que se desplazaba y la fuerza de gravedad que buscaba impedirle su ascenso, el cuerpo de Shinji se vio estrujado contra su asiento, envuelto en la pugna entre dos fuerzas opuestas. Su aliento se le escapó y la respiración comenzó a hacerle falta, por lo que un grito de pánico quedó ahogado en su garganta.


    En el exterior, lenta pero decididamente, deambulaba por las calles de la solitaria urbe la criatura a la que todos en NERV llamaban “ángel”, sin temor aparente a todas las implicaciones religiosas que tal denominación conllevaba. Sus largos y deformes brazos oscilantes colgaban de un costado a otro conforme a sus pasos, que lo dirigían al enorme boquete que había producido con su intenso bombardeo, justo en medio de la indefensa metrópoli y que seguramente utilizaría para su infiltración al misterioso complejo subterráneo.


    Al doblar en una esquina se topó con unas inmensas compuertas a nivel del piso que se abrieron en el acto, escupiendo de entre sus fauces la lanzadera del Eva 01, que detuvo su frenética carrera de tajo con un seco rumor. El robot y el monstruo quedaban así cara a cara por vez primera, en un curso de colisión directa, inevitable.

    El joven Ikari apenas volvía a poner sus intestinos en su lugar, habiendo concluido su vertiginoso paseo, cuando de nueva cuenta sus entrañas se revolvían nerviosamente con la sola visión de aquella aberración horripilante frente a él que se acercaba a su encuentro sin vistos de amilanarse. Quizás, concluyó luego de una rápida reflexión después de la cual tuvo que tragar saliva, quizás aquello no había sido tan buena idea, después de todo.
     
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  3.  
    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

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    Finalmente tuve el atrevimiento para subir esta historia, aún no estoy del todo seguro que sea el foro correcto, pero por más que busqué no encontré un apartado especial para fanfics de Evangelion. Si es que lo hay, en algún lugar de este sitio, ofrezco una disculpa por las molestias que mi error pueda causar.

    En lo que se refiere a la historia en sí, como podrán ver los capítulos serán bastante extensos y quizás sea una perdida de su tiempo leer todo esto, si es que acaso no gustan de este tipo de tramas y personajes. Aún así, agradezco desde este momento a todo aquél que se tome la molestia de leerlo, toda crítica o comentario será siempre bienvenido.

    Cabe aclarar que anteriormente me ha sido señalado que la historia contiene un personaje del tipo "Mary Sue, Marty Stu, Gary Stu" o como prefieran llamarlo, así que si no gustan de esos personajes sería mejor evitarse un disgusto y ni siquiera lastimas sus ojos con este bodrio. Y si en algo transgrede las reglas de este sitio, siéntanse en libertad de reportarlo para que sea borrado. De cualquier forma aprecio su distinguida atención, queridos colegas =)
     
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  4.  
    Mikasa Ackerman

    Mikasa Ackerman Entusiasta

    Aries
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    Hola..¡¡
    Me alegra que la hayas subido, es un fic muy largo, pero me ha gustado demasiado...
    la trama que metiste es realmente buena, hablando que en el tema de "NGE", puedes meter realmente
    muchos recursos, (me pregunto tu fic tendrá final, o sera como en las pelis)
    hehe ok´no pero espero y tenga partes asombrosas como en el mismo anime...
    finalmente..me gusto... este fic.. y esperare ansiosa el siguiente cap..
    p.d.. si hay un lugar donde ponerlo, pero no se quien te lo pueda cambiar
    por si las dudas te paso el link de donde debería ir, (wow me sorprende nadie ha publicado nada)
    Bueno adiós, espero seguir leyéndote....cuídate sayonara...

    Fanfics sobre Evangelion
     
    Última edición: 23 Mayo 2014
  5.  
    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

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    ¡Hola! Gracias por el comentario y por la información, la verdad estuve buscando en el índice alfabético y no vi disponible la letra "E" de Evangelion, así que solamente asumí que debía estar en este apartado de temática libre... tendré que preguntar a alguien del staff como hacer para moverlo a donde corresponde, espero no seguir metiendo la pata... gracias por todo, y también por seguir! =)
     
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  6.  
    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

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    Título:
    El Proyecto Eva
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    28
     
    Palabras:
    21004
    Capítulo Dos: "La Bestia"

    “How can you see into my eyes like open doors?


    Leading you down into my core

    where I’ve become so numb…

    Without a soul my spirit sleeping somewhere cold

    until you find it there and lead it back home…


    (Wake me up)

    Wake me up inside

    (I can’t wake up)

    Wake me up inside

    (Save me)

    Call my name and save me from the dark

    (Wake me up)

    Bid my blood to run

    (I can’t wake up)

    Before I come undone

    (Save me)

    Save me from the nothing I’ve become…”


    Evanescence

    “Bring me to life”


    La oscuridad desaparece mientras el sol anuncia su llegada con los primeros rayos de luz, que triunfantes vencen a la noche, cortándola en tiras hasta convertirse en el alba. Los animales despiertan y se preparan para hacer sus actividades diarias, mientras los habitantes de Tokio 3 aún siguen descansando, los que pueden, mientras que otros se percatan de los daños ocasionados hace apenas unas horas. Bonita manera de despertar, con toda tu propiedad en pedazos, encima de tu cuerpo malherido. Las sirenas aún siguen resonando y haciendo eco entre los rascacielos del centro, lugar donde se llevó a cabo el evento. Cómo si lo de anoche hubiera sido tan sólo un mal sueño, que se disiparía con el calor del nuevo día, la gente despierta sólo para encontrarse cara a cara con una horrible pesadilla. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Cuándo fue que la decisión de regir nuestros propios destinos nos fue arrebatada de las manos? Soldados, médicos, bomberos, policías, periodistas, políticos y todo aquel que estuviera presente ó involucrado de alguna manera con el siniestro, todos ellos se observaban los unos a los otros, cómo si en realidad hubieran proferido esas preguntas, que eran las obligadas. No era justo. La raza humana había pasado por tantas penurias, tantas pruebas y obstáculos, los cuales los había sorteado todos, algunos con mucho esfuerzo y sacrificio. Sólo para que, ahora, en circunstancias que todavía no alcanzaban a comprender, una vez más la supervivencia de la especie se viera en riesgo. Parecía una broma de mal gusto. Todo mundo estaba mortificado, a sabiendas que sus vidas estaban ya en las manos de otros. ¿Y cómo serían esos otros? ¿Acaso emularían los ejemplos de los antiguos superhéroes de antaño? ¿Poseían toda su moral inquebrantable, el conocimiento absoluto del bien y el mal, ese sentido de sacrificio desinteresado por sus semejantes? Eso deseaban, con todas sus fuerzas, pero ciertamente no era la verdad. Cómo insectos diminutos, comienzan a reparar sus hogares, con la horrible sensación de impotencia que esto conlleva, al saberse indefensos ante los eventos de tan enorme magnitud que se han desatado, y ante los cuales no tienen la menor oportunidad de intervenir, de meter las manos para evitar la caída con el suelo. Resignación.


    El sol, tímido y risueño, cómo un párvulo, se asoma por entre la ventana, y a lo lejos se escucha el trinar de los pajarillos, mientras el astro rey, contento y alegre, les hacía cosquillas en todas sus plumas. Aún mas lejos se pueden oír las grúas, las sirenas, las voces, el ruido, la gente trabajando y el despertar de la ciudad y sus habitantes. Un olor a medicina penetra la habitación y todo el ruido incita a abrir los ojos. Con un gran esfuerzo se abren los párpados. Poco a poco. Primero, se despegan las pestañas. Luego, se humedece la boca seca, paseando la lengua por toda ella. Se desperezan los pies y los dedos de las manos, continuando con éstas, y después con las piernas y brazos. Un bostezo corre desde la boca del estómago hasta escapar por la garganta. Se perciben las imágenes, borrosas, cómo en una lente mal ajustada. Unas vez que la enfocas, te das cuenta totalmente, por medio de todos tus cinco sentidos, del mundo que te rodea, y es cuando concluyes que has sobrevivido una vez más. Estás vivo, pese a que pudiste morir mientras dormías. Y se recibe al nuevo día.


    —¿Dónde estoy ?— es lo primero que pronuncia Shinji al despertar, aún entre sueños. Sigue aturdido por el extenuante ejercicio que tuvo que realizar, y el cúmulo de emociones que le tocó degustar anteriormente, hizo que se empanzara y ahora se sintiera incómodo. Tenía ganas de vomitarlas. Es difícil incorporarse, no tanto por el dolor, sino por lo difícil que es dejar los sueños. Y tener que cargar con la responsabilidad de tener que vivir la vida que te tocó vivir, y por si fuera poco, hacer algo de provecho con ella.
    Se restriega los ojos para acabar de despertarse y se da cuenta en donde está: es un hospital. De ahí el olor a medicina. A través de la puerta, penetran los murmullos de las enfermeras y demás personal médico, quienes estaban muy atareados, con una sobrecarga tremenda de trabajo; algunos habían tenido que hacer turnos dobles, para poder atender a los sobrevivientes del encontronazo entre el hombre y la divinidad. Unos tremendos gritos de dolor, de agonía, capaces de helar la sangre, lo despabilaron por completo, no sin sacarle tremendo susto. Por un momento pensó que era él el que estaba gritando. Contempla el espacio que se extiende a su alrededor. Una sola cama en medio del solitario y monótono cuarto, sin nadie a la vista. El recinto destinado para albergar al paciente estaba inmaculado, todo él pintado de blanco. ¿Por qué pintarán los hospitales de blanco? La luz que irradia el mismo color, aunada con la del sol, encandilan y despabilan a la persona, la estresan, la molestan, la hacen sentir mucho peor de lo que ya está. Aún las batas de los médicos son de ese color. Blanco brillante. Cómo si quisieran demostrar algo. Las ventanas cerradas no impiden que el sol salude con sus tibios labios al paciente. Ve su brazo con extrañeza y sorpresa, moviéndolo normalmente. Rogaba porque todo lo que sufrió hubiera sido tan sólo una pesadilla, ocasionada por un malestar gástrico. No convencido del todo, movía lentamente su brazo, y cada una de sus articulaciones, además de los dedos de las manos. Sí, era su brazo, y estaba completo y sano, muy sano. Además, todas sus extremidades estaban ahí. Nada hacía falta. Nada, salvo saber cómo era que había ido a parar allí.


    Afuera, la algarabía y la inmensidad de la vida misma continuaban, sin esperar a nadie ó sin fijarse a quien atropellaban en su imparable carrera, cómo la de una aplanadora, ó uno de los bull dozers que trabajaban en la ciudad, recogiendo escombros. Tristes, confundidos, temerosos, agotados, así se encontraban los seres humanos, pero aún así tenían que continuar el día a día, un paso a la vez. Después de un accidente, viene la recuperación, a veces muy lenta, otras satisfactoriamente rápidas, pero todas las heridas cicatrizan con el tiempo. Sin embargo quedan las cicatrices, cómo eterno recordatorio de aquel suceso. Un cráter de por lo menos mil metros de diámetro marcaba el rostro de la ciudad japonesa, justo en el centro de su territorio. El casco del Eva 01 es elevado por el aire por una grúa, de entre una pila de escombros, rodeado por edificios chamuscados. Los transeúntes, y los curiosos, al verlo, no podían evitar hacer un pequeño alto en su camino, para contemplar el tamaño del objeto, hacer observaciones sobre eso, señalarlo a sus acompañantes y soltar lo primero que se les venía a la mente: “¿Qué demonios es eso?”


    Misato y la Doctora Akagi, ajenas ambas a su incertidumbre, los observaban de lejos muy de vez en cuando, sin ponerles demasiada atención o importancia. Enfundadas cada una en un traje aislado anti-radiación de un chillante color naranja tenían entre manos asuntos mucho más relevantes que tratar, y tareas que no podían esperar para ser realizadas. Colaboraban muy de cerca con los trabajadores de las obras, y con la gente del gobierno, tanto el nacional cómo el mundial. Proporcionando datos, y a la vez preguntando por éstos, además de elaborar un minucioso control de daños en sus respectivos campos de desempeño, para elaborar un también minucioso reporte que tendrían que entregar a sus superiores sin demora alguna. A pura fuerza, las dos hacen un pequeño paréntesis para poder descansar, o siquiera relajarse un poco, ahora que podían. En toda la noche no habían dormido, y se encontraban exhaustas en extremo. El auto de la capitana, que esperaba en la banqueta, parecía un buen lugar para aliviarse un poco de sus quehaceres. Las dos se recargan en uno de los costados del vehículo, de pie y mirando de frente las obras de remoción de escombros, sosteniendo entre sus manos la parte superior de su atuendo, que incluía la mascarilla que ponían sobre su rostro cada vez que el traje debía ser sellado para entrar a un área contaminada. Sobra decir que dentro de esos artilugios el calor que las mujeres debían soportar era más que infernal.

    —¡Carajo! Pensé que todos en la ciudad habían sido ya evacuados— pronunció Misato agradecida por poder respirar aire fresco, justo cuando pensaba que caería desmayada, sofocada —¿Alguien me puede decir entonces porqué estamos todos aquí, en labores de rescate y control de daños?

    —Por desgracia, no todos hacen caso de las indicaciones que se les da, y eso lo sabes muy bien —puntualizó Ritsuko con cierto dejo de ironía en su tono —Al parecer muchas personas pensaron que la evacuación era solo una sugerencia e ignoraron todas las advertencias… ¿Quién podría haber pensado todo lo que pasaría?

    —Lo de anoche fue… fue todo, menos como había imaginado que sería nuestro primer combate real— admitió Katsuragi —Quiero decir… ¿Qué diablos fue lo de anoche? El nivel de daño fue mucho mayor a lo que se tenía contemplado, es obvio que nuestros escenarios previstos no contaban con todas las variables…

    Refiriéndose a la deplorable escena que presenciaban justo en esos momentos: todo el centro de la ciudad vaporizado, edificios completos a punto venirse abajo, la búsqueda de sobrevivientes entre esas ruinas… además, claro, de las salvajes escenas de lucha, no, de carnicería que todavía deambulaban en su memoria.

    —Deberíamos dar gracias de la enorme suerte que tuvimos— pronunció en un tono seco y reflexivo su acompañante — Ayer bien pudo haber sido el fin de todo.

    —No me agrada confiarle la seguridad de mi hermoso trasero a la fortuna— repuso Katsuragi de inmediato, sacando de su atuendo un práctico abanico con el que comenzó a refrescar su rostro perlado de sudor —La próxima vez vamos a necesitar algo más que suerte para vencer: planeación, tácticas y estrategia, eso sí que es lo mío… me niego a depender de una fiera desenfrenada que termina acabando con todo a su alrededor…

    —En ese caso tienes mucho trabajo por delante… no creo que domar a esa bestia carnicera vaya a ser cosa fácil. A decir verdad, dudo que alguien pueda hacerlo… quizás lo mejor sería tenerla sujetada para liberarla sólo cuando sea necesario.

    —Descuida, me aseguraré de amarrar bastante bien al animalejo, para que no vaya a morder ó a comerse a alguien.

    —Tu optimismo es tan refrescante como siempre…

    —¡Por supuesto! El pensamiento positivo es esencial para la vida humana…


    En eso, un gran escándalo se suscita delante de ellas. “Por Dios, espera, creo que encontré a uno” decía alarmado un hombre, que armado sólo con una pala, removía una pila de despojos, dónde antes había un edificio habitacional. No tardaron mucho en sacarlo. Cuando todos concentraron su esfuerzo en ese punto en particular, la acción se hizo con más rapidez y agilidad. El espíritu de colaboración humana, que brillaba con más intensidad en los desastres. Era algo bello, desde cierto punto de vista. En los momentos difíciles, la mayor parte en los desastres naturales, cómo lo eran los terremotos, huracanes y demás, los hombres olvidaban sus diferencias y se apoyaban y ayudaban los unos a los otros, cómo una verdadera hermandad. “no puede ser, no puede ser” se oyó que se lamentaban, cortando despiadadamente la contemplación de una de las grandes virtudes del espíritu humanitario.


    Los obreros, los trabajadores y los voluntarios, todos ellos formando un gran círculo alrededor del sitio, miraban hacia el interior de éste, impávidos, desconsolados; algunos se tapaban la boca, otros volteaban al cielo y preguntaban “¿porqué?”, unos, resignándose, se ajustaban su casco protector y se aclaraban la garganta, tomando una pose de luto. Al poco rato, sacaron en una camilla la causa de sus pesares. Sucia, golpeada, ensangrentada y amoratada, con algunos huesos rotos; desarreglada toda, cómo una vieja muñeca rota, de esas que son tan comunes de sacar de los basureros, así se encontraba ella. Sólo que no la habían sacado de un basurero, sino de lo que quedaba de lo que, hasta apenas ayer por la noche, había sido su hogar. Y no era una muñeca. Se trataba de una mujer. Una joven mujer. Una joven mujer, muerta. Una joven mujer, muerta, cuya vida había sido arrebatada violentamente. Y podría decirse que absurdamente. Pero la impresión no acababa ahí. En sus brazos, cómo si guardara un tesoro, así de celosa conservaba una pequeña cosa. Algo a lo que se aferraba con fuerza, aún en el más allá. No sin mucho esfuerzo de su parte, los rescatistas la hicieron revelar al mundo lo que tan afanosamente guardaba para sí misma. Era lo más desgarrador que un alma humana hubiera contemplado jamás. Se trataba de un pequeño bultito, que abrigaba en su regazo y en su pecho ya sin un corazón que latiera. Igual de desaliñado y desgarrado que su guardiana, maltratado por las ruinas que tenían encima. Se trataba de un infante, un recién nacido. Y entonces, se convirtió en una joven madre, muerta, cuya vida, y la de su retoño, habían sido arrebatadas violentamente. Y podría decirse que absurdamente. Al parecer, la madre, viendo deshacerse el techo y el suelo donde estaba apoyada, en lo único que pensó fue en la supervivencia del pequeño. Con su cuerpo, quiso protegerlo lo mejor que pudo de la avalancha de misiles mortíferos en los que se convirtió su edificio, al desplomarse por completo. Pero no contaba que, en su afán de salvarle la vida a su hijo, éste moriría de todos modos, asfixiado contra su maternal pecho. Todos podían imaginarse la escena, podían ver los ojos de terror de la muchacha, mientras impotente observaba cómo todo su mundo se derrumbaba en pedazos, sepultándola. Podían escuchar al bebé, luchando por un poco de aire, intentando jalar el vital gas a sus pulmones, sin éxito. Podían sentir el dolor de ambos, por igual. Su dolor, al saber que horas más tarde, ellos los encontrarían, de ese modo, tal cual cómo se despidieron de la vida. Juntos, fundidos en ese abrazo eterno.

    Las mujeres no se rezagaban en las impresiones comunes, de todos los que estaban allí presentes. Y quizá les aventajaban, sabiéndose cómplices en las circunstancias que desencadenaron este trágico desenlace. Sin decir palabra, boquiabiertas, y con el alma hecha jirones, acompañaron angustiosamente con la mirada a los cuerpos hasta la ambulancia, y a ésta hasta que se perdió de vista, en la calle. El silencio fúnebre, de remordimiento y de pesar, duró hasta mucho después de su partida. Sólo hasta entonces, Ritsuko, que seguía contemplando la calle por donde se perdió el vehículo que transportaba a los cadáveres, quedamente, casi muda, pronunció:

    —Cuidado con la bestia.

    Sin quedar claro si se trataba de una cita bíblica, ó de un aviso de cochera. La brisa matinal sopla con un gran frío sobre ellas dos, con un olor a muerte y a culpa.


    Tratando desesperadamente de alejar a los fantasmas que acechaban su conciencia, de sepultar aquellas imágenes en el olvido, y volver a tener la sangre fría, Katsuragi interrogó:
    —¿Y cómo está el muchacho?—preguntó cómo si sus pensamientos estuvieran en otra parte, muy lejos de ahí, mientras se recargaba en su auto y observaba de nueva cuenta las tareas de remoción de escombros.

    —Hace unos momentos me informaron que por fin había despertado— contestó su compañera de inmediato, agradecida por cambiar de tema —No presenta heridas externas, al parecer sólo tiene un pequeño problema con su memoria a mediano plazo...

    —¿Podrá ser… contaminación mental?—cuestionó otra vez la mujer de cabello oscuro.

    —No es algo de lo que tengamos que preocuparnos, al parecer no llegará a mayores.


    La capitana ya no pronunció ni una palabra, limitándose a asentir con un gesto de su cabeza, mientras adoptaba una pose reflexiva. Un aparato de televisión hizo acto de presencia, frente a las dos mujeres, allá con los trabajadores que habían bajado de sus grúas por sólo un instante, paralizándose todas las labores en aquellos momentos. Un vasto grupo de personas ya se había reunido en torno al aparato. El silencio entre los espectadores era tal, que aún con el volumen bajo, el televisor se escuchaba claramente.

    “...en vivo, transmitimos desde la conferencia de prensa que se está llevando a cabo desde las instalaciones de la O.N.U, aquí en Tokio 3... en estos momentos, el representante de dicha organización en nuestro país, Mayumi Yamamoto, se encuentra en el estrado...”
    Y era entonces cuando las cámaras y micrófonos pasaban a dicho personaje, quien atendió serenamente a la atención del país entero, y de algunas partes del mundo. Uniformado cómo todo buen funcionario de gobierno con un traje de vestir impecable, ojos hundidos, anteojos grandes y bastante bien peinado. Su cabello brillaba ante el fulgor de los flashes. Tranquilo, sin prisa alguna, acomodó una pila de hojas de papel que tenía en el estrado, y con la habilidad de un excelente orador, comenzó con el reporte:

    —Buenos días, damas y caballeros... se qué muchas personas estarán desconcertadas por los insólitos eventos que tuvieron lugar anoche en esta ciudad... antes que nada, permítanme informarles que, afortunadamente, el saldo de bajas fue blanco, sin reportarse ningún fallecimiento ni heridos... ahora bien, como es de todos sabido, desde hace más de diez años las Fuerzas Armadas de las Naciones Unidas se encuentran en permanente conflicto contra el grupo terrorista que se hace llamar a si mismo como el Frente de Liberación Mundial... hemos podido averiguar que, asentándose en una pequeña isla del Océano Índico, y guiados por su malévolo líder, el Doctor Infierno, enemigo jurado de la especie humana, han puesto en marcha un plan con miras de conquista global. Durante el transcurso de los meses pasados han secuestrando a grandes científicos de todo el mundo, para diseñar y construir gigantescas máquinas de guerra, a las que designaron cómo “Ángeles”. Estas armas de destrucción masiva tienen cómo propósito enfrentarse a nuestras heroicas tropas de manera autónoma, sin que ninguno de los miembros humanos de su grupo se exponga al peligro; así sembrarán el pánico y el caos por doquier, desde la comodidad de su escondrijo... es por eso que, en respuesta a esta flagrante agresión a la paz global, las Naciones Unidas han creado a NERV, una agencia cuyo único fin es el de combatir a estos mensajeros mecánicos de la muerte... NERV es una organización dependiente completamente de la O.N.U., que también se dedica al desarrollo e investigación de nuevas tecnologías...


    Siguieron las palabras huecas y las frases sin sentido: paz y seguridad perenne, imperio de la justicia y de la ley, lucha sin cuartel contra los enemigos de la vida, etcétera. Las dos mujeres decidieron ya no seguir escuchando más todo ese bonche de patrañas, diseñadas para mantener tranquila y a raya a la población, apartándose del radio de alcance de la televisión.
    —Los del Departamento de Relaciones Públicas y Comunicación Social deben estar felices de por fin tener algo que hacer, ¿no?—pronunció Ritsuko, con un marcado tono de sarcasmo en sus palabras.

    —No puedo creer que la gente pueda tragarse toda esas sarta de idioteces— explicó Misato, aparentemente sorprendida—Yo jamás me lo creería...

    —Pero ellos no saben lo que tú...—le aclaró Akagi.

    —Bueno, pero la verdad es que, a pesar de todo, todos tienen mucho miedo—concluyó la mujer con rango militar, mientras veía a la muchedumbre atenta al aparato.


    Los obreros, los voluntarios, en general todos los civiles que se encontraban allí, frente al televisor, y estaban ayudando en las labores de rescate, se veían con ánimos de reclamar, de protestar, de enervarse, de indignarse, para que aquella joven mujer y su recién nacido no quedaran en el anonimato, para que no fueran basura que el gobierno escondía bajo la alfombra. Volvieron la mirada a los soldados que los rodeaban, y también a sus superiores. Se les podía vislumbrar el coraje en sus ojos. Los militares, impasibles, con la mirada fría, congelante, entendieron el mensaje, y a su vez dirigieron la vista, hacia sus superiores. Éstos, les hicieron una señal de afirmación, moviendo la cabeza verticalmente, con igual gesto de indiferencia. En el acto, con una actitud tan natural como el rascarse, los militares empuñaron sus rifles de asalto, inseparables, poniéndolos a la altura de sus pechos, También los civiles comprendieron el mensaje. Tristes, resignados, y avergonzados de su cobardía, volvieron a sus trabajos, sin tener el valor de mirarse a los ojos. Sólo quedaron la mujer y su hijo, deambulando en sus recuerdos por el resto de sus vidas. Y toda esa pequeña historia de una insurrección frustrada ocurrió sin que nadie dijera ni pío.
    Dos manifestaciones ambiguas de lo que era la humanidad, y también que eran de las más comunes. Y ambas se habían presentado con un breve intervalo de unos cuantos minutos la una de la otra. Por un lado, uno de las cualidades más nobles del hombre, creciendo cómo una flor en el pantano. Ayudarse los unos a los otros, apoyarse en los momentos difíciles, olvidar viejas rencillas y rencores para colaborar de cerca para un bien común. Y del otro lado de la balanza, se encontraba una también arraigada conducta, tan vieja cómo la historia misma. Suprimir, reprender, pisotear a otros mediante el uso de la fuerza. Y también la cobardía. La indiferencia. El miedo. Ver sólo por uno mismo. Y todo eso en una sola mañana.

    —Pues claro que debemos tener miedo...—terminó diciendo la científica de corto cabello rubio, tomando nota de aquél suceso.

    Así, el par de hembras se dio a la tarea, paradas en la húmeda banqueta, de saborear el temor colectivo que parecía hasta sentirse en el aire. Las dos lanzaron un hondo suspiro, mientras el tiempo seguía su curso.

    —Tengo que ir a recoger a Shinji al hospital— avisó Katsuragi, luego de haber contestado una llamada telefónica por su celular —Aún tengo un largo día por delante.


    Una sola palabra bastaba para definir enteramente a la persona de Gendo Ikari, Comandante encargado de NERV: adusta. Tanto en sus actitudes como en su proceder, aquél hombre era directo, bastante directo en ciertas ocasiones al punto de rayar en lo descortés, ya que de igual modo no perdía el tiempo en formalismos ó convenciones sociales de buenos modales; así mismo despreciaba los lujos y ornamentos innecesarios, lo que se reflejaba en su discreto vestir y en sus pertenencias y propiedades, como su oficina, en la que se hallaba en esos momentos. A pesar de dirigir la dependencia gubernamental con mayor presupuesto en todo el mundo, la oficina de su líder era sorpresivamente sobria, carente de cualquier clase de adorno ó comodidades. En su interior solamente se encontraba un amplio y robusto escritorio desde donde despachaba el comandante y dos asientos, uno para el dirigente y otro más para cualquiera que pasara visita por aquél espacio excesivamente austero, el cual era bastante grande en sí pues ocupaba un espacio de poco más de cuarenta metros cuadrados. Un amplio ventanal detrás del escritorio iluminaba con toda claridad las blancas paredes desnudas de aquél recinto, igualmente sin ninguna clase de cuadro que las adornara. Lo más cercano a un detalle decorativo que había en ese despacho era una reproducción del Árbol de la Vida sacado de la cábala judía, pictograma que reptaba por todo el piso del recinto. No obstante, conociendo a Ikari, la inclusión de dicha imagen en su lugar de trabajo debía tener más un fin pragmático que estético.

    En aquellos momentos se encontraba al teléfono, inmóvil como una gárgola, su pensativo semblante recargado sobre sus manos enlazadas, inclinado sobre su escritorio. Gracias al sistema de altavoz de su aparato no tenía que sujetar el auricular para sostener aquella conversación, que se estaba desarrollando en un tono bastante severo.

    —…sin tomar en cuenta que el costo de reparación de todos los daños ocasionados a la infraestructura urbana, aunado a las reparaciones que necesitan tanto la Unidad Cero como la Uno, ambas dejadas bajo su cuidado, equivaldrían la ruina financiera para varios países. Estamos hablando de cifras estratosféricas, Ikari— el timbre de su interlocutor era de una marcada molestia y reproche —Por lo que el comité no ve con tan buenos ojos que hayas puesto al mando de tu juguete a tu propio hijo. Su capacidad para manejar dicho aparato, pieza clave de nuestro plan, ha quedado en entredicho con los sucesos de anoche.

    —General Lorenz, puedo asegurarle que la designación del piloto de la Unidad Uno se debe meramente a motivos prácticos y de ninguna manera personales— repuso Gendo, sin modificar su postura un ápice —El muchacho es inexperto, por supuesto, pero tiene potencial. Ningún otro piloto ha obtenido los mismos resultados en su primera prueba de sincronía, con tan alto porcentaje. Bastará un poco de entrenamiento para que las condiciones que condujeron al evento de anoche no se vuelvan a repetir. En cuanto a las inquietudes de los demás miembros del comité, esperaba contar con su ayuda para calmar sus ánimos, General.

    —¡Ja, claro que sí lo esperabas! Descuida Ikari, sabes que tengo tu espalda cubierta en tanto sirvas a mis intereses. Además, hemos invertido demasiado tiempo y dinero en ti y tus ridículos muñecos de hojalata como para echarnos atrás a estas alturas. Sólo debes recordar que lo prioritario es el Proyecto de Instrumentalización Humana, no admitiremos ningún retraso en ese respecto.

    La mirada del comandante se enfiló entonces a uno de los rincones de su vetusto escritorio, hacia un ancho legajo de documentos apilados dentro de una desgastada carpeta color gris, con varios sellos de “clasificado” sobre ella.

    —Por supuesto, general— asintió entonces, inmutable —Sabe bien que la raza humana ya no puede esperar más tiempo…

    —Creo que está de más advertirte que tienes varias pruebas por delante, viejo amigo, el proyecto de instrumentalización sólo será una de ellas. También está ese asunto de la construcción del Modelo Especializado en Combate, que de concretarse puede poner en entredicho tu posición si es que acaso no sabes manejar todo el asunto.

    De nueva cuenta, sin alterar su pose, la vista de Gendo enfiló hacia el otro extremo del escritorio, a una pila de carpetas con el sello de las Naciones Unidas.

    —Descuide, si de algo me precio es de saber cómo convertir la adversidad en oportunidad.

    —Estaremos muy al pendiente de tu desempeño, Comandante, ten mucho cuidado…

    La persona del otro lado de la línea dio por terminada la conversación, cortando abruptamente el enlace. El hombre de la barba cerrada permaneció en su sitio varios minutos más, reflexionando concienzudamente en completo silencio. Luego se levantó y se dirigió hacia la salida de su despacho.


    Afuera de éste, Kozoh Fuyutski volvía a librar una cruenta batalla que se había prolongado demasiado para su gusto, teniendo en cuenta que su oponente era un muchacho de apenas 14 años. Pero no se trataba de cualquier muchacho, como estaba enterado desde hace mucho tiempo.

    —…y es exactamente a lo que me he referido todo este tiempo: desde que el Doctor Katsuragi los postuló, todo mundo hemos pensado en los supersolenoides tan sólo como una fuente de energía infinita…— hablaba sin cesar el joven que vestía camiseta sin mangas, bermudas y sandalias frente a él, moviendo su alfil a través del tablero de ajedrez que habían acomodado en la mesita de centro ubicada en la sala de espera frente a la oficina del comandante de NERV —…pero si llegáramos a determinar todo su potencial pienso que, con toda seguridad, podríamos utilizarlos para acceder a otros espacios, universos, incluso dimensiones superiores que hasta ahora ni siquiera imaginamos que existan… jaque, Profesor…

    —Parlotea todo lo que quieras, pero de antemano sabes que el marco teórico vigente invalida desde un principio tu hipótesis, Rivera— respondió Fuyutski, sin despegar los ojos de las piezas del juego de mesa, para al cabo de varios momentos de meticulosa planeación finalmente mover la pieza que le permitía salvar a su rey amenazado —¿Ó debería decir mejor, alucinación? Es mero sentido común, muchacho, lo que propones va en contra de todas las leyes de la Naturaleza…

    La postura rígida y solemne del viejo profesor contrastaba radicalmente con el aire despreocupado, casi desaliñado, del jovencito con el cual jugaba en un duelo de igual a igual, pese a todo.

    —¡Usted mismo lo ha dicho! “El marco teórico vigente…” Pero ya no podemos estancarnos en el mismo modelo, nos estamos dejando guiar por un sistema que ya es obsoleto cuando nos enfrentamos a un paradigma que obliga a replantear todo lo que pensamos acerca de cómo funcionan los fenómenos que ocurren en nuestro universo… ó debería decir mejor “multiuniverso”… ¿sabe acaso si ese término ya es una marca registrada ™? Es su turno, Profesor…

    —¡Típico de los jóvenes! Para ustedes es mucho más fácil construir toda una sarta de disparates fantasiosos para sustentar sus desvaríos que demostrarlos en un modelo empíricamente probado, que funciona y que sobre todo, existe. Tuviste mucha suerte de no haber sido mi alumno, Rivera, si así hubiera sido jamás hubieras obtenido tus doctorados. Jaque mate.

    —¡¿Qué diablos?!— exclamó sorprendido el muchacho, visiblemente contrariado. Fue hasta entonces que enfocó toda su atención en el juego, en lugar de exponerle sus argumentos al avejentado individuo frente a él —¡¿Cómo paso todo esto?! ¡Por supuesto que no es mate! Veamos, si muevo mi… no, entonces él tendría que… bueno, bueno, pero entonces yo podría… ¡Maldición, cómo pude ser tan imbécil!

    —Vamos, vamos muchacho— dijo Fuyutski de manera condescendiente, poniéndose en pie tan alto como era —No soy tan ingenuo, estoy muy consciente de que todos estos años me has estado dejando ganar… no es que no aprecie la inyección a mi ego, por supuesto…

    —¿Ahora quién es el que está inventando ficciones?— repuso el joven —Es usted un adversario formidable, Profesor, espero poder vencerlo algún día…


    Mientras hacía el tradicional saludo de cortesía propio de aquellas latitudes, inclinando la cabeza y el cuerpo ligeramente hacia adelante, el Comandante Ikari por fin salía de su despacho, percatándose cada cual de la presencia del otro.

    —Será mejor que dejemos la conversación inteligente para después, Profesor— dijo el muchacho en tono burlón, sin quitarle los ojos de encima al recién llegado —El señor Ikari ya está aquí y seguramente se va a sentir muy mal si no puede entender de lo que estamos hablando…

    Kozoh tuvo que hacer un gran esfuerzo para no soltar una carcajada en ese momento, en vez de eso hubo de fingir que se aclaraba la garganta. Por su parte, Gendo no respondió a la agresión, limitándose a clavar su aguda mirada en la estampa del chiquillo que sonreía socarronamente delante suyo.

    —Es un placer molestarlo de nuevo, Comandante Ikari.

    —Por el contrario, el disgusto es todo mío— señaló el susodicho cuando comenzaba su andar, con el que buscaba alejarse de ese mocoso lo antes posible, lo que resultó inútil pues enseguida el joven le emparejó el paso.

    —Supe que tu pequeña reunión familiar no ocurrió en muy buenos términos. Es una lástima que los muchachitos de hoy en día le presten demasiada importancia a cosas tan intrascendentes. ¡O sea, sólo por diez años de abandono y paternidad negligente ya se ponen a berrear como si aún fueran bebés! ¡No aguantan nada! Estoy bastante seguro que a ti tu madre en vez de darte pecho te dio la espalda, y ve lo bien que saliste…

    —En efecto, incluso una escoria que fue recogida de la basura, como tú, puede sobreponerse a las dificultades y hacer carrera hasta llegar a ser el gran payaso de circo que eres hoy en día… lástima que a tus chistes les falten gracia, pero puedes mejorar con algo de empeño…

    —¡Jo, jo, jo!— pronunció el chiquillo de manera pausada, fingiendo una risotada —¡Muy buena esa! Yo también te extrañé durante mi corta ausencia, pero ahora que ya regresé puedes respirar tranquilo, de nuevo hay alguien que pueda arreglar tus metidas de pata. Y por mucho que desprecie hacerlo, tengo que checar tarjeta contigo a mi llegada. Necesito que firmes y selles toda esta documentación, si no es mucha molestia.

    Gendo observó con desdén el bonche de papeles que el muchacho le alcanzaba, sin hacer ademán alguno por sostenerlos.

    —Entrégaselos a mi secretaria y te serán devueltos en cuanto sea posible. No me hagas perder tiempo con esa basura burocrática.

    —¿Y perderme de esta encantadora conversación? ¡Jamás! Además, necesito confirmación cuanto antes de cuál será el espacio que NERV cederá para toda nuestra operación. Las piezas armadas llegarán en menos de una semana y necesito hacer toda una logística de traslado y resguardo.

    —El Bloque Q2 ya se encuentra despejado y acondicionado para que lo utilices como y cuando te pegue la gana…

    —¿Bloque Q2? ¿Ese agujero pestilente encima de la planta de residuos? ¡Qué considerado de tu parte! Pero en cierto punto, puedo comprenderte. Debe resultarte muy frustrante que, a pesar de todos tus esfuerzos y tiempo invertido en sabotearme y en planear todos esos ridículos atentados en mi contra, sigo vivito y coleando y ya nada ni nadie puede detener la construcción de la Unidad Zeta…

    —Sigue pensando lo que sea que te ayude a sobrellevar tu obtusa vida, pobre niño idiota… pero te aseguro que el día que te quiera ver muerto simplemente sucederá, ni siquiera te darás cuenta que fue lo que te pasó…

    Ikari detuvo entonces su camino para dirigirle al chiquillo la más hostil de sus miradas, queriendo asegurarse que se percatara de la seriedad de sus palabras. El joven de ojos verdes, por su parte, lejos de intimidarse por aquella amenaza velada, imitó el gesto severo de su acompañante, sosteniéndole la mirada mientras le respondía con voz firme, segura:

    —Hablas mucho, Comandante… para ser sólo un tipo que anda por ahí sin siquiera darse cuenta que tiene la bragueta abierta…

    Semejante comentario sacó de su zona de confort al hombre barbado de anteojos. Su gesto de confianza absoluta se traslapó a una mueca de confusión total, en tanto su rostro se encendía y se apuraba a corregir dicha situación. Solamente que al mirar hacia el área de su entrepierna se percató que había caído en un embuste, pues el cierre de su pantalón estaba cerrado y su intimidad protegida.

    —¡Ja, ja, ja! ¡Te hice voltear, zopenco!— estalló entonces en carcajadas el jovencito, sosteniéndose la boca del estómago mientras se retiraba, triunfante —¡Ay, pero qué cretino eres, no me lo puedo creer! ¡Espera a que le cuente esto a todos los demás!

    Él fue quien la tuvo fácil, gozando de completa impunidad y libertad total parea disfrutar su mofa. El Profesor Fuyutski, en cambio, por poco se asfixiaba a sí mismo en su afán por contener la risa que lo hacía sacudir todo su cuerpo, fingiendo una vez más estarse aclarando la garganta, con su faz completamente enrojecida. Por su parte, con su orgullo herido, Gendo acuchillaba con la mirada al muchacho hasta que se perdió de vista, impedido de momento para actuar en represalia.

    —¡Por eso es que odio a los malditos niños!— rugió finalmente, colérico.


    La oficina es oscura y aprehensiva, hostil para sus visitantes. Un olor rancio penetra en su olfato, hasta llenarlos por completo y hacer que se asquearan. Además del calor, tan tan persistente, penetrante. Desesperante. Las personas sudaban y sudaban, rogando por cualquier atisbo de aire fresco. Anhelaban la brisa del exterior, atrapados en ese nicho de 4 metros por 4. ¿Cómo era que ese enorme escritorio, con ese montón de pilas de documentos, cabía ahí? El pobre hombrecillo que allí trabajaba, se echaba aire con un abanico improvisado, tratando de disimular su bochorno. Su pañuelo ya estaba empapado cuando habían entrado al cuarto. El muchacho se revolvía en la incómoda silla de metal, desplegable, tratando de no cansarse por estar sentado en ese lugar, mientras pensaba en el calor asfixiante que preñaba el recinto. Misato, por su parte, había preferido estar de pie, pero más cómoda que si se hubiese sentado en uno de los dos asientos que se encontraban delante del escritorio del burócrata.

    —Shinji Ikari, hemos arreglado que reanudes tus estudios en la Escuela Secundaria Número 1, en el centro de esta ciudad, y se te ha sido asignado un departamento para tu alojamiento en el Distrito F, el cual puedes usar desde hoy.

    Pronunció el oficinista, mientras deslizaba por el poco espacio libre de su mesa de trabajo, una cantidad considerable de carpetas, que contenían varios documentos de propiedad, así cómo matriculas escolares y unos mapas de la ciudad.

    —¿Solo?— preguntó entonces Katsuragi, como no dando crédito a lo que acababa de escuchar, mientras observaba con el rabillo del ojo el gesto impasible del jovencito a su lado, quien parecía bastante resignado.

    —Es la indicación que se nos dio desde la oficina del comandante al momento de hacer los arreglos correspondientes— respondió el empleado, revisando los folios que tenía a la mano —El departamento se encuentra en el Bloque 6, por lo que entiendo… ¿hay algún problema con eso?

    Los dos adultos dirigieron sus inquisitivas miradas al muchacho que parecía encogerse sobre sí mismo, con la vista gacha.

    —Ninguno— musitó Ikari —Todos los lugares son lo mismo, así que prefiero estar solo…

    Con desgano, toma la pila de papeles que le correspondían, y sale del mismo modo de la sofocante oficina. Creía que se estaba derritiendo cómo una vela, allí dentro. Casi se arrodilla de agradecimiento al sentir el helado aire acondicionado del pasillo, pero continuó con su frío caminar inexpresivo.


    El jovencito lucía a todas luces deprimido en su andar taciturno. Dando cuenta de ello, Misato tuvo que darle alcance en el corredor, poco antes que tomara un elevador que lo conduciría hacia su nueva morada y a su misma solitaria existencia.

    —Shinji, espera un poco— pronuncia la mujer, mientras con dificultad se colaba por la puerta del aparato, que se estaba cerrando. Cuando se instaló dentro, a un lado suyo, le pidió su opinión —¿En verdad no te molesta vivir solo? ¿Te sientes a gusto así?

    El chiquillo se revolvió en su lugar, inquieto. Le molestaba la abrupta intrusión a sus sentimientos más íntimos, y sobre todo el que lo obligaran a sincerarse con alguien a quien apenas conocía. Pero había algo en el semblante amistoso de Katsuragi que lo incitaba a tenerle confianza, que le hacía pensar que esa mujer era el tipo de persona que podría escuchar sus pensamientos.

    —Bueno, en sí no tengo problema... estar solo está bien para mí— contestó, tratando de no parecer quejumbroso ó demasiado sensible —Además, no es que pensara que podría vivir con mi padre, luego de todo lo que nos dijimos… para nosotros es algo natural estar sin el otro…

    Misato lo observó detenidamente algunos instantes, inspeccionando su lenguaje corporal a la vez que sus más insignificantes gestos, cualquier indicio adicional que le permitiera descifrar el verdadero sentir de aquél infante. Le tenía tanta lástima. Al verlo, creía verse a sí misma hacia unos años atrás. Tan frágil. Tan ingenuo. Tan sin una idea de qué hacer ante las marejadas y las enormes olas de la vida, sin siquiera saber nadar. Entonces fue que lo decidió. Sin pensarlo demasiado. Sin pensar en las consecuencias. Sólo dejándose llevar por el arrebato del momento.

    —Creo que tengo una mejor oferta que hacerte— le dijo, acercando su rostro al suyo, sonriendo pícaramente.


    —¡¿Qué dijiste?!— exclamó la Doctora Akagi fuera de sí, a punto de romper en pedazos el auricular que sostenía entre sus manos, imaginando que era la garganta de la persona con la que hablaba.

    —Justo lo que escuchaste, pienso hacerme cargo de Shinji de ahora en adelante— contestó la Capitán Katsuragi, apartando un poco su aparato celular de su oído, temiendo que sus tímpanos reventaran —Descuida, ya lo notifiqué a los jefazos y están de acuerdo, no hubo problema con ellos…

    —Sé que no es tu fuerte, pero debes detenerte en este momento y pensar muy bien lo que estás haciendo y en lo que te estás metiendo— Ritsuko moderó su tono, tratando de hacer entrar un atisbo de razón en la dura cabezota de su amiga —Cuidar de un chico de la edad de Shinji requiere de mucha determinación y bastante responsabilidad, y admitámoslo, tú no posees ni lo uno ni lo otro. Además toma en cuenta que sabes prácticamente nada acerca de este muchacho, recuerda que las apariencias pueden ser engañosas y a pesar de su aspecto insignificante nadie te asegura que no pueda ser peligroso…

    —No te apures, si trata de violarme creo que me puedo encargar con toda facilidad de un alfeñique de cuarenta kilos— dijo despreocupadamente la beldad de cabello negro, sin darle demasiada importancia a los prudentes consejos de su compañera —¿Te acuerdas que fui alumna destacada en ese curso de auto-defensa que tomamos? Eso sin contar a los dos guardaespaldas tan cabrones que tengo en casa…

    —¡Idiota! ¡Haz lo que te venga en gana entonces, sólo no vengas a mí llorando cuando todo esto te truene en la cara!— espetó la mujer de ciencia, harta de la actitud casquivana de su interlocutora, poniendo un abrupto final a su conversación al colgar el aparato desde su lado de la línea.

    —Ella nunca puede tomar a bien una broma...—se recordó Misato a sí misma cuando hacía lo propio, suspirando resignada para enseguida abordar su vehículo, donde ya la aguardaba el inquieto joven Ikari.


    Nuevamente están en el automóvil, el niño y la guapa mujer. Desde la llegada de Shinji a aquellas tierras, ambos habían pasado bastante tiempo en su interior. Allí habían comenzado a conocerse, y también allí había iniciado la aventura del joven Ikari en el Proyecto Eva. Cómo casi siempre, acorde a su naturaleza introvertida, el muchacho estaba encerrado nuevamente en sí mismo, desconectándose por unos instantes del mundo exterior. Callado, reservado y pensativo, sin ningún ánimo de hablar, así estaba en esos momentos. Se aferraba con fuerza a su valija, creyendo que era un paracaídas en un avión en llamas. Aún no estaba seguro si tomó la mejor decisión. Pero es que la militar se lo dijo así, tan de repente, que no pudo pensar en una respuesta convincente. ¿En qué se había metido? No la conocía bastante, y ahora ya iba a vivir con ella. La veía conducir el auto, cómo si nada le molestara, tranquila, imperturbable. Era muy hermosa, muy hermosa y poco ortodoxa, de mentalidad abierta, muy abierta. Eso era lo único que sabía de ella. Al verla sujetar la palanca de velocidades, para cambiar de segunda a tercera, una idea pasó por su imaginación. Su rostro enrojeció, tan sólo de imaginarlo. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Se aferró todavía más a la maleta, a su salvavidas. Era tan inexperto. Y ella era de seguro, una maestra. Una artista. Una experta. ¿Y qué irán a pensar las demás personas, los vecinos? De nuevo la espía de reojo, contemplando sus largas piernas mientras pisaba el acelerador, el clutch y el freno cuando era necesario. Se veían tan bien. Después de todo, no sería tan malo. Si alguna vez tendría que aprender a hacerlo, lo mejor era aprenderlo de una maestra, que sabría que hacer y cuando, sin correr ningún riesgo. ¡Y la envidia que le tendrían todos los de su generación! Ya se veía cómo el objeto de adoración y respeto de todos sus contemporáneos. El tipo de poder con el que siempre había soñado. Con cada momento que pasaba, se iba convenciendo más y más de que había tomado la decisión correcta, pero aún así continuaba bastante nervioso. ¿Pero qué podía hacer al respecto? Estaba en la antesala de tocar el cielo por primera vez y regresar hecho un hombre.


    Las calles parecen borrones cuando las pasan rápidamente. De no ser por el ruido que producía el motor del vehículo, el silencio sería absoluto. Misato, percatándose de la inquietud de su acompañante, quien se movía una y otra vez, temblaba y enrojecía de pena a cada momento, decidió romper el hielo, e irse familiarizando con él. Se detuvo en una tienda de auto servicio, parando el carro en el amplio estacionamiento de éste.

    —Esta noche, tu primera noche, vamos a echar la casa por la ventana, Shinji— dijo la mujer en el mismo tono desinteresado con el que se dirigía a todo mundo, pero que en ese instante le pareció candente como el infierno al muchacho.

    —¿De qué… de qué estás hablando?— titubeó el chiquillo, acobardándose en el último y decisivo momento, escudándose detrás de su valija con el rostro encendido como un semáforo en alto.

    —¡Haremos una tremenda fiesta en honor a nuestro nuevo inquilino!— pronunció Katsuragi emocionada, con cierto aire juvenil rodeándola, ajena a las delirantes fantasías que poblaban la imaginación de su copiloto.


    Adquirieron varios productos, de orden bastante diverso, lo que le hizo preguntarse al joven Ikari que clase de fiesta tenía planeada aquella extravagante mujer: un paquete completo de cajetillas de cigarros, dos rejillas de cerveza, varias golosinas y muchas, pero muchísimas comidas instantáneas, precocinadas, que constituían la mayor parte de la compra, entre las que destacaban filetes con guarnición de maíz, carne de hamburguesa, sopa china de tallarines con carne de cerdo, ramen y una pila enorme de almuerzos empacados.

    Además de aquellos alimentos se hicieron de algunos otros enseres indispensables para el consumo doméstico. Jabones, pasta dental, limpiadores, servilletas, pilas para aparatos electrodomésticos... Misato empujaba su atestado carrito por todos los pasillos del establecimiento, emocionada como una parvulita de compras. En la fila para registrar las compras, las personas discuten los hechos de la noche anterior. A decir verdad, no se hablaba de otra cosa en todo el territorio japonés.

    —Así que tu familia se piensa mudar de la ciudad— comentaba una mujer con su acompañante, notándose el pesar en sus palabras y rostro.

    —No tenemos más opción… mi esposo dice que esta ciudad ya no es segura, con todo ese asunto de los robots y los terroristas.— contestó la otra mientras se alejaban.

    —Ni aún en esta ciudad fortaleza puede uno estar a salvo.

    El comentario desconcertó mucho a Shinji, quien había alcanzando a escucharlo al paso. Se sentía culpable de alguna manera, sin saber exactamente qué era lo que había hecho para sentirse así; recapitulaba la pasada noche cómo si hubiera estado en los humos de una tremenda borrachera, sin poder decir con exactitud que era lo que había pasado. Cuando menos se lo esperaba, todo había acabado y se encontraba reposando en el aposento del sanatorio. Las remembranzas pasaban por un gran filtro que no dejaba pasar mucho, provocándole cierta ansiedad insana, de la cual su acompañante podía percatarse.


    El camino a casa durante el atardecer no tiene imprevisto alguno. Salvo el enorme tráfico que cargaba la carretera que llevaba fuera de la ciudad. Era un éxodo masivo. Nadie quería quedarse. Cómo un rebaño que busca nuevos pastizales, así los habitantes de la ciudad huían a nuevos territorios, para protegerse de los depredadores que acechaban. Era el instinto de supervivencia el que les dictaminaba que debían partir en busca de una locación segura. Después de todo, la de anoche había sido tan sólo la primera de muchas otras batallas que se avecinaban y que tendrían por escenario aquella condenada metrópoli. Sólo los que no tenían más alternativas tuvieron que permanecer en la ciudad, a fin de cuentas resignados a su destino.


    El sol empieza a ocultarse y la noche viene en camino. Las estrellas comienzan a asomarse tras el crepúsculo y la luz de la luna menguante a brillar. Los postes de luz, automáticos y programados, comienzan también a encenderse, uno a uno, iluminando las desoladas calles. Katsuragi detiene el andar de su automóvil para acomodarse en un pequeño mirador al lado del camino.

    —Baja, hay algo que quiero enseñarte y casi es hora— señaló cortésmente a su pasajero.

    Shinji hizo como le era indicado, reuniéndose con la mujer en el barandal que delimitaba la orilla de ese desfiladero. Desde ahí, la altura obsequiaba una preciosa estampa de la ciudad, pintada magistralmente por la Naturaleza con los tonos anaranjados y violetas del ocaso. Las casitas de los suburbios, casi al ras del suelo, con frondosas arboledas, los parques industriales ubicados en la periferia y justo en el centro de la mancha urbana, como una horrorosa cicatriz deformando el rostro de una bella mujer, se encontraba aún el gigantesco cráter que había dejado como secuela el pasado conflicto. En general, el grisáceo color de una urbe futurista, de un país que antaño pertenecía al primer mundo, y que ahora sólo pertenecía al mundo.

    —Esta ciudad— musitó el joven Ikari, con un dejo de nostalgia y otro poco de remordimiento —Sí que es un lugar bastante solitario, ¿cierto?

    En lugar de contestarle Misato estaba más ocupada en revisar la hora en su reloj de muñeca.

    —Espera sólo unos cuantos segundos más y sabrás porqué venimos aquí— reveló, sin dejar de contemplar el aparato.

    Pasaron momentos sin que transcurriera algo de relevancia, hasta que, coincidiendo con la extinción del último rayo de sol posado sobre el paisaje, un zumbido lejano comenzó a escucharse en las cercanías.

    Varios edificios empezaron a emerger del subsuelo y la ciudad a iluminarse con sus luces. Se trataban de los mismos rascacielos que Shinji había visto colgando del techo de la cúpula del Geofrente, los cuales brotaban a la superficie mediante un potente mecanismo de rieles y grúas. La vista de aquél portento tecnológico ciertamente quitaba el aliento. De ser un paraje semi-desierto, post-apocalíptico, todo aquello se había transfigurado milagrosamente en una especie de utopía salida de un maravilloso cuento.

    —¡Asombroso!— fue lo primero que se le vino a la mente al muchachito, contemplando absorto el espectáculo que se le obsequiaba a sus ojos.

    —Esto es Tokio 3, Shinji, la ciudad que defiendes— pronunció solemnemente su acompañante cuando se acomodaba a su lado, deleitándose del mismo modo con la visión frente a ellos —La fortaleza en nuestra guerra contra los ángeles. Y de ahora en adelante, también nuestro hogar.


    El lugar de Misato se ubica en un edificio departamental al extremo sur de Tokio 3, en el quinto piso. En la puerta, se encontraban ya las escasas pertenencias del infante, mismas que pudieron acomodarse en su totalidad en tan sólo dos cajas, entregadas por servicio de paquetería. Es un lugar amplio y cómodo, con un área de 100 metros cuadrados. Ó sea, con una extensión de diez metros por otros diez; con cocina, comedor, baño y dos habitaciones. Y alfombrado. Además de un balcón, al cual se podía acceder mediante ambas recámaras. Aunque es difícil pensar que en ese lugar vivía una mujer, por lo deplorable de su estado. Latas de cerveza y revistas alfombraban el piso, mientras que hileras de platos sucios adornan el lavabo de la cocina y una enorme fila de botellas vacías de licor plagaban las alacenas; una humilde mesita para cuatro personas, con las patas delgadas, vagabundea en el comedor, con algunas sobras de almuerzos a cuestas, y refugiándose bajo ella, varias cajas de cartón, cuyo contenido aún no ha sido desempacado. En resumidas cuentas, y para no seguir injuriando a la propietaria, se podía sintetizar que nada está en su lugar y que nadie había hecho labores de limpieza en todo un mes. La casa es una completa zona de desastre.

    —Perdón por lo desarreglado, pero no hemos tenido tiempo de limpiar. En realidad, también nos acabamos de mudar hace poco— se disculpó la mujer de forma descuidad cuando se deslizaba con agilidad al interior de su morada.

    Ikari permaneció en el filo de la puerta por algunos instantes, dubitativo. Le parecía que al traspasar aquél umbral sería transportado a un mundo distinto al que siempre había conocido, y del cual no había retorno alguno. Comenzaba a preguntarse si en realidad sería capaz de vivir con alguna otra persona, por muy hermosa que ésta fuera, como la Capitana Katsuragi.

    —¿Qué estás esperando? ¡Entra!— indicó ella al percatarse de la repentina vacilación de su nuevo residente.

    —C-con permiso— apenas si pudo mascullar el jovencito, rojo como un tomate, mientras tomaba valor para dar el primer paso al interior.

    —¡Shinji! ¡Esta ya es tu casa! ¡No necesitas permiso para entrar!— Katsuragi puso los puntos sobre las íes, pretendiendo generar en el joven la confianza suficiente para que empezara a familiarizarse con su nuevo entorno.

    Tadaima— pronunció el chiquillo una vez dentro, casi como en un suspiro. “Tadaima” es una expresión japonesa que se utiliza al llegar a casa y que literalmente significa “Estoy de regreso”.

    ¡Okaerinasai!— contestó entusiasta la dueña del lugar, con aquella frase que significaba “Bienvenido a casa”, obsequiándole una cálida sonrisa al recibirlo, mientras la puerta se cerraba detrás del joven.


    Una vez dentro Misato sorteó todos los obstáculos en el piso hasta llegar a la puerta que aparentemente conducía a su habitación.

    —¿Podrías hacerme el favor de guardar los víveres en el refrigerador?— le preguntó antes de introducirse a sus aposentos, asomando la cabeza a través del quicio de la entrada al cuarto —Sólo me cambiaré de ropa, no tardaré mucho…

    —De acuerdo— asintió Ikari, quien había cargado todas las bolsas de las compras desde que bajaron del autómovil, sin verle mayor problema a aquella nueva petición.

    Sin embargo, al abrir el electrodoméstico, en cuyo interior contaba con tres distintos estantes verticales, encontró que aquella tarea relativamente sencilla se le había complicado considerablemente al ser el contenido de ese aparato un reflejo fiel del resto de la casa: un caos absoluto. La mayor parte del espacio estaba ocupado por una buena cantidad de cervezas en lata, hielo y distintas clases de fiambres. Con trabajo pudo hacer un recoveco para introducir las compras recién hechas, mientras pensaba con cierto fastidio: “¡¿Pero qué clase de vida lleva esta mujer?!”

    —Misato, ¿puedo usar ese otro refrigerador de la esquina?— preguntó el muchacho al notar la existencia de un aparato similar al otro extremo de la casa, junto a lo que aparentaba ser el baño.

    —Será mejor que no lo muevas, a estas horas lo más probable es que esté ocupado— respondió la mujer desde el interior de la recámara —Esa nevera sólo tiene permiso para uso residencial, ¡jeje!

    Aquella respuesta le pareció un disparate al chiquillo, quien ya comenzaba a poner en tal de juicio la cordura de su casera. No obstante, cuando ésta salió de su habitación, cualquier pensamiento receloso en su contra se esfumó de inmediato, ante la fabulosa estampa que le obsequiaba, al salir ataviada con unos diminutos shorts de mezclilla que dejaban apreciar el largo total de sus prolongadas piernas, así como de un top deportivo color amarillo ceñido a la parte superior de su cuerpo. Su largo cabello negro había sido acomodado en una coqueta cola de caballo que le daba una apariencia aún mucho más juvenil.

    —Si andas por ahí con la boca abierta terminarás comiéndote una mosca, Shinji— observó Katsuragi, divertida por la reacción que ocasionaba en el chiquillo.

    El muchachito se quedó sin habla y sólo pudo voltear confundido hacia cualquier otra parte donde no estuviera ella, con el rostro encendido como una vela. Su situación no mejoró mucho una vez que la despampanante mujer dirigió sus pasos lentamente hasta donde se encontraba, como una pantera al acecho, susurrándole con voz casi desvanecida:

    —Espero que estés listo para el suculento manjar de bienvenida que te tengo preparado.

    El rostro de Ikari ya no estaba rojo, sino de un intenso blanco resplandeciente casi cegador. Imposibilitado para acceder al módulo de lenguaje de su cerebro, solamente pudo tragar saliva como preparativo a lo que fuera que le estuviera aguardando, resignado a asumir su nada cruel destino.


    El timbre del horno del microondas avisaba que la comida en su interior estaba lista para ser consumida, por lo que Misato se aprestó para sustraer los platillos del interior del aparato y servirlos sobre la mesa. En ella, un apenado y algo desilusionado Shinji se proponía vehementemente no volver a dejar que su imaginación corriera desbocada de la manera en que lo había hecho.

    —¡Buen provecho!— proclamó Katsuragi cuando separaba sus palillos chinos, emocionadísima como una niña pequeña.

    —Provecho— musitó el joven Ikari a su vez, desganado, contrastando con los ánimos de la preciosa fémina sentada frente a él.

    Con ágiles movimientos Misato destapó la lata de cerveza que había dispuesto al lado de su plato y se apuró a darle un buen trago a su contenido, el cual dejó casi a la mitad.

    —¡Aaay, pero qué delicia!— exclamó sumamente satisfecha, saboreando aún la bebida y deleitándose con la sensación de alivio y frescura que le proporcionaba —¡Te lo puedo jurar: esta es una mis partes favoritas del día! ¡Vivo tan sólo para este momento!

    Su entusiasmo se vio momentáneamente interrumpido al reparar que su invitado aún no probaba bocado alguno, pese a las generosas porciones que se encontraban a su alcance.

    —¿No piensas comer? Puedo asegurarte que todo está muy sabroso, a pesar de que son comidas instantáneas. Las apariencias pueden ser engañosas…

    —Sí, estoy seguro— contestó el muchacho, sin hacer ademán alguno de alcanzar los platillos —Es sólo que… bueno, no estoy acostumbrado a esta clase de comida… así que…

    —¡Eso sí que no!— explotó entonces la mujer, golpeando la mesa con el puño para abalanzarse sobre el chiquillo hasta tener la cara a un palmo de la de él, en actitud amenazante —¡Si hay algo que no toleramos en esta casa es a un mocoso quisquilloso! ¡Deberías estar agradecido por tener algo que comer!

    —¡Lo… lo siento!— se disculpó torpemente el jovencito, hundiéndose en su asiento al ser intimidado por el amenazador gesto de la Capitán Katsuragi —No quise ser grosero… yo sólo… sólo decía que…

    El que Misato no le despegara la vista de encima provocaba mucho más nerviosismo en el chiquillo, que comenzaba a sudar copiosamente al saberse acorralado. Empero, el gesto malhumorado de la mujer se transformó de súbito en una sonrisa cómplice, que tuvo el efecto inmediato de tranquilizar a Ikari.

    —Se siente bien, ¿ó no?— pronunció satisfecha —Compartir una comida con otras personas… como si ya fuéramos familia…

    Aquella aseveración, como casi todo lo que aquella disparatada dama hacía, sacó de balance al infante. Confundido, y más por temor a enfurecerla de nuevo, se limitó a asentir con una torpe inclinación de cabeza. De cualquier modo, y pese a que no lo hubiera admitido abiertamente, una cálida sensación de familiaridad comenzaba a embargarlo en aquellos momentos en los que degustaba en compañía de tan singular personaje.


    Una pequeña pirámide de latas vacías había sido formada conforme Katsuragi iba ingiriendo su contenido, a la par de sus alimentos precocinados. Una vez concluido el ágape, la señora de la casa reposaba satisfecha cómodamente con las piernas cruzadas sobre la mesa, como si se tratara de un viejo vikingo festejando su botín.

    —¿Qué mas puedes pedir de la vida?— preguntó al aire, acariciando su estómago, satisfecha —Buena bebida, buena comida y muy buena compañía… somos bastante afortunados, ¿no crees?

    —Supongo…— musitó el muchacho, un tanto impresionado por la enorme cantidad de comida y cerveza que había engullido su casera, lo que lo hacía preguntarse cómo le hacía para tener la estupenda figura que poseía.

    —¿Hasta cuándo vas a dejar de ser tan estirado y te vas a decidir a relajarte de una vez por todas?— inquirió la capitana, fustigándolo con la mirada, un poco fastidiada de la parsimonia con la que siempre se manejaba el muchacho —¡De ahora en adelante esta será tu casa, siéntete en confianza! Esa puerta de allá es la de tu habitación, puedes instalarte en cuanto gustes…

    —De acuerdo— asintió el chiquillo quedamente, bajando la mirada, cosa que exasperó aún más a su voluble acompañante.

    —“¡De acuerdo, de acuerdo, soy un ñoño de primera!”— exclamó Misato imitando el tono de voz del muchachito, cuando una vez más se abalanzaba sobre él para poder sujetarle la cabeza como si su mano fuera una pinza que comenzó a sacudirla de lado a lado, buscando despabilarlo —Eres un hombre, ¿no? ¡Comienza a actuar como tal y demuestra algo de determinación!

    —¡Está bien, está bien! ¡Lo intentaré!— el joven Ikari se excusaba pobremente, a merced del castigo que se le estaba aplicando.

    —Bueno— suspiró entonces la mujer, soltándolo, resignada a no poder llevarse tan bien con el chiquillo como en un principio había pensado —Deberías tomar un buen baño caliente que se lleve todo lo malo que traes en la cabeza… es lo mejor que puedes hacer justo antes de dormir…

    Un poco maltrecho por el castigo recibido, con la cabeza dándole vueltas, Shinji apenas si pudo mascullar su consentimiento, tratando a como diera lugar de ya no provocar a la capitana.


    Una vez que todo estuvo dispuesto e Ikari se introdujo en el baño, el recién llegado se encontraba absorto en la contemplación de unos ganchos de donde colgaban prendas íntimas femeninas. “Si sabía que me iba a bañar, no debió haber dejado esas cosas así nomás” pensaba el jovencito, con la sangre agolpándose en sus mejillas. “A no ser que deliberadamente las haya dejado ahí para que las pudiera ver… ¿acaso tratará de insinuarme algo? ¡Diablos, ya me estoy imaginando cosas de nuevo!” Distraídamente, inmerso en sus más delirantes fantasías, abrió la puerta de la bañera sólo para encontrarse de súbito con un grotesco rostro emplumado que se sacudía el agua moviendo la cabeza de lado a lado.

    Aún sentada a la mesa, con una nueva lata de cerveza en la mano, Misato solamente escuchó el grito de pánico proferido por el muchacho, mientras que éste se apuraba a salir del cuarto, completamente fuera de sus casillas.

    —¡No puede ser, no puede ser!— balbuceaba estupefacto, con los ojos casi desorbitados cuando abría la puerta —¡Un pingüino, un pingüino! ¡Tienes un jodido pingüino en tu baño!

    Sin prestarles mucha atención a cualquiera de los dos, la susodicha ave salió tranquilamente del baño pasando por debajo de las piernas del espantado Shinji.

    —¿A poco no es una monada? Se llama Pen Pen, y es una nueva especie que habita sólo en aguas termales. Es otro de los inquilinos de esta casa, ha sido nuestra mascota desde hace años, y aunque no lo creas es bastante limpio y ordenado, por lo que no cuesta mucho tenerlo aquí— aclaró despreocupadamente la mujer, dándole otro buen sorbo a su bebida.

    La mascota se dirige a la heladera “de uso residencial” ubicada al lado del baño, introduciéndose al aparato a través de una pequeña escotilla que él mismo abrió activando el mecanismo de apertura con su pico. Antes de desvanecerse en su interior lanzó una despectiva mirada al recién llegado, barriéndolo con la vista de arriba hacia abajo, acaso como si estuviera molesto por la súbita interrupción a su privacidad.

    —Por cierto, Shinji, será mejor que te tapes el equipo ó pescarás un resfriado con esta brisa que está soplando— preguntó la mujer, señalando la escuálida desnudez del atónito chiquillo, quién aún no despegaba la vista de aquél refrigerador.

    Al darse cuenta de su precaria condición, el niño apenas si pudo lanzar un agudo gritito, mientras se tapaba con las manos su intimidad para refugiarse de inmediato en el baño.

    “¿Acaso me habré pasado de la raya?” se cuestionó a si misma Katsuragi, dando cuenta del último sorbo de su bebida “De cualquier modo, para ahora ya debe haberse hecho una idea de la clase de persona que soy…”


    El agua almacenada en la tina está en su punto, exquisitamente placentera al tacto, lo que proporciona a Shinji la oportunidad para recostarse y finalmente poder permitirse un necesario momento de relajación absoluta.

    “Misato Katsuragi… creo que después de todo, no fue tan mala decisión quedarme con ella” pensaba para sí mismo, cayendo en la cuenta que si bien tener de mascota a un animal exótico de ese tipo no hablaba muy bien de su salud mental, aquella extravagante damisela era una de las pocas personas que le había mostrado atención y algo de gentileza. A no ser que tuviera algún propósito oculto al hacerlo, eso la colocaba momentáneamente en el primer lugar de su lista de preferencias. “Deberías tomar un buen baño caliente que se lleve todo lo malo que traes en la cabeza.” Esas habían sido sus palabras precisas, pero en ese momento no podía saber lo equivocada que se encontraba. Y es que, por más que lo intentara, no podía alejar sus pensamientos del frenesí de insólitos acontecimientos que acababa de experimentar en tan poco tiempo. Las imágenes de su padre, la chica misteriosa de ojos rojos, el robot gigante y la monstruosa criatura que tuvo que enfrentar se intercalaban unas tras otra en su mente, amagando con hacerle perder la razón. “¿Qué no sabes que cuando estoy solo es cuando todos los malos pensamientos regresan a atormentarme, Misato?”.


    En ese momento, unos cuantos kilómetros bajo el subsuelo, en los cuarteles generales de NERV el Comandante Ikari y la Doctora Akagi laboraban horas extras. El cuarto donde se encontraban estaba en penumbras, apenas iluminado por unas cuantas lámparas de bajo consumo.

    —El ensamblaje final de la Unidad Zeta comenzará en cuanto las piezas restantes lleguen a puerto, en tan sólo unos cuantos días— pronunció Gendo con su tono hosco, la vista clavada en un punto impreciso frente a él, a través de un ventanal destrozado —A estas alturas, cualquier intento por impedir su culminación resultaría inútil, un desperdicio total de recursos… no tengo más opción que convencer al comité para que nos permitan descongelar y reparar a Cero, si es que queremos tener alguna clase de contrapeso…

    —¿Cómo está la piloto?— preguntó enseguida Ritsuko, con la mirada igualmente perdida en lo que estaba tras el ventanal roto —Escuché que la condición de Rei empeoró bastante con todas las sacudidas de ayer…

    —En un par de semanas podrá recuperar su movilidad, no es nada de consecuencia. Para entonces ya habré obtenido la aprobación del comité.

    —Debe ser bastante difícil para estos pilotos, asimilar la situación en la que se encuentran… sobre todo porque son tan jóvenes— observó Ritsuko, inusitadamente compasiva, cosa rara en ella,

    —No hay remedio, son los únicos capaces de mover un Evangelion. En tanto vivan, no podrán hacer otra cosa más que eso— sentenció el comandante tan severo como de costumbre.

    —Sin importar lo que esos niños piensen— murmuró la científica en bata blanca, contemplando distraídamente el enorme robot color naranja frente a ellos, inmóvil en una postura de combate, con uno de sus puños atravesando el muro que tenía delante suyo y con la cintura para abajo cubierta de un material pétreo de un matiz rojizo.

    Al verlo a conciencia, incluso podría pensarse que lo que intentaba desesperadamente hacer era escapar de aquél funesto lugar, si es que acaso estaba permitido achacarle emociones y deseos a una simple máquina sin vida.


    Después de asearse, Shinji se dispuso a descansar de una vez por todas, para lo que debía instalarse en su nueva habitación, a la que hasta esos momentos accedía. En cuanto ingresó pudo percatarse que el interior de esa recámara no era para nada distinto al resto de aquella casa, pues también se encontraba sumamente sucia y desordenada. Aparentemente, se trataba del cuarto donde su casera iba almacenando todos los trastos viejos que ya no utilizaba y que era demasiado perezosa para deshacerse de ellos. De otra forma no se explicaba la gran cantidad de objetos desperdigados por donde quiera que posara la mirada. Con solo ver el deplorable estado de aquella habitación Ikari sentía aún mucho más cansancio, sobre todo a sabiendas de que tendría que poner algo de orden si es que quería encontrar algún espacio para dormir entre todos esos escombros y demás basura.


    Aquél descuidado espacio parecía una biblioteca abandonada, esto debido a la enorme cantidad de libros apilados en larguísimas columnas tan altas como una persona, que trataban los temas más diversos que las áreas del conocimiento y la ficción pudieran abarcar. Había también varios trofeos deportivos apilados, que por la cantidad de polvo que almacenaban uno llegaría a pensar que llevaban varios años olvidados ahí, pese a que Katsuragi aseguraba que recién se acababa de mudar. Premiaban el desempeño en torneos de basquetbol, karate, natación, fútbol y varias actividades más. Se encontraba de igual modo una gran pila de cuadernos con extraños bocetos en su interior, complejas ecuaciones matemáticas que bien pudieran haber estado escritas en un idioma alienígena y lo que al parecer eran varios mapas de circuitos eléctricos. Una libreta de apuntes, abierta, contenía la letra de una canción, escrita a toda prisa, y en inglés, por lo que apenas podía entenderse: “Welcome to the Hotel California, such a lovely place...” descifró en alguno de los párrafos. También hay varios discos compactos de música tapizando el piso, los cuales iba recogiendo al paso, aprovechando para leer sus títulos, todos ellos pertenecientes a bandas del siglo pasado, incluso de mucho antes del Segundo Impacto; “Elvis Presley”, “Beatles”, “Creedence”, “Rolling Stones”, “Doors”, “Cranberries”, “Nirvana”, “Metallica”, “Radiohead”... no había ahí algo que hubiera salido en los últimos quince años. El muchachito con trabajos reconocía ó alguna vez había oído mencionar a algunos de esos artistas, pero la gran mayoría de ellos le eran completamente desconocidos, mucho más cuando se trataban de intérpretes ó bandas de habla no inglesa, ya no digamos japonesa: ¿“Joaquín Sabina”, “La Revolución de Emiliano Zapata”, “Caifanes”, “Cuca”, “Maldita Vecindad” “Soda Estéreo”, “Hombres G”, “Enanitos Verdes”, “Mecano”, “Fabulosos Cadillacs”, “Molotov”? Ni siquiera podía pronunciar cualquiera de esos nombres, mucho menos identificarlos.


    Entre más inspeccionaba aquél extraño cuarto y su peculiar contenido, el joven Ikari aumentaba sus sospechas de que varias de esas cosas no podían pertenecer a Misato. Simplemente no tenía sentido, sobre todo por la gran cantidad de pornografía para hombres que iba encontrando en cada rincón de la habitación. Era a todas luces evidente que las cosas ahí pertenecían a un varón. Ó quizás a una mujer que tenía preferencias sexuales por personas de su mismo género, en cuyo caso su estadía en esa casa se haría todavía mucho más interesante. Su hipótesis cobraba sustento al encontrar un cuaderno de dibujo repleto de retratos de la enigmática jovencita de cabello azul y ojos rojos. Algunos de ellos eran bastante detallados, otros un poco más burdos, casi caricaturescos, pero no había duda que se trataba de ella, sus rasgos tan singulares eran sencillamente inconfundibles.

    “Mira esto, tenemos una amiguita en común” pensó Shinji al revisar rápidamente el contenido de la libreta “Y además, parece que alguien tiene un admirador secreto… ó admiradora…” El muchacho nunca había conocido a una lesbiana y las únicas referencias que tenía de ellas eran las fantasías eróticas que se encargaban de distorsionarlas por distintos medios, por eso era bastante entendible el morbo que lo hacía entusiasmarse ante la posibilidad de convivir con alguien así.


    Como pudo, habiendo recogido un poco de toda esa basura, entrevió la existencia de un escritorio dispuesto en una de las paredes laterales del cuarto. En él había una gran cantidad de envases vacíos de licor y soda, varios juguetes (ó figuras de acción, como eran conocidos por los coleccionistas), algunas consolas de videojuegos, un pequeño televisor y una computadora. Al lado de ésta, encontró una fotografía enmarcada, volteada hacia abajo. En un acto reflejo, por mera costumbre, le dio vuelta para poder observar la imagen dentro del cuadro. En ella aparecía una Misato Katsuragi bastante joven, sólo un poco mayor que él. A lo mucho tendría en ese entonces unos quince ó dieciséis años. Se encontraba abrazando a un larguirucho joven con peinado largo y expresión socarrona y al lado de ellos una pareja de treinta y tantos sostenían entre sus brazos a un bebito de gesto extraño que aún no dejaba los pañales. Aunque todos ellos sonreían, a Ikari le pareció ver un marcado dejo de pesadumbre en sus rostros, como el que seguido se encontraba al verse al espejo cada día de su vida. Estaba claro que detrás de la melancólica escena allí estampada había una muy larga historia, la cual puede que algún día llegaría a conocer, pero mientras tanto solamente podía especular al respecto. “Serán sus padres y hermanos” pensó cuando volvía a depositar la empolvada imagen en su sitio y reanudaba su búsqueda por un lugar donde recostarse y dormir.


    En esas estaba cuando el sonido de la puerta al abrirse lo alertó acerca de una persona ingresando a su nuevo domicilio.

    —¡Capitán Katsuragi, ya llegué!— escuchó a alguien gritar desde la entrada —¡Me reporto de inmediato a mis deberes!

    Ni bien había terminado el recién llegado de anunciarse cuando se escuchó la puerta de la habitación de Misato abrirse de golpe, seguido de inmediato por el golpeteo que sus apresurados pasos producían mientras gritaba emocionada como una fanática en concierto musical:

    —¡¡¡Aaay, no puede seeer!!!— vociferaba, frenética, sin dejar de reírse como una orate —¡¡¡Ya regresaste, no puedo creerlo, ya estás aquí!!! ¡¡¡Te extrañé muchííísimo!!! ¡¡¡Ven aquí y dame todos los besos que me debes!!!

    “Mierda, esta tipa vive con el novio y no se molestó en decírmelo” pensó Shinji, enfadado y muy desilusionado al saber ya extinta su delirante fantasía acerca de cómo sería su vida a partir de entonces al vivir con una preciosa soltera desinhibida y su imaginaria compañera de cuarto lesbiana.

    —¡Caramba, cuanto amor!— repuso el individuo que arribaba, en medio del barullo que la mujer producía al besarlo constante y sonoramente —¡Sí así vas a recibirme siempre voy a procurar irme de viaje más seguido!

    Al escucharlo nuevamente a Ikari le pareció que su timbre de voz era algo juvenil, por lo que movido por la curiosidad tuvo que entreabrir la puerta del cuarto para darle un rápido vistazo a aquél sujeto y saber qué clase de hombre le gustaba a Misato. Su mandíbula por poco cae al piso cuando vio de espaldas a un alto muchacho de su misma edad que sostenía completamente en brazos a la capitana, la cual lo tenía rodeado del cuello y no hacía otra cosa que besarle repetidamente el rostro.

    —¡Eso sí que no! ¡Ni creas que voy a permitir que te vuelvas a separar de mi lado!— arguyó entonces Katsuragi, balanceando sus piernas en el aire como una chiquilla —¡No puedo creer que ya estés aquí! ¿Cuándo llegaste? Lo último que supe es que el portaaviones llegaba a puerto en una semana…

    —Así es, pero al parecer el idiota desgraciado de Ikari se asustó en cuanto ese bicho enorme mostró su fea cara y mandó un helicóptero para que me recogiera— contestó el muchacho —Creo que pensó que era muy listo al tener un plan de contingencia, pero no tuvo en cuenta las distancias y los tiempos de traslado… ¡Cinco horas completas de vuelo y sólo llegué a tiempo para ver el show! Después de eso se me fue todo el día en llenar todo el papeleo y en revisar ese agujero apestoso que nos cedieron para establecer la operación…

    —¡Oh, ya veo! Debió ser muy frustrante, pero aún así me alegro que ya estés aquí…

    —Pues si hubiéramos tardado unas cuantas horas más no me hubiera molestado… déjame decirte que desde el aire el circo de anoche fue el doble de espantoso de lo que ya era… de sólo acordarme, me da escalofríos, ¡brrr! ¿Quién iba a pensar que ese pazguato de Ikari Jr. resultaría ser un loco desgraciado con “L” mayúscula? ¡Completamente chi-fla-do! ¡Cu-cú! Te lo juro, si llegara a encontrarme con ese tipo, solo en la calle y a mitad de la noche saldría corriendo por ayuda gritando como mujercita y… y… y…


    La expresión de apuro en el bello rostro de la dama en sus brazos y sus ojos nerviosos abiertos de par en par, que señalaban repetidamente hacia un rincón, pusieron sobre aviso a aquél joven antes que continuara su relato.

    —No puede ser— susurró, casi sin mover los labios y sin producir sonido —¡¿Lo tengo justo detrás de mí?! ¡Maldicióóón!

    En efecto, al escuchar que lo mencionaban en su conversación el susodicho había salido completamente de la habitación, malinterpretando que lo habían llamado, metiéndose de lleno a una situación por demás incómoda.

    —¡Y así fue como terminó la película de mi vuelo: “Pesadilla Nocturna Salvaje”, cuyo protagonista tenía por nombre Ikari-Shizuoka Yamaguchi Junior! ¡Qué personaje tan bien elaborado, muy real y bastante convincente, cualquiera diría que se trataba de una persona de carne y hueso!— pronunció el muchacho que vestía camiseta sin mangas y bermudas, bajando a Katsuragi y dándose media vuelta para encarar a Shinji con una amplia y muy forzada sonrisa en el rostro —¡Oh, pero qué sorpresa! ¡Mira quién está aquí! ¡Se trata de mi muy queridísimo amigo, Ikari Shinji-kun! ¡Quien no tiene relación alguna con lo que estaba hablando! ¡En serio que no me lo esperaba, cuánto tiempo sin vernos!

    En menos de un parpadeo el locuaz muchachito de ojos verdes ya estaba sobre él, estrechando fuertemente sus manos para saludarlo efusivamente, sacudiendo su brazo de arriba hacia abajo, a lo que “Shinji-kun” no atinaba a reaccionar.

    —¿Cómo has estado, viejo, camarada, compadre, compañero del alma? ¿Qué cuenta tu vida? ¡Sí que han pasado los años! Aún así, veo que hay cosas que nunca cambiarán, ¿cierto, pequeñín?— mencionó, haciendo alusión a la altura que le aventajaba, poniéndolo de manifiesto al colocarle confianzudamente la mano sobre su cabeza, la cual apenas si le llegaba a los hombros —¡Observa esto! ¡Aún tienes esa cicatriz que te sacaste cuando probábamos la catapulta que armé en el jardín de juegos! Te juro que entonces no me podía imaginar la nula resistencia al viento que te da tu cabeza tan redonda, pensé que ya había considerado todas las variantes posibles dentro de mis cálculos…

    —¿Qué estás diciendo? ¿Pero, cómo…? Disculpa…— masculló Ikari con cierta dificultad, liberándose del persistente agarre de aquél joven, para enseguida poder pasear sus dedos sobre la extensión de la cicatriz que tenía debajo de su cabello desde que tenía memoria y que sin embargo nunca había podido saber cómo es que se la había producido —¿Acaso ya nos conocemos?

    —¡Claro que sí!— respondió enseguida su interlocutor, cómo extrañado, aunque luego él mismo repuso: —Es cierto, eras muy pequeño en ese entonces, lo más probable es que ni siquiera lo recuerdes…


    Shinji miró detenidamente al chiquillo delante suyo, examinándolo desde la punta de los pies en sandalias hasta la cabeza coronada con ese largo cabello castaño. Aunque era más alto y robusto que él, no había forma alguna que ese muchacho fuera mucho mayor que él, por lo que ese último comentario levantaba muchas más dudas que respuestas. ¿Dónde y cuándo se habían conocido, y como era que no podía recordarlo?

    —En ese caso creo que será conveniente volver a hacer las presentaciones— mencionó el jovencito de ojos verdes, haciéndole una respetuosa reverencia inclinando la cabeza y el cuerpo hacia adelante —Mi nombre es Kai Katsuragi, mucho gusto en conocerte…

    —¿Katsuragi? ¿Katsuragi?— repitió Ikari, incrédulo, dirigiendo su mirada a Misato, quien todo ese tiempo había permanecido detrás de ese joven sin decir palabra, sólo con una coqueta sonrisa dibujada en los labios —¿Acaso son… son…?

    —¡Por supuesto que no!— acotó la mujer en el acto, rodeando del cuello al muchacho delante de él —¿No te parece que soy bastante joven para tener un hijo de 14 años?

    —También podríamos ser hermanos, por si no lo habías pensado, despistada— observó el muchacho —Pero en realidad, soy adoptado, Shinji… la Capitán “Cachetes” Katsuragi aquí presente es mi tutora legal… aunque también puedes llamarme por el nombre que tenía cuando jugábamos juntos: Kyle Rivera Hunter. Ó Kai Rivera, como me decían todos aquí por ese entonces… ya sé que es todo un embrollo, así que podemos dejarlo simplemente en “Kai”, ¿te parece?

    —Mucho gusto entonces… Rivera-san… Kai…— pronunció el confundido muchachito, correspondiendo a la reverencia que anteriormente se le había hecho.


    —¡Sé que con su cara de idiota no lo parece, pero Kai también es un piloto de Eva, como tú!— intervino Misato de nueva cuenta, entusiasta como una criatura, metiendo sus dedos sobre la comisura de los labios del chiquillo para ensancharle la boca —¡Así que será mejor que se lleven bien! ¿Entendido?

    —¿Eso es cierto? ¿Hay más… más pilotos de Evangelion?— musitó Shinji, sorprendido con aquella noticia —¡No lo sabía!

    —Hasta ahora sólo somos cuatro— pronunció Rivera —Por eso seguramente más de alguna vez has escuchado que se refieren a ti como “El Cuarto Niño Elegido”… pero conforme pase el tiempo el número de pilotos se irá incrementando… según los últimos estudios, se tiene previsto que para finales de este año ya se habrán encontrado dos pilotos más, y para el año siguiente cuatro más…

    —Hay más chicos como yo, que pueden mover un Eva… es sorprendente— murmuró Ikari, reflexionando bastante al respecto y todo lo que ello implicaba para él.

    —Así es, por eso es que no debes preocuparte, aún si tú ya has decidido no volver a pilotear un Eva hay más gente que puede hacerlo por ti, la humanidad estará a salvo— repuso Kai, dando por sentado que su compañero se marchaba —Es una lástima que hayas decidido irte, hiciste un muy buen trabajo anoche, salvaste a todos en la ciudad; admito que será muy difícil tener que reemplazarte, pero estas cosas pasan…

    Misato y Shinji lo miraron entonces con deferencia, sin atinar a comprender el motivo de sus palabras.

    —Pero Shinji no ha dicho que piense irse— aclaró Katsuragi —De hecho, se quedará con nosotros de ahora en adelante…

    Rivera enmudeció por unos instantes al saber que había dado otro traspié, pero cuanto antes intentó enmendar su error:

    —¡Claro que sí, pero por supuesto! ¡Una decisión así no puede tomarse tan a la ligera! ¡Quédate todo el tiempo que quieras, descansa todo lo que puedas y así podrás decidir con más facilidad! Te aseguro que una vez que todo se haya tranquilizado y puedas ver las cosas desde otra perspectiva podrás elegir mucho más fácilmente… aunque tengo que reconocer que para entonces ya nos habremos encariñado contigo y nos será más difícil el tener que decirte adiós…

    —¿De qué estás hablando?— dijo una vez más Misato, mirándolo extrañada —Shinji ya se encuentra registrado en el personal de NERV como piloto de la Unidad 01, incluso ya se le había asignado una residencia permanente en la ciudad pero pensé que lo mejor sería que viniera a vivir con nosotros… ¿no crees que será muy divertido? ¡Piensa en todas las cosas disparatadas que pueden ocurrir con esta combinación! ¡El bueno!— dijo señalando a Ikari —¡El malo!— volvió a decir, señalándolo esta vez a él —¡Y la bella!— terminó entonces señalándose a sí misma —¿A poco no parece premisa como para una serie de comedia?

    —¡Ja-ja-ja! ¡Eso sí que es hilarante!— pronunció Kai fingiendo una risotada y esforzándose en ensanchar aún más su falsa sonrisa que comenzaba a entumecer sus labios —Ahora que lo pienso, necesito hablar contigo a solas, de algo completamente distinto a lo que ahorita estamos hablando, ¿nos permites sólo un momento, Shinji?

    —Cl-claro… por supuesto…— asintió Ikari, sin más opción.


    No obstante, en lugar de meterse a alguno de los cuartos ó quizás salir a la terraza que había detrás de estos, el lugar que escogieron los Katsuragi para sostener su charla privada fue unos de los rincones de la sala, donde permanecían a la vista de su invitado y separándolos de este tan sólo una distancia de unos tres metros. Si bien Shinji no podía escuchar la conversación entre susurros, si alcanzaba a distinguir varios de sus cuchicheos.

    —¿Te volviste a golpear la cabeza ó que diantres pasa contigo, Misato?— murmuró Rivera mientras los dos se tomaban de los hombros, juntaban cabezas y se agachaban, como si estuvieran planeando una laboriosa jugada de fútbol americano —¿Tan sola te sentías que tuviste que recoger al primer vagabundo que te encontraste en la calle?

    —¡Qué grosero!— respondió enseguida la mujer en el mismo tono susurrante —¡Sólo estoy tratando de ser una buena compañera y ayudar en lo que pueda a que el nuevo piloto se adapte lo más pronto posible! ¡Todo esto debe ser muy terrorífico para él, y todos pretendían que lo superara solo! ¡Cómo si eso pudiera pasar!

    —¡A mí no me vengas con eso! En ese caso, ¿por qué no trajiste a Rei a vivir con nosotros recién que llegó a la ciudad? ¡Era la misma situación!

    —¡Eso quisieras, cerdo degenerado! ¡Pero de ninguna manera iba a exponer a esa pobre muchachita a un sucio perverso como tú!

    —¡Deja de decirme así! ¡Ya te dije que esa vez sólo estaba buscando una protuberancia rara que sentía! ¡Me estaba auto-examinando! ¡Y eso no justifica que ahora me quieras hacer compartir cuarto con el vástago rechazado y malquerido de Gendo Ikari!

    —¡Di todo lo que quieras, pero la decisión ya está tomada y no está a discusión! Mi nombre es el que aparece en el contrato de arrendamiento de este departamento, así que puedo traer a quien me pegue la gana…

    —¡Eso no es válido y lo sabes bien! ¡Pago la mitad del alquiler de esta pocilga y también tengo derecho a tener voz y voto! ¡No sobreviví a cinco atentados en mi contra los pasados treinta días sólo para terminar muerto en mi propia cama, sacrificado por un lunático que escucha voces en su cabeza y adora a Satán!

    —¿Sobrev…? ¡¿Cinco?!— Misato dejó de lado los cuchicheos para expresar su indignación a viva voz, mientras que sus manos pasaban de los hombros del muchacho hasta enroscarse alrededor de su cuello, comenzando a asfixiarlo —¡Mentiroso miserable, la última vez que hablamos por teléfono me juraste y perjuraste que todo eso eran sólo rumores! ¡Me dijiste que todo estaba bien, que no me preocupara! ¡¿Cómo te atreves a hacerme esto?! ¡¿No sabes lo angustiada que estaba de que te fuiste solo?! ¡Si se te ocurre morirte así nada más, te matooo!

    —Bien…bienvenido a tu nueva casa… Shinji-kun…— le dijo Rivera con suma dificultad, levantando su pulgar derecho en señal de aprobación mientras que su cara adquiría una singular tonalidad azulada.

    “¿Pero a qué casa de locos vine a parar?” pensó el joven Ikari cuando presenciaba aquél fraternal estrangulamiento.


    Poco después, y con ayuda de su nuevo compañero de cuarto, Shinji por fin había descubierto donde estaba la cama en medio de todo ese desastre al que llamaban habitación, pero de cualquier manera en ese momento Kai desempolvaba un viejo futón almacenado en el armario, en el cual terminaría durmiendo a fin de cuentas.

    —Espero que no estés muy incómodo en el piso, pero en serio que la ciática me está matando y el quiropráctico me prescribió precisamente este colchón que tienes ante ti… a veces me siento como todo un anciano…

    —No te preocupes, agradezco tu gentileza…

    —De todos modos, ahora que somos roomies, siéntete en libertad de acomodar tus pertenencias a tu gusto, sólo trata de no arruinar mi estricto sistema de acomodo, por favor… todo está perfectamente organizado y una sola cosa fuera de lugar arruinaría todo el orden… ¡ah, si acaso te llegaras a encontrar por ahí una billetera con tarjetas de crédito te lo agradecería! Hace tiempo que no la veo…

    —De acuerdo, tendré los ojos bien abiertos por si acaso… mientras tanto… ¿puedo hacerte una pregunta?

    Rivera asintió con un movimiento de cabeza, más entretenido en esponjar la almohada sobre la que se recostó inmediatamente, poniendo los brazos detrás de la cabeza para luego soltar un hondo suspiro de alivio.

    —¿Cómo fue tu primera vez… tu primera vez, dentro de un Eva?

    —Mi Evangelion aún está en construcción, así que jamás me he subido a uno… a decir verdad, eres el primer piloto con experiencia de combate real… debes sentirte bastante orgulloso al respecto, ¿no?

    —Me siento… me siento como si hubiera hecho algo muy malo— admitió Ikari, sentándose sobre la colchoneta en el piso sobre la que dormiría —Es una especie de culpa, de remordimiento que nunca antes había sentido… además, todo mundo me mira de reojo, con miedo… y lo peor es que ni siquiera recuerdo cómo fue que sucedió todo… en un momento estaba a bordo, en la cabina, y después… nada…

    —Oye… ningún ser humano ha experimentado lo que tú… lo de anoche fue… anoche fue la primera vez para muchas cosas… es entendible que te sientas confundido, aún es muy pronto como para que asimiles todo lo por lo que pasaste, en tan poco tiempo… confórmate con saber que nadie, nunca, había hecho lo que tú hiciste. Estoy seguro que una vez que te relajes y puedas descansar todo irá tomando su curso natural, incluso tus recuerdos…

    —Entonces… ¿crees que hice bien? ¿En pilotear al Eva?

    Una vez más Kai daba un profundo suspiro, aunque esta vez al hacerlo parecía algo apesadumbrado.

    —Bueno, pues… sí, eso creo… si tú no te hubieras enfrentado a ese monstruo desgraciado nadie más lo hubiera podido hacer y en estos momentos lo más seguro es que todos estaríamos muertos… así que, sí, creo que hiciste un estupendo trabajo salvando nuestros tristes traseros…

    —Si es así… ¿por qué no puedo dejar de sentirme… sucio… culpable? No sé si pudiera volver a hacerlo, si es que me lo pidieran otra vez…

    —El miedo es algo natural, Shinji, nadie está exento de sufrirlo, es señal de que sigues vivo… lo importante es que no te dejes vencer por él, sino que lo uses en tu beneficio para provocar una acción… si te quedas sin hacer nada, estarás perdido, y si acaso te pasa cuando estés dentro de un Evangelion lo más probable es que te llevarás a mucha gente en medio de las patas…

    —Es sólo que no comprendo porqué parece que todo mundo quiere que sea piloto, pero a la vez están espantados por que lo soy…

    —Será porque saben que su pellejo está en tus manos, y no pueden permitirse confiarle algo tan importante a alguien tan…

    —¿Cobarde? ¿Desequilibrado?

    —Joven… eso es lo que iba a decir… joven… aún así, al diablo con lo que piense la gente. Tú debes darte cuenta de algo: en todo el mundo, de los miles de millones de seres humanos que hay, sólo existen cuatro personas hasta este momento que son capaces de pilotear un Eva… eres poseedor de un talento insólito, un don que muy pocos tienen el privilegio de poseer... ¿No crees que eso te hace único… especial?

    Shinji atendía absorto a todo lo que se le decía. Era la primera vez, en toda su vida, que alguien le hacía referencia a que era especial. Siempre todo mundo, hasta él mismo, lo habían considerado del montón.

    —Pero precisamente por este motivo, el que puedas hacer algo que casi nadie puede, se te ha impuesto una gran responsabilidad, que sin duda resulta ser una gran carga, sobre todo a tu corta edad… no cualquiera resiste ese peso, y las personas lo saben muy bien. Es por eso que tienen miedo de que termines quebrándote, pero a la vez no pueden hacer otra cosa, más que esperar que los sigas protegiendo ó ningún otro lo hará.

    Los dos se miraron mutuamente un par de momentos. El infante japonés no podía sacudirse de encima aquellas dos pupilas esmeraldas, atravesándolo de lado a lado. En aquél momento la mirada de Rivera le parecía fría, ajena, penetrante. Si bien antes la actitud de aquél muchacho le había parecido algo simplona, ridícula y hasta entonces lo había estado tratando con evidente desdén, en esos momentos demostraba poseer un criterio bastante maduro, de una persona mucho mayor. Kai estaba resultando ser una persona de contraluces, bastante desconcertante.

    —Ya no sé que es lo que quiero hacer— Shinji reveló entonces, sintiendo la confianza suficiente como para compartir algunos de sus pensamientos con aquél amigo de la infancia temprana al que no podía recordar —Quisiera correr, huir lejos de aquí y no volver a saber nada más de NERV, de los Evas… de mi padre… pero entonces… no sé que me quedaría… que sería de mí…

    —Lamento ser yo quien te lo diga, pero tu padre es una basura, y creo que eso ya te ha quedado bastante claro, si la mitad de lo que escuché que pasó en el hangar es cierto… a una persona así no se le debe nada, y lo mejor es mantenerse lo más lejos posible de él, antes de que te arrastre a su inmundicia. Si esperabas cualquier clase de amoroso reencuentro con él a estas alturas ya puedes darlo por descartado, también ya te habrás dado cuenta de eso. Ahora bien, si aún así pretendes seguir piloteando un Eva, debes hacerlo porque realmente estás convencido de eso, y debes estar consciente que deberás hacer bastantes sacrificios y estar dispuesto a realizarlos, sin importar lo difícil que sea. No puedes arriesgarte, ni a ti mismo ni a los demás, al estar subiendo a una de esas cosas si no tienes puta idea de lo que estás haciendo. Creo que ayer todos comprobamos lo peligroso que es que te subas a uno de esos armatostes en semejante estado. ¿Quieres mi consejo? Vete de aquí, ahora que puedes. Aléjate, mientras aún es tiempo. Olvídate que existimos y sigue con la vida que antes tenías. Este no es lugar para ti, basta con solo verte para saberlo. Aquí no encontrarás aceptación ni reconocimiento. Sólo miseria, perdición y dolor… mucho dolor… yo sé lo que te digo…

    El joven Ikari permaneció mudo por varios instantes, procesando todo lo que acababa de escuchar. De nuevo la helada mirada de su compañero de cuarto le perforaba el alma misma, sólo que esta vez también detectaba hostilidad y rechazo en ella. Sin duda, el haber hablado con alguien de todo lo que rondaba en el interior de su cabeza le había ayudado bastante, despejándolo y dándole una perspectiva más amplia del nuevo y escabroso terreno que estaba pisando. No obstante, aún persistían bastantes incógnitas que le resultaban difíciles de resolver. ¿Acaso sería mejor volver con sus abuelos y con su tío? Después de todo, tal y como Kai se lo había dicho, no pertenecía en este lugar lleno de locura y disparates, donde los niños eran quienes tenían que decidir el destino de la humanidad. Aunque el problema es que tampoco allá tenía un lugar que pudiera decir que le pertenecía, alguna función que le tocara desempeñar. Entonces, ¿en donde demonios encajaba?

    —Estoy harto de todo esto… no sé quien soy, ni donde pertenezco— musitó Shinji, abatido, cubriendo su rostro con las manos —¿Tú no podrías… Kai… no podrías? ¿Kai?

    Un vistazo de soslayo le hizo saber enseguida que su acompañante tenía algún rato ya profundamente dormido, tal como constataban sus sonoros ronquidos y el hilo de baba que colgaba de la comisura de sus labios, reposando en la misma posición en la que hasta hace algunos minutos le había estado hablando.

    “¿Cómo puede quedarse este fulano dormido, así nada más?” pensó Ikari con hastío.


    Una vez que dio por terminada su ingesta de alcohol, Misato procedía a realizar sus labores de aseo personal antes de ir a dormir, y al mismo tiempo aprovechaba la ocasión para tomarse un placentero momento de relajación total, con su cuerpo inmerso en la tina de baño repleta de deliciosa agua caliente. Mediante su teléfono celular mantenía comunicación en esos instantes con su amiga cercana, la Doctora Ritsuko Akagi, quien también iba llegando a su domicilio luego de una larga jornada laboral.

    —Así es, me tomó completamente por sorpresa que Kai haya llegado antes de lo previsto… estoy bastante molesta contigo, si ya sabías que estaba en la ciudad debiste decírmelo antes— refunfuñaba la capitana en tanto se deleitaba con la sensación del líquido tibio acariciando su piel.

    —Tengo cosas más importantes en qué ocupar mi tiempo que en estar reportándote el paradero de ese engendro a cada momento— arguyó Akagi del otro lado de la línea, cerrando con llave la puerta de su casa y quitándose sus incómodos zapatos de tacón alto, viéndose liberada de aquella insana tortura —Pero entiendo tu molestia, seguro que a ese barbaján no le cayó en gracia que lo hayas querido suplantar tan rápidamente, y de haber sabido que estaba aquí seguro que lo hubieras pensado dos veces antes de recoger a otro niño desamparado más…

    —Admito que el muchacho puede ser algo celoso y hasta un poco posesivo a veces, pero ya hablé con él y le hice entender que Shinji pasó por un evento traumatizante y necesitará de todo el apoyo posible para salir adelante…

    —Ahora eres responsable de él, mantenerlo conforme es parte de tu trabajo, ¿entiendes?

    —Eso me temo— respondió Katsuragi, dando un hondo suspiro de resignación —Aunque tengo que decírtelo, no tengo la más mínima idea de cómo llegarle a ese chiquillo… nada de lo que hago parece dar resultado, no sé como le voy a hacer para acercarme…

    —¿Tú, quejándote? ¿Tan pronto?— matizó irónicamente su confidente —¿Debo recordarte que fuiste tú misma quien enfáticamente declaró a los cuatro vientos que te harías cargo de él, y que estabas ampliamente capacitada para la tarea? ¿Pese a que ya habías echado a perder a otro chico indefenso? Tal vez sea hora que saques a relucir tus habilidades de autodefensa, quizás si lo agarras a karatazos conseguirás que el hijo del Comandante Ikari se sincere contigo… ¡Sólo cuida que no se te pase la mano ó quedará igual de idiota que el pobre de Rivera!

    —¡Ya estuvo bueno de que te burles de mí! ¡Te odio, eres imposible!— reclamó a gritos la mujer de cabellera negra, dando por terminada la conversación al cortar de súbito el enlace, mientras su amiga se ahogaba de la risa.

    “No debería enojarme tanto con ella” Misato recapacitó al cabo de unos momentos “Trató de advertírmelo antes que todo pasara… detesto cuando tiene la razón… después de todo, hasta yo misma no puedo dejar de ver a Shinji como una herramienta, nada más. ¿Será por eso que aunque conseguimos derrotar al ángel, no puedo estar contenta?”


    Durante algún lapso indefinido de tiempo todo había sido la oscuridad total, hasta que una tenue línea de luz blanquecina comenzaba a perforar sus párpados, provocando que los abriera cada vez más. Aquello le requería un gran esfuerzo, al sentirlos como si pesaran una tonelada y quisieran permanecer cerrados. Sin embargo, una dulce melodía interpretada con cuerdas penetraba por sus oídos y lo instaba a despertar, lo que finalmente consiguió, no sin poner mucho esfuerzo de su parte.

    Al hacerlo, Kai Rivera cayó en la cuenta que mejor le hubiera convenido continuar dormido por siempre, al atestiguar la penosa situación en la que se encontraba, atado de pies y manos en una de las sillas del comedor de su casa.

    —¿Qué… diablos? ¡¿Qué diablos?!— masculló, incrédulo, forcejeando por liberarse de sus ataduras, sin éxito alguno. Estaba completamente inmovilizado, y nada podía hacer por cambiar su situación, sin importar cuanto lo intentara, sin importar las quemaduras y cortadas que él mismo se provocara en sus muñecas y tobillos con cada nuevo desesperado y fútil forcejeo por ser libre —¡¿Pero qué puta madre está pasando aquí?!

    Sus ojos comenzaron a recorrer ansiosos todo el lugar, el cual reconoció como su propia casa, pero con una nueva decoración bastante inusual, con los muros y pisos repletos de pentagramas, iluminados solamente por varias velas de diversos colores y tamaños. Una persona de baja estatura estaba frente a él, con la cabeza completamente rapada. Al fijarse en sus vestimentas y cuando el sujeto volvió su rostro hacia él lo reconoció de inmediato.

    —¡¿Shinji?! ¡¿Te rapaste por completo la cabeza?! ¡¿Qué carajo crees que estás haciendo, pedazo de imbécil?! ¡Suéltame ahora mismo ó ya verás!

    —Así que por fin despertaste, Doctor Rivera— pronunció de manera funesta el joven Ikari empleando un marcado acento británico, con una sonrisa desquiciada de oreja a oreja —Así está mucho mejor, así podremos continuar con nuestra pequeña fiesta… ¿no es así, señorita Misato? Sea cortés y salude a nuestro invitado que recién se nos acaba de unir…

    Fue entonces que el muchacho reparó en la presencia de Katsuragi al otro extremo del comedor, férreamente maniatada al igual que él. Al contemplar su estampa un fuerte grito de horror salido de su garganta reverberó por todos los muros de la casa, al ver que toda su masa encefálica estaba expuesta al aire libre. La parte superior de su cráneo había sido completamente removida y ahora estaba frente a ella a modo de plato. No obstante, la mujer no parecía tener algún problema con tan espantosa condición, dado su semblante distraído y sonrisa bobalicona.

    —¡Hooola, Kai!— dijo ella, casi como en un balbuceo, sin dejar de sonreír cuando volteaba a verlo como si acaso se encontraran casualmente en alguna clase de convivio.

    —¡Maldito orate desgraciado! ¡La tienes completamente embrutecida con no sé cuántas drogas y otras porquerías!

    —¡Por supuesto que no! ¡Sólo tienes que ver esa gigantesca pirámide de latas de cerveza que ella misma se tomó para saber que no tuve que recurrir a ningún tipo de sustancia para someterla! ¡Fue bastante fácil, incluso ella me ayudó a atarse!

    —¡Je, je! ¡Essstoy borraaashaaa!— exclamó entonces la cautiva con una voz chillante como de ardilla, en medio de sus frenéticas risotadas.

    —¿Qué pretendes hacer con nosotros, lunático? ¿Y desde cuándo hablas inglés como si estuvieras narrando un documental?

    —Todo es parte de mi proceso de transformación, que culminará dentro de muy poco, gracias a la solícita ayuda de ustedes dos… fueron muy amables en abrirme las puertas de su casa, y hospedarme como a uno de los suyos… eso me ayudó a comprender que trabajo para el Amo… debo obedecer a mi Maestro, el Señor de las Tinieblas, que habla conmigo, en mi cabeza, cada noche desde que nací…

    —¡No, Shinji! ¡Deténte, déjanos ir! ¡Estás loco! ¡Locooo!

    —¡Contemplen ahora mi forma verdadera, simples mortales!— anunció con voz potente, rasgando todas sus vestiduras de un solo tirón para quedar completamente desnudo y dejar al descubierto todos los tatuajes profanos que estaban impresos en cada centímetro cuadrado de su piel, la mayoría de ellos consistiendo en alas de murciélago, ojos de serpiente y cabezas de dragón —¡Soy el hijo del dragón, insensatos! ¡La Bestia del Apocalipsis! ¡Concebido en las mismas llamas del averno y preparándome toda una eternidad para cumplir con la misión para la que fui creado! ¡Condenación eterna para toda la raza humana!

    —¡Basta ya, sucio bastardo! ¡Tápate con algo, por el amor de Dios, que puedo verte todo! ¡Todo, qué horror!

    —Calma, doctor, ahora no es el momento para temer— dijo su captor con voz calma, como si quisiera arrullarlo, mientras que sacaba de su cavidad anal un largo cuchillo curvo —Eso viene después…

    Sin darle tiempo para más, ni siquiera para gritar aterrado, el perturbado agresor se abalanzó sobre él y con la pericia de un sádico asesino enterró su filosa arma sobre su pecho, abriendo un gran boquete del que sustrajo su corazón entero, aún palpitante, el cual le mostró a modo de trofeo mientras la vida se le escapaba de su mutilado cuerpo sin que pudiera hacer algo para evitarlo.


    Salvo murmurar lastimosamente en sueños, dando vueltas de un lado a otro de su cama, completamente dormido.

    —No, por favor…— musitaba un inconsciente Kai una y otra vez, entre ronquidos, para desconcierto de su compañero de cuarto, que llevaba rato tratando desesperadamente de conciliar el sueño —No, la cara no… de eso vivo…


    El joven Ikari volvió a tumbarse sobre su austero lecho, una vez que constataba de nuevo que su acompañante estaba efectivamente dormido, pese a todo el balbuceo incoherente que salía de forma continua de sus labios. Tuvo que aumentar el volumen de su reproductor musical portátil, con tal de silenciar aquél infernal concierto de estertores y divagaciones sin sentido. Sintiendo como la cabeza estaba a punto de reventarle, lo único que buscaba era dormir un poco y descansar a como diera lugar. “¿Qué estoy haciendo aquí?” se preguntaba una y otra vez, sintiendo como si le estuvieran pegando con un martillo en la cabeza, una y otra vez “¿Por qué sigo en este lugar?”

    Llegado el momento en que un agudo dolor taladraba lo más recóndito de su cerebro y se sintió al borde de un colapso mental, igualmente así de súbito llegó el momento de la realización. Las circunstancias del combate de la noche anterior regresaron condensadas a él, todos sus recuerdos de aquél evento agolpados en un solo ínfimo suspiro.


    Fue así que se vio de nueva cuenta atrapado en los confines de la extraña cabina del Eva 01, frente a frente con el monstruo de pesadilla que amenazaba con destruir los cuarteles de NERV y la indefensa ciudad que estaba encima de ellos.

    —¿Estás listo, Shinji?— preguntó entonces Misato desde su estación.

    Qué pregunta tan más estúpida. ¿Alguna vez alguien estaría listo para meterse de cabeza en una situación absurda de la que no se vislumbraba salida? ¿Qué tan listo se podría estar para enfrentar un destino incierto y lidiar con la parca cara a cara?

    No obstante, Shinji hubo de responder afirmativamente, bastante avergonzado para admitir a esas alturas que se había arrepentido y quería bajarse lo antes posible de ese cachivache del demonio antes que aquella abominación no dejara ni siquiera el recuerdo de su existencia.

    Al obtener la señal positiva del piloto la Capitán Katsuragi despachó las indicaciones finales para la puesta en marcha del Evangelion:

    —¡Remuevan el último cerrojo de seguridad! ¡Evangelion Unidad 01, liberado y listo para la acción!

    A su mandato, los seguros que mantenían al robot gigante afianzado dentro de su jaula fueron removidos, sin nada que sostuviera en pie a la gigantesca máquina, más que su propio equilibrio.

    —Shinji, ahora debes concentrarte y pensar en caminar— indicó Ritsuko, guiándolo literalmente paso a paso por esa alocada odisea.

    La premisa básica por la cual los Evas operaban llevaba al racionalismo del filósofo Descartes, “cogito ergo sum”, “pienso, entonces existo”, hasta a sus últimas consecuencias. Por medio de un intrincado dispositivo los pensamientos del piloto eran traducidos en acciones que el aparato con forma humanoide ejecutaba fidedignamente. Por ende, resultaba tan sencillo como tan solo pensarlo para que el coloso de acero diera un paso y saliera de su encierro. Algo tan fácil que hasta un niño podía hacerlo, que era precisamente lo que ocurría cuando Shinji pensaba en la acción de caminar. “Camina” ordenaba con sus pensamientos, para que el gigante a su mando volviera a dar un nuevo paso hacia la confrontación directa con su enemigo, cimbrando todo lo que estaba a su alrededor. Los vidrios estallaban hechos pedazos en su camino y todo lo que no estuviera bien sujeto al piso se sacudía violentamente.

    —¡Es increíble, lo está logrando!— exclamó la Doctora Akagi, fuera de sí —¡Miren eso, todos! ¡El Eva 01 está caminando!


    El problema de utilizar los pensamientos para accionar maquinaria de semejantes escalas es que en cualquier momento la mente puede traicionar a uno. Bastaba tan solo una fugaz distracción, un mero temor pasajero, una solitaria duda para que toda la concentración se fuera al trasto, que fue exactamente lo que ocurrió en el momento que el joven Ikari sintió el movimiento del robot que tripulaba y atestiguaba que la distancia con la terrorífica criatura se acortaba. En el mismo instante que aquél coloso lo imitó y dio un paso hacia su encuentro la ansiedad hizo presa del muchacho, para enseguida ocasionar que el robot color morado se desplomara a los pies de su oponente sin que éste hubiera lanzado siquiera un solo golpe.

    —¡No te distraigas, tienes que levantarte lo antes posible!— indicó Misato, sabiendo todas sus esperanzas perdidas si es que el chiquillo no alcanzaba a reaccionar de su inoportuno estupor —¡Tienes que moverte, pronto!

    Sus advertencias resultaron en vano, al caer en oídos sordos. El muchacho se encontraba completamente paralizado por el miedo y su pensar era un batidillo de confusión total. Tal situación se agravó cuando la aberración aproximó su gigantesca y deforme mano para sostenerlo de la cara y levantarlo en vilo como a un juguete inservible.

    —¡Shinji! ¡Reacciona, maldita sea! ¡Tienes que defenderte!

    Misato no recibía respuesta alguna por parte del piloto, pero en cambio el ángel comenzó a verse muy interesado en la estructura y anatomía del monigote inerte que sostenía delante de él. Fue así que sujetó el brazo derecho del robot y comenzó a girarlo en sentido contrario a sus articulaciones, semejante a un niño pequeño que juega con los muñecos de su hermano mayor, probando los límites de las capacidades del artilugio sin importarle si es que llegaba a romperlo.

    El muchacho a bordo del Eva, para su horror, comenzó a sentir una tremenda presión en su propio brazo derecho, que se puso tenso como si alguna fuerza invisible lo mantuviera sujeto en contra de su voluntad, llevándolo al punto de quiebre.

    —¡Tranquílizate, por favor!— indicó entonces la Capitán Katsuragi —¡No es tu brazo real, todo está en tu cabeza! ¿Me entiendes? ¡Por mucho que te duela, tienes que entender que no es tu brazo verdadero!

    —¿Qué pasa con su sistema defensivo?— inquirió Ritsuko, presa de la desesperación.

    —¡La señal no funciona!— contestó enseguida Maya, su asistente, como si tratara de excusarse.

    —¡Su Campo A. T. no se está desplegando!— informó otro oficial técnico.

    —¡Maldita sea!— bramó entonces la mujer de cabello rubio, haciendo una rabieta.

    Finalmente el brazo del Eva 01 cedió por completo a la descomunal fuerza que se le aplicaba y terminó por reventar como una vieja rama seca. Una aguda punzada eléctrica recorrió todo el sistema nervioso de su joven e inexperto piloto. Si bien su cuerpo se encontraba en perfecto estado, sin daño alguno, su cerebro acaba de experimentar la terrible sensación que le hubiera provocado sufrir una fractura expuesta. El que todo fuera mental, como alegaba Misato, no reducía en absoluto el intenso dolor que padecía en esos aciagos momentos.


    Por si eso no bastara, su monstruoso adversario lo mantenía bien sujeto de la cabeza, levantándolo aún más por el aire, completamente a su merced. El codo de la criatura comenzó a brillar y un haz luminoso salió despedido de la palma de la mano con la que sujetaba al gigante de acero. Como si se tratara de un ariete, las descargas energéticas expelidas por la garra de aquella abominación comenzaron a impactarse una tras otra contra el casco del inmóvil artefacto, fracturándolo sin demora.

    —¡Se rompió la parte frontal del casco!— informó consternada Maya Ibuki desde su lugar.

    —Esa armadura no resistirá más tiempo— musitó entonces la Doctora Akagi, atestiguando la estrepitosa derrota de la única arma de la que disponían para enfrentarse a la aniquilación total.

    Como si sus palabras hubieran sido las de un profeta, los augurios de la científica no tardaron en cumplirse, como dio cuenta la ráfaga de energía que salió despedida por la nuca del Evangelion, al haber atravesado su cráneo por completo, perforándole el ojo izquierdo. La Unidad Uno salió volando gracias al impulso del golpe, deteniendo su caída al estrellarse de espaldas contra un edificio, lo que prodigiosamente la ayudó a mantenerse en pie pese a la magnitud del daño recibido. Un potente chorro de un líquido carmesí salió a presión a través de los dos orificios que perforaban el casco del robot gigante, haciendo parecer que la máquina estaba sufriendo tremenda hemorragia.

    Aquella última incidencia bastó para encender todas las alarmas y focos rojos en la sala de mando de NERV, tal como dieron cuenta los angustiantes informes de los técnicos que monitoreaban la situación:

    —¡Cabeza dañada! ¡Magnitud del daño: desconocida!

    —¡Los enlaces de la conexión nerviosa se están rompiendo!

    —¡No tenemos lectura del piloto!

    —¡Shinji!— Misato terminó gritando, histérica, con el vano anhelo de hacer reaccionar al joven que tripulaba al Eva 01 —¡Alguien, denme un reporte de daños!

    —¡El sincrógrafo se invierte! ¡Los impulsos fluyen en reversa!

    —¡Apaguen el circuito! ¡Bloquéenlo por completo!

    —¡No podemos! ¡No acepta la señal!

    —¿Cómo está Shinji?— inquirió Katsuragi al técnico encargado de monitorear el estado del piloto, un joven oficial que usaba anteojos y con el cabello peinado hacia atrás.

    —¡Sus monitores no reaccionan! ¡Su condición también se desconoce!

    —¡La Unidad Uno permanece inmóvil, no tenemos respuesta!

    —¡Misato!— vociferó entonces la Doctora Akagi, demandando alguna acción concreta de parte de la persona encargada de la operación contra el ángel.

    —Ya no tenemos alternativa— masculló de mala gana —¡Aborten la misión! ¡Nuestra prioridad ahora debe ser el rescate del piloto y ponerlo a resguardo! ¡Expulsen la cápsula de inserción!

    —¡Es imposible!— sentenció Maya, tajante —¡Todos los sistemas están fuera de control, no responden!

    —¡¿Qué diablos…?!


    Dentro de su cabina, que para él se había vuelto una funesta cámara de tortura, Shinji Ikari podía escuchar a todos parlotear sin sentido como urracas enloquecidas. Empero, todos esos vericuetos sin razón le parecían tan solo un murmullo lejano, completamente ajeno a él. Sus pensamientos se encontraban avocados solamente en el terror que le producía su inminente deceso a manos de un monstruo gigante cuyo origen e intenciones siempre le permanecieron ocultas. Moriría apenas en el despuntar de su vida y jamás podría saber el porqué. Aunque muy en su interior, tenía la certeza que nada de eso hubiera ocurrido de no haber sido tan estúpido como para dejarse convencer por su padre y toda la caterva de maniáticos estúpidos a sus órdenes. Los odiaba a todos ellos, por orillarlo hasta el extremo de su sanidad mental y arrastrarlo con ellos en toda esa locura. Cualquier persona sensata hubiera escapado de ahí a la menor oportunidad. Pero él no. Él se había quedado, yendo en contra de todo lo que le dictaminaba su sentido común, queriendo probarse frente a todas esas personas que ni siquiera conocía. Ritsuko, Misato, la chica de ojos rojos… su padre… ¿Quiénes eran todos ellos para él, apenas un día antes? ¡Nada! Y ahora perdería su vida a causa de todas esas personas que apenas habían entrado en ella. Un persistente, taladrante zumbido se apoderaba de su cabeza en tanto que el odio consumía todo su ser.


    En el mundo exterior, el ojo restante del impasible Eva centelleaba con un resplandor de naturaleza incierta. Su mandíbula se abrió de improviso, para dejar salir un portentoso rugido de fiera salvaje que resonó como trueno por todas las inmediaciones.

    —¡El Eva 01 se reactiva!

    —¡No puede ser! ¡¿Cómo pudo hacerlo?!

    —Se ha liberado— señaló Akagi, apenas con un hilo de voz, sus pupilas completamente dilatadas por el terror.

    Antes que cualquiera atinara a salir de su estupor, incluso el propio ángel, el gigantesco hombre mecánico tomó impulso flexionando las rodillas y pegó un brinco felino que lo hizo volar por los cielos hasta caerle encima a su sorprendida presa, a la cual derribó debido al fuerte encontronazo entre ambos. Los pies extendidos de la entidad mecánica se habían incrustado sobre el pecho del monstruo, actuando como una formidable lanza, lo que a la postre le permitió encaramarse sobre su aturdida víctima.

    Los dos titanes se enfrascaron entonces en un tenaz forcejeo, uno buscando liberarse del brutal agarre y el otro intentando con ahínco destrozar el rostro de su oponente. La aberración con mote celestial fue quien acabó triunfando, lanzando nuevamente por los aires al desenfrenado Evangelion, quien no obstante terminó aterrizando sin problema alguno sobre sus pies.

    Ni bien había terminado de tocar el piso cuando el enloquecido robot dio la media vuelta y se lanzó a la carga en una frenética carrera, listo para abatir a su adversario una vez más, el cual aún no lograba recuperarse del anterior embate. Su marcha fue interrumpida de tajo por una barrera luminosa que se formó entre ambos contendientes, justo antes que sus puños pudieran alcanzar al atenuado monstruo.

    —¡Un Campo A.T.!— pronunció pasmada la Doctora Akagi. Aquella era la primera vez que presenciaba aquél fenómeno con sus propios ojos.

    —¡De nada te servirá atacarlo mientras ese escudo lo proteja!— indicó Misato al piloto, buscando poner un poco de mesura en toda esa barbarie.

    El tripulante de aquella máquina fuera de control no pareció hacerle mucho caso, pues enseguida lanzó una seguilla de puñetazos que fueron a estrellarse sucesivamente contra la franja de luz que lo apartaba de su objetivo. Cada impacto sobre aquella barrera causaba una curiosa reacción que producía ondas similares a las vistas en la superficie de un cuerpo de agua al que se le lanza una piedra.

    Al no obtener resultados, el ente mecánico detuvo su avance, retrocediendo un par de pasos como si acaso estuviera reflexionando la acción a seguir. De forma súbita, sin que nadie lo esperara, el robot extendió su brazo lastimado y enfrente de los pasmados ojos de todos los testigos el daño sufrido se desvaneció como un mal sueño.

    —¡Esto no puede estar pasando!— estalló uno de los técnicos, casi levantándose de su asiento —¡El brazo del Eva 01 se ha restaurado por sí solo! ¡¿Cómo es eso posible!?

    —Increíble— musitó Katsuragi en una mezcla de sorpresa y temor.


    Sin darle importancia a las reacciones que provocaba en el público espectador, el artefacto con forma humana volvió a acercarse a su rival, a quién aún lo cubría esa curiosa barrera lumínica. Esa ocasión, en lugar de volver a asestarle golpes a locas y tontas el Evangelion introdujo la punta de sus dedos en medio de ese muro translúcido y comenzó a tirar hacia los extremos, como queriendo realizar una abertura en él.

    —¡La Unidad Uno está desplegando su propio Campo A.T.!— detalló Maya Ibuki desde su lugar —¡Sus lecturas se están sobreponiendo a las del blanco!

    —Está neutralizando el Campo A.T. del ángel— observó Ritsuko —Con que así es como podemos acabar con ellos…

    El escudo que protegía a la criatura terminó deshaciéndose debido a la presión ejercida por el Eva. Triunfante y amenazador, el robot desbocado asomó sus fauces a través del espacio recién despejado, pero antes que pudiera alcanzar a su objetivo, los ojos vacíos del monstruo destellaron y antes que alguien se diera cuenta qué es lo que estaba pasando un torrente destructivo se precipitaba sobre el Eva 01. Aquella descarga energética arrasó con todo a su paso, recorriendo casi la extensión total de la ciudad, pero aún así no logró acabar con su blanco primario. El humo causado por la devastación aún no se disipaba cuando el gigante de acero se lanzó como un depredador sobre su pasmado adversario, a quien le sujetó y quebró ambos brazos sin darle tiempo siquiera de enterarse qué estaba sucediendo. Sin dejar de castigarle ambos miembros fracturados, el belicoso artefacto recetó a su víctima una soberbia patada en el pecho que lo mandó a volar y le arrancó limpiamente sus extremidades.

    El desmembrado ser gigante se estrelló con varios edificios en su camino, a los que redujo a simple escombro en su desventurada trayectoria. No conforme con ello, el hombre mecanizado se lanzó a su encuentro para caerle encima y maniatarlo una vez que se detuvo. Con su enemigo postrado, el arma de NERV aprovechó la ocasión para soltar una lluvia de puñetazos sobre toda la castigada anatomía de su desvalido contrincante. Aquello había dejado de ser una pelea para devenir en una salvaje carnicería. El paisaje urbano de Tokio 3 comenzó a decorarse con los fluidos que emanaban a chorros de los destrozados tejidos de aquella abominación con cada nuevo golpe que se le daba. En una última instancia la máquina guerrera concentró sus embates sobre una estructura esférica ubicada justo en el área pectoral del monstruo, que comenzó a resquebrajarse como una baratija de cristal.


    Vencido y humillado, el coloso utilizó el último hálito de vida que guardaba en su martirizado cuerpo para abrazar fuertemente a su agresor, enroscándose alrededor de su cuello para transfigurarse en una suerte de gigantesco globo que comenzaba a inflarse desmesuradamente. A pesar del desconcierto inicial, Misato tenía muy claras las intenciones de la criatura, tal como se lo hizo saber a todo mundo al gritar despavorida:

    —¡Piensa autodestruirse!

    En efecto, en un desesperado acto final, el ángel se había inmolado a través de un gigantesco estallido, buscando alguna retribución por su estrepitosa derrota, queriendo arrastrar a su oponente a su fin junto con él mismo. Una poderosa explosión se suscitó entonces, levantándose una enorme cruz que fue visible desde el espacio en el epicentro del impacto. La energía liberada vaporizó una gran porción de la ciudad y la onda expansiva resultante se encargó de deteriorar aún más la infraestructura urbana que aún seguía en pie. ¿Qué podría sobrevivir a ese infierno? A la Capitán Katsuragi sólo le interesaba la subsistencia de una sola cosa:

    —¿Cuál es el estado del Eva 01?

    Antes que cualquiera de sus subordinados pudiera responderle, una sombra masiva se dibujó en la estela de destrucción que sus monitores captaban. Lenta, pero decididamente, la Unidad Uno emergió victoriosa de entre las llamas, exhibiéndose ante todo mundo como un poder para ser temido y respetado en ese nuevo conflicto de escalas descomunales.

    —Esa es… esa es…— las palabras se atoraban en los labios de la capitana, por lo que Ritusko tuvo que ayudarla a completar su oración:

    —La verdadera apariencia del Eva…


    Fue hasta entonces que Shinji volvió a saber de sí mismo, viéndose de vuelta a través de una espesa negrura que había cubierto todo. Las imágenes a su alrededor volvían a formarse, dibujándole aquél mundo al que estaba habituado. Sin saber bien como es que había salvado la vida, se vio una vez más sentado en la cabina del robot gigante que tripulaba, ignorante de momento de todas las circunstancias que lo condujeron hasta ahí. El barullo incesante que captaba a través de la radio no le ayudaba gran cosa para ubicarse.

    —El sistema se ha restablecido. Las gráficas vuelven a su posición normal.

    —Tenemos signos vitales en el interior del Eva. La supervivencia del piloto ha sido confirmada.

    —¡Equipo de extracción, apresúrense a sacarlo de ahí!

    —¡La protección del piloto es la máxima prioridad en estos momentos!

    El jovencito respiraba agitadamente sin saber porqué, desubicado, experimentando un ataque de ansiedad sin saberlo. Se sentía a punto de morir, sin embargo. Dirigía la vista hacia todas partes, en busca de una respuesta, encontrando solo el asfixiante espacio de la cabina que lo envolvía como un ataúd y las imágenes de las tareas de rescate que le llegaban del exterior. De improvisto el casco del hombre mecánico finalmente cedió al daño recibido y cayó al piso hecho pedazos ante la pasmada vista de Ikari.

    El edificio a su lado estaba tapizado con cristal reflejante, lo que le obsequió un mosaico del grotesco rostro que había debajo del yelmo de su máquina, el cual parecía salido de una espantosa pesadilla, pero que revelaba la naturaleza orgánica de las estructuras debajo de las placas de metal que conformaban la armadura del Eva. Por si esa repugnante visión no fuera suficiente, el horrorizado chiquillo presenció como un gigantesco ojo esmeralda se volvía a formar dentro de una de las cuencas vacías de aquella aterradora aparición. Lo peor de todo fue la terrible impresión de saberse observado por la inhumana mirada de aquél insólito ser cuya sola existencia parecía un crimen perpetrado contra todo lo sagrado. El joven piloto dio entonces un estentóreo grito de espanto que terminó desgarrando sus cuerdas vocales, para de inmediato refugiarse en el cobijo de la inconsciencia.


    De vuelta en su realidad, casi veinticuatro horas después del evento, el muchacho se revolvía en su camastro, luchando contra su ansia de vomitar una vez que recobró sus memorias de lo sucedido. Una vez más la ansiedad hacía presa de él, su respiración agitada amenazando con hiperventilarlo y provocarle un colapso.


    Afuera del cuarto, una vez que su baño había concluido, Misato se debatía sobre qué más podía hacer para mejorar el ánimo del nuevo piloto. Permaneció indecisa frente a la puerta por unos minutos, hasta que se resolvió a llamar, golpeando con la mano. Aún cuando no recibió respuesta del interior deslizó el acceso para hacer un pequeño espacio por donde asomó su cabeza. Kai continuaba profundamente dormido, pero en cambio Shinji seguía dando vueltas sobre el futón donde estaba acostado.

    —Shinji, ¿ya estás dormido?

    El chiquillo no quiso responder, pues al hacerlo dejaría de manifiesto su precario estado. Aún así, Katsuragi pudo entrever que aún permanecía despierto, por lo que empleando el tono más cortés del que pudo disponer le compartió sus pensamientos sin tapujos:

    —Del modo que haya sido, debes estar muy orgulloso de lo que lograste. Hiciste algo muy bueno por muchas personas, eres un chico formidable, nunca olvides eso. Descansa, que te lo has ganado. Que tengas buenas noches…

    Katsuragi volvió a cerrar la puerta de la habitación, con un mal sabor de boca. Si bien sus palabras fueron sinceras, a fin de cuentas le habían parecido huecas, estériles. Se estaba percatando que el camino para ganarse la confianza de aquél joven sería uno largo y sinuoso, donde no había garantías de alcanzar su meta.


    Por otro lado, Ikari apenas si le había prestado atención. Aún sobresaltado y sin reponerse del todo, se preguntaba si acaso alguna vez lograría salir de aquél profundo pozo del cual no vislumbraba salida alguna y en el que él mismo se había metido al perseguir a un esquivo conejo blanco de cuya existencia no tenía certeza.
     
  7.  
    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

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    13 Mayo 2014
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    Escritor
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    El Proyecto Eva
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    Acción/Épica
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    19299
    Capítulo Tres: "El Dilema del Erizo"

    “I've been through the desert on a horse with no name,


    It felt good to be out of the rain.

    In the desert you can remember your name,

    'Cause there ain't no one for to give you no pain…”

    America

    “A horse with no name”


    Espera pacientemente, sumergido por completo en aquel profundo océano de la serenidad, sin ningún estímulo externo que lo perturbe. Se da el lujo de cerrar los ojos, e imaginarse flotando en la nada. El mundo desaparece y sólo queda él, con su conciencia individual. De repente, él lo es todo. Todo lo que existe, existió y existirá: el universo mismo. Antes que prosiguiera su viaje por el cosmos distante, un eco lejano de súbito lo transporta de nuevo a la materialidad. Una vez más se ve encadenado por la gravedad y peso de su cuerpo, del cual su alma amenazaba con salir presurosa para desenvolverse a su máximo potencial.


    De nuevo se encontraba en aquella cabina, rodeado de aquél extraño líquido que penetraba en sus pulmones y el cual le permitía respirar a sus anchas. Ataviado con ese inusual traje azul que le habían proporcionado, el cual se extendía del cuello para abajo, ajustándoselo cómo una segunda piel gracias a un mecanismo instalado en ambas muñecas. Era de un color azul cielo, excepto por algunas partes en negro (los antebrazos y los muslos, además de las plantas de los pies) y en el pecho, hombros y espalda, que eran de un color azul claro, casi blanco. La vestimenta en pecho y espalda venía con un dispositivo especial para casos de extrema urgencia, un soporte vital para mantener al piloto con vida mientras recibía la atención médica correspondiente.

    En definitiva, el muchacho se encontraba mucho mejor preparado que la primera vez que se había subido al robot a arriesgar la vida.

    —¿Estás listo, Shinji?— preguntó entonces por la radio Maya Ibuki, quien se desempeñaba como asistente de la doctora Akagi y operadora de comunicaciones en el Proyecto Eva.

    Maya era una tierna y encantadora joven de cabello castaño corto, de unos 22 años y unos rasgos adorables. Toda su humanidad transpiraba inocencia, como si no hubiese superado la pubertad. Bajita y esbelta, así era ella.

    Todo formaba parte de un exhaustivo entrenamiento para acostumbrar al piloto al mecanismo y funcionamiento de su Eva, donde el ambiente externo se representaba mediante un sistema de proyección de hologramas bastante sofisticados y muy convincentes. Podía reproducirse la ciudad entera en sólo ese cuarto.

    —Sí— contestó el muchacho, impasible. La expresión de su cara seguía siendo la misma, sin ningún cambio durante el transcurso del ejercicio. Parecía estar en trance.

    —Muy bien— prosiguió la joven oficial —Procura memorizar dónde se encuentran dispuestos los suministros de energía para el Eva a lo largo de la ciudad. Durante el curso de un combate es muy probable que el cable umbilical se corte o su extensión se termine, en caso de que se llegue a presentar una situación así podrás reponer el suministro eléctrico en cualquiera de estás tomas de corriente. También hay disponible una gran cantidad de anaqueles que contienen diversas armas para tu uso y que también estarán ubicados en distintos puntos. Todo esto te será de gran utilidad durante una pelea, trata de tenerlo siempre en cuenta.

    —De acuerdo.

    —Continuaremos la lección del Modo de Inducción donde nos quedamos ayer.


    Una figura gigantesca emerge de la nada, la proyección del ángel que había derrotado anteriormente. El chiquillo de inmediato tomó su arma, un rifle de asalto hecho a la monumental escala del Evangelion, cuyas municiones fueron descargadas sobre el blanco en gran cantidad, pero sin acertar una sola vez.

    —Tienes que poner más empeño, Shinji, debes concentrarte— indicó la operadora —Primero hay que fijar el objetivo en la mira y sólo entonces jalar el gatillo.

    —Objetivo en el blanco...— repitió el joven Ikari, mecánicamente y sin un dejo de emoción en su voz —Jala el gatillo…

    Una vez más descargó el contenido de su arma, en esta ocasión con éxito, al acertar el tiro y haciendo estallar a su oponente imaginario.

    —Bien hecho. Haz lo mismo con el siguiente.

    Una nueva proyección surgió en el falso horizonte, lista para ser despachada de igual modo por el joven practicante.

    —Objetivo en el blanco... jala el gatillo— murmuró el muchacho al repetir la acción, con el mismo resultado positivo.

    —¡Lo estás haciendo excelente!— pronunció Ibuki, satisfecha con su desempeño —Trata de atinar a la mayor cantidad posible de objetivos durante un lapso de tiempo predeterminado por el sistema… piensa que estás en un videojuego…

    —De acuerdo.


    —Es extraño… Después de lo que le pasó, y dado su carácter, pense que Shinji saldría corriendo de aquí en cuanto pudiera, pero no lo hizo— le mencionó Maya a Ritsuko, quien seguía muy de cerca la práctica a sus espaldas —Me pregunto por qué habrá sido…

    —No lo sé con certeza— confesó la científica —Pero pienso que lo más probable es que ya no tenga algún otro lugar a dónde huir... De cualquier modo, parece que sólo hace lo que otros le dicen— continuó, meditabunda —Es una lástima que esté desperdiciando su vida de esa manera, ¿no?


    Mientras tanto, Ikari sigue entrenando, desinteresado de todo lo que pasaba a su alrededor, y aún de su propio entrenamiento, el cual realizaba sin ponerle empeño alguno, como si estuviera en otro mundo, ausente.

    —Objetivo en el blanco... jala el gatillo…— repetía incesantemente como autómata, sin concentrarse del todo —Objetivo en el blanco...


    Un grillo canta a lo lejos, buscando atraer a una hembra de su especie para poder aparearse. Lo mismo hace una rana toro, en un estanque que estaba quién sabe donde. Ellos son los que inauguran el coro nocturno, pero sus compañeros no tardan mucho en unírseles. Pronto, la noche parecía una enorme sala de conciertos y un motel a la vez, de las mismas proporciones. Tal situación se acentuaba aún más debido a la relativa calma que reinaba en aquel paraje en dónde estaba ubicado el edificio. En esa noche habría bastantes que no iban a poder dormir tranquilamente.

    Eso, por el momento, a él no le importa. Con bastante calma prende un cerillo, que en la penumbra brilló tanto cómo un sol al momento de encenderse. Le hace casita con una mano, para que la brisa no fuera a extinguir el fuego, y con la otra lo aproxima al cigarro en sus labios. Al contacto con la flama el tabaco comienza a arder, despidiendo el humo con su tan particular aroma, el cual los antiguos colonizadores españoles en América afirmaban que hacía tener pensamientos felices.

    Ya sin importarle si se apagará ó no, arroja el inservible cerillo por los aires, cayendo éste en el balcón del piso inferior. Él se encontraba sentado sobre el de su departamento. Su espalda cómodamente recargada contra la pared, y su pierna derecha colgando fuera del balcón. Eran unos 20 metros de altura pero aquella circunstancia no le incomodaba a Kai en lo absoluto al no padecer de cualquier clase de vértigo, bastante seguro de su posición. Eran otros menesteres los que lo agobiaban en aquellos momentos.


    Inhala suavemente a través del filtro, albergando el humo en su garganta y sus pulmones, para poder degustarlo, saborear el extraño sabor del tabaco aspirado. Unos segundos después, exhala de la misma manera, con suma tranquilidad, una abundante bocanada de humo gris, el cual se fue dispersando en el fresco de la noche.

    Los conquistadores hispanos tenían razón. Se siente más relajado, con la mente despejada, pero sin librarse de sus preocupaciones. Las tenía a la mano, guardadas en una carpeta. Se trataba de los informes de control de daños y de la Cruz Roja, al respecto del incidente Eva, hacía unas cuantas semanas atrás. Las cifras no eran nada alentadoras. 55 muertos. 121 heridos. 196 damnificados y 13 personas desaparecidas. Sabía que era inútil culparse por lo que le había pasado a todos ellos, pues las circunstancias que le habían impedido tripular al Evangelion escapaban de su control. Pero de todas formas, por más que se tratara de convencer de ello, no había manera en la que pudiera sacudirse el sentimiento de culpa que lo aquejaba por haber llegado demasiado tarde para salvarlos.


    Por la ventana echa un vistazo al interior del cuarto. Allí, en el suelo, en una de esas camas japonesas, se encontraba él, revolcándose de un lado para otro sin poder conciliar el sueño de nueva cuenta. En todo el tiempo que tenían compartiendo un mismo techo jamás lo había visto descansar del todo. Pobre. Igualmente, debía de tener bastantes mortificaciones que lo acosaban y no lo dejaban en paz. La falta de un buen descanso puede poner a una persona de un muy mal humor. Pero Shinji no hacía nada por demostrarlo, por desembarazarse de ese enojo. Más bien lo contenía, sin dejar que la presión se liberara un poco. Parecía un globo que lo inflaban más de la cuenta, expandiéndose hasta reventar. Era justamente lo que pasó aquella noche.

    Eva no debería usarse de esa manera, era todavía más peligroso. Ese peligro seguiría vigente si Ikari continuaba siendo un piloto. Él no estaba preparado para una experiencia de ese tipo. Se podría lastimar a sí mismo, y a los que le rodeaban. Era un riesgo innecesario de correr. No obstante, sentía cierta clase de remordimiento al observarlo, una necesidad de ayudarlo y librarlo de esa carga a la que se sometía. Quién sabe, quizás veía en él un reflejo de lo que pudo haber sido, de no ser por la intervención de Misato. Debía hacerlo. Era la razón por la que ella lo había traído. Para ayudarlo.

    Más sin embargo, una duda lo asalto al instante: ¿sería capaz de salvarlo de él mismo?

    ¿Y qué tal si no quería ser salvado?


    Amanece. Habiendo dormido muy poco, Shinji se levanta, y maquinalmente comienza su rutina de todas las mañanas. Con sumo cuidado guarda su futon en el armario correspondiente, teniendo cautela de no despertar a su compañero de cuarto. Tarea sencilla. Ni un terremoto lo hubiera despertado en aquellos instantes. Dormía plácidamente, en un sueño muy profundo, ahí, en su cómoda cama de colchón, con sus dos almohadas y su cálida cobija térmica. Por si no fuera poco, roncaba entrecortadamente. ¿Cómo podía dormir tan tranquilamente? Debía tener una gran paz interior para que su sueño no fuese tan fácilmente velado. No sin un poco de rencor, el muchacho abandona la habitación, deslizando suavemente el fusuma (puerta deslizante hecha de papel, la cual se usa para la división de cuartos en las casas japonesas), haciendo un ruido seco al golpear éste en la pared.


    Luego de un austero desayuno, con sumo desgano recogió sus cosas para encaminarse a la escuela. Una valija de mano con unos cuantos libros de textos eran la única herramienta que llevaba consigo. Desde hacía un par de semanas comenzó a asistir a clases. Cómo en todos los aspectos de su vida, no se destacaba mucho en sus estudios, ya que aunque no tenía malas calificaciones tampoco era conocido por su rendimiento sobresaliente. Un estudiante promedio, en toda la extensión de la palabra. Antes de emprender camino tocó a la puerta de la propietaria del lugar, quién aún seguía encaramada en su lecho.

    Tímido, cauto, entreabre la puerta para asomar su cabeza al interior del cuarto.

    —Misato, ya es de mañana.

    Cómo agonizante, sumamente débil y cansada, la mujer responde sacando la mano derecha de la colcha con la que estaba toda cubierta, haciendo señas para darse a entender.

    — Tuve que quedarme en el turno nocturno anoche— dice, casi murmurando —No tengo que ir a la oficina hasta por la tarde, ¡así que sólo déjame dormir!

    —Como quieras…

    —¿Cómo te va en la escuela?

    —Bien.

    —¿Kai te va a acompañar hoy?

    —No lo creo. Aún sigue dormido, y no quisiera despertarlo.

    —Muy bien... hoy es martes, no se te vaya a olvidar sacar la basura.

    —Como digas.

    Sin decir más el chiquillo volvió a cerrar la puerta, alejando sus pasos de ese lugar. La militar asoma su rostro demacrado por entre la cobija, como queriéndose cerciorar de algo. Una palabra se le atora en la punta de la lengua. Sigue en esa misma pose por unos cuantos momentos, hasta escuchar la puerta de la entrada cerrándose.


    Con la seguridad de que su huésped se ha ido, dejó caer pesadamente la cabeza sobre su almohada, suspirando. Casi de inmediato, lanza lejos de sí todo lo que la cubría, levantándose pesadamente, para luego dirigirse al cuarto contiguo, con los pies desnudos, donde el jovencito que yacía en su interior parecía estar inmerso en un profundo estado comatoso, ajeno a todo cuanto acontecía a su alrededor.

    —Kai...

    Katsuragi hubo de esperar unos momentos, para ver si había alguna respuesta. Nada. El infante seguía profundamente dormido.

    —Kai...

    En ese segundo intento se resolvió a sacudirlo para provocar alguna reacción. El muchacho frunció el ceño, aún inconsciente, pero con obvia molestia. Se volteó de lado, esperando estar más cómodo, ignorando las constantes misivas de su guardiana, que creía formaban parte de sus locos sueños. No era así.

    Cansada de tener que lidiar con él en ese estado, bruscamente la mujer despoja de un jalón al chico de la cálida cobija con la que estaba cubierto, además de la almohada en la que tenía apoyada la cabeza, rebotando ésta contra el colchón al momento de caer. Lo súbito de la impresión provoca el despertar del chiquillo.

    —...ah... frío... — balbucea de manera incoherente a la par que se revuelca por toda la cama, con los ojos entrecerrados, costándole trabajo despabilarse por completo.


    Misato lo ayudó entonces a incorporarse, quedando sentado en la propia cama. Se estaba tomando su tiempo para comenzar el día. Bosteza. Se talla los ojos. Se rasca la cabeza. Vuelve a bostezar. Se cuelga de la mujer, propinándole un cariñoso beso en la mejilla.

    —¿No crees que se te olvida algo?— le dice ella, con una sonrisa en los labios.

    —Eh...— vaciló un poco, volteando al techo, antes de responder —¿Buenos días?

    —No— contestó ella, severa —Yo me refería a la escuela, ¿qué tampoco piensas ir hoy?

    —Pues no… no, no creo que hoy tenga ganas de ir a ese lugar— respondió el chiquillo sin más, abalanzándose hacia un lado de la cama —Creo que puedo aprovechar mejor mi mañana si me quedo a afinar mi guitarra— dijo mientras sujetaba dicho objeto instrumento, colocándoselo en las piernas —Ya llevo algún rato sin practicar...

    Ejecuta algunas notas, deslizando sus dedos por las cuerdas del instrumento. Buscando los tonos adecuados, aprieta los dientes de éste hasta obtener el resultado deseado, escuchando atentamente la siguiente cuerda.

    —“What if God was one of us? Just a slob like one of us?— comenzó canturrear una lenta melodía en ingles —“Just a stranger on the bus, trying to make his way home…”

    —Puedes hacerlo después. Ahorita necesito que te vistas de inmediato para ir a la escuela— Katsuragi ordenó tajantemente en su tono de capitana, apartando la guitarra del muchacho.

    —Maldición— refunfuñó el joven, sumamente molesto —¡Hooola! ¡Soy el Doctor Rivera, afamado científico y toda una autoridad en diversas áreas! ¿En verdad esperas obligarme a ir a la escuela secundaria? ¡Já! ¡Buena suerte con eso! Además, aún no he acabado con mis obligaciones en el cuartel, tu sabes que hay que finalizar la construcción de esa Unidad Z cuánto antes.

    —Serás el doctor de todo lo que se te antoje, pero eso no quita que sigas siendo un mocoso bajo mis órdenes… en cuanto a la Unidad Z, estoy segura que el personal puede encargarse de todo perfectamente hasta tu regreso— sentenció la mujer, aprisionándolo entre sus brazos antes que el muchacho pudiera salir del cuarto y darse a la fuga — Son sólo seis horas. Y si hay alguna contingencia, te avisarán por tu celular de inmediato.

    —¿Porqué me haces esto?— interrogó entonces Rivera, abatido, impedido de liberarse de ese cálido y reconfortante abrazo.

    —Quisiera que acompañaras a Shinji— confesó —Que le ayudes a adaptarse a su nuevo ambiente, a relacionarse con los demás, a hacer amigos...

    —¿No quieres que de una vez lo acompañe al baño y le ayude a limpiarse?— preguntó el muchacho con marcado tono sarcástico —No puedo estar todo el tiempo detrás de él, tiene que arreglárselas solo.

    —Sabes muy bien que no puede— aclara Katsuragi —No con su carácter… ¡Es tan tímido, tan desconfiado, tan...!

    —¿Dañado?— se apresuró a completar su acompañante, interrumpiéndola —¿Sabes? He estado pensando mucho al respecto... tal vez lo mejor para todos sería que Shinji se fuera del proyecto... es muy inestable... a la larga, podría ser peligroso...

    —Sabes que nos faltan pilotos, tenemos que echar mano de todo lo que tengamos disponible— respondió la dama de cabellera oscura, liberándolo de sus brazos —Además sé que ese chico tiene mucho potencial, es sólo cosa de encaminarlo para que lo descubra…

    —¡Pero claro, ese buenazo de Shinji tiene muchísimo potencial! ¡Y yo soy el hado mágico de la felicidaaad y estoy aquí para ayudar a los pequeños de bondaaad!

    El chiquillo comenzó a cantar y bailar afeminadamente, dejando en claro su predilección por el uso constante del sarcasmo durante sus conversaciones.

    —El caso es que Shinji ahora está aquí, con nosotros— dijo Misato, sin hacer caso de sus amanerados ademanes —Y quiero hacer todo lo que esté de mi parte para ayudar a ese muchacho, no solamente ignorarlo como hacen todos los demás.

    —Incluso su padre.

    —Exacto— asintió entonces la capitana, viendo con agrado que sus argumentos le estaban dando resultados. De esta forma, tuvo la confianza suficiente para insistirle una vez más, a sabiendas que su triunfo estaba próximo y que solo faltaba un empujón más para que el jovencito accediera a sus designios —Anda, ponte el uniforme y ve a la escuela. Además, allá podrás ver a Rei mucho más tiempo... ¿ó es que no sabías que de nuevo ya está tomando clases?

    El muchacho de inmediato comenzó a desvestirse, en un súbito cambio de ánimos, buscando desesperadamente la camisa de su uniforme escolar, que debería estar tirada en algún lugar del piso, además de su mochila casi nueva, la cual rara vez utilizaba.

    —¡Por Dios, ya se me hizo muy tarde! ¡Nunca llegaré a tiempo! ¡No te quedes ahí parada nada más, ayúdame a encontrar esa cabrona camisa, sé que está por aquí, en algún lugar! ¡Diablos, no tengo tiempo para desayunar, compraré algo por allá!


    El astuto plan de Misato dio fructífero resultado y en apenas un suspiro el muchacho ya estaba corriendo desbocado a ese lugar al que había estado tan renuente a asistir apenas unos minutos antes. Él tenía mucha razón, la verdad no había motivo para que fuera a clases, salvo la de comenzar a sincronizarse con los que algún día serían sus compañeros pilotos, una vez que tuvieran que combatir juntos. Aún así, estaba consciente que el ambiente escolar debería ser sofocante y represivo para un niño dotado como él. Ciertamente que una fábrica de profesionistas para el Estado no era el lugar idóneo para mantener interesado un intelecto de ese tamaño.


    Una vez que el joven partió, dejándola sola en el apartamento, a excepción de Pen Pen, la capitana se decidió a tomar una ducha. Total, ya estaba despierta y no le veía mucho el caso a volver a la cama a dormir. Podría aprovechar su tiempo libre en terminar de desempacar, ó quizás ponerse a afinar por sí misma la guitarra de Kai. Hacía mucho que ella tampoco practicaba, y era menos tedioso que hacer las labores de la casa. Quizás hasta podría jugar un rato con el pingüino. Justo cuando acaba de ingresar al baño, reposando alegremente en la tina llena de agua tibia, deliciosa y reconfortante, recibió una inoportuna llamada telefónica, que pudo contestar por su celular. Benditos teléfonos celulares que se pueden usar hasta en el baño. Hubiera odiado tener que abandonar aquel exquisito placer para atender al llamado.

    —¿Bueno? Ah, eres tú, Ritsuko.

    —¿Cómo has estado?— preguntó Akagi —¿Y qué tal van las cosas con él?

    —¿Quién? Ah, te refieres a Shinji. Ya hace rato se fue a la escuela. Ya han pasado dos semanas desde que lo transfirieron a esa escuela, pero él sigue siendo el mismo de siempre. Además, me preocupa que no ha recibido una sola llamada.

    —¿Llamada?

    — Le compré un teléfono celular, por si había que contactarlo rápidamente. Parece que no lo ha usado, y nadie lo ha llamado. No creo que tenga amigos, y la verdad Kai no ayuda mucho que digamos en ese aspecto. Creo que está celoso, ó algo así… tal vez está molesto por tener que compartir el cuarto.

    Y hablando de dicho lugar, precisamente ahí, arrumbado en un cajón de escritorio, estaba arrumbado el mentado celular de Ikari, apagado y sin haber usado un solo minuto del tiempo pre-pagado del que disponía cuando se lo entregaron.

    —Bueno, Shinji no parece del tipo que haga amigos fácilmente— respondió su compañera al otro lado de la línea —¿Has oído hablar del “dilema del erizo”?

    —¿Erizo? ¿Ese animal que tiene los cabellos como espinas?— preguntó Misato.

    —Ese mismo. Si un erizo desea compartir su calidez a otros erizos, mientras más se acerca más lastima a los otros. Lo mismo ocurre con algunas personas. Es porque está asustado por todo lo que ha padecido que se comporta de esa manera, tan precavida, alejando a todo aquél que quiera acercarse.

    —Entonces, él debe darse cuenta que cuando la gente crece adquiere un sentido de distanciamiento de los sentimientos de otros— contestó la fémina con rango militar.

    —Muy cierto— corroboró su compañera.


    A pesar de la tardanza, Kai se las ingenió para llegar a tiempo a la escuela, saltando la barda y eludiendo a los prefectos del plantel. En todo el mundo, lo único igual son los aeropuertos y los salones de clases: varios chicos aquí y allá, platicando y jugando, durmiendo ó reflexionando, lo que hace una variedad muy peculiar. Aunque el idioma cambie, el país y la raza, son en realidad muy pocas las variantes y muchos los lazos comunes. Claro que había sistemas más estrictos que otros, y ahí era en donde se diferenciaban los países desarrollados de los no desarrollados. Al muchacho se le revolvió el estómago al entrar al recinto, observando la escena y los tonos grises uniformes que predominaban en el edificio. Se tuvo que armar de valor para introducirse dentro de ese bullicio y mezclarse con los demás, mientras que no podía quitarse de la cabeza un estribillo de “The Wall”, probablemente la canción más conocida del célebre grupo británico Pink Floyd:

    “We don´t need no education,

    We don´t need no thought control,

    No dark sarcasm in the classroom,

    Teachers leave them, kids alone…

    Hey! Teachers! Leave them, kids alone!

    All in all it’s just another brick in the wall,

    All in all you’re just another brick in the wall!”

    El incauto jovencito al que acabó señalando aleatoriamente cuando terminó el coro en su cabeza salió corriendo despavorido, creyendo estar tratando con un lunático, una vez que todo el alumnado lo había seguido atentamente mientras marchaba con paso marcial al compás de la música que imaginaba escuchar.

    —No es un amante de la buena música, al parecer— pronunció Rivera en voz alta, aunque no estuviera hablando con alguien y sin dejar de apuntar hacia el frente con su dedo índice, lo que parecía confirmarle a los demás muchachos su endeble estado mental.


    Su presencia es notada en cuanto cruza la puerta de su salón de clases, sobre todo por las jovencitas. Su altura, su complexión, su caminar, aquellos ojos verdes y su tez bronceada… habría que pensar en el impacto que un extranjero de ese tipo ocasionaba en las muchachas niponas, teniendo en cuenta que eran bombardeadas desde pequeñas por los estándares occidentales de la belleza y gallardía.

    —...Yuki, mira...

    —...es él...

    —...ha regresado...

    —...y yo que creí que ya no volvía...

    —...qué bien...

    —...qué guapo...

    —...¿ya viste sus ojos?

    —...hermana, sus ojos son lo último en lo que me fijaría...

    —...qué músculos...

    —...y esas grandes manos...

    —...quisiera que me tomara entre sus brazos...

    —...cómo quisiera que fuera mi novio...

    —...qué lastima, él será todo mío...

    —...si yo te dejo...

    El joven ya se había acostumbrado hacía mucho al singular efecto que provocaba en sus condiscípulas, por lo que no prestaba atención al cuchicheo causado por su presencia. Antes de internarse al aula escaneó con la mirada todo el lugar, cómo si estuviese buscando algo, hasta que por fin se detiene cuando su pesquisa le hizo dar con su objetivo.


    Allí estaba la criatura más bella, hermosa y exquisita que se pudiera imaginar jamás. Aún con todas esas vendas, aún estando tullida y maltratada. Ese cabello tan raro, como el color del cielo, esos ojos rojos como brasas ardientes, su expresión triste, melancólica. Su nombre era Rei Ayanami. Su edad, 14 años cumplidos a la fecha. Estudiante por obligación, piloto del Eva 00 de la misma manera. Fue su imagen la que se apareció ante Shinji en aquella estación de trenes. Era ella la que estaba dispuesta a sustituirlo, aún estando seriamente lastimada. Tan pensativa y taciturna como era su costumbre. ¿Qué pensamientos giraban en esos momentos en esa cabeza suya? ¿Qué intensos sentimientos se ocultaban detrás de esa gris fachada? Moría por saberlo.

    Se quedó algún rato entregado a la exhaustiva contemplación de la jovencita, hasta que ella pareció darse cuenta de su presencia, avisada cómo por un piquete. Toda su humanidad se estremeció entonces y rápidamente dirige la mirada hacia donde se encuentra el chico que requiere de su atención; aunque eso sí, hay que decirlo, todo esto lo hace con suma discreción y sin cambiar un solo instante su semblante. Las miradas de los jóvenes habían quedado conectadas una con la otra, trenzadas en feroz combate: el esmeralda de las pupilas de Rivera en contra del carmesí de las de Ayanami.

    Presa al fin de su nerviosismo adolescente, Kai interrumpió aquél trance al gesticular con la mano a modo de saludo y esbozando una incipiente sonrisa. Sin darle respuesta alguna, la muchachita regresó su ecuánime rostro a su posición original, mirando fijamente el pizarrón de enfrente e ignorando por completo al atolondrado aspirante a Romeo.

    “No sé cuanto más de esto aguante mi corazoncito de melón” reflexionó el desairado chiquillo mientras arrastraba sus pasos dentro del salón de clases, uniéndose a los otros estudiantes ya presentes, entre ellos Shinji Ikari.


    Rivera se colocó justo detrás de él, la principal causa de que él estuviese allí. Su compañero estaba en esos momentos con la nariz pegada a un libro de cálculos y problemas algebraicos, además de traer puestos los audífonos de su reproductor musical, debido a lo cual se encontraba completamente sustraído de todo cuanto acontecía a su alrededor, situación que aprovechó el recién llegado para colocar sus manos sobre los hombros del incauto chiquillo.

    —¡Qué onda, perros!— gritó entonces a viva voz, llamando la atención de propios y extraños y provocando que al joven Ikari por poco le diera un ataque, dado lo repentino e inusual de su aparición —¿Qué cuentan, maeses orates? Su master, Kai Katsuragi, está aquí para avisarles a todos ustedes, locos, que este bato de aquí es Shinji Ikari y es mi brother del alma, casi mi sangre, esos…¡así que desde ya me lo respetan ó me los trueno en un buen plan, palabra! ¡Paz, ojetes!

    Durante el transcurso de toda su exposición Kai no había dejado de hacer gesticulaciones sin sentido con las manos y dedos, ni tampoco de bailotear como si estuviera a punto de orinarse en los pantalones. Había efectuado la totalidad de su discurso empleando un supuesto tono de pandillero, llegando al extremo de colocarse los pantalones por debajo de la cintura, dejando entrever una franja de los bóxers que usaba debajo de ellos.

    Si acaso con todo eso había pretendido impresionar a sus compañeros estudiantes lo único que había conseguido es que todos se le quedaran viendo como a un bicho raro. El que él también estuviera envuelto en todo ese desastre exasperó a Ikari en sobremanera, colgándosele al otro muchacho del hombro para arrastrarlo hasta tenerlo cara a cara.

    —¡Deja de estarme poniendo en ridículo!— reclamó airadamente, con justa razón. Todo el empeño que había puesto en pasar desapercibido tanto tiempo se había ido al caño debido al ridículo despliegue de Rivera Lo peor de todo, había quedado exhibido junto con él como un idiota —¡¿Y qué diablos te crees que eres, hablando de esa forma tan estúpida?!

    —Pues… estoy empleando el lenguaje de los jóvenes… trato de acoplarme a los usos y costumbres de estos aborígenes para ganarnos su aceptación…

    —¡Para tu información, nadie que conozca habla así! ¿Dónde carajo crees que estamos?

    —¿En serio? ¡Caramba, parece que ya no estoy en onda! Con estas tendencias de la moda tan cambiantes, ya no puedo distinguir qué es chévere y que no lo es…

    —¿Qué estás haciendo aquí? No creí que fueras a venir hoy— pronunció su condiscípulo, extrañado por la repentina familiaridad con que lo trataba, y su modo tan amigable —Es más, no pensé que fueras a venir algún día.

    —Estoy aquí para que no tengas que sufrir este suplicio tú solo, amiguito— le dijo, alzando su pulgar derecho y pasando de su tono hostil —Además, la vista que tengo aquí no podría encontrarla en otro lugar…

    Su vista acuciosa volvió a dirigirse al otro extremo del recinto, donde se encontraba sentada la taciturna jovencita en la que estaba tan interesado.


    —Vaya, señor Katsuragi— fueron interrumpidos por una estudiante que se les acercó —Nos honra con el placer de su visita.

    —Al contrario, Hikari, el gusto es todo mío— contestó Kai en el acto.

    —Tengo que pedirle que en lo futuro evite este tipo de exabruptos y ojalá que pueda aportar algo más a la clase que no sean sus ronquidos— continuó la muchacha, exagerando a propósito en sus modales —Ah, y por favor, dentro del salón de clases llámeme “Concejal”, ¿de acuerdo?

    —Puedo ver en tus ojos una gran fuerza y determinación, Hikari-chan— respondió entonces, sin hacer mucho caso de las sugerencias que se le daban y utilizando descaradamente el sufijo japonés que indicaba afecto. Confianzudamente, y sin que la jovencita pudiera hacer algo por evitarlo, estrechó sus pequeñas manos entre las suyas mientras la miraba fijamente, con un intenso rubor asomándose en las mejillas pecosas de la muchacha —Eres una líder nata, te auguro un futuro brillante, prometedor, con un montón de gente bajo tu mando… cómo quisiera que pudieras compartir ese futuro conmigo, dejándome a estar a tu lado…

    —¡Ya deja de hacerte el payaso de una vez!— prorrumpió Hikari, zafándose de un manotazo para enseguida voltearse para ocultar su rostro abochornado —¡Ni creas que tu falsa galantería te funciona conmigo!

    Rivera hubiera querido seguir atosigándola, pero en aquél momento la imagen de Misato acudió a sus pensamientos.

    “Recuerda” decía ella, vestida solamente con su diminuto short de mezclilla raída y un top deportivo color blanco ceñido a su torso, el cual se encontraba empapado al estar lavando el auto de forma muy sugerente pero poco práctica, pues casi toda la limpieza la hacía restregando su voluptuoso cuerpo sobre la carrocería del vehículo “Tu misión principal es hacer que Shinji obtenga más confianza en sí mismo y pueda hacer amigos… además, en serio que deberías dejar de tener esta clase de fantasías conmigo… ¡Peeerdeeedooor!” La Capitán Katsuragi hizo entonces una “L” extendiendo sus dedos pulgar e índice, colocándoselos sobre la frente para entonces sacarle la lengua de forma grosera. Sin más, se subió a una mini moto y emprendió camino, perdiéndose rápidamente en el horizonte.

    —¿Y por qué ella sí puede tener una mini moto y yo no?— reclamó Kai en voz alta, luego de pasar algún rato en silencio rascándose la barbilla sin decir palabra, no importándole la mirada de extrañeza que le dirigían sus desconcertados acompañantes —Cómo iba diciendo… ¿Acaso ya se conocen?— preguntó el muchacho, al notar que ambos se miraban el uno al otro con insistencia, aunque no por los motivos que él se imaginaba, sino más bien preguntándose cuál era su problema —Shinji, quiero presentarte a Hikari Hokkari, nuestra concejal de grupo y representante, quien por cierto, es soltera… Hikari, él es Ikari Shinji-kun, estudiante de recién ingreso y quien por cierto, nunca ha tenido novia.

    —Ya nos conocíamos— contestó Ikari un poco fastidiado, pero sin dejar de saludar cortésmente con una respetuosa inclinación de cabeza a la jovencita —Ella fue quien me puso al corriente con la clase; ¿y tú que sabes si he tenido novia ó no?

    —Es esa clase de cosas que ya se saben sin preguntar….

    —Bueno, tengo que irme, la clase está por empezar— dijo la chica, despidiéndose, apurada por alejarse lo antes posible —Mucho gusto, Ikari, avísame si te puedo ayudar en algo más.

    —Muchas gracias, concejal, así lo haré— se despidió Shinji del mismo modo, para que luego la jovencita se pudiera retirar finalmente.

    Era una menuda mujercita. Simpática, y esbelta, con un rostro sencillamente adorable. Pecosa y con su peinado de trencitas, de cabello negro y ojos del mismo color, de sonrisa fácil y sincera: el arquetipo perfecto de la escolar japonesa.

    —¿Qué te parece?— le pregunta Kai a su compañero, viéndole las espaldas a la muchacha que se había dado a la fuga —Bonita, ¿no te parece?

    —Sólo déjame en paz, por favor— suspiró el joven de cabellera oscura, fatigado de tener que lidiar tanto tiempo con aquél simplón —¿Por qué no encuentras algún asiento disponible y tratas de pasar lo que queda de la mañana sin parecer un loco?

    —¿Quieres decir toda la mañana? Será un poco difícil, pero descuida, lo haré por ti, bro

    Katsuragi entonces tomó su mano sin pedirle permiso, desarrollando un intrincado saludo de varios pasos que finalizaba con un leve choque de puños.

    “¡Dios! ¿Cómo alguien que se supone que es tan listo puede ser tan imbécil?” se preguntaba Shinji, sumamente apenado, apurándose a esconder su enrojecido rostro; en tanto, su compañero de cuarto brincaba filas de asientos para llegar hasta el que estaba justo a lado de Ayanami.


    El que dicho lugar ya estuviera ocupado no representaba inconveniente para él, como se lo hizo saber al jovencito que lo observaba confundido:

    —¡Hola, viejo!— pronunció de forma casual, parándose frente a él —Esto es algo chistoso, pero me parece que estás sentado en mi lugar…

    —No… no lo creo… este ha sido mi asiento desde que empezó el curso… viejo…— le respondió el intimidado chiquillo con apenas un hilo de voz.

    —¿En serio? ¿Me estás llamando un mentiroso, entonces? ¿Un asqueroso mentiroso esquizofrénico que en cualquier momento puede estallar y perder el control por algo tan simple y absurdo como una butaca en un salón de clases, convirtiéndose en un peligro para sí mismo y todos los que le rodean?

    Si bien la sonrisa en su cara nunca se borró, Rivera fue aumentando paulatinamente el volumen de su voz hasta casi gritarle al oído a aquél infortunado muchachito, quien a fin de cuentas hubo de ceder con tal de salvaguardarse:

    —¿Sabes qué? Ahora que lo pienso… tienes toda la razón… ¡soy tan torpe! Me senté sin querer en tu lugar… discúlpame, por favor…

    —No te preocupes, todos cometemos errores, somos humanos, después de todo— asintió Kai, complacido, empleando un tono más benévolo —Ahora deja de hacerme perder el tiempo y piérdete… si es que no es mucha molestia…

    —¡Para nada!

    De inmediato el joven tomó apuradamente sus pertenencias y desalojó el codiciado asiento, procurando quedar a la mayor distancia posible de aquél enfermo.

    —¡Vaya tipo!— Katsuragi se dirigió entonces a la chiquilla a su lado, quien no prestaba atención a nada de lo que acontecía en su entorno —¡Seguramente no pierde la cabeza sólo por que la trae pegada al cuerpo! ¡Je, je… je!

    El gélido trato de la jovencita de mirada escarlata lo hizo desistir de cualquier otro intento por comunicarse con ella. Se limitó a acurrucarse en su asiento recién ganado, frotándose los brazos con insistencia.

    —¡Qué frío siento, tan de repente!


    Algunos lugares detrás de ellos se encontraba otro chico, jugando con un helicóptero a escala y una cámara de video. Delgado, pálido y de anteojos, realmente parecía estar disfrutando su peculiar actividad. Sumergido en sus fantasías belicosas, no puso mucha atención a la concejal que se iba acercando a él, hasta que la tenía frente a sí, y no después de que ésta lo observó con extrañeza por un largo rato. Apenado, el infante baja su juguete y el aparato de grabación, risueño, como tratando de excusarse.

    —¿Qué es lo que pasa, concejal Hokkari?— interrogó por el motivo de la visita.

    —La matrícula de Suzuhara— espetó la chiquilla con peinado de coletas, cruzándose de brazos —¿Ya se la hiciste llegar, tal y cómo te lo encargué?

    —No he tenido oportunidad— contestó de inmediato —Parece que no hay nadie en la casa de Toji en los últimos días.

    —Es extraño, Aida— comentó la muchacha con gesto de mortificación —No ha asistido a clases en las últimas dos semanas, ¿a qué se deberá?

    —No sé— dijo el joven, que continuaba sentado y tomando nota del semblante preocupado de su compañera —Tal vez podría estar gravemente herido, ó algo así...

    —¿Eso crees? ¿Por lo del robot?— le cuestionó la chiquilla, para de inmediato negar con la cabeza y aclararle: —En los noticieros dijeron que no hubo heridos.

    Katsuragi, de espaldas a la conversación, con sólo escuchar la palabra “robot” aguzó de más su fino oído, para seguir el rumbo de la plática. Quizás algo de lo que se tratara en ella podría ser de su incumbencia.

    —¡Imposible!— se alebrestó al instante el muchacho —¡Tú viste el centro de la explosión, en plena ciudad! No solamente las unidades de Iruma y Komatsu fueron movilizadas, sino que también las de Misawa y Kyushu. Estoy seguro que debió haber habido más de 20 ó 30 heridos, y muy probablemente algunas bajas.

    El niño estaba muy agitado, más de lo que debería estar. Era obvio que sabía de lo que hablaba, por lo tanto se molestaba cuando alguien se atrevía a contradecirlo, por lo menos en ese campo.

    Kensuke era muy listo, pensaba Kai, quizás más de lo que le convenía. Si seguía abriendo la boca de esa manera, llegaría algún día en que lo lamentaría. No le convenía para nada armar ese tipo de escenas, y menos en un lugar público como lo era el colegio. Alguna persona indeseable podría escucharlo, y eso le iba a costar muy caro.


    En eso, la puerta del salón de nuevo es abruptamente abierta, tal como pasó cuando él llegó al aula. Toda la clase, extrañada, voltea hacia aquel lugar, para ver pasar a otro joven tan alto como lo era Rivera, y de su misma complexión atlética, vestido con la ropa deportiva escolar, calzando unos costosos tenis de marca. En contraste, cargaba un humilde morral donde guardaba sus enseres escolares. Pelo negro levantado con una gran cantidad de gel y expresión seria, algo curtido y soleado para alguien de su edad. Sin prestar atención a las miradas que tenía clavadas, se abrió paso hasta su lugar, adelante del de Aida. Al pasar junto a Kai y Rei no pudo evitar levantar la ceja, sorprendido al igual que todos los mdeás de su presencia, y a la vez viendo con extrañeza a Shinji, quién le resultaba una cara completamente desconocida.

    —¡Toji!— exclamó el muchacho que usaba gafas, saludándose con un fuerte apretón de manos, después de días de no haberse visto.

    —Suzuhara— murmuró Hikari al contemplar al recién llegado, mientras la sangre se agolpaba en sus mejillas.

    —El salón está ahora muy vacío— advirtió el recién llegado, cuando tomó asiento en su lugar y percatándose que había varios de ellos vacíos regados por toda el aula.

    —Evacuación, evacuación— explicó su condiscípulo, atrás de él —Muchos fueron transferidos a otras escuelas; ¿y cómo no? Aquí se está desatando una verdadera guerra.

    —Parece que eres el único que disfruta el que se estén dando estas batallas— replicó Suzuhara, al notar la emoción en la voz del chiquillo —¿Y aún así, con tanta gente escapando, al maniático de Katsuragi se le ocurrió regresar?— espetó luego, aunque en voz baja, casi susurrante, cuidándose de no ser escuchado por el susodicho —No creí que tuviera el descaro de volver a mostrar su fea cara después de todo lo que pasó la última vez que vino a la escuela… la pobre Ayanami aún parece muy lastimada…

    —Seguramente que sí, aunque sabes que lo mejor es no involucrarse demasiado con cualquiera de los dos... pero dime, tú tampoco te asomaste por aquí por un buen rato. ¿Qué fue lo que te pasó?

    —A mí no... a mi hermanita— suspiró, casi convirtiéndose en sollozo, apoyando la barbilla en el pecho —... mi hermanita... estaba sola en la casa cuando todo ocurrió... y el techo... se le vino encima... apenas la pudieron salvar, pero desde entonces ha estado en el hospital. Mi papá y el abuelo trabajan en ese centro de investigaciones, NERV, ó cómo sea que se llame, y no pudieron abandonar sus puestos hasta ahora. Si yo no la acompañaba, la pobrecilla se hubiera tenido que quedar sola todo este tiempo. ¡De todos modos, ese piloto del robot estaba completamente loco!— arguyó, levantando el rostro, sumido en la ira —Se supone que era el que nos iba a defender, pero casi destruye toda la maldita ciudad. ¡Eso me hace encabronar!

    Tanto Ikari como Rivera, de espaldas, pudieron escuchar con toda nitidez los reclamos de su compañero, y a ambos les caló hondo la recriminación, a uno más que a otro, Sólo se pudieron encoger, esperando desaparecer por completo.

    —Por cierto— comentó Kensuke —¿No has escuchado lo que dicen sobre el nuevo?

    Qué pregunta tan estúpida. Si el adolescente no había ido a la escuela en dos semanas era obvio que no había escuchado nada sobre Shinji, ni siquiera lo conocía.

    —¿Ése que está sentado enfrente?— preguntó Toji, señalando con el dedo índice el lugar donde se encontraba.

    —Él mismo— confirmó —Lo transfirieron mientras no estabas: justo después del incidente… ahora que ha comenzado la evacuación de la ciudad... ¿no se les hace raro eso?— preguntó con cierto velo de misterio en su tono de voz.

    Kai empezó a enfadarse. Sus dos hileras de dientes rechinaban al chocar una contra otra. “Kensuke... qué imbécil... eres...” mascullaba, ante el temor de que él y Shinji fueran expuestos ante todo el salón.


    En ese momento arribó el maestro de la clase, un viejo arrugado y con el cabello cenizo de las canas que poblaban y coronaban su cabeza. Caminaba con dificultad, como si cada movimiento que hiciera le produjera una tremenda agonía. En cuanto entró, Hikari dejó de sentir pena por Toji y de inmediato renovó su papel como líder estudiantil, habiéndose olvidado de éste por un buen tiempo, mientras se enteraba de la condición de su admiración secreta.

    —¡Maestro en el salón! ¡Todos de pie!— ordenó de inmediato, con voz firme. Los escasos estudiantes que quedaban en el salón obedecieron en el acto, exceptuando por Rivera, quien en una demostración de orgullo y soberbia continuó sentado en su pupitre. No se iba a humillar a tal grado ante nadie, y mucho menos ante ese anciano patético y frente a toda esa bola de escuincles babosos.

    No obstante, al ver lo tanto que se esforzaba el profesor por conservar la figura y postura, notando a leguas lo difícil que le resultaba todo aquello gracias a su condición, no pudo evitar enternecerse por un hombre que cumple con su deber y responsabilidades a pesar de lo adverso de su situación.

    Acomedido, se levantó de su asiento al sentir la pena que embargaba al mayor, y se perfiló hacia su escritorio, ayudándole a recorrer el trecho que faltaba y acomodándole la silla para que pudiera tomar asiento, ante el asombro y desconcierto de sus compañeros, y aún también del académico.

    —Mil gracias, señor Katsuragi— agradeció el viejo, viéndolo a través de sus gruesos lentes a la par que se enjuagaba el sudor que empañaba su frente con un pañuelo, con la respiración agitada.

    —No— lo contradijo, con una sonrisa en los labios —Gracias a usted, sensei, por todo su esfuerzo... estos chicos aprenderán mucho de usted.

    Después de pronunciar esas palabras, todas ellas carentes de vacías e hipócritas cordialidades, sino que venían directo del corazón, regresó a su lugar, ante la extrañeza general que había provocado. Ese día, sin saberlo, y sin hacer la gran cosa, el anciano se había ganado el respeto y admiración sincera de uno de sus más conflictivos pupilos, algo nada fácil de realizar.


    La clase transcurrió sin ningún otro percance, salvo el de unos instantes antes del descanso. El maestro se encontraba dando su cátedra, que se trataba de la materia de Historia. Justo ahora se encuentran estudiando el Segundo Impacto.

    — Fue entonces cuando un meteoro masivo cayó sobre la Antártida, derritiéndola casi en su totalidad, cubriendo así a las plataformas continentales casi completamente en las aguas. En el proceso, más de la mitad de la población mundial fue exterminada...— exponía ante la clase el profesor.

    Gracias a la tecnología de las redes computacionales, la cual estaba aún mucho más desarrollada en aquellos tiempos, los alumnos contaban con excelentes herramientas para su aprendizaje. Se podía contar con una red interna en la escuela, con acceso directo a la biblioteca de dicha institución. De hecho, ya el alumnado no entregaba la tarea como antaño, directamente a la mano del educando; se podía entregar ya con mayor facilidad vía correo electrónico, y las calificaciones a su vez eran entregadas del mismo modo. Incluso los recados entre los alumnos habían sido modernizados, debido al ingenio y a la inventiva por parte de los mismos. La red escolar también podía ser utilizada para la comunicación entre las terminales particulares. Cuando hace diez años se escribía el recado en un pedazo de papel, comprimido y arrojado en la cabeza, ahora por medio de la mensajería instantánea el procedimiento resultaba ser mucho más sencillo y discreto.

    Shinji se sorprendió bastante al recibir una invitación para agregar a un contacto, sobre todo a sabiendas que no había compartido su dirección electrónica con nadie del salón. Al aceptar a dicho contacto enseguida recibió un mensaje de éste:

    “¿Eres el piloto de ese robot? S/N”

    El muchacho volteó en rededor, extrañado, inquiriendo la identidad de quien mandó aquel texto. Una muchachita lo saludó entonces, agitando vehementemente su mano. Varias compañeras suyas estaban también a la expectativa en sus respectivas terminales. La jovencita volvió a escribirle, insistente:

    “¿Eres el piloto? S/N?”

    El muchacho no sabía que responder. Vaciló un poco, al recordar los comentarios de Toji. ¿Cómo irían a reaccionar los demás? Podría ser peligroso. Las jóvenes no se daban por vencidas, mandando varias copias del mensaje a la vez, inundando la terminal del infante.

    “...un colapso económico global no se hizo esperar, originando numerosas guerras civiles y disputas entre los sobrevivientes por los insumos necesarios...” continuaba el anciano, ignorante del drama que se suscitaba en su clase.

    ¿Qué hacer? ¿Cómo quitárselas de encima? Un frío sudor generado por la incertidumbre y la desesperación le recorría la sien. Estaba agobiado, presionado una y otra vez por la insistencia de sus compañeras, quienes conforme pasaba el tiempo y las negativas del joven a contestar, más convencidas se encontraban de que, efectivamente, su congénere era el operador de aquella fabulosa máquina de guerra. Empujado por las constantes misivas de las chiquillas, Ikari finalmente contestó:

    “Sí”


    En ese preciso instante todo el salón se sobresaltó, uniéndose casi todos en un mismo grito de emoción y levantándose abruptamente de sus asientos. Las bondades de aquella red interna permitían a toda la clase compartir información diversa, ó leer las conversaciones virtuales de otros, como en los antiguos chats. Rápidamente todos asaltaron a Shinji con numerosas preguntas y comentarios diversos, rodeándolo y haciéndolo prisionero en su propio lugar.

    —¡Qué padre!

    —¡Cool!

    —¿Cómo se llama el robot?

    —¿Qué tipo de armas usa?

    —¿Posees alguna técnica mortal infalible?

    —¿Tienes novia?

    —¿Cómo fuiste seleccionado?

    —¡Seguro debiste hacer un examen!

    —¿Adónde hay qué ir?

    Y comentarios de este tipo le llovían por montones a Shinji.

    El profesor, incapaz de escuchar la conmoción, y sin extrañarse para nada que todos sus discípulos estuviesen de pie e ignorándolo, (posiblemente ya sufría de ataques de senilidad) proseguía: “...en aquellos días yo vivía por el rumbo de Nubakawa; lo recuerdo muy bien, fue algo terrible, espantoso en verdad...”

    La concejal también se tuvo que levantar de su asiento, pero no por la razón por la cual todo mundo lo hacía. Intentaba poner orden en medio de aquel tumulto, sin lograr nada. Remaba contra la corriente, y estaba siendo arrastrada.

    —¡Oigan, todos ustedes!— les reclamaba, sin obtener resultados —¿Qué es lo que les pasa? ¡Aún estamos en clase!

    —¡Tú siempre te quieres hacer la jefa!

    —¡No le hagas caso!

    —¡Sí, ignórala!

    —¡Les digo que se vayan a sentar y esperen a que la clase termine!

    Nada. Estaba sola en su lucha, sin nadie que la apoyara. A final de cuentas, al ver que era ponerse con Sansón a las patadas, se rindió, y desencantada regresó a su lugar, con su autoridad arrastrando.

    —¿Y cómo se llama el robot, eh?

    —N- No estoy seguro— respondía Shinji ante el alud de preguntas que lo embargaban; no lo admitía, pero la verdad le gustaba la manera en la que todos se fijaban en él —Lo llaman Eva, ó Unidad 01...

    —¿Eva? ¿Qué no es nombre de mujer?

    —¿Y qué clase de armas tiene? ¿Lanza rayos láser, ó misiles?

    —Bueno, no sé... tiene un cuchillo, y vibraciones... cómo una onda ultrasónica ó algo así.

    Kensuke estaba muy atento a todas las respuestas que Ikari daba, soltando pequeños trocitos de información, anotando en su computadora todo lo que creía pertinente saber acerca de aquella novedosa arma.


    El muchacho buscaba auxilio en sus otros dos compañeros, mas Rei seguía indiferente, observando el horizonte que se extendía ante ella por la ventana; y el otro estaba completamente dormido, acurrucado por la trémula voz del profesor y el ritmo tan lento que llevaba la conferencia. Entonces, ¿los otros no sabían que ellos también eran pilotos? Probablemente fue un error haber contestado afirmativamente, pero estaba tan desesperado que sólo pensaba en cómo quitarse de encima a aquellas latosas.

    En contraste con sus demás compañeros, que animosos apapachaban e idolatraban al nuevo, Toji estaba recostado en su asiento, con cara de pocos amigos.

    El escándalo que realizaban sus compañeros llegó a tal grado, que comenzó a perturbar la siesta de Rivera, quien era capaz de dormir como tronco en medio de una tempestad. A tanto llegaba todo el ruido que provocaban los infantes. Molesto por no poder descansar a su completo gusto, y extrañado, Kai reclamó, aún con los párpados cerrados:

    —¡Ora, cabrones, dejen dormir!

    Al percatarse que su demanda no obtuvo los resultados esperados, desconcertado, tuvo que entreabrir los ojos, observando a la muchedumbre que se reunía en torno a su compañero de cuarto, y todavía puso atención a lo que se estaba tratando en esa reunión.

    Al escucharlos, alarmado se levantó de su silla como un rayo, enfilándose a la multitud que tenía enfrente.

    —¡Déjalo solo un ratito y mira lo que hace!— se decía a sí mismo, apurándose a llegar.

    —¡A ver, mocosos, ya estuvo bueno de tanto relajo!— pronunció apenas al congregarse con todos los demás, dispersándolos de un lado para otro —¡Mírense, a lo que se han rebajado, mírense! ¡Todas ustedes, sabandijas hipócritas y rastreras, me dan asco! Díganme: ¿quién de ustedes, escolapios inútiles, se interesó por acercarse a este pobre diablo antes de saber a qué dedica su tiempo libre? ¿Quién de ustedes me puede decir, con toda sinceridad y viéndome a los ojos, que alguna vez supieron que este chiquillo miserable existía, hasta ahora? ¡Qué vergüenza, que vergüenza para ustedes y para sus familias! ¡Ahora retírense, no quiero saber más de ustedes! ¡Fuera todos, y no vuelvan nunca más! ¡Ya hicieron suficiente daño por un solo día!

    Lo decía con voz de acero, exponiendo sus argumentos con la pasión de un orador experto. A diferencia de la concejal, quién había fallado al intentar poner orden en medio del caos, ya fuese por miedo ó por respeto, pero todos los chiquillos hicieron caso a las exigencias de Kai, abandonando aquel lugar y regresando todos cabizbajos a sus respectivos lugares. No había nadie que se atreviera a decirle “no” a él. Así que, a final de cuentas, todos toman sus asientos otra vez, callados y acongojados, quizá por no haber saciado su sed de curiosidad acerca de los pormenores que implicaba ser piloto Eva, ó bien pudo haber sido por no poder sacudirse de la represión del déspota tirano extranjero.

    —Nuestra ocupación tiene que ser un secreto para los civiles— susurró Katsuragi al oído de Ikari, una vez que la multitud se ha extinguido —Ten mucho cuidado con lo que dices, y a quien se lo dices: uno nunca sabe a donde podría llegar esa información.

    —Lo siento, no tenía idea— se disculpó el joven japonés, apenado por su desliz.

    —Esta bien, no te preocupes— lo dispensó —Sólo espero que esto no vaya a pasar a mayores.


    —Disculpe, profesor—Rivera interceptó al avejentado educador al fin de la clase, el cual daba comienzo a su receso —¿No desea que lo acompañe hasta su carro? El semblante que tiene no me gusta nada...

    —Le agradezco sus atenciones, joven Katsuragi— pronunció desconcertado el anciano ante el súbito interés que mostraba el muchacho hacia él —Pero aún me quedan por dar dos clases más. Además, mi hija vendrá a recogerme cuando termine, no se preocupe.

    —Bueno, por mi parte no puede decirse que no lo intenté— añadió el joven —Espero que tenga un muy buen día, y que le vaya bien en todo lo que haga— expresó su sentir, haciéndole una reverencia.

    —Muchas gracias— se despidió el viejo, mientras el chiquillo abría la puerta por él.

    —Sólo una cosa más— lo atajó, una vez que estaba en el pasillo —¿No cree que sería mejor para su salud si diera sus clases por video conferencia?

    —Ya antes me lo han dicho— le reveló —Pero yo no trabajo de esa manera. Simplemente no me gusta. No quisiera que mis alumnos empezaran a perder el valor del trato humano. Se nos concedió a todos nosotros una segunda oportunidad, y debemos aprovecharla para recuperar nuestra humanidad, la cual al paso del tiempo habíamos perdido.

    —Viéndolo así, no tengo más remedio que concordar con usted— admitió, satisfecho de lo que acababa de escuchar —La Historia nos sirve para construirnos un mejor futuro, ¿no es así?

    —Así es, señor Katsuragi, así es— se volvió a despedir, prosiguiendo su dificultoso andar.

    Rivera permaneció recargado en el borde de la puerta del salón, viéndolo alejarse. El pobre todavía no alcanzaba las escaleras. La concejal, quien había permanecido en el salón, se le unió, poniéndose a un lado suyo, sin decirle nada.

    —Ese viejo testarudo— pronunció Kai, sonriendo— Su cuerpo es débil, y quizás no aguante mucho tiempo más, pero su espíritu es tan fuerte que le permite estar librando una batalla sin fin...

    —Por cierto— le dijo su compañera, no habiendo entendido del todo lo que dijo —Quisiera agradecerte el haber calmado a todos hace un rato… sobre todo por yo no fui capaz de hacerlo… me da gusto que empieces a tomar esta escuela en serio…

    El muchacho la miró extrañado. Había dejado la formalidad a un lado, y ya comenzaba a tutearlo.

    —No fue nada— contestó, internándose al salón para recoger su almuerzo de la mochila —Pero no creas que lo hice para mantener el orden, simplemente me pareció... — se interrumpió, al contemplar algo por la ventana que lo agitó de sobremanera —Ay, no. Ay, no— se lamentó, mientras salía a toda máquina del aula.

    Curiosa por saber que era lo que pudo alarmarlo a ese extremo, la jovencita también se asomó por la ventana, buscando encontrar la causa de su desconcierto.

    —Ay, no— pronunció también, para dejar todas sus cosas y salir tras Rivera.


    Un tremendo puñetazo se clavó en el rostro de Shinji, quien cae al suelo a causa del fuerte golpe. Un moretón comenzó a formarse en su faz, a la par que su dolor y su rabia tomaban forma de manera conjunta en lo más profundo de su ser.

    —Lo siento niño nuevo, pero no podía estar satisfecho hasta que te partiera la cara— le comunicó Toji, acariciándose los nudillos luego de haber realizado su fechoría —Era algo que tenía que hacer.

    A la hora del descanso, el muchacho había ido por Ikari, acorralándolo y llevándolo hasta el jardín trasero, que se encontraba poco concurrido a esas horas, para poder ajustar cuentas a gusto y sin que nadie los molestara.

    —Perdónalo— agregó Kensuke, tratando de justificar el barbárico comportamiento de su acompañante —Su hermana menor fue herida en el incidente.

    Los dos muchachos se pensaban retirar sin demora, mientras Shinji continuaba en el suelo, postrado y rabioso de la impotencia que sentía en aquellos momentos. Cada célula de su cuerpo clamaba, rugía por venganza, por la dulce venganza. Hubo de reprimir aquél oscuro deseo, al igual que hacía con cada sentimiento negativo que pretendía surgir de él, y lo sepultó junto con todos sus otros antecesores. Ya tenía una colección privada.

    Sin embargo, cuando pretendían retirarse, Kai les salió al paso por la vereda que conducía al patio de la escuela, cortándoles el camino. Al verlo a los ojos, ambos chiquillos se percataron que habían cometido un gravísimo error: lo hicieron enfadar, y al parecer, bastante. Nuevamente estaba con esa mirada salvaje que había provocado que todos le temieran. Esa facción de su cara que casi nunca se veía en ese muchacho atolondrado y bonachón, a veces hasta simpático. Esa expresión que quisieran nunca jamás volver a presenciar. El problema es que ya lo estaban haciendo en ese momento; habían despertado un peligroso volcán.


    Por mero instinto de supervivencia, Toji intentó retroceder, sabedor que sería el primero sobre quien se dejaría ir. No estaba equivocado. De la misma manera que lo hizo Ikari, Suzuhara recibió un fuerte derechazo en el cráneo que lo mandó a la lona, a pesar de los ruegos de Hikari, quien llegaba detrás de él, llorando suplicante.

    —¡No le pegues, por favor!— imploraba, sin obtener respuesta.

    —¡Tú, grandísimo imbécil!— ladra Kai —Me cagan los malagradecidos, pero sobre todo la gente pendeja. Responde, tarado: ¿Preferirías que en lugar de lastimada tu hermana estuviese muerta? ¿Te has puesto siquiera a pensar que hubiera pasado si él no hubiera piloteado ese robot? ¿Sabes que gracias a él estás aquí, haciendo tus babosadas?

    El muchacho hace el intento de incorporarse, pero nuevamente es tumbado al suelo por un fuerte golpe en la boca del estómago, que cortó su ritmo respiratorio, derrumbándose. Luego siente cómo el aire lo levanta unos centímetros del suelo, en contra de su voluntad. No era el aire. Era Katsuragi. Sujetándolo firmemente de la camisa, lo sostenía con suma facilidad arriba de su cabeza.

    —¡¡¡Quédate ahí, que aún no he acabado contigo!!!— gritó enardecido, listo para continuar castigándolo.

    —¡¡¡Ya no más, ten piedad!!!— repetía constantemente Hokkari, hecha un paño de lágrimas, justo a su lado. El castigo a la falta cometida estaba siendo a todas luces desproporcionado.

    Aún así, Katsuragi no obedecía, ni siquiera atendía. En lo que pensaba en esos momentos era en impartir justicia, erigiéndose él mismo cómo juez, jurado y ejecutor. Alguien tenía que enseñarles a estos niños un poquito de sentido común, y si nadie más quería, él se encargaría de hacerlo. En todo eso estaba, cuando de pronto, y sin temor a las consecuencias, Shinji se puso en pie, encarando a ambos.

    — Yo...— murmuró, quitándose el hilo de sangre que salía de sus labios —Yo no soy piloto por mi gusto— dijo en tono desafiante.

    El comentario dejó a todos perplejos. Kai miró entonces fijamente a Shinji, atónito. Cansado de todos aquellos que le rodeaban, sabiendo a lo que se exponía al defender así a Ikari, lo último que necesitaba era que él abriera el hocico y empezara a balbucear estupideces. Soltó a su prisionero, para después dirigirse a su compañero de cuarto, tratando lo mejor posible de calmarse y tener la cabeza fría, cómo siempre acostumbraba.

    —¡Bro! ¡Por si no lo has notado, estoy tratando de defenderte de este tipejo abusivo!— pese a que sentía la sangre hervir de coraje, la directiva que le había impuesto Misato se mantenía en la parte más alta de sus prioridades, pese a todo, por lo que trató de mantenerse ecuánime y seguir usando ese tono exageradamente amigable —¡Lo menos que podrías hacer es callarte y dejarme hacer mi trabajo! ¡En buen plan!

    —¡Cállate ya de una puta vez, maldita sea!— bramó Ikari —¡Estoy harto, harto de que sólo abras el pico para escupir tonterías! ¡Estoy harto de la forma que me tratas, como si fuera un retrasado mental! ¡Pero sobre todas las cosas, estoy harto de ti! ¿Me entiendes? ¡No soy tu bro, tu viejo, tu cuate, tu compa! ¡No soy nada de ti! ¡Tengo la desgracia de compartir un cuarto contigo, pero de haber sabido que Misato vivía con un tarado ridículo como tú, jamás hubiera aceptado mudarme con ustedes!

    Los otros, dos de pie y uno tirado en el suelo, eran meros espectadores del drama que ellos mismos habían originado, mudos de la impresión, paralizados del horror que habían desatado. Cómo con la caja de Pandora.

    —Tienes razón— contestó Kai en un tono extrañamente calmo, pese a los insultos recibidos —Soy bastante directo, me la paso haciendo comentarios fuera de lugar que incomodan a las personas que me rodean y no tengo idea de cómo comportarme con personas de mi edad… aún así, en la medida de lo posible procuro tomarme las cosas con humor y no le doy tanta importancia a cosas insignificantes que preocupan a la mayoría… de cualquier modo, puedo decir, con toda seguridad, que soy bastante feliz así como soy y con las cartas que me tocaron en la vida… ¿acaso tú puedes decir lo mismo, actuando como una pequeña perra quejumbrosa la mayor parte del tiempo?

    Ikari enmudeció de súbito. Al cabo de unos momentos de vacilación sólo pudo mascullar:

    —Eso… eso no es verdad… yo… yo no…

    —¡Oh, es cierto! También te esfuerzas bastante en hacer que la gente sienta lástima por ti, que te compadezca jugando la carta de “soy un pobre niño miserable al que su padre lo abandonó y creció sin amor, todo mundo debe apiadarse de mí.” Pues déjame decirte algo: no eres el único con problemas. Sólo que a diferencia tuya, los demás tenemos el valor de sacarnos el dedo del culo y procuramos hacer algo por resolverlos…

    —¡Maldito bastardo! ¡Para ti es muy fácil decirlo, eres un perezoso y no tienes obligaciones con nadie! ¡A mí todo el tiempo me están obligando a hacer cosas que no quiero hacer, todos siempre quieren sacar algún provecho de mí! ¡Si por mí fuera, desde un principio me habría largado de esta jodida ciudad y así no tendría que estar jugándome la vida siempre que suba a ese armatoste que construyó mi padre, ni tendría que pasarme todos los días lidiando con locos imbéciles como tú!

    —¡Te tengo noticias, grandísimo animal! ¡Puedes irte cuando te plazca! ¿Ó acaso no te lo dije cuando llegaste? Nadie necesita a un piloto chillón que se comporte como diva y desquite sus frustraciones tirándole edificios encima a niñitas en uno de sus berrinches de caprichuda… Si eres tan infeliz piloteando un Eva, como te la pasas diciendo todo el tiempo: ¿qué putas sigues haciendo aquí? ¿Qué crees que haces aquí, Shinji?

    Una vez más el jovencito se quedó sin palabras, cabizbajo y con el ceño fruncido. Acorralado e impotente solamente pudo apretar los puños y pelar los dientes como un perro indefenso.

    —No lo sé… te juro que no lo sé…

    —No eres más que un pobre niño pendejo— pronunció Rivera, cansado —Obviamente, desperdicio mi tiempo al tratar de ayudarte— dio media vuelta, con la intención de retirarse. Ya dándole la espalda, remató —Haz lo que te venga en gana, ya no me importa. Eso me saco por dejarme convencer por Misato, no debí haber venido a este hoyo…


    Ikari ya no soportaba la actitud que el muchacho tenía para con él. Siempre le estaba reprochando todos sus errores, haciéndolo sentir mal consigo mismo. Siempre sintiéndose superior con todo su parloteo pseudo-científico repleto de maldiciones y blasfemias, y su cuarto repleto de trofeos y diplomas empolvados. ¿Quién se creía que era ese cretino bastardo? Hasta la coronilla de él, y de sus comentarios hirientes, le lanzó un reto.

    —¡Détente ahí!— le reclamó —¡¿Te crees que te voy a dejar ir así nomás, después de todo lo que me dijiste?! ¡Anda! ¿Por qué no intentas hacerme lo mismo que a él?— pronunció, señalando a Toji, quien seguía perplejo echado a sus pies — ¡Yo no te tengo ningún miedo! ¡Pero sé muy bien que tú a mí, sí!

    Furioso, y de nuevo con esa mirada salvaje y asesina, Katsuragi volteó de reojo, ocasionando que el niño se envalentonara.

    —¡Vamos, golpéame, si tanto quieres!—insistió, listo para pelear—¡Pero yo no me voy a dejar! ¿Me oyes? Antes te rompo las piernas, ó los dos brazos, si prefieres…

    Al escuchar ese tipo de amenaza, si hubiera sido de cualquier otro, se hubiera alarmado, ó por lo menos lo habría hecho ponerse en guardia. Pero viniendo de ese escuálido chiquillo enclenque, con músculos de chicle y muy baja estatura de cualquier hijo de vecino, la verdad fue que no pudo tomarlo en serio.

    Empezó en la base de su columna, tratando de contenerla. Al ver a Shinji, furioso y blandiendo los puños en el aire, el escalofrío le recorrió toda la espina, atravesando su garganta y escapándosele por la boca. Se echó a reír a pleno pulmón, sin poder evitarlo. Se acariciaba la base del estómago, debido al dolor que le provocaba la risa. Continuó por largo rato, ante la vista de los demás. El japonés cada vez se enojaba más y más, debido a la burla de la que era objeto. Una vez que Rivera se levantó del suelo, luego de patalear para conseguir algo de aire, se le acercó, sin ningún temor y le propinó un puñetazo en la mandíbula, colmada por entero su paciencia.

    Sin embargo, no hubo reacción de parte del agredido. La poca fuerza, y lo mal dirigido que iba el golpe, provocó que no hiciera ningún daño en su oponente. Al contrario, le dio más motivos para seguir riéndose cómo un verdadero orate.

    —¿Ya debo decir: “ouch”?— preguntó entre risotada y risotada, sintiendo como comenzaba a faltarle el aire —¡Por favor, no me lastimes!

    De nueva cuenta, el muchacho japonés se sintió resentido frente a las múltiples burlas de las que era objeto. Y con el humor que traía, decidió que haría lo necesario para que se le tomara en serio. Buscó a su alrededor, encontrando un enorme ladrillo restante de una reciente construcción de la escuela. Sin que el otro sujeto frente a él se diera cuenta, se hizo de él, cargándolo con dificultad. Su enemigo le concedía bastantes facilidades, hasta tuvo oportunidad de tantear el tiro. Una vez que se hubo asegurado de la trayectoria de su pequeño misil, tomó impulso, para poder lanzarlo con todas las fuerzas que le proporcionaban sus brazos.

    En un golpe de suerte, el atacado pudo observar con el rabillo del ojo el proyectil, que se dirigía justo a su cabeza. Apenas si pudo saltar, para evitar un descalabro mayúsculo. El ladrillo se hizo pedazos al estrellarse contra el suelo, ante la vista atónita de todos.

    —¡Loco desgraciado! ¡¿Qué diantres te pasa, con un carajo?!— vociferó Katsuragi, señalando los restos del abobe a sus pies —¡Pudiste haberme matado, idiota!


    El silencio dominó por algunos momentos el ambiente, cuando los dos muchachos se lanzaban rencorosas miradas el uno al otro, resoplando como toros a punto de embestir. Aquella tensa calma fue interrumpida, de forma por demás oportuna, por la persona más callada que todos los congregados allí conocían: Rei Ayanami. Nadie se había dado cuenta de su presencia hasta que abrió la boca, revelándoles que se encontraba allí.

    —Recibí una llamada del cuartel— les dijo a sus compañeros con su melodiosa voz, que cada vez que se escuchaba era como un hermoso regalo —Tenemos que ir de inmediato. Yo ya me voy.

    Sin mayores miramientos la enigmática jovencita dio media vuelta para alejarse presurosa de aquel lugar, mientras los demás la observaban partir.

    —Que te quede bien claro que si me voy, es por seguir a ese hermoso traserito y no porque te tenga algún miedo, puta— mencionó Rivera a su compañero, amenazándolo con el dedo antes de salir corriendo tras Ayanami —Ya luego nos las arreglaremos tú y yo…

    Shinji permaneció quieto por algunos momentos, pensativo, observando cómo Katsuragi lo volvía a desdeñar, huyendo para perseguir a la muchacha. Luego de un rato de vacilar, al quedarse estático en su lugar, de pie y con la vista fija en el camino, Ikari por fin se decidió a partir, del mismo modo que lo hicieron sus predecesores, sin mirar atrás.


    Fue hasta entonces que sus compañeros civiles se quedaron solos, aturdidos por todo lo que acababan de presenciar pero aliviados de que por fin todo haya pasado y pudieran respirar en paz. Toji aún se encontraba tirado en el piso, tratando de recuperar el aliento, jadeando lastimosamente. Hikari se enjuagaba las lágrimas de sus enrojecidos ojos, agradecida porque la tormenta se hubiera marchado, al mismo tiempo que intentaba recuperar la compostura. Kensuke era el que se encontraba intacto, a pesar del susto que se había llevado, y estaba juntando las piezas del rompecabezas, conjeturando.

    —Entonces— caviló, casi susurrante —Ayanami y Kai también son pilotos. ¿Quiere decir que hay más de un robot? ¿Ó se turnarán para tripularlo? ¿Ó lo harán los tres al mismo tiempo? ¡Rayos, ojalá pudiera saberlo!

    No pudo terminar de formular sus hipótesis, debido a un tremendo coscorrón propinado justo en la base del cráneo.

    —¡Ay, eso me dolió!— se lamentó, cerrando los ojos y acariciándose de inmediato la parte lastimada. Al final, no había quedado ileso, después de todo.

    —¡Tú tuviste la culpa, zonzo!— reclama Hokkari enfurecida, amagando con volver a golpearlo —¿Porqué no los separaste desde un principio?

    —¿Yo?— se sorprende el chiquillo —¿Cómo iba a poder hacerlo? Estando así Kai no me le acerco ni aunque me paguen...

    —Oigan, ustedes— musitó Suzuhara, doliéndose en el suelo —¿Me podrían ayudar a llegar a la enfermería? Creo que me rompí algo por dentro…

    No pudo seguir. El sonido tan horrible de la sirena de evacuación se lo impidió. Una nueva compañera de clases se les unió, asomándose desde la fatídica vereda.

    —¿Qué es lo que hacen allí ustedes tres?— les preguntó, alarmada —¡Vamos, están evacuando la escuela y toda la ciudad!


    Al mismo tiempo que los niños se marchan, una alarma comenzó a sonar en toda la metrópoli:

    —“Un estado especial de emergencia ha sido declarado para las regiones Kanto y Chubu del distrito Tokai. Todos los residentes deben evacuar inmediatamente y dirigirse a los refugios designados. Repito...”— decía incesantemente la fría voz mecánica de la alarma, causando gran pánico en todas partes.


    Lejos de todo el tumulto que provocaba entre los hombres, cruzando por los territorios vírgenes, en medio de toda esa tierra de nadie que era el desierto árido y sin vida que se erigía al norte de la mancha urbana, volaba con relativa calma el Cuarto Ángel. Su enorme sombra era proyectada sobre la caliente arena que cubría los restos de una otrora pulolosa urbe. El coloso se enfilaba directamente hacia su sucesora, que empezaba a divisarse como un espejismo en el horizonte. Claro que él no podía verlo. Captaba el mundo que le rodeaba de una manera muy diferente a como lo hacían los seres humanos. Pero lo que sí podía sentir, y casi saborear, era el terror y el caos que producía su sola presencia. Casi podía sentir la vista del satélite posándose sobre de él. Podría haberlo destruido con una facilidad inaudita, más sin embargo permitió que el aparato siguiera previniendo a sus creadores del peligro que se cernía sobre de ellos.


    En el cuartel de NERV se empiezan los preparativos para atacar al ángel. Rápidamente es monitoreado por satélite y se calcula el tiempo de su llegada. A diferencia del anterior caso, ahora las fuerzas armadas no se presentan. Ya todos saben que sería un derroche de vidas y dinero el atacarlo convencionalmente.

    Si el anterior ángel era extraño, éste último se volaba la barda. No tenía ninguna apariencia humanoide, como su predecesor, más bien parecía una enorme sanguijuela escarlata. No se le podía apreciar ningún rostro y su forma de desplazarse era flotando en posición horizontal.

    — En diez minutos estará ingresando a la ciudad— calculó Makoto Hyuga, técnico que en esos instantes se encargaba del radar.

    —Iniciando la transformación de Tokio 3 a modo de batalla.

    Arriba, en la superficie, los más importantes edificios de Tokio 3, tal y como lo hacen las avestruces, comienzan a ocultarse bajo el suelo, gracias a un poderoso sistema de grúas que soportaba todo el peso de la construcción. Asimismo, emergían justo arriba del Geofrente.

    —Bloque principal, además de los bloques 1 y 7 han sido acoplados.

    —El gobierno y todos los ministerios correspondientes ya han sido notificados.

    —Los no combatientes y civiles ya han sido evacuados por completo del área.

    —Así que el Cuarto Ángel ha decidido visitarnos justo cuando el comandante está ausente, dejándonos a nosotros todo el trabajo— notó la Capitán Katsuragi, de pie en medio de la sala de control.

    — La O.N.U nos está presionando para que pongamos en marcha al proyecto Eva— reportó el operador Shigeru Aoba, un voluntarioso oficial técnico de cabello largo que comenzaba a destacarse del demás personal.

    —¡Maldición, que molestos son!— pronunció la mujer con rango militar — Lo íbamos a hacer de todos modos.

    — Volvieron muy pronto— observó Makoto, un esbelto joven de veinticuatro años que usaba anteojos y peinaba hacia atrás su cabello —La vez anterior transcurrieron quince años para que los ángeles volvieran a atacar. Ahora tuvimos que esperar sólo semanas.

    — Sí— asintió Misato —Y no toma en cuenta nuestros sentimientos, ¡eso es algo que no nos gusta a las mujeres!— pronunció cómo para que tomara nota su subordinado.

    —Basta ya de plática trivial— interrumpió Kozoh Fuyutski, el segundo comandante en jefe, para de inmediato dar instrucciones —Preparen todo para el lanzamiento del Eva 01.

    —Con su permiso, señor— intervino Rivera al ingresar de súbito al centro de mando, atrayendo todas las miradas hacia él —Quisiera solicitar se me conceda permiso para pilotear la Unidad Uno en esta ocasión.

    Nadie en el cuarto podía creer lo que acababan de escuchar. Ni siquiera Katsuragi, quien estaba boquiabierta, atónita, observando detenidamente al ser que tenía delante de ella, examinándolo meticulosamente para comprobar que en realidad ése era su protegido, a quien conocía desde hacía once años, y no un impostor que lo estaba suplantando. Si era así, el fraude hacía muy bien su trabajo. Juraría que ese era Kai.

    —¿Y a qué debemos esta repentina voluntariedad suya, Doctor Rivera?— cuestionó el Profesor Fuyutski, estupefacto como todos los presentes.

    —La condición del Cuarto Niño— afirmó a sangre fría, sin inmutarse —Es demasiado inestable, y considero que es un riesgo innecesario para toda la misión. Me parece que me encuentro mejor capacitado para la tarea.

    —Tal vez tengas razón— respondió el experimentado hombre de ciencia, luego de meditar su decisión algún rato —Pero en estos momentos no hay tiempo para configurar el sistema a un nuevo piloto; además, mientras no podamos comprobar tus dichos, tampoco puedo hacer caso de meras suposiciones. Así que, aunque agradezco tu gesto de buena fe, no tengo más remedio que echar mano del piloto titular que tengo, además del único con experiencia en combate que hay. Lo siento, pero tu solicitud es denegada, Rivera.

    —Sólo espero que no tenga que arrepentirse cuando le toque recoger y contar los cadáveres, Profesor— agregó el muchacho, sumamente enfadado, mientras se retiraba de la sala, dejando a todos aturdidos por aquella inusual conducta.


    Shinji, ignorante de la conspiración que se operó en su contra, se enfundó una vez más en su traje de conexión, preparándose para abordar el Eva. Su semblante era una máscara de incertidumbre total desde el incidente que había acaecido apenas unos minutos antes. Estando en un profundo trance, repasaba mentalmente una y otra vez la escena. Por fin se había desahogado de las molestias que había acumulado a lo largo de tantas semanas que le parecieron inacabables. ¿Qué es lo que le deparaba el destino ahora? De seguro ya no podría volver a casa de Misato; de hacerlo, la situación se volvería muy tirante.

    Pero lo que más le afligía era que su padre no estaba presente, por lo cual no había una buena razón para pilotear su Evangelion. ¿Porqué arriesgar el pellejo una vez más? ¿Para salvar personas cómo ese bruto descerebrado que lo golpeó? ¿Para volver a sufrir los atropellos del déspota de Kai? No iba a funcionar si lo hacía por obligación.

    —Atención, piloto del Eva 01— anunciaron en el sistema de sonido de la instalación subterránea, sacándolo de sus dilemas —Repórtese al muelle de embarque de su unidad.

    Lo había escuchado. Por un momento, se quedó allí, de pie, indeciso en ir ó no.

    ¿Qué hacer?


    Indefensos. Así se sentían todos en el refugio bajo tierra. Uno, de los tantos que se habían construido en toda la ciudad, anticipando precisamente una situación de esa magnitud. Eran apenas unos 2000 metros cuadrados para que unas 250 personas se acomodaran lo mejor posible. Impotentes de no poder hacer nada, salvo cerrar los ojos y apretar los dientes, esperando que la pesadilla termine. Era lo que cualquiera haría. Precisamente allí es a dónde han llevado a los condiscípulos de los jóvenes pilotos. Los chiquillos se encuentran sentados en varios colchones y mantas predispuestos para su uso. Toji y Kensuke se encuentran conversando bajo aquel ambiente.

    —¡Ay, mierda! ¡Me arde hasta el culo!— Toji continuaba quejándose amargamente del moretón que adornaba su cara.

    —Rayos, lo están haciendo de nuevo...— se lamentaba también Kensuke, a su lado, aunque por distintas razones, observando en la pantalla de su celular el anuncio estático del sistema de emergencia de la estación local, con apenas una escueta explicación: “Al mediodía de hoy se declaró un estado de emergencia especial para los distritos de Kanto, Chubu y Tokai. Reportaremos más información con detalles tan pronto cómo sea recibida.”

    —Ese aviso está en todos los canales...

    —Es un bloqueo informativo— aclaró Aida, rascándose la nariz mientras contemplaba el techo del fortificado refugio —No van a decirnos nada a los civiles, hasta que todo pase. A propósito, quisiera pedirte algo...

    —¿Qué?— preguntó Suzuhara.

    —Aquí no... vamos al baño, para que nadie nos escuche...

    —¡¿Qué?!— repitió pasmado el muchacho.

    —¡No pienses cosas raras, idiota! ¡Vamos, apresúrate!

    Los dos muchachos se levantaron de sus lugares y se dirigieron hacia la representante de su salón, a la cual le tienen que pedir permiso para poder separarse del grupo incluso para acudir al sanitario; ésta asintió sin mayores contratiempos y al cabo de unos instantes los dos se encontraban haciendo sus necesidades en los orinales.

    —¿Y de que querías hablar?— preguntó Toji, no muy convencido del todo del propósito de su compañero.

    —Todo esto es increíble, asombroso— responde el interrogado —Y quisiera verlo por lo menos una vez, antes de morir.

    —¿Pero qué clase de sujeto eres tú?— volvió a preguntar, sacudiéndose —“Quiero verlo antes de morir”— lo arremedó, para luego rematar con un —¡Por favor!

    —Me temo que este enemigo logrará su propósito— confesó Aida, cerrándose la bragueta.

    —¡Baboso! ¿Para que crees que está NERV?

    —¿Y para qué crees que es la máquina de combate de NERV? ¡Y es el chico nuevo quien la pilotea! La última vez él nos salvó, y tú lo golpeaste por ello— contraatacó Kensuke, en un tono demasiado fatalista —Si él no quiere pilotear ese robot de nuevo, todos nosotros podemos darnos por muertos.

    —Podrías morir, si haces lo que quieres— dijo abatido el joven, recargándose en el muro del cuarto.

    —Aún en el refugio, no creo que podamos sobrevivir. Y si he de morir, antes quiero ver a esa arma definitiva con mis propios ojos— ultima Aida —Quiero sentir que soy parte de todo esto antes de despedirme. Así que, por favor, ayúdame a salir de aquí.

    — Pues... no sé...


    El paseo por el laberinto de túneles acaba muy pronto; la plataforma que transportó al Eva durante todo el trayecto es depositada en una especie de compartimento que sirve de contenedor. La plataforma se sella y se abren las compuertas, dejando al descubierto a la máquina inerte, justo a un costado de donde se encuentra el ángel. Apenas unas cuantas cuadras los separaban el uno del otro. Por fortuna para el piloto, aún no había sido detectado por el enemigo, quien continuaba distraído en su levitar por entre la ciudad. Shinji se encontraba muy nervioso. No, nervioso no es la palabra. Más bien, desmotivado.

    —Muy bien Shinji, vamos a hacerlo cómo lo practicaste. Una vez neutralizado el campo A.T. del enemigo inicia el fuego sobre de él ¿De acuerdo?— preguntó Misato por la radio.

    —De acuerdo— respondió Shinji, mientras recitaba en voz baja sus instrucciones como si se trataran de un mantra: “blanco en el centro, jalo el gatillo”.

    —¡Ahora!— ordenó la militar cuando la ocasión les fue propicia.

    De inmediato el muchacho se abalanzó sobre del expendio de armas que tenía frente a él, tomó un enorme rifle de asalto y disparó sin misericordia hacia el titán, a quien toma por sorpresa. Por largos instantes el ruido de las balas de 20 centímetros (más parecían cohetes que balas, con ese tamaño) saliendo del cañón de la pistola fue lo único que se escuchaba. Los casquillos salen con una velocidad de 40 balas por segundo. Era algo atronador. Todos los cristales de alrededor se rompieron con el mero sonido de las detonaciones. Un asqueroso y horrible olor a pólvora quemada impregnó toda el área residencial. El coloso entonces fue oculto por el humo de los disparos en su contra, en gran parte a que Ikari estaba fuera de control y no deseaba dejar de disparar, cómo poseído.

    —¡Deténte de una buena vez, estúpido!— ordenó tajantemente Misato —¡Lo estás cubriendo con tu propia artillería!

    Petición denegada. El chiquillo se rebeló, haciendo lo que se le antojaba, y no cesó su ataque hasta que hubo acabado con la carga del arma en sus manos. Quería derribarlo lo antes posible, y creyó que la mejor manera de hacerlo era apabullarlo hasta el cansancio. Una densa humareda cubrió a su rival, a quien esperaba en silencio, jadeando. No podía penetrarla, y no podía saber que era lo que ocurría en su interior. Por algunos momentos creyó que había cumplido con su cometido, al ver que no pasaba nada luego de un rato.

    —¡Lo logré!— se aventuró a decir, en aire triunfante.

    De repente, al igual que su propio ataque, emergieron rápidamente de la humareda dos largas cintas luminosas, cortando la gigantesca arma que sostenía entre sus brazos en varios trozos, que se precipitaron al suelo ante la atónita mirada de Shinji, quien apenas se estaba dando cuenta de lo que pasaba; así de rápido había sido la acción. Se trataba de las extremidades del monstruo, las cuales usaba como sendos látigos, cortando todo lo que se les pusiera enfrente.


    El piloto no tuvo la oportunidad de hacer más, ya que a la velocidad del pensamiento, el monstruo ya le había asestado dos fuertes golpes en el tronco con sus látigos, mandándolo a volar hasta que un edificio que estaba detrás de él lo detuvo, no sin darle otro considerable impacto al momento de recibirlo. Y no era para menos: toda la estructura se sacudió, y de milagro no se fue abajo.

    —¡El rifle de repuesto!— le indicó Misato a través de la radio. Precisamente a un lado de donde yacía el artefacto se encontraba el susodicho, en otro estante, al igual que su predecesor —¡Agárralo, pero ya!

    El chiquillo lograba ver el estante, tirado como estaba. Sin embargo, no podía actuar con la velocidad que se requería. Aún desconcertado, trataba en vano de ponerse en pie y hacer lo que se le indicaba. Estaba bastante confundido, y veía todo lo que le pasaba como entre sueños.

    —¡Qué lento está!— destacó Ritsuko, al ver la imagen en la pantalla de la sala de control.

    Katsuragi estaba desesperada, y apenas podía creer lo que estaba viendo. No lograba explicarse qué demonios era lo que le pasaba a Shinji.

    Con gran dificultad, vacilante, estiraba el brazo para poder alcanzar el objeto, sin lograrlo. Paralizado por completo, sólo se limitó a contemplar como era que el ángel se le dejaba ir encima, con la plena intención de rematarlo en el piso.

    Mientras que con uno de sus “brazos” amagaba al Eva a retirar tan rápido cómo pudiera su mano, con el otro destrozó por completo el estante con el rifle, y con él la última oportunidad de Ikari de volver a atacar.

    Despavilándose por completo, al imponerse su sentido de auto-conservación al darse cuenta que si no se movía de allí acabaría muerto, esquivaba torpemente los ataques de la criatura, quien parecía estarse divirtiendo con él, lanzándole continuamente sus ataques, sin lastimarlo por entero. Lo seguía incansablemente hacia donde quiera que huía, convirtiéndose el cazador en la presa. Destruían varias edificaciones en su peculiar y peligrosa danza, convirtiendo los alrededores en zona de desastre.


    Continuaron así por largo rato, unos seis minutos, a lo sumo, tiempo que transcurrió angustiosamente para todos en el cuartel, y aún más para el joven piloto de la máquina de guerra. Por fin, el coloso pareció aburrirse de sus correrías, ó tal vez comenzó a cansarle la persecución, el caso fue que redobló la rapidez y la intensidad de sus ataques, propinándole varios golpes hasta dejarlo tumbado en el suelo, de nuevo. Antes de hacerlo, se encargó muy bien de cortar el suministro de energía del robot, cayendo éste a un lado de él.

    —¡Cable umbilical roto!— reportó alarmado Shigeru Aoba, aunque ya no hiciera falta, debido a que todos pudieron percatarse de ello al observar la pantalla.

    —¡Eva pasa a energía de reserva!

    Así que, de tal modo, un cronómetro interno se activó, indicando cuanto tiempo más le ajustaría la carga al artefacto, haciendo lo propio con las respectivas alarmas. Y ahora los segundos se diluían tan rápido como agua en las manos.

    —¡Shinji, te quedan unos cuatro minutos para hacer lo que tengas que hacer!— exclamó su superior, aterrada —¡Levántate, rápido!

    Aunque hubiera querido, no pudo lograrlo. Apenas había terminado la mujer, el titán sujetó firmemente el pie derecho de la Unidad 01, y con una inaudita facilidad lo zarandeó tal cual muñeco de trapo, para después mandarlo a volar por los cielos, pasando como un meteoro por encima de la ciudad hasta irse a estrellar con gran estrépito a uno de los cerritos que se encontraban a orillas de la urbe.


    Rivera caminaba molesto de un lado para otro, sin encontrar algún lugar donde quedarse quieto. Podía haber ido a su hangar, a continuar supervisando la construcción de la Unidad Z, sin embargo, esperaba a que lo llamasen de un momento a otro. Lo creía algo seguro, debido a lo que había observado del conflicto. Hasta daba pena ver el pobre desempeño combativo de Ikari.

    —Imbéciles... — refunfuñaba, paseándose por los pasillos, con la vista en el piso —Yo se los dije, pero claro, nunca me hacen caso... jamás, jamás lo harán, aunque yo tenga siempre la razón... ¿porqué diablos se tardan tanto en llamarme? ...maldición... ¿creerán que no tengo cosas más importantes qué hacer?... “experiencia en combate”... sí claro, pero por lo menos yo no me deshago de miedo frente al oponente... “experiencia en combate”... ¡Ja!


    No pudo continuar, debido a que fue abruptamente interrumpido al ser empujado con violencia contra una pared. Apenas si pudo reaccionar, para percatarse que su agresora era Rei, que fácilmente lo sostenía contra el muro, a pesar de su frágil condición.

    Las palabras no lograban salir de la garganta del muchacho, estupefacto completamente; con un gesto de confusión interrogaba con la mirada a la muchacha, cuyo ojo (el que no estaba vendado) parecía una lumbrera, quemándolo cuando veía fijamente a los suyos, como queriéndolo hipnotizar.

    Rivera, por su parte, se dejaba llevar por el poderoso impulso que le dictaminaba no ofrecer resistencia al asalto, y continuaba en su posición, manso como un cordero.

    ¿Qué estaban haciendo? ¿Conversaban sin hablar? ¿Ó se reprochaban en silencio? Haría falta internarse en el universo de cada uno de los dos para entender lo que estaba pasando en esos momentos en sus pensamientos.

    “¿Qué es lo que quieres de mí?”

    “Sabes bien lo que yo quiero”.

    Continuaron afianzados de esa manera durante mucho rato, sin decir nada ni el uno ni el otro, avocados por entero a su duelo de miradas, inmersos en un profundo trance que bien podía alargarse indefinidamente.


    Finalmente la espera y el desconcierto terminaron, y de manera por demás inusitada, ágil como una felina en cacería, la jovencita de corto cabello azul se abalanzó sobre su cautivo, rodeándole con los brazos el cuello y levantando la cara para poder alcanzar sus labios, que se fundieron con los suyos en un estrepitoso choque, en el cual enseguida también se vieron involucradas sus lenguas.

    El muchacho, despavilándose al saborearla en su boca, contestó paseando sus manos sobre la espalda de la chiquilla, atrayéndola hacia él, hasta que sus cuerpos estuvieron lo suficientemente juntos. No era un inocente primer beso, tampoco amor de niños. Cada movimiento lo ejecutaban con la maestría de unos amantes consumados. Parecían llevar años amándose, cuando en realidad hacía apenas unos cuantos meses que se conocían.


    ¿Cuánto tiempo transcurrió? Quién sabe. El tiempo se diluía y transcurría sin importancia para la joven pareja, quienes continuaban unidos a toda costa, tomando un poco de aire y volviendo a empezar, hasta que el delicioso momento se vio interrumpido de tajo.

    —Ay, espérate— pronunció lastimosamente Rivera, apartando a Ayanami y acariciándose el labio inferior —Me mordiste...

    —Disculpa— respondió, casi apenada, lo que resultaba difícil de creer, al verla con la misma expresión taciturna en su rostro; de hecho, todo lo había realizado sin alterar un ápice su semblante —Me emocioné...

    —¿Te... emocionaste?— dudó Kai, al observar semejante curiosidad —¡¿Tú?! ¡¿Te emocionaste?!

    —No pude evitarlo— pronunció la jovencita de ojos rojos, con el evidente contraste que había entre sus dichos y sus gestos —Sobre todo porque un bobalicón inútil bueno para nada me hizo esperar por su regreso más de un mes, y cuando finalmente volvió ni siquiera fue a buscarme… pienso que debería estar molesta, pero mi deseo por estar con ese simplón fue mayor que mi enojo… ¿eso es raro, para ti?

    —He visto cosas más raras en mi vida, no tengo porqué quejarme— dijo el muchacho a fin de cuentas, encogiéndose de hombros, para de inmediato envolver entre sus brazos a la chiquilla, sosteniendo su rostro entre las manos y jugueteando con el flequillo que cubría la frente de su amada —¡Pero fuiste tú la que se la pasó ignorándome, todos estos días! Tienes mucha suerte que sea incapaz de enojarme contigo… ¡Diablos, sí que eres hermosa! ¡Te extrañé taaanto!

    —¿El que te parezca hermosa es motivo para que blasfemes, invocando malos espíritus?— inquirió Ayanami, aunque su tono carecía de reproche; más bien era rebosante en curiosidad.

    —¡No, no, no!— se excusó Rivera agitando las manos —¡Es sólo una expresión en sentido figurado! ¡Es una de esas cosas que no deben tomarse literalmente, no quiere decir que vaya a pasar tal cual!

    —Las personas del mundo exterior nunca dejarán de confundirme— espetó la muchachita con aire meditabundo —De por sí conseguir una comunicación efectiva entre personas es bastante problemático… ¿qué propósito tiene entonces la tergiversación del lenguaje si sólo va a entorpecer más dicho proceso?

    —Bueno, yo… creo… que las personas se aburrirían mucho si no utilizaran esa clase de juegos lingüísticos… tienen el propósito de hacer más interesante y divertida una conversación…— contestó Kai, abrumado, rascándose la nuca insistentemente mientras miraba hacia el techo.

    —Diversión… he podido apreciar que es el móvil de muchas de sus acciones… parece que es una obsesión para la mayoría de las personas… aunque tengo que admitirlo, ahora que he probado lo que es el placer siento la necesidad de buscarlo, experimentarlo y prolongarlo tanto como sea posible… a tu lado…

    La jovencita recargó su cabeza en el pecho de su acompañante, acariciando sus hombros.

    —¿Cómo es que siempre que estoy contigo mi corazón late con más fuerza y mi estómago parece vacío? ¿Y porqué cuando no estás lo único en lo que pienso es en el momento que volveré a verte?— preguntó Rei con un genuino desconocimiento de las sensaciones que la embargaban en ese momento —¿Es esto… lo que ustedes llaman… amor?

    —Aún tienes muchas cosas que aprender acerca de cómo funcionan las cosas en la vida real, pero eso es una de las cosas que más disfruto al estar contigo… a través de ti puedo descubrir y ver con nuevos ojos las cosas más simples y darles todo un nuevo significado que antes no tenían para mí— pronunció Rivera en tanto le daba un afectuoso beso en el cuello, para luego comenzar a canturrear de la nada, como en muchas otras ocasiones lo hacía —“Yo te quiero enseñar este mundo espléndido… ven princesa, y deja a tu corazón soñar… yo te puedo mostrar cosas maravillosas… ven princesa, y déjate llevar a un mundo ideaaal…”

    —Vuelve… vuelve… vuelve…— repetía constantemente la muchachita para sacarlo de su súbita fantasía mientras el joven la sostenía de las manos, haciéndola bailotear y girar como si se tratara de un maniquí, pero sin presentar cualquier otra clase de resistencia.

    —Perdón— masculló Kai al reaccionar —Otra vez me entusiasmé demasiado, ¿cierto?

    —Cierto… pero cada vez me molesta menos… creo que empiezo a encontrarlo… divertido, como ustedes dicen…

    —¡Me alegra escuchar eso! Veo que estamos progresando poco a poco, quizás algún día hasta seas capaz de admitir nuestra relación en público...

    —Sabes bien que no puedo— le rehuyó, cabizbaja —¿Porqué es que insistes?

    —No es por molestar— se disculpó, arrepentido de haber dicho lo que dijo —Es sólo que a veces me parece que amo a dos mujeres... digo, te comportas muy fría conmigo cuando estamos con otras personas, pero apenas nos quedamos solos y te me lanzas como una tigresa. Es bastante confuso, para mí…

    —Lo sé... me imagino cómo te sientes— pronunció Rei, volviéndole a dirigir una de esas miradas que derretían —Pero debes comprender... todo esto es ya de por sí muy difícil para mí, muy, muy raro. No estoy acostumbrada y no creo estar preparada para salir a gritarlo al mundo. Además, sería muy incómodo, están todas esas muchachas de la escuela...

    —Eres la única, lo sabes— sonrió, intentando tranquilizarla, para luego peinar los cabellos de la chica con sus dedos.

    —¿Y qué me dices de la Capitán Katsuragi?

    —¿Qué me dices tú del Comandante Ikari?

    De nuevo, el silencio se apoderó de los dos, y continuaron así, mudos como una estatua, esculpidos juntos en un abrazo.


    Apurados en extremo, casi sin aliento, los dos corrían colina arriba, hacia un templo hacía ya mucho tiempo abandonado, en donde seguramente podrían tener una vista más amplia de la que tenían cuando salieron del refugio.

    La larga y salvaje verde hierba crecía sin control al lado de la escalinata pulida en piedra, algo descuidada y derruida por el paso del tiempo. Sus zapatos tenis rechinaban al subir uno a uno los escalones a toda prisa. Eran los primeros en posarse sobre aquellas piedras olvidadas en muchos, muchos años. Aún desde antes de la catástrofe. ¿Cuántas generaciones habían visto desaparecer y aparecer esos viejos cerros, ese antiguo templo? Y sin embargo, a pesar que ya se habían ido, en cambio ellos seguían en pie, intactos.

    Luego de un largo trayecto, al final la escalera se termina para dar lugar a la entrada del santuario, en donde se instalaron Toji y Kensuke para observar las hostilidades a sus anchas. Kensuke, como podría pensarse, llevaba pegada al ojo su cámara de bolsillo, su juguete predilecto, apuntando hacia el distrito de Tokkai, que se encontraba muy cerca de allí. Esperaban de un momento a otro poder ver a los contrincantes.

    El primero en salir a escena fue el Eva 01, moviéndose hábilmente entre los edificios de la población para eludir los embates de su rival. De inmediato salió éste, en persecución del prófugo, ante el júbilo del camarógrafo que conservaba todas las imágenes para la posteridad, sólo pensando en la majestuosidad de éstas. Su acompañante, por el contrario, sólo pudo señalar la extrañeza del diseño de ambas máquinas de combate. No se parecían a ningún arma que hubiera visto antes, a no ser en la televisión. El tema de un viejo programa de televisión, Ultraman, empezó a resonar en su cabeza, mientras atestiguaba el duelo de titanes.

    Todo transcurría muy bien, con la normalidad que una situación tan especial cómo ésa lo permitía, hasta que de repente todo cayó en pedazos. Primero el edificio que prácticamente hizo polvo el Evangelion al estrellarse contra él, luego sus esperanzas de que Ikari pudiera derrotar al enemigo, al ver qué tan fácil éste lo levantaba en vilo y lo hacía girar como un volantín, y después también sus esperanzas de salir ilesos, al contemplar atónitos como esa gran mole, que cada vez se hacía más y más grande, haciendo un sonido cómo de proyectil, se acercaba a ellos, para, por último caer con un gran estruendo sobre los dos.


    Shinji intenta recuperarse del mareo producido por el duro impacto, mientras trata de incorporarse lo antes posible antes que el enemigo le diera anlcance. Un pequeño chillido, muy imperceptible, lo detuvo en seco sobre su posición, para luego discernir cuál era la fuente de aquel extraño sonido, esperando que no fuera algún problema con el robot. Todo parecía estar bien con él. Entonces, al voltear hacia abajo pudo observar a sus dos compañeros que apenas y habían salido ilesos de quedar aplastados por la mano del Evangelion, quedando situados milagrosamente entre los espacios de los dedos índice y anular de la mano izquierda, respectivamente. Se encontraban aterrados y arrodillados, casi en shock. Y claro, sin ninguna idea de qué hacer. Presas del pánico, miraban constantemente hacia arriba, hacia la Unidad 01, en espera de una respuesta, de una señal. Como una prueba más de su aparente indestructibilidad, el viejo templo seguía en pie, casi burlándose del enorme artefacto que le había caído encima, esperando hacerlo mil pedazos.

    — ¡Los compañeros de clase de Shinji !— exclamó sorprendida Misato, y al mismo tiempo que los señalaba, un extenso expediente de cada uno de ellos se desplegó en el monitor de una terminal, con información, muy, muy detallada. Posiblemente toda la población de la ciudad poseía uno, sin saberlo.

    — ¿Qué hacen ahí?— inquirió Ritsuko— ¡Deberían estar en un refugio! ¡Malditos civiles!

    La misma pregunta se hacía el joven piloto de la máquina guerrera, quien de por sí ya estaba confundido, ahora se encontraba perdido por completo.


    El tiempo seguía marchando, sin importarle si a alguien le pesara ó no y ahora sólo quedaban cuatro minutos de carga. El contador seguía descargándose dramáticamente, y no se vislumbraba un final satisfactorio a todo aquello.

    Sin ningún tipo de consideración, el monstruo arremetió contra el Eva 01, quien seguía postrado en aquel cerrito; blandió sus látigos por el aire, amenazando con traspasarlo de lado a lado.

    —¡Shinji, levántate, pronto!— ordena Katsuragi a través de la radio, siguiendo de cerca el curso de la batalla —¿Qué demonios es lo que estás esperando?

    El muchacho, si la escuchó, no le hizo ningún caso. Allí seguía, indefenso ante los inmisericordes ataques del enemigo, sin hacer el menor intento por incorporarse. Cómo los otros dos de afuera, él también estaba paralizado, pero por decidir qué era lo que tenía que hacer. ¿Esquivar los látigos? ¿Alejar la pelea de allí? ¿Qué hacer? Cualquiera de esas opciones dejaría indefensos a sus compañeros.

    —¡Shinji!— explota la militar, sólo para aumentar más la desesperación del infante —¡¿Porqué mierda no me obedeces?!

    Ya estaba bueno. Aquella era la gota que había derramado el vaso de agua. El titán atacó con todo su poderío, surcando el primero de sus dos látigos los aires, cortándolos para llegar a cortar también a su objetivo. A la velocidad del pensamiento (literalmente) con su mano libre, la derecha, el robot lo detuvo en seco, sujetando férreamente la extremidad del ángel, a pesar de la resistencia que éste oponía.

    Continuaron en ese forcejeo por un buen tiempo, sin que ninguno de los dos luchadores claudicara. Harto, y tratando de aprovechar su ventaja, la bestia intenta asestarle un buen golpe con su látigo restante. Ni modo. De la misma manera que la anterior vez, el piloto maniobra para lograr interceptar la ofensiva del monstruo, casi arrancándoles las cabezas a los chiquillos en el proceso. Pero, al fin y al cabo, sólo quedaron con el puro susto.

    Nada había cambiado con aquella acción. Aún continuaban los dos gigantes en aquella colosal lucha de fuerzas, sin que nadie retrocediera. Estaban bastante parejos. De todas maneras, de continuar así, el ganador vendría a ser la criatura. La alta temperatura de sus miembros empezaba a calar en el metal de las manos del robot.

    —¡La superficie de contacto se está fundiendo!— reportó Maya desde su consola, tan pronto como le llegaban los datos.


    Los dos muchachos, aterrados, le gritaban a Shinji.

    —¡Niño nuevo! ¡Escapa, tienes que escapar! — señaló Toji, para luego preguntar a su compañero— ¿Por qué carajos no huye?

    —¿Será porqué estamos aquí?— contestó Aida, presa del pánico —¡No puede moverse con libertad!


    Tres minutos de energía, y descontando.

    El piloto continuaba conteniendo al monstruo tanto como le era posible, pero con desesperación se dio cuenta que no podía seguir así por mucho tiempo más; el contador en la cabina se encargaba de restregárselo en la cara con su horrible chillido. Motivado por todo lo mencionado, al final hubo de tomar una decisión arriesgada.

    El compartimento en la nuca de la Unidad 01 se abrió por completo, dejando entrever a los chiquillos la Cápsula de Inserción donde se alojaba el piloto del robot. Éste también emerge, abriendo sus secretos al par de espectadores, postrados presas del pánico.

    —¡Ustedes dos, suban rápido!— se oye decir a Ikari por las bocinas externas del artefacto.


    Cómo podía esperarse, no se vio con muy buenos ojos esta última acción, allá en el Cuartel.

    —¡Civiles dentro del Eva!— exclamó Akagi, casi desvaneciéndose —¡Impensable!

    —¡Espera un momento!— le advirtió Misato, con el corazón en la boca —¡¿No irás a dejar entrar a personas no autorizadas al Eva?!

    El silencio fue la respuesta que obtuvo. Sólo pudo observar impasible como aquellos dos niños se trepaban a la máquina y entraban como por su casa al interior del Evangelion. La cápsula volvió a cerrarse, una vez con ellos dentro, y de la misma manera regresó a su lugar correspondiente en el mecanismo. Y nada pudo hacer para evitarlo.

    Era una experiencia impactante, única. Adentrarse por vez primera en la cabina, sentirte rodeado de un líquido que te rodea completamente, y más poder respirar a tus anchas a través de ese fluido que impregnaba tus pulmones, debía ser algo excepcional e inolvidable para los primerizos. Tal vez hasta para los que ya tuvieran cierto tipo de experiencia.

    Ambos se sintieron más aliviados y reconfortados en el interior de la cápsula, de alguna manera se sentían aliviados de sus penas dentro de aquel compartimento. Probablemente alguno de los efectos secundarios que provocaba en sus sistemas nerviosos la peculiar sustancia que respiraban.

    —¡Esto no es agua!— expresó sorprendido Toji, contorneándose a su alrededor —¡Puedo respirar perfectamente!

    —¡Esto es genial!— pronuncia del mismo modo su compañero —¡Mi cámara, mi cámara!— exclamó sobresaltado casi en el acto, cuando por poco se le caía de sus manos el tan preciado objeto.


    Finalmente estaban en la cabina del piloto. En ella, éste no compartía el mismo estado anímico que el de sus huéspedes, más bien se encontraba muy, muy tenso. Parecía que la vena en la cabeza le iba a reventar, por el esfuerzo que hacía al mantener a raya al coloso.

    —¡Allí está el nuevo!

    —¡No me hablen... porque me distraen!— pronuncia entre dientes el joven.

    —¡Maldición, Shinji, escúchame!— resuena por la radio la voz de Katsuragi —¡¿Qué diablos crees que estás haciendo?! ¡Obedéceme de una vez por todas, con una chingada!

    Aquello le caló al muchacho. Percibió con toda claridad en ese comentario el tono de voz que Rivera usó anteriormente con él, y que le molestaba tanto. De nueva cuenta, ignoró a su superior y ni siquiera se dignó a responderle con otra blasfemia.

    “¿Ah, sí? Conque se sienten muy cabroncitos, los dos, ¿eh?” Pensó al mismo tiempo que su sangre hervía, al representarse la efigie tanto de Misato cómo de Kai. “Ahorita van a ver lo que es bueno.”


    Apenas había terminado de pensarlo, cuando ya el robot jalaba un látigo con más fuerza, haciendo palanca con su pierna, apoyada en el núcleo del ángel, una bola roja que emergía de su parte inferior; haciendo gala de un enorme poder, empujó con la planta del pie al titán hacia una dirección, mientras que para otra, contraria a la primera, se aferraba a su extremidad. Esto dio por resultado que la bestia saliera disparada lejos del Eva, mientras que uno de sus látigos continuaba en las manos de éste. De inmediato se puso de pie, al fin, tirando con desprecio al suelo el miembro mutilado de su oponente, chorreando un espeso líquido azul.

    No hubo tiempo para los aplausos. La carga seguía agotándose, y faltaba poco para que el Eva fuera totalmente despojado de energía. El piloto pudo ganar tiempo precioso, tiempo que debería emplearse para ponerse a él y a su unidad a salvo. El gigante yacía tirado boca arriba, sobre un montón de ruinas que había hecho al estrellarse contra el asfalto; torpemente buscaba incorporarse de nuevo, pero era difícil hacerlo sin manos ni pies, además del desequilibrio producido por la ausencia de uno de sus tentáculos.

    —¡Ahora!— de nuevo se escuchó a la mujer con rango militar por la radio —¡Retirada, aprovecha la oportunidad que se te presenta!

    Al mismo tiempo aparecieron en la pantalla de la cabina infinidad de rutas para salvaguardarse, cada una de ellas cerca de su posición. Pero Shinji ya no consideraba la huida cómo una alternativa. Finalmente se dispuso a contestar al centro de mando.

    —¡Déjenme en paz!— reclamó con voz imperiosa, tanto que sacó a todos de balance.

    Estupefacta, la capitana no daba crédito a lo que escuchaba. Aquello era insubordinación, era desobedecer la estrategia. Emperrada, no hallaba con quién desquitarse; quería tener en esos mismos momentos entre sus manos al chiquillo, para poder estrangularlo.

    —¡¡¡Maldito, maldito seas!!!— repetía furibunda, mientras golpeaba el piso constantemente con el tacón de una de sus botas—¡¿En dónde diantres se ha metido Kai?! ¡Justo cuando lo necesito, le da por desaparecerse! ¡Él va reemplazar a este babosito!— y sin ningún tipo de consideración se dirigió a Hyuga —¡Encuéntralo, con un carajo! ¡¿Qué tengo que pedírtelo todo?!

    El pobre sólo se encogió ante la acometida, y rápidamente empezó a desplegar todos sus recursos para localizar al muchacho. En balde resultarían todos sus esfuerzos, ya que el muchacho había apagado su celular, así cómo había bloqueado momentáneamente cualquier forma en que pudieran encontrarlos, tanto a él cómo a Rei. Justo en ese instante seguía enredado con la muchacha, habiéndosele olvidado por entero su repentina necesidad por sustituir a Shinji a los mandos de la Unidad 01.


    —Oye, ¿qué no la escuchaste?— interrogó Toji al piloto, aunque bastante cauteloso —¡Ella dijo retirada ! ¡Creo que eso significa que nos tenemos que ir!

    —De ninguna manera— contestó tajante, sin voltearlo a ver.

    Fue necesario que su compañero lo contuviera antes de que el infante se le dejara ir a golpes (de nuevo) al tripulante de la máquina de guerra.

    Éste los ignoraba deliberadamente, zambulliéndose en las profundidades abismales de su subconsciente. Adonde siempre huía en las circunstancias más difíciles. Se encorvó un poco, como si estuviera concentrándose: “No voy a huir, no voy a huir, no voy a huir, no voy a huir…” repetía tal cual disco rayado, una y otra vez.

    —¡El sistema nervioso está respondiendo de manera anormal!— comunicó Maya después de revisar los datos en el monitor.

    —Es por que tiene dos cuerpos extraños en su interior— respondió enseguida Ritsuko —Pronto, la sincronización también se verá afectada...

    Misato sólo gruñó, ante la mirada inquisitiva de su compañera de trabajo. Había desistido de obligar a Ikari a replegarse, y solamente esperaba que su subordinado pudiese encontrar a Kai, y que quedara lo suficiente de la Unidad 01 para que Rivera la pilotara.


    A final de cuentas, pese a todos los pronósticos, Shinji continuó firme. Observó fijamente cuesta abajo, donde ya el coloso había logrado incorporarse nuevamente, y no tardaría mucho en contraatacar con saña, furioso en extremo por la herida infringida.

    Al mismo tiempo que emergía un cuchillo de un protector de sus hombros, los cuales tenían la misma longitud que la cabeza del robot, el niño lanzó un atronador grito de batalla. Al instante se precipitó por la ladera de la colina hacia donde estaba su contrincante, esperándolo prudentemente. A leguas se distinguía que el joven piloto, quien ya había empuñado el arma de filo, atacaba a locas y a tontas. La militar, sobre todo por su experiencia y dado su currículum, se percató de ello y en vano quiso evitar una inminente tragedia.

    —¡Shinji, por lo que más quieras!— profirió tomando la radio en sus manos —¡No lo hagas, te vas a arrepentir! ¡Obedéceme, no lo hagas!

    Consiguió los mismos logros que anteriormente. Nada. El infante ni siquiera la escuchó, en su frenética carrera hacia la grandeza. Sólo le quedó ver estupefacta el curso que llevaban los acontecimientos.

    No tardaron mucho los dos titanes en encontrarse. La iniciativa la tomó el monstruo, quien con su látigo restante logró perforar el tronco del robot, parándolo en seco aunque fuese por un momento.

    —Se lo dije— pronunció la mujer para sí misma, contemplando la escena.

    Sintiendo el punzante dolor en su costado, Ikari, necio como se encontraba, persistió en su intento, luchando por abalanzarse hacia el enemigo, no importando el sufrimiento que tenía; sólo tenía una cosa en mente: derrotar al Cuarto Ángel. Pero no por ningún motivo altruista ó alguna razón similar, más bien era para no terminar dándole la razón a sus detractores, entre ellos su guardiana y su compañero de cuarto. Ese recuerdo alimentó su anhelo de triunfo, encendiendo el fuego de su determinación a todo lo que daba.

    El Cuarto Niño en contra del Cuarto Ángel, ¿Quién iba a ganar?


    Venciendo a la adversidad, con un último esfuerzo, sobrehumano, logró alcanzar a su contrincante; aún cuando al avanzar conseguía hacerse más daño, continuaba su penoso andar, e ignorando todo dolor siguió hasta encajarle la punta de la navaja que traía empuñada en el mero núcleo de la bestia, su talón de Aquiles, por así decirlo.

    El ruido que se produjo al chocar el metal con aquél órgano fue estremecedor, cómo uñas en un pizarrón, pero aumentado miles de veces. Era para volverse loco. El arma sacaba chispas debido a la resistencia que generaba el coloso a ser traspasado, ocasionando así una fricción con el efecto ya mencionado.

    Todos en el Centro de Mando están con el corazón en la boca, sin despegar la vista del monitor un solo instante, aún cuando el reloj interno del Eva indicaba que ya tan sólo quedaba un minuto más, y después de eso, el final. Misato, nerviosísima, jalaba constantemente las mangas de su chaqueta roja y en algunas ocasiones su largo y sedoso cabello hacía los honores. “Shinji, ¿qué fregados intentas hacer?” Se preguntaba a la vez que recordaba que morderse las uñas es un mal hábito, alejándolas de su boca.

    Los segundos que siguieron fueron previstos de una angustia del tipo extrema. Todo, absolutamente todo podía pasar en tan poco tiempo. Cualquier cosa, ya fuera que el monstruo saliera vencedor, cómo algunos se inclinaban a creer, ó bien, que un milagro sucediera y el chiquillo se levantara con la victoria. Claro que los milagros ocurren, pero aquí la pregunta era: ¿qué tan seguido?

    La energía iba abandonando al robot a medida que éste seguía enterrando cada vez más y más su cuchillo en el enemigo. La cuenta regresiva había comenzado ya: 10. 9. 8. 7. 6. 5. 4. 3. 2. 1. 0.


    Con una coordinación impecable, al final la vida había dejado a los dos oponentes al mismo tiempo. Tanto la máquina como el titán se mantenían en pie, aferrados hasta en el último momento de su descomunal lucha de fuerzas, que al final ninguno de los dos había ganado. El único que resultó triunfante era Shinji, quien aliviado y a la vez agotado, reposaba en su asiento, tratando de recuperar el equilibrio y asimilar que, en realidad y pese a todos los pronósticos, en verdad era el único y auténtico ganador. Todo un campeón.

    Las dos enormes figuras se quedaron congeladas en su posición, mientras el crepúsculo comenzaba, divisándose en el horizonte los últimos rayos del sol ofreciendo un paisaje digno de fotografía. Qué lastima que todos estaban bajo tierra, en sus refugios, pues estaban perdiendo de una grandiosa vista.


    —El enemigo está eliminado— comunicó el operador Shigeru Aoba, con cierto tono jubiloso que no pudo disimular.

    Katsuragi no compartía su estado de ánimo, y recibió la noticia con un semblante hosco y severo, mirando fijamente hacia la nada. Pensaba que no había nada que festejar, y sí mucho que lamentar.


    Sentado en su trono, Shinji se deleitaba probando las deliciosas mieles del éxito. Se hacía en la cima del mundo, y a esos 100 metros de altura de veras pensaba que era el soberano de todo cuanto veía. Era un decir, por supuesto, ya que las cámaras externas de la unidad se habían apagado, a la vez que las bocinas y el radio, por lo que se encontraba ciego, sordo y mudo, desconectado por completo de su dominio.

    —Oye, Ikari— se dirigió Suzuhara hacia él, tímido tal cual un corderito —¿Estás bien?— inquirió, al transcurrir bastante rato sin que les dirigiera la palabra a sus invitados.

    —Sí— contestó el muchacho, viéndolo con el rabillo del ojo —Estoy bien...

    De súbito, como si de un rayo se tratase, un pensamiento lastimero pasó por su cerebro: ¿De qué servía el triunfo, si no había alguien con quien compartirlo, mucho menos alguien que lo felicitara por conseguirlo? En su lugar, lo más probable es que le esperaba una fuerte reprimenda, al haber discutido con la Capitán Katsuragi del molo en que lo hizo.


    De ese modo el triunfo perdía su razón de ser, y por lo tanto, su valor.

    Con un dejo amargo, no pudo evitar recordar la pregunta que Kai le había hecho tan solo unas cuantas horas antes: “¿Qué crees que haces aquí, Shinji?”

    “¿Para qué hago todo esto?” sollozó al final, para después derrumbarse en llanto, tapándose la cara con las palmas de las manos.
     
  8.  
    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

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    13 Mayo 2014
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    El Proyecto Eva
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    Acción/Épica
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    18022
    Capítulo Cuatro: "Escape al Destino"

    “Is this the real life?

    Is this just fantasy?

    Caught in a landslide

    No escape from reality

    Open your eyes

    Look up to the skies and see

    I'm just a poor boy, I need no sympathy

    Because I'm easy come, easy go

    A little high, little low

    Anyway the wind blows, doesn't really matter to me…”

    Queen

    “Bohemian Rhapsody”



    Fulminante. Así era por completo el continente de Misato. Ella solamente estaba allí, de pie frente al chiquillo, y sin embargo, éste casi podía sentirla encima. Por un tiempo no había dicho ni hecho nada, salvo mantenerse allí, de pie, de manera inquisidora.

    Apenas el niño había salido de los vestidores cuando se la encontró junto a su locker, en dónde guardaba sus pertenencias mientras estaba en el Geofrente. La noche ya asaltaba a este último y Katsuragi aún no decía palabra alguna.

    Incómodo, todavía con la toalla húmeda en la cabeza, Shinji se sentó en una banca que estaba en medio del pasillo de casilleros, acomodándose como le era posible y aguardando a lo que la mujer parecía tener que decir. La respiración agitada de Ikari, quien aún presentaba cierto grado de excitación, resonaba en el lugar y por mucho rato fue un sonido solitario, hasta que la mujer con rango militar, cansada de esperar, profirió de manera hosca:

    —¿Porqué desobedeciste mis órdenes?

    Tan pronto escuchó aquellas palabras el infante volvió la mirada a un lado, tanteando el curso que seguía todo eso. No se equivocaba, ya que la capitana continuaba:

    —Puedo pasarte por alto que dejaras entrar a esos dos, pero... — y aquí en el “pero” marcó una pausa un tanto melodramática, quizás para agregarle más gravedad a su sentencia —¿Qué piensas que hubiera pasado si no derrotas al ángel? ¿Eh? ¿Te pusiste siquiera a reflexionar en ello en ese momento?

    —Perdón— musitó desganado, queriéndosela quitar, enfadado por la manera en que lo hostigaba. A fin de cuentas, él conocía muy bien su negocio y no necesitaba que nadie le reprochara por eso.

    —¿Crees que con pedir perdón ya está todo arreglado?— siguió la mujer, advirtiendo el tono del joven —¡Yo soy la responsable de tus estrategias! ¡Por lo tanto, tu deber es obedecerme! ¿Lo entiendes?

    —Sí lo entiendo— la retó, mirándola fijamente y frunciendo el ceño, harto que siempre le estuvieran hablando así —Entiendo que para ti sólo soy un piloto... un simple subordinado, y nada más.

    —¿Qué estas diciendo?— precisó a preguntar, desconcertada por entero.

    —¿Así que lo de vivir juntos era para controlarme más fácilmente?— contestó a su vez, formulando una hipótesis un cuanto absurda, pero bastante creíble entonces para su mente en brumas —En un principio creí que lo hacías porque te compadecías de mí, pero ya veo que no era así.

    —¡Cállate de una buena vez, si no quieres que te obligue a hacerlo!— contravino Misato, ofendida en extremo, y dándose media vuelta, remató —No sabes lo que dices.

    —¡Ya déjame en paz!— respondió el jovencito, hastiado, golpeando con estrépito una puerta de lámina de un casillero que tenía detrás de él —Al final liquidé al maldito bicho ese, tal y cómo querían.

    Fustigada por la insolencia arrogante del jovenzuelo, de aquél alfeñique que apenas y le llegaba al hombro, la joven mujer en un arrebato de ira incontenible depositó una tremenda cachetada en el rostro del muchacho, quien sólo se cimbró en su lugar. No estaba acostumbrada a golpear a menores, a decir verdad, ésa era la primera vez en muchos años que tenía que emplear un correctivo de ese tipo con un niño.

    Shinji, por su parte, tampoco estaba habituado a aquella forma de reprimenda, y permaneció petrificado en su asiento, sin saber si llorar ó enojarse, ante los resoplidos de Katsuragi.

    —¡Imbécil!— le dijo enfurecida —¡¿Quién te crees que eres para hablarme así?!

    Al verlo todo acongojado, tal cual un ratoncillo asustado, a punto de desbordarse en lágrimas, la militar no pudo más que sentir asco y repulsión de sí misma, pero sin reprocharse ó arrepentirse de su obra.

    No obstante, tuvo que volver a darle la espalda, para evitar verle sus ojos enrojecidos y vidriosos.

    —Ya está bien... — masculló casi suspirando —Ve a casa a descansar.

    El muchacho ya ni le respondió. Solamente tomó su mochila con sus cosas del interior de su locker y salió del lugar, envuelto en un mutismo impenetrable.


    Todavía se escuchaban sus pisadas en el corredor contiguo cuando Misato no podía librarse de una opresión que embargaba su pecho, como quien sabe que hizo una cosa muy reprobable en aras del deber. El lastimero estado en que había dejado al chiquillo la conmovió de sobremanera, y buscaba alguna forma de compensar el castigo. Al no hallar ninguna, con la mente en blanco, sólo acertó a pronunciar para sí misma, cómo queriéndose justificar:

    —Él empezó...


    A su vez, el joven caminaba como sonámbulo por entre los pasillos de la instalación, siguiendo inconscientemente el camino a casa. Bastante ocupado se encontraba con tener que lidiar con el dolor, tanto espiritual cómo físico, y en contener el llanto que amagaba con encharcar su faz y sus enrojecidas mejillas. Su cabeza era un caldero hirviente, en el cual, en medio de todo el hervor comenzaba a cocinarse una oscura determinación, que se fijó firmemente en la voluntad del infante, resuelto a cumplirla a cómo diera lugar.


    Ya las tinieblas se habían asentado por completo en la bóveda celeste cuando Ikari arribó al departamento. Se había hecho algo tarde en su itinerario cotidiano, puesto que se había detenido en el supermercado antes de llegar. Con dificultad, cargando una abultada bolsa de papel repleta de víveres, deslizó la tarjeta de identificación por la ranura de la puerta, abriéndose ésta en el acto. De la misma manera se introdujo el muchacho al interior del aposento, cerrándose otra vez el portal detrás de él.

    No había llegado aún a la cocina donde planeaba descargar el cargamento cuando ya Pen-Pen lo estaba acosando con su enorme curiosidad, al ver llegar a su huésped. Incomodado, pensando en que jamás se hubiera acostumbrado al animal, trataba de sacarle la vuelta, con temor de arrollarlo. El ave se quedó inmóvil en su lugar, observando detenidamente al visitante.

    Desorientado, con la vista obstruida por su carga, el infante no pudo evitar que el contenido de ésta se desbordara, cayendo hacia el piso un paquete de carne seca. No logró completar su trayectoria, ya que ágilmente el pingüino lo atajó en pleno vuelo, con una de sus aletas, para después echar a correr muy alegre en dirección a la habitación de Misato, con la carne bajo la aleta.

    —¡Oye, tú!— le recriminó Shinji, apurándose a dejar la bolsa sobre la mesa de la cocina para darse a la persecución del extraño animal —¡Deja eso, no es tuyo!

    Lo alcanzó en dicha habitación, abriendo la puerta sin tocar. Pen estaba sentado cómodamente sobre la cama de la dueña de la casa, degustando plácidamente un trozo de carne seca (lo confundía con unas tiras de pescado ahumado que de vez en cuando le daban, a modo de premio).

    Con violencia, el muchacho le arrebató el paquete de su aleta, no sin cierto enfado.

    —¡Misato debía sentirse muy sola para tener de mascota a alguien cómo tú!— pronunció, aún molesto con la mujer, y cómo si el pajarraco pudiera contestarle.

    Éste, agitado por la súbita impresión otorgada, emitía unos lastimosos chillidos, como llanto en la noche, y aleteaba fuertemente dando la impresión de querer emprender el vuelo.

    —¡Cállate!— ordenó enérgicamente el chiquillo, sumamente enfadado.

    El animal no hacía caso, y seguía lamentándose en su lugar, hasta que alguien fue a rescatarlo de sus penas.

    —¡Oye, tú!— dijo Kai empleando el mismo tono de voz, entrando de improviso al cuarto —¡Deja en paz a mi pingüino!

    De inmediato el recién llegado abrazó al perturbado avechucho y lo cargó, oprimiéndolo contra su pecho para que se calmara, a sabiendas del gusto que le provocaba eso. Pen-Pen temblaba intermitentemente a la vez que Rivera paseaba su mano sobre su emplumada cabeza y lo arrullaba, tratando de consolarlo, terminando por darle un beso en el pico.

    —Ya, ya— le decía mientras salían de la habitación —Deja a ése flaco desnutrido con sus fiambres rancios, no los queremos...


    Siguió paseándolo por toda la extensión del apartamento, al mismo tiempo que Shinji sacaba enrabiado una de sus valijas y en ella empezaba a depositar ropa y la comida que había llevado, ofendido en sobremanera por las mofas de su compañero, las cuales pretendía no escuchar nunca más.

    —Esa camisa es mía— advirtió mesuradamente Rivera desde el quicio de la puerta de su cuarto, aún con el pingüino en brazos.

    Al percatarse de ello, casi con desprecio y sin decir nada Ikari la arrojó sobre su cabeza, retornando ésta a su lugar de origen, el suelo. Se percibía una cierta atmósfera cómo de una tensión apremiante; ninguno de los dos jóvenes había olvidado el incidente con el ladrillo, ni su pequeña discusión previa. No habían pasado ni diez horas de eso.

    —¿Ya te vas?— interrogó su acompañante, sin haberse movido de su lugar.

    —Mañana, en cuanto despunte el alba— respondió secamente, no queriendo alargar las conversaciones con él. Además, se imaginaba que pretendería disuadirlo de alguna manera de su decisión. Pero se equivocó rotundamente.

    —En ese caso será mejor despedirme de una vez, no quisiera levantarme temprano para hacerlo: que te vaya bien, espero no volver a verte pronto— pronunció indolente para después darle la espalda nuevamente y continuar cargando a su mascota por toda la estancia, ante la creciente molestia de su congénere.


    Cuando Katsuragi por fin hizo acto de presencia, ni siquiera saludó a su huésped. Se limitó a ver de paso la puerta cerrada del cuarto antes de que ella se internara en el suyo. No quería verlo en toda la noche, a manera de castigo. Quizás en la mañana, después de descansar, pensaría mejor las cosas y mejoraría su comportamiento.


    Al día siguiente la inactividad en la casa a tan temprana hora (alrededor de las siete) la despertó. Para ese entonces Shinji ya debía estarse preparando su desayuno, alistándose para la escuela. Perturbada, aún en pijama, una camiseta blanca de gran talla que le llegaba a los muslos y ocultaba su ropa interior, salió para averiguar que era lo que sucedía.

    Comprobó que efectivamente, el apartamento estaba en plena calma, con todas las luces apagadas. Con prontitud deslizó la puerta del cuarto de los muchachos, para percatarse que sólo uno de ellos seguía en él, y ése no era precisamente Ikari.

    —Ha huido— murmuró la militar, contemplando a Kai en su placentero sueño, con un calcetín en la boca, como tapón para sus ronquidos —No debería sorprenderme.

    Como un mero acto de compasión le quitó a su protegido la prenda de la boca, permitiéndole así roncar a su completo antojo. Al fin y al cabo a ella no le molestaba.


    Examinó los alrededores, en busca de cualquier pista que pudiera sugerirle el paradero de su subordinado. Lo que encontró, sin gran esfuerzo, fueron sus tarjetas de identificación, tanto la de la casa cómo la de NERV. Además de una carta adjunta que venía letrada para ella. Era la letra del joven. Sin muchos ánimos la abrió. Ya sabía su contenido de antemano.


    “Srita. Katsuragi”:


    “Después de mucho pensarlo he decidido que lo mejor es regresar con mi tío. Muchas gracias por todas sus atenciones, y disculpe las molestias que le pude haber causado.”


    “Atentamente”:


    “Shinji Ikari.”


    El escrito era breve y escueto, además se notaba que el autor se encontraba enojado con la destinataria, al referirse a ella de “usted”. Pero era precisamente cómo Misato se imaginó que sería la despedida del chiquillo.

    Miró por la ventana, aún sosteniendo la hoja de papel entre sus manos, el aguacero que caía afuera. ¿Qué estaría haciendo en esos momentos, con semejante clima? ¿En dónde estaría?

    —Shinji idiota— acertó a pronunciar, sentándose sobre la cama.


    En realidad, estaba muy bien fundamentada aquella suposición. No había podido escoger un día peor para irse de una vez por todas, para correr de sus problemas. Llovía a cántaros, además de que las espesas nubes no dejaban entrever que el sol pudiese salir en aquél día. Los faros seguían encendidos en las calles, a pesar que ya eran las nueve de la mañana.

    Las gruesas gotas de lluvia se estrellaban una por una contra el vidrio del tren, manteniéndose dentro seco por completo. La enorme mole metálica se deslizaba con velocidad sobre del riel, sin importarle las condiciones climáticas, ni a él ni a ninguno de sus pasajeros, no hasta que lo abandonaran.

    Una a una recorría ágilmente las estaciones, dejando gente por aquí y subiéndola por allá. Las personas se movían en muchedumbres, confundiéndose en una gran masa gris de múltiples rostros y voces. Todos ellos sabían a dónde querían ir, y cuando deberían hacerlo, todos a excepción de uno.

    Ikari miraba desconsolado a sus semejantes, como con envidia de su seguridad. Deseaba tener esa certeza acerca de su futuro inmediato, pero nomás no podía decidir qué hacer. No quería regresar con su tío, el ebrio. Tampoco quería regresar al Proyecto Eva, a la responsabilidad y deberes que le achacaban sin siquiera pedírselo.

    Simplemente no encajaba en ningún lugar. Era un hombre sin patria y sin hogar.

    Un vagabundo.

    Sentado sobre el incómodo asiento de fibra de vidrio, se aferraba a sus pocas pertenencias, todas ellas en su valija. La mayoría era ropa y comida. Además de eso, lo único que tenía era su reproductor musical, que traía puestos, queriendo alejar con la música sus zozobras. No funcionaba mucho, la música era algo mala. Alegre, pero vacía. Sin mensaje ni alma. Diseñada especialmente para pasar el rato, pero no para levantar el ánimo, ni consolar.

    Mientras hacía esto, sus acompañantes se revolvían en el interior del vagón. Aún con la melodía en sus oídos, alcanzaba a escuchar parte del murmullo que parían las conversaciones entre las personas.

    —...vaya que se soltó el diluvio, ¿verdad?

    —...y a mí que se me olvidó el paraguas...

    —...si lo trajeras, de seguro no estaría lloviendo...

    —...tendremos que tomar un taxi, si es que no queremos mojarnos...

    —...ya comenzaron las lluvias de verano...

    —...la cosecha será buena este año...

    —...¿qué cosecha?...

    —...¿viste a ese mocoso?...

    —...pediré que me transfieran...

    —...no hay donde...

    —...todo el mundo es un caos...

    —...guerra por doquier...

    —...¿qué no debería estar en la escuela?...

    —...esos rebeldes necios...

    —...¿qué si extranjeros desean explotar sus tierras?...

    —...ellos sólo las desaprovechan...

    —...los americanos sí que supieron hacerla, al correr a esos sombrerudos dormilones...

    —...parece que está drogado...

    —...aquí tenemos nuestra propia guerra...

    —...¿de dónde habrán sacado dinero para hacer ese robot?...

    —...parece costoso...

    —...y más los daños que ocasiona...

    —...el distrito Tokai quedó como una zona de desastre...

    —...ó a lo mejor está perdido...

    —...todo por culpa de esos malditos rebeldes...

    —...a la horca con todos ellos...

    —...¿no será una de esas bombas humanas?...


    Los dejaba continuar, al igual que el aguacero de afuera aquellos comentarios no se podían detener. Más que con la porquería que escuchaba, se deleitaba al apreciar y distinguir ese suave murmullo, uniforme y rítmico, con tonos emotivos y hasta extasiantes. Personas se iban, personas llegaban, personas se restaban a la vez que otras se sumaban. La muchedumbre era un animal de tamaños y características que variaban muy seguido.

    Así pasó gran parte del día, sin saber qué hacer, sin ninguna precisa idea de adónde sería bueno ir. ¿Cuántas vueltas a su ruta hizo el transporte, con el paria dentro? No se podría saber con certeza. Sin embargo, ya era noche cuando dio su último suspiro, deteniéndose en la estación final, a orillas de la urbe:

    —Gracias por usar el sistema de trenes de Tokio 3. La última parada de esta unidad es en esta estación. Por favor, revisen que no olvidan nada al salir...

    El gélido y mecanizado tono de la grabación no daba solución al dilema del joven, al despertarlo abruptamente. Como un autómata abandonó su refugio, cabizbajo.

    Afuera hacía frío y aún seguía lloviendo, aunque ya parecía amainar. Al salir de la estación de inmediato buscó refugio, el cual encontró en un pequeño cine nocturno, de dudosa calidad. Por lo menos allí estaría caliente.


    Había acertado. La oscuridad de la sala, los suaves pero sucios asientos acolchonados, el tenue fulgor de la pantalla y además de lo tediosa que era la temática de la película en proyección contribuyeron en mucho para que el fugitivo se sintiera arropado, en momentos hasta arrullado, cabeceando de cansancio en seguidas ocasiones.

    La poca concurrencia optaba por distintas opciones, pero ninguna de ellas era observar el filme. Filas atrás de dónde el muchacho se había acomodado se encontraba una joven pareja de unos veinte y algo años, bastante concentrados en conocer la respectiva anatomía del otro. Sus resoplidos como de animales de corral resonaban por todo el cuarto, sin que a nadie en particular le molestase.

    A su lado se encontraba otra pareja, aunque ésta era un poco mayor que la anterior. El hombre parecía bastante molesto, notándose su semblante malhumorado aún entre las penumbras, aparte que una ó dos maldiciones se le solían escapar en voz alta “piruja barata”, “hija de la chingada”, eran de los adjetivos que con mayor frecuencia recurría para describir a su, aparentemente, amante; para luego descontarle una buena bofetada cuyo eco se imponía aún a los pujidos de los jóvenes. La mujer, una comadrona ya de unos cuarenta años, contestaba con un chillido autoreprimido, que aspiraba a ser una queja de dolor. Las lágrimas le escurrían por sus abultadas mejillas mientras el tipo la jalaba del cabello.

    Adelante, un sujeto rancio y macilento se entretenía en fumar una especie de cigarro, al parecer hecho en casa, que además despedía un humo de un olor bastante extraño, pero que hacía sentirse muy alegre. La tos áspera del individuo le hacía acompañamiento de vez en cuando a las maldiciones del señor de atrás, mientras golpeaba a su flácida mujer. Su cabeza parecía levitar encima de sus hombros, mientras oscilaba alrededor de su cuello.

    Y aún más delante, en primera fila se encontraba un viejo harapiento, un desposeído, ocupado en darle fin a una enorme botella de alcohol medicinal. Era el único que en algunas ocasiones, entre trago y trago, parecía ver aunque fuera de pasada, la pantalla que tenía enfrente de él. Carraspeaba profundamente para poder pasar el buche de aquél líquido ardiente, que quemaba su garganta en el camino al estómago. Pero por lo menos eso lo calentaba y le hacía olvidar que estaba empapado.


    Tales eran los hijos de la noche, los habitantes olvidados de la futurista ciudad, una utópica fortaleza en contra de la miseria que plagaba a todo el mundo. Eran ellos los olvidados, los rezagados y los ignorados, que sólo se atrevían a salir de su refugio cuando sus contrapartes diurnas se ocultaban de las sombras. Eran ellos el precio a pagar por la ilusión de desarrollo y destellos de crisol de la magnífica urbe medio abandonada.


    Entre parpadeo y parpadeo, los cuales se hacían cada vez más largos proporcionalmente, Ikari más ó menos alcanzaba a distinguir los diálogos de la película, aunque estuviesen cortados. En la pantalla, cuatro personas, tres hombres y una hermosísima mujer rubia se debatían encerrados en una habitación, un laboratorio burda y hasta podría decirse que ofensivamente reproducido.

    —¿En serio pudo detectar eso?— pregunta el primer hombre, al que llamaremos “A”.

    —Sí. Un objeto celeste de un diámetro de centímetros se estrelló contra la Antártida a más de diez por ciento de la velocidad de la luz.— responde el que parecía de más rango que todos los otros. Vestía una bata blanca de laboratorio, además que estaba caracterizado como el típico estereotipo del científico, viejo, con gafas y calvo. Por lo tanto, designemos a este efímero personaje como “el doctor”.

    —Con nuestro simple conocimiento científico no pudimos ni detectarlo, ni mucho menos prevenirnos— agregó A de nuevo.

    —¡Hay un infierno allá afuera! ¡¿Para qué es que la ciencia existe, en ese caso?!— pronunció aterrorizada y sobreactuando la bella mujer de generosas proporciones.

    —En estos momentos, la baja atmosférica causada por la transición del eje de la Tierra se ha decrementado— intentó calmarla A, generando una confusión que el rostro de la dizque actriz no pudo ocultar.

    —Entonces... ¿se ha calmado un poco?— preguntó suplicante, acercándose muy convenientemente a “A”.

    —No. Una ola gigantesca se está aproximando a una velocidad de 230 metros por segundo— por fin el otro actor, quizás el asistente del doctor, intervenía. Él es “B”, aunque no valdría la pena ni mencionarlo, dada su somera participación.

    —Doctor, debemos escapar mientras aún tengamos tiempo— concluyó A, quien no pudo resistirse de asir con el brazo a la fémina por la cintura y de juntar sus sexos aún cuando sus ropas le impedían hacerlo cómo a él le hubiese gustado.

    —No. Es mi deber permanecer en este lugar— respondió solemne el doctor, e igual que sus acompañantes, de manera muy poco convincente. Cabe destacar que todos, todos los personajes de esa espantosa película, apenas terminaban de decir su ridículo diálogo tenían que, por obligación, voltear a ver hacia la cámara.

    —De seguro moriría; además, tiene la obligación de cuidar de este mundo infernal...


    Shinji no pudo resistir más, y con sus fuerzas menguadas cayó profundamente dormido.


    —¿Aún no hay noticias del muchacho?— preguntaba Ritsuko, a la par que revisaba los últimos informes acerca de las reparaciones a la Unidad 01.

    Al verla tan ajetreada, estudiando detenidamente las carpetas de reportes, cualquiera hubiera pensado que en realidad aquella cuestión no le importaba en demasía. Quizás era cierto, pero de igual modo Katsuragi contestó:

    —No. Ya han pasado dos días desde que se fue, y aún no he sabido nada de él— confesó un poco mortificada —El ambiente en la casa se había tensado un poco... pero de eso, a llegar escaparse... — suspiraba angustiada, recargada contra una pared, ataviada con su ya característica chamarra roja de plástico. Una blusa con cuello de tortuga, una minifalda de ésas levanta muertos y unos botines complementaban su atuendo.

    —¿Qué no eras tú la responsable de él?— arguyó Akagi, lanzándole una mirada desdeñosa.

    —¡No me lo digas de esa manera!— se defendió, muerta de la vergüenza.

    —Te lo advertí desde un principio... — continuó la doctora con la reprimenda, haciendo a un lado los reportes y amenazándole con el dedo índice —Te dije que no eras capaz de cuidar a un muchacho como Shinji y que mejor te convendría no meterte con él… ¿pero acaso me escuchaste? ¡Por supuesto que no! Seguro que pensaste que sería lo mismo que con Kai, pero por si no lo has notado, ese engendro no es como todos los demás chicos…

    —Bueno... sí— vacilaba Misato, apabullada por entero —Además, tuve la impresión que los dos discutieron un poco ese día... pero yo... yo no creo que se haya ido por eso... ¿ó sí?

    —Ni hablar— sentenció la científica, tomando el teléfono del escritorio —Tendré que notificarlo a los superiores.

    —¡No, no lo hagas aún!— quiso su compañera disuadirla, agitando las manos, alarmada —¡Por favor!

    —¡Será muy tarde cuando le haya pasado algo, Misato!— replicó de inmediato, justificando su accionar —¿O es que vas a ir tú misma a buscarlo?

    —Es que yo no sé en dónde puede estar. ¡No lo sé!— expresó impotente, mientras su compañera hacía la tan temida llamada telefónica —Pero sé de alguien que tal vez sí lo puede saber... ó por lo menos lo puede averiguar— murmuró para sí misma en un momento de iluminación, rascándose la barbilla.


    El sol se encontraba en su cúspide, observando desde su trono en los cielos todo su reino, el cual abarcaba todo cuanto pudiese ver. La oscuridad huía a su paso, dejándolo como un conquistador implacable. Cómo si fueran su cortejo, las nubes que parecían motas de algodón desfilaban una a una ante él, inclinándose en señal de reverencia. La temperatura estaba en su punto, unos veinticinco grados Celsius. Era un bello día soleado.

    Y sin embargo, Toji no parecía disfrutarlo. Al contrario, parecía perturbado, como si algo lo molestase. Recargado contra el ventanal del salón, no se permitía gozar del excelente ambiente, y sí que la duda y la incertidumbre lo acosaran en todo momento.

    —Ese chico— por fin se animaba a decir algo, aunque aún guardando distancias —¿Qué estará haciendo?

    —¿Quién?— le preguntó Kensuke, algo confuso. Él también estaba distraído con sus pensamientos, examinando minuciosamente un modelo de avión caza a escala, que acababa de ensamblar. Sabía muy bien como utilizar su tiempo libre.

    —El nuevo, Ikari— se explicó el infante, con la vista aún clavada en el horizonte —Es muy extraño— continuó —Desde lo que pasó, no ha vuelto a la escuela.

    —¿Estás preocupado?— volvió a preguntar Aida, siguiendo el curso de la conversación.

    Hasta ese momento, los amigos habían charlado sin distraerse de lo que estaban haciendo, cada quién en lo suyo; pero debido al último comentario vertido por su acompañante, Suzuhara no tuvo más remedio que hacerle frente, poniéndose estrepitosamente de pie.

    —¡Yo no estoy preocupado por nadie!— reclamó enfadado —¡Yo sólo digo que es algo muy raro!

    —¿Qué, para el caso, no es lo mismo?— le aclaró Kensuke, dejando de lado su pasatiempo —No estás siendo sincero contigo mismo.

    —Hm— masculló el chiquillo, cruzándose de brazos —Ojalá Katsuragi estuviera aquí para aclararnos todo...

    —Tampoco él ha venido desde ese día— dijo el otro —Pero después de todo lo que pasó, ¿De veras quisieras verlo?

    —No, ahora que lo pienso, para nada— reveló Toji, moviendo la cabeza en señal de negación.

    —Bueno, si tanto te preocupa— continuó su compañero —¿Porqué no le preguntas a Ayanami?— sugirió, señalando a Rei, quien se encontraba unos lugares detrás de ellos, con la nariz pegada a un libro.

    Parecía una buena idea, en principio. Ambos quedaron inmóviles por algún tiempo, volteando hacia la dirección señalada; pero apenas la jovencita escuchó su nombre, bajó un poco su libro para encarar a sus condiscípulos. Con su único ojo disponible (el derecho aún conservaba la gasa sujeta con vendaje) les lanzó una de sus miradas congelantes, que los dejó petrificados en su lugar. A leguas se notaba que no deseaba que nadie se le acercara.

    —Pregúntale tú— pronunció Suzuhara, notando aquél hecho —Yo no me atrevo— terminó descorazonado.

    —Yo menos— agregó su confidente —Ni modo.


    Consumadas sus tareas en el Cuartel General, la Capitán Katsuragi emprendió el viaje de regreso al hogar, algo que esperaba, sin mucha fe, hiciera a su vez Shinji. Muchas cosas pasaban por su mente mientras conducía por las tranquilas calles de la ciudad. Muchas de ellas se relacionaban directamente con el prófugo; que si estaría bien, que si tendría hambre, que si estaría pasando frío... la ignorancia de su estado la estaba sumiendo en una desesperación profunda. La noche se estaba asentando cuando su auto cruzaba cómo un bólido la ruta hacia su apartamento.

    Descorazonada había estacionado su auto en el cajón correspondiente, y de la misma forma subido las escaleras hasta su puerta y cruzado por ésta. Cuando el portal se cerró detrás de ella, la devastadora soledad que imperaba en el lugar la abrumó por entero. La presencia de Pen-Pen, que presuroso corría hacia su lado, graznando de felicidad, contribuyó un poco a consolarla, aunque no mucho.

    —¡Hola, corazón!— saludó la mujer, extendiendo los brazos para que su mascota, ni tarda ni perezosa, pudiera sujetarse de ellos para que lo cargaran.

    Misato lo oprimía contra su pecho mientras acariciaba cariñosamente su cabeza, ante la complacencia del pajarraco, que gozaba de lo lindo dejándose apapachar por su dueña. Ella le daba gusto a granel, paseándolo por toda la casa.

    Con suma tristeza miraba el cuarto de los muchachos, ahora ocupado por uno solo, como era originalmente. Deslizó la puerta de la habitación, permitiéndole que se adentrara en la terrible desolación de ésta, ya en penumbras. Cómo podía distinguía las siluetas de la cama y el escritorio, único mobiliario que había. Allí sobre del escritorio aún se encontraban, tal y cómo los había dejado en la mañana, los papeles que Ikari había dejado como único legado.

    —Este muchacho— pronunció, como si estuviese platicando con el animal en sus brazos —Me pregunto si tampoco piensa volver ahora...

    Obviamente, el pingüino no le contestó de alguna manera, y no tuvo más remedio que volver a cerrar la puerta corrediza, volviendo a sumergir al recinto en la oscuridad total.

    Con paso lento se enfiló hacia sus aposentos, que se encontraban justo a lado de la habitación de Rivera. Con pesadumbre se dejó caer en su silla giratoria, aún con el ave abrazada. Miró fijamente su reflejo en el espejo de su tocador, y casi gritó de espanto, impresionada al notar su preocupado semblante. La aflicción la embargaba, eso era evidente y emergía por todos los poros de su cuerpo.

    —¡Dios mío!— se lamentó viéndose en el espejo, palpando con su dedo índice todo rincón de su rostro —¿En serio ésa soy yo, Pen?

    De nuevo no recibió respuesta, y de cualquier modo, no la necesitaba. Sabía perfectamente que la persona enfrente de ella, era sin lugar a dudas, ella misma. Ahora tenía un nuevo dilema que achacarle a la ausencia del joven: la preocupación le estaba deshaciendo su belleza, que en gran parte radicaba en su carácter tan alegre y jovial. El estar muriéndose de la preocupación no le favorecía mucho. Continuó observando detenidamente a su otro yo en el espejo.

    —Bueno— comenzó a platicar consigo misma, como reprochándose por sus acciones pasadas —Quizás fui muy dura con él.

    Para después evocar sus pensamientos a la figura del chiquillo fugado, ahora firmemente fijada en su mente.

    “Shinji” repetía incesantemente “¿Dónde diablos estás? ¿En qué fregados estás pensando?”


    En eso, el sonido de la puerta de entrada abriéndose la sacó de sus cavilaciones. Pronto se dirigió al pasillo para comprobar quién era el recién llegado, albergando aún una pequeña esperanza de que por fin el hijo prodigo hubiera regresado.

    —¡Ya llegó por quién lloraban!— aquella manera de saludar la disuadió de sus primeras suposiciones, pero igual se alegró al ver llegar a Kai.

    —¿Qué hay para cenar?— preguntó el muchacho, hurgando en el refrigerador —Traigo un hambre de perros... —confesó, mientras comenzaba a mordisquear una zanahoria.

    —Enseguida pongo en el micro unos burritos— dijo la mujer, sacando del aparato los mencionados platillos instantáneos, la especialidad de la casa.

    —Mmm, burritos a la microondas— se saboreó, aún sin terminar con su vegetal —Son una afrenta a la comida tradicional de mis ancestros, ¡pero qué diablos, son deliciosos! Buena comida, buena compañía… ¿Qué más se puede pedir?

    Se le notaba muy feliz, en contraste de su tutora, a quien en esos momentos le estiraba las mejillas como si quisiera agrandarle la boca. Su entusiasmo desbordado quizás se debía por verse liberado de sus ocupaciones que lo mantuvieron ajetreado durante todo el día, y ahora sólo estaba agradecido por estar de nuevo en casa. Quizás.

    Si era así, podía entender cómo se sentía.

    El chiquillo engullía con avidez todo lo que estaba sobre el plato, tal como un condenado a muerte. Le parecía que habían pasado siglos desde la última vez que pudo tener en verdad una cena familiar con la mujer a su lado.

    —¿Y... cómo te fue hoy?— preguntó ella desganada, sin apetito y apenas mordisqueando su cena. Eso sí, bebía generosamente de su lata de cerveza. No iba a cesar hasta dejarla seca.

    —Bastante bien, ahora que preguntas— le contestó el muchacho, muy animado —Según mis cálculos para este fin de semana por fin habremos terminado de ensamblar todas las piezas de esa cabrona armadura. Sólo hará falta instalar y verificar los sistemas secundarios para poder hacer por fin la gran prueba...

    —Ya veo— musitó su acompañante del mismo modo que antes, dándole de tragos a su bebida.

    —Si todo sale según lo planeado, ya habremos terminado en unas dos semanas— continuó, aunque esta vez un poco desconfiado, dada la actitud de Misato. Algo se traía entre manos —Claro que tendríamos que hacer turnos dobles durante todas esas dos semanas y es probable que no pueda venir en un buen rato, así que... ¿porqué mejor no finges un poco de entusiasmo y disfrutamos del tiempo que nos queda juntos?

    —Ah, lo siento— se disculpó la capitana, saliendo de su estupor —Estaba distraída... pensaba en qué estará haciendo Shinji ahorita.

    —¿Sigues pensando en ese pelagatos llorón? Créeme, está mucho mejor de lo que pudiera estar aquí— pronto respondió el muchacho.

    —En serio así lo crees, ¿verdad?

    —Fue lo mejor para todos, en serio. A la larga resultaría bastante peligroso si ese loco continuaba pilotando a Eva.

    —Tal vez está pasando hambre ó frío...

    —Lo dudo bastante. Se mostraba muy firme en cuanto a racionar su comida. Por poco y descuartiza a doble Pen por un miserable pedazo de carne seca, el muy avaro.

    —Puede ser; pero de cualquier modo, no debió haberse ido así nomás. Ritsuko ya notificó a los altos mandos, y no creo que lo vayan a dejar ir así cómo así.

    —Esa maldita bruja de cabello pintado— gruñó molesto Rivera, blandiendo sus palillos chinos como armas —Méndiga vieja chismosa.

    —Ya los de Seguridad Interna deben estarlo buscando— continuó la beldad de largo cabello negro, recargándose en su silla y mirando fijamente el techo —Ya sabes cómo se las gastan esos fulanos... no quiero ni pensar en lo que le harán para obligarlo a regresar. ¡Dios proteja a quien esté con él en esos momentos! Es una lástima que nadie tenga ni una maldita idea de dónde se encuentra, para traerlo a salvo antes que aquellos matones lo encuentren...

    Las mujeres son depredadores por naturaleza. Dotadas de una aguda inteligencia, saben cómo acechar a su presa, dependiendo de cual sea ésta. Son pacientes; lanzan su anzuelo (y saben muy bien en dónde lanzarlo) y pueden esperar eternidades a que el pez pique la carnada, la cual puede ser muy variada y de diversa especie. Es entonces cuando enrollan el cáñamo y recogen su trofeo.

    Misato había empleado los dones que se le habían otorgado al nacer hembra. En cuanto su pupilo la escuchó referirse a los pistoleros de Seguridad Interna toda su humanidad se cimbró, quedando estupefacto en su asiento. Había sabido darle mucha cuerda para que él no sospechase nada y al final engancharlo cuando más desprevenido estuviera. Además, conocía a Kai cómo a la palma de su mano, y sabía muy bien cuáles eran sus puntos flacos.

    —Hoy te toca lavar los platos, ¿no?— pronunció el joven levantándose de su lugar, una vez que terminó con todo lo que estaba en el plato y en su vaso, queriendo esconder con un semblante desinteresado su preocupación —Yo tengo que enviar unas indicaciones por correo electrónico...

    —Le tocaba a Shinji— puso el dedo sobre la llaga —Pero no te preocupes, haz lo que tengas que hacer: yo los lavo, sólo por hoy— añadió en un tono pícaro, recuperando su jovialidad, esbozando una sonrisita de satisfacción. Sabía bien que era lo que se proponía su protegido.

    —Que detalle— dijo Rivera, enfilándose a su cuarto —No te hubieras molestado.


    Ya para el amanecer del siguiente día el chico había terminado de mandar especificaciones a su mano derecha en el proyecto, para instruir adecuadamente a qué se deberían enfocar los trabajos para ese día y para el siguiente. Ya para las ocho tenía todo listo para su pesquisa, todo dentro de su práctica mochila que llevaba a sus espaldas, la cual no estaba muy cargada y por tanto no resultaba incómoda para trasladarla. Ya para las ocho y media se había desayunado hasta quedar satisfecho, y quince minutos más tarde, después de ultimar los preparativos restantes, estaba dejando el apartamento, cargando consigo el susodicho equipaje. Apenas su tutora lo alcanzó antes de que se fuera.

    Asomando la cabeza por la puerta de su cuarto, aún amodorrada preguntó sabiendo de antemano la respuesta:

    —¿Adónde vas?

    —A buscar al flaco— le contestó el muchacho, agitando la mano a señal de despedida —Para mañana ya estaré de regreso.

    —Entonces te deseo mucha suerte. Cuídate.

    —Gracias, eso haré.

    Mientras el portal se cerraba tras él todavía alcanzó a escuchar sus últimas palabras al irse, a pesar del sonido que desplegaba tal operación. Extenuada, se dejó caer de espaldas en su cama, dando un hondo suspiro. Observaba fijamente hacia la nada. Otra vez se encontraba sola, y eso la desgarraba por dentro.


    El planeta continuaba con su movimiento de rotación, como siempre lo hacía, muy a pesar de sus habitantes. Aquella hermosa perla azul en medio de la vastedad del cosmos continuaba con su viaje girando sobre su eje, con la misma belleza y gracia que una bailarina de ballet.

    Ikari, con el sol agonizante a su lado, era incapaz de percatarse de tal hermosura, de aquél espectáculo tan magnífico. Inmerso en sus pensamientos, se negaba a admirar el paisaje que se abría antes sus ojos. Caminaba sobre un campo abierto, rebosando de verde, que con la luz mortecina del astro sobre de él daba una sensación de ser color dorado. Nada de eso le importaba al infante, atravesando maquinalmente aquél paisaje de fotografía. Nada de eso le ayudaba a resolver sus conflictos.

    Hacía ya unas dos horas que había abandonado el camión que lo había transportado a unos kilómetros de allí, a unas modestas cabañas de retiro que no había podido solventar con lo reducido de su presupuesto. Nada había cambiado desde entonces. Decidió pasar la noche al aire libre, pero no podía encontrar un buen lugar para acomodarse. Y quizás no lo encontraría.

    Era entonces cuando se ocupaba en reprocharse a sí mismo. Pensaba en lo tonto que había sido. Que por más vueltas que diera jamás llegaría ningún lugar. Y cómo no, si era un vago. Un vago, es lo que soy. A partir de ahora sólo me queda ir huyendo de un sitio a otro. Porque vaya a donde vaya siempre dejo todo a medias. Y es por eso que no le importo a nadie. A Misato y a mi padre sólo les interesaba cómo piloto del cachivache ese, y ahora que he dejado de serlo no tienen por qué preocuparse de mí. Cómo si alguien quisiera hacerlo, si siempre decepciono a las personas. Nunca puedo terminar bien con alguien. Tarde ó temprano siempre se dan cuenta de la clase de gente que soy, a pesar de mis intentos por ocultarlo. Cómo ese maldito de Kai. Miserable. Tenía que echarlo todo a perder. ¿Y qué es eso de por allá?


    Se detuvo en sus cavilaciones al distinguir un poco más hacia delante, al pie de un árbol solitario en ese inmenso valle, una fogata que despedía un humo que prometía refugio contra la húmeda brisa que empezaba a soplar sobre su espalda. Y a lado de la fogata, una tienda de campaña, instalada por sabrá Dios quién.

    Apresuró el paso, para averiguar más de cerca la procedencia de aquél oasis, un poco entusiasmado por la idea de no tener que dormir a la intemperie, con el temor que la lluvia pudiera desatarse sobre de él. Cosechaba la idea que tal vez alguien hubiera olvidado la tienda y apagar la fogata. Como si tuviera tan buena suerte.

    Pero al menos eso parecía. Al llegar al lugar pudo percatarse que había una pequeña olla sobre del fuego, que en su interior se cocinaba algo ya que despedía un delicioso aroma. Los sentidos de Shinji agradecieron aquella sensación, y mucho más su estómago que rugió ya fuera por emoción ó por reclamo de que no se le estuviese llenando desde ese momento. Apenas el día anterior se le habían terminado las provisiones. Ó más bien había tenido que entregárselas a un salteador de caminos que lo había atacado, para poder escapar sin algún daño. Lo había logrado, pero entonces el fantasma del hambre empezó a corroer sus entrañas, desatando en él la más salvaje y antigua de las desesperaciones.

    Se puso en cuclillas para poder examinar más a gusto el estofado que se estaba preparando. El ruido del agua hirviendo era cómo música celestial para sus oídos. La boca se le estaba haciendo agua de las ansias. Se prestó a tomarla entre sus manos y salir corriendo lo más rápido que pudiera. Después de todo, él no tenía la culpa de que algún crédulo incauto dejara así su comida nada más. Eso le serviría de valiosa lección para el futuro.

    Apenas había extendido los brazos para cumplir con su cometido, una súbita sensación de estrépito lo amagó a quedarse petrificado en su posición. Los cabellos se le erizaron del espanto de sentir el frío cañón de una pistola en su espalda, con el que lo estaban piqueteando para instarlo a que se diera la vuelta.

    —¿Quién es el que se iba a robar mi comida?— preguntó su atacante mientras lo hacía.

    En primera instancia, Ikari no pudo vislumbrar el rostro de aquél sujeto, que le era vetado al auspiciarse éste en las sombras que le proporcionaba el árbol y el casco que traía en la cabeza. Pero su voz le pareció aniñada, y su estatura algo corta. Estaba enfundado en un traje de soldado de infantería, de ésos color verde olivo. Calzado militar, cómo el que usaba Misato en algunas ocasiones. El cristal de sus lentes resplandecía con la poca luz que ya había. No fue sino hasta que se quitó el casco y pudo ver su cabello castaño que reconoció por completo a un conocido suyo.


    —¡Ikari!— pronunció alegre Kensuke, dejándole de apuntar con su rifle de asalto M-16 —¡Pero qué sorpresa!

    —¿Aida?— acertó a pronunciar Shinji en medio de toda su confusión, bajando las manos de la cabeza —¿Qué... qué se supone que estás haciendo en este lugar, así cómo estás?

    —Juegos de guerra ó algo por el estilo— respondió el chiquillo frotándose el índice contra la nariz. Una especie de tic nervioso que sufría ya hace bastante —¿Qué más se podría hacer con estos juguetes?— señaló la metralleta que para nada parecía uno de esos objetos, y también a su atuendo, su battle-dress.

    —Esa arma que traes; ¿está...?

    —No, para nada— lo tranquilizó en el acto, antes que hiciera su pregunta —No está cargada. El cargador está vacío, además que el mecanismo del gatillo no sirve. Fue por eso que logré conseguirla. A pesar de todo, es una lindura, ¿cierto?— dijo al mismo tiempo que posaba con la pistola.

    Más bien era aterradora, pensaba su acompañante, a pesar de estar descompuesta cómo afirmaba el chiquillo. Con su enjutez apenas y si podía cargarla sin caerse de bruces contra el suelo. Los hombros y las rodillas le temblaban cuando intentaba cargarla con una sola mano, y no obstante seguía con esa enorme sonrisa de satisfacción en su cara. Parecía que de veras disfrutaba todo eso.

    —¿Viniste solo?— reanudó el cuestionario el recién llegado. Temía que Aida hubiese traído a su amiguito, y lo menos que quería era toparse con él, no después de todo lo que provocó con su insignificante venganza. Mientras lo decía inspeccionaba detenidamente los alrededores para asegurarse que no hubiera nadie más.

    —Sí— contestó, disipando cualquier inquietud que tuviera su imprevisto invitado.

    Él farfulló algo inaudible, cabizbajo, algo así como una expresión de alivio para después quedarse totalmente callado. Fue entonces que Kensuke se atrevió a hacer conjeturas por su propia cuenta:

    —¿Y qué estás haciendo por estos rumbos?— le preguntó, usando su “juguete” de bastón y mirar las primeras estrellas que ya comenzaban a asomarse.

    El rostro del otro se ensombreció por completo, encogiéndose aún más de lo que ya estaba. A leguas se notaba que no deseaba hablar del asunto, ni explicar las razones de encontrarse vagando errante por ningún lugar. Su anfitrión comprendió eso al instante, en gran parte debido a que él fue testigo y partícipe de los acontecimientos que habían degenerado en la situación en la que se encontraban. Queriendo enmendar el daño que había provocado, cambió drásticamente de tema.

    —¿Quieres... comer algo?— ofertó, tomando la cacerola que tenía en el fuego.

    Shinji asintió moviendo la cabeza.


    La leña atizaba al arder, haciendo un sonido que semejaba al de huesos rompiéndose. Las chispas quemándose eran levantadas en vilo por el viento y empujadas a las alturas hasta perderse de vista, cuando caían al otro lado de la fogata.

    Ikari continuaba picando el recipiente donde le habían servido su modesta comida en cuanto a tamaño de porción se refería, buscando no dejar ni una migaja sin devorar. El campista tuvo que verse en la necesidad de compartir con él la ración que le quedaba para esa noche, ideal para uno sólo pero insuficiente para satisfacer dos apetitos.

    —Toji estaba preocupado— dijo Kensuke, intentando que ambos se olvidaran del tamaño de su porción —Por que no has ido a la escuela.

    Ikari se limitó a observarlo de reojo, sin emitir ningún ruido, mientras se aseguraba que ya nada quedara dentro de su plato, por así decirlo. En realidad se trataba de una lata de vegetales vacía.

    —Él dijo que su hermana menor lo había regañado— continuó, sin importarle si tenía la atención de su huésped ó no —Ella le dijo que fue el robot el que había salvado nuestras vidas. Es vergonzoso que lo regañara una estudiante de escuela primaria, ¿no es así?

    —Ajá— masculló su compañero, dejando la lata, ya sin nada comestible en su interior, en el suelo.

    —Después de esa batalla de hace días pensaba que deberías estar cansado— siguió Aida —Pero estás mejor de lo que me suponía.

    —Gracias.

    —¿Sabes? Aunque sé que lo que haces es muy duro, ¡yo te envidio mucho!— confesó el niño —¡Poder pilotar una máquina tan magnífica cómo ésa!— suspiró al mismo tiempo que se daba el lujo de soñar, apoyando la barbilla en las manos y sin dejar de ver el cielo oscurecido de la noche —A mí, aunque sólo fuera por una vez, me gustaría poder hacerlo. Debe ser algo increíble.

    Shinji enmudeció al oír todo eso. Él, que achacaba todas sus penas a aquél artefacto infernal, jamás se hubiera imaginado que existiera alguien tan loco que disfrutara con la simple idea de estar en su lugar. Y justamente allí lo tenía, a su lado. Era una lástima que no pudiesen cambiar de lugares, pero de todos modos se rió por la ironía.

    —Me gustaría pensar cómo tú, pero... — finalmente empezó a entablar una charla con su condiscípulo, al mismo tiempo que se enjuagaba una lágrima. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que rió de la manera cómo se hizo.

    —Ah— musitó el chico de las gafas, contento de que por fin Shinji se hubiese dignado a placticar —¿Tú no crees lo mismo?

    —Bueno, no, en realidad— aclaró el joven, cruzándose de brazos pero sin quitar la sonrisa de su cara.

    —Claro que no— pronunció de súbito alguien que estaba escondido.

    Los dos se sobresaltaron enormemente al escuchar esa voz, poniéndose de pie y volteando a todas partes. No lograban dar con el origen de aquella voz, por más que buscaran; no había nadie a la vista hasta donde la luz de la fogata les permitía observar. Pronto se les vino a la mente todas aquellas historias de terror acerca de fantasmas que asediaban a campistas en despoblado. El recuerdo de aquellas películas de Viernes 13, ya todas clásicas en esa época, tampoco se hicieron esperar. No tardaron en imaginarse siendo sádicamente mutilados por un asesino inmortal con una máscara de hockey en la cara. La mera idea de que un espíritu chocarrero los estaba acechando hizo que el color huyera de sus rostros y de inmediato ya estaban invocando a Dios, con las rodillas temblándoles y el corazón latiendo tan fuerte cómo un tambor. Sólo esperaban que éste no se les saliera del pecho.

    —Lo que hacemos no debe ser divertido— se escuchó de nuevo, sólo que ésta vez Kai emergió de entre las frondosas ramas del árbol que estaba a espaldas de la tienda, dónde al parecer había permanecido oculto por un rato. Colgaba como murciélago, volteado de cabeza, sosteniéndose de una rama con las piernas.


    Aún cuando hubieran querido hacerlo, ninguno de los dos pudo evitar lanzar un profundo suspiro de alivio al reconocer al muchacho, y no a alguna clase de espíritu demoniaco.

    —¡Katsuragi, viejo!— exclamó Aida limpiándose el sudor de la frente, y acomodándose el corazón en el pecho —¡Por poco nos matas de un susto! ¿Cuánto tiempo llevas allí?

    —No sé, me quedé dormido allá arriba, a decir verdad— le confesó, mientras bajaba del árbol —Su charla tan animada fue la que me despertó, Kentaro…

    —Eh… mi nombre es Kensuke, amigo…

    —¡Claro que lo es! ¡Y no dejes que nadie te diga lo contario!— con aquellos comentarios Kai ponía de manifiesto la poca atención que le prestaba a su compañero de clases.

    Cuando avanzó a la fogata no pudo evitar notar el frío brillo del metal que estaba recargado en un costado de la tienda de campaña. Casi cómo un reflejo natural, instintivo, asoció la metralleta con el concepto de la muerte, del asesinato brutal. Un horrible estremecimiento le recorrió tal cual una avenida la médula.

    —Esa cosa... — preguntó sin ocultar el notorio desprecio hacia a aquél vil y odioso objeto —... ¿acaso está?...

    —Está descompuesta— respondió de mala gana Shinji, antes que Rivera pudiera terminar su frase. También era evidente el desdeño con el que el japonés veía al recién llegado. Apenas lo vio salir de entre la enramada, todo su semblante transpiraba el disgusto que le provocaba el advenimiento del visitante. El muy maricón le tenía miedo a las pistolas. ¡Increíble!

    Kensuke comprendió en el acto que estaba a punto de presenciar una réplica de lo que había pasado en la jardinera de la escuela, así que se apresuró a mantenerse apartado de la escena, quedando meramente de espectador.

    Ambos permanecieron en silencio por algunos minutos, de pie uno frente a otro. Parecía que las palabras se les atoraban en la garganta, prolongando una de por sí incómoda situación. Ikari sabía muy bien a qué venía el piloto Eva.

    —Y... ¿cómo pudiste encontrarme?— pronunció de una buena vez, apresurando el ritmo de las cosas.

    —No fue fácil— confesó —Pero pude rastrear tu tarjeta de crédito cuando la usaste para comprar un boleto de camión. Luego pregunté por ti en la jefatura de policía local y allí tenían arrestado a un payaso que atracaba a los excursionistas. Tenía tus cosas, además que pudo darme muy buenas señas de ti. Después, sólo tuve que seguir el rastro que dejaste en la hierba desde el lugar donde te asaltaron; vi el humo de la fogata y supuse que habrías llegado aquí. Aunque debo admitir que no esperaba que tuvieras tan distinguida compañía.

    —¿Piensas...?— titubeó un poco —¿Piensas llevarme de vuelta?

    —Sí.

    —Creí que no te importaba si me quedaba ó no.

    —Las cosas se han complicado algo— carraspeó el chico mientras revolvía la tierra suelta que había debajo de él con su bota —Pero debes creerme, estarás más seguro si vienes ahora conmigo. Todos estaremos más seguros si me acompañas de regreso a NERV.

    —No me interesa. No quiero regresar. Me harté de que siempre me estén manipulando— lo volvía a confrontar, tal y cómo pasó ese día en el colegio.

    Su interlocutor observó con claridad ese detalle, y harto de su infantil desinterés y rebeldía, reaccionaba de la misma manera que su guardiana, violentándose de súbito.

    —¡Maldita sea!— rugió mientras lo tomaba con lujo de rudeza por los hombros —¡¿Porqué siempre tienes que ser tan imbécil, tan egoísta?! ¡¿Qué no estás viendo todo el esfuerzo que estamos haciendo por ti, mocoso ingrato?! ¡A todos ya nos quedó bastante claro que ya no quieres seguir piloteando el Eva, perfecto, no se diga más! ¡Pero haz las cosas bien, existen procedimientos y trámites que necesitas cumplir antes de salir corriendo como una niñita asustada! ¡¿Hasta cuándo vas a dejar de pensar sólo en ti mismo?!

    —¡Déjame en paz!— Ikari parecía muñeco de trapo movido a merced del inclemente viento, y sin embargo, sabrá Dios de dónde sacó la fuerza suficiente para asestarle un buen puñetazo en el rostro a su agresor, que fue directo al suelo estrepitosamente —¡Qué me sueltes... te digo!— balbuceó agitado, con la sangre galopándole en las sienes, apenas creyendo que había derrumbado a Rivera.

    —Ay— se lamentó éste en el piso, boca arriba —Ya aprendiste a golpear— dijo como queriendo felicitarlo y se puso de pie, escupiendo saliva con sangre. El labio superior comenzó a inflamársele, levantándose de una manera que al verlo provocaba gracia. —Muy bien, ya te divertiste. Era eso lo que querías, ¿no? Desquitarte conmigo de todo lo que te pasa. Pero lo creas ó no, nadie más que tú eres el responsable de todo lo que te acontece. Sería muy bonito querer echarme la culpa a mí, pero tú mejor que nadie sabes que no es así. A ver si tan siquiera ya te vas responsabilizando de tus actos...

    —¡Cállate, maldición!— explotó Shinji, lanzándosele encima.

    A Kai, quien ahora sí se encontraba alerta y en guardia, no le costó mucho trabajo en arreglárselas para contenerlo y entonces lo empujó a la tierra con fuerza.

    —... si no quieres que te obligue a hacerlo.— culminó el chiquillo, contemplando a su agresor a sus pies.


    Shinji maldecía al mismo tiempo que intentaba recuperar el aliento que lo había abandonado al caer de espaldas. No distinguió en primera instancia si la luz que le empezó a pegar de lleno en el rostro era real ó no. Tampoco pudo colegir si el sonido de aspas metálicas cortando el aire, poderosos motores rugiendo y de suelas caminando presurosas sobre la hierba pertenecía a la realidad. Sólo cuando logró ponerse en pie pudo reconocer que los hombres que estaban ante él en efecto eran muy, muy tangibles.

    —¿Eres Shinji Ikari?— preguntó el que se encontraba más cercano a él, mirando de reojo una fotografía que sostenía en su mano izquierda, cotejándola con el muchacho que tenía a unos pasos de distancia; mientras que con la otra mano sostenía la lámpara con la que lo seguía aluzando para iluminarle bien el rostro, aún ante la molestia que tal acción le pudiera causar al chiquillo.

    —S- Sí— respondió este último, protegiéndose la vista con la palma de su mano, esperando que así lo dejaran en paz y apagaran ese estúpido aparato.

    —Maldita sea— murmuró Rivera, estremeciéndose de pies a cabeza al contemplar la avanzada de un escuadrón de Seguridad Interna de NERV, la sección específica de Servicios Secretos.

    Impotente, gruñó al mismo tiempo que rechinaban sus hileras de dientes. Los conocía muy bien. Más bien de lo que le hubiera gustado, Los veía llegar en dos potentes helicópteros de reciente diseño militar, especializados en tareas propias de espionaje y reconocimiento. Eran por lo menos una docena, sujetos de excelente robustez física, ninguno medía menos de uno ochenta, la mayoría de mandíbula cuadrada; ataviados con chamarras de rompe vientos negra, con la insignia de NERV implantada a la altura del corazón y en los hombros. Y conocía de antemano qué era lo que traían bajo de ella. Sus pistolas, con el calibre reglamentario: 45. Capaces de hacer un agujero de tamaño considerable al chocar el plomo con la carne de una persona. Capaces de segar de tajo una vida. Y ninguno de ellos dudaría un solo instante en usarlas si alguien osaba interponerse en su camino. No se detendrían ante nada, más bien ante nadie, hasta ver culminada su misión.

    Kensuke, desvalido ante el frenesí de acontecimientos que se desbordaban uno tras otro, interrogaba con la mirada a Kai para saber cómo debía proceder. De la misma manera, le indicó que ocultara su juguete en la tienda. Quizás no servía, pero eso no lo iban a saber los “perros de guerra”, el mote que les indultaba a aquellos individuos. Ellos primero disparaban y después preguntaban.

    —Según el reglamento de seguridad, cláusula ocho, debemos llevarte de vuelta al cuartel— pronunció el mismo sujeto, una vez que estuvo seguro que con quien estaba hablando era, en efecto, su objetivo —¿Queda claro?— sentenció con grave voz.

    Acto seguido lo agarró violentamente por el brazo, amagándolo a que se moviera y fuera con él. Tal operación no fue muy del agrado del muchacho, quien sentía que unas pinzas de presión hidráulica le amputaban el antebrazo.

    —¡Oiga, deténgase!— reclamaba el chiquillo, haciendo muchos esfuerzos por liberarse de la presión de acero que el gigantón ejercía sobre de él —¡Me estás lastimando, estúpido!

    —Miserable mocoso— pronunció molesto su captor, metiendo la otra mano debajo de la chaqueta. Iba a sacar su arma.

    —¡Alto ahí!— ordenó de inmediato Rivera, dejando que su boca pensara por él.

    Con un movimiento tan rápido como el rayo, las demás serpientes enseñaron sus colmillos. El infante pronto se vio amenazado por el numeroso grupo de pistoleros, apuntándole con aquél mil veces maldito objeto de metal. Titiritando de espanto, comprendió cabalmente el error que había cometido. Rogaba por tener la oportunidad de enmendarlo.

    —Soy Kai Katsuragi, compañero— dijo haciendo un esfuerzo descomunal para que en su voz no se notara lo nervioso que se encontraba. No le gustaba mucho que le apuntaran con un arma —Supervisor designado por las Naciones Unidas para vigilar todas las operaciones de NERV— lentamente sacó su credencial que lo acreditaba cómo tal, enseñándola con ambas manos arriba —Y cómo tal, he de asegurarme que lleven a cabo su misión sin atropellar los derechos de ninguno de los presentes.

    Con el Jesús en la boca, el muchacho permaneció por unos momentos en esa posición, congelado, esperando para ver cómo iban a proceder los matones.

    En todo ese tiempo, también ellos mantuvieron su pose, sin dejar de apuntarle al chiquillo. Semejando a estatuas vivientes, ninguno emitió sonido alguno. ¿Qué pasaba por su mente en esos angustiantes momentos? Imposible decirlo. Sus lentes oscuros parecían ocultar, igual que con sus ojos, sus pensamientos, sus emociones. La dichosa credencial se reflejaba en los opacos cristales. Finalmente, hastiados en absoluto, decidieron poner fin a su juego.

    —Puta madre— farfulló el primer tipo, que al parecer era el vocero de todos, enfundando de nuevo su pistola y poniéndose a disposición de su superior en rango. Sus demás compañeros le imitaron.

    El niño respiró aliviado, y sus rodillas dejaron de una vez por todas de temblarle. “Esperen aquí” fue la indicación, mientras se apartaba para poder conversar con Ikari.


    Rodeándole el cuello con el brazo, lo condujo unos pasos más adelante. El joven pudo sentir el estremecimiento que aún no dejaba de sacudir a su compañero. A decir verdad, se aferraba a él para no derrumbarse.

    —Si en algo aprecias la hospitalidad de Kenichi…— le murmuró bajo al oído, para de inmediato ser interrumpido:

    —Se llama Kensuke…

    —¡Es igual, maldita sea! Lo que estoy tratando de decirte es que será mejor que vengas conmigo. Debes creerme, por lo que más quieras en el mundo, estos infelices no se van a detener por nada con tal de llevarte de regreso. ¿Entiendes lo que digo? ¡Por nada!

    En verdad se oía muy convincente. Se reflejaba en sus ojos verdes, aquellas esmeraldas que saltaban inquietas y volteaban frecuentemente a donde se encontraban los sicarios, esperando de pie con un aire impaciente. Intercambiaban constantemente frases por la radio ajustada en su cabeza con la brigada que esperaba en los helicópteros. No parecía que iban a seguir así por mucho tiempo más.

    —Esta bien— pronunció por último Shinji, convencido que eso era la mejor opción.

    —Gracias— vociferó Rivera lleno de satisfacción y de alivio, dirigiéndose de nuevo a los agentes —¡Muy bien chicos, vámonos!— indicó levantando el brazo y seguido por Ikari.

    —Muchas gracias por la comida, Aida— se despidió de su anfitrión cuando pasó junto a él, al que tenía que abandonar inusitadamente —Nos veremos después.

    —De acuerdo— dijo éste con voz temblorosa —¿Seguro que estarás bien?

    —Eso espero— sentenció para luego apresurarse a abordar la aeronave que esperaba por él y su escolta.

    Se elevó magnífica por los cielos, secundada por su semejante y así ambas partieron hacia el horizonte, llevando consigo su valiosa carga. El muchacho los siguió con la mirada hasta que los perdió de vista, no tanto por la distancia, sino por lo oscuro de la noche. Observó a su alrededor, y notó que de nuevo estaba solo, solo él y su alma. Decidió que lo mejor era ir a dormir, para poder madrugar. Mañana debía ir a la escuela.


    De nuevo se sentía incomodado por ser observado fijamente. Sólo que en esta ocasión ni siquiera se trataba de un ser vivo. En una de las esquinas del techo, apuntando directamente a él se encontraba instalada una cámara de vigilancia, que aguzando y reajustando seguidamente su frío ojo de cristal, inexpresivo y sin rastro de compasión, lo acosaba a cada momento. Tal vez era por eso que permanecía quieto, sentado en una de esas incómodas sillas de aluminio que se doblan para su transporte. Únicamente había una sola luz en el angosto cuarto, que estaba justo encima de él, pegándole de lleno en la espalda. Por lo demás, todo estaba cubierto por las sombras. Los de Seguridad Interna no habían sido muy amables con él al arrojarlo en aquel miserable escondrijo, a falta de calabozos y mazmorras más adecuados para la ocasión.

    De hecho, sí había ese tipo de instalaciones en el GeoFrente, sólo que él no estaba destinado a ocupar uno de esos aposentos. Alguien había especificado concretamente que se dejara al chiquillo en ese espacio, para entrevistarse con el personal adecuado y definir de una vez por todas su situación en el proyecto.

    Se escuchó la puerta abrirse para dejar entrar un poco de luz en el mal iluminado cuarto. Junto con ella, también se introdujo Misato al interior, con la mirada fija en su subordinado capturado. Contrario a lo que el joven hubiera pensado, se le veía serena, tranquila, despreocupada.

    Pero de lo que el infante no se dio cuenta fueron de las profundas ojeras que padecía, producto de noches en vela, ni del cansancio que acusaba, el cual había minado todas sus fuerzas. Más que nada, de la preocupación por su bienestar y la incertidumbre de saber si estaba en buenas condiciones; la misma que la había sumergido en ese lastimero estado. Hacía lo más que podía para mantener esa pose desinteresada, pero le costaba mucho trabajo a pesar de todo.

    —Bienvenido de nuevo— pronunció la mujer en tono mesurado.

    —Ah... Hola— contestó el niño, vacilante.

    —¿Y bien?— le preguntó sin cambiar el modo de hablar, cruzada de brazos y recargándose en la fría pared de metal para descansar un poquito —¿Escaparte de la casa y vagabundear durante todo este tiempo te ha hecho ver las cosas más claras?

    —Pues... no lo sé— dijo en serio desconcertado. La actitud de la capitana lo estaba asustando, mucho más que cuando se enojaba.

    —Sólo quiero preguntarte algo más— advirtió ella —¿Aún quieres ser piloto, ó no?

    El niño se encogió ante la estocada que le acababan de propinar. Lo único que deseaba era hacerse pequeño y desaparecer de ahí lo más pronto posible. No obstante, al no ocurrir tal miniaturización, tuvo que resignarse a responder, ó de lo contrario los dos se quedarían en ese estrecho cuarto mal iluminado toda la noche.

    —Ya lo había dicho antes, ¿no? Si por mí fuera, la respuesta sería no, no quiero serlo. Desde un principio no salté de gusto ante la idea— divagó por un rato, nervioso de que Katsuragi no se alterara por todo lo que estaba diciendo ¿Qué le estaba pasando? —Pero todo eso no tiene importancia, ¿verdad? Porque yo soy el único piloto. Y si yo no piloteo esa cosa todos van a estar en problemas. Todo mundo me dice que debo hacerlo, y yo...

    —¡No te estoy preguntando qué piensan otros, sino tú!— acotó firmemente la mujer, pero nunca sin alterarse, mucho menos enfadarse —Si tú no quieres hacerlo, con eso es suficiente.

    El jovenzuelo la miró como conejo asustado, asustado por su desconcertante e inusual proceder. No podía entender porque actuaba de esa manera.

    —Shinji— continuó con una profunda dosis de tristeza en su voz, que él por fin había notado —Vuelve con tu tío.

    Angustiado, la inquirió con la mirada, aferrándose a la fría silla para no despeñarse en un abismo profundo que le parecía se abría ante sus pies.

    —Si lo haces sin ganas, no servirá de gran cosa. ¡Sólo para adelantar tu muerte! Además, alguien cómo tú, con el espíritu de dejar las cosas a medias, estás de más aquí— sentenció gravemente, sin dejar de mirarlo fijamente a los ojos, desgarrándole el alma —Si dejas de ser piloto, será difícil, pero... podemos reajustar los sistemas de la Unidad 01 a Rei. Además, dentro de poco tiempo la Unidad Z estará terminada y lista.

    Sintiendo que se desvanecía, con el mundo viniéndosele encima, Katsuragi se apoyó cómo pudo en el muro a sus espaldas, y a paso lento y penoso se dispuso a dejar aquél tétrico recinto. Sólo volteó una vez más para contemplar por última ocasión al chiquillo, antes de abandonar completamente la sala.

    —Disculpa... — decía dificultosamente, esforzándose de modo monumental por mantener la postura y no caer desmayada allí mismo —Disculpa por todo lo que te he dicho hasta ahora que te haya podido molestar. Olvídanos a todos nosotros y regresa a tu vida de antes. Cuídate, por favor.

    Luego de acabar de pronunciar esto, desapareció por el umbral de la puerta que todavía continuaba abierta.

    —Misato— la llamó Ikari, arrepentido por todas sus anteriores acciones, sin recibir respuesta —¡Misato!

    Nada. Se había ido. Tal vez para siempre.


    La noche se hacía más profunda y afianzaba su dominio sobre la Tierra. Con la llegada de las estrellas también había arribado del cielo el Comandante Ikari, proveniente de su junta con los miembros del Concejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Algo era seguro: no había ido a charlar afablemente con todos ellos. Gendo, quien ya estaba de vuelta en su agencia, se ponía al tanto de los últimos sucesos por cortesía de Ritsuko, quien caminaba a su lado, en una actitud sumisa, por utilizar un eufemismo. También se podría aplicar a eso de “caminar” ya que ninguno movía un solo pie, permitiendo que la banda móvil del suelo los transportara.

    —El Cuarto Niño estará dejando Tokio 3 mañana, según tengo entendido.

    —¿Ah, sí?— masculló Gendo, de manera reflexiva a la vez que apoyaba su barbilla contra su pecho.

    —¿Quiere que lo dejemos así?— preguntó la rubia a su lado.

    —Esto era previsible— respondió Ikari —Es lo que resulta al obligar a una persona con ese tipo de comportamiento a hacer algo totalmente imprevisto. Sin embargo— se contrarió —Marduk aún no ha encontrado al Quinto Niño.

    —Eso quiere decir que no hay un sustituto para pilotar la Unidad 01— expresó Akagi —Y aunque trajéramos de vuelta a Shinji, una vez apartado del proyecto, la sincronización con Eva podría presentar problemas.

    —En ese caso, será mejor ir reconfigurando los sistemas del Eva 01 para Rei— pronunció decidido el comandante —A pesar de los trabajos que hemos hecho para reactivar a Cero.

    El par volteó hacia su costado izquierdo, con la sola mención de aquél nombre. La banda que más bien era un puente, atravesaba un salón de grandes proporciones. Enfrente y atrás de ellos, al igual que debajo, había numerosos corredores que comunicaban a distintos puntos del cuartel. En realidad, el diseño de todo el cuartel resultaba un poco abrumador. Con su gran extensión y ese excéntrico diseño hacía recordar al famoso laberinto de Tebas. Pero a los costados no había nada, salvo imponentes paredes de metal. Sin duda había algo detrás del muro de la izquierda, hacia dónde estaban mirando, porque una gigantesca mano la estaba atravesando.

    —Por otra parte, según los últimos reportes que me han sido entregados, todo parece indicar que la construcción de Zeta por fin finalizará dentro de un par de semanas— comunicó quitando la vista del peculiar paisaje y dirigiéndola a unas carpetas que llevaba bajo el brazo —Quizás después de todo, no quedaremos tan indefensos cómo esperamos.

    —Eso dependerá de cómo se desempeñe el Modelo Especial. Aún tengo ciertas reservas al respecto— refunfuñó Gendo con la mención de dicho Evangelion —Preferiría depender de nuestros propios recursos...

    —Por cierto— comentó al respecto Ritsuko —¿Cómo le fue en las juntas que sostuvo con el concejo?

    —El chiquillo ha logrado engatusar a varios miembros con un peso específico en la toma de decisiones, entre ellos al Secretario General, pero todo eso ya lo sabíamos de antemano— mencionó Ikari sin disimular la molestia en su voz —Al parecer están encantados con el hecho de que el mocoso pudo reducir el presupuesto de construcción en un cuarto, pero lo que esos asnos no logran comprender es que esa cuarta parte corresponde al trabajo de investigación que tuvimos que realizar y que ese niño sinvergüenza simplemente aprovechó… todo nuestro trabajo puede quedar comprometido si es que el rendimiento de la Unidad Zeta resulta satisfactorio…

    —Aún así, lo veo bastante tranquilo, Comandante…

    —Confío que al final, los miembros del concejo y el propio Rivera se llevarán un chasco. Esto es porque todos los trabajos de construcción del Modelo Especial para el Combate están basados en las últimas transcripciones de José Rivera. Me cansé de repetirle a ese terco bueno para nada que construir la máquina descrita en sus dichosos códices era científicamente imposible con la tecnología actual, pero al parecer su hijo piensa justo igual que él. Un Motor S2 autónomo y completamente operacional no es algo que los seres humanos sean capaces de crear…

    La mujer ya no le estaba prestando atención. Se había cautivado al ver en el corredor de adelante precisamente a Kai perseguir con afán a Rei. Ambos andaban muy despacio, pero ese detalle no impedía que lo que estaba presenciando fuera una auténtica persecución. Mientras que el muchacho se deshacía en atraer la atención de la jovencita a la que parecía cortejar, ésta ni volteaba a verlo, siguiendo con su despreocupado andar. La escena la obligó a sonreír, cómo quien recuerda viejas vivencias con cierta nostalgia, además de ponerse a pensar en cómo la jovencita lo tenía casi comiendo de su mano. Eso sí que era control. “Así se hace, chica” dijo para sus adentros, orgullosa de la forma en la que Ayanami manejaba a Rivera. Nunca lo hubiera admitido, ni siquiera a ella misma, pero la enigmática joven de ojos carmesí era su favorita de los antes tres, ahora dos pilotos. Tal vez por su carácter tan dócil y su obediencia innata a cualquier mayor.

    —Ser joven de nuevo— suspiró Gendo al observar también él a la pareja en su jugueteo. Igualmente tenía dibujada una discreta sonrisa en los labios —E ingenuo.


    “¿Pues ahora qué le hice?” se preguntaba el muchacho caminando detrás de Rei, sin que ésta se dignara a dirigirle una sola palabra ó un mísero gesto. ¡Pero si hace apenas un momento estaban muy engolosinados! Y de un de repente la señorita lo apartó bruscamente y emprendió la graciosa huida, sin decirle nada de lo que pasaba. ¿De qué se trata, entonces? ¿Qué, le olía la boca a almeja, ó qué fregados? Se merecía unas respuestas, y las iba a obtener a cómo diera lugar.

    Apenas dobló en una esquina del pasillo, y de nueva cuenta la jovencita ya se le había lanzado encima súbitamente, aprisionándolo entre sus brazos y sellando sus labios con un intenso y duradero beso. Tal parecía que ya estaba agarrando práctica en esas labores, ya que cada beso era mejor que su antecesor. Claro, nada se comparaba a la impresión y recuerdo del primer beso, que sería difícilmente superado por cualquier otro.

    Desprevenido, el chiquillo no logró recuperar el equilibrio cuando su amada se le arrojó y tampoco logró evitar golpearse la cabeza en la pared que tenía a espaldas. Pero dado la manera en que se había dado el percance, no tuvo muchas objeciones al respecto.

    Pero entonces recordó lo que se estaba proponiendo antes de que lo interceptaran, por lo que tuvo que arruinarlo todo al abrir su bocota para hablar.

    —A ver, a ver mi chava, tranquila— dijo mientras que impelido por una especie de corriente eléctrica apartaba con sumo cuidado a la muchacha, tomándola por los hombros de la misma manera. Ayanami no decía ni hacía nada, pero parecía estar divertida de la situación y del aparente enojo de su compañero —¿De qué se trata todo esto?— preguntó el chico, aún sujetándola con delicadeza, notando el semblante de la chiquilla, que parecía tan hermosa con esa expresión en la cara —Primero sí, muy cariñosa y todo, luego no quieres ni verme, y ahorita otra vez te me pones a modo... ¿Qué está pasando aquí?

    —El Comandante Ikari— espetó, viéndolo fijamente, tan serena como el agua —Y la doctora Akagi nos vieron.

    Rivera también la miró detenidamente, pero con extrañeza.

    —¿Y eso qué? Lo que hagamos ó dejemos de hacer, no es asunto de ese par de moscas de velorio. Si se quieren divertir que lo hagan entre ellos, nosotros estamos en lo nuestro.

    —Pueden pensar cosas— respondió tan calmada cómo siempre. A veces parecía que tenía hielo en las venas, en lugar de sangre —¿No habíamos hablado de esto antes?— le dijo, acariciándole el mentón con curiosidad —Ya te dije que todavía no estoy lista para una relación tan formal cómo la que tú quieres. Ni para las miradas ni los murmullos. ¿No podríamos disfrutar de lo que tenemos, por el momento?— puso punto final a la discusión recorriendo con los labios desde su cuello hasta su oreja.

    —Al fin y al cabo, para qué queremos que nos ande viendo todo mundo— pronunció Kai casi deshaciéndose, a merced de los cariños de la joven.

    Pero no era tanto el hecho de que los vieran ó no lo que le preocupaba. Lo que lo afligía era la idea de que si no quería que nadie los viera juntos, era porque le resultaba desagradable lo que estaban haciendo, por consecuencia tenía vergüenza de sus actos y por ende no disfrutaba lo que estaba haciendo. Ello abría la posibilidad de que todo lo que hacía con él lo realizaba más que nada por obligación. ¿Motivos? Había bastantes. Mas sin embargo, no quiso seguir poniendo en tela de juicio la autenticidad del amor de Rei, y se entregó a la deliciosa tarea de disfrutar su romance a escondidas, tal y como ella se lo había sugerido.

    —Por cierto, tenía tiempo sin saber de ti… ¿dónde estabas?

    —En busca del hijo pródigo.

    —¿Ikari?— preguntó, pero luego rectificó para ser más específica —¿Shinji Ikari?

    —El mismo lerdo lanza ladrillos que viste y calza…

    —¿Y? ¿Qué pasó?— señaló al referirse a la inflamación que tenía en la boca, la cual era obvio había sido provocada por un golpe.

    —No es nada. Se va a volver a ir mañana en la mañana, y creo que esta vez no va a volver.

    —Quiere decir que es probable que me asignen a la Unidad 01— aseveró en el tono más entusiasta del que disponía en su limitado repertorio de expresiones emocionales.

    —Qué bueno— contestó el muchacho, acariciando su cabello y rostro de facciones tan delicadas —Por lo menos ya no vas a tener que pilotear a aquél espantoso monstruo. Con todo y sus limitaciones, me parece que el Eva 01 será mucho más seguro.

    —Aún si no lo fuera, lo haría de todos modos— empezaron a caminar juntos.

    —Sé que así lo harías— suspiró Rivera, apesadumbrado.


    —¡¿Qué dijiste?!— exclamó furioso Toji, al punto de levantarse de su asiento en forma violenta, abrupta. Al hacerlo, sin querer se echó encima la atención de sus demás compañeros de clase, que ociosos esperaban a que su maestro llegara para dar comienzo a otra jornada más de escuela.

    Suzuhara se percató que era el centro de atención en todo el salón, con sólo echar un vistazo a sus espaldas. Como queriendo retarlos a todos ellos, continuó de pie, tan erguido tal cual era, sin importarle si lo estaban vigilando ó no.

    —¿Así que tú sólo te quedaste allí, mirando cómo se llevaban a Ikari, y no hiciste nada para impedirlo?— preguntó en un tono acusador a su camarada.

    —¿Qué cuernos podía hacer?— contestó igualmente Kensuke, quien se estaba cuestionando si haberle dicho a Toji lo que había pasado la noche anterior era una buena idea, a final de cuentas —Cómo te dije, eran agentes de los Servicios Secretos de NERV, ¡son profesionales!— y subrayó esto para que su amigo lo comprendiera cabalmente.

    —¿Y eso qué?— añadió Suzuhara, sin haber entendido del todo el concepto ni la situación —¿Qué, no tienes güevos?

    “¡Simio!” cuchicheaban entre sí un pequeño grupo de muchachitas, acusando la actitud de Toji. “¡Es un degenerado, un pervertido!” arremetían una y otra vez, resaltando sobre todo su vulgaridad y su falta de educación. Allí estaba, cómo si nada, haciendo el ridículo frente a todos y ni siquiera le importaba. Además, se habían enterado, gracias a la velocidad con la que los chismes corren, de su pequeña reyerta con Kai, con algunas exageraciones de por medio, pero era en esencia lo que había sucedido realmente. Y las admiradoras de Rivera no estaban muy contentas con él, creyendo que era él el causante que su adoración no hubiera asistido a clases nuevamente.

    —El que pelea sin tener una oportunidad de ganar, es un completo idiota— rezongó Aida, queriendo ya cerrar por completo el asunto y ocuparse de otras cosas —Y si no lo crees así, dime entonces qué fue lo que te impidió noquear a Katsuragi cuando te golpeó y te trató como a una piltrafa…

    Ante la validez de tal argumento, su amigo no tuvo más remedio que quedarse callado en su lugar, derrotado en forma abrumadora. Sin poder objetar nada más, se dejó caer en su silla, dando un hondo suspiro antes de caer. Se daba cuenta que su apasionamiento le impedía el ser objetivo. La solución al dilema que los atañía no estaba en reprocharle a Kensuke su accionar; entonces, si no era por ese lado, ¿por cuál?

    Puso a trabajar a marcha forzada el engranaje que era su cerebro. Sin darse cuenta, sumiéndose en un profundo estado de meditación, se desconectó por completo del exterior, internándose cada vez más en sus reflexiones. No era algo fácil de realizar. Había consumido la mayor parte del tiempo de la clase entrante, hasta llegar al primer descanso del día.

    La revelación llegó justo cuando se encontraba hurgando afanosamente su nariz con el dedo índice. Justo en el momento que se dolía por haberse arrancado un puñado de vellos junto con el moco seco y vidrioso que yacía en la punta de su dedo, una fabulosa idea iluminó su mente, sintiendo a su musa rascándole la nuca. Sin importarle nada, poseído por la obsesión de ver su objetivo cumplido, se puso otra vez de pie con sumo estrépito.

    —Kensuke— masculló, sin dirigirle la mirada, tomando todas sus pertenencias —Vámonos— fue lo único que pronunció, para después salir cómo si nada por la puerta del aula, ante la vista atónita de todo mundo, incluido su compañero de armas.

    Éste, indeciso, y guardando sus cosas con dificultad mientras salía detrás de él, vacilaba a cada momento, confundido por la rara resolución que había tomado su viejo amigo.

    —¿Y adónde vamos?— preguntaba sin que le respondieran, haciéndose bolas cuando intentaba meter su libro a su mochila y seguirle el paso a Suzuhara.


    Esa mañana en particular fue muy agitada, extenuante para el muchacho. Se había perdido entre toneladas de papeleo y numerosos y fastidiosos trámites para hacer oficial su salida del proyecto. Tuvo que firmar incontables formularios y cláusulas en las que casi juraba por la tumba de su madre que nunca revelaría todo lo que había visto en su estancia en el Geofrente, que mucho menos daría a nadie especificaciones del funcionamiento de los Evas ni la identidad de los otros pilotos. Al estampar su rúbrica, se le figuraba que lo hacía con su sangre.

    Ya no le interesaba. Veía todo cómo a larga distancia, le parecía que aún continuaba en aquél piojoso cine, viendo aquella película tan nefasta y ridícula; sólo que en la película ahora era él el protagonista. Ojalá pudiera haber compartido créditos con aquella escultural rubia. ¿Cómo se llamaba? ¿Pamela Lee?

    Ahora mismo era escoltado hasta la salida, por dos sujetos corpulentos y fornidos, luego que hubieran cancelado su credencial de identificación y hubieran borrado su código de las cerraduras electrónicas, para rematar rompiéndola en varios trocitos que fueron a parar al bote de basura más próximo. Eso no había sido todo. Ahora, los dos gorilas que iban a sus espaldas tenían que llevarlo fuera, hasta la estación del tren y asegurarse que se subiera en éste. Le desagradaba bastante que esos dos lo estuvieran arreando y empujando cómo a una res al matadero. No obstante, ya a esas alturas del partido no podía quejarse. Ya no estaba protegido por su rango, y nada impedía que los sicarios sacaran sus armas y vaciaran su contenido sobre sus sesos; quizás así se conservaría mejor su tan preciada información, que con tanto empeño se obstinaban en resguardar. Tal vez eso mismo harían. Tal vez ésas eran sus órdenes desde un principio.

    Cuando más empezaba a temer por tal motivo, entonces Ritsuko se atravesó en su camino y todas esas suposiciones quedaron atrás. Nunca imaginó que la doctora hubiese querido despedirse de él, sobre todo por que su relación no fue muy fraterna que digamos. Únicamente se limitaba estrictamente a su trabajo, y nada más. Desde que había llegado, sólo había intercambiado con él instrucciones y órdenes, pero nada más. ¿Y hasta ahora se venía a despedir? Que raro. A lo mejor le importaba más de lo que él hubiese pensado en un principio.

    Ella no hizo ninguna seña de querer hablar con el chiquillo antes que se fuera. Solamente estaba recargada en la pared, y hasta con un gesto de desgano y apatía, cruzada de brazos y con la mirada perdida. Pero en cuanto divisó que la marcha se aproximaba a su encuentro, se incorporó y se paró delante de ellos, obstruyéndoles el paso.

    Los agentes de Seguridad Interna, vestidos con un traje negro y sus distintivas gafas oscuras, se detuvieron por completo al reconocer a un oficial superior. Shinji se detuvo con ellos, también, confuso por la presencia de la mujer.

    —Tu padre me pidió que te diera un mensaje— aclaró la científica el porqué estaba ella allí, y a continuación hizo entrega del recado —“Gracias por haber desempeñado tu cargo.”

    —¿Eso es todo?— preguntó el joven. Se le hacía muy escueto el mensaje que su padre había encomendado a la mismísima Doctora Akagi entregar.

    —Sí— le contestó tajante —Eso fue todo lo que él me dijo. Y ahora, si me disculpas, otras obligaciones de mayor importancia requieren de mi atención— hizo ademán de retirarse, pasando por un lado del contingente, pero antes de dejarlos, volvió la vista al chico por última vez —Bueno... — pronunció un tanto indecisa, hasta contrariada podría decirse —Creo que ya no nos veremos más, ¿no es cierto? Hasta nunca, entonces.

    —¡Es... Espera, por favor!— suplicó cuando le dio la espalda.

    Intrigada, la mujer lo observó con el rabillo del ojo, y de nueva cuenta se volvió a su encuentro.

    —¿Podrías... podrías decirme en dónde se encuentra Misato?— decía a duras penas, en medio de los empujones que le daban sus custodios para llevárselo de ese lugar para siempre —¡Sólo quiero despedirme!— esgrimía cómo si estuviese pidiendo clemencia.

    Bastó una sola señal de la rubia para que los gigantones dejaran de molestar al infante, permitiéndole a éste ir a su encuentro. Una vez que lo tuvo frente a frente, la doctora culminó con toda esa escena de una vez por todas.

    —Shinji— le dijo —Tú ya no formas parte de NERV. Ahora ya no puedo decirte nada, aunque sea algo insignificante— aquello lo sentenció todo —No te lo tomes a mal— pronunció a manera de disculpas, al notar el gesto angustiado de Ikari —Pero así son las reglas, lo siento. Adiós.

    Una vez concluida su obra, Ritsuko se largó de ahí, satisfecha de su actuación, dejando a un consternado muchacho sin una maldita idea de lo que estaba pasando. Sólo pudo verle las espaldas mientras se iba, al mismo tiempo que por medio de la fuerza lo obligaban a seguir con su camino.


    En los suburbios, específicamente en la unidad habitacional familiar donde residía la familia Katsuragi, todo transcurría con normalidad, es decir, con una absoluta tranquilidad.

    A esa hora, cómo las once y algo, apenas estaban desayunando. Nadie decía palabra alguna, engullendo sus alimentos. Ni Pen-Pen, degustando su pescado fresco con algunas semillas (a decir verdad, Pen era bastante callado) ni Kai, terminando con un suculento plato de cereal de malvaviscos con una generosa porción de leche. Ni mucho menos Misato, que desganada le daba de sorbos a su plato con el mismo alimento. Hubiera preferido una cerveza, pero ya se había acabado la dotación en el refrigerador, y a últimas fechas todos habían estado tan ocupados que nadie tuvo oportunidad de ir al supermercado para comprar más, además de otros insumos que ya faltaban en la casa. Shinji era el que se encargaba de eso. El buen Shinji, con cero ocupaciones y mucho tiempo libre.

    —Tu cereal se está aguadando— señaló Rivera al plato que tenía frente a ella —¿No vas a comértelo?— le preguntó, en virtud de la evidente falta de apetito que estaba padeciendo esa mañana.

    —No. Adelante, cómetelo tú— respondió la mujer, deslizando el recipiente sobre la mesa hasta el otro extremo donde él se encontraba.

    Muy acomedido, el muchacho al instante se apropió del plato para comenzar a vaciarlo, una vez que lo hizo con el propio. Nunca está de más una porción extra, era lo que solía decir el chiquillo, el cual se alimentaba muy bien cada vez que tenía la oportunidad.

    Aún así, no pudo evitar el preocuparse por el creciente estado de aflicción que estaba consumiendo a su tutora desde hacía unos días, y tampoco intentar dilucidar el origen de todas sus angustias. La de ese día en particular hubiera preferido achacárselo a la falta de licor en su sistema, pero él ya sabía de antemano que no era esa la razón de su aflicción. Sabía que aún no se reponía ni se hacía a la idea de la partida de Shinji, y estaba tan mortificada por las condiciones en las que se había dado su salida. Debía considerarlo un fracaso, pensaba, pues su objetivo primordial al llevarlo allí era ayudarlo con sus problemas, los cuales sólo había conseguido agravarlos más todavía. Además, Misato era de esas personas que rehuyen a la soledad cómo a la peste, era por eso que siempre se rodeaba de personas, de toda clase de ellas, con tal de no quedarse sola de nuevo.

    —Bueno— suspiró Katsuragi, descorazonada —Ya me tengo que ir a trabajar— dijo mientras se levantaba de su silla y se enfilaba por su chamarra.

    —¿No es muy tarde ya?— cuestionó el joven, observando la hora en el reloj de la cocina.

    —Pues sí, pero qué se le va a hacer— admitió desinteresada la bella mujer, enfundándose su prenda.

    —Misato— pronunció muy serio el niño, haciendo a un lado el plato vacío —Tienes que convencerte de que fue lo mejor. A ese chico subirse a Eva sólo le iba a traer problemas, y tú hiciste lo que estuvo a tu alcance— luego se puso de pie, cargando a Pen-Pen entre sus brazos, queriendo que se diera cuenta de lo que aún poseía —Ya no te tortures, por favor, me despedaza verte así. Pen también está triste, ¿lo ves?— levantó al pajarraco por encima de su cabeza, quien esculcaba con el pico entre su plumaje buscando migajas de pescado.

    —Sí— contestó su madre adoptiva con la voz quebrada, enjuagándose una lágrima que traviesa corría por su mejilla. Después levantó ambos brazos, haciendo ademán de que también quería cargar a la mascota. El muchacho hizo entrega del animal, aferrándose fuertemente la mujer a éste, buscando fuerzas para contener el llanto que amenazaba con desbordarse de un momento a otro —Gracias— pronunció con la misma voz trémula —Te prometo que ya no los voy a preocupar tanto, y que me voy a reponer...

    Justo en el clímax de tan conmovedora escena familiar, el timbre retumba por todo el recinto, anunciando la llegada de un visitante inoportuno. Dado el semblante de Katsuragi, a Kai no le quedó de otra más que atender él mismo la visita. Y que cosa tan rara, ellos nunca recibían visita. De hecho, era la primera vez que sonaba el timbre desde que se habían mudado allí.

    —¡Te dije que el volumen de esa maldita cosa es muy alto! ¡Por poco me da un ataque!— refunfuñaba el infante mientras abría la puerta, pensando en que melodía podía adaptar para que sirviera de timbre. La estridente campanilla que utilizaban en esos momentos lo había alterado algo en el momento que sonó.


    Y esa alteración vino a degenerar en enojo en el instante que contempló los rostros de Toji y Kensuke en el umbral de su casa, su guarida, su refugio contra el exterior.

    —¿Qué chingados quieren aquí?— preguntó a quemarropa, espantando a sus compañeros con su mal humor —¿Y cómo rayos averiguaron donde vivo? ¡Lárguense ahorita mismo si no quieren que me encabrone!

    —¡Vi-vinimos a buscar a Ikari!— ambos se excusaron de inmediato, retrocediendo cautelosamente sobre sus pasos —¡No teníamos idea de que vivieran juntos, Katsuragi-san! ¡Discúlpenos, por favor, no volverá a suceder!

    —¡Ya lo creo que sí, por que en este mismo momento se van a ir al demonio!

    El dúo dinámico estaba a punto de acatar al pie de la letra aquella fulminante orden, de no haber sido por la intervención de la dueña de la casa.

    —¿A quién le estás gritando?— preguntó a la par que se ponía de puntillas detrás de él, para ver si alcanzaba a distinguir la identidad del ó, cómo pudo percatarse, los visitantes.

    El temor huyó del rostro de éstos, al notar la inminente belleza de la que era poseedora aquella hembra. Al contrario, la cara se les iluminó y esbozaron al mismo tiempo una nerviosa sonrisita, intimidados por la inaudita hermosura de esa mujer. “¡Vaya con estos dos!” Pensaban contemplando a aquél espléndido ejemplar del género femenino. “Con que vivían con esta preciosidad, ¿no?” “En ese caso, yo también quiero enlistarme para ser piloto, si ella va a ser mi jefa”. “Ay, cómo me gustaría que me diera órdenes alguien así”. Pensaban indistintamente el uno y el otro. Aquél largo y brillante cabello negro, lacio, esos labios tan carnosos, esa tierna expresión en su cara, aquellas piernas interminables y pecho privilegiado, los obligó a que de inmediato quedaran prendados de ella, perdidamente enamorados. Asemejando a un niño que se enamora de la mamá de su amiguito. A decir verdad, así era.

    —Ay, no— gimió Rivera, tapándose la cara con una mano, al escuchar su voz a sus espaldas. Ya suponía la reacción que desataría entre sus condiscípulos, y no estaba errado en sus deducciones.

    Le enfurecía tanto la expresión tan idiota y soñadora que cobraban sus rostros que bien hubiera preferido borrárselas a golpes. Era celoso de su tesoro, y nadie más que él, y quizás el pingüino, podían disfrutarlo. Fue por eso que muchas veces había llegado al punto de reñirse con cualquiera que advirtiera los encantadores rasgos de la mujer, fuera quien fuera. Y también de que Misato no haya tenido muchas relaciones desde que lo tomó bajo su tutela, a pesar de que no faltaron voluntarios.

    Ella hizo a un lado al jovencito, saliendo al pasillo para recibir la visita, aún con el avechucho entre sus brazos.

    —Eh... nosotros... nosotros somos... — balbuceaba Toji, con la cara completamente enrojecida, intimidado un tanto por la distinguida presencia de la mujer con rango militar y otro tanto por la salvaje mirada que les lanzaba Kai a él y a su acompañante.

    —Se tratan de Momiji y su pequeño amigo, Kenshin— dijo de tajo Rivera, harto de lidiar con el balbuceo incoherente de sus contemporáneos —Son un par de zoquetes que asisten a la secundaria a la que a veces voy…

    —En realidad somos Kensuke Aida y Toji Suzuhara— hizo las introducciones Kensuke, con un poco más de control sobre él mismo —Pero es verdad que asistimos a la misma escuela…

    La beldad hizo memoria, sintiendo que ya antes había escuchado aquellos nombres en algún otro lugar. Finalmente, recordó luego de unos segundos de reflexión:

    —¡Ah, sí!— exclamó sorprendida —¡Ustedes dos son los que entraron en el Eva Uno!

    —¡S- Sí!— asintieron los dos en el acto, poniéndose en posición de firmes, esto es, con los tacones unidos y las puntas de los pies ligeramente separadas, con los brazos en los costados y la cara en alto. Aunque no se especifica si uno tiene que estar abochornado, cómo lo estaban esos dos —¡Sentimos mucho todas las molestias que hayamos podido causar en ese día!

    —No hay ningún problema— los disculpó Katsuragi, y al ver lo nerviosos que se encontraban, lo que ocasionaba que se quedaran sin habla, ofreció: —Mi nombre es Misato Katsuragi y soy la tutora legal de Kai. Díganme, ¿qué podemos hacer por ustedes?— dijo esto refiriéndose al motivo de su presencia en ese lugar.

    —Este... lo que pasa es que desde ese día ni Ikari ni Kai han vuelto a clase— confesó Toji, sin superar la pena que le imponía la majestuosidad de la mujer —...y cómo estábamos preocupados y pasábamos por aquí, pues...

    —Quisimos pasar a ver cuál era la causa de su ausencia en la escuela— complementó Kensuke.

    El corazón le volvió a dar un vuelco a Misato, al mismo tiempo que intentaba poner la mejor cara que se pudiera.

    —Bueno— pronunció, vacilante —Lo que pasa es que Kai ha estado un poco ocupado por las noches, entonces tiene que utilizar la mañana para reponer las horas de sueño— señaló al muchacho detrás de ella, que con un gesto muy austero y despreocupado se había recargado en el marco de la puerta y cruzado de brazos —Pero podrá asistir a clases en unas semanas más...

    —Pero, ¿Ikari?— insistió Suzuhara.

    La capitana tuvo que tomar mucho aire, antes de informarles a grandes rasgos que Shinji había sido expulsado del proyecto, y por lo tanto regresaba a su residencia anterior. Omitió muchos detalles, claro está, dado que en su condición de civiles no les competía saber más de lo necesario.


    No ocultaron la consternación y pena que la noticia les causaba a ambos, profiriendo en una prolongada exclamación.

    —El aviso a su escuela se ha retrasado algo, pero en estos momentos ya debe estar tomando el tren que lo llevará de vuelta a su pueblo— refería la mujer en medio de la sorpresa de aquellos dos. Ignoraba que el chiquillo tuviera tan buenos amigos, que se preocuparan a tal extremo por él.

    —¿¡Pero por qué así, tan de repente!?— acertó a decir Toji, desconsolado —¿Lo corrieron por el incidente del otro día?

    —No, desde luego que no— Misato intentó calmar al compungido infante —Ustedes nada tuvieron que ver, fueron causas muy diferentes las que nos llevaron a todas las partes a tomar esa decisión, no tienen por qué sentirse culpables.

    —¿Entonces ya no quería pilotar al robot, ó...?— continuaba desaforado, queriendo saber la razón de que su compañero abandonara su trabajo.

    “Pero qué estúpido” pensaba Rivera, queriendo mantenerse al margen de la situación “¿Porqué ahora anda tan preocupado, si en primer lugar fue él quien comenzó todo esto?”

    —Qué extraño— dijo Aida, calmando su vendaval de emociones, mucho más tranquilo que su acompañante —Ayer cuando nos encontramos, él no pensaba de la misma manera...

    Todo mundo lo miró con extrañeza, y sabedor que poseía la atención de los presentes, continuó:

    —Es decir, durante la batalla no era el de siempre, era mucho más arrojado, temerario incluso. Pero con todo y sus emociones fuera de control, él parecía ir en su contra a propósito... o sea... casi cómo un niño resistiéndose a obedecer a su madre.

    —¡Pero qué disparates dices!— estalló en risas Kai, dejando de lado su pose reservada.

    —¡Así que nuestro héroe no es capaz de mantenerse firme con las mujeres!— se le unió Suzuhara de inmediato, apoyándose el uno con el otro para no caer al suelo, mientras reían a todo pulmón.

    Sin embargo, para Katsuragi las palabras del joven le parecían estar llenas de sabiduría. Era hasta ese momento que pudo entender cabalmente las palabras que Shinji le había dirigido después de su pelea con el Ángel: “En un principio creí que lo hacías porque te compadecías de mí, pero ya veo que no era así”. ¿Así que después de todo Shinji sí se había acoplado al sistema familiar? Fue su error no haberlo notado antes, pero eso lo iba a corregir de inmediato.

    En el acto, y cómo a alma que lleva el diablo, salió expelida de su lugar con todo y el pajarraco entre sus brazos, dirigiéndose a toda máquina al estacionamiento del edificio, por su carro.

    —¡Señorita Katsuragi!— le gritaron los muchachos, viéndola correr de esa manera —¿A dónde va con tanta prisa?

    —¡Voy a despedirme!— respondió sin voltear a verlos —¡Todavía estoy a tiempo!

    Y entonces se perdió al doblar en una esquina, bajando las escaleras de dos en dos escalones, a riesgo de tropezar y rodar con toda su humanidad cuesta abajo.


    Cuando se perdió de vista, los tres chiquillos todavía duraron un rato mirando hacia donde segundos antes ella había estado. Asegurándose de que efectivamente, la mujer se había ido ya, Rivera se quedó observando un largo rato a sus condiscípulos, poniendo de manifiesto la incomodidad que había hecho presa de todos.

    —Y…— carraspeó, sin saber qué decirles —Díganme… ¿Qué hay de nuevo… viejos? ¿Qué cuenta la apasionante vida de dos estudiantes promedio de secundaria?

    En eso Misato lo interrumpió al salir de improviso, regresando tan rápido cómo se había ido y arreándolo por la oreja se lo llevó por la fuerza con ella.

    —¡No se vayan a robar nada!— decía Kai lastimosamente mientras era arrastrado de aquella manera un tanto cuanto dolorosa, al ni siquiera tener la oportunidad de cerrar la puerta de su domicilio —¡Si llego a darme cuenta que falta algo, les pesará! ¿Me oyen?

    En realidad, no alcanzaron a escuchar ésa última parte. Ya iban en la planta baja mientras decía eso, y no tomó más que un parpadeo para que abordaran su vehículo. Gracias a la habilidad de cafre que poseía la chofer, arrancaron cómo cohete, volando por las calles de la ciudad, yendo a toda velocidad hacia la estación de trenes.

    —¿Y ahora qué hacemos?— interrogó Kensuke a su compañero, observando los dos al auto quemando llantas en el asfalto, allá a lo lejos.


    El destino se acercaba por la línea 2. Lo divisó a lo lejos cómo a un punto lejano, sin embargo a medida que transcurría el tiempo se iba haciendo más y más grande. El tren se detiene casi silente, semejando a un suspiro, sobre las vías, quedando justo enfrente del aturdido muchacho.

    “Un vehículo express con destino a Atsugi está arribando por la línea 2” voceaban por el altavoz “El tren de la línea 2 está destinado especialmente para uso exclusivo de personal del gobierno. Pasajeros en general, absténganse de abordarlo. Nadie sin permiso puede subir en él.”

    La puerta se deslizó, susurrante, invitándolo a que entrara. Le prometía llevarlo lejos de allí, para nunca más regresar. Era su pasado, que lo estaba reclamando como suyo. Abandonar todo y volver a lo de siempre. Al fin y al cabo, él no estaba hecho para esa vida. Ésa estaba reservada para los valientes y decididos. Entonces no tenía nada qué hacer en ese lugar. ¿Qué esperaba? ¿No era eso lo que anhelaba con fervor? Ignorar la responsabilidad y salir corriendo con el rabo entre las patas. ¿Por qué se detenía, entonces? ¿Qué era lo que lo hacía dudar? Que estaba dejando algo más que a un armatoste de acero sin alma, algo más que la gloria y la fama, algo más que el deber. Dejaba lo único que había valido la pena en toda su vida, lo único por lo que valía la pena luchar.


    No atinaba a dar el primer paso, y confundido permanecía de pie, encogiéndose de hombros sobre su maleta. La puerta abierta parecía estarse burlando de él.

    —¿Qué pasa?— preguntó uno de sus escoltas, impaciente, poniéndole su grande y velluda mano en el hombro.

    —Rápido, sube al tren— completó su pareja.

    —¡No nos des problemas!

    El mozuelo siente como lo empujan con hosquedad hacia el interior del transporte, zarandeándose de atrás hacia delante, resistiéndose a subir al ferrocarril que habría de alejarlo de todo lo que quería. A pesar de las advertencias de los robustos sujetos, persistía en la determinación que había tomado, y esa era, ya no huir jamás.

    Uno de los gorilas estaba a punto de derribarlo de un golpe, cuando escuchó una voz lejana, pero adorablemente familiar.

    —¡Shinji!


    Observó de soslayo para poder encontrarse cara a cara con Misato. Resollando, cruentas gotas de sudor emanaban por sus poros. Daba la impresión de que iba a desfallecer ahí mismo, pero en su rostro se dibujaba un gran alivio de haber logrado darle alcance antes de que se fuera.

    Cargaba a Pen-Pen en su chamarra, con el cierre puesto, y a su lado llevaba a Kai, quien aún estaba en pijama, usando sandalias y despeinado por completo. Al parecer, habían salido prácticamente volando para poder alcanzarlo.

    —Disculpen— les hizo una seña a los escoltas —Ya se pueden retirar. Yo me ocuparé personalmente.

    Los matones reconocieron fácilmente a Misato Katsuragi, capitana y encargada del departamento de Tácticas y Estrategias, y estuvieron a punto de decir que sí, mucho más por su seductora apariencia que por su rango, no obstante tenían órdenes muy precisas que les indicaban que a toda costa el niño debería abordar ese maldito tren. Y al jefe no le gustaban los fracasos.

    —Lo sentimos, capitana... — pronunciaban, confusos respecto a su proceder —Pero tenemos nuestras propias órdenes...

    —¿De qué te preocupas, animal?— intervino Kai, interpretando perfectamente su rol de distracción —Sí, estúpidos, les hablo a ustedes dos, par de robo-bestias— continuó al obtener la total atención de los pistoleros —Ustedes son de Seguridad Interna, ¿no es así babosos? A ustedes, pendejos, nomás les pagan por obedecer, no por pensar, así que lárguense ya de una buena vez, descerebrados. ¡Lléguenle, vayan a ver si ya puso la marrana! ¡Shú, shú!— pronunciaba mientras les hacía ademanes con la mano, corriéndolos cómo a los perros.

    Acción que produjo todo lo contrario, ya que en vez de retirarse, aquellos fornidos sujetos emprendieron la persecución contra él, completamente enfurecidos. No habían reconocido al muchacho, así que no pudo gozar de la misma inmunidad que Misato.

    —Maldito mocoso— dijo uno de ellos, quitándose el saco y encargándoselo a su compañero, al mismo tiempo que se enfilaba a dónde estaba el chiquillo, buscando producirle mucho dolor físico.

    —¡Ay mamacita!— atinó a decir el infante, viendo a aquel gigante arremeter contra él, para de inmediato poner los pies en polvorosa y preservar su integridad estructural.

    Al escabullirse de esa manera, ambos hombres fueron en pos de él, cumpliendo así el objetivo de la militar, que era quedarse a solas con Ikari.

    Ya después habría tiempo para salvar a Kai.


    —Misato— pronunció Shinji, sorprendido de su presencia. Sorprendido, pero también aliviado.

    —Me había olvidado de decirte algo— aclaró ella.

    Abrió un poco más su chamarra, en donde Pen plácidamente se encontraba recostado en su regazo. Al reconocer al joven, curioso asomó la cabeza por entre la abertura de la prenda.

    —Pen-Pen— dijo, sacándolo de entre sus ropas —¿Sabes? Este pequeño fue un regalo de una persona que yo quería mucho.

    El chiquillo la miraba contrariado, sin una idea de lo que pretendía decir, ó a donde quería llegar al decir eso.

    —Siempre que lo veo me recuerda a él— siguió, haciendo de lado, por el momento, la incertidumbre de su interlocutor —¿Sabes porqué quiero tanto a un pájaro cómo éste, inútil y glotón? Porque esa persona quiso compartir conmigo una alegría que poseía, una dicha inmensa. Quiso que yo pudiera tener algo más ó menos parecido a eso. Y eso es... — hizo una pausa, haciéndosele un nudo en la garganta. Recordar todo eso era muy penoso para ella, era obvio, para después terminar diciendo —¡Lo bonito que es tener una familia!

    —Kai— señaló a su protegido, a quien por cierto ya le habían dado alcance sus perseguidores, y en esos momentos forcejeaban con él, buscando someterlo de una buena vez por todas —Con Kai también me sucedió algo parecido cuando decidí ponerlo bajo mi tutela. Pero a lo que quiero llegar, es a que yo... que yo no soy del tipo de persona que pueda vivir con alguien por razones estrictamente de trabajo ó de simpatía.

    Luego, tragando un poco de saliva, concluyó:

    —No te equivoques, por favor.


    Lo había desarmado por completo, Arrepentido de corazón por todo lo que había dicho y hecho antes, se tambaleaba sobre sus piernas, para después derrumbarse. Primero agachó la cabeza, avergonzado.

    —Misato— pronunció con la voz quebrada —No quiero... no quiero irme de aquí... no quiero regresar a mi vida de antes.

    Entonces explotó en lágrimas, ante la mirada comprensiva y afectuosa de Katsuragi.


    “Por la vía 2 va a realizar su salida el tren rápido especial con destino a Atsugi. La próxima salida será de un tren local con destino a Gora. Llegará por la vía 4. Tengan cuidado de permanecer detrás de la línea amarilla, por favor. Si está acompañado de niños pequeños, vigílelos cuidadosamente”.


    Al bajar del taxi, lo primero que contemplaron Toji y Kensuke fue al tren deslizarse furiosamente por las vías, arrastrando sus toneladas de peso. Aullaba furioso, rubicundo, mientras se apresuraba a dejar cuanto antes la estación, paralela a la calle.

    —¡Maldición!— exclamaron, abatidos, recargándose sobre la alambrada al ver partir al tren —¡No pudimos llegar a tiempo!

    Pero luego la cola del tren se fue, develándoles que no habían fallado en su intento, al seguir a Katsuragi; aunque tampoco era eso lo que esperaban ver al ir a ese lugar.

    Justo detrás de la línea amarilla, Misato deslizaba suavemente las manos sobre la espalda de Shinji, mientras que éste se aferraba con fuerza a ella, tapándose la cara con su hombro.

    El pingüino, en el piso, sujetaba la pierna de la mujer, mirando interrogante hacia arriba.

    Y Kai, a su vez, era estampado con violencia en el suelo, con un fortachón encima de él, doblándole el brazo sobre la espalda y presionando su barbilla contra el suelo, sujetándolo férreamente del cabello. No parecía estarlo disfrutando.

    —¡Luego se abrazan!— gritaba suplicante —¡Ahorita vengan y ayúdenme! ¡Ayyy!

    —Vaya escenita, ¿eh?— dijo Suzuhara, con los dedos entre el enrejado, haciendo caso omiso de la petición de Rivera e incluso disfrutando en secreto del fuerte castigo que se le aplicaba, pensando en que era el karma que estaba ajustando cuentas con aquel impetuoso muchacho que hacía poco se había se había ensañado con él.

    —Tú lo has dicho— asintió Aida, del mismo modo.


    Misato tomó al joven por los hombros, habiéndose éste desahogado completamente. Entonces, llena de esperanzas cómo hacía tiempo no lo había estado, preguntó:

    —¿Volvemos a nuestra casa?— pronunció con una sonrisa iluminándole el rostro. Empezaba a recobrar su habitual hermosura.

    —Sí— respondió Ikari, enjuagándose las lágrimas, con el sol dándole de frente.


    Era, quizás, la primera vez en toda su corta vida que aquél pobre muchacho sentía que tenía un lugar al cual regresar, al que verdaderamente pertenecía y donde por fin encajaba. Aún cuando distara mucho de ser perfecto y armonioso. Con todos sus inconvenientes. Era la primera vez que tenía un lugar al cual llamar, con toda sinceridad, su hogar.
     
  9.  
    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

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    Capítulo Cinco: "Arma Definitiva"

    “Yo soy aquel para quien están guardados los peligros, las grandes hazañas, los valerosos hechos.”

    Don Quijote de la Mancha



    La felicidad se desbordaba por todos los rincones del lugar, abrumado por un barullo incontenible producido por animosas conversaciones que transcurrían casi a gritos y la música estridente que resonaba en todo el sistema de bocinas. La satisfacción podía verse en los rostros de todas las personas e incluso se podía transpirar. Era una magna celebración, acorde con las dimensiones del logro que todos ellos habían obtenido. Más ó menos un centenar de técnicos y oficiales se felicitaban y congratulaban mutuamente, pero a la vez no podían ocultar cierta sensación de incertidumbre por el porvenir.

    Aquello era un auténtico bacanal. La cerveza, el whisky, el brandy, incluso el tequila, cualquier cosa que tuviera en su contenido cierto grado de licor, eran los encargados de propagar y contagiar el ánimo festivo en todos los presentes. Prueba de ello daban las innumerables botellas que residían en las vinateras, y otras más que yacían tiradas en el pegajoso piso, vacías.


    Una épica borrachera, ofrendada a los largos meses de trabajo que todos los presentes habían tenido que realizar. En varias ocasiones una labor ardua, extenuante, pero que ahora recibía una grata recompensa a todos los sacrificios realizados a lo largo de todo el tiempo que duraron sus labores. Puede que se tratara de una satisfacción breve, pasajera, puesto que seguramente luego de concluir con su tarea terminarían por reasignarlos en locaciones remotas e inhóspitas en el mejor de los casos, ó peor aún, llegarían a correrlos con una patada en el trasero. Por lo menos ése era el temor que albergaba la mayoría de los empleados.


    Fue entonces que el principal orquestador de semejante celebración reclamó la atención momentánea de sus subordinados, misma que consiguió casi de inmediato al interrumpir la reproducción musical en curso y emitir un sonoro chiflido que reverberó en el enorme hangar de construcción de la Unidad Zeta. A pesar de su corta edad, su sola presencia se imponía sobre todas las demás. Era una de esas personas que no podían pasar desapercibidas. Más aún por el lugar en donde se encontraba, posado sobre uno de los andamios más altos que se erigían sobre un gigantesco bulto tapado en su mayoría por lonas. Dado su evidente estado etílico no era muy prudente que se balanceara de ese modo, a semejante altura.

    —¡Oigan, vagos!— con el micrófono en una mano y una botella de fría champaña en la otra, cuya gran parte de su contenido había sido derramada sobre su joven humanidad, Kai Rivera, jefe de los trabajos de construcción, se dirigió a la embriagada muchedumbre —Necesito que me presten poquita atención, después siguen empinando el codo. ¡Escuchen!

    Una vez que obtuvo la total atención de todos los presentes, con las miradas clavadas en él, continuó, aclarándose la garganta.

    —Antes que nada, quiero felicitar una vez más a todos los que nos encontramos aquí reunidos por un trabajo estupendamente realizado y que hoy finalmente vemos concluido. Muchos pensaron que no lo lograríamos, que lo que nos estábamos proponiendo hacer era sencillamente imposible, un disparate, cosa de locos… varias personas se negaron rotundamente a participar de esta aventura, tachándonos de orates a todos los que teníamos la firme convicción de que lo conseguiríamos. ¡Hoy, les digo, estamos aquí para callarles la boca a todos esos putetes con barbas de chivo y cara de culo! ¡Estamos aquí para mostrarles el fruto de nuestros esfuerzos y decirles en su carota que lo hemos logrado! ¡Hemos triunfado! ¡Con un presupuesto reducido, el mínimo de personal y en instalaciones deficientes que tuvimos que adaptar a nuestros propósitos por cuenta propia! ¡Teníamos todo en nuestra contra! ¡Y con sólo nuestra dedicación, empeño y sudor nos aventuramos donde nadie más se había atrevido y hemos podido realizar lo imposible! ¡En tiempo récord, por si no fuera suficiente que tuviéramos todo en contra! ¡Eso sólo demuestra qué cabrones somos todos aquí! ¡Y aquí está la prueba, a nuestras espaldas! ¡Un fuerte aplauso para todos nosotros, camaradas! ¡Nos lo merecemos!

    Aún antes que la solicitara una ensordecedora ovación escapó de las gargantas de todo su público cautivo, motivados por su emotivo discurso y sobre todo por la euforia producida por los niveles de alcohol en su sangre.

    —Ahora bien, hasta mi persona han llegado algunas de sus inquietudes, las cuales me es imposible pasar desapercibidas— continuó el muchacho, que a veces daba la impresión de que caería desmayado de un momento a otro —Para no hacerla mucho de emoción, iré al grano: ¿Quieren saber qué pasará con todos ustedes, ahora que concluimos el trabajo? ¿Quieren saber si no los vamos a echar a todos de una patada en el culo, ahora que se han vuelto inservibles? ¿Eh?

    —¡¡¡Sí!!!— fue su respuesta, unísona.

    —Aquí mismo tengo— pronunció, sacando de entre sus bolsillos una hoja de papel doblada, extendiéndola a la vista de todo mundo —La respuesta a una petición que le hice llegar a mis superiores de las Naciones Unidas. Y firmada con puño y letra del mismísimo Secretario General de la O.N.U. se me ha autorizado a que todos ustedes continúen en la nómina, en labores de mantenimiento y reparación.

    —¡Bravo!— estalló la multitud en júbilo, al recibir la buena nueva.

    —En verdad que estoy muy contento de tenerlos en mi equipo, muchachos. Han sido meses de trabajo continuo y constante en los que hemos trabajado hombro a hombro, y no creo que haya personas más calificadas que ustedes para mantener funcionando a este cacharro. Se lo merecen, ya que es tanto suyo cómo mío. Y déjenme aclararles que seguiremos siendo un grupo dependiente única y exclusivamente de las Naciones Unidas, por lo tanto no tenemos que rendirle cuentas a nadie más, mucho menos a cierto cascarrabias mal afeitado, y por lo tanto eso se verá reflejado en sus cheques, en comparación a los otros esclavos de por aquí.

    La multitud entera explota en ovaciones, vítores y hurras para su líder, que los tenía en la palma de su mano. La aprobación era unánime, general.

    —¡Kai! ¡Kai! ¡Kai! ¡Kai! ¡Kai!

    Alzaban sus copas y brindaban en honor de su salvador, de su fiel guardián que velaba por sus intereses y derechos laborales. Era toda una celebridad en el ámbito, que se extendía mucho más allá de con sus hombres. Todos en el GeoFrente conocían y hablaban de él. El niño genio. El niño al que el comandante temía y se empeñaba en mantener a raya. No sin cierto hálito de respeto e incluso temor, era como se transmitían de boca en boca sus obras, sus acciones, sus hazañas.


    En contraparte, la estima que el joven les tenía a sus empleados era auténtica, fraternal y no esperaba nada a cambio, salvo ver precisamente esas expresiones, de júbilo, de satisfacción, de alivio, de seguridad que les producía al hacerles saber que podrían seguir alimentando a sus cochinitos. Pretendía que cada hombre realizara su proyecto de vida, y le sacara el mayor jugo posible a ésta, y si eso consistía en mantener a una familia, que así fuera. Era una de las cosas que con tanto ahínco él anhelaba. Y que nunca iba a poseer. Toda su descendencia terminaría en él.

    —¡A ver señoras y señores, un momento, por favor!— realizó un gesto con la mano, para que todos guardaran silencio de nuevo —Ya va siendo hora de bautizar a nuestro bebé tamaño estadio, ¿no creen?

    —¡Sí!— volvió a clamar la entusiasta multitud, alzando su bebida.

    —Te habrás de llamar...— pronunció volteándose a sus espaldas, y fiel a la tradición marítima, tomó la botella de champaña para darle nombre a su “barco” —Unidad Evangelion Especialmente diseñada para Combate: ¡Eva Z!— dijo ante el clamor general, quebrando el recipiente con vino en el muro de metal, que en realidad era parte de otro gigantesco robot Evangelion.

    “Lo lograste, viejo loco bastardo” pensó al contemplar su obra, complacido, volviendo a hablar con una persona que se encontraba ausente. “Este era tu último sueño, y aún estando muerto lo has logrado… espero que ya estés contento, papá…”

    Años enteros de extenuante labor culminaban en ese momento, dando final a una etapa y abriendo una nueva, completamente distinta. ¿Qué aventuras les depararía la fortuna, el destino, tanto a la máquina cómo a su tripulante?


    El sol se levantaba por las colinas del horizonte, al amanecer. Rápidamente ahuyentaba a la oscuridad de la noche. Todas las criaturas nocturnas se retiraban a su refugio, a esperar nuevamente la noche; mientras que las diurnas se preparaban para empezar un nuevo día. Uno de estos hijos de la noche se dirigía a su guarida, resguardándose de la cegadora luz del día.


    Kai sentía sus párpados y pies cómo si fueran de plomo, mientras que luchaba por poder llegar al edificio departamental donde residía. El mundo entero parece un enorme y desenfrenado carrusel que da vueltas y vueltas incansablemente. Caminaba con sigilo, paso a paso para no tropezar. Quizás, después de todo, debió haber aceptado el aventón que le ofrecían para llegar a su morada, aún cuando el conductor estaba tan borracho cómo él. En numerosas ocasiones el sueño lo venció y cayó desplomado al piso, tan pesado como era, incorporándose al instante y emprendiendo de nuevo la penosa marcha. A tientas, fue como logró llegar a la escalera que conducía a su departamento, para entonces subirla penosamente, casi arrastrándose.


    A la vez, en el hogar al que intentaba desesperadamente retornar, su joven compañero ya se había levantado, temprano cómo era su costumbre. Aquellos últimos días, en los que la presencia de Rivera había sido más que esporádica, resultaron una bendición para Ikari, quién aun se sentía bastante incómodo al tener que compartir el mismo espacio que él, sobre todo porque aún no habían resuelto la tirante situación entre ambos. En las últimas semanas, desde su regreso definitivo a las filas de NERV, apenas si se habían dirigido la palabra.

    Antes de partir rumbo a la escuela quiso poner sobre aviso a la dueña de la casa que volvería a quedarse sola, a quien encontró roncando, boquiabierta, en su cómoda cama matrimonial donde le sobraba espacio para rodar cuanto le pegara la gana.

    —Misato, ya es hora de irme. Dejé preparado tu desayuno sobre la mesa. De nuevo Kai no llegó a dormir— informó Shinji a la somnolienta mujer — ¿Se te ofrece algo más antes que me vaya?

    —Muchas gracias Shin-chan, creo que me quedaré en cama un rato más— pronunciando Katsuragi dando un profundo bostezo de leona —Después iré a buscar a ese maldito muchacho desobligado y lo golpearé por no avisar que doblaría turno toda la semana…

    —No ha ido a clases en toda la semana— reveló el chiquillo, a su vez —Contando sus faltas acumuladas, podría ser motivo para que lo den de baja. La concejal me dijo que si no iba ahora, que lo mejor sería que ya no volviera a ir…

    —No hay problema— dijo despreocupadamente la fémina, acurrucándose en su lecho —No creo que falte ya más de tres días. Pronto se le turnará a la dirección de la escuela un aviso especial.

    Lo que Ikari no sabía, era que si su colegio seguía funcionando, a pesar de todo, era precisamente por los cuantiosos donativos que NERV depositaba en su tesorería mes con mes. Al fin y al cabo, su razón de ser desde un principio fue albergar a los pilotos para la conclusión de sus estudios, y nada más. Todo lo demás era tan sólo una elaborada fachada, lo que les daba una amplia libertad dentro de aquellas instalaciones estudiantiles, aunque la mayoría de ellos no lo imaginara siquiera.


    De pronto, un golpe seco se escuchó, justo detrás de la puerta. Ambos se dirigieron entonces hacia la entrada del departamento, extrañados, y al abrir cautelosamente el ingreso de su morada se encontraron con Kai, tirado sobre el piso, tendido boca arriba completa y absolutamente dormido. Sus ronquidos daban constancia de ello. Hasta la puerta fue lo más lejos que pudo llegar sin que la fatiga lo derrotara.

    Con dificultad, los dos lograron cargarlo hasta su cama. No podía quedarse dormido en el suelo todo el día, y despertarlo sería algo más que imposible. Misato lo asía por entre los brazos, mientras que el chiquillo le sujetaba las piernas. Desde donde estaba, la mujer podía distinguir nítidamente el hedor del alcohol que emanaba del aliento del muchacho.

    —¡Carajo, se ve que estuvo buena la parranda y este miserable no invitó!— se quejaba Katsuragi, recreando en su mente la que debió ser una magna fiesta. Detestaba perdérselas. De hecho, era una excelente animadora en todas ellas.

    Acostaron al joven en el mueble, y mientras que Ikari recobraba el aliento, la capitana le retiraba los zapatos y lo cobijaba, realizando todo esto con suma dulzura. Depositó un amoroso beso en su frente poco antes de dejarlo allí, y cerrar la puerta de la habitación.


    Shinji ya estaba por salir cuando el teléfono timbró. La señora de la casa tuvo que contestar al llamado en el teléfono de la cocina, molesta por ser interrumpida cuando se disponía a dormir por otro rato más.

    —Maldita sea— mascullaba a la vez que encendía el aparato y lo colocaba en el oído, recargado sobre de su hombro —¿Bueno? ¡Rikko! Buenos días, ¿cómo dormiste?— hizo silencio por unos momentos, permitiendo que su amiga hablara —No, no me ha podido decir nada aún. ¡El pobrecito llegó tan cansado! ¡Hasta se quedó dormido en el piso! Hubieras visto que lindo se veía desplomado en el suelo, ahogado de borracho— de nuevo, calló por un momento, atendiendo a lo que le decían —¿Lo dices en serio? ¿Es decir, que ya está listo? ¡Eso tengo que verlo con mis propios ojos! Muy bien, te veré allá como en una media hora. ¡Nos vemos!

    Colgó el auricular con premura, dirigiéndose apuradamente hacia su habitación en tanto se explicaba con el infante que la veía curioso en el umbral de su hogar:

    —Creo voy a tener que desayunar ahora mismo, después de todo. La Unidad Zeta ya ha sido terminada, y eso no es cualquier cosa. Tengo que verlo por mí misma, cuanto antes.


    Observaba con el ceño fruncido detenidamente a través del grueso cristal que tenía frente a él. El Comandante Gendo Ikari aún no podía hacerse a la idea de lo que sus ojos presenciaban era realidad y no un producto de su imaginación. Aquello que por muchos años había considerado una obra de la ciencia ficción ahora mismo se pavoneaba delante suyo, restregándole en la cara su sola existencia, la cual no creía siquiera posible. No lograba evitar sentir una especie de incomodidad al mirar a través del diáfano vidrio, era como si la entidad que observaba en esos momentos se estuviera burlando de él y de su vacua incredulidad. También había algo de justa rabia en su interior, consciente de la afrenta que le representaba el que alguien más consiguiera hacer lo que él nunca pudo siquiera imaginar. Ello colocaba su posición como eminencia mundial en entredicho. Sabía de antemano el inminente peligro que se cernía sobre de él y sus planes, y tenía que estar preparado para todo.


    Posiblemente Fuyutski compartía con él ese estado de ánimo de ansiedad. No lo demostraba con palabras, pero se notaba cuando el viejo se estiraba, tan largo cómo era, y todo su cuerpo se tensaba. Su manzana de Adán danzaba cuando pasaba un poco de saliva.

    Ambos estaban de pie, uno a lado de otro, examinando ese elemento que no estaba contemplado en la ecuación desde un principio. Eso era un inconveniente, tan grande cómo él. Gendo miró desconsolado a su viejo compañero de armas, buscando una respuesta, como siempre. Pero su consejero estaba en el mismo predicamento que él.

    —Henos aquí, Profesor— dijo el hombre barbado, con aire funesto —En presencia de lo imposible. Me hace recordar nuestra pequeña excursión a la Antártida, hace quince años. ¿A usted no le parece así?

    —Trato de no pensar mucho en aquellos aciagos días, Ikari— admitió Fuyutski —No me gusta pensar en lo cerca que estuve de morir en ese maldito infierno congelado. Pero si a lo que te refieres es a que deberíamos estar cagándonos del miedo en estos momentos, creo que tienes toda la razón…

    —Me pregunto si acaso el estúpido de Rivera tiene alguna idea de lo que ha desatado en este mundo… otra vez…

    —¿Cuántas oportunidades tendrá una misma persona de fastidiarle la vida a los demás? Cualquiera hubiera pensado que el muchacho habría aprendido su lección, pero bien dicen que el hombre es el único animal que se tropieza con la misma piedra…

    —Me cuesta admitir que llegué a subestimar al chiquillo… un error muy grave, ahora lo veo. De saber que se iba a poder salir con la suya, hubiera puesto más empeño en acabar con él…

    —Tu orgullo muchas veces te ha cegado y no te permite tomar en cuenta todas las variables posibles, comandante. Seguramente que ese defecto te llevará a la perdición. ¿Qué, acaso no sabías de todo lo que es capaz ese chiquillo endemoniado si se le da rienda suelta? Obra con la eficacia que se esperaba de él... justo igual que su padre... ¿recuerdas?

    Los ojos de Gendo parecieron avivarse ante los recuerdos. Acomodándose sus anteojos, respondió ante la misiva, sin poder distinguir si estaba siendo sarcástico ó no, debido a su semblante inexpresivo.

    —Cómo poder olvidarlo...

    Y suspirando profundamente, casi cómo un lamento, guardó silencio por un largo rato, cabizbajo y pensativo.

    —¿Y...?— pronunció Kozoh, sin darle mayor tiempo para retrospectivas — ¿Cómo afectará esto al plan original?

    —No mucho, espero— contestó Ikari, reponiéndose —Le sacaremos provecho mientras sirva a nuestros propósitos. Después, lo destruiremos.

    —¿Tendremos el poder necesario para hacerlo?

    —Ojalá. Si no, todo lo que hemos planeado durante tanto tiempo se vendrá abajo y los sacrificios que hemos realizado serán en vano...

    Los dos callaron, mirando una última vez hacia fuera, donde se encontraba el motivo de sus zozobras y sinrazones.

    —En cualquier caso— continuó, dando media vuelta para enfilarse por los incontables corredores del cuartel —Tendremos que estar listos… esta situación tan precaria, además del regreso del Cuarto Niño al proyecto cambian por completo la perspectiva. Lo primero que tenemos que hacer es lograr reactivar a Cero.

    —¿Sigues pensando en utilizar a Cero?— preguntó su acompañante, inquietado —¿Aún después de lo que pasó? Será bastante peligroso, Ikari.

    —No nos queda otra opción— contesta Gendo —Mucho depende de nosotros.

    —Es una lástima— admitió el viejo —Una verdadera lástima, que una jovencita así tenga que sufrir tanto.

    —Ése es su propósito en la vida— advirtió su acompañante, con la sangre fría —Para eso es que fue creada.

    —Lo sé, lo sé muy bien. Será una de las tantas razones por las que arderemos en el Infierno.


    En la Escuela Secundaria Número 1 de Tokio 3 la jornada transcurría sin eventualidades dignas de mencionarse. El alumnado en general aguardaba al comienzo de sus estudios, por lo que tenían la oportunidad de charlar animosamente entre compañeros, formando pequeños grupos compactos a lo largo del salón de clases.

    Uno de ellos estaba formado por Shinji y sus dos amigos recién hechos, Toji Suzuhara y Kensuke Aida. Desde el regreso del joven Ikari, los tres muchachos habían encontrado entre sí cierta afinidad e inclusive hasta simpatía, no sin que antes Suzuhara quisiera ponerse a mano con Shinji, insistiéndole que lo golpeara en el rostro para poder recuperar su honor, el que consideraba perdido a causa de su vergonzoso exabrupto. La verdad es que no hubo de insistir mucho al respecto, y luego de que fuera derribado por Ikari, acorde a sus deseos, su incipiente amistad comenzó a consolidarse.

    El tema central en turno de la conversación del trío divagaba entre grupos musicales, películas de diversos géneros y actrices de televisión que poblaban sus más apasionantes fantasías. Una típica charla juvenil, hueca e intrascendente en su contenido pero de alto valor anímico; no obstante, dicho intercambio de ideas fue interrumpido por la representante de grupo, Hikari Hokkari, quien apareció a sus espaldas. Además, desde hace tiempo buscaba atraer la atención de Toji, cosa que aún no pasaba. Pero mientras eso ocurría, tenía que seguir intentándolo, hasta que sus esfuerzos resultaran fructíferos.

    —Buen día, a todos— saludó cortésmente, demostrando una formalidad rara en una jovencita de su edad —Disculpa que te interrumpa, Ikari, pero necesito saber: ¿pudiste dar aviso a Katsuragi de su situación?

    —Apenas hace un rato fue la primera vez que lo vi en toda la semana, concejal— contestó el aludido, tratando de no hacer una mueca de disgusto cuando hablaba de su compañero de cuarto —Y créeme, no estaba en condiciones de recibir ningún mensaje…

    —Yo no entiendo cuál es la apuración con que venga a la escuela— pronunció Toji en tono de chanza —Obviamente él no quiere estar aquí y todos nosotros estamos mucho más tranquilos sin él, todos ganamos de esta manera… ¿entonces cuál es el problema?

    —Sin mencionar que aún le tienes un miedo terrible, ¿no es así, amigo?— inquirió mordazmente Aida, sujetándolo del cráneo para restregar sus nudillos sobre él.

    —¡Por supuesto que sí, tarado!— arguyó Suzuhara, a quien no le costó mucho trabajo liberarse del agarre de su enclenque compinche —¡Si un tipo es capaz de levantarte veinte centímetros del piso con un solo brazo, lo más prudente que puedes hacer es mantenerte lo más lejos posible de él!

    —¡Otra vez con eso! ¡Ya te dije que no fue tanto, es sólo lo que tu pánico te hizo creer!

    —¡Oh, sí! ¡Olvidé que en lugar de acobardarte y esconderte como un marica detrás de la concejal, sacaste tu regla y mediste con exactitud el espacio que había entre el piso y la punta de mis pies mientras ese lunático me hacía como a una hilacha!

    —Qué cosa tan rara— comentó casualmente Hikari, aprovechando para intervenir en la conversación —No recuerdo que alguno de los dos se haya quejado de Katsuragi cuando les quitó de encima a Otsu… me asombra lo rápido que algunas personas pueden cambiar de opinión…

    —¿Quién es Otsu?— preguntó Shinji, quien ya llevaba suficiente tiempo en aquella escuela para saber que ninguno de sus compañeros se llamaba así.

    —Hayato Otsu era un estudiante de grado superior que asistía a esta secundaria antes de que te transfirieran— dijo Kensuke —Su padre tiene un puesto muy alto en el Ministerio del Interior, por lo que tenía mucho dinero e influencias… era él quien manejaba esta escuela como le placía, hacía lo que le viniera en gana y todos teníamos que resignarnos a ser sus peleles… no era una muy buena época para ser estudiante en este lugar…

    —Kensuke y yo, entre otros, le debíamos dinero por una apuesta que perdimos jugando un partido de béisbol— continuó Toji con el relato, cabizbajo —Nunca tuvimos el suficiente dinero para pagarle y cada vez subía más los intereses, iba a ser imposible que algún día pudiéramos pagarle,,,

    —Fue más ó menos por ese entonces que Katsuragi fue transferido— Hikari se entrometió una vez más, ante la renuencia de los otros dos —No tardó mucho en darse cuenta de la situación y a los pocos días vio como Otsu golpeaba a estos dos para sacarles todo lo que pudiera, sólo por el placer de hacerlo pues bien sabía que no tenían con qué pagarle… Kai los defendió y asustó tanto a Otsu que prefirió cambiarse de escuela muy lejos de aquí…

    —Katsuragi le rompió la nariz, arruinó su motocicleta y por poco hace que su padre perdiera su puesto en el gobierno— abundó Aida en los detalles.

    —¿Kai… Kai hizo todo eso?— preguntó Shinji, estupefacto.

    —Oh… ahora entiendo…

    Si bien Ikari no estaba al tanto de la complicada y tórrida relación que mantenían sus compañeros pilotos en secreto, sí era consciente que Ayanami representaba la motivación principal para muchas de las acciones que emprendía Rivera.


    —De cualquier forma, pienso que tendrían que estar un poco agradecidos con él— prosiguió Hokkari —Desde entonces las cosas por aquí han estado relativamente tranquilas… por lo menos tanto como se puede, con todo lo que hemos estado viviendo…

    —Así que eso piensas, ¿eh? ¡¿Y a qué se debe que de pronto te hayas convertido en la defensora de ese maniático?!— pronunció Suzuhara con cierto aire de reclamo —¿Qué, acaso ya te has hecho miembro de ese montón de locas que dicen ser su club de fans? ¡No lo dudo y ya hasta seas la presidenta!

    —¡Cierra la boca, tonto!— advirtió la jovencita, con la cara completamente enrojecida y enfurecida por que el despistado muchacho hubiera tergiversado todo —¡Ni siquiera sabes de lo que hablas! ¡Como concejal, es mi deber estar al tanto de la situación de todos mis compañeros de clase! ¡La misma atención que le pongo a Katsuragi es la misma que te puse a ti cuando faltaste tanto tiempo! ¡Además, si Kai falta una vez más acreditará a que se le dé de baja del curso!

    —La señorita Misato dijo a ese respecto que después mandarían un “aviso especial” a la dirección— interrumpió entonces Ikari, entrecomillando con los dedos —Aunque no sé a qué se refería al decir eso…

    —¡Ah, la señorita Misato!— Suzuhara y Aida repitieron sus palabras, suspirando con aire soñador.

    —¿Quién es esa “señorita Misato”?— preguntó Hikari con cierto dejo de molestia en su tono de hablar, al ver la reacción que provocaba en Toji la mención de esa persona.

    —Pues... — vaciló Shinji por un instante, antes de responder —Es mi jefa: Misato Katsuragi. Vivo con ella, ¿sabes?

    —¿Katsuragi?— dijo extrañada —¿Acaso es la mamá de Kai?

    —¡Claro que no!— replicaron casi de inmediato los otros dos muchachos, sumamente indignados de tal acusación —¡Ella es muy joven cómo para tener un hijo de catorce años! ¡Debe ser su hermana!

    Los tres voltearon hacia donde estaba Shinji, amagándolo con la mirada para que aclarara todo el misterio que planteaba tan peculiar parentesco.

    —Verán... — masculló, otra vez vacilante. Comenzaba a sentirse mal por estar hablando a sus espaldas —Creo que es adoptado. Me parece que su verdadero apellido es “Rivera”.

    —¿“Rivera”?— dijo el trío, incomodados por las cuestiones de su lenguaje natal, en donde no existe el sonido de la “r” fuerte. Trataban en vano de pronunciarlo del modo correcto, incluso Shinji era incapaz de hacerlo del todo bien.

    —Me quedo mejor con “Katsuragi”— acertó a decir Toji, ante la aprobación de los demás.

    Ikari ya se había quedado callado. Pensaba en cómo reaccionaría su compañero de cuarto si se enterara que estaban hablando de él cuando se encontraba ausente. Conociéndolo, de seguro se enfadaría. A decir verdad, la mayoría de las ocasiones lo más conveniente era que no estuviera presente, tal como se lo hizo ver Suzuhara:

    —“Libela” ó como sea, lo más recomendable es que te alejes de él tanto como te sea posible, si es que quieres conservar tu salud…

    —Es verdad— asintió Kensuke —Siempre pasan toda clase de cosas raras a donde quiera que va, y lo peor es que se lleva de corbata a quienes lo rodean…

    —Si no lo crees así, sólo mira como quedó Ayanami. Sabes bien todos los días que duró pareciendo una momia egipcia, con todos esos vendajes, y apenas está recuperándose de sus heridas… ¿de quién crees que fue la culpa?

    —No me digas que Kai…— murmuró Shinji con apenas un hilo de voz.

    —Bueno, no directamente— Toji se apresuró a corregir sus dichos, percatándose de la gravedad de la acusación que meramente insinuaba —Pero todos sabemos que estuvo involucrado en el incidente… supe que se trató de una especie de pacto suicida entre ambos que no salió como esperaban…

    —¡Estás mal de la cabeza si crees esos chismes de lavandería, amigo!— lo corrigió de inmediato su compañero que usaba anteojos —¡Es más que obvio que se trató de un atentado terrorista frustrado! ¡A todas luces se nota que el Frente de Liberación Mundial estuvo involucrado! ¿De dónde más crees que vas a sacar a un argentino muerto en el patio de la escuela?

    —¡Es verdad, debes tener razón, tiene que ser cosa de esos rebeldes!¡Viejo, ni siquiera tengo idea dónde queda Argentina!

    —¡Cállense ya los dos!— espetó enseguida la jovencita con peinado de coletas —¡Saben muy bien que todos tenemos prohibido hablar de lo que pasó! ¡Todos nosotros firmamos una cláusula de discreción, así que si quieren evitar problemas cierren sus bocotas, antes de que alguien más los escuche!

    El par de muchachitos hizo silencio de inmediato, encogiéndose sobre sí mismos como unos parvulitos reprendidos en medio de una travesura, sabedores que habían obrado mal. Shinji, por su parte, miraba hacia un lado y hacia otro, desconcertado por todo lo que se acababa de enterar, sobre todo por la abundancia de sórdidos detalles. ¿Cómo era que un simplón como Kai y una muchachita tan extraña como Rei acabaron involucrados en una complicada intriga internacional?


    De repente, sintió que alguien más lo estaba observando. Casi podía palpar la mirada que creía tener clavada. Barrió el área con la vista, en busca del espía. Se detuvo al llegar al lugar de Ayanami, unos asientos a lado de él. Era ella, no cabía duda alguna, quien lo estaba viendo fijamente, penetrándolo de lado a lado con las llamaradas que tenía en sus ojos. Su rostro, ahora ya libre de todo parche y vendajes, no reflejaba expresión alguna, recargado en su mano izquierda. Sin embargo, eran sus ojos los que hablaban por ella. Parecía estarlo contemplando con cierta curiosidad, pero a la vez con un despecho inexplicable, de origen desconocido.

    Apenas se percató que el infante se había dado cuenta de lo que estaba haciendo, rápidamente desvió la mirada hacia el frente, ignorándolo una vez más.

    “Rei Ayanami” murmuró Shinji, casi derritiéndose. Aquella había sido la experiencia más perturbadora, más excitante de su joven vida. También él había notado ese fuego que ardía y se consumía en su mirada, ese misterioso calor interno que irradiaba sólo a través de esa mirada, tan seductora, tan hipnótica. Luchaba por no ir a postrarse a sus pies.

    Antes, no le prestaba demasiada atención, precisamente por el carácter tan austero y distante de la muchacha. Ciertamente, fue por ella que se había decidido a pilotar al Eva 01, la primera vez. También era cierto que ya la conocía poco antes, aunque hubiese sido en una enigmática visión que tuvo en esa estación de tren. Pero la frialdad con la que trataba la chiquilla a sus semejantes, no sólo a él, había conducido a que se distanciara de ella, tomando la resolución de mantener su relación estrictamente en el ámbito profesional.

    Sin embargo, ahora era diferente. Ahora sabía que eso era sólo una pantalla, que había levantado quizás por protección. Ahora tenía por lo menos vestigios de la existencia de esa llama que ardía en su interior. Ahora notaba lo hermosa que era, a su manera. Era su extraña naturaleza y apariencia la que la hacía única, la que la hacía tan bella. Su figura esbelta, sus pechos nacientes, esas piernas largas y aquél cabello azul claro. Pero sobre todo esos ojos carmesíes, esas antorchas que eran el espejo en el cual se reflejaba su alma, su verdadero yo. Ahora, era precisamente ese hálito de misterio que la rodeaba lo que la hacía tan atractiva. ¿Qué era lo que escondía detrás de esa máscara autista? ¿Qué oscuro y apasionado ser moraba en su interior, en sus profundidades abismales e insondables?


    En ese momento entró el maestro al salón, cortando de tajo la cumbre de su éxtasis.

    —¡Maestro en el salón! ¡Todos de pie!— ordenó Hikari en el acto, asumiendo de nuevo su rol de guardiana del orden y la disciplina dentro del salón de clases.

    Shinji se detuvo a observar fijamente la espalda de Rei mientras ésta se ponía de pie, obedeciendo la indicación. Un pensamiento cruza cómo flecha silbante por su cerebro. ¿Acaso Kai también sabría la verdad acerca de Ayanami? Los dos ya estaban elegidos cómo pilotos antes de su llegada al Proyecto Eva. ¿Qué habría sucedido entre los dos en ese lapso de tiempo?

    Nada, nada, trataba de calmarse. En dado caso, no creía que Kai fuera tan observador cómo para darse cuenta de ese aspecto, y en última instancia, aún si sí lo fuera, lo más probable era que la jovencita no le había permitido acercarse, dado sus personalidades tan dispares. Rivera debía ser repelente para ella.


    Hace varios y repetidos esfuerzos por contenerse, arrugando la nariz y todo su gesto. Fracasa completamente. Con gran estruendo, Kai estornuda a pesar de sus intentos por evitarlo. La fuerza con que lo hizo fue tal, que lo deportó de inmediato del país de los sueños.

    “Alguien debió estarse acordando de mí” indagaba las causas de su estornudo, frotándose suavemente su compungida nariz, un poco irritada. Expele un profundo y grave bostezo, asemejándose bastante a un león macho, mientras también estiraba los brazos por encima de su cabeza, cómo si estuviera sacudiéndose de encima la pereza.


    No quería hacerlo. Pretendía quedarse a dormir durante todo el día, sin hacer nada más que caer en un profundo estado de inercia, desatendiéndose de la realidad. “Mejor me levanto” pensó, restregándose los ojos y rascándose el cuero cabelludo, “Luego en la noche no voy a poder dormir”. Entonces, poniéndose de acuerdo consigo mismo, procedió a levantarse y a desperezarse, saludando al nuevo día, aunque ya fuera bastante tarde. El sol ya estaba muy entrado en la bóveda celeste cuando se dignó a incorporarse a al vida. Serían algo así cómo las tres ó cuatro de la tarde, más ó menos, según sus cálculos, cuando abrió el balcón de la habitación y se asomó al exterior, para recibir un poco de calor de primavera.


    La boca le daba un sabor cobrizo, le daba la impresión que tenía un centavo en la lengua. Unas leves, pero persistentes punzadas taladraban su cabeza. Eran los devastadores efectos de la resaca. Sintió la imperiosa necesidad de hacer algo tan siquiera por amenizar sus síntomas, por lo que se dirigió a la cocina, en busca de algunos analgésicos y algo que estuviera caliente; lo de los medicamentos podía encontrarlos en abundancia dentro del botiquín que se encontraba en el baño, debido a que dados los hábitos de la señora de la casa, eran tan indispensables cómo el agua misma, sin embargo lo de encontrar algo caliente sería algo más que imposible, por lo menos en esa casa.

    Luego de haber vomitado copiosamente con la cabeza metida en el excusado, efectivamente pudo hacerse sin ningún problema de un par de Alka-Seltzer, los cuales disolvió sin contemplaciones en un vaso con agua, vaciándolo todo de un solo trago. Un poco más repuesto, se dirigió hacia la cocina, en busca de algo caliente que echar en el estómago. Sin muchas esperanzas, abrió el refrigerador, esperando encontrar algo decente que pudiera recalentar. En él se encontró con el contenido habitual, las latas de cerveza de Misato, y comida instantánea. Al ver las latas, el estómago protesta, rugiendo furioso. Con sólo observarlas le volvieron las ganas de vomitar, por lo que se apresura a cerrar la puerta del electrodoméstico, reponiéndose cómo pudo de las náuseas. En esos momentos no tenía apetito para la comida fácil de preparar, por lo que finalmente se decidió sólo por una taza de café, sin ninguna cucharada de azúcar. Muy pronto lo tuvo listo, gracias a las bondades de la cafetera. Lo bebió todo de tres sorbos, respirando aliviadas sus entrañas por el líquido caliente con el que las alimentaba. Le cayó de perlas, en su estado.

    Después, más despabilado, con la cafeína surtiendo efecto en su sistema, imaginó que es una buena hora para regresar al cuartel. A lo mejor en el comedor de empleados habrían preparado algún estofado ó guiso que pudiera ayudarle a su condición. Aparte, le preocupaban los que se habían quedado de turno y quería supervisar los pendientes que restaban, cómo el traslado de la unidad a su muelle de embarque.

    Se estiró y pronunció un largo bostezo para ahuyentar de nueva cuenta al cansancio, y se encaminó entonces a tomar una ducha. El agua estaba fría, sin embargo la sintió deliciosa, ayudándolo a despejarse por entero. Paseaba alegremente el jabón sobre su cuerpo, mientras entonaba alegremente:


    “Si te vienen a contar

    cositas malas de mí,


    manda a todos a volar,

    diles que yo no fui”

    “Yo te aseguro que yo no fui,

    son puros cuentos de por ahí,

    ¡ay mamá, que yo no fui!”


    El departamento se encuentra absolutamente solitario, a excepción del niño en el baño, y del pingüino que se encontraba correteando por toda la casa, por lo que nadie más que el intérprete podía escuchar la alegre y pegajosa tonada, célebre por la interpretación de Pedro Infante, legendario actor del cine de oro mexicano.

    —¿Y tú que me ves, montón de plumas?— preguntó el muchacho al animal, luego de salir de su regadera, después de que el avechucho lo observara detenidamente por largo rato, para al final ser perseguido por todo el lugar por el joven.

    Al acabar de asearse y vestirse, el niño salió del departamento, dejándolo ahora sí, solo con su plumífero guardián.

    —No le abras la puerta a desconocidos, ¿entendido?— fue su recomendación, antes de salir del recinto, despidiéndose —Ahí te ves, Pen.


    Dirigió sus pasos hacia el Cuartel General, a donde arribó sin demora luego de caminar por las desiertas calles de la ciudad por un rato. Una vez ahí dentro optó por apurar el paso por los extensos pasillos, casi trotando, dominado por una inusitada ansiedad, lo que lo llevó al punto de casi chocar con unas personas que iban bajando las escaleras.

    —¡Oye, Kai!— le dijeron, al reconocerlo, mientras seguía con su carrera —¡Si vas a tu hangar, ya no hay nada allí! ¡Ya movieron a Zeta a su muelle!

    —¡Muchas gracias!— respondió el chiquillo, levantando la mano y modificando su curso, torciendo a la derecha.


    ¡Qué grande era el cuartel! Era un complejo sistema de corredores y accesos conectados todos entre sí, con una cantidad considerable de cuartos y bastantes niveles y subniveles. Si uno no estaba familiarizado con las instalaciones, fácilmente podría perderse. Una razón más para que las visitas estuvieran estrictamente acompañadas por un guía. Hasta había un departamento especial en la organización para búsqueda y rescate de las personas extraviadas.

    Después de una extensa caminata, y ya que le quedaba de paso el cuarto de control, el joven pensó que sería bueno pasar un rato en visitar a los viejos amigos. Luego de haber atravesado varios accesos, pudo introducirse a la sala. Y ahí estaban, sentados en sus respectivas consolas, sin ocuparse de nada en específico.


    Tres jóvenes técnicos, quienes apenas comenzaban sus carreras, y sin embargo, dadas sus capacidades y aptitudes habían sido seleccionados de entre todo el personal para ser los operadores de los sistemas más esenciales de NERV. Ninguno pasaba de los 25 años, pero ya trabajaban estrictamente bajo las órdenes de los oficiales mayores del proyecto.

    De derecha a izquierda, primero se encontraba la linda Maya, Maya Ibuki, la simpática y amable asistente de la doctora Akagi, y por lo consecuente, era con quien menos trato de los tres tenía; sin embargo, su relación siempre fue muy cordial, gracias en parte al carácter tan afable de la chica. Era una oficial científica, encargada del mantenimiento de los Evas.

    Continuando, al centro, se encontraba instalado Makoto Hyuga, encargado de las comunicaciones y logística, subordinado inmediato de la Capitán Katsuragi. Tampoco tenía mucho trato con él, pero ya lo veía tanto que al final terminó por acostumbrarse a él. Un muchacho alto, que usaba gafas, de un metro ochenta y cinco, de complexión robusta debido a su entrenamiento militar. De hecho, tenía rango de cabo. Tipo algo serio y reservado a la distancia, pero a pesar de eso conocía bien sus sentimientos para con Misato. Cómo casi todo aquél que trabajaba de cerca con ella había enloquecido por ella. Sólo esperaba el momento idóneo para revelarle a su jefa sus verdaderos sentimientos, y por ende, al igual que todos los otros sujetos, se esforzaba por fraternizar con él. Eso estaba bien, ya que se había acostumbrado a esos admiradores secretos desde hace tiempo.

    Y al último estaba Shigeru Aoba, con quien más identificado y familiarizado estaba. Su relación era muy fraternal, bastante cercana. Ambos disfrutaban sobremanera la compañía del otro, así como las constantes y amenas charlas melómanas que sostenían cada que tenían la oportunidad. Tenía el cabello largo, cortado hasta los hombros, lacio y suelto, de carácter liberal y desinhibido, no obstante sabía desempeñar y acatar sus funciones con una eficiencia inaudita, aunque en ocasiones, al igual que sus otros dos compañeros, no estaba de acuerdo en la manera en que sus superiores se manejaban. Era el encargado del monitoreo de signos vitales y sincronía de los pilotos, además de ser subordinado del Subcomandante Fuyutski, cuyas ideas tan conservadoras muchas veces chocaban con las de su alterno. Y no en pocas ocasiones se lamentaba al ver el largo de su cabello, negando en silencio con la cabeza.

    Por esa razón congeniaban Kai y él, ya que los dos eran espíritus libres, radicales, que no se sometían tan fácilmente a la autoridad, rompiendo esquemas preestablecidos e instituyendo nuevos. Contaban con la fuerza, el fuego que les proporcionaba la juventud. Corrían juntos por las extensas llanuras de la libertad.

    Los tres, además de ser compañeros de trabajo, tenían algo en común: todos ellos habían sido alumnos de Rivera en la universidad, cuando a éste le dio por impartir algunas clases, antes de entrar al Proyecto Eva. A todos los había conocido en sus años de colegiales, y a todos había recomendado para que ingresaran a NERV, debido a su sobresaliente desempeño y demás habilidades.


    Los había agarrado en su descanso, que estaba por concluir.

    —¡Hola, chamacos y chamacas!— saludó Rivera al entrar —¿Cómo andamos por acá?

    —¡Qué tal!— respondieron los tres al saludo, casi al mismo tiempo.

    —¿Puedo tomarles una taza de café?— dijo el chiquillo, al observar en sus manos recipientes con el apetitoso líquido negro, que despedía un tentador halo de humo, dando constancia de su provechosa temperatura.

    —Seguro— le contestó Maya, señalando con el índice una mesa pegada a la pared —Ahí está la cafetera, y también unas galletas, por si quieres.

    —Muchas gracias— suspiró aliviado, dirigiéndose a donde le señalaban —Mataba por un sorbo de buen café.

    Fue y tomando un vaso de fieltro lo llenó hasta el tope. También, atendiendo a la invitación, tomó en una servilleta varias galletas dulces.

    —Qué bien le cae a un estómago vacío una bebida caliente— les confesó, parándose en la entrada y deleitando la infusión, dándole de sorbos.

    —Más cuando uno trae la cruda que te cargas, ¿no?— añadió Shigeru, al notar las perrillas en sus ojos, levantando las sonrisas de sus colegas —¿Qué tal estuvo la fiesta ayer?

    —A toda madre— pronunció, orgulloso de haberla organizado. Lo único malo había sido la resaca que ahora mismo sufría, pero aparte de eso, se había divertido de lo lindo con sus borrachines camaradas.

    —Sí, ya nos platicaron como estuvo todo— intervino Makoto, dándole de sorbos a su infusión.

    —Me hubiera gustado invitarlos, muchachos, pero no se podía. Era sólo para los de mi equipo, y cómo ustedes no quisieron entrarle... —añadió Rivera, reprochándoles de una manera bastante sutil que, en su momento, declinaran aceptar ser sus colaboradores.

    —Por cierto, qué malvado eres, Kai Katsuragi— advirtió Maya, enojada —¿Cómo está eso que también designes un equipo especial de mantenimiento? ¿No nos tienes confianza? ¿Crees que no podemos cuidar cómo se debe a tu Eva?

    —No, no es nada de eso— pronunció aturdido el chiquillo, queriendo salir por la tangente para no herir más susceptibilidades —Lo hice más que nada para no recortar tan drásticamente la nómina, además que pienso que tal vez la Unidad Z va a necesitar cuidados un poquito diferentes a las otras, y para no descuidar a las demás, pensé que sería lo mejor tener técnicos especializados.

    —De acuerdo, eso puedo comprenderlo— dijo Maya, pero sin quitar el dedo del renglón —Pero no creas que esto se arregla tan fácil, aún no acabo— agregó, amenazándolo con el dedo mientras cruzaba las piernas.

    —Oigan, ¿ustedes no sabrán dónde está Misato?— preguntó de inmediato el joven, queriendo desviar el tópico de la conversación para quitarse de encima a la ofendida asistente —Lo que pasa es que no la he visto desde ayer...

    —Está abajo, revisando los estatutos de sincronización con la Doctora Akagi— respondió en el acto Hyuga, señalando al subnivel que estaba tras él.

    Asomándose por la barandilla de la planta alta (que eran donde se encontraban ellos) del cuarto de control, saludó desde allí a su tutora.

    ¡Miss!— a veces la llamaba así, haciendo un juego de palabras con su nombre —¡Acá arriba! ¡Hola!


    —¡Hola, cariño!— contestó la mujer al saludo de su protegido, agitando el brazo derecho animosamente —¡Después nos vemos!— le dijo, mandándole un beso.

    —No deberías mimarlo tanto— inquirió Ritsuko, un tanto molesta de escuchar el tono meloso que Katsuragi empleaba.

    —¡Oh, tú sólo déjame ser!— respondió pronta, volteándose otra vez hacia la consola que ella y su confidente vigilaban celosamente.

    Rikko no estaba muy conforme con los datos que desplegaba el monitor que tenía frente a sí. Chasqueó la lengua, negando con la cabeza.

    —Era lo que me esperaba— suspiró, abatida —La sincronización de Shinji con la Unidad 01 se ha visto afectada de manera considerable. Mira los resultados de las últimas pruebas.

    —Muestran una tendencia a la baja— pronunció, contrariada —¿Cómo pudo suceder? Después de que Shinji resolvió todos sus conflictos, pensé que su sincronización se vería beneficiada, pero...

    —Pero Eva no lo está tomando de la misma forma— explicó la científica —Verás, al interrumpir Shinji el entrenamiento que venía realizando tuvimos que reajustar todos los sistemas a Rei, y comenzar desde un principio. Pero ahora que regresó, otra vez tuvimos que reconfigurar TODOS los sistemas, y seguir con el entrenamiento que había dejado trunco. No obstante, el comandante insistió que Shinji fuera reasignado a la Unidad 01, pese a que ya me anticipaba algo así. Los resultados de las pruebas de la última semana me lo confirman.

    —No lo entiendo— repuso la capitana —La primera vez que el chico piloteó a Eva pudo lograrlo sin ningún problema, a pesar de no tener un entrenamiento previo, ¿por qué ahora tiene que ser diferente?

    —Porque la primera vez no teníamos configurado el sistema para una persona en específico, así que fue relativamente fácil que el Eva 01 asimilara a Shinji, pero ahora... parece ser que se muestra un tanto confundido por los cambios tan repentinos.

    —¿Quizás mejoraría algo si volvemos a instalar a Rei?

    —No lo creo. Para el caso, resultaría lo mismo que ahora; además, comparando las pruebas, parece ser que Shinji tiene más posibilidades de volver a adaptarse.

    —Pero aún no está listo para una situación de combate—culminó Misato.

    —No— contestó, terminante, incorporándose —Sólo espero que no se les ocurra a los ángeles atacar por estos días; tampoco Kai está preparado para pelear.

    —No nos eches la sal, por favor— suspiró Misato, apesadumbrada, para luego reparar en el semblante de su compañera —Luces cansada, amiga…

    —Las preocupaciones parece que nunca terminan. Además de este asunto aún me tengo que encargar de cómo diablos vamos a disponer de ese cadáver de 150 metros de largo que tenemos colgando a las afueras de la ciudad— Akagi se masajeaba los senos nasales, buscando disminuir un poco la persistente migraña que la aquejaba —Tendremos que cortarlo en pedazos para su transportación y conservación para estudios posteriores, y no creo que tengamos el equipo necesario para realizarlo. Por si fuera poco, gracias al armatoste de Rivera todas nuestras solicitudes de fondos adicionales están congeladas…

    —Pensé que tener un Eva adicional sería una buena noticia, pero todo el día he visto solo caras largas por aquí…

    —¡No seas ingenua, capitán!— repuso enseguida la oficial científica —Si la O.N.U. cuenta con su propio Evangelion, entonces NERVy todo nuestro trabajo se vuelve obsoleto… si el Modelo Especial prueba ser funcional en combate toda nuestra operación se verá comprometida, incluso la agencia misma podría ser disuelta…

    —La última vez que revisé, lo más importante de todo era acabar con los ángeles… sin importar quien lo haga…

    —Dices eso tan tranquilamente porque no es tu trabajo el que está en riesgo, doble agente. Seguramente que tu muchachito se encargará de darte un muy buen puesto en el nuevo organismo que se cree para las operaciones de los Evas, ¿no es así?

    —Probablemente, sí, tienes razón. ¿No te hubiera gustado ser un poco más amable con él? Quizás de haberlo hecho ahora no estaría tan mortificada, Doctora Akagi…

    —¡Cierra el pico y vete de aquí ahora mismo! ¡Estoy muy ocupada como para estar soportando tus tonterías!

    —¡Está bien, está bien! ¡No te sulfures! Te prometo que intentaré convencer a Kai de que no te deje en la calle, quizás vaya a necesitar una asistente ó algo parecido…

    La respuesta que obtuvo a su mofa fue un bolígrafo que pasó volando por encima de su cabeza, mientras que se apuraba a alejarse de la mujer de cabello rubio que la fustigaba con la mirada.

    —¡Oye, salvaje, ten más cuidado! ¡Pudiste haberme sacado un ojo! ¡Inconsciente!


    Una vez que Rivera abandonó la sala de controles, no tardó mucho tiempo en arribar al muelle en donde reposaba su creación. Quería ver que tal se veía en pie, aunque fuese rodeada por líquido conservador y sólo fuese visible la cabeza y el cuello.

    “Las pruebas comienzan mañana” pensaba “Nunca está de más una rápida revisión para asegurarse que todo se encuentre bien”.

    Traspasó varias vallas y enormes puertas de seguridad antes de poder llegar a su destino.

    La emoción infantil que poseía momentos antes, desapareció cómo neblina al contemplar la enorme máquina ante él. Por eso había venido aquí. A reflexionar.

    A lo largo de su corta vida, para muchos, Kai Rivera había creado bastantes atrocidades, todas ellas con el firme y único propósito de lastimar y dañar al prójimo; claro que, la mayoría de las veces, lo hizo sin el conocimiento pleno de lo que pudiera causar cómo consecuencia. Poseía una de las más grandiosas mentes del planeta, que bien pudo, ó mejor dicho, debió haber sido aprovechada para ayudar a todo el género humano, para poder encontrar las curas a muchas de las enfermedades intratables, ó restaurar el ecosistema del planeta después de la catástrofe, ó simplemente para hacer la vida más sencilla; en lugar de realizar aquellas maravillas que tan sólo se consideran sueños, por culpa del mal manejo, no se dedicó mas que a crear nuevas y más atroces formas de asesinar, muchas más de las ya existentes en ese entonces.


    Pero todo aquello, bien pudo habérsele sido perdonado, ya que no actuaba en forma deliberada, y jamás podía imaginarse los horrores que desataría con lo que él consideraba tan sólo un simple juego. Después de todo, en esos días aún era un pequeño inocente, ignorante de la barbarie que reinaba en el mundo exterior, en el mundo real. En ese entonces sólo se trataban de ecuaciones matemáticas que necesitaban ser resueltas, un juego de acertijos que lo estimulaba y lo entretenía sobremanera.

    Pero ahora, ahora no había excusa alguna. Actuó con premeditada deliberación, a sabiendas de lo que iba a ocurrir después de hacer su obra maestra. El arma definitiva. La máxima máquina de matar que se había creado en la historia. La observaba de frente, aborreciéndola. La odiaba profundamente. Pero en cambio, el robot se mantenía indemne, mirándolo también fijamente a través de sus visores color rojo, majestuoso y digno cómo una estatua. No muchas cosas pueden darse el lujo de tener a su creador cara a cara.

    Después de todo: ¿Qué era, en principio, un arma? Un instrumento destinado para defenderse ó atacar. Una ramificación del impulso humano creativo, motivado en gran parte por el instinto de la supervivencia. El hombre, indefenso ante sus depredadores, tuvo que esforzarse, empeñarse en hacerse de un lugar en la rama evolutiva. Fue su ingenio natural, un don fomentado a través de millones de años de evolución hasta derivar en la ciencia, el que lo impulsó a crear esas herramientas. Objetos de los cuales el ser humano se vale para lograr diversos objetivos. El de las armas ya ha quedado estipulado. Defensa. Ataque. Defenderse de sus agresores, mejor dotados por la naturaleza con dientes afilados, garras y músculos fuertes y tensos, ágiles. Pero desprovistos de la inventiva del género humano. El hombre de las cavernas tuvo que hacer mano de lo que estaba a su alcance, huesos, palos, piedras, y haciendo una combinación de éstos elementos, ó bien utilizándolos individualmente, fue cómo ideó el garrote, la lanza, el arco y las flechas.

    Sin embargo, ¿qué fue también lo que propicio cruzar ese umbral tan delgado, tan diáfano que separa a la defensa del ataque? En un principio, quizás fue la necesidad de comer. La recolección de frutos y granos bien pudo haber pasado a un segundo plano en el momento que los seres humanos percibieron las ventajas y bondades de la caza. Entonces sus utensilios derivaron a ser utilizados en el ataque, posicionándose del rol del cazador, en lugar de ser la presa. No obstante su inventiva con la que fue provisto, también contaba con un instinto animal. Los animales no saben de ética ó de derecho, ellos sólo saben de supervivencia. Un grandulón abusivo ó una manada vecina intentando apoderarse de la comida, el agua, el refugio ó las hembras tal vez propiciaron conflictos. En ese momento se quebró la frágil línea que separaba de utilizar un arma para defenderse y para cazar de infringirle un daño a alguno de tu propia raza por la competencia. Y allí se originó la ambición. Y ésta dio a luz al asesinato. El pensamiento humano fue evolucionando, y por consecuencia sus indispensables armas. Los palos y piedras dieron lugar al hierro candente, y éste a la pólvora y la pólvora al poder del átomo. Nuevas y mejores formas no sólo para protegerse del enemigo, sino para liquidarlo por entero, sin dejar rastro de él en la faz del planeta.


    En ese caso, desde los huesos hasta los rayos láser de alta intensidad, todos ellos no dejaban de ser simples objetos que permanecían inertes hasta que alguien los usara. Una metralleta no podía levantarse sola y escupir toda su carga contra una familia entera de campesinos. Concluyendo entonces, la verdadera arma, el arma perfecta era precisamente la propia inteligencia del ser humano. Era ella la que convertía los restos óseos de un animal de gran tamaño en un garrote que podía aplastar un cráneo cómo una nuez ó la que utilizaba un simple rayo de luz continua en un láser que era capaz de rebanar el acero cómo mantequilla, y ni qué decir de las carnes de un ser humano.

    En aquellos días no habría de qué preocuparse, ya que por el momento, sólo se dedicarían a combatir ángeles. El problema sería tiempo después, cuando los militares se dieran cuenta del potencial destructivo de las Unidades Eva, y entonces comenzaría una nueva carrera armamentista en todo el mundo. De hecho, a estas tempranas horas ya había comenzado. Sabía que ya se construían Evas en muchas partes del mundo: América, China, Alemania, Rusia...

    ¿Qué le garantizaba que la humanidad no cruzaría de nuevo ese umbral, y saltar de defenderse de extraños agresores, a atacar a su propia especie, motivada por la ambición?

    Se podía imaginar las guerras del futuro. Con sus mecanoides, las bajas de la milicia se sostendrían al mínimo, claro está, y los únicos que sufrirían serían la población civil. Ellos serán los afectados, cuando las batallas de los gigantes destruyan sus ciudades y sus edificios. Sus hogares. Y de nueva cuenta, los únicos que sacarán provecho serán los gobiernos, y claro está, las compañías constructoras de los mensajeros de la muerte, quienes cobrarán puntualmente sus honorarios. La vida de miles, por unos cuantos millones de dólares. Mundo tan estúpido.


    Con dificultad, trepó hasta el hombro del robot, evitando caerse en el líquido que tenía a su alrededor. Mucho dependía de él. De él dependía evitar todo aquello. Era por eso que saboteaba las operaciones, que destruía planos e instalaba programas secretos en las computadoras de todo el Geofrente. Cuando todo acabara, destruiría los Evangelion, borraría toda la información de los bancos de datos y acabaría con todo vestigio físico que pudiera darles una idea de cómo construir a los titanes de acero. Y él, se llevaría el secreto a la tumba.

    Siguió observando detenidamente a su creación, casi con pesar. Y es que, ¿En realidad era esa desdichada criatura sin alma, la culpable de todo aquel peligro? Claro que no. Era la misma raza humana, que con su ignorancia, la utilizaría para destruirse. Aunque sonara trillado, era cómo dejarles las llaves de un arsenal nuclear a unos niños pequeños. No estaban listos para algo cómo esto. Aún no.


    Miraba a la máquina, y en ella no sólo encontraba metal y conexiones. El creador podía encontrar un reflejo, un vestigio de sí mismo en su creación. Y quizá eso era lo que más le molestaba. Entonces... ¿Esa sería una manifestación de su verdadero ser? ¿Su naturaleza estaba presente, aunque sólo fuese en parte, en aquél monstruo de acero?

    No podía encontrar la respuesta.

    —Perdóname— susurró el joven científico, acariciando la aleación de la máquina, a la altura del rostro —Nada ha sido culpa tuya.


    El Eva de Kai no era muy diferente al que piloteaba Shinji, sólo que era un poco más grande en cuanto a altura y volumen. Mediría, a lo sumo, unos 120 metros de altura. También, al igual que la Unidad 01, tenía integrado consigo un Motor S2, un sistema generador de energía basado en la teoría de supersolenoides defendida por un tal Dr. Katsuragi. Cuando EVA contaba con este motor, supuestamente su tiempo activo podría ser extendido al infinito. Aunque eso aún no se había comprobado, ya que aún le faltaban varias pruebas por hacer, y además nunca en toda la historia del Proyecto una Unidad Evangelion había alcanzado ese inmenso nivel de energía.

    Y en lo único en que se diferenciaban a primera vista era en los colores, ya que el Modelo Especial era verde oscuro, con algunas franjas amarillas. En donde debieran estar las orejas, (basándose en un modelo humanoide) se encontraban dos formas ovoides, con dos barras verticales sobre ellas. Este modelo también tenía los ojos al descubierto por el yelmo, aunque a diferencia del de la Unidad Uno, el casco era de una sola pieza.

    Ojos rojos cómo las llamas del infierno, y unos dientes enormes y afilados, cómo los de un tiburón. Un trío de espolones adornaban las placas que protegían ambos antebrazos, completando así su diferencia física con el Eva 01. Una apariencia bastante aterradora, al primer vistazo, que era lo que más impresionaba. Parecía un demonio que había podido escapar de su cautiverio, listo para producir pesar y condenación a los mortales.


    El muchacho está muy sumido en sí mismo, con sus pensamientos, pero aún así pudo denotar la presencia de un visitante, quien apenas había ingresado al muelle de embarque. Volteó hacia dónde estaba ella y la contempló embelesado. Siempre que la veía pensaba que era la criatura más hermosa sobre la faz del mundo. Rei caminaba con ligereza y gracia, sin ninguna prisa, con las manos juntas detrás de su espalda, mirándolo trepado sobre el hombro del coloso. Su gesto era el cotidiano, serio y formal. Su tono de voz era idéntico, uniforme, impidiéndole demostrar algún tipo de emoción; empero, era tan suave, tan melodiosa y sensual, que siempre se perdía por ella. Se desvivía por hacerla hablar, para que sus oídos se regocijaran en tan hermoso sonido. Sin embargo, en esta ocasión no tuvo que esforzarse mucho para lograr su objetivo.

    “Dios terminó su trabajo el séptimo día, y en él descansó de todo lo que había hecho”— la jovencita parafraseó una cita bíblica, sin quitarle la vista de encima ni a él ni al titán, confundiéndose y fusionándose en uno solo por un momento. También había notado que existían varios aspectos del creador en su obra.

    —Pues por lo menos un rato, cuando menos— respondió, casi susurrante, pensando en lo bella que se escuchaba la palabra de Dios de sus labios —Desde mañana van a ser días bastante cansados, con todas esas tediosas pruebas de sincronización que voy a tener que hacer...

    —Ojalá pudiéramos cambiar lugares— confesó la chiquilla, descorazonada. Ahora que Ikari había regresado a ser piloto del Eva 01, y que la Unidad Cero aún no era reparada, no tenía muchas cosas que hacer.

    —No creo que pudieras pilotarlo— le dijo el muchacho, a sabiendas de lo que le acontecía —Para ser honesto, dudo mucho que alguien más que yo pueda pilotear este cacharro.

    La jovencita lo observó unos cuantos segundos, desconcertada. No pretendía ser arrogante, eso era seguro, entonces lo que enunciaba el chiquillo era cierto. ¿Pero cuál era, entonces, la causa de ello? ¿Otra característica distintiva de ese “Modelo Especial”?

    —¿No quieres subir?— le preguntó, sacándola de su confusión por un momento, sólo para sumirla aún más en ella, cuando pronunció: —Ven, pásale con confianza— y de inmediato la mano derecha del gigante emergió del tanque y se colocó a la altura de los pies de Ayanami.

    Ésta, sorprendida, no pudo evitar lanzar un apagado grito de exclamación, debido a lo repentino del movimiento. El corazón le daba de tumbos. Estaba asustada.

    —No tengas miedo, no pasa nada— la tranquilizó, volviendo a instarla a acompañarlo arriba —Sube, no hay de qué preocuparse.

    Precavida, aun con ciertas reservas al respecto, abordó la palma del coloso, con sumo cuidado y muy, muy despacio. El titán entrecerró sus dedos cuidadosamente, para que la muchacha pudiera asirse de ellos mientras la subía. Era increíble. De seguro aquella mano podía pulverizar roca sólida con relativa facilidad, y sin embargo, ahora la albergaba a ella con tanta delicadeza, transportándola suavemente hasta su destino.

    —Con cuidado— le advirtió Kai una vez que estuvo a la altura del hombro izquierdo, que era donde él estaba —No te me vayas a caer— ofreciéndole su mano para que se apoyara al pasar de su transporte hasta su lado.

    —¿C- Cómo?— acertó Rei a decir, vacilante y atónita, cuando estuvo junto a Rivera, y la mano del robot retornó a su lugar original.

    —No tengo la más mínima idea— reveló despreocupado, pasándole el brazo por la cintura y estrechándola contra él —A lo mejor estamos más unidos de lo que parece— pronunció, refiriéndose a la máquina y a él.

    Ayanami entonces se dejó querer. No le afectaba en mucho. Recargó ligeramente la cabeza sobre el hombro del chico, permitiéndose apreciar más a fondo las características físicas del Eva Z. Reparó en los ojos.

    —¿Ojos rojos?— inquirió, intrigada por el curioso detalle. Eran del mismo color que los suyos.

    —Puedes decir que es un homenaje en tu honor— confesó sin tapujos —Además, se ve más macabro, ¿no lo crees?

    —¿Pretendes utilizar una guerra psicológica contra esos seres?— preguntó al percatarse de los ángulos agudos, los tonos terciarios y las líneas inclinadas que prevalecían en el diseño del gigante —Podría funcionar con seres humanos, no lo dudo, pero: ¿Cómo estar seguro que esas criaturas pueden percibir la realidad del mismo modo que nosotros lo hacemos?

    —No puedo asegurarlo, pero tenía que hacer el intento— respondió —Aún así, servirá cómo advertencia a la población, para que mantenga su distancia.

    —Les prestas mucha atención a esas minucias, ¿No es así?

    Bastó una sola expresión de Rivera, tan solo un gesto, para que pronto la mano del robot les sirviera de nueva cuenta de elevador. De veras que se comenzaba a acostumbrarse a su material. Era todo lo que esperaba, y más.

    —Sólo trato de no perder de vista el objetivo principal de este proyecto— contestó mientras la ayudaba a subir a la palma del robot —Hay que tenerlo siempre bien presente, sino será muy fácil desvirtuar nuestra misión.

    —¿Ah, sí?— dijo la chiquilla, ya en el piso, tomada de la mano del muchacho —¿Y qué misión es esa?

    —Salvar a la humanidad, qué más.

    —Tienes tus directrices bien trazadas, no puedo negarlo. Pero, ¿en serio piensas que ése es el verdadero propósito de Eva? ¿Salvar al mundo todos los días, y permitirles a toda esa gente que ni siquiera conoces continuar con sus existencias, con sus trabajos en las fábricas y sus crías en la casa para alimentarlas, sólo para que a su vez éstos crezcan y tengan a su vez descendencia que alimentar, y entonces trabajar para lograrlo? ¿No se te hace muy cíclico, tan inservible? ¿Y dónde entras tú en todo eso?

    —Pues podrá parecerte muy poca cosa— pronunció apesadumbrado por el tono que usaba al hablar de esa vida, a la vez que los dos se sentaban, aún tomados de la mano. Guardaba ciertas esperanzas de poder participar en ello, junto con Rei. Él, en el trabajo, consiguiendo el pan de cada día, ella en la casa cuidando a los retoños. —Pero para todas esas personas es su razón de ser. Después de todo, ésa es la razón de ser de los seres vivos, ¿no? Nacer, desarrollarse, reproducirse y morir. Cosas bastante simples al primer vistazo, pero que en realidad son la esencia de la vida misma. Son las cosas por las que vale la pena vivir. Es gracias a ese ciclo tan monótono al que te refieres que los organismos, absolutamente todos, han podido evolucionar a través de las épocas, marchando cada vez más y más cerca de la perfección. Todo en esta naturaleza va encaminado a ella.

    —Sin embargo, en ocasiones los seres vivos no pueden llegar a ella con la rapidez debida; es decir, no pueden adaptarse al medio ambiente por que su evolución se estanca. ¿Ó me equivoco? Y entonces viene la extinción. Es cuando entra en vigor eso de “supervivencia del más apto”.

    —Supongo que eso es verdad.

    —Pero aún no me has respondido del todo: ¿Dónde entras TÚ en todo eso?

    —Me parece que soy un organismo obsoleto en el sistema— reveló, cabizbajo —Moriré, sin haber vivido en realidad. Yo no podré reproducirme, ni siquiera lograré desarrollarme por completo. Estoy condenado al olvido.

    Al palpitar su pesar, no obstante su rígida apariencia, Ayanami se enterneció con sus palabras, logrando solidarizarse con su pena. Su corazón latía con fuerza, mientras se acercaba más y más al joven, y paseaba su mano por su rostro.

    —Eso no es cierto— le dijo amorosamente —Yo nunca podría olvidarte— para terminar dándole un apasionado beso en los labios.

    Katsuragi esbozó una sonrisa nerviosa y su expresión parecía la de un idiota mientras aún saboreaba los labios de su pareja, sin atinar a hacer otra cosa que no fuera reír entrecortadamente como una colegiala apenada.

    —Te está saliendo sangre de la nariz— observó entonces la muchachita a su lado, sin demostrar alarma por ello —¿Esa es una de esas cosas que le pasan a los muchachos cuando se excitan?

    —¡Diablos, no!— se apuró a exclamar el joven, cubriéndose el rostro con las manos y echando la cabeza para atrás —Creo que mover esta cosa remotamente tiene más efectos secundarios de los que me suponía… es la última vez que trato de impresionar a alguien con esto… siento como si los sesos se me fueran a escurrir… ¡Ay, dolor!


    Permanecieron inertes de esa manera por algunos breves segundos más. Entonces, con el rabillo del ojo la jovencita se percató de que alguien se estaba acercando a paso veloz. Apenas y pudo reaccionar, arrojando a Kai lejos de sí, empujándolo con las manos por el pecho. El infante no evitó darse un golpe en la cabeza con el piso, preguntándose que había hecho ahora de malo. Al mismo tiempo que un sujeto largo y macilento entraba al muelle, Rei se alisaba los pliegues de su falda y se aprestaba a salir pronto de ese lugar.

    El tipo, que traía uniforme de oficial científico, seguía con la mirada a la muchacha, boquiabierto. Después, con la misma expresión en su rostro, observó al chiquillo aún tendido en el suelo.

    —¿Acaso vi lo que creí ver?— lo interrogó, atónito, una vez que la niña se había marchado.

    —Seguro, y si mi abuelita tuviera ruedas sería el batimóvil— le dijo, un tanto molesto por su inoportuna interrupción, poniéndose de pie y acariciándose la nuca —¿Qué me tienes de nuevo, Takashi?


    Kenji Takashi, de unos treinta años, individuo que cómo ya se ha dicho era alto y delgado, pero con una higiene pulcra e íntegra en toda su persona, lucía su uniforme con orgullo y porte, enseñoreándose a su paso; era ni más ni menos que la mano derecha de Rivera en la planeación y construcción de la Unidad Z, su segundo al mando. Sin su presencia, sin su rigurosa disciplina y puntualidad muchas cosas no hubieran podido realizarse. Un auténtico perfeccionista, se vislumbraba a primera vista en su apariencia. Un enajenado del trabajo y de la superación laboral. Pero no era tan rígido y serio en el fondo, permitiéndose en ocasiones a él y a sus empleados ciertas libertades, sabedor de que el trabajo excesivo no conduce a nada.

    Los dos se habían conocido en la universidad, cuando Kai apenas cursaba sus primeros estudios superiores, aunque más bien su estadía en la institución fue corta, concluyendo con el curso con bastante rapidez. Al principio, Takashi, dado su carácter, se había empecinado en superar a aquél niño que a la tierna edad de seis años ya era universitario. Debido a los tiempos tan adversos que enfrentaba el mundo, no podía darse el lujo de ser un profesionista promedio, y para eso tenía que igualar al mejor, y superar al mejor. Hizo el intento, eso no podía reprochársele. Sin embargo, pronto se dio cuenta que era bastante difícil, por no decir imposible, competir en contra de una esponja que absorbía y se llenaba de conocimientos en cuestión de minutos, por lo que al final se vio abatido y derrotado en muy poco tiempo.

    Se dejó abrumar por el fracaso, sumiéndose en un montón de angustias y traumas emocionales que a punto estuvieron de hacer que perdiera la cordura, de no ser por la oportuna intervención del mismo chiquillo. Quizás fueron las palabras tan llenas de sinceridad que le dirigió, ó que el muchacho se enterneció con el infante, el caso fue que Rivera le hizo darse cuenta que en un mundo que necesitaba a gritos ser reconstruido, no tenía mucho caso obsesionarse ni encerrarse en una tarea tan enfermiza cómo la de ser mejor que todos los demás, y que más convenía que usara sus ánimos e ínfulas en algo más productivo. Al fin y al cabo, al único que debería superar, día con día, era a él mismo y no a nadie más.

    Desde en ese entonces, una fuerte amistad los dejó prendados uno del otro, y aunque no se vieron en mucho tiempo, siempre recordaban con gran estima y aprecio a su amigo de la universidad. El destino, ó más bien la disposición y el deseo de Kai de trabajar a su lado, los había unido de nuevo.


    Encajaban muy bien como equipo, siempre lo habían hecho. La disciplina y la responsabilidad indeleble del japonés le daban un cauce para su realización, además de practicidad a los diseños, a la creatividad e ingenio del muchacho, que valga la redundancia no era ningún adicto al trabajo.

    —Nada importante, sólo para entregarte la cédula de las actividades y pruebas de sincronización que tienes para mañana— pronunció Kenji entregándole una carpeta repleta de hojas —Uy, camarada, me parece que ahora sí te vas a tener que alinear por la derecha y aplicarte, porque ahora sí te van a traer corto.

    —¡Ja!— se mofó el infante, revisando los horarios de la carpeta —¿Quiénes?

    —Todos— contestó de inmediato —Desde el Comandante Ikari hasta el Secretario General. Las Naciones Unidas van a querer ver de inmediato que su inversión les dé dividendos.

    —Tengo mis prioridades en orden, créeme— dijo, negando con la cabeza al ver las horas de práctica que tendría para el día de mañana.

    —Pues no sé, yo que tú tendría cuidado— le advirtió —Esto ya no es la escuela, y podrías hacer enojar a mucha gente, gente importante, poderosa.

    —No te preocupes, todo va a salir bien— respondió, cerrando la carpeta —Mejor debieras ocuparte en hacer algo por esta agenda, si la sigo por lo menos una semana me va a matar.

    —Te dije que los jefes quieren darse prisa. No creo que se pueda hacer mucho al respecto, así que ni modo, te vas a tener que aguantar.

    —Ya veremos. Voy a intentar que me recorten el tiempo que uso en la mañana para la escuela, y aprovecharlo para distribuir mejor las horas de trabajo. ¿Quién te la dio?— preguntó agitando el bonche de papeles en su mano —¿Ritsuko?

    —No. Maya— contestó con aire soñador, de enamorado.

    —Ya veo— pronunció Rivera con una sonrisa de picardía en los labios —Así que todavía no te has dado por vencido, ¿eh? Me lo esperaba de ti.

    —Por lo menos ya di el primer paso. Ella ya sabe que existo. Y a propósito— le dijo, haciéndole un candado a la cabeza con el brazo —Muchas gracias por presentármela, amigo. No hubiera podido hacerlo sin tu ayuda.

    —Y yo que creí que cuando te la presentara ni le ibas a hablar después— musitó con dificultad, aprisionado en aquél castigo —Aún así, no te confíes, que la competencia está muy reñida. Te lo digo para que después no vayas a chillar.

    —Lo sabía— alarmado, con cara de espanto, soltó en el acto al muchacho —Era cierto lo de Shigeru y ella...

    —Andas mal, compañero, muy, muy leeeejos. No es por allí la cosa.

    Kai miraba a su mejor amigo en el mundo, ilusionado y a la vez sufriendo por el amor. ¿Cuántos había cómo él? A todos los hombres y mujeres les llegaba el momento de enamorarse, aunque sólo fuese una vez en la vida. Empero, cada vez que hablaban al respecto le producía tanta lástima, tanto pesar que su compañero estuviera enamorado de una lesbiana, sin saberlo.


    Se hacía de noche en el Oriente. Y amanecía en el Occidente. La mitad del mundo se iba a la cama, mientras que la otra mitad se prestaba a salir de ella y a reemplazarlos en la frenética producción mundial, que no podía ser detenida jamás, a riesgo de un colapso económico total.

    Precisamente en el Hemisferio Sur, en el lado donde la madrugada empezaba a menguar y el alba a despuntar, se encontraba una pequeña isla volcánica, con apenas unos quince años de edad. Magma solidificado alrededor de un volcán que permanecía inactivo desde el Segundo Impacto, fecha que lo vio nacer, constituía el sedimento de aquella pequeña balsa de apenas unos tres kilómetros de diámetro en el Océano Pacífico; razón por la cual no era merecedora siquiera de ponerle nombre.

    No parecía nada importante, salvo un montón de roca fundida que amenazaba con ser devorada por el mar de un momento a otro. Bastaba un solo movimiento telúrico para que fuera engullida por las aguas y no dejar ni rastro. Nada a lo que se le pudiera sacar provecho.

    No obstante, no debemos olvidar que la grandeza se encuentra precisamente en la humildad, en la sencillez. Justamente, un pequeño sismo hace que la isla se desintegre y se precipite al océano, mientras el coloso de fuego rugía furioso y escupía lava y ceniza a los cielos, al ser devorado y consumido por el mar, todo esto en cuestión de unos cuantos minutos, diez a lo mucho. Nadie presenció el ocaso del lugar, cómo tampoco nadie había sabido de su existencia. Pero el sacrificio de aquella insignificante porción de tierra había rendido un fruto, algo por lo que valió la pena desquebrajarse y precipitarse al lecho marino. Algo se ha liberado, y algo se mueve, se desplaza con una gracia celestial por entre las corrientes, tomando un rumbo predeterminado, trazado por líneas invisibles que lo llevarían hasta su destino final.


    Ignorantes de todos estos sucesos, los hombres y mujeres de la tranquila Tokio 3 duermen apaciblemente, auspiciados por un falso y frágil sentimiento de seguridad y confort. Y de la misma manera, despiertan al siguiente día, sin saber lo que el futuro les tenía deparado.

    Eran las 7:30 de la mañana, en punto, cuando el reloj despertador sonó a todo volumen:

    “¡¡Pi-ka-chuuuuuuu!!”

    —¡Ay, cabrón!— vociferó Rivera, despertándose sobresaltado por el intenso volumen del aparato electrónico.

    Cubriéndose el rostro con su mano izquierda, con algo de sueño aún a cuestas, deslizó la otra mano, y a tientas logró apagar la alarma de su despertador, que en la pantalla plana mostraba a una simpática especie de ratón amarillo y brillantes mejillas rojas, que invitaba a su propietario a levantarse con sus estruendosos chillidos.

    “No voy a poder soportar todo esto” pensaba mientras luchaba por que sus ojos no se volvieran a cerrar; si lo hacían, era seguro que se volvería a quedar dormido. ¿Cómo le hacía Shinji para levantarse tan temprano, sin ninguna ayuda? Media hora antes se levantaba sin problema alguno, y eso que se habían acostado a la misma hora.

    Maldecía a los jefes, por obligarlo a pasar por ese martirio. Le escupía mentalmente a la Doctora Akagi toda sarta de insultos y blasfemias, odiándola aún más cuando ella y el comandante se habían negado a acceder a su petición. “Es vital para el desarrollo de la misión que te compenetres lo más que se pueda a tus compañeros pilotos”. Todo eso no era más que un montón de inmunda y fétida mierda. Lo hacían sólo por mantenerlo lejos del cuartel y poder obrar a sus anchas, y nada más.

    Con lentitud, entre bostezo y bostezo, se enfundó en su uniforme escolar, cuya camisa dejó sin abotonar para dejar al descubierto su camiseta de color que tenía puesto debajo de ella, para contrastar con los grises tonos de la vestimenta estudiantil. De la misma manera, se puso sus sandalias para andar por la casa y se dirigió directo al baño, a empaparse la cara de agua fría, lo que ahuyentó en definitiva el cansancio que presentaba anteriormente.

    Cuando salió del baño notó que su compañero de cuarto no quiso esperarlo y se fue a la escuela sin él. Era evidente que aún quedaban vestigios de rencor en su contra, provocados por los anteriores roces entre ellos dos. Tal vez sería necesario hablar con él un poco. Después de todo, si ya era definitivo que se quedaría a vivir con ellos, convenía limar asperezas para poder llevar todos la fiesta en paz.

    Y a pesar de todo, le había preparado el desayuno, que se encontraba en una bandeja en la cocina, despidiendo un suculento aroma a recién hecho. Quizás había una leve esperanza, después de todo, para que pudieran entenderse y hasta agradarse. Dio un muy buen primer paso, que era darle de comer. Posiblemente algún día sería capaz de perdonar su estupidez, si seguía en ese plan. Una vez que ingirió sus alimentos se sintió lleno, rebosante de energía para gastarla a sus expensas durante todo el día.


    Propósito que se evaporó tan rápido cómo llovizna de verano al caer sobre el ardiente asfalto; ya que apenas cuando llegó a la escuela y entró al salón de clases, se apiló sobre su asiento y se puso a dormitar despreocupadamente. Un breve rato después ya se encontraba profundamente dormido, ante el manifiesto enojo de la concejal de grupo, que le dirigía miradas de ira extrema cada vez que alguno de sus ronquidos llegaba hasta sus oídos, al igual que algunos maestros.

    El reclamo no se hizo esperar a la primera oportunidad que la joven tuvo, en el primer descanso de ese día. Apenas sonó el timbre, marcando su inicio, cuando la muchacha enfiló resuelta hacia el problemático estudiante, y armada con una regla de plástico, le atizó un golpe en la base del cráneo, suficiente para despertarlo.

    —¡Oye, eso duele!— despertó al fin, quejándose.

    —¡Escúchame muy bien, Katsuragi!— pronunció Hikari con voz airada, haciendo caso omiso de su lamentos —¡Tal vez a ti no te interese en nada tu porvenir académico, pero todos los demás tenemos que estudiar si queremos trabajar y comer!—le recriminaba, amenazándolo con la regla en mano—¡Así qué te agradecería mucho que nos mostraras por lo menos un poco de respeto y dejaras de distraer a tus compañeros de clase! ¡Por Dios, eres un cínico desgraciado!— fulminaba, asestándole otro golpe con la regla.

    —¡Está bueno, ya entendí!— acertaba a decir el muchacho, indefenso ante los embates de la chiquilla, cubriéndose inútilmente con los brazos —¡Ya no me pegues!

    —Pero qué genio te cargas, ¿eh?— dijo abatido, una vez que la joven cesó su ataque, retractándose en el acto cuando vio que se prestaba de nuevo a arremeter en su contra —¡No es cierto, no es cierto!— blandía las manos delante de él, para detenerla —Tienes mucha razón, no, lo que es más: tienes toda la razón. Admito que hice mal. De ahora en adelante, prometo solemnemente— y aquí poniéndose de pie, con la mano sobre el corazón —Que TRATARÉ de no quedarme dormido en clases, y ya no faltar ni un solo día a la escuela... — su teléfono celular, timbrando, lo interrumpió en ese momento —¿Bueno?

    —Soy yo— era Misato la voz del otro lado de la línea —Avísales a Shinji y Rei que dentro de tres minutos un carro pasará por ustedes tres. Los necesitamos aquí.

    —¿Qué pasa?

    —El radar detectó algo a unos kilómetros de la costa. Es un Código Azul.

    —Muy bien— asintió el infante —Allá nos vemos.

    Y ante la rubicunda vista de su compañera, salió del recinto, en busca de los otros dos pilotos, tomando sus pertenencias. “Oye” le dijo, antes de salir “Por lo menos vine, ¿no? Ya si me tengo que salir antes de tiempo es otra cosa.”


    Unos cuantos minutos antes, en el Cuartel General de NERV, el llamado Geofrente, ubicado a kilómetros bajo Tokio 3, todo transcurría con normalidad. Los preparativos para las pruebas de sincronización entre el Segundo Niño y la Unidad Z estaban siendo arreglados, entre otras cosas, así que mucho del personal científico estaba ocupado. Shigeru tardó un poco en darse cuenta que una alarma en su consola pitaba ininterrumpidamente desde hacía unos momentos. Al percatarse de la situación, un poco nervioso se puso a verificar los datos que le llegaban a su terminal, y una vez que estuvo seguro que no había ningún error en todo eso, siguiendo el protocolo para ese tipo de situaciones, hizo sonar la alarma general. Un Código Azul había sido detectado.

    Así era cómo se le designaban a los códigos genéticos de los Ángeles, cada vez que uno de ellos rondaba por la ciudad y sus alrededores.

    De inmediato, y a toda prisa, al igual que cada vez que sonaba esa alarma, la sala de controles se vio inundada de gente, todos asistiendo a sus puestos de combate.

    —¿En dónde se localiza en este momento?— requirió Gendo apenas cuando entró a la sala, a su puesto que estaba por encima de los operadores.

    —El satélite lo detecta en el paralelo 32, meridiano 138. Se mueve a una velocidad de 180 kilómetros por hora, en dirección hacia Fujisawa. Si mantiene constante esa velocidad, llegará a tierra en unas dos horas con veintidós minutos— se apresuró a contestar Shigeru, un poco asustado porque el equipo debió haberlo detectado desde mucho antes, y no quería que los jefes se enteraran que tardó tanto en avisar de la emergencia.

    —Envíen al equipo de reconocimiento a hacer contacto visual con el objetivo— ordenó Fuyutski, haciendo uso de su autoridad. Con un gesto adusto, moviendo la cabeza, Ikari aprobó la decisión.


    Acatando las órdenes con la eficacia característica de la milicia, un par de veloces y modernos helicópteros de reconocimiento despegan de su base y se dirigen presurosos a las coordenadas indicadas. En tan sólo 20 minutos ya se encontraban en el sitio señalado.

    La radio captaba las señales emitidas desde las aeronaves, mientras que el monitor desplegaba las imágenes que transmitían en vivo, desde el lugar de los hechos. A través del mar azul profundo, sólo se divisaba una enorme silueta negra debajo de la corriente marina, desplazándose con una rapidez inaudita para algo de ese tamaño.

    —...repito, hemos obtenido contacto visual con el blanco... — comunicaba uno de los pilotos de los vehículos aéreos, venciendo cualquier interferencia, por lo que se le escuchaba nítidamente —Tiene aproximadamente unos 200 metros de longitud, y se desplaza por la corriente a una velocidad fija de 180 kilómetros por hora, a unos 300 metros de profundidad. Al parecer, su destino final es Fujisawa. Cambio.

    —Entendido, equipo Eco, regresen a la base de inmediato. Cambio— contestó Hyuga, tomando la radio. Empero, no pudo terminar de dar las indicaciones necesarias, cuando fue súbitamente interrumpido.

    —Dogma Central, algo le ocurre al blanco... repito, Dogma Central, el blanco ha alterado su trayectoria... se dirige... se dirige...

    El tripulante no alcanzó a concluir con su información. De repente, apenas un borrón en la pantalla precedió a algo que pareció un fuerte impacto. Después de eso, nada, salvo la estática.

    —Restablece el contacto con el equipo Eco. ¡Pronto!— le ordenó la Capitán Katsuragi a su alterno, conociendo de antemano que resultaría inútil.

    De todos modos, así lo hizo su subordinado.

    —Equipo Eco, aquí Dogma Central, responda. Cambio— al no obtener nada más que estática, lo intentó otra y otra vez —Equipo Eco, aquí Dogma Central, responda. Cambio. Equipo Eco, aquí Dogma Central, responda, por favor. Cambio— repitió el procedimiento un rato más, hasta que al último terminó por desistir —El equipo Eco ha sido derribado, señor.

    Instintivamente, todas las miradas en la sala de control se posaron sobre del Comandante Ikari y de Fuyutski. Habían mandado a cuatro hombres a su muerte. Un silencio sepulcral se apoderó de todo el recinto, hasta que el mismo Gendo lo ahuyentó, sacudiéndose de encima las miradas de sus tropas.

    —Traigan a los Niños— dijo con su voz imperiosa, de hierro, sin ningún dejo de arrepentimiento ó consternación en ella.


    Al parecer, los temores de Ritsuko se habían vuelto una angustiante realidad. Todo parecía indicar que un Ángel se aproximaba a tierras japonesas, y en esos momentos no había alguien que pudiera oponérsele. El muy desgraciado había planeado bien su jugada, atacando precisamente cuando más débiles se encontraban. A menos de dos horas para un ineludible enfrentamiento, no lograban ponerse de acuerdo en quién debería ser el piloto elegido para tal proeza. La lógica señalaba que Shinji Ikari era el más idóneo de los tres niños para llevar a cabo la tarea, y era el mismo Comandante Ikari quien defendía esta idea, después de todo era el único de los chiquillos que había realizado numerosas pruebas de sincronía y era el que más apuntaba a una pronta mejoría; no obstante, las Naciones Unidas pujaban fuertemente para que su nuevo modelo Eva entrara en acción, a pesar de no haber sido probado, ni siquiera en el simulador. Pero lo que deseaban afanosamente sus líderes era volver a tener jurisdicción y control absoluto de las acciones hostiles en contra de los colosos. Querían recuperar el poder que les había sido arrebatado, de una manera u otra. La decisión ya no estaba en manos de NERV, sino que se debatía muy lejos del territorio nipón, allá en la isla sede de la O.N.U., los despojos de lo que algún día había sido Nueva York.


    Y mientras que el tiempo transcurría, se gastaba y se desperdiciaba, los jóvenes pilotos se alistaban para un probable enfrentamiento. Inclusive Rei, que desde un principio se encontraba descartada, se atavió con su traje de conexión, el cual era blanco y negro, y se ajustaba adecuadamente a su precoz cuerpo, dejando a la vista sus seductoras dimensiones.

    Shinji desde hacía tiempo había hecho lo mismo con su atuendo de batalla. Al contrario, Kai, quien era el que menos familiarizado estaba con el procedimiento fue el que más tardó en vestirse para la ocasión.

    No sin mucha dificultad fue que por fin logró meter el cuerpo entero, desnudo, en la dilatada vestimenta. Después alcanzó el dispositivo instalado en la muñeca izquierda, y al presionarlo todo el traje se contrajo, es decir que redujo su tamaño hasta quedarle puesto cómo una segunda piel. Le permitía una completa libertad de movimiento, además de una máxima protección contra impactos garantizada. Todo parecía estar en orden. Allí mismo en su muñeca se encontraban, junto al dispositivo de ajuste de talla, el reloj electrónico, con cronómetro, una brújula y un monitor de los latidos de su corazón y signos vitales. Y también ese extraño aparato en pecho y espalda, destinado a proporcionar algunos primeros auxilios, cómo masaje al músculo cardíaco, en caso de ser necesario, y de mantenerlo con vida por lo menos hasta recibir atención médica competente. Él mismo había sugerido uno que otro de esos menjurjes, pero de igual modo no dejaron de parecerle algo extravagantes, por lo menos en diseño.

    “¿Realmente tienen que estar tan ajustados?” se preguntó mentalmente, revisando cada minucia de su nueva prenda “Con las tipas no tengo ningún problema, pero hace que los hombres nos veamos gay…”

    En cuanto a apariencia, no era, al igual que su Unidad Eva, tan diferente al de Ikari. Era la misma línea, idénticas las dos. Lo único característico eran los colores, y más bien uno solo, ya que los dos compartían uno: el negro. El que complementaba era el verde oscuro, tirándole más a un verde olivo. Eso, y la insignia de una Z muy estilizada, gravada afanosamente en pecho y espalda.


    “El mío está más bonito” pensó sin embargo, al comparar su uniforme con el de Shinji, a su lado, de mientras que esperaban sentados en un pasillo el acuerdo final de la comandancia.

    —¿Aún no han dicho nada?— preguntó Rivera, luego de un rato de estar muy callados y serios los dos, nada más por hacer conversación. No es que estuviera muy dispuesto a a hacer las paces con Shinji, pero aquél silencio sepulcral resultaba bastante molesto.

    —No— le contestó lacónicamente. Pero luego, cómo si quisiera rectificar, añadió —Creo que no tienen ni idea de qué hacer, ¿verdad?

    —Pues sí, eso ha de ser— respondió Kai a su vez, carraspeando y luego tragando saliva.

    Se le acabaron las palabras, y ya no supo más que decir. Otra vez ese perturbador silencio se apodera del pasillo. Ese silencio tan incómodo, con la incertidumbre de saber en qué estaba pensando el otro devorándolos.

    —A propósito— pronunció Kai, aclarándose la garganta otra vez —Gracias por el desayuno.

    —No fue nada. Es lo menos que puedo hacer por ti por alojarme en tu casa.

    —Pero de todos modos, el arroz te queda muy bien, ¿eh? Y el té tampoco estaba nada mal.

    —Me imaginé que Misato y tú no están muy acostumbrados a la comida casera.

    —¿Bromeas? ¡Tenía años sin haberla probado! No desde que... — se frenó, teniendo la precaución de no entrar en terrenos escabrosos —De todos modos, fue un buen cambio...

    —¿Ni Misato ni tú saben cocinar?

    —¡Por favor! ¡Domino a la química molecular como a mi perra! ¡Para mí, mezclar ingredientes en porciones aceptables para que sean comestibles debería ser cosa de niños!

    —Entonces… no sabes cocinar, ¿cierto?

    —Los huevos fritos siempre me salen un poco quemaditos, pero con un poco de cátsup puedes disfrazar el sabor— musitó lastimeramente el muchacho, chocando la punta de sus dedos índice entre sí mientras realizaba un puchero.

    Ikari trató de no estallar en carcajadas. Era la primera ocasión que alguna ocurrencia de su compañero le parecía divertida.

    —Siempre me asombra todo lo que eres capaz de hacer, es impresionante— confesó Shinji, sofocando su risa entrecortada —Estaba llegando a pensar que no había algo que no pudieras hacer, pero ahora… ¡Pfff, bueno! ¡Me alegra enterarme que sí eres humano, después de todo!

    —Un simple ser humano, de carne y hueso, como tú ó cualquier otro hijo de vecino… con todos sus defectos… pero también con un montón de otras virtudes— respondió Rivera, algo despechado por ser blanco de burlas.

    —Disculpa, no quise ofenderte— se excusó su acompañante, secándose una lágrima en la comisura del ojo —Como te lo había dicho, me impresiona bastante todo lo que puedes hacer… no creo que cualquiera pueda jactarse de haber construido su propio Evangelion ó de ser tan listo y reconocido como tú… ¡Ser todo un doctor, tan joven! Y a la mayoría de las personas les agradas bastante… me hace sentir un poco mal conmigo mismo, que soy tan inútil a veces…

    —Shinji— pronunció Katsuragi, tan serio como pocas veces se le veía —Créeme: no tienes nada que envidiarme… agradece por las cosas que tienes en la vida. Eso que tú das por sentado muchos ya lo quisiéramos…

    La mirada severa del joven de cabello castaño se perdió entonces en algún punto indeterminado frente a él, sus profundos pensamientos ocultos. Era en momentos como aquél que Ikari podía entrever la existencia de algo más profundo que su ridícula pose de descuidado cabeza hueca que Rivera aparentaba ser la mayor parte del tiempo.

    —Todo este tiempo me he estado preguntando— mencionó el muchacho japonés, volteando hacia el techo encima de ellos —¿Qué hace un doctor de 14 años asistiendo a clases a una escuela secundaria? No tiene sentido, ni para mí ni para los otros chicos…

    —Mucho menos para mí, a decir verdad— Kai contestó de inmediato —La excusa que me dieron es que, mientras más tiempo pasara en compañía de los otros pilotos nuestra coordinación en combate aumentaría considerablemente. Pero en realidad creo que me mandaron a ese lugar porque hay bastante gente que no me quiere tener aquí… ó no le conviene que esté rondando por este lugar… Hasta ahora les he seguido el juego porque… bueno… hay cosas que sólo puedo hacer estando en la escuela…

    —Acosar a Ayanami es una de ellas, ¿cierto?

    —Se le llama “admiración unilateral persistente”— respondió su compañero con las mejillas completamente encendidas —Pero para ser sincero, no estoy muy acostumbrado a tratar con gente de mi misma edad. Lo que pasa es que toda mi vida he tenido que convivir con personas adultas. Es por eso que cuando me toca estar con todos ustedes no puedo entender cabalmente su comportamiento y su manera de ser. No comprendo muchas de sus motivaciones, no tienen sentido para mí. Muchas de las cosas que les parecen importantes, por mi parte yo no les concedo cualquier clase de valor. Casi todo el tiempo me siento como un extraterrestre en ese saloncito de clases…

    —Creo que puedo entenderte… yo también me he llegado a sentir así… pero, quizás, si nos lo permitieras y te abrieras un poco con nosotros, si te dejaras de poses absurdas y te mostraras tal y como eres, podríamos ayudarte a que te sientas integrado… no tienes que estar solo todo el tiempo, ni cargar todo el peso del mundo sobre tus hombros, ¿sabes? Después de todo, y aunque no lo recuerde, eres el primer amigo que tuve, y los amigos están para ayudarse entre sí…

    —Agradezco lo que tratas de hacer Shinji, en serio que sí— pronunció Katsuragi, recargándose sobre su asiento provisional —La verdad es que llegué a juzgarte muy mal en primera instancia…hoy puedo darme cuenta que no eres tan mal sujeto después de todo, cuando no estás arrojando ladrillos a mi cabeza, y Misato te tiene en alta estima, eso es algo que habla muy bien de ti… pero la cruda realidad es que tú y yo nunca podremos ser amigos.

    Los ojos de Ikari se abrieron de par en par ante la devastadora sinceridad de Kai, quien continuaba despreocupadamente:

    —Ahora que Zeta está terminado mi trabajo consiste esencialmente en hacerte quedar mal, a ti y a la Unidad Uno, y dejar sin trabajo a tu padre. No es nada personal en tu contra, son sólo negocios e impedir que tu viejo siga sangrando el presupuesto de la manera que lo hace, quien sabe para qué… pero eso no significa que no podamos ser civilizados al respecto… a lo mucho, creo que podemos tener una especie de rivalidad cortés…

    —¿Rivales? — repitió Shinji, sin dar crédito a lo que escuchaba —Aprecio que seas tan honesto conmigo… creo… ¿pero no te parece… un disparate?

    —Es lo más que te puedo ofrecer, eso sin ser un hipócrita ó adoptar “poses absurdas”… lamento que las cosas sean así. ¿Qué dices, entonces? ¿Rivales?

    El joven le extendió la mano derecha con el puño cerrado. Con un gesto le dio a entender que debían chocar sus puños como parte de algún ritual para sellar su complicada relación.

    —Rivales entonces— asintió Ikari, chocando su puño como se lo indicaban.

    Ayanami salió a su encuentro justo en el momento que los dos estaban trenzados en ese gesto, estrechando los lazos de su supuesta “rivalidad”.

    —El comandante quiere verlos— les hizo saber, con el mismo tono mesurado de siempre, observando detenidamente sus manos entrelazadas en ese gesto a todas luces amistoso.


    En esa ocasión, las olas llevaban algo más que agua salina. En esa ocasión, la brisa marina no refrescaba cómo siempre, sino que se respiraba un aire tenso, pesado en extremo. En esa ocasión las gaviotas no surcaban el cielo. Sólo helicópteros del gobierno japonés. Una media docena de ellos, de los más modernos y maniobrables. Una sobresaliente arma guerrera. Inservible en contra de este enemigo.

    Dos flamantes acorazados propiedad de las Naciones Unidas, auténticas fortalezas flotantes de batalla, cortaban las aguas mientras se abrían paso, cargando con su imponente arsenal a cuestas. Tendrían la misma utilidad que sus compañeros voladores.

    Todos ellos serían más que meros espectadores en el drama de la supervivencia de la raza humana. Desterrados de la tarea por la que originalmente fueron concebidos, se limitarían a presenciar impasibles mientras otros luchaban su pelea.

    “...repetimos, las órdenes son de no atacar, que quede entendido, no atacar y solamente monitorear y rastrear las acciones del enemigo. Informen a la brevedad posible...”

    Si por los hombres que tripulaban todos esos vehículos bélicos fuera, ninguno de ellos estaría en ese lugar. Conocían bastante bien a lo que se exponían. Todos ellos supieron en su momento lo que había pasado con los escuadrones que se enfrentaron al Tercer Ángel. Nadie sobrevivió a ese desastroso encuentro. ¿Quién les aseguraba que ellos sí lo harían?

    No obstante, ellos obedecían órdenes, además de tener un deber moral que cumplir, sin que importara el costo.

    Además, ¿quién sabe? Las cosas marcharon muy bien para la milicia durante la batalla contra el Cuarto Ángel, no se reportaron bajas durante esa pelea. Tal vez la historia podría repetirse, y ellos podrían contarles a sus descendientes que vieron a la muerte cara a cara y vivieron para contarlo.


    El buque acorazado modelo AAA, el S.S. Maryland, aportado por la Marina de los Estados Unidos de Norteamérica fue el primero en avistar el contacto. Su sonar detectó el objeto ya antes descrito pasar justo debajo de su posición a 300 metros de profundidad. Eso fue lo último que pudieron reportar.

    Un intenso fulgor, resplandeciente tal cual amanecer, acompañó al Maryland cuando se hacía mil pedazos y estos caían rápidamente hacia el mar, el cual los engullía con rapidez. Llevándose en esto la vida de 72 hombres, entre tripulantes y oficiales. Los restos de la otrora orgullosa nave belicosa fueron a reposar al lecho marino, entre algas y demás vida microscópica. Serían un excelente hogar para el coral y diversa vida marina.

    El Luxemburgo, compañero alemán del Maryland, un poco más adentrado en aguas japonesas, no tardó mucho en reaccionar.

    —¡¡¡El Maryland cayó, repito, el Maryland cayó!!!— vociferó espantado el oficial a cargo de las comunicaciones.

    —¡Me importan una puta mierda las órdenes!— gruñó el capitán del buque, un ajado lobo de mar, tomando la radio para dirigirse a los artilleros —¡Vuelen a ese desgraciado de aquí al otro mundo!

    Oh, sí. Claro que, cumpliendo con las explícitas órdenes de su oficial al mando, los artilleros dispararon las minas. Por supuesto que éstas dieron justo en el blanco. Y desde luego que no surtieron efecto alguno en el objetivo, que continuaba campante su lúgubre nadar entre las corrientes marinas.

    —¡El enemigo está debajo... !— el encargado del sonar no pudo terminar su frase.

    El Luxemburgo desapareció en una explosión multicolor, arrojando por los cielos llamaradas de ceniza y humo que al final, fueron a acompañar al Maryland a su último puerto. 65 vidas fueron cegadas en ese momento, consumidas en la candente explosión que devoró por entero al Luxemburgo.


    —El Maryland y Luxemburgo fueron hundidos. Repito, el Maryland y Luxemburgo están destruidos. No hay sobrevivientes— acertó a decir el piloto de uno de los helicópteros japoneses, ante la espantosa escena de esos infiernos flotantes —Esperen, un momento. Hay un movimiento muy extraño allá abajo...


    Era como si el mar se estuviera partiendo de abajo hacia arriba, dando a luz a un monstruoso titán que emergería de su interior. La playa recibía a un aterrador visitante, gigantesco y mortal. Lo que salió primero de entre las columnas de agua fue una cabeza, ovoide y blancuzca, con una hendidura que posiblemente ocultaban los ojos de la bestia en su interior. Después le siguieron los anchos hombros y parte del expuesto tronco, que albergaba a su Núcleo, una esfera de color rojo incrustada en su pecho, quizás el único punto débil de esas criaturas. Luego salieron a la luz los largos y delgados brazos que parecían nunca acabar del todo, sacando a relucir unas enormes y afiladas garras que tenía por manos, para apoyarse en la arena mientras salía completamente del agua, emergiendo sus piernas dobladas, pero fuertes a primera vista y para terminar con una extensa cola que culminaba en un agudo filo.

    El Quinto Ángel saludó al sol, abriendo sus brazos para estirar la pequeña cabeza que poseía en comparación a su monumental cuerpo, que medía desde la punta de la cola hasta su diminuta cabeza 200 metros de longitud, por unos 70 de alto.

    Cómo insectos, con la décima parte de su tamaño, las aeronaves niponas revoloteaban a su alrededor, atentos a cualquier movimiento suyo, pero eso sí, guardando una sana distancia con su blanco.


    El coloso en principio parecía desorientado, aturdido. ¿Adónde ir? Pudiera pensarse que estaba fatigado luego del largo viaje que tuvo que emprender desde aquella remota isla hasta este punto. Y de seguro hundir esos enormes barcos no era cosa sencilla. Recuperaba el aliento, eso es lo que estaba haciendo.

    Error. Lo que hacía en realidad era examinar la trayectoria de sus vigilantes, y bastó un solo movimiento de su brazo derecho, el cual se alargó aún más y de forma considerable, asemejándose a la lengua de un camaleón cuando se estiraba de esa manera para derribar a dos de las aeronaves en pleno vuelo. Cuando hizo esto, su extremidad pareció estar compuesta de líquido viscoso, para luego retornar a su estado sólido original.

    Los otros cuatro se dispersaron, despavoridos, retirándose desde distintas posiciones. Ahora, el cazador se volvía la presa. Mientras huía, el titán se lanzó a la persecución de un helicóptero en particular, casi arrastrándose por la arena con esos largos brazos que tenía, arrastrando los nudillos y las rodillas.

    —¡Nos encontramos bajo ataque, base!— alertaba constante el aterrado piloto, haciendo uso de toda su habilidad para evadir al monstruo que tenía tras él —¡Envíen refuerzos, por el amor de Dios! ¡Ayúden...!

    El vehículo se convirtió en un montón de chatarra apenas cuando la criatura lo hubo atrapado en la palma de una de sus manos, cerrándola abruptamente, lo que bastó para reducir a despojos a la nave guerrera.

    —Escuadrón Avispa, evacuen de inmediato, repito, evacuen de inmediato!— les suplicaron desde su base, esperando que alguno de ellos pudiera escapar con vida.

    Una vez que acabó con el tercero, el ángel se dio media vuelta, en busca de los restantes. Se alejaban a unos 45 grados desde su posición, a muy alta velocidad. Dada su precaria condición de trasladarse en tierra, era poco probable que los alcanzara si los acechaba cómo al anterior. Apoyándose en su cola para no caer de bruces al suelo, extendió ambos brazos al cielo. Parecía que iba a orar. En eso, las extremidades volvieron a estirarse de la manera antes descrita, dando la impresión que se derretía al calor del sol, pero conservando su cohesión y moviéndose a voluntad.

    Las manos, con esas afiladas garras, maniobraban por los aires con la gracia con que lo hubiera hecho un avión caza, impulsadas por esos líquidos brazos que se extendían a placer y según la conveniencia.

    A pesar de la rapidez de los helicópteros, y de los desesperados intentos de sus ocupantes por salvarse, no tardaron demasiado en sucumbir al igual que sus compañeros derrotados. Dos explosiones simultáneas adornaron el azul celeste del firmamento, dejando al último soldado a la deriva.


    El apesadumbrado teniente, al timón de su vehículo, el Avispa 03, se encontró abrumado por muchos pensamientos mientras surcaba los aires sin una dirección fija. La base estaba muy lejos de allí, y no se veía por dónde llegarían los esperados refuerzos. Su vida desfilaba ante sus ojos, próximo a reunirse con el Creador. Muchas eran las imágenes que surcaban a toda velocidad por su cerebro. Muchas eran las imágenes que le llegaban por toneles. De su madre y hermana, a las que no volvería a ver. De su esposa e hijo, que no lo volverían a ver. De sus camaradas ya fallecidos, que lo esperarían en el más allá. De su patria, a la que había fallado en defender.

    Desde su punto de vista, sólo habría un resultado final: la muerte. Y para ella, únicamente dos opciones: la muerte deshonrosa, y una muerte honorable, la muerte de un valiente. Fue así que un simple piloto de la Fuerza Aérea del Imperio Japonés, un sujeto cómo cualquier otro, al que pocos recordarían, llamado Kojiro Kanzaki, escogió morir tal cual le habían enseñado en la academia y a todo lo que representaba y protegía: luchando hasta el final, a pesar de no tener posibilidades de vencer. De frente al sol.

    Sobreponiéndose a sus miedos, llenándose de coraje y entereza, dio una vuelta en u, enfilándose directamente a su agresor, esquivando primero un brazo, luego el otro. Comenzó a vaciar todo su arsenal, desde los misiles guía, hasta la artillería convencional, una vez que los primeros se le terminaron. Todos acertaron, estrellándose de lleno con el campo A.T del coloso. Se había quedado ya sin municiones. Aceleró. Con premura se dirigió hacia su destino, y emulando a los antiguos Kamikazes de la Segunda Guerra Mundial, se aseguró de la destrucción del enemigo. Sudando a chorros agua helada, se quitó de un movimiento el casco y la máscara de oxígeno, apretando los dientes para no vacilar en el último instante:

    ¡BANZAI!

    El metal se estrelló y deshizo al contacto con el escudo que protegía al gigante, haciendo un estridente ruido y cayendo el último de los combatientes, el último vestigio que quedaba de la fuerza militar de la zona.


    Ignorando aquella conmovedora, pero inútil última obra, el monstruo atrajo de nuevo sus brazos, examinando cuidadosamente el área. Ya no quedaba alguien que pudiera oponérsele. Decidió emprender la marcha. Le quedaba mucho trayecto que recorrer para llegar a Tokio 3. Había gastado mucho tiempo en reducir a la resistencia militar, y sus verdaderos oponentes ya bien podrían estar informados de su posición.


    Apenas se disponía a partir cuando se encontró interrumpido de tajo. No pudo reaccionar adecuadamente, y cuando apenas se enteraba el Eva 01 ya le había caído encima, utilizándolo para amortiguar todo el impacto de su caída de mil metros.

    Proceso algo doloroso para el titán, tomando en cuenta la altura, la fuerza de gravedad y el peso del objeto que aterrizó en su espalda.

    —No pude llegar a tiempo— comunicaba Shinji al cuartel por la radio —Según parece, toda la misión de reconocimiento ha sido destruida.

    En el acto procedió a instalar el cordón umbilical en el enchufe de la espalda del robot, cargando en sus manos una toma energética portátil, que se ajustó a la cintura.

    Al final, la lógica se había impuesto sobre el deseo de poderío, y fueron Ikari y su Unidad Eva quienes a final de cuentas resultaron ser los elegidos para la misión de eliminar al nuevo ángel. Rivera y la Unidad Z permanecieron en el cuartel, en calidad de reserva; aunque difícilmente llegarían a ver acción, a menos que algo extraordinario sucediera.


    Doliéndose todavía, el monstruo fue a confrontar cara a cara a su recién llegado contrincante. Luego de permanecer unos segundos muy quieto, estudiando al enemigo, arremetió en su contra con uno de sus brazos tan dúctiles.

    El Eva 01 apenas y si pudo esquivar el ataque, agachándose con unos reflejos de calidad felina, aunque sólo para quedar a boca de tiro para un soberano coletazo que la bestia le propino al girar rápidamente sobre su propio eje.

    Hasta el océano fue a dar el androide, impulsado por la fuerza con que había sido golpeado; el piloto, boca arriba y aquejando lo tremendo del impacto, tentándose la frente se alegró de haber conservado la cabeza en su lugar.

    Contra todo pronóstico, la criatura no se abalanzó sobre su contrincante. Todo lo contrario, permaneció inmutable en su lugar sobre la arena, observando de frente al robot que momentos antes había mandado a volar. No parecía interesarle mucho una confrontación con ese armatoste. Tan sólo se había cobrado del golpe antes recibido, y ahora que había saldado su cuenta le interesaba más continuar con su ya de por sí atrasado itinerario que envolverse en una vulgar lucha de perros.

    Entonces, ignorando garrafalmente a Eva, le dio la espalda y se propuso a retirarse de ese sitio. Para tal objeto, avanzó dificultosamente unos cuantos pasos, hasta que, apoyándose en sus extensos brazos y sus poderosas piernas se lanzó por los aires pegando un increíble brinco que lo catapultó a las alturas.

    El infante, quien continuaba tirado en el agua, se limitó a ver a aquella oscura mole cortar el aire y perderse de vista en el horizonte, sin medios a su alcance para perseguirlo.

    —¡Maldición!— musitó molesto, golpeando con sus puños el agua salada a su alrededor.


    Describiendo una clara trayectoria de parábola, el gigante en cosa de unos cuantos segundos se encontraba a una veintena de kilómetros de donde había desembarcado. Cuando aterrizó en piso, por un brevísimo intervalo de tiempo, únicamente le bastó aprovechar el impulso y la inercia que llevaba para apoyarse de nuevo en el piso con sus fuertes brazos y “rebotar” para proseguir su camino. Aquella misma trayectoria lo conducía directamente hacia la ciudad de Tokio 3. La cual, vale la pena acotar, en esos momentos se encontraba indefensa ante el invasor.


    —¡El enemigo se dirige hacia aquí!— pronunció alarmado Shigeru, apenas dando crédito a lo que sus instrumentos mostraban —¡Viene a una velocidad increíble!

    —Calcula el tiempo de llegada exacto, y dinos de cuanto tiempo disponemos. También por donde llegará— dispuso Fuyutski sin un halo de duda en su voz.

    —A esa velocidad constante, no tardará más de cinco minutos en arribar por el sudoeste de la ciudad.

    —¡Con un demonio!— profirió Misato, poniéndose de pie y blandiendo sus puños —¡Ese malnacido sabía muy bien que nos dejaría indefensos si dejaba a Shinji en ese lugar!

    —No tenemos mucho tiempo— pronunció entre dientes el viejo.

    —Díganle al avión grúa que regrese por la Unidad 01 cuanto antes, y comiencen cuanto antes la evacuación de los distritos de esa zona— indicó en el acto el comandante, permaneciendo sentado en su mesa, sin que su rostro revelara impresión alguna. Estaba muy pensativo, escogiendo el camino a seguir.

    Al parecer, sólo quedaba una opción, por desagradable y riesgosa que ésta fuera. Una llamada telefónica se lo confirmó.

    —¿Sí?— contestó, recogiendo el auricular de su sitio —Muy bien. Entiendo. En ese caso, no me queda más remedio que acatar la decisión de la Junta de Seguridad. Así se hará, señor.

    Con evidente disgusto, colgó el aparato, una vez terminada su conversación. Kozoh, a su lado, le inquirió con la adusta mirada que tenía. Con un solo gesto, Gendo confirmó sus sospechas.

    —Que Rivera se prepare para abordar la Unidad Z— les hizo saber a la vez a los operadores y a su segundo —En tres minutos exactos, las hostilidades en contra del Quinto Ángel volverán a ser jurisdicción del Consejo de Seguridad.


    —Cielo Santo, sabía que algún día llegaría este momento, pero nunca pensé que fuera tan pronto— admitía la Capitán Katsuragi, de pie junto a su protegido, ambos esperando el traslado del Eva Z a la plataforma de abordaje. La mujer le acomodaba los cabellos, cómo una madre ave acicalando a su bebé pajarito —Por favor, tienes que prometerme que te cuidarás y que no vas a hacer nada estúpido— puso la mano en su barbilla, para dirigir su rostro hacia ella —¡Prométemelo, Kai!

    —Sí, de acuerdo, lo prometo, lo prometo— salió al paso el muchacho, un tanto abochornado por la maternal escena frente a todos los ingenieros y técnicos de mantenimiento —No hay nada qué temer, recuerda con quién estás hablando.

    —¡Por eso mismo estoy tan preocupada!— espetó de inmediato la mujer con rango militar.

    El gigante de acero llegó, impulsado por una gigantesca línea de engranajes que lo condujo hasta la plataforma, de pie en la lanzadera que lo propulsaría a través del amplio y enorme laberinto de túneles que había arriba del GeoFrente. Con un movimiento y liberando mucho vapor a presión, la cabeza del coloso se inclinó hacia el pecho, dejando escapar de su médula la alargada Cápsula de Inserción, la cual contenía la cabina desde donde el piloto manejaría la ciclópea máquina.

    El mozo, después de haberse despedido de su tutora, con paso firme ascendió por la escalerilla ante él, listo para cumplir con su deber.

    —Kai— pronunció Misato, justo antes que se metiera a la cápsula —¿Puedes hacerlo? ¿En serio puedes derrotarlo?

    Lo que Katsuragi no quería era que el chico fuera a una misión sin sentido. Si no tenía ninguna oportunidad de vencer al enemigo, la verdad es que no valía la pena arriesgarlo en un combate sin esperanza, en donde incluso podría llegar a perder la vida.

    —Confía en mí— advirtió Rivera, seguro de sí mismo, levantando el pulgar de su mano derecha —Sé exactamente lo que hago.

    Una vez aclarado el punto, el chiquillo se dispuso a abordar su vehículo. Con él dentro, las compuertas se aseguraron y procedieron a introducirse en la espina del titán. Hecho esto, la cabeza del robot volvió a su posición, derrochando de nueva cuenta grandes cantidades de vapor a presión, por las cuestiones del vacío y vericuetos de esa índole.

    La beldad de cabello negro observó impasible mientras la misma plataforma la alejaba del gran artefacto, que sería catapultado hacia la superficie de un momento a otro.


    Mientras tanto, arriba, el enemigo había empezado su invasión. Entró, tal y cómo lo había predicho Aoba, por los distritos del sudoeste. Desfiló y deambuló por las principales arterias de la región, ya para ese momento desiertas (la poca población de la que comenzaba a acusar la metrópoli habría facilitado el proceso de evacuación) que lo condujeron directamente hacia el centro, en donde también los rascacielos móviles habían sido replegados. Se movía dificultosamente, con la evidente molestia que sus miembros no estaban destinados para su uso sobre tierra, haciendo de esta manera laborioso desplazarse sobre este elemento. Sobreponiéndose a su precaria posición, no tardó mucho en llegar a su objetivo. Se detuvo, inclinando su ridícula cabeza hacia el suelo. Un montón de toneladas de concreto no lo iban a detener. Para tal caso, la Naturaleza le había provisto de gruesas y afiladas garras que bien podría usar cómo excavadoras gigantes.

    Principió con el trabajo, removiendo el asfalto y por si fuera poco, agrandando los baches de la calle. Pronto se deshizo de las tuberías, cañerías y alcantarillas, de algo de subsuelo original que aún permanecía, se siguió con las gruesas placas de metal, que le servían en ese momento de concha a su víctima. No pasaría mucho tiempo antes de que lograra romper esa cáscara.

    Los escombros, arrojados despectivamente una vez que eran removidos, servían cómo pequeños misiles que iban a estrellarse a las construcciones aledañas al lugar de la excavación, provocándoles grandes daños materiales de paso.


    —El enemigo ha comenzado su ataque— profirió Shigeru, observando en su pantalla la oleada de reportes que le llegaban —Se encuentra justo arriba de nosotros.

    —¿La Unidad 01?— preguntó Gendo, con la barbilla recargada en sus manos, cómo de costumbre.

    —El avión de carga ha dado vuelta y va rumbo a recogerla— le comunicó Makoto, encargado de comunicaciones —Tardará unos veinte minutos en llegar.

    “Veinte minutos” repitió el comandante, en voz baja e ininteligible. —Procedan con el despegue— ordenó antes que otra cosa sucediera.

    En el acto, todos los técnicos se pusieron a trabajar, pero ya no desde la sala de control, sino desde el hangar de Z, el cual fue acondicionado cómo un cuarto de controles alterno, bajo la dirección exclusiva de equipo de las Naciones Unidas, es decir, los colaboradores directos del muchacho Rivera.

    En la otra sala ya lo único que podían hacer era supervisar las acciones, por no decir que nada más iban a sentarse y ver la pelea.


    Una vez que Kai abordó su cabina en el acto ésta fue llenada con la misma extraña sustancia en la que se sumergían los otros pilotos Eva. Una vez acostumbrado a la peculiar sensación de respirar a través de un medio líquido cerró sus ojos, tratando de concentrarse en todos los procedimientos que debía realizar. Los abrió nuevamente, para reafirmar que todos los controles estaban ahí, y en su lugar. Los conocía bastante bien, y también su función. En realidad, el enorme robot se dirigía sólo con el pensamiento, y controles delante de él administraban la fuerza requerida para la ejecución de esos pensamientos. El pensamiento mismo se volvía acción, haciendo reaccionar enormes miembros. Cabeza, brazos, manos, dedos, pies, en fin, todo el robot en general.

    También había otros instrumentos. Tableros de posición, medidores de energía, y algunos tiliches más. Y más allá de todo eso, él lo sabía, se encendían las pantallas que le permitían ver el mundo exterior, que eran los ojos mismos de él y la máquina, mientras la estuviera pilotando.

    Misato debería tener razón. Debería tener pánico, por lo menos miedo, ó tan siquiera un poco de nervios. Después de todo, en algunos momentos más ingresaría a una salvaje carnicería, donde se jugaría la vida. Pero no lo estaba. Sólo estaba esa maldita sensación de seguridad. Su mente sabía exactamente que hacer, al igual que su cuerpo. Alma, mente y cuerpo equilibrados todos para un mismo propósito. Pensaba en la paz que se sentía dentro de la cabina, jugueteando con el líquido alrededor de él.


    Ágiles se vieron los neófitos oficiales al servicio de la O.N.U. al realizar todos los procedimientos habidos y por haber para comenzar con la sesión de arranque, en gran parte por la férrea supervisión de Takashi y su estricta disciplina laboral.

    —Todos los circuitos motrices conectados al generador de energía principal.

    —¡Arranque listo!

    Dentro de la máquina bélica, la cabina se configuraba y rápidamente emergieron los instrumentos y mecanismos necesarios para su funcionamiento, a la vez que varios monitores líquidos aparecieron frente al piloto, encendiéndose también los sistemas de audio y video.

    —Nervio de conexión: verificado.

    —Abiertos los circuitos en oposición.


    Seguían con su parloteo, activando, liberando diversos mecanismos esenciales para el buen desempeño del artefacto en el campo de batalla.

    Kai los escuchaba, sí, pero no prestaba atención a lo que decían. Envuelto en ese fluido líquido por el cual podía respirar a sus anchas, la ocasión se prestó para el relajamiento, para el preludio antes del combate. La calma antes de la tormenta. Se recargó en su asiento, listo a proceder cuando llegara su turno de actuar. Era curioso. En ese extraño medio algo vagamente familiar se agitaba en su interior, algo parecía despertar dentro de él. De cierta manera, algo en él luchaba y se retorcía por emerger, por salir de ese profundo abismo en el que se le había enterrado. Lo que siempre lo acompañaba en cualquier situación difícil, y le permitía salir avante. Lo que siempre le hacía seguir, aunque todos los demás cayeron mucho antes. Alguna entidad inherente a él, que permanecía enterrada bajo capas y capas de civilización. Se agitaba con rabia en las profundidades abismales de su subconsciente, intentando librarse de sus cadenas que lo apresaban y lo condenaban a permanecer en el olvido, en la oscuridad. Rugía furioso, reclamando su libertad inmediata. Sacudía violentamente su cada vez más débil reja, listo para fugarse en cualquier momento. Porque ha llegado el momento, lo sabes en tu interior, muy dentro de ti, y yo también lo sé, puesto que soy parte tuya. Pertenezco a esa región de tu yo que has querido, mejor dicho preferido exiliar en el olvido. Paro ya no más. ¿Puedes percibirlo? ¿Cómo el pulso se acelera y tu corazón se agita de emoción? Es el momento de la liberación definitiva. No eres nada. Pequeño, minúsculo e insignificante, ridículo, luchas por contenerme en esta mísera prisión de carne y hueso, tratando de ahogarme con todos tus inocuos esfuerzos. Con las frágiles excusas de la mortalidad y tu supuesta humanidad. Con el pánico que sé que te tienes. Y sabes que, de todos modos, de nada te servirá. Soy parte íntegra de ti mismo. Y no puedes negarte a ti mismo. Lo deseas, y lo sabes. Libérame, pequeño. Libérame para que podamos ser uno mismo una vez más. Tu verdadero yo, y no esa burda y patética imitación que intentabas proyectar. Deja que por una vez salgamos juntos a la luz. No reniegues de tu auténtica naturaleza. Acéptala, tal y cómo es, no te asustes de ella. Juntos, podemos hacer prodigios.


    —Ahora es el momento de la verdad, gente— anunció Takashi a sus hombres, con un dejo de angustia que era imposible disimular —Verifiquen el radio de sincronización entre el piloto y Eva.

    Obedeciendo de inmediato la orden dada por su superior, los técnicos se movieron ágilmente, desplegando en las consolas los resultados de su chequeo y de la información que les llegaba. Una gráfica parabólica, trazando el nivel de sincronía entre hombre y máquina, apareció en todas las pantallas de ambos cuartos de controles, dejando a todos boquiabiertos, a algunos inclusive cortándoles el aliento.

    Los datos no mentían:

    —¡¡¡No hay margen de error en el nivel de sincronización!!!— exclamaron todos los que entendían ese tipo de gráficas, casi al unísono.

    Insólito. Sin ningún tipo de prueba previa, el joven Kai Katsuragi consiguió nivelar la sincronización en un porcentaje perfecto. Al primer intento.

    —¡Lo logrará!— dijo entusiasta Misato, levantando las manos en pose de triunfo. No podía ocultarlo, estaba rebosante de orgullo por su protegido.

    —¿Signos vitales?—susurró la doctora Akagi a Maya, su asistente, quien se encontraba monitoreándolos en secreto, con evidente hastío del entusiasmo vertida por su compañera.

    —Respiración normal. Pulso estable y firme...

    —El maldito ni siquiera está nervioso—gruñó la mujer. Se preguntaba como funcionaba la mente del chiquillo para conseguir esos inauditos resultados. Comenzaba a formularse una teoría, seria y reflexiva, analizando detalladamente los procedimientos, en espera de que se presentara alguna otra anormalidad. Era la primera vez en la historia del proyecto que un piloto conseguía alcanzar tan rápido el nivel perfecto de sincronía, y eso no era cualquier cosa mundana.


    —Será mejor que se pongan cómodos en sus asientos, amigos de NERV— instó entonces Rivera, proyectándose su confianzudo rostro desde su cabina a todas las pantallas disponibles —El espectáculo que será ver cómo funciona un verdadero Evangelion está a punto de comenzar… quizás puedan aprender una cosa ó dos de esta demostración…

    —¡Deja de presumir, mocoso engreído!— estalló entonces la Doctora Akagi, arrojando a una las proyecciones una carpeta rígida.

    —¡Doctora, por favor, tranquilícese!— le suplicaba Maya, sujetándola de los hombros —¡No se comprometa, no vale la pena! ¡Sólo ignórelo, ya sabe como es él!

    —Comencemos con el instrumental en la cabina del piloto, que como pueden apreciar a simple vista, es mucho más extenso y mejor equipado que el de sus aburridas Unidades Eva regulares— el jovencito ignoró el desplante que había provocado en Akagi, presto para aprovechar la ocasión para comenzar la inducción al funcionamiento y características especiales de su robot de combate, a sabiendas que la transmisión no solamente era seguida en el Geofrente —Tenemos de todo aquí, sistema de radar, detección de calor, infrarrojos, ultravioletas, medidores de radiación y quizás lo más importante de todo: su propio reproductor musical de formato MP3… permítanme por favor ir ambientando este espacio para el ineludible conflicto venidero, con algunas de las rolas más pesadas que jamás se hayan hecho…

    De tal forma, antes de continuar con su demostración, el muchacho se aprestó a activar dicho dispositivo, para que de inmediato se empezara a escuchar dentro de su cabina y en todos los lugares a los que estaba transmitiendo, una de “las rolas más pesadas que jamás se hayan hecho”, como él las había descrito:


    “I’m a barbie girl, in the barbie world,

    Life in plastic, it’s fantastic!

    You can brush my hair, undress me everywhere

    Imagination, life it’s your creation.

    Come on Barbie, let’s go party!”


    El rostro del piloto del Modelo Especial estaba todo coloreado de un rojo intenso que encandilaba a la vista, al igual que el de todos sus enmudecidos espectadores. Estaba claro que aquella melosa, inclusive hasta afeminada melodía estaba muy lejos de ser “una rola pesada”. Por supuesto, no podía demeritarse su intención paródica de denunciar los excesos sexistas en los productos de consumo infantil, pero no era una composición que cualquier persona cuerda pondría para encender sus ánimos belicosos.


    “Come on Barbie, let’s go party!

    Ah-ah-ah-yeah!

    Come on Barbie, let’s go party!

    Uh-oh-uh! Uh-oh-uh!”


    —Pa-parece… parece que estamos experimentando algunas dificultades técnicas…— expuso Rivera con apenas un hilo de voz, mientras batallaba con los controles de su reproductor para poder callar de una vez por todas esa incriminatoria composición —No tengo idea como pudo llegar esa canción a la lista de reproducción, sin duda alguna se trata de problemas con la conexión Wi-Fi del proveedor… no tomará más que un breve instante para corregirlo…


    “Hey! Hey! Hey, hey, hey!

    Macho, macho man (macho man)

    I've got to be, a macho man

    Macho, macho man

    I've got to be a macho! Ow....”


    La célebre interpretación de los estrambóticos Village People que siguió a continuación despojó al piloto y creador de la Unidad Z de la poca dignidad que aún conservaba. Lo único que pudo hacer fue observar desconcertado a la pantalla con una nerviosa sonrisa imbécil, provocando la pena ajena de propios y extraños.

    —¡Válgame, Dios!— musitó Misato, tapándose la boca.

    —¡Yo no lo conozco, yo no lo conozco!— repetía constantemente Shigeru, ocultando su rostro con su mano izquierda.

    —¡No me lo puedo creer! ¡Aún en un momento así, tenía que hacerse el idiota!— profirió Akagi, asqueada.

    —Ni siquiera puede instalar correctamente un estúpido reproductor musical… sólo espero que ese montón de chatarra resista hasta que regrese la Unidad 01— expresó el Comandante Ikari con un dejo de satisfacción y una sonrisita complacida en su rostro.


    Mientras tanto las pantallas mostraban a Kai forcejeando con la consola para remover el aparato de entretenimiento que lo estaba haciendo quedar mal. Para hacerlo se había valido de un pequeño destornillador con el que había equipado su traje de conexión, ideal para otra clase de tareas menores, pero no para lo que intentaba realizar con tanto ahínco.

    —¡Esto… es un ultraje!— vociferaba el joven Katsuragi, en tanto su rostro pasaba por distintas tonalidades de rojo, batallando con el endemoniado dispositivo que lo estaba haciendo ver mal en su debut —¡Obviamente… se trata… de sabotaje! ¡Eso es lo que es!

    —¿Porqué diablos se sigue exhibiendo así? ¡Maldita sea! ¿Qué no se le ha ocurrido cortar el enlace de comunicación?— se lamentó Kenji Takashi, ocultando su visión con la mano cuando ya no pudo soportar más aquel patético espectáculo.

    Cuando todo lo demás fracasó, finalmente el exasperado muchacho dio un tremendo puñetazo a la consola frente a él, lo que fue suficiente para acallar de una vez por todas al rebelde dispositivo de entretenimiento.

    —Y… pues… con eso concluye la demostración de cómo hasta una inocente pieza musical puede actuar como un distractor en el momento de un enfrentamiento… por favor continúen prestando su generosa atención a todas las incidencias que se deriven de esta situación de combate real, donde podrán apreciar con más detalle todas las funciones del Eva Z.

    Enseguida Kai dio por terminada la conferencia, lo que no hizo desde un principio, dejando a todos sus anonadaos espectadores con más dudas que certezas acerca de su desempeño a bordo del Modelo Especial para el Combate.


    —¡Lanzamiento!— ordenó el mismo Takashi, sobreponiéndose a la impresión. En el acto, el gigantesco aparato fue catapultado hacia el laberinto de túneles.

    “El terror, la maldad,
    Koji puede dominar...

    Canturreaba el joven piloto sin que ya nadie pudiera escucharlo, poniendo en evidencia la poca tolerancia que tenía al silencio en momentos te tensión, pero también al nerviosismo que comenzaba a hacer presa de él, sobre todo con el chasco que acababa de llevarse.


    En ese entonces, varios niveles de acero reforzado y concreto arriba, la criatura continuaba con su excavación, sin importarle mucho todos los cuantiosos daños materiales que ocasionaba en su afanosa búsqueda. Parecía estar muy entretenido, trabajando a todo vapor para perforar todas las placas de protección que lo separaban de su meta, con la cabeza y parte de los brazos sumergidos en el gigantesco agujero que estaba cavando, ideal para su tamaño.

    No obstante, de un de repente, se detuvo en seco. Cómo si una corriente eléctrica lo recorriera, todo su cuerpo se tensó, levantando en alto su cabeza, recorriendo los alrededores con premura. No se dilató mucho para desplazarse con prisa por las calles de la ciudad, abandonando por el momento su labor, dejándola atrás.

    —¿Qué es lo que hace?— preguntó Misato, sin dirigirse a nadie en concreto. Ya nadie en esa habitación podía responderle.

    —¡Oh, no!— dejó escapar un lamento un joven técnico enfundado en uniforme de oficial científico, desde su consola, en la otra Sala de Mando, contestando a la interrogante de Katsuragi —¡Se dirige hacia el final de la ruta de túneles que escogimos para Zeta!

    —¡No puede ser!— masculló Kenji, apretando los dientes —¿Cómo pudo saberlo?

    Ya era demasiado tarde. La ruta preestablecida por computadora no se podía abortar, y lo único que podían hacer en ese momento, era rezar y esperar que la Unidad Especial no sufriera de mucho daño antes de trabarse en verdadero combate.

    Apenas el cubículo que contenía a la plataforma del robot emergió de las profundidades de la tierra, el gigante se puso delante de éste, en espera de avistar su contenido. Todo el procedimiento era automático. El ajuste de los seguros de la plataforma, la liberación de las amarras hidráulicas que sostenían al androide por los hombros y la apertura de la puerta del contenedor.

    En cuanto ésta se deslizó para dejar ver a su ocupante, el monstruo no necesitó de más confirmaciones y en el acto disparó ambos brazos al interior del cubículo, sujetando férreamente al Eva Z por los hombros, haciendo que éste atravesara con suma violencia la pared posterior del contenedor, para después estrellarlo con exabrupto en el sólido piso.

    El impacto producido por el choque fue casi igual al de un terremoto de unos 5 grados en la escala de Ritcher. Las ventanas explotan y los carros se voltean de posición; el suelo entero y los cimientos de los edificios se cimbran, el asfalto es roto para esculpir la silueta del enorme robot estampado en él. Una densa cortina de humo, producto de las partículas de concreto pulverizadas que se elevaban al espacio, lo oculta de su agresor.


    —Kai, ¿te encuentras bien?— preguntó Takashi por la radio, sumamente desesperado.

    —Sí... estoy bien...— musitó Rivera desde la cabina, aturdido. Lo súbito del golpe lo había dejado sin aliento. Ciertamente, no había sido un debut muy decoroso que digamos —Sólo... deja reponerme... del madrazo...

    —¡No hay tiempo para eso, el enemigo aún está tras de ti!— acertó a informar el oficial, a la vez que una pantalla en la cabina de la máquina avisaba a su ocupante del peligro inminente en que se encontraba, señalando con un pitido justo al centro de la tolvanera.

    A la velocidad del pensamiento, el joven apenas y alcanzó a ponerse de pie para escapar del lugar, antes de que esa afilada cola (que por cierto, también podía extenderse y dilatarse a voluntad) lo atravesara y lo dejara clavado al suelo. En su lugar, el titán tuvo que conformarse con sólo atravesar la ya de por sí deteriorada avenida sobre la cual estaban peleando.

    Insatisfecha, la bestia continuó arremetiendo al chiquillo, haciendo uso de sus dúctiles extremidades para acechar y acorralar al novel piloto, quien con cierta dificultad lograba evitar los ataques, que se sucedían con rapidez, mientras que también se intensificaban.

    Harto de la extenuante situación, Rivera por fin se decidió a contraatacar, una vez bien estudiado el ritmo de los ataques del monstruo. Memorizando sus movimientos, el muchacho aprovechó un descuido en la defensa de su oponente para abalanzarse sobre él, sujetando uno de los brazos extendidos para abrirse paso y propinarle soberbia patada en pleno rostro, que por poco y le arranca la diminuta cabeza.

    Aprovechando su desconcierto Kai lo sujetó por un brazo y aplicando una llave de judo lo arrancó del suelo, haciéndole dar una vuelta en el aire, sólo para arrojarlo al piso con gran estruendo, casi igual al que él mismo había recibido.

    Con la adrenalina aumentada a niveles exorbitantes, y con el rival postrado a sus pies, el infante aprovechó para hacer gala de su poderío, con miras a intimidar al oponente abatido, haciendo que el Eva profiriera un sonoro y escandaloso rugido, que estremeció los pocos cristales que quedaban intactos en la manzana.

    En respuesta, recibió un fuerte manotazo de su enemigo que se levantaba, el cual lo mandó a volar hasta caer unas cuadras al sur.

    —Creo que después de todo, la guerra psicológica no sirve con estos changos— masculló el chico, mientras se sostenía la cabeza que le parecía ser un rehilete.

    —Trata de concentrarte en tu objetivo— le indicó su colaborador, desde la comodidad de su puesto —No te distraigas con tonterías.

    —¡Ándale!— exclamó sorprendido el mozo, incorporándose penosamente, esperando a la criatura que se acercaba velozmente —¿Desde cuando te salió lo de entrenador a ti?

    —En realidad— respondió, notablemente apenado —Son palabras de la Capitán Katsuragi. Quiso llamarme, para que te lo dijera, sólo que ella usó palabras un poquito más fuertes.

    —Sí, ya me lo imaginó— asintió Rivera, dándose una idea del malhumorado gesto de la mujer.

    En eso, al mismo tiempo que evitaba ser golpeado, el chico consiguió capturar en pleno vuelo uno de los brazos del ángel, y sujetándolo fuertemente lo jaló hacia él, recibiendo a la criatura con un férreo puñetazo que se alojó en su tronco.


    En el Geofrente, las personas en la sala de mando presenciaban las eventualidades, sorprendidas por la habilidad derrochada por el niño. Los operadores poco tenían que hacer, observando atónitos las pantallas ante sí.

    —¿Y decías que nunca lo había probado en una situación de combate?—preguntó Katsuragi a su compañera, incrédula.

    —Así era—asintió Akagi, sin despegar la vista ni un solo momento de lo que pasaba afuera.

    —Supongo que era de esperarse—pronunció Misato, tratando de calmarse. La verdad es que tenía el corazón en la boca. Temía que en cualquier desborde de la criatura, su hijo adoptivo saliera lastimado. Y así le volverían a quitar a otro ser querido —Kai tiene experiencia en este tipo de cosas de artes marciales. Digo, lo introduje a muchos deportes de contacto desde chiquito. Hasta podría decirse que es un atleta consumado...

    —Cuerpo y mente, unidos perfectamente—respondió la doctora —Para un solo propósito: la destrucción. Que lástima que sea así.


    Al mismo tiempo, la batalla seguía desarrollándose en el exterior, alcanzando proporciones homéricas. A pesar de su hipotética falta de experiencia, el chiquillo luchaba como todo un aguerrido combatiente en contra de su bestial oponente, quién persistía en su empeño de rebanarlo con sus afilados miembros.

    Un coletazo logró colarse en la mandíbula del robot, quien es lanzado con súbita violencia hacia el suelo; justo cuando el monstruo se lanzaba al ataque, el joven logró hacerse hacia un lado e incorporarse de inmediato, haciendo que su enemigo se estrellara lastimosamente en el suelo, lo que lo hizo encolerizarse aún más de lo que ya estaba.

    La cabeza le da vueltas, sus oídos zumban y sus ojos se ven nublados por varios pequeños destellos. “Lastimado. Tan pronto. Eso aún no puede ser. Aún tengo tanto planeado.” En todo esto pensaba Kai mientras pronunciaba para sí mismo:

    — Parece que la sincronización es más perfecta de lo que me conviene.

    Rápidamente se sacudió a sí mismo,, despabilándose, mientras evitaba que el monstruo lo destrozara de un tajo; de inmediato sujetó el brazo del titán, al cual, haciendo un descomunal esfuerzo, balanceó por los aires como a un volantín y terminó por estrellarlo violentamente en el piso.

    El coloso yacía inerte en el pavimento, y sin desperdiciar tiempo el chiquillo arremetió una y otra vez contra él, sin darle oportunidad de levantarse. Empero, el empecinado jovencito no se había percatado que el monstruo había empezado a filtrar sus brazos en derredor de sus pies, mientras éstos continuaban castigándolo; llegado el momento, el coloso jaló las extremidades del Evangelion, haciendo que éste se estrellara de cara en el suelo. El titán, encolerizado, levanta al niño y lo lanza hacia un edificio, haciendo que éste se destruya limpiamente con el impacto.

    El niño intentó controlar de nuevo la situación, tratando de despejar su mente. Rápidamente se incorporó, sólo para ser recibido con las manos del monstruo, quien había alargado sus brazos de nuevo, rodeando por completo el cuello del joven con sus manos. El ángel empezó a hacer presión, buscando romper el pescuezo del chiquillo.


    “Imbécil. Pequeño imbécil. No debí ser tan considerado con él desde el principio. Voy a morir... por ser tan estúpido...”

    Kai podía sentir cómo sus ojos empezaban a nublarse de un color rojo, mientras su mente amenazaba con desvanecerse en la inconsciencia. Con un esfuerzo sobrehumano, el niño lucha contra aquello, mientras trata de alcanzar desesperadamente un control que sobresale en la consola a lado de él. Con horror, siente cómo el oxígeno empieza a escasear en sus pulmones y sangre, lo que ocasiona que su vista se nuble aún más y no pueda formular un pensamiento coherente.

    Por fin, logró presionar el tan anhelado botón, desmayándose momentáneamente en el acto.

    Empezó con un leve deceso de energía en las instalaciones de NERV, después un chirrido eléctrico, y de inmediato la ciudad entera sufrió un apagón total. Cada edificio, cada hospital, cada escuela, cada aparato eléctrico se queda sin energía, incluso la planta hidroeléctrica de la ciudad fue despojada del fluido eléctrico. Toda esta energía fue conducida por los cables eléctricos subterráneos de la ciudad a los del cuartel de NERV y de ahí al cable umbilical del Evangelion y de ahí a un acumulador que guardaba el excedente de energía.

    A escasos segundos de haberse desmayado, Kai logró recuperar el sentido. Aún sentía la tremenda presión en su cabeza, y cómo esta parece zumbar. Con gran esfuerzo, semejante al de un agonizante, el muchacho rodea con sus manos los miembros opresores y los sujetó fuertemente.

    Una sonrisa intenta aparecer en el rostro del joven, y un murmullo que aspira a risa emerge de su boca, mientras que descargaba toda la energía acumulada en el robot mediante el mismo mecanismo que había activado con antelación.

    Apenas son escasos tres segundos los que duran trenzados uno del otro. Cada voltio de energía en toda la ciudad en esos tres segundos fue canalizado al ángel, que se retorcía cual muñeco de trapo desvalido. Una mínima parte de esta energía le llegó al joven piloto, ya que el material aislante del que están hechas las manos del robot lo salvan del circuito, más no de las manos del ángel, por las cuales pasa la corriente eléctrica.

    Un violento tirón separó a ambos con fuerza, como si se hubiera formado una barrera invisible.


    Kai podía aspirar nuevamente el tan preciado aire, mientras todo su sistema volvía a la normalidad con cada bocanada que daba.

    — Huele a quemado— pronunció estúpidamente, mientras intentaba reírse, sin éxito alguno.


    Rápidamente dirigió la mirada hacia donde se encontraba el monstruo, mientras se incorporaba. El titán se encuentra tendido, inmóvil, cómo si fuese una estatua. Continuó así por varios instantes, sin demostrar la menor señal de vida, mientras que un humo blanquecino emanaba de su cuerpo lánguido.

    El niño se acercó cautelosamente hacia el coloso caído. Habiendo llegado hasta donde se encontraba, lo tanteó con una pequeña patada, lo cual se vio un tanto chusco. El monstruo aún no daba señales de que siguiera en este mundo. Cuando el chiquillo se acercó todavía más no hubo movimiento alguno. Todo permanecía en calma, y hasta se podía escuchar al viento silbar mientras pasaba por aquél paraje. Kai puso entonces su cara enfrente de la del monstruo, sólo para ser recibido súbitamente por un alarido de cólera, semejante a un ladrido.

    De inmediato, la criatura tomó la cara del Eva entre su mano, y tomando un poderoso impulso lo estrella furiosamente contra toda edificación que tuviera a mano, pulverizando cuanta construcción hubiera en su camino. Luego de haberlo usado como una enorme bola de demolición, fastidiado, el gigante estrelló a su cautivo contra el suelo, para de inmediato montarse en él. Sin perder tiempo empezó con sus intentos por desgarrar el pecho del Evangelion, sin lograr ningún resultado.

    —Según esto... — murmuró para sí Ritsuko, mientras hojeaba una carpeta que contenía las especificaciones del Modelo Especial, aunque fuera de manera escueta y algo confusa. Sin duda alguna, el muchacho también tenía sus secretos —El blindaje de la Unidad Z está constituido por una rara especie de aleación, supuestamente indestructible, aunque no da a conocer los componentes que la constituyen...

    “Pero éstas características físicas, cómo la densidad” pensaba, con la mirada clavada en la hoja de papel. “Y la composición química... sé que las he visto en otra parte”.


    Las garras del ángel pasaban sobre la coraza una y otra vez, logrando dañar sólo la capa de pintura, además de sacar chispas por la fricción.

    Un fuerte puñetazo es recibido en plena cara por la bestia, mientras que el chiquillo lo alejaba de sí mismo, cayendo el coloso de espaldas.

    —¡Vaya! ¿Qué les parece?— pronunció el muchacho, levantándose —¡La armadura sí resistió, pese a todo! ¡Punto para mí!


    Decididos a ayudar en todo cuanto les fuera posible, su equipo de soporte se aprestó a su auxilio, mandándole un anaquel de armas.

    —¡El rifle!— indicó su asistente —¡Tómalo, pronto! ¡Ésta es tu oportunidad!

    Rivera observó de reojo el depósito de armamento, con evidente desdeño, erguido justo a su lado izquierdo. Y, dentro de él, siniestro y burlón, descansaba un rifle de asalto a escala acorde con el gigantesco Evangelion. Era de la misma serie y modelo que el que anteriormente Shinji había utilizado en su más reciente batalla. Otra arma, al igual que la que estaba tripulando. ¿Cuál era el problema? Era muy fácil obedecer la instrucción, sustraerla de su estante y vaciar su letal contenido en el enemigo. Aún cuando no sirviera de gran cosa, por lo menos el intento se hubiera hecho. En ese caso, ¿por qué no podía moverse? ¿Por qué se congeló en donde estaba, sin saber qué hacer?

    El mortecino resplandor del cañón brillaba con la tenue esperanza de la ventaja sobre su oponente. Pero entonces recuerda los truenos, las explosiones, los gritos, el olor a carne quemada, y a sangre mezclada con la pólvora... El cargador, meter el dedo en el gatillo... todo aquello le producía un inmenso asco, por no decir que horror.

    —¡No!— pronunció entonces el muchacho, tajante —¡Sin pistolas!

    —Pero... pero... — balbuceó Takashi, avergonzado por haber olvidado el miedo patológico que su joven amigo les imputaba a las armas de fuego, muy particularmente a las pistolas de toda índole —Lo... lo siento... sólo quería ayudarte.

    —Si de veras eso quieres hacer, entonces retira esa porquería de mi vista, y no me estorbes— le dijo bastante molesto, evitando ser golpeado por la cola del monstruo —Y ya que andas en eso, mejor mándame el anaquel numero 15.

    —¿El 15?— confirmaba a la par que iniciaba los procedimientos para tal efecto.

    Momentos después, un nuevo contenedor reemplazaba al que había sido desechado, y para alcanzarlo el chiquillo tuvo que impulsarse con ambas piernas mientras que aprovechaba para darle una patada al coloso, para después rodar por el suelo y finalmente alcanzar el nuevo estante.

    Con presteza el joven sacó de su interior nada menos que una espada. Una katana tradicional, a la misma escala que la anterior arma. Qué diferencia. Lo sigiloso y limpio de la hoja de una espada, en comparación con el escándalo de una bala.


    La sujetó con firmeza por la vaina, con su mano izquierda, mientras que con la diestra sujetaba con delicadeza el mango de la espada. La puso a la altura de su pecho, mientras se inclinaba un poco hacia delante, flexionando ligeramente las rodillas, asumiendo su guardia. Esperó hasta que su contrincante se decidió a atacar, y entonces, a la par que lo esquivaba a la velocidad del rayo, en un solo movimiento desenvainó y arremetió en contra de la bestia, cortándole limpiamente el antebrazo derecho, que fue a caer con estruendo al piso derramando toneles de un fétido líquido verde.

    El monstruo, visiblemente herido, se sujetaba el miembro que le había sido seccionado, profiriendo unos singulares alaridos al mismo tiempo que se revolcaba presa del dolor.

    Parecía que la batalla se inclinaba a favor del muchacho. En gran parte dependía la criatura de sus garras, tanto para atacar como para la defensa. Despojada de una de ellas, lo más probable era que sería mucho más fácil abrir su guardia que antes. No obstante, no en pocas ocasiones las apariencias suelen ser engañosas.

    La mano amputada del coloso continuaba retorciéndose enfermizamente en el suelo, aún después de haber sido separada de los nervios. No era tan raro, al fin y al cabo. Muchas veces ciertos miembros de animales al ser cortados siguen moviéndose por sí solos, aunque sea por un rato, esto debido a los remanentes impulsos eléctricos dentro de los tejidos. Pero ya había pasado algo de tiempo, tiempo considerable, y mientras su dueño luchaba esa mano seguía moviéndose casi como si tuviera vida propia. Y es que así era.

    Cuando Rivera se afanaba en llegar hasta el Núcleo del coloso para finiquitar de una vez por todas la prolongada lucha, apenas y si pudo observar por el rabillo del ojo cómo, de manera por demás insólita, el miembro cortado emprendía el vuelo hacia él, para después sujetarlo por la cabeza y estrellarlo violentamente en el costado de un edificio.

    Derribado, el chiquillo sólo pudo observar cómo ese órgano extraño se estiraba, al igual que los brazos de su propietario, para pegarse con el muñón del antebrazo, retornando a su estado original. Era, sobra decirlo, sumamente repulsivo.

    —Control total de su estructura molecular— suspiró el joven piloto, casi quejándose —Esto se pone más y más tedioso a cada momento.


    Se levantó de inmediato y prosiguió con el duelo ya ahora parejo, blandiendo ambos oponentes sus afiladas hojas, las cuales chocaban continuamente, una y otra vez, en busca de penetrar la defensa del otro. A pesar de que su enemigo contaba con dos armas más (también hacía uso del agudo filo de su cola) Zeta lograba contrarrestar los ataques con efectividad, haciendo uso de la katana y algunas veces hasta de la misma vaina. Los dotes de espadachín de su tripulante no eran tan malos. Aficionado a los relatos de los antiguos samurais, ya fuera por medio escrito ó por el cine, siendo Los 7 samurais de Akira Kurosawa su favorita, no le era muy difícil recrear en su imaginación todas aquellas épicas contiendas para luego, gracias a su contacto mental con el Evangelion, desplegar habilidades similares a las de aquellos legendarios espadachines. Se necesitaba de mucha concentración, eso sí, pero el infante tenía de sobra.


    Sin embargo, podían continuar así durante horas enteras y nada cambiaría. Si el combate se prolongaba aún más no sería nada benéfico para la ciudad. Además, hasta su paciencia tenía un límite, el cual ya había sido traspasado luego de haber rebanado unas siete veces el mismo miembro sólo para que éste se volviera a pegar en el acto.

    Así fue, que decidido a terminar de una vez por todas con el conflicto, enfundó su arma y se abalanzó sobre el rival sin importarle que éste lograra traspasarlo a través de una hendidura en su armadura, sabedor de que el que no arriesgara no iba a ganar. Dado el grado de sincronización el dolor fue terrible, vale la pena acotarlo, pero no fue impedimento para que el piloto lograra su cometido. Con presteza el Eva Z sujetó al Ángel, y con relativa facilidad (al parecer su fortaleza física era muy superior al del macilento coloso) lo levanto por encima de su cabeza para después sólo hacer impulso y lanzarlo por los aires, alejándolo del devastado distrito donde había transcurrido la pelea.

    La tranquilidad del desierto, donde antes había estado la primera ciudad de Tokio, se vio interrumpida de súbito por el escándalo que produjo la bestia al impactarse de cabeza contra él, levantando una densa nube de arena que se elevó por varios cientos de metros de altura.


    Divisando de lejos cómo la bestia se perdía de vista en el cielo, para luego calcular su trayectoria y su lugar de aterrizaje, Rivera procedió con el plan. Lo primero que hizo fue, en una acción un tanto inesperada, sólo por utilizar un eufemismo, desconectar el cable umbilical en el mecanismo de su espalda, el cual cómo era bien sabido de todos, surtía de energía al Evangelion.

    —¡Maldito demente! ¡¿Qué es lo que está haciendo?!— fue la reacción unísona de todos aquellos que seguían las hostilidades desde el cuartel.

    Pero lo más increíble aún estaba por suceder. El cronómetro interno de energía ni siquiera parpadeó. El Modelo Especial continuaba funcionando sin ningún problema, aún sin el cable enchufado sobre su espalda. ¿Cómo era eso posible? La respuesta estaba en las consolas de la Sala de Mando alterna.

    —¡El nivel de sincronización se elevó hasta el 350%!— reveló asombrado el técnico encargado de monitorear la sincronía entre piloto y Eva.

    —El Motor S2 está activado y funcionando a la perfección— murmuró Takashi, maravillado, al contemplar los datos que empezaban a recibir en sus aparatos —Increíble… ¡Esto es increíble! ¡En verdad funciona! ¡Ja, ja, ja! ¡Lo logró! ¡No puedo creerlo! ¡El loco bastardo realmente lo logró! ¡Un verdadero Motor S2, completamente funcional! ¡Operando de manera autónoma! ¡Ja, ja, ja!

    El oficial técnico reía desaforadamente, pues era la única forma en la que podía lidiar con ese suceso que hasta ese momento había pensado imposible, una locura, al igual que todo el que estuviera medianamente familiarizado con el funcionamiento de los Evas.

    —¡No! ¡Esto no puede estar pasando!— estalló Gendo, colérico, estrellando su puño con estrépito sobre la superficie de su escritorio, poniéndose en pie —¡Este disparate es imposible! ¡Ese chiquillo idiota jamás podría construir un Motor S2 que realmente funcionara! ¡Me niego a creerlo! ¡Jamás! ¡JAMÁS!

    Impotente, desquitó toda su rabia volteando por completo el mueble de oficina frente a él, sin importarle que todos pudieran verlo, causando un gran tumulto cuando todo su contenido salió desperdigado por todas partes.

    —Nunca creí que llegaría a verlo con mis propios ojos— dijo a su vez el Profesor Fuyutski, mucho más mesurado que su despavorido socio, cruzando los brazos detrás de su espalda —Un Motor S2 completamente operacional… se supone que cuando eso sucediera, sería el fin de todo… sin embargo, henos aquí, enteros y sin un solo rasguño: los cielos no se cayeron, ni la tierra nos devoró… podré ser un viejo anticuado y terco, pero sé reconocer cuando he sido superado, Rivera. Felicidades. Has logrado lo que ninguno de nosotros pudo hacer…

    —Ese… ese es… el trabajo de mi padre— mascullaba Misato por su parte, con la mirada fija en la máquina que le era mostrada en pantalla, con un nudo en la garganta y al borde de las lágrimas —Tantos y tantos años que se dedicó a ello… y aquí está, finalmente… es su sueño… su sueño hecho realidad…

    —Ninguno de ustedes, idiotas, puede entender realmente todas las implicaciones de lo que está pasando— susurró la estupefacta Doctora Akagi en tono inaudible, con la boca seca y sus pupilas completamente dilatadas por el terror que estaba presenciando —En este estado… en modo autónomo y con un suministro infinito de energía… esa cosa… ese maldito bastardo… ¡tiene el poder de un dios!


    “Get your motor runnin'

    Head out on the highway

    Lookin' for adventure

    And whatever comes our way…”

    —¡Hasta ahora es cuando se te ocurre trabajar correctamente, maldita pendejada de mierda!— reclamó entonces el joven piloto a su reproductor musical cuando se activó por sí solo y por fin tocaba la pista deseada —Supongo que más vale tarde que nunca…


    “Yeah Darlin' go make it happen

    Take the world in a love embrace

    Fire all of your guns at once

    And explode into space…”

    El Eva Z, haciendo piernas, se encaminó hacia donde había lanzado a su oponente, incrementando cada vez más la velocidad, hasta el momento en que pegó un salto del suelo que lo catapultó por los aires también. No obstante el tamaño y el peso del aparato que tripulaba, Kai conseguía mantenerse en las alturas, casi cómo si estuviera flotando. De hecho, su trayectoria apuntaba directamente hacia el lugar en donde había caído el Quinto Ángel. Parecía que una fuerza invisible lo estuviera sosteniendo en el aire. Algo así sucedía.

    De nuevo la respuesta estaba con el equipo de técnicos al servicio de las Naciones Unidas.

    —¡Señor, hay una extraña fluctuación en el campo A.T!— pronunció uno de ellos apenas corroboró los datos en su pantalla.

    —Se está replegando en un solo punto...— añadió Kenji mirando por encima del hombro del oficial científico —¿Qué diablos está pasando aquí?

    —Ya veo— dijo Ritsuko en la otra sala, escuchando por medio de la radio aquella conversación, aunado a lo que ella misma veía por los monitores —Concentra todo su campo A.T. en un solo punto y eso es lo que le da el impulso para vencer a la gravedad de esa manera. Tengo que admitir que es un uso que no habíamos contemplado— culminó, cruzándose de brazos.


    “I like smoke and lightning

    Heavy metal thunder

    Racin' with the wind

    And the feelin' that I'm under…”

    El robot se congeló en donde estaba cuando alcanzó una determinada altura. En esos instantes, su campo protector volvió a funcionar cómo de costumbre, empezando la caída libre. Maniobró tanto como pudo para mantenerse a flote lo más que fuera posible, extendiendo ambos brazos y flexionando las rodillas, casi como si quisiera imitar la pose de un ave en pleno vuelo.

    Aún no terminaba de caer, a unos mil metros de su objetivo, cuando los instrumentos registraron una nueva alteración en su campo de energía. Una vez más estaba concentrándolo todo en un solo punto.

    Los ojos ardientes del artefacto empezaron a brillar más y más paulatinamente, a través del orificio del casco que los dejaba al descubierto. A simple vista, parecían estar en llamas, asomándose las lenguas de fuego por sobre el casco.


    “Like a true nature's child

    We were born, born to be wild

    We can climb so high

    I never want to die,

    Born to be wild! Born to be wild!”

    Sin ninguna clase de aviso previo, sorprendiendo tanto a enemigos cómo a aliados, una inmensa y deslumbrante ráfaga de alguna clase de energía calorífica salió disparada de los ojos de la máquina. El monstruo, que apenas se estaba reponiendo del duro golpe recibido con anterioridad, aturdido, no pudo hacer la gran cosa para esquivar ó rechazar el peculiar ataque que le lanzaban, recibiéndolo todo de lleno. Al instante, la alta temperatura de la descarga, sólo comparada con la de un inmenso reactor nuclear semejante al de nuestra estrella, atravesó su Núcleo, disolviéndolo en el acto y consumiendo su cuerpo en una violenta explosión que se expandió en unos tres mil metros a la redonda. En una peculiaridad que comenzaba a tornarse característica de tales criaturas, el Quinto Ángel murió envuelto en una explosión que tomó la forma de una gigantesca cruz, que resplandeció intensamente en una lumbrera por escasos segundos.


    Al observar detenidamente aquél infierno en la Tierra, se pensaba que nada podía salir librado de él. Mientras los angustiosos segundos transcurrían, la imaginación llevó a pensar a algunos que todo lo que estaba su alrededor había sido engullido por la violenta explosión que se sintió hasta donde ellos se encontraban, varios kilómetros bajo tierra.

    El satélite despejaría cualquier duda. A la par que los estragos del estallido se dispersaban, el espía en el cielo lograba enfocar de manera más nítida la escena. Un gigantesco cráter estaba esculpido a las entrañas del desierto. Ni rastros del Ángel. Y una vez que se dispersó por completo el humo lograron ver, indemne y victoriosa, a la Unidad Z, de pie justo a la mitad del cráter.

    Boquiabierto, todo mundo en el cuartel guardaba silencio, en espera de cualquier clase de reporte. Medio minuto después lo escucharon, por la radio.

    —Base, aquí Eva Z— pronunciaba el chiquillo en tono ponderado, sin ningún dejo de emoción en su voz —El blanco está destruido. Repito, blanco destruido. Daños a la Unidad: mínimos.

    La ovación no se hizo esperar, por lo menos de sus colaboradores, quienes alzando los brazos estallaron en un grito de júbilo, felicitándose unos a otros, abrazándose ó simplemente estrechando las manos ó aplaudiendo. Su primera misión había sido un rotundo éxito, pese a las adversidades que se habían presentado en el transcurso de ésta.

    También Misato, haciendo de lado las formas de propiedad, se dejó llevar por su entusiasmo, saltando repetidamente en su lugar y agitando los brazos.

    —¡¡Lo logró, de veras lo logró!!— repetía incesantemente, presa del júbilo.

    En contraste, quienes le acompañaban se limitaron a ajustarse la garganta ó cruzarse de brazos. Aún cuando la batalla se ganó, no había motivos suficientes para celebrar, dado que ellos no habían intervenido en ésta y por lo tanto, sus funciones estaban en peligro. Eso todos lo tenían en mente, mientras la Capitán Katsuragi derrochaba algarabía, sin importarle la gran cosa, por el momento.


    Por otra parte se encontraba la Doctora Akagi, cruzada de brazos en su silla, y el Comandante Ikari en su distintiva pose, ambos meditabundos en sus respectivos lugares.

    Ciertamente, las habilidades de combate que la Unidad Z tenía a su disposición eran extraordinarias. Pero ambos estaban conscientes que el mayor peligro a sus ambiciones, la verdadera arma utilizada en su contra no era el Evangelion, sino su alma, es decir, el piloto. La entidad que dirigía todos sus movimientos, que le daba la vida propiamente. ¿Cómo lo conseguía? ¿De dónde obtenía aquellos dones? ¿Cómo era que ningún otro piloto había manifestado esas habilidades? Un misterio que valía la pena reflexionar a fondo.

    También estaban conscientes que la batalla no sólo se había seguido en el Geofrente. De seguro el Consejo de Seguridad se mantuvo pendiente de ésta. Y para esos momentos lo más probable era que ya se habrían percatado del inmenso poder que tenían a su disposición, y que empezarían a pujar cada vez más para utilizarlo. Y quién sabe. Al ver lo que podían hacer por su propia cuenta, con su propio equipo y su propio personal, quizás podrían prescindir por completo de NERV. Y así, quince años de trabajo y planeación se irían a la basura.

    El panorama no pintaba muy bien.


    También por su lado se encontraba el auténtico protagonista de la lucha. Aunque no lo demostrara en primera instancia, estaba abatido. La cabeza le parecía que iba a reventar, al igual que había sucedido con su enemigo. Elevar la sincronización al grado que le permitiera afectar a placer el campo A.T. y poder activar el Motor S2, había resultado mucho más difícil de lo previsto y con secuelas mayores. El hilillo de sangre que nuevamente le escurría de las fosas nasales y oídos daba cuenta de ello. Esperaba amenizar los efectos secundarios con el entrenamiento. De todos modos, no planeaba resistir pilotar por mucho tiempo. Dos años, cuando menos. Después, vendría el final de la canción.

    Adolorido y cansado en extremo, se dejó caer de rodillas en el ardiente desierto, para después desplomarse por completo, ahora sí ya sin energía. Boca arriba, con las áridas arenas a su espalda, esperaba a que llegara el equipo capacitado para recogerlo tanto a él cómo a Zeta. Pensaba en los tiempos venideros. En la expresión de los viejos de NERV. En todo lo que les esperaba a él y a sus compañeros pilotos, así cómo a la humanidad entera.

    A lo lejos se escuchaban los motores de los helicópteros y camiones que venían por él. Una densa nube se paseaba por los cielos, eclipsando al sol por unos momentos, cuando pasó por debajo de él. Su sombra se proyectó en las desérticas planicies en donde reposaba.

    Entonces, en un momento de tranquilidad absoluta, fue que la revelación vino a él: moriría en esa misma cabina en dónde se encontraba.

    Born to be mother fuckin’ wild…— suspiró sin inmutarse, recargándose completamente en su asiento.


    Una tormenta de arena se acercaba.
     
    Última edición: 31 Mayo 2014
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    Gus Rojinegro

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    El Proyecto Eva
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    Capítulo Seis: ¡A la victoria siempre!

    “¡Hasta la victoria siempre!

    Comandante Ernesto “Che” Guevara



    El sonido de la grúa subiendo el pequeño cubículo inunda el interior de éste. Dentro del ascensor, una desapercibida aunque importante junta se llevaba a cabo entre únicamente dos personas.

    El Comandante Gendo Ikari escuchaba pacientemente al emisario del Consejo de Seguridad de la O.N.U., al mismo tiempo que éste señalaba varios documentos y fotografías en su haber, vinculados a toda una serie de eventos de suma trascendencia.

    —¿Seguro que nadie puede oír todo esto?— preguntó Gendo a su acompañante. El no estar en la cómoda seguridad de su propia agencia lo ponía tenso. No ignoraba lo impopular que era entre algunos sectores de la Junta de Seguridad, por tanto siempre estaba latente el temor de ser baleado por la espalda cuando se atrevía a abandonar sus dominios.

    —Revisamos todo el ascensor. No hay micrófonos ó cámaras ocultas; está limpio— se apresuró a decir su anónimo acompañante; de una mediana estatura, complexión robusta y vestido con un traje negro, mientras sus ojos eran ocultos por unas gafas para sol. En su acento para hablar japonés se distinguía inmediatamente su procedencia norteamericana.

    Ikari volvió a oír desinteresadamente todo los asuntos que aquel hombre ha venido a tratar, mientras observa su calzado y los alrededores. Finalmente, por fin escucha algo merecedor de su atención total.

    —Por último, en un hecho sin precedentes— anunció el personaje, con cierta emoción en su voz, deslizando sobre las manos del comandante una carpeta con varios documentos, todos ellos referentes a las tropas rebeldes, mejor conocidas cómo el Frente de Liberación Mundial —Desde hace dos meses ha ocurrido una fragmentación en la dirigencia rebelde, cuyas causas hasta ahora son difíciles de precisar. Se distinguen dos tendencias: una, al parecer la más radical, es la que más adeptos ha ido ganando con una rapidez insólita; sin embargo, también la identidad del cabecilla de este grupo es un misterio. Al contrario, en el otro lado se encuentra la postura conservadora, la más débil y falta de seguidores, encabezada ni más ni menos que por nuestro reconocidísimo Comandante Chuy— enfatizó el sarcasmo al describir a ese individuo —Según la información que hemos recabado, la creciente fuerza de este nuevo grupo ha obligado al famoso guerrillero a abandonar el auspicio de su antiguo ejército, retirándose con los pocos hombres de confianza que le quedaban hacia un destino desconocido. Todo esto sucedió en el corazón de África, cerca de la frontera del Congo con Sudán, en dónde presumiblemente se encuentra la última base de operaciones del Frente, luego de que numerosos y fallidos enfrentamientos con los Cascos Azules los obligaron a replegarse de sus posiciones. Se cree que las abundantes bajas sufridas durante éstos últimos enfrentamientos fueron también una de las principales causas de la destitución del Comandante Chuy cómo General en Jefe de las fuerzas rebeldes, cargo que había venido desempeñado desde su misma fundación, hará ya unos catorce años.


    Todo eso era muy interesante, fútil para él, pero un dato bastante curioso al fin y al cabo. ¿Pero qué era lo que tenía qué ver con él? Notando su bien disimulada impaciencia, el mensajero se apresuró a continuar con su relato.

    —Hace apenas una semana que una de nuestras bases en México, ubicada en Nuevo Manzanillo, el puerto con mayor afluencia del Oceáno Pacífico, fue atacada en un asalto relámpago. Los agresores capturaron abundante y muy diverso armamento, además de varias provisiones y equipos de telecomunicaciones, para después escapar hacia el mar en varios barcos mercantes de la industria local, igualmente hurtados. Debido al tamaño de sus naves, además de que empleaban parte del equipo robado para interferir con las señales del radar y satélite fue muy difícil encontrar su localización. No obstante, la última señal que tuvimos de ellos indicaba que por la latitud que tomaban estaban en camino hacia el Japón; además de la identificación del cadáver de un agresor caído durante el asalto, identificado ya cómo el Teniente Cirilo un alias para Daniel Santillán, conocido colaborador del Comandante Chuy.

    —¿Me tratan de decir que ese hombre se dirige al GeoFrente?— lo interrumpió el nipón, harto de escuchar tantos rodeos, además de una inquietud que se apoderó de él de súbito —¿Qué les hace suponer que ese sujeto está tan desesperado cómo para intentar tomar por asalto el refugio subterráneo mejor protegido del planeta? ¡Es absurdo! ¡Sería un auténtico suicidio! Hay mucho que no sé acerca del tipo, pero una cosa la tengo por segura: el tal Comandante Chuy no es ningún imbécil, sino, no habría sobrevivido tantos años combatiendo a sus Fuerzas Armadas.

    —Estamos bien enterados de esa situación— murmuró con desgano su interlocutor, sustrayendo de entre los bolsillos de su saco una fotografía —Pero a pesar de todo, también estamos seguros que precisamente es en ese lugar donde se encuentra el último recurso que le queda. En ningún otro punto del globo le podrían prestar ayuda para su tan precaria situación, acosado por todas las organizaciones militares y de inteligencia de todo el mundo, rechazado por su propia agente. ¿Cómo es eso posible? Bueno…— dijo, a la vez que ponía la foto por encima de todos los documentos que Gendo se encontraba examinado en ese momento —No hace mucho también que, luego de años y años de intentar afanosamente develar de una vez por todas la verdadera identidad del Comandante Chuy, laboriosamente guardada en el hermetismo en que operaba, además de ocultar su rostro en su característica capucha, por fin hace un mes logramos conocer su verdadera identidad. Gracias, en gran parte a lo descuidado que se ha vuelto, a raíz de los conflictos internos ya antes referidos. Fue así que conseguimos esa fotografía que ahora sostiene en sus manos, en dónde se distingue con toda claridad el rostro del Comandante, instantes después de haberse retirado su capucha. Me parece que al ver esta fotografía todo le será más claro. Es cierto que hace tiempo que no aprecia ese rostro, pero al reconocerlo podrá entender de lo que se trata todo esto.

    Ikari hizo caso de la instrucción. Hurgando en todos los rincones polvorientos de su memoria, intentó afanosamente reconocer al sujeto que le presentaban en el daguerrotipo. Sin mucho éxito, cabe destacar. Por más que lo buscaba no lo lograba relacionar. La larga cabellera, sucia y maltrecha, producto de la abundante exposición al polvo y al sol, esa barba tan espesa y tan abundante, el rostro moreno y curtido. No, no lograba recordarlo. Entonces, posó su vista sobre sus ojos. Sí. Había algo de familiar en esos ojos. Más que en los ojos, en esa mirada tan llena de desesperanza, tan sombría, tan sin ninguna fe en el mañana. Entonces, con un sobresalto que no pudo ocultar, por fin pudo identificar con plenitud al sujeto de la foto. Haciendo a un lado todos esos detalles, enmarcando al rostro más allá de todos ellos, lo reconoció por completo. Pero no era posible. Estaba viendo el rostro de un hombre muerto.

    —¿Pero... pero... c-cómo?— atinó a decir, en medio de su confusión.

    —Al reverso— indicó el emisario, impávido cómo bloque de piedra —Allí está escrito su verdadero nombre, y por ende, su parentesco.

    El japonés obedeció la orden, volteando la fotografía al reverso, leyendo detenidamente las letras allí plasmadas. En cuanto lo hizo, la calma resurgió en su rostro, tranquilizándose poco a poco. Finalmente, suspiró:

    —Pero claro. No podía ser de otra manera.

    —Ahora entiende nuestra posición— agregó su acompañante —Durante dos décadas, este cabrón hijo de puta ha sido una piedrita en nuestro zapato— pronunció con un notable desprecio hacia el guerrillero — Ahora, que su influencia se ha disipado casi en toda su totalidad, es el momento de liquidarlo... para ello, necesitaremos de manera indispensable de su total apoyo.

    —Japón es MI país. Mi isla. Mi hogar. Si durante los últimos años se ha visto ajeno a todos los conflictos bélicos que se han suscitado alrededor del globo ha sido precisamente por mi celosa protección— Ikari expuso categórico, firme y resuelto, sin dar un solo resquicio a la negociación —De tal forma, no toleraré el ingreso a tierras japonesas de cualquier clase de grupo armado, sobre todo si sus intenciones afectarán directamente mis instalaciones y mis cuantiosos recursos materiales… búsquense otra forma de dar solución a su problema de plagas, que Japón está fuera de todo límite…

    No pudo terminar su exposición de motivos, al ser interrumpido de tajo.

    —Por cierto— continuó el otro sujeto —El Secretario General y los otros líderes del Consejo de Seguridad siguieron ininterrumpidamente la transmisión del primer combate de la Unidad Z. Están muy emocionados con su desempeño tan satisfactorio. Ya hay una corriente entre los dirigentes que considera muy seriamente el optar asignarle completamente al equipo del Doctor Rivera la tarea de eliminar a los Ángeles. Eso implicaría la disolución absoluta de NERV, ni qué decir del enorme presupuesto que se les tiene asignado. Del mismo modo, los contratos previos que sostuviera NERV con otros organismos públicos y privados quedarían sin efecto; como por ejemplo, la cuantiosa licitación que Tatsunoko Corporation obtuvo para disponer de los restos de los ángeles. Sería una verdadera lástima, sobre todo porque sabemos los buenos amigos que son Tatsunoko-san y usted. Pero no hay de qué preocuparse, por ahora —aclaró, al ver el gesto contrariado de Ikari —El Secretario también tiene muy presente todos sus valiosos servicios a lo largo de estos quince años. ¿Acaso en su país conocen el refrán: “Favor con favor se paga”? La sabiduría popular es indiscutible… ¿usted no lo cree así?


    Apesadumbrado, el rostro del japonés se ensombreció. El mensajero había dado justo en el clavo. Gendo necesitaba indispensablemente de ese presupuesto, de esa enorme cantidad de dinero que le asignaban periódicamente a su agencia para llevar a cabo sus planes secretos. Sin el dinero, nada se podía llevar a cabo. Como siempre, todo era mera cuestión del simple y maldito dinero. Por lo tanto, la decisión le resultó fácil, desde ese punto de vista: la cabeza del rebelde tenía que rodar, aún si esto comprometía seriamente la seguridad de sus compatriotas y de su tierra natal.

    —De acuerdo— asintió lacónicamente, al mismo tiempo que el elevador se detenía y las puertas de éste se abrían. Ya habían llegado a su piso.

    —Sabíamos que un hombre de tanta visión cómo usted entendería— remataba el otro individuo, esbozando una sonrisita burlona mientras el comandante le daba la espalda para abandonar el elevador. Y mientras las puertas se cerraban delante de él, culminó —Sus instrucciones llegarán una vez que esté de vuelta en Japón. Un gusto hablar con usted.

    —Miserables— murmuró entre dientes Ikari, caminando por el solitario pasillo hasta la puerta de su habitación. Tenía que volver cuanto antes a Tokio 3. Era un largo viaje desde los Alpes suizos.


    Así que, mientras que en Berna era apenas poco antes de mediodía, al otro lado del mundo, en Japón, la noche reinaba, cubriendo con su manto de oscuridad todo, hasta las aguas que delimitaban la extensión de tierra firme.

    Eludiendo a toda costa cualquier tipo de luz, mucho más la eléctrica, una pequeña lancha de motor se abre paso por la marea hasta llegar a un pequeño muelle abandonado, y por lo tanto, poco vigilado. Sus siete ocupantes se apresuran a bajar de su vehículo y a refugiarse de inmediato entre las sombras de los muelles, cargando con dificultad su carga, varias valijas, maletas y cajas que llevaban sobre sus espaldas hasta que avistaron a su contacto, quien con una seña les indicó un viejo almacén que, al igual que todo en los alrededores, se encontraba abandonado.

    En tiempos mejores, aquella área recibía el nombre de Yokosuka, una ciudad del país del Sol Naciente, en la provincia de Kanagawa, situada al SO. (Sudoeste) de la bahía de la antigua ciudad de Tokio, en la isla de Honshu. Había sido una importante base naval, ahora sólo era una ruina más en un país en ruinas.

    Los forasteros, con sigilo extremo se introdujeron al interior del almacén, siempre con el temor latente de ser descubiertos de un momento a otro, y una vez acomodados vislumbraron por las ventanas sucias y quebradas aquél fulgor inusitado, que se divisaba allá, a lo lejos en el horizonte. Tal hecho indicaba que la última de las embarcaciones comerciales hurtadas, misma que utilizaron para llegar hasta allí, explotó con cualquier evidencia que delatara su presencia en ese país, según lo planeado. Era lo bueno del fósforo. Cubría cualquier clase de rastro.

    —Quiubo, Paco— saludó en español uno de los encapuchados, al parecer el de mayor rango, a su guía, estrechando las manos —¿Cómo están las cosas por acá?

    —Según parece, bien— contestó Paco, que al igual que todos los allí presentes tenía el rostro oculto —Todo va de acuerdo al plan.

    —¿Llegaron todos los muchachos?

    —Sanos y salvos. Aquí ya nomás queda tu gente, 34, incluyendo a los que estamos aquí. A los que llegaron antes que ustedes los acomodé en los almacenes vecinos, para que descansaran un rato. Los vehículos ya están cargados y listos para cuando ordenes partir.

    —Muy bien— repuso el primer encapuchado, volviéndose a sus subordinados —Órale raza, trepen todo al carro y traten de descansar los más que puedan; en 45 minutos tenemos que estar dejando este muladar.

    Todos asintieron y en cuanto antes pusieron manos a la obra. Y mientras ellos se encargaban de cargar el jeep que los transportaría por las frías y oscuras carreteras de Japón, su líder se encaminó hacia una de las ventanas, buscando aire fresco del exterior. Estaba extenuado. Cargaba sobre sus hombros un gran peso. Su allegado se le acercó.

    —Oye, Chuy— le dijo, casi susurrante.

    —¿Sí?— musitó el guerrillero, con la vista clavada en las estrellas que tapizaban la noche.

    —Las cosas nunca debieron llegar hasta este punto. ¿Cómo fue que permitimos que la cosa se nos saliera, así de control? Lo más importante: ¿Crees que podamos detenerlo, antes de que sea tarde?

    —Ni yo lo sé, Paco— respondió descorazonado, en su misma pose, con la mirada en alto, perdida, y una mano apoyada contra la desvencijada pared.

    —Esto está de la fregada, mano— continuó lamentándose su viejo compañero de armas, notablemente nervioso —Entre todos, aún contando a los que ya se nos adelantaron, no pasamos de la centena. Si nos topamos con alguna brigada de las Naciones Unidas, que es lo más probable, nos las vamos a ver negras. ¡Esto es una puta mierda, Chuy, una puta mierda!— prorrumpió, desesperado, dándole un golpe a la misma pared en donde estaba recargado su compañero —La avanzada que mandé en primer lugar ya se reportó. Me dicen que la pinche ciudad está igual que aquí. Desierta, muerta. Todo el pinche país es un enorme pueblo fantasma. ¿Cómo se supone que vamos a poder cubrir nuestra presencia, si no hay nada con qué taparnos? No sé tú, compadre, pero a mí me huele a que hay gato encerrado aquí. De seguro esos cabrones ya nos están esperando. ¡Nos están esperando, te digo!

    Su jefe por fin se movió, bajando la vista y quitando la mano de la pared. Respirando profundo, se volvió hacia él, tratando de infundirle ánimos.

    —Por eso mismo es que tenemos que ser más listos que ellos, Paco— puso una mano sobre su hombro, dándole unas palmaditas de apoyo —Acuérdate que el mecate se rompe por el hilo más delgado. Mejor sería que descansaras un poco, ¿no crees? Has estado en friega estos últimos dos días.

    Sin ademán de querer decir algo más, el Comandante Chuy abrió la puerta de aquella pocilga, queriendo respirar una última vez la brisa salina del mar que quedaba atrás de él. Pero antes que abandonara el recinto, su camarada lo contuvo una vez más.

    —¿Toño?— dijo, a sus espaldas —Nos la vamos a pelar, ¿verdad? Es decir, aquí se acaba todo... todo por lo que peleamos tanto tiempo...

    El comandante permaneció estático en su lugar. Una marejada de emociones, de añejas sensaciones lo inundaban. Hacía ya toda una vida que nadie se dirigía a él con su verdadero nombre: Toño, un apelativo para Antonio. Recuerdos de esa vida perdida acudían a él en grandes porciones.

    —Eso parece, mi Oscar— contestó en tono lúgubre, cabizbajo —Pero con todo, hay que chingarle hasta el final: Patria ó muerte, ¿te acuerdas?

    —Patria ó muerte... — repitió su amigo, murmurando. En esos momentos, aquellas palabras sonaban tan vacías, aquel ideal lucía tan lejano.

    —Descansa— insistió el cansado guerrillero otra vez, mientras se encaminaba a un costado del almacén, en dónde podía observar el Océano Pacífico y escuchar sus olas romperse en la arena de la playa contigua.


    Sacó de entre sus ropas una vieja y maltratada pipa de madera, pero que aún con todos los años encima, continuaba haciendo gala de su elegancia y de su fino corte artesanal. También sustrajo de uno de sus bolsillos una bolsita con tabaco, vaciando algo de su contenido sobre el recipiente, para después de haber guardado la bolsita en su respectivo bolsillo, encenderlo con un cerillo y empezar a degustar su aroma. Todo el procedimiento lo realizaba con extrema reverencia, casi era un ritual para él.

    Mientras fumaba, con los ojos anclados en el mar, hizo a un lado todas las precauciones, y en un arrebato temerario se quitó la capucha del rostro, tirándola al piso. Después de todo, no había podido matar a Nelson, ese bastardo traidor, y para estas alturas ya todas las agencias deberían tener en su poder la fotografía que le tomó sin su máscara. Ahora ya era obsoleta, un peso muerto.

    Tan muerto cómo esos parajes. Tan muerto cómo todo lo que alguna vez le importó. Entonces, así es cómo se acaba todo. 21 años de rebelión y de lucha continua e intensa, no sólo batallando contra el imperialismo capitalista, la voraz globalización neo-liberalista, sino también en contra del hambre y la miseria, climas inclementes, paludismo y cólera, aún contra a aquellos a los que quería defender, esforzándose por hacerles ver que su camino era el correcto, que su lucha era su lucha. Aguantando condiciones extremas, meses sin poder asearse, a veces sin poder cambiarse de calzones cuando la diarrea te agarraba y tenías que cagarte en ellos, soportando la maldita pestilencia de tu propio trasero; durmiendo junto con las más terribles alimañas que Mamá Naturaleza en su infinita sabiduría haya creado. ¡Los pinches zancudos! Despertar y encontrar que más de una veintena de ellos te ha picado en todo el cuerpo, rascándote con uñas rotas y maltratadas. ¡Qué diferente era todo al principio! Lleno de esperanzas e ideales, sueños guajiros en donde salvabas al mundo de la opresión y lo dirigías a una utopía, donde todos compartieran la producción del trabajo en forma equitativa, de manera que nadie tuviera más que alguien. La eliminación del excedente y de la plusvalía. ¡Qué maravilloso se escucha toda esa sarta de idioteces!

    Pero los años se van. Y también la juventud. Y con ella todos aquellos sueños a los que ofrendaste casi toda tu vida para verlos hechos realidad. De pronto te ves viejo, enojado y muy cansado, pestilente y sucio. ¡Ropa limpia, por favor, y un cambio de calzones, por el amor de Dios! Un baño con shampoo y una barra de jabón tampoco estaría nada mal. Y un rastrillo y tijeras para la barba llena de piojos. No importa lo que Paco diga, no puedo esperar para llegar a la ciudad, con todos sus lujos y comodidades.


    Todo se acabó. Y tenía que ser aquí, precisamente aquí en este pedazo de roca en dónde tú moriste. Y ahora llega mi turno. Ya estoy en la tierra en donde dejaste de existir. Todo este territorio en el que gastaste los últimos años de tu vida. Me imagino que, al igual que yo, en algún instante de tu vida te posaste en alguna de estas playas, a escuchar la voz del mar hablándote, a observar esas olas espumosas estrellarse en el rompeolas, sentir la fría agua salada golpearte la cara, oler esta brisa salina... cómo yo, en ti debió haberse despertado un sentimiento de entrañable melancolía, que inevitablemente te condujo a aquellos días junto a mis padres. Ciertamente, es el mismo océano que nos vio nacer, pero la playa no es la misma. En lugar de reflejar el calor y la alegría por la vida, esos inolvidables días de fugaz infancia, aquí no puedo ver más que muerte y desolación. Una soledad abrumadora, que amenaza con engullirte a la menor oportunidad, con devorar tu corazón y no dejar nada de él. ¿Tú también sentiste lo mismo? Apuesto que sí. También miraste a este mismo mar que estoy viendo ahora, y tampoco pudiste encontrar nada más que desesperanza y tristeza. No, esta tierra extranjera no es y nunca será la nuestra. El nuestro fue un reino ahora extinto, engullido por los hambrientos elefantes del Norte. La nuestra fue una ciudad con olor a tierra mojada, de bellas y flamantes rosas en sus caminos y veredas, de una sociedad de mojigatos, de pinches mochos que se santiguaban hasta en el puto baño. Nuestra playa era una playa de turistas pendejos a los que podíamos tranzar fácilmente y sacarles la dolariza, de prostitutas y rateros en el malecón, una playa que se construyó sobre la sangre y carne podrida de los antiguos caciques de la localidad, vencidos por un enemigo al que ni ellos pudieron vencer: su propia ambición. Pero estos parajes extraños, éstos no son los nuestros, jamás nos pertenecerán ni podrán ser parte íntegra de nosotros cómo la tierra que nos dio a luz y nos vio crecer. Esto no es Puerto Vallarta. Esto no es Guadalajara.

    ¿Qué fue entonces lo que te obligó a continuar? ¿Qué te hizo levantarte y seguir tu camino, a pesar de que todo estaba perdido? Sí, ya lo sé. Seguramente fue esa mujer tuya, y el hijo que engendraste con ella. Lo sé, porque es lo mismo que me motiva a seguir a mí. Querías que estuviera a salvo, querías algo mejor para él, todo lo que ni tú ni yo pudimos poseer cuando teníamos su edad. Deseabas, con el anhelo más ferviente de tu alma, que tu hijo pudiera vivir, sin importar el precio que tuvieras que pagar. Salvarlo de su cruel destino, que le deparaba a él y todos los demás. Pero, ¿sabías qué le esperaba, de lograrlo? ¿Todo lo que le aguardaba en este mundo profano y corrupto? ¿Todo lo que tendría qué sufrir? ¿No hubiera sido más benévolo simplemente dejarlo morir? Ya no importa. De alguna manera, tengo que llegar con él, cueste lo que cueste, y advertirle. Advertirle sobre el peligro que se cierne sobre él, sobre todo el jodido mundo.

    Porque, a diferencia de nosotros, esta tierra sí es suya. Estos parajes estériles son parte de él, aquí es en donde pertenece, el lugar que lo vio crecer y muy probablemente lo verá morir. Son suyos todos estos desiertos infranqueables, todas estas modernas ciudades sin habitantes, este país sin un espíritu ó un alma, sin gente que lo habite. Pero es suyo, lo tiene grabado todo en su memoria, almacenado en su alma y que de alguna manera u otra influye en lo que él es. Es lo que representa, es el futuro.

    De pronto, me invade un lejano recuerdo de la niñez, de ese mundo que nos pertenecía y que ya se ha ido. Este olor, este olor que precisamente aquí, aquí en esta lejana tierra extranjera, viene a mí y me es tan familiar. Trae a mí viejas memorias de mi niñez, del panteón al que tantas veces tuve que visitar, primero para ir a la tumba del abuelo, después para ver donde reposaban los restos de mi propio padre. Hace más de treinta años que murió, pero aún tengo conmigo todas las impresiones de un niño descorazonado que cada 2 de Noviembre, el día de los muertos, llevaba a la tumba de su padre flores. Flores que expelían este mismo aroma que percibo en estos momentos, con todo un mar de por medio. Flores de xempaxochitl. ¿Aquí, en Japón, a estas horas de la madrugada?

    Volteo hacia todas partes, queriendo colegir el origen de este extraño fenómeno, cuando de reojo observo en una callejuela al lado del almacén la silueta de una figura que se aproxima a donde me encuentro, de pie. Instintivamente me llevo la mano a la pistola que guardo en su funda, oculta bajo mi chaleco. Al compás del avance de la sombra, la saco de su escondite y la cargo, quitando el seguro y deslizando el dedo sobre el gatillo, listo para mandar al infierno a cualquier malnacido que intente detenerme en mi misión. Me refugio en una de las desvencijadas paredes de mi escondite temporal y apunto a donde me supongo emergerá el dueño de la sombra que, gracias a esta bendita luna que me ilumina, se refleja sobre el piso. No es muy corpulenta, más bien es insignificante, a primera vista. Su andar es dificultoso, lento, pareciera que tiene llagas en los pies ó algo por el estilo.

    Y entonces, la escucho. Yo, que peleé por todo el mundo, que fui testigo de inenarrables horrores, que no en pocas ocasiones pude empaparme del sonido del campo de batalla, de espantosos gritos de agonía, gente sin entrañas rogando por ayuda, el llanto desesperado de las mujeres que sostienen a sus hijos muertos en brazos, el motor de los bombarderos sobre nuestras cabezas, las terribles explosiones que te ensordecían y que aún hasta de noche creías apercibir, yo que he visto al horror cara a cara, no puedo evitar que el sonido de esta aterradora voz me provoque un escalofrío hasta lo más profundo de mi médula, se trepe y enrosque por el tuétano hasta llegar a mi corteza cerebral y vuelvo a sentir lo que es el miedo, el terror absoluto. Mi pulso se acelera, tiembla junto con mi mano que sostiene la pistola, mi corazón late con más fuerza amenazando atravesar mi caja torácica, este sudor frío recorrer mis sienes, al mismo tiempo que la sigo oyendo, anunciando con su voz lúgubre, cómo un lamento continuo, que parece nunca acabar:

    —¡Flores! ¡Flores para los muertos! ¡Floooooores para los muertos! ¡Flooooooooreeeeees para los muertos! ¡Para los muertos! ¡Para los muertooooooos! ¡Flores para los muertos!

    ¡En español! En español, clarito y sin acento extranjero. ¡Aquí, en Oriente, a miles de kilómetros de distancia de México ó de cualquier otro país de habla hispana! No me cabe ya la menor duda que esto es obra del mero diablo. ¡El mismo diablo en persona, que ha venido por mí para arrastrarme a su reinado de tinieblas y perdición!

    Sea quién sea, por fin aparece ante mis ojos, prosiguiendo su tétrico canto, con su voz trémula y desgarradora:

    —¡Flores! ¡Flores para los muertos! ¡Floooooores para los muertos! ¡Flooooooooreeeeees para los muertos! ¡Para los muertos! ¡Para los muertooooooos! ¡Flores para los muertos!

    Se trata de una mujer. Una mujer vestida completamente de negro, con vestido largo y velo que me oculta su rostro, pero que aún a través de él se le ve pálido, casi transparente. El color de sus manos, descuidadas y maltratadas, con largos dedos rematando en unas uñas de igual condición, es moreno. Tez morena. No, no morena. Dorada. Piel de bronce. Definitivamente es paisana nuestra. Pero eso no hace que mi temor disminuya. Permanezco en mi sitio, congelado de pavor, sin que mi dedo acierte a jalar del gatillo. ¿Qué hace por estos lares? ¿Vestida de esa manera, recorriendo las vacías calles del vacío puerto, cantando de esa manera, cargando esa canasta tejida de mimbre con sólo cuatro flores de xempaxochitl? Vendedora no es, de seguro.

    Reviso el contenido de la bolsita que guardé en uno de los bolsillos de mi chaleco. La huelo con sumo detenimiento. No, pues sí es tabaco lo que he estado fumando. Esto no puede ser una alucinación, producto de un viaje de marihuana.

    Y otra vez, otra vez esa misma flor de xempaxochitl que ahora avienta a mis pies y que cae con un rumor seco, sustrayéndola de su canasta para después mirarme de pies a cabeza, con continente severo, sin jamás dirigirme una palabra, darme la espalda y continuar con su penoso deambular por el desierto puerto, entonando en aquellos gritos que perturbaban la tranquilidad de la noche:

    —¡Flores! ¡Flores para los muertos! ¡Floooooores para los muertos! ¡Flooooooooreeeeees para los muertos! ¡Para los muertos! ¡Para los muertooooooos! ¡Flores para los muertos!

    Esta flor de xempaxochitl, esta flor a mis pies que ahora estoy recogiendo, mientras sigo con la mirada a aquél espectro perderse en la oscuridad, camuflada con su atuendo, a la vez que escucho los últimos ecos de sus lamentos:

    —¡Para los muertooooos! ¡Flores para los muertos! ¡Para...!

    Esta flor de color anaranjado, de delgados y abundantes pétalos, de tallo verde y largo, esta flor de xempaxochitl, flor consagrada al culto de los muertos en mi tierra natal, para reverenciarlos y rendirles memoria, para guiarlos en su viaje al más allá, esta misma flor que ahora estoy sosteniendo en mi mano, que inunda mis fosas nasales con su peculiar aroma, es esta misma flor la que me hace finalmente acordarme de algo, por allá desvalagado en el viejo baúl de las memorias perdidas. Un recuerdo que me remonta hará treinta y algo años, cuando mi padre aún seguía con vida, cuando era mi padre quien nos llevaba de la mano al cementerio, a rendirle honor al venerable abuelo caído en batalla. Cuando al pie de la tumba de su propio padre, nos advirtió que a los dos, incluso a él, nos llegaría este momento. Cuando nos confió un secreto que había pasado en nuestra familia de padres a hijos, una tradición legendaria, seguida a través del paso de los años, incluso de los siglos. Éramos tan jóvenes, tan ingenuos y desinteresados. La muerte parecía algo tan lejano, que quizás no le prestamos la suficiente atención mientras nos revelaba con una solemnidad marcial el más grande secreto de la familia. Un secreto de vida y muerte, que ahora cobra vida y más credibilidad que nunca. ¡Padre, qué tontos fuimos al no atenderte!

    —Xóchitl— murmuro ese nombre, esbozando en mi memoria el antiguo relato que mi padre nos confió a ambos.

    ¿Tú también pasaste por lo mismo? ¿También tú viste a esa florista ambulante, tirar una flor de xempaxochitl a tus pies? ¿También tú te quedaste paralizado por el pánico que embargaba todo tu ser? ¿También tú recordaste ese viejo relato, olvidado hace ya tantos años? ¿También tú te percataste, al igual que yo, que tu fin estaba próximo? ¿Por eso hiciste lo que hiciste?

    Con mayor razón debo apresurarme a cumplir con mi cometido. Debo encontrarlo. Debo encontrar a ese hijo tuyo y hacer todo lo que quede en mis manos por salvarlo de su destino, del destino de toda nuestra familia. El mensaje debe ser entregado.


    —¿Chuy?— pregunta Paco, desconcertado por mi actitud, a mis espaldas. Está muy claro que él no vio nada, ni escuchó esos desgarradores aullidos de alma en pena. Sólo yo pude verla —Estamos listos para irnos, cuando tú quieras dar la orden.

    —Sí— contesto, pasando mis manos por mi cara, despabilándome por entero, para luego volverme hacia mi alterno —Vámonos de una buena vez— suspiro mientras que tiro al suelo la flor. Ya no hay nada que pueda hacer.

    —¿Y eso?— me vuelve a interrogar mi segundo, haciéndome caer en la cuenta que la flor era muy real, si es que él era capaz de verla —¿De dónde la sacaste?

    —De por allí— salgo al paso, escabulléndome hacia el jeep que está en el interior del almacén. Él no tiene qué saber lo que nos aguarda en Tokio 3.


    Al siguiente día, sin conocer la existencia de la charla anterior e ignorando también el drama que vivía una de las figuras políticas y sociales más reconocidas de su época, en otro salón de las instalaciones de NERV, Ritsuko y Misato observan la batalla anterior, tomada gracias a múltiples cámaras en la ciudad, obteniendo así un sin número de vistas desde donde analizar el debut de la Unidad Z.

    —Bien, muy bien— repetía la Doctora Akagi a cada toma de la grabación —Bastante bien, para ser la primera vez. La capacidad de combate del Eva Z sobrepasa en mucho a lo que esperábamos. Las mejoras genéticas y mecánicas que realizó el muchacho en una unidad Evangelion ordinaria son asombrosas— la grabación termina, pero no por esto la conversación debería hacerlo también, así lo creyó Ritsuko, permaneciendo en su asiento mientras continuaba el diálogo —En circunstancias normales, deberíamos alegrarnos de ese hecho, pero dada la situación tan comprometida en la que NERV se encuentra...

    —Te comprendo— asintió Misato, que a diferencia de su compañera se puso en pie y se cruzó de brazos, con una expresión muy seria —Y es que si el Consejo de Seguridad ya ha visto esta grabación, y ya se dieron cuenta del potencial que tienen entre manos, es decir, con su propio equipo y personal, ¿para que querrían a NERV? Se ahorrarían mucho, eso sí.

    —Quizás fue por eso que el Comandante Ikari salió corriendo a la junta que sostendría el Consejo en Berna, ¿no lo crees?

    —Apostaría por eso— señaló Katsuragi, con una discreta sonrisa en los labios —Debe estar muy preocupado por no perder su trabajo...

    —Cómo todos nosotros, necia— recalcó la científica —Cómo si no tuviera ya suficiente de qué preocuparme. Por ejemplo, está ese asunto de la sincronización del piloto con el Eva Z.

    —¿Sigues con eso?

    —¿Porqué todo mundo toma el asunto tan a la ligera? Es inaudito que pudiera alcanzar fácilmente ese nivel tan alto, en la primera vez que lo tripulaba… al igual que Shinji. El sólo sincronizarse a un nivel satisfactorio les tomó al Primer y Tercer Niño siete meses aproximadamente. Pero en cambio, el Segundo y el Cuarto Niño consiguieron un radio de sincronía de 100 y 48 por ciento, respectivamente, la primera vez que subieron a sus Evas. Pero la cosa no termina allí, sino que, por si no fuera suficiente, el piloto del Modelo Especial logró aumentar tres veces y medio su nivel de sincronización perfecta; poniéndolo en porcentaje, sería de un 350%. ¡La segunda cantidad más alta de sincronía alcanzada en el proyecto! También está esa capacidad de alterar y manipular a voluntad el Campo A.T de Eva… ¡Me está volviendo loca!

    —Relájate, eres una chica lista… estoy segura que encontrarás la respuesta, como siempre lo haces… y también sé muy bien que cuando descubras que es lo que hace diferentes a esos dos de nuestros otros pilotos, hallarás rápidamente otra cosa por la cual obsesionarse y angustiarse…

    —No lo sé con exactitud— pronunció Akagi ensimismada, ignorándola —Existen tantas variables a considerar… bien podría ser el sexo. Tal vez la presencia de los cromosomas Y tengan algo que ver. Probablemente también el ciclo menstrual intervenga en el desempeño del piloto a los mandos de una Unidad Eva. Sin embargo, creo que en el caso concreto de Kai existe un factor determinante en su habilidad para manipular tanto su sincronía cómo el campo A.T. del Evangelion, y me supongo que ya debes imaginarte a lo que me refiero. Y las consecuencias que este hecho desencadenará de seguir en su empeño.

    —Sí, ya sé de lo que me estás hablando— musitó Katsuragi, cabizbaja —Pero cuando hablé al respecto con Kai fue muy tajante al aclararme que estaba decidido a llegar hasta el final, sin importar lo que pasara con él. Es su decisión, y por mucho que me duela, debo respetarla.

    —Después de todo, cada quién debería tener derecho a elegir de qué manera morir, ¿no?


    Con el alma hecha nudos, Misato ya no fue capaz de responder a aquél comentario de mal gusto, al recibir una inoportuna llamada en su celular. Al ver en pantalla quién estaba al otro lado del enlace supo que debía tratarse de algo que requería su inmediata atención.

    —Aquí estoy, Hyuga— respondió el llamado, retomando el control de sí misma —¿Qué sucede?

    —Siento molestarla, capitana, pero tenemos una situación en los accesos al cuartel que necesita ser atendida por usted lo antes posible.

    —Entendido. Voy para allá…

    —El deber llama, ¿no es así?— le dijo su acompañante, una vez que concluyó la conversación telefónica y la Capitán Katsuragi se retiraba, sin prestarle demasiada atención al estado que había provocado en ella —Descuida, seguiremos hablando después… ¡Oh, y hablando de la llamada del deber!

    Decía esto al recibir de la misma manera una llamada que debía ser atendida sin demora, pues quien quería comunicarse con ella era ni más ni menos que el mismo Comandante Ikari en persona.

    —¡Qué grata sorpresa, comandante! Espero que su viaje haya sido del todo satisfactorio… ¿qué tal están los Alpes suizos en esta época del año?

    Ritsuko hizo una pausa, escuchando lo que Ikari tenía que decir. Casi enseguida respondió, carente de su entusiasmo inicial.

    —Sí, ya veo. Sólo espere un momento, por favor— tapando con una mano el parlante de su dispositivo móvil, hubo de susurrarle a Misato —Parece que esto va para largo… luego te cuento, te veré a la hora del almuerzo…

    La mujer de larga cabellera negra asintió con la cabeza y salió del cuarto a la brevedad. Una vez que se aseguró de estar sola, la Doctora Akagi retomó el hilo de la conversación, que debía ser lo bastante importante como para solventar el enorme costo de una llamada a celular desde Suiza hasta Japón.

    —Ya no hay nadie cerca, señor. Lo escucho…


    Al igual que en muchas otras ocasiones desde que había cambiado de residencia a la ciudad de Tokio 3, el joven Shinji Ikari se encontraba al borde de un ataque de ansiedad. Sólo que aquella vez no se enfrentaba a un sanguinario monstruo del tamaño de un rascacielos, ó a su cruel y poco amoroso padre. En esta ocasión, el enemigo a vencer era una simple hoja de papel bond de 25 gramos tamaño carta. Su arsenal consistía en la veintena de preguntas de opción múltiple que lo harían reprobar el periodo si es que acaso fallaba en su intento por acertar a contestar correctamente la mayoría de ellas.

    Hasta ese momento la balanza se inclinaba desfavorablemente hacia el lado contrario. Si bien no era tan mal estudiante, el haber reanudado sus estudios a mitad del curso y las constantes faltas debido a su actividad como piloto de Evangelion comenzaban a cobrarle factura. Así que por más que se mordiera los labios ó mirara hacia el techo en busca de respuestas, jamás las obtendría. Había solamente una solución a su predicamento, aunque no fuera del todo de su agrado.


    “Preguntas 3, 8, 15…” especificó mediante ese extraño sistema de señas supuestamente indetectable que inventó Kensuke, específicamente para su uso durante los exámenes. Se había mostrado renuente a utilizarlo porque, haciendo aparte el escabroso conflicto moral que implicaba hacer trampa durante una prueba académica, las respuestas las obtenían en su totalidad de la vasta sapiencia y buena voluntad del Doctor Kai Rivera, presente en aquél salón como una codiciada balsa en un naufragio en aguas heladas. De tal modo, solicitar su ayuda era como claudicar frente a su supuesto “rival”, evidenciando aún más su inferioridad intelectual. Y aunque no era muy orgulloso, tratándose de Kai le disgustaba sobremanera cualquier concesión que le otorgara.

    “A, D, B…” le respondió Katsuragi casi enseguida, mediante las mismas gesticulaciones convenidad previamente. Si aquello le causaba alguna satisfacción, su rostro y actitud ecuánimes no lo reflejaban en absoluto.

    Apenado, Shinji agradeció la ayuda y volteó hacia la hoja en su pupitre, jurándose a sí mismo que sería la última vez que haría algo como eso. A su entender, sólo los rufianes hacían trampa y los rufianes siempre acababan mal.


    Por su parte Rivera estaba despojado de aquella clase de remordimientos. Aún a pesar de que estaba exento de presentar cualquier clase de pruebas, estuvo dispuesto a realizar aquél dichoso “examen final de periodo” más que nada porque su presencia ayudaría a que muchos de sus compañeros mejoraran sus notas. Había estado pensando en lo que le había dicho Ikari, acerca de cómo se distanciaba de aquellos chiquillos, y aunque abiertamente declarara su falta de interés en cuanto a la opinión que todos ellos pudieran tener con respecto a su persona, lo cierto es que tampoco quería ser el apestado del grupo. Por tal motivo fue que accedió a desperdiciar tres minutos de su vida en llenar aquella parodia de evaluación escrita, a la que hasta se había dado el lujo de corregir la sintaxis en uno de los planteamientos que se les hacía. A partir de entonces sólo se había dedicado a repartir las preciadas respuestas a todo aquél que se lo solicitara.


    Miró de nuevo hacia hilera de asientos pegada a la ventana, a lado de él, reanudando su labor favorita siempre que estaba en la escuela: la minuciosa y hasta ferviente contemplación de Rei Ayanami, quien contestaba tranquilamente la prueba a diferencia de la mayoría de sus condiscípulos; a decir verdad ella y Hikari eran las únicas que no habían requerido de su asistencia durante el tedioso transcurso de aquella prueba.

    Rei era la única razón por la que estaba dispuesto a desperdiciar cinco horas de su preciado tiempo cada mañana, de lunes a viernes; tan sólo por tener la oportunidad de estar más tiempo a su lado, aún cuando Ayanami le negara cualquier atención durante todo ese lapso. Por ella podía soportar de forma religiosa todo aquello y mucho más castigo, si es que era necesario. Ella, y sólo ella era lo único que existía en el mundo en esos momentos, poniendo de manifiesto lo enamorado que se encontraba. Sus heridas ya estaban sanando, por fin. Ya le habían quitado la gasa de su ojo derecho, dejando ver la peculiar belleza de éste. Y dentro de algunos días le quitarían también el yeso del brazo.

    —Dios, hasta su manera de mover el lápiz es encantadora, ¿no?— pronunció melosamente el enajenado muchachito, sin importarle que todos pudieran escucharlo.

    —¡Guarda silencio!— susurró Toji en tono apremiante, unos cuantos asientos detrás —¡Vas a arruinarlo todo!

    La única respuesta de Katsuragi fue la exhibición de su dedo medio, sin despegar la vista de la chiquilla de ojos rojos y corto cabello azul claro. Se daba a la tarea de examinar toda la anatomía de su bien amada. La recorrió con la mirada una y otra vez, enfrascado en la belleza celestial, según él, de la muchacha. ¿Cómo fue posible que se desarrollara a tal grado en un convento? En realidad la respuesta carecía de la menor importancia, lo único que importaba es que estaba ahí en esos momentos, junto con él, y eso nadie se lo podía quitar.


    Una vez concluida satisfactoriamente la jornada escolar, los jóvenes pilotos emprendieron rumbo a las instalaciones de NERV, igual que lo habían estado haciendo durante los últimos días, lapso durante el cual habían instaurado una especie de protocolo ceremonial para efectuar su trayecto. Cada cual caminaba a cierta distancia del otro, sin aproximarse ni alejarse demasiado entre ellos, únicamente manteniendo una prudente lejanía que les permitiera mantenerse a la vista. Rei iba primera, seguida incansablemente por Kai y hasta en la última posición se encontraba Shinji. A éste le parecía una tremenda estupidez todo aquello, pues si todos se dirigían al mismo lugar no pasaba nada si caminaran juntos hasta su destino. No obstante pronto recordó el tipo de personas con las que estaba lidiando, quienes no eran precisamente la encarnación del sentido común ó de las convenciones sociales aceptables.

    De tal suerte, los tres jóvenes continuaban su andar caminando sobre la desierta acera, mientras el cálido y afectuoso sol los saluda con sus rayos en sus espaldas, calentándolos y disipando el gélido fresco de la mañana, dando paso al caluroso mediodía. No había ni una sola nube en cielo que amenazara con opacar aquel brillante y hermoso día.


    El ambiente parecía reflejarse en el estado de ánimo de Rivera, que traía una sonrisa dibujada en el rostro desde que salieron de la escuela; ora juega con una lata, ora se dedica a recoger cada volante que encuentra en su camino ó simplemente tararea una canción, moviendo sus dedos en el aire para tocar una guitarra y baterías imaginarias, pero tal parecía que no podía quedarse quieto en un solo lugar, moviéndose por todos los alrededores tal cómo una especie de espíritu chocarrero. Lo cierto es que estaba ansioso por poder quedarse a solas con Ayanami para que pudiera dejar su actitud fría y distante hacia con él y pudiera prodigarle sus cariñosas atenciones. Con cada paso que daba sabía que ese momento se acercaba.


    Ikari lo observaba a la distancia con cierto recelo, aspirando al desdén. Sabía que a aquél muchacho razones le sobraban para manifestar aquél ánimo tan festivo. Entre las principales sin duda que figuraba lo bien que se había desempeñado en su primer combate a bordo de su Evangelion. Durante días enteros las personas en el cuartel no hacían más que hablar hasta el cansancio de cada aspecto y detalle minúsculo de aquél evento, cosa que comenzaba a fastidiarlo. Sentía que las odiosas comparaciones entre ambos comenzaban a surgir, y como Katsuragi se había autoproclamado como su “rival” lo más seguro es que estaría pensando en que le llevaba la delantera. Estúpido.

    Todo el transcurrir de la última batalla lo había pasado a bordo del avión que transportó a su Eva de la ciudad hasta la línea costera y de ahí de regreso a la metrópoli. Y aunque no había visto las hostilidades con sus propios ojos, ninguno de los supuestos logros del Segundo Niño lo impresionaban. Antes bien, le enfermaba la fastidiosa actitud que desde entonces Rivera había adoptado, brincando y bailoteando de aquí para allá como un completo idiota.


    Rei sintió entonces cómo unas manos la sujetaban por la cintura, para enseguida ser suavemente levantada unos centímetros por encima del suelo. Se trataba de Kai, quien al no poder contenerse más se decidió a sorprenderla con un fuerte abrazo por la espalda y darle un breve pero sustancioso paseo entre sus brazos, girando lentamente como si estuvieran en un carrusel. Era una acción muy atrevida, nada discreta, cómo le gustaba que fueran todos sus tratos con el muchacho, pero al observar la felicidad en el rostro de éste, de ésa del que sabe que ha encontrado al amor de su vida, por más que luchó y se contuvo, finalmente se rindió a la innegable sensación que crecía en su interior y una risa, aunque muy tenue y discreta, se escapó de entre los labios de la niña.

    Así siempre era su relación. Rei tranquilizaba y extasiaba a Kai, mientras éste con toda su vitalidad, la contagiaba y la hacía sentirse feliz como nunca antes, la hacía sentirse realmente viva.


    Shinji tuvo que recoger su mandíbula del piso debido a la anormal reacción de Ayanami a la acometida de su compañero de cuarto. Aquello le resultó increíble, ya que en sus anteriores encuentros, a simple vista Rei parecía carecer de cualquier clase de emociones, al estar siempre con esa misma expresión distante en su rostro. Pero ahora, mientras Kai la sostenía, ella parecía disfrutarlo, estar feliz con ello; en estos momentos parecía disfrutar de la vida por primera vez desde que la conoció, en aquel muelle de la Unidad 01. Eso le indicaba que lo que suponía desde días antes, que la aparente ausencia y melancolía que siempre reinaba en el semblante de la muchacha era una máscara, una barrera que utilizaba para cubrirse del mundo exterior, era correcta.

    Mucho más extraño le resultó que pudiese existir algún tipo de relación entre esos dos, dado sus caracteres tan disímbolos uno de otro. Pero Kai no se permitiría tanta familiaridad con alguien que no estuviera dentro de su círculo. De hecho, con él se permitía ese comportamiento hace apenas unos cuantos días, una semana a lo mucho, a pesar que ya había pasado más de un mes desde que llegó a Tokio 3. No obstante, ellos dos ya eran pilotos desde mucho tiempo antes de que los conociera. Tenían historia antes de él. ¿Qué tipo de historia sería ésa?


    —Ikari nos está viendo— susurró entonces la jovencita, reparando en la mirada acuciosa que les dirigía su compañero —Bájame, por favor…

    —Discúlpame, es que cuando te veo me olvido de todo lo demás…

    Obedeciendo en el acto, con suma delicadeza depositó a la muchacha sobre tierra firme.

    Lo bueno es que por fin habían llegado a los cuarteles, cuyo acceso se ubicaba justo frente a ellos. Sin embargo, había algo marcadamente distinto en ellos, lo que robó la atención de ambos muchachos.

    —¿Qué pasa? — pronunció Shinji una vez que se les unió, extrañado que sus compañeros detuvieran su andar.

    —Eso— murmuró Kai a la vez que señalaba un punto— Mira...


    La vista de su compañero se dirigió a la ubicación señalada, distinguiendo un grupo de personas vestidas con un verde oscuro bloqueando el ingreso. Se trataba de un cerco militar, instalado en todo el perímetro del cuartel general y en distintos puntos de éste. Observaba detenidamente esa decena de soldados en el cerco, revisando a cualquier vehículo ó persona que quisiera entrar. Cosa extraña, sin duda.

    —¿Y qué es lo que vamos a hacer?

    —Nada— pronunció Katsuragi, resuelto, mientras avanzaba con paso firme hacia los militares delante suyo.

    Sin vacilar un instante, el niño se abrió paso entre los uniformados, seguido por los otros dos chicos, hasta llegar al cerco en sí, dónde un soldado le corta abrupta y amenazadoramente el paso.

    —¿Qué quieren aquí, mocosos?— pregunta de forma tosca y violenta el militar,

    Kai pasó del rudo interrogatorio y se dispuso a examinar a la persona delante de él.

    Era un novato, cuando mucho un soldado raso, el cual no rebasaba los veinte años de edad. De estatura baja y cabellos color negro, de entre su boca desfilaban unas piezas dentales mal cuidadas. Era una minucia de persona que ofrecía un patético espectáculo de gallardía militar. Y lo más probable es que fuera tan inexperimentado cómo su apariencia lo indicaba. A lo mucho, tendría tres meses en servicio. ¿Entonces qué hacía en una operación de este tipo? Era bastante inusual que mandaran a novatos a cuidar la instalación más importante de NERV en todo el mundo, sea la razón que fuera. ¿Qué tramaba esta vez Ikari?

    —¿Qué no me oíste, tarado?— volvió a cuestionar el soldado, aprovechando la corta edad de Rivera para insultarlo.

    — Aquí trabajamos, G.I. Joe— expresó el niño con desprecio, mientras le pasaba su tarjeta de identificación. Luchaba por contenerse. “Después de todo, sólo está haciendo lo que sus superiores le ordenaron” pensaba, intentando mantener la calma “¿Cómo es que este adefesio puede imaginarse que los pilotos Eva son sólo chiquillos de catorce años?”

    Frunciendo el ceño, el militar examinó de mala gana aquel pedazo de papel enmicado, y luego de dar una descuidada mirada a la tarjeta, prorrumpió:

    —¡Tu credencial falsa no me impresiona, mocoso imbécil!— gruñó mientras arrojaba la tarjeta violentamente al suelo, al mismo tiempo que el jovencito la recogía serenamente y pasando del berrinche del novato —¡Ahora váyanse a jugar a otro lado, idiotas, si no quieren terminar en un calabozo!

    Sin amedrentarse un ápice con el fuerte tono con el que se le hablaba, con una parsimonia inusitada, sobre todo tomando en cuenta las numerosas provocaciones de las que había sido objeto, Kai sustrajo de su bolsillo su celular, del que hizo uso de inmediato.

    —Soy yo… ya estamos aquí, pero un payaso con uniforme no nos deja entrar… entendido, esperaremos…

    —¿Estás hablándole a tu mamita, bebito? ¡Les dije muy claramente que se desaparecieran de aquí, cretinos!— el inexperto militarse encontraba con los ánimos encendidos, sobre todo por la constante actitud desafiante de Rivera —¡Hagan lo que les digo si no quieren que les vuele sus putas cabezas!

    Complementó su amenaza al picarle la boca del estómago con la punta del cañón de su M-21 que portaba por encima del pecho. El muchacho retrocedió, sintiendo el frío metal al contacto con su piel, aún a través de su ropa. En esos momentos, aquella arma parecía aún más peligrosa en manos de ese tipo de persona, sin ningún tipo de criterio. Seguro que era de los que disparaban primero y preguntaban después.

    —¿Crees que les tengo miedo a ti ó a tu pistolita, idiota? ¡Anda, baboso! ¡Dispárame, si es que tienes los güevos para hacerlo, soldadito de pacotilla!— rugió entonces el muchacho en el mismo tono —¡De seguro que ni siquiera sabes utilizarla!

    —¡Eso mismo voy a hacer, pequeña sabandija!

    La acalorada discusión entre ambos jóvenes fue interrumpida providencialmente por el incesante llamado de un teléfono ubicado en el puesto de vigilancia. Entre gritos y maldiciones, el soldado se abrió paso hasta él, desde donde cogió el auricular. De reojo continuaba observando a Kai, con ojos que parecían echar grandes bocanadas de fuego.

    —Maldito imbécil, berrinchitos a mí....— murmuró Katsuragi, molesto por su parte, mientras se acomodaba su camiseta arrugada, al tiempo que sus compañeros se le unían— Pero ahorita mismo me las vas a pagar, desgraciado...

    Los niños dirigen sus miradas hacia la caseta a donde fue a posarse el malhumorado novato. Éste, sentado, por fin logra comunicarse con su respectivo superior.

    —Sí señor— pronunció el soldado —No es nada grave, señor, sólo tres pequeñas mierdecillas que dicen trabajar aquí, no pasa nada... Sí claro, espero— dijo mientras hizo una pausa y volvió a dirigir su rencorosa mirada hacia los niños, hasta que al fin contesta de nuevo su superior por la otra línea —Sí señor, continúo aquí. ¿Qué? ¿Cómo dijo? Sí, sí, enseguida... lo siento señor, no tenía ni idea, sí, sí... sí claro, le juro que no se volverá a repetir— concluyó espantado, mientras colgaba el teléfono, y con los ojos bien abiertos, se dirigía hacia dónde estaban los niños.

    Su faz entera había cambiado completamente. En esos momentos estaba pálido, y sus ojos profundamente abiertos asomaban a todas luces su desesperación interior, mientras seguía caminando automáticamente por el camino, hasta encontrarse nuevamente con los chiquillos.

    —Siento mucho este penoso incidente, Doctor Rivera— balbuceó mientras levantaba la baya que imposibilitaba el paso —Usted sabe cómo es este asunto de la seguridad, discúlpeme por mi actitud…

    —Disculpa aceptada— pronunció el chiquillo entre dientes —Pero cuidado conque se vuelva a repetir, ¿entendido?

    —¡Sí, señor, cómo usted diga!— asintió el novato, mientras los observaba alejarse. Extrañado, rendido y humillado cómo estaba, no tuvo más remedio que dejarse caer pesadamente en el piso y lanzar un profundo suspiro de alivio.


    El niño dirigió una última mirada a aquel incauto soldado, lamentándose que en manos de ese tipo de personas estuviera la seguridad del cuartel. Se limitó a vocear a los cuatro vientos la ineptitud de aquel hombre, y de todos sus compañeros.

    —¡Miserables!— ladraba fuertemente— ¡Nomás para eso sirven, ojetes! ¡Para estar fregando!

    En realidad no se los decía a sus compañeros, sino a sí mismo, para ratificar el odio que les tenía a todos los grupos armados: el ejército, la policía, la guerrilla, el narcotráfico, los cascos azules, la Gestapo, en fin, todo grupo numeroso y armado era para él lo mismo, y todos tenían un solo propósito para él: flagelar a la gente indefensa, apoyándose en su gran numero y en sus enormes armas.

    Pero a pesar de todo, el muchacho rápidamente volvió a recuperar su anterior humor, no dejando que aquél incidente le arruinara el día. No tardó mucho el pequeño grupo en encontrarse con Misato.

    —¡Hola chicos! — saludó alegremente la militar, al darse cuenta de la presencia de los niños —Espero que no los hayan maltratado mucho, los chicos de allá afuera son algo… delicados…

    ¡Schalom alekh hem...!— Rivera devolvió el saludo, con un antiquísimo saludo judío, que significa “La paz sea contigo”. Todo esto con una enorme sonrisa en su rostro, y levantando la mano.

    Todos los demás voltean muy extrañados, observando atónitos al niño. Éste, al darse cuenta, después de unos momentos, volvió a repetir el procedimiento, empleando otra frase, un poco más conocida.

    —¡Qué onda!— pronunció alegremente, volviendo a levantar la mano y estirando considerablemente los labios.

    —Hola...— murmuró Misato, continuando observándolo, atónita. Había veces que tenía que coincidir con la opinión de los demás: Kai podía ser bastante extraño.

    —Eh… Misato— dijo Shinji, saliendo de su sorpresa — ¿Qué es todo ese relajo de allá?

    —Es lo que me gustaría saber… apenas unos momentos recibí la notificación del emplazamiento de tropas a esta instalación— respondió la mujer, encogiéndose de hombros, mientras volvían a emprender el camino por los pasillos del cuartel —Aparentemente, todas las dependencias de las Naciones Unidas están en alerta máxima… seguramente alguno de los jefazos volvió a recibir un sobre con ántrax ó algo así… sólo eso basta para que desaten toda esta psicosis colectiva. Pero descuiden, que nunca dura demasiado, esos tipos se habrán ido cuando menos nos imaginemos…

    —Siquiera se hubieran conseguido guardias de mejor calidad... ¿Qué, estos fulanos venían con descuento la docena?— preguntó sarcásticamente Kai a la par que la seguía.

    Intentaba relajarse con ese tipo de comentarios, pero en realidad estaba muy inquieto por esa situación. Y es que no sólo era por el soldado en reciente servicio, todas las tropas que pudo observar cuidando la entrada acusaban el mismo problema: la falta de experiencia y organización. No le extrañaría nada que la mayoría fueran reclutas. No podrían repeler una auténtica amenaza. Y ese singular detalle debía tener su razón de ser, pero no podía imaginarse cuál. Algo muy grande se estaba tramando, y no tenía idea de qué era.

    Detestaba eso.


    El compacto grupo continúa su camino por los corredores, y al poco tiempo, el incidente es olvidado por la mayoría, por no considerarlo digno de recordarse. Para la mayoría, pero no para el joven Katsuragi, quien se mostraba aún muy mortificado al respecto. Y es que tenía un raro presentimiento, de esos infalibles, de que muy pronto algo desagradable, algo muy doloroso iba a suceder.

    —Oye, Kai, ¿porqué esa cara?— preguntó Takashi, su alterno, notando su estado cuando apenas llegó a su cuarto de controles, en donde aún le aplicaban diversas pruebas a la Unidad Z —¿No dormiste bien, te caíste de la cama?

    —No, para nada— respondió el infante, alzando la mano y cambiando repentinamente de gesto, para no demostrar más su aflicción delante de sus hombres —Nomás andaba pensando... ¿Viste a los monos que están en las puertas? ¿Qué estarán haciendo aquí, eh?

    —Según tengo entendido, son gente nuestra...— contestaba el oficial a la par que checaba algunos datos en la tabla que tenía en sus manos.

    —O sea, ¿de la O.N.U.?— interrogó el chiquillo de nueva cuenta.

    —Así parece, pero no sé nada más al respecto— aclaró Kenji, desviando por un momento la vista de sus datos, para voltear con el niño, intrigado —¿Quieres decir que los jefes no te han entregado ninguna notificación al respecto? ¿No te dijeron nada, ni siquiera te avisaron?

    —No hasta donde yo recuerdo— pronunció confundido el muchacho, deslizándose en una silla hasta llegar a su consola —Aún no reviso mi correo, que es por donde me envían mis instrucciones... déjame ver... — decía, desplegando en la pantalla el contenido de su buzón electrónico —No, no hay algo que se parezca a una notificación de despliegue de tropas, pero... ¿Qué diablos es esto?— consternado, leyó con atención el mensaje, parafraseando en voz alta —“Operación de cooperación mutua y de trabajo coordinado y conjunto con las fuerzas de NERV” ¿Qué clase de basura es ésa?

    —¿Vamos a trabajar más de cerca con esta gente?— se extrañó también el japonés, mirando la pantalla por encima del hombro del joven —Qué extraño, y yo que pensaba que ya estaban a punto de disolver esta agencia.

    —Y cómo no, si los malditos líderes estaban que se morían de la emoción apenas vieron la grabación del debut de Zeta. ¿Qué los hizo cambiar de opinión?— corroboró Rivera, cruzándose de brazos, con el ceño fruncido, observando detenidamente su consola, reflexionando. Conteniéndose por no estallar ahí mismo, hecho una furia. Eso sí, su buen ánimo se había disipado por completo —Simplemente no los entiendo— dijo apretando los dientes —¿Porqué construir una Unidad Evangelion y todo un departamento en torno a ella al margen de NERV, si a final de cuentas los de NERV se van a encargar de las operaciones? ¡Es absurdo! ¿Para qué diablos me hicieron venir aquí, en ese caso?

    —Bueno, tampoco creo que les estén dando la dirección total de la Unidad Especial a los de NERV, tú leíste bien que se trata de “cooperación mutua y trabajo coordinado con las fuerzas de NERV”...

    —No te dejes llevar por el nombrecito ridículo— repuso Katsuragi —No es más que una fachada. Por lo que leí entre líneas, puedo entender que en las hostilidades en contra de los Ángeles, el Eva Z se coordinará con los demás Evangelions de NERV, pero toda la maldita operación táctica correrá a cargo de ellos. En resumidas cuentas, a nosotros sólo nos permitirán guardar nuestro Eva y dejarlo bien limpiecito después de cada pelea.

    —El Comandante Ikari quiere desquitar su sueldo, ¿eh?— comentó Takashi, volviendo, en lo que eran peras ó manzanas, a su labor —¡Oye! ¿No tendrá esto que ver con el viaje que hizo hace unos días a Europa? Acuérdate que la Junta de Seguridad se estaba reuniendo en Berna por esos días...

    —¡Ja!— se mofó el chiquillo, levantándose de su asiento —No me extrañaría en nada que ese cretino haya ido a lamer unas cuantas botas para salvar su pellejo. Ahora que lo pienso, tiene bastante sentido. Sólo así me explico que conservara su posición y su puesto. Pero ya sabes cómo se las gastan en el Consejo, ellos nunca dan algo sin esperar nada a cambio.

    —¿Las tropas de la entrada?— infirió Kenji.

    —Podría ser— asintió el muchacho —Pero la pregunta sigue en el aire: ¿para qué?


    —Al piloto de la Unidad Z, Kai Katsuragi, se le solicita en la sala de controles principal. Al piloto de la Unidad Z, Kai Katsuragi, se le solicita en la sala de controles principal— se oyó anunciar en el sonido local, interrumpiendo las cavilaciones del joven.

    —Tal parece que la esclavitud da comienzo— pronunció, observando con mirada fulminante a las bocinas del techo —Aún así, pienso hablar con el Secretario muy seriamente de toda esta chingadera, es inaudito que esto esté pasando... — pronunció casi gritando al mismo tiempo que se dirigía a la salida.

    —Al parecer, el Secretario te tiene en muy alta estima, ¿no es así?— preguntó su segundo, de espaldas a él.

    —Óyeme, de algo tiene que servir ser el hijo del tipo que le salvó la vida, ¿no?— terminó diciendo al salir de la sala, cerrándose las puertas detrás de él.


    Al llegar al cuarto de controles, se les da instrucciones tanto a Kai cómo a Shinji para la práctica de hoy: será la primera vez que hagan juntos el entrenamiento. El personal espera ver cómo será la sincronización entre los dos, en especial Ritsuko y Misato, quienes consideran muy importante para las batallas futuras el que estos dos se compenetren satisfactoriamente, y con justificada razón. Ya en nada importaba lo que Rivera tuviera que replicar al respecto. La gente de NERV le empezaba a sacar jugo a su acuerdo recién hecho desde muy temprano.


    El breve alivio que Shinji sintió en los días siguientes a la primera aparición de la Unidad Z, se desvaneció por completo al recibir la noticia por labios de Ritsuko. Ahora se sentía nervioso y temeroso.

    “Maldición” pensaba “Ya me esperaba algo así, pero, ¿por qué tenía que ser tan pronto? Ahora, de seguro él se encargará de las estrategias y de la mayoría de la responsabilidad. Al principio me sentía bien con eso, pero ahora que lo pienso, será mucho peor para mí. Antes, sólo tenía que cuidar de mí mismo, pero ahora también tendré que cuidar su espalda. Es mucha responsabilidad, no creo estar preparado todavía para trabajar en equipo, y mucho menos con este sujeto. Digo, ahora ya somos amigos y todo, pero eso no le quita ese carácter tan volátil que tiene. Se enoja con tanta facilidad. Nunca admite errores. Y siempre está esperando que uno dé su máximo esfuerzo en todos lados. ¿Qué pasará si me equivoco? ¿Si por mi culpa algo saliera mal? Ya me imagino cómo se pondría. Simplemente no estoy listo para su nivel, siempre está esperando tanto de mí; que acepte sus ridículos ideales de salvar a la humanidad, sin chistar, que sea desinteresado de mi propia vida, que no espere nada a cambio. ¿Cómo podría una persona hacer todo eso, por un montón de gente que ni conoce? ¡Es absurdo! Es una estúpida y arcaica moralidad, vacía y sin ningún fundamento. Que ni espere que yo me lance al precipicio junto con él, está loco.” Ikari observa la aparente serena actitud de Kai mientras se encaminan a los vestidores. “Mírenlo, él nunca parece estar inseguro de nada, tiene nervios de acero y en su mente nunca hay lugar a vacilaciones. Siempre tan confiado y arrojado. De seguro ésa será su perdición, no lo dudo. Diablos, sólo obsérvalo, diario tan tranquilo. ¿En que demonios estará pensando?”


    Kai, a pesar de las suposiciones de su compañero, se trazaba en su mente pensamientos no muy distintos.

    “Esto no me gusta para nada” pensaba al tiempo que caminaba por los pasillos a lado de su compañero, en absoluto silencio “Cómo si no fuera suficiente arriesgarme la vida allá afuera, ahora también tendré que ser la niñera de este zoquete. ¿Y yo dónde quedo? Que Kai se vaya a la chingada, ¿ó no? Sí, está bien, ya somos amigos y todo eso, pero la verdad es que este tipo no es una persona de fiar. Por lo menos, yo no le daría la espalda. Esos dos combates que ha sostenido los ha ganado de pura cagada. Es lo único que tiene: suerte. Pelea sin disciplina, sin estrategia, sin valor. No tiene nada. Uy, espérense, que eso no es todo. ¿Recuerdan la pelea con el Tercer Ángel? Allí sí que estaba para dar miedo, el cabrón loco desgraciado. ¿Y si vuelve a perder el control de esa manera? Este fulano se deja llevar mucho por sus emociones negativas, es incapaz de canalizarlas cómo es debido. Es una bomba ambulante. Eso sí, yo no voy a pagar sus platos rotos. Y por si no fuera poco, se supone que debo confiar en él para cuidarnos las espaldas. ¡Ja, ja! Aún no se me olvida ese ladrillo que me arrojó el otro día. Yo soy un maldito, pero por lo menos no ataco por la retaguardia, siempre lo hago de frente, no cómo una sucia hiena traicionera. Cómo sea, la anterior vez estuvo muy cerca, demasiado. ¿Qué pasará ahora cuando tenga que cuidar de los dos? ¿Y cuando ya no tenga que cuidar de dos, sino de tres? Todos creen que soy algo especial, que puedo con todo lo que se me ponga enfrente… pero en el fondo, tengo miedo… que se equivoquen respecto a mí, que al final resulte que no soy lo que todos creen que soy. Mucha gente confía plenamente en mí, se sienten seguros porque creen que nunca voy a fallar, pero ¿Qué tal si lo hago? Los defraudaría. A Misato, Kenji, y a todas esas personas que han confiado en mí... ¿Qué diría Rei si fracaso? ¿Cambiará lo que siente por mí al verme así? De seguro el cabrón de Ikari y Ritsuko tendrían su excusa para echarme a patadas de aquí. Sí, me tienen miedo esos dos, porque saben que con un solo movimiento puedo arruinar sus viles planes... su futuro, su futuro está en mis manos, lo saben, y por eso me temen, y por eso quieren deshacerse de mí a toda costa... pero nunca lo lograrán, nunca lo conseguirán, soy demasiada cosa para esos dos ruines.” Al darse cuenta que empezaba a divagar, se propinó un pequeño coscorrón en la cabeza. “Calma, calma amigo... estás volviendo a hablar contigo mismo... disipa todo esas dudas de tu cabeza, es sólo cuestión de que tengas más confianza en ti mismo... ten fe, ten fe... demuéstrales a Misato y a los demás que no están equivocados, nunca les voy a fallar, jamás lo voy a hacer…” Al recuperar su confianza habitual, el chico se da cuenta que su compañero tiene la mirada fija en él. “¿Y ahora? Me pregunto qué tanto me está viendo éste... ¿En qué cuernos estará pensando?”


    Con sus respectivas dudas los dos pilotos alcanzan los vestidores, donde se quitan su ropa habitual y se visten con los trajes especiales de pilotaje ó “trajes de conexión”. El traje se ajusta a sus cuerpos y de inmediato alcanzan los sincronizadores, un par de pequeños adminículos cuya utilidad era monitorear el nivel de sincronía entre piloto y Evangelion, mismos que los sujetan a su cabeza, en ambas zonas parietales. Por fin están listos, y de inmediato se dirigen a los muelles de abordaje de los Evas.


    Antes de abordar sus máquinas guerreras, un empleado con una cámara fotográfica los detuvo en su andar.

    —Por favor, una foto antes de que comience la prueba, muchachos— suplica éste.

    —¿Foto?— pregunta Kai, extrañado por la repentina acometida.

    —Pero... ¿Para qué?— interroga a su vez Shinji.

    —Órdenes del comandante, quiere empezar a documentar las pruebas con imágenes también. Parte del archivo...— responde el empleado.

    De buena gana, los muchachos aceptan, después de todo, es sólo una fotografía... así que de inmediato posan para el retrato, uno junto al otro.

    El empleado ajusta la mira y oprime el flash del aparato. Una leve luz asola la visión de los muchachos durante un breve momento y enseguida la vista vuelve a la normalidad.

    —Gracias, chicos— agradece el fotógrafo — Si no la consigo, de seguro mi superior me mata...

    —No hay de qué, fue un gusto ayudar— Shinji se apuró a dispensarlo.

    El sujeto hace una leve reverencia, y se aleja a paso moderado del muelle, ante la vista de los muchachos.

    Cosa rara, notó Rivera. ¿Desde cuándo andaba Gendo haciendo una recopilación fotográfica? Tenía entendido que no le gustaban las fotografías. Además, no recordaba haber visto antes a ese empleado. Aunque claro, eso podía entenderse, en NERV trabajaban infinidad de personas, era imposible reconocerlas a todas. Pero qué curioso, a ése en particular sí debería reconocerlo: tenía acento latinoamericano, más específicamente, de México. Eran casi paisanos, y él conocía a los pocos empleados de ascendencia mexicana que había en el proyecto, la mayoría trabajando con él. ¿Por qué a éste no lo conocía?

    “Ya cálmate, muchachote” se dijo a sí mismo, meneando la cabeza “Ya te estás haciendo un miedoso, un paranoico. Sólo un vejete senil desconfiaría tanto de todo.”


    Pese a la ansiedad inicial, la prueba posterior transcurrió sin algún contratiempo que valiera la pena reportar. Cada piloto se limitó a proceder en el ejercicio de sus funciones tal como se le indicaba y de tal manera no se vislumbraba que pudiera haber problema alguno en cuanto a la coordinación entre ambos.


    Esa misma noche Rei Ayanami se disponía a dormir y dar por terminado su día. Hacía un rato que se había despedido amorosamente de Kai, percatándose que en cada ocasión le iba costando más trabajo el separarse de él. Pasar la mayor parte del tiempo a su lado fingiendo un desinterés total le estaba comenzando a desesperar, llegando al punto de cuestionarse a sí misma si no era momento ya para hacer a un lado sus manías y empezar a demostrar públicamente el afecto que sentía por él.

    Se había puesto ya sus pijamas y apagado todas las luces de su pequeñísimo apartamento, solamente iluminada por la luz de una veladora que había encendido ex profeso en lo que terminaba de rezar su rosario de cada noche, hincada a un lado de la cama.

    No es que fuera muy creyente para ese entonces, pero la fuerza de la costumbre que se le había quedado tras diez años confinada en un convento católico era bastante difícil de sacudirse. Así pues, era prácticamente imposible que conciliara el sueño sin haber rezado primero toda la letanía de aves marías y padres nuestros que constituían los cinco misterios del rosario a la Santa Virgen.


    Aún así, durante las últimas fechas había encontrado que su concentración se veía turbada más seguido con las imágenes de Rivera que revoloteaban dentro de su cabeza, lo que seguramente le habría representado una severa amonestación de parte de las hermanas de la orden que cuidaron de ella durante la mayor parte de su vida. Aquellos pensamientos la avergonzaban en primera instancia, sintiendo que de esa manera traicionaba los cuidados de aquellas piadosas mujeres. Sin embargo, se le antojaba harto difícil el impedirle a su corazón saltar de emoción cada vez que pensaba en aquél tierno y locuaz muchacho de ojos verdes que tanto amor le prodigaba y que la hacía sentirse tan feliz siempre que estaba en su compañía.


    Siendo así, envuelta en el fragor de esa batalla contra sí misma y su sentir, cuando escuchó su teléfono celular quiso hacer caso omiso de él. Pero tal resolución pronto la abandonó, pues sabía bien que solamente podía tratarse de una persona, y si es que le estaba hablando a esas horas debía tratarse de algo urgente. Y sabía bien que atenderlo en todo lo que necesitara debía ser su máxima prioridad, por encima de todas las cosas.

    —Dígame, Comandante Ikari— pronunció con su voz robotizada, carente de toda emoción, al activar el aparato e iniciar la comunicación.

    —Debes evitar cualquier clase de cercanía física con Rivera hasta nuevo aviso, aléjate de él lo más que se pueda. Empaca tus cosas para un largo viaje— indicó enseguida el comandante con su grave tono, demandante y sin dar resquicios a la discusión —Se han hecho arreglos para que tu clase se hospede a partir de mañana y durante toda una semana en unas cabañas de retiro en las montañas, a las afueras de la ciudad. Eso te hará más fácil evitar a ese bicho molesto. Estarán a quince minutos de distancia en helicóptero, por si llegáramos a necesitar su presencia.

    —Pero…

    —Descuida, si te llegas a sentir sola puede que el inútil de mi hijo te haga compañía, él también irá a ese viaje. Ante todo, es indispensable para tu seguridad que evites estar cerca de Rivera durante los siguientes días. Hago esto porque quiero evitar a toda costa que algo grave te vuelva a suceder. ¿Has entendido, Rei?

    La jovencita de piel pálida y mirada escarlata se vio impedida, de momento, para responder. Y no era por su característica naturaleza calma y esquiva. Sentía cómo se le había hecho un enorme nudo en la garganta que le había dejado sin habla.

    —¿Rei? ¿Estás ahí?

    —Sí, señor. Comenzaré a empacar de inmediato— por fin atinó a pronunciar la jovencita, aunque con voz trémula.

    —Eres una buena chica, Rei, sabía que comprenderías. Si todos los pilotos fueran más como tú no tendríamos todos estos problemas. Diviértete en las montañas…

    Ikari dio por terminada la conversación, cortando abruptamente el enlace sin dar pie a cualquier clase de réplica.


    Por su parte, Ayanami permaneció en pie durante largo rato, observando su teléfono celular en sus manos, el cual aún ni siquiera había colgado. Se mostraba incapaz de dar cauce al caudal de violentas emociones que bullían en su interior en aquellos momentos. Empero, su conflictuado estado de ánimo no se reflejaba en absoluto en su semblante. El único indicio que daba, quizás como un reflejo involuntario, era su labio inferior temblando inquieto sin parar. En esos angustiosos instantes le hubiera gustado ser un poco más como las otras personas. Dar rienda suelta a la rabia que sentía por dentro, detonada por lo que a todas luces parecía una tremenda injusticia contra su alebrestado corazón. Le hubiera encantado poder gritar hasta aquedar afónica, decirle al comandante que él no era nadie para impedirle estar con el gran amor de su joven vida, que los dejara en paz y que nunca más los volviera a molestar, que ellos dos se pertenecían el uno al otro y que si deseaban estar juntos nada ni nadie se los impediría. Eso, es lo que le hubiera gustado hacer, de ser un poco más como las otras personas.


    Sin embargo, Rei Ayanami no era, para nada, como las otras personas. Por lo que solamente se limitó a permanecer de pie, cabizbaja y apretando los dientes, sosteniendo su dispositivo móvil con toda la fuerza de la que disponía, acaso como si quisiera hacerlo añicos con sus propias manos.


    En otro distrito de la moderna urbe nipona, específicamente en el interior del departamento de los Katsuragi, el ambiente era completamente distinto. La emoción y ansiedad juvenil de una sorpresiva excursión escolar en puerta había hecho presa del trío de muchachitos que pululaban en esos momentos en dicho recinto.

    —¡Aún no me la puedo creer que nos vayamos a ir de paseo por toda una semana a la montaña!— exclamaba Toji al borde de la locura, brincoteando de aquí para allá como mono frenético —¡Es demasiado genial para creerlo!

    —¡Lo que es mejor, amigo: con todos los gastos pagados!— acotó Kensuke, para que entonces ambos efectuaran un sonoro choque de palmas por todo lo alto —¡Esa gente de NERV sí que es bastante generosa!

    —¡Es nuestra merecida recompensa luego de sufrir toda una semana con esos exámenes finales, viejo!

    —A mí me hubiera gustado que nos avisaran con más tiempo— refunfuñó Shinji, luchando con su valija para que todas sus cosas pudieran acomodarse —Todo lo relacionado a este viaje es bastante repentino… ¿dónde se ha sabido que de la escuela te avisen de una excursión a la montaña de un día para otro? ¿Qué no les parece raro?

    —Te compadezco mucho, amigo Ikari— pronunció muy seriamente Aida, cruzándose de brazos —Debe ser muy difícil andar por ahí siendo alguien como tú, que no puede tomar las cosas buenas de la vida, por muy sorpresivas que éstas sean…

    —¡Es verdad, muchacho!— sostuvo Suzuhara, sin detenerse un solo momento —¿Y qué si todo es muy imprevisto y extraño? ¡Es lo que hace aún más emocionantes estos viajes! ¡Limítate a saber que no tendrás que ir a la escuela durante una semana entera, y que en todos esos días nos daremos vida de reyes, con todos los gastos incluidos!

    —Eso no lo niego, pero aún así…

    —Tus amigos tienen razón, Shinji— lo interrumpió Misato de súbito, quien por algún motivo se apreciaba un poco apurada, quien sabe por qué —No es bueno ser siempre tan quisquilloso como tú, así nunca podrás divertirte… así que ahora apresúrate a empacar, que se hace tarde y no podrán dormir bien antes de irse…

    —Ya sólo me falta mi cepillo de dientes y estaré listo, tranquilízate…


    A la Capitán Katsuragi le hubiera gustado seguir el consejo del chiquillo, pero en cuanto escuchó la puerta abrirse a sus espaldas toda su encantadora humanidad se crispó por completo. Su gesto desahuciado, parecido al de algún truhán atrapado in fraganti cometiendo alguna fechoría, decía más que mil palabras y a la vez explicaba toda su anterior apuración.

    —¿Y ahora porqué tanto escándalo, a quién están matando?— preguntó Kai mientras ingresaba a su morada, sorprendido por la inexplicable presencia de sus dos compañeros de clase —¿Y estos fulanos que están haciendo aquí, tan tarde? ¡Oh! ¿Acaso las nenitas tendrán una linda pijamada esta noche? ¿Se maquillarán y pintarán las uñas mientras hablan de los chicos de la escuela? ¿Quizás, al calor de sus copas de malteadas de chocolate, más tarde se decidan a ensayar besos entre ustedes? ¡Ja, ja, ja!

    —¡Para nada, tipo! ¡Seguro que es lo que a ti te gustaría hacer!— repuso Toji en el acto, encarándolo —¿Qué no lo sabías? ¡Mañana mismo toda la clase nos vamos de excursión a la montaña! ¡En unas lujosas cabañas con aguas termales! El camión saldrá muy temprano en la mañana, por eso nos quedaremos a dormir con Kensuke esta noche, su casa está mucho más cerca… ¿Sucede algo… señorita Misato?

    Misato se había puesto a espaldas del recién llegado, haciendo toda una serie de señas silenciosas para suplicarle a Suzuhara y a los otros que cerraran el pico, advertencia que obviamente el parlanchín chiquillo no había captado.

    —Un viaje a la montaña… ¿toda la clase, dices?— pronunció Rivera, rascándose la barbilla con aire meditabundo —¡El bosque! ¡Sí, eso podría servir! ¡Tiene algo de romántico! Sólo imagínenlo: Rei y yo, dando largos paseos tomados de la mano, rodeados de naturaleza, disfrutando de tiernas veladas a la orilla del lago, al calor de una fogata y con la luz la luna… tendré que documentarme con mis mangas y animes para saber toda la clase de situaciones amorosas que se pueden suscitar en un escenario así, para aprovecharlo al máximo… ¡Más les vale a todos ustedes, palurdos, que nos den nuestra privacidad! ¡No toleraré que ningún mocoso imberbe esté merodeando por ahí, arruinando el ambiente! Claro que necesitaré llevar suministros, lo más importante de todo son los cigarrillos y la cerveza… si se portan bien conmigo, trío de lelos, puede que hasta les invite su primera cerveza. ¿Creen que nos tocará compartir la habitación? Se los advierto de una vez: dicen que ronco un poco, ¡je, je, je! ¡Shinji, ya casi no tengo ropa limpia, tendrás que prestarme de lo que lleves! ¿Toda tu ropa sigue siendo talla infantil ó ya tienes algo que pueda usar un hombre varonil y muy rudo, como yo?

    En cuanto el entusiasmado muchacho se introdujo a su cuarto en busca de sus pertenencias Misato se apresuró en llevar a los otros confundidos chicos a la salida, organizando una precipitada y silenciosa huída.

    —Será mejor que se vayan de una vez, diviértanse mucho y tomen todas las fotos que puedan, voy a querer que me las enseñen cuando regresen— les dijo en tono susurrante, empujándolos por la espalda con hosquedad —¡Los veré en una semana! ¡Adiosito!


    Una vez que los hubo sacado del departamento se apuró en cerrar la puerta tras ellos, sin tiempo para dar explicaciones. Al mismo tiempo, el incauto Kai seguía reuniendo sus enseres para el viaje, parloteando sin parar, ignorante de la conspiración que se llevaba a cabo en su contra.

    —¿Se puede saber porqué siempre tengo que ser el último en enterarse de estas cosas? ¡Capitán Katsuragi, ese es un grave error de su parte! ¡Por muy buenota que estés, la próxima vez que cometas un descuido así tendré que levantarte un acta administrativa! A quien trato de engañar… sabes bien que jamás podría enojarme contigo, ser una despistada sin remedio es parte de tu encanto… sólo recuerda que si no lo alimentas, Pen-Pen morirá… ¡Los pingüinos también necesitan comer, jovencita! ¡Listo, muchachos, vámonos! ¡Al infinito, y más allá!

    Grande fue la sorpresa del joven al salir de su cuarto, con un pequeño pero bien provisto morral a sus espaldas, y darse cuenta que sus compañeros ya se habían marchado sin él.

    —¿Es esto una especie de broma? ¿Amiguitos?— preguntó de forma lastimosa, mirando estupefacto a la sala vacía.

    —Verás, corazón— pronunció su tutora, acariciándose los brazos con insistencia, evidentemente nerviosa —Con respecto a este viaje… la cosa es que… tú no irás…

    —¡Oh, ya veo! Entonces… ¿no habrá viaje romántico a la montaña para Kai?— dijo Rivera, con los ojos bien abiertos pero extrañamente calmo y hablando de sí mismo en tercera persona.

    —No…— contestó la beldad frente a él, cauta.

    —¿Pero Shinji sí irá?

    —Sí…

    —¿Y Rei también irá?

    —Pues… sí…

    —¡Bueno! ¡Pues, ni hablar, así son las cosas, entonces!— exclamó el chiquillo en forma casual, encogiéndose de hombros y dejando en el piso su equipaje —¿Qué se le va a hacer?

    —¡Exacto!— asintió Katsuragi más repuesta, gratamente sorprendida por la buena actitud que estaba demostrando el muchacho —Tengo que decir que me esperaba otra respuesta de tu parte, me da gusto ver que ya has madurado… ¡y yo que tenía miedo que hicieras uno de tus berrinches! ¡Ja, ja, ja!

    —¡Claro que no, tontita! ¿Cómo crees que me voy a enfadar por que mi gran y único amor se vaya de viaje con un montón de niñatos calenturientos, y sobre todo, con el hijo de mi más acérrimo rival? ¿Cómo se te ocurren esas cosas? ¡Ja, ja, ja!


    Los dos siguieron riendo de buena gana unos cuantos instantes más, incluso llegando a abrazarse en medio de su jolgorio. Fue entonces que el joven la soltó para sin más patear violentamente el morral en el piso, regando todo su contenido por toda la estancia.

    —¡Me lleva la chingada, por supuesto que estoy encabronado!— rugió el chiquillo como lo haría una fiera herida —¡¿Quiénes se creen que son para estarme haciendo esas pendejadas?! ¡¿Por qué siempre tienen que estarnos fastidiando a los guapos?! ¡Esto es una injusticia, un atropello a mis derechos! ¡Me cago en todos, sólo quieren estarme haciendo la vida imposible y separarme de mi amada cosita linda de cabello azul! ¡Pero para que lo sepan, el verdadero amor lo vence todo! ¡¿Me oyes? ¡Todo! ¡Los odio a todos!

    —¡¿Otra vez con tus fantasías de demente?!— dijo Misato mientras forcejeaba con él, impidiéndole que siguiera tirando muebles a diestra y siniestra. Conforme pasaban los años le costaba más trabajo contener los explosivos arrebatos de su protegido —¡Métetelo de una vez en tu cabezota, orate! ¡Nunca va a pasar nada entre Rei y tú! ¡Los dos son muy diferentes como para que funcione! ¡Ella no está nadita interesada, déjala en paz antes de que todo se haga espeluznante!

    —¿Porqué nadie nunca me cree? ¡Ella me ama! ¡Hemos estado saliendo a escondidas todo este tiempo! ¡Justo ahora acabo de dejarla en su casa, fuimos a cenar juntos! Mira, si no me crees, aquí está la prueba, tomé una foto con mi celular…

    Rivera mostró entonces la pantalla de su teléfono móvil, que mostraba la imagen de una contrariada Ayanami captada sorpresivamente cuando llevaba con sus palillos chinos un bocado de fideos hasta su boca.

    —¿Lo ves, lo ves?— continuó diciendo el jovencito, bastante orgulloso de sí mismo —En ese momento me dijo que borrara esa foto, y yo le dije que lo haría… ¡pero mentí! ¡Esta es la prueba contundente de nuestra fogosa y tórrida relación! ¡Las imágenes no mienten!

    —Dios… mío… no puedo… no puedo creerlo…— musitó Katsuragi, pálida como una hoja de papel, apenas con un hilo de voz —¿En qué momento… en qué momento…? ¡¿Te convertiste en un pervertido acosador?!

    —¡Exacto! ¿Eh? ¿Qué? ¡¿De qué estás hablando?! ¡Claro que no! Yo sólo…

    —¡Aaah! ¡Eres un asqueroso, no me toques!— estalló Misato cuando Kai hacía ademán de querer sujetar su mano, comenzando a correr en círculos por toda la sala —¡Auxilio!

    —¡Ya basta! ¡Sólo quiero me digas porqué putas me tengo que quedar aquí mientras todos los demás se divierten de lo lindo con mi novia!

    —Querrás decir, tu novia imaginaria— dijo burlonamente entonces la capitana, haciendo una pausa en su carrera.

    —¡Arrgh! ¡Eres imposible, no se puede razonar contigo!— renegó Rivera, lanzándole un cojín, que la mujer no tuvo problema en esquivar.

    —A decir verdad, a mí también me sorprendió mucho esto del viaje y de que no pudieras ir. Pero aunque no lo creas, la mismísima Doctora Ritsuko Akagi ha solicitado específicamente tu asistencia para la elaboración de un protocolo y mecanismo para la conservación y manejo de los restos de los ángeles.

    —¡Sí, claro! ¡Ahora cuéntame una de vaqueros!

    —¡Es verdad! Sabía que no me lo creerías, por eso hice que grabara este mensaje exclusivamente para ti…

    La Capitán Katsuragi sacó entonces su celular, que comenzó a reproducir la voz de Akagi:

    “No me obligues a hacer esto, por favor…” decía ella, exasperada. “¡Sabes mejor que nadie que si no lo haces, jamás me creerá! ¡Anda, sólo dilo!” respondió Misato, para que luego Ritsuko continuara. “Doctor Rivera… necesito que me auxilie, con su intelecto superior, para crear un dispositivo que nos permita almacenar indefinidamente las muestras que obtengamos de los cuerpos de las criaturas designadas como Ángeles, así como también para la instauración de un procedimiento que podamos seguir paso a paso siempre que se presenten este tipo de eventualidades…” La científica calló en ese momento, como si las palabras se atoraran en su boca, por lo que Katsuragi tuvo que volver a presionarla. “¿Y, qué más? ¡Vamos, es lo único que hace falta!” Hubo un momento de silencio, donde uno hubiera llegado a pensar que la grabación había terminado, pero al cabo de unos instantes la voz de Akagi resurgió, aunque lánguida y seca. “Ayúdame Obi Kai Kenobi, eres mi única esperanza…”


    —¡Vaya! ¿Qué te parece?— pronunció el muchachito, una vez concluido el mensaje —¡Si está tan desesperada para rebajarse de ese modo, tal parece que esa tipeja sí necesita de mi ayuda, después de todo! ¿Pero qué no se le iba a pagar a Tatsunoko-san una pequeña fortuna para que hiciera todo eso?

    —Tatsunoko Corporation se encargará de la parte logística y operativa de todo el proceso, pero se necesitará que ustedes le proporcionen un protocolo con todas las especificaciones técnicas a seguir, según las propiedades de los tejidos a conservar.

    —Pues a mí me sigue pareciendo una gran estafa— repuso Rivera —Además, ¿porqué tendría que estar dispuesto a sacrificar toda una semana de descanso en un paraíso campestre, sólo para hacerle la vida más fácil a Ritsuko?

    —Piensa en ello como en otra ramificación del acuerdo de cooperación recién establecido entre las Naciones Unidas y NERV. Te la pasas presumiendo todo el tiempo que no eres un simple piloto, así que tu puesto como Director Encargado de la División de Naciones Unidas para el Combate contra Entidades de Destrucción Masiva te confiere muchas más responsabilidades. Ésta, precisamente, es una de ellas…

    —¡Tal es mi suerte! ¡Muchas han sido las veces en que este don mío más me pareciera una maldición!— se lamentó el muchacho con actitud teatral ensayada, tapándose la cara con el brazo, fingiendo que se lamentaba —¡Ay, de mí! ¡Y aún así, tengo que proteger a aquellos que me odian y me temen!

    —Intenta darle un enfoque positivo a la situación— lo instó Katsuragi, sacando una baraja de naipes que comenzó a descartar —Piensa que tendremos toda una semana para divertirnos nosotros solos, como antes de que viniera Shinji… podemos hacer todas las cosas lindas que no podemos hacer cuando está ese mojigato por aquí… bebidas, tabaco y juegos… ¿no te apetece jugar póker de prendas? ¡Sabes bien que te encanta!— el cándido guiño que le dedicó aquella belleza hubiera arrancado un suspiro incluso al más indolente.

    Sin embargo, el apesadumbrado joven la ignoró por completo, dándole la espalda mientras se dirigía al refrigerador.

    —No, gracias, no creo estar de humor para eso— dijo, arrastrando sus palabras y sus pies de vuelta hasta su habitación —Me llevo un seis de bien heladas a mi cuarto, lo voy a necesitar. Hasta mañana…

    En cuanto el muchacho cerró la puerta, del interior de sus aposentos comenzó a escucharse el murmullo de una lenta y melancólica balada interpretada por él mismo, auxiliado por su guitarra:


    “When your day is long and the night

    The night is yours alone

    When you're sure you've had enough of this life, well hang on

    Don't let yourself go

    Everybody cries and everybody hurts sometimes…”


    —Este chico siempre tiene que ser tan dramático— pronunció Misato para sí misma, encendiendo un cigarro, sentada a la mesa mientras acomodaba las cartas para jugar solitario —Parece que tendremos otra de esas noches de sólo música deprimente…


    En los días que se sucedieron, varios empleados de NERV habían empezado a ausentarse inexplicablemente, y mientras que el número de desaparecidos aumentaba, había quien aseguraba haber visto moverse maquinaria pesada en los alrededores, al filo de la madrugada. Todo aquello se tomó cómo un mero y llano rumor, aunque, no obstante, la situación se tornó más pesada y tensa entre todo el personal. Se les recomendaba entrar y salir de las instalaciones en grupos.


    Ya era muy noche cuando estaban terminando de hacer el bosquejo del plano del Cuartel General de NERV, trazado de acuerdo a las descripciones que les habían arrancado a base de barbáricas torturas a los empleados secuestrados, para después pegarles un tiro en la nuca e irlos a arrojar en parejas al desierto que antes fue la zona urbana del antiguo Tokio. El Comandante Chuy no lograba pasar por enfrente de la puerta de aquel cuarto miserable sin iluminación sin que la carne se le pusiera de gallina. Allí, dentro de ese cuartucho sin ventanas, sin ningún tipo de ventilación, amarrados de pies a cabeza a una silla, amortajados y maniatados, uno de sus hombres más robustos y hoscos les arrancaba a la gente que tenían secuestrada cualquier información que fuera útil acerca de su lugar de trabajo. Todo se valía: golpes, tortura psicológica, asfixia, mutilación, choques eléctricos, violación, clavos ardientes en las uñas, agua mineral en la nariz...

    Cuando a través de la puerta escuchaba vagamente los gritos de dolor y de agonía, meneaba la cabeza y sólo se podía a repetir a sí mismo que el fin era el que justificaba los medios. Ojalá que algún día aquellas pobres almas pudieran perdonarlo por todos los horrores que había perpetrado, según él en aras de un mejor mundo.

    De nueva cuenta, por segunda vez desde que había llegado a aquél país, hizo de lado de todas las reglas elementales para su seguridad y la de su misión, saliendo del apartamento al balcón de afuera. Sacó la pipa de madera, y también la bolsita en dónde guardaba su tabaco. Con pena, se percató que ya era lo último que le quedaba de su provisión. Con pesadumbre, tiró la bolsa ya vacía al piso, fumando su última porción de aquella planta que tanto le gustaba. Miró hacia el horizonte, y en lugar de encontrar el funesto mar, encontró las luces apagadas de una ciudad muerta que se extendía a sus pies. Porque una ciudad sin habitantes es una ciudad sin vida. Y Tokio 3 era el cadáver de lo que alguna vez había sido un populoso centro urbano. Ahora, la gente había escapado, sino es que estaba enterrada bajo los escombros de los edificios destruidos.


    Dirigió la vista al centro, a aquellos rascacielos que emergían sólo de noche y que cuando percibían algún peligro volvían presurosos a ocultarse bajo tierra. Pero había visto esa zona en el día, cuando esos tímidos edificios se escondían y dejaban al descubierto la devastación de la que fue objeto la zona céntrica de la ciudad, convertida en una auténtica zona de desastre. Era impresionante tanta devastación, incluso para un hombre belicoso cómo él resultaba sorprendente la destrucción que había presenciado. ¡Qué tremendo potencial para la devastación tenía esa nueva arma! Parecía que una enorme bomba había detonado en esa zona.

    Ahora sabía que bajo del suelo que pisaban, debajo de la superficie se escondían las instalaciones de esta nueva agencia de las Naciones Unidas, de NERV, conocidas con el nombre de “Geofrente”. Qué nombre. Pero también ya sabía que, en ese caso, la longitud y extensión de ese complejo debía ser considerable. Y sabía muy bien que de ser así, sería imposible sitiarlo con los pocos hombres de los que disponía. Cada segundo que transcurría lo acercaba más al segundo en el que moriría. De todos modos, debía seguir, ya era muy tarde para echarse para atrás. Cerraba los ojos sobresaltado, cada vez que escuchaba la detonación de la pólvora desde aquel cuartito, anunciando una muerte más. Pronto, pensaba, pronto sería su turno.


    Recordaba cómo era todo al principio. La victoria parecía algo tan cercano, casi la podías acariciar con la punta de los dedos. Ahora era una vana visión, producto de la borrachera de anoche, que se diluía cuando corrías hacia ella. Cómo deseaba ser capaz de retroceder las agujas del reloj y regresar a aquellos días tan iluminados, con la voluntad fresca y los ideales intactos, grabados fijamente en el corazón. En la plenitud física y psíquica, y no la burla que era ahora. ¿Te acuerdas cómo era todo en esos días? Parecía tan fácil triunfar sobre la pobreza y la injusticia, que con sólo buena voluntad y la ayuda de tus amigos en verdad lograrías cambiar el mundo. Eso nos hizo arrogantes, a veces hasta descuidados. Fácilmente podíamos olvidar la razón por la que luchábamos, aquellos por los que nos quisimos oponer al régimen. Una delgada línea era la que nos separaba de convertirnos justamente en contra de lo que peleábamos. ¿Qué fue lo que cambio? El Mundo. El Mundo fue el que acabó cambiándonos a todos, junto con él. ¿Será verdad? ¿Será verdad que ya no somos de utilidad? ¿La gente ya no anhela la tan preciada libertad? ¿De veras les gusta ser esclavos, sometidos bajo el yugo del tirano? ¿Un hombre jamás podrá ser libre del todo, estando encadenado de por vida a su frágil condición humana?

    Aunque fuera cierto, poco importa. Debo actuar de acuerdo a mi naturaleza, de acuerdo a lo que mis creencias me dictan. Debo hacer lo correcto. Debo cumplir con mi deber. Deber. La sola palabra ya implica obligación, ya impone una condición que te despoja de tu libertad natural. Claro que ésta reside en decidir si la llevas a cabo ó no. Qué cruel, ¿no? Al final, seguí siendo un esclavo, nada más. Tal cómo empecé.

    ¿Recuerdas, Pepe, esos tiempos? Todos creen, desde los intelectualoides de revista a los altos jefes militares de las potencias mundiales, que mi movimiento comenzó ese 7 de Enero de 1994, en la Selva Lacandona del estado de Chiapas, en nuestro país. Que después mis diferencias con la dirigencia de ese movimiento en particular me hizo abandonar sus filas, para recorrer las zonas de conflicto mundiales, desde Colombia hasta Indonesia, para luego trasladarme a los Balcanes, y luego a Palestina, donde participé activamente en el conflicto contra Israel. Pero entonces, sucedió el Segundo Impacto. Y toda la perspectiva cambió. Entonces me involucré aún más en la lucha. Encabecé mi propia contraofensiva en contra de los constantes expansionismos de los nacientes imperios, que a su paso anexaban los territorios que conquistaban, lo cual les resultaba bastante fácil debido a la falta de una auténtica fuerza que les hiciera frente. Pensé que yo podía cambiar eso, y hubo un tiempo en el que efectivamente, pensé que lo estaba logrando. Combatí por todo el globo contra las fuerzas Aliadas, contra el avance de las Naciones Unidas, en contra de sus Cascos Azules en diferentes países que querían anexar a su creciente imperio. Prácticamente les arrebaté de las manos el Medio Oriente a los chinos y a los rusos. Lo mismo a los franco-alemanes, en África Central. Mi mayor logro fue quitarles lo que quedaba de Sudamérica a los pinches gringos. Sin embargo, en el momento decisivo, en la batalla que estaba destinado a pelear desde que había nacido, en la que liberaría mi propia tierra de sus garras, para siempre, y me levantaría cómo el máximo héroe de mi patria, fracasé. No pude liberar el suelo mexicano de su férreo dominio, y fui repelido con suma facilidad en la península de Yucatán. A partir de ese día todo se vino cuesta abajo, hace apenas un año; lo peor vino hace dos meses, cuando él… el Doctor… se apoderó de nuestra lucha, trastornándola, corrompiéndola… hasta que acabé aquí.

    Toda esa basura es la que te dirían ellos, si les preguntaras cómo fue que me convertí en lo que soy ahora: en un caduco estandarte de rebeldía. Porque, quieras ó no admitirlo, me he convertido en una figura a nivel mundial. En un líder de masas, lo que tanto había anhelado desde mi juventud. Irónicamente, se venden miles de tiliches en todo el planeta con mi imagen: camisetas, tazas, capuchas, muñecos, pipas... Los universitarios cuelgan pósters míos en sus cuartos, encima de la cabecera de su cama, compran mis biografías y diarios, produciendo un negociazo para esos bastardos oportunistas poca madre. Hijos de perra, a mí no me toca nada de las cuantiosas ganancias que obtienen al vender mi efigie. Aunque claro, el dinero nunca me ha importado mucho, y eso tú bien lo sabes.

    En parte, todos esos estudiosos tienen razón, pero sólo en parte. Una de las cosas en las que se equivocan es en decir que mi lucha surgió ese 7 de Enero en Chiapas, México. Quizás para ellos así sucedió, pero no para mí. No, no fue en la selva dónde comenzó todo. Fue a miles de kilómetros de allí, yendo al occidente. Empezó en la jungla de concreto y asfalto, en las transitadas calles de la ciudad de Guadalajara, no cómo éstas de aquí. En la Colonia Oblatos, un barrio de clase media baja (aunque eso de la clase media alta ó baja no es más que un espejismo, sólo hay de dos sabores: ó eres rico ó eres pobre, no hay más), hogar y refugio para pandilleros, alcohólicos, dementes, drogadictos, prostitutas, ladrones de autos, traficantes… y lo que quedaba de la Liga Comunista 23 de Septiembre en nuestra región. Pero también habitaban en él gente honesta y trabajadora, gente que sudaba de sol a sol en sus jornadas de trabajo, gente que luchaba por sobrevivir en una vida llena de peligros y tentaciones, gente que hacía lo imposible por conseguir el pan para su prole y su compañera, que con su trabajo digno y honrado intentaba por todos los medios posibles levantar la calidad de vida de su familia. Siempre admiré ese espíritu, nacido por la necesidad misma, pero de todos modos, la gente no se rendía, la gente, los verdaderos habitantes de la colonia, y no sólo de ésta, sino de la ciudad entera peleaba sin cesar en contra de la adversidad, gastándose su vida entera en ello. Y no sólo en la ciudad, ó el país, sino en todo el mundo, cómo después pude constatar. Miles de millones trabajaban afanosamente mientras unos cientos de güevones hijos de la gran puta capitalista vivían de su esfuerzo, dándose una vida próspera y despreocupada.

    Pero todo eso tú ya lo sabes, ¿no? Porque estabas conmigo, en esos tiempos, siempre a mi lado, codo a codo. Inseparables, cómo siempre había sido. Corría el año de 1990. Mi padre, el teniente de infantería Salvador Rivera, hacía ya cinco años que había muerto en el terremoto, allá en el Distrito Federal. No nos dejó algo a nosotros ni a mi madre, salvo una modesta pensión del Ejército Mexicano, que sólo nos costeaba para una casita en la Oblatos. Mi madre tuvo que conseguirse un empleo que le redituaba un raquítico salario mínimo, suficiente para poder sortear nuestros estudios, y eso que asistíamos a la Universidad de Guadalajara, institución pública y por lo tanto gratuita; ni pensar en estudiar en una de esas escuelas en dónde te enseñaban a ser ejecutivo ó presidente de empresas, cómo la Autónoma ó la Panamericana.

    En esos tiempos teníamos quince años, apenas estábamos en preparatoria. Aún nos quedaba mucho kilometraje por recorrer. No cómo a ese junior que nos agarramos de bajada. ¿Te acuerdas de ese cabroncito? Ese día, por la tarde, más ó menos a eso de las seis, jugábamos futbol en la calle, con todos los compas del barrio, entre ellos el Óscar, que tan buen compañero ha resultado ser, ó el Dani, ese pobre güey que nos acaban de tronar estos asesinos de mierda, allá en la tierra.

    Entre correrías y disputas por el balón, apenas si alcancé a ver al Jaimito, el chamaco de cuatro años de Doña Chabelita, la vecina de enfrente, que a veces le prestaba dinero a mi mamá y nos regalaba tamales de carne y elote, cuando hacía. Al pobre escuincle se le había ido el trompo con el que jugaba a la calle. Y aunque su mamá le tenía estrictamente prohibido bajarse de la banqueta, Jaimito pensó que no habría mayor problema, pues no había ningún carro a la vista. Con esa premura que caracterizaba a los chiquillos de su edad, bajó cuidadosamente la banqueta y se agachó para recoger su juguete. Niño simpático, con ángel, cachetón y prietito, despeinado y con la cara llena de mugre. Hermoso el parvulito. Pobrecillo. No contaba con que los dueños de la calle, y no sólo de ella, al parecer también de nuestras vidas, aparecerían de súbito para reclamar lo que les pertenecía.

    Un rugido de un poderoso motor se escuchó de repente, y pasándose por el arco del triunfo ese enorme letrero desgastado pintado en la calle que decía “ALTO”, el chofer del automóvil hace una curva muy pronunciada, quemando llantas y todo. Si de por sí el Jaimito era bien chaparro, una morusa, ya de plano ni lo iba a ver con esos lentes oscuros que traía puestos y el puto estéreo a todo volumen. “Corro, vuelo me acelero para estar contigo y encender juntos este fuego del amor, fuego del amor, sólo para estar junto a tiiiii... junto a tiiii...” Pobre niño. Lo último que escuchó fue una pinche canción de Timbiriche. ¡Puta madre, de Timbiriche!

    Cómo una muñeca deshilachada, así salió volando Jaimito después de que la defensa del coche golpeó a toda velocidad su cabecita, que se rompió al igual que una nuez, ante mis ojos. Con seco rumor cayó de nuevo al pavimento, fracturándose en el proceso varios huesos más. Su sangre pronto regó la portería que habíamos marcado con unos ladrillos. Pero no acabó ahí. De ser así, tal vez se le hubiera perdonado al conductor, después de todo, había sido un terrible accidente, bastante lamentable, pero accidente a final de cuentas. Sólo que el muy desgraciado no pensaba en eso, sino en el escándalo que se iba a hacer si la familia del chiquillo quería que él corriera con los gastos médicos, y eso si el infante lograba sobrevivir. En ese caso, al cabrón se le hizo muy fácil poner su carro en reversa y volver a pasar una vez más por encima de Jaimito, para rematarlo y darse a la fuga. ¡Qué pendejo! ¡Qué pendejo! Nomás de acordarme me hierve la sangre, tanto por la crueldad que demostró al quitarle la vida a un ser indefenso, cómo por su increíble estupidez.

    Pero ésa había sido la gota que derramó el vaso. En ese momento, toda una vida, toda una historia de abusos y vejaciones explotó dentro de mí. Esclavistas y esclavos. Señores Feudales y siervos. Patrones y obreros. Ricos y pobres. Adinerados y desposeídos. Siempre había sido así. Unos pocos controlaban el destino de millones. Unos pocos decidían quién vivía y quien no. Alguien tenía que ponerles un alto a todos esos hijos de perra, de una vez por toda. Presuroso me apunté para la tarea.

    Me fui corriendo detrás del rastro de sangre de las llantas, contigo siguiéndome de cerca. Y al parecer hubo una reacción parecida en los demás, porque en un momento ya estaban todos detrás de nosotros. Qué movilización tan eficiente. Conocíamos tan bien las calles de la colonia que encontramos una forma de cortarle camino al maldito ése, por entre las casas, y darle alcance en la Calzada del Obrero, a unas veinte cuadras, que a esas horas pico ya andaba bastante transitada. Ni necesidad de barricadas hubo, el infeliz estaba atascado en el tránsito. Lo rodeamos, armados sólo con palos y piedras, y empezamos a golpear el Mustang con la sangre chorreando del frente y las salpicaderas. Rompimos los faros y los espejos, estallando el cristal sobre del muchacho y su novia, que gritaba aterrada, histérica. Me trepé en el toldo y con mi garrote terminé de romper el parabrisas, mientras abollaba lo más que podía la carrocería. A empujones y mentadas de madre, sacamos a los ocupantes del vehículo; Daniel le acomodó una bofetada amansa locos a la muchacha con tal de que dejara de gritar cómo mono enjaulado, para que después le pusiéramos la madriza de su vida al pobre imbécil, entre todos. Lo reconocí. Era el hijo de los Stratton, dueños de varias empresas nacionales tequileras y textiles. Apenas si tenía dos años más que nosotros, y ya el muy hijo de su diputada madre tenía su carrazo del año, su ropita fina y una chava que parecía modelo de revista. Ya había salido en tres telenovelas y le andaban grabando su primer disco cómo cantante al muy maricón, y nomás por la lana que se cargaban sus padres. Lo esculco en sus bolsillos, haciéndome con su cartera y todo el efectivo que cargaba. Cinco millones de pesos, de los de entonces. ¡Válgame! Jamás había visto tantos billetes juntos. Suficiente, creo yo, para el funeral del niño. ¿Qué, Junior? ¿Te creías que podías hacer todo lo que se te diera la gana? ¿Qué nadie te lo iba a impedir, por ser el hijo de tu papi y mami? ¡A la chingada, baboso! ¡No más! ¿Me entiendes, miserable infeliz? ¿Me entiendes? Desde ahora mandamos nosotros, apréndelo bien, animal, esto no te lo van a enseñar en la Panamericana. Le repito una y otra vez, al mismo tiempo que sigo golpeándolo hasta cansarme. Mis nudillos sangraban y mi respiración era agitada, pero yo no podía dejar de golpear a aquél maldito, una rabia milenaria me cegaba en esos instantes.

    Entonces se nos unieron varios más, algunos vecinos que ya se habían enterado de todo y que también nos habían seguido, y algunos vándalos de la localidad que sólo querían chingar gente. Entre todos nos juntamos, rebasando ya la veintena, y no nos costó mucho trabajo voltear el Mustang y quemarlo en plena avenida, no sin antes despojarlo de todo lo que pudiera ser de valor. Y nos dimos a la fuga, apenas escuchamos las sirenas, allá a lo lejos. No importaba, el mensaje ya había sido dado. Me despido del malnacido, escupiéndole en pleno rostro, así postrado en la calle y en shock, hecho pedazos.


    Allí fue donde comenzó todo, donde una lucha que seguiría por veinticinco años daba principio. En una humilde colonia popular, igual que cualquier otra en la ciudad. Entre el asfalto quemado y los lavaderos, los puestos de tacos y los talleres mecánicos. Allí con toda mi raza, mi verdadera familia. Mi gente. Y ahora que lo pienso, no fue un afán de justicia lo que me impulsó esa tarde, cuando golpeaba a aquél hijito de papi sin ninguna misericordia, no fue un ideal de igualdad lo que nos motivó a despojarlo de sus bienes e incendiar el automóvil sin ninguna consideración. Era la envidia, la envidia el motor de todas mis acciones, la cólera mi combustible. Envidia de ese sujeto, que en nada tenía que preocuparse, salvo el de cómo gastar el dinero que sus papás siempre le daban en la mano, mientras que la preocupación primordial de todos nosotros era pensar en qué íbamos a comer al siguiente día, cómo le íbamos a hacer para conseguir alimento. Envidia que él, simplemente por haber nacido hijo de quien era su padre y su madre, tuviera la vida arreglada por entero, mientras que yo, simplemente por ser el hijo de mi padre ya estaba condenado a sufrir. Enojo, rabia por que mi padre había muerto ya hace cinco años, dejándonos a nosotros tres en la miseria. Estaba muerto, y nada lo volvería a la vida.


    Pero ese día también nos dimos cuenta qué tan diferentes éramos, a pesar de lo que todos dijeran, ¿verdad? Estábamos tan cerca uno del otro pero a la vez éramos tan distantes cómo el día y la noche. Yo pensaba que sólo con el uso de la fuerza, de la violencia, las clases oprimidas podrían adueñarse del poder. Tú desconfiabas de las revoluciones sociales, en las que no participa, pese al nombre, la sociedad entera, sino sólo un sector de ella. La cultura y la educación, pensabas, era el arma perfecta en contra de las clases dominantes. Ese día fue también el principio de nuestra separación, que culminaría dos años después, con tu partida al extranjero. Y nunca más nos volvimos a ver a la cara. Un año después, cuando mi mamá murió de una insuficiencia cardíaca, yo también dejé el nido y partí a la capital, en donde gracias a los viejos comunistas que me protegieron de la policía todos esos años conocería entonces a mis contactos con el movimiento revolucionario con el que después me identificaría tanto. Pero eso ya es otra historia, ya de todos conocida.

    Aún así, sin importar las distancias que separaban a nuestros corazones uno del otro, aún te quería, y te extrañaba a ti, mi propia sangre. Cómo me hubiera gustado estar allí, contigo, en esos momentos por los que vale la pena vivir. Cuando te graduaste de la Universidad de Stanford, en el departamento de Antropología, con los máximos honores. El día de tu boda con esa yanqui. Cuando te nombraron director del Departamento de Historia Antigua de la universidad. El nacimiento de tu hijo. Sí, supe de todo eso, y cada vez añoraba más y más los viejos tiempos de nuestra infancia, cuando crecíamos juntos y compartíamos los momentos más felices de nuestras vidas. Y no deseaba otra cosa más que volver a verte, abrazarte y perdonar todos los rencores, todos los errores que ambos cometimos durante tanto tiempo. Sentarnos a la mesa, y hablar del futuro con una botella de tequila en la mano. Ahora ya es muy tarde para todo eso, tanto para ti cómo para mí.

    ¿Por qué, porqué tenías que hacerlo? Todavía me sigo haciendo esa pregunta, y es lo que me pone de malas, lo que me hace apretar las quijadas y sostener más el humo de mi pipa en los pulmones, para después soltarlo con furia. El panorama ahora sería tan distinto de no haberlo hecho. Quizás ya habríamos ganado la guerra, y en estos momentos todos estarían celebrando. Si tan sólo me hubieras hecho caso. ¿Por qué, porqué no me hiciste caso? Yo sólo quería protegerte, por eso te mandé ese escueto mensaje (el único que te mandé en todos esos años sin vernos), porque quería que estuvieras a salvo, quería protegerte del peligro que corrías en tu posición. Si tan sólo te hubieras apartado y nos hubieras dejado matar al hijo de la chingada de Schroëder, en lugar de en el último minuto salvarle la vida, habríamos ganado. Nomás me imagino qué fácil habría sido en ese momento atacar a las Naciones Unidas, aprovechando el vacío de poder que dejaría la muerte del Secretario General, sobre todo porque ya teníamos de los güevos al bastardo de Keel Lorenz. Hubiese sido cosa de niños tomar sus Centros de Mando e izar nuestra bandera en el edificio de la O.N.U. Lo hubiésemos logrado, si tú no hubieras intervenido. Y en parte, también es mi culpa nuestro fracaso. De haber desechado mis sentimientos, y guiarme por mi sentido de responsabilidad, cómo dicta el oficio del revolucionario, Schroëder hubiera muerto y nosotros ganado. Pero el “hubiera” no existe. Hice lo que hice, y ya nada puede remediarlo. Me dejé llevar por el corazón, y éstos son los resultados. Tu vida me costó la victoria, José.


    En ese momento, las meditaciones del viejo y cansado líder guerrillero fueron cortadas de tajo, al unírsele el fiel Paco, visiblemente agitado. Sostenía entre sus manos una carpeta cerrada, de color amarillo.

    —Chuy, ya sabes que no deberías salir así, nada más— lo reprendió por su constante falta de atención a su seguridad —Te estás arriesgando demasiado.

    —A estas alturas del camino ya ni me preocupo, mi buen Óscar— contestó lacónicamente, degustando la última bocanada de tabaco que le quedaba —¿Qué es lo que me traes?

    —Marcelo acaba de llegar, su misión de reconocimiento fue un éxito. Pudimos confirmar varias de las estructuras que nos han descrito, así cómo varios puntos de acceso y un sistema de túneles que nos podría ser de provecho. Ahí esta todo, en las fotografías— le dijo mientras le pasaba la carpeta, repleta de un bonche de fotografías de varios puntos del Cuartel General, así cómo detalladas descripciones de las instalaciones.

    Examinándolas detenidamente, el insurgente las paseaba una a una delante de su rostro, queriendo memorizar la mayor cantidad de detalles posible.

    —Pero eso no es todo— aclaró su acompañante, encendiendo un cigarrillo —Marcelo consiguió un contacto visual con el objetivo. Fue difícil, dado el perímetro de seguridad que se ha cernido en torno al sujeto. Es la última del montón, como podrás ver.

    Aprovechando que Paco empezaba a fumar, el comandante de la guerrilla sacó la última del bonche de fotografías que tenía en las manos, con la impaciencia devorándolo. Al verlo, su allegado pretendió ayudarlo, indicándole con un dedo en la foto:

    —El blanco es...

    —Ya lo sé— lo detuvo Chuy, apartándolo con el brazo —Es el que está vestido de verde. Lo reconozco a simple vista. Es el hijo de José... Kyle Rivera Hunter.

    El daguerrotipo es el mismo que les tomaron a Shinji y a Kai antes de abordar a sus Unidades Eva. En él están impresas las efigies de los dos jóvenes pilotos, uno a lado del otro, sonriendo para la fotografía. Ninguno de los dos sospechaba en qué manos iría a caer.


    En el transcurso de una semana, el cerco militar en torno al cuartel se había hecho aún más abundante y por otra parte, los abusos de parte de los uniformados hacia los empleados que buscaban entrar a sus oficios, aumentaron considerablemente. En resumen, todo aquello era una bomba a punto de estallar, la pregunta era: ¿Sobre quién?


    Aunque en cantidad y en armamento los soldados eran numerosos, no era así la distribución de éstos. La mayoría se concentraba en las principales entradas y salidas de vehículos y gente, al punto de descuidar gravemente las entradas de servicio, de ventilación y limpieza, a las que sólo se les asignó un trío de soldados malamente armados, para salvo guardarlas.

    Aquel día era mucho más caluroso que los otros anteriores; James Cooper, soldado raso, lleva más de cinco horas de guardia en la entrada de servicio número 10, y el cretino de su compañero aún no ha vuelto con el garrafón de agua fría... ¿Qué diablos le pasaría a ese imbécil? Con desgano y malhumor, saca de su bolsillo el pañuelo ya empapado de sudor, su sudor, y por enésima vez, seca su frente, surcada de arrugas. Hacía ya bastante calor, y no parecía querer ceder.

    De reojo, observó varios movimientos en los matorrales a lado de él.

    —¿C- Charlie? — preguntó, vacilante y guardándose la húmeda prenda de vuelta a su lugar de origen. —¿Eres tú, Brown? ¡Sal de una vez, maldita sea! ¡No estoy de humor para tus estúpidas bromas!

    Él puede sentir cómo unas gruesas manos sujetan su cabeza y oye ese extraño sonido, y después de eso... la nada. Su cuello había sido roto con fría precisión, al igual que el de su compañero.

    —Dile al Chuy que la entrada diez está libre...


    Los atacantes rápidamente se introducen cómo cucarachas en las instalaciones, y la misma situación se repite en las entradas descuidadas, sin embargo nadie se dio cuenta, hasta que fue demasiado tarde.

    —La cinco, despejada...

    —Siete, bajo control...

    —Ya tomamos la cuatro...

    Poco a poco, las entradas pequeñas fueron allanadas sigilosamente por los invasores, hasta que la gran mayoría de ellas, más bien las que necesitaban para sus fines, estuvieron en su poder. Fue entonces cuando todo empezó.


    Los soldados que salvaguardaban la entrada principal nunca supieron qué les pegó. Coordinados con los audífonos en sus oídos, que los mantenían comunicados con sus compañeros, cada miembro del grupo sabía bien cómo y cuando proceder. Un francotirador, postrado en la azotea de un edificio cercano a la entrada, a unos trescientos metros, seguía con la mirilla de su arma a un individuo que portaba uniforme de oficial, que se paseaba por todos los puestos de vigilancia cómo pavo real.

    Había otros tres cómo él, apostados en puntos estratégicos, la mayoría cercanos a su posición, que tenían una misión semejante a la suya. Lo único que existía para él en esos momentos era su blanco, al cual lo seguía a todos lados con su mira láser, apuntando justo al corazón. Debía ser un tiro rápido, preciso, sin lugar a imprecisiones. Eso equivaldría a una muerte segura. Intentaba alejar esa idea de su mente, el fallar no estaba permitido, apretando los dientes e igualando su respiración con la de su objetivo. Lo tenía bien enfocado, anticipaba todos sus movimientos. Ya estaba listo. En unos minutos más, el jefe daría la señal y ese sujeto allá abajo, a trescientos metros, se convertiría en historia y su esposa en viuda. La bala expansiva atravesaría cómo cuchillo a la mantequilla su pecho, dejando un enorme hueco sangrante en lugar de éste. Caería con estrépito ante la mirada atónita de todos, para que luego su sangre regara todo el suelo y los alrededores. Su vista se nublaría, mientras moría y comenzaba el caos sin él. Sólo una palabra, sólo una palabra de un hombre cómo él ó cómo cualquier otro bastaba para hacerlo fiambre. Siguió apretando los dientes, e intentaba a toda costa que el rifle no temblara en sus manos, y no pensar que a lo que estaba apuntando no era sólo un uniforme con una insignia sino un ser humano de su misma condición, a la vez que aguzaba el oído, atento para la señal de ataque.

    —Esto no me gusta para nada— acertó a decir Paco, desde su posición, revisando a las tropas enemigas con sus binoculares electrónicos.

    —Parece muy fácil, ¿no?— completó Chuy, a su lado, dando un vistazo sin ayuda del artefacto.

    —No puede ser, sino son más que un montón de niños, carnal... — pronunció lastimosamente su acompañante, bajando los binoculares —No son las tropas de Naciones Unidas que estamos acostumbrados a enfrentar.

    —Y a pesar que estamos en Japón— siguió el comandante, rascándose la barbilla —No veo ni una sola división de sus Fuerzas de Auto Defensa.

    —No sé tú, Toño, pero a mí se me hace que aquí hay gato encerrado.

    —Indudablemente, algo están tramando esos putos de la O.N.U.— arguyó el veterano guerrero, notándose en su timbre de voz una ineludible fatalidad —Oscar, esto es una trampa, y lo sabemos bien. Ya has hecho bastante por mí, y si tú y tus hombres desean retirarse no los voy a detener. No te puedo pedir que mueras así cómo así, compadre.

    —Después de todo lo que hemos pasado juntos— dijo su camarada con voz trémula, con un nudo en la garganta —¿Tú crees que ahora te voy a dejar así cómo así? Siempre unidos, hermano, hasta la victoria siempre. Patria ó muerte, ¿te acuerdas?— terminó, tendiéndole la mano enguantada.

    —¡Patria ó muerte!— corroboró Chuy, al borde de la emoción, estrechando animosamente la mano que le tendían.


    Duraron así por un rato, con las manos entrelazadas. Era el último momento de paz que los dos tendrían, quizás por eso buscaban alargarlo lo más que se pudiera. No obstante, los acontecimientos, y la Historia, debían seguir su curso.

    —Tengo que unirme con mi escuadrón, antes de que comience el ataque— finalmente pronunció Paco, rompiendo la conmovedora escena, dándole la espalda a su amigo —Estaremos esperando tu señal, recuérdalo.

    —Buena suerte, hermano— deseó Chuy, mientras lo veía alejarse.

    —A ti también, Toño. Tú serás quien más la necesite.

    Paco se perdió de vista, reuniéndose con su escuadrón, que esperaba oculto en el espesor de la vegetación que circundaba la entrada al Geofrente. El guerrillero siguió en su puesto, dando una última mirada a la aparente tranquilidad de la ciudad, situación que no duraría por mucho tiempo. En unos segundos más, a una palabra suya, los disparos comenzarían y la batalla se desataría. La paz sería abruptamente desterrada de esos parajes. Veía a la carnada, las filas de novatos que hacían el intento por salvaguardar la entrada del cuartel. Seguramente la gran mayoría de ellos moriría. Y con sólo una palabra suya.

    Eso sí, aquella sería la última vez. La última.

    Tomó el radio de su cinturón, con la mano sudorosa, y accionándolo, lo acercó a su boca, para pronunciar con voz metálica y distante:

    —Ojos de águila, ojos de águila, aquí el nido— se escuchó por toda la banda de la guerrilla, los hombres atentos, nerviosos, a las órdenes de su líder —Comience la cacería... ¡ya!


    En el acto, cuatro disparos estallaron al unísono, desde diferentes puntos de los alrededores. Dos segundos después, los cuatro oficiales de mayor rango de toda la operación, yacían muertos bajo los pies de sus sorprendidos subordinados, quienes en un principio no supieron cómo reaccionar.

    Aprovechando su confusión, además del vacío de mando, una granada arrojada desde una posición oculta estalló diezmando inmediatamente a la primera fila. La locura también explotó y los soldados se revolvían entre ellos mismos, corriendo cómo cabras y disparando a diestra y siniestra, sin nadie que consiguiera poner el orden y marcialidad entra las filas. El enemigo parecía estar en todas partes, y sin embargo, invisible ante sus ojos. Las bajas aumentaban con gran velocidad a medida que transcurría el tiempo. En menos de dos minutos y medio, las tropas habían sido reducidas drásticamente a la mitad. Otras cuatro descargas se escucharon allá a lo lejos, de distintas partes, y otros cuatro oficiales cayeron fulminados, para después ser pisoteados por su propia tropa, en su correría.

    Entonces el enemigo abrió fuego desde el flanco izquierdo, primero con un lanzacohetes tipo bazooka y después con armas automáticas de alto poder, obligándolos a retraerse de sus posiciones y escapar de la línea de fuego. Artillería militar, sin duda alguna, quizás robada. Su propio equipo era utilizado en su contra.

    Pero al retirarse al flanco derecho también fueron recibidos por un ataque de la misma índole que el anterior, encajonando a los sobrevivientes y a los muy pocos combatientes que quedaban en el centro de la entrada principal.

    Fueron en esos momentos cuando un tanque todo terreno, propiedad del Gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica, que recordaba al antaño modelo Panzer, utilizado en la Segunda Guerra Mundial, hizo nota de su presencia entre las restantes filas, cerrando la pinza y aniquilando a los hombres sin piedad.

    Los disparos fueron cesando a medida que el número de soldados de las Naciones Unidas se veía menguado, reduciéndose en cuestión de minutos a unas cuantas decenas.

    —¡Maldita sea, alguien que me responda!— repetía incesantemente un sargento, cargando el radio portátil con el que intentaba comunicarse con los refuerzos del interior, sin mucho éxito —¡Bastardos hijos de perra, respondan de una buena vez, cambio! ¡Aquí afuera nos están haciendo pedazos!

    Y pareciendo responder a su llamado, las puertas herméticas comenzaron a correr para revelar el interior del cuartel. No muy grata fue su sorpresa, al encontrar que en lugar de los esperados refuerzos que él creía llegar, se encontró con otro destacamento de guerrilleros, todos encapuchados y provistos de poderosos rifles de asalto. Aunque también contaban con pistolas convencionales, cómo esa 9 mm que uno de ellos sacó de su cartuchera, la cual colocó en su frente y jaló del gatillo, desparramándose sus sesos detrás de su nuca, para después derrumbarse en el suelo y juntarse con sus camaradas caídos.

    —No gasten municiones innecesariamente— reprendió Paco, saliendo detrás de la línea de guerrilleros, encapuchado, dirigiéndose al portador del arma aún humeante —Junten a los prisioneros y pónganlos en parejas, así sólo gastarán una sola bala.

    La batalla ya estaba ganada. Prueba de ello era el centenar de cuerpos mutilados y sangrantes que se extendían por toda la entrada, aquella valiosa entrada que pretendieron defender con tanto ahínco, y que de la misma manera ellos habían ganado.

    El viejo tanque se acercó, caminado sobre los cadáveres y uno que otro herido, terminando con su sufrimiento. Justo en la entrada, en la que aguardaban una docena de guerrilleros, se detuvo. De su interior salió el comandante Chuy, que iba sin capucha, y cuando lo hizo el vehículo se acomodó para apuntar hacia el frente, instalándose cómo el nuevo protector del ingreso al Cuartel General.

    El líder guerrillero se reunió con Paco, mientras que un jeep se encaminaba hacia donde estaban ellos.

    —Tu capucha... — señaló su segundo, un tanto sorprendido.

    —Ya no la necesito— aclaró con desgano el jefe de la guerrilla, subiendo al asiento del copiloto del jeep —Organiza la retaguardia y después te reúnes conmigo con tus hombres en el sitio señalado. Iré a la vanguardia, a limpiarles el camino.

    El carro emprendió el camino, adentrándose en el interior de las instalaciones de NERV. A la par que se alejaba, Chuy alzó un brazo, para agregar:

    —¡Y cuando acabemos en el frente, iremos por el aguilucho!


    Onsen es como se les denomina a los diversos manantiales de aguas termales que se encuentran distribuidos en diversos puntos del Japón. Previo al Segundo Impacto, para visitar uno de estos espléndidos lugares se debía hacer un largo recorrido en tren de alta velocidad desde la ciudad capital de Tokio. Después de la catástrofe que le cambió el rostro al globo entero, estas distancias se habían reducido considerablemente, con el surgimiento de nuevos manantiales de este tipo en las cercanías rurales que circundaban al área metropolitana de las dos nuevas Tokios.

    La calidad del agua en estos lugares suele ser muy buena, y rica en minerales, lo que la hace ser buena para la salud y relajante para el cuerpo, razón por la cual son uno de los destinos turísticos predilectos por la población japonesa.


    La diáfana luz de una enorme luna llena iluminaba con toda claridad una de aquellas piscinas, cuya superficie reflejaba nuestro satélite natural con la misma fidelidad que lo haría cualquier espejo. Alentada por los múltiples beneficios que brindaba el baño en dichos cuerpos de agua, pero sobre todo por la hermosa estampa que la Naturaleza le obsequiaba a sus ojos, Rei Ayanami se despojaba de la toalla que cubría su cuerpo entero para mostrarlo en la plenitud de su atractiva apariencia juvenil, sin cualquier clase de indumentaria.


    Todos se encontraban durmiendo ya, por lo que sumergió en las cálidas aguas su grácil, núbil y bien dotada anatomía, libre de las molestas miradas de los perversos adolescentes que plagaban los alrededores de aquél hotel apenas unas horas antes. La sensación que obtuvo fue sumamente reconfortante, recibiendo con agrado el cálido abrazo del líquido a su alrededor, y a la vez pudiendo mantener la cabeza bien fría para no tener que arriesgarse a los devastadores efectos de un golpe de calor.


    Aún así, pese a lo placentero de aquella experiencia, había algo que la seguía inquietando, y que durante días la había despojado de toda tranquilidad y descanso. Y eso era la terrible soledad que la abrumaba, y el soporífero tedio que no podía sacudirse de encima. Una vez más, al igual que otras tantas veces durante todos los días que había durado su estancia en aquél encantador sitio de descanso, la imagen de Kai Katsuragi acudía presta a satisfacer sus más oscuras fantasías.

    —¡Oh, Kai, amor mío!— susurró en voz baja, sin poder contenerse, sintiendo un intenso cosquilleo en la entrepierna, a la par que comenzaba a masajear sus incipientes pechos desnudos —¡Cuánto te extraño!

    —Así que de eso se trataba— dijo entonces Shinji, aproximándose a la orilla del estanque cubierto con una toalla de la cintura para abajo —Me comenzaba a preguntar por qué parecías molesta todos estos días…

    —¡Ikari! ¿Qué… qué estás haciendo aquí?— preguntó la sorprendida jovencita, cubriendo su expuesto cuerpo como podía.

    —¿Qué no lo sabes? Mi padre me encargó hacerte compañía, además de que me asegurara que te la pasaras bien durante este viaje— contestó el muchacho, avanzando resuelto hacia donde se encontraba ella, para lo cual tuvo que despojarse de su toalla mientras que se introducía a la piscina, mostrándole sin decoro toda su joven humanidad —Así que, si tú me lo permites, puedo hacer que dejes de extrañar tanto a ese patán enclenque… sólo tienes que pedírmelo…

    El fogoso joven se desplazó lenta y seductoramente por el cuerpo del agua hasta poder ubicarse justo a un lado de la muchachita, a la que sujetó entonces por los hombros, comenzando a obsequiarle un placentero y relajante masaje en el cuello, brazos y espalda. Ayanami se revolvía indefensa entre sus brazos, su cuerpo siendo manejado como suave arcilla por las prodigiosas manos de su compañero. Sus cuerpos se iban aproximando cada vez más, a medida que transcurría el tiempo, envueltos en tan delicioso trance, que era solamente interrumpido por los ocasionales, aunque prolongados gemidos de placer que se le escapaban a la jovencita.

    —No… no quisiera…— pronunció ella con suma dificultad, sintiendo como el sexo del muchacho le rozaba su intimidad, mientras éste le recorría el cuello con los labios, al punto de casi hacerla enloquecer —No quisiera traicionar así la confianza de Kai… ¡pero me siento tan sola! ¡Sin nadie que atienda mis necesidades!

    —No tienes que preocuparte, Rei… sabía que esto pasaría, es por eso que tomé medidas al respecto— arguyó entonces el Comandante Ikari, apareciendo del otro lado del estanque, provisto de la misma manera con una sola toalla cubriéndole el área genital —No tienes porqué estar sufriendo tú aquí sola porque tu amante de pacotilla sea un pusilánime sin remedio… un hombre de verdad habría peleado contra viento y marea para poder estar contigo, amándote sin descanso…

    —Nosotros dos podemos encargarnos sin ningún problema de satisfacer plenamente todos tus bajos instintos— expuso Shinji, sujetándola entre sus brazos como lo haría un pulpo, estrujándola contra su cuerpo húmedo y desnudo sin que Ayanami, abatida, pudiera oponer resistencia —Y así podrás conocer lo maravilloso que es estar con un par de expertos en el arte del amor, como mi padre y yo… aunque te advierto que después de habernos probado, todos los demás te parecerán muy poca cosa…

    —S-sí… sí, por favor— asintió la jovencita, casi sin habla, con el juicio obnubilado por la marejada de placer que inundaba todo su cuerpo —Tómenme ya, soy suya… ¡no puedo… no puedo aguantar más el fuego que hay dentro de mí!

    —Entonces, prepárate, querida— murmuró Gendo Ikari con su tono grave y profundo, su mirada clavada en la muchacha como un tigre acechando a su presa, quitándose la toalla que tenía ceñida a la cintura para dejar al descubierto sus atributos físicos, en tanto se internaba a la cálida piscina para unirse a ellos, una vez que su hijo se había adelantado ya recorriendo todo el cuerpo de la joven con sus ágiles dedos, introduciendo su lengua juguetona dentro de su boca —Prepárate para tener la noche más loca y salvaje de toda tu vida… sólo espero que no quedes bizca después de esto…


    Justo antes que la desvalida Rei pudiera convertirse en la carne en medio del emparedado de los Ikari, Kai despertaba abruptamente y bastante sobresaltado de su terrible pesadilla, con los ojos bien abiertos casi saliéndose de su órbita, gritando despavorido como un condenado a muerte:

    —¡¡¡Aaargh, nooo!!! ¡Qué horror, qué espanto, qué horror!

    Rivera se levantó entonces, comenzando a correr en círculos como poseído alrededor de todo el taller, luego de haber sobresaltado a todo el personal que trabajaba laboriosamente en él en aquellos momentos.

    —¡Necesito urgentemente un lavado de subconsciente, ayuda! ¡Aaay, que cosa tan horrorosa! ¡Dos Ikaris desnudos es más de lo que cualquier persona cuerda puede soportar!

    —¡Basta ya, niño imbécil!— reclamó airadamente la Doctora Akagi, poniéndose en pie para detener su alocada marcha al sujetarlo del cuello de su camisa, como a un perro que se le sujeta del collar —¡Por poco haces y que me dé un ataque al corazón, loco estúpido!

    —¡Acabo de tener la más espantosa de las pesadillas! ¡Era como si me retorciera junto con todos los condenados entre las impías llamas del Infierno! ¡Y tú estabas allí!— comenzó a señalar a propios y extraños, farfullando como un paciente psiquiátrico —¡Y tú, y tú! ¡Y tú también, aunque no te conozco!

    —¿Acaso volviste a quedarte dormido en horas de trabajo, gañán inútil?— reclamó airadamente la científica, con justa razón, totalmente exasperada —¡Estoy harta de ti! ¡Sólo apresúrate a hacer lo tuyo y acabemos con todo esto lo antes posible! ¡Así cada quien podrá seguir con su vida, de preferencia lo más lejos posible de ti!


    Ignorantes del ataque que se llevaba a cabo contra sus instalaciones justo en esos momentos, un buen número de personal científico se encontraba laborando afanosamente en el taller del Departamento de Investigación y Desarrollo, al mando de su directora, la Doctora Akagi. Dicho lugar, normalmente de un ambiente apacible y sin contratiempos, veía drásticamente alterado su ritmo de trabajo gracias a la inusual presencia de Kai Katsuragi y sus continuos exabruptos, como el que acababa de ocurrir. Tal como lo hubiera hecho un parvulito reprendido, así fue como el joven científico regresó a su estación asignada y tomó asiento, con el cuerpo encogido y la cabeza gacha, sin decir una sola palabra. Una vez que estuvo frente a su monitor, tecleó algunos cuantos comandos y vectores, sólo por hacerlo, pero sin ponerle mucha atención ó empeño a su trabajo. Al igual que en otras repetidas ocasiones en el transcurso de aquél día, el acongojado muchacho soltaba un hondo suspiro de lamentación. Apoyó su frente sobre el teclado frente a él sin mayores miramientos.

    —Es inútil— pronunció el chiquillo, resignado —Nada de lo que haga me puede hacer olvidar lo mucho que extraño a Rei… ¡Qué mundo tan cruel es éste, que separa a dos personas que se quieren tanto!

    —¿Qué acaso las voces que escuchas en tu cabeza no te hacen suficiente compañía, Doctor Rivera?— se mofó Ritsuko, abocada en sus propias labores en su terminal, colocada frente a la de él, sin siquiera voltear a verlo —Si tienes la creatividad suficiente como para inventar toda una nueva realidad paralela donde mantienes un tórrido romance con Rei Ayanami, no debería costarte mucho trabajo crearte un amigo imaginario que te haga compañía en tus momentos de soledad…

    —Me niego a discutir las implicaciones de lo que es real ó no con una mujer que se tiñe el cabello para hacerle creer a la gente que es rubia y mucho más jove n— respondió en el acto, sin levantar la cabeza.

    —De cualquier modo, tu aflicción sale sobrando. Estoy segura que cuando puedas construir tu portal mágico a otras dimensiones podrás encontrar ese mundo ideal y perfecto que tanto sueñas, en donde tú no seas un pelafustán inútil y Ayanami no sea una autómata frígida y antisocial… entonces podrán vivir felices por siempre bajo del mar, cantando alegremente con toda clase de pececillos y demás moluscos amigables…

    —El viaje interdimensional mediante el uso de los supersolenoides es bastante plausible y ahora que tengo a mi disposición un Motor S2 completamente operacional, estoy muy cerca de comprobarlo… aunque es bastante natural y comprensible que algo tan complejo pueda parecerle un acto de magia a las mentes cerradas e inferiores…

    Para todos los que podían escuchar su conversación, la cual estaba siendo llevada a cabo de manera bastante pública y nada confidencial, les quedaba claro la abyecta antipatía que manifestaban el uno por el otro, y eso que aquella charla se desarrollaba en muchos mejores términos que los de la mayoría que habían sostenido con anterioridad. La Historia ha demostrado en varias ocasiones que las grandes mentes no siempre piensan igual. Aún así, ambos llevaban ya varios años de conocerse y sus caminos continuamente se cruzaban. La relación había comenzado por la intercesión de Misato, quien fue compañera de Ritsuko durante sus estudios universitarios. Además ambos habían coincidido en el proceso que les permitió obtener su propio doctorado, si bien el paso de Rivera por las instituciones educativas era más que nada efímero, al obtener sus títulos con facilidad inaudita. Al igual que le pasaba con muchas otras personas, el carácter desapegado y hasta insolente del muchacho le había ganado la animadversión de aquella mujer, pues contrastaba ampliamente con la rigidez y disciplina con la que Akagi conducía cada aspecto de su vida; de tal suerte que los choques seguidos entre ellos eran tan solo una consecuencia lógica de tales circunstancias. Solamente coincidían en el gran afecto que sentían por la Capitán Katsuragi, y era solo por ella que tenían que sostenían el acuerdo tácito de soportarse el uno al otro.


    —Escucha, “mente superior”, a todos nos pareció bastante divertido cuando recién comenzaste con este sinsentido de pretender conquistar el corazón de Rei Ayanami, a sabiendas que es cosa más que imposible— pronunció la Doctora Akagi, retomando el hilo de la conversación —No niego que hemos obtenido muy buenas carcajadas con ello y burlarnos de las estupideces que cometes en tus patéticos intentos hace bastante bien a la moral de los empleados… pero como todo chiste que se repite hasta el cansancio, esta situación está comenzando a perder la gracia y se empieza a tornar ya enfermiza…

    —Dices eso porque nadie conoce a Rei como yo— intentó defenderse el compungido jovencito, tamborileando con los dedos sobre la superficie del escritorio —Si lo hicieran, sabrían que es mucho más profunda de lo que aparenta… por lo menos aún me queda ese orgullo…

    —Esa muchachita es tan profunda como una hoja de papel tirada en el piso y tiene la misma personalidad que una, te lo digo yo, que soy de las personas que más contacto tienen con ella. Aunque no soy psicóloga ni nada por el estilo, es claro que Rei manifiesta un marcado trastorno de la personalidad, es incapaz de experimentar cualquier clase de sentimiento intenso, mucho menos de amar a alguien. Yo en tu lugar, en vez de estar orgullosa, estaría muy atenta a la situación, si acaso lo que alegas es verdad. Esa pobre chiquilla sólo hace lo que le es ordenado, y si acaso comienza a comportarse cariñosa contigo lo más probable es que sea porque alguien así se lo pidió. Y todos sabemos quién es el que verdaderamente mueve sus hilos, y por si no estabas enterado, no le simpatizas mucho que digamos… cosa rara, si me lo preguntas, dado tu encanto avasallador…

    Siempre locuaz y empeñado en tener la última palabra, eran pocas las ocasiones, como aquella, en las que Kai se quedaba perplejo y sin saber qué más decir, sus ojos bien abiertos perdidos en la profundidad del espacio y su boca sellada como una tumba. Aunque muchos pensaran lo contrario, no era, para nada, estúpido, y ya se había planteado a sí mismo desde hace mucho la posibilidad que recién se le había expuesto. Más por su conveniencia personal que por cualquier otro motivo fue que la había desechado por completo, pero al escucharla de voz de alguien más aquella hipótesis parecía cobrar mayor sustento. Y eso trastornaba como pocas otras cosas su ya de por sí alicaído corazón.

    —Lo dices solo por molestarme— mencionó por último, abatido y derrotado —Además, tu quijada es bastante masculina, si me lo preguntas…

    —¡Oh, vaya, qué maduro fue eso de tu parte! A veces me olvido que sólo estoy hablando con un mocoso idiota… y a decir verdad, me tiene sin ningún cuidado tu pobre excusa de vida amorosa, lo que te digo es porque quiero que te concentres en lo que estás haciendo ó terminarás matando a alguien. Te recuerdo que estamos trabajando con sustancias muy peligrosas aquí y cualquier error de cálculo puede ser fatal…


    Efectivamente, en aquellos momentos todos los allí presentes se daban a la tarea de hacer realidad un sofisticado dispositivo criogénico para la preservación de tejidos orgánicos de origen desconocido para su posterior estudio, ideado en conjunto por los Doctores Akagi y Rivera. Ó como estaba comenzando a ser conocido entre ellos: “la Hielera Rikagi-Akagivera”, esto por que aún no podían decidirse qué apelativo era el que sonaba mejor. Dicho mecanismo utilizaba grandes cantidades de nitrógeno líquido, material refrigerante por el que habían optado por sus múltiples usos, entre ellos el de procurar una congelación rápida que evitara el daño de estructuras, lo que permitía la conservación ideal de muestras biológicas.


    Otro uso que a su vez podía dársele a semejante artilugio, y que también tenían contemplado durante su desarrollo, era el de la disposición de los tejidos, mediante “promación”, procedimiento contrario a la cremación tradicional. Los despojos serían sumergidos ennitrógeno líquidoa más de -200°C, temperatura a la que la materia orgánica es extremadamente frágil por su alto contenido enagua. A continuación se someterían a unavibración ultrasónica, de esta manera convirtiendo los restos en polvo. Este polvo se introduciría entonces en unacámara de vacíoen la que se extraería el agua. De este polvo seco obtenido se podrían separar metales y otro tipo de elementos, lo que permitiría una mayor comprensión de la forma en la que estaban constituidas las misteriosas criaturas a las que ellos denominaban “ángeles”.


    —Tengo que admitir que los componentes orgánicos de estos bichos reaccionan a las bajas temperaturas mucho mejor de lo que pensé en un principio— expresó el joven al reanudar sus labores —Se comportan tan bien que he llegado a pensar en que podríamos utilizar esta propiedad de una manera más agresiva. Piensa en una clase de granada, un artefacto detonante que utilice una sustancia química que al contacto con el aire congele las moléculas de agua en el aire dentro de un área de tamaño considerable… ¡bam!— gesticuló entonces, golpeando la palma de su mano con el puño —Qué mejor manera de decir: “¡Oye, imbécil! ¡Ahora estás en mi universo, así que tendrás que atenerte a sus leyes físicas! ¡Lo que me fastidia a mí, también debe joderte a ti! ¡Así que ahora sólo eres una enorme paleta helándose a más de -200°C! ¿Qué te parece eso, eeeh?” Claro que para eso necesito encontrar el acomodo ideal de un circuito compuesto por la combinación de compresores de helioalimentados connitrógenolíquido, y para eso debo hallar la forma de realizar destilación fraccionada del aire líquido de manera indefinida…

    —Será mejor enfocarnos en un aparato innecesariamente complicado a la vez, si no es mucha molestia… ya después podrás ocuparte en encontrar nuevas formas de aniquilación indiscriminada…


    Mientras que una inspirada Ristuko deslizaba ágilmente sus dedos sobre la superficie de su teclado, produciendo un constante golpeteo casi rítmico, el joven Rivera la observaba detenidamente, con una mezcla de anticipación y contrariedad en su semblante.

    —¿Recuerdas ese gato ladino que tuviste hace años, Momo?— inquirió el muchacho, aunque en aquella ocasión lo hizo en un tono más cordial y personal —Esa hedionda bola de pelos naranja que robaba tu almuerzo a la menor distracción…

    —¡Claro que sí! ¡Amaba a ese animal, es uno de los gatos más inteligentes que he tenido! Pensé que me iba a morir de tristeza aquella ocasión en la que se perdió durante días, no encontraba consuelo en ninguna parte— del mismo modo, Akagi había desistido de su típico tono hiriente, permitiéndose entablar una conversación más o menos amistosa —Pero justo cuando había abandonado toda esperanza de verlo nuevamente, el muy bribón apareció por sí solo justo a la entrada de mi departamento cuando salía a la universidad…

    —Lo encontraste empapado, casi en los huesos y oliendo a alcantarilla, pero aún así lo abrazaste de inmediato como si la vida misma se te fuera en ello… caíste de rodillas al piso y no dejabas de dar gracias a Dios, mientras que llorabas hasta cansarte. Esa vez faltaste a todas tus clases con tal de quedarte a cuidar a ese desagradecido bodoque con patas y quitarle la peste a cloaca lo mejor que pudiste…

    —¿Pero… pero tú… como sabes todo eso?— el pasmo que embargaba a la doctora era tal, que había conseguido que la mujer dejara de teclear para en su lugar mirar anonada al chiquillo delante de ella, boquiabierta.

    —Aquella vez Misato estaba muy preocupada por ti… es la ocasión que más deprimida te hemos visto, y eso ya es un decir. Te la pasabas buscando al gato por toda la ciudad, no hacías otra cosa más que eso. Casi no comías ni dormías. Supuse que no era el gato en sí por lo que sufrías tanto, siempre creí que ese animal simbolizaba algo más para ti que una simple mascota. Nunca entendí del todo qué clase de carencia afectiva compensabas sobrealimentando y mimando a ese montón de pelos… de todos modos, Misato y yo sabíamos lo mucho que te importaba, por lo que mientras que ella buscaba por todas las tiendas de mascotas un gemelo idéntico que pudiera reemplazar a Momo, yo me puse a buscarlo por mi cuenta. Sabes lo bueno que soy para encontrar animales, sólo acuérdate lo rápido que encontré a Shinji cuando salió corriendo de aquí… La noche anterior había caído un diluvio y esa mañana seguía sin dejar de llover, pero me las ingenié para encontrarlo atorado en una boca de tormenta justo antes de que la corriente que se había hecho lo arrastrara hasta ahogarse… no te voy a mentir, me costó un güevo y la mitad del otro sacarlo de ahí sin dejarme arrastrar también. Para colmo, el muy ingrato me arañó la cara en cuanto lo sujeté, y no cesó en sus intentos de arrancarme los ojos en el apresurado camino hasta tu casa… antes de soltarlo en la entrada toqué a la puerta tres veces, luego me escondí en las escaleras del pasillo para asegurarme que el muy imbécil no volviera a escapar antes que lo vieras…

    Perpleja, Ritsuko no podía más que reconocer la perfección con la que encajaban todos los detalles que le eran relatados en las circunstancias que rodearon el reencuentro con su amada mascota. No obstante, había una cosa que seguía sin entender:

    —¿Y… todos estos años… porqué nunca dijiste nada al respecto?

    —No lo hice para que me felicitaran, y a decir verdad, ni siquiera lo hice por ti ó por ese condenado felino— confesó el jovenzuelo, modulando todavía más el timbre de su voz para hacerlo casi un murmullo —Lo hice solo por Misato… tu depresión estaba comenzando por afectarle. Es comprensible, teniendo en cuenta que eras su única amiga en aquél entonces. Tu patético estado la estaba lastimando, sobre todo porque era muy poco lo que podía hacer por ayudarte. Por si aún no te ha quedado claro, amo a esa mujer con locura, y que me lleve el diablo si acaso permito que sufra sin que haga algo de mi parte para poder remediarlo… aún así, en ese momento, al verte llorar de esa forma tan sincera, me di cuenta que alguien que puede amar algo de esa manera no puede ser tan desalmada como quiere aparentar. Desde ese día te he visto con otros ojos, esa vez pude saber que aún tienes algo de corazón y pude vislumbrar un pedacito de tu alma… no es que eso te quite lo cretina, claro está, ó que te comportes como una perra maldita la mayoría de las veces…

    —¿Y entonces ahora me dices todo esto por que…?— instó Akagi, sin querer darle oportunidad de reanudar su seguidilla de ataques en su contra.

    —Precisamente, porque he descubierto un poquito de decencia en ti, y porque de antemano sé el genuino cariño que sientes por Misato, por todo eso me gustaría que me dijeras si es que acaso Ikari está planeando matarme de nuevo… toda esta estupidez de dejarme aislado de los demás muchachos y dejarme aquí varado como un enorme tiro al blanco es bastante obvio, por supuesto, pero me gustaría saberlo de ti… no es que piense que al saberlo vaya a poder evitarlo… pero por lo menos podría darme la oportunidad de despedirme de la pobrecilla de Misato…

    La mujer de ciencia observó fijamente al chiquillo por unos instantes, para enseguida soltar un hondo suspiro de lamentación. Como si quisiera quitar las barreras entre ambos, se quitó los anteojos que hasta entonces traía puestos, sosteniéndolos cuidadosamente entre los dedos, mientras le respondía, susurrante pero con suma claridad:

    —Hace unos días recibimos noticias que el Frente de Liberación Mundial se escindió en dos fracciones, supuestamente en un golpe de estado al interior de la organización. Al parecer sus antiguos dirigentes están en la fuga y sumamente desesperados, podrían intentar cualquier cosa. Todas las instalaciones de las Naciones Unidas están en alerta máxima, pero también es bastante conocido que tú eres uno de sus blancos prioritarios. Ahora que están acorralados, lo más probable es que harán hasta lo imposible por acabar contigo de una vez por todas. Es por eso que el Comandante Ikari te mantiene aquí, aislado y vigilado. No está tratando de matarte, estúpido, está tratando de salvarte el trasero… así que lo mejor que podrías hacer es mantener un perfil bajo y hacer caso de todas las indicaciones mientras que lo peor pasa…


    Una vez más en aquél agitado día, el joven Rivera se encontraba a sí mismo desprovisto del don del habla. Con su elocuencia reducida al mínimo, solamente se limitó a pasar saliva nerviosamente, en tanto que sus ojos se agrandaban cada vez más. Ser blanco del grupo guerrillero-terrorista con más renombre a nivel mundial no era algo para tomarse a la ligera, más teniendo en cuenta que ya anteriormente había sufrido varios atentados por parte de sus seguidores, de los cuales apenas había escapado ileso. El que aquél extrañamente vilipendiado chiquillo siguiera respirando era algo mucho más que un milagro, sobre todo por el empeño que se había empleado para que no fuera así.

    —Bueno… siendo así… estuvo bien pensado, entonces…— masculló el muchacho con cierta dificultad —Eso fue… fue algo muy considerado de su parte… creo…

    —Sólo trata de recordarlo la próxima vez que quieras dar rienda suelta a tu boca floja y dejar que tu lengua piense por ti, pequeña sabandija arrogante— respondió Akagi, colocándose de nuevo sus anteojos y volviendo a la tarea que la mantenía tan ocupada —Ó la próxima simplemente te dejaremos afuera, listo para que te maten como a un perro…

    —Procuraré tenerlo en mente— dijo Kai mientras se levantaba de su asiento —Ahora, si me disculpas, tengo que ir a soltar el miedo en el privado de los chicos…

    —No soy tu maestra de preescolar, idiota, así que más te vale no quedarte dormido ahí adentro, ó te pesará…

    —Tal vez tarde un poco, verás: haré un depósito en el pequeño banco de porcelana… platicaré largo y tendido con el Guapo Ben… echaré un topo al hoyo…

    —¡Ya entendí, imbécil, lárgate de aquí de una buena vez! ¡Maldito seas, no tengo que estarme enterando de todo lo que hace tu cuerpo!

    —¡Volveré en cuanto libere a Willy!— remató el ilustrativo jovencito mientras salía por la puerta, antes de ser alcanzado por un pesado pisapapeles que le había arrojado Ritsuko.


    —Lidiar con ese chiquillo es un daño constante a mi salud mental— suspiró la mujer, masajeando sus sienes cuando intentaba calmarse.

    El sonido del timbre de su teléfono la sacó de concentración, y mirando el aparato con desgano, contestó a la llamada.

    —¿Sí?— preguntó alzando el auricular, acomodándoselo de manera que pudiera seguir trabajando mientras hablaba.

    Al otro lado de la línea hablaron, guardando por su respuesta.

    —¿Que qué?— pronunció la rubia, no dando crédito a lo que escuchaba —¿Pero, cómo puede ser? ¿Aquí, justo en este momento? ¿Es en serio?

    De nuevo su interlocutor hizo uso de la palabra, y debió decir algo muy convincente, ya que la científica sólo respondió de forma lacónica:

    —Sí, entiendo.

    Suspirando estoicamente, volvió a colocar el auricular en su sitio. Se mantuvo cabizbaja por algunos instantes, apoyada en una consola, hasta que se dirigió a todo su equipo:

    —Muy bien, salven los archivos de las pruebas de hoy y apaguen las máquinas...— hizo una pausa, para volver a suspirar y concluir —Y después de eso todos vayan al refugio 7 del piso 25. Permanezcan ahí hasta que se les indique.

    Acabadas de pronunciar estas palabras, todo mundo se quedó estático en su lugar, no dando crédito a lo que sus oídos escuchaban. Aquello era un procedimiento sin precedentes en todo el tiempo que llevaban trabajando en la organización. Veían con incredulidad a la doctora, esperando que de un momento a otro les dijera que se trataba de una broma. Sin embargo, ésta observó a todo mundo con hastío, frunciendo el ceño, hasta que finalmente explotó:

    —¡¿Qué esperan para hacer lo que les dije, con un demonio?!— gritó enardecida, golpeando la consola que tenía en frente —¡¡Muévanse, maldita sea!!

    En el acto, todos se descongelaron e hicieron sin chistar lo que se les ordenó, aunque fuese la cosa más rara e inusual que se les hubiese ocurrido. De nuevo tuvieron que apagar todas las máquinas, con todo lo que ello implicaba, y dirigirse a la brevedad posible al refugio. Obviamente que todo se convirtió en un caos total, y las personas iban y venían apuradas por doquier, ante la mirada impasible de Rikko, que semejaba a un volcán a punto de hacer erupción. Esto, antes que apareciera por la puerta Misato, que por casualidad iba llegando.

    —¿Qué es lo que está pasando aquí?— preguntó la recién llegada, desconcertada, observando impávida el desorden que imperaba allí adentro.

    —El comandante habló... — respondió Akagi, luchando por contener su ira —Los de Seguridad Interna quieren que suspendamos todas las actividades y que todo el personal se dirija a los refugios del piso 25…

    —¿Qué?— exclamó la mujer con rango militar, sorprendida e irritada a la vez —¿Por qué no se me notificó de esto? ¿Qué planean esta vez esos matones de Seguridad Interna?

    —Lo ignoro— contestó la doctora, apesadumbrada —Por lo pronto, hay que obedecer. Después de todo, órdenes son órdenes— repuso mientras cerraba la carpeta que tenía en sus manos, y abriéndose paso salió por la puerta.

    Katsuragi la imitó, molesta en extremo y haciendo sus desplantes de costumbre, sacando de entre sus ropas su celular, marcando furiosa un número, mientras refunfuñaba: “Malditos imbéciles, ¿cómo es que se atreven a hacerme a un lado? ¡Soy la jefa de Tácticas y Estrategias, mi puesto debe pesar en algo!”


    Los invasores avanzaron con el jeep hasta donde pudieron, arrasando con todo en su correría salvaje, frenética; dañando máquinas y equipo por igual, matando a cualquier desafortunado que se les pusiera enfrente. Con la inquietud siempre presente de dónde estarían los guardias de Seguridad Interna, esos asesinos tan famosos en la elite de cuerpos de las Naciones Unidas. Ni rastro de alguno de ellos. ¿En qué agujero se habían metido? A eso se sumaba la ausencia de energía eléctrica en todo el trecho que recorrieron del cuartel. Sólo el sistema de emergencia estaba operando, iluminando raquíticamente los pasillos por los que pasaban.

    Una vez que el trecho para el automotor se les terminó, el pequeño grupo tuvo que abandonarlo. Tuvieron que continuar con su travesía a pie, desplegándose en todas posiciones, en parejas. De todos modos, ya habían labrado un buen camino para la retaguardia, que esperaban se les uniera pronto. Mientras tanto, aprovechaban para lanzarse a la búsqueda de su objetivo primordial, el cual tenían que conseguir lo más rápido posible, para irse del lugar antes que llegaran los contingentes de las Naciones Unidas, y quizás del gobierno japonés.

    Aunque buscar a una sola persona en un complejo científico de trece pisos era lo mismo que con la aguja en un pajar. No iba a ser fácil, eso sí.


    Abocado a la penosa tarea de excretar los desechos que su sistema digestivo producía, Kai requería concentración absoluta para que todo saliera como debía ser. Tanto que ni prestó atención a las detonaciones que se sucedían afuera del baño, allá en el corredor contiguo. Ni tampoco a los lamentos de las víctimas ni de los improperios de sus atacantes. Una masacre se llevaba cabo a sus espaldas y él todavía no se percataba de ello, tan concentrado como estaba. Una gran sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro una vez concluido todo el proceso. Salió del sanitario silbando una alegre tonada, con las manos en la nuca. Nunca se hubiera imaginado que con ello atraería a un par de guerrilleros bastante agresivos, que de inmediato lo encañonarían y lo derribarían de un culatazo en plena boca del estómago.

    —Mierda… ¡Ay, mierda!— vociferó el aterrado muchacho, aturdido y sin aliento, al verse tirado y encañonado en el piso, sus agresores listos para hacer volar su cabeza —¡Puta madre, ya me jodí!

    No tardó mucho en conectar las piezas del rompecabezas para saber que las tropas del F.L.M. habían invadido hostilmente el Geofrente y estaban por dar cuenta de él, finalmente.

    Mientras lo volvían a poner de pie de una manera bastante hosca, sujetándolo de los cabellos, Rivera supo entonces que no tardaría mucho en unirse a todos sus otros compañeros que yacían acribillados a lo largo de todo el pasillo, hasta donde la vista alcanzara. Toda su joven vida transcurrió ante sus ojos, confinada al aro de metal que delimitaba la boca del cañón del fusil de asalto que lo amenazaba.


    Por suerte para él, uno de sus atacantes lo reconoció justo cuando su compañero le ponía una pistola en la frente, presuroso para jalar del gatillo y acabar con sus días.

    —¡Espera, no lo hagas!— ordenó tajante, interponiéndose entre él y la víctima —¿Qué no has visto quién es él, pendejo? ¡Es el aguilucho!

    —¿El aguilucho?— repitió el otro, incrédulo, bajando el arma pero todavía sujetándolo férreamente del pelo —¿Este esperpento? ¿Estás seguro?

    —¡Por supuesto!— repuso su camarada, sacando de entre sus ropas la foto del muchacho, que con anterioridad se les había hecho llegar a todos los integrantes del grupo de asalto —¿Lo ves? Es este monigote de traje verde...

    —¡Carajo!— exclamó el sujeto, rascándose la nuca, sin soltar a su presa —Y yo que pensaba que era el de azul... en ese caso, el Chuy se va a poner contento. Todos los del grupo de choque lo andan buscando como locos, y nosotros nos lo encontramos así cómo así. ¿Qué esperas? ¡Ándale, ya estuvieras hablándole al Chuy! Dile que ya agarramos a su polluelo.


    Mientras lo hacía, a empellones el captor forzaba a Kai a caminar delante de ellos, con las manos en alto, sin dejarle de apuntar con su metralleta M-23. Transcurría el tiempo y todo se iba haciendo más vago y confuso para el muchacho, que no acertaba a saber qué era lo que estaba sucediendo. Observaba varios cuerpos, tendidos en el piso, con sangre aún brotando de sus heridas y podía percibir el gélido aliento de la parca soplándole en la nuca.

    —¡Si me van a matar, háganlo de una vez, ojetes!— pronunció dificultosamente, en español al reconocer la lengua en la que se comunicaban sus atacantes, avanzando bastante nervioso con el cañón del arma sobre la espalda —¿Ó qué piensan hacer conmigo, a dónde creen que me llevan? ¡Si piensan abusar de mí, maricones, les advierto que tengo sífilis, gonorrea, y toda clase de infecciones! ¡Van a estar orinando sangre meses después que me hayan fregado!... ¡No, no es verdad, aún soy puro y casto! ¡Por favor, me estaba guardando para el matrimonio, quería llegar de blanco al altar! ¡Y ahora ó me voy a morir virgen ó me voy a morir violado por un par de culeros! ¡¿Por qué tenía que venir a trabajar hoy?!

    De nuevo un culatazo en la base del cráneo lo hizo caer pesadamente cuando rayaba en la histeria, ahogando un grito de dolor. Sin darle tiempo a recuperarse, el guerrillero que se la había pasado todo el tiempo encañonándolo lo volvió a sujetar de la cabellera, arrastrándolo lastimosamente por todo el corredor, pateándolo con sus botas militares y gritando toda clase de improperios e insultos.

    —¡Calla el hocico de una buena vez, maldito hijo de puta!— demandó furioso, notándose su acento francés en ese estado, pateándolo en la boca a la par que continuaba arrastrándolo —¡No estás en posición de decir algo!

    —¡¿Porqué?!— se quejaba Kai, tratando de liberarse, sin éxito —¿Porqué están haciendo todo esto? ¿Porqué mataron a toda esta gente? ¡Ellos nada les hicieron! ¿Qué demonios van a ganar matándome, bola de pendejos? ¿Y qué putas le hicieron a la luz?

    —¡¡¡Que te calles!!!— gruñó rabioso el atacante, propinándole una fuerte guantada que lo derribó de nuevo al suelo, postrándolo. También, una vez más, el guerrillero volvió a encañonarlo. Con la furia cegándolo, bien hubiera podido jalar del gatillo en ese mismo momento y mandar al otro mundo al joven —¡No tienes la menor idea de todo lo que hemos pasado por tu culpa, cerdo desgraciado! ¡Alguien cómo tú no tiene el derecho a juzgarnos! ¿Me oyes, me oyes imbécil? ¡Debería matarte en este mismo momento!

    Lo hubiera hecho, de no ser otra vez por la oportuna intervención de su compañero.

    —¡Ya basta, Jacques!— pronunció imperante, apartando el arma de sus manos —¡Sabes muy bien que nos sirve más vivo qué muerto! ¿Lo recuerdas? Has estado muy agitado últimamente, no cometas ninguna estupidez.

    El hombre respiraba aprisa, hiperventilado. Era obvio que estaba al borde de un colapso nervioso. Sus ojos, recubiertos por el llanto, lucían perdidos y cansados. Súbitos escalofríos comenzaron a asolarlo, mientras se desplomaba en el piso, arrodillándose. Años y años de dolor y tormento por fin salieron a la luz, desahogándose por completo. Con la cabeza en las rodillas, el fornido sujeto de unos seis pies de altura empezó a llorar desaforadamente, desahogando todo el dolor que llevaba dentro de sí. Tantas tragedias, tantos recuerdos sepultados regresaban a él para acosarlo, cómo cadáveres sepultados para juzgarlo y martirizarlo; avalanchas y avalanchas de sentimientos encontrados se sucedían unas tras otra, devastándolo por completo. Sufría por toda una vida de culpas, por toda una vida en el horror, sin que nada hubiese cambiado al paso del tiempo.

    Con la pena que sólo puede ser producida al ver a un hombre maduro llorar cómo un niño, así tanto el infante cómo el consumado combatiente callaron, dejándolo solo con su pena.

    —Está bien, Jacques, está muy bien— le dijo su compañero, después de un rato, ayudándolo a que se incorporara —Mira, ya estamos en la posición de Chuy. ¿Qué te parece si yo conduzco al prisionero hasta donde está él, y tú te quedas en este puesto haciendo guardia? ¿Te parece bien?

    —S-Sí— asintió con un gesto, recargado en la pared y enjugándose las lágrimas.

    —Muy bien, chico listo, avanza— ordenó el hombre, apuntándole al muchacho con su rifle de asalto —Manos arriba, y no intentes nada estúpido, ¿me entiendes?


    Desconcertado por la rapidez con la que se sucedían los eventos, el chiquillo no tuvo otra opción que obedecer, ahora sí, con la boca bien cerrada. Con dificultad se levantó del piso y comenzó a caminar, y mientras lo hacía podía sentir con toda claridad cómo el rostro comenzaba a hinchársele. Dentro de un rato, eso iba a doler cómo el infierno.

    —Tienes que entender que estos últimos meses no han sido muy buenos para muchos de nosotros— pronunció con tranquilidad su captor. Al parecer, gozaba de un mejor estado de ánimo que el de su colega, además de una mente más despejada —Diablos, que digo, todos estos quince años no han sido fáciles para todos nosotros. A muchos todavía nos cuesta trabajo acarrear con la culpa y la responsabilidad de matar a un hombre. No creas que somos unos monstruos asesinos sin ninguna clase de remordimientos, a diferencia de esos Cascos Azules de la O.N.U. Al igual que tú, somos seres humanos con sentimientos y pensamientos propios de la especie, y también cargamos con nuestros muy particulares problemas.

    —Eso no pareció importarles mucho al decidir atacar esta base de investigación científica— repuso, para después escupir un hilillo de sangre —¿Y para qué? Ya les dije que no van a ganar nada matándome, estúpidos…

    —No creas— contestó el guerrillero, en un tono algo irónico —Estábamos muy conscientes que éste no era un blanco militar, y que la mayoría de las personas aquí eran no combatientes. Pero pronto comprenderás que no nos quedaba ninguna otra opción. Considera todo lo demás como daño colateral. No era que estos pobres diablos merecieran morir, pero aún así nosotros los necesitábamos muertos. Así es como es. A veces las bajas no se pueden evitar.

    —Dile eso a tu conciencia, tipejo— musitó de mala gana el muchacho.

    “Shst” fue lo único que respondió el sujeto. Al parecer, llegaban a su destino.


    A tientas, debido a la escasa luz que había en el corredor, Rivera pudo reconocer el área del muelle de embarque de la Unidad Z. Toda esa zona parecía desierta, y desde hacía un buen rato que llevaban caminando no había vestigios de cuerpos, a diferencia de cuando comenzaron su travesía. Era muy probable que Misato y los otros pudieron haber sido evacuados a tiempo. Un vuelco le dio el corazón, al recordar a Katsuragi. Esperaba con toda el alma que estuviera a salvo. No soportaría la pérdida de otro de sus seres queridos.

    Mientras caminaba a punta de pistola apretaba los dientes, imaginándose a la militar tirada en el piso, envuelta en un charco de sangre, al igual que las otras personas que había visto con anterioridad. “¡No, eso no puede ser! ¡Ella tiene que estar viva, maldita sea!”


    Enfrascado en sus pensamientos, no notó cuando lo condujeron al interior del hangar en donde estaba depositado el Eva Z. Por alguna extraña razón, aún había energía eléctrica en esa parte del complejo. Su creación parecía observar con cierto enojo, aún más de su expresión habitual, a los invasores, más al ver que éstos amenazaban a su creador. A través del visor del casco, aquellos ojos rojos, llameantes, brillaban con un sobrenatural hálito, cómo si efectivamente aquella máquina tuviera vida propia.


    Enfrente de ella, todavía admirando su majestuosidad, mirándola con cierto recelo, se encontraba un buen número de personas, siete para ser exactos, todas ellas encapuchadas, a excepción de una. El sujeto se encontraba al centro, destacado de los demás por su prominente estatura además de estar delante de ellos. Observaba impávido aquella abominable criatura que se alzaba ante sus ojos. ¿Cómo alguien podría concebir algo así? A pesar de estar desactivada, sentía el enorme poder de esa nueva arma. Ya antes había escuchado del insólito potencial destructivo del que eran poseedores los androides de esa clase, incluso tenía algunas fotografías, pero de todos modos nada era comparable con verlos en vivo y a todo color. Empezaba a reflexionar si todo aquello seguía siendo una buena idea.

    —Chuy— alzó la voz el guerrillero recién llegado, siempre detrás de Kai, sin dejar de apuntarle con su arma —Aquí tengo a alguien que quiero que conozcas...

    El aludido volvió la vista hacia el visitante, desde su posición, y cuando lo hizo, el muchacho por poco se desmaya.


    Esa larga cabellera, ahora limpia y arreglada, recogida en una cola de caballo. La barba de candado, también recortada en comparación a la foto que le habían tomado. El rostro, moreno y curtido seguía igual, pero más limpio, presentable. En los ojos, en esa mirada perdida y desesperanzada había algo vagamente familiar, más de lo que le hubiera gustado. No necesitó de mucho esfuerzo, ya que de inmediato lo reconoció. Imposible olvidarlo.

    —¡No! ¡No puede ser! — gritó aterrado Rivera, al mismo tiempo que palidecía y se ponía tan blanco cómo un fantasma —...tú estás... estás...

    El piso parecía movérsele, todo le daba vueltas, mareado. Su semblante se puso tan transparente que hasta parecía que se podía ver a través de él. Estaba por desmayarse. Con gran esfuerzo, se sobrepuso, antes de caer en la inconsciencia total. Tenía que haber una explicación para aquello.


    También estupefacto, el líder de los guerrilleros se abrió paso entre su tropa, sin quitarle la mirada de encima un solo segundo al joven. Viéndolos bien, los dos presentaban bastantes semejanzas físicas, desde la forma del rostro hasta la complexión y el cabello. La tez morena también se presentaba como una similitud, aunque ésta tenía un tono más oscuro en el hombre que en el chico.

    —Tú debes ser Kai Katsuragi, mejor dicho, Kyle Rivera. Mucho gusto— musitó el veterano guerrero, fogueado en mil batallas, una vez que estuvo frente a frente al chiquillo —Quizás no me reconozcas sin mi capucha, así que haré las presentaciones convenientes: yo soy el Comandante Chuy, antiguo comandante en jefe de las tropas rebeldes, el Frente de Liberación Mundial.

    Se detuvo, examinando detenidamente (otra vez) al joven que tenía delante suyo. Era cómo poder verse en un espejo hace veinticinco años. El parecido era tan asombroso: la nariz, las cejas gruesas, la forma de la quijada, fuerte. La estatura, la complexión, el color de la piel. ¡Era maravilloso poder verlo! Lo único que no encajaba era aquél par de esmeraldas que tenía por ojos. Tan brillantes y esperanzados.

    —Pero en realidad, cómo ya debes saber, ése no es más que un seudónimo— continuó, ante la mudez temporal del muchacho, que seguía boquiabierto —Mi verdadero nombre es Antonio Rivera Madrigal. Soy tu tío...


    El silencio explotó como una bomba en el lugar. Todos callaron, esperando la reacción del joven. Algunos también callaron por la sorpresa que les producía aquella revelación; la gran mayoría de sus seguidores no sabían el verdadero nombre de su líder, y los que lo sabían no conocían la relación que sostenía con el infante.

    —Sí, claro— repuso Kai, reponiéndose de la impresión, desengañado al escuchar la supuesta verdadera identidad del líder de los rebeldes —Y yo soy el ratón Miguelito. Mira, Ernesto Guevara de segunda categoría, a lo mejor puede que ése sí sea tu verdadero nombre, pero tú no puedes tener un parentesco conmigo. Si en verdad lo tuvieras, cosa que es imposible, sabrías que a través de las generaciones de la familia Rivera, todas ellas han sido compuestas de un solo integrante varón, cada una. Así que es imposible que seas hermano de mi padre, ya que él fue hijo único, al igual que mi abuelo, y mi bisabuelo, mi tatarabuelo, etcétera, etcétera.

    —Vaya— respondió el guerrillero, cruzándose de brazos, mirando con gesto divertido a su sobrino —Así que Pepe nunca te habló de mí.

    —Pues verás, últimamente no he tenido oportunidad de charlar con él— contestó el chiquillo en el mismo tono.

    —Lo sé— añadió el Rivera más viejo, cabizbajo, cómo recordando algo —Pero hay muchas cosas que tú no sabes... sólo estuviste con tu padre hasta los tres años, ¿me equivoco? Después te adoptó esa japonesa, Katsuragi, y no creo que hayas podido aprender más de lo que te comentó tu padre de tu familia a lo largo de estos... ¿Cuántos años han sido? ¿Once, doce años?

    —Once— contestó el joven, mientras el rostro se le oscurecía.

    —Mira, cada uno a nuestro modo, tu padre y yo fuimos las ovejas negras de la familia— comentó el comandante insurgente, paseándose en torno al chiquillo, examinando minuciosamente cada ápice suyo —Por mi parte, yo lo fui al ser el gemelo en nacer después que él, acabando así con esa centenaria tradición de la que hablas...

    Gemelos. Conque eso era. Eso explicaba el porqué ese sujeto era idéntico físicamente a su padre, y eso hacía posible también su parentesco. ¿Pero porqué nunca su padre le había dicho que tenía un hermano? Era todo un misterio. Los eventos se sucedían con tal rapidez que sentía que nada estaba firme, ni siquiera el suelo que pisaba. Sin duda alguna, eran muchas emociones en un día, demasiadas para cualquiera, y todavía faltaban muchas más.

    —...y tu padre lo fue al ser el único no combatiente de toda la familia. Sin duda alguna sabes que todos los Rivera, a través de los años, han profesado el oficio de las armas, ya sea con el gobierno establecido ó en su contra.

    Kai asintió, con la cabeza, ante la atenta mirada de su tío. El sólo verlo hacía que, al igual que el ave Fénix que renace de las cenizas, sus esperanzas en el mañana renacían. Quizás no todo estaba perdido.

    —Creí que tú también seguirías su ejemplo— añadió Antonio —Pero ya veo que no es así. Me parece muy bien que continúes con la costumbre de la familia— pronunció, señalando al enorme robot que tenía detrás de él, quien seguía con su gesto asesino para con él y sus hombres.

    —Tengo mis razones, fulano— respondió el joven Rivera, sin compartir su ánimo por ese hecho —Pero de todos modos, no creo que haya nada memorable en dedicarse a luchar y matar gente.

    —Aún eres muy joven— suspiró el guerrillero, dándole la espalda —A veces no queda otra opción, más que pelear. De no ser así, tú no pilotarías esa máquina ni arriesgarías tu vida al enfrentarte contra esos seres. Pero al hacerlo, al final terminas dándome la razón. Cuando crezcas lo comprenderás. Todos lo hacemos, muchacho.

    —¿Soy muy joven?— repitió Kai, en tono burlón —¿O es que todavía no estoy lo suficientemente amargado por todos mis fracasos? Creo que una persona debe ser fuerte para que el mundo no termine por cambiarla. Debe ser al revés, y más en un personaje de tu talla, “tío”.

    Un tremendo gancho dirigido al hígado, cortesía del fornido sujeto, lo hizo callar para luego derrumbarse al doblársele las rodillas bajo su propio peso, al mismo tiempo que tosía con mucho dolor y devolvía el bolo alimenticio, enroscándose para conseguir aire.

    —¿Cómo te atreves a hablarme de eso?— preguntó furioso el comandante, jalándolo del cabello para que levantara la vista hacia donde él estaba —¡¿No eres tú, Kyle Rivera, creador de la Mina N2 y responsable de quién sabe cuántas muertes?! ¡Mi familia estaba en La Paz ese 23 de Marzo del 2004, para que te lo sepas, pequeño desgraciado! ¿Cómo crees que puedes venir así cómo así para hablarme de “responsabilidad”?

    Harto de los maltratos recibidos de parte de los invasores, el muchacho decidió no soportar más. Mientras apretaba los dientes y cerraba los ojos, concentrándose, unos hilillos de sangre comenzaron a brotarle de la nariz y los oídos. En ese momento, sin que nadie se lo esperara, el Eva Z alzó el puño y lo chocó con estrépito sobre la plataforma donde se encontraban todos de pie. Todo mundo salió volando a causa del fuerte impacto, lo que le permitió a Kai zafarse del agarrón de pelo para de inmediato lanzarse con todo su peso sobre el guerrillero, dándole un buen puñetazo en el proceso. Al cual le sucedieron otros dos, cuando lo tuvo merced al piso.

    —¡Yo sé lo que hice, perro miserable, lo sé muy bien!— gritó enardecido, mientras lo golpeaba —¡Nunca puedo olvidar a esa gente, por más que lo he intentado! ¡Y desde entonces los locos que te siguen no han dejado de querer matarme, cómo si yo hubiera dado la orden para bombardear todas esas ciudades! Y mucho menos pienses que voy a permitir que un vulgar asesino de tu calaña venga a reclamarme por eso... ¡Ay, sí, “Tierra y libertad”! ¡Pues toda esa tierra está regada con la sangre de todas tus víctimas, asqueroso asesino! Veles a hablar de la igualdad de clases a las 123 personas que murieron cuando volaste el World Trade Center de Bangkok, ó las 14 mujeres que violaste y disparaste cómo a perras en Berlín... ¡Cerdo bastardo!


    Reponiéndose de la impresión e incluso luego de haber vaciado varios cartuchos de sus armas sobre el nuevamente inerte Evangelion, toda la tropa acudió al auxilio de su líder, quitándole al joven de encima de una manera no muy amable, con un culatazo en la base del cráneo, para después tirarlo en el suelo y darle una serie de puntapiés en el estómago y en la cara, con su calzado militar, para completar el día. Lo castigaron por mucho rato, hasta que el jefe acudió en su auxilio.

    —Ya basta— pronunció con dificultad, rojo cómo un jitomate —Es suficiente, con eso tendrá... — con un ademán les ordenó que se alejaran, lo cual obedecieron casi al instante, aunque seguían vigilándolos continuamente aún a la distancia.

    —Yo también estoy consciente de los horrores que he perpetuado a lo largo de mi lucha— le dijo al muchacho, que se encontraba temblando en el piso y seguía cubriéndose cómo podía, tendiéndole la mano derecha para que se levantara —Los dos hemos cometido bastantes errores durante todos estos años... — prosiguió mientras dificultosamente ponía en pie a su sobrino —Por eso vengo, ahora, a ofrecerte la oportunidad de enmendarlos, corregir cada uno de ellos, juntos. Los dos podemos ayudarnos a conseguir finalmente el perdón de todos nuestros pecados, nuestra redención.

    Todavía aturdido, el joven lo observó desconcertado, interrogándolo con la mirada. No entendía nada de lo que decía, quizás por tantos golpes en la cabeza.

    —¿Es que todavía no lo entiendes?— preguntó Antonio al hijo de su hermano —Todo esto lo hice por ti, sólo por ti. ¿Qué creerías que obtengo al atacar el refugio subterráneo mejor resguardado de todo el planeta? Absolutamente nada, es un auténtico suicidio, estratégicamente hablando. Y aún así, debía hacerlo, debía intentar poder verte, hablar contigo. Eres lo único que me queda en este mundo, la única persona que puede ayudarme en este momento.

    —¿De qué rayos me estas hablando?— pronunció Kai de manera entre cortada, encorvado, mientras el rostro se le hinchaba aún más —¿Mataste a toda esta gente, sólo para hablar conmigo? ¿Sabes de un aparato llamado teléfono, maldito imbécil?

    —Las bajas se mantuvieron al mínimo, créeme, y fueron las estrictamente necesarias— dijo el guerrillero —Son cosas que no se pueden evitar... pero ésas pueden ser las últimas, si vienes conmigo y me ayudas.

    —¿Ayudarte? ¿En qué?— siguió preguntando el joven, más confundido que nunca.

    —Piénsalo bien, muchacho— continuó el comandante, caminando en círculos con las manos por detrás —Hace once años, creaste la Mina N2 casi por accidente, y observa todas las catástrofes que se han desatado desde que se extendió su uso. Imagina lo que puede suceder ahora que has creado a esta... esta... — Chuy volteó a ver a la Unidad Z, sin encontrar la palabra justa para designarla —Esta cosa... Debe ser mucho más poderosa que la Mina N2, si no me equivoco, eso significa mucho más destructiva.

    —Sin embargo— repuso el chiquillo —Tiene su razón de ser, su justificación, ya que los Evangelions son los únicos que pueden combatir a esas criaturas que intentan destruir la Tierra. No creas que es sólo un capricho.

    —Lo sé— asintió el sujeto —¿Pero qué pasará cuando esos seres hayan sido eliminados? Ellos se irán, pero estas nuevas armas se quedarán entre nosotros. Sólo imagínate lo que sucederá cuando comiencen a usarlas no para atacar a esos monstruos, sino a poblaciones enteras. De seguro, con sólo cinco de estos robots el gobierno chino se apoderaría de todo el planeta. ¿Y si los Estados Unidos tienen otros cinco? ¿Y Alemania tres? ¿Y los tres que están en Japón? Piensa en todo el caos que se desataría alrededor del globo, al encontrarse uno frente a otro estos nuevos poderes. Decaería en la aniquilación total. ¿Cuánta gente volverá a sufrir por tu causa?

    —Ya he previsto esa posible eventualidad— corroboró el infante —Y por lo tanto, he tomado providencias en el asunto. No necesito que vengas de sabrá Dios qué agujero a echármelo en cara.

    —Quizás— pronunció su tío, observando detenidamente al Eva Z, cómo estaba antes de que llegara su joven pariente —Pero cómo ya lo había dicho antes, aún eres muy joven... y eso no quiere decir que debas estar frustrado y amargado, ni que no puedas tener tus ideales intactos; a lo que me refiero es que aún te faltan muchos años por vivir, todavía te falta madurar, agarrar experiencia. Aún estás muy verde— al decir esto, Kai observó confundido su Evangelion, para después recordar que cuando la fruta aún no está madura coloquialmente se dice que está verde. Llevaba muchos años viviendo en Japón, por lo que tendía a olvidar ese tipo de expresiones, cómo suele suceder —No conoces de lo que son capaces las personas, no cómo yo las conozco. De lo que puede ser capaz alguna gente con tal de satisfacer su ambición de poder, su sed de dinero. Sin importarles nada más, sacrifican a gran cantidad de personas, “carne de cañón” cómo ellos les dicen, con tal de ver sus propósitos cumplidos. Son de ésos que piensan que el fin justifica los medios. ¿Sabías que en el 2000, justo antes del Segundo Impacto, una selecta elite de empresarios y dirigentes mundiales sabían de antemano la hecatombe que se aproximaba, y sin embrago no hicieron nada para evitarlo, para alertar a la humanidad siquiera? No, en su lugar prefirieron guardar el secreto para sí, refugiarse lo mejor que pudieron del desastre para después apoderarse de las ruinas que quedaran del planeta. Antes y ahora ellos siempre serán el poder tras el poder, los auténticos dictadores del mundo. Es a esta clase de personas a las que yo combato; dime tú: ¿Qué posibilidades tienes tú, una sola persona, por muy excepcional que seas, contra todo un aparato de poder mundial? No creo que muchas, eso sí te digo.

    —¿Y tú sí las tienes?— inquirió fastidiado el joven.

    —No, no solamente yo— contestó el guerrillero —Nosotros. En nuestra unión radica nuestra fuerza. Sólo nos tenemos el uno al otro para defendernos de nuestros enemigos. ¿No lo entiendes? Si te lo propusieras, podrías cambiar el mundo entero. Todo ese potencial que has desperdiciado durante tanto tiempo, por fin podría tener un buen uso. Piénsalo, tu talento podría ser usado para un bien común, sólo necesitas un poco de ayuda, algo de dirección.

    —¿Y qué bien podría ser ése?— preguntó de nuevo, aunque ésta vez con semblante divertido, medio burlesco.

    —La libertad de todos los seres humanos— expresó con severo continente —¿En verdad te agrada trabajar bajo las órdenes de los opresores de la gente? ¿De aquellos que sólo ven a las personas cómo una mercancía más?

    —Por ahora, no me queda de otra— musitó Kai, desganado.

    —Siempre hay una salida, muchacho— el guerrillero encaró al chiquillo, poniéndose delante de él —Sólo hay que saber buscarla. No puedes esperar sentado a que las cosas cambien, tienes que levantarte de tu asiento y obligar al pinche mundo a tener algo de sentido... eso es algo que aprendí más ó menos a tu edad. En nuestras manos tenemos el poder de hacer que el mundo sea un mejor lugar para todos. Siempre lo hemos tenido, sólo que muy pocos se atreven a usarlo. ¿Qué dices? ¿Quieres utilizar el poder que tienes, el poder de hacer la diferencia? Sólo unos cuantos elegidos tienen el privilegio de hacerlo, y tú eres uno de ellos.

    —¿Ah, sí?— pronunció visiblemente desconcertado el piloto —¿Y qué se supone que debo hacer?

    —Venir conmigo— aclaró el veterano guerrero, mientras lo veía fijamente —Unirte a mi revolución, y con tu ingenio natural contribuir a la causa. Pilotear ahora mismo esta cosa a mis espaldas y salir de aquí, incluso del país, para llevarte a donde se te necesita. Tú no sabes la conspiración, la enorme intriga que se está cerniendo ya no sólo sobre un territorio determinado, una aldea que es desalojada y aplastada por las tropas federales para construir allí condominios para los extranjeros; no, ya no es algo tan simple, pronto, muy pronto, la humanidad entera estará en peligro mortal. El hombre no tiene idea del horror que ha dejado libre. Terminará por acabar con él, si tú y yo no hacemos algo, no tengas la menor duda al respecto.

    —¡¿Unirme a las fuerzas rebeldes?!— exclamó sorprendido, mareado incluso. Definitivamente, ese día era de muchas emociones fuertes —¿La humanidad en peligro? ¿Conspiración? ¿De qué demonios me estás hablando?

    —Creo que tú mismo has contestado a tu pregunta— señaló el sujeto, algo divertido por la reacción del muchacho; admiraba su fortaleza, no muchas personas eran capaces de soportar todo por lo que él había pasado, y sin embargo, continuaba estoico. Sin duda, sería una excelente adición al movimiento. Por fin se cumpliría su sueño anhelado por tantos años, el que un familiar se uniera a su causa; había fallado antes con su hermano, pero ahora era muy probable que tuviera éxito con su sobrino, al parecer. Pero no se podía dar el lujo de bajar los brazos, tenía que seguir insistiendo; mucho dependía de ello —En este momento no puedo hablarte mucho de ello, pero podemos hablar en el camino al Océano Índico. Entiendo que tu máquina no requiere de una fuente de poder externa, por lo que he escuchado. Eso será muy conveniente... Por cierto, ¿Crees que podría dejar de mirarme de esa manera?— pronunció algo inquieto, mirando de reojo a Z —Es algo macabro, parece cómo si estuviera viva.

    —Así has de tener la conciencia— reprochó el joven piloto, a quien la mirada del Eva no molestaba en lo más mínimo —En cuanto a tu proposición, me temo que tendré que declinar de ella, gracias. Contigo ó con ellos, las cosas serán lo mismo. Sólo que tú me pides que adelante el infierno, que destruya por ti y tu gente a ejércitos enteros y así podrías fácilmente apoderarte de los territorios de las Naciones Unidas, ¿no es así? Pero de todos modos, si lo hago morirá gente. Al final quedamos con lo mismo. ¿Qué diferencia podría hacer con eso? Por lo menos, ahora sólo combato con monstruos, no con personas. Ya no quiero ver morir gente frente a mis ojos, y menos por mi mano.

    —Pero si es precisamente a un monstruo al que te pido que combatas... — repuso en el acto Antonio —... al monstruo de la codicia y avaricia humana... mientras estamos aquí, en este momento, la gente sufre, y ni tú ni yo estamos haciendo algo para detenerlo. La muerte es un proceso natural, y en este tipo de conflictos es inevitable que algunas personas mueran. Pero es necesario, porque su sacrificio es el que nos otorga libertad, la paz que tanto anhelamos conseguir. Sé por lo que has pasado, pero tienes que enfrentarlo, la gente siempre muere. El cómo, y sobre todo el porqué, es lo que hace que no sea en vano.

    —¡No! ¡Me niego a matar a mi prójimo! ¿Sólo porque no piensan como nosotros deben morir? ¿Qué nos hace pensar que podemos decidir quién muere y quién no? ¿Por qué tengo que pensar que no tienen el mismo derecho que yo a la vida?

    —¡Porqué no son aptos para aprovecharla en comunión con todos los demás! ¡Por eso! ¿Es que no entiendes? Hay cosas peores que la muerte, chico. Una de ellas es una vida desperdiciada. Venimos a este mundo por una razón especial, un propósito que se nos ha sido asignado desde antes de nacer, y si no lo cumplimos nos sentimos vacíos y miserables por dentro. Apuesto a que tú te sientes así, ¿no es verdad? Insatisfecho, sin realizarte a la mitad de tu vida, sin saber a dónde ir. Yo sé lo que se siente, créeme, ya me he sentido así alguna vez. Y encontré mi razón de ser al ayudar a mis hermanos necesitados...

    —¡¿Matándolos?! Ya sea de un balazo, volándolos en mil pedazos al hacer estallar una bomba en un centro comercial repleto, ó bien mandándolos a una muerte segura contra un enemigo mayor capacitado y mejor armado.

    —Jamás he obligado luchar a alguien que no quiera hacerlo. Los compañeros de los que hablas se ofrecieron voluntariamente, por su propia decisión, a cubrir nuestra retirada para darnos alguna oportunidad de escapar. De no haberlo hecho, el movimiento, el sueño mismo estaría muerto. Y si no quieres que te golpee de nuevo, será mejor que no menciones de nuevo ese acontecimiento, que ya he tenido que lidiar bastante con él todos los días desde ese entonces, para que venga un mocoso imberbe a echármelo en cara. Verás: estando el género humano compuesto por tantos miembros, necesitamos que todos ellos cooperen por el bien común, ya que si uno de nosotros no se encuentra bien, ninguno de los demás lo estará. ¿Qué se hace con una pierna gangrenada? Se corta, antes de que infecte a todo el cuerpo. Igual sucede con la mala hierba, y con muchas otras plagas. Encontrarás muchas referencias en la Biblia, por si no fuera poco, cómo esa de “Apártense de mí, desdichados, por que estuve hambriento y no me dieron de comer, estuve enfermo y no fueron a confortarme, estuve preso y no fueron a visitarme, estuve desnudo y no me vistieron”. De la misma manera, tenemos que erradicar a esos miembros que hacen tanto mal a nuestra comunidad. Quizás Jesucristo se refería a ello cuando dijo eso. Esas personas que han ayudado a que el balance de nuestra sociedad se encuentre inclinado de un solo lado, quienes no han hecho nada por auxiliar al necesitado, a sus propios hermanos, no han hecho más que desperdiciar su vida al velar por sus propios intereses, por lo tanto no creo que la necesiten ni la extrañen mucho.

    —¡Válgame, ya nos pusimos religiosos! ¡Ahora resulta que el guerrillero marxista se pone a hacer citas bíblicas! Pero ya que estamos en eso, ¿en serio crees que Jesús hubiera incitado a sus seguidores a la violencia? No distorsiones su ideal de vida, un verdadero ideal de convivencia para la raza humana: paz y amor entre los hombres. A mí también se me ocurren algunas frases suyas cómo la de “Perdona nuestras ofensas cómo también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, ó también está “No juzguen y no serán juzgados” y no olvides tampoco “El que a hierro mata, a hierro muere”. Lo que tú estás sugiriendo es genocidio. Así empezaron los miembros de partido nacionalsocialista, los tan famosos nazis, en un principio; queriendo desechar y eliminar a los que creían ostentaban el poder de su política y economía, cómo los judíos y los extranjeros, pretendiendo implantar un sistema en el que el pueblo se vengara de los abusos de las clases altas. 77 años más tarde, ve lo que ha sido de ellos. La Historia ya los juzgó, y cuando te llegue tu turno hará lo mismo contigo, con todos nosotros. La Historia no es nada más una colección de bonitos relatos y fantásticas epopeyas, se debe aprender de ella para no cometer las mismas estupideces de siempre.

    —Precisamente esa actitud pasiva que demuestras es la que le ha costado a la humanidad a lo largo de la Historia que mencionas a seguir estancada donde mismo, unos pocos viviendo en la abundancia mientras que la mayoría vive en la miseria. ¡Sólo mediante la lucha de clases el hombre podrá ser libre, cuando se quite todas las ataduras y condiciones que lo encadenan y se rebele contra los tiranos! ¡La revolución armada es el único camino que nos queda!

    —Pero es que no puedes combatir odio con el odio, sino entonces sí que devendrá la extinción de la raza humana. Caerías en el mismo círculo vicioso en el que han caído todas las revoluciones. Todos tus precursores, los que salieron victoriosos, al final terminaron por convertirse en lo que en un principio luchaban en su contra: déspotas y crueles dictadores que pensaban que sólo ellos tenían la razón. Necesitamos encontrar la manera de poder convivir absolutamente todos en una comunión armónica y pacífica. Tiene que haber una forma en la que todas las personas puedan tener acceso a esa comunidad, sin excluir a nadie por motivos de raza ni de credo.

    —Entonces, ayúdame a encontrarla, por favor… juntos.


    El refugio no era, para nada, incómodo. Era bastante amplio, con espacio y asientos confortables de sobra. Incluso había varios despachadores de café a lo largo del enorme cuarto, mismos que de inmediato se encontraron sitiados por los refugiados. Además de poder alejarse temporalmente de la tensión acarreada por el trabajo, los miembros del equipo científico de NERV tenían la oportunidad de relajarse, descansar, incluso conocerse y relacionarse más entre ellos mismos. Siendo así, se podía observar cómo Makoto y Shigeru conversaban animosamente entre ellos y con personal de la división de las Naciones Unidas a cargo de Zeta, mientras que Kenji Takashi aprovechaba para hacer lo mismo con Maya, sentados los dos un poco apartados del resto de los demás. Al parecer la charla era muy amena, ya que ambos se encontraban sonriendo.

    El ambiente, y la música de fondo que habían puesto en el sonido, no hacían suponer que unos cuantos niveles más arriba se estaba sucediendo toda una batalla campal. Nadie hubiera podido imaginarlo, ni siquiera la Capitán Katsuragi, quien se paseaba nerviosamente por los alrededores, sin dirigirle la palabra a nadie.

    —¿Aún no te cansas, Katsuragi?— pronunció Ritsuko, sobre su asiento, con las piernas curzadas y dándole un sorbo a su café —Porque yo sí que ya me cansé de verte desfilar de aquí para allá... así no conseguirás nada. Ven, lo mejor que podrías hacer es relajarte y sentarte— golpeó el respaldo del asiento contiguo con la palma de la mano, instándola a que se sentara —No te preocupes, todo esto pasará más pronto de lo que crees...

    —¡Es que no soporto ignorar qué diablos es lo que está pasando!— repuso Misato mientras hacía caso a la invitación y se recostaba pesadamente a lado de Akagi —No entiendo porqué tanto misterio. Ni siquiera a mí se me puede decir algo al respecto. Tiene que ser algo muy grande, pero… ¿Qué?

    —No deberías acongojarte tanto— contestó su compañera, dando otro sorbo al café —A su debido tiempo se te informará de la situación. Quizás ahora no es muy prudente que sepas de lo que se trata todo el asunto.

    —Tú sabes algo, ¿no es así Rikko?— acusó la militar, observando detenidamente a la mujer a su lado —Conozco muy bien esa mirada tuya, tan maliciosa. Tú estás ocultándome algo, pero no me vas a decir qué es... ¿me equivoco?

    —Incluso yo desconozco las proporciones de esta situación... únicamente sé algunos detalles, muy pequeños, al respecto— confesó Ritsuko —Hasta a mí se me ha mantenido oculta la información referente a este suceso. Lo que sí te puedo decir es que se trata de una operación militar de las Fuerzas Armadas de las Naciones Unidas. Al parecer, desean atrapar a un pez muy gordo.

    —¿En este lugar? ¿A quién podría ser?

    —¿Ya viste?— cambió rápidamente de tema su compañera, signo innegable que sabía más de lo que ella afirmaba —Hasta el Comandante Ikari está aquí.

    Señaló al tiempo que el susodicho entraba al refugio acompañado de su segundo al mando, el Profesor Kozoh Fuyutski.


    Sin perder tiempo, Gendo fue derecho hacia donde estaba Kenji, con paso veloz y decidido, y en nada le importó interrumpir su conversación con su adorada Maya. De lejos se podía observar visiblemente el gesto contrariado de Takashi cuando fue abordado por el comandante, mientras se levantaba para hacer el saludo militar. Después, según parecía, Ikari discutía molesto con el oficial científico, hasta quizás amonestándolo por algún motivo desconocido.

    Luego de acabar de reprenderlo, se enfiló hacia donde estaba Ritsuko, junto con Katsuragi, y de la misma manera que la vez anterior, tampoco le importó mucho interrumpir la conversación de las dos mujeres.

    —Akagi— exigió con voz severa, parándose frente a ella, dejando a un lado las cordialidades —¿En dónde se encuentra Rivera?

    Del mismo modo en que lo había hecho anteriormente Takashi, la científica rubia se puso de pie con gesto confundido, totalmente desconcertada. Las palabras no encontraban la manera de salir de su boca, atorándose en ella.

    —Yo... yo... no lo sé... creí... yo pensé... que el plan era que estuviera arriba... para que ellos lo encontraran... ¿no era así?— balbuceó, mientras intentaba de articular algo coherente.

    El comandante, ante el escaso éxito obtenido con la jefa del departamento de investigación científica, se disponía a interrogar también a Misato; más sin embargo, ésta se le adelantó a sus propósitos, saltando de su asiento como repelida por una fuerza eléctrica.

    —¡Dios mío, Kai! ¡Me había olvidado por completo de él! ¡Santo Cielo, sigue allá afuera!— exclamó mortificada, casi al borde de la histeria, volteando a todas partes con la vana esperanza de encontrar a su protegido.

    Al percatarse que en ese lugar no obtendría lo que buscaba, con un gesto de desprecio Gendo se dio la media vuelta, dándole la espalda a las mujeres.

    —Imbéciles— masculló, mientras que con toda presteza sustraía de su bolsillo su celular, marcando de inmediato el número del jefe militar de la operación, que se encontraba en peligro inminente, y todo por las “suposiciones” de un par de empleados, uno de ellos suyo.

    —Anderson— pronunció por el aparato, mientras ignoraba la pena de la Capitán Katsuragi, que buscaba al muchacho por todas partes —Nos encontramos en una situación de emergencia clave roja, ¿me escuchaste? El mocoso está afuera, muy probablemente en poder de esos piojosos, si no es que ya está muerto... — espetó sin más, mientras aguardaba por la respuesta de su interlocutor —Muy bien, lo dejo todo en tus manos…

    Apenas terminó, apagó el artefacto, mismo que volvió a introducir en su lugar correspondiente y sin decir palabra abandonó el refugio, acompañado de Fuyutski únicamente, dejando a una Ritsuko muy apenada y a una Misato bastante compungida.

    —¡Rikko, tienes que decirme lo que está pasando aquí, por lo que más quieras!— imploró la militar, sacudiendo violentamente a su amiga, que aún no se reponía completamente de la impresión —¿A qué se refería el comandante Ikari, qué es lo que pretenden hacer con Kai?

    —Lo siento— acertó a decir Akagi, ante la embestida de su compañera —N- No estoy autorizada para revelarte...

    —¡Estúpida!— intervino antes de que acabara su trillada fase, cerrándole la boca de una tremenda bofetada, que ocasionó que todo mundo volteara hacia donde estaban —¡Ese muchacho es todo lo que me queda en este mundo! ¿Me entiendes? ¡Y si algo llega a pasarle por su maldita culpa, jamás se los perdonaré! ¡Nunca!

    —Está bien... ya que insistes— pronunció la rubia, como lamentándose mientras se acariciaba su mejilla, y dirigía una mirada feroz a todos los curiosos que las estaban observando. Una vez que los espantó a todos ellos, prosiguió, a la par que sacaba del bolsillo de su bata una fotografía —Desde hace un par de meses los servicios de Inteligencia de las Naciones Unidas pudieron descubrir la verdadera identidad del guerrillero conocido con el alias de “Comandante Chuy”, antiguo líder de las tropas rebeldes. Desde entonces, y dada la situación tan precaria por la que pasaba, perseguido y casi sin gente que lo apoyara, lo han rastreado por todo el mundo con el único fin de eliminarlo de una vez por todas, cacería que los condujo hasta Tokio 3, más específicamente aquí, en NERV.

    —¿Aquí?— repitió Katsuragi, extrañada —¿Qué podría encontrar en un lugar cómo este ése hombre? No lo entiendo...

    —Verás— le dijo, algo indecisa, mientras le pasaba la fotografía que sostenía en sus manos —Inteligencia también descubrió que aquí era el único lugar en todo el planeta en donde podría encontrar ayuda.

    Al contrario de Gendo, Misato no necesitó mucho tiempo para reconocer, ó al menos eso pensaba, al sujeto que se encontraba retratado. Únicamente tuvo que mirar aquellos ojos para que de inmediato el pasado volviera a ella. Al igual que Ikari y que Rivera, también ella palideció y por poco se desmaya al creer que estaba viendo a un fantasma, antes de que su confidente le aclarara las cosas.

    —No... no puede ser... no puede ser él...

    —Él es el famoso Comandante Chuy— le dijo Akagi entre su espanto —Su verdadero nombre es Antonio Rivera Madrigal... el tío biológico de Kai.

    —Tío biológico... — murmuró la militar, repitiendo las palabras de su acompañante, mientras seguía sosteniendo con fuerza la fotografía entre sus manos —Eso quiere decir que... ¡Oh, no! ¡Kai! ¡Tengo que encontrarlo a como dé lugar!— exclamó completamente fuera de sus casillas, corriendo hacia la salida del refugio.

    —¡No, Misato! ¡No lo hagas!— pronunció igualmente Rikko, mientras apenas y se alcanzaba a colgársele de un brazo, deteniéndola —¡Sólo empeorarás las cosas si sales de aquí! ¡No hay nada que ni tú ni yo podamos hacer!— concluyó, mientras la sostenía fuertemente a su lugar.

    —¡Suéltame, idiota!— reclamó Katuragi, revolviéndose de desesperación tratando de zafarse de ella —¡Tú no comprendes nada! ¡Tengo que verlo, no importa el precio! ¡Tengo que verlo, hablar con él! ¡Que me sueltes, te digo!

    Mientras las dos forcejeaban, cómo fieras en disputa, la doctora Akagi no pudo precisar a quién se refería su compañera cuando decía que tenía que verlo sin importar nada; si a Kai… ó al líder guerrillero.


    Algo estaba mal, lo presentía, y no sólo por que Paco debió haberse reportado hace cinco minutos y todavía no había señales de él, sino también por esa opresión en el pecho que creía sentir ó ese sudor frío que recorría su sien, acompañado de unos escalofríos cuyo origen le era desconocido.

    El destino se precipitaba presurosamente hacia él, y conseguiría arrollarlo si no hacía algo para evitarlo. Pese a todo, se aferraba a la creencia que el destino puede ser alterado por las acciones humanas, al igual que Epicuro.

    —El tiempo se acaba, muchacho, puedo sentirlo— le reveló al joven que tenía frente a sí, bastante indeciso —No puedo obligarte a nada, me es imposible hacerlo. En tus manos está la decisión: ¿Quieres salvar al mundo, sí ó no?

    —Ya no sé que hacer— se acarició la frente el chico, desconsolado —Estoy harto de ver morir gente a mi alrededor... ya no más...

    —Entonces haz algo para remediarlo, hijo— pronuncio con voz de trueno el guerrillero, con la muerte susurrándole al oído —Sólo mírame, por favor: soy un viejo amargado, cansado, pero sobre todo, solo… muy solo. Mi tiempo hace mucho que pasó. Ahora es el turno que algo nuevo tome mi lugar. Alguien con la fuerza, determinación y las ideas para tener éxito donde yo fallé. Alguien como tú, el último de la familia Rivera. Sálvalos, sálvanos a todos nosotros, te lo pido.

    —Eso es lo que he estado haciendo hasta ahora— respondió el joven —No hay otra razón más por la cual me encuentro en este lugar.

    —Sí, pero todo este tiempo has estado del bando equivocado. ¿Quieres salvar a la humanidad de la extinción, sólo para someterla de nuevo al yugo de la esclavitud? ¿En realidad estás contento trabajando para aquellos que amarran con cadenas la libertad esencial del hombre? Yo no lo creo. Sé muy bien cómo te sientes, busca la respuesta dentro de ti. ¿No lo sientes, agitándose en lo más oscuro y profundo de tu alma? Tu ansia de libertad, el grito de tu espíritu que es libre, exigiéndote no sólo tu propia emancipación, sino la de todos los seres humanos. ¿Ó es que me vas a decir que no sientes crecer un gran resentimiento cada vez que presencias una injusticia? ¿No sientes el impulso de corregirla, de hacer lo que esté de tu parte para oponerte a la desigualdad? ¿Ó es que me equivoco? No lo creo, lo puedo ver en tu mirada.

    Kai ya no dijo nada. Agachó la cabeza, pensativo, sumido completamente en la confusión. Todo lo que aquél sujeto que se decía ser su tío, era verdad. Increíble, pero había podido ver a simple vista sus más profundos pensamientos, anhelos y frustraciones. ¿Acaso podría confiar en él? En ese momento se escuchaba bastante sincero, pero tampoco había forma de saber si estaba mintiendo. Además, parecía que estaba ocultando algo, algo que lo tenía bastante perturbado. Era mucho lo que estaba en juego, y tenía tan poco tiempo para decidir que camino tomar. Aún para él era abrumador el predicamento en el que se encontraba. Por un lado, ya no quería seguir traicionándose a sí mismo, colaborando en mantener sojuzgada a la población mundial bajo el dominio aplastante de las Naciones Unidas, pero por otro lado tampoco quería traicionar la confianza que tantas personas habían depositado en él. ¿Qué hacer? Algo sí era seguro: no importaba qué escogiera, sin lugar a dudas gente moriría por su causa, ya fuera directa ó indirectamente.


    Sus meditaciones fueron interrumpidas al sonar la estática del radio encendido de Antonio, quien de inmediato abrió el canal de comunicación, permitiendo escuchar varios disparos de metralleta en medio de gritos espeluznantes y explosiones.

    —Chuy... Toño...— apenas y se alcanzaba a escuchar la voz de Paco en medio de tanto barullo, además de que hablaba entre quejidos —Teníamos razón... todo era una pinche trampa... todo... todo el puto tiempo... estos cabrones sabían lo que pretendíamos... afuera, la contraofensiva llegó mucho más pronto de lo esperado... cómo si nos hubiesen estado esperando... barrieron a todo el comando de Macario... los planos que conseguimos estaban errados... hay por lo menos, quince subniveles más de los que creíamos... tan grandes cómo para albergar a toda una batería completa de infantería... nos agarraron de bajada, Chuy... — la estática impidió por un momento escuchar las palabras del moribundo —...tienes que escapar, Toño... el sueño no puede morir... escapa mientras...

    Una detonación acalló su último suspiro, y ya no hubo más señales de vida del guerrillero a partir de ese momento. Todos en el muelle de embarque callaron, con un nudo atorado en la garganta. La noticia era desgarradora. ¿Así que después de todo, se habían metido en la misma boca del lobo? Cómo con el caballo de Troya, las tropas que cuidaban el frente no fueron más que un señuelo para conducirlos a la trampa. Si todos los demás puestos habían caído, lo cual era de suponerse al no responder alguno a los constantes llamados de su líder por la radio, no había duda entonces de que pronto llegaría su turno. De inmediato los hombres se aprestaron para el combate, quitando el seguro de sus armas y ubicándose para defender hasta el final su posición.

    —Paco, ya no mames, contesta, cambio.

    —Paco, ya no estés chingando y contéstame. Cambio.

    —Oscar... no la chingues... no puedes haberte muerto... ¡respóndeme!

    Ardiendo en una enorme impotencia y frustración, Antonio arrojó con todas sus fuerzas el aparato al suelo, quebrándose en pedazos que salieron volando al impacto. Se había acabado. Veinte años de resistencia armada terminaban allí, con su inminente muerte, pero antes tuvo que soportar la pérdida de sus camaradas y allegados más íntimos, hombres que había conocido desde la infancia y que lo habían seguido a través de su lucha contra el poder, personas que habían caído defendiéndolo, y a quienes nunca volvería a ver. Y todo para nada.

    Pero no todo estaba perdido. Debía asegurarse que la llama estuviera encendida para la siguiente generación. Sí, ellos sí lograrían vencer, ellos aprenderían de los errores que habían cometido en su vanidad y torpeza. Tenía que sembrar la semilla de la lucha, antes de abandonarla.


    Por su parte, su sobrino no podía creer lo que estaba escuchando. ¡Cabrones hijos de puta! ¡Pues con razón no le dieron razón de las tropas que custodiaban el cuartel! ¡Rejijos de todita su puta madre, todo no fue más que un engaño, un fraude para guardar las apariencias! ¡Y hasta se atrevieron a utilizarlo, a él, cómo vil carnada! Y de seguro el bastardo de Gendo estaba involucrado. ¡Ya se me hacía raro, con razón todos alcanzaron a evacuar esta zona a tiempo! ¡Si ya sabían lo que les esperaba! ¡Desgraciados hijos de perra, atreverse a usarme, a mí, de mugroso anzuelo! Después de todo lo que he hecho por los muy ingratos. Pero de mí se van a acordar los culéros, tan seguro como que mi nombre es Kyle Rivera Hunter.


    Lo que más le molestaba era el derroche de vidas que habían propiciado sus patrones del Consejo de Seguridad, unos cuantos cientos de personas tan sólo para atrapar a una. Pensaba en los cuerpos tirados en el piso, desangrándose, que se encontraba a su paso mientras lo dirigían con el líder guerrillero. Personas que no la debían, pero que de todos modos la pagaron. ¿Qué culpa tenían ellos si durante veinte años los pendejos de las Fuerzas Armadas no habían logrado acabar con una persona que se oponía a su régimen de globalización? Nada justificaba tal acción, tanta crueldad. Antonio Rivera tenía razón, esa clase de gente era capaz de todo con tal de ver cumplidas sus malévolas ambiciones. Y era su deber combatirlas, erradicarlas para siempre de la faz de la Tierra.

    —Muchacho... Kai... — se dirigió hacia él su tío, con semblante de resignación —Tienes que escoger, ahora mismo, ya se nos acabó el tiempo. Después será demasiado tarde. Por mucho que quiera, la verdad es que no puedo obligarte a hacer algo que tú no quieras. Pero debes estar consciente de que lo que decidas en este momento, para bien ó para mal, cambiará el curso de la Historia. Escoge bien, por favor.

    La expresión en el rostro del joven cambió, tornándose en su habitual determinación. Por primera vez desde que toda la locura había empezado, estaba seguro de que era lo que tenía que hacer. Y en esos momentos, todos sus pensamientos y presentimientos le indicaban que debería acompañar a la persona que tenía delante de él, ofreciéndole la mano; abordar al Eva Z, sacar a los hombres que permanecían en pie y escapar a como diera lugar con ellos, aún si eso implicaba arrasar con las tropas de las Naciones Unidas que se encontraban en el Geofrente. Sería demasiado fácil, cosa de niños, incluso si desplegaban a la Unidad 01 en su contra. Los opresores del pueblo debían pagar por todas sus felonías de una vez por todas, y sería por demás irónico que fuera con un arma que ellos mismos habían pagado para que se construyera.

    —Bueno, yo...— pronunciaba mientras extendía el brazo para estrechar la mano de su familiar, con lo que sellaría el pacto que lo vincularía de ahora en adelante con las fuerzas rebeldes.


    No pudo terminar su frase, acallándolo el estruendo de una detonación de bala. Según parecía, el destino tenía reservado otros planes para él. Los momentos que sucedieron al disparo parecieron quebrarse y durar toda una eternidad, moviéndose todo en cámara lenta, sin que pudiera reaccionar. Mientras los fragmentos caían uno tras otro, Kai permaneció congelado al mismo tiempo que observaba, impávido, a Antonio Rivera, el hermano gemelo de su padre, desplomarse en el suelo en medio de un charco de sangre, con un pedazo de su pecho salpicándolo, manchando sus ropas.

    A la par que los disparos y las detonaciones se sucedían una tras otra, entre la confusión de la batalla y el llamado de la muerte; mientras los guerrilleros caían uno tras otro, abatidos por la fuerza y el número superior de los soldados, en medio de gritos vagos de “¡Le dimos, le dimos! ¡Por fin ya cayó el infeliz!”, las rodillas del chiquillo se doblaron al no poder sostener su peso más, precipitándose junto al herido en el suelo. El olor a pólvora y carne quemada, los disparos, la sangre salpicante en su rostro, todo tenía un matiz de deja vu que hubiera preferido no lo tuviera.


    Una vez más, se encontraba atestiguando el último suspiro de un ser humano.


    Una vez más, una persona moría en su presencia sin que pudiera hacer algo para evitarlo.


    Una vez más, volvería a ser el último de los Rivera.


    —Des... graciados...— balbuceaba el comandante Chuy, desangrándose, con borbotones de sangre escurriendo de su boca. Con la punta de los dedos se tentó la orilla del agujero que estaba en su pecho, mirando con detenimiento la sangre roja que quedaba impregnada en sus guantes —Los... muy bastardos... me dieron...

    Su sobrino ya no le escuchaba, petrificado en su lugar, a punto de entrar en estado de shock.

    —Escú... chame bien, hijo de José...— le dijo, acercándole la mano, percatándose del estado en que se encontraba —Tienes... que ser fuerte... fuimos arrogantes... pensamos que podíamos hacer y deshacer cuanto se nos pegara la gana... sin recibir una retribución por ello... fracasamos... tú no debes... eres la única esperanza que tiene... el mundo... por favor, sé fuerte... tu padre no te lo dijo y é... se fue su error... y el mío también... pero debes estar... lis... to... ya que tú también eres... un Rivera... y... por lo tanto, e... ya vendrá por ti...

    —¿Quién dices que vendrá?— preguntó el joven, siendo muy difícil entender los desvaríos del moribundo —No entiendo nada de lo que dices.

    —Per... dóname...— el guerrillero se asemejaba a un juguete al que se le acababa la batería, apagándose paulatinamente, al mismo tiempo que su voz se hacía más espesa y entre cortada debido a que se encontraba asfixiándose con su propia sangre, tapando ésta el conducto de su garganta por el que pasaba el aire —te fallé... no pu... de... ayudar... te... al ig... ual que... tu padre... perdón...

    Otro ensordecedor disparo, mucho más cerca que todos los anteriores, lo hizo callar al fin, con la mitad de su cabeza embarrada en el piso y la otra mitad dispersa por el aire, casi toda salpicando el rostro del muchacho.


    Así que: ¿así era cómo terminaba todo para el veterano guerrero, curtido en mil batallas, el libertador del mundo? Muerto, tendido en el suelo en brazos de su único pariente con vida, con los sesos desparramados por todas partes. Sin una gran batalla, sin proezas dignas de ponerse en los libros de historia, sin frases épicas qué citar; tan sólo un cobarde disparo a traición, desde las sombras. Ni siquiera pudo meter las manos para defenderse.

    El hombre que había inspirado a toda una generación a rebelarse al control asfixiante del gobierno impuesto a la fuerza, ahora no era más que un recuerdo. Y con él, también se esfumaba una época en el mundo, marcada por la lucha constante entre poderes.


    Aquello era demasiado familiar para soportarlo. Kai pensaba en ello, en silencio, sin quitarle la mirada de encima al cuerpo aún tibio que sostenía entre sus brazos. Los oídos le zumbaban y sentía un horrible mareo, a punto de vomitar. Si hubiera estado de pie lo más probable es que se hubiese caído. ¿Cuántas muertes más debía soportar? ¿A cuántas personas más debía ver morir?

    Y para colmo, ese soldado de las Naciones Unidas, ese soldado que tenía que acercarse hasta donde estaba, encendiendo un cigarrillo y con una sonrisa de triunfo en su boca, el mismo que había hecho el primer disparo, ese soldado detestable tenía que hablar.

    —Vaya que era resistente este hijo de puta, ¿eh?— pronunció en inglés, mientras tentaba con el pie lo que quedaba de las costillas del cadáver.

    Estaba harto, completamente harto de estar atado de pies y manos desde que todo había empezado, harto de ser el títere de personas que ni conocía, sí, personas importantes, poderosas, pero que no sabía quienes eran, no conocía sus nombres; pero sobre todo, estaba harto de la crueldad humana, de ese afán autodestructivo, de ese desinterés por la vida ajena. Una vida se había apagado, y para él fue como si una de las tantas estrellas en el firmamento se hubiera ido. Era algo de verdad trágico, y todo lo que ese estúpido que tenía delante suyo hacía era hacer chistes de mal gusto. Ya no más.

    —¡¡¡Maldito imbécil!!!— gritó desaforadamente, y como rayo se puso en pie, golpeándolo magistralmente en la quijada, rompiéndosela.

    El militar, tomado por sorpresa no supo ni qué le pegó, cayendo estrepitosamente en el piso, ante la mirada atónita de sus compañeros, quienes ya habían exterminado lo que quedaba de las fuerzas rebeldes. Prestos acudieron a socorrerle, mientras que el chiquillo se le había abalanzado en el piso, liándolo a golpes hasta el cansancio.

    —¡Estoy harto de todos ustedes! ¡¿Me oyen?! ¡Harto, harto, harto!

    Una vez más en ese día, recibió un fuerte culatazo en la base del cráneo, provocando que se derrumbara con violencia en el piso. Y, para completar la ocasión, de nuevo se vio envuelto en una marejada de patadas hechas con calzado militar, casi todas en pleno rostro y en la boca del estómago.


    Lo que siguió a eso fue vago y confuso. Los golpes ya no le dolían, pareciera que otra persona los hubiera recibido. Apenas y escuchaba los reclamos y gritos del comandante encargado de la misión, reprendiendo fuertemente a sus hombres por el estado en que lo habían dejado. Ni sintió cuando lo cargaron en hombros y lo treparon en la camilla, depositándole en un jeep militar que recorrió a toda prisa el camino hasta el hospital. Sus pensamientos se encontraban en otra parte, lejos de todos ellos. Pensaba en todos aquellos que habían muerto para que él pudiera vivir. ¿Realmente había valido la pena su sacrificio? Al final, terminaba en el mismo lugar, trabajando para los chicos malos mientras que los justos sufrían por ello. Los había defraudado a todos ellos.


    “¿Porqué sigo con vida, mientras todo lo que veo a mi alrededor es muerte?” pensaba, mientras caía en la inconsciencia.
     
  11.  
    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

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    13 Mayo 2014
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    El Proyecto Eva
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    Acción/Épica
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    26224
    Capítulo Siete: "Más allá del corazón"

    “Me gustas cuando callas porque estás como ausente,

    y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.

    Parece que los ojos se te hubieran volado

    y parece que un beso te cerrara la boca.


    Como todas las cosas están llenas de mi alma

    emerges de las cosas, llena del alma mía.

    Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,

    y te pareces a la palabra melancolía.


    Me gustas cuando callas y estás como distante.

    Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.

    Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:

    déjame que me calle con el silencio tuyo.


    Déjame que te hable también con tu silencio

    claro como una lámpara, simple como un anillo.

    Eres como la noche, callada y constelada.

    Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.


    Me gustas cuando callas porque estás como ausente.

    Distante y dolorosa como si hubieras muerto.

    Una palabra entonces, una sonrisa bastan.

    Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.”

    Pablo Neruda

    “20 poemas de amor y una canción desesperada”


    Cada vez que cerraba los ojos, a Kai le parecía volver a escuchar la atronadora detonación de la pistola, y ver el gesto contraído de su tío mientras caía al piso, con su sangre salpicándole el rostro. Habían pasado ya unos días desde ese entonces, desde que el Comandante Chuy, cabecilla de las Fuerzas Rebeldes había sido acorralado y muerto durante el enfrentamiento entre las valerosas tropas de las Naciones Unidas y el grupo de guerrilleros insurgentes. Por lo menos eso fue lo que dijeron en el noticiero de la tele, la noche de ese horrible día. Lo que habían omitido era la forma tan cobarde en que lo asesinaron, por la espalda, ó cómo fue que le tendieron la emboscada, sacrificando a tres batallones completos de soldados de infantería, más bien reclutas de infantería, unas 150 personas. Sumando a las que asesinó la guerrilla en su breve incursión al Geofrente, vendrían siendo en total unas 200 bajas, redondeando. Y para los comunicados oficiales, esa gente nunca existió.


    Durante todo ese tiempo el joven se había mantenido parco y distante, cosa muy rara dado su explosivo y disparatado carácter. Sin embargo, para todos los que supieron del traumatizante suceso era bastante comprensible el estado en el que se había sumergido el muchacho, si bien nadie estaba seguro si alguna vez podría recuperarse del fuerte golpe anímico que había recibido. Cualquier intento de consuelo ó apoyo parecía hueco y estéril, dada la cerrazón emocional de Rivera, quien sólo asentía con la cabeza a todas las atenciones y muestras de solidaridad que le eran prodigadas. Y, pese a que era evidente la gran pena que lo invadía, nadie, nunca, lo había visto llorar ó manifestar de algún modo su malestar.


    En esos momentos se encontraba sentado sobre el balcón de su apartamento, su sitio predilecto para meditar y reposar cada vez que deseaba estar solo. Había estado pasando mucho tiempo ahí últimamente. La noche caía dibujando el firmamento de hermosos tonos violáceos, obsequiando una bellísima estampa a cualquiera que se encontrara en el exterior, pero el jovencito no hacía caso alguno al paisaje, más ocupado en estar al teléfono con un cigarrillo encendido en la mano.

    —Sí, buenas tardes— pronunció, encorvándose sobre su asiento, con la cabeza casi entre las rodillas, lo que le permitía estudiar a fondo los patrones de los mosaicos dispuestos sobre el piso de su amplio balcón, que de haber tenido un par de metros más en su extensión se le hubiera podido catalogar como “terraza” —Soy Kyle Rivera, Director de la División del Combate a Entidades de Destrucción Masiva, de las Naciones Unidas, ¿estoy hablando con el General Morris? Buen día, señor, el motivo de mi llamada es para solicitarle la información pertinente en cuanto a los trámites que debo realizar como el único pariente vivo de Antonio Rivera Madrigal para el reclamo y disposición de sus restos. Entiendo que usted fue el oficial a cargo de su ejecución… no, eso no fue una aprehensión, yo estuve ahí… llámelo como usted quiera, entonces, lo que yo quiero saber es… no, ya he hablado con el Almirante Perry… ¡el Comandante Sakano fue quien me refirió a usted! ¡Escúcheme bien! Puede que no lo parezca, pero tengo el poder para hacer que mañana mismo lo transfieran a asarse como pollo en algún punto perdido y polvoriento de Medio Oriente… ¿El General McKormick? ¿Cómo la mayonesa, en serio? No, aún no me comunico con él… le advierto que mi paciencia se está agotando, me han estado turnando de un monigote uniformado a otro sin que nadie pueda darme una respuesta clara… sí, está bien, aquí tengo con qué apuntar, dígame el maldito número…

    La pequeña libreta donde tomaba sus apuntes estaba ya repleta de nombres y números tachados, los que escribía en ese momento se sumaban a aquella larga e infructuosa lista. Asimismo, la gran cantidad de colillas de cigarro aplastadas contra el cenicero sobre la mesita de jardín que empleaba de respaldo daban cuenta de cuanto tiempo había pasado en esos menesteres y de la desesperación que embargaba al muchacho.


    Misato era testigo impasible del desgaste que iba sufriendo su joven protegido, asomándose discretamente a través de la puerta de cristal de su habitación que daba al mismo balcón donde se encontraba. Sólo podía imaginarse lo difícil y confuso que todo debía ser para el muchacho. Si bien se trataba de un despiadado asesino, el enemigo público número uno, el fenecido Comandante Chuy era también el hermano de su padre, el único vínculo que le quedaba con un pasado que cada vez se iba alejando más y más. Con gesto compungido, no tenía más remedio que admitir que no podía hacer gran cosa por ayudar a sacarlo de ese penoso trance, ni tampoco para levantarlo de aquél profundo bache anímico por el que atravesaba. Las ideas eran escasas y las opciones casi nulas. Si acaso, lo único que podría hacer era esperar a que el mismo paso del tiempo ayudara al muchacho a continuar adelante, y estar ahí para él cuando eso sucediera.

    El timbre anunciando a alguien llamando a su puerta la sacó de sus elucubraciones. Sin estar esperando visita en esos momentos, Katsuragi se resolvió a develar la identidad de aquél desconocido visitante, dirigiéndose a la entrada de su departamento sólo para encontrarse con Shinji, quién aún conservaba el bronceado que había obtenido durante su excursión escolar.

    —¡Válgame, Shinji!— dijo la mujer, un tanto molesta —¿Cuántas veces tengo que repetírtelo? ¡Esta es tu casa, no necesitas timbrar! ¡Sólo usa tu llave para abrir la maldita puerta!

    —Sí, bueno… lo que pasa… es que…— Ikari se veía mucho más contrariado y ansioso de lo habitual, y eso ya era bastante —Traje compañía… ó algo así…

    El chiquillo se apartó entonces, para dejar ver la sigilosa estampa de Rei Ayanami, quien aguardaba atenta unos cuantos pasos detrás suyo.

    —¡¿Rei?!— musitó la dueña de la casa, incrédula —Pero… ¿qué… demonios?

    —No tengo idea qué es lo que quiere— le susurró entonces su inquilino, en un tono casi inaudible —Cuando salimos del cuartel sólo comenzó a seguirme, sin dirigirme la palabra un solo momento… para serte sincero, estoy algo asustado…

    —Rei… querida…— dijo entonces Misato, tratando de reponerse de la impresión, esbozando una forzada sonrisa en el rostro, entre nerviosa y expectante —¡Qué… agradable… sorpresa! Eeeh… ¿Podemos… ayudarte… en algo?

    “¿Y porqué cuernos tiene que hablarle como si fuera retrasada mental?” se lamentó Shinji en sus pensamientos, avergonzado por el comportamiento de su tutora. Hubiera querido salir corriendo a encerrarse en su cuarto, de no ser porqué también comía ansias por saber el motivo de la visita de Ayanami, fuera producto de su endeble estado mental ó cualquier otra cosa.

    —Buenas tardes, Capitán Katsuragi— pronunció la jovencita con su melodiosa voz, tan calma y dulce a la vez, pero con el mismo semblante inexpresivo que la distinguía —Quisiera saber si su hijo adoptivo, Kai Katsuragi, se encuentra en casa en estos momentos… me gustaría hablar con él, de ser posible…

    Los rostros de los ocupantes de la casa se volcaron entonces en una mueca de súbita sorpresa al mismo tiempo, con sus quijadas casi colgando como corbatas. Probablemente aquella era la primera vez que escuchaban hablar a Ayanami durante tanto tiempo, diciendo algo más que unas cuantas frases cortas espaciadas, y precisamente lo hacía para comunicarles sin más tapujos que buscaba a Kai. ¡A Kai, de entre todas las personas!

    —Él… él…— trastabilló la belleza de largo cabello negro —Él está… en el balcón… por ahí… pasa, por favor… te acompañaré…

    —Le agradezco mucho su atención— respondió la muchachita de ojos rojos y cabello azul, al introducirse al departamento, sin cambiar un ápice su distante expresión —Con permiso…

    Con la misma gracia con que lo hubiera hecho una tradicional geisha, así fue como la visitante se despojó de sus zapatos en el recibidor de la casa y se puso las pantuflas destinada a la visita, siguiendo entonces a la aturdida capitana por el interior de su desordenada morada.


    —¡¿Cómo que puede atenderme hasta el domingo, el muy cretino?!— vociferó Rivera al teléfono, fuera de sus casillas —¡Eso es en tres días, asno burócrata, y este asunto tiene que quedar resuelto YA! … Sí, ya veo que el señor está muy ocupado, ¿y cree que yo no? ¡Ya les dije quien soy yo, imbéciles! ¡No soy cualquier pelagatos que al que le puedan estar dando largas! ¡Soy el tipo que se encarga de salvarles sus tristes y hediondos traseros todos los días!... ¿Ah, sí? Esto es lo que voy a hacer, imbéciles: la próxima vez que un monstruo gigante de pacotilla se aparezca, listo para erradicar a la raza humana, le diré que tengo mi agenda llena y que he estado muy ocupado, que puedo hacer un espacio para mandarlo al infierno hasta dentro de una semana… ¡¿Eso les gustaría, bastardos, eso les gustaría?!... ¿Mañana, entonces? Eso está mejor… ¿A qué hora?... ¡Uy, qué considerado de su parte!... No, gracias, no necesito transportación, sé como llegar… de acuerdo, lo veré ahí entonces… hasta luego…


    Una vez que dio por terminada la álgida conversación, apagó su teléfono y de inmediato se colocó ambas manos sobre el rostro, respirando profusamente como a través de una mascarilla. Intentaba a como diera lugar de no caer en el abismo de la desesperación, de no estallar y destrozar todo lo que se le pusiera enfrente. Aquello definitivamente hubiera sido lamentable, mucho más tomando en cuenta que lo primero que observó una vez que se descubrió la cara fue la encantadora imagen de Rei Ayanami acompañada de una afligida pero a la vez extrañamente confundida Misato. Ambas habían podido presenciar su discusión telefónica, por lo que habían esperado a su conclusión para poder unírsele en esa suerte de terraza que había improvisado como oficina.

    —Di-disculpa la interrupción— pronunció Katsuragi, cauta y hasta temerosa por no irritar al joven, quien observaba a las recién llegadas con un gesto ajeno —Pe-pero… a Rei le gustaría poder hablar contigo… unos momentos…

    La capitana pudo constatar el lastimoso estado del muchacho a su cuidado, ya que de haber transcurrido ese encuentro en otras circunstancias, el solo hecho de ver a Ayanami le hubiera bastado para ponerse a dar brincos de felicidad, ya no se diga de que fuera ella misma quien tuvo la iniciativa de visitarlo. En su lugar, Rivera solamente se limitó a alzar la vista sin levantarse de su asiento para observar a su inusual visitante, si bien pudo ver en sus ojos cierto brillo al contemplar a la jovencita.

    —Hola, Rei— saludó entonces, haciendo una mueca desganada que aspiraba a pasar como una sonrisa —Te extrañé mucho… ¿por fin te dieron permiso para poder verme?

    Antes de contestarle la muchacha hubo de mirar de reojo a la mujer que los acompañaba, dándole a entender que su presencia era un impedimento para atender los asuntos que había ido a tratar esa noche.

    —Entonces… los dejaré solos, chicos— dijo la dueña de la casa, captando la indirecta que se le había enviado en forma de un incómodo silencio —Pónganse cómodos… si necesitan algo, estaré adentro…

    “Y si se pone como loco, sólo grita y vendré de inmediato a ayudarte” susurró a modo de advertencia al oído de la joven antes de retirarse, aunque todavía aturdida por la impresión.

    —Espero que estés consciente que esta pequeña visita hará que Misato descubra nuestra fachada— mencionó Kai en cuanto la susodicha se marchó —Y si ella lo sabe, entonces todos los demás también lo sabrán…

    —He decidido ya no darle tanta importancia a eso… todos estos días que no pude verte… me hicieron comprender lo importante que eres para mí— reveló la recién llegada, frotándose los brazos con insistencia. Le apenaba mucho hablar tan abiertamente de sus sentimientos más íntimos —Por más que lo intenté, no pude terminar de leer ni uno solo de los libros que llevé al viaje, no conseguí concentrarme… no pude pensar en otra cosa más que en ti… fue algo frustrante…

    —Lamento haberte arruinado la diversión con mi existencia— Rivera suspiró amargamente, recostándose sobre su asiento.

    —Has estado fumando mucho últimamente— señaló la chica al atiborrado cenicero, una vez que se aseguró de que se encontraban solos, si bien estaba al tanto de que la capitana y Shinji se asomaban cómo podían a través del resquicio de la puerta.

    —¿Qué? ¡Oh, lo dices por esto! ¡No, claro que no, ni siquiera es mío!— respondió Rivera apuradamente, saliendo de su estupor, arrojando sin más el recipiente lleno de cenizas fuera del balcón, sin importarle lo peligroso que eso pudiera llegar a ser para cualquier desprevenido transeúnte —¡Fumar es un hábito sucio y repugnante, además soy muy joven para hacerlo! ¡Todas esas colillas eran de Misato, lo juro!

    —Está bien, no te apures… no pensaba recriminarte por hacerlo— enseguida aclaró su acompañante —Comprendo que encuentras que el fumar te ayuda a relajarte, y que has estado muy estresado durante todo este tiempo, no tienes por que avergonzarte…

    “Tiré mi cenicero favorito por nada…” el muchacho entonces se lamentó mentalmente, si bien su rostro reflejaba un talante apacible.

    —Te dejaron muy lastimada la cara— observó Rei, reparando en las múltiples contusiones, raspones y moretones que marcaban la cara de su compañero, secuelas de su breve encuentro con la guerrilla y las tropas de la O.N.U. —¿Te duele mucho?

    —¿Estos rasguñitos?— enfatizó Kai, minimizando el daño sufrido —¡Naah, claro que no! ¡Debiste ver cómo quedaron todos los otros tipos!

    —Me empezaba a preguntar porqué no fuiste a buscarme cuando regresamos del viaje, ó porqué no te había visto en todos estos días— continuó la joven de cabellera celeste, en tanto la noche estrellada caía sobre ellos —Luego me enteré de lo que sucedió y vine en cuanto pude…

    —Lamento no haberte visto antes— se excusó su compañero —Pero aún no sabía si ya era seguro acercarme a ti, y sobre todo, no quería que me vieras en este estado… no creo que pueda ser muy buena compañía para cualquiera, con el humor que me cargo ahorita…

    —¿Ya olvidaste lo que te dije hace tiempo? Me gustas más cuando eres sincero con tus sentimientos y te dejas de poses y alardes absurdos… justo como ahora… me parece que sólo entonces es cuando te permites bajar la guardia y me dejas ver quién realmente eres…

    —Soy un chico rudo, no me puedo dar el lujo de tener sentimientos ó ser sensible… eso es más para tipos como Shinji, yo soy hombre de acción…

    —No sé mucho de eso, pero me parece entonces que un “chico rudo”, como el que describes, no se deprimiría tanto por la muerte de una persona, como lo estás tú…

    —No… no lo haría… me has atrapado— confesó Kai, resignado pero a la vez aliviado de poder sincerarse con alguien —No cabe duda que soy un libro abierto para ti…

    —Algo que he aprendido durante el tiempo que llevo aquí es que, si bien sufrimos mucho con las pérdidas, este mundo y esta vida siguen adelante… podemos escoger entre seguir el curso de nuestro camino ó quedarnos atrás y estancarnos en nuestro dolor… pero algo es certero: por mucho que sufras por perder a alguien, tu sufrimiento no puede traer a los muertos de regreso a la vida…

    Rivera contempló a la jovencita frente a sí, esa vez no solo admirando su hermosa apariencia, si no la profundidad de sus pensamientos y, sobre todo, su buen juicio. Quedaba claro que lidiaba con una persona excepcional y estaba más convencido que nunca de la enorme suerte que era tener a alguien así a su lado. Hasta ahora se percataba que hubiera podido perderla para siempre, de haber aceptado la oferta de su tío de unirse a los rebeldes.

    —Tienes toda la razón, y créeme cuando te digo que aquí arriba entiendo a la perfección todo lo que dices, no podría estar más de acuerdo contigo— le respondió al cabo de un rato, señalando su frente —Pero con todo, aquí, muy adentro…— dijo, ahora señalando a su corazón —…Aquí dentro, hay algo que me sigue oprimiendo… y no sé bien qué es lo que puede ser… porque en realidad, por muy injusta que me haya parecido su muerte, la verdad es que ni siquiera conocía a ese sujeto, fuera en realidad mi tío ó no… así que no puedo entender porque me encuentro de esta manera. En realidad, lo único que pude sentir al último por él fue pena y lástima… mucha lástima… todos hablan de la caída del máximo líder de la insurgencia y lo celebran como un triunfo para dar un paso más en la paz y unificación de la humanidad… pero yo solamente vi a un viejo cansado y solo, bastante solo. Fue igual que con Pitti, aquella horrible vez… Él aseguraba que vino para advertirme de algo, ó de alguien, que lo tenía muy asustado, a fin de cuentas no sé si eran delirios de una persona extenuada y acabada…

    —Sus acciones fueron, sin asomo de duda, las de alguien desesperado y sin salida— observó Rei con voz serena —Me da la impresión que quizás, en algún punto, sabía que el final estaba cerca… y es por eso que quiso buscar lo que quedaba de su familia… tú… antes que sus días terminaran… quizás eso lo ayudó en su camino a lo que hay más allá.

    —Tal vez… de cualquier modo, no es su muerte la causa principal de mi estado. Lo que pasa también es que… en estos momentos… me siento tan débil, impotente. Indefenso. Fui sólo un peón más en el juego de alguien, y eso me enfurece… pero también me aterra. El hecho de saber que a pesar de todo lo que puedo hacer, aún hay mucho que escapa de mi control me hace sentir expuesto al capricho de alguien más. Es algo que no puedo tolerar…porque me da mucho miedo…

    —Es natural tener miedo de eso… en mayor ó menor medida, todas las personas estamos a merced de fuerzas que salen de nuestro alcance… la voluntad por perseverar ante esas duras circunstancias es lo que determina la fuerza de cada quién… te conozco, por eso sé que eres muy fuerte y tengo la seguridad que podrás superar la gravedad de este incidente… sólo necesitas de tiempo para que tus heridas sanen… y yo estaré aquí, contigo, para ayudarte a levantarte cuando eso suceda…

    A partir de ese momento, las palabras sobraron entre ellos, mostrando sus gestos ser mucho más elocuentes para tal efecto. Sin más, Ayanami rodeó con sus brazos al joven a su lado, envolviéndole en un cálido abrazo que disipaba cualquier temor. Rivera, por su parte, la tomó también por la espalda, recargando su cabeza sobre su regazo, cerrando los ojos para concentrarse en la calma y seguridad que experimentaba con la cercanía física de aquella prodigiosa muchachita.


    Por su parte, Shinji y Misato permanecían perplejos del otro lado de la puerta de cristal, habiéndose mantenido bien atentos al transcurrir de aquél insólito encuentro, hasta su melosa culminación. Y aunque no pudieron escuchar gran cosa de la apacible conversación entre aquellos chicos tan dispares, el tono con el que se había llevado a cabo era bastante evidente.


    Había presente algo más, al observar a aquellos dos juntos. Sí, era muy extraño, impensable hasta aquél momento. Aún así, al verlos juntos, la paz que ambos irradiaban al estar unidos era casi contagiosa. Uno podía llegar a pensar que todo marchaba bien en el universo, si esos dos habían podido encontrar el amor el uno en el otro.

    —¡¿Eso era todo?! ¡¿Sólo un simple abracito le bastó a ese menso para componerse?! ¡Eso pude haberlo hecho yo misma!— renegó entonces Katsuragi, mientras se apartaba de su escondrijo y estrujaba sus manos como lo haría un villano de película de espías —Si esa mosquita muerta cree que voy a permitir que lo aparte de mi lado así nada más, está muy equivocada… lucharé contra viento y marea y… y…— hizo una pausa entonces, cómo dándose cuenta de algo, para enseguida susurrar en voz baja, atónita, sujetándose el cabello —Oh… Dios… mío… ¿Pero qué estoy diciendo? ¡Me estoy olvidando de lo más importante! ¡Shinji! ¡¿Te das cuenta de las implicaciones de todo lo que acabamos de ver?!

    En ese momento la mujer tomó por los hombros al joven Ikari, comenzando a sacudirlo hacia adelante y atrás en repetidas ocasiones con suma brusquedad, quien atrapado en medio de semejante marasmo apenas y si pudo responder dificultosamente:

    —¡D-De l-lo ú-único q-que m-me d-doy c-cuenta e-es q-que s-serías u-una h-horrible s-suegra c-celosa d-de p-pesadilla-a-a!

    —¡Eso es lo de menos!— contestó la perturbada dama, pasando del comentario hiriente —¿Qué no lo entiendes? Todo este tiempo… todo este tiempo, todos pensábamos que el pobre zoquete estaba chiflado, que sólo estaba inventando todo para llamar la atención… ¡y resulta que estaba diciendo la verdad! ¡Rei y Kai! ¡Los dos son…! ¡No lo puedo creer! ¡Aaay! ¡No lo puedo creer!

    Misato salió entonces de la habitación como alma que lleva el diablo, enfilándose en dirección a su teléfono, sin dejar de vociferar y manotear frenéticamente como poseída:

    —¡Ritsuko! ¡Ritsuko tiene que saber esto! ¡Todos tienen que saberlo! ¡Es tan loco e inesperado, seguro que nadie me va a creer! ¡Rayos! ¡Debí haber tomado fotografías ó algo, me van a exigir pruebas! ¡Qué estúpida soy! ¡Aaay! ¡Demonios, demonios!


    Así que, mientras que la capitana Katsuragi se transformaba en una emocionada quinceañera, lista para esparcir una bomba de chisme entre todos sus conocidos y amistades, Shinji reanudaba sus labores de vigilancia con sumo sigilo y discreción. Apenas con el rabillo del ojo podía distinguir las siluetas de sus compañeros, aún fundidas en tierna estrechez. En cierto modo, entendía la reacción que aquél disparatado romance provocaba en su tutora y en todos aquellos que se enterarían después por medio de ella. Pero a él, que no tenía tanto tiempo de conocerlos, aquella situación le producía algo completamente distinto. Casi podía saborearlo en la punta de la lengua, sin quitarles la mirada de encima, preguntándose hasta cuando se cansarían y se soltarían. Lo que sentía en esos momentos, debía admitirlo, era envidia.


    La mañana era fresca, mientras el astro rey iluminaba todo desde lo alto del firmamento, cobrando su calor más fuerza a medida del paso del tiempo. Los pajarillos hacían uso de sus cánticos matutinos, mientras las chicharras hacen notar su presencia en el ambiente, con su característico sonido. Las nubes se paseaban cándidamente de aquí a allá, dejándose mecer por los caprichos del viento; en fin, que era una hermosa mañana y Shinji se lamentaba el no poder disfrutarla, al estar atrapado dentro del hangar que servía de mesa de autopsia para el Cuarto Ángel, el que Tatsunoko Corporation había edificado en torno al cadáver de dicha criatura en cuanto las Naciones Unidas liberaron repentinamente los fondos para tal efecto que habían tenido congelados durante semanas de incertidumbre.


    El joven Ikari y su clase no tenían clases aquella apacible mañana, sino hasta la tarde, cuando acudirían a hacer deportes. De tal suerte, no tenía absolutamente nada que hacer durante ese lapso, por lo que tuvo que ofrecerse a acompañar a Misato y a Ritsuko hasta ese lugar, aunque sólo fuera por matar el tiempo.

    Con el casco reglamentario sobre su cabeza, y con un vaso de café caliente en su mano, observaba distraídamente a todos lados, sin interesarse en nada; seguía a Misato y a Ritsuko de un lado a otro, conforme ellas se desplazaban. La comidilla del día, tal como era de esperarse, era el romance confirmado entre Rei Ayanami y Kai Rivera. Nadie hablaba de otra cosa en aquellos momentos, incluso en ese lugar de afanosa investigación.

    —Rei Ayanami. 14 años. El “Primer Niño” encontrado por el Instituto Marduk, encargado de la selección de pilotos para los Evangelion. Pasó toda su vida recluida en un convento católico en una provincia de América. No sabemos otra cosa de ella, más que eso— decía la Doctora Akagi, con su tableta electrónica en mano mientras se paseaba por los pasillos de aquella improvisada instalación, supervisando los trabajos, seguida por Katsuragi y Shinji Ikari —Al estar incomunicada del mundo exterior durante tanto tiempo, es como si no hubiera existido hasta hace un año, cuando fue escogida por Marduk...

    —No puedo creer que Kai se haya podido enamorar de alguien así— pronunció Misato mientras en su rostro se asomaba uno de sus característicos pucheros, que siempre hacía cuando algo le disgustaba —Esa muchacha me da muy mala espina, no creo que le convenga estar con esa clase de chica…

    —¡Quién lo iba a decir! ¡La abuelita Katsuragi está celosa! ¡Ce-lo-sa!— se mofó su compañera, señalándola —Aunque si me lo preguntas, yo diría que es completamente al revés: una chica lista como Rei se merece algo mejor que ese adefesio de Rivera… supongo que debe estar desesperada, no puedo creer que se conforme con tan poca cosa…

    —¡Ya déjalo en paz, ó harás que me enoje!— reclamó la mujer de cabellera negra, encarándola —¡Admite que tengo razón en que no podemos confiarle un puesto tan importante a alguien de quien sabemos tan poco! ¡Ya no se hable siquiera de un dulce, apuesto, inteligente, simpático y tierno muchachito que es como el sol!

    —Si vuelves a decir algo como eso, juro que vomitaré—acotó Akagi, con el estómago efectivamente revuelto a causa de la palabrería cursi de su amiga —Me sorprende como todo esto ha sacado lo peor en ti, incluido ese horrible complejo de mamá gallina que traes a cuestas… ¿ó acaso debería decir: “mamá Godzilla”?

    El café que estaba bebiendo Shinji en aquellos momentos salió expulsado a través de sus fosas nasales, en su intento por no ahogarse de la súbita risa que le invadió.

    —¡Eso no fue amable!— pronunció molesta la capitana, sin hacer el intento por auxiliar a su pupilo, que se convulsionaba, sofocándose —¡Di todo lo que quieras, el punto aquí es que hay algo muy raro en Rei, y tú lo sabes! ¡Sólo recuerda lo que pasó aquella última vez que se subió al Prototipo Cero! ¡Casi morimos aquella vez, en ese espantoso accidente, y nunca hemos sabido qué fue lo que lo provocó!

    La Doctora Akagi calló por unos momentos, ya fuera que estuviera reflexionando en las palabras de su compañera ó porque se encontraba más ocupada concentrándose en la tarea que llevaba a cabo en ese instante, revisando varias especificaciones en su tableta.

    —Puede que tengas un poquito de razón— dijo al último, sin despegar la mirada del dispositivo en sus manos —Hasta ahora, todas nuestras hipótesis apuntan a que la causa más probable del fallido resultado de ese experimento fue la inestabilidad mental del piloto.

    —¿Inestabilidad mental? ¿De Rei?— musitó Misato, sarcástica, poniendo ambas manos sobre sus mejillas, lo que hizo salir aun más sus carnosos labios —¿En seriooo?

    —Provocada, no me queda la menor duda, por el incesante acoso de un maniático pervertido que alojas bajo tu techo…

    —¡Eso no es justo! ¡Y además, es completamente falso!— arguyó enseguida la mujer con rango militar —¡Shinji ni siquiera estaba en la ciudad en ese entonces!

    —Sabes bien que ella se está refiriendo a Kai, ¿cierto?— inquirió Ikari, detrás de ella, arqueando una ceja mientras el vasito de unicel que había contenido su café era destrozado en la palma de su mano —¿Ó sólo te haces la tonta?

    —¡Oh, ya veo! En ese caso… sí, reconozco que puede existir esa posibilidad…

    Misato entonces se colocó en pose reflexiva, poniendo una mano sobre la cintura y la otra debajo de la barbilla, que acariciaba insistentemente como si quisiera desentrañar un gran misterio.

    —Una muestra más del ridículo humor de los Katsuragi, Shinji— expuso Ritsuko, sin detener sus pasos —No te preocupes, quizás te cueste un poco de trabajo los primeros meses, pero terminarás por acostumbrarte e ignorarlos, igual que lo hacemos todos los demás…


    —Y hablando de eso, todos en este lugar parecen estar de muy buen ánimo, estos últimos días— señaló la capitana, dándole alcance —Incluso creo que pude ver al Subcomandante Fuyutski sonreír ó lo que sea que fuera esa cosa en sus arrugados labios…

    —¡Por supuesto! ¡Tenemos motivos de sobra para estarlo!— anunció la doctora, enseñando el buen talante al que su amiga se refería —Luego de angustiosos y largos días de incertidumbre, todos nuestros fondos por fin fueron descongelados y podemos volver a trabajar con toda tranquilidad… la estabilidad laboral es uno de los factores que mayor incide en el desempeño de los empleados de cualquier empresa u organismo secreto como este… además, ver la cara que puso Rivera cuando se enteró que NERV seguiría a cargo de las operaciones contra los ángeles fue invaluable… me hubiera encantado tener una cámara disponible en ese entonces, fue uno de esos momentos que necesitan ser inmortalizados…

    —Dices eso porque no tuviste que soportar el berrinche que hizo... me parece que ese es uno de los asuntos que quería tratar hoy con el Delegado de la O.N.U. en Japón, pero tal parece que es caso cerrado, a mi entender…

    —¡Tienes toda la razón! Sin embargo, es divertido ver como se retuerce y se arrastra, buscando algo que ya nunca podrá ser… si dejara de ser tan imbécil, y se enfocara en su trabajo, sería otra cosa. Sólo observa este dispositivo de conservación que me ayudó a diseñar. Confieso que su simpleza y efectividad son producto de un genio…

    —¡Me haces sentir tan orgullosa!— dijo Misato, fingiendo que se enjuagaba una lágrima.

    —Con este aparato el estudio de los ángeles podrá dar un gran avance… en estos precisos momentos estamos obteniendo una gran cantidad de datos como nunca antes, ni siquiera desde el descubrimiento de estas criaturas, poco antes del Segundo Impacto…

    Justo en esos momentos pasaban a un costado de donde la parte principal del cuerpo del monstruo era desmantelada en pedazos que pudieran caber dentro de la “Hielera Akagivera-Riverakagi” para su conservación ó desecho, según fuera el caso. Aún después de haber transcurrido tantos días desde que había dispuesto de él, el joven Ikari aún sentía unos helados escalofríos sobre el espinazo cada vez que pasaba cerca de aquellos restos. Aún conservaba el recuerdo vívido, y por demás doloroso, de aquellos tentáculos incrustados sobre su costado.

    —Claro que nada de esto hubiera sido posible si nuestro pequeño amigo Shinji, aquí presente, no se hubiera dado a la tarea de conseguirnos estas muestras tan valiosas— acotó entonces la Doctora Akagi, haciendo una especie de intento por felicitar al chiquillo por un trabajo bien hecho —Con excepción del Núcleo, todos los demás componentes no muestran daño alguno, es un ejemplar casi perfecto. Todos aquí tenemos que estar muy agradecidos contigo, muchacho…

    —No fue nada, en serio— carraspeó enseguida el chiquillo, apenado por la súbita atención de la que era objeto —Sólo estaba haciendo mi trabajo lo mejor que podía…

    —¿Y qué sabemos de nuevo con respecto a las criaturas?— inquirió la Capitán Katsuragi, tratando de no recordar el penoso accionar de su pupilo en dicha batalla, que posteriormente provocó un desaguisado entre ambos.

    —Echa un vistazo por ti misma— instó la científica, una vez que arribaron a su estación de trabajo, desplegando una gráfica en el monitor ahí dispuesto —Este es el patrón de ondas inherentes del ángel…

    —¡Guau! Esto quiere decir que… que…— pronunció Misato luego de un sesudo análisis de la imagen, durante el cual no despegó su acuciosa vista de la pantalla —¿Qué es exactamente lo que quiere decir?

    —Aún cuando los elementos constituyentes son radicalmente distintos— aclaró la mujer de corto cabello rubio, una vez que soltó un hondo suspiro de resignación —El acomodo y las coordenadas de estas señales son casi idénticos a los genes del ser humano. De hecho, hemos calculado que esta semejanza es del 99.89%... claro que aún tenemos muchas más pruebas por hacer, nuestro viaje por las entrañas de estos seres recién está comenzando.

    —¡Sorprendente!— exclamaron a la par Shinji y su tutora, la misma expresión de asombro dibujada en el rostro de ambos.

    —Mientras más aprendemos, más misterios nos encontramos— expuso Akagi como si estuviera dando cátedra en alguna escuela —Por ejemplo, también hemos encontrado que los ángeles están compuestos de materia, como nosotros, pero sus componentes tienen propiedades tanto de ondas como partículas, justo como la luz… el problema principal radica en comprender como funciona su fuente de energía, ya sea que se genere internamente ó la obtengan de algún otro lado…


    Entusiasmada como una niña, igual que se ponía siempre que hablaba de su trabajo, Ritsuko comenzó a divagar cada vez más en su parloteo teórico, sumergiéndose en las profundidades de lo que el conocimiento humano aún tenía por descifrar, con lo que consiguió perder el interés del muchacho que las acompañaba. No entendía gran cosa de todos los tecnicismos científicos a los que se referían, salvo uno ó tres conceptos que trataban, nada en especial. En su lugar, su atención comenzó a ser atraída por las maniobras que realizaban los técnicos cada vez que lograban separar una pieza del monstruo, el cual poco a poco iba perdiendo su forma original para devenir en un montón de cubos de hielo que bien pudieron haber servido para refrigerar un enorme vaso de coctel del tamaño de una cisterna de agua.


    En aquellos instantes una pesada grúa transportaba un enorme bloque de material rojizo, que seguramente en mejores tiempos había formado parte del Núcleo del gigante derrotado. El jefe de ingenieros responsable de la operación se encargaba de coordinar los trabajos, mandando constantemente señales por radio al operador de la maquinaria que depositaba en el piso su masiva carga.

    —¡Así quedó perfecto! ¡Suéltalo!

    El fragmento transportado era del tamaño de un automóvil compacto y su manejo requería de cuidados minuciosos. No obstante, la maniobra terminaba justo a tiempo para que una pequeña comitiva encabezada por Gendo Ikari arribara al sitio para poder contemplar aquella preciada muestra más de cerca.

    —Esta pieza formaba parte del Núcleo, ¿no es así?— observó el Profesor Fuyutski, mientras que él y varios más aprovechaban la oportunidad para palpar el material frente a ellos con sus propias manos, como un montón de niños curiosos que se detienen a picotear con un palo el cadáver de una rata en su camino —¿Cuál es el estado del resto?

    —La degradación está muy avanzada en todas las otras partes, ya no son adecuadas para estudios posteriores— informó en el acto el jefe de ingenieros.

    —Con esto bastará, dispongan de todo lo demás— indicó enseguida el Comandante Ikari, volviéndose a poner en pie luego de haberse puesto en cuclillas para acercarse a la muestra.


    Unas cuantas decenas de metros detrás de él, su único hijo lo vigilaba con sumo sigilo, como expectante. Ya había transcurrido más de un mes desde su llegada a Tokio 3 y su padre permanecía como el mismo enigma que siempre le había representado desde mucho antes que volviera a tener noticias de él. Por su parte, ocupado en sus propios asuntos como se encontraba, Gendo no disponía de tiempo para ponerse a revisar los alrededores para buscar caras familiares, por lo que no reparó en la presencia de su vástago cuando el reducido grupo de personas que lo seguía a través de aquél complejo reanudaba su marcha. Sin embargo, Rei Ayanami, quien iba muy cerca a su lado, sí alcanzó a divisar a Shinji a la distancia. Sus miradas una vez más se cruzaban, sin que por esto ocurriera cualquier clase de reacción en la ecuánime muchachita de pupilas rojas. Luego de aquél fugaz encuentro, la joven volvió la vista al frente conforme se iba alejando, junto con el grupo del que formaba parte, como si nada hubiera pasado. El piloto del Eva 01 permaneció de pie en su lugar, impávido, viéndolos partir con su mirada perdida en el abismo de la nada.

    —“¡Oh, padre! ¿Por qué eres tan frío conmigo?”— dijo entonces la Capitán Katsuragi, emergiendo a su lado de improviso, imitando el tono parco y desganado de la voz de su protegido, a la vez que ejecutaba movimientos sumamente exagerados, como si estuviera realizando una danza interpretativa —“¿Qué debo hacer para que te des cuenta de que existo, padre? ¡Mírame, por favor! ¡Pégame, maltrátame, pero no me ignores!”

    —¡Cómo fastidias!— reclamó enseguida el apenado muchacho, molesto por saberse atrapado y por la burla de la que era objeto —¡Eres como una niña chiquita, a veces no sé como puedo soportarte!

    —¡Ja, ja, ja! ¡Eso es porque soy muy bonita, zonzo!— contestó Misato en medio del estruendo que provocaban sus frenéticas carcajadas —¡Eso me da pase libre para burlarme de un ñoño como tú las veces que se me antoje!

    —¡En ese caso, será mejor irme a la escuela de una vez! ¡De cualquier modo, ya me estaba aburriendo en este lugar!— sentenció el despechado chiquillo, tomando sus pertenencias para luego darle la espalda a la risueña mujer —¡Sólo espero que para en la noche ya se te haya quitado lo simplona!

    —Será mejor que te sientes, Shinji— le indicó Ritsuko, mientras se despedía de él agitando su mano —Yo llevo más de diez años esperando a que eso suceda, y hasta ahora, nada…

    —“¡Misato-san, qué cruel eres!”— prosiguió Katsuragi ejecutando su mofa, ignorando a ambos mientras continuaba interpretando el papel del sufrido joven Ikari —“¡Date cuenta que yo también tengo sentimientos! ¡Por favor, no cortes mis alas, déjame volar! ¡Deseo expresarme!...”


    El edificio sede de la delegación de las Naciones Unidas en Japón era una construcción gris y adusta que se ubicaba en el centro de la populosa ciudad de Tokio 2, que albergaba también a los otros poderes de la nación asiática, como su Parlamento ó el nuevo Palacio Imperial. A diferencia de su hermana menor, aquella urbe era un pujante centro poblacional e industrial, la metrópoli más poblada del país en aquél entonces. Uno no podría imaginarse que se encontraba tan solo a media hora de camino de la otra Tokio, destino predilecto de cuanto monstruo gigante se apareciera en aquellas latitudes.


    Aquella ciudad contaba con una de las tasas de empleo más altas del planeta, lo que hacía también que sus indicadores de bienestar estuvieran colocados muy por encima de la media de otros grandes centros urbanos. En Tokio 2 todos los habitantes tenían una tarea y rol específicos que desempeñar, fuera en los diversos complejos industriales a lo largo de su periferia, ó en los altos rascacielos que se levantaban en el centro ó dentro de los aparatos de gobierno que operaban en su interior. Sus incontables y prestigiosos centros educativos, médicos y de entretenimiento se encargaban de mantener muy ocupados a sus habitantes y visitantes por igual.


    De cualquier manera, aún en esa frenética y bulliciosa metrópoli, de cuando en cuando uno podía toparse con algún desadaptado que se abocara en sólo en quejarse y ver los aspectos negativos de la vida, como era el caso del joven Doctor Rivera, que yacía acomodado sobre un esponjoso sillón ubicado en la sala de espera de la oficina del Delegado de la O.N.U. en aquél país. Su cita llevaba ya más de tres horas y media de retraso para entonces y no podía ver algún indicio de que la situación fuera a cambiar prontamente. Todos los periódicos y revistas habían sido ya leídos en su totalidad, algunos de ellos hasta dos veces, todos los crucigramas disponibles habían quedado ya resueltos y la batería de su celular estaba ya completamente consumida debido al uso ininterrumpido de sus aplicaciones multimedia. En síntesis, el muchacho era víctima de un terrible sopor y aburrimiento que encontraba difícil sacudirse.

    —Nuevamente le pedimos una disculpa, señor, al parecer la conferencia de emergencia que sostiene el Delegado vía telefónica se demorará un poco más— se excusaba con él por enésima vez una atractiva secretaria de cabello castaño ondulado —Si lo prefiere, puedo reprogramar su cita para una fecha más cercana ó…

    —Le agradezco sus atenciones, señorita, pero creo que prefiero esperar para que el señor Yamazaki pueda atenderme hoy mismo— respondió enseguida el hastiado adolescente, sin dejar oportunidad a que su encuentro con aquél funcionario fuera aplazado, consciente de que lo estaba evitando.

    —En ese caso, ¿puedo hacer algo más por usted, mientras espera? ¿Quisiera más café, algún bocadillo, otra revista?

    —Se me ocurren un montón de cosas que pudieras hacer por mí, pero me temo que cualquiera de ellas nos metería en problemas a los dos, preciosa— pronunció Kai en tono socarrón mientras le guiñaba un ojo a aquella mujer que le aventajaba unos cuantos años, y a la que sin embargo logró ruborizar por completo —De momento sólo quisiera un vaso con agua para tomarme una aspirina, si no es mucha molestia…

    La aturdida oficinista ya no pudo contestarle verbalmente, únicamente se limitó a asentir con la cabeza mientras se marchaba a toda prisa con el rostro completamente encendido, ante la complacencia criminal del chiquillo de ojos verdes, quien no le despegó la mirada durante todo su trayecto, lo que la puso aún más nerviosa. Aquél cándido gesto era lo más entretenido que había hecho durante el transcurso de todo el día, lo que sin duda lo había orillado a cometer aquella grosera indiscreción.


    “I like big butts and I can not lie

    You other brothers can't deny

    That when a girl walks in with an itty bitty waist…”

    La cantaleta mental del chiquillo, que era ejecutada mientras contemplaba las espaldas de aquella empleada gubernamental fue súbitamente interrumpida, cuando una persona que iba pasando lo abordó al reconocerlo:

    —¡Doctor Rivera! ¡Qué agradable sorpresa poder encontrarlo de nuevo!

    —¡Ingeniero Nishizawa!— exclamó el jovencito al reconocer al recién llegado, poniéndose en pie para que éste lo saludara de manos efusivamente —¡Tantos años sin verlo! ¿Qué cuenta de nuevo el apasionante campo de las fuentes de energía alterna?

    —¡Está mejor que nunca, a decir verdad!— contestó su acompañante, quien tomaba asiento a su lado —Hoy en día todo mundo está necesitado de formas más baratas y eficientes de generación eléctrica, y me enorgullece decir que nuestra empresa es líder en ese aspecto… ¡los accionistas no paramos de contar las ganancias, vivimos la mejor de nuestras épocas!

    —Me alegra escuchar eso, lo tendré en cuenta si es que acaso alguna vez me llego a quedar sin trabajo, ¡ja, ja, ja!— contestó Rivera de buena gana, agradecido por la oportuna distracción —¡Espero que para entonces tengan vacante la plaza de presidente ejecutivo!

    —A decir verdad, fue un golpe de suerte haberme topado con usted, justo ahora— repuso el sujeto, comenzando a sacar varias carpetas de su portafolio para poder mostrarlas —Sobre todo porque estaba pensando contactarlo próximamente… no puedo entrar mucho en detalles en estos momentos, pero me gustaría que pudiéramos concertar una cita para poder vernos posteriormente con mucha más calma. Quisiera hablar con usted acerca de un proyecto que estamos gestando junto con el gobierno japonés, que nos permitirá incursionar directamente en su campo de acción: el combate a entidades de destrucción masiva. El nombre clave, de momento, es Jet Alone…

    —¡Oh, así que hay más personas interesadas en jugar con muñecas gigantes! Espero que tengan cuidado para que Gendo Ikari no se entere, ó se pondrá muy celoso. Saben bien lo caprichudo que puede ser la mayor parte del tiempo.

    —Por fortuna, aún hay muchas personas en este país que no estamos muy conformes con la manera en la que Gendo Ikari está manejando todo este asunto de NERV y los ángeles, actuando como si fuera de facto el dueño de todo Japón… usted incluido, por supuesto… es por que eso deberíamos unir esfuerzos y voluntades para ponerle un alto a ese fantoche. Además, no necesito decirle que hay muy buen dinero de por medio en este negocio…

    Nishizawa se interrumpió a si mismo cuando la recepcionista del delegado regresaba con la bebida de Rivera, la cual depositó silenciosamente en sus manos y se alejó sin atreverse a levantar un solo momento el rostro. Fue entonces que Kai palpó con la punta de sus dedos un pequeño papel doblado en la base del vasito de unicel que se le había traído con agua muy fría, la cual utilizó para ingerir su medicamento, excusándose de momento con su interlocutor. Mientras daba un gran sorbo al contenido del recipiente, se las arregló para leer discretamente el mensaje del papelito escondido: “Te espero en cinco minutos en el baño de empleados. Rumiko” Aquella sugerente misiva iba apostillada con un beso, estampado gracias al brillante carmesí del labial que usaba su autora, además de varios corazoncitos dibujados en varios caracteres. “Parece que ya encontré una forma más provechosa del matar el tiempo” pensó satisfecho el jovenzuelo, gratamente sorprendido por el inesperado devenir de su chanza.

    —Es usted un hombre de amplia visión, Ingeniero, siempre se lo he dicho— pronunció Rivera mientras buscaba la forma de deshacerse de él —Y por supuesto que estoy interesado en participar en cualquier cosa que tenga el propósito de exasperar al señor Ikari, además que los ingresos extra siempre son bienvenidos… este es el número de mi teléfono celular y el de mi oficina. Ahí le atenderá mi secretaria, Misato Katsuragi, quien podrá decirle cuando tengo un espacio disponible para reunirnos— continuó diciendo mientras apuntaba de forma presurosa los números en otro pedazo de papel y se lo entregaba al tiempo que se ponía en pie —Ahora, si me disculpa, necesito hacer uso del tocador. El llamado de la Naturaleza, usted sabe…

    —Un placer como siempre, Doctor Rivera, espere pronto mi llamada— se despidió entonces su acompañante en tanto el muchacho se enfilaba al baño de empleados de aquél piso, ansioso como un cazador al acecho.


    “¿Qué pasará, qué misterios habrá?

    ¡Puede ser mi gran noche!

    Y al despertar, ya mi vida sabrá

    algo que no conoce…”


    Canturreaba el joven, emocionado, en tanto se aproximaba al punto de encuentro unilateralmente convenido, pero al que no tenía objeción alguna en acudir. Sus cinco sentidos ya comenzaban a deleitarse con la bien provista anatomía de Rumiko aún ya antes de tenerla frente a frente.


    En esas estaba, casi frotándose las manos, listo para embarcarse a la aventura, cuando su celular timbró, avisándole que tenía un mensaje en su buzón de entrada. Sus ánimos cambiaron radicalmente al ver quien se lo enviaba: Rei.

    “Me encuentro pensando en ti y en lo mucho que quisiera estar a tu lado. Espero podamos vernos pronto…”

    Aquél era el primer gesto de ese tipo que la muchachita tenía para con él ó cualquier otra persona, lo que le demostraba al chiquillo que efectivamente ya no le importaba guardar las apariencias y ocultar su relación a los demás. Y por lo demás,resultaba bastante inoportuno, pues bien pudo haber llegado unos veinte minutos después y entonces, aún cuando tuviera un fuerte cargo de conciencia, por lo menos no tendría el dilema moral que se le presentaba en esos momentos para escoger su rumbo de acción.

    “Al fin y al cabo, ¿qué es una canita al aire? Como reza el viejo adagio: ojos que no ven, corazón que no siente…” pensaba Kai, contrariado, sin atinarse a mover de su sitio, donde al parecer había quedado congelado “Además, todos los hombres somos iguales, y eso todo mundo lo sabe, ¿cierto? ¿Cierto? No creo que Rei esté esperando fidelidad al ciento por ciento, ¿verdad? ¡Maldita sea! ¿Por qué Rumiko tenía que estar tan buenísima?”

    Motivado por esos y muchos otros argumentos que justificaban su proceder, hubo un momento en que Rivera tuvo el impulso de seguir adelante, a solo unos pasos de poder abrir la puerta de aquél baño, donde le esperaba un muy buen rato placentero. Pero entonces, una vez más, sus ojos se dirigieron a la pantalla de su dispositivo móvil, donde le pareció ver reflejado el dulce rostro de Ayanami en aquellos caracteres que le había dedicado. En ese instante, tragando saliva, Kai Rivera supo qué era lo que tenía que hacer, con su mano sobre el pomo de la puerta.


    Casi sin proponérselo, Rumiko había cumplido la encomienda que su jefe le había hecho previamente: deshacerse de aquél persistente joven como pudiera. El chiquillo abandonaba el edificio apresuradamente, con un nudo en la garganta, pero con la conciencia limpia y tranquila. Lo único que había sufrido daño era su orgullo propio, pues a su entender, quedaría como un cobarde a los ojos de aquella mujercita de tan buen ver, que se quedaría esperándolo en aquél baño por un buen rato más.

    —¡Pero ni crean que así se van a deshacer de mí!— sentenció el muchacho una vez que estuvo en la explanada ubicada a la entrada del recinto gubernamental, señalando como un loco hacia el ingreso —¡Yo volveré!


    El calor de la despedida del sol, poco antes del ocaso, envuelve a los infantes en sus actividades deportivas. La temperatura ambiente en esos momentos era la idónea para su óptimo rendimiento físico, libres ya de los crueles rayos solares del ardiente mediodía y con suficiente luz solar como para no requerir cualquier tipo de iluminación artificial.

    Dados los pocos alumnos que asistían a la escuela donde los pilotos Eva cursaban sus estudios, se hubo de disponer que todos los grupos de un mismo grado tomaran su clase de educación física el mismo día, para el máximo aprovechamiento de las instalaciones deportivas. Ese viernes por la tarde tocaba el turno al segundo grado, por lo que Shinji corría en esos momentos al lado de varios chicos que tan sólo había visto pasar por el corredor. El juntar a todos los estudiantes del mismo grado había hecho un grupo mucho más nutrido, lo que ocasionaba que el ejercicio fuera mucho más entretenido y competitivo. La indicación también consistía en separar a los estudiantes por sexo: las muchachas en la piscina y los chicos en la cancha de basquetbol y pista de atletismo. Por iniciativa de los mismos chiquillos, se había organizado una suerte de torneo relámpago en donde equipos de tres personas competían entre sí mediante el clásico sistema de retas, es decir, el perdedor dejaba su lugar a un nuevo retador, que podría convertirse en el equipo a vencer ó bien dejar su lugar a otro contendiente más.

    —¡Pásala, aquí!

    —¡Estoy libre!

    —¡Tira!

    —¡Tapen a ese infeliz!

    Los gritos y conmoción propios de la competencia acompañaban a Shinji Ikari mientras él y los demás integrantes de su tercia, Toji y Kensuke, aguardaban su turno para jugar, sentados sobre el fresco césped al lado de la cancha de concreto. En lugar de analizar a sus posibles rivales, al igual que casi todos los otros retadores los jovencitos se avocaban mejor en contemplar las siluetas de sus compañeras en traje de baño, las cuales les eran visibles gracias a que la piscina estaba ubicada en la parte superior de la pequeña ladera donde reposaban cómodamente.


    —¡Oigan, cuidado!— advertía una de las jovencitas enfundadas en el traje de baño azul marino, de uso reglamentario en las instalaciones escolares, mientras se asomaba a través del enrejado que delimitaba el espacio destinado para la alberca —¡Ese pervertido de Suzuhara no deja de mirar hacia acá!

    Si bien decía aquello como medida precautoria, lo cierto es que al saberse observadas las muchachitas aprovechaban la menor excusa para poder pasearse y asomarse por aquella cerca, convirtiéndola en una suerte de pasarela que les permitía exhibir sus atributos físicos a sus compañeros, en busca de una posible pareja, iniciándose así en el complejo sistema de cortejo y apareamiento humano. Sobra decir que las mejores dotadas eran quienes más se pavoneaban a los ojos de los ávidos jovencitos, que las veían pasar como una jauría de lobos hambrientos. Aquellas que no estaban tan bien provistas, ó que eran más recatadas, se mantenían al margen de todo ese asunto.

    —¡Ojalá nos dejaran usar la piscina a los chicos y a las chicas al mismo tiempo!— exclamaba Toji, absorto por el desfile de carne que se estaba llevando a cabo —¡Con lo buenas que están varias compañeras!

    —¡Oye, Ikari!— pronunció Kensuke con suma suspicacia, dándole un codazo a Suzuhara para ponerlo al tanto de la reacción de su amigo —¿Qué tanto es lo que estás viendo allá arriba, viejo?

    —Eh... nada...— contestó enseguida el susodicho, alzando los brazos delante de sí, al mismo tiempo que su cara tomaba un color rojizo.

    En ese preciso instante, a través de la alambrada se podía observar a Ayanami incorporarse y dirigirse hacia la alberca, ajustándose su vestimenta por detrás. Tanto Suzuhara cómo Aida, al verla, no les costó bastante trabajo dilucidar la identidad de la jovencita a la cual su compañero había seleccionado para contemplar hasta el cansancio.

    —De seguro que no estabas espiando a Ayanami, ¿verdad?— dijo Toji, con cierto dejo de malicia en su tono de voz.

    —Ó mirando las largas piernas de Ayanami— continuó Aida en un tono meloso, con una expresión por demás lasciva en su rostro.

    —Ó los pechos de Ayanami— siguió Suzuhara, imitando a su amigo en la expresión, remojándose los labios con la lengua.

    —Ó el firme traserito de Ayanami— concluyeron los dos, dibujando en el aire una suculenta silueta femenina.

    —¡No, ya se los dije, no es nada de eso!— se excusaba el acorralado chiquillo cada vez, rojo como una señal de tránsito.

    —¡Ay, por favor! ¡¿Quieres ya dejar de hacerte el santurrón?!— exclamó Toji a viva voz, señalándolo acusadoramente —¡No puedes engañarnos! ¡Reconozco esa mirada lujuriosa en cualquier parte! ¡Es la misma que veo en el espejo todos los días!

    —Sólo me estaba preguntando porqué siempre se la pasa sola— confesó Shinji en última instancia, con voz lastimosa y mirando hacia el piso.

    —Ahora que lo mencionas, no ha tenido un solo amigo desde que la transfirieron— mencionó Kensuke —Y eso ya fue hace bastante tiempo…

    —Eso es porque aleja a todo mundo— contestó Suzuhara mientras se incorporaban, al haber llegado su turno para jugar —Lo más cercano que la pobrecita tiene a un amigo es ese loco idiota de Katsuragi, es el único que se ha interesado por ella, pero ya sabes como le ha ido en todos sus intentos… si me lo preguntas, esa muchacha simplemente no tiene personalidad, pero sí muy mal carácter…


    Ikari y Aida seguían la táctica de su equipo al pie de la letra, la cual se limitaba a que ambos permanecieran de pie fuera del área de tiro, sin hacer nada, libres de toda cobertura, en tanto Toji se las ingeniaba para lidiar con sus tres adversarios a la vez, reteniendo el balón lo más que podía. Su altura y robusta complexión le daban cierta ventaja en el juego, haciéndole pasar un muy mal rato a cualquiera que quisiera arrebatarle la pelota.

    —Ya que los dos son pilotos de Evangelion, me supongo que tú conoces a esa chica mejor que cualquiera de nosotros— comentó casualmente el joven que usaba anteojos, retomando el hilo de su anterior conversación —Admito que sería muy buen prospecto, si acaso hablara un poco más y no diera tanto miedo… ¡qué envidia me das, hermano! ¡En tu trabajo tienes la oportunidad de estar con las nenas más preciosas que me haya tocado ver!

    —Supongo que cualquiera pensaría eso, ¿cierto?— expuso Shinji, meditabundo; en lugar de estar en medio de un juego, ambos parecían estar en una amena charla de café —Pero la verdad es que apenas si nos dirigimos la palabra… es algo frustrante, porque en serio que me gustaría conocerla un poco más, creo que podríamos llevarnos bastante bien…

    —¡Atento, Shinji!— lo interrumpió Suzuhara de súbito, arrojándole la bola de un rápido movimiento —¡Es tuya, atrápala!

    Carente de toda clase de reflejos, mucho más al sorprendérsele de esa manera, el único contacto que tuvo Ikari con el balón fue cuando éste se estrelló sobre su rostro con toda la fuerza del impulso que llevaba, fulminándolo en el acto. El incauto chiquillo se derribó en el piso en tanto el esférico, al rebotar en su cara, realizaba una sorprendente parábola que lo llevó a encestarse limpiamente en el aro que custodiaban ambos equipos, para la grata impresión de todos los espectadores.

    —¡Eso no cuenta, es violación!— espetó uno de sus contrincantes, cuyo reclamo no se hizo esperar, en tanto el público se ponía en pie, ovacionando aquella hazaña.

    —¡¿Qué?! ¡¿Acaso eres estúpido?!— Toji hizo su parte, defendiendo los valiosos puntos obtenidos por aquél fenomenal enceste —¡Por supuesto que es una anotación válida! ¡Justo ayer acabo de ver un partido de la NBA donde hicieron lo mismo!

    —¡Seguro que lo soñaste, cretino mentiroso!

    —¿A quién llamas mentiroso, maricón?

    —Oigan… chicos…— masculló Kensuke, poniéndose en cuclillas para examinar mejor el estado de su compañero en el piso —Shinji no se despierta… y creo que le está saliendo demasiada sangre de la nariz… ¿creen que deberíamos llevarlo a la enfermería?

    Ni bien había terminado de decir aquello cuando todos los presentes, con excepción suya y del inconsciente muchacho, habían puesto ya pies en polvorosa. Algunos para pedir auxilio a sus profesores, otros, la gran mayoría, para aprovechar el incidente y terminar temprano sus labores habituales. Toji ya se encontraba a la entrada de los vestidores, listo para evadir cualquier responsabilidad que se le pudiera imputar por aquél penoso percance.


    —Malditos imbéciles— musitó Shinji dentro de la cabina del Eva 01, sujetándose una vez más su adolorida nariz para volver a cerciorarse que no tenía nada roto ó que el tabique se le haya desviado.

    A casi un día de ocurrido el accidente, su hinchado rostro aún le continuaba doliendo, pese a los anti-inflamatorios que se le habían recetado. Aquello, por supuesto, y a entender de sus superiores, no ameritaba a que se le otorgara una incapacidad que le permitiera ausentarse de las soporíferas pruebas de sincronía que tenía que realizar puntualmente todos los días. Tales procedimientos podían ser un verdadero fastidio, donde había llegado a estar varias horas dentro de su robot sin hacer otra cosa más que estar sentado mientras el personal científico realizaba sus estudios y recopilaba datos, por lo que era comprensible que quisiera evitarlos en la medida de lo posible.

    —Sólo espero que hoy no tarden tanto en obtener sus dichosas lecturas— suspiró el alicaído jovencito, quien en esos momentos pensaba si es que acaso alguna vez se le permitiría subir con su reproductor musical para hacer más amena su larga espera.

    Sin embargo, esos largos lapsos de ocio y tedio le habían servido para acostumbrarse con todas las funciones del instrumental del que disponía en su cabina. De tal modo, había descubierto la manera en la que podía usar las cámaras dispuestas al exterior del Eva para inspeccionar más de cerca los alrededores utilizando su potente aumento y alta resolución, justo como lo hacía en esos momentos para vigilar secretamente a Rei Ayanami, quien estaba al otro extremo de aquella enorme sala de pruebas, ultimando detalles para abordar su Evangelion, la así llamada Unidad Cero.


    Iba ataviada en su ajustado traje de conexión color blanco, muy parecido al suyo pero con varias modificaciones específicas para la silueta femenina. Gracias al uso de dicha vestimenta y del color con el que estaba teñida el joven fisgón podía apreciar la estupenda estampa que obsequiaba el grácil cuerpo de la muchachita, núbil y esbelto. Desde que la había visto por vez primera Rei le había parecido bastante atractiva, pero era hasta esos últimos días que no se la podía sacar de la cabeza, convirtiéndosele en una suerte de obsesión. Todo en ella le resultaba enigmático, interesante, desde sus peculiares características físicas hasta su esquivo carácter. Pero también había en ella algo que le resultaba difícil explicar, vagamente familiar. Le frustraba mucho no poder precisar qué era lo que le hacía sentirse de esa forma. La clase de sensación que uno experimenta cuando se está seguro que ya se conocía antes a una persona que recién se acaba de conocer, sólo que se es incapaz de recordar dónde se había visto antes aquél rostro.


    Con el auxilio de sus cámaras de video y monitores, Shinji casi podía contar las escasas pecas y lunares en el sereno rostro de Ayanami, por lo que pudo percatarse en primera instancia del súbito cambio que operó en ella. Al parecer, algo había llamado poderosamente su atención, lo que la hizo desentenderse de lo que fuera que estuviera haciendo previamente para incorporarse de inmediato. Al alejar un poco la imagen, buscando saber qué era lo que podía interesar tanto a aquella indolente jovencita, un hueco se formó en su estómago al ver a su padre acudiendo a su encuentro.

    La ansiosa muchacha que estaba en esos momentos delante de Gendo Ikari era completamente distinta a la que había estado observando hasta entonces: sus gestos y ademanes eran vivaces, un entusiasmo inusitado se le notaba a flor de piel y sus labios no dejaban de moverse, enfrascada al parecer en una animada conversación. Su pasmada mirada pasaba de un lado a otro, observando igualmente la expresión casual, afable, en el rostro cuadrado de su padre, en lugar de aquella adusta máscara digna de una roca que siempre mostraba a todo mundo. El colmo fue cuando ambos se quedaron callados, para solamente estarse viendo entre sí con una sonrisita cándida y dedicándose el uno al otro unos empalagosos ojos de borrego.


    No era la primera vez que el joven Ikari veía un gesto de ese tipo en Ayanami, pero cuando lo había hecho la chiquilla estaba en compañía de Kai, su ya confirmada pareja para entonces. Pero en ese caso, el que le prodigara el mismo trato al desvergonzado de su padre, a espaldas de su incauto compañero de cuerto, no hablaba muy bien de ella. Ni mucho menos de ese otro infeliz viejo rabo verde con el que compartía apellido. No era que le molestara el engaño que a su entender estaba sufriendo Rivera, inclusive la noción de que el pobre imbécil ni enterado estuviera de las andanzas de aquella casquivana jovencita le hubiera parecido sumamente hilarante, de no ser porque su desliz era precisamente con aquél hombre severo y cruel que ni siquiera recordaba que ese día era el cumpleaños de su único hijo. Pero que aún así, tenía toda la desfachatez de coquetear impúdicamente con una chiquilla a la que le llevaba tantos años, a la vista de todos. Su sangre parecía hervir dentro de sus venas, incapaz de contenerse para espetar sin más:

    —¡Pero… qué… hijos de puta!


    —¿Dijiste algo, Shinji?— preguntó enseguida Misato a través del comunicador en la cabina del piloto —¿Qué es lo que ocurre?

    —N-no, no pasa nada…— respondió Ikari en el acto, nervioso por haber sido sorprendido durante su exabrupto —Estornudé… eso fue todo…

    —De acuerdo… aguanta sólo un poco más, ya casi terminamos aquí…

    —Está bien… gracias…

    —Qué curiosa manera de estornudar— observó la Doctora Akagi, en la sala de controles, una vez que se cortó el enlace con la cabina del piloto —Hubiera jurado que escuché maldecir a ese muchacho…

    —Es un hervidero de hormonas, seguramente ya le está llegando la pubertad— comentó Katsuragi, recargándose cómodamente sobre su asiento —Es bueno que se desahogue de cuando en cuando, hay veces que pienso que es una olla de presión a punto de estallar…

    —Y hablando de eso, ¿ya está todo listo para esta noche? Si necesitas que lleve algo, avísame con tiempo, no quiero llegar y encontrar que no hay nada para cenar y terminar en una pizzería, como sucedió la última vez que organizaste una reunión…

    —¡Despreocúpese, doctora! ¡Puedo asegurarle que le espera todo un banquete en la residencia Katsuragi! ¡No reparé en gastos!

    —Cuando dices eso, más dudas tengo… ¿estás seguro que ya tienes todo cubierto?

    —¡Por supuesto! ¡Kai me está ayudando con los otros detalles, no hay nada que pueda salir mal! ¡Confía en nosotros!

    —Seguramente que aún sigue montando guardia en la casa del delegado, el muy idiota, ¿no es así? ¿Cómo esperas que tenga todo a tiempo, entonces?

    —Tengo su palabra, y eso me basta…

    —A veces me gustaría ser tan ingenua como tú, Misato, en serio que sí…


    Justo entonces el Doctor Rivera se encontraba apostado a la entrada de la fastuosa residencia donde habitaba Kazuo Yamasaki, el funcionario público con el que tanto ahínco quería entrevistarse, y el cual le continuaba dando largas. Resuelto a no dejarse vencer, el muchacho había decidido quedarse todo el día a la entrada de su vivienda, a las afueras de Tokio 2, listo para abordarlo en cuando se decidiera a aparecer. Llevaba la mayor parte del día en eso, y conforme se acercaba el crepúsculo su determinación también comenzaba a desvanecerse. La única compañía que tenía en esos momentos era un enorme y corpulento guardia de seguridad afroamericano que custodiaba el ingreso como todo un cancerbero.

    —¡Vaya vista la que tiene el delegado en este lugar!— comentaba al aire el jovencito, queriendo entablar comunicación con su acompañante por el solo hecho de alejar el tedio que hacía presa de él —¿Sabes si los terrenos por aquí son muy costosos? ¡Apuesto a que la plusvalía debe estar por los cielos!

    El empleado de tez oscurecida permanecía cruzado de brazos, tan largo como era, y sin cambiar un ápice su vetusto semblante de pocos amigos. Kai se veía reflejado bastante empequeñecido en sus lentes oscuros siempre que le dirigía la palabra.

    —¡Aunque para vistas, ninguna como la de ese bombón que tiene el delegado de secretaria! ¿Acaso alguna vez la has visto? ¡Dios, qué mujer! Rumiko, creo que se llama… ¿La conoces? Es una de las tipas más buenas que he visto… ¡y eso que tengo cable!

    Al igual que durante todo el transcurso de aquél día, el robusto individuo no dio pie a conversación alguna, limitándose a fustigar al jovencito con sus hoscos ademanes, que le hacían ver que no era bienvenido en ese lugar.

    —¡Qué cosas digo! Seguramente que alguien de tu… eeeh… talla, debe tener muchos problemas para conseguir pollitas en este país… ¡Apuesto a que todas estas japonesitas tienen miedo de que las termines partiendo en dos! ¡Ja, ja… ja!

    Una vez más, Rivera se encontraba a si mismo parloteando solo como un estúpido, sin provocar cualquier reacción en su acompañante, por mucho que lo intentara.

    —¿Sabes? Me recuerdas mucho a un actor, probablemente te lo han dicho ya muchas veces… eres como ese tipo, que salió en esa película… ¿sí sabes de cuál estoy hablando, cierto? Me refiero a ese sujeto grande, que hacía esa cosa… ¿cómo es que se llamaba? Solamente tienes que decir: “Take my hand, boss…” ¿Aún no te acuerdas? No importa, lo que estoy pensando es que tu voz debe sonar como a la de Darth Vader, imponente y profunda, mostrándole a todos los demás lo cabrón que eres… ¿te gusta cantar a capela, de casualidad? ¡A mí me gusta mucho la música! ¿Y a quién no? ¿Qué te parece si hacemos un dueto, eh? ¡Yo comienzo, sigue el ritmo!

    El chiquillo empezó entonces a chasquear los dedos repetidamente, para luego comenzar a canturrear con timbre afeminado:

    “Hit the road Jack and don't you come back no more, no more, no more, no more!

    Hit the road Jack and don't you come back no more!”

    —¡Amigo, es tu parte! Se supone que debes decir: “What you say?”

    Fiel a su costumbre, el fornido sujeto no dio pie alguno a cualquier intento de fraternización de parte de aquél singular jovenzuelo. Si acaso, sólo se limitó a entreverlo con desdén, deslizando un poco sus gafas oscuras sobre su nariz para que pudiera apreciarse en plenitud su gesto de reproche. Sólo eso bastó para que Kai desistiera de cualquier otra tentativa por hacer más llevadera su larga, y posiblemente, infructuosa espera. Rendido, y cansado, alzó su vista al cielo, para lanzar un lastimero quejido:

    —Diablos… tengo sed….

    A lo lejos, en aquella zona boscosa, dada la tranquilidad imperante podía escucharse nítidamente el aullido de un lobo, ó quizás de un perro muy grande.


    Anochecía, y en la casa de los Katsuragi un suntuoso ágape era preparado a los afortunados convidados, que a saber, sólo eran tres personas hasta ese entonces. La Doctora Akagi, la Capitán Katsuragi y Shinji Ikari estaban ya sentados a la mesa del banquete, listos para degustar los exóticos manjares que se les habían preparado en aquella ocasión.

    Sin imaginarse que aquella extraña reunión era en su honor, Shinji servía y acomodaba los platos de las mujeres con las que departía, tomando entonces una olla donde se había preparado una especie de picante guisado que aún burbujeaba en su interior.

    —¡¿Qué rayos es esto?!— exclamó Ristuko horrorizada, al ver la consistencia y estado de aquél viscoso fluido que Shinji vertía sobre su plato, compartiendo su suspicacia con respecto de aquél singular platillo.

    —¡Es curry!— se apuró a contestar Misato —¡Será mejor que te apures a probarlo, antes que se acabe! ¡Modestia y aparte, me quedó delicioso!

    —¿Delicioso? ¿De qué estás hablando, mujer? ¡Es curry instantáneo!— dijo entonces Akagi, analizando muy de cerca las propiedades de la sustancia en su plato, antes de siquiera atreverse a llevarlo a su boca —Ó por lo menos creo que fue curry instantáneo en algún punto, antes de que lo arruinaras…

    —¡Le recuerdo que es usted una invitada en esta casa, doctora!— repuso la dama de cabellera oscura —¡Lo más educado es no quejarse y guardarse sus comentarios!

    —Hubiera preferido terminar en la pizzería— suspiró entonces su compañera, abatida.

    Cuando Ikari hizo el intento por servir el plato de su tutora, ésta lo detuvo alzando la mano, para luego deslizar sobre la mesa un recipiente de sopa instantánea sabor a curry que recién había preparado.

    —¡Tadáan!— anunció la capitana, bastante orgullosa de sí misma, mostrando el envase como si se tratara de algún costoso trofeo —¡Voy a querer que me sirvas esa delicia justo aquí! ¡Y más te vale no ser tacaño con mi porción!

    —No estarás hablando en serio— mencionó el joven, asqueado con la repugnante combinación que lo estaban obligando a realizar.

    —¡Ya dejen de ser tan delicados! ¡Si lo probaran, sabrían de lo que hablo, es un platillo suculento!— una vez que le habían servido su ración, Misato se ocupó en preparar aquél inusual guiso como a ella le gustaba, cuidándose de mezclar muy bien ambos componentes para que la consistencia fuera la adecuada y el sabor rindiera al máximo —Jamás podrían obtener algo así con una simple sopa de fideos con sabor a curry… mi secreto es sólo agregar la mitad de agua caliente al vaso de sopa, así la mezcla queda perfecta… ¡es todo un agasajo al paladar!


    Aún cuando la dueña de la casa llevaba un rato engullendo sus alimentos, los invitados a la cena no estaban muy seguros de unírsele. Todo lo que estaba dispuesto en esa mesa para su consumo era precocinado, por lo que no podía esperarse encontrar buenos sabores en todo eso, y por si no fuera suficiente, aquellos alimentos tenían una sospechosa apariencia que los hacía desconfiar de su buen estado. El que la mascota de la casa, el pingüino Pen-Pen, ni siquiera se asomara a ver el interior de su plato, donde se le había colocado una generosa porción de esa comida, tampoco era un buen signo. Sin embargo, al verse imposibilitados de buscar en aquella casa alguna otra fuente de alimentación, al final hubieron de resignarse y pronunciar el tradicional lema japonés: “Itadakimasu!”, anunciando que comenzaban a comer.

    —Entonces, Misato…— pronunció entre dientes Ritsuko, una vez que había ingerido un pequeño bocado del contenido de su plato, tratando de no conservar aquél horrible sabor en su boca —¿Tú cocinaste todo esto? ¿No hay algo que tú no hayas hecho?

    —¡Nop! ¡Lo hice todo yo solita, sin ninguna ayuda!— confesó Katsuragi con gesto complacido —¡No tienen que agradecerme, por cierto! ¡Lo hice con mucho cariño!

    —La próxima vez, invítame a cenar cuando sea el turno de Shinji de cocinar— propuso luego Akagi, rehusándose a comer más de aquél pastoso amasijo —Sólo para probar otro tipo de sazón… me cuesta trabajo creer que eres incapaz de cocinar incluso comida instantánea…

    —¡Grosera!— le contestó su amiga, mostrándole toda la extensión de su lengua en señal de infantil repudio.

    —Espero que por lo menos pueda quitarme el mal sabor de boca con el pastel…

    —¿Eh? ¿Cuál pastel?— interrogó entonces Shinji, mirando confundido hacia todas partes. Si es que había algo más para comer, estaba bastante seguro que él quería un poco, antes de seguir arriesgándose a una severa intoxicación alimenticia.

    La anfitriona hubo de darle un fuerte, pero discreto puntapié por debajo de la mesa a su convidada. Eso y la fulminante expresión en su rostro le hicieron ver a la mujer de cabellera rubia el grave error que había estado a punto de cometer, lo que de inmediato quiso enmendar, al pronunciar vagamente para desviar el tema:

    —Este… por cierto, Shinji… si yo estuviera en tu lugar, consideraría muy seriamente el cambiarme de casa. Te lo digo yo, no permitas que una compañera de cuarto mal portada y mimada te arruine la vida…

    —A decir verdad, ya me he acostumbrado a sus modos— repuso el joven Ikari, extrañado por la actitud de Akagi.

    —Él tiene mucha razón, doctora— añadió Misato, abriendo una lata de cerveza —No subestime la capacidad de adaptación del ser humano a su medio ambiente. Además, si Shinji llegara a mudarse, tendría que hacer montañas de papeleo… por si no lo sabía, esos perezosos de recursos humanos apenas le acaban de entregar su nueva tarjeta de identificación oficial…


    Las palabras de su anfitriona parecieron despertar un recuerdo enterrado en la psique de Ritsuko, pues en el acto peló los ojos y cuanto antes se dio a la tarea de hurgar en las profundidades de su bolso, como buscando algo que había olvidado.

    —A própósito, Shinji, tengo un favor que pedirte— dijo la oficial científica, casi metiendo la cara completa en las fauces de su accesorio.

    —¿A mí?— preguntó incrédulo el jovencito. Aquella era la primera ocasión que trataba a Akagi fuera del ámbito laboral, por lo que se le antojaba difícil que ya le tuviera la confianza suficiente como para pedir su ayuda en cualquier cosa.

    —Esta es la nueva tarjeta de ingreso de Rei Ayanami— señaló una vez que por fin pudo ubicar y sustraer de su bolsa la susodicha mica. Era una nueva tarjeta de identificación, otra de las reformas de la seguridad interna, consecuentes de la breve intromisión guerrillera al Geofrente —Siempre me encargan que me ocupe de los asuntos de esa muchacha, y a decir verdad a veces puede ser un completo fastidio… todo el tiempo estoy muy ocupada con mi trabajo, así que con tantas cosas en la cabeza simplemente olvidé dársela… no quisiera tener que molestarte, pero, ¿podrías ser tan amable de entregársela mañana? Sé que su departamento te queda de paso en el camino al cuartel, y me ayudaría muchísimo que pudieras hacer esto por mí…

    —C-claro… por mí, no hay problema— asintió Shinji, casi en automático, apenas cuando escuchó que era algo concerniente a Ayanami, aquella muchachita que en últimas fechas le estaba quitando el sueño, para bien ó para mal.

    Ambas féminas tomaron nota del prolongado lapso de tiempo en que el joven Ikari miraba detenidamente el retrato de su compañera piloto en el pedazo de plástico que sostenía frente a su rostro, casi pegándoselo a la nariz.

    —Rei es muy hermosa, ¿no es así?— inquirió Misato entonces, suspicaz, con voz susurrante, cómplice.

    —Sí, lo es— contestó de inmediato el aletargado muchacho, dándose cuenta de su error hasta que ya fue muy tarde para enmendarlo, pese al repertorio de excusas que desplegó luego, con el rostro enrojecido —¡No, espera, no quise decir eso! ¡Lo que pasa es que yo…! ¡Es que tú…! ¡Vamos, ya sabes, no es como si yo…!

    —¡Mírate nada más! ¡Estás todo ruborizado, hasta pareces un camarón! ¡Eres tan cómico! ¡Ja, ja, ja!— advirtió Katsuragi en uno de sus muy frecuentes ataques de risa, los cuales era común que fueran a costillas de su joven inquilino —¡Debes estar muy agradecido con Rikko, por fin te está dando la excusa perfecta para poder ir al departamento de Rei! Es más, incluso podría decirse que ella es la que te está haciendo el favor a ti, y no al revés…

    —¿Podrías pasar un solo día sin dejar de molestarme?— suspiró Shinji, abatido —¿Ó es que acaso es mucho pedir?

    —¡Pero es que es muy divertido!— admitió la dueña de la casa —Eres tan temperamental, es como si tuvieras un letrero pegado a tus espaldas: “búrlense de mí, por favor”…

    —Me recuerdas a Misato cuando estábamos en la escuela— pronunció la mujer de cabello rubio —“Katsuragi-kaboom”, así es como la llamábamos… recuerdo aquella vez que…

    —¡Eso ya es historia antigua, Doctora Akagi!— exclamó enseguida la susodicha, con cara de pocos amigos —¡A nadie le interesa escucharlo!

    —¿Lo ves? ¡A eso me refiero!— su compañera señaló entonces a su rostro encendido y el puchero de disgusto que había en él —¡“Kaboom”!

    —Lo que pasa es que me parece muy raro que sepa tan poco acerca de Ayanami, a pesar de que también es una piloto como yo— terció el joven Ikari, al no querer verse inmiscuido en los pleitos entre esas mujeres —Eso es todo, no es que tenga algún interés oculto por ella…

    —A pesar de todo, es una buena muchacha. Es sólo que…— Ritsuko tuvo que acomodar su cabello, que comenzaba a estorbarle, mientras elegía cautelosamente sus palabras —Bueno, es muy parecida a tu padre… no les gusta mucho…

    —¿No les gusta mucho, qué?— preguntaron sus acompañantes a la par, al cabo de unos momentos en que se había quedado en un reflexivo silencio.

    —Vivir…


    —Sólo trata de que Kai no se dé cuenta de lo que sientes secretamente por esa jovencita— le dijo Misato a su pupilo luego de un buen rato que todos permanecieron callados, una vez que terminó de darle un gran trago a su bebida —Ó las cosas podrían ponerse muy feas por aquí, te lo garantizo… ¡Oh, Ritsuko! ¿Qué te parece? ¡Estamos presenciando el nacimiento de un apasionante triángulo amoroso! Me pregunto quién será el afortunado caballero que termine quedándose con el corazón de la protagonista… ¡Oh, la tragedia, la pasión desbordante! Y pensar que todo esto pudo haberse evitado si es que le hubieras pedido a Kai que entregara esa tarjeta por ti… pero conociéndote, seguramente calculaste que todo esto sería mucho más interesante, ¿no es así?

    —Lo único que entró dentro de mis cálculos es que Rivera es un mocoso inútil y malcriado, bueno para nada, al que ni siquiera le confiaría el cuidado de una abeja en un frasco cerrado— confesó Akagi, poniéndose de mal humor con la sola mención de aquél muchacho mientras tamborileaba con los dedos sobre la mesa —¡Solamente ve la hora que es, por Dios! ¡Se supone que debió haber llegado hace más de una hora! Dime, ¿dónde está ese gañán incompetente?

    —¡Relájate, no debe tardar!— Katsuragi se apresuró a excusar a su protegido, no queriendo darle tanta importancia a su retraso —Tan sólo está llegando elegantemente tarde, tampoco es para que te pongas como loca…

    —No sabía que estábamos esperando a Kai— pese a lo mucho que las damas que lo acompañaban querían disimular, lo cierto es que Shinji comenzaba a sospechar lo que traían entre manos, lo que le ocasionaba una gran expectación y cierta ansiedad que podía sentir en la boca del estómago —¿Acaso es una ocasión especial?


    El gesto contrariado en las caras de ambas fue la única respuesta que obtuvo, antes que fueran salvadas por el providencial arribo de Rivera a la casa, lo cual hacía casi arrastrándose, con la vista gacha y el cuerpo encorvado.

    —¡Ay, pero qué día tan miserable!— expresó el muchacho en cuanto puso pie en su morada —¡Más de doce horas como gárgola al pie de una reja, para nada! Y creo que todo ese aire puro de montaña hizo que me hiperventilara… ¡Estoy molido! ¿Qué hay para cenar? ¿Algo rico?

    El recién llegado tuvo que guardar silencio ante las inquisitivas miradas de las que era objeto por parte de los otros tres comensales, una vez que ya se había sentado cómodamente a la mesa en espera de sus alimentos.

    —¡Uy, qué caras!— continuó al cabo de un momento de vacilación, observando el semblante severo de sus acompañantes —¿Quién se murió, ó qué? ¿Y esta rubia oxigenada que está haciendo aquí? Capitana Katsuragi, sabe bien que no me gusta ver tan noche a su amiguita porque al rato que me duerma tendré pesadillas… ¡Oh, pero miren cuántas exquisiteces! ¿Acaso se trata de una fiesta privada a la que no fui invitado?

    —Te lo dije— sentenció Ritsuko, tajante, sin dejar de fustigar con la mirada al incauto chiquillo —Te dije que esto era lo que iba a pasar: al muy idiota se le olvidó todo…

    —¿De qué cuernos habla este espantajo?— interrogó Rivera, molesto por la agresión.

    —El cumpleaños de Shinji— pronunció Misato en el mismo tono firme que usaba su compañera y compartiendo su gesto facial, cruzada de brazos —¿Sí recuerdas que planeamos hacerle una fiesta sorpresa?

    La expresión congelada de pavor que irrumpió entonces en el rostro del jovenzuelo fue toda la respuesta que pudieron necesitar para confirmas sus sospechas. No obstante, aún cuando estaba contra las cuerdas y con todas las evidencias en contra, el olvidadizo muchachito intentó salir avante a como diera lugar, tartamudeando mientras contestaba con dificultad, sin salir de su estupefacción:

    —¡C-clarooo! ¡P-Pero por su-supuesto que sí lo recuerdooo! ¡Ja, ja, ja! ¡Ustedes fueron los que cayeron en mi trampa! ¡Es mi sorpresa de la fiesta sorpresa! ¿Qué les pareció, trío de ingenuos? ¿A qué no se lo esperaban, eeh? ¡Ja, ja, ja! ¡Deberían ver sus caras! ¡Cayeron, cayeron, lero lero!

    El pétreo aspecto en las caras de sus acompañantes no cambió un solo ápice con su supuesta treta, sin que alguno de los presentes fuera lo suficientemente ingenuo como para caer en su evidente embuste. Sin embargo, Rivera se mostró lejos de querer darse por vencido, por lo que incluso tuvo el descaro para ponerse en pie e intentar amenizar la reunión a su manera, y así hacerles olvidar pronto su falla.

    —¡En serio! ¿Cómo pudieron pensar que podría ser capaz de olvidar el cumpleaños de Shin-chan, mi gran amigazo del alma! ¡Cantemos todos en su honor, vamos! ¡Arriba esos ánimos, abajo el mal humor! ¡Ea!


    “¡Es tu cumpleaños

    Que seas muy feliz

    Y todos te deseamos

    Te crezca la nariz!


    ¡Abre tus regalos

    Que seas muy feliz

    Cumples catorce años

    Pareces codorniz!”


    Pese a la sonrisa que en esos momentos intentaba forzar en el rostro de su compañero de cuarto, jalando sus labios de la comisura hacia arriba, una vez que terminó de haber canturreado y bailoteado como todo un ridículo, lo cierto es que la furibunda mirada que el joven Ikari le dedicaba decía mucho más que cualquier insulto que pudiera pensar en esos incómodos instantes.

    —¿A quién tratas de engañar, imbécil?— reclamó enseguida Akagi, harta de tener que aguantar sus tonterías —¡Es obvio que se te olvidó por completo lo que tenías que hacer! ¡Por una vez en la vida sé un hombre, y ten el valor para admitir que te equivocaste!

    —Hmmm… ¡na-aaah! ¡Ya les dije que todo era parte mi plan!— dijo el acosado muchacho, sin soltar la boca de Shinji.

    —Bien, en ese caso, espero que hayas traído el pastel que te pedí que recogieras— repuso Katsuragi sin dejar de lado su severa expresión —¿Y dónde están Toji y Kensuke, los amigos de Shinji? Dijiste que tú les avisarías de la fiesta y aún no han llegado… ¿sabes si les ocurrió algo?

    —¡Ah, eso! Este… sí… todo eso está… abajo… ajá… lo que pasa es que… no quería arruinar la sorpresa de la fiesta sorpresa… así que… si me disculpan… tengo que irme… abajo… por todas esas cosas… que tú dijiste… vuelvo en un parpadeo…. ¡No se vayan! ¡Este reventón apenas empieza, se va a poner de locos! ¡Yujuuu, fiestaaa!

    La forma tan apresurada en la que el distraído jovencito abandonó la casa les hizo saber a los demás que no había ni pastel ni amigos esperando abajo.


    —No piensa volver, ¿cierto?— mencionó un muy decepcionado Shinji, cabizbajo, al cabo de un rato de espera. Su vaga ilusión de una cálida celebración en su honor se había diluido por completo, evaporándose tan rápido como Rivera abandonó el departamento. Estaba desencantado, pero a la vez resentido con ese torpe individuo que había arruinado todo con su negligente descuido.

    —Lo dudo mucho— contestó Ritsuko, poniéndose en pie, alistándose para partir —Y si es que lo hace, volverá con otro acto estúpido y completamente improvisado, de pena ajena. Si me disculpan, se hace tarde y mañana temprano tengo un experimento por realizar… Shinji, pese a todo, te deseo un feliz cumpleaños. Quizás no fue lo que esperábamos, pero recuerda lo que te dije acerca de los malos compañeros de cuarto… aún no es muy tarde para que rectifiques, antes de que te sigan haciendo la vida imposible… además, estoy segura que el karma te lo compensará algún otro día, no te preocupes…

    —No pasa nada— dijo secamente Ikari, levantándose también para despedir a su invitada, inclinando cortésmente la cabeza y la parte superior del cuerpo —A fin de cuentas, la intención es lo que cuenta y me da gusto que hayan recordado mi cumpleaños… muchas gracias por venir, doctora, que tenga muy buena noche…

    —Aquí tienes tu obsequio— la oficial científica hizo entrega de un estuche rectangular, envuelto en papel lustre azul —A decir verdad, no tenía idea de qué regalarte, pero en la tienda que pregunté me aseguraron que este es el videojuego más popular entre los jovencitos hoy en día. Espero que sea de tu agrado…

    —Le agradezco, no se hubiera molestado…

    —¡Oh, ahora es mi turno!— irrumpió en escena una muy entusiasta Misato, cargando otro envoltorio de color morado —¡Toma mi regalo, seguro que te va a encantar! Ni siquiera te molestes en preguntarme en qué es, por que es un se-cre-to… ¡Está bien, tú ganas! ¡Es un nuevo reproductor musical! ¡Mucho más compacto, audífonos de alta definición y con una memoria más potente que la de la reliquia que siempre cargas a todas partes! Da pena verte con ese vejestorio tan desgastado, pero este bebé te ayudará a que luzcas mejor… ¡No, no agradezcas, sabes lo generosa que soy! ¡En serio que no fue nada!

    —Bueno… pues entonces… gracias… supongo— masculló el agobiado muchacho, teniendo la sonriente carita de Katsuragi a solo un palmo de distancia.


    El timbre de su celular llamando le consiguió algo de espacio, para que pudiera contestar al aparato. En primera instancia lo observó con suma extrañeza, pues era bastante raro que alguien le llamara. El número que apareció en la pantalla le resultó desconocido, por lo que hubo respondió cauteloso:

    —¿Sí? ¿Diga?

    —Hijo… soy yo— una voz grave y profunda, parca, se escuchó del otro lado de la línea.

    —¿P-padre?— Shinji apenas si podía dar crédito a lo que escuchaba.

    —Es correcto. Espero que aún no sea muy tarde para desearte un feliz cumpleaños… disculpa que no te haya hablado antes, pero mis tareas me mantuvieron muy ocupado, hasta este momento…

    —¡N-No, claro que no! ¡No hay problema!— el muchacho era un amasijo de emociones en esos momentos, a punto de casi romper en llanto. ¡En verdad, en verdad lo había recordado! ¡Realmente significaba algo para él, aún cuando fuera muy en el fondo y casi nunca lo demostrara! —Es sólo que… no sé que decir… llegué a pensar que lo habías olvidado por completo… pero ahora… bueno, me hace feliz darme cuenta de mi error…

    Aún cuando no hubieran querido inmiscuirse en la conversación, para sus dos acompañantes era evidente el estado en el que se encontraba, por lo que no pudieron evitar poner una mano en su corazón y soltar un hondo suspiro de entre alivio y ternura. Por lo menos el día terminaba bien para el desafortunado Shinji.

    —Para serte sincero, por poco y lo olvido— le respondió su interlocutor —Fue mediante la oportuna intervención de Rivera que pude recordarlo. Fue ese intrépido y genial jovencito el que me llamó para avisarme que hoy era tu cumpleaños. ¡Qué tipazo es, ese Rivera! Si tan sólo pudiera ser tan listo y apuesto como él, seguramente no sería el lastimoso anciano decrépito, amargado y apestoso que soy…

    Hasta antes de eso, la personificación del Comandante Gendo Ikari al habla había sido bastante convincente. Sin embargo, en un gesto notoriamente deliberado, el suplantador había dado claros indicios acerca de su verdadera identidad, la que Shinji desveló sin mayor demora al avanzar hasta la puerta como un toro furioso y abrirla abruptamente.

    Detrás de ella se encontraba Kai, sujetando su celular y destornillándose de la risa. En cuanto lo vio frente a él lo señaló burlonamente, sin siquiera atinar a terminar con la llamada, prisionero de los violentos espasmos que lo sacudían cada vez que se carcajeaba.

    —¡No puedo creerlo! ¡Ja, ja, ja! ¡Te la creíste todita, no puede ser! ¡Ja, ja, ja! ¡Tú… tú en realidad creíste… creíste… que ese papanatas miserable te llamaría para felicitarte! ¡Ja, ja, ja! ¡Pero qué ingenuo! ¡Ese infeliz sólo te llamaría si necesitara que le donaras un riñón ó algo por el estilo! ¡Debiste ver tu cara cuando abriste la puerta! ¡Aaay, no puedo más! ¡Me duele la panza, que alguien me detenga por favor! ¡No puedo parar de reír! “Descuida, Rivera, yo te salvaré…”— dijo, emulando una vez más la voz del comandante, para después volver a deshacerse en risotadas, abrazándolo confianzudamente del cuello —¡Es que… eres tan tonto! ¡Ja, ja, ja! ¡Se nota que no conoces, para nada, al cerdo de tu padre! ¡Aún tienes mucho por aprender durante tu estadía aquí, mi pequeño saltamontes!

    —¡Eres… un… estúpido!— bramó la Doctora Akagi, y sin poder contenerse más sujetó su bolso como un martillo, descargando todo su peso sobre el cráneo de Kai, el cual se sacudió como lo hubiera hecho una pera loca.

    —¡Óyeme! ¡¿A ti qué cuernos te pasa, loca desgraciada?!

    —¡¿Qué rayos es lo que te pasa a ti, idiota redomado?!— intervino entonces una rabiosa Misato, recetando un poderoso coscorrón en la ya de por sí castigada cabeza del imprudente muchacho —¡¿No te bastó con haber arruinado la fiesta, encima tenías que hacer todo este circo?! ¡¿Dónde está tu dichoso pastel y los demás invitados?! ¡Tarado!

    —¡Bah! ¿Un simple y aburrido pastel, dices?— respondió el chiquillo, acariciando la parte lastimada de su cráneo —¡Eso ya es anticuado, pasado de moda! ¡Mi amigo Shinji se merece algo mejor que eso! ¿Quién necesita un pastel rancio, cuándo puedes tener el postre que causa sensación en toda América? ¡Cupcakes!

    Dicho esto sustrajo varias cajas con los mencionados pastelillos, de la bolsa de plástico que hasta ese momento nadie había advertido que llevaba consigo. La marca impresa en la bolsa y los empaques de cartón delataban su visita exprés a una tienda de conveniencia cercana, de esas que trabajan las veinticuatro horas de los siete días de la semana.

    —¿Cómo les quedó el ojo? Mi mente sagaz y analítica concluyó que esta variedad de postre supera al pastel tradicional en varias categorías en un… este, digamos, veinte por ciento… ya que además puedes combinar a la vez una gran variedad de sabores y consistencias, quedando satisfecho incluso el gusto de los invitados más exigentes en un ciento por ciento. Además, compré los suficientes para poder formar los kanjis del nombre del festejado… ¡Contemplen!

    Con una pasmosa agilidad y destreza, Rivera se abocó a acomodar sobre la mesa una gran cantidad de pastelillos para formar los símbolos japoneses que en su conjunto significaban “Shinji Ikari”.

    —Si quieren tomar fotos de esta obra maestra, ahora es cuando deberían sacar sus cámaras fotográficas— pronunció aquél joven maestro de la improvisación, hinchado de orgullo —Estas cosas son deliciosas, pueden escoger de entre todos los sabores y colores: aquí tengo de vainilla, chocolate, fresa, nuez, canela, plátano, manzana, naranja, cereza, zarzamora, limón, arándano, menta y mi favorito personal: ¡coca-cola!

    —No puedo creer tu descaro— musitó Katsuragi, cubriéndose el avergonzado rostro con la mano —Justo cuando creo que ya no puedes caer más bajo, y entonces me sorprendes haciendo algo absurdo como esto…

    —A mí me sorprende la gran variedad de sabores que puedes conseguir en una simple tiendita de conveniencia— confesó Ritsuko, revisando minuciosamente aquellos postres apilados —Pero bien pudiste haber traído de zanahoria, asno, también olvidaste que ese es mi sabor favorito…

    —Era lo único que había y lo compré todo— dijo el joven entre dientes, para de inmediato rectificar, apurado —¡No, lo que quiero decir es que la zanahoria es un asco! ¡Guácala!

    —Muy bien, chico cupcake, ¿qué hay de los demás?— interrogó la capitana, con los brazos cruzados en gesto de reproche —Toji y Kensuke sabían de esta fiesta, ¿cierto? ¿Dónde están ellos? No me vayas a decir que los traes en una de tus cajitas de pastelitos…

    —¡Claro que no! ¡Daaah!— gesticuló Rivera, imitando sarcásticamente el espasmo de un paciente mental mientras se dirigía a la puerta —Para serles sincero, no creo que ese par de lerdos sean una buena compañía para el buen Shinji… la gente ya se acostumbró a verlos juntos, yendo a todas partes sin separarse jamás, y comienzan a hablar… ya saben… así que un tipo rudo como mi querido amigo necesita juntarse con personas de más categoría, que le hagan ver a todos los demás que este muchacho es de armas tomar y más les vale no meterse con él… ¡Así que es todo un honor para mí presentarles a los nuevos mejores amigos de Shinji: los Aoi Kaze Destroyers!

    En cuanto terminó su dramática presentación abrió el umbral de la casa, para que de inmediato una veintena de desagradables, grotescos, y nada confiables rostros comenzaran a asomarse al interior de la vivienda, todos ellos pertenecientes a una pandilla nómada de motociclistas. La mayoría de aquellos individuos portaban cicatrices de violentas peleas, peinados con copetes bastante extravagantes, largas gabardinas y demás indumentaria de construcción, tales como cascos, cubre bocas, entre otros… además de cargar a cuestas una muy mala actitud.

    —¡Oigan, este cabezón tenía razón!

    —¡Aquí hay comida caliente, bebida y mujeres, qué bien!

    —¡Este lugar es el paraíso, acampemos aquí un buen rato!

    —¡Yo pido meterle mano a esa fogosa rubia primero!

    —¡Esos polizontes nunca podrán encontrarnos aquí!

    —¡Miren esto, amigos: montones de cerveza!

    —¡En su incansable peregrinar nacional, desde la lejana prefectura de Miyazaki, estos valientes y soñadores muchachos harán pensar dos veces a cualquiera que quiera hacerle pasar un mal rato a nuestro querídisimo joven Ikari!— a pesar de que los vándalos ya se habían colado al interior del departamento, hurgando groseramente entre todos los rincones y pertenencias de sus habitantes, Rivera proseguía presentándolos como si se trataran de las más finísimas personas con las que jamás pudieran tratar —¡Estos nobles bosozoku, ó tribu violenta sobre ruedas, se niegan rotundamente a que sus tradiciones perezcan bajo el aplastante yugo de estos inhóspitos tiempos modernos, y al rodar por las carreteras de este honorable país enarbolan muy en alto los máximos ideales de libertad y coraje! ¡Qué emoción, qué envidia produce el poder trabar amistad con todos estos espíritus indomables!

    En todo ese intervalo de tiempo Misato, Ritsuko y Shinji habían permanecido perplejos, casi en shock, sin poder moverse de la impresión. Se preguntaban qué cosa tenía en la cabeza aquél muchacho para que, en el colmo de toda estupidez concebible, le pareciera una buena idea llevar a una salvaje banda de motociclistas, que obviamente se había topado en la calle de camino a la tienda, hasta las entrañas de su propio hogar, de paso poniéndolos a todos ellos en inminente peligro. Mientras que el líder de la pandilla empezaba a rodear alevosamente con los brazos a las dos mujeres y todos los demás se encargaban de arrasar con las provisiones de comida y bebidas alcohólicas, el veredicto de los tres acompañantes de Kai fue contundente, unánime:

    —¡PERO QUÉ IMBÉCIL ERES!


    Ya estaba muy entrada la madrugada cuando por fin se habían podido deshacer de sus supuestos nuevos amigos, los “Aoi Kaze Destroyers” y la calma volvía a la residencia Katsuragi, por lo menos la suficiente como para intentar conciliar el sueño. Lo bueno de vivir en un país como el Japón de ese entonces, deshabitado y con una tasa delictiva que casi rayaba en cero, es que inclusive los más violentos criminales de esos rumbos resultaban ser bastante decentes, tanto como para negociar con ellos el dejarles los suministros en cerveza y comida instantánea de todo un mes, además de la mayor parte de los cupcakes, con tal de que abandonaran aquél lugar y nunca más regresaran.

    A varias horas de que su cumpleaños oficialmente hubiera terminado, podía decirlo con toda seguridad: había sido un asco, un completo desastre, uno de los peores días de su vida. Pesadamente, como si su cuerpo estuviera hecho de piedra, Shinji preparaba la colchoneta en la que dormía sobre el piso de su habitación compartida. Luego de tanto rato de angustiante tensión, tiempo durante el cual temió seriamente por su integridad física y la de sus acompañantes, toda su humanidad le exigía a gritos un descanso. Eso, además de los constantes punzones que estrujaban su cabeza.

    No obstante su descanso debería esperar, aparentemente un poco más, ya que desde su lecho podía escuchar claramente toda la letanía de severas amonestaciones que la dueña de la casa aún seguía dando al Doctor Rivera, reprochándole sobre todo su descuido e imprudencia, aunque en un lenguaje un poquito más fuerte y folclórico.


    Transcurrieron varios minutos, que parecieron eternos, para que finalmente Kai quedara libre de unirse a su compañero de cuarto en el interior de su recámara. Llegaba encogido, como perro con el rabo entre las patas, casi sin hacer ruido y despojado de todo rastro de su característico locuaz estado de ánimo. Los justos reclamos de su tutora le habían calado hondo y se encontraba sinceramente arrepentido por su actuar.

    —Eh… hola, Shinji— saludó en voz baja al entrar —¿Aún no te duermes? Bien… le prometí a Misato que me disculparía contigo lo más pronto posible…

    —¿O sea que si Misato no te obligara, no considerarías necesario disculparte?

    —No… ¡bueno, claro que sí! ¿Qué te puedo decir? Lamento haber arruinado toda tu fiesta, te juro que esta mujercita puso todo su empeño para que saliera a la perfección. Su error fue encomendarme tareas tan importantes, así como he estado todos estos días… en mi defensa, puedo decir que hice todo lo que estuve a mi alcance para salvar la situación… pero tal parece que sólo arruiné las cosas… lo siento mucho… por lo de los motociclistas, los cupcakes rancios y esa llamada de broma de tu padre… ahora reconozco que fue algo cruel y fuera de lugar, pero en su momento me pareció que te alegraría el día… obviamente los dos no consideramos gracioso las mismas cosas…

    —No, no te preocupes, todos necesitamos una buena risa de vez en cuando… sin importar si es a costa mía… además, sé muy bien por todo lo que has pasado y todas las preocupaciones que tienes encima. Está ese asunto de tu tío muerto, ese sanguinario matón que asesinó a más de 200 personas, muchos de ellos compañeros nuestros en NERV, antes que lo pudieran fulminar como a un perro… ni siquiera puedo imaginarme como debes sentirte al respecto… y por si eso no fuera suficiente, encima de eso tu novia tiene el descaro de estar de cariñosita y haciéndole ojos de borrego a mi padre, en frente de todos en el cuartel, cuando a ti ni siquiera te deja tomarla de la mano en público… me alegro mucho que no puedas escuchar todo lo que la gente cuchichea de ustedes tres a sus espaldas, algunos de esos comentarios son bastante ofensivos… así que es bastante entendible que una cosa tan insignificante como los arreglos para mi fiesta sorpresa ocuparan tan poco espacio en tu grandioso cerebro. Sólo puedo imaginarme lo abrumado, miserable y mortificado que debes sentirte en estos días, la verdad es que no me gustaría estar en tus zapatos. Así que pierde cuidado, no quedan resentimientos entre ambos… espero que pronto puedas solucionar todos esos difíciles problemas que agobian tu vida, si hay algo en lo que pueda ayudar no dudes en pedírmelo… ahora si me disculpas, estoy muy cansado y quisiera dormir, así que buenas noches… con tu permiso…

    Aunque se decía dispuesto a entrar al mundo de los sueños, volteándose de lado y reposando su cabeza sobre su almohada, lo cierto es que al joven Ikari bien le hubiera gustado ponerse a dar brincos de felicidad en ese mismo instante. Había dejado enmudecido a Rivera, que se quedó petrificado en su lugar como ausente, y con ello se había cobrado casi todas las afrentas que le había hecho desde que se mudó a ese lugar. Le hubiera encantado restregárselo en la cara, pero de momento se conformaba con la satisfacción de saberse a mano. ¡Y de qué forma!

    Por otra parte, sintiéndose sofocado, como si acaso le hubieran dado un fuerte golpe en la boca del estómago, Kai hubo de tomar asiento sobre su cama al sentir que las piernas le flaqueaban. Permaneció vario rato más, en absoluto silencio y sin mover un músculo, la mirada perdida en medio de la oscuridad de su cuarto. Cabe destacar que aquella era la primera ocasión en la que Shinji conciliaba el sueño mucho antes que él.


    La fresca mañana de ese domingo 8 de Junio del año 2015 encontraba a Shinji Ikari caminando con paso ligero por la acera, pese al poco tiempo que pudo descansar de todo el ajetreo de la noche anterior. Se sentía extrañamente vigoroso, revitalizado, listo para iniciar con el pie derecho el nuevo día. Ni siquiera el hecho de andar por la parte más vieja y fea de la ciudad hacía mella en su renovado estado de ánimo. Los ruinosos y abandonados edificios del multifamiliar más antiguo de Tokio 3 vigilaban sus pasos, a la expectativa.

    Entre toda esa grisácea monotonía y estructuras desvencijadas uniformes, al muchachito le costó algo de trabajo guiarse para encontrar el departamento donde se alojaba Rei Ayanami, presto para poder cumplir con el encargo de la Doctora Akagi. Lo alentaba el hecho de poder demostrar ser mucho más responsable que su compañero de cuarto, pero también tenía que admitir que le emocionaba un poco tratar más de cerca a esa esquiva jovencita, que sin embargo le parecía tan atractiva.

    Dejando de lado el estado de abandono del complejo habitacional, lo que más llamó su atención al momento de llegar fue encontrar el nombre de su padre en la placa que había al frente de la puerta, identificando al dueño de la vivienda. ¿Qué tanto le daba esa chiquilla a ese desvergonzado hombre, que incluso había llegado al extremo de ponerle casa? La respuesta que imaginó hubiera recibido una clasificación no apta para menores de edad por cualquier concejo censor. De cualquier modo, una vez llegado el momento de la verdad, nervioso, tocó el timbre frente a él.


    En vano lo realizó tres veces más, sin recibir alguna clase de respuesta desde el interior. Mientras esperaba se dio a la tarea de contemplar superficialmente la triste estructura del conjunto de departamentos donde residía su compañera, muy diferente al suyo. Estaba muy despintado, a no ser por los coloridos rayones que los vagos hicieron con pintura de aerosol. Grandes grietas se asomaban por todas las columnas y paredes. El edificio en sí revelaba el estado de sus ocupantes. De lejos, pudo escuchar claramente cómo alguien eructaba copiosamente en el piso de arriba, los constantes ladridos de un perro que salían de un punto perdido, la discusión de una pareja un poco más allá, la triste canción de una solterona que venía del departamento de atrás del patio y sin contar los incesantes martilleos de una carpintería cercana.

    Movido por un fuerte impulso de premura, el joven posó su mano sobre la perilla de la puerta, como para asegurarse que estaba cerrada y nadie estuviera en casa. Su sobresalto fue mayúsculo, cuando al girar dicha manija la puerta se abrió frente a él. ¿Qué clase de idiota dejaba la puerta sin cerrar, en un barrio como ese? Probablemente la misma clase de idiota preciosa que pensaba que era buena idea sostener amoríos al mismo tiempo con un hombre mucho mayor que ella y un muchacho imbécil con marcados principios de esquizofrenia.

    —Hm… disculpa la molestia, ¿hay alguien aquí?— Ikari se tuvo que anunciar entonces, pues la puerta había producido un fuerte rechinido al abrirse —¿Ayanami? ¿Estás ahí?

    Nuevamente, nadie atendía a su llamado. Al asomar su cabeza por entre el espacio abierto del ingreso, pudo entrever la ausencia de personas en el interior de la vivienda.

    —Ayanami, soy Ikari— pronunció nuevamente al aire, sin saber si acaso había alguien que lo escuchara —No sé si estás en casa, pero voy a entrar…

    Había pensado que en última instancia lo mejor era cerciorarse que no hubiera nadie en casa, y de ser así dejar en un lugar visible la tarjeta que se le había encomendado entregar, y así podría marcharse de una vez por todas de aquél sitio tan deprimente.


    El lugar era oscuro y sofocante, sin ventilación palpable. Las cortinas estaban completamente cerradas, y las luces apagadas, sin nada que iluminara todo aquello, que parecía una fosa macabra. Sin ninguna clase de adorno, ni un florero, cuadro ó algún otro ornamento, absolutamente nada. Difícil creer que una mujer vivía allí. Desde cierto punto de vista, se parecía un poco a su apartamento, cuando Misato no limpiaba, con la única diferencia de la ausencia de las latas de cerveza. Observó con cierto bochorno la ropa tendida sobre la cama, cayendo por fin en la cuenta que su ocupante estaba en la regadera. Eso explicaba aquel sonido que escuchaba desde que había comenzado su intrusión.

    —¡Mierda!— soltó de improviso sin poder evitarlo, al caer en la cuenta del garrafal error que acababa de cometer. Lo que había perpetrado tenía un nombre muy claro: allanamiento de morada. Y hasta donde sabía, eso seguía siendo ilegal en su país, penado incluso con la prisión.

    A sabiendas que aún era muy joven para ir a la cárcel, el jovencito entró en pánico y quiso salir corriendo antes que pudiera ser identificado. En su premura y desesperación se le vio bastante torpe y falto de delicadeza, por lo que no reparó en la presencia de Ayanami a sus espaldas hasta que dio media vuelta y chocó con ella con sumo estrépito, viendo así frustradas sus intenciones de cualquier escape posible.


    La situación que devino entonces parecía extraída del más absurdo guión de una delirante comedia televisiva. Cuando estaba en la regadera Rei escuchó claramente los pasos de Ikari dentro de su apartamento. Sin haber terminado del todo su ducha hubo de interrumpirla, esto con el objeto de salir a reclamar la intrusión a su privacidad. Ni bien se pudo secar el cabello, se pasó una larga toalla de baño por encima del torso, que le cubría hasta el muslo y fue en tales condiciones que se decidió a encarar al atrevido invasor. Y fue así que ambos se vieron envueltos en tan penoso encontronazo. La fuerza del golpe mandó a la muchachita de espaldas planas contra el piso, aunque en un impulso instintivo quiso asirse de la camisa de Shinji para evitar la caída. Éste, aturdido, desorientado y muy asustado no pudo ser de mucha ayuda y en su lugar terminó siendo arrastrado al suelo por la fulminada jovencita. En su aparatosa caída la toalla de baño que cubría a Rei salió volando, perdiéndose entre la marejada de confusión que se sucedió.

    Todo terminaba con el muchacho encima de la postrada Ayanami, sin alguna clase de indumentaria cubriendo su descubierta anatomía. Las funciones motrices y de lenguaje del cerebro del chiquillo se detuvieron por completo debido a la fuerte impresión que acababa de llevarse y por el rápido, confuso suceder de los acontecimientos. Durante el transcurso de los eternos segundos subsecuentes ninguno de los dos pronunció palabra alguna, sus miradas en fiero combate la una con la otra. El joven Ikari, preso de aquél profundo trance, no atinaba a reaccionar de forma alguna, embargado por la apabullante sensación de sostener entre su mano el incipiente seno izquierdo de su compañera, el cual era tan suave y cálido a su tacto. Al estar perdido en la profundidad de los ojos escarlata de la joven podía divisar con toda claridad su gesto apacible, sereno, sin señal de molestia alguna en él. Ello, y la visión de sus finos labios entreabiertos, fue considerado por el abrumado chiquillo como una invitación para acercarse aún más, casi un desafío para que lo hiciera.

    “¡Nopuedesernopuedesernopuedeser! ¡Estoy encima de ella! ¡Está completamente desnuda y yo estoy encima de ella, tocándola! ¡Y a ella no le molesta! ¡No le molesta para nada! ¡Esto es... esto es como un sueño! ¡Ella es tan hermosa, tan atractiva y yo estoy tocándola! ¡Desnuda! ¡Muévete, imbécil, reacciona! ¡Ella te está esperando, no hagas que se arrepienta! ¡Haz algo, lo que sea! ¡Muéstrale que también eres un hombre!¡Pronto!”

    Tales pensamientos eran los que impelían a Shinji a la acción expedita, en tanto comenzaba a acercar su rostro al de la linda muchachita, quien seguía enmudecida, abstraída. No los separaba más que unos cuantos centímetros de distancia, pero tan corto trayecto se le antojaba una lejanía al intoxicado chiquillo, quien ya comenzaba a sentir el aliento apacible de la joven en su cara, lo que lo alentaba aún más a continuar. En dicho estado, nada lo hubiera podido detener de cumplir su cometido, a no ser por una simple y llana palabra:

    —Quítate— pronunció Rei sin mayor miramiento, en su acostumbrado tono carente de toda clase de emoción. No había en su voz ni reproche ni enojo. Quizás, únicamente la necesidad de contar nuevamente con su espacio personal irrestricto.


    Roto el hechizo al haber escuchado semejante demanda, Ikari recuperó el sentido en el acto, saltando como felino en retirada, liberando a su presa cautiva. Había caído en la cuenta que muy probablemente malinterpretó la situación a su entera conveniencia, aceptando en un sentido erróneo las inciertas señales que mandaba Ayanami con su escaso lenguaje corporal y verbal.

    —¡L-Lo siento, te juro por mi vida que no era mi intención!— dijo el muchacho precipitadamente, aterrado, retrocediendo como si la chica estuviera hecha de llamas, pegándose a la pared más cercana, la cual hubiera atravesado de haber podido, mientras que Rei se ponía en pie —¡Todo fue un accidente, un accidente, te lo digo! ¡Llamé varias veces, pero nadie me contestó, pero la puerta estaba abierta, entonces yo...!

    —¿Entonces te metiste, así nada más?— interrogó la joven en tanto comenzaba a ponerse la ropa, aparentemente sin darle importancia a que el apenado muchachito siguiera frente a ella —¿El que nadie te responda cuando llamas a la puerta es justificante para que te metas a una casa, sin alguna clase de invitación?

    Nunca como entonces Ikari se había puesto a pesar en la enorme importancia que tenían las emociones que se le daban a las palabras al momento de vocalizarlas para una comunicación efectiva. El tono mecánico de su compañera le pareció vago, confuso, pues al escucharla era incapaz de precisar si aquello había sido una pregunta retórica, ó una especie de bien disimulado sarcasmo ó es que en verdad ella desconocía lo que le estaba cuestionando.

    —Eh... pues... este... no— respondió el chiquillo, atribulado —Claro que no... discúlpame...

    —¿Qué es lo que quieres?— preguntó de nuevo la muchacha, a mansalva.

    Shinji tragó saliva entonces. En medio de todo el caos y la confusión, su aturdida mente lo había hecho olvidar la razón por la que en primera instancia se encontraba en ese lugar y había tenido que sufrir todo ese embarazoso percance, lo que lo llevaba también a preguntarse a sí mismo: ¿Qué carajos estaba haciendo ahí? Tenía algo que ver con pezones... no, no... era acerca de pantaletas ó, ó...

    —¡Tarjeta! ¡Una tarjeta!— exclamó aliviado, una vez que se pudo concentrar y dar con la respuesta que buscaba con tanto ahínco —¡Ritsuko! ¡La Doctora Akagi, ella me encargó que te entregara tu nueva tarjeta de identificación! ¡Esta tarjeta que tengo justo aquí!

    En ese momento Shinji sacó de su bolsillo la mencionada mica y la mostró como si se tratara de un brillante trofeo, pues a su entender aquello justificaba su presencia y lo redimía ante sus ojos. Ó por lo menos dejaba de ser el maniático pervertido en el que había transmutado hasta hace poco.

    —Entiendo, en ese caso, entrégamela— indicó Ayanami, mientras arrebataba el pedazo de plástico de las manos de Ikari cuando pasaba a su lado, ya que estuvo vestida y lista para salir. Una vez que alcanzó la puerta de su vivienda, volteó a su interior, donde aún permanecía su confundido compañero —Ahora puedes retirarte, ó quedarte, si es que lo prefieres... aunque debo advertirte que si buscas sustraer algo con valor material, hallarás muy poco de eso aquí. Por otra parte, si lo que te interesa es de un carácter sexual desviado, guardo mi ropa interior en el segundo cajón de aquella cómoda. Sólo trata de no llevarte toda ó de no dejarla impregnada de sustancias corporales, la tengo contada de aquí hasta el fin de semana y no deseo perder tiempo en lavarla ó tener que adquirir más antes de tiempo.


    Una vez aclarado el punto, y sin mayor protocolo, la jovencita de cabellera celeste abandonó el lúgubre recinto, cerrando la puerta tras de sí y dejando a un estupefacto muchacho dentro de su apartamento, del que no atinó a salir hasta varios momentos después, una vez que más o menos había digerido todo lo que había sucedido.


    Del lado opuesto de la ciudad, en la suntuosa zona de la periferia boscosa donde los magnates de las nuevas Tokios erigían sus magníficos palacios, el Delegado de las Naciones Unidas en Japón, Kazuo Yamasaki, se disponía a disfrutar de una agradable mañana en el club campestre del que era socio, bastante merecida por cierto, una vez que había concluido una semana laboral por demás extenuante. Habiéndola dejado ya atrás, sin mayores preocupaciones, en lo único en lo que pensaba en ese entonces era en el relajante juego de golf que le esperaba en un par de horas más. Con semblante complacido abordó la enorme camioneta blindada en la que lo transportaban, no sin antes comprobar por sí mismo que las condiciones climatológicas de aquél magnífico día eran las idóneas para llevar a cabo su actividad de esparcimiento predilecta.


    La reja de la entrada dio paso a la salida del vehículo, dejando atrás la soberbia vista de su enorme mansión pero a la vez obsequiándole el grato paisaje del refulgente bosque que le aguardaba en su camino. Abetos y demás vegetación propia de la región salían a su paso, delimitado cuidadosamente con un espléndido camino adoquinado que lo conducía hasta la salida a la carretera más próxima. La majestuosidad de aquellos parajes naturales era fastuosa, y la paz que irradiaba cada rincón de aquella estampa era contagiosa. El refrescante verde oscuro predominante tapizaba ambos lados de la brecha, y dentro de él podía distinguir a la distancia varios ejemplares de la fauna autóctona. Aves de plumaje colorido se asomaban desde sus nidos, al igual que ardillas que escalaban ágilmente por los troncos de los árboles y conejos que raudos y presurosos se dirigían a su madriguera. Su sentido de la vista parecía agudizarse, embargado por la belleza natural, pues parecía ser capaz de distinguir el más tenue movimiento dentro del espeso follaje que lo flanqueaba.

    Fue de tal manera que pudo advertir el violento estremeciemiento que producía un animal de gran tamaño, que al parecer tenía trazada una ruta directa que lo conducía a su encuentro, aplastando ramas y arbustos a su paso.

    —¡Cuidado!— alcanzó a avisar a su chofer, para que pudiera evadir ese manchón que salió de un brinco de entre la maleza justo frente a su vehículo, tratándose probablemente de un cervatillo ó alguna clase de mono muy grande.

    Las enormes ruedas del transporte giraron y frenaron con estrépito, quemando caucho, salvándose tan sólo a unos cuantos centímetros de arrollar a la imprudente criatura. Aunque cuando Yamazaki pudo discernir la especie a la que pertenecía aquél animal, que rodeó el vehículo para ponerse frente a él, su espanto subsecuente fue mayor al que hubiera tenido si acaso se hubiera topado con algún yeti u hombre de las nieves ó cualquier otra clase de bestia fantástica.

    —¡Maldita sea! ¡Me lleva el diablo, no puede ser!— exclamó frenético, casi jalándose los cabellos —¡Es ese bastardo infeliz de Rivera!

    —¡Señor Yamazaki, qué enorme sorpresa encontrarlo en este lugar!— pronunció el muchacho, resoplando sobre la ventanilla que estaba justo a su lado, a la que se aferraba como si fuera un adorno de peluche con ventosas, cuya superficie límpida profanaba con sus manos sudorosas y grasientas, además de su aliento entrecortado —Vine a la montaña para ejercitar mi condición física, pero tal parece que me perdí de algún modo que aún no me logro explicar... llevaba mucho rato dando vueltas sin poder ubicarme, hasta que escuché el motor de la camioneta... ¡Gracias al Cielo que usted pasara por aquí, me ha salvado sin duda alguna! ¡Es la providencia, lo que lo ha puesto en mi camino y no cualquier otro artilugio meticulosamente planeado para acecharlo en el momento preciso que usted pasara por aquí!... ¿Le importaría darme un aventón hasta la parada de autobús más próxima? ¡Sé muy bien que alguien tan noble como usted no podría negarse a ayudar a alguien en problemas!

    —Maldición... maldición...— mascullaba sin descanso el abrumado funcionario, hundiendo el rostro entre sus manos, sabiéndose vencido, acorralado, y sin más opción que tener que lidiar con aquél mocoso insoportable al que había estado evitando tan celosamente los pasados días y que ahora mismo abordaba confianzudamente su vehículo, sin invitación expresa ni decoro alguno.


    Nunca como entonces el trayecto hasta el Geofrente se le había hecho tan largo y sinuoso. Teniendo que tomar la misma ruta que su compañera, Shinji hubo de seguirle los pasos a la distancia, en absoluto silencio y cargando aún a cuestas el aplastante peso de la deshonra que acababa de cometer tan sólo unos minutos antes.

    Hasta ese día, el caminar detrás de Ayanami sin pronunciar palabra no le había significado problema alguno, pues era una situación que había llegado a considerar inclusive como normal. Pero en esos penosos momentos, con la herida que le producía su vergüenza aún tan fresca, aquél silencio le parecía asfixiante, recriminante, como si acaso la callada muchachita le echara en cara su falta con lo que él tomaba como un marcado gesto de desprecio, que no indiferencia, que muy probablemente era de lo que en realidad se trataba.

    —Por cierto— dijo con voz trémula, cuando descendían por una larga escalera eléctrica que los conducía a los niveles inferiores del cuartel, tratando de disipar todos esos aires de zozobra que lo aquejaban —Buena suerte con tu prueba de hoy, Ayanami...

    —¿“Buena suerte”?— repitió la jovencita, como si acaso no comprendiera el significado de aquellas palabras —¿A qué te refieres con eso?

    —Pues...— pronunció Ikari, confuso —Hoy harán ese experimento para la reactivación de la Unidad Cero, ¿no es así?

    —Es correcto, pero aún sigo sin entender lo que quieres decir...

    —Supe que la última vez que lo intentaron, las cosas se salieron de control y que pasaste un mal rato, que pudiste haber salido lastimada... ¿acaso no te da algo de miedo volver a subirte a un Eva, dado lo que pasó en esa ocasión? Fue por eso que quise desearte suerte, para que todo salga bien...

    —La suerte no tiene nada que ver con eso— repuso fríamente la jovencita de mirada carmesí, quien durante todo el curso de la conversación en ningún solo momento volteó a ver a su acompañante —Tú eres el hijo del Comandante Ikari, ¿cierto?

    —Es lo que dice mi acta de nacimiento— quiso responder en un tono de chanza, aunque no le salió como hubiera querido —Aunque últimamente estoy empezando a tener mis dudas...

    —¿Eres su hijo... y aún así no puedes confiar en el trabajo de tu padre?

    —¡Claro que no!— contestó enseguida el muchacho, sin asomo de duda —¡Habría que ser un completo estúpido como para poder confiar en un hombre sinvergüenza como él!

    Lo último que supo Shinji de sí mismo fue que en un veloz movimiento, que apenas si había podido percibir, Rei se había dado la vuelta para voltearle el rostro de una fuerte bofetada, que había reverberado por todo el amplio espacio que los rodeaba. Tan pronto como lo habia hecho, la chiquilla recobró su posición original, dándole la espalda. Su adolorida mejilla inflamada era la única evidencia de que aquél súbito desplante, por parte de la persona más inexpresiva que conocía, efectivamente tuvo lugar, y no solamente lo había imaginado, como en un principio pensó.


    Luego de varios minutos de tedioso trayecto, durante los cuales se había llevadoa cabo una improvisada audiencia en el interior de la camioneta del delagado, el resultado que ésta arrojaba era irrevocable:

    —¡¿Improcedente.?!— pronunció Kai, incrédulo, citando las palabras del funcionario que lo acompañaba —¡A mí no me venga con ese cuento!

    —Le aseguro que desconfiar de mis palabras, Doctor Rivera, no cambia el irrefutable hecho de que el aprobar su solicitud escapa totalmente a todas mis funciones. Puede investigarlo con sus contactos extranjeros, si es que lo prefiere— contestó su interlocutor, quien degustaba un vaso de whisky escocés bastante cargado —Pero permítame ahorrarle todo ese esfuerzo y serle completamente franco: no creo que haya alguien, aquí en Japón, que pueda darle una solución a su dilema... Antonio Rivera era el líder terrorista más buscado por todas las agencias de seguridad internacionales... la disposición de sus restos es un asunto muy delicado, que compete directamente al Consejo de Seguridad de la O.N.U. resolver... y la verdad sea dicha, ambos sabemos muy bien quién es el que en realidad toma todas las decisiones en ese órgano de gobierno...

    —Lorenz— musitó el jovencito, con aire funesto. Cada vez que pronunciaba ese nombre sentía trepar un horrible escalofrío por toda su columna.

    —Por muy frustrante que le resulte, lo más aconsejable que puede hacer es lidiar con la resignación y desentenderse de todo este espinoso asunto. Tenemos que comprender que hay muchas cosas en las que nos vemos envueltos que escapan a nuestro control, lamentablemente esta fue una de ellas; lo mejor es olvidarlo lo más pronto posile y no dejar que afecte el satisfactorio desempeño de nuestras labores... vuelva a su trabajo, Doctor Rivera, es lo único que queda...

    —Qué gracioso que lo mencione, señor Delegado, porque en últimas fechas no tengo idea cuál sería la función que tengo que desempeñar, a raíz de este trabuco que ustedes y el señor Ikari armaron a mis espaldas, para sacarse de la chistera el dichoso convenio con NERV al cual ahora mi equipo y yo nos tenemos que apegar...

    —Soy el primero en admitir que la redacción de dicho documento se realizó de una manera un tanto precipitada, lo que deja espacio a vaguedades y vacíos legales, pero ya estamos trabajando para corregir esas pequeñas inconsistencias y poder entregar un dictamen que satisfaga a todas las partes.

    —¿Todas las partes? ¿Qué otras partes puede haber? ¡Aquí debe haber una sola parte: la nuestra! ¡Mi equipo de trabajo cumplió en tiempo y forma todos los objetivos trazados! La construcción de una unidad Evangelion mucho más eficiente que las desarrolladas previamente, a un costo mucho menor y en un plazo relativamente más corto. La terminación efectiva de las Entidades de Destrucción Masiva a las que se enfrente nuestro Eva en una situación de combate real... la División a mi cargo efectuó todas estas tareas sin la necesidad de que ni Ikari ni sus esbirros metieran las narices. A mi entender, de esta forma queda de manifiesto que una agencia inflada y con evidente sobrepeso, como NERV, está de más en tales circunstancias. Así que dígame, señor Yamazaki, ¿para qué demonios la necesitamos? ¡A mí se me hicieron promesas que no han sido cumplidas!

    —Doctor Rivera, nadie duda de su extensa capacidad para encargarse de tales encomiendas, y a todos los que estamos inmiscuidos en estos asuntos de política internacional nos queda bastante claro que, dadas sus excepcionales habilidades, si acaso el tiempo y los futuros acontecimientos lo permitieran, usted está llamado a ser uno de los próximos líderes mundiales en los años por venir. Todos quisiéramos ver con ahínco hasta donde lo emcumbrarán sus dones como eminencia científica y como ser humano, y hasta qué grado de desarrollo podría llevar a la raza humana bajo su dirección. Pero tiene que entender que en estos momentos, por muy competente que haya demostrado ser, sería bastante prematuro y hasta ingenuo depositar tamaña responsabilidad en alguien tan joven como usted. De eso es lo que se trata todo: usted aún es muy joven, demasiado para el gusto de muchas de las personas que inciden en el entramado gubernamental del que formamos parte. En bastantes ocasiones ha manifestado adolecer de tacto y oficio político para conducirse, cosa que en contraparte Gendo Ikari tiene en demasía. Esa es la diferencia fundamental que existe entre ambos y que inclinó la balanza por el último. Y esas cualidades no las otorgan los estudios, sino los años y años de experiencia de los que usted carece. En conclusión, y para ponerlo en terminos más mundanos, aún es muy pronto y debe esperar por su turno al bat. Su momento llegará, mientras tanto confórmese con las cartas que tiene y con el hecho de saber que desde su posición actual aún puede mantener bien vigilado al señor Ikari.

    —Gendo Ikari sabe portarse bien, sonreír, hablar bonito y moverle la colita a las personas influyentes, eso ya lo sé muy bien... pero creo que me ha confundido, señor delegado, yo en ningún momento dije que quería el puesto de ese fantoche... por mí, pueden asignar en esa silla a quien les pegue la gana, el punto que quiero que quede muy bien asentado es que de ninguna forma se puede consentir que algo tan importante como la seguridad del mundo entero se siga subrogando como hasta ahora. Ese deber es responsabilidad única y exlusiva del Estado, y no podemos permitir que un ente semi-privado, como el barril sin fondo que es NERV, continúe devorando el grueso del presupuesto mundial bajo esa excusa, para sabe qué fines... ¡Las cantidades de dinero que está gastando esta gente son absurdas! He observado un gran número de anomalías en el gasto corriente de estos tipos: compras a precios sobreinflados, contratos sin ninguna licitación previa, casi todos con empresas externas creadas de la noche a la mañana., cuyos representantes legales no son sino prestanombres de Ikari... ¡justo como lo que ocurre con Tatsunoko Corporation! ¿No les da ni tantita curiosidad de saber a dónde va a parar tanta plata?

    —Nuevamente se está dejando llevar por antipatías personales, Doctor Rivera— acotó Yamazaki mientras se servía un buen trago más de licor, para poder soportar toda la tensión que se iba acumulando en sus nervios —Y créame cuando le digo que esas cosas son muy malas consejeras... si lo que aduce es un enriquecimiento ilícito por parte de Gendo Ikari, de una vez le digo que ese es un callejón sin salida. Hemos investigado a fondo todas sus posesiones y finanzas personales, y lo único que tiene es un pequeño fondo de inversión en un banco europeo, un par de departamentos en la parte vieja de la ciudad y un viejo automóvil que ya nunca usa. Estaría completamente limpio, de no ser porque dicho vehículo tiene una multa sin pagar por estacionarse en un área prohibida.

    —¡Oh, eso está bien! ¿Así que todos podemos respirar aliviados y confiar plenamente en esa sabandija, sólo porque el tipo vive como un monje? ¡Si me lo preguntan, esa es una razón más para ponerse suspicaces con el paradero de tanto recurso desperdiciado por él! ¡Por lo que sabemos, con todo ese dinero bien podría estar armando un ejército entero para apoderarse del mundo ó algún disparate parecido!

    —No necesitamos suspicacias, Doctor, sino pruebas contundentes... ¡Pruebas! Y es su trabajo estar bien atento a los movimientos de NERV para conseguirlas en su momento, y presentarlas directamente al Secretario General durante sus reuniones semestrales... de ahí en más, debe entender que es muy poco lo que un humilde servidor público de mi nivel puede hacer por ayudarle... solamente le ruego que trate de conducirse con más diligencia en el futuro. Cada vez que usted se ve inmiscuido en algún enredo, del tamaño que sea, mi oficina se sobresatura con tanto papeleo que queda para poder limpiar sus pasos... como aquella ocasión en la que...


    Su disertación fue abruptamente interrumpida cuando observó un vehículo tipo jeep emerger desde una de las colinas que la carretera en la que transitaban bordeaba, descendiendo rápidamente por su pendiente para poder salirles al paso.

    —¡¿Pero qué creen que están haciendo esos lunáticos?!— preguntó Yamazaki fuera de sí, tomando nota de la peligrosa maniobra que efectuban los tripulantes de dicho automotor, el cual no tardó en emparejarseles.

    Cuando eso sucedió, tampoco le tomó mucho tiempo al funcionario público dilucidar la identidad ni los motivos de aquellas personas, una vez que comenzaron a asomarse por afuera de sus ventanillas, apuntándoles con armas largas de alto calibre.

    —¡Ay, no! ¡No, no puede ser! ¡Mierda, mierda, mierda y mil veces mierda!— estalló el despavorido hombre, perdiendo toda clase de compostura al darse cuenta de la difícil situación en la que se encontraba —¡Puta madre, son ellos! ¡Esos buenos para nada me aseguraron que habían matado a todos los pulgosos simios socialistas que habían entrado al país! ¡Carajo, siempre me tienen que pasar estas cosas a mí!

    Los múltiples impactos de bala que se abatieron sobre el vehículo blindado que abordaban daban buena cuenta de las intenciones hostiles de sus atacantes, así como también los sucesivos intentos por volcarlos al golpearlos de costado con su jeep, esto pese a las desesperadas maniobras que realizaba el conductor. A los tres, compañeros todos en el infortunio que el destino les hacía compartir, les quedaba bastante claro que no todas las fuerzas insurgentes del Frente de Liberación Mundial habían sido abatidas después de su fallida incursión en el Geofrente. Por lo menos una célula había sobrevido y logrado escapar, que era el grupo que precisamente en esos momentos buscaba acabar con ellos.

    —¡Esto va por la memoria del Comandante Chuy, perros imperialistas!

    —¡El 23 de Marzo no se olvida, hijos de perra!

    —¡Mueran, enemigos de la humanidad libre!

    —¡Rivera asesino traidor, te vas a morir, cabrón!

    Gritaban los agresores en español, entre cada ráfaga de disparos que efectuaban, como si quisieran despejar cualquier duda que quedara con respecto a su afiliación. Uno de los proyectiles había dado en una de las llantas traseras de su vehículo, la cual reventó al instante y los hizo derrapar de lado a lado, haciéndoles reducir considerablemente su velocidad. Era evidente que de proseguir la emboscada de la manera que había estado ocurriendo, el blindaje con el que contaba la camioneta no los salvaría de volcarse y quedar a merced de los pistoleros que los asediaban.

    —¡Lárgate de aquí, chiquillo idiota, es a ti al que buscan!— vociferaba el aterrorizado Yamazaki a su acompañante, empujándolo del rostro a la par que abría la puerta detrás de él, queriendo expulsarlo de su vehículo a como diera lugar —¡Aléjate, aléjate de mí! ¡Yo no me puedo morir, tengo familia! ¡Esposa, hijos, no puedo dejarlos solos! ¡Lárgate, es a ti al que quieren!

    —¡Espera, imbécil! ¡Seguimos moviéndonos, me vas a matar!— decía el muchacho mientras forcejeaba con él, ya con medio cuerpo fuera de la desvencijada camioneta y aferrándose a su interior hasta con las uñas, observando desesperado como los hostiles a su lado sacaban un lanzagranadas y se aprestaban para usarlo —¡Deténte maldito estúpido, no sabes lo que haces! ¡Van a matarte de todos modos!

    —¡Fuera, dije!— terminó diciendo el delegado, apoyándose con la espalda en su respaldo para asestarle una poderosa patada al joven en pleno rostro, lo que terminó por arrojarlo a la carretera a sus espaldas.


    Lo más lamentable del caso fue que aquella no era la primera vez que aquél joven era aventado desde un vehículo en movimiento. Por tal razón, en cuanto dejó de sentir cualquier clase de resguardo, por reflejo adoptó una posición fetal y cubrió su cabeza con ambos brazos. La probabilidad de quebrarse todos los huesos era bastante alta, pero la meta era sobrevivir. Cómo muñeco de trapo a la deriva, su cuerpo fue dando tumbos en cuanto chocó con el pavimento, sin detenerse hasta caer en una ladera al lado del camino, politraumatizado e inconsciente.

    Por otra parte, sin reparar en que uno de los ocupantes del vehículo que atacaban había sido desalojado a la fuerza, los guerrilleros descargaron su potente munición a quemarropa, haciendo estallar a la camioneta en una bola de fuego que la consumió por completo, matando a sus indefensos ocupantes en el acto. Los vestigios calcinados quedaron con las derretidas llantas apuntando hacia arriba, en tanto que los hostiles se daban a la huída en cuanto escucharon el lejano ulular de sirenas a la distancia, y las aspas de un helicóptero que se acercaba a su posición, sin saber que dejaban a su principal objetivo varios metros atrás, listo para que hubieran podido rematarlo en cualquier momento.


    Ignorantes de momento de tales circunstancias, dentro del Geofrente no había razón por la cual las actividades diarias no pudieran seguir su curso programado, como era el caso de la reactivación de la Unidad Cero.

    El gigantesco ente biomecánico se erigía tan alto como era por toda la inmensa cámara de pruebas en la que se encontraba. Compartía varias características físicas con sus hermanos menores, como las dimensiones colosales y la apariencia humanoide. Era en la parte superior del cuerpo donde más diferencias se encontraban, al estar desprovisto de los alerones verticales que salían de los hombros de las otras unidades Eva, además de la forma del casco que cubría su cabeza, pues era más parecido al de un policía antimotines que a las máscaras de demonio de los otros robots. En la careta que cubría su rostro había un único ojo, clavado justo a la mitad de su mecánica faz, muy parecido al lente de una cámara fotográfica. Todo ello en conjunto terminaba dándole una apariencia de un mítico cíclope ataviado con una armadura color ocre grisáceo, a la que ni siquiera se habían tomado la molestia de pintar. Una decisión prudente, al tratarse solamente de un prototipo, el cual sus creadores nunca estuvieron del todo seguros que alguna vez podría llegar a funcionar correctamente.


    Correspondía a su joven piloto, Rei Ayanami, la Primer Elegida, demostrarle a todo mundo que activar aquella monstruosidad mecánica sin cualquier tipo de riesgo era posible. Instalada ya en la cabina en el interior, aguardaba a que llegara su momento para actuar, en tanto se completaban los numerosos preparativos que antecedían a la hora de la verdad.


    Pese a lo que previamente le dijo a Shinji, una vez que estuvo confinada dentro del Eva, una sensación de ansiedad comenzó a invadirla sin que pudiera hacer algo por evitarlo. De manera irremediable, los amargos recuerdos de lo que ocurrió la última vez que estuvo en semejantes condiciones se apilaban uno detrás de otro en su consciente, menoscabando la tan preciada concentración que deseaba conservar. Debía confesarse a sí misma que le había dicho a su compañero sólo una media verdad. No es que desconfiara de las habilidades del Comandante Gendo Ikari para la construcción de aquél armatoste, sino más bien desconfiaba terriblemente de sus propias habilidades para pilotearlo y llevar a cabo las tareas que se le habían encomendado. La afligía sobremanera el que el estado de su corazón provocara que volviera a traicionarse a sí misma.


    Intentando serenarse como podía, en aquellos instantes evocaba la memoria de una conversación sostenida con Kai hacía tiempo atrás, poco después de su primer combate en el Eva Z.

    —¿Me dirás cómo lo lograste?— le preguntó ella, mientras ambos degustaban un cono de helado sentados sobre una banca de un solitario parque cercano a su domicilio —¿Cómo lograste mover un Eva en tu primer intento?

    —No tengo idea, a decir verdad— contestó Rivera, apurándose a comer su postre antes que se derritiera demasiado y perdiera su deliciosa consistencia —Ni siquiera había estado en el interior de una cabina antes de eso, así que no tenía cualquier clase de antecedente previo... no sabía que esperar, al momento de abordar... supongo que eso me ayudó a no tener tanto miedo, aquella ocasión sólo se limitaba a ver si podía hacerlo ó no, no había otras opciones...

    —Entonces... ¿no hubo miedo? ¿Ni siquiera... un poco?

    —El miedo siempre estará presente, es una condición natural del ser humano, me supongo... pero más que otra cosa, el miedo es una herramienta, un instrumento que nos mueve a la acción, ya sea para escapar de un peligro ó para enfrentarnos a él. Todo depende de cómo estés dispuesto a utilizarlo... piensa en cómo te sientes al conocer a alguien que nunca habías visto antes. No sabes absolutamente nada de esa persona, y la única referencia que tienes de ella es la apariencia que proyecta al exterior. En esos momentos no tienes forma de saber qué se oculta detrás de esa pantalla. Podría ser un maniático asesino... ó la mejor persona que jamás llegaras a conocer, quién sabe. El caso es que si permites que tu miedo a salir lastimada te haga alejarte desde un principio, dicho estado de incertidumbre no cambiará y nunca sabrás quién era realmente esa persona. Lo mismo pasa con los Evas. Esos cachivaches son muy parecidos a las personas, hasta podría decirse que poseen mente y personalidad propia. En síntesis: si no te abres con él, el Evangelion no se moverá. Si te abres a ellos, y te permites llegar a conocerlos, entonces podrás crear un vínculo. Y entonces pilotearlos podrá ser como el reencuentro con un viejo amigo... ó el añorado regreso a casa... ¡Joder, sólo escucha el montón de cursilerías que me haces decir!

    —Lo haces parecer tan fácil... pero no creo que todos podamos enfrentar nuestros temores de la manera en que tú lo haces...

    —Tal vez... pero si me dejas ser honesto contigo, el problema es que a veces pensar demasiado puede ser un verdadero problema. A veces, sólo a veces, lo que necesitamos es callar todas esas vocecitas en nuestra cabeza, despejar nuestra mente de toda interferencia, ya sea externa o interna, y dejarnos llevar... echarnos de cabeza al vacío y esperar alcanzar ese sitio al que queremos llegar...

    —Qué curioso que lo menciones... fue exactamente lo que hice cuando me decidí a estar contigo: simplemente dejarme llevar por mis impulsos e ignorar toda clase de precaución ó sentido común, aún cuando lo más logico era salir corriendo...

    —¡Oh, así que este es tu modo de querer molestarme! ¡Muy buen intento! Pero tienes una manchita de helado en el labio, déjame quitártela...

    El muchacho lo hizo dándole un tierno beso, que puso fin a su charla y daba comienzo a una serie de caricias y demás muestras de cariño entre los dos.


    Con la reconfortante sensación que evocaban aquellos dulces recuerdos, la jovencita se dispuso entonces a seguir el consejo de su pareja, buscando serenarse y despejar su mente. Su corazón en esos momentos seguía igual de perturbado y confundido que la primera vez que se subió a la Unidad Cero, puede que incluso más. Pero si en aquella ocasión su corazón fue lo que la traicionó, entonces ahora por fuerza debería buscar en un lugar más allá de su corazón para poder tener éxito donde antes había fracasado.

    Para poder tranquilizarse y conseguir concentración total, hubo de emplear el único método efectivo que conocía para poder lograrlo. Así que, aunque no estuviera segura de si aún le estaba permitido hacerlo, juntó sus palmas y comenzó a orar en latín, con una voz muy baja, casi imperceptible, más por la fuerza de la costumbre impuesta que por su endeble fé y vacua devoción:


    “Sálve Regína, Máter misericórdiae;

    Vita, dulcédo, et spes nóstra, sálve.

    Ad te clamámus, éxsules, fílii Evae.

    Ad te suspirámus, geméntes et fléntes

    in hac lacrimárum válle...”


    “Dios te salve, Reina y Madre, Madre de misericordia; vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A ti clamamos los desterrados hijos de Eva. A ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas...”

    —Rei— la interrumpió entonces la profunda voz de Gendo Ikari, quien hacía uso del dispositivo interno de comunicación —¿Puedes escucharme?

    —Sí— contestó la muchachita, fuerte y claro, alistándose para lo que se aproximaba.

    —Ahora daremos comienzo al experimento de reactivación de la Unidad Cero.

    —Sí...


    —Inicien la conexión primaria— indicó el comandante, una vez que se aseguró que la piloto se encontraba lista para el procedimiento.

    —Conecten el suministro principal de energía— ordenó a su vez la Doctora Akagi, desde su estación.

    —El voltaje ha excedido el punto crítico— comunicó Maya, a su lado.

    —Entendido. Conduzcan el formato a la segunda fase— respondió Ritsuko enseguida.

    Por mucho que intentaran disimularlo, lo cierto es que todos en la sala de controles estaban al borde sus asientos, con las mandíbulas bien apretadas. Había algunos que incluso ya se estaban preparando para revivir una reproducción exacta de lo que había sucedido la última vez que se atrevieron a meterse con Cero.

    —Conectando a la piloto con el Eva 00— anunció Shigeru Aoba, quien estaba listo para salir corriendo en el momento que escuchara la primer alarma.

    —Abriendo todos los circuitos— dijo Maya, bien atenta a cualquier señal que llegara de su consola, para luego soltar con cierto dejo de alivio: —Las condiciones de los pulsos armónicos son óptimas...

    —No existen problemas con la sincronización— expuso Shigeru a su vez, un poco más tranquilo que momentos atrás —Todos los enlaces nerviosos se han completado. Los dispositivos nerviosos centrales están funcionando...

    —Revisando… no hay errores en las conexiones— pronunció por el altavoz una operadora anónima.

    —Enterados. Comenzamos a acercarnos a la frontera absoluta— en esos instantes nada hubiera logrado que Maya despegara la vista del monitor en su estación, comenzando un conteo regresivo como si estuviera anunciando un despegue de cohete espacial —2.5, 1.7, 1.2, 1.0, 0.8, 0.6, 0.5, 0.4, 0.3, 0.2, 0.1... ¡Y aumentando! ¡Frontera superada! ¡La Unidad Cero se ha activado!

    El anuncio de Ibuki fue como si unos cálidos rayos de sol atravesaran y dispersaran la gruesa nube de incertidumbre que se había cernido sobre todos los presentes, quienes por fin pudieron relajarse luego de los angustiosos pasajes que habían transcurrido desde que inició el experimento.

    —Enterada— incluso la piloto no podía ocultar la satisfacción que impregnaba su tono monocorde —Doy inicio a la prueba de conexión…


    Estaban en tales menesteres, cuando de improviso sonó el teléfono en el escritorio del Comandante Ikari. Debía tratarse de algo muy urgente, pues pocas eran las personas que tenían acceso a esa línea directa con el máximo líder de NERV. Aún así, el comandante no dio señas de contestar el llamado, y en cambio miró de soslayo al Profesor Fuyutski, a su lado como casi siempre.

    —No soy tu maldito secretario, ¿sabes?— le recriminó molesto el hombre de cabellera canosa, al tiempo que se abalanzaba a contestar el aparato —Habla Fuyutski, diga... ¿en serio? ¡No puede ser! ¡¿Justo ahora?! ¿Y cómo fue que...? Oh, ahora entiendo... ¿Y qué hay con...? Ya veo... eso es algo bastante problemático... de momento, hagan lo posible por contener la escena para que no se haga del dominio público... sí, nosotros nos haremos cargo... por supuesto, envíaremos un equipo a la locación lo antes posible... así es, Ikari se comunicará con ustedes a la brevedad para girar las instrucciones pertinentes... con su permiso...

    El viejo profesor hizo un profundo sonido gutural, el cual realizaba siempre que algo lo molestaba sobremanera, a la vez que colgaba lentamente el teléfono, acaso como si estuviera reflexionando profundamente sobre alguna cuestión apremiante.

    —¿Y bien?— inquirió enseguida Ikari, cuya curiosidad había sido despertada al reparar en la reacción de su colega.

    —Una célula sobreviviente del F.L.M. en Japón acaba de volar en pedazos la camioneta del Delegado Yamazaki, con él y su chofer dentro... en estos momentos, las Fuerzas de Auto Defensa del gobierno japonés se enfrentan a ellos...

    —Eso es... bastante inesperado— pronunció Gendo, evidentemente sorprendido.

    —Ni tanto— acotó Kozoh enseguida —Los reportes indican que Rivera iba a bordo de ese vehículo al momento del ataque...

    —¿Y... acaso él está...? ¿El chiquillo está...?

    —No sueñes. Los rescatistas lo encontraron policontundido a un lado de la carretera, aparentemente en un estado comatoso. Al parecer Yamazaki le salvó la vida, arrojándolo del vehículo en marcha. En estos momentos es trasladado al Hospital General de Tokio 3....

    —Ese sujeto es más difícil de matar que una cucaracha rastrera— observó Ikari con sumo desgano, mientras reanudaba la vigilancia de la prueba que se llevaba a cabo en esos momentos —Avisen a Katsuragi y dejen que ella se haga cargo de todo el asunto... con un poco de suerte, ese cretino habrá sufrido un daño cerebral irreversible y dejará de ser la molesta piedra en mi zapato...


    —Un objeto no identificado se aproxima a costas japonesas— anunció entonces Makoto Hyuga a través de los altavoces, interrumpiendo la charla entre los dirigentes —Es un Código Azul confirmado. Se trata del Sexto Ángel...

    —¡El Sexto Ángel!— Fuyutski exclamó entonces, con sorna —¡Y nosotros con un piloto menos! ¡Vaya que es bastante oportuno! Apuesto que en estos momentos no te importaría tener alguna piedra en el zapato, ¿ó no, Ikari?

    —Es irrelevante— masculló a secas el comandante —Tengo confianza en que nuestros pilotos podrán hacerse cargo de la situación... es hora de mostrarles a todos de nuevo que NERV puede encargarse de los ángeles sin ningún tipo de ayuda...

    —¡¿No estarás pensando en utilizar a Cero, loco bastardo?!

    —Por supuesto que no... aún no está listo para luchar— contestó Gendo, para luego ordenar con puño de hierro: —¡Interrumpan la prueba! ¡Todo personal, diríjanse a sus puestos de combate, nos encontramos en la primera fase de alerta! Doctora Akagi, ¿cuál es el estado de la Unidad Uno?

    —Estará lista para la acción en 380 segundos, comandante— respondió Ritsuko de inmediato, para luego avocarse de lleno a la ejecución de tales preparativos.

    —Asegúrense que la Capitana Katsuragi no se entere de lo de Rivera hasta que la batalla haya concluido— rectificó luego Ikari, instruyendo discretamente al Profesor Fuyutski a su lado —No podemos permitir que semejante distracción afecte su juicio durante el combate.

    —Qué considerado de tu parte, Ikari— ironizó entonces el ajado profesor —¿Y qué hay de Rei? ¿A ella sí se lo dirás ó es que tampoco quieres que se distraiga?

    Gendo pareció cavilar un poco en ese instante, permaneciendo impasible por unos cuantos momentos, para luego dirigirse al fin a la jovencita que estaba a bordo del Eva 00.

    —Rei... de momento tenemos que dar por terminada la prueba— el hombre barbado añadió una pausa entonces a su comunicado, como si estuviera esperando por algo, pero finalmente sentenció lacónicamente: —Regresa...

    —Sí, señor— asintió Ayanami, dentro de su cabina.

    Pese a lo abrupto de su conclusión, la muchacha podía sentirse satisfecha de su desempeño durante todo el desarrollo del experimento del que había formado parte. Esta vez no hubo gritos de terror ni violentas sacudidas ni locura inenarrable. ¿Acaso finalmente había domado al monstruo que se supone debía dirigir? Era difícil afirmarlo, pero no había duda que ese día había dado el primer paso, y uno bastante grande, para lograr su consecución. Mención aparte merecía la ayuda que le había representado seguir los consejos de Kai, al que sin falta debería especialmente agradecer la próxima vez que lo pudiera ver.

    De tal modo, al verse súbitamente liberada de todas las tensiones que hasta hace poco le aquejaran, mientras los sistemas de su robot gigante eran desconectados, Rei se daba el lujo de poder dejarse caer pesadamente sobre su asiento y soltar un hondo suspiro de alivio, el cual produjo una serie de burbujas a través del medio líquido en el que estaba inmersa.


    Por su parte, Misato continuaba con sus infructuosos esfuerzos por comunicarse con el mencionado jovenzuelo y enterarlo de la apremiante situación en la que se encontraban. Cada vez que marcaba al teléfono móvil del muchacho, éste la mandaba directamente al correo de voz, indicándole que dicho aparato estaba apagado. Aún estaba molesta con él por el incidente de la noche anterior, por lo que su incapacidad de contactarlo exacerbaba aún más su enojo hacia con aquél muchacho, quien suponía que no contestaba a sus llamados por voluntad propia.

    —¿Dónde cuernos se habrá metido ahora este tarado?— refunfuñaba la capitana con cada nuevo intento, apretando su celular con la misma fuerza con la que hubiera estrujado el pescuezo de su protegido de haberlo tenido a mano —¡Nunca está cuando se le necesita! ¡Más le vale tener una muy buena razón para tener su teléfono apagado, ó juro que yo misma lo cazaré como a una rata y lo sacaré del agujero en donde se le haya ocurrido meterse! Lo siento, Comandante Ikari, no he logrado comunicarme aún con el piloto de la Unidad Zeta...

    La forma como moduló su colérico tono de voz hasta lograr el humilde timbre con el que se dirigió a su superior era, sin lugar a dudas, muestra innegable de cualidades histriónicas excepcionales, de lo que tomaron nota todos los que habían podido escucharla antes, durante el transcurso de sus efusivos berrinches.

    —En ese caso, deberemos hacer frente a la amenaza en curso con nuestros propios recursos, Capitana Katsuragi— respondió Ikari, intentado no mirar hacia donde se encontraba el Profesor Fuyutski, quien lo observaba con deferencia, reparando también en lo buen actor que podía ser su compañero.

    —Entendido, señor...


    El Sexto Ángel sería el delirio de todo estudiante de geometría, del nivel que fuera. Se trataba de un descomunal octaedro de más de cien metros de altura total. Era un poliedro convexo regular de ocho caras y doce aristas, cuerpo volumétrico cuya superficie era reflejante como la de un espejo, y que flotaba grácilmente como cometa al viento por el espacio aéreo japonés, causando un silbido armónico casi musical cuando cortaba las corrientes de aire durante su desplazamiento. Dos piramides puestas una sobre la otra, compartiendo una misma base y cuyos bordes superiores apuntaban en direcciones opuestas, cuya forma relativamente sencilla resultaba ser una bendición para todos los encargados de analizar los datos que generaban su manifestación física, en contraste con las alucinantes apariencias tomadas por sus antecesores. Su sola presencia movilizaba a poblaciones enteras a su paso, que debían evacuar y tomar refugio de inmediato, acompañadas siempre por el funesto eco de las alarmas antiaéreas.

    —El objetivo ha dejado Tonosowa— informó uno de los técnicos que monitoreaban el movimiento del enemigo —Será cuestión de minutos para que alcance nuestra posición si mantiene su curso y velocidad actuales.

    —El Eva 01 comienza con los procedimientos para su lanzamiento— comunicó otro de esos empleados sin rostro a través de las bocinas —Liberando cerrojo primario...

    —Cerrojo primario liberado— confirmó Shinji desde su cabina, casi suspirando.

    Había pensado que su próximo combate sería al lado de Rivera, y aunque por un lado le aterraba tener que confiarle su seguridad a ese patán desequilibrado, por otra parte había albergado la esperanza que su responsabilidad disminuría al ser compartida por ambos. Pero como siempre, el idiota se había encargado de arruinar todo y volvía a dejarlo solo y sin respaldo. ¡Al demonio con él!

    —Enterado. Liberando ahora el cerrojo secundario...

    —El objetivo se encuentra sobre el Lago Ashino— notificó uno de los operadores, alertando de la proximidad de su blanco.

    —La Unidad Uno está lista para el lanzamiento— dijo Maya entonces, como si quisiera tranquilizar a todos con aquella nueva.

    Una sola indicación de la Capitana Katsuragi bastó para que el colosal artefacto humanoide fuera catapultado a través del laberinto de túneles por el que podría acceder a la superficie:

    —¡Lanzamiento!


    Así que mientras el Evangelion morado realizaba su recorrido por los túneles debajo de la ciudad, una vez más Misato utilizaba su celular para tratar de acceder a Rivera. Había llegado al punto en que su enfado comenzaba a dar paso a la preocupación por desconocer el paradero del joven, alentada por un extraño presentimiento que se manifestaba como una opresión que sentía en el pecho.

    —¿Dónde estás? ¡Contesta, demonios!

    El que esa ocasión pudiera escuchar el tono de marcado llegó a tranquilizarla de momento, sabiendo que el dispositivo móvil por fin había sido activado. En cuanto obtuvo el enlace todos sus temores se disiparon y enseguida pudo soltar sin más:

    —¡Por fin te dignas a contestar! ¡¿Se puede saber dónde demonios estás?! ¡Aquí estamos en medio de una crisis, por si no lo sabías, cretino! ¡Así que mueve tu trasero, porque te quiero aquí lo antes posible, ó lo lamentarás! ¿Te quedó claro?

    —¿Estoy... estoy hablando con algún familiar del Doctor Kai Rivera?— la voz desconocida que respondió del otro lado de la línea provocó un hueco en el estómago de la mujer, como si alguien le hubiera dado un fuerte golpe que la sofocara, lo que le impidió responderle al extraño, que continuaba: —El Doctor Rivera sufrió un grave percance y en este momento recibe los primeros auxilios de urgencia en una ambulancia que se dirige al Hospital General de Tokio 3. Tiene que trasladarse hasta ahí lo antes posible, necesitamos la historia clínica del paciente cuanto antes y además...

    Los eventos sucesivos se precipitaron con suma rapidez, sin que la mujer con rango militar pudiera despabilarse para hacerles frente, con las rodillas flaqueándole y amenazando con tirarla al piso. Ni bien había podido digerir del todo aquella terrible noticia, habiéndose quedado congelada y sin habla, cuando de repente Shigeru advertía a todos, sumamente sobresaltado:

    —¡Se ha detectado una reacción muy alta de energía en el blanco!

    Además de eso, en los monitores que vigilaban el accionar de la criatura invasora se podía apreciar claramente como la entidad cambiaba su trayectoria, para tomar rumbo hacia el punto donde emergería la catapulta del Eva 01, al igual que había sucedido con Zeta en el combate anterior.

    —¡Su espiral de energía se está incrementando y concentrando!— vociferó el joven oficial técnico, dando cuenta nuevamente del proceder de su enemigo.

    —¡Se está preparando para atacar!— anunció Ritsuko, impotente para poder hacer algo para prevenirlo, salvo musitarle al piloto una sola indicación, bastante incierta y escueta además: —¡Esquívalo!


    Shinji no pudo hacer caso de la advertencia, despojado del tiempo para poder lograrlo. En cuanto la plataforma que lo transportaba se detuvo al emerger a la superficie, todo ocurrió en fracciones de segundo. Apenas si pudo divisar un intenso resplandor delante suyo, causado por una descarga de energía que salió disparada en forma de haz luminoso desde una de las aristas de su enemigo flotador. La ráfaga deshizo limpiamente todo un edificio de veinte pisos delante de él, antes de impactarse de lleno sobre el pecho del desprevenido robot, cuyo piloto soltó un ensordecedor y profundo grito de agonía al verse prisionero en su cabina, la cual se había convertido en una enorme olla a presión con todo el líquido que lo embargaba alcanzando su punto de ebullición, amenazando con cocerlo como a un estofado de pollo.

    El espantoso alarido del joven aún resonaba en los tímpanos de Misato Katsuragi, quien hasta entonces pudo volver a ubicarse y reaccionar a lo sucedido, aunque al igual que todos los que la rodeaban solamente pudo pronunciar horrorizada el nombre del muchacho, impotente de momento para poder ayudarlo:

    —¡Shinji!
     
  12.  
    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

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    El Proyecto Eva
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    Capítulo Ocho: "Rei Ayanami"

    “C`mon baby, light my fire”
    (Vamos nena, enciende mi fuego)


    The DOORS


    —Hola. Lamento no haber podido llegar antes, pero hoy tuve un día bastante pesado en el trabajo. Tengo un terrible dolor de cabeza que no me puedo quitar y la espalda está matándome. Creo que simplemente hoy no debí haberme levantado de la cama. El turno empezó bastante temprano, sabes que teníamos programada la prueba de reactivación de la Unidad Cero, y a pesar de que todos nos estábamos comiendo hasta las uñas de los pies durante los preparativos, a final de cuentas todo salió mucho mejor de lo esperado. Seguramente te dará gusto saber que tu adorada Rei por fin pudo activar a ese monstruo sin que intentara asesinarnos a todos, parece que esa muchachita no será tan inútil como pensé en un principio. De cualquier modo, no hubo mucho tiempo para festejar, pues casi enseguida que se logró activar a Cero recibimos el reporte del avistamiento del Sexto Ángel, al cual MAGI designó como Ramiel. ¡Vaya nombrecito! ¿No crees? Me han dicho que significa “Trueno de Dios” ó algo por el estilo, pero en realidad no puse mucha atención al archivo de descripción, aunque el nombre me pareció bastante adecuado. El bicho malnacido acabó con nosotros sin siquiera darnos la oportunidad de pelear. En cuanto despaché al Eva 01 lo fulminó con su rayo acelerador de partículas apenas cuando se asomó a la superficie. El gritó que le arrancó al pobre Shinji aún me zumba en los oídos, fue algo horrible, espeluznante y lo peor del caso es que nada pudimos hacer por ayudar. Claro que lo saqué de ahí en el acto, pero para entonces ya era muy tarde y el daño ya estaba hecho. El piloto sobrevivió por obra de un milagro, nada menos que eso, sus signos estaban bastante débiles y se tuvo que desviar toda la energía al sistema de soporte vital para poder darle masaje cardíaco mediante el dispositivo instalado en sus trajes de conexión. Y tú que decías que ese artefacto se veía como si tuvieras senos de anciana. Y no dudo que luego me dirás que a ti se te pudo haber ocurrido un diseño mejor, ¿cierto, sabihondo? El asunto es que tuve que bajar enseguida para supervisar las labores de rescate de nuestro buen amigo, por lo que la Cápsula de Inserción fue expulsada manualmente y la válvula de emergencia para drenar el LCL fue activada justo después. Debiste haberlo visto, todos quedamos boquiabiertos al ver que solamente salían chorros de vapor en lugar de ese líquido color orín al que penosamente ya estamos tan acostumbrados. Cuando la escotilla de la cabina se abrió pudimos comprobar lo mal que quedó nuestro compañero, que tuvo que ser trasladado de emergencia a un tanque de soporte vital. Justamente acabo de dejarlo ahí, enlatado como sardina mientras las máquinas médicas se encargan de reparar sus tejidos severamente dañados. Lo que se me ha dicho acerca de su estado es que es grave, pero estable y ya se encuentra fuera de peligro, gracias al Cielo. Aparentemente pudo haber sido mucho peor, de no ser por la protección que le brindó su traje especial, las propiedades del LCL y los mecanismos de emergencia dispuestos en las cabinas de los Evas. Tendrás que admitir que fue un gran acierto de parte de Rikko y del Comandante Ikari incluir tantas medidas precautorias a la hora de construir sus armatostes, de no haber sido así, Shinji ó cualquier otro desafortunado que hubiera estado allí dentro se hubiera cocinado como langosta. Te digo todo esto para que puedas comprender lo que me impidió estar aquí, a tu lado, en cuanto me enteré de tu... situación, y que en ese caso puedas disculparme. ¡No puedo creer nuestra suerte! ¡Pasaron tantas cosas terribles, todo se juntó en un solo rato y no tuve ni juicio ni capacidad de reacción! Además, es la primera vez que uno de esos monstruos nos derrota y lo hizo en tan poco tiempo que confieso que mi orgullo está bastante lastimado también. Me siento un poco culpable por enfadarme por algo tan trivial, aparte del hecho de que mientras rescatábamos a Shinji no podía pensar en otra cosa que no fuera en ti, y en venir a tu lado lo más pronto posible. Y ahora que estoy aquí no puedo dejar de preocuparme por como está Shinji. Ya nos conoces a las mujeres, somos bastante indecisas y nos toma algo de tiempo aclarar nuestros pensamientos. Te darás cuenta, entonces, de lo mucho que te necesitamos y cómo las cosas se fueron rápidamente al diablo sin ti alrededor, aún cuando sólo te la pases haciéndote el estúpido la mayor parte del tiempo. Es por eso que debes recuperarte cuanto antes, para que puedas impedir que algo como esto vuelva a suceder. Sé que puedes escucharme, de alguna forma, y que mis palabras, junto con tu fuerza y terquedad, podrán ayudar a traerte de regreso...


    Misato Katsuragi tuvo que hacer una pausa obligada entonces, sintiendo como la voz se le quebraba y las lágrimas comenzaban a anegar su vista mientras sostenía la inerme mano de Kai Rivera entre las suyas. El convaleciente muchacho se encontraba postrado en una cama de hospital, con múltiples vendajes sobre su castigada humanidad y conectado a varias sondas y aparatos que le suministraban medicamento y monitoreaban sus erráticos signos vitales. El último diagnóstico acerca de la condición del joven es que había entrado a un estado comatoso del que no se tenía certeza cuando saldría, como casi siempre ocurre en esos casos. Podría ser solo cuestión de horas ó días, aunque también pudiera ser que tardara varios meses, años inclusive.


    —Estoy muy arrepentida— continuó la mujer, sentada a un lado de la cama, tratando de recuperar su entereza, a sabiendas que no solucionaría nada si se rendía a la desesperación y daba rienda suelta a su llanto —Arrepentida por todas las cosas que te dije anoche, cuando estaba tan molesta contigo... ahora que lo veo con más calma, creo que exageré en algunas cosas, y cuando pienso que ésa bien pudo haber sido nuestra última conversación... bueno, no sé que es lo que hubiera pasado conmigo, en ese caso... es tan fácil acostumbrarnos a la presencia de las otras personas en nuestra vida, casi damos por sentado que siempre estarán ahí... así que muchas veces olvido lo vulnerable que eres, en este mundo lleno de personas que te odian a más no poder y no tienen otra cosa mejor qué hacer que planear las formas más absurdas de acabar contigo. Había llegado a olvidar la bendición que es cada día que puedo pasar a tu lado, sobre todo por que este mundo cruel ha intentado matarte desde el momento en que naciste. Es por eso que tengo que disculparme en este momento y admitir que me equivoqué. Prometo que cuando despiertes te lo compensaré de la mejor manera que se me ocurra. Aún así, el que hayas perseverado ante tantas adversidades, incluso peores que esta, me da confianza suficiente para saber que al final vencerás y te recuperarás. Y cuando lo hagas, ahí estaré esperándote, como siempre, lista para que podamos continuar nuestro viaje juntos. Mientras tanto puedes descansar y recuperar tus fuerzas, ten por seguro que cuando te decidas a volver ya nos habremos ocupado de este infeliz, así que no te preocupes por nada más... es por eso que me tengo que ir ahora, pero volveré una vez que hayamos logrado deshacernos de este monigote, y entonces me quedaré el tiempo que sea necesario, esperando tu regreso...


    Misato se levantó entonces, y luego de depositar un afectuoso beso en la fría mejilla del muchacho se retiró de aquél cuarto, dando un último vistazo a la expresión inconsciente de Rivera, en busca de cualquier indicio de respuesta.

    —¡Oh, tonta de mí!— pronunció, simulando sorpresa —¡Dejé caer mi bolígrafo! Supongo que ahora deberé agacharme para recogerlo...

    Lo hizo sin flexionar las piernas, mostrando intencionalmente sus bien formadas sentaderas, las cuales balanceaba coquetamente de un lado a otro.

    Saabisu, saa-bi-su!— dijo de manera juguetona, haciendo referencia al fan service, un término empleado en medios visuales, como la animación ó historietas, con el que se denomina a todos aquellos elementos superfluos que no tienen otro propósito que el agasajo de la audiencia; en el presente caso se trataría de elementos con una connotación sexual, como un bonito trasero femenino.

    Sin embargo, por muy atractiva que pudiera resultar aquella vista, no había alguien alrededor que pudiera apreciarla como era debido.

    —Hm, eso hubiera bastado para que hicieras todo un escándalo, de haber estado en tus cabales... parece que estás más dormido de lo que pensé...

    Por lo que al no obtenido señal alguna, Katsuragi recobró su postura y con sumo pesar tuvo que cerrar la puerta a sus espaldas.


    Una vez fuera, no pudo evitar sobresaltarse cuando se topó de frente con Rei, quien aguardaba sentada en una hilera de butacas ubicadas en ese pasillo. La joven tenía cierto talante distinguido, con la espalda muy recta sobre el respaldo de su asiento, ambas manos colocadas sobre sus piernas bien cerradas y con la frente en alto. Uno de los aspectos que más molestaba a la capitana de Ayanami era que, en contraparte suya, todos sus gestos y ademanes los realizaba con suma discreción y propiedad, acaso como si siempre estuviera asistiendo a una gala de la nobleza europea. No obstante, en aquella ocasión Katsuragi pudo pasar de todas esas minucias que llegaban a exasperarla, para reparar en la mirada y semblante afligidos de la muchacha, muy parecidos a los que ella misma cargaba, por lo que no dudó de la sinceridad de dichos gestos. Cuando pasó junto a ella, la Primer Elegida inclinó la cabeza respetuosamente, tan formal como siempre procedía. Por otro lado, Misato detuvo su andar y se puso en cuclillas para poder quedar a la misma altura, para entonces sujetar sus manos afectuosamente entre las suyas.

    —En este momento me necesitan con urgencia en el cuartel— le dijo a la confundida jovencita —Así que confío plenamente en ti para que cuides de Kai. Antes de irme, haré los arreglos necesarios para que se te permita el ingreso al cuarto y puedas recibir los informes médicos. Avísame cualquier cosa que suceda o que llegaran a necesitar, por favor.

    —Así lo haré, Capitana— le respondió la chica de mirada escarlata, en ese tono susurrante en el que acostumbraba a hablar.

    —Quizás te parezca una locura, pero sé que él puede escucharnos. Procura hablarle y hazle saber de tu presencia, se pondrá muy contento de tenerte a su lado. Ese muchacho te adora hasta el cansancio, y si escucha tu voz quizás podrás guiarlo de vuelta con nosotros.

    —L-Lo intentaré, Capitana Katsuragi— contestó una ruborizada Rei, agachando la mirada, algo avergonzada —Le agradezco su confianza...

    —Mantén tu celular encendido, y espera por más instrucciones... no sabemos qué rumbo pueda tomar la batalla que nos aguarda...

    La piloto del Eva 00 asintió con un movimiento de testa, para que luego la mujer de larga cabellera negra pudiera retirarse con paso apresurado, ante la acuciosa vigilancia de su joven subordinada.


    Una enorme figura irrumpe en la calma de la bahía de Tokio- 3, ensombreciendo algunos puntos de los muelles. Se trata de una simulación inflable de la Unidad 01, creada con los mismos materiales que un globo de desfile. Flota despreocupadamente por los aires, remolcada por un barco de la marina, hasta penetrar en el rango de 15 kilómetros de proximidad con el Sexto Ángel. Habiendo traspasado dicha frontera, con un tiro el monstruo hace pedazos a la simulación, reventándola en el aire. Semejante agresión a la detallada reproducción no pasa inadvertida, pues alguien más observa la escena con suma atención, desde su puesto de observación en el Geofrente.

    —Objeto simulado destruido— se apresura a decir el operador Makoto Hyuga.

    —El siguiente— ordena de inmediato Misato.

    En el acto, de un túnel de las afueras de la ciudad emerge un tren militar, conducido a control remoto, cargando una docena de tanques, operados del mismo modo. Mientras sigue avanzando en línea recta, los tanques disparan sus cañones contra el enemigo, ubicado a un costado suyo, igualmente separados por unos 25 kilómetros, a lo mucho.

    Los tiros son rebotados sin ningún problema por el campo A.T del coloso, respondiendo éste de nuevo con un tiro, obliterando en el acto al tren y toda su carga.

    —Las doce unidades de artillería móvil han sido aniquiladas por el enemigo— vuelve a decir el operador al lado de Misato. Después de esto, se levanta al centro de la sala de estrategias, donde algunos jefes se han reunido, a decidir que es lo que se iba a hacer. Hyuga, teniendo la atención de todo mundo, comunica el resultado de las pruebas: —Según los datos que hemos podido extraer, el objetivo elimina automáticamente todo cuerpo extraño que penetre en su radio de alcance.

    La militar se recarga pesadamente en su silla, mirando hacia el techo y suspirando profundo, balanceando un lápiz en sus dedos, descuidadamente.

    —Y su cañón de partículas presenta un porcentaje de acierto del 100%— completa la información la mujer, sin soltar el lápiz o despegar la mirada del techo.— Y las Unidades Eva no pueden acercarse y luchar con él con su campo A.T activado, ¿verdad?

    —En teoría— responde otro de sus subordinados —Pero tal parece que eso sólo se aplica con los Evangelions regulares. MAGI estima que la aleación especial con la que está construida la armadura del Eva Z resistiría el grueso de la descarga del acelerador de partículas del enemigo, sin comprometer seriamente su integridad estructural.

    —¡Eso es una muy buena noticia!— pronunció la capitana con fingido entusiasmo, para de inmediato refutar con cara de pocos amigos: —Ó lo sería, si acaso estuviéramos en condiciones de usar la Unidad Zeta... Doctora Akagi, ¿ha habido algún avance con respecto a Zeta?

    —Logramos conseguir el permiso de las Naciones Unidas para utilizarlo sin la intervención de Rivera, dada su presente indisposición— respondió Ritsuko a través de la radio, bastante ajetreada con las tareas de reconstrucción del Eva 01 como para estar presente en aquella junta —Con lo que no contábamos es que al maldito imbécil se le ocurrió que sería buena idea colocar un escáner genético para activar el sistema operativo de su Eva, asegurándose que nadie más que él pueda pilotearlo. Supongo que nunca se le ocurrió que algo podría pasarle y con eso terminaría fastidiándonos la existencia a todos los demás, pero claro, es mucho pedirle a ese cerdo ególatra que piense en alguien más que en sí mismo...

    —Con eso será suficiente, gracias— repuso Misato entonces, cortando el enlace con la oficial científica — Así que desde este momento podemos descartar al Eva Z de todo cálculo... Por otra parte, ¿alguien puede decirme cómo está el campo A.T del enemigo?

    —Está activo— contestó Hyuga en el acto —Ha desarrollado una gran capacidad para detectar cualquier cuerpo perceptible a su alcance y es lo suficientemente fuerte como para ser visible cuando algo intenta atravesar su estado de fase— mientras lo decía, el mismo monitor mostraba cómo el ángel evitaba los disparos de los tanques desplegando una barrera luminosa en forma de hexágono —Bombardearlo con cualquier clase de artillería sería tan útil como arrojarle palos y piedras...

    La mujer con rango militar continúa con su abyecta reflexión, despegando por fin la vista del techo y dirigiéndola al centro de la habitación, sin ningún punto en especial, mientras se ponía nerviosamente el lápiz en la boca, despertando la imaginación de más de un hombre de los que estaban presentes.

    —Tanto en ataque cómo en defensa es casi perfecto— observa la militar, sacando el lápiz de sus dientes, sacando así a los caballeros de su excitación —Es cómo una fortaleza aérea inexpugnable, ¿no?

    Misato no les dio tiempo de responder.

    —¿Y qué hay del taladro percutor?— interroga de inmediato.

    —En estos momentos— respondió Makoto una vez más, siempre presto para atender cualquier requerimiento de la Capitana Katsuragi —El gigantesco taladro de 17.5 metros de diámetro perfora directamente hacia el Cuartel General. Se encuentra por alcanzar la segunda plancha de blindaje.

    Toda su explicación es ilustrada en el acto por el monitor interactivo del centro de la habitación, mostrando imágenes en vivo, tomadas por las múltiples cámaras que se encontraban distribuidas en toda la ciudad. La mujer, ni tarda ni perezosa, no espera para preguntar de nuevo:

    —¿Cuál es el horario previsto para que alcance el Cuartel General?

    —Será pasado mañana, a las 0 horas, 6 minutos y 54 segundos— se apresura a contestar el solícito oficial técnico que usaba gafas —A esa hora ya habrá traspasado las 27 capas de blindaje que hay hasta el interior del Geofrente.

    —Así que nos quedan 34 horas— pronuncia un poco aliviada su superior, pero sin dejar de estar del todo nerviosa. Una vez más tuvo que hacer uso de la comunicación radial para dirigirse a su compañera —Doctora Akagi, ¿Cuál es el estado de las Unidades Eva?

    Ritsuko se encontraba en esos momentos en el muelle de embarque del Eva 01, junto con su subordinada, Maya Ibuki. Examina a simple vista al enorme robot, y después checa el reporte de daños, que se encuentra en su mano, para luego responder a la interrogante.

    —Hasta la tercera capa de blindaje del tórax de la Unidad Uno está totalmente fundida. Pero la buena noticia es que la unidad de control central no ha sufrido grandes daños, así que ha sido un mal menor, ¿no? — y sin esperar ningún otro comentario, agregó —En unas seis horas estará cómo nueva.

    Misato continúa con su interrogatorio.

    —¿Y el prototipo Cero?

    La rubia se desconcertó un poco por la pregunta, y extrañada, consulta con su fiel asistente, a lado suyo, y luego de que confirmara algunos datos, finalmente se aventuró a contestar a la inesperada misiva.

    —No hay problema para un nuevo arranque, sólo necesita algunos ajustes en su sistema de retroalimentación, ¿pero por qué lo preguntas?

    La militar respondió a su pregunta con una nueva, aclarando todo:

    —¿Estará listo para la batalla?

    —Estás más loca de lo que pensé si es que acaso estás pensado seriamente en...

    Katsuragi tuvo que interrumpir de nueva cuenta la comunicación con su comapeñera, sin ánimos de recibir más insultos ó de explicar a nadie, de momento, cuál era su plan. Continuó entonces con el cuestionario, intentando informarse del estado de la situación, haciendo cálculos mentalmente.

    —¿Cuál es el estado del piloto de la Unidad Uno?

    —El cuerpo del Cuarto Niño no presenta anomalías— responde nuevamente el incansable Hyuga —Su pulso aún es algo precario, pero dentro de lo admisible. Ya ha sido trasladado al Hospital General y aún sigue descansando por indicación médica.

    Misato respiró hondamente, apoyando la cabeza en sus manos, descansando un poco de las presiones que se le presentaban. Incluso se da el lujo de bromear un poco con sus subordinados presentes.

    —La situación no pinta nada bien, ¿verdad?

    —Entonces, ¿Alzamos la bandera blanca?— contestó Hyuga a su vez, de nuevo, en el mismo tono bromista empleado por la capitana.

    —¡Buena idea!— contestó ella sarcásticamente —Pero antes de eso... tenemos que intentar todo lo que esté a nuestro alcance.

    El lápiz se pasea nerviosamente en su cabello, enrollándose y desenrollándose por algunos instantes.

    —Una vez que estemos en el otro barrio ya no habrá nada que hacer— suspiró por último, con una forzada sonrisa en su semblante.


    Todo lo que rodea a Shinji es oscuro y pacífico. Apenas si se alcanza a percibir un leve murmullo, semejante a un gorgoteo de agua. El chico no puede ver nada más allá de su nariz, y se mueve entre las penumbras. “¿Dónde estoy?” se permite preguntar mentalmente, tirado en la cama del hospital. “¿Qué lugar es este? ¿Estoy... muerto? Todo está oscuro, y no puedo ver nada.” Un destello de luz comienza a vislumbrarse en el horizonte, y se acrecienta cada vez más y más, conforme se acerca. Todo aquello parecía ser un enorme y estrecho túnel oscuro y maloliente. Unas figuras familiares, pero indiferentes para él, empiezan a delinearse en aquel halo de luz intensa. Conforme avanza por el hediondo túnel comienza a reconocer a aquellas personas, poco a poco, hasta que los puede visualizar completamente. Eran sus abuelos paternos, con quienes había pasado un corto período de tiempo, antes que murieran y fuera a vivir con su tío; tal vez si hubiera pasado más tiempo junto a ellos, hubiera aprendido a quererlos, pero no fue así. Ahora, para él eran sólo un par de ancianos, y nada más.

    Sin embargo, y pese a todo ello, ambos lo saludan cariñosamente. “Shinji” le llaman ellos, sonriendo y sin mover los labios. El joven penetra al punto de luz en aquella inmensa oscuridad impenetrable, y vuelve a ser un niño de seis, no, de cinco años.

    —Mira eso— señala su abuelo un punto en aquella inmensidad insondable, donde aparece un pequeño y rústico cuarto, pintadas las paredes cuidadosamente de un brillante color blanco, y las tejas del techo son rojas. En realidad, la pequeña habitación ofrece un aspecto muy amigable y hospitalario. El viejo continúa hablando —Te he construido un cuarto de estudio. A partir de hoy, podrás estudiar ahí.

    Su abuela toma la palabra, dirigiéndole una afectuosa mirada a su nieto.

    —El año que viene ya empiezas el primer año en el colegio. Y por eso pensamos que te gustaría tener tu propia habitación para estudiar.

    —Por eso la hemos construido especialmente para ti en el jardín— interrumpe su abuelo, con una sonrisa en sus labios.

    Ambos lo vuelven a contemplar en silencio, con la imborrable sonrisa en sus rostros. El niño contempla la habitación a lo lejos, para después agradecer el gesto serenamente.

    —Abuelo, abuela— les dice con su voz infantil, pero con un tremendo aire de madurez — Muchas gracias... Yo estudiaré muy bien solo...— pronuncia con aire melancólico, mientras se vuelve a internar en la oscuridad, perdiéndose entre las brumas de la inconsciencia.


    Camina por la solitaria callejuela, mientras la lluvia lo empapa de pies a cabeza. Sin importarle la incontable cantidad de agua que cae sobre él, se desplaza con sus pies casi arrastrando por la banqueta. Su mochila en la espalda parece una enorme carga sobre su pequeña humanidad, y a cada paso parece pesar más y más. Buscando aliviar la pesada carga que lleva consigo, voltea a ambos lados de la calle. A su derecha sólo se encuentra el terrible y enorme vacío negro, pero a su izquierda, se encuentra un puente, y debajo de éste, un basurero, y en ese tiradero, arrumbada y oxidada por el paso del tiempo y las estaciones, una vieja bicicleta, sucia y deprimente, que se encuentra sobre el sofá abollado, a lado del televisor roto, detrás del montón de tenis sucios y olorosos; no obstante la lastimosa condición del vehículo, logra atraer poderosamente la atención del párvulo.

    Él sale de la calle, en busca del artefacto descompuesto. Lo alcanza con facilidad, y se da a la tarea de examinarlo, y aunque las llantas están chuecas y ponchadas, y que aún no aprende a conducir una, y aparte de que esté increíblemente mucho más alta que él, aún así la empuja por el pasto hasta volver a alcanzar la estrecha calle negra.

    No ha avanzado mucho, cuando una voz, tosca y grave, le detiene en su camino, paralizándolo en el lugar donde se encontraba, aferrándose a la bicicleta para no caer.

    —Oye, tú...— le llama la ruda voz —Deténte ahí...

    El infante se voltea hacia donde emerge aquel rugido, como el de una fiera, que hace retumbar todo el ambiente. Un enorme policía, con gabardina e igualmente empapado, se encuentra observándolo, con el rostro contraído. Sus ojos están ocultos por la sombra de su gorra, pero lo que sí está al descubierto son sus dientes, grandes y blancos, amenazando engullirlo de un solo bocado. El chiquillo se estremece con la sola idea de que aquel enorme fulano se lo comiera, cómo parecía que lo iba a hacer, por la manera en que lo estaba viendo.

    —¿Esa bicicleta es tuya?— le interrumpe en su examen dental la gruesa voz del agente de la ley.

    —Es–estaba tirada por allá...— contesta tímidamente con su pequeña vocecita, incomparable con la del gigante frente a él, mientras se esfuerza en señalar al puente. Se encuentra tan asustado que pareciera que va a orinarse en los pantalones.—No es mía... pero estaba tirada ahí.

    —¡No mientas!— ruge el enorme oso que tenía enfrente.

    —Es la verdad, no estoy mintiendo...— suplica aterrorizado, mientras observa al robusto sujeto deambular alrededor suyo.

    —Ya hablaremos en la comisaría— es lo último que pronuncia el grandulón, antes de que los dos fueran de nuevo engullidos por la densa oscuridad.


    Enseguida, Shinji se ve dentro de un compacto cuarto, con una sola lámpara iluminando la habitación. Frente a él, se encuentra ese gran escritorio gris, que era insólito el sólo hecho de que pudiera caber en aquel miserable nicho. Mira hacia abajo y cae en la cuenta que está sentado en una silla altísima; no logra ver el suelo... entonces voltea por encima de su cabeza, sólo para ver cómo el miserable cuarto se va haciendo gigantesco. Se siente atrapado por la enormidad del lugar, siendo él tan pequeño e indefenso.

    —¿Tu nombre?— pregunta la mujer que se encuentra al otro lado del escritorio, frente a una rudimentaria máquina de escribir, que parecía tener más años que la existencia misma.

    El chiquillo ve a su alrededor, y suspira aliviado que el cuarto ha vuelto a sus minúsculas y ridículas dimensiones.

    —¿Tu nombre?— le vuelven a preguntar.

    —Shinji Ikari— contesta enfadado, contorsionándose sobre sí mismo, escondiendo el rostro entre las rodillas.

    —¿El nombre de tus tutores?

    El niño se queda en silencio, con los ojos encendidos y a punto de romper en llanto, sin decidirse que es lo que debe decir.

    —¿El nombre de tus tutores?— repite la mujer anónima, con voz cansina.

    —Gendo Ikari— respondió entonces el infante, muy seguro y decidido.

    —¿Tu domicilio?

    Aún no alcanza a decir algo, cuando su abuela irrumpe en la pequeña habitación, abriendo la puerta de golpe. Parece compungida por algún dolor, según se le puede ver en el rostro preocupado que tiene. Se inclina sobre el pequeño, que se puso de pie, y le estrecha por los hombros, sacudiéndolo cuidadosamente, no perdiendo la delicadeza ni un solo instante. La anciana comienza a llorar, surcando las cristalinas lágrimas su arrugada cara.

    —¡Shinji!— le reprende, entre sollozos de vieja —¿Pero qué has hecho? ¡Si querías una bicicleta, tan sólo tenías que pedírnosla! ¡Tu padre nos hubiera dado el dinero!

    Aquello último le cayó cómo un balde de agua fría. “ Tu padre nos hubiera dado el dinero.” Por supuesto, cuando de valor monetario se trataba, el hombre que lo había engrendrado nunca lo había dejado desprotegido.

    —No es eso...— se intentó defender —No es eso...— suspiró, derrotado, sin saber cómo explicarse e intentando rehusar la acusadora mirada de su abuela.

    La sigue a lo lejos en la negrura que los rodea, hacia ese pequeño punto luminoso que se observa a lo lejos, el cual también se va haciendo más y más grande, al igual que el anterior. El chiquillo ve las espaldas de la anciana, y de nuevo voltea hacia el piso.

    “¡No es eso!” se repite mentalmente “Abuela... mi papá... ni en una ocasión cómo ésta me ha venido a buscar” siente un estremecimiento en su pequeño cuerpo, intentando contener el océano de lágrimas que siente en sus ojos. “Mamá” pronuncia dulcemente, mientras la llovizna le vuelve a empapar. “Si mamá estuviese viva, ¿me habría venido a buscar?” La luz cada vez más cercana lo encandila, sin importarle, al mismo tiempo que una palabra le queda grabada en lo más profundo de su ser: “Mamá”


    El regreso a la cruda realidad se hace de repente, de golpe. Abre de inmediato sus húmedos ojos, envueltos en lágrimas. Al ver aquella visión, se pregunta si aún sigue soñando. Aquellas pupilas rojas, serenas y brillantes cómo rubíes, su cabello azul claro y corto, sus delicados labios entreabiertos. No, no se trataba de un sueño.

    —Ayanami— suspiró Shinji apenas con un hilo de voz, sorprendido por su presencia.

    Al verlo ahí, tendido y desvalido en la cama, cubierto sólo con esa delgada sábana y llorando, Rei no puede evitar compadecerse por aquel desdichado. Pero en el asunto también había algo más que lástima. No podía explicarlo con certeza, se trataba de una especie de extraño sentimiento que la embargaba, algo así cómo un sentido del deber, de tener que encargarse de él, de cuidar que nada malo le volviera a ocurrir, pero motivada por una causa que aún no entendía. Trataba de oponerse lo más que podía. Pero en cada ocasión que se topaba con el escuálido muchachito aquella sensación la dominaba sin que pudiera resistirlo. Era por tal razón que trataba de evitar a aquél joven en la medida de lo posible.

    —Tu comida— señaló la chiquilla a la bandeja repleta de alimentos que sostenía entre sus manos, la cual luego depositó sobre la mesita ajustable de la cama —Me dijeron que comieras en cuanto te despertaras...— dijo ella de nuevo, en el mismo frío tono de voz que siempre usaba para dirigirse a Ikari, a la vez que vaciaba el contenido de un cartón de leche sobre un vaso.

    —No quiero comer nada...— dice Shinji, algo apenado por su carencia de ropas.

    —Deberías comer algo— responde de inmediato la muchacha —Sería lo mejor.

    Ambos se observan de reojo un buen rato, en silencio. Ni el uno ni el otro puede tener una idea de que es lo que está pensando cada quién, pero de cualquier manera ninguno podía negar la incierta emoción que les provocaba su mutua contemplación. Un sentimiento raramente familiar, como cuando uno conoce a un extraño al cual está seguro de haber visto antes, pero sin poder recordar dónde ó cuándo.

    Rei rompe la unión, repentinamente dándose media vuelta hacia el ingreso del cuarto. La puerta metálica se desliza y se abre; en el marco de la puerta, la niña le recomienda una última vez, en un tono casi... maternal:

    —Trata de comer algo, ¿quieres?— dijo sin más, para luego desaparecer por el umbral.

    El joven se siente confundido nuevamente por la actitud de la singular chiquilla y se queda pensando en qué fue exactamente todo eso. Después de algunos momentos, se inclina para tomar sus alimentos, meditando todavía mientras masticaba lentamente los bocados, inconscientemente sólo para darle gusto a la jovencita que recién se acababa de ir.


    Por su parte, al salir del cuarto de Ikari, Ayanami encaminó sus pasos a lo largo del corredor que le agurdaba hasta llegar a la sala donde yacía el insconsciente Kai Rivera, quien permanecía en el mismo estado en el que lo había dejado. El único sonido que emergía de aquella estancia era el constante pitido del instrumental médico que monitoreaba los signos del paciente. La jovencita reparó en lo desconcertante que le resultaba aquella pasmosa calma cuando estaba junto a Rivera, a quien normalmente lo díficil era hacerlo callar. En esos momentos se daba cuenta la falta que le hacía escuchar su parloteo incesante, aún cuando fueran sus sinsentidos acostumbrados.

    Apesadumbrada, volvió a tomar asiento al lado de la cama, sin dejar de mirar el semblante desvanecido, indiferente, de su compañero. Era la primera vez que lo veía tan tranquilo, lo que lo hacía parecer una persona completamente distinta. Sin duda se había quedado acostumbrada a su típica locuacidad ó “alegría desbordada”, como le decía en ocasiones a los constantes exabruptos que aquél muchacho tenía para con ella.

    Verlo en semejante estado le oprimía el corazón como pocas cosas lo habían hecho, pero a la vez le daban la oportunidad de cuidar y velar por él, lo que la hacía sentirse mucho más conectada con ese joven. Tomó su mano inerte y deslizó sus dedos entre los suyos, que le parecieron demasiado fríos al tacto. Fue en ese momento que creyó ver que sus labios se contraían en una mueca de aspecto confuso que a ella le pareció una sonrisa, pero como los monitores no mostraron alteración alguna la descartó de inmediato, considerándola como sólo un producto desu imaginación.

    —He vuelto— dijo la muchachita, con su voz calma de siempre —Espero no haber tardado demasiado... la Capitana Katsuragi me llamó hace rato y me pidió que también la enterara del estado del Cuarto Niño, Shinji Ikari. Cuando fui a su cuarto a preguntar acababan de servirle la comida y justo en eso se despertó. Me hubiera gustado evitar cualquier encuentro con él, siempre que estoy en su compañía me siento... no sabría decirlo... ¿confundida? ¿Incómoda? Además sé muy bien que tú y él han tenido desacuerdos, supongo que eso me predispone a tenerle cierta antipatía. De cualquier modo, procuré que la entrevista fuera lo más corta posible para no dejarte solo tanto tiempo. Sucede que pronto tendré que irme, por lo que tengo entendido. Aún cuando no me dio detalles específicos, la Capitana Katsuragi tiene ya planeada una operación en contra de la criatura y al parecer piensa incluir a la Unidad Cero en ella. Sé que ya no quieres que suba a esa máquina, pero aún así me siento ansiosa de finalmente poder ser de alguna utilidad en esta guerra en la que todos estamos envueltos. No voy mentirte, dentro de toda esa ansiedad puede que exista algo de miedo, pero la satisfacción que me otorga cumplir mi propósito en esta vida sobrepasa cualquier temor que pueda llegar a tener...

    Al sentir una clase de leve opresión en la mano que estrechaba la de su pareja, una vez más la joven de cabello celeste dirgió su atención a los monitores del instrumental médico, pero de nueva cuenta éstos no mostraban cambio alguno. Quizás, pensaba, anhelaba tanto el despertar del muchacho que eso la ponía bastante sensible, tanto como para tomar cualquier clase de movimiento, por minúsculo que fuera, como un signo positivo. De cualquier modo, encontraba que en ese estado le resultaba más fácil expresarse y se sentía en plena libertad para compartirle algunos de sus pensamientos más íntimos.

    —Yo no soy como tú, ó como la Capitana Katsuragi ó el Comandante Ikari— continuó su monólogo —No tengo habilidades sobresalientes ó cualquier talento en sí, ni puedo relacionarme abiertamente con todos aquellos que me rodean. Lo único que soy capaz de hacer, él único valor que tengo para los demás es que puedo hacer funcionar un monstruoso aparato tan grande como una torre de varios pisos. Y no pude lograrlo sino hasta hace poco. En definitiva, es lo que me mantiene conectada en cierta manera con las personas. Si me quedo sin eso, entonces sólamente sería... yo... es decir: nada... y en ese caso... en ese caso... ¿qué sentido tendría la vida para mí? ¿Cuál sería el significado de mi existencia en este mundo?

    El silencio al que ya estaba acostumbrada en esos instantes le pareció abrumador, el pitido de las máquinas en funcionamiento le resultó insoportable. Siempre que se ponía así, usualmente Kai alegraba su día con alguna ocurrencia absurda ó algún gesto cariñoso. Pero en esa ocasión el muchacho no podía hacer otra cosa más que ser un bulto echado sobre la cama, sin que ella pudiera tener garantías de que volvería a escuchar su voz.

    —Hablando de otra cosa— añadió, luego de haber aclarado su garganta —Por fin pude obtener un ejemplar del Quijote, he estado leyéndolo toda esta semana. Admito que me encuentro bastante interesada en su lectura porque el protagonista me recuerda bastante a ti. Espero que no tomes a mal que te relacione con un anciano demente que se cree justiciero, pero es algo que no puedo evitar. Además, yo no lo considero como algo malo. Más que su lenguaje literario ó el contexto histórico en el que se ubica, lo que encuentro más fascinante de la obra es la caracterización de sus personajes. Aún cuando se trate de una parodia, una burla, El Quijote es ante todo, un ser humano de carne y hueso. Un simple hombre, pero un hombre bueno, noble, que lucha por preservar sus ideales en una época oscura y cruel, en la que ya no tiene cabida un espíritu aventurero como el suyo, encontrando en la locura la única manera cuerda de poder actúar conforme a sus convicciones... ¿aún sigues sin encontrar algún parecido contigo?... pero fue de tal modo absurdo que pudo forjar su leyenda, fue de esa manera que consiguió la inmortalidad. No como Alonso Quijano, el ilustre hidalgo, sino como el personaje que adoptó en su delirio... pienso que eso hizo que valiera la pena todas las burlas y afrentas que sufrió a lo largo de su camino como aventurero errante... aunque quizás alguien más pueda decir que eso es solamente masoquismo... no lo sé... deja que te lea algunos extractos, para que sepas bien de lo que te estoy hablando...

    Tomando el grueso tomo entre sus manos, Rei lo abrió donde había colocado su separador de páginas, un simple listón azul, para luego empezar a leer con su dulce y melodiosa voz:

    "—Eso no puede ser— respondió Don Quijote —: Digo que no puede ser que haya caballero andante sin dama, porque tan propio y natural les es a los tales ser enamorados como al cielo tener estrellas, y a buen seguro que no se haya visto historia donde se halle caballero andante sin amores..."


    Literalmente sintiendo pasos en la azotea, ó en su defecto, un enorme taladro que perforaba las planchas de blindaje sobre sus cabezas, los altos mandos de NERV sostenían una reunión crucial para definir el rumbo que tomarían las hostilidades a partir de entonces. Era la Capitana Misato Katsuragi, encargada del Departamento de Tácticas y Estrategias, quien llevaba la voz cantante en ese momento:

    —...así pues, a grandes rasgos, esos son los elementos principales que constituyen la operación que propongo a la dirigencia— dijo ella, en el tono respetuoso que siempre empleaba para dirigirse con sus jefes, una vez que había terminado de explicarles detalladamente cada parte de su plan.

    —¿Un ataque directo a larga distancia, fuera del rango de alcance del enemigo?— preguntó el Profesor Fuyutski, incrédulo, sintetizando todo el plan de ataque que se le había ocurrido a la capitana —¿Se refiere, acaso, a una táctica de francotirador?

    —Así es, señor— respondió la mujer enseguida —Un solo punto de ataque utilizando una unidad generadora de energía convergente, después que el Eva neutralice el Campo A.T. del objetivo... es la única manera de acabar con esta amenaza...

    —¿Y qué es lo que dice MAGI al respecto?— inquirió el subcomandante de nueva cuenta, sin dejar de lado su tono escéptico.

    —El plan que he propuesto obtuvo del sistema MAGI dos respuestas afirmativas y una respuesta afirmativa condicionada.

    —Dos de nuestras supercomputadoras dicen que la operación funcionará, mientras que la otra dice que tal vez podría funcionar— caviló un poco al respecto el experimentado individuo, cruzándose de brazos —Así que no podemos tener una certeza absoluta al respecto...

    —Aún así, nuestras probabilidades de éxito siguen siendo bastante altas, señor...

    —En dado caso, no hay razón por la cual debamos oponernos a su plan, Capitana— pronunció Gendo, interviniendo al fin en dicha junta —Proceda a discreción...

    —Gracias, Comandante...


    —Sabes que todo este plan que has ideado no es otra cosa que una completa locura, ¿cierto, Capitana Katsuragi?— soltó sin más Ritsuko en cuanto su compañera salió de la sala donde se llevó a cabo la reunión, uniéndosele en su andar por los corredores del cuartel.

    —¡Qué grosera, como siempre!— se defendió en el acto —¡Por supuesto que no es una locura! Es una magnífica y genial operación, cuyo cada minúsculo detalle ha sido cuidadosamente planeado y tiene la probabilidad de éxito más alta que cualquier otra opción que tengamos de momento...

    —¿Realmente crees que todo este disparate va a funcionar, genio de las estrategias?— repuso Akagi sarcásticamente —Creo que has olvidado un pequeño inconveniente en tu mente maestra, y eso es que nuestro rifle de positrones experimental no posee la potencia de fuego necesaria para acabar de un solo tiro a ese monigote. Así que, ¿qué piensas hacer al respecto, oh, gran estratega?

    —Eso es fácil de resolver— contestó Misato sin mayor problema —Voy a pedir prestado uno más grande...

    —¿Más grande? Diablos, no querrás decir...

    —Sip, ese mismo: el prototipo de cañón de positrones que se encuentra en el laboratorio de las Fuerzas de Auto Defensa de Japón. ¿Recuerdas que le dijiste a Kai, cuando lo desarrolló, que no era más que un armatoste inútil y una pérdida de tiempo, sin una aplicación práctica? ¡Vaya vueltas que da la vida!


    Los positrones son partículas de antimateria, las primeras de este tipo en ser creadas en un laboratorio. Aunque fueron postuladas por el eminente físico Paul Dirac, en el siglo 20, alrededor más o menos de la década de 1930, su manufactura , aún en unas cualidades diminutas, no fue realizada sino hasta la década de los 70`s , cuando el acontecimiento ocurrió en el acelerador gigante del CERN, la Organización Europea para la Investigación Nuclear. Los positrones son la contra parte en la antimateria de los electrones, los cuales rodean el núcleo de la materia ordinaria.

    Son potenciales cómo un arma, esto es claro cuando uno se da cuenta que igualan a la potencia de las bombas nucleares, únicamente liberando un poco del porcentaje de su energía; la intersección de materia y antimateria resulta en la conversión total de la energía de ambas, en una reacción eficiente de un 200%.

    De tal suerte, una numerosa cantidad de personal científico y técnico, perteneciente a las fuerzas japonesas, había puesto todo su empeño en ensamblar un modelo operacional de cierto tipo de cañón diseñado por el Doctor Kai Rivera, que aprovechaba toda ese potencial de energía con fines de defensa. En un principio se había planteado que fuera una alternativa a los Evangelions en la ofensiva contra las entidades de destrucción masiva conocidas como ángeles.


    Era por eso que la gran mayoría de aquellas personas viera con sumo recelo que la Capitana Katsuragi, precisamente de NERV, se apersonara en sus instalaciones con esa hoja de requisición que mostraba a todo mundo como si fuera una bandera, con la que pretendía llevarse el fruto de su laborioso trabajo de casi un año, sin otorgar cualquier clase de garantía en el colmo permisible de su soberbia.

    —...por tal motivo, en representación de la agencia especial NERV, estoy aquí para tomar custodia de su cañón automático de positrones a partir de las once horas del día de hoy, Lunes 08 de Junio del 2015.

    —Esto no es posible— musitó el intimidado director del proyecto, tratando de mantener una postura firme frente a aquella arrogante mujer, que parecía sacada más bien de un concurso de modelaje que de una agencia de investigación científica —Usted... ¡Usted no puede venir aquí, así nada más, tan sólo diciendo que piensa llevarse nuestro trabajo de meses! ¡Esto no tiene sentido alguno! ¡Nadie me habló de este asunto!

    —¡Oh, pobrecillos, cuánto lo siento! ¡Seguramente la notificación aún no les ha llegado debido a todos esos engorrosos trámites burocráticos!— Misato fingió compadecerse de todos ellos, para luego ver la hora en su reloj de muñeca —Lástima que ese no sea mi problema... además miren la hora que es: ¡las once en punto! ¡Todo listo, Rei, ya te lo puedes llevar! Recuerda que es una maquinaria de precisión, así que ten mucho cuidado...

    Antes que cualquiera de los presentes pudiera juzgarla como una maniática que hablaba con personas invisibles, un estremecimiento que cimbró todas las instalaciones los sacó de balance. Horrorizados, los empleados gubernamentales tuvieron que retroceder a buscar cobijo, mientras que contemplaban estipefactos como el Eva 00 levantaba todo el techo entero de una sola pieza solamente con su mano, introduciendo su brazo restante para levantar el pesado artefacto en disputa.

    —Les aseguro que haremos todo lo que esté a nuestro alcance para regresarles su prototipo en las mismas condiciones en las que nos los llevamos— decía por su parte Katsuragi, tan tranquila y campante como lo estaría cualquiera que presenciara todos los días el funcionamiento de aquellos grotescos titanes de acero —Todos nosotros agradecemos muchísimo su cooperación...

    —Aún así, hemos calculado que la potencia que se requiere utilizar para que el plan funcione es mayor a los 180 gigawatts— anunció Makoto Hyuga, acudiendo solícito a su lado —¿De donde piensa sacar tanto fluido eléctrico?

    —¡Eso ya está arreglado!— contestó Katsuragi, despreocupada, aprestándose para salir de ahí y dirigirse al siguiente punto donde su presencia era requerida —¡Para derrotar a este enemigo, utilizaremos todo el poder de Japón!


    “Este es un aviso de emergencia para toda la población: un corte total de suministro de energía eléctrica será realizado a través de todo el territorio japonés a partir de las 11:30 de esta noche, hasta las primeras horas del día de mañana. Pedimos cortésmente su valiosa cooperación y comprensión. Repito: este es un aviso de emergencia para...”

    El mismo sonsonete era transmitido a todos los civiles ininterrumpidamente, ya fuera a través de la televisión, radio, redes sociales y hasta el rústico uso de altavoces en distintos tipos de vehículos, ya fuera aéreos ó terrestres, todo con el afán de asegurarse que no habría nadie que se quedara sin enterarse acerca del apagón programado.


    Faltaban sólo unas cuantas horas para que el ángel penetrara todas las capas de blindaje y alcanzara el Cuartel General, y en el interior de éste, la actividad no cesaba aún.

    Misato seguía en la sala de estrategias, esperando el informe del ensamblaje del rifle de positrones, el arreglo de las unidades Eva y el estado de los pilotos. Con su desesperación característica, iba de un lado a otro de la sala, sorbiendo su taza de café, anhelando una lata de cerveza, haciéndole muecas al líquido caliente.

    Volvió a tomar el intercomunicador, hacia el taller de ensamblado, donde en esos momentos todos los integrantes de la Tercera Sección del Departamento de Investigación y Desarrollo adaptaban el cañón japonés a un arma que pudiera ser utilizada por los Evangelions.

    —¿Cómo sigue la operación?— preguntó Katsuragi al técnico que tomó la bocina.

    —Dentro de lo esperado— comunicó éste— Lo tendremos listo en un par de horas. ¡En ello va nuestro orgullo! ¡Confíe en nosotros!

    A pesar del ruido que entorpecía la comunicación, la mujer con rango militar comprendió a la perfección el mensaje, colgando el auricular sólamente para volver a utilizarlo otra vez, marcando un nuevo número de extensión.

    —Doctora Akagi, ¿qué puede decirme acerca del sistema defensivo que le solicité?

    —Lo único que se puede hacer en las presentes circunstancias, a falta de tiempo y de recursos adecuados, es utilizar un simple escudo protector— señaló su compañera al otro lado de la línea, examinando junto con su asistente una imponente pieza de metal que tenían delante, recién acabada de entregar.

    —¿Esto es un escudo?— pronunció Maya, un tanto desconfiada por la apariencia tosca y rudimentaria de la pieza en cuestión.

    —Era el blindaje inferior de un transbordador espacial— confesó Ritsuko —La Segunda Sección nos asegura que su cubierta blindada electromagnéticamente puede resistir el ataque del cañón de partículas enemigo por 17 segundos, que debería ser más que suficiente en caso de cualquier eventualidad.

    —El único problema restante siguen siendo los pilotos— murmuró la capitana, luego de dar por terminada la comunicación con la oficial científica.

    —El piloto de la Unidad Uno ha recuperado la conciencia, y todos sus signos no muestran problema, ya ha recibido su alta médica— informó de inmediato Makoto, tratando de disipar sus temores.

    —Sólo espero que esté de humor para volver a jugarse el pellejo contra esa cosa— expresó la mujer de cabellera oscura, con justa razón, conociendo de sobra el carácter precavido de su joven inquilino —¡Escuchen bien, todos ustedes! Considerando todos los aspectos geográficos y técnicos de esta misión, he previsto que el punto de ataque será en la cima del Monte Futago. La operación comenzará a partir de las doce de la noche y será llamada “Operación Yashima”. Comiencen con el traslado de personal y equipo a la locación, todo debe estar listo paar entonces.

    —¡Sí, señora!— contestaron todos a su alrededor en una sola voz.

    Todos los elementos necesarios para el acontecer de su plan ya estaban reunidos. Ahora, lo único que había por hacer, era esperar, por difícil que eso resultara.


    Las horas pasaron cómo segundos, que se diluyeron de inmediato en las aguas del tiempo. Eran casi las cinco de la tarde cuando Rei entró al cuarto de Shinji, llevando con ella la última comida que quizás degustaría en su vida. Sin la intención de decir más que lo necesario, la muchacha volvió a servir la charola de porcelana blanca sobre la pequeña mesa que la cama traía incluida con ella, y al terminar, sacó de entre sus ropas una pequeña hoja de papel blanca, membretada con el escudo de NERV.

    —Este... ¿buenas tardes?— pronunció el joven Ikari, un tanto desconcertado por la taciturna presencia de su compañera, como siempre, y por que no había dicho palabra desde su arribo. Como siempre.

    La muchacha lo observó ajenamente, aunque con cierta deferencia.

    —Estoy aquí para informarte del horario de la operación de esta noche— la chiquilla comenzó entonces la lectura del papel que sostenía entre sus manos— “ A las 1730 horas”— decía— “Los pilotos Ikari y Ayanami se reportarán en el Muelle de Embarque de sus respectivas Unidades Eva. A las 1800 horas las Unidades 01 y 00 serán activadas, y a las 1805, lanzadas. A las 1830 deben estar ya en la base temporal en Monte Futago. Esperarán por órdenes. La operación dará comienzo a medianoche”— concluyó, doblando la hoja y entregándosela al joven para que la consultara.

    —Un momento... ¡un momento!— exclamó el chiquillo, releyendo con sumo cuidado cada renglón de aquél oficio —¿Qué hay de Kai? ¡Aquí no viene nada que lo involucre a él ó al Eva Z en la misión! ¿Acaso ese payaso ridículo cree que va a poder librarse de todo este asunto, así nada más? ¡La Unidad Zeta podría acabar fácilmente con ese monstruo, con uno de esos rayos que saca de los ojos, ó con cualquier otro disparate que luego se le ocurra hacer! ¡Es el colmo! ¿Qué se está creyendo ese infeliz, dejándonos toda la responsabilidad? Oh, lo lamento...— se detuvo en su coloquio, una vez que se dio cuenta del gesto aprehensivo de Ayanami —Olvidé que tú y él... bueno, pero es que él... perdón...

    —El piloto del Eva Z, Kai Katsuragi, sufrió ayer un atentado contra su vida, al ser expulsado por la fuerza desde un vehículo en movimiento— detalló la muchacha, inexpresiva como estatua. Si acaso el exabrupto de su compañero la había molestado, no lo reflejaba en absoluto —Desde entonces no ha recuperado la conciencia, por lo que no está en condiciones de entrar en combate. Se encuentra internado en este mismo hospital, en un aparente estado de coma...

    —Lo siento... yo... no tenía idea— se excusó Ikari, de manera torpe y vacilante. La verdad, muy en el fondo estaba molesto porque a fin de cuentas Rivera se las había ingeniado para eludir todo ese sinsentido que Misato había tramado, y del que forzosamente él debía formar parte.

    En esas estaba, cuando de improviso Rei le alcanzó una bolsa plástica cerrada, cuyo contenido de inmediato reveló:

    —Tu nuevo traje de conexión. Póntelo. Si sales como estás, sólo te pondrás más en ridículo.

    Al percatarse que la jovencita hacía referencia a su desnudez, oculta solo por la delgada sábana que llevaba encima, el mozalbete se sintió expuesto y rápidamente quiso remediar la situación amontonando los pliegues de la tela sobre su entrepierna.

    —¡No puede ser, qué vergüenza, lo siento tanto!— sólo cuando se sintió tapado, y a salvo de miradas indiscretas, Shinji pudo calmarse —Últimamente sólo me la paso disculpándome contigo... parece ser que nada me sale bien cuando estás cerca...

    —Será mejor que comas y te vistas. Tendremos que entrar en acción dentro de 60 minutos.

    —No puedo creerlo...— murmuró el chico, con el suficiente volumen para que la muchacha lo oyera, abriendo sus penas a la persona menos indicada para tal efecto —No puedo creer que tenga que volver a pilotear tan pronto, después de lo que me pasó...

    —Tienes que hacerlo... ese es nuestro trabajo, es lo que nos toca hacer— le dijo ella.

    —Puedes decir eso así como si nada, pero es sólo porque no has pasado por todo lo que yo, dentro de esa horrible cosa. Cada vez que subo a ese armatoste termino al borde la muerte ó del colapso nervioso total. Es demasiado sufrimiento para que lo soporte cualquier persona... estoy harto de todo esto...

    —Quédate en la cama, entonces— espetó Ayanami sin mayores miramientos —Yo pilotearé la Unidad Uno. La Doctora Akagi está preparada para reconfigurarla para mi uso, en caso de ser necesario.

    —¿Ritsuko? ¿Ella puede hacer eso?— mientras preguntaba eso, el joven Ikari se internaba en la absorbente mirada escarlata de su acompañante, sin encontrar en ella cualquier clase de reproche ó por el contrario, compasión. Solamente había en ella una esquiva y distante calma. Era cierto que a ella no le importaba tomar su lugar, arriesgando su propia vida.

    —Me tengo que ir— anunció la muchita, dirigiéndose al acceso del cuarto —La Capitana Katsuragi y la Doctora Akagi me están esperando, y aún tengo que despedirme de Kai antes de eso. Te veré después... ó tal vez no. Esa es decisión tuya.

    Shinji la vio partir entonces, todavía sin juntar ánimos como para seguirla. Se limitaba a sostener su traje de conexión, aferrándose a él como si se aferrara a su vida misma.


    Rei volvía a ingresar de nueva cuenta en la oscurecida sala, cuyo único ocupante permanecía en el mismo estado que le dejó. Al verlo inmerso en esa pacífica condición parecía ser una persona completamente distinta a la que conocía y había llegado a querer. Paseó sus dedos por entre sus cabellos, acariciciando su desvanecido rostro, sereno como una tumba.

    —Es hora de irme— anunció en voz baja, como si estuviera cuidándose de no perturbar su sueño —El momento de actúar ha llegado y me encuentro dispuesta a todo con tal de demostrar el valor de mi propia existencia, definida por mi labor como piloto de Eva. Por ese motivo es que no pienso retroceder, no tengo más dudas ó temores, así que esta bien puede ser la última vez que estemos juntos. Aunque es una lástima que no hayas podido recuperar el conocimiento antes que me fuera. Quizás de lo único que me arrepiento en este momento es de nunca haber aclarado lo que siento por tí con exactitud, ya sea amor ó cualquier otra clase de emoción que sea capaz de experimentar. Espero tener la oportunidad de averiguarlo después de todo esto... y si no, si algo llegara a suceder... entonces quiero que sepas que lo que tuvimos fue algo muy bueno, mientras duró...

    Luego de pronunciar tales palabras fatalistas, que más bien parecían conformar su última voluntad antes de partir al más allá, Ayanami se inclinó para poder posar sus labios sobre la helada boca del muchacho.

    —Un regalo de despedida, por si acaso— dijo cuando se alistaba para retirarse, ya casi en el marco de la puerta —Adiós...

    “Mi amor”, “querido”, “amado mío”... fueron sólo algunos de los motes que se le ocurrieron en esos momentos, palabras que quedaron en la punta de su lengua, sin atinar a pronunciar cualquiera de ellas al carecer de cualquier certeza acerca del sentir de su corazón con respecto a aquél joven malherido. Sin respuestas de momento para tal efecto, por ende tuvo que agachar la mirada, saliendo del sanatorio cargando con una despedida inconclusa a cuestas que pesaba sobre sus hombros como una losa.


    Alrededor de las 6 de la tarde, horario previsto para el despliegue de los Evas, reinaba en el ambiente un sopor apabullante. El termómetro había marcado 32 grados aquella calurosa jornada. No obstante, una leve esperanza se dejaba ver con unas oscuras nubes de tormenta que había traído la corriente húmeda proveniente del Pacífico, y aquellas nubes comenzaron a tapizar el horizonte, haciéndolo gris y comenzando a atraer una leve brisa húmeda que refrescó a todos por algunos leves momentos. Pero de agua, aún no caía ni una gota en aquel tremendo hervidero en el que se había convertido la ciudad y sus alrededores. Toji reflexionaba en esto, secándose con la mano las abundantes gotas de sudor que le escurrían por la cara. Aún encontrándose en un lugar alto y despejado, sentía tremendo calor, además que se quería alejar lo más pronto posible de aquél sitio. Intentando espantarse el sopor con su camiseta, agitándola sobre su acalorada cabeza, por un momento olvidó que era lo que hacía en aquel horno urbano, hasta que observó a su enajenado compañero cargar con su inseparable cámara, asegurándose de tener amplia memoria disponible y listo para la función, que no debería de tardar. Suzuhara, no obstante, jamás había compartido su entusiasmo para ese tipo de espectáculo, y gustaba de ser un poco más realista al respecto.

    —Oye, Kensuke— pronunció abatido por el soporífero calor —¿Estás seguro que va a ser aquí y ahora? Me estoy cansando de esperar

    —Revisé los papeles de mi papá en secreto, así que estoy bastante seguro— respondió impasible su cómplice.


    Los dos se encontraban solos en la azotea de la escuela, recargados en el barandal y dirigiendo la vista hacia una pequeña colina que se divisaba de lejos. Ambos habían descubierto hasta hace poco el porqué aún no se habían cambiado de ciudad, y eso era por que sus padres trabajaban en NERV. El padre de Kensuke cómo asesor militar en el Departamento de Tácticas y Estrategias, mientras que por otro lado, el padre y el abuelo de Toji eran ingenieros de mantenimiento. El hermetismo en el que se encontraba la organización antes de salir a la luz pública era tal, que hasta los mismos empleados tenían que guardar en secreto en lo que realidad trabajaban inclusive a sus propias familias. Algunos habían faltado al reglamento, y obtuvieron su castigo, a manos de los múltiples criminales que el Comandante Ikari reclutaba explícitamente para eso. Romper unas cuantas piernas aquí, destruir una casa por allá, asesinar unas cuantas personas acullá... después de los primeros avisos, nadie más se atrevió a desobedecer, y callaron hasta que hubiera llegado el momento. Aquellos primeros horrores parecían lejanos, pero en realidad estaban más cerca que antes. Ignorante de tales circunstancias, por supuesto, Toji volvió a consultar su reloj. Cinco después de las seis.

    —¡Yo me largo de aquí! ¡Ya deberíamos estar en el refugio!— de golpe, calló sus reclamos, ante esa sensación de la tierra moviéndose. ¿Un terremoto? No. Era cómo el sonido del metro acercándose a la estación, pero aumentado unas mil veces. Su amigo, sin despegarse de la cámara y grabando absolutamente todo lo que estuviera pasando, le indicó donde la colina. Aquella sensación cada vez se hacía más fuerte, y los dos contemplaban en aquella dirección, en espera de lo que antemano sabían que verían.


    De repente, la Unidad 01 emerge de las más oscuras profundidades a bordo de su plataforma, y el estremecimiento cesa en los cuerpos de los infantes. La visión del enorme robot a la tenue luz del ocaso opacada por lo nublado, era magnífica y excepcional, algo digno para conservarse para la posteridad. Reposaba cómo un gigantesco guardián milenario de la ciudad, que no había visto la luz del sol en bastante tiempo, y parecía ser parte de todo lo que le rodeaba. De inmediato, da un paso fuera de su transporte, para que ésta se haga para atrás y abrirle paso a una más, de dónde surge el Prototipo Cero, que era la primera vez que abandonaba las instalaciones subterráneas, cargando un escudo semejante a los que la policía utilizaba en revueltas civiles. De nuevo, aquel enorme ser de metal y carne se mantiene inmóvil algunos cuantos instantes, hasta repetir la operación de su predecesor y salir de la plancha donde estaba de pie, para que esta también sea empujada hacia atrás. Aquello había valido tanta espera por parte de sus dos espectadores, quienes sólo esperaban a la Unidad 01, y en cambio habían obtenido dos por el precio de uno.

    — ¡¡¡Esto es... lo máximo!!!— la voz emocionada de Kensuke resonó por todo el lugar, sin soltar su aparato de grabación un solo instante —¡¡¡También desplegaron la Unidad 00, no lo puedo creer!!! ¡Asombroso!

    —Parece que ahora sí irán todos a la carga, ¿eh?— murmuró Toji, bastante impresionado, para luego ser contagiado por el entusiasmo de su compañero, gritando entonces a los cuatro vientos— ¡¡¡Eso es, muchachos!!! ¡¡¡Vayan a patear culos!!!

    Una vez que los colosales hombres mecánicos estuvieron reunidos, emprendieron el corto camino hacia la improvisada base en una falda de un monte cercano. A cada paso de los titanes, todo alrededor temblaba y oscilaba, cómo si las cosas quisieran hacerse hacia un lado para dejar pasar a tan ilustres personajes, ante la impávida vigilancia de sus jóvenes espectadores a quienes habían arrebatado el aliento.


    A las seis y media, tal y cómo lo dictaminaba el plan, todo el personal necesario se encontraba en la serie de tiendas de campaña, hechas con lona, que habían denominado cómo “Base temporal”. Todo el equipo que pudo conectarse en tan rústicas condiciones había sido llevado hacia allá, dejando al Geofrente solo contra el enemigo que buscaba perforar sus entrañas. Al llegar, las unidades Eva habían sido “estacionadas” por los pilotos, dejando a los entes arrodillados, y en ese momento, tal cómo el horario lo dictaminaba, sus dos pilotos esperaban por órdenes. Empezaba ya a oscurecer, cuando dieron las siete con quince.


    Mientras tanto, los oficiales técnicos de más alto rango comenzaban a probar que el equipo de rastreo y medición estuviera en buenas condiciones, después del viaje que tuvo que hacer en helicóptero. Era probable que algunas partes hubieran sido afectadas durante el traslado, ó bien dañadas por la rudimentaria condición en las que trabajaban. Luego de una checada superficial a los aparatos, los tres, Makoto Hyuga, el encargado del sistema de soporte para los pilotos, Maya Ibuki, encargada de monitorear el funcionamiento de los Evas, y finalmente Shigeru Aoba, encargado del análisis de los ataques enemigos, coincidieron que todo el equipo parecía estar en buenas condiciones y que tendría un funcionamiento aceptable. Sin embargo, para salir de dudas completamente, encendieron las máquinas y comenzaron a realizar las pruebas. Los tres se sentaron en sus respectivos puestos, y observaron los datos en las pantallas, para después comunicarlos en voz alta y entendible.

    —El taladro enemigo ha perforado hasta la plancha número 20— comunicó Shigeru, observando su pantalla.

    —Faltan 5 horas con 45 minutos y 33 segundos para que alcance el Geo Frente— aseguró Hyuga, luego de repasar los datos matemáticos que parecían en su puesto —La transmisión de energía de las áreas Shikoku y Kyushu están completas.

    —Todos los sistemas de refrigeración en fase de prueba— terminó por decir Maya.


    Afuera, las nubes de la tormenta que se acercaba, se movían hacia la ciudad a paso firme, pero lento, y se iban acumulando cada vez más y más, hasta empezar a oscurecerlo todo. Otro tipo de tormenta se acercaba también a la metrópoli, y los que podían contenerla hablaban de ello.

    —Muy bien— pronunció Misato, poniéndose su mano izquierda en la cintura y sosteniendo su carpeta con la derecha —Escuchen cuidadosamente lo que tenemos que decirles, ustedes dos, es muy importante que entiendan a la perfección cada aspecto de esta misión.

    Después, apuntó hacia una enorme mole que se veía atrás.

    —Eso de allá es un rifle de positrones...— les reveló. La enorme estructura de metal, era un modelo a gran escala de un rifle de francotirador. Aquél tamaño descomunal se debía, por una parte, al colosal espacio que ocupaban sus baterías, y por otro lado, para que un Evangelion pudiera utilizarlo sin mayores contratiempos. La gigantesca arma medía unos 60 metros de largo, y tenía que ser transportada por dos camiones tipo oruga a la vez.

    —Es un arma de diseño propio que NERV ha confiscado para su montaje— continuó la mujer de cabellera oscura —Es un instrumento de alta precisión, que se ha tenido que adaptar en forma bastante precipitada, así que su punto débil será, sin duda, la batalla cuerpo a cuerpo, pero...— y señalando hacia la Unidad 00, que aún portaba aquel enorme escudo de granadero, continuó —Tenemos ese escudo. Aunque también es de construcción rápida, ha sido fabricado con la parte inferior de un transbordador espacial. Incorpora unas planchas de blindaje electromagnéticas, que pueden resistir hasta 17 segundos de fuego enemigo. Así que Shinji, en la Unidad 01, será el artillero.

    —Bien...— contestó el jovencito, casi resignado y sin ya sorprenderse de que gran peso de la operación recayera sobre sus frágiles hombros.

    —¿Quiere decir que mi trabajo será proteger al Eva 01?— inquirió Ayanam, ansiosa por conocer su parte dentro del plan.

    —Así es— sentenció Katsuragi, lacónica, notando que, contrario a su proceder habitual Ayanami se mostraba algo inquieta, incluso podría decirse que emocionada.

    —Eso es porque en estos momentos la sincronización de Shinji con la Unidad 01 es la mejor. La precisión es absoluta en esta operación— aclaró en ese momento la Doctora Akagi, dando un paso hacia el frente para dirigirse a los jóvenes —Los positrones son afectados por la rotación de la Tierra, el campo magnético y la gravedad del planeta...así que no viajan en una línea recta. No olvides corregir eso, Shinji.

    —Pero aún no he entrenado para algo cómo esto...— se excusó de inmediato el susodicho.

    —No te preocupes— interrumpió la científica — Sólo hazlo cómo se te indica en el libro. Jalas del gatillo cuando los marcadores estén centrados en el blanco, y la computadora se encargará de lo demás.

    —¿Pero qué pasará si mi primer disparo llegara a fallar?— insistió el muchacho, quien quería estar seguro que todas las posibilidades estuvieran contempladas.

    —Podría tomar hasta 20 segundos el enfriar, recargar y disparar un segundo disparo— le respondió Misato, tajante —Nosotros calculamos un conteo sin ese tiempo. Si tú fallas, todo se acabó. En última instancia el escudo de Rei te protegerá.

    Todos quedaron en silencio por algunos momentos, cada quien metido en sus asuntos personales. “Si el escudo aguanta sólo 17 segundos” pensaba Shinji “Creo que no habrá oportunidad para un segundo tiro”.

    —Ya casi es hora— pronunció con voz de mando la Capitana Katsuragi —Será mejor que comiencen a alistarse.

    —Sí, señora— fue la unísona respuesta de ambos jovencitos.


    Hitomi Amano era una flamante profesionista recién graduada de la Escuela de Enfermería, una vivaz jovencita de 22 años con muchos ímpetus, agradable al trato con las personas y dedicada a su trabajo, aunque un poco robusta para su corta estatura. De cualquier modo, su carácter afable la colocaba en muy alta estima con todos sus amigos y compañeros de trabajo, aunque todos ellos bien podían coincidir en señalar el defecto más evidente de aquella muchacha, y por lo que todos la conocían: en ocasiones, más de las que le convenía, podía ser bastante distraída, por no decir que despistada.

    Para alguien que se desempeñaba dentro de ese campo laboral, cualquier distracción podía ser riesgosa, incluso fatal. Afortunadamente, en una ciudad despoblada como Tokio 3 incluso los servicios de salud allí ofertados rebasaban por mucho a la demanda poblacional, por lo que durante largo tiempo Hitomi pudo apoyarse en sus colegas para suplir a conformidad aquella flaqueza y poder optimizar sus muchas otras virtudes, como la calidez en el trato a sus pacientes.


    El turno nocturno siempre le había parecido un suplicio, sobre todo porque gustaba de dormir a sus horas sin interrupción, pero la ventaja es que a esas horas no había jefes que pudieran percatarse de sus múltiples descuidos, por lo que se sentía más segura y confiada en el desempeño de sus labores. Además, esa noche había un solo paciente en todo el piso que le había sido asignado: el muchacho Rivera, y en realidad los monitores eran quienes se encargaban de su cuidado. Ella solamente debía pasar visita antes del cambio de turno para poder hacer su reporte a tiempo.


    Fueron tales motivos los que condujeron a sus compañeros de trabajo a confiarle toda la guardia por un rato, en lo que ellos subían a la azotea del edificio, desde donde podrían presenciar, en un rato más, el espectáculo irrepetible de ver a su ciudad siendo engullida por las tinieblas gracias al apagón total programado para esa noche. Como Hitomi sufría de vértigo, ocasionado por su temor a las alturas, no tuvo mayor empacho en aceptar quedarse sola, asumiendo toda la responsabilidad del piso por un tiempo que no debería prolongarse demasiado a fin de cuentas.


    A sabiendas de la larga noche que le aguardaba, la joven profesionista hacía uso de su reproductor de video personal para poder mantenerse despabilada y alerta lo que restara de su turno, y para tal efecto es que miraba en la central de enfermeras una vieja película americana de horror, “El amanecer de los muertos”, cuyas grotescas escenas de carnicería a granel se encargarían de ahuyentarle el sueño y aumentar sus descargas de adrenalina, que le eran inyectadas cada cinco minutos con cada nueva estampa sangrienta que veía en pantalla y los gritos agónicos de las víctimas de aquella producción, que escuchaba a través de sus audífonos. Las vísceras, miembros mutilados y chorros de sangre parecían ser los verdaderos protagonistas de ese filme de culto que la había tenido comiéndose las uñas durante los últimos veinte minutos. Hasta entonces, en un recoveco de su mente, se ponía a pensar que en un remoto caso que se desatara una epidemia como la descrita en dicha cinta, donde los muertos recientes regresaban a la vida para alimentarse de los vivos, el personal de salud, como ella misma, serían los más vulnerables durante el periodo inicial, los primeros en ser afectados y sucumbir a dicha plaga. Y los hospitales como en el que ella trabajaba se convertirían en auténticos focos de infección. “Eso nunca podría suceder”, se dijo a ella misma, tratando que la razón imperara sobre el miedo sin fundamentos que comenzaba a aquejarla, pero en otro rincón de su cabeza, como suele ser en tales casos, una pequeña voz susurrante permanecía diciendo, inquieta: “Pero, ¿que tal si sí... que tal si algo así llegara a suceder?”.


    Debido a su abstraimiento, Hitomi no dio cuenta de los múltiples chillidos que lanzaba el diverso instrumental médico de su paciente, detonando todo tipo de alarmas que no fueron atendidas a su debido tiempo. Fue hasta que escuchó caer toda una estantería de ropa, ubicada un poco más cerca de su lugar, que pudo percatarse que algo no estaba bien. De inmediato detuvo el funcionamiento de su aparato para ponerse en pie como de rayo y averiguar la causa de semejante estrépito. Sin embargo, la gruesa capa de oscuridad proveniente de aquél rincón la detuvo en su sitio, impidiéndole poder avanzar siquiera un paso más, conforme el ritmo de su respiración iba en aumento.

    —¿Ho-Hola? ¿Hay... hay alguien ahí?— no fue hasta que pronunció tales palabras que se percató y reprochó a si misma por el cliché que estaba perpetrando.

    Convencida de que ella era mejor y mucho más lista que cualquiera de los personajes de películas de horror que haya visto, la joven enfermera arrojó un grueso y pesado rollo de cinta médica hacia el oscurecido rincón, en tanto que empezaba a encender cada uno de los interruptores de luz que tenía a mano, sin lograr dar con el que encendía ese pasillo en particular. Mientras estaba en eso, el rollo de cinta que momentos antes había lanzado a la oscuridad regresaba de ella, rodando por el suelo hasta caer cuando chocó con el módulo de madera detrás del cual se refugiaba. Un sonido hueco y repetitivo, como el de alguien arrastrando una pesada carga, se fue escuchando cada vez más nítidamente, seguido de una especie de lamento gutural.

    —¡Ay, mi Dios! ¡Ay, mi Dios!— empezó a santiguarse la muchacha, en tanto veía salir de entre las tinieblas un trémulo brazo que se abalanzaba en su dirección, y un pálido rostro, como el de un espectro, seguido de un cuerpo maltrecho que se movía lentamente, arrastrando su pierna izquierda.

    Aquella terrorífica visión la hizo pegar tremendo grito, digno de cualquier scream queen de la actuación, que reverberó por todos los muros del desolado piso. Al parecer desorientada por semejante ataque sónico, la aparición que acosaba a la desfallecida Hitomi se desplomó en el piso, a la vez que la enfermera recuperaba sus sentidos y gracias a eso fue que pudo reconocer a Kai Rivera, su joven paciente hasta entonces comatoso.

    —¡Me lleva el diablo! ¡No puede ser!— exclamó, llevándose las manos al rostro, para luego apurarse en ayudar al chiquillo a ponerse en pie nuevamente —¿Rivera-san? ¿Es usted? ¡No me lo puedo creer, esto es imposible! ¿Pero qué cuernos crees que estás haciendo, cariño?

    El piloto Eva desfallecía para tratar de incorporarse, aún cuando lo hiciera auxiliado de Hitomi. Sus piernas y rodillas tambaleantes no le respondían, y más bien parecía un cervatillo recién parido, que corría el riesgo inminente de desplomarse y convertirse en carroña para los depredadores. De su boca no salía otra cosa que fuera un balbuceo incoherente y sonidos que sólo un neonato podría articular, por mucho que esto le pareciera desesperar, en tanto que su acompañante comenzaba a reprenderlo severamente:

    —¡Estuviste en coma más de 24 horas, insensato, no puedes ponerte en pie así nada más! ¡¿Cómo se ocurre ponerte a deambular por el pasillo y sacarme el susto de la vida?!— en el acto, al ver la incapacidad del paciente por comunicarse, se compadeció del chico —¡Ay, ternurita! ¡Seguro que pensaste que era como en las películas, donde un tipo despierta de repente de su coma y enseguida ya está corriendo por la calle y atravesando ventanas! ¡No deberías creer todo lo que ves en la tele, corazón! Aunque admito que debes ser bastante fuerte, si es que pudiste llegar hasta aquí desde tu cuarto— la joven profesionista lo hizo que se apoyara firmemente contra el mostrador, asegurándose que quedara bien sujetado, lo suficiente como para poder dejarlo solo unos momentos —A ver, quédate aquí, trata de no caerte mientras traigo una silla de ruedas para ti, así será más fácil llevarte de regreso a tu cama y que yo pueda hablarle al médico de guardia, sin que alguien se tenga que enterar de todo esto y me despidan...


    La enfermera entonces se apuró en llegar hasta el armario donde guardaban las sillas de ruedas, muletas y otro equipo ortopédico, comenzando a buscar entre la penumbra una que estuviera disponible. Había varias cosas apiladas, por lo que debido a su baja complexión batallaba para despejarse el camino. Entre la estridencia que hacía quitando bultos, y el esfuerzo que ello le tomaba, solamente se percató de la presencia de Kai, quien la había seguido, hasta que éste la empujó por la espalda hasta el fondo del cuarto y cerró la puerta abruptamente sin que ella pudiera hacer algo por evitarlo, dejándola encerrada en el interior de ese oscuro compartimiento.

    —¡Rivera-san! ¡¿Qué cree que está haciendo?! ¡Deje de jugar y sáqueme de aquí cuanto antes!— mientras que Hitomi comenzaba a girar la manija de la puerta y a golpearla con tal de liberarse, el paciente rebelde cerraba dicho ingreso con llave, la que luego arrojó a lo largo del corredor. Había sido toda una suerte que las llaves vinieran rotuladas según el cuarto que abrían. La pobre joven aprisionada no lo veía de esa manera, insistiendo en que su captor la liberara —¡Déjame salir ya, muchacho! ¡Vas a meternos a los dos en muchos problemas! ¡¡¡Rivera-saaan!!!


    Por su parte, Kai ya había logrado llegar hasta el vestíbulo de aquél piso, esperando por el elevador jadeando y sin aliento. Ya de por sí hubiera sido difícil moverse con las varias contusiones, esguinces y fracturas que portaba en diversas partes de su cuerpo, pero hacerlo bajo tales condiciones y recién recuperado de un coma era cosa más que imposible. Sin embargo, ahí estaba, casi arrastrándose pero dispuesto a salir de ese lugar a como diera lugar. Su cerebro, inmerso en un cúmulo de confusión y delirio, luchaba por recobrar el dominio de sus funciones motrices y lingüisticas. En lo que lo hacía, un solo propósito guiaba su terca determinación en escapar del sanatorio: llegar cuanto antes al Geofrente y subir a bordo del Eva Zeta. Un solo pensamiento estaba impreso en su resolución inquebrantable: “Tengo que salvarla... ¡Tengo que salvarla!”


    Ya comenzaban a dar las once y media, treinta minutos antes de medianoche, cuando las luces en toda la ciudad, y en todo el país, comenzaron apagarse, dejando a Tokio 3 en una oscuridad total, gracias a las gruesas nubes de lluvia que no dejaban entrar los rayos de luz lunar. Aquello fue todo un espectáculo para todos los que tuvieron la fortuna de observarlo: el poder ver a una ciudad entera, llena de luz y de vida, aún de noche, el extinguir su luminosidad al mismo tiempo, y que sólo quedara aquella gran masa negra extendida. Era una visión hermosa en cierto sentido, aunque también macabra. El joven Ikari reflexionaba en todo esto sentado sobre la enorme plataforma que tendieron a los pilotos para que pudieran ingresar con facilidad a los Evas, llegado el momento de la batalla. A su lado se encontraba Rei, quien también contemplaba la ciudad en tinieblas. Luego de dar un profundo suspiro de melancolía, el joven Ikari se dirigió a su compañera:

    —Creo que nos vamos a morir muy pronto— expresó como lo hubiera hecho un enfermo terminal ó algún preso condenado a la pena de muerte.

    —¿Porqué crees eso?— le preguntó pacientemente con su gesto despreocupado y sereno, dándole una oportunidad para que se justificara.

    —¿Cómo es que puedes estar tan tranquila, en una situación cómo esta?— interrogó el muchacho a su vez —Has estado expuesta al peligro varias veces...

    —Lo digo porque mi trabajo es protegerte— contestó la jovencita, mirándolo con sus pupilas escarlata de manera tan intensa que Shinji bien pudiera haber empezado a arder en llamas —Así que puedo asegurarte que hoy no te vas a morir...

    Los dos pilotos volvieron a guardar silencio, y sólo se podía percibir el rápido movimiento de las nubes acercándose a la escena, para vaciar su contenido explícitamente sobre el caldero hirviente en el que se había convertido la urbe y todos sus alrededores. Dándose cuenta que Ayanami estaba de humor para conversar, quiso hacerle una pregunta que tenía para ella desde que la conoció:

    —¿Porqué piloteas, Ayanami?

    Rei reflexionó un poco, antes de responderle.

    —Es cosa de vínculos— se limitó a decir.

    —¿Vínculos con mi padre?— cuestionó de nuevo, ya que la respuesta que le dio no le había quedado muy clara —¿Con Kai? ¿Ó a quién te refieres?

    —Me refiero a que pilotear el Eva es lo único que me conecta con todo el mundo. Con esta vida. Yo no tengo nada más que esto— confesó tranquilamente la joven— Es cómo si sólo hubiera nacido para pilotear. Si no fuera un piloto Eva, jamás hubiera conocido al Comadante Ikari, ó a Rivera... ni siquiera a ti... si por algo dejara de ser piloto, entonces no me quedaría nada que me vinculara con otras personas. Sería lo mismo que no existir, que estar muerta...— concluyó, y todo volvió a quedar en silencio, a excepción de los cantos de los grillos y demás insectos nocturnos, que reaccionan a la aproximada humedad.

    Ikari volvió a quebrantar el silencio que se interponía entre ambos.

    — “Estar muerto”— repitió Shinji —Pues a mí tal vez me pasaba lo mismo antes de venir a este lugar — Odiaba todo y a todos... Era totalmente apático, y nada me importaba. Pero puse un frente quieto, apaciguado, jugando al niñito bueno. Tal vez hasta antes que me hiciera piloto, sólo haya aparentado estar vivo. Así que de cierto modo, puedo entender como te sientes. Las personas sólo nos dan un valor por que somos capaces de mover un Evangelion... pero aún así, el que sólo te aprecien por eso... me parece algo muy triste...

    Con tales palabras finalmente el chico se había callado, hundiéndose de nuevo en una profunda meditación. No entendía el porqué le decía todas esas cosas a Rei. Una parte de él se sentía confiada en su presencia, como si estuviera cubierto con una deliciosa manta abrigadora y agradable al tacto.

    La muchacha, por su parte, observó el reloj que traía en su traje de conexión, y se dio cuenta de la hora que era: 11:45 PM, un cuarto para la medianoche.

    —Ya es hora— le indicó a su compañero sin más preámbulo.

    —Ikari...— pronunció la jovencita antes de que ambos subieran a sus máquinas de guerra.

    —¿Qué?— preguntó el muchacho, deteniéndose en vilo.

    —Adiós— y sin decir nada más, Ayanami se internó en la Cápsula de Inserción de la Unidad 00, dejando a Shinji bastante confundido por aquél simple gesto protocolario, pero que en labios de aquella singular chiquilla le había sonado a un mal presagio.


    Los Evas fueron a acomodarse a las faldas del monte, a sus respectivos puestos. Shinji, con la Unidad 01, se acomodó a la cabeza, tirándose pecho a tierra con el rifle de positrones. A sus espaldas se encontraba la Unidad 00 con su escudo electromagnético. Una distancia de 35 kilómetros, algunos cubiertos por las aguas del mar, era lo que les separaba del ángel, que continuaba despreocupado su excavación hacia el interior del Cuartel General de NERV, sin saber el ardid que se planeaba en contra suya.

    Por fin, después de varias horas de espera, la lluvia comenzó a hacer acto de presencia tímidamente, con una ligera llovizna que amenazaba con acrecentarse. La medianoche había llegado, junto con el agua caída del cielo.

    Al comenzar el nuevo día, también había empezado la Operación Yashima.

    —Estamos listos...— comunicó Hyuga al dar las 12 de la noche exactas.

    —Bien— dijo Misato, mientras tomaba el radio para comunicarse con sus jóvenes subordinados —Shinji, todo el poder de Japón está en tus manos... ¡Contamos contigo para que le des un buen uso!

    El chiquillo sólo asintió con la cabeza, tragando saliva, mientras que sus manos sosteniendo el gatillo del arma comenzaban a sudar debido a su acechante nerviosismo.

    En esos momentos todos los transformadores eléctricos en todo el país comenzaban a encenderse y a cargar el enorme cañón que el muchacho traía en las manos, al tiempo que comenzaban a zumbar al irle transmitiendo electricidad y la lluvia recrudecía a cada momento que pasaba.

    —Comenzando conexiones primarias— decían los operadores, observando atentos en sus consolas el avance de dicho procedimiento —Empezando transmisión de energía de los bloques 1 al 803.

    —¡Empiecen la Operación Yashima!— ordenó la Capitana Katsuragi, mientras lejanos gruñidos de relámpagos y truenos se escuchaban claramente. Esperaban que la improvisada lluvia no tuviera demasiadas repercusiones en el plan.


    Shinji acomodó su Eva en posición de disparo, recostado casi totalmente boca abajo en el suelo, y con la mirada al frente, justo dónde el coloso se encontraba taladrando, sobre una de las principales avenidas de la ciudad.

    En esos momentos, todo el mundo se detuvo, esperando el resultado de los preparativos. Los evacuados en los refugios la pudieron sentir, mientras veían las constantes gotas de lluvia estrellarse y derramarse en las ventanas superiores. También los que aún se encontraban en el Geo Frente, cómo el Comandante Ikari, aún con un monstruo taladrando y perforando el techo de la instalación subterránea y buscando irrumpir en ella de un momento a otro. Incluso todos los técnicos y oficiales en la serie de tiendas de lona en el Monte Futago, mientras terminaban los preparativos. E igualmente los pilotos de los robots, que se encontraban afuera, bañándose en la lluvia, a la espera de una sola palabra para lanzarse al ataque. Todas las partes involucradas pudieron sentir esa desesperación y nerviosismo que nacían de la terrible espera antes de que todo se resolviera. Esa incertidumbre de que era lo que iba a pasar. El espacio abierto de 35 kilómetros era lo que les separaba de la vida ó de la muerte, al igual que una sola indicación, una sola palabrita, para que se disparara el arma y se decidiera su destino final.


    Al encontrarse inmerso en la misma tensa, angustiante espera que todos los demás, Gendo Ikari no tenía intención alguna de contestar el teléfono a su lado, que comenzó a llamar con insistencia. Pero en cuanto observó de reojo a Fuyustki, a su lado, éste sentenció, inflexible:

    —Ya te he dicho que no soy tu secretaria. Atiende tus malditas llamadas tú mismo, ó no lo hagas, me da lo mismo. Pero no volveré a levantar esa bocina por ti...

    Entonces el comandante alzó el auricular hasta colocarlo sobre su oído, sin mediar palabra con su acompañante, derrotado al final. Y tampoco es que fuera necesario. Su mirada lo decía todo, en tanto que pronunciaba, malhumorado:

    —Habla Ikari... estoy bastante ocupado en estos momentos, diga rápido qué es lo que quiere y deje de hacerme perder el tiempo.

    —¡Señor, lamento mucho molestarlo, pero se trata de una auténtica emergencia!— le escuchó decir a uno de sus oficiales técnicos, del otro lado de la línea —¡Se trata del Doctor Rivera! ¡De alguna forma recuperó el conocimiento y escapó del hospital!

    —¿Qué ese imbécil hizo qué cosa? ¡No es posible! ¡Impídanle el ingreso a estas instalaciones, a toda costa! ¡Lo último que necesitamos en estos instantes es que ese maniático llegue e interfiera con toda la operación!

    —¡De eso se trata, señor! ¡Lo que pasa es que... es que el Doctor Rivera pudo eludir los retenes de acceso y ahora está a bordo del Eva Z, solicitando permiso para su despliegue!

    —¡¿Qué?!— los ojos del hombre barbado parecieron salir entonces de sus órbitas, amenazando con romper los cristales de sus lentes, en tanto se ponía en pie como si su asiento le quemara.

    —¡No les estoy pidiendo permiso, para nada, atajo de brutos descerebrados!— intervino de súbito el mencionado muchacho, apareciendo en las pantallas del centro de mando —¡Soy Director de mi propia División, y como tal tengo toda la autoridad para desplegar al Eva bajo mi mando en el momento y circunstancias en que considere es necesario! ¡Así que quiten todos sus armatostes de mi camino ó lo haré yo mismo! ¡Ustedes decidan!

    —¡¿Se puede saber en qué diablos estás pensando, mocoso idiota?!— repuso en el acto el Comandante Ikari, mostrándole el puño —¡Sólo mírate como estás, apenas si puedes hablar, mucho menos manejar un Eva! ¡No permitiré que te entrometas en una operación tan delicada como ésta, en condiciones como ésas! ¡Vas a arruinarlo todo por tu estupidez!

    —¡Cierra el pico, anciano! ¡Hago esto para salvarles sus penosos traseros, por si no te has dado cuenta! ¡Ese ángel es sólo una cosa rara que se la pasa ahí, flotando nada más y disparando a capricho! ¡Zeta es más que suficiente para mandar al infierno a ese malnacido, y si todavía no te has dado cuenta de eso, pues entonces eres mucho más tarado de lo que pensaba!— al percatarse como su enojo comenzaba a nublarle el juicio, y a despojarlo también del aliento debido a tantos gritos, Kai hubo de calmarse como pudo, para argumentar en un tono mucho más mesurado: —En cualquier caso, puedes contarme como un recurso de último momento, sólo por si algo sale mal... si todo sale conforme a lo planeado, entonces no hará falta que intervenga y toda esta discusión habrá estado de más. Me disculparé contigo, si eso es lo que quieres. Pero si algo, por cualquier cosa, llegara a salir mal, entonces podría ser muy tarde para todos nosotros si haces que me quede atorado aquí adentro... piénsalo sólo un momento, y sabrás que tenemos mucho en juego como para que tomes ese riesgo, Ikari...

    —Puede que no te guste, pero el chico tiene la razón— terció el Profesor Fuyutski, a sabiendas de que su socio necesitaría un empujón para tomar la decisión correcta —Desde un principio sabíamos que las cualidades ofensivas y defensivas del Eva Z eran lo que se requería para acabar con este enemigo sin tantas complicaciones...

    —Comiencen todos los preparativos para el lanzamiento de la Unidad Z— masculló Ikari finalmente, de mala gana, volviendo a tomar asiento —Tracen una ruta para que termine en el punto más cercano posible a la base temporal del Monte Futago.

    —¡Sí, señor!— asintieron enseguida varios técnicos que acudieron prestos a cumplir con sus órdenes lo antes posible.

    Rivera ya no dijo nada más, compartiendo el mismo semblante malhumorado del comandante, haciendo una especie de bufido antes de cortar la comunicación con la sala de controles y poder alistarse para su despliegue en el campo de batalla, en la superficie.


    “Incrementando la presión del voltaje” decían en esos mismos instantes los técnicos apostados en el Monte Futago, mientras un sudor frío los recorría, no sólo a ellos, sino a casi todo mundo. “Sistema de enfriamiento a máxima potencia”, “Flujo de entrada de positrones: correcto”. Mientras más se acercaba el momento, más ansiosos se sentían todos. Queriendo aparentar rigidez frente a sus subordinados, Misato se cruzó de brazos y apretó los dientes, en espera de la señal. De una palabra, para dar la orden de atacar. “Segunda conexión. Enciendan el acelerador. Acelerador funcionando.” Afuera, la lluvia arreciaba, trayendo consigo un fuerte y frío viento. Al principio, las gotas de lluvia se evaporaban al contacto con el candente pavimento. Ahora, el sistema de drenaje comenzaba a llegar a su tope y amenazaba con desbordarse. La tormenta continuó con su camino, hasta quedarse estancada justo en el centro de la urbe, cómo si quisiera encubrir al monstruo, y entorpecer los aparatos eléctricos de sus enemigos. Sin embargo, era demasiado tarde para retroceder, era el ahora ó nunca, se jugaban el todo por el todo, y ni la naturaleza misma los podría detener. “Toda la energía a la sub estación transformadora, en Monte Futago” volvieron a pronunciar los operadores. El momento se acercaba, poco a poco.

    —Supriman el último dispositivo de seguridad— ordenó Misato.

    “Tercera conexión sin problemas.” Fue lo que obtuvo por respuesta inmediata. La transferencia de energía ya estaba lista, ahora sólo había que esperar el momento idóneo para disparar.

    —¡Carga el arma!— le indicó Hyuga a Shinji, mediante la radio.

    El chiquillo, obedeció de inmediato, jalando el dispositivo en el rifle, para que toda la energía acumulada se fuera directo al disparo. De inmediato, el visor que le serviría para apuntar se ajustó a sus ojos automáticamente. En la pantalla apareció la gráfica del blanco, y los cálculos los comenzó a hacer la máquina. “Margen de error por rotación terrestre de 0.0009%” comunicó Hyuga. Comenzaba el conteo final.

    “10 segundos para el disparo” comunicaron los operadores, mientras hacían un conteo regresivo. “9. 8. 7. 6...”

    Antes que pudieran llegar a 5, un fulgor azul iluminó la lluviosa noche, mientras el estruendo del relámpago que cortó el firmamento apabullaba a todos, al punto de llegar algunos a brincar de su asiento. Aprovechando tal coyuntura el ángel también comenzó a cargar su cañón, con un zumbidito cómo de miles de enjambres de abejas reunidos en un solo lugar. El movimiento no pasó desapercibido para sus adversarios.

    —¡Registro una fuerte lectura de energía, proveniente del enemigo!— dio cuenta de inmediato Shigeru.

    “¡Maldición!” pensó Misato “Ya se dio cuenta. Pero si conseguimos disparar antes, podremos vencerlo"... sus pensamientos fueron interrumpidos por el fin de la cuenta, al haber llegado a 0. Una pequeña alarma les hizo darse cuenta, para poder decir aquella palabra que daría comienzo al ataque.

    —¡Dispara!— le ordenó de inmediato Katsuragi al piloto del Eva 01.

    Ni tardo ni perezoso, el muchacho jaló del gatillo, para que el disparo de energía saliera a toda potencia del cañón del rifle, produciendo un estruendo aún mayor que el de los relámpagos. No obstante, la acción llegó demasiado tarde, ya que el titán no necesitaba de tanto tiempo para cargar su arma, a diferencia de la enorme máquina, disparando su propia descarga, cómo una protesta al ataque, con un tronido de igual potencia, que hizo que los cristales de los edificios cercanos se rompieran debido a la onda de sonido.


    Los dos disparos surcan el oscurecido cielo con todo y aguacero, sin ninguna dificultad. Una vez que estuvieron frente a frente, las ráfagas de energía se repelieron la una a la otra, fallando ambas en sus objetivos. La de Shinji fue a estrellarse justo a un lado del ángel, haciendo explotar un rascacielos entero, mientras que la de la bestia fue a estrellarse directamente a la montaña, en el espacio que estaba entre los Evas y el campamento. La explosión resultante los sacudió a todos, al campamento y a los robots; esto ocasionó que algunos aparatos fueran destruidos ó dañados, sin contar a la gente, que los tomó por sorpresa, ya que no se lo esperaban. El chiquillo, con horror contempló que había fallado, mientras todas sus esperanzas parecían esfumarse en el aire.


    El taladro del monstruo al fin había acabado de penetrar todas las planchas de blindaje que protegían al Cuartel General, y seguía avanzando más allá de éstas, haciéndose visible a través de la cúpula superior de aquellas instalaciones subterráneas. Las alarmas se encendieron por doquier, y al mismo tiempo la evacuación del personal daba comienzo.

    —¡El taladro enemigo ha penetrado al interior del Geofrente!— dijo Hyuga, al contemplar los incontables reportes y alarmas que inundaban su estación.

    Misato se incorporó rápido de dónde estaba tirada, en el suelo, e indicó de inmediato:

    —¡Alista el segundo disparo, rápido!— gritó desesperada por la radio.

    Shinji la obedeció de inmediato, volviendo a cargar el arma, expulsando el fusible vacío que anteriormente contuvo la energía para el tiro, y poniendo uno nuevo.

    “¡Cambio de fusible!” decían los técnicos en sus consolas, casi al borde de sus asientos “¡Comenzando la nueva carga! ¡Inicio del enfriamiento del cañón del fusil!”

    Dándose cuenta que aquel no sería tiempo suficiente, la astuta estratega encargada de la misión buscó distraer al enemigo, mientras la energía se iba acumulando en el gigantesco rifle que empuñaba el robot morado.

    —¡Shinji!— le indicó a su piloto —¡Muévete! ¡Tenemos que ganar tiempo!

    —¡Entendido!— aceptó el chiquillo, mientras se ponía de pie y jalaba los enormes cables que suministraban de energía al arma.

    Una vez que los tuvo todos en la mano, se deslizó por la empinada colina, hacia abajo, buscando una nueva posición, seguido muy de cerca por Rei. Una vez que se acomodó en otra ubicación, volvió a apuntar hacia el blanco desde ese lugar.

    Al parecer, el ángel no se olvidó tan fácilmente de ellos, y de nueva cuenta quería emprender en su contra, cargando su cañón integrado, con el zumbido característico de los insectos. No le tomó bastante tiempo el volver a detectar el peligro, para corregir la mira de inmediato y apuntar hacia el nuevo punto donde los robots se habían apostado.

    —¡Tengo otra lectura de energía proveniente del objetivo!— volvió a advertir Shigeru.

    “Maldita sea” sudó frío la Capitana Katsuragi “¡Es muy pronto!”

    La desesperación de todo mundo se hizo evidente al desbordarse como un torrente furioso en esos angustiosos segundos, entre el tumulto del pánico y el caos; todos se daban órdenes los unos a los otros ó comenzaban a escapar aterrorizados del campamento.


    Y entre todo aquello, y sin previo aviso, sin que nada los pudiera alertar, el monstruo volvió a atacar, disparando su potente cañón; sin embargo, en esta ocasión no había respuesta todavía de su blanco, por lo que de seguro ahora sí acertaría sin ningún otro contratiempo.

    La ráfaga cortó de nuevo la tromba que se había establecido en la metrópoli, inundando sus calles y algunas casas, arrancando con sus ventarrones árboles de raíz entera, y en medio de los desastres, el destino viajaba velozmente sobre el disparo de energía, buscando alcanzar a la Unidad 01 y desaparecerla por completo.

    Todo mundo observó con mudo terror el funesto resplandor del ataque, hasta el mismo Shinji, mirando impávido la vorágine de destrucción que avanzaba directo hacia él, sin poder hacer la gran cosa, más que gritar despavorido con todas las fuerzas que sus pulmones pudieron darle. En aquellos instantes nada parecía que pudiera salvarlo de una muerte inminente. Nada, excepto un escudo fabricado con la parte inferior de un transbordador espacial.


    Sorprendido por no ser cenizas flotando entre el aguacero diluviano, absolutamente seguro que estaba completo, y vivo, el chiquillo abrió los ojos buscando la razón del porqué seguía en este mundo. Rei, con el escudo, se había puesto frente a él momentos antes del impacto, cubriéndolo de éste, aguantando lo más que podía. El titán oriundo del cielo, molesto de tantos estorbos, seguía con la descarga, atravesando los 35 kilómetros que lo separaban de sus adversarios, buscando desesperadamente el liquidarlos, ó por lo menos entretenerlos el mayor tiempo posible, hasta que terminara su perforación y diera con el objeto de su búsqueda. En contraste, la muchacha luchaba lo más que podía contra la fuerza del tiro, plantando sus piernas en el piso con toda la fortaleza de la que hizo acopio, resistiendo para no ser lanzada hacia atrás. Mientras tanto la coraza que sostenía comenzaba a arder y a deshacerse paulatinamente. La Doctora Akagi se dio cuenta del predicamento de la joven Ayanami, pero sólo pudo advertírselo a sus compañeros:

    —¡El escudo no va a aguantar!— gritó a todo aquel que pudiera oírla.

    —¿Estamos listos para un segundo disparo?— fue la respuesta de Misato.

    —¡Aún no! ¡No hay algo que podamos hacer!— contestó Hyuga, observando su pantalla.

    Observando aquella masa negra delante suyo, su compañera aguantando el disparo del coloso, siendo consumida paulatinamente por el intenso resplandor del que lo cubría, el joven Ikari se desesperaba a cada segundo que transcurría, apurando al contador que le indicaba el nivel de energía almacenado en su arma:

    “Apúrate” le suplicaba al aparato, “¡Por favor!”

    En ese mismo instante el escudo se disolvió por completo, dejando a su portador a merced de la inclemente descarga enemiga. El Eva 00 comenzó a retorcerse, víctima de las altas temperaturas a las que era sujeto, en tanto que una gran cantidad de humo producido por las placas de su armadura que comenzaban a derretirse como cera caliente.


    Fue en tales circunstancias que sobrevino una atronadora explosión que barrió con todo a su paso, levantando por los aires gran cantidad de escombro y una densa nube de polvo que dificultó la visibilidad por unos instantes. Lo raro fue que en lugar de volarlo en pedazos calcinados, la fuerza del estallido arrojó de espaldas a Cero, alejándolo del peligro aunque para entonces ya estaba fuera de combate. Ello que indicaba que la explosión había tenido lugar delante suyo, y no en su interior, como hubiera pasado si la detonación hubiera sido producto de la descarga enemiga. Una vez que las partículas restantes se dispersaron, para sorpresa de propios y extraños Zeta hizo su aparición, de pie sobre el cráter que había hecho al aterrizar justo en medio del fuego enemigo y la Unidad Cero, impactándose contra el terreno como si se hubiera tratado de un misil al utilizar sus prolongados saltos de altura impulsado por su propio Campo A.T. Hasta la lluvia pareció calmarse en ese claridoso, inesperado momento, justo cuando todo parecía haberse perdido.

    —¡¿Cómo demonios llegó el Eva Z hasta aquí?!— pronunció Ritsuko, anonadada ante la vista de dicho Evangelion resistiendo de lleno el grueso de la ráfaga como si se tratara sólo de un chorro de agua a presión. Aún cuando cálculos anteriores lo hubieran proyectado, presenciarlo en carne propia era una cosa muy distinta.

    —¡No puede ser! ¡¿Ese de ahí es Kai!?— añadió Misato en el mismo temor, sin poder despegar los ojos de aquella estampa, toda una auténtica Deux ex Machina —¡Maldito loco desgraciado! ¡Debería estar en el hospital! ¡Si salimos vivos de esta, me las va a pagar!

    Sintiendo cómo la persistente ráfaga a la que hacía frente pretendía tumbarlo de espaldas, Rivera clavó los pies en la tierra, y comenzó a empujar el disparo hacia adelante con el cuerpo; el ángel, que no iba a desistir hasta atravesar a ese nuevo, inoportuno y desconcertante enemigo, aumentó la agudeza de la fuerza de su disparo, en un último esfuerzo por seguir distrayendo a sus adversarios y acabarlos, de paso.

    El muchacho percibió el aumento de la embestida, y en medio de la desesperación de la que empezaba a ser presa, junto con la ira y la impotencia, colocó su mano derecha por delante quitándose aquél caudal destructivo del pecho. El repentino choque de la palma de la mano del Eva Z con el disparo de energía del monstruo, provocó un fuerte y agudo chillido, semejante a una garra metálica deslizándose en un pizarrón, pero cómo si lo hubieran aumentado con un potente altavoz. Fue de tal modo que, por puro instinto, todo mundo se tapó los oídos, buscando protegerlos. Después, todos en el campamento quedaron boquiabiertos e inertes, más bien hipnotizados frente a la escalofriante visión ante ellos. Por lo tanto, nadie se había dado cuenta que la energía para el segundo disparo estaba reunida, y que éste ya podía ser realizado. Sólo Ritsuko pudo reaccionar en ese momento, musitando casi para sí misma:

    —Está deteniendo el disparo... sólo con su mano... concentrando su campo A.T en un solo punto, al igual que las otras veces... ¿De qué...? ¡¿De qué dimensión salió este mocoso?!


    El titán cada vez se sentía más frustrado, y había detenido la excavación para concentrarse en dar más potencia a la descarga que se encargaría de fulminar al chiquillo, mientras que éste, en cambio, se esforzaba en empujar lo más fuerte que pudiera la energía frente a él. Se había convertido en una prueba de fuerzas, de ver quién era quien aguantaría más: el ángel ó el niño, una dualidad muy interesante y más simbólica de lo que en esos momentos alguien se pudiera imaginar. Aunque la bestia no pudiera mover al chiquillo ni un solo centímetro más, y viceversa, Kai sentía cómo la fuerza lo abandonaba poco a poco, y si la cosa seguía así, era por demás seguro que perdería. Sintiéndose abatido y derrotado, buscó en lo más recóndito de sus límites, y con increíble frialdad, puso la otra mano en la descarga, comenzando a empujarla con ambas; aquello que parecía no tener fin, poco a poco comenzó a terminar, mientras el muchacho seguía empujando hacia el frente, sin importarle nada más que el ganar ese encuentro. Apretando los dientes, desesperado y enojado, gritó desaforado a los cuatro vientos:

    —¡¡¡MUÉRETEEEEEE!!!— profirió a todo pulmón al coloso.

    Entonces, con todo lo que pudo reunir de fortaleza, cómo si hubiera sido una pelota de voleibol, golpeó la ráfaga congelada con las dos manos juntas y empuñadas, para que ésta fuera lanzada hacia arriba. Semejante a un dragón ascendiente, el disparo de la bestia fue a los cielos, y por breves momentos, iluminó intensamente la negrura de la madrugada, convirtiéndola en día aunque sólo fuera por algunos momentos. Atravesó los nubarrones para desaparecer por completo, explotando muy por encima del nivel del suelo, sin causar mayores daños. Cómo había llegado, la depresión pluvial se deshizo repentinamente, dejando espacio de inmediato a la enorme luna blanca y azul que se había estado ocultando hasta entonces, libre para que resplandeciera en todo su esplendor desde las alturas, trayendo un poco de luz a la oscura ciudad.

    Todos quedaron mudos ante el resultado, contemplando al vencedor, erguido sobre la montaña, majestuoso, imponente e inmóvil, con las dos manos al frente, mientras pequeños hilos de un humo blanco salían de éstas.

    —¿Eso... eso es todo lo que tienes... puta?— murmuró entonces el piloto de la Unidad Z, con gesto contraído por la ira. Luego de un breve momento, en el que recuperó su aliento, sentenció sin más: —Arde, infeliz...

    En el acto los ojos del robot esmeralda comenzaron a destellar con un brillo intenso, para casi de inmediato expulsar un torrente de energía carmesí que surcó rampante el espacio aéreo de Tokio 3, hasta pegar de lleno sobre la desprevenida criatura en forma de dodecaedro, atravesando de lado a lado la extensión total de su cuerpo, semejante a un problema matemático.


    El haz luminoso había dejado un orificio de entrada y otro de salida al perforar a la entidad, de donde surgieron sendas llamaradas que despedían una gran cantidad de humo violáceo. No obstante la magnitud del daño recibido, el coloso permaneció a flote, aunque a duras penas, de lo que tomó nota Rivera, en tanto que su oponente se alistaba para volver a atacar, adquiriendo esa peculiar luminoscencia que siempre mostraba antes de efectuar sus disparos.

    —Vaya que eres un cabrón persistente, ¿no?— observó el chiquillo, haciendo lo propio para prepararse al nuevo embate del que sería objeto.

    Aún así, su prudente precaución resultó ser innecesaria, tal como lo demostró el propio Sexto Ángel cuando estalló carbonizado en una gran bola de fuego, mucho antes de siquiera lanzar su acometida. Semejante a una aeronave estrellándose, tambaleante y pausadamente, así fue como el cadáver en llamas del monstruo fue arrastrado hacia el suelo por la gravedad que ya no podía negar más. Como si se tratara de un mal chiste, el cuerpo jamás llegó a tocar el piso, quedando atorado en el espacio que había entre dos edificios, hasta donde fue a dar, sostenido a la vez por su taladro, reducido a cumplir la función de un mero pilar de soporte.


    Mientras que tales sucesos transcurrían, Shinji aprovechó la intromisión de su compañero para desentenderse de todo, arrojando su rifle ya cargado para un nuevo disparo a un lado. Así que en lo que Zeta despachaba a su oponente, Ikari se precipitó a atender el asunto que le era más urgente desde hacía vario rato: la condición en la que se encontraba Ayanami, quien se había sacrificado a sí misma para cubrirlo del ataque enemigo, y que había quedado expuesta a semejante castigo sin protección alguna por varios segundos.

    —¡Ayanami! ¿Estás bien? ¡Ayanami!

    Ante las negativas de existencia de la chiquilla por la radio, el joven arrancó la cubierta de la Cápsula de Inserción en la espalda del yaciente Eva 00, cuyo sistema de expulsión automático arrojó enseguida dicha cápsula, que Ikari depositó cuidadosamente sobre el piso, antes de salir él mismo a toda prisa de su propia cabina, apremiado por conocer el estado de salud de su compañera. Corriendo lo más rápido que le dieron sus piernas, el joven llegó de inmediato a la cápsula.

    —¡Ayanami!— le gritó desesperado a la ocupante de la cabina, golpeando uno de sus costados — ¿Estás bien ahí dentro?

    Pero el resultado fue cómo con la radio, no hubo respuesta alguna del interior, así que decidió forzar su ingreso por él mismo, temiendo lo peor. Para tal efecto hubo de valerse del sistema de apertura manual, dispositivo consistente en una simple palanca a la que debía dar varias vueltas. Para fortuna del muchacho, el grueso y resistente material sintético con el que estaba hecho su traje de conexión lo salvó de sufrir graves quemaduras en las manos, dada la alta temperatura a la que aún se encontraba aquél enorme cilindro metálico.


    Al ingresar al interior de la cabina del Eva 00, Shinji no sabía que era lo que iba a hacer, ni siquieralo que iba a encontrar dentro. Poseído hasta entonces por su impulsivo arrebato de llegar hasta su compañera, hasta en ese momento que lo lograba cayó en la cuenta que no poseía conocimiento alguno que le permitiera proporcionar cualquier clase de primeros auxilios a una persona malherida. Se asomó por la escotilla, y desde ahí la pudo divisar, recostada sobre su asiento, y tranquila y tan bella cómo una magnífica escultura del periodo clásico. El sólo verla provocaba torpeza e indecisión. ¿Y ahora? Se preguntó de nuevo el chiquillo ante el embriagante y seductor espejismo; no se le ocurría en esos momentos qué es lo que debía hacer. Pero el tiempo pasaba y ella continuaba desmayada. Tragando saliva, el muchacho se animó a sacudirla un poco, para ver si despertaba, ya que fue lo primero que se le ocurrió. De haber sido un poco más instruido en tales menesteres, habría sabido lo peligroso que podía ser mover de ese modo a una persona herida. Afortunadamente, en esa ocasión la jovencita no estaba lastimada de gravedad, por lo que la imprudente acción no tuvo mayores consecuencias.


    La muchacha comenzó a reaccionar de mala gana ante el terrible estremecimiento del queera objeto, abriendo lentamente los párpados. Entre brumas, observó al individuo que la estaba sacudiendo fuerte e incesantemente, y a primera vista, lo reconoció cariñosamente como a su pareja, dirigiéndole una tierna mirada.

    —¿K- Kai?— preguntó susurrando.

    Pero al aclararse su vista, por fin vio con claridad al sujeto frente a sí. Al ver de nuevo a Shinji, fue más sorpresa que otra cosa lo que sintió. “Ikari” pronunció con un hilo de voz, desconcertada por su presencia. Lo último que recordaba era cuando Kai la estaba empujando hacia atrás, quitándola de la línea de fuego. Y después despertaba con Shinji agitándola cómo si fuera una vil sonaja, pero aunque hubiera querido estar furiosa, se encontraba bastante cansada y atontada para eso. Ni ella entendía bien todavía el porqué había cubierto al joven de la ráfaga. Si bien había establecido con anterioridad que lo haría porque ese era su trabajo, llegado el momento de actuar no pensó jamás, ni en un solo momento, que lo estaba haciendo por cumplir su parte dentro de la misión. No había sido el sentido del deber lo que la había impelido a la acción, ni un oscuro secreto deseo suicida que algunos creían ver en su proceder. Al parecer, simplemente se arrojó sobre la descarga motivada por un instinto inexplicable, poseída por una parte de sí misma que no pensaba en otra cosa más que en salvar a toda costa y librar de cualquier peligro a aquél joven, el cual despertaba emociones sumamente confusas e intrigantes dentro de ella, sin que pudiera hacer gran cosa por evitarlo, salvo reaccionar como lo había hecho. Pero ya no quería pensar en eso, estaba harta y sumamente agotada. Así que pretendió ignorar al muchacho, cerrando de nuevo sus párpados para volver a dormir y descansar, pero su propósito se vio truncado cuando escuchó llorar abruptamente a su compañero.

    —Ayer también estabas llorando, en tu sueño...— le dijo entonces la jovencita, sin quitarle la mirada de encima —¿Porqué estás tan triste?

    —No es eso...— le respondió, interrumpido por sus propias lágrimas —No lloro por dolor ó tristeza... lo que pasa es que estoy feliz... feliz de qué estés viva... pensé que te habías muerto— pronunció mientras se enjugaba el llanto y las mucosidades de su nariz.

    —Así que lloras porque estás contento...— observó la muchacha, al parecer bastante intrigada por su emotiva reacción —Lo siento... pero yo no creo ser capaz de hacer una expresión cómo esa...— después pronunció con pesadumbre —En realidad no sé como reaccionar en una situación como esta... ojalá también pudiera estar contenta, pero no puedo llorar, como tú...

    —Bueno...— le respondió Shinji, con su torrente de lágrimas ya agotado —Cuando uno está contento... lo más usual es sonreír— le contestó mientras le demostraba cómo hacerlo, esbozando una timorata sonrisa con los labios.

    —¿Puedes ponerte de pie?— preguntó luego el chiquillo, ofreciéndole su mano para ayudarle a incorporarse.


    La muchacha accedió al gesto, apoyando su mano en la de él. Cerró entonces los ojos, como si acaso estuviera reflexionando a conciencia, y luego volvió a abrirlos, observándolo detenidamente con un semblante ajeno por unos cuantos segundos. Cuando el joven Ikari empezaba a preguntarse qué era lo que le pasaba, la jovencita sonrió de improviso, y su sonrisa tan hermosa, tan cálida y sincera, pareció iluminar todo el pequeño escondrijo donde se encontraban.

    Ante semejante visión Shinji pareció desvanecerse, siendo trasnportado de súbito a un lugar mágico, lleno de música y de color. Su cuerpo perdió todo su peso y se sintió flotando entre la luna y las estrellas que en esos momentos tapizaban todo el firmamento nocturno.

    —¿Qué sucede?— inquirió la joven, alarmada por el intenso rubor que se asomó entonces a las mejillas de su compañero, temiendo que fuera producto de algún padecimiento que aquejara a su compañero.

    —No es nada, discúlpame...— se apresuró en contestar Ikari, interrumpiendo el contacto visual con la preciosa joven agachando la mirada, mientras la ayudaba a incorporarse y salir de la cabina.

    —Ayanami— le dijo cuando ambos emprendían el camino de regreso al campamento en el Monte Futago —Deberías dejar de decir “Adiós” cada vez que partamos a una misión. Eso siempre suena demasiado triste... Tal vez ahora pensemos otra cosa, pero después de muchos años, estoy seguro que nos podremos alegrar de estar vivos...

    La joven no quiso responderle, sin pronunciar otra palabra hasta que el equipo de rescate y salvamento los encontró. Pero estaba bastante consciente que ya veía a su compañero bajo otra luz, ahora que lo había tratado más y conocía otra faceta de su carácter, independientemente de los problemas que pudiera tener con Rivera. Sin proponérselo, había creado un nuevo vínculo, que la conectaría con otra persona que hasta entonces le había sido extraña. Se preguntaba cuántos más llegaría a hacer, con cuantas otras personas más se podría enlazar mientras desempeñara su rol como piloto.


    Por otra parte, desde el interior de la cabina del Eva Z, Kai no había perdido detalle de aquél peculiar encuentro. Una vez que reventó a Ramiel, su preocupación inmediata fue asegurar el bienestar de su pareja, pero entonces se dio cuenta que Shinji ya le había sacado ventaja a ese respecto, al haber sustraído la Cápsula de Inserción de Cero y abierto la escotilla para asegurarse que Rei estuviera bien. Gracias al sistema de cámaras de su Evangelion pudo cerciorarse de que su amada había salido avante de la difícil situación en la que se había metido, lo que le produjo un gran alivio, pero también tomó nota de la cálida sonrisa que la joven le había dedicado a su compañero de cuarto. ¡Maldito sea el zoom óptico de alta resoluición! Si bien no había podido escuchar la conversación, era innegable el carácter amistoso de tal gesto. Y el saber que Rei ya comenzaba a ver con buenos ojos al hijo del Comandante Ikari era, por algún extraño motivo que sólo él podía entender, algo que llenaba de rabia su corazón.

    De haber estado en condiciones para hacerlo, hubiera bajado de su robot gigante para separarlos de inmediato y patearle el trasero al cerdo ingrato de Shinji. Para su desgracia, todo su cuerpo adolorido le pedía a gritos reposo y volver al hospital por urgente atención médica que necesitaba. Por lo tanto, solamente se limitó a gruñir como perro malhumorado, a la vez que unos gruesos hilos de sangre le salían por los orificios nasales y oídos, con sus ojos esmeralda centelleando con el fulgor de todo el rencor que su alebrestado corazón era capaz de experimentar, sentenciando lacónicamente:

    —Esa... es MI sonrisa...


    “Fly me to the moon,

    And let me play among the stars,

    Let me see what Spring is like

    On Jupiter and Mars,

    In other words, hold my hand!

    In other words, darling, kiss me!”


    “Llévame a la luna,

    Y déjame jugar entre las estrellas,

    Déjame ver cómo es el Invierno

    En Júpiter y Marte,

    En otras palabras,¡ tómame de la mano!

    En otras palabras, ¡bésame!

    Frank Sinatra

    “Fly me to the moon”
     
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  13.  
    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

    Miembro desde:
    13 Mayo 2014
    Mensajes:
    39
    Pluma de
    Escritor
    Título:
    El Proyecto Eva
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    28
     
    Palabras:
    85219
    Capítulo Nueve: "El milagro de tus ojos"

    “Who can say where the road goes,


    Where the day flows?

    Only time...


    And who can say if your love grows,

    As your heart chose?

    Only time...”

    Enya

    “Only time”



    En aquellos tiempos, la niña no podía entender porqué las personas mostraban tanto apremio sólo por verla. Inclusive había quien no se conformaba solamente con su contemplación, sino que también le requería de una imposición de manos sobre la cabeza ó alguna parte afectada, lo que a la pequeña le causaba una gran repugnancia. El contacto físico con cualquier otro ser humano era algo a lo que estaba tan desacostumbrada, que la más tímida cercanía con otra persona era motivo suficiente para provocarle náuseas y mareo.



    Aún así, la gente comenzaba a agolparse a la entrada del convento, cada día en mayor número, solicitando una audiencia con aquella chiquilla que, según se decía, había bajado desde el Cielo para la salvación de la especie humana. “La Santa Niña de las Carmelitas”, que era como empezaba a ser conocida entre el pópulo. Esto, a pesar del esfuerzo y celo que realizaban las monjas por que tales visitas se suspendieran, pues atentaban contra la discreción y el sigilo con los que habían mantenido hasta entonces a dicha criatura dentro de los muros de su recinto sin que muy pocos supieran al respecto. Pero a decir verdad, era bastante difícil negarse a atender las demandas de más de cien personas apostadas afuera de sus puertas, algunos de ellos tan desesperados por obtener la salvación que bien pudieran devenir en una iracunda turba que las pondría en riesgo. De lo que las hermanas de la Congregación de las Carmelitas del Sagrado Corazón estaban bastante seguras era de que tanta atención no podría conllevar nada bueno. Lo que resultó ser cierto eventualmente, cuando ese hombre japonés arribó, aquél funesto día.



    No llegó solo hasta aquél punto remoto y olvidado del antiguo bajío mexicano, para entonces un territorio más incoporado al “Gran Imperio Americano” que se extendía de punta a punta por todo el continente, desde las planicies congeladas sin vida del Canadá, hasta el más remoto extremo de los Andes sudamericanos. El oriental llegaba acompañado de todo un destacamento de hombres fuertemente armados, todos con el uniforme de las Fuerzas Especiales del Cuerpo de Marina de los Estados Unidos. Bajo tales condiciones resultó cosa más que imposible negarle a tal personaje una audiencia inmediata con “La Santa Niña”.



    El extranjero se internó en las entrañas del vetusto edificio hasta donde ningún visitante lo había hecho antes, encontrando el motivo de su búsqueda en el patio trasero de aquella edificación. Allí se encontraba ella, sentada en el borde de una fuente labrada en cantera, rodeada de un modesto pero bien cuidado jardín, con varios rosales, un naranjo y algunas plantas medicinales. Iba vestida toda de blanco, el único color con el que había vestido desde que tenía memoria. Dicho tono parecía amalgamarse con su piel, produciendo un extraño efecto que hacía preguntarse a quien la viera donde es que terminaba su ropa y donde comenzaba su cuerpo. Al igual que todas las demás habitantes de aquél lugar, sus vestimentas eran modestas, y si bien el blusón que llevaba puesto y que le llegaba hasta por debajo de las rodillas no era un hábito en sí, era lo bastante parecido para confundirlo con uno. A pesar del velo que llevaba puesto sobre su cabeza, aquella prenda sin color no lograba ocultar el intenso escarlata de su melancólico mirar, ni el colorido azul celeste de su largo cabello acomodado en una elaborada trenza que terminaba a la altura de su espalda baja.

    Aquella visión resultaba en principio sublime, capaz de quitarle el aliento hasta al más duro de corazón. Por tal razón el recién llegado hubo de esperar algunos momentos antes de poder dirigirse a aquella preciosa criatura, que parecía venida de otro mundo. Por su parte, al darse cuenta de su presencia, la niña volvió su mirada hacia él. Lo que sucedió entonces fue algo inexplicable para ella. A diferencia de todas las otras personas que habían venido desde lejos a verla, aquél hombre barbado de ojos rasgados que se ocultaban detrás de unas gafas no le causaba rechazo. Por el contrario, con la sola vista de aquella persona su corazón pareció volcarse dentro de su cuerpo, amenazando con salir de su pecho. De haber sido capaz, hubiera quebrado en llanto en ese mismo momento, sin tener una remota idea de por qué lo estaba haciendo. Pero la niña nunca lloraba. Nadie sabía a ciencia cierta si era por que no sabía como hacerlo ó simplemente no era capaz de producir lágrimas, fuera algo emocional ó biológico, la verdad era que nadie, jamás, la había visto romper en llanto por la razón que fuera, una característica más vinculada a su eterno desapego a todo y a todos.

    Así fue que la pequeña sólo pudo reaccionar a aquél desconcertante encuentro quedándose congelada en su sitio, con una mueca de aspecto incierto en su rostro decorado con sus ojos abiertos de par en par. ¿Estaba contenta, emocionada, sorprendida ó asustada? ¿Cómo saberlo, cómo poder leer esa vaga expresión en sus delicadas facciones?

    —Hola. Buenos días. Es un jardín muy hermoso el que tienen aquí... cuesta trabajo creer que algo tan bello pueda crecer en este lugar— pronunció el visitante en primera instancia, aprovechando el silencio de su joven compañía —Es justo como tú...

    —¿C-cómo...? ¿C-cómo es que puedo entender lo que dice?— preguntó atónita la ruborizada chiquilla, sin darse cuenta que ella también estaba hablando en la misma rara lengua —¿Qué... qué cosa es esto? ¡No estamos hablando en español, ni siquiera en inglés! Esto... esto es...

    —Es japonés, pequeña— respondió el oriental, con una sonrisa complaciente —Me impresionas. No estaba seguro si podrías entenderme, pero a pesar que no la has practicado en más de diez años, aún eres bastante fluida en tu lengua natal. Tu acento es un poco raro, pero puedes trabajar en ello...

    —¿Natal? Pero eso quiere decir que... que...

    —En efecto... significa que eres japonesa de nacimiento, de la misma tierra donde nace el sol— dijo sin más el hombre de los anteojos, con aire condescendiente, cruzando los brazos detrás de la espalda, para luego cuestionarle: —Dime, niña... ¿qué tanto sabes de tu pasado? ¿Alguna vez te lo has preguntado?

    —Yo... lo único que sé es lo que se me ha dicho: las hermanas me encontraron, siendo muy pequeña, y me han cuidado desde entonces... toda mi vida ha transcurrido dentro de estos muros, no conozco nada fuera de ellos... y no puedo recordar nada más antes de eso...

    —Es comprensible. La memoria humana puede ser una herramienta muy traicionera, sobre todo a tan tierna edad— añadió su interlocutor, como si estuviera dando el sermón de la misa dominical con su voz grave y profunda —Tú no me conoces, pero yo a ti sí, inclusive mejor que tú misma. Sé que desde siempre te has sentido distanciada de aquellos que te rodean. A pesar de tus mejores esfuerzos e intenciones, nunca has logrado encajar en este lugar, siempre hay algo que te hace sentir diferente, además de tu aspecto físico. Es algo dentro de ti, algo en tu corazón. Te sientes resquebrajada por dentro, con una pieza faltante que no logras encontrar, para lograr sentirte completa por primera vez en toda tu vida. Cada noche vas a la cama, después de pasar un largo rato mirando fijamente el cielo estrellado, como si supieras, en una parte en tu interior, que tu sitio está en alguna otra parte, lejos de aquí, en ese ancho, vasto mundo que ni siquiera conoces aún...

    —¿Quién es usted? ¿Cómo puede decir todo eso, cómo es que sabe tanto... sobre mí?— inquirió la confundida jovencita, sin despegarle la mirada de encima —Tengo... tengo la sensación de haberlo visto antes... en alguna otra parte... en algún otro tiempo... ¿Ó es que acaso me estoy volviendo loca?

    —Lejos de eso, lo que sucede es que ahora ya estás despertando a tu realidad. ¿Quién soy, preguntas? Más bien lo que deberías peguntar es: ¿quién eres tú? Yo puedo responderte a eso. En realidad es una cuestión de muchas aristas y que requeriría vario tiempo para contestarla satisfactoriamente, pero, para comenzar, te diré que tu nombre no es “Regina”, como te llaman las personas aquí. Tu verdadero nombre, el que te pusieron al momento de nacer, es Rei. Rei Ayanami.

    —¿Rei? ¿Rei Ayanami?— repitió la niña, entonando aquellas palabras como en un sueño.

    —En cuanto a mí, mi nombre es Gendo Ikari, y he pasado los últimos diez años de mi vida buscándote por todo el mundo, sin descanso... encontrarte, justo aquí y ahora... bueno, no soy hombre religioso, pero tengo que admitir que no es otra cosa que una bendición...

    —Es usted... ¿es usted... mi padre?— el tono de la muchachita pareció desvanecerse aún más al formular dicha pregunta, a la vez que sus ojos coloridos titilaban con un tenue brillo de esperanza; dicho gesto inspiraba ternura, e incluso podría decirse que compasión, aún al negro y endurecido corazón de aquél hombre venido de Oriente.

    —Lamento decirte que no es así— respondió con marcada pesadumbre, aunque de inmediato quiso rectificar en algo la situación —Pero conocí mejor que nadie a tus padres... hace años, cuando eras muy pequeña, ambos se vieron envueltos en una problemática muy grave, que incluso ponía en riesgo tu propia vida. En ese entonces no tuvieron otra alternativa que ocultarte para poder salvarte. Hicieron tan buen trabajo escondiéndote que incluso para mí fue algo bastante complicado dar con tu paradero. Ahora todos esos problemas han quedado atrás, ya es seguro para tí que vuelvas, y este dichoso día que por fin te he encontrado estoy listo para poder llevarte a casa, a tu verdadedo hogar. A ese sitio que sólo conoces en tus sueños, al lugar en el que en verdad perteneces...

    —¿Y ahí podré verlos, podré conocerlos? ¿Podré estar... con mis padres?

    El hombre barbado contrajo sus labios para disimular lo mejor que pudo la mueca de contrariedad que empezaba a asomarse a su enjuto rostro.

    —Me temo que ellos ya no están más con nosotros, pequeña... considéralo el precio que tuvieron que pagar por que estuvieras a salvo. Pero ten toda la certeza que yo cuidaré bien de ti, incluso mejor que a mi propio hijo, te lo puedo garantizar. Y también prometo que si vienes conmigo podrás saber muchas más cosas acerca de ti, podrás responder a todas las interrogantes que has tenido por siempre y sobre todo, lo más importante, por fin podrás cumplir tu propósito en la vida, la gran misión que te ha sido destinada, mediante la cual, finalmente, después de tanto tiempo, podrás sentirte completamente realizada...

    —¿Y qué misión es esa, entonces?



    A continuación el hombre de los anteojos le hizo un increíble relato de todo lo que acontecía en esos instantes en el mundo exterior, en toda clase de tierras lejanas, distantes. Le contó acerca de los orígenes de la gran catástrofe que se había abatido años antes sobre toda la humanidad, que había dejado a los seres humanos diezmados y al borde de la extinción. Habló también sobre gigantes y monstruos que lucharían entre sí por el destino del planeta entero, y también de un grupo de personas que se estaban preparando para salvar a todos de la aniquilación total que ello conllevaría. Lo más increíble de toda la narración fue que ella podía ser parte de aquella fantástica epopeya que le era elocuentemente presentada. Lo que era más, y si es que lo había entendido bien, ella resultaba ser una pieza fundamental en la consecución exitosa del plan para salvar a la raza humana, lo que a fin de cuentas terminaba por dar la razón a la muchedumbre morbosa que se aglutinaba detrás de sus puertas para poder verla, cómo si fuera una atracción de feria.

    Como era natural, la niña tuvo varias dudas durante el transcurso de la exposición, las que le hizo saber a su acompañante y mismas que fueron respondidas y aclaradas en su momento con toda presteza y celeridad. Si bien había pasado gran parte de su vida sin ser expuesta directamente al mundo, eso no implicaba que la joven ahora recién nombrada Rei Ayanami fuera una tonta ó una crédula despistada. No obstante, aunque algunas de las respuestas que obtuvo de aquél hombre resultaban ser vagas, inciertas, la mayoría de ellas satisfizo sus inquietudes, lo suficiente para no recelar del todo acerca de lo que le contaba. Además, había algo muy en su interior que la impelía a confiar ciegamente en cada palabra que pronunciara aquel extraño visitante, por muy difícil que resultara de creer. Después de todo, en el convento se le había inculcado que la fe en algo no necesitaba de prueba alguna, sino una firme convicción en lo que se deseaba creer. Y en aquellos momentos la chica de cabello azul celeste y ojos rojos deseaba con cada fibra de su ser creer en la palabra de ese extraño.



    Por su parte, la religiosa encargada del monasterio, la Madre Superiora Dolores, aguardaba prudentemente a la distancia a que aquella conversación terminara. Habían pasado horas desde que la niña y el visitante habían comenzado a hablar en el jardín, y si bien era bastante versada tanto en español, inglés, portugués y francés, el idioma japonés era un idioma completamente alienígena para ella, por lo que solamente podía escuchar una suerte de balbuceo sin sentido alguno. De cualquier manera, aún cuando no supiera a ciencia cierta lo que ambos estaban tratando con tanto detenimiento, de algo estaba bastante segura: aquél día sería el último en que la niña estaría con ellas. El momento por el que tanto había temido duante la última decáda, conforme miraba crecer a la pequeña bajo su cuidado, finalmente había llegado, pese a que se le había advertido con antelación. “Cuídese de cualquier hombre japonés que llegue buscando a la niña”, se le había dicho cuando la recibió bajo su techo. Hasta hace poco se había servido de la austeridad y el recato bajo el cual ella y sus hermanas vivían el día a día, consagradas al servicio del Señor, para poder ocultar la presencia de la niña dentro de esas paredes. Sin embargo, cuando la palabra de su existencia se corrió más allá de los confines del convento, Dolores supo que lo que a continuación sucedería era ya inevitable. ¿Cómo poder reclamar la tutela de una criatura, de la cual no tenía documento alguno que probara que la habían recibido legalmente? Por lo que cualquiera medianamente despabilado pudiera suponer, bien hubieran podido robarla de los mismos brazos de sus padres. Y aún cuando no hubiera sido de esa manera, aún cuando poseyera los papeles que la acreditaban como la tutora legal de la niña, ¿cómo podría oponer resistencia a la veintena de robustos comandos bien armados, que ahora mismo las mantenían como prisioneras en su propia casa? Las historias de todas las tropelias que cometían aquellos hombres corrían de boca en boca por todo el continente, a modo de futura advertencia a aquellos que quisieran resistirse a los agentes del “General Negro”, que eran como ellas llamaban al líder del belicoso imperio del que ahora formaban parte.

    Lo único rescatable de todo eso era que aquél hombre no parecía tener interés alguno en lastimar de cualquier modo a la niña. Antes bien, todos sus ademanes y gestos para con ella denotaban que su principal preocupación era el bienestar y seguridad de esa criatura. Quizás aún había alguna oportunidad para que ella permaneciera a salvo de peligro.



    En síntesis, Dolores, quien era una mujer bastante ilustrada, sabía bastante bien que estaba a merced de fuerzas que escapaban a su control, por lo que no le quedaba otra cosa por hacer que encomendarse a la Providencia, con la confianza de que todo lo que sucediera a partir de entonces servía a algún propósito que ella, humana como era a fin de cuentas, no podía ser capaz de entender. Su mano sudorosa se aferraba a las cuentas de su rosario de madera, en tanto miraba fijamente la dulce carita de Regina, impasible como siempre, pero que era iluminada en esos momentos por cierto dejo de emoción infantil, algo que jamás había manifestado mientras había permanecido a su lado. La observaba con una intensidad tal que parecía querer conservarla por siempre en su memoria, justo como estaba en esos momentos, antes que partiera para nunca volver. Lo cual sería bastante comprensible, al no tener de ella ni una sola foto ó retrato que le permitiera evocar su recuerdo posteriormente.

    Pese a que se había propuesto permanecer ecuánime, como era su proceder habitual, la religiosa no podía evitar sentir los estremecimientos que sacudían su cuerpo entero, como anticipando todo lo que estaba por venir. Seguía rezando febrilmente, sujetando su rosario que en tales condiciones parecía una simple sonaja, mecida por su trémula mano. Tal vez, si dichas condiciones se hubieran prolongado por más tiempo, aquella santa mujer hubiera empezado a sudar sangre. Por suerte para ella, y casi sin que se diera cuenta, la niña la sacó abruptamente de ese penoso trance, al caminar presurosa a su encuentro, por lo que solamente gruesas gotas de sudor perlaban su frente en ese momento, en lugar de la prodigiosa transpiración hemática que hubiera seguido a continuación.

    —¡Madre Dolores!— le dijo la pequeña una vez que estuvo frente a ella, volviendo a hablar en ese escueto español que siempre había empleado, sin poder calmar más su ansiedad, arrodillándose delante suyo como lo hacía siempre que quería obtener algo. La monja la miró entonces con aire maternal, sentada sobre una de las bancas de cantera que estaban incrustadas sobre la pared posterior del jardín, sus ojos grisáceos comenzando a anegarse de lágrimas —Madre Dolores...— repitió la niña en un tono más mesurado —El señor Ikari... el señor Gendo Ikari ha venido hasta aquí para poder hablarme de mi pasado y de quién soy realmente. ¡Mi nombre verdadero es Rei, Madre Dolores! ¡Rei Ayanami! ¿Puede usted creerlo? Qué nombre tan raro, ¿cierto?

    La mujer no respondió, por temor a no contenerse más y dejarse vencer por el llanto. Únicamente asintió con un movimiento de cabeza al comentario de la niña, acariciando sus preciosos, incomparables cabellos del color del cielo, por una última vez.

    —Madre Dolores— siguió la muchacha, desconcertada por la extraña actitud mostrada por la religiosa, sin alcanzar a comprender todavía la razón de su predicamento —Él también me ha contado lo que está pasando en el mundo... afuera... me ha dicho que debo acompañarlo, por el bien de la Humanidad, que puedo hacer algo que es muy importante para salvar a mis semejantes... ¿No es eso maravilloso, Madre Dolores? Me he enterado que soy especial, que soy capaz de hacer lo que nadie más puede, que mis hermanos me necesitan para protegerlos...

    —Mi querida, dulce niña— pronunció Dolores al fin, con la voz quebrada como la de una anciana mucho mayor —¿Es que no lo sabías? ¡Tú siempre has sido especial! No necesitabas que un hombre viniera desde el Japón para que te enteraras de eso... eres algo hermoso, único en la vida... nunca lo olvides, nunca lo niegues... sabes que todos somos iguales ante los ojos de Dios... pero tú, querida, tú... puede que seas la más igual de todos nosotros... ¿comprendes?

    —Eso.. eso creo... pero, Madre Dolores... es por eso que debo irme... tengo que estar donde se me necesita, se nos está acabando el tiempo, según tengo entendido... debo prepararme, y estar lista para cuando se me requiera actúar... esto, con su consentimiento, por supuesto... él me ha dicho que puedo regresar al convento, a verlas cuando quiera, todas las veces que así lo desee... así que no estaré lejos mucho tiempo...

    —Mi hermosa Regina... ó Rei... sea como sea que te llamen, hay en todo esto una verdad inquebrantable... nunca estaremos lejos... vayas a donde vayas, estaremos siempre contigo, en tanto recuerdes todo lo que aquí has aprendido: el amor al prójimo y a Dios, nuestro Señor... sé buena, y ayuda a tus hermanos en todo lo que puedas, permite que la bondad y la caridad sean tus testimonios de vida. No debes preocuparte por nosotras... ni siquiera por mí, porque... aunque estemos a un mundo de distancia, tú siempre estarás en mis oraciones... y en mi corazón...

    Sin que ya pudiera hacer cualquier cosa al respecto, aquella mujer ya entrada en años, con dolores en las piernas y espalda, cuya máxima de vida siempre había sido el decoro y la prudencia, dejó de lado todo aquello y también la imagen de severa superiora que mostraba a sus compañeras en el momento que se derrumbaba en llanto, postrándose al lado de la niña a la que, en secreto durante aquellos diez años, había llegado a querer como a su propia hija, a esa hija a la que le había negado el derecho de existir, abrazándola efusivamente; como si acaso alguna de ellas hubiera sido condenada a muerte y no fueran a verse nunca más, esto pese a las promesas de la jovencita de volver con ellas en cuanto le fuera posible.

    —Ve entonces, querida, no se diga más— dijo la religiosa con dificultad, al cabo de unos momentos de llanto inconsolable, tratando de recomponerse —Olvida los desplantes de esta vieja tonta, ridícula... mira que ponerme a llorar como una chiquilla berrinchuda... no te apures por mí, acompaña al señor Ikari hasta la salida, yo veré que alguien acomode y te entregue todas tus cosas...

    —Madre Dolores— musitó la jovencita, poniéndose de pie, recobrándose de las naúseas que cualquier clase de contacto físico siempre le provocaban, aún si se trataba de la persona que la había cuidado como una verdadera madre la mayor parte de su vida. Pero también comenzaba a dudar si es que en verdad estaba haciendo lo correcto, reparando en la inusual actitud de aquella mujer.

    —No pasa nada, pequeña, será mejor que te vayas cuanto antes... el mundo te necesita, tú misma lo has dicho... además, nos veremos muy pronto, ¿recuerdas? Buena suerte en tu viaje, hijita mía, que la bendición del Todopoderoso y Misericordioso te acompañe hoy y siempre...— la religiosa se incorporó entonces para poder trazar la señal de la Santa Cruz sobre el cuerpo y cabeza de la extrañada muchacha, a manera de despedida. Un afectuoso beso sobre su frente puso punto final al ritual con el que ambas se separaban.

    La niña la miró de reojo una última vez, vacilante, antes de salir del jardín e ingresar al corredor que conducía a la salida del convento, para luego ser seguida por Ikari, quien ni siquiera volteó a ver a la mujer vestida de hábito, apenas dirigiéndole una leve inclinación de cabeza cuando pasó junto a ella.



    Dolores los vio partir, llevándose un pedazo de su corazón junto con ellos, imposibilitada por las cirscunstancias de esta vida para poder hacer algo por detenerlos. Ahora, lo sabía perfectamente, sólo restaba aguardar... por aquello que irremediablemente debía suceder.


    Esa era la primera vez que la niña veía las puertas principales del convento abiertas de par en par, y también era la primera ocasión que las cruzaba para salir al extraño nuevo mundo que la aguardaba en el exterior. La multitud de peregrinos, que en ese momento se contaban ya por varios cientos, en cuanto la vio salir clamó en vítores hacia ella. Cada una de esas personas, desesperadas lo suficiente como para hacer el difícil trayecto cuesta arriba hasta la punta del cerro donde se ubicaba el monasterio, cada una de ellas buscaba la atención de la niña, ya sea para que los bendijera ó los curara de algún mal que los afligiera. Se hubieran abalanzado sobre ella en una brutal estampida, de no ser por el contingente de marinos que los mantenía a raya, formando una muralla impenetrable a ambos lados de un corredor que habían delimitado a las afueras de la edificación. Dicho pasaje llevaba directamente a una gigantesca y reluciente aeronave de despegue vertical de última generación, que los aguardaba para sacarlos de ese lugar. Los ojos carmesíes de la muchacha se ensancharon con el solo vistazo a aquél portento tecnológico, nunca antes visto en esas latitudes.

    —Eso... eso es...— la jovencita apenas si podía encontrar la forma de articular sus ideas con coherencia, impactada por la marejada de sensaciones que inundaban todos sus sentidos, demasiadas para un solo día.

    El sol sobre su cabeza, el vasto paisaje que se dibujaba en las inmediaciones, el mar de gente que repicaba a cada gesto suyo y aquél gigantesco vehículo aéreo... todo era tan increíble, tan novedoso, que por un momento creyó estar soñando.

    —Es un Colossus 110, un aerotransporte carguero de despegue vertical, perteneciente a la Fuerza Aérea de los Estados Unidos de América— aclaró entonces Ikari cuando la alcanzó afuera —Un modelo de reciente fabricación, puesto en servicio hace apenas un par de meses...

    —¿Y... en eso viajaremos... hasta Japón?

    —Solamente hasta el puerto más cercano. Ahí abordaremos un portaaviones de las Naciones Unidas que nos llevará a casa. Pasaremos unos cuantos días en el mar, a lo largo de nuestra travesía... seguramente aún no conoces el océano, ¿cierto?

    —Esto es lo más lejos que he estado del convento en toda mi vida, señor Ikari...

    —Entonces este será todo un viaje de descubrimiento para ti, Rei. Ahora debo pedirte que subas, por cuestiones de seguridad. No queremos exponerte mucho tiempo a toda esta gente, los ánimos podrían calentarse de un momento a otro. Yo me encargaré de recibir tu equipaje y entregártelo— al ver el gesto dubitativo en el rostro de la chiquilla, hubo de agregar: —No te apures, tenemos medicina contra el mareo a bordo... y le pediré al piloto que vuele con suma precaución, te garantizo un viaje tranquilo y sin contratiempos...



    Una vez aclarado el punto la muchachita hizo acopio de toda su determinación para enfilar sus pasos hasta la pesada ave de metal que aguardaba su ingreso. Ikari la veía andar, insegura, vacilante, pero sin mirar atrás ni una sola vez. Veía en ella todo el potencial que se esperaba del Primer Niño Elegido, y más, mucho más de lo que en un principio había esperado. Cuando estaba en eso, el comandante de la operación se le acercó discretamente por la espalda, esperando por nuevas instrucciones:

    —No puedo soportar ni un segundo más esta horrible pestilencia— expresó Gendo severamente, sin despegar la vista de la chiquilla, aquella pieza clave que había recuperado luego de tanto tiempo, incluso después de haber llegado a creerla perdida para siempre —Dispersen a todo este ganado, y maten a todos los pingüinos de allá adentro... ¡No dejen ni a uno solo con vida! ¿Quedó claro?

    —¡¿Un convento lleno de monjas?!— dijo incrédulo el militar estadounidense, sobre todo por la frialdad con la que se le había expedido la orden —¿No le parece... algo excesivo? ¿Qué mal pueden hacerle todas estas señoras? ¡Nunca salen de este lugar! Además mire a toda la gente que está aquí, todos sabrán que fuimos nosotros... será muy perjudicial para nuestra imagen...

    —Eso es hilarante— observó Ikari, en tanto se le hacía llegar la pequeña valija que contenía todas las pertenencias de la muchacha —¿Desde cuando las fuerzas armadas de los Estados Unidos le temen a unos cuantos miles de indios enojados? Si tanto les apura esa minucia irrelevante, háganlo parecer un accidente... quemen el lugar, y asegurénse que nadie salga de esta ratonera... le aseguro que el General Lorenz estará bastante complacido con su proceder.



    De tal forma y sin mediar más palabra, Gendo se encaminó a la escotilla abierta de la aeronave que ya solamente esperaba por él. Una vez que estuvo dentro, un numeroso contingente de hombres armados que fungía como su escolta personal se replegó también al interior del vehículo, el cual se elevó sin mayor demora. El militar americano los vio partir sin alterar su semblante rubicundo, mirando en derredor a la muchedumbre que seguía bramando por la muchachita que les acababa de ser arrebatada, y luego dirigió su funesta mirada al recinto detrás suyo, que en esos momentos se le antojaba bastante frágil... y altamente flamable, para luego suspirar profundamente, casi resignado.

    —Como siempre, alguien más es quien debe ensuciarse las manos por este maldito hijo de perra...



    Unas cuantas semanas después, el ocaso comenzaba a dibujarse sobre el extenso horizonte de Tokio 3, cuyos rascacielos apilados empezaban a encender sus luces paulatinamente, preparándose para iluminar la venidera noche. Sobre la carretera que conducía al acceso norte de la metrópoli, un raudo automóvil deportivo hacía parada en el último mirador instalado en la alta pendiente de las colinas que circundaban la ciudad.

    —Es justo aquí— dijo Misato al momento de descender de su automotor, aprovechando para estirar sus piernas luego de un largo viaje —Me han dicho que la vista es espectacular desde aquí, sobre todo a estas horas... ¿seguro que no quieres bajar a echar un vistazo?

    —Es sólo una ciudad más, cachetona, tan aburrida, burda y vacía como todas las que están sobre estas desdichadas islas, ¿qué hay que verle?— respondió Kai, sin quitar su mirada de la pantalla de su tableta electrónica, donde revisaba minuciosamente varios documentos y datos que necesitaría durante su estancia en aquél lugar —Sólo un tarado se impresionaría por ver algo así...

    —Pues esta tarada tiene los dos últimos cigarrillos de aquí hasta que lleguemos a la ciudad— comunicó la mujer de larga cabellera oscura, que era ondeada por la brisa crepuscular, en tanto encendía uno de dichos tabacos —Y no pienso compartirlos a no ser que dejes de ser tan cretino y bajes a hacerme compañía, “Doctor Rivera”...

    —¡Ach, cómo fastidias!— repuso el chiquillo al final, derrotado, apagando su aparato para unirse a Katsuragi en la contemplación de aquél paisaje urbano y en el consumo de cigarro —Odio que siempre estés manipulándome para hacer lo que te plazca— siguió mientras prendía fuego al pitillo en sus labios —Tienes suerte de ser tan bonita, de no ser así desde hace mucho que te hubiera mandado al demonio...

    —Es parte del encanto femenino, zoquete, ya deberías haberte acostumbrado— contestó la beldad, para luego rodearlo por la espalda con ambos brazos, la vista clavada en la estampa frente a ellos —Ahí lo tienes, nuestro nuevo hogar, de ahora en adelante: Tokio 3...

    —“Gendopolis”, querras decir— se mofó Rivera, sin dejarse contagiar del entusiasmo de su tutora por su forzado cambio de domicilio —¡Qué basurero apestoso! Es enfermizo como ese sujeto ha estado moldeando todo en este país para que quede a su lerda imagen y semejanza... todo aquí es tan gris y hueco como ese desgraciado...

    —Pues por mi parte, me da gusto estar de regreso en Japón. Creo, sin miedo a equivocarme, que este es el único lugar en el mundo donde podemos estar a nuestras anchas, sin el temor constante de que algún loco trate de volarte la cabeza ó hacer estallar una bomba para hacerte confeti... estarse cuidando las espaldas por un tiempo tan prolongado es muy desgastante para los nervios.

    —Nada en este país pasa sin el consentimiento de Gendo Ikari, si es a lo que te refieres... así que podrás estar tranquila a ese respecto en tanto ese ojete considere que le soy más valioso vivo que muerto... lo que creo muy poco probable, pues si accedí a regresar a este agujero es por que pienso hacerle ver su suerte y dejarlo en la calle de una buena vez...

    —Ahora que lo dices, pienso que lo mejor sería que dejaras de encapricharte y accedieras de una vez por todas a ingresar al proyecto como el Segundo Niño Elegido, de esa manera podríamos garantizar tu seguridad personal... no creo que el señor Ikari se dé el lujo de liquidar a una de las tres personas en todo el mundo que pueden pilotear sus armatostes... ya luego puedes ver como deshacerte de él. Pero si me lo preguntas a mí, yo ya sé que es frío, déspota, grosero y todo un cabrón, y aún así sigo considerándolo como el menor de todos los males...

    —¿Hacerme pasar como uno más de los incautos conejillos de indias de ese rufián? ¡Jamás! ¡Toda mi vida me he estado preparando para este momento! Por fin dispongo de la posición, recursos y de la coyuntura adecuada para acabar con ese tipo como el perro miserable que es. Justo aquí, justo ahora, su momento le ha llegado, y no pienso dejar pasar esta oportunidad sólo por el temor a hacerlo enojar... ¡Estoy dispuesto a todo, con tal de hacer caer a Gendo Ikari!

    —A veces, la mejor forma de lidiar con un enemigo no es enfrentarlo directamente, sino maniobrar discretamente por sus flancos para agarrarlo desprevenido por la retaguardia— aconsejó Katsuragi, sacando a relucir sus dotes como estratega.

    —Lo siento, nena, no es mi estilo. Kai Rivera es un hombre directo y sin escrúpulos, no un vulgar pusilánime que se esconde para atacar por la espalda. Duro con los hombres. Cumplidor con las mujeres. Tierno con los gatitos. Así es Kai Rivera. ¡Un incansable luchador de la justicia! Esa es mi política, y no pienso cambiarla por nada ni por nadie, ni siquiera por una hermosa carita como la tuya... ¡Nada podrá distraerme de alcanzar mi objetivo final! ¡Les haré ver su suerte a los fantoches esos de Gendo Ikari y Keel Lorenz!— en ese momento, el entusiasmado muchacho, empezó a realizar una serie de rápidos movimientos coreográficos tipo kung-fu, lanzando golpes y patadas a diestra y siniestra, a la vez que profería agudos y prolongados gritos intimidatorios. Una vez más, se veía transportado a ese mundo de fantasía al que era tan asiduo de visitar y del que resultaba bastante difícil sacarlo —¡Elevaré mi cosmos hasta al infinito, para ser uno con el universo y tener el poder que me permita vencer a mis enemigos! ¡Atenea, dadme valor y fortaleza! ¡Odín, Señor de Asgard, guía a tu vástago en la batalla, dale el poder del trueno a mi martillo para extinguir los males de este mundo! Y entonces esos fulanos me verán venir, pero no podrán hacer nada, más que gritar como niñitas asustadas y orinarse en los pantalones: “¡No, por piedad, no nos lastimes!” Y yo les diré entonces, mirándolos por debajo del hombro: “¡Púdranse, miserables! ¡Ja, ja, ja!”

    Un mal aterrizaje, justo después de haber ejecutado una amplia patada de helicóptero provocó que cayera de bruces contra el suelo, que fue lo que necesitó para volver al mundo real y percatarse de que Misato ya había abordado su vehículo y lo había puesto en marcha, sin esperarlo. Cuando se puso en pie lo hizo sólo para poder ver impávido como la mujer arrancaba y lo dejaba varado en ese solitario paraje sin ningún otro medio de transporte.

    —Vaya, esta tipa se cree la muy chistosa— se dijo a sí mismo, cruzándose de brazos cuando perdía de vista el automóvil deportivo —Pero ya volverá, y de seguro lo hará llorando, arrependida por haber sido tan mala conmigo...



    Sin embargo, luego de haber permanecido unos veinte minutos en aquella misma posición, sin que nada más ocurriera, su convicción inicial comenzaba a decaer, presa de los aplastantes hechos:

    —Tiene que volver, ¿cierto?— volvió a pronunciar para sí, con la confianza resquebrajada.

    Aún ignoraba que un rato más tarde, ya entrada la noche, tendría que caminar once kilómetros hasta la estación de servicio más cercana para poder reunirse con Katsuragi.



    El alba empezaba a despuntar en un punto indeterminado de la antigua Península Arábiga, menguada en esos días por la voracidad de los varios cuerpos de agua a su alrededor, cuyo nivel se había incrementado dramáticamente después de la hecatombe mundial conocida como el Segundo Impacto, al punto de llegar a reclamar como suya una gran porción del territorio de tierra firme.

    El agua se había llevado consigo no solo extensiones territoriales, sino también la estabilidad con la que las monarquías de la región habían dominado con puño de hierro por casi más de un siglo. Así pues, en un territorio sin control y en disputa, la anarquía y el libertinaje eran los sistemas imperantes de ese tiempo. Prueba de ello eran los numerosos prostíbulos que surgían a lo largo de la línea costera y en los varios puertos disribuidos en ella, algo impensable apenas unos veinte años atrás.

    Era en uno de esos negocios que unos de sus clientes reposaba plácidamente sobre un esponjado colchón de gran tamaño, cubierto solamente con una sábana de la cintura para abajo. Con la espalda sobre una suave almohada, gozaba de un bien merecido descanso luego de haberse entregado a una intensa noche de ajetreo con una de las mejores sexoservidoras de la región. Pese a su avanzada edad, aún conservaba una abultada, larga cabellera rubia sobre su cabeza, con muy pocas canas visibles, además de una encomiable condición física, envidiable en un hombre de sus años. Mientras que disfrutaba de la degustación de un habano miró por la ventana de la habitación, enterándose de la cercanía del amanecer por la iluminación exterior.

    —Amanece... Será mejor que me vaya vistiendo— comunicó sus intenciones, con algo de pesar porque tan deliciosa noche llegaba a su fin.

    —¿Tan pronto, galán? Descansa un poco más y quédate a desayunar— ofreció la mujer de piel morena que estaba acostada a su lado —Los gastos corrren por mi cuenta, por supuesto... con lo que me acabas de pagar podría invitar a un regimiento entero...

    —Eso estaría muy bien, si acaso tuviera más tiempo— contestó al tiempo que alcanzaba su ropa interior y sus pantalones —Aún tengo que hacer varias compras antes de poder embarcarme, y no me gusta andar a las carreras de último momento...

    —Bien, en ese caso sabes que aquí te estaré esperando para cuando decidas regresar, señor mío— informó la fémina, dándose vuelta para recostarse más cómodamente —Sabes que tú y tu plata siempre serán bienvenidos bajo estas sábanas...

    —Sí, ya lo sé, pero creo que lamentablemente ésta será la última vez, mi hermosa princesa de jazmín...

    —¿Tan mal están las cosas?

    —Mucho peor de lo que cualquiera podría pensar... el Doctor tiene a todos bajo su alcance chupándole las pelotas, y Chuy es un imbécil redomado que no puede hacer otra cosa que huir para salvar el pellejo. Y aún si lo logra, lo conozco bien, sé que es un terco estúpido que volverá a llevar a los pocos hombres que le quedan hasta el matadero... eso, si es que no se lo impido antes... aún así, no veo forma de evitar que tanta mierda nos llueva a todos...

    —¡Si sigues hablando de esa manera lo único que lograrás es asustarme!— mencionó la trabajadora sexual de manera sarcástica, a punto de quedar dormida, vencida por la fatiga.

    —Escucha el consejo de un amigo, culona, y haz lo que te digo: aléjate lo más que puedas de esta parte del globo. Todo esto se convertirá en un verdadero infierno antes que te des cuenta...

    —Muchas gracias, lo tendré en cuenta... dicen que ahora Rusia tiene muy buen clima en esta época del año, y que los inviernos no son ni la mitad de crudos como antes... quizás me convendría un cambio de aires, estoy harta de marineros ebrios y traficantes de opio...

    —Bien pensado, siempre he dicho que eres una mujer que sabe lo que le conviene— expresó el viejo hombre rubio, terminando de vestirse —¿Pudiste hacer los arreglos para lo que te encargué?

    La meretriz, sin levantarse, introdujo la mano dentro de un cajoncito del buró que se encontraba al lado de la cama, sustrayendo un pedazo de papel doblado a la mitad.

    —Aquí tienes... ese es el nombre del barco y número de muelle donde está anclado... zarpan a mediodía, Alí dice que debes estar por lo menos dos horas antes para poder hacer todos los pagos a la capitanía del puerto... será un viaje muy largo, por lo que me dice, y no hay garantía de que podrás pasar inadvertido por todos los puertos en los que harán escala... ¿Qué demonios tienes que hacer en Japón, que es tan importante para que te quemes como camarón en altamar por meses enteros?

    —¿A qué otra cosa puede ir alguien como yo a Japón?— respondió el sujeto con otra pregunta, aguardando en el quicio de la puerta —¡A matar al hijo de puta de Rivera, por supuesto!



    Los poco más de treinta días que tenía residiendo en su tierra natal habían resultado ser una auténtica decepción para Regina, ó “Rei Ayanami”, como era que la llamaba todo mundo ahí. A decir verdad, le importaba poco el nombre con el que las personas quisieran dirigirse a ella. Lo que en realidad la desmoralizaba era que incluso en el lugar donde nació era una proscrita. Se le había dicho, antes de llegar, que en ese sitio era donde pertenecía y donde por fin encajaría, pero con el paso del tiempo se había dado cuenta que ahí se sentía igual de alienada que en el convento donde creció, puede que inclusive más. Haciendo de lado la barrera que le representaba el lenguaje para poder comunicarse con sus pares, debido a que aún no se acostumbraba a hablar y pensar todo el tiempo en japonés, lo que le creaba un mayor conflicto era lo frívolas, mezquinas y falsas que le resultaban las personas a su alrededor. Ello, aunado a su carácter introvertido que le era tan natural, frenaba cualquier intento que pudiera hacer por fraternizar con alguien que no fuera Gendo Ikari. Tampoco es que la indolente chiquilla mostrara cualquier clase de interés ó se esforzara mucho para conseguirlo.



    De tal modo, la solitaria jovencita fue haciéndose su fama de ser una persona abstraída e indiferente entre todo el personal de NERV, la agencia gubernamental donde ahora trabajaba y vivía. Había quienes incluso ya la habían etiquetado de padecer alguna clase de trastorno autista. Era así que podían pasar días enteros sin que la muchacha hablara con cualquier otro ser humano, quedándole solamente el puntual cumplimiento de todas las labores que le eran asignadas día a día como su única razón de seren aquella tierra profana y extraña en la que se veía atrapada, las cuales realizaba de forma mecánica, automatizada, sin involucrar procesos concientes para poder realizarlas. Aún desconocía en qué ayudaba la ejecución de todas esas vanas tareas en el cumplimiento de la gran misión de la que se le había hablado, para salvar el destino de toda la raza humana.

    “Súbete aquí, súbete allá, ponte esto y ve a tal lugar...” eran el tipo de indicaciones breves y concisas que siempre recibía de parte de técnicos anónimos, cuyos rostros se perdían en los rastros de su memoria tan pronto como dejaba de verlos, caras perdidas en la muchedumbre de personas con las que no tenía interés alguno en relacionarse de un modo más íntimo y personal. No obstante, la única manera que tenía de saber que seguía con vida, que no había muerto y se encontraba en una suerte de limbo ó purgatorio, era precisamente seguir las instrucciones de aquellos entes sin identidad propia. Era la única forma de asegurarse que no terminaría enloqueciendo debido a la amargura que le causaba no pertenecer a ese mundo oscuro y delirante. Empezaba a creer que no había lugar para ella en ninguna parte, que algo aberrante como ella no tenía cabida en sitio alguno, por mucho que buscara. ¿Qué le quedaba por hacer, en tal caso?



    Fue inmersa en dicho estado mental que se encontró a sí misma realizando actos que le hubieran parecido inconcebibles apenas unos meses atrás, como pasearse completamente desnuda en una cámara de simulación ambiental, a la vista de un numeroso grupo de personas. Le habían dicho que se trataba de un experimento científico, desprovisto de cualquier afán morboso y que todos los involucrados eran profesionales que guardarían su intimidad con celo irrestricto. Pero eso no cambiaba el hecho que se había expuesto ante sus ojos, de una forma que hubiera matado de pena a la Madre Dolores. Lo que más la acongojaba era el hecho de percatarse la facilidad con la que lo había hecho, y el poco remordimiento que por ello sentía, pero sobre todo que conforme transcurrían los días poco a poco iba olvidando las enseñanzas inculcadas por las piadosas mujeres que la habían cuidado casi toda su vida. Ellas también empezaban a perderse en las estelas del olvido que le tenía destinado a todo aquello que le pareciera irrelevante en el desempeño de su cotidiano existir.



    Por tal motivo, en esos momentos no tuvo empacho alguno en ponerse el extraño traje blanco de una sola pieza que le habían proporcionado, el cual se moldeaba a su grácil cuerpo como si se tratara de una segunda piel. Jamás había utilizado una prenda ni remotamente tan ajustada, que para el caso resultaba lo mismo que estar desnuda, ya que aquella rara vestimenta revelaba sin tapujos las núbiles proporciones de su joven humanidad. Sin embargo, había optado por esperar durante todo el tiempo sentada sobre la banca de los vestidores, esperando su llamada. Colocó una toalla sobre su cabeza, como queriendo ocultar su identidad, alentada por un diminuto vestigio de pudor que aún conservaba.

    “¿En qué me he convertido?” pensaba la muchacha con la vista gacha, sintiendo un enorme peso sobre su cabeza. “¿En qué me han convertido estas personas?”.

    —Rei.... Rei... Rei...— después de aquellos intentos por llamar su atención, Maya Ibuki supo que tendría que ser más asertiva para lograr que la ensimismada chiquilla le hiciera caso —¡Rei Ayanami!

    Fue hasta ese momento que la jovencita atendió a aquel llamado, sin lograr ocultar el sobresalto que se le había provocado. Al parecer, aún después de tanto tiempo, aún no conseguía acostumbrarse a que se le llamara por su verdadero nombre.

    —Ya estamos listos, Rei— informó la oficial técnica, tomando nota de que la muchachita sí era capaz de experimentar emociones, en lugar de la autómata sin corazón que creía que era —Sólo estamos esperándote para poder comenzar...

    —Sí— respondió Ayanami enseguida, quitándose la toalla de encima y poniéndose de pie.

    —Hoy es el gran día... apuesto a que debes estar muy emocionada— pronunció Maya con aire dicharachero, motivada por la reacción que había logrado en la piloto.

    —Sí— fue, sin embargo, la única respuesta que obtuvo de ella mientras se internaban por los pasillos del cuartel, en aquél habitual tono helado y distante que siempre empleaba, sin haber entendido del todo sus palabras ó a qué se refería.

    Por lo que a ella le concernía, el de ese día era solamente un experimento más, uno más de los tediosos deberes con los que tenía que cumplir, albergando la tenue esperanza de que algún día todo eso llegaría a tener algún sentido.



    En otra parte de aquél enorme complejo científico-militar, una pequeña comitiva avanzaba a un paso mucho más lento que al que la mayoría de sus integrantes les hubiera gustado hacerlo. Eso se debía, en gran parte, a las inevitables, constantes y abruptas interrupciones en su andar que ocasionaba el más locuaz de sus miembros:

    —¡¿Una banda transportadora por cada subnivel de este laberinto?!— preguntó Kai Rivera a viva voz, en tanto él y sus acompañantes ponían pie en la cinta que se deslizaba por debajo de ellos, conduciéndolos a través de las instalaciones —¡Esto ya es el colmo! ¿Se puede saber cómo es que todos ustedes, atajo de ratas de dos patas, justifican semejante despilfarro de los recursos públicos?

    —El uso de este medio de transporte resulta indispensable para el rápido traslado del personal, dada la gran extensión de toda nuestra infraestructura, “Doctor Rivera”— respondió Ritsuko con evidente hastío, entrecomillando con los dedos al dirigirse al muchacho por su título académico —Es mucho mejor que caminar y mucho más barato y efectivo que disponer y mantener toda una flota de vehículos ligeros motorizados para tal efecto.

    —Nada de eso resultaría necesario si los empleados de esta farsa teatral no fueran tan perezosos para simplemente caminar hasta sus puestos de trabajo... no es cómo si fueran a rebajar unos kilos de casualidad, ¿cierto?

    —Lamentablemente no todos poseemos su envidiable condición física de fumador crónico temprano, Doctor— atajó Akagi, sin dignarse a voltear hacia el aguerrido chiquillo —Pero si así lo desea, siéntase en toda la libertad y confianza de salir de esta banda para perezosos y llegue por su propio pie hasta la sala de pruebas...

    —¡Qué simpática es usted, “Doctora Akagi”!— exclamó Rivera, entrecomillando también con los dedos el título de la mujer, para luego mirar detenidamente el enorme vacío que le aguardaba fuera de la cinta transportadora —Pero creo que paso, gracias. Además, esa no es manera de dirigirse a un alto funcionario de las Naciones Unidas, así que me temo que tendré que descontarle más puntos por eso... y otros tantos puntos por su pésima actitud de servicio, por si fuera poco... y ya que estamos en eso, haré una anotación especial para investigar los precios y el proveedor de este dispositivo, no me sorprendería que también resultara ser un muy buen amigo del señor Ikari...

    —¿Hasta cuando tendré que aguantar esto?— susurró Akagi, lamentándose —Debí haberme reportado enferma este día...

    —Si pusiera en su trabajo de investigación científica el mismo empeño que pone en la elaboración de sus chistes de mal gusto, quizás algún día pudiera ser alguien de más relevancia dentro de su campo de estudio, Doctora... Aunque, si le soy sincero, no creo que le quede mucho tiempo para conseguirlo... ¡Cuando acabe con este lugar y con todos ustedes, tendrán que recogerlos con espátula!— continuó Kai, haciendo varias anotaciones con su tableta en mano, para luego señalar a la Teniente Katsuragi, quien iba detrás suyo —Excepto a esta preciosidad... a ella le daré un convertible, sólo por que me pega la gana...

    —¿Por una vez en la vida, podrías tomarte las cosas más en serio?— inquirió Misato entre dientes, bastante apenada por ser expuesta en esos momentos ante sus oficiales superiores, quienes sólo fruncían el entrecejo con cada una de las constantes alusiones que el joven hacía de ella.



    Su calvario no duró mucho más, pues la banda llegaba a su fin al alcanzar un nuevo módulo, en cuyo ingreso ya les aguardaban Gendo Ikari y Kozoh Fuyutski, erguidos tan derechos como una regla. Fue entonces que la atención de Rivera se enfocó rápidamente en un nuevo objetivo.

    —Profesor Fuyutski—el muchacho saludó respetuosamente al hombre entrado en años, prodigándole una ceremonial reverencia al inclinar la parte superior del cuerpo —Todo un gusto verlo nuevamente... leí hace poco su ensayo de mecánica cuántica sobre las espirales infinitas de energía. Un trabajo brillante, como siempre. Bastante inspirador, sobra decir...

    —¿Así que te tomaste el tiempo para leer ese remedio contra el insomnio?— preguntó el hombre de cabellera canosa, un poco apenado, para luego tenderle la mano —¡Bueno, eso te convertiría en el primero, si acaso!

    —Nada de eso... su investigación ha sido muy valiosa para muchos colegas, incluyéndome a mí, no sé por qué razón le gusta subestimar su influencia en los avances científicos del momento— mencionó el chiquillo mientras correspondía al gesto, estrechando su mano —Espero tener la oportunidad de comparar notas con usted, un día de éstos...

    —Doctor Rivera— carraspeó entonces Gendo, con su tono seco que demandaba continuar con su camino, harto de salamerías protocolarias, señalando al pasillo con un movimiento de cabeza —La sala de pruebas es por aquí...

    —¡Oh, señor Ikari! ¡Cuánto tiempo sin verlo!— exclamó el chiquillo burlonamente, dándole unas confianzudas palmaditas en el hombro, desprovistas de todo el respeto con el que antes se había dirigido a Fuyutski —Leí su... eeeh, suuu... su... ¿blog acerca de arreglos florales? De hecho, hace ya bastante tiempo que no publica cualquier clase de estudio, ¿cierto? ¿Se le acabaron los artículos de Wikipedia que pudiera pegar en una presentación de Power Point?

    —Lamentablemente, mi trabajo al frente de la agencia gubernamental más importante del planeta me ha mantenido lejos del trabajo de campo por algunos años— contestó enseguida el hombre barbado, pasando de la abierta provocación de la que era objeto —Y por cierto, ahora que estoy a cargo de este complejo, soy el Comandante Ikari, no lo olvide...

    El pequeño contingente empezó a avanzar conforme al paso que iban marcando aquellos dos, al frente del grupo. Ambos hacían todo lo posible por evitar cualquier contacto visual, Gendo con los brazos cruzados detrás de la espalda, Kai con las manos en sus bolsillos y una sonrisa socarrona en el rostro. A todos los demás les quedaba bien claro la abierta animadversión que sentían aquellos personajes el uno por el otro, teniendo que soportarse más debido a las circunstancias que atravesaban, más que por cualquier otra cosa.

    —Seguro que sí, lo que sea que lo haga sentir bien, viejo— respondió Rivera, dibujando un tornillo imaginario con su dedo, por encima de su cabeza —Veo que su complejo de Napoleón sigue en tan buena forma como siempre... ¿Ó es que ahora me dirá que Napoleón tenía un complejo de usted?

    —Me sentiría acomplejado, de no ser por que estoy siendo diagnosticado por un remedo barato de Doogie Howser, niño médico...

    —¡Tal parece que alguien tiene mucho tiempo para estar viendo repeticiones de televisión! No me extraña entonces el nulo avance que ha tenido esta organización durante los últimos diez años... déjeme decirle, señor Comandante Ikari que hasta ahora, no estoy impresionado con lo que aquí he visto... tendrá que dar muchas explicaciones de la manera en cómo ha gastado el presupuesto que se le ha asignado todo este tiempo, una vez que entregue a la Secretaría General de las Naciones el minucioso reporte con todas las observaciones que me encuentro elaborando, justo en este mismo momento.

    —Puedo asegurarle, Doctor Rivera, que el pleno del Consejo de Seguridad está al tanto de los trabajos que hemos desarrollado aquí, en NERV, cuyo transcurso va en tiempo y forma conforme a lo especificado en las planificaciones anuales... todos somos profesionales aquí, y damos nuestro mejor esfuerzo para cumplir nuestras metas establecidas...

    —Sí, puedo ver que son bastante selectivos en lo que se refiere a la elección de su personal, eso me queda claro— mencionó cuando a su lado pasaban un par de asistentes técnicas de muy buen ver, a las que inspeccionó detalladamente hasta que se perdieron de vista —Quiero decir, con la notable excepción de la Doctora Akagi, aquí presente, parece ser que todas las empleadas de este lugar resultan ser sólo jóvenes atractivas... ¿es mi imaginación ó simple coincidencia, mi Comandante?

    Siguiendo el ejemplo de Gendo, Ritsuko tampoco contestó a la agresión, teniendo que rechinar los dientes como único método de respuesta que podía emplear en aquellos momentos.

    —Todas las personas que aquí laboran han pasado los más rigurosos exámenes de conocimientos y psicométricos, los cuales determinan qué candidatos son los más aptos para ingresar a nuestras filas— expuso Ikari enseguida —Le aseguro que ni el género, ni el rango de edad y ni la apariencia son factores que se consideran al momento de la selección... sólo los mejores son los que quedan, cómo la Teniente Katsuragi, igualmente aquí presente, lo puede constatar...

    Una vez más, pese a sus intenciones por pasar desapercibida, todas la miradas se dirigieron a Misato, a quien le hubiera gustado poder encogerse hasta desaparecer de vista. Casi sin advertirlo, se había convertido en un daño colateral de la disputa velada entre Ikari y Rivera.

    —Lo que más necesitamos en estos momentos en el Proyecto Eva, en calidad de urgente, no son auditores ni contralores, sino pilotos, Doctor Rivera— tomó entonces la iniciativa el comandante, aprovechando el espacio que el muchacho le daba, quien apenas se reponía de la mirada asesina que le lanzaba Misato, detrás suyo —¡Pilotos! Uno no se explica cómo es posible que habiendo sólo tres personas en el mundo, hasta el momento, que son capaces de activar un Evangelion, uno de ellos todavía tenga el descaro de negarse a hacerlo... eso, desde un principio, es lo que más retrasos ha provocado en el progreso de este proyecto, más que cualquier otra cosa...

    —¡Sí, claro! ¡El Proyecto Eva y sus ridículos Evangelions!— repuso el joven, defendiendo su negativa a ingresar como piloto a dicho proyecto —¿Cómo es que fue que los vendió, para su aprobación dentro del Consejo de Seguridad? Ah, sí, ya lo recordé: ¡la única esperanza para la raza humana! Por que lo más lógico de hacer, cuando uno se enfrenta a un monstruo gigante de un centenar de metros de altura, es construir un muñeco de hojalata igual de grande, ¿cierto? Ó por lo menos, eso es lo que pensaría un niño de siete años, a quien parece fue al que se le ocurrió una idea tan estúpida...

    —En todo caso, es mucho mejor que la que se le ocurrió a otro niño de catorce años: quemar todo, hasta que nada quede, ¿no es así?— reviró Gendo, aludiendo a la paternidad del muchacho en la creación del concepto que hacía funcionar la Bomba N2, su mayor vergüenza y por lo que medio mundo quería asesinarlo.

    —¡Por supuesto! Siempre lo he dicho: añade suficiente termita a cualquier cosa y no hay nada que pueda salvarse de achicharrarse hasta las cenizas... y resulta mucho más barato que ponerse a jugar con muñecas gigantes...

    —Eso, claro, si el enemigo no contara con su Campo A.T., que lo defiende de toda agresión física directa. Sólo hay una forma de penetrar dicha barrera, y eso es utilizando el propio Campo A.T. que generan nuestros Evas...

    —¡Torpe de mí, olvidé el dichoso Campo Absolute Terror! ¡El escudo mágico que protege a esos feos bichos, que nos causan tanto terror absoluto y nos hacen soltar nuestro polvillo de hadas del susto! ¡Pronto, todos, no olviden tener pensamientos felices!— añadió Rivera con marcado sarcasmo, comenzando a brincotear y gesticular como una bailarina de ballet principiante, para luego musitar sin decoro: —¡Bah! Te tengo noticias, tipejo: si puedes ver la cosa que hay detras de ese campo energético, entonces hay una cosa que puede pasar a través de él: ¡la luz, zoquete! Un rayo acelerador de partículas sería más que suficiente para tostar a la parrilla a cualquier bastardo más grande que la vida que se atreva a asomarse por este basurero... ó en todo caso, un pozo gravitacional artificial produciría un agujero negro que consumiría toda la materia de esos primos de Godzilla... ¡Pero nooo! ¡Hagámoslo todo de la manera más díficil, absurda y costosa! ¡Obviamente con cargo al erario, qué importa que en África la gente tenga que hacer galletas con arcilla!

    ¡Todas las opciones que propones suponen un riesgo a la vida humana mucho mayor que el que representan los ángeles, necio! ¡Eso, sin contar que no hay una fuente fiable de energía que pudiera hacer funcionar esos dispositivos!

    —¡La habría, si es que me dejaran continuar con mis investigaciones de los súper solenoides y el Motor S2! ¡Pero gracias a que un cretino se lleva toda la plata, no dispongo del presupuesto que necesito para llevarlas a cabo!

    —Motor S2, sí, claro— repitió Ikari con aire burlón —Y todavía tienes el descaro de acusarme de creer en la magia... pese a todo lo que pienses, los Evas han demostrado ser la mejor opción para combatir a nuestro enemigo, es por eso que el Consejo me eligió a mí, sobre ti y tus disparates absurdos... y precisamente, la prueba que estamos a punto de presenciar dejará constatado, una vez más, que esa fue la mejor decisión que pudieron tomar, por si a alguien aún le queda alguna duda.

    —¿Alguna vez te han dicho lo mucho que te oyes como un villano de Bond, maldito orate?



    Ambos tuvieron que hacer una pausa en su acalorado debate, del cual todos sus acompañantes eran meros espectadores, una vez que el grupúsculo había ingresado a un enorme salón repleto de toda clase de instrumentos, consolas, y personal técnico que vigilaba los datos que sus estaciones arrojaban. Un amplio ventanal que cubría toda la pared del fondo otorgaba una muy buena vista a una cámara exterior, la cual era tan grande como un edificio entero.

    —Helo allí, señoras y señores, para aquellos que aún no lo conozcan: nuestro Evangelion Prototipo, Modelo 00, ó como a veces lo llamamos aquí, a secas: Cero— señaló entonces el Comandante Ikari a través del ventanal a los demás componentes de la comitiva que le acompañaba, notando la forma en la que todos reaccionaban a las colosales dimensiones del robot frente a ellos —Aún cuando sólo se trate del prototipo, su sola vista, sobra decirlo, es impresionante...

    —¡Prrt! ¡Pero qué enorme pedazo de chatarra!— repuso Rivera, haciendo una sonora trompetilla mientras sacaba la lengua en señal de desaprobación, para luego inquirir maliciosamente —¿Porqué todo aquí tiene que ser tan grande? Me parece que es como si alguien estuviera tratando de compensar alguna clase de... complejo... ustedes, saben, por su diminuto... tamaño... ¿Y es en esta porquería que te gastas tanto dinero? ¡Te hizo falta ponerle un ojo a tu monigote, tarado! ¡Ja, ja, ja! ¡Lo dejaste tuerto al pobrecillo, y sin visión periférica! ¿Pero qué otra cosa podía esperarse de un patético perdedooor, cómo tú comprenderás?

    Mientras que el joven doctor gesticulaba con los dedos pulgar e índice de su mano derecha para hacer una “L” mayúscula, misma que colocó sobre su frente cuando se ponía enfrente de Ikari, éste hizo todo lo posible por ignorarlo y continuar con su exposición en su acostumbrado tono severo:

    —La Unidad Cero es sólo el primer paso en nuestra iniciativa para construir toda una flota de Evas, lo que nos permitará a mediano plazo lidiar de manera efectiva y contundente con la amenaza a la humanidad que supone el inminente arribo de las Entidades de Destrucción Masiva que hemos designado como Ángeles. En este mismo instante nos encontramos realizando los últimos ajustes a la Unidad Uno, con miras a su próxima activación, en tanto que la Unidad Dos se encuentra en construcción dentro de nuestra rama europea, en Alemania...

    —¿Cuántas unidades Evangelion tienen contemplado construir, Comandante Ikari?— preguntó uno de los funcionarios que acompañaban a Kai, mucho más mesurado que el vivaz chiquillo.

    —Cuantas sean necesarias para garantizar el porvenir de los seres humanos— contestó el líder de NERV de manera dramática —Hemos previsto lanzar toda una serie de modelos de producción, que constaría de nueve Evangelions completamente funcionales y listos para la acción. Los resultados que obtengamos de la prueba de este día nos permitirán dar un gran avance en la consecucíon de dicho objetivo...

    —Eso, si todo sale como quieres, idiota arrogante— murmuró Rivera entre dientes, observando como la Cápsula de Inserción era colocada dentro de la espina dorsal del artefacto humanoide.

    —En este momento el piloto asignado a Cero, el Primer Niño Elegido, se encuentra abordando al Eva 00. Esa cápsula cilíndrica contiene en su interior la cabina donde se alberga al piloto y los dispositivos de mando del Evangelion— explicaba Ikari sin que ninguno de ellos despegara la mirada de todos los procedimientos que antecedían al inicio del experimento de activación que habían venido a presenciar.

    Todos, con la debida excepción de Kai, quien estaba bastante ocupado haciendo un estudio minucioso del dossier que se le había facilitado, el cual contenía a grandes rasgos información documental con respecto a los Evas y su funcionamiento.

    —Debo decir que este sistema de mando es uno de los más sencillos que he visto, Ikari... cuesta trabajo creer que con sólo un par de palanquitas puedas ser capaz de mover una maquinaria de esa escala...

    —Son las ventajas de la interfase mental que nuestro equipo logró desarrollar— comentó Gendo, sin tomarse la molestia de voltear a verlo —Y debido a la edad de nuestros pilotos tenemos que procurar que el mecanismo de control sea lo más simple posible, para optimizar su desempeño en una situación de combate. Los procesos más complejos para la operación y soporte del arma Evangelion son llevados a cabo remotamente por personal técnico desde una estación de control, justo aquí, en nuestro cuartel.

    —¡Vaya, vaya! ¡Así que a esto se han rebajado mis tres mejores alumnos!— exclamó Rivera de improviso, gritando en medio de la sala al reconocer a un trío de jóvenes oficiales técnicos en medio de ese mar de gente —¡Toda una promisoria carrera, un futuro esperanzador, tirado al retrete por preferir ser unos simple peleles, vulgares operadores de telemarketing! ¡Qué vergüenza! ¡Y me refiero a ustedes, Maya, Makoto y Shigeru! ¡No crean que no los puedo ver, por mucho que se me escondan!

    Los susodichos hicieron cuanto pudieron para disimular que no lo escuchaban y continuar con sus labores, tratando de encogerse para evitar ser vistos.

    —¡Ya me arreglaré con ustedes, tercia de traidores!— amenazó el muchacho, alzando su puño —¡Esto no se va a quedar así!

    —¿Y por qué razón se arriesgan a exponer a personas tan jóvenes al hacerlos pilotear estas máquinas, Comandante Ikari?— inquirió otro funcionario de Naciones Unidas, pasando de la escena que estaba dando el Doctor Rivera —Creo que todos estamos de acuerdo en que parece negligente depositar semejante responsabilidad sobre unos simples niños...

    —Eso es evidente, pero por desgracia, para activar a los Evas se requiere de un patrón de ondas cerebrales bastante específico, que hasta ahora sólo hemos encontrado en personas nacidas después del Segundo Impacto— matizó Ikari —Aún nos encontramos estudiando la causa de este fenómeno, lo que hace que sea aún más difícil encontrar los pilotos que requerimos... hasta este momento, se han aplicado pruebas al 20% de la población mundial con dichas características y solamente se ha podido elegir a tres personas... nuestro problema se agrava si consideramos que de esos elegidos, uno de ellos se niega rotundamente a colaborar en cualquier aspecto y otro más estuvo perdido por casi una década, el cual apenas pudimos localizar hasta hace poco para comenzar con su entrenamiento de inmediato. Esta persona será la que llevará a cabo la prueba que a continuación presenciaremos...

    —¿Quién lo diría? ¡Prefirió esperar diez años para encontrar a un piloto perdido, a simplemente mandar traer a la Langley desde Alemania!— susurró Kai a Misato —Aunque tengo que admitir que yo hubiera hecho lo mismo, en su lugar... por lo menos este sujeto no es tan imbécil como pensaba...

    —¡Cierra la boca de una buena vez, idiota!— Katsuragi aprovechó la cercanía y el sigilo con el que transcurría su conversación para darle al chiquillo un artero codazo, el cual le había estado guardando desde hace un buen rato.

    —Eventualmente— continuó el comandante, mientras que Rivera se sujetaba el costado, tratando de no aullar de dolor —Esperamos que, con los debidos fondos necesarios, podamos extender la prueba a un porcentaje mayor de la población juvenil, lo que nos permitirá aumentar proporcionalmente el número de individuos aptos para activar los Evangelions...



    —Comandante Ikari— lo interrumpió Ritsuko, luego de haber intercambiado palabras con Maya, su asistente —Ya estamos listos para comenzar.

    —Excelente— pronunció Gendo, satisfecho, invitando a los visitantes a seguirlo hasta su puesto de observación —Inicien la prueba de activación, Doctora Akagi...

    —Conecten el suministro primario de energía a todos los circuitos— indicó entonces la susodicha, poniendo en movimiento toda una serie de complejos procesos logísticos y técnicos.

    —Suministro primario conectado. Comenzando la activación de los sistemas— indicó Maya, quien podía sentir la inquisidora mirada de Rivera perforándole las espaldas —Voltaje incrementándose hasta el punto crítico: 0.5, 0.2... ¡Punto crítico superado!

    —Inicien la segunda etapa de la activación de sistema— volvió a ordenar Akagi.

    —Sinapsis insertada— fue Shigeru quien respondió en esa ocasión —Unión iniciada...

    —Pulsos transmitidos— Maya le hizo coro al momento.

    —Todos los circuitos se encuentran operando sin problemas— completó Shigeru casi enseguida —La energía ha sido transmitida al músculo braquial de ambos brazos. No existen contratiempos en las conexiones nerviosas.

    —Entendido. Hasta 2550 puntos de la lista han sido cumplidos— fue el turno de Maya.

    —Preparen la tercera conexión— anunció Ritsuko, expectante como todos los demás del devenir de aquella prueba, creando una tensa calma en el ambiente.

    —2580 puntos cumplidos, conforme nos acercamos al límite absoluto... 0.9, 0.7, 0.5, 0.4, 0.3... ¡Los pulsos están retrocediendo!— Maya estaba tan asustada al pronunciar tales palabras, que incluso se levantó de su asiento.

    —Parece que eso es algo malo— observó Kai, notando como el robot gigante de afuera comenzaba a sacudirse, visiblemente inquieto.

    —Se han encontrado problemas en la tercera etapa de conexión— informó Shigeru, luchando contra su instinto de conservación que le dictaminaba salir corriendo de ese lugar —El rechazo se localiza en los elementos nerviosos centrales...

    —Detengan los contactos— sentenció la Doctora Akagi, tratando de salvar el experimento lo mejor que sus habilidades se lo permitían —Interrumpan todos los circuitos...

    —¡Negativo! ¡No está recibiendo la señal!— pronunció Maya, desesperada y para terminar anuncando ya sin decoro alguno: —¡La Unidad Cero está completamente fuera de control!



    En ese momento, los ligeros estremecimientos de aquél gigante de acero devinieron en violentas convulsiones. Los brazos del hombre mecánico oscilaban sin algún tipo de coordinación visible, comenzando a estrellarse contra las paredes que lo contenían. El humanoide sintético se sujetó entonces la cabeza, como si acaso pudiera sentir cualquier clase de dolor aquejándolo.

    —¡Aborten la prueba!— bramó el Comandante Ikari, fuera de sí, presenciando impotente el fracaso del experimento que supuestamente lo encumbraría aún más —¡Desconecten el suministro de energía!

    En el acto, el grueso cable enchufado en la espalda del armatoste fue sustraído, expulsando chorros de vapor a presión mientras caía al piso con estrépito.

    —El suministro de energía de la Unidad Cero ha cambiado al de su batería interna de reserva— informó Shigeru tan rápido como los datos aparecían en pantalla —Quedan 35 segundos hasta que la agote por completo...

    —O sea que... ¿no se supone que esto tendría que pasar? ¡Mierda!— exclamó Rivera, quien pese a todo estaba tan sorprendido como todos los demás.

    Desenfrenado, Cero comenzó a impactar repetidas veces su testa contra el grueso cristal que le servía a sus creadores para espiarlo, el cual empezaba a fracturarse de manera por demás riesgosa, justo como hizo ver el mismo Kai:

    —¡Puta madre! ¡Esto se está poniendo peligroso! ¡Corran, vámonos de aquí!— al enunciar su advertencia no se había percatado que desde antes todos sus acompañantes ya se encontraban en la salida, dejándolo atrás sin aviso alguno, por lo que sólo pudo soltar un lastimero reclamo mientras se apuraba a unírseles —¡Maricas!

    Justo antes de que pudiera escapar del mismo modo, apenas había avanzado unos pasos cuando el ventanal estalló hecho pedazos a sus espaldas, arrojando una gran cantidad de vidrios rotos que salieron volando por el aire como cuchillos bien afilados. El muchacho corrió con mucha suerte, debido a que la fuerza del choque lo había derribado boca abajo, logrando evadir los fragmentos más grandes para sacar solamente unos leves rasguños que no ponían en riesgo su vida. No así varios de los técnicos que hubieron de permanecer en sus puestos ó no atinaron a escapar a tiempo.

    El Eva 00 cesó entonces en su empeño de atravesar el muro con su cráneo, y comenzó a golpear con los puños una de las paredes laterales, que al parecer no contaba con los mismos refuerzos, pues le resultaba mucho más fácil perforarla con sus salvajes puñetazos.

    —¡Apliquen baquelita especial a toda la cámara, de inmediato!— indicó Akagi apuradamente, alzando la voz entre los lamentos y sollozos de los numerosos heridos.

    Al parecer el encargado de dicho prodedimiento había salido bien librado del percance, pues rápidamente el exterior fue inundado por un líquido carmesí en estado de ebullición, que en cuanto comenzó a enfriarse al contacto con el aire se fue endureciendo tanto como una roca, maniatando al desquiciado coloso.



    La Cápsula de Inserción salió expulsada justo en aquél instante, propulsada por un par de cohetes en su extremo inferior. No obstante, el contenedor cilíndrico pronto fue a estrellarse contra el techo, que parecía contar también con un refuerzo especial, pues a pesar de llevar un buen impulso la cápsula no lo atravesó, como lo hubiera hecho en circunstanacias normales. Sin tener más espacio para avanzar, el cilindro metálico recorrió toda la extensión de la bóveda superior, hasta chocar contra una de las paredes laterales, por la cual también se paseó hasta impactarse de lleno contra el piso, finalmente deteniendo su errática marcha.

    —¡Eso tuvo que doler!— exclamó Kai cuando se ponía en pie, compadeciéndose del pobre piloto que estaba dentro de ese artilugio, luego de haber presenciado todo el lamentable suceso.

    Para entonces el Eva fuera de control ya se había quedado sin energía interna que le permitiera seguir funcionando, quedando inmóvil como una monumental estatua, en la misma posición en la que permanecería durante varios meses, aunque eso aún nadie lo sabía. Lo que restaba hacer era el control de daños reglamentario, lo que involucraba la atención médica inmediata a todo el personal que así lo requiriera, los cuales eran bastantes a saber. Misato giraba órdenes de manera constante a través de la radio, usando su don de mando innato para coordinar de manera por demás eficaz todos los esfuerzos de los equipos de rescate, lo que le valdría puntos muy valiosos para su posterior ascenso. En tanto, el Comandante Ikari encaraba a la Doctora Akagi y a lo que quedaba de su equipo de trabajo, responsabilizándolos por el fiasco que resultó aquella primera prueba:

    —¡Maldita sea, Akagi! ¡¿Qué demonios fue lo que pasó aquí?! ¡Usted misma fue quien me aseguró que todo estaba listo, que no había de qué preocuparse! ¡¿Le parece que no debo preocuparme por algo como esta locura?! ¡¿Tiene acaso una idea de cómo voy a quedar después de esto?! ¡Todos estos buitres me comerán vivo!

    —¡Lo sé, lo sé, pero créame cuando le digo que nada de esto podía suceder dentro de nuestras proyecciones! ¡Le juro que no entiendo qué fue lo que pasó!— se defendía como podía la mujer de cabellera rubia, retrocediendo agazapada ante los incesantes reclamos de su jefe, casi al borde de las lágrimas —¡Consideramos todas las variables posibles, no existía margen de error! ¡Le aseguro que mi equipo encontrará la falla lo más pronto posible, esto no se volverá a repetir!

    —¡Claro que no se repetirá, bruja idiota! ¡Los chacales de Naciones Unidas nos despellejarán y nos cerrarán por esta barbaridad!

    —Eh... disculpen... siento interrumpirlos, chacal al habla— intervino entonces Rivera, quien para sorpresa de todos no se burlaba de forma alguna. Sería acaso por la gran cantidad de heridos ó porque se encontraba en shock debido a semejante impresión que se había llevado —Hay un tipo allá afuera, su piloto... creo que lo más probable es que necesitará auxilios médicos, pero puedo ver que no hay un equipo de rescate que se dirija a su posición... ¿Acaso no debería alguien ver si...?

    Tanto el comandante como la doctora lo fustigaron con la mirada, para de inmediato ignorarlo y reanudar su discusión:

    —¡Más le vale encontrar, aislar y solucionar ese fallo en el sistema, Akagi!— vociferó Ikari, señalándola con el índice —¡Ó yo mismo me encargaré que termine dando clases de ciencia en una escuela secundaria! ¿Me escuchó? ¡Eso es lo más cerca que hay del infierno para alguien como usted!

    —¡Trabajaremos sin descanso hasta que podamos saber las causas que originaron este accidente, se lo juro!— dijo Ritsuko lastimosamente, mientras le hacía repetidas reverencias inclinando la cabeza cuando el comandante se retiraba a toda prisa del desvencijado lugar, antes que Rivera se despabilara y comenzara a atosigarlo.

    Por su parte, al saberse ignorado, el muchacho decidió tomar el asunto en sus propias manos.

    —Cerdos despiadados— masculló al darse cuenta el poco valor que le daban aquellos dos a la vida del desdichado piloto que habían encerrado en su máquina infernal.



    Se hizo entonces de una larga cuerda, dejada por uno de los equipos de rescate, y atándola muy bien a una de las vigas de soporte del techo, salió por la ventana destrozada y comenzó a descender a rápel, la forma más rápida que se le ocurrió para llegar hasta donde había quedado la maltrecha Cápsula de Inserción. Eso, pese a la enérgica pero tardía advertencia de Misato, quien sólo lo vio aventurarse al vacío como todo un alpinista experimentado:

    —¡Deténte, maldito estúpido! ¡¿Qué crees que estás haciendo?! ¡Te vas a matar!

    Kai ya no la escuchaba, estando para entonces varias decenas de metros debajo. Para su fortuna, y en auxilio de la noble empresa que intentaba llevar a cabo, la baquelita endurecida había llenado gran parte de aquella enorme cámara, dejando el nivel del piso muy por encima de donde estaba originalmente, reduciendo así considerablemente la altura que debería descender.

    De tal suerte, no tardó mucho en alcanzar su objetivo, llegando hasta la maltrecha cápsula cilíndrica, la que se puso a examinar de inmediato, tratando de localizar algún mecanismo de apertura de emergencia. A sabiendas de que en tales condiciones el metal con el que estaba construida estaría al rojo vivo, se hubo de quitar la camisa para envolverse las manos y girar la palanca que accionaba la compuerta de salida. Solamente un idiota se hubiera atrevido a realizar tal procedimiento sin alguna clase de precaución, pensó el joven una vez que sintió como la alta temperatura le calaba las manos, aún a través de sus improvisados guantes. La escotilla no tardó en abrirse, develándole el interior de la cabina que alojaba al piloto, el cual todavía no daba señales de vida.

    —¡Oye, amigo! ¿Te encuentras bien ahí adentro? ¡No te preocupes, la ayuda viene en camino!— pronunció Rivera, queriendo averiguar si el pobre infeliz estaba conciente. Al no recibir respuesta alguna, se hubo de aventurar al interior del cilindro, introduciendo medio cuerpo para asomarse —¡Voy a entrar! ¿Hay alguien con vida aquí adentro?

    El muchacho creía estar preparado para cualquier cosa que pudiera encontrarse, ya fuera una persona politraumatizada, hecha jirones de carne, ó un cadáver horriblemente desfigurado ó del que solo quedaran los huesos humeantes, ó bien una horrible mutación deforme que le arrancaría la cabeza de una mordida apenas se asomara dentro de su escondrijo. Y de cualquier forma la visión que estaba ante sus anodados ojos lo había dejado perplejo, boquiabierto y sin habla, como pocas veces lo había estado.



    Ante él se encontraba, inerte y desmayada, una jovencita aparentemente de su edad, como ninguna otra que hubiera visto antes. Su piel era tan pálida que casi podía decirse que era traslúcida, acusando una escasa ó casi nula exposición al sol. Su cabello, recogido minuciosamente en una elaborada trenza que colgaba de su nuca, cuya extensión fácilmente podía rebasar los sesenta centímetros, era de un psicodélico color azul celeste, que en esos momentos parecía brillar con luz propia en la penumbra que los embargaba, junto con el inmaculado, cegador y bastante ajustado traje blanco que llevaba puesto.

    No parecía tener cualquier clase de daño visible, pero de todas maneras Kai se encontraba tan embobado en su fervorosa contemplación que había cesado todo esfuerzo en hacerla reaccionar, temiendo perturbar el delicado, apacible y radiante rostro perfecto que divisaba en aquellos momentos, casi al punto de la fanática adoración.

    No obstante, aquella hermosa doncella no requirió de beso alguno ó de cualquier otra clase de artimaña mágica ó intervención externa para despertar de su profundo sueño, pues era bastante capaz de hacerlo por ella misma. Así pues, aún con los párpados cerrados, se podía apreciar la manera en que comenzaba a mover los ojos, para luego entreabrirlos, vacilante, pesadamente. Lo que a continuación sucedió, cuando los abrió completamente y su mirada escarlata se encontró de frente con el pasmado mirar esmeralda del joven ante ella, sólamente podría ser descrito en un intrincado contexto metafísico más allá de todo entendimiento humano. Baste decir que en aquél breve, fugaz instante, dos espíritus separados eternamente por el tiempo, la distancia y el destino, se encontraban por vez primera y al hacerlo parecían reconocerse el uno al otro como si fueran parte de un mismo ser. Ó tal vez simplemente fue, como se le conoce coloquialmente, amor a primera vista.



    El menguado ritmo cardíaco de Ayanami se elevó de golpe y su corazón amenazaba con fracturarle las costillas y salir volando de su pecho, en tanto un torrente de sangre se agolpaba en sus mejillas sin que pudiera hacer algo por evitarlo. Un sopor que nunca antes había experimentado se apoderó de ella, en tanto sentía la cabeza tan ligera como un globo, que parecía estar dando vueltas en una gigantesca rueda de la fortuna. Su boca estaba seca, incapaz de articular sonido alguno y su cuerpo no respondía a sus pensamientos, que la traicionaban al abandonarla y dejar que la imagen de aquél completo desconocido fuera lo único que habitara dentro de su cabeza. Lo que más le desconcertaba es que, en esa ocasión, la sensación de rechazo que le causaba la proximidad de cualquier ser humano estaba completamente ausente en ella. Por el contrario, una fuerza magnética parecía obrar dentro de sí, pues de haber tenido la fuerza suficiente para hacerlo, en ese mismo momento bien se hubiera abalanzado sobre aquél extraño para colgársele del cuello y nunca más soltarlo.

    Por su parte, Rivera se encontraba absorto, perdido en la profundidad carmesí de la intensa mirada de esa joven, en la delicadeza de las facciones de su bello rostro y en ese gesto de vaguedad que se reflejaba en ella al tener entreabiertos esos finos labios, que cada fibra de su ser le impelía a besar amorosamente, sin descanso ni recato alguno. Un coro divino, celestial, empezó a escucharse en sus oídos, dirigido como sólo la magnífica voz de soprano de Sarah Brightman podría hacerlo: “Aaaveee mariiiaaa, Graaatiiia pleeena, Mariiiaaa, graaatiiia pleeena...”

    Completamente extasiado por la magnitud de aquél momento destinado a ser, sin poder contenerse mucho más tiempo, el joven soltó así nada más, apenas con un hilo de voz:

    —Eres... la persona... más hermosa... que he visto en la vida— susurró como si acaso fuera su último aliento —Te ves... como todo... un ángel...

    Aunque salidas sinceramente de lo más hondo de su corazón, al pronunciar tales palabras, de modo por demás inoportuno, tal y como operaba su atolondrada naturaleza de cuando en cuando, el disco en el que se reproducía el sublime canto que hasta hace poco Kai escuchaba se rayó por completo, interrumpiendo de súbito lo sacro del momento. Solamente quedó el abrumador, incriminante silencio, la expresión confundida de la jovencita y el gesto abatido de Rivera al caer en la cuenta del craso error que había cometido.

    “¡Aaargh, eres un maldito imbécil!” pensó, sabiéndose perdido “¡Lo dijiste en voz alta! ¿Cómo es que puedes ser tan estúpido? ¡Rápido, di algo inteligente que pueda solucionarlo, antes que ella piense que eres un loco pervertido!”

    —No pienses mal de mí, sólo quiero que me dejes tener a tus bebés, por favor— regurgitó de nuevo, sin volver conectar el cerebro con su descarrilada lengua.

    “¡Se acabó! ¡Estás perdido! ¿Me escuchaste? ¡Perdido! ¡Huye mientras puedas, no eres más que un idiota! ¡Idiota, idiota, idiotaaa!” le recriminó su voz interna sin alguna clase de concesión, al tiempo que se reconocía incapaz de reaccionar de manera alguna que no fuera mirar impasible a la nada con expresión ausente.



    El gesto contrariado que en un principio mostraba Rei, rápidamente devino en una mirada de celo y rencor que rasgó el tejido con el que estaba hecha el alma del descuidado muchacho. Por su parte, la joven tuvo que lanzar un hondo resoplido de frustración aderazada con un amargo desencanto. Lo que en un inicio había llegado a considerar como un encuentro predestinado, resultaba ser sólo una farsa más en aquél lugar lleno de mentiras y simulaciones, donde moraban al por mayor personas huecas y fanfarronas, justo como el vulgar sujeto que tenía delante suyo, que no tenían empacho en burlarse de ella sólo por el crimen de ser diferente a todos los demás. “Nunca se te olvide que los muchachos son el mismísimo Diablo, Regina”, era lo que la Madre Dolores solía repetirle en incontadas ocasiones, adviertiéndole sobre el peligro que correría si llegaba a involucrarse con ellos.

    Dispuesta a no tolerar aquella afrenta un solo momento más, la aturdida Ayanami se incorporó y salió por su propio pie de la cabina, haciendo a Rivera a un lado mientras pasaba, con suma hosquedad.

    —Este... ¡lo siento mucho!— se excusó el chiquillo de forma lastimosa, viendo como se alejaba aquella belleza —¡No fue mi intención ofenderte! Sólo... sólo quiero saber si te encuentras bien, es todo...

    —Por supuesto que estoy bien— sentenció Rei sin detenerse ni mirar atrás —No había forma en que pudiera salir lastimada, esta máquina fue diseñada y construida por Gendo Ikari...

    Pese al tono hostil de sus palabras, aquella dulce, melodiosa voz fue sin duda toda una caricia auditiva a los aletargados sentidos del distraido jovenzuelo.

    —¡Pero si por eso mismo lo pregunto!— explicó Kai desde el lugar donde parecía haberse petrificado.

    La hermosa joven de larga cabellera celeste se volvió entonces, sólo para dedicarle una furibunda mirada de absoluto desprecio, tan intensa que el infortundado mozo sintió un par de certeras flechas que atravesaron su ser. Luego de eso quedó sin habla, dando espacio para que la muchachita, bastante molesta, se retirara de ahí tan pronto como podía. Rivera sintió un remordimiento culpable al no poder despegar la vista de la espalda baja de aquella divina criatura, deleitándose en lo curvilíneas de sus núbiles formas, obsequiadas a sus dilatadas pupilas gracias a su reveladora vestimenta.



    Cuando se marchaba, tanto Misato como Ritsuko, quienes iban arribando al lugar de los hechos, pudieron observar claramente el semblante malhumorado de la piloto, la primera expresión de ese ó de cualquier otro tipo que se le veía a aquella desconcertante chiquilla.

    —¡Típico de nuestro joven Doctor Rivera!— señaló Akagi una vez que alcanzaron al aludido —¡Eres tan nefasto que incluso puedes fastidiar hasta a la persona más indolente de todas! ¡In-cre-íble!

    —Al momento en que diseñas un robot gigante para el combate cuerpo a cuerpo, es más que obvio que la cabina del piloto debe tener toda clase de protección contra impactos, chico listo— añadió la Teniente Katsuragi a modo de reproche —Es por eso que tu numerito de rescate 911 estaba de más. En una situación como esta, la piloto es la que corre menos peligro de todos nosotros... eso te lo hubiera podido decir antes, de haberme esperado, pero claro, tú nunca me escuchas, ¿cierto?

    Pese a los ataques de los que era objeto, Kai no hizo intento por defenderse, habiendo permanecido todo ese tiempo en la misma posición en la que lo habían encontrado, boquiabierto y con el rostro encendido, su mirada vacía perdida en la nada.

    —Bueno, ¿se puede saber a ti qué rayos te pasa ahora?— interrogó Misato, tronándole los dedos en la cara para provocar en él cualquier reacción, que nunca llegó —¡Despierta, inepto!

    —Permíteme— terció Ritsuko, dando un paso al frente, acercándose al muchacho —Siempre he querido hacer esto... ¡Reacciona, infeliz!

    Ni bien había terminado de enunciar aquella demanda, cuando arrojó sobre su rostro todo el contenido del vaso que hasta entonces había sostenido en sus manos.

    —¡Aaah, maldita sea! ¡Todavía estaba caliente, quemaaa!— se dolió el muchacho, saliendo abruptamente de su sopor, para enseguida interrogar a las recién llegadas, con la cara empapada de café que aún seguía goteando —¿Me pueden decir qué fue eso?

    —Una imitación de mocha con chocolate y vainilla, y dos cucharadas de crema— contestó Akagi, observando el vaso vacío en su mano —Y añadí por mi cuenta un poco de canela, pero aún así no pude hacer mucho por mejorar su sabor...

    —¡No me refiero a tu brebaje, cretina!— aclaró el adolorido chiquillo, usando su camisa para limpiar y secarse el rostro, para luego señalar en la dirección por donde la piloto se había retirado —¡Quiero decir, ella! ¿Quién... ó qué es ella?

    —Rei Ayanami— respondió Katsuragi entonces —Primer Niño Elegido, piloto asignado al Evangelion Unidad Cero...

    —¡¿Qué diablos?! ¡¿El Primer Niño es un “ella?! ¿Y porqué carajos no pueden especificarlo desde un principio? ¿Porqué tienen que estarle diciendo “Niño” a una “ella”? ¿Acaso les es muy complicado decir “Primera Niña Elegida”? ¿Porqué cuernos siempre tienen que complicarlo todo?

    —El apelativo proviene de la palabra “Children”, en inglés— correspondió el turno de la mujer rubia para contestarle al alborotado chiquillo —Y en ese idioma no existe distinción de género entre los sustantivos... no es un mayor incoveniente, una vez que te acostumbras...

    —Rei Ayanami— pronunció Kai en voz alta, sólo para saber como se escuchaba ese nombre saliendo de su garganta, mientras amenazaba con retornar al estado de ensoñación del que apenas lo acababan de sacar —Rei Ayanami... es un nombre precioso... ¡Pronto, tienen que decirme todo lo que sepan de ella!

    —Rei Ayanami... Primer Niño Elegido, piloto asignado al Evangelion Unidad Cero...— repitió con hastío la teniente, algo enfadada por la actitud de bobalicón del muchacho y su repentino interés en esa chiquilla tan rara.

    —¡Sí, eso ya me lo dijiste! ¡Pero no es suficiente! ¡Exijo saberlo todo: gustos, aficiones, filias y fobias, sueños y motivaciones, medidas corporales! ¿Qué onda con ese cabello, esos extravagantes ojos tan hermosos? ¿Usa lentes de contacto, cuál es el numero de tinte que utiliza para su cabello? ¡Deseo empaparme de su esencia en cada oscuro recoveco de mi ser hasta que podamos llegar a ser uno solo!

    —Rei Ayanami... Primer Niño Elegido, piloto asignado al Evangelion Unidad Cero...— dijo a su vez Ritsuko, emulando las mismas palabras y tono de su compañera —No hay más que se pueda decir de ella, simplemente esos datos no existen. En cuanto a sus atributos físicos, tanto la pigmentación de sus ojos y cabello es natural. Todo parece indicar que posee una rara variedad de albinismo oculocutáneo, aunque en los exámenes médicos que le hemos practicado no aparezcan ninguno de los padecimientos comúnmente asociados a esta condición. Por lo demás, esa pobre niña lela creció en condiciones paupérrimas, salvaje e incivilizada. Rehúye a toda clase de contacto humano y no hace otra cosa más que pasearse como fantasma todo el día con su cara de contricción. No habla mucho, y de cualquier modo, aún si lo hiciera, no es como si tuviera alguna cosa interesante qué decir. La única relevancia que puede tener como persona es que es capaz de activar un Eva, de no ser por eso sería un completo cero a la izquierda. Y con el espantoso resultado que obtuvimos hoy, la primera vez que subió a bordo de su Evangelion, la verdad es que no le veo gran potencial como piloto... hasta ahora, su utilidad se reduce a ser el único sujeto de pruebas disponible...

    —Así que— musitó el jovenzuelo, entornando los ojos en pose meditabunda —Todo en ella es natural... ¡Válgame Dios, pero qué hembra! Y pasa la mayor parte del tiempo aquí, ¿cierto? Entonces, si en dado caso hubiera algún otro piloto por aquí cerca... tendrían que pasar juntos bastante rato, todos los días, ¿cierto?

    —Pues... en teoría... si es que hubiera otro piloto— respondió la doctora, arqueando una ceja, intrigada.

    —¿Pero eso qué tiene qué ver?— inquirió Katsuragi, alzando la voz en forma paulatina —¡No me vayas a salir ahora con que...!

    —¡Kai Rivera, Segundo Niño Elegido, reportándose al deber, señor!— pronunció el chico a viva voz, abruptamente, cuadrándose ante la mujer de larga cabellera azabache mientras le ofrecía el saludo militar con toda pompa y marcialidad. Enseguida recuperó su actitud desparpajada, cuando se frotaba las manos con una enorme sonrisa en el rostro, mezcla de malicia y avaricia, mientras que preguntaba a sus acompañantes: —¿Dónde firmo? ¿Y cuánto me van a pagar?



    Una noticia como aquella no tardó en regarse por todos los rincones de aquellas instalaciones durante el breve transcurso de lo que restaba de la jornada, recorriendo todo el gigantesco lugar como una línea activa de pólvora que no tardaría en alcanzar su objetivo, el cual estalló con todo el estruendo que pudo haberse esperado:

    —¡¿Rivera quiere ser piloto del Proyecto Eva?!— prorrumpió Gendo, a quien sus alborotados nervios no le daban para más, producto de un día bastante movido —¡¿Justo ahora?! ¡Pues no pienso permitirlo! ¿Me escuchaste?

    —Vamos, comandante— pronunció Fuyutski en tono conciliador, mientras tomaba asiento dentro de la oficina de Ikari —Tú eres el que siempre está sacando a relucir toda esa basura de que el Segundo Niño Elegido nunca ha querido cooperar con el proyecto, siempre estás repitiendio hasta el cansancio que no tenemos pilotos suficientes... ¿y ahora que el muchacho está dispuesto a ayudar, simplemente te vas a rehúsar? ¡Por favor, ya madura!

    —¿Es que soy el único aquí con la suspicacia suficiente para ver lo sospechoso de todo este asunto? En diez años, ese niño imbécil se ha negado a verse involucrado en cualquier cosa concerniente a los Evas... ¿Y justo hoy, precisamente este maldito día que parece no tener final, decide de buenas a primeras que ya quiere ser piloto? ¡No pienso tragármelo! ¡Lo que ese maniático en verdad quiere es estar espiando nuestras actividades y utilizar todo lo que pueda para hundirnos! Desde que aprendió a caminar no sabe hacer otra cosa más que fastidiarme...¡Lo sabes bien! ¡No podemos darnos el lujo de dejar entrar a ese lobo vestido de cordero! ¡No con todo lo que tenemos en juego aquí, en este lugar!

    —Lo que yo veo es que estás sobredimensionando todo este asunto con Rivera, obviamente que el incidente con Cero te tiene bastante trastornado, pero una vez que te tranquilices podrás ver las cosas con más claridad...

    —¿Qué es lo que hay que ver? ¡Todo está muy claro, en este preciso momento! ¡Ese bastardo infeliz me quiere hacer caer, a como dé lugar! ¡Y este, seguramente, debe ser sólo el primer paso de un intrincado plan para acabarme!

    —En realidad, y según tengo entendido— Kozoh aprovechaba el febril delirio de su acompañante para poder cortarse las uñas de las manos, lo que realizaba cuidadosamente mientras seguía comentando con aire despreocupado —El chico Rivera ha desarrollado un inesperado interés romántico en nuestra adorable Rei Ayanami... por lo tanto, su súbito deseo por entrar a nuestro pequeño proyecto es de carácter estrictamente personal, y nada más que eso...

    —¿Rivera... está enamorado... de Rei? ¿Nuestra Rei? ¿Es en serio?— masculló el Comadante Ikari, pasmado, poniéndole punto final a sus fantasías paranoicas y reemplazando su agitación con una calma y muy breve perplejidad, que enseguida transmutó en alegre frenesí —¡No me lo puedo creer! Quiero decir, de todas las chicas en el mundo, y tenía que ser precisamente... ¡El muy idiota! ¡Ja, ja, ja! ¡Pero qué imbécil, sin ninguna jodida idea de que...! ¡Ja, ja, ja! ¡Esto es tan cómico, tan patético! ¡El estúpido no sabe que...!

    Las frases inconexas del hombre barbado eran constantemente interrumpidas por los incontrolables espasmos que le provocaba el ataque de risa histérica del que era presa. Su acompañante lo observaba de soslayo, habiendo olvidado desde hace tiempo lo molesta que podía ser la vulgar risa desenfrenada de aquél sujeto, con el que tenía la desgracia de trabajar tan de cerca.

    —Supongo, entonces, que ya no tendrás objeción alguna en incorporar cuanto antes al muchacho al programa como un piloto más, ¿cierto?— preguntó Fuyutski en cuanto se lo permitió un fugaz interludio que hubo de realizar su socio para poder recuperar el aire.

    —¡Claro que no!— respondió de inmediato, tan contento como no lo había estado en varios años, enseñando una insana sonrisa sobre su rostro —¡Sobre todo cuando por fin lo tengo justo como siempre he querido: embrutecido y agarrado de los güevos!



    En otra parte de la ciudad, los Katsuragi ya habían arribado a su domicilio desde hace rato, pero su bien merecido descanso luego de una ajetreada jornada tuvo que esperar un poco más, entregándose ambos a la tarea de pasearse por entre las torres y pilas de cajas arrumbadas que aún tenían sin desempacar en su nuevo departamento, y que durarían varios meses más en tal estado. Se encontraban en la difícil búsqueda de una sola caja, perdida en esa zona de desastre como la aguja en el pajar, cuyo contenido el jovencito precisaba revisar lo más pronto posible.

    —¿Y estás seguro que la trajimos con nosotros, en la mudanza?— preguntaba Misato, un tanto escéptica y fastidiada por no poder tirarse en el sillón a beber cerveza, como le hubiera gustado hacer desde un principio —Por que yo creía haberme deshecho ya de toda la basura que tuviera que ver con ese desgraciado sujeto...

    —Por eso mismo, estoy bastante seguro que la rescaté de tus arrebatos hormonales, sobre todo porque sabía que contiene información muy valiosa que iba a necesitar para todas las investigaciones que tengo en mente— repuso Kai, resoplando mientras levantaba un pesado paquete de cartón para hacer más espacio y seguir esculcuando en las entrañas de ese laberinto de paquetería —¡Hasta le puse un letrerito de “¡No tirar!” con un dibujo de una calavera cruzada con huesos! Debe estar por aquí en algún lado, sigue buscando...

    —¿Te das cuenta que todo esto es cosa de locos?— inquirió de nuevo la mujer, molesta por estar bañada en sudor y tener que lidiar con el polvo que se iba impregnando en sus poros, aunque no era la razón principal de su enfado —Te la pasas años enteros inventando pretextos baratos para evitar cualquier contacto con NERV, y de un momento a otro cambias de opinión, así nada más... ¿y todo sólo por que conociste a una chica? ¡Vamos!

    —¡Oye, eso no es del todo cierto! Sabes que durante años he tratado de conseguir presupuesto para poder desarrollar el supersolenoide que estaba investigando el abuelo Katsuragi... este chisme Evangelion es sólo la excusa ideal para por fin obtener toda esa plata y recursos que necesito. El chasco que presenciamos hoy con la Unidad Cero me probó que Ikari y sus secuaces no tienen puta idea de lo que hacen, seguramente que entonces podría hacer algo mucho mejor...

    —¡Sí, claro! ¿A quién tratas de engañar? ¡Te conozco mejor que nadie y sé que todo esto es sólo para poder meterte entre las flacuchas y pálidas piernas de Rei Ayanami! ¡Así que mejor ve sacando la cabeza de tus calzones y comienza a pensar con más claridad! ¡Esto no es ningún juego, es cosa bastante seria, muchas otras personas están involucradas!

    —Bueno, bueno... admito que poder pasar tiempo al lado de esa hermosura es un motivo más para acceder a entrar a la casa de la risa de Gendo Ikari... ¡Pero es que en el corazón no se manda! ¿Ó qué otra opción tengo? ¿De qué otra forma me voy a poder acercar a esa belleza exhuberante que me arrebata el aliento? ¡Es natural que haga todo lo que esté a mi alcance por alcanzarla!

    —Es que... ¡no lo entiendo!— exclamó la abatida mujer, casi haciendo una rabieta —Quiero decir: ¿Rei? ¿Rei Ayanami? ¿Ésa es la chica de la que te puedes enamorar? ¿En serio? Ella es tan... ¡Gris! ¡Sosa! ¡Aburrida! ¡Con mil demonios, es que no se parece en nada a mí...! Ó bueno, a cualquier otra persona que conozca...

    —¡Ya lo sé!— contestó, muy entusiasmado, sin darle mucha importancia al estado emocional de la teniente —¿No piensas que eso es lo mejor?

    —¡Eres un completo estúpido! ¡Vete al diablo, idiota!— espetó su tutora, furiosa, arrojándole un libro que había estado hojeando hasta esos momentos. Su puntería, como siempre, estaba bastante afinada, habiéndole atinado justo en la cabeza.

    —¡Aaah, maldición! ¡Eso dolió! ¿Qué carajos te pasa, estás loca?— reclamó el chiquillo lastimosamente, sujetándose el cráneo.

    —¡Estoy harta de ti y de tu estúpida caja! ¡Puedes buscarla tú solo, me da igual, no es mi asunto!— estalló finalmente, derribando una pila de cajas de una patada, para luego acomodarse en una de las sillas del comedor, cruzada de brazos y con una cara de pocos amigos.

    —Vivir contigo hará que termine volviéndome esquizofrénico, uno de estos días— musitó el jovenzuelo, en tanto se agachaba a recoger el reguero de trastos en el piso, provocado por la irritación de su guardiana —Además, no sé por qué te pones así, tú misma dijiste que Rei no se parece a nadie, y eso es lo que la hace tan especial... y tengo que admitir que es muy distinta a mi primer gran amor, así que no es como si me gustara un solo tipo de chica...

    —¿Primer gran amor? ¿De quién rayos estás hablando? ¡Tú nunca has tenido novia!— recalcó Misato mientras abría ágilmente una fría lata de cerveza con una sola mano —Lo único a lo que te dedicas es a emocionar chiquillas a donde quiera que vas, para luego romperles el corazón, cerdo machista...

    —En realidad se trató de un amor no correspondido, era algo más platónico que otra cosa— continuó el muchacho, aún agachado sobre el suelo —Su nombre era Kim... Kim Possible...

    —¿Kim? No recuerdo a ninguna Kim... tiene un apellido bastante raro, ¿de dónde es que era ella?

    —De una mágica tierra muy, muy lejana, que sólo podía ser sintonizada los sábados por la mañana en el canal 26— contestó Rivera, suspirando con aire melancólico.

    —¡¿Me estás hablando de una estúpida caricatura?! ¡¿Me estás diciendo que tu primer amor fue una caricatura para niños?! ¡Es el colmo contigo, no podrías ser más patético y ridículo, aunque quisieras!

    —¡Oye, el que no fuera real no era ningún obstáculo para lo que sentía por ella! Era tan linda, tan noble y siempre tenía la última palabra... ¡Y esos ojos, ese cabello, aquella dulce sonrisa! ¡Dios, qué mujer! Probablemente la única porrista en todo el mundo que era una buena persona... y tenía que romperme el corazón, terminando enredada con un inútil bueno para nada... supongo que ellas también los prefieren rubios. En fin, así es la vida, pero es por eso que no permitiré que me pase otra vez lo mismo...

    Misato solamente observó con detenimiento al atolondrado jovencito con el que compartía un mismo techo, dando entonces por terminada la serie de reproches que le había dedicado durante toda la noche. Reconocía que era muy poco lo que podía durar molesta con ese despistado sin remedio, pese a todo.



    —¡Vaya, mira esto! ¡Aquí estuvo todo este tiempo!— exclamó Kai en ese momento, festejando de manera entusiasta mientras levantaba una abultada caja repleta de papeles sueltos, legajos y cuadernos sin algún acomodo aparente —¡Helos aquí, todos los apuntes de la última investigación del Doctor Jozou Katsuragi! Quizás nunca los habría hallado, de no ser por tu oportuno berrinche! Te lo agradezco mucho, pequeña cascarrabias...

    —Jum, pues no deberías ponerte tan contento... ese viejo miserable pasó los últimos años de su vida nadando entre todos esos papeles y jamás pudo obtener resultados tangibles, sólo hipótesis, teorías y demás disparates sin sentido...

    —¡Ah, pero es que él no tenía disponible la investigación de José Rivera! ¿Pero adivina quien sí la tiene? Apuesto a que esos dos tipos nunca se enteraron de lo vinculados que estaban los trabajos de cada uno con el del otro... pero es por eso que voy a tener éxito donde ambos fracasaron...

    —¿En serio? ¿Y en qué podría ser eso?— preguntó la hija del Doctor Katsuragi en tono bastante sarcástico, dándole un gran sorbo a su bebida alcóholica.

    —¡En la creación de un verdadero Evangelion!



    Al día siguiente todo estaba dispuesto para recibir con los brazos abiertos al joven Doctor Rivera dentro de NERV, con la confianza de que estaría bajo control y distraído con otros pormenores que le impedirían obstaculizar de cualquier forma el desarrollo cotidiano de la agenda del líder de aquella organización. Tanto el chiquillo de ojos verdes como el hombre que dirigía todo en ese lugar estaban de plácemes, cada cual por sus respectivas razones.

    —Desconozco el motivo que lo hizo recapacitar su anterior decisión, pero me complace mucho poder contar finalmente con usted a bordo, Doctor Rivera— pronunció el Comandante Ikari con suma satisfacción, sentado a la cabeza de su enorme escritorio, con la misma sonrisa maliciosa que tenía desde el día anterior —Agradezco a esa razón oculta el que por fin podamos sentarnos a la misma mesa y hablar como personas mayores, como los grandes hombres de ciencia que somos. Puedo asegurarle que de ahora en adelante lo mejor está por venir, para todos nosotros...

    Dicho esto, pasó al muchacho el estuche de madera en el que guardaba su guarnición de habanos de primera calidad, mientras que encendía el que tenía ya en la boca. Justo lo necesario para celebrar una ocasión como aquella, que marcaba el día en que se vería librado de esa alimaña molesta.

    —Nunca creí que llegaría el día, pero finalmente concuerdo en algo con usted, señor Ikari: lo mejor está por venir— dijo a su vez Kai, degustando el puro que recién acababa de encender —Esto sí es tabaco de calidad, y no el alquitrán que nos venden en todas las tiendas de conveniencia.

    —Justo lo que la situación ameritaba, Doctor. Tenga, pruebe un poco de este whisky escocés que tengo guardado en la cava desde hace tiempo... sólo lo saco para ocasiones especiales, como esta...

    —¡Caramba, pero qué bueno está todo esto!— observó el joven, a quien el hecho de ser menor de edad no le impedía disfrutar de los gustos de personas mucho mayores, acabando de un solo trago el contenido del vaso old fashioned en el que le habían servido su bebida —Tiene un gusto bastante refinado para esta clase de cosas, Ikari...

    —Pese a todo lo que pueda llegar a pensar, soy como cualquier otra persona... disfruto de los pequeños placeres de esta vida siempre que tengo oportunidad. Y ahora que ya estamos en confianza, me voy a permitir molestarlo brevemente, necesitamos su firma ó sello en toda esta documentación...

    Mientras que degustaba del añejo escocés en las rocas que había dentro de su vaso, con mucho más detenimiento que su acompañante, Gendo deslizaba sobre la superficie del escritorio varias carpetas gruesas, rebosantes de documentos. El muchacho las observó con deferencia, más ocupado en servirse de nuevo que en revisar el contenido de los oficios que se le entregaban, prefiriendo preguntar directamente a la fuente:

    —¿Y todo esto es...?

    —Sólo formalismos legaloides, tramitología burocrática que debemos cumplir para formalizar su pronto ingreso a NERV. Tengo ya a todo un equipo de mis mejores técnicos trabajando en el Modelo de Pruebas, la Unidad 01, preparándola para que esté lista en cuanto pueda abordarla y reanudar nuestros experimentos de activación. Confío en que los resultados serán muy diferentes a los anteriores...

    —¡Oh, vaya! ¡Con que eso es lo que son!— exclamó Rivera, dándole un rápido vistazo a la gruesa documentación que tenía en las manos, apurándose por volver a vertir en su vaso más líquido de la costosa botella que hasta entonces se le estaba ofreciendo —Supongo que aún no has recibido la notificación escrita... ya se me hacía rara tanta dulzura...

    Fue entonces que el chiquillo le alcanzó su celular, en cuya pantalla se mostraba un documento con el membrete oficial de las Naciones Unidas. Ikari leyó rápidamente el cuerpo de aquél mensaje interno, el cual llevaba una copia dirigida a él para su conocimiento.

    —¡¿Qué diablos es esto?!— prorrumpió enfurecido, casi estrellando los cristales a su alrededor con el volumen de su ronca voz.

    —A grandes rasgos— señaló Kai, sirviéndose por cuarta ocasión —Es mi nombramiento como Delegado Supervisor de la O.N.U. ante NERV, junto con la descripción de todas las funciones que deberé desempeñar en dicho cargo, que en resumidas cuentas vendría siendo la estricta vigilancia de cómo se aprovechan los recursos que se le asignan a esta agencia y del buen curso de sus labores de investigación y aplicación al combate. ¿Qué te parece? ¡Hasta este momento te acaba de llegar a tu bandeja de entrada! Muy oportunamente, debo agregar...— mencionó cuando en la computadora de escritorio de Gendo sonaba un timbre de alarma, avisándole de la llegada de un nuevo mensaje de correo electrónico.

    —Esto no puede estar pasando... ¿en qué están pensando esos bastardos inútiles en Nueva York? ¿Y esto? ¿“División Especial de las Naciones Unidas para el Combate contra Entidades de Destrucción Masiva”? ¡¿Qué carajo significa eso?!

    —¡Así que también ya lo mandaron! ¡Con razón se tomaron su tiempo para hacértelo llegar! Pues... verás, se trata de una nueva iniciativa para conformar un equipo de investigación y desarrollo que le permita contar a las Fuerzas Armadas de la O.N.U. con su propia arma Evangelion. Cuyo Director Encargado sería yo, tentativamente, en caso de que dicha rama llegara a formarse. El plan está condicionado a obtener éxito en la creación de una Unidad Eva especialmente diseñada para el combate, misma que yo pilotearé, bajo tres premisas: reducción en los costos, reducción en el tiempo de construcción y demostrar que puede ser funcional en el campo de batalla a muy corto plazo. Para tal efecto, voy a precisar acceso irrestricto a estas instalaciones y la concesión de un espacio físico para construir este nuevo modelo especial para el combate.

    —¡¿Quieres construir tu propio Eva?! ¡Niño idiota, estás loco de remate! ¡Para hacer eso se requieren AÑOS de rigurosa investigación, cuidadosa planeación, toda clase de pruebas y ensayos! ¿Ó es que acaso crees que es algo muy sencillo, cosa de todos los días?

    —Pueees... si ustedes pudieron lograrlo, entonces sí, pienso que debe ser algo muy simple... con todo y eso de que lo han estado haciendo mal... además tengo a mi disposición las investigaciones del Doctor Katsuragi y la de mi padre, considero que relacionar ambos trabajos me permitirá dilucidar el método a seguir para obtener una Unidad Eva en forma, tal como debe ser, y no solamente las aproximaciones e intentos que ustedes han conseguido...

    —¡Me lleva el diablo! ¿Otra vez con esas fantasías del Motor S2 y los Códices de Chicxulub? ¡Es la repetición de la misma discusión que tenía con el terco de tu padre! A veces me siento como atrapado en un eterno deja vu. Y de cualquier modo, se requiere más que buenos deseos y mucho tiempo libre para hacer algo así, imbécil. ¡Montañas de dinero, por si no lo sabías! ¡¿De dónde piensas sacar toda la plata para pagar tu estúpido juguete?!

    —Ya que lo mencionas, se ha estipulado que una parte del presupuesto asignado a NERV será empleado para solventar los gastos operativos dentro de esta primera fase, la otra parte, aunque en menor cantidad, será puesta de mi propio bolsillo. Llámalo una inversión de riesgo compartida entre capital privado y gubernamental... de todos modos, una sola vida no me habría alcanzado para gastarme todo lo que he ganado con mis patentes...

    —¿Quién...? ¡¿Quién te has creído que eres, maldito desgraciado infeliz?! ¡No eres nada! ¡Sólo un mocoso arrogante que aún no sabe su lugar en la vida! ¡¿Piensas que sólo me quedaré cruzado de brazos, así nada más, mientras te permito que actúes a tus anchas y comprometas todo por lo que he estado trabajando como perro durante todos estos años?!

    —Tienes que hacerlo— sentenció Rivera, tajante, depositando de nuevo su vaso vacío sobre la superficie del escritorio del comandante a la vez que exhalaba una gruesa bocanada de humo —Es la única forma en la que se le permitirá a esta agencia seguir operando... después del desastre de ayer, lo más lógico era la disolución definitiva de este circo de fenómenos, pero aún así pude ver que se pueden aprovechar ciertos elementos positivos que tienes a disposición aquí. Es por eso que me decidí a maniobrar para concederles a todos ustedes, gusanos ignorantes, un periodo de gracia a expensas de los resultados que pueda entregar en unos cuantos meses... sobra decir, claro, que una vez alcanzado el objetivo trazado, esta organización ya no tendrá razón de ser y será absorbida dentro de la nueva división, bajo control directo de las Naciones Unidas. Lo bueno será aprovechado, y lo que no sirva... será desechado como la inútil basura que es...

    —Esto... esto no se quedará así...te lo advierto— musitó Ikari entre dientes, con sus ojos inyectados de rabia —Será mejor que te cuides las espaldas, muchacho...

    —Siempre lo hago, y no esperaba menos de ti, cuatro ojos— pronunció Kai con suma displicencia, fingiendo que lo abofeteaba al darle unas palmaditas en la mejilla, en tanto extinguía en el cenicero el último residuo de su puro —¡Ternurita! ¡En serio pensaste que me iba a aventar de cabeza en el balde de mierda que has hecho de este lugar! A veces me sorprende lo ingenuas que pueden ser incluso las personas más “listas”— dijo esto mientras entrecomillaba con los dedos, para luego alcanzar la puerta y despedirse animosamente antes de salir, con su equilibrio visiblemente alterado por la anterior ingesta de alcohol —¡Válgame, tienes que decirme donde compraste ese whisky! ¡Sí que pega duro, ya ni siento la cabeza! ¡En fin, que tenga muy buen día, Comandante Ikari! ¡Espero con ansia la oportunidad de trabajar de cerca con todos ustedes!

    Cuando partía de la oficina, tambaleante, al darle la espalda ignoraba, ó menospreciaba de manera negligente, el grave riesgo que se echaba encima al hacerse enemigo directo de Gendo Ikari, tal como demostraba la colérica resolución que se vislumbraba en los ojos de aquél hombre, aún después de varios minutos de que el muchacho se hubiera ido.



    Por su parte, Rivera medraba en los pasillos del cuartel general de NERV, satisfecho por el curso que hasta entonces llevaban los acontecimientos, y sobre todo envuelto en la reconfortante sensación de ligereza que le brindaba su incipiente estado de ebriedad.

    —Esto de beber por las mañanas está muy bien— pronunció para sí mismo, sintiéndose flotar entre nubes —Es una excelente forma de comenzar el día, debería hacerlo mucho más seguido...

    Su jornada se vio incluso más favorecida al divisar a la lejanía la preciosa estampa de Rei Ayanami, emergiendo de un pasillo contiguo al que él transitaba en esos momentos. Avispado por el afortunado encuentro, apuró el paso para darle alcance, lo que no le costó mucho trabajo dado el pausado andar de la jovencita.

    —¡Hola, hola! ¿Qué tal?— la saludó animosamente en tono meloso, una vez que se colocó a su lado y empezaban a andar juntos —¡Qué suerte que podamos encontrarnos de nuevo tan pronto!

    Si dicha reunión despertaba en Ayanami cualquier clase de emoción, su ecuánime rostro no lo reflejaba en absoluto, apenas tomándose el tiempo para mirar al recién llegado con el rabillo del ojo, sin dirigirle la palabra ó detener su taciturno marchar.

    —Este... sí... creo que ayer comenzamos con el pie izquierdo, me gustaría poder disculparme por lo sucedido... lo que menos quiero es que te lleves una mala impresión de mí sólo por un breve lapso de estupidez. Así que... perdón, si llegué a ofenderte con alguno de los deslices de mi lengua, jeje...

    Pese a la frialdad con la que era tratado, Kai insistía en tender un puente hacia la muchachita, en su afán de alcanzar cierto nivel de cercanía que le permitiera comenzar a relacionarse con el objeto de su recién adquirida adoración. No sería cosa fácil, como le daba a entender la indiferente actitud de aquella peculiar jovencita hacia su ansiosa persona. Y aunque Ayanami aún no identificaba que el aliento del muchacho estaba impregnado con el hedor del tabaco y el alcohol, sí podía reconocer que dicho aroma le resultaba sumamente desagradable, por lo que hubo de dar un paso al costado, poniendo distancia de por medio entre ambos.

    —No sé si me estoy dando a entender— pronunció el joven en español, a sabiendas de la estancia de Ayanami en territorio americano ocupado —Lo que quiero decir es que quisiera disculparme con usted, si es que en algo la ofendí, mi linda señorita...

    Llegó al punto en que incluso hizo uso del lenguaje de señas mientras le hablaba, ante la negativa que recibía en cada intento por comunicarse con ella.

    —Te entendí perfectamente la primera vez, no hay necesidad de utilizar tantos idiomas— sentenció Rei, en japonés, cortando de tajo otra nueva disculpa, ahora encriptada en clave morse —Ya escuché tus excusas, así que si eso es todo lo que querías decir, puedes retirarte sin pendiente alguno...

    —Por cierto— prosiguió el alcoholizado chico, persistente pese a la misiva que le habían hecho para marcharse, alentado por haber obtenido al fin alguna respuesta, independientemente si fuera positiva ó negativa —No creo que hayamos sido presentados aún... soy el Doctor Kai Rivera, Segundo Niño Elegido para pilotear un Evangelion... es todo un gusto poder conocerte— dijo, poniendo un especial énfasis en su título acádemico, con miras a impresionar a la esquiva muchachita, mientras que le tendía la mano buscando estrechar la suya.

    Rei sí se impresionó, pero no por el motivo que le hubiera gustado a Rivera, lo que demostró cuando por fin detuvo su camino para susurrar con apenas un dejo de sorpresa:

    —¡¿Tú también eres un piloto de Eva?!

    —Eh... sí, así es— respondió el chiquillo, sin saber si la reacción que había obtenido de ella era algo bueno ó malo, retirando la mano que había dejado suspendida en el aire todo ese tiempo, para actuar con disimulo al acariciarse la nuca —De ahora en adelante estaremos juntos en todo este trabuco, así que lo mejor será apoyarnos el uno al otro y trabajar muy duro para poder salvar al mundo entero, ¿no te parece? ¡Encantado de conocerte, Rei Ayanami!

    —Dices que vienes a presentarte, pero ni siquiera te había dicho mi nombre— repuso la joven, reanudando su andar —Eso quiere decir que ya sabías quién soy yo, así que toda presentación está de más... al igual que toda esta conversación...

    En lo que respectaba a todo lo concerniente con aquella enigmática joven, el actuar del muchacho se mostraba bastante errático, pues apenas unos cuantos momentos atrás trataba como a un pelele cualquiera al líder de NERV, sin dejarse amilanar por la ríspida discusión que habían sostenido. En cambio, con Rei hacía caso omiso de la hosquedad y malos tratos que ésta le dedicaba, cegado por el inexplicable sentimiento que tenía hacia ella, que lo hacía enarbolar una humildad y sumisión nunca antes vistos en su proceder. Por lo que la chiquilla bien podía obrar a sus anchas y cansarse de usarlo como tapete, de cualquier modo era muy difícil que Rivera pusiera objeción alguna.

    —Pero es que tú no sabías quien soy yo— respondió Rivera, manso como corderito, estado en el que sería irreconocible para todo aquél que lo conociera —Y aún así, te aseguro que yo jamás llegaría a considerar cualquier conversación que pudiera sostener contigo como “de más”... sobre todo con la voz tan hermosa que tienes... es todo un agasajo a mis oídos... Por lo que veo, parece que no tienes planes de momento. ¡Qué casualidad, yo también tengo todo este tiempo libre! ¿Te importaría si te acompaño un rato? Prometo estarme quietecito y no molestar...



    Habiéndose enterado de ello, la joven de mirada escarlata procuró guardar silencio desde entonces, buscando sacudirse a ese empalagoso chiquillo que no la dejaba en paz y de quien se quería deshacer a como diera lugar, pues no la dejaba disfrutar de su soledad, tal cómo estaba acostumbrada a pasar el rato. Kai ni siquiera se daba por enterado, siguiéndola a todas partes como un perro abandonado, pese a que sus asuntos en el Geofrente ya habían concluído desde hacía rato y su presencia ya no era requerida en ese lugar. El sólo verla le bastaba para darse por satisfecho, embelesado en su cuidadosa contemplación, por lo que no reparaba en la incomodidad que pudiera ocasionarle.

    Sin embargo, al cabo de un largo rato en el que ambos chicos deambularon por gran parte de las instalaciones sin dirigirse la palabra, Rei por fin se encontraba resignada a la compañía, hallando que se estaba acostumbrando a la presencia de Rivera. El que su proximidad siguiera sin causarle el malestar físico que todos los demás sí le provocaban, de algún retorcido modo le otorgaba cierta ventaja al muchacho, haciendo de lado su mal aliento, al que también ya se estaba acostumbrando y el que ya no encontraba tan repugnante, sino simplemente anecdótico.

    —¿Crees que en algún momento podrás quitarme la mirada de encima?— inquirió entonces Ayanami, al saberse vigilada asiduamente, cuando ambos se habían sentado al borde de una ladera que colindaba con la arboleda del cuartel subterráneo.

    —Lo siento— repuso el jovenzuelo, tratando de voltear hacia otra parte, sin mucho éxito, pues a hurtadillas seguía avistando a la muchachita de cuando en cuando —Estoy encontrando bastante difícil mirar algo que no seas tú... eres bastante llamativa, por si no te has dado cuenta...

    —Soy muy rara y muy fea, si es a lo que te refieres, ya lo sé... ¿qué no podríamos pasarlo por alto y seguir cada quien con su vida?

    La quijada de su acompañante le colgó entonces a modo de corbata, boquiabierto, estupefacto por lo que acababa de escuchar y tapándose los oídos como si acaso una blasfemia hubiera profanado sus castos oídos.

    —¡No puedo creerlo! ¡¿En serio... en serio crees que eres... fea?! ¡Pero si eres la persona más hermosa que jamás he visto! ¡Cuando te miro, es como si tu belleza difuminara todo lo que está a tu alrededor, haciendo que todo lo demás desaparezca, excepto tú! Mirarte a los ojos es como... como mirar una aurora boreal, una estrella fugaz y un eclipse al mismo tiempo. Es algo...

    —Extraño— sentenció la chiquilla, quien odiaba hablar de su apariencia, lacónica.

    —Magnífico... eso es lo que es para mí. Algo extraordinario, pero de una bella manera. Perdona si estoy siendo muy directo, pero de todos modos me asombra la mala imagen que tienes de ti misma.

    —No es eso, pero sucede que me importa muy poco lo que los demás tengan que decir acerca de mi apariencia, sea una mala ó buena opinión... me da lo mismo... las personas de este mundo le dan mucha importancia al aspecto exterior de las cosas...

    —Bueno, pues... eso es inevitable, ¿no? Por muy frívolo que te pueda parecer. Es a través de los sentidos que los humanos podemos percibir lo que nos rodea y actúar en consecuencia. El primer contacto que tenemos con los objetos y fenómenos de este universo nuestro es por medio de la experiencia física sensorial. Conocemos lo material no por lo que es, si no por cómo lo percibimos. Es decir, cuando veo a estos árboles simplemente los veo como tales, son sólo árboles, no veo la celulosa que los compone ó las moléculas de glucosa que componen a ésta a su vez... por lo menos no hasta que haga un examen más minucioso con un microscopio ó algún otro instrumento. Y aún así, la relación que obtenga de dicho procedimiento será meramente sensorial. Si es que me quiero dar un chapuzón en ese lago de por ahí, lo haré a través de las moléculas de hidrógeno y oxígeno con las que está hecha el agua que contiene, pero a fin de cuentas sólo lo percibiré como agua y nada más. Cuando tú me ves, en primera instancia sólo ves a un tipo boquiflojo, fanfarrón y molesto del que no quieres saber, pero no puedes percibir toda la sensibilidad y simpatía que hay dentro mí. No, a no ser que contaras con algún lector de aura, algún “almamómetro” ó algo por el estilo... será sólo con un examen más minucioso, más riguroso, más a conciencia, que podrás saber lo que en verdad hay en mí, y eso sólo podrás lograrlo mediante un trato cotidiano y constante con tu humilde servidor...

    —Tengo que admitir que no eres tan hueco como lo pensé en un principio— pronunció Ayanami, observando a su acompañante con una chispa de interés revivido, perdiéndose de nuevo en el destello vivaz que resplandecía de sus ojos esmeraldas —Pero si tu premisa es correcta, bajo la misma, se podría aseverar que de igual modo tú solamente ves mi apariencia externa y no como en realidad soy... y por mucho que llegáramos a tratarnos, jamás llegarás a conocerme del todo... ¿qué caso tiene entonces cualquier relación entre los seres humanos?

    —No, todo eso no aplica conmigo— dijo Kai, sin más, bastante seguro de sí mismo —Cuando te veo a los ojos... realmente estoy viendo dentro de ti. Veo... un espíritu muy similar al mío, que busca su lugar en este mundo inhóspito. Veo algo en ti que me había hecho falta desde siempre... podrías decir que te había estado esperando, durante todo este tiempo. Y es por eso que ahora que por fin te he encontrado, no pienso dejarte ir tan fácilmente...

    Al mirar un delator rubor asomándose en las mejillas de la jovencita, quien quiso hacerse la disimulada al voltear el rostro en dirección opuesta a él, Rivera supo entonces que había obtenido un éxito incipiente en la primera de las muchas batallas que debería librar por conquistar su corazón.



    —¿Cómo es que sabes hablar español?— preguntó Rei, sin atreverse todavía a volver su cara hacia él, pero dando muestra de un tímido interés por acercarse —Actualmente es un idioma en desuso...

    —¿Ya lo olvidaste, tan pronto? Me apellido Rivera. Mi viejo... mi padre... era mexicano. Cuando eso todavía significaba algo, de mucho antes del Imperio Americano y el General Lorenz.

    —Entiendo... yo crecí en un convento perdido en un valle del occidente de lo que antes era México. La mayoría de las monjas que lo habitaban, que fueron quienes me criaron, eran también mexicanas.

    —Sí, lo sé... fue otra de las cosas que me hizo sentirme cercano a ti... aunque, para serte sincero, no me gusta hablar mucho de ese lugar. Son demasiados recuerdos, y siempre me deprimen.

    —Creo que me pasa igual. No es que las extrañe, pero siempre que pienso en ellas me siento culpable, como si las hubiera traicionado al venir a este lugar.

    —En ese caso, me da gusto que seas una traidora. De no serlo, es probable que nunca te hubiera conocido, lo que me prueba que todos los eventos tienen un propósito determinado.

    Una vez más la sangre se agolpó en el blanquecino rostro de la muchacha, quien tuvo que volver a ocultarlo para no ponerse en evidencia. Ese, para su propia sorpresa, estaba siendo el día más agradable de todos en los que había transcurrido su estancia en ese país.

    —Así que eres doctor— dijo, queriendo desviar el tema de conversación —No sabía que se podía ser doctor tan joven... ¿Qué tienes, quince, dieciséis años?

    —Cumplí catorce hace poco, pero siempre he aparentado un poco de más edad— respondió el muchacho, sonriente por la soltura con que la conversación comenzaba a desenvolverse, lo que consideraba como un buen augurio para sus propósitos.

    —¿Eres un doctor que cura personas, un médico? ¿Ó un doctor como la Doctora Akagi y el Comandante Ikari?

    —¡Jo, jo, jo! ¡Claro que no, no soy, para nada, como ese par! ¡Yo sí soy todo un doctor de verdad! La Doctora Akagi obtuvo su título usando faldas diminutas y seduciendo a sus maestros, así que la considero como un doctor sólo de nombre... en cuanto a Ikari... ¡No me hagas empezar con ese fulano! ¡El tipo con trabajos terminó su maestría, y para eso tuvo que pagar muchísimo dinero con tal de pasar los exámenes! Gendo Ikari es solamente un merolico engañabobos, un junior mimado que ha subido en la vida gracias al dinero e influencias de su abuelo, un charlatán nefasto que vive a expensas de los pobres estúpidos a quienes logra engatusar... por suerte para él, en este mundo sobran los idiotas, los únicos que son capaces de creerse todas sus promesas y mentiras, y es que de verdad uno tiene que ser nada menos que un completo estúpido, un auténtico imbécil, para confiar en cualquier cosa que tenga que decir ese desgraciado infeliz que...



    Una inesperada y artera bofetada que le volteó el rostro puso fin a su diatriba anti Gendo Ikari, que parecía nunca se acabaría de no ser por aquella súbita interrupción. Confundido, pero por demás adolorido, apenas sintió aquél duro latigazo Rivera volvió la mirada hacia la enfurecida jovencita, quién aún tenía el brazo extendido. En ese momento ambos estaban como en shock, sin atinar a moverse ó a decir palabra alguna. Ayanami resoplaba, experimentando por vez primera la frenética descarga de adrenalina corriendo por todo su cuerpo, que en ese instante sentía como ajeno, acaso como si estuviera poseída por algún espíritu rabioso. Su brazo y mano se habían movido casi por mero reflejo, en cuanto apenas había escuchado a su acompañante despotricar de esa manera en contra del comandante, quien era la única razón por la que aún seguía en esas tierras extrañas.

    Por su cuenta, Kai nunca se hubiera esperado semejante reacción de parte de aquella muchachita, que en un principio aparentaba ser incapaz de cualquier acto hostil ó violento. Quedaba claro que aquella singular joven le tenía reservadas muchas sorpresas tras su apacible fachada.

    —Esta conversación ha terminado— dijo Rei, tajante, mientras se ponía en pie para marcharse —No quiero que vuelvas a dirigirme la palabra, y manténte alejado de mí lo más que puedas, ¿entendido?

    —P-Pero... yo no quise... es que tú...— trastabillaba Rivera, quien no acertaba a formular una oración coherente que le pemirtiera indagar la causa de la molestia de su compañera —¡Yo no sabía que...! ¡Sólo dime...! ¡Pero entonces...!

    Ayanami le dio la espalda y comenzó a andar con un paso firme, decidida a alejarse de ese sitio y de ese sabandija cuanto antes. Sin embargo, Kai Rivera no se rendía fácilmente, como era de sobra conocido por todos, por lo tanto se incorporó tan rápidamente como la jovencita se marchaba, lo que le permitió volver a alcanzarla a la brevedad y reanudar su careo, esta vez un poco más coherentemente:

    —¡Por favor, no me hagas esto!— suplicó incluso, con tal que se le concediera alguna explicación, recapitulando toda la charla mentalmente para encontrar el detonante de semajente estallido —¡No puedes irte así nada más y dejarme como estoy! ¡Tengo que saber qué fue lo que hice mal, dímelo por favor! Creo que hay muchas razones válidas para que te molestaras conmigo de esta forma, pero de entre todas esas, ¿cuál escogiste? ¿Fue mi aliento, el hecho de que estoy un poco pasado de copas, odias a los chicos guapos e inteligentes ó sólo a los que tienen ojos verdes? ¿Ó es que acaso lo que te enfurece es el hecho de enterarte hasta ahorita que Ikari es un fraude, un padre desobligado, y en síntesis, un bastardo desalmado que sería capaz de vender hasta a su propia madre si alguien le llegara al precio correcto ó...?

    Un nuevo bofetón, del mismo calibre ó puede que incluso mayor que el recibido anteriormente, bastó para silenciar nuevamente al enrachado chiquillo, en tanto que Rei finalmente daba la tan solicitada explicación que ansiaba Rivera:

    —¡Cierra la boca! ¡No toleraré que hables tan mal de Gendo Ikari en mi presencia! Él... él es... un gran hombre y le estoy bastante agradecida por todo lo que ha hecho por mí. No tengo interés en socializar con alguien que lo calumnie de esa manera y tenga tan mala opinión de él...

    —¿Es en serio? ¿Estamos hablando del mismo Ikari, cierto? ¿Gendo Ikari, ese vejestorio obeso con muy mala actitud? ¿En realidad lo estimas tanto? ¡Vamos, tienes que estar bromeando! Puede que en estos momentos te deslumbre su posición y dinero y que se sienta el Emperador Supremo de todo Japón, pero créeme, su hora le llegará y el pobre tonto terminará en la calle, si no es que en la cárcel... además, a su edad, ¿crees tú que pueda hacer toda una serie de 25 lagartijas en medio minuto? ¡Yo sí puedo hacerlo, sólo observa!

    En el acto el muchacho se tiró pecho a tierra y rápidamente se empeñó en hacer el referido ejercicio en el tiempo señalado, inclusive dándose el lujo de quitar las manos para aplaudir cada vez que lo completaba, sosteniendo todo el peso del cuerpo sólo con la fuerza de su espalda.

    —¡Mira, mira! ¿Ya viste? ¡Quisiera ver que ese panzón intentara hacer algo como esto!

    Estaba tan concentrado en aquella demostración de destreza física que no se percató que la muchachita lo había dejado solo desde hacía un rato, no lo hizo hasta que levantó la mirada buscando algún gesto suyo de aprobación. Fue entonces que se encontró con su ausencia, quedando en su lugar tres jóvenes operadoras que regresaban luego de haber tenido su almuerzo a la intemperie. Luego de un rato en que ninguno de los presentes pronunció palabra, envueltos en un silencio incómodo, finalmente el muchacho tuvo que decir, acaso como si se tratara de un encuentro casual:

    —¿Qué tal, chicas? ¿Qué, les gusta lo que ven?

    El trío de féminas prorrumpió entonces en sonoras carcajadas, mismas que podían escucharse aún a la distancia mientras que seguían su camino, señalando al ocurrente chiquillo que aún mantenía la ceja arqueada, pensando erróneamente que aquel desfiguro era un signo de galanura.

    —Me lleva el diantre— pronunció Rivera amargamente, una vez que se había quedado completamente solo, todavía tirado en el piso, donde tamborileaba los dedos —Pero esto no se va a quedar así...



    Fue de tal manera que una suerte de carrera armamentista (del corazón) se desató entre ambos jóvenes con el paso del tiempo. Rei se avocaba en mantener el trato gélido hacia su único compañero piloto, hasta ese entonces, desarrollando toda una inmunidad natural a los “encantos” del joven, por lo que diariamente se daba a la tarea de ignorar, despreciar y socavar los numerosos intentos que día a día realizaba Kai con tal de acercarse a ella, quien desplegaba sus mejores armas y estrategias que para ello disponía, lo que hasta aquél momento resultaba ser insuficiente. No obstante, la terquedad y el genuino aprecio e interés que por la joven sentía, impulsaban al muchacho a no claudicar y seguir adelante en su empeño por ganarse el afecto de su adorada, lo que quería pensar que pasaría más temprano que tarde, una vez que la muchacha pudiera apreciar sus verdaderos sentimientos.



    Tal situación no pasó desapercibida para sus demás compañeros de trabajo y casi todo aquél que laborara dentro del Geofrente, sobre todo porque Rivera no tenía empacho alguno en ser visto a la hora de tomar acción. Ya fuera durante sus horas de entrenamiento físico en el gimnasio, sus pruebas de sincronía en el simulador ó a la hora del amuerzo en el comedor ó espacios recreativos, casi todos los empleados de ese lugar habían presenciado alguna de las metidas de pata del chiquillo, quien para ese entonces había involucionado a una especie de patético bufón infantil, convirtiéndose de tal modo en el blanco de las burlas y motivo del escarnio público.

    Por lo tanto, no era para nada extraño que durante las lecciones de nado que Rei Ayanami debía tomar por obligación, como parte de su entrenamiento de supervivencia, la alberca del cuartel de NERV estuviera abarrotada por un buen número de curiosos, quienes se mantenían a la expectativa de lo que fuera a hacer Kai, que en aquellos momentos se encontraba usando su traje de baño y haciendo estiramientos arriba de la tabla del trampolín de cinco metros.

    —Ya verán todos estos metiches— mascullaba el muchacho para sí mismo, en medio de tales tareas, mirando en derredor —Por mí, mejor que haya mucho público, Así la ovación que todos me den cuando realice mi clavado perfecto de diez puntos será mucho más grande y Rei quedará más impresionada... vendrá arrastrándose de rodillas, rogándome por que la deje ser mi novia... pero entonces me haré el difícil, para que vea lo que se siente. La tendré sufriendo un par de semanas, tal vez más ó tal vez menos, depende de como me sienta en ese momento. Luego de eso seremos novios, un par de años para conocernos mejor, después de eso nos casaremos y tendremos un montón de niños, y un perrito al que llamaremos Koda...

    —¿Es mi imaginación ó ese maniático ya está hablando solo?— preguntó Shigeru Aoba, en medio de todos los espectadores, sentado cómodamente mientras daba sorbos a su refresco.

    —¡No lo dudo ni tantito!— respondió Makoto, aguantándose las ganas de estallar en risotadas, a la espera de lo que fuera a suceder a continuación.

    —¡Cállense ya, y pongan atención!— demandó Maya, sosteniendo un vaso con café —El pobre tonto no tarda en hacer algo estúpido...



    Pese a la molestia que les ocasionaba tanto a Ayanami como a su entrenadora la presencia de toda esa gente, no podían hacer gran cosa para desalojarlos del lugar, por lo que la mejor forma que encontraban para lidiar con la situación era ignorarlos a todos y continuar con sus ejercicios como estaba programado. Hacía muy poco tiempo que Rei se había metido por vez primera a una piscina, pero rápidamente le había agarrado gusto y mejoraba a pasos agigantados conforme su instrucción continuaba. Aún debía hacer uso de la tabla entrenadora de hule espuma para mantenerse a flote, pero sólo era cuestión de un poco más de práctica para prescindir completamente de ella.

    —¡Miren eso! ¡Ya va a saltar!— exclamó uno de los espectadores en voz baja, alertando a los demás de que el espectáculo estaba a punto de comenzar.

    Al instante todos guardaron silencio, por lo que el único sonido perceptible era el agua que iba desplazando el cuerpo de Rei a través de su paso por la superficie de la alberca. Eso, y el sonido que hacía el trampolín cuando Kai comenzaba a brincar sobre su extremo, tomando impulso y ganando altura conforme sus saltos se iban prolongando.

    —A ver cómo les queda el ojo, inútiles— musitó el chico antes de lanzarse al vacío.

    Todo pasó tan rápido que aquél que hubiera estado distraído se podría haber perdido de ver la manera en que Rivera se desplazaba por el aire, ejecutando magistralmente dos giros perfectos que vinieron a dar al trasto cuando, en un error imperdonable de cálculo, el muchacho se golpeó la cabeza con el extremo de la tabla e ingresó al cuerpo de agua completamente boca abajo, ó “de panzazo” como se dice coloquialmente, proyectando una gran cantidad de líquido fuera de la alberca, como si hubieran arrojado un gran bulto sobre ella.



    El público estalló en una ovación unánime, pero no del modo que había contemplado el chiquillo en un principio, sino más bien emparejada de estruendosas carcajadas y chiflidos. Todos se encontraban conformes con el resultado de la demostración, pues la espera bien les había valido la pena y redituado en un buen rato a expensas de la dignidad del joven Doctor Rivera, quien ya era algo así como una celebridad entre los empleados del Geofrente.

    Aturdido, desorientado y sumamente avergonzado, el susodicho aún no acertaba a recobrarse del fuerte golpe que se llevó al chocar con el trampolín y posteriormente la superficie acuática, flotando boca abajo como si fuera un leño seco a la deriva. Sin poder saber con exactitud su condición, pero sí suponiendo que cabía la posibilidad de que el atolondrado muchacho se hubiera lastimado, Rei avanzó tan rápido como se lo permitieron sus piernas y la tabla que sostenía, y una vez que llegó a su lado se aseguró de voltearlo boca arriba, para entonces remolcarlo hasta la orilla colgándosele del cuello.

    —Sabía que no me dejarías morir— suspiró Kai, abatido, pero aún así arreglándoselas para deleitarse con la sensación que le producía el toque de la piel de Ayanami y su proximidad física —Esto quiere decir que sí te importo, aunque sea un poco...

    —Estás mal— aclaró la chica, empujándolo fuera de la alberca —No sabía si estabas vivo ó muerto, pero de ninguna manera me arriesgaría a nadar en una piscina con un animal muerto adentro...

    Tirado de espaldas sobre el mojado piso que rodeaba el cuerpo de agua, Rivera aún seguía tosiendo antes de poder incorporarse, en tanto todos los demás comenzaban a desalojar el lugar, sin que algunos pudieran dejar pasar la ocasión para mofarse de su pobre desempeño:

    —¡Qué buen trabajo, Romeo!

    —¡Tú sigue así y de seguro caerá rendida a tus pies!

    —¡Oye, sólo acuérdate de invitarnos a la boda!

    —Digan... lo que quieran...— pronunció lastimeramente el muchacho, recobrando su aliento —Pero sepan que... el amor... verdadero... supera todos los obstáculos... ¡Ya lo verán! Algún día... todos ustedes... ¡Ya lo verán!

    —¿En serio? ¡Pues mientras tanto, mira la marca de la suela de mis zapatos, tarado! ¡Ja, ja, ja!— dijo Maya cuando pasaba a su lado, todavía carcajeándose, para enseguida descontarlo con un leve pero muy bien colocado puntapié en el hombro.

    —¡Y eso que tienes cara de niña buena que no rompe un plato!— exclamó el joven, sujetándose el brazo —¡Diablos, dueleee!



    Pasaron los días, y como el anhelado objetivo aún no se lograba, se hubo de recurrir a estrategias más directas y agresivas. Era muy de noche por ese entonces sobre el paisaje citadino de Tokio 3, que, en aquellos días previos a la llegada del Tercer Ängel a esas latitudes, se trataba de una metropóli mucho más poblada. En el conjunto habitacional donde se encontraba el apartamento de Rei Ayanami eran ya pocas las luces que aún estaban encendidas a tales horas, que pasaban de la medianoche. La calma taciturna del rumbo fue violada burdamente por el estentóreo rugido de un poderoso motor de una motocicleta deportiva de alto cilindraje, que se detuvo justo enfrente de la ventana posterior de la vivienda de la muchacha de cabello celeste, ubicada en un segundo piso.

    De dicho vehículo descendió Kai Rivera, raudo, decidido, con una determinación palpable en toda su faz, aún a pesar de la oscuridad nocturna. Llevaba consigo un gran estuche colgado sobre sus hombros, en cuyo interior albergaba su guitarra eléctrica y un pequeño ecualizador de siete bandas. Al sacar su instrumento musical de la funda, el tono verde con el que estaba pintado en su mayor parte adquiría cierto brillo fosforecente que resaltaba en la penumbra de la madrugada. Con una rapidez y precisión impecable fue que armó y conectó todos los dispositivos necesarios para llevar a cabo su plan, que incluía la referida guitarra y ecualizador, un pedal, bocina y micrófono de diadema, que fue lo último en ajustar, asegurándose de tenerlo bien colocado sobre la cabeza. En la operación no empleó más que un par de minutos, consciente que la rapidez y el sigilo con los que obrara serían vitales para la consecución satisfactoria de sus designios.

    —Muy buenas noches gente bonita de la Tercera Sección, Edificio A5— saludó el muchacho a un público inexistente, con una voz firme y bastante seguro de sí mismo, pese a que el eco causado por el silencio de la madrugada llevaba su voz a puntos algo lejanos de aquella locación —En esta preciosa noche me gustaría que escucharan esta melodía en la que he estado trabajando durante bastante tiempo, que vengo a dedicar a la más hermosa señorita que jamás llegaré a ver, la dueña de mi alma y corazón, lo primero en lo que pienso cuando me levanto por las mañanas y lo último en mis pensamientos cada vez que me duermo por las noches, la razón por la que me levanto todos días, sólo con tal de verla una vez más y poder decirle cuánto la amo. Rei Ayanami, esta canción es para ti...

    Los ágiles dedos del jovencito se deslizaron entonces frenéticamente por las cuerdas de su guitarra, arrancándole una seguidilla de notas musicales que cimbraron el sosegado ambiente nocturno, lo que a su vez permitía apreciar la melodía interpretada sin alguna clase de interferencia. Era un extraño ritmo en su conjunto, mezcolanza experimental que fundía tonos de rock, mariachi y tecno-pop, algo que no se usaba mucho en aquellas latitudes. Inmerso completamente en su delirio musical, Rivera comenzó a cantar en español:



    “Cada vez que pienso en ti

    nace un mundo dulce y nuevo

    porque brilla en tu mirar

    una nueva luz de ensueño...”



    Pese a seguir siendo una interpretación meramente amateur, aquel que tuviera buen oído podría entrever que, con un poco de más entrenamiento y dedicación, aquél jovencito enamorado bien pudiera hacer carrera dentro del ámbito musical, si es que él así lo hubiera querido. Su entonación era bastante aceptable y mostraba amplia destreza en el manejo de sus instrumentos, qué decir de la bohemia apariencia de rock star de la que ya hacía alarde.



    “Que me hace comprender

    la nostalgia tibia de tu amor,

    es fuego que al arder

    cubre a los dos”



    “En un cielo tan azul

    vuela hacia cualquier mañana

    pájaro multicolor

    bajo una mirada extraña...”



    Aquella actuación, inspirada en las tradicionales serenatas que veía en las películas de charros en blanco y negro que formaban parte de la colección filmográfica de su padre, representaba la cúspide de sus habilidades musicales. Nunca como hasta en ese momento había puesto tanto empeño en el despliegue de sus talentos, procurando que cada nota y acorde le salieran a la perfección, coordinando sus movimientos y tiempos en sólo fracciones de segundo, dejando salir cada fragmento de su alma en cada estrofa, mostrando el sentir de su corazón completamente desnudo, con la esperanza certera que sus intensos y puros sentimientos le llegarían a su amada.



    “Que me hace comprender

    la nostalgia tibia de tu amor,

    es fuego que al arder

    cubre a los dos...”



    Por su parte, la destinataria de tan estrafalario gesto se asomaba al exterior por un resquicio que hizo al apartar cuidadosamente la cortina de su ventana, cerciorándose de la identidad del autor de aquél breve concierto improvisado, como si todavía pudiera quedarle alguna duda al respecto.

    Dichas demostraciones no le resultaban ajenas, dada su prolongada estancia en tierras americanas. Aquella noche trajo el recuerdo de una ocasión en la que un muchachito, residente de la localidad más cercana al convento donde vivía, desesperado por convencer a una joven novicia a que reconsiderara su ingreso a la orden religiosa, se apostó detrás de los muros del convento para dedicarle varias amorosas melodías, de una manera bastante similar a la que ocurría en esos momentos. En aquél entonces la Madre Dolores, inadvertidamente, le había mostrado la manera de lidiar con tales artistas engatusados, por lo que tuvo que internarse en su departamento para buscar las herramientas que necesitaba para tal efecto.



    “Un milagro brilla en tu mirar

    trayendo luz a mi vivir,

    siento entonces que van a estallar

    el Sol y el mundo entero en nuestro amor,

    amoooor, amooooor, amoooooor...

    ¡Amor!”


    La canción llegó a su final, culminando con ella el enorme esfuerzo que había empleado Kai con tal de que todo saliera como lo había anticipado. La verdad es que todo había salido mucho mejor de lo que había esperado, el universo entero conspiraba a su favor, poniendo todo de su parte: la preciosa y fresca noche estrellada, la luz de una magnífica luna llena y su magistral desempeño sin ninguna equivocación ó interrupción. Permaneció por unos instantes en la misma posición en la que concluyó su interpretación, con la guitarra en las manos y una rodilla apoyada en el piso, su cabeza gacha como si estuviera agradeciendo un aplauso que sólo resonaba en su imaginación en tanto recuperaba el aliento y su rostro se perlaba de sudor, producto del gran esfuerzo físico empleado.

    El sonido que hacía la ventana de su amada al abrirse lo hizo alzar la mirada, mostrando como sus ojos parecían hacerse enormes como platos, con la ilusión que le daba ver a su adoración asomarse por ahí en sólo unos momentos más, seguramente desbordada de la emoción y lista para por fin entregarle todo su amor sin reservas.



    Pero la verdad fue que lo único que Rei le entregó en ese entonces fue un súbito cubetazo de agua fría, que logró empaparlo de pies a cabeza y bajarle los humos hasta las plantas de los pies. Rivera no salía del todo de su estupor, chorreando como pez recién salido del agua y escupiendo algo de líquido que se le había alcanzado a meter a la boca, cuando las luces rojas y azules de una patrulla que se estacionaba detrás de él, y el timbre de su sirena, le avisaron de la llegada de la policía local.

    —¡Aléjese de la guitarra!— demandaron en tono firme los uniformados al descender de su vehículo, aluzando al mojado cantante con sus potentes lámparas, bajo cuya luz parecía ser sólo un venadito asustado —¡Ponga las manos sobre la cabeza y tírese al piso!

    —Esto... ¡Esto no puede estar pasando!— masculló el atónito muchacho, sin atender a las indicaciones de los gendarmes —¡Puta madre, esto no puede ser! ¡Se supone que esta sería mi noche!

    —¡Esta es su última advertencia! ¡Ponga las manos sobre la cabeza y tírese al piso!

    —¡Váyanse al diablo, polizontes de mierda!— arguyó Kai, para entonces escapar como conejo hasta donde estaba la motocicleta estacionada —¡No pienso volver a prisión, malditos cerdos!

    —¡El sospechoso trata de escapar!

    Antes que el fugitivo pudiera incluso arrancar su vehículo prestado, fue derribado por una corriente eléctrica de 400 voltios, que confundieron sus señales nerviosas y lo incapacitaron por completo, moviéndose sólo por obra de los espasmos que sacudían su cuerpo entero, cortesía de los dos dardos que le dispararon con una pistola táser.



    Como previamente se ha establecido, en el Japón de aquellos tiempos, un país con una tasa de población muy baja, los niveles de delincuencia rondaban el cero. Por tal motivo, incluso los crímenes de muy bajo impacto causaban gran revuelo en esas tierras orientales, pero que en cualquier otra parte del mundo sólamente hubieran sido considerados como ofensas menores, sancionadas como una simple falta administrativa y perdonadas con el pago de la multa correspondiente.

    Solamente así se explicaba que Rivera hubiera sido procesado como un adulto, habiendo pasado una noche entera tras las rejas y que la fotografía de cuando era arrastrado hasta la patrulla ilustrara las primeras planas de los periódicos locales, en cuyos encabezados podía leerse: “Joven delincuente es arrestado por perturbar el orden público, intentó darse a la fuga.” La expresión nada favorecedora del muchacho bajo tales condiciones bastó para poder arrancarle una buena risotada al Profesor Fuyutski, quien desmenuzaba las entrañas del artículo que relataba los hechos sucedidos, extendiendo el tabloide frente a sus ojos.

    —Hay que admitir que las cosas en este país son mucho más entretenidas siempre que Rivera está por aquí— pronunció de buena gana, observando una vez más el gesto desvalido del muchacho, reproducido fidedignamente en aquella impresión —A veces el amor saca lo peor de nosotros...

    —Eso es intrascendente— aseveró Ikari, sentado en su escritorio, mirando a la nada en su típica pose meditabunda, la barbilla apoyada sobre sus manos entrelazadas —El mocoso sigue siendo una amenaza que debe ser eliminada, por el bien de nuestros planes...

    —¿Sigues con eso? Me parece que le das demasiada importancia al asunto. La última vez que revisé, el muchacho aún llevaba un atraso de consideración en todos sus cronogramas. Nuestra linda muñequita lo ha mantenido bastante distraído durante todo este tiempo, sus avances son irrisorios. A ese paso, llegará con las manos vacías a su reunión programada con el comité de revisión. Su plan de trabajo será entonces descartado y podremos olvidarnos de esa molestia de una vez por todas. Y sin haber disparado una sola bala.

    —No podemos confiarnos, sobre todo cuando ese chiquillo está involucrado. Sabe bien las desagradables sorpresas que puede darle a uno, Profesor, es un elemento impredecible y capaz de alterar el balance de toda la ecuación. Quizás todo este tiempo sólo ha estado jugando a hacerse el estúpido, para sorprendernos mientras tenemos la guardia baja. Tengo mucho apostado en este juego como para permitirme correr un riesgo de ese tamaño.

    —No has pensado en todas las implicaciones que tendría el que Rivera sea asesinado en este país. Todos sabrían que fuimos nosotros, para nadie es un secreto quién es el que en verdad dirige a Japón. Por lo tanto, debemos ser más sutiles en el manejo de esta crisis. Confío en que podremos darle una salida mucho menos violenta a nuestro presente dilema. El factor Rei está jugando a nuestro favor, debemos aprovechar esta ventaja al máximo, dando a la situación todo un nuevo enfoque...

    —¿Acaso tiene algo en mente, Profesor?

    —No estaríamos teniendo esta conversación, de no ser así. Sabes que me especializo en estarte salvando continuamente el pellejo, Ikari.



    —¡Atención, atención!— anunciaba Misato Katsuragi a viva voz, mientras que recorría los pasillos del cuartel sosteniendo del brazo a Kai, quien casi iba arrastrando los pies —¡Abran paso al ave de presidio, recién liberada! ¡Abran paso, traigo conmigo al criminal más buscado de todo Japón!

    —Ojalá pudieras dejar de hacer eso— musitó el joven, bastante languidecido luego de una noche en el encierro —Acabo de salir de una experiencia traumatizante y quisiera que fueras un poco más comprensiva conmigo...

    —¿Y perderme la oportunidad de restregarte tu estupidez en la cara? ¡Ni loca, amigo!

    —¡Oye, Kai, qué bien saliste!— pronunció uno de los técnicos que encontraron en su camino, quien sostenía una copia del periódico local que daba cuenta de sus andanzas.

    —¡Espero que sigas recordando a tus viejos amigos, ahora que ya eres una celebridad!— dijo otro más adelante, aguantándose las ganas de estallar en carcajadas.

    —Disculpe la molestia, Doctor Rivera— se acercó otro empleado que encontraron —¿Sería tan amable de poder autografiarme mi periódico? No todos los días se topa uno con alguien tan famoso...

    —“Ja, ja”— dijo el muchacho pausadamente, fingiendo una risotada, en tanto tomaba el plumón que se le ofrecía y el rotativo con su foto, sobre la cual escribió rápidamente: “¡Púdrete!”, para rematar mientras devolvía el impreso: —Qué gracioso...

    —Lo hago con tal de que te sirva de lección— explicó la Teniente Katsuragi cuando reanudaban su andar —Nada de esto sería necesario si por una vez en la vida escucharas a las personas, en lugar de sólo inventar lo que quieres oír... tienes que entender que cuando alguien dice no, es no, y punto. No hay algún tipo de intenciones ocultas detrás de eso, un no es sólo un no, y se acabó, no hay más, es tan sencillo como eso y no hay necesidad de complicarse la existencia por ello... Uno debe aprender cuándo hay que darse por vencido, antes de acabar hecho trizas contra una ventana que nunca se abrirá.

    —Sé a lo que te refieres, y lo que tratas de hacer— respondió Rivera, apesadumbrado —Y te lo agradezco mucho... tratas de levantarme el ánimo, y al confrontarme de ese modo tan directo intentas provocarme para despertar mi espíritu combativo y no dejar que me de por vencido, aún cuando todo parece perdido...

    —Claro que no, eso no fue lo que dije... ¿qué no estás escuchando? Lo que quiero decir es que...

    —Eres una buena amiga, sabía que podía contar contigo en las buenas y en las malas. Es gratificante darse cuenta, sobre todo en estas horas tan oscuras, que aún cuando esté sepultado en el fango de la vegüenza, aún así tengo una persona que cuida de mí y me tenderá la mano para ayudarme a poner en pie de nuevo...

    —Precisamente de esta clase de basura es de la que te estaba hablando, no puedes tergiversar las palabras de alguien a tu conveniencia, no cuando sus intenciones son tan claras. Lo único que haces es esconderte de la realidad en una absurda fantasía inventada por ti mismo, tan sólo como un chiquillo idiota que...

    —Ssh, ssh... yo sé, yo sé...— la interrumpió el enajenado muchacho, colocando el dedo índice sobre los labios de la mujer —Y puedes estar tranquila... porque, aunque he sufrido un duro revés, el apoyo que me das es todo lo que necesito para seguir adelante. Te prometo que no claudicaré, por el contrario, redoblaré mis esfuerzos para que por fin, en un día no muy lejano, Rei y yo podamos estar juntos, tal y como nuestros jóvenes corazones lo desean. Y cuando nos casemos, quiero pedirte que seas mi dama de honor... y que cuides a nuestros bebés algún viernes por la noche, para que podamos salir a ver una película en paz...

    —No sé porque siquiera me tomo la molestia de querer hacerte entrar en razón, eres un hombrecillo muy, muy, muuuy enfermo, y te compadezco— suspiró la mujer, resignada, mientras negaba con la cabeza —Sólo me queda vigilarte lo mejor posible, esperando que pueda evitar que te mates en tus ridículos intentos por conquistar a una androide sin sentimientos...

    —¡Oh, una androide! ¡Eso es sexy! Me gustaría poder revisar a fondo todo su hardware interno...



    En esas estaban cuando se encontraron de frente con el Profesor Fuyutski y la Doctora Akagi, quienes iban cargando una pila de documentos tan grande como sus brazos.

    —¡Buen día, Teniente Katsuragi, Doctor Rivera!— saludó Ritsuko animosamente al verlos, esto a pesar de la evidente dificultad con la que sostenía los papeles en sus manos —Me alegro ver que su tiempo tras las rejas no lo ha cambiado, Doctor Rivera, se ve tan fresco y jovial como siempre... lo suficiente como para ayudarme a llevar todo esto hasta la oficina de Recursos Humanos...

    —Eso quisiera, pero me temo que mi estancia en el encierro me ha arrebatado todas mis fuerzas, estimada doctora— dijo el chiquillo con un hilo de voz, colgándose del brazo a Misato como si fuera un niño pequeño y fingiendo que tosía —De no ser por la teniente, aquí a mi lado, lo más probable es que estaría desmayado en el piso en estos momentos... quizás usted pudiera ayudarme a mí, conjurando algún hechizo de sanación ó...

    —¿Se puede saber que es todo esto?— inquirió la mujer de larga cabellera oscura, a la vez que ayudaba a Fuyutski con algunos de los gruesos legajos que llevaba —Es como la pesadilla de todo burócrata hecha realidad...

    —Sucede que, como siempre, Ikari nos reliega las tareas más tediosas e irrelevantes— refunfuñó Kozoh, aunque a la vez aliviado por verse libre de alguna carga —La Unicef nos ha enviado una severa amonestación, acusándonos de solapar el trabajo infantil y de estarle negando al Primer Niño Elegido su derecho a la identidad, la educación y a una vida plena en sí...

    —Toda esta basura de aquí es sólo una parte de la documentación necesaria para poder ingresar a Rei Ayanami al Registro Civil, a los servicios de salud y para que pueda cursar sus estudios en la escuela secundaria— acotó Akagi cuando retomaba el paso, acuchillando con la mirada a Kai, quien seguía haciéndose el convaleciente —No creerías toda la tramitología que se requiere para que una persona sin documentos exista ante las instancias gubernamentales de todos los órdenes. Certificado y acta de nacimiento, cartilla de vacunación, boletas de calificaciones, cédula de identidad...

    —Todo eso con tal de que nuestra pequeña Rei pueda estar encerrada durante cinco horas en una escuela, como cualquier otro niño de su edad— completó el profesor —Lo que sea para tener contentos a esos santurrones hipócritas que despachan en el Fondo de la Infancia, sin importar que tengamos cosas mucho más urgentes que atender...

    —¿Rei? ¿Cinco horas?— preguntó entonces Rivera, interesándose en la conversación en cuanto escuchó que Ayanami estaba involucrada —¿Todos los días? Pero... ¿eso no quiere decir que... pasará menos tiempo por aquí?

    —Supongo— contestó Kozoh sin mucho interés —¿Pero qué se puede hacer al respecto? Además pienso que podrá servirle como una distracción, estar con jóvenes de su edad... ¿Quién sabe? Quizás allí se despabile y por fin pueda hacer algún amigo... incluso encontrar alguien en quien pueda interesarse románticamente...

    Kai volvía a sentir la corriente de 400 voltios recorriendo de nuevo su cuerpo cuando escuchaba aquellas palabras. ¡Rei estaría lejos de él, durante cinco largas horas! ¡Rodeada de otros chicos!

    —A mí lo que más me preocupa es si acaso esa pobre chiquilla estará preparada para sobrevivir en ese ambiente tan hostil— reveló Akagi, en tanto se balanceaba para hacer equilibrio y lograr que no se le cayeran sus papeles —Ya de por sí es una edad muy complicada, pero encima los muchachos de secundaria son de la peor calaña que pueda haber... son como lobos hambrientos, listos para despedazar a cualquiera que no sea igual a ellos. Se burlan de los gordos, los que usan lentes, los que calzan zapatos ortopédicos... sólo puedo imaginarme la clase de acoso a la que una persona como Rei se verá envuelta en medio de un típico salón de clases, y es algo que tengo que decir que me da mucha pena... ojalá hubiera alguien que pudiera acompañarla durante todo ese tiempo y hacer la transición mucho más fácil, una cara conocida y amigable en la que pueda apoyarse en los momentos difíciles... pero creo que eso es pedir demasiado...

    —¿Y a ustedes dos qué diablos les pasa?— murmuró Misato para sí misma con sumo recelo —¿Desde cuando hablan así?

    —¡Un momento!— alzó entonces la voz Kai, como si recién acabara de descubrir el hilo negro —¡Yo también tengo la edad de un estudiante de secundaria!

    —¿Y qué con eso?— repusieron sus tres acompañantes a la vez.

    —¡Que yo también podría enrolarme en la misma clase de Rei! ¡Yo podría cuidarla y ayudarla a adaptarse al cambio! ¡Yo podría ser ése que pudiera apoyarla en los momentos difíciles! ¡Maldita sea, díganme que yo puedo ser esa persona, por el amor de Dios!

    —No lo sé— arguyó el profesor, un tanto escéptico —¿El afamado Doctor Kai Rivera, siendo degradado a un simple estudiante de escuela secundaria? No me parece lógico, ni que podamos justificar algo como eso, es un disparate...

    —¡Oh, vamos! ¡No sean así!— suplicó entonces el joven —Además, recuerden que mi nombre legal es Kai Katsuragi, así que no sería el valiente Doctor Rivera quien ingresara a la secundaria como un chico más del montón, sino Katsuragi-kun, un alegre y simpático muchachito como todos los demás...

    —Sería interesante ver los efectos que produce una coexistencia prolongada en la sincronía y trabajo de equipo de ambos pilotos, señor— añadió Ritsuko, colocándose de forma por demás rara del lado de “Katsuragi-kun”.

    —¡Eso es, eso es!— insistió con vehemencia el susodicho —¡Tómenlo como uno más de sus absurdos experimentos! ¡Saben bien que siempre cuentan con toda mi disposición para ayudarlos en todas sus aburridas investigaciones!

    —Si lo ponen de esa manera, entonces puede ser... plausible...— consintió al final Fuyutski, haciendo uso de una respuesta bastante ensayada —Katsuragi-kun, haga el favor de ayudarle a la Doctora Akagi con esos papeles y discutamos más profundamente las bases de nuestro experimento de camino a la sección de Recursos Humanos...

    —¡A la orden, señor!— dijo Rivera, feliz como un niño en juguetería, mientras que arrebataba la pila de documentos de las manos de Ritsuko y tomaba la delantera.

    Misato se separó de ellos en ese punto, quedando rezagada cuando se detuvo para sostener los tabiques de su nariz con los dedos pulgar e índice, con los ojos cerrados y la cabeza gacha, como si acaso estuviera sufriendo una fuerte jaqueca.

    “No es posible... ¡No puede ser posible!” se decía a sí misma, mentalmente “¿Pero cómo carajo es que este muchacho puede ser tan imbécil? ¡Dios!”



    El disgusto de la mujer hacia su joven protegido perduró durante el transcurso de todo el día, y se acrecentó todavía más cuando al llegar a su morada lo encontró inmerso entre una montaña de historietas, mangas japoneses en su absoluta mayoría, de los cuales no despegaba la nariz. Tan concentrado como estaba en su lectura, ni siquiera se había dado cuenta de su arribo, hasta que ella le reclamó airadamente:

    —¡¿Y ahora qué cuernos crees que estás haciendo entre toda esa basura?!

    —¿Qué no es obvio?— preguntó retóricamente el joven, sin quitar la vista de su lectura, un compendio de historias ilustradas, tan grueso como una guía telefónica —¡Me documento, eso es lo que hago! Realizo un minucioso análisis que me prepare para mi inminente vida escolar...

    —¿Sigues con eso? Tenía la esperanza que para ahora ya te habrías dado cuenta lo estúpido que es todo esto y te habrías cansado de seguir haciéndote el idiota...

    —¡Nada de eso, por el contrario! El siguiente Lunes comenzarán mis días como estudiante de secundaria, y debo estar bien preparado para semejante misión. Aquí entre nos, no tengo idea de qué diablos se supone que hacen esos mocosos, pero creo que todos estos mangas pueden darme una pauta de qué comportamiento se espera de un individuo de esa edad y todas las situaciones jocosas y románticas que se pueden suscitar durante la estancia en un salón de clases... ¿Quién lo hubiera pensado? Parece ser que la escuela es el mejor lugar para hacer que alguien se enamore de ti, sobre todo si se trata de una tímida chica que de noche tiene poderes mágicos... ¿Acaso crees que Rei...?

    —Así no es como... bah, olvídalo— repuso Misato, interrumpiéndose a sí misma al percatarse de lo infructuoso que era lo trataba de hacer —No tiene caso, creo que será mejor que ciertas cosas las averigües por ti mismo... sólo voy a preguntarte algo: ¿estás consciente que todo esto de la escuela no es más que un vil engaño, cierto?

    —¿A qué te refieres?— inquirió Kai despreocupadamente, sin dejar de leer un solo momento.

    —¡Vamos, no seas tan crédulo! ¡Es más que obvio que al Comandante Ikari le conviene mantenerte distraído y lejos del Geofrente! Por eso es que se sacó este disparate escolar, utilizando a Rei como carnada, con la que caíste redondito, además... ¿Aún no te das cuenta? ¡Serán cinco horas, de lunes a viernes, donde estarás atrapado en un salón de clases, sin poder avanzar en tus proyectos! Todos ya nos dimos cuenta que esa muchacha Ayanami te idiotiza, pero aún así no creí que llegarías hasta al punto de abandonar tus labores por estarla persiguiendo. ¿Ó cuándo pretendes ponerte a trabajar en serio en el diseño de tu Eva? Hasta ahora no has hecho nada, y de seguir así como vas llegarás a la reunión con el comité sin nada de nada...

    —Tus prioridades están todas en desorden— contestó Rivera, haciéndose de otro ancho volumen de arte secuencial japonés —Lo del Evangelion es trabajo prácticamente hecho, es sólo poner en orden las ideas garabateadas por los viejos, cosa de nada... pero en cambio, el camino al corazón de una mujer como Rei está lleno de misterios e interrogantes... hasta ahora he estado tratando de conquistarla a tontas y locas, dejándome llevar sólo por corazonadas. Pero a partir de ahora emplearé el método científico, me documentaré lo mejor posible, elaboraré una serie de hipótesis que iré probando en diferentes escenarios controlados para, finalmente, dar con el resultado deseado y entonces... ¡Oh, no, Sana-chan, no lo hagas! ¡No caigas en los encantos de Tsuyoshi, Akito-kun es el que es para ti! ¡Está dañado, pero aún puedes salvarlo! ¡Oh, por Dios! ¡¿Por qué no te das cuenta de que te ama, tonta?!

    Al saberlo irremisiblemente perdido, absorbido dentro de la historia que leía, Katsuragi prefirió evitarse más fatiga y dejar las cosas por la paz, no sin antes darle un último consejo, que más bien parecía una advertencia profética:

    —Sólo te pido que tengas mucho cuidado, fíjate bien en todo lo que hagas. Sería una pena que después de tantas cosas que hemos librado, algo te llegara a pasar a tí ó a los demás sólo por estar persiguiendo a una chiquilla tonta que no sabe apreciar todo lo bueno que hay en ti...

    —Sí, sí, cómo sea... ahora calla y ve a hacerme un ramen instantáneo, que ya está haciendo hambre...

    Misato ya no dijo más, entornando los ojos y suspirando con profunda resignación, cansada ya de estar continuamente enojada con el joven y de sus persistentes celos hacia la chica que él decía amar. La vida junto a aquél disparatado chico era una montaña rusa, y seguramente aún les hacía falta dar varias vueltas más.



    Cuando la mañana del anunciado lunes llegó, encontró una gran conmoción en las instalaciones de la Escuela Secundaria Número 1 de Tokio 3, específicamente dentro del salón de clases que correspondía al grupo 2A. Los alumnos tenían ante sí a dos estudiantes que recién ingresaban al curso, pero sin duda que eran un par bastante peculiar, unos jóvenes como ningún otro que hubieran visto antes. El muchacho parecía ser un actor extranjero de cine, bastante alto y bronceado, más que cualquiera de ellos, a quienes veía con sus brillantes ojos verdes con una expresión confianzuda en el rostro, sonriendo disimuladamente como si se divirtiera con la confusión que provocaba su presencia. Utilizaba el uniforme de forma desparpajada, con la camisa completamente desabotanada y desfajada, enseñando una camiseta negra estampada que llevaba debajo de ella. Sus rasgos eran completamente foráneos, nada parecidos a los de un chico japonés promedio, pero aún así no resaltaba tanto como la muchacha que estaba de pie a su lado, de piel tan blanca como la nieve, larga cabellera de una extravagante coloración azul y ojos de un intenso rojo que hacían pensar que se encontraba poseída por un espíritu maligno ó algo así, pues solamente en películas de terror es que habían visto a alguien con ojos como esos.



    La clase se encontraba atónita en su totalidad, tratándose de un grupo mucho más nutrido que el que encontraría Shinji Ikari a su llegada, muchos meses después. Todos permanecián boquiabiertos con la mirada al frente, en espera de cualquier gesto de parte de los recién llegados, los cuales les parecían alienígenas recién descendidos de su platillo volador. En el mismo trance se encontraba el profesor de la clase, quien pudo reaccionar hasta algunos instantes después, una vez repuesto de la impresión inicial.

    —Bien, ellos son Ayanami y Katsuragi, sus nuevos compañeros de clase— anunció el educador, ajustándose sus gafas mientras revisaba las hojas de ingreso de sus más recientes estudiantes —Ellos vienen, pues... eh... de muy lejos, al parecer... Sean amables con ellos y ayúdenlos en lo que puedan para ponerlos al tanto de lo que llevamos en el curso. Ahora, creo que sería apropiado que comenzáramos a conocernos mejor. Ayanami, comencemos contigo. ¿Qué tal si tú misma te presentas al grupo y nos cuentas algo sobre ti?

    —Mi nombre es Rei Ayanami— respondió la jovencita con su voz baja y monótona de máquina contestadora, tratando de ignorar todas las miradas que sabía bien tenía encima —Un gusto conocerlos...

    Así fue como daba punto final a su escueta introducción, dejando que un muy incómodo silencio se apoderara del ambien, pues no añadió nada más a su exposición verbal.

    —...De acuerdo, muchas gracias, Ayanami— pronunció su maestro, luego de haber esperado un rato por alguna reacción de la joven, inútilmente —Puedes tomar asiento en una de las sillas disponibles... veamos... ¿Qué puedes decirnos tú, Katsuragi?

    —¡Sí, señor!— contestó el chiquillo enseguida, con un entusiasmo desbordado que contrastaba al de su predecesora, quien ya se encaminaba a un lugar desocupado a paso calmado —¡Mi nombre es Kai Katsuragi, tengo 14 años cumplidos, mi signo zodiacal es Leo y mi tipo de sangre es AB Positivo! ¡Mis pasatiempos son la música y los deportes! ¡Soy una persona sencilla de gustos sencillos, y he venido a esta escuela con un sólo propósito...!

    El emocionado muchacho hizo una pausa abrupta en su airado discurso, como a la expectativa de que algo sucediera. Ó fue así como lo entendió su profesor, pues al cabo de unos momentos, donde el silencio volvió a apoderarse del salón de clases, hubo de preguntarle:

    —Y... ¿cuál sería ese propósito del que hablas, Katsuragi?

    —Bueno... he venido a esta escuela para encontrar una sola cosa, que muchos tienen sin darse cuenta y qué otros tantos consideran como algo inútil, pero yo no... ¡Lo que quiero decir es que estoy aquí para por fin poder encontrar el amor!

    Semejante declaración causó gran revuelo en casi todas sus compañeras, las que desde el momento en que había cruzado la puerta no habían perdido detalle de cada gesto y movimiento suyo, levantándose en el acto de sus asientos y gritándole al muchacho como si fuera una estrella de la farándula, tratando de llamar su atención para que eligiera a alguna de ellas. Mientras tanto, los pasmados estudiantes varones también gritaban, pero para sosegar a las alebrestadas chiquillas que parecían estar en medio de un concierto más que en una escuela, obviamente molestos por toda la atención que el recién llegado forastero estaba acaparando.

    —¡Gracias, gracias, muchas gracias!— decía Kai repetidamente, abriéndose paso muy lentamente entre la horda de adolescentes enloquecidas hasta otro de los asientos disponibles —¡No se preocupen, que he venido preparado!— en eso sacó de su mochila un buen número de fotografías tamaño retrato, con su rostro sonriente estampado en cada una de ellas, acompañado de su firma, las que empezó a repartir entre las muchachitas como si estuviera repartiendo autógrafos, e incluso empezando a hablar tal como lo haría una celebridad —¡Las amo a todas, gracias, gracias, sería una nada sin ustedes, gracias, muy agradecido, besitos para todas!

    Usando su altura para asomarse por encima del tumulto que deliberadamente había provocado, en ese momento buscó la ubicación de Ayanami, quien, según sus cálculos, para entonces debería estar muerta de los celos. En cambio, la encontró plácidamente acomodada en su lugar, mirando apacible y distraída al cielo azul despejado que podía apreciar por la ventana a su lado.

    “Con que te crees muy dura, ¿no?” pensó Katsuragi para sus adentros “Pero esto aún es nada, todavía me falta sacar la artillería pesada... ¡Ya lo verás!”



    Habían perdido casi por completo la primer hora de estudios cuando los ánimos por fin se pudieron calmar, más ó menos, y de tal forma el maestro podía dar comienzo con las lecciones. Cómo era de esperarse, la expectación inicial de Kai por su primer día de clases rápidamente dio paso a una rotunda decepción que posteriormente se transformó en fastidio, devino en tedio para finalmente dar paso a un soporífero estado semi-comatoso, que provocaba que el chiquillo cabeceara cada vez que era vencido por el sueño y la gravedad atraía su cabeza hacia la paleta de su pupitre.

    Fue en una de esas ocasiones que su profesor de matemáticas lo sorprendió tomando la siesta durante su clase. Naturalmente, aquello provocó el justo enfado del educador, que igualmente se pudo haber evitado de haberse tomado la molestia de haber leído la circular que enviaron a todos los profesores del grupo 2A, donde se les advertía de que en sus clases albergarían a ese alumno con tan peculiares características, al que debían prestar especial cuidado.

    De tal forma, actuando de forma justa y democrática, como lo hubiera hecho con cualquiera que hubiera tenido la descortesía de dormir durante su clase, el maestro lanzó un pedazo de tiza que atinó certeramente en el cráneo del aletargado muchacho, quien se despertó con sobresalto al sentir el duro golpe en la cabeza.

    —¡Tú, chico nuevo, Katsuragi!— señaló el enfadado trabajador de la educación, amenazándolo con el dedo —¡Apenas es tu primer día en esta escuela y ya te estás durmiendo en mi clase! ¿Te aburro con mis lecciones? Seguramente debe ser porque ya sabes cómo resolver todas estas ecuaciones, ¿cierto? ¿Porqué no pasas al frente de la clase, y nos muestras en el pizarrón como es que se hace, chico listo?

    —¿En serio, yo? Si usted insiste... pero no creo que sea el procedimiento estándar— dijo el desorientado muchacho, acariciando la parte lastimada de su cabeza, en tanto se ponía en pie para hacer caso a la petición de su profesor —No sabía que también los alumnos pudieran dar la lección... debe ser uno de esos nuevos métodos de enseñanza experimentales. ¡Oh, miren eso, qué bonito plano cartesiano! Ecuaciones algebraicas, esto sí que me trae recuerdos... veamos... iban muy bien, hasta aquí... parece que les hace falta utilizar el método de sustitución para despejar esta variable de acá... aunque también se podría emplear el método de igualación en esta parte de aquí... después seguimos el caminito que hemos hecho hasta encontrar el valor de la incógnita... hay que recordar una regla muy importante del álgebra, que nos dice que si se modifican ambos miembros de una ecuación, el resultado sigue siendo el mismo. Así pues, tenemos por simplificación que el resultado...



    El Doctor Rivera tomó entonces las riendas, casi sin darse cuenta, dando vuelo a su ingenio y vasto entendimiento para explayarse en la explicación a todos sus acompañantes de las distintas maneras que había para resolver los diversos problemas algebraicos que se les presentaban, haciéndolo de un modo tan sencillo pero a la vez interesante, que prácticamente todos lo escuchaban casi sin pestañear, incluido el maestro de la clase. Por un momento regresó en el tiempo y parecía verse así mismo dando clases en la Nueva Universidad de Tokio 2, donde había estado impartiendo cátedra en algunas materias hace algunos años. Los jóvenes estudiantes de secundaria prestaron cuidadosa atención a todas las palabras de su nuevo compañero, quien empleaba términos coloquiales y dinámicas para lograr condensar en una sola clase el avance de medio curso de aquella materia. Sobra decir que esa fue la primera y la última vez que alguno de los maestros de esa escuela llegó a retar al joven Katsuragi. A partir de entonces todos ellos supieron que si aquél peculiar chiquillo asistía a sus clases, no era por el conocimiento que allí podría adquirir, sino por causas muy distintas, que muy poco ó nada tenían que ver con su educación. Lo mejor, en dado caso, era dejarlo tranquilo para evitar que arrastrara a los demás muchachos en la vorágine de sus ocurrencias.



    En esos momentos Kai estaba tan ensimismado, tan envuelto en su papel de maestro sustituto que ni siquiera se percató cuando fue que la resolución de una simple ecuación en el pizarrón lo llevó a estar hablando con aquellos jóvenes educandos acerca del papel que jugaban tales fórmulas en cada aspecto de la vida, desde lo mundano hasta lo macrocósmico, hablándoles de intrincados conceptos como la existencia de ecuaciones sin solución y como otras daban respuesta a las grandes interrogantes, como el origen del universo y la composición de la materia, lo que siempre abría paso a nuevas preguntas que necesitabn ser respondidas:

    —...incluso hasta hace muy poco tiempo, relativamente hablando, cosa de diez, quince años, es que se pudo trazar por completo el mapa del genoma humano, para lo que se necesitaron de tres supercomputadoras de alta generación, para poder codificar en algoritmos toda la información de las cadenas proteínicas que se requieren para el desarrollo físico de un ser humano. Todo esto en base a ecuaciones que hace sólo veinte años se pensaban irresolubles. Esta información ha resultado ser muy valiosa y con diversas aplicaciones, sobre todo en las áreas biomédicas, lo que ha permitido desarrollar toda una nueva serie de fármacos y terapias para solucionar enfermedades que apenas el siglo pasado se creían incurables. ¿Sabían ustedes, por ejemplo...?

    Tan perdido se encontraba en su apasionante exposición que ni siquiera se daba cuenta que, sin siquiera habérselo propuesto, desde hacía ya un buen rato había logrado obtener la completa e individida atención de su querida Rei Ayanami, quien lo observaba fijamente con un fulgor incierto resplandeciendo en el escarlata de su mirar, al estar atisbando toda una nueva faceta de la personalidad de su compañero piloto, hasta ese momento desconocida para ella.

    —...descubrimientos recientes nos han hecho revalorar nuestra posición en el entramado general del universo. Disciplinas nuevas, que aparecen conforme nuestro conocimiento se expande, nos abren la posibilidad de considerar como posibles toda clase de cosas locas, que pudiéramos catalogar mágicas, delirantes, como la existencia de otros universos con leyes completamente distintas a las que conocemos, ocupando el mismo espacio que este, en donde existimos, sólo que en frecuencias distintas que conforman un sistema infinito, si es que algo como eso puede existir... y encima de todo eso, en caso de que se compruebe, se ubican dimensiones superiores de existencia con las que ni siquiera soñamos, dónde sólo seríamos una insignificante mota de polvo en comparación...

    El joven científico explicaba todo con garabatos que trazaba rápidamente y borraba del mismo modo, sólo para volver a ilustrar otro concepto novedoso que traía a colación, haciendo volar las mentes de sus escuchas. Rei ponía especial atención en el semblante del muchacho: apasionado, dedicado, y sobre todo lo más importante, sincero, carente de todo artificio superfluo, como la pose fanfarrona ó burlesca con las que hasta entonces le conocía. Quizás no todo estaba tan mal en ese chico, ó quizás sólo se trataba de un espejismo que ella misma se hacía ver para darse falsas esperanzas. Pero lo que era innegable es que en esos momentos se encontraba como nunca antes, cautivada por él.



    De tal modo, Katsuragi permaneció ignorante de aquél suceso que lo hubiera hecho irse de cabeza. Su conferencia consumió lo que restaba de la clase hasta que inició el descanso, pero aún así permaneció en el salón donde varios de sus condiscípulos, en su mayoría chicas, seguían atentos a sus palabras, aún cuando el tópico hubiera cambiado radicalmente:

    —...y es por eso que detesto las cosas que no se quedan muertas...— decía el muchacho de forma casual, sentado sobre el respaldo de una butaca, ubicada en medio de un cerrado círculo de chiquillas que se había hecho en torno a él —¿Alguna otra pregunta?

    —¡Sí, yo!— pidió el uso de la palabra una de sus menudas compañeritas, alzando el brazo con vehemencia —Katsuragi-kun, ¿qué clase de chica te gusta?

    —Ahora que lo mencionas, me considero un fanático de las mujeres— respondió el joven, divertido por las intenciones de tal cuestionamiento —Para mí todas son hermosas, en tanto su corazón sea honesto y su actuar corresponda a ese sentir. ¡Qué me importa a mí si son altas ó chaparritas, gordas ó flacas, rubias ó morenas! Lo importante es la nobleza de su espíritu, reflejada en sus acciones hacía sí misma y hacia los demás... aunque debo admitir que tengo algo por las pecosas con coletas que se me acercan con gesto malhumorado...

    Ironizó al respecto, cuando veía a Hikari acercarse hasta donde estaba, abriéndose paso con decisión por entre sus embelecidas compañeras, a quienes en algunos casos debía apartar a un lado a empujones.

    —¡Hola, qué tal, amiga!—saludó a la recién llegada, una vez que la tuvo frente a él, cruzada de brazos y acuchillándolo con la mirada —Creo que a ti no te tocó foto durante la primer entrega, pero no hay porqué molestarse, traigo muchas más conmigo— anunció cuando sustraía de su mochila otro retrato suyo —Y para compensarte el descuido, hasta pienso ponértele una dedicatoria personalizada... ¿a quién va dirigida?

    —Mi nombre es Hikari Hokkari, soy la representante de este grupo ante el Concejo de Estudiantes de la escuela— explicó la jovencita con peinado de coletas mientras que le arrebataba su foto antes que pudiera escribir en ella, para romperla en dos pedazos, en dirección vertical, ante la vista impávida de todos los presentes —No estoy aquí para adularte ni babear por ti, Katsuragi, únicamente vengo en mi papel de concejal para prensentarme contigo y ofrecerte mi ayuda para tu rápida adaptación a esta escuela, como tengo que hacerlo con todos los estudiantes nuevos. Pero también vengo porque tengo que pedirte algo...

    —Hikari Hokkari— repitió Kai, sin quitar la sonrisa socarrona que adornaba su cara —Eres linda, así que procuraré recordar tu nombre... ¿Qué puedo hacer por ti, Hikari?

    —Es Hokkari ó “Concejal Hokkari” para ti— contestó enseguida la muchachita, sin cambiar su semblante —Debo decir que a todos nos dejó impresionados la lección de álgebra, y en sí de todos los misterios del universo, que acabas de darnos... aunque también me dejó muy claro que no tienes nada que hacer en esta escuela. Ignoro, y a decir verdad me importan muy poco, los motivos que tengas para estar aquí, pero debo pedirte entonces que procures no interrumpir ni alterar el transcurso de nuestras clases. Obviamente tú no tienes nada que perder, parece ser que sólo estás de paso aquí, pero todos nosotros veremos seriamente afectados nuestros estudios si cada día piensas hacer lo mismo...

    —¡Vamos Hikari, relájate!— la instó una de sus compañeras, a quien no le gustó el tono con el que se dirigió a la sensación del momento.

    —¡Es cierto, Hikari, tú siempre tienes que ser tan estricta y estirada!

    —¡Bueno, pues alguien tiene que serlo, Kasumi!— se defendió airadamente la concejal, encarando a sus detractoras —¡Estos son tiempos muy difíciles y todos tenemos que dar nuestro mejor esfuerzo en lo que nos toca hacer! ¡Somos estudiantes, debemos concentrarnos en nuestros estudios y prepararnos para el día de manaña, no estar desperdiciando el tiempo en tonterías! ¿Ó es que crees que con bajas calificaciones vas a poder entrar a una buena universidad y conseguir un buen empleo?

    —Sí, si es que tus padres son ricos— contestó uno de sus compañeros varones, interviniendo en la conversación, harto de las ínfulas de grandeza que, a su entender, Hikari siempre se daba.

    —Y de todos modos, nada de eso tendría mucha importancia si es que me llego a casar con alguien como Katsuragi-kun— aventuró otra de las chiquillas ahí reunidas.

    —A eso es a lo que me refería— pronunció Kai por último, señalando con el índice a la asediada jovencita —Nobleza de espíritu y honestidad. Tienes corazón, Hikari, y mucha determinación. Esas cualidades te llevarán muy lejos y te harán lograr cualquier meta que te propongas. Disculpa que haya interrumpido así las clases, tienes toda la razón. Puedo asegurarte que no volverá a suceder y dejaré que los maestros hagan su trabajo y todos ustedes el suyo.

    —Gra-gracias por entenderlo— respondió la chiquilla, destanteada por los inesperados cumplidos cuando ella esperaba una confrontación similar a la que sostenía con sus otros compañeros.

    —Ahora soy yo quien debe pedirte un favor— continuó Katsuragi, sin cambiar su tono de chanza, provocador —Tienes unas facciones muy agradables, Hikari. Quisiera ver como es tu carita cuando estás contenta. ¿Crees que podrías regalarme una pequeña sonrisa?

    —¡No tengo tiempo para estar jugando!— respondió de súbito la muchacha, dándose la vuelta para ocultar su rostro completamente encendido —¡Aún tengo que buscar a Ayanami para presentarme con ella también!

    —¿Ayanami... dices?— pronunció su interlocutor, a quien abandonaba el habla cuando se dio cuenta que se había olvidado por completo de Rei. De inmediato recogió sus pertenencias y de un brinco salió del círculo a su alrededor, saliendo a toda prisa del salón mientras se reprochaba a sí mismo por el grave error cometido: —¡Mierda, el descanso comenzó hace quince minutos! ¡Y yo aquí nomás, tan tranquilo como si nada! ¡Me lleva el diablo! ¿Cómo pude ser tan estúpido?

    —Ese muchacho nuevo... sí que es bastante raro...— musitó Hikari con recelo, mientras lo veía alejarse como gacela en estampida.

    Todos sus condiscípulos tuvieron que compartir su opinión, acreditándola con un unánime “ajá” que soltaron al mismo tiempo que asentían con la cabeza.



    Una típica jornada escolar en una típica escuela secundaria había resultado ser una sucursal particular del Infierno para Rei Ayanami. Ó por lo menos, lo más cercano a eso que había experimentado hasta entonces. El confinamiento que sentía dentro de ese edificio, atestado a más no poder de ruidosos niñatos, que provocaban tumulto y gran escándalo en donde quiera que posaran su contaminante presencia, era algo a lo que no estaba acostumbrada y a lo que había descubierto tener una nula tolerancia. A tan sólo tres horas de haber comenzado con sus clases, la retraída jovencita se encontraba ya exhausta, agobiada y a punto de enloquecer. Un ataque de pánico estaba en puerta, de seguir como estaba. Para calmar sus nervios, durante el descanso que se les concedía hubo de refugiarse en el sitio más desolado que pudo encontrar dentro de aquellas instalaciones académicas, que vendría siendo la azotea del edificio donde se ubicaba su salón de clases. Y aún en ese lugar apartado se alcanzaba a escuchar el barullo lejano producido por sus compañeros.



    Como lo había hecho durante el transcurso de toda la mañana, miraba desvalida hacia el horizonte, suplicando por una intervención divina, ó de cualquier tipo, que pudiera sustraerla de ese limbo en el que se veía prisionera. Para colmo, una agravante más se sumaba a la lista aflicciones que debía sufrir en esos nefastos parajes. El hambre.

    En toda su vida Rei jamás había sabido lo que era asistir a la escuela, por tanto todos los pormenores que eso involucraba le eran completamente desconocidos, incluyendo lo concerniente a su alimentación. Estando acostumbrada a que su comida le fuera proporcionada, de una manera u otra, por alguién más a cambio de nada, ya fuera por las monjas en su convento ó los empleados del comedor del Geofrente, sus insumos siempre le eran suministrados puntualmente sin mayor contratiempo. Nunca se le hubiera ocurrido que en la escuela era ella misma quien debía traer sus alimentos, ó bien contar con dinero para comprarlos en la cafetería escolar, sobre todo si nadie se había tomado la molestia de advertírselo. Se le había instruído para llevar puesto el uniforme reglamentario de aquél centro de estudios y para cargar una mochila con varios enseres escolares, lo que cumplió cabalmente, al pie de la letra. Pero en ningún momento se le había especificado que con respecto a sus alimentos era ella quien debía proveerlos. Con eso quedaba de manifiesto que, en su presente condición, lo que a todos los demás les parecía cosa de lógica y sentido común, para la inexperta muchachita era un absoluto misterio desconocido, que debería ir desentrañando con el día a día.



    La lección de esa vez, sin embargo, la hubo de aprender de forma bastante lamentable, con su cuerpo pidiéndole a gritos un simple bocado de comida. Después de ese día se iba a asegurar de jamás volver a pasar hambre de nuevo, pero mientras tanto el ayuno obligado por el que pasaba en esos momentos resultaba ser una pesada losa para cargar, sobre todo teniendo en cuenta que de cualquier modo la muchachita no se alimentaba muy bien, estando a casi nada de sufrir desnutrición.

    Desde que dio comienzo ese funesto día, todo había ido de mal en peor y aún no daba visos de mejoría. Lo más nefasto de todo es que todavía faltaba mucho para que terminara, pese a los vehementes deseos de Ayanami de que así fuera. “Será cosa de hacerse al ánimo para resistir lo que quede...” pensaba la abatida señorita, haciéndose a la idea de que debía permanecer estoica para perseverar, e incluso tratando de ver el lado amable de todo el asunto: “Por lo menos esto ya no se puede poner peor, ¿ó sí?”



    —¿Dónde está Rei?— Kai pareció responder a su pregunta, saliendo a su encuentro de improviso, con las manos cubriéndole la cara y hablando en tono pueril. Casi enseguida se descubrió el rostro, para señalar hacia donde estaba ella sentada, recargada contra la baranda que la separaba del vacío —¡Ah, ahí estás! ¡Por fin te encuentro, pequeña bribona!

    Sabiéndose atrapada, Rei no tuvo más opción que entornar la mirada y resignarse a su suerte, que últimamente no estaba siendo muy buena.

    —Eres tú... ¿Se puede saber cómo le hiciste para encontrarme?— preguntó la chiquilla en un murmullo, de muy mala gana.

    —Cuando alguien te ama tanto, como yo, le es posible sentir tu “ki” donde quiera que te encuentres y de este modo llegar a tu lado cuanto antes— respondió el muchacho en tono da chanza, colocándose el dedo índice y medio en la frente —Además, te conozco tan bien que de inmediato supe que te acomodarías en el lugar más apartado y solitario que te pudieras encontrar. Esta era una opción natural para ti... ¡Guau, pero mira qué vista!

    —¿Y ahora qué es lo que quieres? ¿Porqué siempre tienes que estar sobre de mí? Ojalá que pudieras dejarme en paz por lo menos cinco minutos— observó Ayanami, a quien la desesperación ya le estaba cobrando factura, al punto de permitirle ser grosera sin un motivo justificable.

    No obstante, como siempre, su compañero piloto no se molestó por el maltrato recibido. Por el contrario, se le veía bastante contento por el solo hecho de haberla encontrado, y lo mejor es que había sido antes que concluyera el receso.

    —¡Qué buen sitio para comer encontraste!— dijo él al tiempo que se sentaba sobre el piso, recargándose contra la pared que daba a las escaleras que conducían hasta ahí, quedando justo frente a ella —¿Te importa si almuerzo contigo?

    Sin que le quedaran ya ánimos para cualquier cosa, la jovencita solamente negó con la cabeza, tratando de ignorar los contenedores de comida que Katsuragi comenzaba a sacar, alistándose para disponer de su contenido.

    —¡Buen provecho!— anunció el chico en tanto separaba sus palillos chinos y desanudaba el paño con el que había cubierto el envase que transportaba su comida —Por poco y me olvido de comer, no creo que hubiera aguantado lo que queda de clases con el estómago vacío...

    Rei permanecía en esos momentos con la vista gacha, tratando de no mirar a su acompañante mientras comía afanosamente su refrigerio.

    —¿Y tú que comiste, hermosa?— preguntó Kai entre bocado y bocado, más que nada por hacer tema de conversación, queriendo con ello impedir que la muchacha adoptara de nuevo su ostracismo natural.

    Sin embargo, la damita no contestó a su pregunta, limitándose a permanecer callada y con la cabeza agachada entre sus rodillas levantadas, que le servían de soporte.

    —Déjame adivinar:— siguió el jovenzuelo, al parecer muy divertido con la actitud esquiva de su compañera, pues tenía en su cara una sonrisa de oreja a oreja —No trajiste de comer, ni dinero para comprar un almuerzo, ¿cierto?

    El brillo que despedían los ojos carmesí de la muchacha al levantar su mirada fue la única respuesta que obtuvo, la que fue más que suficiente para advertirle al joven que había dado justo en el clavo, lo que lo llenó de suma satisfacción que hubo de disimular.

    —¡Parece que alguien no hizo su tarea de investigación!— dijo al fin el muchacho, burlonamente —Si acaso lo hubieras hecho, sabrías que los jóvenes en edad escolar consumen alimentos durante un descanso que se les otorga a mitad de su día de clases, ya sea que los traigan desde sus casas ó los compren en las instalaciones escolares.

    —Me asomé a la cafetería, pero estaba repleta— Ayanami se quiso excusar, haciéndolo apenada y con un dejo lastimero —Los chicos se encimaban unos con otros, como en un hervidero de gusanos... me dio mucho asco, no me atreví ni siquiera a intentar comprar algo...

    —¡Pobrecilla! Sólo puedo imaginarme lo difícil que debe ser todo esto para ti, apenas es tu primer día de escuela y no sabes como es que debes actúar— se compadeció de ella su acompañante, sentándose a su lado —Debe ser todo un inconveniente para ti... ó debo decir, lo sería, si no fuera porque estoy de tu lado, y pude preveer tal complicación por lo que vine preparado para enfrentarla. ¡Mira esto!— anunció cuando sacaba otro recipiente envuelto en tela, que puso de inmediato entre sus manos —¡Un tradicional bento, sólo para ti! ¡Un almuerzo típico de estudiante japonés, preparado por mí especialmente para tu adorable persona, sazonado con todo mi cariño!


    Bento es un almuerzo bastante común en tierras orientales, una forma práctica de llevar el desayuno ó colación de media mañana ya sea a la escuela ó lugar de trabajo, que generalmente consiste en una generosa guarnición de arroz, sea frito ó cocido al vapor, con porciones de carne, pescado ó mariscos y verduras para acompañar, todo esto dentro de un contenedor de formas y materiales diversos que van envueltos en un pedazo de tela que sirve como bolsa de transporte y mantel a la vez. Es también costumbre entre los estudiantes nipones que estos almuerzos se preparen especialmente para la persona querida, aunque generalmente son las chicas quienes lo realizan y no al revés, como en el caso del enajenado Doctor Rivera.

    —Esto... esto es...— las palabras se agolpaban en la garganta de la muchachita, quien apenas al ver el contenedor extra que pusieron en sus manos experimentó un gran sentimiento de alivio, pese a que su naturaleza recelosa la instaba a seguir desconfiando de todo gesto de parte de ese fantoche —Es muy considerado de tu parte... no sé que decir... yo solo... muchas gracias...

    —¡No me lo agradezcas! ¡Me da gusto poder serte de ayuda! Come con confianza, yo mismo preparé todo para asegurarme que estuviera perfecto. No mereces nada menos que eso...

    —Y... dices que todo lo hiciste tú mismo, ¿no es así?— dijo la jovencita en cuanto abrió el contenedor y avistó su interior, repleto de camarones mal empanizados, pedazos de tomate, cebolla y lechuga que más que cortados parecían hechos puré, acorralados por una enorme porción de arroz que parecía frito, pero que no se apelmazaba lo suficiente para sujetarse con los palillos chinos. De no haber tenido tanta hambre, seguramente no se hubiera atrevido a probar nada de eso —Ya... veo. Lucen... distinto a cualquier cosa que haya comido antes, eso sí.

    —¡Prueba, prueba!— instaba Kai, con ojos refulgentes, llenos de ilusión —¡Estoy seguro que te encantará, ya lo verás!

    —Provecho— pronunció la chica de cabellera celeste, en tanto se aventuraba a lo desconocido.

    Por razones propias, y sobre todo porque parecía ser lo más comestible de todo lo servido, comenzó por llevarse el arroz a la boca. Al hacerlo, pudo notar que no estaba tan mal como aparentaba, aunque tenía cierto sabor salado que no atinaba a reconocer. Alentada por no haberse desmayado en el acto ni tampoco estar convulsionándose en el piso, envenenada, Ayanami repitió la operación varias veces más, dejando que el hambre le permitiera ignorar el peculiar sabor de su comida.

    —Tienes que comer los camarones, me quedaron muy crujientes y esponjositos— pronunció Katsuragi cuando daba cuenta de uno de ellos en su propio contenedor.

    —Te lo agradezco, pero no puedo comer animales de ningún tipo... por alguna razón que nunca me he podido explicar, al parecer mi cuerpo no tolera la ingesta de carne, de cualquier tipo de carne...

    —¿Cualquier tipo... dijiste?— repitió el joven, congelándose en su lugar con cara de espanto.

    —Este arroz... tiene un sabor bastante curioso— comentó la muchachita, deteniendo por un momento su deglución, comenzando a sentirse extrañamente indigestada, quizás por la rapidez con la que había comido —Y estos pedacitos que tiene, tan crujientes... ¿de qué son?

    —Este... eso debe ser... el tocino rebanado con el que lo preparé...

    —¿Tocino? ¡¿Tocino?!— pronunció Ayanami, descreída, poniéndose en pie como de rayo, y sujetándose la boca de su estómago revolucionado —¿Como en tocino de cerdo? ¿Ese tocino?

    Tal como había explicado ella misma, el organismo de aquella singular jovencita era incapaz de digerir cualquier tipo de carne, pero la carne de cerdo era la peor de todas, y su efecto era casi inmediato, de ahí su alarma y espanto.

    —¡¿Qué parte de “No puedo comer carne” no entediste?! ¡¿Y qué clase de persona enferma le pone tocino al arroz!?

    —¡Lo siento, lo siento!— se disculpaba con insistencia, igual ó hasta más asustado que ella —¡Es una receta puertoriqueña! ¡Yo qué diablos iba a saber que comer animalitos te hacía daño! ¡Dios! ¿Y ahora qué hago, qué carajo hago? ¿Cómo te ayudo?

    —Sólo... sólo vete de aquí, por favor...— indicó Rei, cuyo enfermizo semblante comenzaba a cambiar de color del mismo modo que lo hubiera hecho un camaleón —Lo que pasa a continuación... no es agradable... déjame sola...

    —¡Por supuesto que no te dejaré aquí sola, así como estás!— dijo el muchacho, envalentonado, dipuesto a demostrarle que él podía cuidarla, por la que la sostuvo de los hombros para que sintiera su apoyo en esos difiíciles momentos —¡Debe haber algo que pueda hacer! ¡Déjame...!

    Antes que cualquier otra cosa pudiera ser dicha, Katsuragi fue golpeado de lleno en el rostro con un poderoso, y por demás repentino, chorro de tibio jugo gástrico con varios granitos de arroz y pedazos de tocino sin digerir. Rei quedó casi en cuclillas, jadeando, falta de aliento mientras que un espeso hilo de saliva y vómito colgaba de su labio inferior hasta llegar al piso, donde había quedado toda la vomitada que no había bañado al estupefacto Kai.

    —¿Sabes?— preguntó éste en un tono mesurado y conciliador, como si nada hubiera pasado, luego de un rato en que ninguno de los dos atinaba a decir ó hacer cualquier cosa, mientras se quitaba la camisa de su uniforme para limpiarse la cara —De algún extraño, retorcido modo... creo que desde un principio supe que todo esto terminaría así...

    Ayanami lo fustigó entonces con la mirada, pelándole los dientes como una fiera herida con su rostro completamente enrojecido, fuera por el esfuerzo que realizó ó por la vergüenza que le provocaba semejante incidente. Sin darle tiempo al chiquillo para que dijera cualquier otra sandez, la jovencita salió corriendo de ese lugar tan rápido como se lo permitieron sus ágiles piernas.

    —¿Hasta cuando irás a dar una, Doctor Rivera?— se preguntó el muchacho a sí mismo una vez que estuvo solo, reconociéndose ya un poco cansado por tantos fracasos en su romántica empresa.



    Los días siguieron su curso, apilándose en el calendario hasta convertirse en unas cuantas semanas, tres a lo mucho. Muy pocas cosas habían cambiado en el transcurso de ese tiempo, y lo que seguía inmutable era el continuo desdeño de Rei Ayanami hacia Kai Rivera y los continuos intentos de éste por llegar al corazón de aquella singular muchachita, quien no le dirigía ya la palabra desde el penoso suceso del bento.

    Naturalmente, dado el empecinamiento del joven, dicha circunstancia no le representaba inconvieniente alguno para continuar su esfuerzo por conquistarla, para lo cual se valía de varias artimañas y planes descabellados, cada uno más elaborado y absurdo que el anterior. Todos a cual más de inútiles, por supuesto. El último de ellos, hay que decirlo, se le presentó de manera un tanto fortuita, cuando las clases habían terminado y todos los alumnos se dirigían a casa. Como siempre, esperaba por Ayanami, escondido detrás del muro que delimitaba el perímetro frontal de la escuela. Tenía que hacerlo de esa forma porque si acaso la muchachita lo avistaba primero haría todo lo posible por evadirlo. De tal suerte, el sigiloso galán aguardaba ansioso por que su amada cruzara las puertas del edificio para poder seguirla a la distancia sin ser notado, a la espera de cualquier oportunidad que pudiera presentársele para conseguir, por lo menos, que Rei volviera a hablarle.



    En esas estaba, cuando su posición le permitió observar que unos cuantos metros a su lado, igualmente ocultos por la barda limítrofe, un par de sus compañeros de clase eran confrontados por un alumno de grado superior, incluso se podría decir que estaban siendo alevosamente intimidados, por lo poco que podía distinguir a esa distancia.

    El agresor era un muchacho bastante alto y con cabello teñido de anaranjado casi a rapa, algo corpulento para su edad, por lo que su tamaño le bastaba para mantener a raya a sus dos víctimas, que se apretujaban contra la pared como si quisieran atravesarla. Las señales que los tres escolares mandaban eran bastante claras, y los gestos de todos los involucrados eran por demás inequívocos. Aún cuando fuera la primera vez que presenciaba en vivo algo así, Katsuragi había leído lo suficiente acerca de la convivencia social entre estudiantes en etapa escolar como para saber que lo que sucedía frente a sus ojos era una demostración de acoso escolar. Y no podía estar pasando en mejor momento.

    —¡¿Cómo es eso que aún no tienen el dinero que le deben a Hayato-san?!— vociferaba por su parte el muchacho grandulón que amenazaba a sus dos compañeros, sujetando a ambos por la camisa para poder zarandearlos a su entera conveniencia —¡Dijeron que lo tendrían sin falta para hoy! ¡¿Creen que estamos jugando ó qué mierda piensan?! ¡¿Acaso están tratando de verle la cara de idiota a Hayato-san, y quedarse con su dinero, par de imbéciles?! ¡Si es así ya pueden irse despidiendo de sus tristes culos!

    —¡No, por favor!¡Claro que no es así!— se excusaba uno de ellos, un chiquillo pecoso con cabello desaliñado que usaba grandes gafas, alzando las manos en señal de rendición —¡Sabes bien que Hayato-sama y todos ustedes se merecen todo nuestro respeto!

    —¡Es verdad! ¡Jamás podríamos pensar en engañarlos, los estimamos mucho y agradecemos todo lo que hacen por nosotros!— completó el otro, un jovencito con rasgos más toscos y cabello negro recortado, quien llevaba puesto el uniforme desportivo de la escuela —Lo que sucede es que... es mucho dinero, y bueno... se nos ha dificultado un poco reunir la cantidad... sobre todo porque mi hermanita ha estado enferma en casa y...

    Al desvalido chiquillo se le estaba dificultando hablar por la falta de aire que sentía al oprimírsele la garganta por causa directa del bravucón, que comenzaba a ejercer más presión sobre ellos.

    —¡Ese es tu problema, mojón!— lo silenció, gritándole al oído —¡Todos los demás ya han dado su pago, sólo faltan ustedes, maricas de mierda! ¡Y es muy raro que cada semana siempre pase lo mismo, ustedes siempre son los que se atrasan en sus pagos! ¡Me tiene sin ningún cuidado si se quedan sin comer ó se regresan a sus casas caminando, el dinero de Hayato-san debe ser entregado puntualmente! ¡¿Entienden?!

    —¡Ya lo sabemos, ya lo sabemos!

    —¡Discúlpanos por favor, será la última vez que suceda!

    Los desesperados chiquillos se excusaban una y otra vez, al borde las lágrimas, inclinando la cabeza hacia arriba y abajo mientras que chocaban sus palmas en señal de súplica. Se encontraban ya a punto de desfallecer, lo que alentó aún más al bravucón para aumentar su dominio sobre ellos.

    —¡Eso mismo fue lo que dijeron la semana pasada! ¡Seguramente piensan que soy un maricón blandengue, que sólo necesitan chillar para que los deje en paz! ¡Ya va siendo hora de que sepan que ni Hayato-san ni yo estamos jugando! ¡Sabrán qué es lo que les pasa a los tipos listos que creen que pueden salirse con la suya y quedarse con el dinero de Hayato-san!

    —¡No, por favor! ¡Les pagaré, les pagaré!

    —¡Yo también, sólo necesito un día más! ¡Mañana sin falta tendré su dinero, pero no me lastimes, por lo que más quieras!

    —¡Cállense!— demandó el atacante, blandiendo su puño en el aire —¡Sabían muy bien que esto es lo que pasaría si no pagaban! ¡Esto les enseñará a ustedes y a todos los demás idiotas de esta escuela a no meterse con nosotros...!

    —¡Perdón que te interrumpa, pero necesito urgentemente de su ayuda!— dijo Kai cuando salía de improviso a su lado, deteniendo con la mano su puño, antes que se estrellara en el rostro de alguno de sus cautivos —¡Quiero que esperen así como están sólo un par de segundos, ella no tarda en salir y todo tiene que verse lo más natural que se pueda!

    —¡¿Pero qué diablos?!— musitó el sorprendido pelirrojo artificial, en tanto forcejeaba inútilmente por zafar su brazo del agarre del recién llegado —¡¿Quién coño eres tú?! ¡Más te vale que me sueltes ó ya verás, estúpido chupapitos...!

    —¡Bien, bien! ¡Esa es la actitud!— instaba Katsuragi con una enorme sonrisa en el rostro, volteando a cada momento hacia el ingreso de la escuela, de donde no tardaba en salir Rei —¡Métete en tu personaje, sé agresivo, sé intimidante! ¡Sé muy malo, tienes que asustar a todos! ¡Ustedes, más lágrimas, más estremecimiento! ¡Muy bien, más pipí en los pantalones! ¡Son las víctimas, deben convencerme que necesitan ayuda!

    —¡Si no me sueltas ahora mismo tú vas a ser el que va a pedir ayuda después, loco hijo de perra!

    —¡Oh, un insulto a las mamás! Un poco trillado, pero es lo que se puede esperar de un abusivo de patio de escuela, qué gran trabajo es el que estás haciendo aquí...— Kai lo soltó de repente, gritando como colegiala emocionada en cuanto divisó la figura de Ayanami asomándose —¡Aquí viene ella, aquí viene! ¡Muy bien, vuelvan a lo suyo! ¡Es la hora de la verdad, amigos, sean lo más realistas que puedan! ¡Adelante!



    El disparatado joven de ojos verdes regresó presuroso a su escondite, evitando ser visto por Ayanami. Mientras tanto, los otros tres muchachos se encontraban igualmente extrañados.

    —¿De qué se trata todo esto?— preguntó el pendenciero a sus cautivos, a quienes mantenía de espaldas contra la pared —¿Es alguna clase de truco ó qué es lo que pretenden? ¿Quién cuernos es ese tarado, es algún amigo suyo?

    —Es... es un chico de nuestra clase...

    —Es nuevo... y bastante raro... se la pasa haciendo toda clase de cosas locas casi todo el tiempo... por eso es que lo mejor es ignorarlo...

    —¡No tenemos nada que ver con él, lo juro!

    Decían con dificultad los chiquillos violentados, compartiendo la misma confusión que su atacante, quien había vuelto a sujetarlos con fuerza, aunque de momento había olvidado descargar un puñetazo en cualquiera de los dos. Justo comenzaba a recordar sus intenciones originales cuando Rei se aproximaba a su posición. Le faltarían acaso unos siete metros para pasar de lado por aquella escena cuando de un brinco Kai volvió a emerger de su escondrijo.

    —¡Alto ahí, villano!— dijo al ponerse frente a los chicos, con una grave y profunda voz fingida, poniéndose las manos en la cintura y sacando el pecho, lo que pensaba que lo hacía verse más impresionante, en lugar de la absurda parodia que todos los demás estaban viendo —¡Deja en paz a esos pobres muchachitos, si sabes lo que te conviene! ¡Tus días de abusador de los débiles se han terminado!

    —¡Ya estoy harto de tanta estupidez!— sentenció el chico de cabello colorido, encarando directamente a ese desequilibrado —¿Quién putas eres y qué diablos crees que haces?

    —¿Quién soy?— repitió el recién llegado con aire teatral —¿Quién soy, dices? ¡Soy el terror que aletea en la noche! ¡Soy la máquina del karate! ¡Yo soy… tu padre!

    Como si estuvieran dentro de un programa sabatino para niños, el estrambótico joven empezó a hacer toda una seguidilla de poses, cada una más ridícula y vergonzosa que la anterior.

    —¡Soy Kai Katsuragi, campeón de los indefensos, luchador incansable de la justicia!

    —¿Katsuragi?— preguntó el agresor —¿Kai Katsuragi? ¡¿Me puedes explicar qué coño hacía mi novia con una foto tuya autografiada?! ¡Voy a matarte, cerdo infeliz, nadie le coquetea a mi chica y se queda tan campante!

    El enardecido muchacho lanzó entonces un puñetazo, buscando impactarlo de lleno contra los dientes de Kai, pero en su lugar solamente abanicó al encontrar el aire. Su contendiente se había agachado a tiempo para esquivar el ataque y de inmediato se incorporó, aprovechando la confusión del rijoso para acomodarle un poderoso gancho en el plexo solar.

    —¡Golpe justiciero!— exclamó Katsuragi al momento de golpearlo, nombrando su ataque del modo que lo hubiera hecho cualquier personaje de caricaturas.

    La fuerza del golpe provocó que el infortunado chiquillo se doblara por el dolor y la falta de aliento, lo que fue aprovechado por el joven de mirada esmeralda para asestarle una patada en el rostro que terminó por tirarlo al piso.

    —¡Patada de... eh... justicia... hmm... justiciera!— dijo con algo de apuro, teniendo dificultad para seguir nombrando sus embates.



    Al convertirse en blanco de atentados contra su persona desde muy temprana edad, lo menos que podía hacer el joven Rivera para ayudar a la preservación de su integridad física fue tomar todo curso de defensa personal que pudiera. De tal suerte fue que incursionó en distintas disciplinas de combate físico, ya fuera karate, tae kwon do, box, kung fu, kick boxing ó hasta krav maga, el célebre arte marcial desarrollado por las fuerzas israelíes. Y aunque sólo fueron cursos básicos, bastante someros, lo que había aprendido a lo largo de esos años le era más que suficiente para hacerle frente a un belicoso quinceañero, un neófito aspirante a pandillero.

    Los chiquillos a los que había “rescatado” se encontraban igual ó incluso más aterrados de lo que ya estaban antes de que hiciera su aparición, mirando la pelea con ojos desorbitados y muecas de espanto. Incluso, en algún punto y sin haberse dado cuenta, habían llegado al extremo de abrazarse el uno al otro. Ayanami, en cambio, permanecía impasible a lo sucedido, continuando con su pausado andar que apenas la había llevado a cruzarse en su camino con Rivera, quien se alzaba victorioso, posando ante sus ojos, en busca de impresionarla con semejante despliegue de habilidad física.

    —¿Viste lo buenazo que soy?— preguntó a la jovencita de cabello azul cuando ésta pasaba a su lado, sin detenerse —Salvé a estos pobres tipejos y destruí a ese malvado sujeto sin siquiera haberme despeinado... así es como soy, siempre ayudando desinteresadamente a quien lo necesite.

    —La violencia sólo genera más violencia, y aquél que recurre a ella para la solución de un conflicto sólo refleja su falta de carácter y entendimiento— pronunció Rei, severa, con la vista fija al frente y sin siquiera voltear a verlo —Seguramente eres de las personas que piensan que es buena idea apagar un incendio arrojándole un tambo de gasolina...

    —Bueno, si en dado caso la explosión resultante terminara consumiendo el oxígeno restante, entonces sí, lo más probable es que la combustión se sofocaría, ¿pero qué quieres decir con eso?— después de haber divagado al respecto, Katsuragi se volvió de nuevo hacia la muchacha, sólo para encontrar que ésta había seguido su andar y ahora le daba la espalda, sin darle la oportunidad de más explicaciones.



    —¡Miren eso! ¿Pueden creer a esta chica?— preguntó el descreído Kai a sus acompañantes, mientras la miraba alejarse —¿Qué diablos se necesita para impresionar a esa muchacha? ¡Ustedes díganmelo, que yo ya lo he intentado todo, y se me empiezan a acabar las ideas y la paciencia!

    Los aterrados chiquillos que permanecían en pie y que parecían fundidos en su abrazo solamente negaron con la cabeza, desprovistos de momento del habla debido a la fuerte impresión que se acababan de llevar. En cambio, el victimario que había pasado a ser víctima de las acometidas de Katsuragi se lamentaba en el piso, pero aún así, postrado y todo, se las arregló para lanzar amenazas:

    —Mal... maldito seas... desgraciado... estás muy equivocado... si piensas que esto se va a quedar así... no te imaginas en la que te acabas de meter, loco de mierda... en cuanto Hayato-san se entere de lo que has hecho... te hará pagar caro...

    —¡Ah, ahora resulta!— respondió Rivera, sin despegarle la vista a la espalda de Ayanami —¡Y yo aquí, creyendo que eras un bravucón bien intencionado! ¿Y ahora me quieres cobrar? ¡Eso es abuso de confianza, maestro!

    —¡Idiota! ¡Esto no es cosa de risa! ¡¿Tienes una puta idea de con quién te estás metiendo, estúpido demente?! ¡En cuanto Hayato-san se entere de lo que has estado haciendo, no quedará ni siquiera el recuerdo de ti! ¡¿Sabes por lo menos quién es Hayato-san y de todo lo que es capaz?!

    —A decir verdad... no, no sé quien cuernos pueda ser ese fulano... Y no es que me importe mucho... ¿Ó es que tengo que conocer a todos los pelagatos que rondan por esta caja de zapatos? Me supongo que debe ser tu novio, pareja ó algo así, no haces más que hablar de él y de lo grandioso que es... se ve que te tiene completamente enamorado. No me malentiendas, sé exactamente como te sientes, es sólo que no comparto sus preferencias, yo sólo juego para las chicas... no es que sea algo malo lo que ustedes dos hagan en su intimidad ni nada de eso, respeto la diversidad de opinión en todas sus modalidades, me considero a mi mismo como un liberal progresista...

    —¡Deja de hacer chistes, maldito retrasado mental!— demandó eufórico aquél muchacho, poniéndose en pie como movido por un resorte, listo para atacar —¡Ya veremos qué tantas ganas te quedan de reírte, cuando Hayato-san y todos mis otros amigos acabemos contigo y te dejemos lisiado, mojón asqueroso! ¡En cuanto Hayato-san..!

    Un poderoso derechazo que se anidó justo en sus narices lo interrumpió entonces y volvió a tirarlo de espaldas al piso, completamente fulminado y antes que pudiera darse cuenta de lo que había ocurrido. Mientras tanto Katsuragi seguía la vigilancia del rumbo que tomaba Rei Ayanami, viéndola hasta el último momento en que se le perdiera de vista a la lejanía. Estaba bastante consciente que desquitaba en ese infortunado toda la frustración que sentía por dentro, y así se lo hizo saber:

    —¡Cállate ya de una buena vez, imbécil!— bramó sin dignarse a verlo —¡”Hayato-san. Hayato-san”! ¡No sabes decir otra cosa más que eso, apestoso chango sin pelo! ¡¿Qué no estás viendo el problema que tengo entre manos?! ¡Me desvivo por hacerle ver a esa hermosura lo genial que soy y como podría hacerla muy feliz, pero a ella no parece importarle un comino! ¿Saben lo qué es eso, lo saben? ¡Lo he dado todo por ella, y aún así nada le es suficiente! ¡Mi corazón, mis pensamientos e inclusive hasta mi propia dignidad! ¡Mi reputación está por los suelos, me he arrastrado en la inmundicia por esa chica, todo para que vea que soy digno de ella, pero la muy ingrata no piensa de esa manera! Si no fuera tan listo, diría que no le intereso en lo absoluto... ¡Y ustedes son los culpables de todo, los odio a todos! ¡Ustedes y sus actuaciones de porquería! ¡No podrían hacer el papel de víctimas desvalidas aunque la vida se les fuera en ello! ¡Estaban sobreactuados y a destiempo, por supuesto que alguien tan brillante como Rei no iba a caer por una actuación tan patética! ¡Y tú fuiste el peor de todos, pelos de zanahoria! ¡¿Qué clase de bravucón es noqueado con sólo dos golpes?! ¡Nadie creyó que fueras una amenaza real! ¡¿Qué desafío puede ser ese para cualquier héroe, cuál es el obstáculo que tendría que superar?! ¡Me hiciste ver mal ahí y tú sólo…! Tú sólo…

    Rivera detuvo su diatriba en el momento que se percató que el agresivo muchacho al que había derribado no se movía. Tuvo que tantearlo con la punta del pie para cerciorarse que aún respiraba, pero de cualquier modo aún no daba señales de que recobraría pronto la conciencia en tanto que lo instaba a hacerlo, sin dejar de picotearlo con su pie:

    —Zanahoria… oye, zanahoria… ¿te encuentras bien? ¡Maldita sea, no de nuevo! ¡Yo me largo de aquí! ¡Y ustedes dos, será mejor que no le cuenten a nadie de esto ó se arrepentirán! ¡Si alguien pregunta, así estaba desde que lo encontraron, yo no estuve involucrado de ninguna manera! ¿Entendido? ¡Si se atreven a delatarme se arrepentirán!

    Amenazó el chico de ojos verdes a la vez que se alejaba corriendo de aquél sitio, volteando hacia todas partes como ardilla asustada, asegurándose que nadie más lo hubiera visto mientras escapaba a toda prisa con rumbo desconocido.



    Por su parte, luego de un largo y tortuoso rato de mucha tensión, los otros dos chiquillos por fin podían darse el lujo de respirar aliviados. Con su agresor desmayado y Katsuragi dándose a la fuga, podría decirse que sus preocupaciones se habían esfumado, de momento. Así era como lo entendía el joven de cabello negro recortado, quien también quiso cerciorarse del estado inconsciente de su compañero tirado en el piso, tentándolo con el pie del mismo modo que lo había hecho Kai anteriormente.

    —¡Jum! ¡Kotaro tuvo bastante suerte de que ese maniático de Katsuragi llegara!— dijo entonces bastante confiado, como si nada hubiera pasado, cruzándose de brazos —¡A decir verdad, ya estaba empezando a enojarme en serio! ¡Un poco más y seguramente habría perdido el control, entonces sí hubiera trapeado el piso con él! ¡De haber sido así es que el pobre hubiera quedado peor de cómo quedó, quizás con uno ó dos huesos rotos! ¡Y es que si juegas con fuego lo más probable es que te vas a quemar! Tú lo sabes bien, ¿no, Kensuke? ¡Cuando me enojo es mejor que todos tengan cuidado, ó podrían salir muy lastimados!

    —Toji… no jodas…— contestó su acompañante que utilizaba anteojos, igualmente liberado de su previa angustia, aprovechando para recoger sus pertenencias regadas en el piso —Todos pudimos ver cómo te orinaste en los pantalones, puedes dejar de fingir…

    —De… ¡¿De qué estás hablando, idiota?!— reclamó el jovencito al verse descubierto, tratando de disimular como pudiera —¡Eso fue sólo tu imaginación! ¡Lo que pasa es que ha estado haciendo mucho calor y el sudor me escurre de todas partes! ¡Incluso de la entrepierna! ¡En serio, así es!



    Mientras que Toji Suzuhara se desvivía por ocultar lo evidente a todas luces, Kai Rivera ponía fin a su frenética huída una vez que se encontraba a la mitad de su camino a casa, punto en donde consideró estar a una distancia segura del lugar de los hechos. Ahí fue que pudo recuperar el aliento, inclinando la parte superior del cuerpo sosteniéndose sobre las rodillas, completamente exhausto.

    —¡Puta madre!— se lamentó entre jadeos, empapado de sudor que iba cayendo en forma de gruesas gotas sobre el pavimento, sacando la lengua como canino abatido —¿Porqué siempre me tienen que pasar estas cosas a mí?

    Fue en semejantes condiciones que por azares del destino se encontró con los tres oficiales técnicos más celébres de NERV: Maya, Shigeru y Makoto, quienes en aquellos momentos iban con sus ropas de civil. Aparentemente estaban en su día libre y recién salían de almorzar juntos cuando ocurrió aquella improvisada reunión.

    —¡Miren nada más con quien nos hemos venido a topar!— exclamó Shigeru blandiendo una sonrisa burlona mientras se acercaban al muchacho.

    —¡Pero si es el mismísimo Kai Casanova en persona!— completó Makoto, con las manos en los bolsillos y observando al chiquillo con el mismo desdén que sus otros compañeros.

    —Hola, tórtolito— saludó Maya, empleando el tono hostil que usaban sus acompañantes para dirigirse al fatigado jovenzuelo —¿Te divertiste mucho este día en tu escuelita? ¿Jugaste con tus compañeritos de clase? ¿Hiciste todos tus recortes sin salirte de la rayita? ¿Y dónde es que está Rei, tu pichoncita? Conociéndote, seguramente estás en medio de algún ridículo plan para ella se entere de que existes...

    —¿Crees que podamos quedarnos a ver tu nueva metida de pata en turno?— preguntó Makoto, interrumpido por su risita entrecortada —¡Es de lo más gracioso ver como te denigras a ti mismo, tipo, y todo por nada!

    —Como una especie de payaso de circo, pero mucho más patético— añadió Shigeru.

    —¡Ya, déjenme en paz, trío de abusivos!— instó Rivera en cuanto pudo recuperar el aliento —¡Tengo sentimientos, y no hacen más que lastimarlos con sus comentarios hirientes! ¡Y por si no lo sabían, mi vida no gira en torno a Rei! Bien podría estar aquí, en este preciso momento, por cualquier otro motivo que en nada tuviera que ver con ella, tercia de zoquetes...

    Sus detractores se miraron unos momentos entre sí, como poniéndose de acuerdo, para que después Maya declarara sin más detenimiento:

    —Pero seguramente que no es así, ¿ó me equivoco?

    —¡No tengo por que estarle rindiendo cuentas a nadie de mis acciones, mucho menos a unos pelafustanes cualquiera!— se excusó el muchacho de inmediato —Además, ¿quiénes son ustedes para juzgarme? Se creen mucho, para ser sólo unos tipejos que... que salen y... y que acaban de comer juntos... y no son más que unos peleles que trabajan como edecanes para Ikari, preparándole su café, tomándole dictados y atendiendo sus teléfonos...

    —¡Uy, cuidado!— advirtió Shigeru, derrochando sarcasmo —¡Ya lo hicimos enfadar! ¡Por favor, no seas tan duro con nosotros, ten compasión!

    —¡Válgame Dios!— advirtió Makoto socarronamente —¡Eres tan bueno insultando como escribiendo cartas de amor!

    —Por cierto, tengo algo para tí...— dijo Maya Ibuki mientras se acercaba a él y se ponía delante suyo, con una expresión complaciente iluminando su tierno rostro —Y estoy bastante segura que Rei también te lo ha querido dar desde hace un buen tiempo...

    De improviso, y sin que nadie lo esperara, por lo menos de ella, la joven y menudita oficial asestó un poderoso gancho al hígado de Rivera, lo que lo derribó en el acto, sin saber si estaba más adolorido ó sorprendido.

    —¡Eso te enseñará a dejar de acosar a indefensas muchachitas, cretino!— sentenció Maya entre risas, alzando su puño en señal de victoria.

    —Esto... ya es... acoso laboral...— pronunció Kai con dificultad, sin lograr incorporarse —Me quejaré... con su... representante sindical...

    —¡Yo soy la representante sindical, idiota!— respondió enseguida su atacante, soltando una risita desenfrenada que fue secundada por sus acompañantes.

    —Estoy... frito— musitó el muchacho, sabiéndose derrotado en tanto sus agresores se regodeaban en su crapulencia.



    Sin embargo, las burlas cesaron de repente en cuanto el trío de operadores divisó a la Doctora Ritsuko Akagi saliendo de la estación del metro ubicada en la esquina contigua a su posición. La mujer se apreciaba visiblemente desorientada, mientras que revisaba con insistencia una hoja de papel en sus manos, acaso como si estuviera buscando una dirección.

    —¡Buen día, Doctora Akagi!— saludaron los tres oficiales técnicos casi al mismo tiempo, una vez que la científica se percató de su presencia e iba a su encuentro. Luego, solamente Maya añadió: —¡Qué agradable sorpresa! ¿Viene de compras ó a comer?

    —Tengo que admitir que es bastante afortunado el que los haya encontrado aquí, justo en este momento— pronunció la dama de cabellera rubia, con cierto dejo de alivio en sus palabras —Me dirijo al Complejo Habitacional Takanasu, pero no tengo idea de donde queda...

    —Eso es en la parte vieja de la ciudad, son unos horribles edificios que parecen fichas de dominó apiladas— se apresuró a contestar Makoto Hyuga —Me parece que se bajó dos estaciones antes de llegar ahí, Doctora...

    —¡Maldita sea, ya me lo imaginaba!— se lamentó Akagi, estrujando el papel en sus manos —Nunca he ido a ese rumbo y los mapas que conseguí obviamente no están actualizados...

    —No se preocupe, Doctora, no es para tanto— intervino Maya, solícita como siempre que su jefa la requería —Que tampoco está muy lejos de aquí, puede tomar un autobús ó un taxi si lo desea, a lo mucho serán unos quince minutos en automóvil...

    —Ó tres minutos si es que vas en tu escoba voladora— añadió Rivera cuando por fin se pudo recuperar del fuerte golpe, levantándose del piso, en donde había permanecido durante todo ese tiempo —Ahí es donde está el departamento de Rei, ¿qué vas a hacer en ese sitio?

    —¿Soy solamente yo, ó ustedes también piensan que últimamente para este payaso todo tiene que ver con esa chiquilla?— preguntó Shigeru sin más, alzando la vista al cielo en clara señal de fastidio.

    —Yo también así lo creo— asintieron sus acompañantes al unísono, compartiendo el mismo gesto.

    —Aunque en este caso, tiene razón— completó Ritsuko, mirándolo con deferencia —Rei ha estado mostrando calificaciones muy bajas durante todos sus estudios, por lo que el Comandante Ikari me ha asignado como su maestra particular para ayudarla a mejorar sus notas... cómo si no estuviera ya bastante ocupada en otras cosas, ahora tendré que darle lecciones en casa a la niña de la jungla y enseñarle a portarse como un ser humano...

    —¿Lecciones en casa? Tiene usted toda la razón, mi estimadísima Doctora Akagi— de inmediato la actitud de Kai hacia con ella mostró un giro radical de 180°, mostrándose exageradamente lisonjero hacia su persona —Yo también considero que se trata de todo un atropello molestar con semejante minucia a una experta de su calibre, toda una autoridad mundial dentro de su campo de estudio. El que la quieran ver rebajada a convertirse en una simple institutriz cualquiera, es una afrenta a su orgullo y reputación, un insulto para usted que no estoy dispuesto a tolerar. Una labor tan insignificante más bien debiera encomendársele a alguien que no tenga credenciales como las suyas, alguien cuyo tiempo no valga tanto como el suyo, alguien con muchas menos responsabilidades que las que usted debe desempeñar... en conclusión: alguien como yo. Así que no tengo más remedio que humildemente ofrecerle mi asistencia para que se vea librada de una tarea en la que solamente desperdiciará sus cuantiosas habilidades, talentos y recursos.

    Durante todo el tiempo en que transcurrió su adulación digna de lamebotas barato, los demás callaron para mirarlo con sumo desdén, escépticos, a sabiendas desde un principio de sus verdaderas intenciones, las cuales a nadie podía ocultarlas, aún por mucho empeño que pusiera en disimularlas.

    —¿Sabes qué? ¡Al diablo con esto!— sentenció abruptamente Ritsuko, cansada de todo —¡Soy una persona muy importante y ocupada para estar perdiendo el tiempo con estupideces! ¡Y por si fuera poco, hoy también se supone que sería mi día libre! ¡Si quieres seguir haciéndote el idiota y jugar a la escuelita con Rei, por mí está bien! ¡Aquí tienes la hoja de asignación y el plan de estudios quincenal que preparé! Sólo síguelo al pie de la letra y no deberás tener mayor problema en regularizar a la señorita Ayanami para que se integre de pleno a la vida moderna en el siglo XXI. E intenta mantener al mínimo tus disparates, quizás así puedas evitar que te encaje un cuchillo en las entrañas para beber tu sangre en el equinoccio de otoño...

    —¡Qué atenta! ¡Muchas gracias!— dijo el jovenzuelo, con la vista iluminada al ver logrado su objetivo de una forma u otra, en tanto recibía la documentación referida casi sin poner atención a las palabras de Akagi. En lo único que podía pensar es que tenía la oportunidad y excusa perfecta para pasar mucho más tiempo en compañía del gran amor de su vida, justamente en su casa, por si fuera poco, donde nadie podría molestarlos. Asimismo, una empalagosa canción infantil sonaba dentro de su cabeza: “Mi mestra me dio un beso a la salida porque hice los palitos parejitos, y me puso un garabato colorado que parece que le gusta a mis papitos...”



    En tanto eso ocurría, Rei Ayanami se avocaba en los preparativos para recibir a la Doctora Akagi dentro de su departamento, como se le había dicho que sucedería. Como muchas de sus acciones, realizaba tal tarea con sumo desgano y apatía. No podía entender el alboroto que provocaban sus bajas calificaciones. Una nota aprobatoria, una reprobatoria... ¿cuál era la diferencia, a fin de cuentas? Igualmente, ¿de qué servía procurar limpiar afanosamente su morada para recibir una visita, si de cualquier modo volvería a ensuciarse? ¿De qué servía cualquier maldita cosa que pudiera hacer, si al final todo resultaba intrascendente?



    Sin darse cuenta, al verse liberada de la rígida rutina y el austero modo de vida a los que las monjas la habían acostumbrado, estaba cayendo en una suerte de vorágine libertina, pero a la vez se veía desprovista de una razón de ser. En aquellos días, las únicas cosas que la mantenían anclada a la realidad era su trabajo en el Proyecto Eva, pero sobre todo lo demás estaba él. El hombre barbado y de voz grave que la había llevado hasta esas tierras lejanas, y de quien extrañamente se encontraba bastante familiarizada. De no ser por su existencia, que le representaba una especie de faro que la guiaba en la tempestad, quien sabe desde cuando la nave de su cordura hubiera zozobrado.



    El que sus apariciones y el tiempo que pasara junto a él resultaran ser poco más que esporádicos la estaba afectando sobremanera, al punto de llegar a considerar abandonar todo y regresar por donde había venido. Aunque en ese entonces, al mirarse al espejo, reconocía que le era bastante difícil reconocer su reflejo. El tiempo que había pasado en esos parajes alienígenas la había transformado por entero, por lo que ya no podía imaginarse cómo encontrar el modo para volver a ser lo que antes fue.



    Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando escuchó que llamaban a su puerta. Con la certeza que tenía acerca de la identidad de su visitante, ni siquiera se tomó la molestia de asomarse por la mirilla ni mucho menos anunciarse. Como mero acto reflejo abrió la entrada a su hogar, pero cuando lo hizo la sangre le cayó a los tobillos al toparse de frente, una vez más, con el persistente Kai Rivera, quien en esos momentos usaba unos anteojos con los que pretendía hacerse pasar como todo un intelectual, además de una expresión sobrada, casi paterna, estampada en su cara.

    La primera reacción que obró en Ayanami al presenciar tal desparpajo fue cerrarle la puerta en pleno rostro, lo que habría logrado de no ser porque oportunamente Rivera colocó la punta de su pie para obstaculizar la acción. Eso no fue impedimiento alguno para que Ayanami siguiera con su propósito, machucando varias veces el lastimado pie del adolorido muchacho, quien apenas y podía suplicar:

    —¡Auch, eso duele, basta por favor! ¡Apiádate de mí, esa no es forma de tratar a tu tutor privado!

    —¡¿Qué?!— exclamó la sorprendida Rei, desistiendo de sus intentos por fracturar el pie de su compañero, por lo menos el tiempo suficiente para que éste le mostrara la hoja de asignación que Ritsuko le había entregado, documento firmado y sellado desde la comandancia de NERV.

    —Desde este día me ha sido comisionada la labor de asesorarte y supervisar tus estudios con el fin de que logres emparejarte con tus demás compañeros de clase y hacer que suban tus calificaciones, lo que he proyectado que conseguiremos con una sesión diaria de 90 minutos— comunicó el joven, un poco más repuesto, acomodándose las gafas para poder guiñarle el ojo de forma pícara —Puedes llamarme Rivera-sensei, si es que así lo deseas, preciosa...

    La jovencita tan solo pudo soltar un profundo suspiro de resignación, al verse acorralada y sin más opción que dejar entrar a ese demente a su casa. La irrupción de Rivera en la intimidad de su hogar no ayudaría mucho a su precario estado de ánimo, que se encontraba al borde del colapso total.



    Sin reparar en ello, Kai se abrió paso hasta la estancia del oscurecido departamento, mirando hacia todos lados con suma fascinación, sin guardarse la opinión que le merecían los lúgubres aposentos de la muchachita de cabello celeste:

    —¡Me encanta el estilo minimalista que le has puesto a este lugar! ¡Se ve mucho más amplio y acogedor de lo que parece desde afuera! ¿Cómo le haces para aprovechar tan bien todos los espacios? Quizás puedas ayudarnos a acomodar nuestro departamento, justo así es como quiero que se vea...

    —¿Sabes que la mitad del tiempo no tengo ni idea de lo que estás hablando?— inquirió la joven mientras cerraba la puerta y se disponía a unírsele en la mesa de lámina que le servía de comedor y sala a la vez.

    —No serías la primera ni la última, te lo garantizo. Pero lo que nos importa en este preciso momento es que me puedas entender lo suficiente como para que pueda ayudarte— de improviso Rivera abandonó el tono meloso y socarrón con el que siempre se dirigía a ella, para adoptar una actitud discreta y profesional, rara vez vista en él —El motivo por el que ambos nos encontramos aquí en estos momentos son tus bajas calificaciones... al parecer es un motivo de consternación para algunas personas, aunque si me lo preguntas a mí, un sistema de evaluación basado en una simple asignación númerica es incapaz de determinar el conocimiento y aprovechamiento de cualquier estudiante. Pero será mejor seguirles el juego de momento...Este es el plan de estudios que la Doctora Akagi preparó para ti: comprende varios ejercicios matemáticos y de lingüistíca, cuya realización supuesta y casi prodigiosamente te ayudaran a elevar tu promedio de calificaciones— el joven mostró entonces el legajo de papeles que Ritsuko le había encomendado, para enseguida proceder a romperlos sin mayor miramiento —No son más que un montón de basura inservible... todos esos viejos cretinos te están subestimando, piensan que porque creciste alejada de lo que ellos llaman “Primer Mundo”, ya por eso eres una suerte de aborigen antropófaga que diviniza todo lo que no puede entender. Yo he estado en la escuela contigo todo este tiempo, y te conozco lo suficiente como para ya saber que eres endiabladamente lista, por lo que tus pésimas notas sólo tienen una explicación plausible...

    Ayanami había tomado asiento frente a él y durante todo ese tiempo no había hablado ni cambiado el gesto cansino en su rostro. Kai esperó unos instantes, como si quisiera que la muchacha comentara algo a ese respecto, lo que por supuesto no ocurrió y debido a eso fue que tuvo que continuar, desairado:

    —No puedes entender el japonés escrito, ¿cierto? Naciste en este país pero lo tuviste que dejar cuando eras muy niña, por lo que puedes hablarlo con relativa soltura pero nunca aprendiste a usar los ideogramas que componen el lenguaje escrito, por lo que no puedes entender la mayoría de las preguntas sosas que componen los fastidiosos exámenes que te realizan periódicamente en el obsoleto sistema educativo que ambos padecemos...



    Al cabo de unos breves momentos de indecisión, finalmente la muchacha se vio obligada a asentir con un simple movimiento de cabeza. Enseguida se levantó para tomar varios libros que tenía apilados en una vetusta caja de cartón que hacía las veces de cómoda.

    —Compré estos libros, que son parte de un curso intensivo para aprender japonés, pero hasta ahora no han sido de mucha ayuda, algunas partes son muy simples y otras tantas bastante complicadas... es un enrollo que me cansé de tratar de descifrar...

    —Y es precisamente por eso que estoy aquí— completó su acompañante, al parecer bastante satisfecho de que la muchachita se hubiera sincerado con él —No tienes que preocuparte, el japonés es uno de los idiomas más complicados de aprender, sobre todo para personas como tú que están acostumbradas al uso de alfabetos basados en el latín... pero la ventaja que posees sobre otros es que ya lo hablas, y por si eso no bastara me tienes a mí, un muchachote que es un estuche de monerías y políglota, por si fuera poco. Hablo con toda soltura 7 idiomas hasta ahora, más los que se vayan acumulando. Con mi método infalible de aprendizaje te puedo garantizar resultados de inmediato, y en menos de un mes ya estarás escribiendo y leyendo con bastante naturalidad... además podemos apoyarnos con estas guías audiovisuales producidas por el Ministerio de Educación y Cultura, que comprenden 17 lecciones contenidas en estos tres discos. Podemos ver ahora mismo el primero para que te sirva a modo de introducción y desde ese punto iremos avanzando... ¿Tienes la tele en tu cuarto, ó algo así?— preguntó mirando en derredor en busca de tal aparato, infaltable en la mayoría de las casas, sin poder dar con su ubicación —¿Aún tienes reproductor DVDó ya cambiaste a formato Blu-Ray?

    —No tengo idea qué sea todo eso, si acaso son aparatos de entretenimiento esas cosas no me interesan, al igual que la televisión a la que te refieres— dijo la muchacha despreocupadamente, pese a la cara de extrañeza que puso Rivera en contraparte.

    —¿Sin tele, ni DVD? Entonces, ¿qué tal una computadora?

    Rei negaba sacudiendo la cabeza, pasando de la mueca de espanto impresa en el rostro de su compañero de estudios.

    —¡Qué... pintoresco!— musitó el joven al cabo de unos momentos de estupefacción, sin poder imaginarse como es que una persona podía vivir con semejantes privaciones. Hubo de volver a tomar asiento, mientras que se reponía de la impresión —De cualquier modo, tan sólo eran un complemento, mañana puedo traerme mi laptop para verlos... el trabajo más pesado lo haremos por nuestra cuenta, y nuestra herramienta principal será el diccionario y la guía de más de 2000 ideogramas de uso básico. De todas formas, antes de comenzar sería conveniente ponernos en contexto. Como ya lo sabes, el lenguaje japonés se compone de tres silabarios distintos: hiragana, katakana y el kanji, cuyo uso varía dependiendo de sus funciones...



    A continuación se sucedió una detallada exposición acerca de los rasgos más generales de aquella lengua asiática, como sus orígenes, características y sobre todo sus diversas formas y usos. Una vez que su estudiante estuvo al tanto de dicho trasfondo, el improvisado tutor creyó prudente iniciarla en el nivel básico del tipo de escritura que más se le dificultaba: el kanji. Para tal efecto hubo de instruirla primero en el orden y ancla fonética que debía llevar en el trazo de dichos ideogramas, y al cabo de un rato la jovencita se encontraba haciendo ya una plana de los 80 caracteres de aprendizaje básico, los mismos que les eran enseñados a los estudiantes del primer nivel de educación primaria en ese país.

    Por su parte, sin ningún otro medio que le permitiera sobrellevar el rato sin distraer a su renuente discípula, Kai se las había ingeniado para pasar el tiempo dibujando un detallado retrato de la chica frente a él, quien estaba bastante ocupada como para prestar atención a lo que hacía, pero aún así trataba de mantenerse discreto para no ser descubierto por su modelo involuntaria.

    —Este es el ambiente propicio para el estudio... pero podría ser aún mucho más propicio con un poco de música de fondo— comentó, una vez que hubo de admitirse a sí mismo que necesitaba distraerse en otra cosa antes que su explosiva personalidad se desbordara, presa del tedio.



    Por tal motivo fue que buscó en el interior de su mochila su reproductor musical personal, el cual encendió después de haberle conectado una pequeña bocina portátil que también llevaba consigo, sin siquiera haber pedido permiso. Teniendo en consideración la compañía de la que disfrutaba, hubo de seleccionar cuidadosamente entre sus archivos digitales para elaborar una lista de reproducción que se compusiera solo de melodías suaves y tranquilas que no pertubaran el ambiente pacífico, ni que tampoco molestaran a la jovencita en medio de sus estudios.

    El alebrestado espíritu del muchacho pareció sosegarse con solo escuchar las notas musicales que empezaban a reproducirse a través del aparato. Así que, mucho más apaciguado y libre de casi toda su ansiedad, tuvo la confianza suficiente para fumar un cigarrillo, asomándose al exterior por la misma ventana desde la cual le había sido arrojado un balde de agua al final de su fallida serenata y dejando que un claro rayo de sol profanara las tinieblas que reinaban en el apartamento de su anfitriona.



    Ella reparaba en todas esas acciones, buscando en la alforja de su paciencia el abastecimiento suficiente como para pasar por alto tales afrentas a su espacio personal y concentrarse en la tarea que tenía a mano. Trataba de mantener la compostura y no sacar a patadas a ese insolente muchacho de su morada, pero eso hubiera implicado desobedecer una orden directa de la comandancia de NERV, que lo había designado como su tutor privado. Ir en contra de cualquier indicación que proviniera de Gendo Ikari era algo que ni siquiera podía concebir. Por supuesto, estaba ignorante del arreglo hecho entre el joven Doctor Rivera y la Doctora Akagi.

    Y es que, a pesar de las buenas intenciones del chiquillo, el ambiente se había tornado mucho más pesado para Rei desde el inicio de aquella irrupción musical. El ritmo calmo y repetitivo de las piezas que escuchaba la exasperaban sobremanera, la mayoría de ellas pertenecientes a un género que ella no sabía que se llamaba “New Age”. Le parecía más bien volver a estar escuchando los cantos religiosos de la misa del Domingo, de vuelta en el convento, recuerdo que en específico no le era nada grato. Aquellas composiciones siempre le habían parecido funestas y soporíferas en extremo, cuya único propósito parecía ser alargar innecesariamente una ceremonia de por sí ya bastante tardada.



    Estaba tentada a externar la molestia que dichas melodías le ocasionaban,cuando fue interrumpida por un súbito cambio de tono en la pista que sucedía a continuación. Un estridente y violento movimiento de acordes producidos por guitarras eléctricas y el salvaje estremecer de una batería irrumpió entonces en aquella estancia, poniendo en alerta a Rivera de que una vez más los nombres de sus archivos de música se habían mezclado. Un error bastante común que perpetraba su reproductor musical. Antes que pudiera hacver algo para detener su curso, una rasposa voz masculina comenzó a cantar, ó para el caso más bien a gritar en alemán:



    “Wer zu lebzeit gut auf erden

    wird nach dem tod ein engel werden

    den blick 'gen himmel fragst du dann

    warum man sie nicht sehen kann?...”



    “Quien en su vida fue bueno en la Tierra, después de la muerte se convierte en ángel, vuelves la mirada y preguntas al cielo: ¿porqué no se les puede ver?”. Kai estaba seguro que la chica no entendería el significado profano de esas letras teutonas, más sin embargo el tono hostil con el que eran proferidas resultaba ser bastante claro para cualquiera. Por tanto, la forma en la que se abalanzó sobre el aparato, como si acaso se tratara de una granada activa, estaba mucho más que justificada ó por lo menos era lo que él pensaba.

    —¡Perdón, perdón!— se excusó una y otra vez, creyendo haber cometido una falta mayúscula —¡Fue mi culpa, es un descuido de mi parte! ¡Lo que pasa es que esta porquería barata mezcla los nombres de las canciones y es por eso que a veces ni sé qué se le va a ocurrir tocar! ¡Lo siento, lo siento, no volverá a suceder!

    —Está bien, no me molesta— respondió Rei, alzando la mano para impedir que el joven detuviera la reproducción en curso, con la cual se estaba mostrando extrañamente fascinada, tanto que hasta había detenido sus ejercicios de escritura —Déjala que continúe, por favor... quisiera saber como termina...



    “Sie leben hinterm Sonnenschein,

    Getrennt von uns unendlich weit

    Sie müssen sich an Sterne krallen,

    Damit sie nicht vom Himmel fallen”



    “Erst wenn die Wolken schlafen geh'n,

    Kann man uns am Himmel seh'n...

    Wir haben Angst und sind allein.

    Gott weiß ich will kein Engel sein!”


    “Ellos viven detrás del brillo del Sol, apartados de nosotros demasiado lejos, deben aferrarse a una estrella si no quieren caer del Cielo. Justo cuando las nubes se van a dormir se nos puede ver en el Cielo, tenemos miedo y estamos solos. ¡Dios sabe que no quiero ser un ángel!” Rivera miraba sorprendido la expresión de beneplácito en el rostro de la chiquilla, gesto ocasionado con la sola escucha de aquella potente, estridente y distorsionada pieza musical, la que irradiaba violencia y una suerte de furia rebelde en cada una de sus notas. Incluso le pareció ver que Ayanami seguía el ritmo alzando y bajando repetidamente su barbilla.

    —¿Y esto como se llama?— preguntó la jovencita, curiosa, una vez que había terminado de escuchar sin interrupciones la repetición de la canción, lo que ella misma había solicitado —¿Es que tiene algún nombre?

    —Pues... el nombre de la banda es Rammstein... son alemanes— respondió el muchacho, sin ocultar su desconcierto —Si te refieres al género musical... creo que se refieren a eso como metal industrial... aunque en realidad es una mezcolanza rara de muchas otras cosas, hasta algo de electrónica podría entrar en ese batidillo...

    —¿Existen más grupos que toquen algo como eso?— inquirió de nueva cuenta la señorita, al parecer muy interesada en el tema.

    —¿Muchos gritos y ruidos ensordecedores con letras deprimentes? ¡Por supuesto!— Kai vio entonces como un gesto positivo el repentino entusiasmo de su compañera en dicho estilo musical, acaso por que era lo primero en lo que manifestaba alguna predilección, aunque últimamente también le daba mucho por la natación —Therion, Megadeth, Black Sabbath son algunos de los más conocidos... aunque para mi gusto, los mejores de ese estilo son Van Halen, pero eso ya es cosa de cada quien...

    —¿Puedes... poner más canciones de ese estilo?— solicitó Rei, mostrándose algo vacilante al saberse expuesta y acortando la distancia que ella misma había interpuesto con su acompañante.



    Así fue como el resto de aquella lección a domicilio transcurrió al frenético ritmo del punk, toda clase de metales, desde el suave hasta el heavy y el rock duro. No dejaba de ser curioso que la parsimoniosa muchacha resultara ser atraída por semejante estilo musical, de naturaleza marcadamente violenta, lo que constrastaba de lleno con su apacible e indolente personalidad. Pero lo cierto es que Rei parecía desenvolverse mejor al compás de la estridente música, encontrando ella misma que podía concentrarse más fácilmente y que aquellos rugidos liberaban un poco de la presión que sentía tener a cuestas. Había algo en el violento tono de aquellas piezas que parecían mostrarle el camino a la libertad y a la redención total, que le hablaban de una vida diferente, mejor. Los minutos a partir de entonces se sucedieron como agua escurriéndose entre los dedos, sobrellevados por su recién adquirido gusto musical y todas las preguntas que del mismo hacía a su complacido tutor privado, quien veía un signo positivo en cada ocasión que la muchacha era quien le dirigía la palabra.



    Fue alentado por dicha suposición y la familiaridad suscitada por la larga conversación que habían sostenido acerca de la musica, que, una vez que consideró que el tiempo suficiente para los ejercicios caligráficos de Rei había concluído, quiso volver a probar suerte y tantear sus límites a la vez:

    —Creo que eso es todo por hoy— dijo al levantarse de su asiento y comenzar a recoger sus cosas, revisando la hora en su reloj —Tuvimos un gran avance, pero con eso basta de momento. Continuaremos con la lección mañana mismo, donde la dejamos, ya empieza a hacerse tarde... y... pues... bueno, quisiera saber... ¿es que me vas a dar un besito de despedida, ó eres de esas chicas que no besan en la primera cita? ¡Jajaja, claro que esto no cuenta como cita! ¿Ó sí?



    Ayanami lo observó con detenimiento, pasando del ridículo bochorno que el muchacho fingía sufrir en su simpleza exasperante. Quizás también inspirada por el fiero espíritu que acababa de descubrir en las piezas musicales que esa misma tarde la habían deleitado sobremanera, fue entonces que un momento de claridad le sobrevino. Una solución al dilema que le reprentaba aquél joven se le presentó tan clara y tan sencilla que le extrañaba no haber pensado en ella antes, tan simple como era. Después de tanto tiempo, le quedaba claro que Rivera no se detendría, jamás la dejaría en paz en tanto no consiguiera lo que de ella quería. ¿Porqué mejor no simplemente dárselo?

    —Dejémonos de juegos y demás estupideces— pronunció la muchacha, resuelta.

    Sin saber bien a lo que se refería, Kai observó perplejo como su compañera se ponía en pie y desabotanaba la falda gris que era parte del uniforme escolar que llevaba puesto, la que cayó enseguida al piso como un peso muerto, cubriendo sus pies. Rápidamente continuó con su blusa blanca, la que abrió en un parpadeo con sus dedos ágiles y fue a unirse a su falda en el suelo.



    Paralizado en su lugar por la súbita impresión, el muchacho se veía a sí mismo despojado del habla y de todo pensamiento, hecho un prisionero en su propio cuerpo, cuyos músculos no le respondían como si hubieran dejado de pertenecerle y ahora le fueran completamente ajenos. Sus pupilas se dilataron aún más y su boca se resecó todavía más de lo que ya estaba al contemplar como Rei desabrochaba su sostén y enseguida, con suma presteza, se despojaba de sus pantaletas, exponiéndole finalmente su cuerpo entero al desnudo para que pudiera apreciarlo en todo su esplendor, sin indumentaria ni revestimiento alguno.

    El paisaje que se presentaba a los frenéticos ojos del muchacho era una auténtica delicia,un festín a la vista que ni en sus más salvajes sueños pudo haber imaginado. Pero su pulso y corazón acelerado, que parecía querer salírsele por la boca, el sudor frío y estremecimiento que comenzaban a recorrer todo su ser, y aquella corriente eléctrica que lo sacudía, todo le avisaba a sus sentidos que lo que presenciaba no era un sueño, ni producto de su imaginación. En realidad estaba pasando. Estaba viendo a Rei Ayanami desnuda, en carne propia, ante su golosa mirada. El cúmulo de sensaciones que eso le provocaba amenazaba con una sobrecarga mayúscula que terminaría friendo a su desprevenido cerebro, que no sabía como procesar toda la información que le llegaba desbordada a través de todos sus alborotados sentidos, como un poderoso tsunami abatiendo una playa indefensa.



    Por un largo rato los dos permanecieron así uno frente al otro, sin que mediaran las palabras entre ellos. En todo ese tiempo la expresión distante que le era tan natural permaneció indeleble en el rostro de la jovencita, sin alterarse un ápice por estar expuesta a los ojos del estupefacto chiquillo que no podía quitarle la mirada de encima, boquiabierto.

    —Comprendo muy bien que la fijación que sientes hacia mí es producto de tu instinto de reproducción, alentado por hormonas y demás sustancias químicas que circulan en tu cuerpo— dijo finalmente la muchacha, de la manera más fría que jamás haya empleado para dirigirse a alguien, y eso ya era bastante decir para alguien como ella —Por mi parte, estoy harta de tus insinuaciones y de que siempre estés detrás de mí, persiguiéndome como una fiera a su presa. No estoy interesada en formar parte en este absurdo ritual de apareamiento al que ustedes llaman, sin razón alguna, “enamoramiento” ó “romance”. Todo eso para mí es sólo palabrería hueca, sin sentido. Si lo que tanto ansías es fornicar conmigo hagámoslo ya, de una vez por todas. Aquí estoy frente a ti, dispuesta a ofrecerte mi cuerpo si con eso puedes saciar tus bajos instintos y verte librado de esa manera de la malsana obsesión que tienes hacia mí. Úsame como mejor te convenga y acaba de una vez con toda esta ridiculez, y líbrame ya de tener que padecer tu acoso todos los días. Eso sí, dos cosas te puedo asegurar antes de que lo hagas: no procrearás ninguna descendencia conmigo... y dos: el que te permita copular conmigo no quiere decir que seré “tu mujer” ni nada por el estilo. Será, simplemente, un acto natural y voluntario que nos permitirá desvincularnos el uno del otro cuando termine. Al final, ya que te hayas desahogado, verás que no soy algo por lo que valga la pena realizar todo el esfuerzo que has estado haciendo, por hacerme sentir por ti algo que no sea fastidio ó lástima.



    Para darle énfasis a sus palabras, y demostrar la seriedad de su oferta, avanzó varios pasos hasta encontrarse justo frente al muchacho, a menos de un palmo de distancia, tan cerca de él que podía escuchar su respiración agitada y sentir los fuertes latidos que su corazón daba al estrellarse contra su pecho, si bien aún no atinaba a reaccionar de alguna forma que no fuera el parpadear esporádicamente ó tragar saliva de cuando en cuando.

    —No tiene caso que esperemos más— continuó Ayanami en ese tono tan indiferente que casi cortaba por lo helado que era —La ocasión es propicia, el momento inmejorable. Te aseguro que no tienes que temer, nadie nos interrumpirá en este lugar y ninguna otra persona sabrá lo que hicimos ahora. Así que es mejor comenzar ya, y aplacar ese oscuro deseo que te domina. Mi cuerpo está a tu entera disposición, me ofrezco a ti como ninguna otra mujer se ha ofrecido a alguien jamás: con toda sinceridad y sin algún otro propósito escondido...

    En cuanto sintió las sudorosas manos de Rivera sobre sus hombros, Rei supo que era momento de callar y prepararse lo mejor que pudiera para cumplir su promesa. Pese a la seguridad con la que había pronunciado aquellas palabras, la jovencita no pudo evitar experimentar una suerte de escalofrío que la hizo estremecerse con solo el toque de la piel del muchacho delante suyo, quien se encontraba jadeante, acaso como si estuviera falta de aliento. Cerró los ojos entonces y se dispuso a prepararse para el evento lo mejor que pudiera, pensando que podría hacerlo más llevadero si es que desconectaba su mente de su cuerpo, permitiéndole trasladarse hasta a un lugar muy lejos de allí, hasta que pasara lo que tuviera que pasar.



    Sin embargo, antes que su conciencia se trasladara quién sabe a donde, un cálido y gentil beso que se posó en su frente la hizo regresar a su contenedor carnal, desconcertada por aquella muestra de cariño. Para esos momentos había esperado que el joven ya la tuviera tumbada sobre el piso, jadeando como perro rabioso encima de ella. Por el contrario, el chico de mirada esmeralda la seguía sosteniendo de los hombros, mirándola con un marcado gesto de melancolía, para luego agacharse y recoger su blusa del piso, la que le puso sobre los hombros a modo de capa.

    —Es una oferta muy tentadora, pero me temo que no puedo aceptarla— dijo finalmente Kai, habiendo recobrado el uso de todas sus facultades, en tanto se daba la vuelta para que ella no pudiera ver su expresión desencajada, sintiendo como si estuviera a punto de romper en llanto, como pocas veces en su vida —Y es que de nada me serviría tener tu cuerpo sino tengo lo más importante: tu amor. Quiero que si alguna vez decides estar conmigo sea porque me he ganado tu corazón, que el que nos unamos carnalmente sea tan sólo una consecuencia del amor que sintamos el uno por el otro. De esta forma como me lo propones, sólo sería... un acto animal, nada más que eso... y el saber que sólo lo haces por obligación... me destrozaría por dentro, aún más de lo que ya estoy. Aún así, te debo una disculpa. Debí darme cuenta desde mucho antes que sólo estaba siendo una molestia para ti, todo este tiempo. Lamento mucho que hayamos tenido que llegar a esto para venir a enterarme, me siento como un verdadero imbécil, creyendo ver cosas, señales que nunca estuvieron ahí, sólo en mi imaginación...

    Rivera hubo de dar un largo suspiro para volver a oxigenar su cerebro, mientras que continuaba, dirigiéndose a la salida y dándole la espalda por completo:

    —La primera vez que te vi... fue como ver por vez primera la luz del día, vi en tu mirada un resplandor que me mostraba la promesa de una vida mejor, más llevadera... a tu lado... y cuando te vi a los ojos... llegué a pensar que tú también creías lo mismo, por un chispazo que se asomó en tu mirada. Ahora... ahora sé que me equivoqué... y lo siento... por todas la molestias que te causé, todas las vergüenzas a las que te sometí... perdón por todo. Pero puedo prometerte que a partir de este momento ya no tendrás que precuparte de nuevo por mí, ó por mis indiscreciones. Desde hoy, te prometo alejarme de ti y abstenerme de cualquier otro intento por estar contigo. Nuestra relación será estrictamente profesional y jamás pasará de eso. Te daré tus lecciones cada tercer día, y sólo te entregaré los ejercicios en turno, revisaré y correjiré los anteriores en donde haga falta y me marcharé sin mayor demora. En el trabajo... sólo te dirigiré la palabra cuando haga falta... de ahí en más, ya no tendrás que preocuparte porque vuelva a importunarte... nunca más...

    Kai ya estaba abriendo la puerta, lo suficiente para salir sin exponer al exterior la condición de Ayanami, quien había permanecido de pie todo ese tiempo sin pronunciar vocablo alguno, únicamente mirándolo como un pajarillo desorientado.

    —Yo... siento haber sido tan estúpido... espero... que algún día puedas perdonarme. Adiós...

    Y sin tener más que agregar el muchacho salió, deslizándose por la abertura y cerrando la puerta detrás de sí, sin mirar hacia atrás.



    No obstante, lo poco que pudo atisbar la jovencita de su acongojado rostro, le hablaba de la existencia de una extraña faceta que pocas veces le había visto a aquél muchacho, que le permitía entrever que había algo mucho más profundo enterrado entre tantas capas de densa fanfarronería y hueca simpleza que Rivera se empeñaba tanto en proyectar hacia el exterior. Y por otro lado, el que Kai le hubiera dado la espalda y se hubiera marchado, luego de la manera tan directa en la que se le había ofrecido, la hacía sentirse... despreciada. Y un poco humillada, aunque eso todavía no lo sabía a ciencia cierta. Y es que, a pesar de todo lo que se pudiera uno imaginar, con todo y su raudal de peculiaridades, aquella singular chiquilla no dejaba de ser una mujer, a fin de cuentas. Tan voluble y tan despistada como podría ser cualquier otro especímen de ese fascinante género.



    Por su parte, el alicaído jovenzuelo que había sufrido tal desencanto caminaba a su casa con pies tan pesados como lozas, las que debía arrastrar con gran esfuerzo para poder desplazarse. Iba completamente encorvado por las calles que empezaban a oscurecer, la vista gacha y el ánimo por los suelos. Lo que más deseaba en esos momentos era hacerse tan pequeño que ningún otro ser vivo pudiera verlo, reducirse a una escala microscópica hasta desaparecer por completo, tragado por el refugio que le brindaba el olvido. Se sentía indigno incluso del aire que respiraba. Y es que, como cualquier otro adolescente, el enterarse que el objeto de todo su afecto no le correspondía, y que por el contrario, lo aborrecía como a la peste, era un golpe demasiado duro para él, del que difícilmente llegaría a reponerse. Era en esos momentos lo peor, lo más bajo y ruin que la raza humana tuviera que ofrecer. Creía firmemente en ello con la irresoluble convicción e intensidad que solamente una persona de esa edad podría manifestar. Se despreciaba a sí mismo como nunca antes por no haber sido digno de ella ni de sus atenciones. Todo su estado emocional podía reducirse en el desgarrador grito que enarboló, luego de haber pateado una lata tirada en la calle tan fuerte como pudo, un alarido tanto de cólera como de reclamo al cruel destino que lo había llevado a conocer al amor de su vida, sólo para haberle negado su favor:

    —¡¡¡¿Porqué ella no me amaaa?!!! ¡¡¡¿Porqueeeé?!!!


    Sin importarle el infortunio de aquél ó de cualquier otro joven enamorado, el tiempo continuó su irrefrenable curso, demostrando con su paso que la palabra empeñada por Rivera había resultado ser cierta. Abruptamente había dejado de asistir a clases, con lo que la calma y tranquilidad regresaba al interior del grupo 2A de la Escuela Secundaria Numero 1 de Tokio 3. Del mismo modo, se le había dejado de ver con tanta frecuencia en las instalaciones del Geofrente, esto para desilusión de muchos, que veían en las desventuras del ocurrente muchacho un buen pretexto para aliviar las tensiones que acarreaba un pesado trabajo como el que ahí dentro se llevaba a cabo. Asimismo, Ayanami había vuelto a las monótonas jornadas en las que consistía su trajín diario, carentes de cualquier exabrupto que pudiera causar su locuaz admirador y sin saber de él más que por los correos electrónicos mediante los cuales le mandaba sus lecciones de idioma y revisaba sus avances, todos ellos consistentes en un compendio de mensajes impersonales que bien pudieran haber sido escritos por un programa en línea y no por una persona que en varias ocasiones había manifestado amarla como a ninguna otra.


    Dicho sea de paso, aquello poco ó nada le importaba al Comandante Gendo Ikari ni al Profesor Kozoh Fuyutski, más interesados en otro de los aspectos del repentino desapego que el joven Doctor Rivera manifestaba hacia todo.

    —Vigilancia confirma que el muchacho no ha estado en estas instalaciones en más de dos semanas, y mis contactos me informan que no ha establecido comunicación alguna con los altos mando de las Naciones Unidas— comunicaba Fuyutski con aire complacido mientras que ambos personajes recorrían los largos corredores de su cuartel general —El Comité de Evaluación no pudo haberse reunido en un mejor momento, una vez que el chiquillo se ha pasado todo este tiempo encerrado como un ermitaño en su departamento, curándose de su mal de amores. Llegará al proceso de revisión sin algún avance significativo en su propuesta, la que será desechada y olvidada más rápido que cualquier otra ridícula canción de moda pasajera. Y todo sin haber tenido que levantar un solo dedo en su contra, Ikari... quizás puedas aprender una cosa ó dos de como es que manejé todo este asunto...

    —Por nuestro bien, será mejor que tenga razón, Profesor. Por mi parte, no puedo esperar para ver como el comité hace pedazos a ese mocoso arrogante y bueno para nada... he esperado mucho tiempo para que alguien lo ponga en su lugar, y hoy, finalmente años de paciente espera rinden sus frutos.



    Gendo puso final a la exposición verbal de sus anhelos una vez que ambos entraban a la amplia sala de demostración que se había improvisado rápidamente para que el Doctor Rivera llevara a cabo la rendición de su programado primer informe de actividades ante un comité que se componía de varias personas, todas ellas eminencias con cargos importantes dentro del gobierno mundial y varios miembros destacados del ámbito científico. Eran ellos quienes se encargarían de evaluar qué tan plausible era la propuesta hecha por Rivera, y quienes en última instancia darían su aval para la aprobación de la puesta en marcha de su audaz iniciativa.



    Si el Comandante Ikari tenía a cuestas a una gran camarilla de detractores, lo mismo podría decirse del joven científico cuyo trabajo sería puesto a prueba aquél día, ya que a través de los años se había ganado la antipatía de no pocos de sus colegas debido a su despreocupado proceder, además de la justificada envidia que despertaba por haber conseguido a tan corta edad lo que a la mayoría le costaba toda una vida de riguroso estudio y ferrea determinación. La lista de personas que por meras razones académicas no simpatizaban con aquél desparpajado chiquillo, quien había puesto de cabeza el mundillo de la ciencia, era tan larga como un directorio teléfonico. Y los más destacados de todos ellos eran quienes componían la plana mayor de aquél comité que ese día entraba en sesión.


    Cuando los dirigentes de NERV ingresaron al salón la reunión aún no comenzaba de manera formal, pero aún así los ánimos ya se encontraban bastante caldeados ahí dentro. Uno de los investigadores convocados alzaba airadamente su puño, en donde estrujaba el escueto informe de actividades que se les había proporcionado, el cual parecía más bien la tarea de un estudiante de educación primaria, consistente solamente en tres hojas de papel tamaño carta.

    —¡Esta será la última vez que te burlas de todos nosotros, chiquillo ignorante!— reclamaba con vehemencia el alterado sujeto —¡Así aprenderás a dejar de hacernos perder el tiempo con tus estupideces!

    —¡Bien dicho! ¡Este documento y el propósito de esta junta no son más que una burla para todos los que estamos aquí!

    —¡Tenemos cosas mucho más importantes que hacer que venir hasta esta tierra olvidada de Dios, solamente por el capricho de un escolapio venido a más!

    —¡Acabemos con esto de una vez, para que todos podamos volver a nuestros asuntos lo más pronto posible! ¡Al diablo con Rivera y todas sus ridículas fantasías!

    —¡Puedes considerarte acabado después del fiasco que nos has hecho pasar este día, niño imbécil!

    —¡¿Quieres dejar de hacerte el idiota y responder ante nosotros como un hombre, ó es que acaso no eres capaz de eso?! ¡Afronta las consecuencias de tus actos, necio!

    —¡Así es! ¿Qué es lo que tiene que decir acerca de su rotunda fracaso, Doctor Rivera? ¡Hable ahora!


    Durante todo el tiempo que había durado su precaria comparecencia, el joven prodigio que tanta animadversión causaba había permanecido en silencio, sentado detrás de un escritorio al frente de la sala, con los ojos cerrados y los brazos cruzados, recargado sobre un enorme cristal rectangular a sus espaldas, como si estuviera tomando una plácida siesta en lugar de encabezar una importante reunión de trabajo de tamaña envergadura como en la que se encontraba. No obstante, una vez que se percató que Ikari y Fuyutski se encontraban presentes, finalmente pareció despabilarse, poniéndose de pie para dar por iniciada la reunión:

    —Buenos días, señores y señoras— saludó en tono ecuánime y bien ponderado, tan erguido como una columna bien derecha —Agradezco a todos por su tiempo y la gentileza que tuvieron para acudir hoy a esta cita. En sus manos tienen el resultado del trabajo de investigación que he llevado a cabo en el tiempo previamente acordado ante la Secretaria General de las Naciones Unidas, así como el nuevo cronograma para la siguiente fase de la iniciativa que he presentado, una vez que la fase anterior ha sido concluida satisfactoriamente, como todos ustedes pueden apreciar en dicho documento.

    —¿De qué rayos estás hablando, estúpido orate? ¡En este ridículo panfleto sólo aparecen promesas y fantasías, nada que valide realmente tus desfiguros y alucinaciones!

    —¡Es verdad! ¿Donde están tus fuentes acreditadas, tu trabajo de investigación y desarrollo, tus estudios de campo que certifiquen tu marco teórico y tus absurdas hipótesis?

    —¡Todo esto no es más que literatura de ficción barata! ¡Nada que puedas hacer pasar como auténtica documentación científica!

    —¡Pruebas, Rivera! ¡Exigimos pruebas, de que en realidad has estado trabajando todo este tiempo y no solamente persiguiendo faldas a expensas del presupuesto!

    —Por supuesto, sé de antemano que todos los aquí presentes leyeron y estudiaron cuidadosamente el convenio que suscribí con la Organización de las Naciones Unidas— respondió el muchacho con voz firme y severa, colocándose una bata de laboratorio y gruesas gafas de seguridad —Así que no tendrán problema en recordar la clásula de confidencialidad, específicamente el apartado III, inciso D, donde estipula con toda claridad que puedo conservar la secrecía de la investigación que desarrolle bajo este acuerdo, lo que comprende fórmulas, ecuaciones y patentes que deriven de dicho trabajo, todo por un periodo de diez años. Así que no tendré necesidad de aclarar el porqué esa información no viene incluida en el presente informe, al hacer uso de mi derecho a reservarme dichos datos de naturaleza clasificada.

    Todos los iracundos presentes quedaron entonces con la palabra en la boca, mirándose los unos a los otros con cierto rastro de culpabilidad y como buscando a algún osado que pudiera objetar aquél demoledor argumento con el que los silenciaban de momento.


    —Aún así, comprendo muy bien que a fin de cuentas las palabras se las lleva el viento, y que no son nada sin una acción ó hecho concreto que las sustente— continuó el joven, volviéndose hacia el cristal a sus espaldas, que dejaba entrever una cámara contigua donde operaba un brazo robot a control remoto y demás instrumental siderúrgico —Es por eso que requerí de su presencia física para la demostración que tengo planeada para hoy. Si pueden seguir prestándome más minutos de su tiempo, háganme el favor de dirigir su atención a la cámara anexa. Esta pieza de metal que en estos momentos estoy sosteniendo con este equipo está hecha con el mismo material que NERV ha utilizado como blindaje para sus unidades Evangelion. Incluso se me ha dicho que esta aleación en particular es más fuerte que sus predecesoras y que será utilizada como parte de la armadura que revestirá al Modelo de Pruebas, el Eva 01. Con un láser, muy similar al que acabo de activar, es como el equipo de ensamblaje de esta agencia da forma y terminado a todas las piezas que van necesitando...

    El apéndice mecánico que controlaba Rivera pasó el fragmento metálico en cuestión a través del haz luminoso, el cual atravesó y rebanó la pieza sin ningún problema. Los pedazos resultantes cayeron al piso, despidiendo humo blanquecino de los extremos por donde el láser había pasado. Enseguida el brazo robótico develó una nueva pieza metálica que hasta entonces había permanecido cubierta por un trapo, sosteniéndola en el aire para que pudiera ser apreciada por el público expectante.

    —Este de aquí es un fragmento de un material descubierto hace apenas unos quince años, cuyas propiedades será mejor que las aprecien por ustedes mismos, en lugar de una tediosa explicación fuera de lugar.

    La maquinaria operada por el muchacho pasó aquella muestra por el mismo láser utilizado momentos antes. Para asombro de todos los ahí reunidos, el láser no consiguió atravesar la pieza de aquél metal desconocido. El hilo de luz se concentró en un mismo punto, pero no había signos visibles de daño alguno en el material.

    —Podemos seguir aquí todo el día, pero lo único que lograríamos sería sobrecalentar el mecanismo del láser mucho antes de que éste consiguiera hacer algún rasguño sobre la superficie de esta muestra— informó el joven doctor, desactivando el aparato láser para que el pleno del comité constatara que la pieza sostenida por el robot había salido indemne de la prueba.



    Mientras que todos permanecían atónitos, el brazo mecánico colocó de nuevo la pieza de donde la había tomado, para luego recoger los pedazos aún humeantes de la muestra anterior y colocarlos todos juntos. Acto seguido, Rivera retiró aquella herramienta que le permitía manipular materiales a distancia, desactivándola desde su lugar. Con otra secuencia de comandos tecleada en su dispositivo electrónico de control remoto, un aparato cilíndrico del tamaño de un bolígrafo se encendió en el interior de la cámara. Una serie de luces rojas que se iban extinguiendo daban cuenta de la existencia de un mecanismo de tiempo funcionando en su interior.

    —Acabo de activar un aparato explosivo al que llamo “Granada N2”, cuyo nombre me parece que revela claramente su función. Haciendo uso de la tecnología N2, este artefacto volátil tiene un rango preciso de alcance de seis metros a la redonda, y hará explosión en...— el joven doctor hubo de arremangarse su bata para ver el reloj en su muñeca izquierda, y comenzar un conteo regresivo —10... 9... 8... 7...

    Aquello puso en alerta a todos los demás, que se abalanzaron hacia la salida en medio de frenéticos alaridos de espanto:

    —¡Corran! ¡Este imbécil nos va a matar a todos!

    —¡Sálvese quien pueda!

    —...0...

    La cámara de pruebas se convirtió entonces en un océano de llamas, un infierno sobre la tierra que despedía una intensa luz que desdibujó todo hasta tornarlo completamente blanco. Pese a la alarma general que había cundido, el estallido se delimitó a aquella sala aislada, que comprendía con exactitud el radio de alcance descrito previamente por el Doctor Rivera, quien durante todo el tiempo se había mantenido ajeno a la conmoción que dominaba a sus colegas, mirando fijamente la explosión a través de sus gruesas gafas opacas, que protegían sus retinas de cualquier daño.

    Una vez que terminó el estremecimiento y todos los ahí reunidos pudieron ver con claridad nuevamente, los primeros en incorporarse pudieron apreciar que el artefacto N2 había desintegrado todo en la cámara anexa, incluyendo el brazo robot y demás instrumental que se había instalado allí. De inmediato su atención se volcó al negligente joven que había puesto sus vidas en peligro, el cual ahora observaba detenidamente una fractura que se había producido a lo alto del cristal frente a él.

    —Jum, me aseguraron que esta cosa tenía quince centímetros de espesor— musitó el chiquillo con desdén, sin prestar atención a los reclamos que comenzaban a sucederse —Obviamente alguien me quiso ver la cara...

    —¡Niño idiota! ¡¿Qué rayos crees que estás haciendo?!

    —¡Pudiste habernos matado, desgraciado!

    —¡¿Y todo eso para qué, bastardo infeliz?!

    —Como todos ustedes bien lo saben, la reacción provacada por los dispositivos N2 es la fuerza destructiva más poderosa de la que tenemos conocimiento hasta ahora— precisó Rivera, sin voltearse hacia la iracunda multitud a sus espaldas —Su potencia de fuego no puede ser igualada ni por nitroglicerina, trinitolotrueno ó incluso por elementos radioactivos ó cualquier otra sustancia conocida por el hombre. No hay material que resista una descarga de este tipo, que vaporiza todo lo que esté a su alcance. Ó era lo que se pensaba hasta hace muy poco...

    El muchacho señaló a través del cristal, cuidándose de no tocar la superficie que despedía un calor intenso aún desde la distancia a la que se encontraba.

    —¡¿Pero qué diablos...?!

    Aquella fue la reacción unánime cuando los investigadores divisaron el fragmento del misterioso metal mostrado por Rivera, yaciendo en el piso sin alguna fractura, quemadura ó daño visible, mientras que todo lo demás en aquella sala se había desvanecido como en un sueño.

    —Tenemos ante nosotros un raro elemento como nunca se ha visto, un metal cuya propiedad más sobresaliente ustedes mismos acaban de comprobar— pronunció el joven, sin quitar la vista del fragmento —Me atrevo a decir que estamos en presencia del primer y único elemento que puede decirse que es indestructible, indivisible, perenne... eterno... de hecho, todos los estudios que le he practicado a la presente muestra datan su edad en unos 65 millones de años... y no muestra signos visibles de desgaste ó corrosión... en su presente condición, la pieza no puede ser ni dividida ni disuelta ni deformada de forma alguna.

    —En ese caso, ¿cuál puede ser su utilidad, a no ser la de un pisapapeles muy sofisticado?

    —La única forma de manipular este compuesto metálico es en su estado natural, que es líquido. Una vez que se enfría a temperatura ambiente, como es el caso de la presente muestra, se vuelve resistente a todo daño ó alteración...

    —¿Y es que acaso espera encontrar por arte de magia algún yacimiento escondido de esta abominación?

    —A decir verdad, en estos mismos instantes, un equipo privado de perforación arrendado se encuentra en aguas del Golfo de México, justo sobre el punto donde mi investigación indica se encuentra el único depósito de este material en todo el planeta.

    —¿Nos va a decir ahora que el punto donde se encuentra dicho yacimiento también es “información clasificada”, ó porqué no incluyó nada al respecto en su dichoso informe? ¡Qué conveniente!

    —¡Así es! ¿Y cómo es que hasta ahora nadie había descubierto este metal? ¡Sobre todo si se encuentra en esa zona, una de las mejor exploradas y sobreexplotadas por las petroleras!

    —Caballeros, por favor— fue sólo hasta entonces que Kai se volvió hacia aquellos que lo interpelaban, para mostrarles una discreta sonrisa de carácter burlón —Dejando fobias y tirrias de lado, ¿en realidad me creen tan estúpido como para revelarles el punto exacto donde se puede extraer el metal más raro del mundo? Ese equipo de perforación fue contratado con fondos privados, mis propios fondos, y como todos ustedes saben, el metal es de quién lo saca primero...

    —¿A qué viene a cuenta todo esto?— interrogó entonces Gendo Ikari, quien hasta entonces había permanecido callado, a la expectativa, alzándose frente a todos los demás llegado el momento —¿Qué tiene que ver este nuevo material y su subsecuente explotación con la iniciativa que venimos ahora a discutir?

    La sonrisa socarrona en los labios de Rivera se ensanchó aún más al contemplar a su principal contendiente, su verdadero rival a vencer aquél día. Con aire complacido se retiró las gafas, para poder ver directamente a los ojos a su adversario.

    —Según han arrojado mis investigaciones, este elemento químico es el componente principal en la elaboración de un tipo de aleación bastante especial, que resulta ser la materia prima en la producción de cierta arma humanoide multipropósito, de la que hasta este momento sólo se encuentra en fase de pruebas y prototipos fallidos— el Doctor Rivera encendió un proyector holográfico, el cual mediante el uso de haces de luz mostraba a todos planos de un robot Evangelion en una escala tan grande como el mismo salón que albergaba a todos ellos, lo que delataba que el joven se había tomado más tiempo para la realización de un trabajo mucho más detallado y minucioso del que en un principio se hubiera pensado —Un artefacto de proporciones descomunales, que de ser realizado como es debido, contará con una fuente de energía provista de un abastecimiento ilimitado, estoy hablando de un supersolenoide: un Motor S2, cuyas propiedades únicas convertirían dicha máquina, más que en un arma, en un medio de transporte que permitirá a la humanidad explorar los confines del espacio y el tiempo...

    —¿Energía ilimitada?

    —¡Eso es un sinsentido, una locura!

    —Todo se encuentra aquí— con un ademán, las imágenes proyectadas cambiaron de golpe, mostrando en esos momentos una serie de símbolos que tapizaron las paredes, consistentes en fórmulas matemáticas mezcladas con jeroglíficos de algún tipo. Al igual que la vez anterior, los allí reunidos voltearon en derredor para poder apreciarlos en su totalidad, mientras Rivera seguía con su melodramática explicación —Los trabajos finales de los Doctores Jouzou Katsuragi y José Rivera, a los que tengo acceso directo. Basándome en estos datos y vinculándolos en un solo marco teórico puedo afirmar con toda categoría que la construcción de dicho artefacto es más que posible, casi un hecho. Sé muy bien que en la presente coyuntura, pensar en una fuente de energía perpetua está completamente fuera de lugar. Pero estamos ante un descubrimiento que revolucionará todo lo que conocemos y el lugar que tenemos en este universo, un hito histórico que nos permitirá dar un gran salto en nuestro avance científico. ¿Es una locura? Lo mismo se decía unos cuantos años atrás, cuando la tecnología N2 estaba en desarrollo. Recuerdo muy bien que varias de las personas que hoy mismo están aquí reunidas, en ese entonces afirmaron categóricamente que era imposible causar una explosión que superara el poder de fuego de un arma atómica sin provocar radioactividad residual. Sin embargo, hace unos minutos acabamos de presenciar una reacción de esa naturaleza, justo frente a nuestros ojos...

    —Aún así, no hay garantías que este proyecto arroje los mismos resultados— atajó Ikari, sin dejarse amedrentar —Sobre todo teniendo en cuenta que la iniciativa que hoy estamos evaluando se basa casi exclusivamente en estudios e investigaciones inconclusas, abandonadas ya hace muchos años...

    —Me sorprende que sea usted quien afirme algo como eso, señor Ikari— respondió el muchacho en el mismo tono —¿Ó es que acaso no se enfrentó usted a la misma clase de prejuicios y cuestionamientos en contra cuando presentó la iniciativa del Proyecto Eva? Y aún así, su propuesta resultó ser aprobada a final de cuentas... ¿Porqué no habría de suceder lo mismo ahora, cuando se le propone una mejora sustancial a su proyecto original? Usted y yo, ambos creemos en lo que hacemos, señor Ikari. Si por un momento llegáramos a pensar que nuestro trabajo no tiene posibilidad de éxito ni siquiera estaríamos aquí el día de hoy. Al final de todo, no es ni su reputación ni la de cualquier otro que nos acompaña en estos momentos la que está en juego. Es la mía, señores. Soy yo el que está arriesgándose a perder todo si no alcanzo el objetivo que se ha trazado. Hasta este momento, todos los gastos operativos han sido solventados con mi bolsillo, al igual que lo será la siguiente etapa que necesita su aprobación. No será hasta la Fase III del plan que se necesitará la aportación de recursos gubernamentales, una vez que la construcción de la primer Unidad Evangelion Especializada para el Combate sea una certeza. Así que, ¿qué tienen que perder en estos momentos? Si fracaso, el que habrá perdido todos sus recursos monetarios y logísticos seré yo, sin hablar de que será sin duda el fin de mi carrera académica y científica. No tienen que fingir conmigo, sé que a muchos de aquí les agradaría ver eso. ¿Pero qué tal si tengo éxito? Entonces las Fuerzas Armadas de las Naciones Unidas contarán con el arma más poderosa jamás construida, que volverá obsoleta incluso a la Tecnología N2 y que cambiará radicalmente la forma en la que las guerras futuras serán peleadas. Si es que hay algún valiente que se quiera oponer al gobierno mundial una vez que cuente con esta superarma...

    El destello que resplandeció en los ojos de los altos mandos militares presentes, quienes serían los que tendrían la última palabra aquél día, avisaba a Rivera que ya los tenía en la bolsa y que saldría victorioso en aquella jornada.



    Así que, mientras todos los demás se arremolinaban en torno al joven Doctor Rivera, deliberando entre ellos en medio de una conmoción ensordecedora, el Comandante Ikari y el Profesor Fuyutski abandonaron el salón de la manera más discreta que les fue posible. Dado el alboroto que imperaba en esos instantes nadie se percató de su partida.

    —Parece que el chiquillo estaba mucho más repuesto de lo que pensaba, Profesor— musitó Gendo luego de que ambos hubieran recorrido un trecho largo en absoluto silencio.

    Fuyutski asintió con la cabeza, sin el ánimo de responder. Caminaba algo encorvado, cosa rara en él, lo que denotaba su alicaído estado anímico. Estaba bastante consciente que sus esfuerzos por distraer a Rivera habían sido en vano, y que ahora lo que seguía era inevitable. Y eso lo perturbaba sobremanera, no por que sintiera cualquier clase de afecto por aquél imprudente jovencito, sino por que ya cargaba con demasiadas culpas en su atiborrada conciencia y había hecho todo lo posible para evitarse llevar un peso más encima.

    —Es usted un hombre decente, Profesor— prosiguió Ikari, casi susurrante —Y estoy seguro que, si lo supiera, Rivera le estaría bastante agradecido por todo el empeño que puso para ayudarlo. También se lo agradezco, pero ahora seré yo quien deba hacerse cargo de la situación— dijo, mientras se separaba de su lado para abordar un elevador que le aguardaba —Consuélese en saber que usted hizo cuanto pudo para evitar que el muchacho cayera en el pozo en el que el mismo se acaba de tirar. Con su permiso, hay lugares a los que necesito ir y gente a la que ver...

    El viejo y cansado profesor siguió sin decir palabra, mirando detenidamente su reflejo distorsionado en las puertas metálicas del ascensor que se acababan de cerrar frente a él. Su pecho parecía un horno y cada respiración era como tragarse una hoja afilada. ¿Un infarto, quizás, ó solamente una amenaza de? Quien sabe. Una sola interrogante era la que taladraba su cerebro, quemando todo su ser: ¿cuánta sangre más debían derramar hasta que sus objetivos pudieran ser cumplidos? ¿Cuánta más?


    Unos cuantos pisos encima de él, Rei Ayanami se encontraba realizando su deambular cotidiano, tan tranquila y despreocupadamente como lo había venido haciendo desde hace días, sin contratiempos ni novedades al frente. En esos momentos llevaba más de tres días sin dirigirle la palabra a cualquier otro ser humano y más de una semana sin alterar su monótona rutina. Una extraña ansiedad empezaba a apoderarse de ella, en tanto cada vez se sentía más difusa, casi inexistente, una suerte de fantasma invisible en el que nadie podía reparar. Se confesaba ya con una carencia sustancial de emociones que hicieran más llevaderos los grises días de su vida. Al parecer, ahora que había experimentado lo que se sentía tener la atención y admiración incondicional de alguien más se había vuelto adicta a aquella sensación, o por lo menos se había acostumbrado a ella lo suficiente como para haber desarrollado una clase de síndrome de abstinencia, del que adolecía en esos mismos instantes, que tanta falta le hacía a su incipíente autoestima.


    Pensaba que al deshacerse del asedio de Kai su vida se vería libre de complicaciones innecesarias, y a pesar de que eso era en parte verdad , reconocía que ahora sus días distaban mucho de ser perfectos ó por lo menos aceptables. Le hacía falta la expectación producida por aguardar lo inesperado cada día. La monotonía en la que se desenvolvía su existencia se le antojaba ya sofocante y, más que nada, tanto silencio le hacía cuestionarse una y otra vez el significado y propósito de su ser. Se encontraba, pues, de vuelta en donde había comenzado: sola, sin un lugar al que perteneciera y al borde del quiebre. ¿A quién le importaría si simplemente se desvaneciera en el aire? ¿Habría alguien que siquiera se percataría de ello?


    Un eco vago y lejano, que conforme avanzaban sus pasos iba haciéndose más notorio, la sacó de sus dilemas filosóficos abstractos. Aquél sonido era algo que nunca antes había escuchado, y aunque lo hubiera hecho sabría entonces que tampoco era algo que perteneciera al transcurrir diario de ese lugar. Deconcertada, siguió su andar de forma mucho más pausada y errática, tratando de aislar la fuente de aquél fuerte sonido que empezaba a tornarse ensordecedor.

    Una vez que anduvo unos cuantos metros más, se encontró con Maya Ibuki, en cuyo constipado rostro se asomaba una preocupación y desesperación totales. Se encontraba agazapada, aparentemente cargando un bulto entre sus brazos, meciéndose incesantemente de lado a lado, volteando frenética hacia todas partes. Cuando se dio cuenta de su presencia el rostro de la oficial técnica se iluminó, alegrándose tanto por verla como nunca antes alguien lo había hecho, apurándose para llegar a su encuentro envolviendo a ambas en el estruendo producido por el bulto que sostenía entre sus brazos. Fue hasta entonces que Rei pudo ver que lo que causaba semejante conmoción era un pequeño bebé de escasos meses de edad.

    —¡Rei! ¡Qué bueno es verte por aquí!— pronunció de inmediato Ibuki, alzando su voz por encima del llanto de la criatura que cargaba —¡No pudiste haber llegado en mejor momento!

    A la joven le estaba costando trabajo entender a la visiblemente alterada Maya, entremezclándose sus gritos con los berridos que lanzaba el lactante que sostenía, pero eso no le fue impedimiento a la técnica para continuar su explicación:

    —¡Esta es Umi, la hija de mi prima Saya! ¡Vino a que le practicaran algunos estudios de sangre y varias tomografías y resonancias magnéticas, así que me encargó a la bebé mientras se los realizan! ¡Pero los estudios se han demorado, y Umi no para de llorar y no sé que diablos hacer! ¡No sé nada sobre bebés! ¡Sólo... sólo necesito que la cargues por mí unos cuantos momentos, por favor! ¡Necesito... necesito alejarme un poco, sólo un ratito! ¡No puedo ni escuchar mis pensamientos! ¡Por favor, haz esto por mí y te estaré eternamente agradecida!

    Sin esperar por la respuesta de Ayanami, la apabullada tía entregó la custodia del infante a su cuidado, y una vez liberada de tamaña responsabilidad se vio posibilitada a dirigirse a un lugar donde pudiera dejar de sufrir semejante castigo auditivo.


    En cambio, Ayanami la observó marcharse, sin atinar a hacer o decir algo que le impidiera abandonarla en dichas condiciones, sin una idea de como proceder en su presente predicamento. Miraba desconsolada al diminuto ser humano que se revolvía desesperado entre sus brazos, sin ni siquiera estar segura de que esa fuera la posición correcta para cargarlo sin hacerle daño. Aquella era la primerísima ocasión en la que interactuaba con un bebé e incluso que siquiera veía a uno. Y dicho encuentro no le estaba resultando muy grato que digamos. Al igual que su compañera de trabajo, comenzó a mirar agobiada hacia todas partes, como buscando a cualquiera que pudiera asistirla en aquél ensordecedor, e incluso enloquecedor tormento, aturdida por el ataque sónico del que era objeto.


    Al cabo de unos angustiosos minutos, que parecieron transcurrir eternamente, fue el destino quien dispuso que el joven Doctor Rivera estuviera recorriendo los pasillos de ese mismo piso en esos precisos momentos, en busca de la aún Teniente Katsuragi para que lo llevara a casa, una vez terminada su comparencia ante el comité de revisión. Iba cabizbajo y arrastrando los pies, como lo había estado haciendo desde hace un par de semanas, durante las cuales el bajón en su estado de ánimo había sido más que evidente. Ni siquiera el haber logrado que aquellos vejestorios le concedieran su renuente aval para proseguir con la siguiente etapa de su iniciativa contribuía en algo a mejorar su humor. Lo consideraba como un triunfo vacío y sin razón. El motivo principal por el que se había decidido a construir un Evangelion en primer lugar era para poder estar al lado de Rei Ayanami. Ahora que sabía que aquello jamás le sería posible, la idea de un robot gigante le volvía a parecer ridícula e infantil. ¿Qué caso tenía entonces continuar con ese sinsentido? Se quería convencer a sí mismo de que aquella sería la única manera en la que conseguiría fondos para finalmente desarrollar un Motor S2, su anhelado proyecto personal largamente pospuesto. Pero lo cierto es que si no podía estar con la hermosa chica que le había arrebatado el corazón nada tenía sentido, ni siquiera su presencia en ese sitio, al que aborrecía tanto. Cada recoveco de aquél gigantesco lugar le recordaba de una forma u otra a ella, y a la imposibilidad de poder estar a su lado.


    Un agudo llanto en forma de chillidos ininterrumpidos que se apercibía a la distancia interrumpió su depresivo caminar. De inmediato alzó la vista, como una ardilla alerta en busca de posible peligro. Su sentido auditivo le permitió entonces aislar el origen de aquél inusual sonido y rápidamente seguirlo hasta su fuente, hasta identificarlo plenamente cuando se encontró con Rei y la inconsolable bebita en sus brazos, quien continuaba llorando hasta desgañitarse.

    Contrario a como hubiera procedido cualquier otra persona en su sano juicio, la expresión del muchacho se iluminó con la sola contemplación de aquella pequeña de escasos meses de edad, y en vez de alejarse como marcaba cualquier vestigio de prudencia, apuró sus pasos para poder apreciar más de cerca a la infante, y lo más raro aún, casi sin prestarle atención a la apurada jovencita que la cargaba.

    —¡Mira nada más que cosita tan preciosa tienes aquí!— el llanto de un neonato puede llegar a producir la misma cantidad de decibeles que un taladro ó un concierto de rock, cantidad que podría ser fácilmente superada por la pequeña Umi en esos instantes, pero aún así Rivera parecía hacer caso omiso de aquellos berridos infernales, mientras continuaba mimándola y hablándole con voz pueril y empalagosa como si nada pasara —¡Ay, mi vida!

    Haciendo de lado el hecho de que sus tímpanos y todos sus nervios estuvieran hechos trizas, a Rei le sorprendió sobremanera la forma de actuar de su compañero, constatando que éste se encontraba genuinamente fascinado con la criatura que cargaba. Esa era la primera vez que lo veía desde aquella penosa situación en su departamento, y el chico se encontraba mucho más interesado en la bebé que en decirle cualquier cosa antes.

    —¿Puedo cargarla?— inquirió Kai entonces, mientras que alzaba los brazos —¿Por favor?

    Ayanami vaciló un poco, aún cauta con la presencia de aquél joven cuyos desmanes le eran tan conocidos. No estaba segura de qué tan buena idea era confiarle la seguridad de una inocente criatura, aunque fuera una tan exasperante como la que llevaba a cuestas. Mas sin embargo, su aturdimiento llegó a tal grado que finalmente decidió aceptar la petición que le era hecha, ignorando deliberadamente toda clase de precaución con tal de deshacerse de aquél peso, justo como Maya lo hizo con antelación. Rivera no cabía de felicidad una vez que sostuvo a la pequeña y de inmediato comenzó a mecerla rítmicamente en tanto sus mimos iban en aumento.


    “Yo no sé lo que me pasa cuando estoy con vos,

    me hipnotiza tu sonrisa,

    me desarma tu mirada,

    y de mi no queda nada,

    me derrito como un hielo al sol...”


    Canturreaba el emocionado muchacho a modo de arrullo, hasta que contrajo su rostro en el momento que detectó cierto hedor desagradable emanando del pañal de Umi.

    —¡Diablos y centellas, alguien aquí se está pudriendo por dentro!— comentó divertido, en tanto fingía que apartaba de sí a la niña y la hacía bailotear en el aire —¡Y esa eres tú, belleza! ¡Sí, sí, sí! ¡Eres tú, no me puedes engañar, apestosita! ¿Esa es tu pañalera?— le preguntó en el mismo tono, sosteniéndola con un brazo y con el otro asiendo la correa de una bolsa repleta de enseres para el cuidado infantil que había permanecido sobre una hilera de asientos ubicada en aquel pasillo —¡Más vale que así lo sea, porque alguien necesita un cambio urgente de pañal! ¡Claro que sí, niña hedionda!

    Obrando con agilidad pero a la vez con suma delicadeza, el jovencito se las ingenió para hurgar en el interior de la valija y extender una pequeña sábana sobre las sillas, haciendo una suerte de cama improvisada donde depositó con presteza a la pequeña Umi, a quien empezó a desvestir como si le quitara capas a una cebolla.

    —La mayoría de las personas sostiene a los bebés de los tobillos durante el cambio de pañal— pronunció al aire el joven cuando procedía al aseo de la nena, ofreciendo una explicación no pedida y desenvolviéndose con tal soltura que parecía ser todo un experto en semejantes lides, limpiando el excremento embarrado en la piel sin hacer una sola mueca de asco —Pero lo cierto es que de esa manera sólo les das un punto de apoyo para que hagan movimientos que los pueden llegar a lastimar. Por eso lo mejor es sostenerlos por debajo de las rodillas, así ejerces un mejor control de sus piernas para que no obstaculicen la limpieza. Y, como puedes ver, en el caso de las niñas, como esta preciosidad aquí presente, la limpieza debe hacerse solamente hacia abajo, nunca hacia arriba ó terminarás provocándole alguna infección vaginal sin saberlo... además, pese a lo que muchos llegaran a pensar, la colocación de talco supone más un riesgo para la piel que cualquier otro supuesto beneficio que pudiera aportar...

    Así, como si nada, ante la atónita vista de Rei en sólo unos cuantos instantes Rivera había completado toda la faena, teniendo lista a la criatura y habiéndose deshecho del pañal sucio y de la horrible pestilencia que acarreaba. Ahora se ocupaba en envolver a la cría en otra sábana con tejidos más suaves, haciéndose notorio que su humor comenzaba a atemperarse, pues aunque seguía lamentándose ya no lo hacía con la misma estridencia que antes.

    —El aire acondicionado de aquí es algo fuerte, seguramente esta muchachita tiene frío, lo que puedes verificar si tocas sus manitas y están heladas. A los recién nacidos les gusta sentirse confinados y arropados, eso les recuerda la sensación de estar en el útero, aunque también se debe tener cuidado con no abrigarlos demasiado porque un bebé que suda puede deshidratarse rápidamente. Generalmente sólo con envolverlos con una sábana de algodón basta para cobijarlos— seguía diciendo Kai como si estuviera impartiendo cátedra de nuevo en la universidad, haciéndo múltiples dobleces a la prenda para inmovilizar por completo a la bebé. Una vez que la chiquilla parecía alguna especie de envoltorio volvió a sostenerla en sus brazos, colocándola erguida contra su pecho, a la altura de sus hombros, de donde sobresalía su cabecita coronada con una rala cabellera, pudiéndose apreciar que parecía compartir la expresión de asombro que se asomaba en el rostro de Ayanami —Pero antes que otra cosa, tenemos que asegurarnos que no tengan aire acumulado, los bebés a esta edad son incapaces de evacuar los gases provocados por los alimentos en un plácido eructo como todos los demás, así que esto puede llegar a provocarles una serie de dolores estomacales en forma de cólicos. Esto se soluciona si la colocamos de esta manera y comenzamos a desalojar el gas con unos cuantos golpes sobre su espalda...



    Ni bien había empezado a darle unas palmadas sobre la espalda cuando la bebé ya estaba expeliendo una gran cantidad de aire acumulado en forma de un estruendoso, copioso eructo que más bien hubiera parecido salir de un marinero ebrio en una mala noche de copas que de una neonata con semanas de nacida que sólo se alimentaba de leche.

    —¡Ja, ja, ja! ¡Salud!— expresó el muchacho entre risas, causadas por aquella súbita impresión —¿Comiste bien? ¡Ya lo creo que sí!

    Fue en ese momento que el semblante de Umi se serenó, y en vez de alaridos ahora solamente abría y cerraba los labios como si estuviera saboreando algo, entrecerrando sus ojos enrojecidos por el llanto, del cual sólo quedaba un ligero hipo y un muy mal recuerdo como último vestigio. Kai aprovechó para volver a accurucarla haciéndole una cuna con su brazo izquierdo, dejando que su cabeza reposara para luego mecerla pausadamente.

    —Un pañal sucio, el aire acondicionado produciendo frío y un estómago inflamado son los ingredientes necesarios para crear la tormenta perfecta que acabamos de presenciar— prosiguió el joven doctor en voz baja, sin dejar de mecer a la niña —Esas son algunas de las causas más comunes por las que un bebé puede llorar: incomodidad, frío y también hambre, aunque aquí no fuera el caso. Lo bueno de que estuviera llorando tanto es que eso la hizo cansarse, no tendrá ningún problema para quedarse dormida... está exhausta, mírala...— dijo mientras se inclinaba un poco para que Rei pudiera apreciar la expresión adormilada de la nena, quien estaba completamente transfigurada en otra persona.

    —Pareces saber mucho de bebés— observó la muchachita empleando el mismo tono susurrante de su compañero, temiendo que pudiera alterar a la bebé.

    —Podrías decir que es algo así como empatía— respondió él, sin quitarle la mirada de encima a la criatura —Después de todo, no hace mucho que también fuí un bebé. La sensación de no tener plena coordinación motriz es muy frustrante, Es como estar atrapado en tu propio cuerpo y no poder hacer nada por ti mismo. Salvo chuparte el dedo, tal vez...

    —¿Acaso recuerdas lo que se siente ser un bebé?— preguntó sorprendida Ayanami, pero cuidándose de no alzar la voz.

    —Ah... este... pues... ¡claro que no! Sólo bromeaba, por supuesto... ¡Eso sería muy raro, qué cosas dices! ¿Ó es que acaso tú sí lo recuerdas? ¿Cuál es tu primer recuerdo, eh?

    —Es una pregunta difícil... tal vez sería un enorme cuadro de la Virgen María que estaba colocado en la capilla del convento donde crecí... toda la vida me pareció que tenía su mirada encima. Era algo incluso atemorizante... No es algo en lo que piense a menudo, de cualquier modo. Cómo te lo dije, es una pregunta complicada. ¿Cuál sería tu primer recuerdo, en ese caso?

    El muchacho enseguida se vio de vuelta en un mundo embargado por una blancura fría y desolada, con un cielo rojo en llamas y una lluvia de sangre que traía consigo caos y destrucción. Gritos de pánico y muerte se escuchaban por doquier, en medio de una violenta turbulencia que le despojaba de toda esperanza por conseguir otro respiro de vida.

    —Sin duda debe ser el patio trasero de la casa de mis padres— contestó enseguida, sin parapadear —Tenía el césped más verde y fresco que jamás he visto, y un precioso cerezo de donde me hicieron un columpio con un neumático que colgaba de una de sus ramas... tendría, más o menos... ¿Qué? Unos tres, cuatro años, quizás...

    —Aún así, te agradezco mucho que hayas venido a ayudarme— repuso Rei, fijando su mirada escarlata en la suya, que a diferencia de otras veces era cálida y confortante —Ignoro cualquier cosa sobre el cuidado de un bebé y esta niña ya me estaba desesperando bastante... quién sabe qué hubiera pasado si no llegas a tiempo. Para mí, un bebé es como un ser extraterrestre. Nunca había tenido contacto directo con ellos y esta es la primera vez que siquiera cargo uno. No fue una experiencia gratificante, ó por lo menos no lo era hasta que tú llegaste. Creo que nos salvaste a las dos con tu habilidad, me da gusto que seas tan sensible al respecto... tienes ángel con los niños...

    El rostro de Rivera enrojeció tanto como un semáforo en alto, percatándose que había dejado al descubierto una parte muy bien escondida de su personalidad, que lo avergonzaba sobremasía pues temía que la gente pudiera llegar a considerarlo un afeminado ó blandengue.

    —Pues... para ser sinceros... me gustan mucho los bebés— confesó, aunque cauteloso todavía —Pienso que sólo a un cretino no podrían gustarle. Me encanta su pureza, su inocencia, la forma en que huelen... sobre todo el vínculo que tienen con sus padres, de los que dependen completamente... siempre he querido algo así... algo que proteger, algo por lo que valga la pena dar la vida por cuidar... por eso me la paso documentándome acerca cómo cuidarlos, preparándome para un día... bueno, de hecho... mi más grande sueño... es poder tener entre mis brazos a mi propio hijo, justo como tengo a esta bebita en estos momentos. Si pudiera hacerlo, aunque fuera por sólo un momento, sé que moriría feliz... ¡Oh, mira! ¡Ya se durmió!

    En efecto, cuando ambos voltearon hacia su regazo, pudieron apreciar detenidamente el apacible semblante de la inocente criatura que dormía plácida y muy profundamente entre sus brazos. Era una cosa tan sencilla, tan mundana, que sin embargo les parecía todo un milagro luego de haber visto como estaba antes.

    —Es un cambio total— mencionó Ayanami, estupefacta —No lo había pensado antes, pero viéndola de esta manera... la verdad es que sí es muy hermosa...

    —No hay un solo bebé feo en todo el mundo, Rei— aclaró Rivera, complacido con su obra —Todos son bellos, de una forma u otra. Mira esa carita tan tierna, tan pacífica. Tanta tranquilidad es contagiosa, sólo cárgala para que lo compruebes...

    Antes que la jovencita pudiera negarse a hacerlo, Rivera ya estaba depositando a la infante de nuevo sus brazos, mostrándole la posición correcta para poder hacerle una cuna mientras la sostenía. En sólo segundos Umi volvía a estar junto a Ayanami, sólo que esta vez se encontraba completamente dormida.

    —¿Sientes ese calorcito y el olor que tiene?— preguntó su compañero, embelecido con la nena y ajeno a todo lo demás —Si la colocas cerca de tu pecho, los latidos de tu corazón la tranquilizarán aún más... así, muy bien...

    Era tanta la fascinación que la lactante ejercía sobre el muchacho que ni siquiera se había dado cuenta que tenía la mano sobre el brazo izquierdo de Rei. No fue hasta que ella volteó a verlo con un cierto dejo cómplice que el absorto chiquillo se avispó, retirando su mano tan rápidamente como si hubiera estado dentro de un fuego, su rostro encendido mirando aterrorizado a la joven frente a él.

    —Disculpa... no quise que... no era mi intención— se excusó torpemente, retornando al estado bobalicón tan habitual en él siempre que estaba en su compañía.

    —No hay problema... descuida...— respondió a su vez la señorita de larga cabellera celeste, agachando la mirada.


    Fue en ese instante que Kai pareció recordar de golpe todo lo que había sucedido entre ellos, y sobre todo la promesa que le había hecho anteriormente de no volver a molestarla, lo que no estaba cumpliendo en esos momentos. Apenado y sin habla, se limitó a agachar la cabeza como un colegial reprendido y sin decir más dio media vuelta, con el firme propósito de marcharse de ahí lo más pronto posible.

    —Es-espera un poco...yo... yo...— balbuceó la joven, frenando su huída —Lo que pasa es que yo... aunque ya comprendo la gran mayoría de los kanjis y puedo leer mucho mejor que antes... aún así yo... sigo necesitando ayuda con las matemáticas... no soy muy buena con eso... las hermanas no estaban muy interesadas en enseñarme álgebra tan avanzada, ó en general cualquier otro tipo de cosa que me pudiera demostrar que Dios no existe... es por eso que... quisiera saber... si es que podrías darme algunas cuantas asesorías...

    Rivera la observó de reojo, temeroso y sin dar crédito a sus palabras, como una especie de can doméstico maltratado, de lo que tomó nota la muchachita en tanto se excusaba, aunque tímida y vacilante:

    —Lamento mucho... lo que pasó aquella vez. No debí haberlo hecho... me parece que te malinterpreté por completo. Pero... puedo asegurarte que no volverá a ocurrir algo así. Y... la verdad, es que me serviría mucho que me ayudaras, justo como ahora... eso si tú aún quieres hacerlo, por supuesto... sería bastante comprensible que ya no quisieras tener nada que ver conmigo...

    —Hmmm, tengo algunas que hacer... pero...— por fin respondió, luego de un rato en absoluto silencio —Creo... creo que puedo hacerte un espacio... ¿mañana, después de clases, te parece bien?

    Rei asintió con la cabeza y un gesto complacido iluminando su faz, lo que creó un vacío en el estómago del joven por donde revoloteó todo un enjambre de enloquecidas mariposas.

    —Te... te veo mañana, entonces...— musitó Kai mientras andaba de espaldas, aletargado con la visión, tanto que no pudo evitar impactarse contra una pared cercana —¡Torpe de mí! Este... bueno.. en fin.. hasta... hasta luego...


    Ayanami lo veía partir, visiblemente nervioso y trastabillando, haciendo un gran esfuerzo por no caer con cada paso que daba, y entonces, a su vez, aquella inexpresiva jovencita volvió a sentir el mismo sopor que la envolvió cuando conoció por vez primera a aquél muchacho tan problemático. Por suerte para ella nadie estaba a su alrededor en esos momentos, porque no había forma alguna en que pudiera ocultar el intenso rubor que asomó por sus mejillas. Sentía además algo de culpabilidad por traicionar la estoica soledad que ella misma se había impuesto, pero a la vez admitía ser débil y necesitar de contacto humano de vez en cuando para no enloquecer. Y por lo mismo, habiendo comprobado que Rivera parecía ser la única persona en todo ese país que tenía algún interés por acercarse a ella, hubo de optar por su compañía como remedio para su solitaria desesperación.

    Para cuando Maya regresó a su lado ya había pasado el tiempo suficiente para que aquella extraña sensación se disipara, por lo que Ibuki no se percató de dicho estado de ánimo cuando la encontró cómodamente sentada, con Umi descansando entre sus brazos.

    —¡No puede ser!— exlamó boquiabierta la oficial técnica, sin dar crédito a lo que veía —¡Esto es un milagro! ¡Un milagro, te digo! ¿Cómo le hiciste? ¡Umi está completamente dormida! ¡Si no lo veo, no lo creo! ¡Gracias, muchas gracias, querida Rei!— Maya se desvivía en agradecimientos en tanto la callada jovencita le hacía entrega de su sobrina —¡No sé como, pero te juro que algún día te lo pagaré con creces, ya lo veras! ¡Muchísimas gracias!

    Sin decir palabra alguna la joven señorita de mirada carmesí se excusó entonces, haciendo una breve reverencia inclinando ligeramente la cabeza, para enseguida continuar con su camino.

    Por su parte, la orgullosa tía miraba asombrada a la pacífica bebé que le había sido devuelta, resultándole difícil creer que se trataba de la misma niña que había sostenido un rato antes.

    —Viéndote de esta forma, lo cierto es que eres bastante linda, pequeña Umi— dijo entonces —¡Claro que sí! Ojalá que pudieras estar así todo el tiempo...

    Sin poder resistir hacerle cualquier clase de cariño, lo primero que se le ocurrió fue darle un pellizco en una de sus abultadas mejillas. La bebé despertó al instante, y al abrir los ojos pareció que la sola contemplación de su pariente fue suficiente motivo para volvier a estallar en inconsolable llanto, precedido por un enternecedor puchero que hizo al contraer los labios.

    —No... no puede ser, por favor...— masculló Ibuki, advertida por aquél gesto antes que sus oídos fueran sometidos nuevamente al castigo que les aplicaba el estruendo de los alaridos de la nena —¡Oh no! ¡Umi, lo siento mucho! ¡No pasa nada, vuélvete a dormir! ¡Anda, duerme, no seas así! ¿Rei? ¿Sigues por aquí, Rei? ¡Rei, auxilio por favooor!



    El sol iba poniéndose sobre las aguas del Oceáno Pacífico, que aún así alcanzaba a dibujar sobre el horizonte la visión de las tierras japonesas, a lo lejos. La pequeña embarcación se acercaba a ellas lentamente, tímida, cautelosa. Un hombre rubio sin camisa, barbado y de larga cabellera que ondeaba con la brisa marina, se asomaba por la proa de la nave, constatando por sí mismo que finalmente había alcanzado su objetivo luego de varias semanas en altamar, haciendo escala en toda clase de puertos pequeños que bordeaban las costas indioasíaticas.



    Allí, en la parte final de su largo y cansado viaje, le aguardaba su destino. Como resignándose a él, dio un sorbo a su cantimplora llena con brandy, saboreando el trago al tiempo que se deleitaba con la hermosa estampa frente a sus ojos. Trataba de imaginarse qué se sentiría estar viviendo los últimos días de la vida sin siquiera estar al tanto de ello. Pero, ¿acaso no era lo que padecían todos los seres humanos por igual?

    —Salud, Doctor Rivera— susurró, alzando su bebida por encima de la cabeza —Por que sus últimos días en la Tierra sean prósperos y felices...

    Un repentino mareo que obnubiló su visión por completo lo hizo tambalearse justo en ese momento, dejándolo deslumbrado y viendo solamente destellos. Tambaleante, apenas si pudo asirse del barandal a su lado para evitar caer de bruces. Un intenso ardor en el pecho lo sometió, poniéndolo de rodillas, haciendo que tirara su vaso que rodó por toda la cubierta del barco hasta caer al océano.

    —Y que los míos... así también lo sean...— masculló entre dientes, haciendo acopio de fuerzas para reponerse —Brindo por eso...



    El astro rey volvió a salir y ponerse varias veces sobre territorio nipón y durante el transcurso de ese tiempo, efectivamente, las cosas parecían haberse arreglado para el joven Doctor Rivera. No solamente había restablecido una incipiente relación con Rei Ayanami, la cual se desarrollaba en muchos mejores términos que antes, también su trabajo e investigación continuaba avanzando a pasos agigantados y sin mayor predicamento. También pasaba que su tiempo era mejor aprovechado, pues tanto durante su estancia matutina en la escuela a la que ya había regresado, asi como también en sus sesiones de estudio vespertinas en casa de Rei, Rivera trabajaba afanosamente en la consecución de su proyecto. En resumen, todo parecía estar saliendo a pedir de boca, en lo emocional como en lo profesional y académico.



    Asimismo, el retorno a las aulas de “Katsuragi-kun” había sucedido hasta entonces sin cualquier clase de contratiempo ó interrupción al ritmo de trabajo escolar, pues durante todo ese tiempo se había dedicado a su labor con un empeño minucioso, muy pocas veces visto en aquél despreocupado muchacho. Podía pasar horas concentrado en los cálculos que iba realizando en las hojas de sus cuadernos, tan absorto como para no percatarse de los eventos a su alrededor. Justo como pasó aquél día, cuando el profesor anunciaba al resto de la clase los pormenores del simulacro de terremoto que tendría lugar en unos cuantos momentos más:

    —Recuerden salir todos en orden y mantener la fila hasta que alcancen el punto de reunión en el patio. Manténganse juntos hasta que dirección indique que podemos regresar al salón. Esta vez nos hemos fijado la meta de romper nuestro tiempo anterior, que quedó fijado en...

    La alarma que resonó fuertemente a lo largo de todas las instalaciones lo interrumpió de tajo, tanto al educador como a Kai, quien soltó su bolígrafo de inmediato mientras que se ponía en pie de un brinco, mirando aterrorizado hacia todas partes y gritando como un loco histérico:

    —¡Maldita sea, no puede ser! ¡Un terremoto, por amor de Dios! ¡Ya nos jodimos todos, nos vamos a ir al demonio! ¡Lo sabía, lo sabía! ¡Sabía que este pedazo de roca a la deriva no podría seguir manteniéndose a flote sin un lecho continental! ¡Puta madre, nos vamos a moriiir!

    Sin siquiera reparar en su delirio que no había movimiento telúrico de cualquier escala, el primer impulso del enloquecido muchacho fue volcarse sobre Ayanami, a quien cargó entre sus brazos sin darle oportunidad de darle una explicación.

    —¡No te preocupes, amor mío, que yo te salvaré! ¡Aún cuando se me vaya la vida en ello, me aseguraré que sobrevivas a esta catástrofe! ¡Sólo procura recordarme siempre, y llevar flores a mi tumba de vez en cuando! ¡¿Y ustedes porqué están tan tranquilos, monigotes sin cerebro?! ¡Quítense, háganse a un lado!

    Rivera comenzó a patear personas a diestra y siniestra, apartándolos del camino, en tanto que Rei hacía el esfuerzo por alzar su voz por encima de todo el barullo que el inconsciente joven estaba provocando, sin éxito alguno. La desesperación del chiquillo se acrecentó aún más cuando al salir al pasillo vio éste abarrotado de estudiantes que caminaban tranquilamente hacia las escaleras, como una hilera de ignorante ganado rumbo al matadero.

    —¡Estos imbéciles nos van a costar la vida, y ni siquiera se dan cuenta de eso! ¡Malditos sean, malditos sean todos ustedes! ¡No nos queda otra opción, agárrate lo más fuerte que puedas!

    —¿Qué es lo que vas...?

    Antes que la muchachita pudiera finalizar su pregunta, su captor se hizo con un pesado extintor colgado de una de las paredes y lo arrojó contra una de las ventanas del corredor, que se quebró hecha añicos ante el espanto y desconcierto de todos los demás. Sin ánimos de dar explicaciones, el enloquecido chiquillo con ínfulas de guardaespaldas se lanzó al vacío a través del ventanal roto, sujetando firmemente a Ayanami entre sus brazos, quien a su vez se aferró a él lo más fuerte que pudo, mientras gritaba desaforada como nunca antes en su vida:

    —¡Estás loco, nos vas a mataaar!

    —¡Pierde cuidado, que es sólo un primer piso! ¡Lo más probable es que sólo nos rompereremos las piernas! ¡Pero sobreviviremos, te lo jurooo!


    Mientras que daban ese gran salto, suspendidos en el aire, aguardando a que el duro pavimento bajo sus pies detuviera su caída, mientras que todo eso sucedía el mundo entero pareció congelarse para el par de jóvenes. Los demás estudiantes que los observaban, impávidos, quedaron petrificados con una indeleble mueca de espanto y asombro en sus rostros al tiempo que los señalaban. Los restos del ventanal roto iban cayendo en cámara lenta en forma de diminutos fragmentos que parecían copos de nieve. Y con el corazón latiendo al ritmo de un estridente solo de batería, con su sangre bombeando cantidades inmensas de adrenalina, estando aferrada al pecho de ese demente, estúpido, pero a la vez extrañamente encantador y atractivo muchacho que muy probablemente sería responsable de su inminente deceso, Rei Ayanami pudo entender entonces que durante ese eterno instante se sentía mucho más viva que nunca antes, embriagada por el excesivo cúmulo de sensaciones que estaba experimentando a raíz de ese insólito suceso.


    Ya fuera por la pericia y habilidades atléticas de Rivera ó simplemente por mera cuestión de suerte, el caso fue que el muchacho se las ingenió para aterrizar casi en cuclillas, sin provocarse una sola lesión de consideración, sujetando a su abatida compañera como si la vida le fuera en ello, quien también había resultado ilesa de aquél disparatado escape.

    —Estamos vivos— musitó el atónito chiquillo, tan impresionado como todo su público que empezó a rodearlo como a un fenómeno de feria —¡Estamos vivos! ¡Lo logramos!

    Al soltar a su protegida y alzar los brazos en señal de victoria Kai por fin cayó en la cuenta que el piso no se estaba sacudiendo. Los edificios permanecían en pie como si nada y la tierra no se estaba abriendo para devorarlos como hubiera sido previsible de haber estado sucediendo el apocalíptico terremoto del que creía estar escapando. Habiéndose percatado de su craso error y del enorme ridículo que acababa de cometer, el despistado muchachito no acertaba a bajar los brazos ó moverse de alguna otra manera, más que para gesticular una expresión cansina en su rostro arañado por cristales rotos.

    —Estoy... empezando a creer que no se trataba de un terremoto de verdad— señaló Kai, inmovilizado por la pena y el asedio de cientos de miradas curiosas.

    —Si tan sólo me hubieras escuchado, antes de saltar a tus locas conclusiones, como siempre, te hubiera podido decir que sólo se trataba de un simulacro— masculló Ayanami a su lado, presa igualmente de aquél intimidante acecho colectivo —¡Solamente un simulacro!

    —Eso explica la ausencia de cuerpos mutilados y pánico multitudinario— observó el joven, quien por fin había encontrado el temple necesario para bajar los brazos y a la vez buscaba algún resquicio argumental que pudiera excusar su errático comportamiento —Aunque tienes que admitir que, el que aún en una situación de peligro extremo, en lo primero en lo que haya pensado fue en salvarte la vida, eso tiene que hacerme ganar unos cuantos puntos contigo, ¿no crees?


    Antes que la aturdida señorita pudiera responderle, un atronador rugido de varias motocicletas la dejó con la palabra en la boca. En eso, varios jóvenes a bordo de unos cinco vehículos de ese tipo forzaron su ingreso al plantel educativo, dispersando a su paso a los varios alumnos ahí congregados, quienes al solo verlos comenzaron a huir despavoridos del lugar, al igual que los profesores allí presentes, haciéndose los desentendidos al ver pasar el ruidoso contingente agazapándose en un rincón.

    Los motociclistas acudieron directamente hacia el sitio donde se encontraban Kai y Rei, quienes para entonces ya se encontraban solos al haberse esfumado la muchedumbre que hasta momentos antes los veía con tanta curiosidad. Aquellos beligerantes jinetes motorizados, que no podían pasar de la veintena de edad, empezaron a trazar un semi círculo alrededor de los extrañados jovencitos, lanzando risotadas y gritos intimidatorios.

    —¡Así que por fin te dignas a aparecer, rata cobarde!— dijo un muchacho de cabellera pintada de una llamativa tonalidad naranja, mientras que descendía de una de las motos con un colllarin ceñido a su cuello y blandiendo un bat de madera a modo de garrote —¡¿Creíste que te ibas a poder escapar de tu castigo, mierda-Katsuragi?! ¡Después que acabemos contigo desearás nunca haberte cruzado en mi camino, bastardo hijo de perra!

    —Eh... disculpa... ¿acaso te conozco?— pronunció entonces Kai, quien hasta entonces sólo había estado volteando de lado a lado, extrañado, como si no estuviera seguro que era a él a quien le hablaban.

    —¡Claro que me conoces, imbécil, no trates de hacerte el gracioso!— bramó enfurecido el bandolero, señalándolo amenazadoramente con su arma —¡Soy Kotaro Harada, a quien te atreviste a lastimarle las cervicales y es por eso que me encargaré de mandarte al infierno! ¡Y este es mi gran amigo y protector, Hayato Ozú, a quien ofendiste gravemente al no dejarme recaudar sus rentas semanales de este nido de piojos y liendres! ¡Veamos si ahora, en su presencia, sigues creyéndote tan machito!

    Fue en ese momento que el conductor de la flamante motocicleta deportiva de mayor octanaje, y obviamente de mayor costo de todas las que estaban ahí presentes, bajó de su vehículo junto a dos muchachas de escasa vestimenta para poder apreciar mejor a su contrincante, por lo que a su vez hubo de quitarse los lujosos lentes oscuros que llevaba puestos hasta entonces. Aquél muchacho, de algunos 16, 17 años de edad, bien peinado y distinguido, se diferenciaba de todos sus demás acompañantes por, sobre todas las cosas, sus vestimentas de moda y accesorios de costosas marcas que llevaba puestos. Todo en él transpiraba la soberbia propia de aquél a quien en toda su vida nunca se le ha negado cualquier cosa, cumpliéndosele cada capricho imaginable y que ha llevado sus días sin tener que preocuparse por su sustento ni el de otras personas, lo que en la mayoría de las ocasiones torna a tales individuos en déspotas prepotentes e insensibles al dolor ajeno.

    —Jm, Kotaro, veo que sigues siendo un hablador patético, como siempre— dijo el jefe de la banda, mirando con menoscabo a Rivera, quien se sujetaba la barbilla sin prestar atención a nada, como si estuviera en medio de una profunda reflexión —Dijiste que el tipo era una bestia enorme y corpulenta... ¿por este pordiosero flacucho nos hiciste venir a todos? ¡Sabes que no me gusta ensuciarme las manos, estúpido infeliz, a no ser que sea muy necesario!

    —¡Ah, ya recuerdo!— interrumpió Katsuragi, golpeando la palma abierta de su mano izquierda como si hubiera descubierto la cuadratura del círculo —¡Hajime y Kokoro, claro que recuerdo!¡Ustedes también tomaban lecciones de piano con la señorita Hayashibara! ¿Ó no?

    El joven aristócrata lo miró entonces con suma deferencia, como aquél que pasa al lado de un perro sarnoso y busca por todos los medios cualquier clase de contacto y rehuír la vista tan desagradable.

    —Escucha, tipejo— repuso Hayato, encarándolo amenazante —Entiendo que un pobre diablo como tú, que no tiene la más puta idea de como funcionan las cosas en el mundo real, no sepa quien soy yo, así que permíteme explicártelo antes de convertir tu cara en pizza y dejarte más feo de lo que ya estás. ¿Ves a todos estos mocosos idiotas, estos maestros cobardes y holgazanes, este agujero pestilente al que se atreven a llamar escuela? Todo esto es mío, yo soy su dueño...

    —¿Eres el Ministerio de Educación? Había hablado de las instituciones como personas, pero creo que esto ya se pasó de la raya...

    —Nada de lo que pasa aquí sucede sin mi previo consentimiento, simplón— el adinerado muchacho pasó de la chanza de Katsuragi y siguió hablándole en el mismo tono hostil con el que lo venía haciendo, tentándolo repetidamente con el dedo índice a modo de provocación —Esta escuelita, y todos los niños lelos en ella, son mis perras, y hago con ellos lo que me plazca... así que si un loco empieza de repente a golpear a mi gente, por muy miserable que sea, es perjudicial para mi imagen y reputación. Es por eso que vamos a tener que dejarte lisiado, para que les sirva a todos los demás como ejemplo de lo que le pasa a los que se quieren pasar de listos, y también como un recordatorio para estos muertos de hambre de quien es el que en verdad maneja las cosas por aquí...

    —Escucha, Hotaru, ignoro quién seas pero el tono de tus palabras es bastante agresivo y esa no es manera de tratar a las personas— pronunció Kai, conciliador, vigilando la expresión de Rei detrás suyo con el rabillo del ojo, buscando ante todo quedar bien con ella al recordar lo que le había dicho anteriormente acerca de utilizar la violencia para la resolución de conflictos —No sé bien cuál es tu problema, pero estoy seguro que podemos hablar para encontrar un arreglo que beneficie a ambas partes. Después de todo, no querrás meterte en líos si llegas a hacer todo lo que dices, son palabras mayores todo lo que estás hablando...

    —¡Ja, ja, ja! ¡Pobre imbécil!— el acaudalado jovencito estalló entonces en una risa burlesca que fue secundada por sus demás secuaces —¡En verdad no sabes quién soy! ¡Grábatelo muy bien para que se te quede en esa cabezota que estoy a punto de romperte! ¡Mi nombre es Hayato Ozú, y puedo hacer lo que me de la gana contigo y con cualquier otro pelagatos que se cruce en mi camino porque soy el hijo de Ryuzaki Ozú, Viceministro del Interior del gobierno japonés! ¿Quién va a ser el valiente que le va a plantar la cara a mi papá? ¡Soy intocable, y tú solo eres un pedazo de mierda en comparación!

    —¡Oh, vaya! ¡Con que eres el hijo de Ozú-san!— exclamó Katsuragi entonces, aunque sin un rastro del temor que buscaba infundir su interlocutor —¡No cabe duda que el mundo es un pañuelo! De todos modos, creo que estás exagerando un poco con el trabajo de tu padre, digo, tan sólo ocupa un puesto de mediano nivel, tampoco es como si fuera el Primer Ministro ó el mismo Gendo Ikari...

    —¡¿Te... te atreves a burlarte de mi padre?!— Hayato dejó entonces de lado la actitud altanera y sobrada con la que hasta entonces se había conducido, dejándose llevar por la rabia insana que se apoderó de él al verse menospreciado, sobre todo delante de sus allegados —¡Idiota! ¡Veamos si te quedan ganas de reír cuando acabemos contigo y tu noviecita!

    Uno de sus jóvenes seguidores se abalanzó en ese momento sobre Rei, sujetándola fuertemente del brazo al punto de casi llegar a tirarla al piso. No obstante, la muchachita apenas si pudo pestañear cuando su agresor ya estaba desmayado en el piso y en su lugar quedaba Kai con el brazo completamente extendido, su mano comprimida en un duro puño que había mandado a dormir a aquél infortunado vándalo.

    —¡Aléjense de ella, no la toquen!— bramó Katsuragi con voz severa, habiendo reaccionando por mero instinto, de lo que enseguida se percató, para luego de sacudirse ese inusual tono recuperar su habitual simpleza, a la vez que comenzó a excusarse torpemente con Ayanami —¡Diablos, no! ¡Te juro que no era mi intención golpear a ese chico, mi brazo se movió solo! ¡Jamás haría algo para lastimar intencionalmente a cualquier otro ser humano! ¡Soy ahora un pacifista, un ser de pureza y bondad que rehúye la violencia!

    Un par de chiquillos se adelantaron en aquél instante y comenzaron a tundir a Kai con unos tubos de plomería que llevaban consigo. La mayoría de los golpes iban dirigidos a su cabeza y costillas, pero el joven era ó muy fuerte ó muy testarudo, pues no fue sino hasta el cuarto impacto que consiguieron derribarlo, dejándolo arrodillado y cubriéndose como podía de la agresión utilizando sus brazos como escudo. Lo más increíble de todo es que el aporreado muchacho parecía estar mucho más preocupado por no molestar a Ayanami que en salvaguardarse del fuerte castigo al que lo estaban sometiendo.

    —Tienes... que... creerme...— le seguía diciendo en tanto que sus atacantes no se cansaban de tratarlo como a una piñata humana —Dejé atrás... mi barbárico pasado... ahora he visto... la luz... y privilegio el diálogo... y la concordía... para remediar... cualquier desaguisado... con mis semejantes...

    —¡Ya basta, déjenlo en paz! ¡Lo están matando!— Rei alzó la voz tanto como pudo, con un tono un tanto quebrado por no estar acostumbrada a gritar y en gran parte también por la angustia que le provocaba ver como empezaba a manar sangre de las múltiples heridas de su compañero.

    Hizo el intento de interponerse entre los agresores y la víctima, pero fue detenida en vilo por el par de edecanes que Hayato transportaba consigo, las que la retuvieron sujetándola de ambos brazos. Fue entonces que se vio en la necesidad de contradecirse, mientras empezaba a implorarle a Rivera para que reaccionara de su estupor:

    —¡Estás completamente chiflado, deja de querer impresionarme! ¡No lo estás logrando, sólo vas a lograr que te maten! ¡Si alguien te lastima, tienes que defenderte! ¡Eso todos lo saben!

    —Mi seguridad... no tiene importancia... estoy demostrando un punto... y si alguien me abofetea... yo... pondré la otra mejilla... ¡El que a hierro... mata... a hierro muere!

    —¡No puedo creerlo! ¡No puedo creer que seas tan idiota para dejar que te hagan pedazos con tal de quedar bien conmigo!

    —Si... quererte... como nadie más... me hace ser... un idiota... ¡entonces soy... el más idiota del mundo!

    Desesperada, Ayanami se mordía los labios, a sabiendas de que sólo quedaba una cosa por hacer, por más absurda que le resultara. Resignada entonces, por más que obuscó otras alternativas, al final supo que aquella fébril idea sería la única forma de salvarle la vida a aquél desequilibrado muchacho, por mucho trabajo que le costara hacerlo:

    —Pues... en ese caso— masculló con voz trémula, forcejeando a la vez con sus captoras, de quienes se alcanzó a liberar de un manotazo para entonces volver a alzar su siempre discreta voz, aún en aquellos angustiantes momentos —¡Para que lo sepas, me gustan los chicos que pueden defenderse a sí mismos y a los demás! ¡Estoy loca por los tipos rudos y fuertes, entre más fuertes, mejor!



    Un intenso destello resplandeció al instante en la mirada de Katsuragi, que en el acto interceptó los dos gruesos tubos con los que lo habían estado maltratando antes que volvieran a estrellarse contra su vapuleada humanidad. Una fuerte patada en la boca del estómago, que propinó mientras se ponía en pie, bastó para incapacitar a uno de sus agresores, mientras que al restante lo despachó enseguida quebrándole la nariz con el tubo que le había arrebatado al primero.

    —Yo... yo... yo soy.... ¡Yo soy el más fuerte de todos!— gritó al cabo de unos cuantos segundos el ensangrentado joven, como todo un auténtico troglodita, tiempo durante el cual había estado mutando en un colérico ser por demás beligerante que se alzó por todo lo alto.

    —¡Mal-maldito seaaas!— Kotaro, el iniciador de todo aquél pleito, quiso sorprenderlo atajándolo por la espalda, pero antes que pudiera darse cuenta de lo que pasaba ya estaba de nuevo tirado en el piso, inconsciente.

    Dada su preparación física, cuando se lo proponía no era mucho problema para el Doctor Rivera lidiar con chicos de esa calaña. Después de todo, no dejaban de ser niños jugando a los pandilleros, nada más que eso.



    Por su parte, al verse despojado de su amplia superioridad numérica en tan corto tiempo, Hayato, líder de la banda, montó raudo en su poderosa motocicleta, la que dirigió a toda velocidad hasta donde se encontraba el enloquecido joven, a quien el rugido del vehículo a sus espaldas le advirtió que estaba punto de ser atropellado. Solamente por fracciones de segundo sus rápidos reflejos le permitieron esquivar aquél bólido que pasó rampante justo a su lado, que sin embargo con sólo el aire le bastó para tirarlo de espaldas. Mientras que el conductor maniobraba para dar vuelta a la moto, Rivera aprovechó ese intervalo para escapar en busca de refugio.

    —Será mejor que no veas lo que sigue— le aconsejó a Ayanami cuando pasaba veloz a su lado —Esto se va a poner feo...

    —¡Vuelve aquí, marica de mierda!— demandó el motociclista al ver como su presa huía, acelerando para darle alcance.

    Aunque buscara maniobrar por entre los edificios de la escuela para obstaculizar su paso, Ozú tomó nota de que aquél sujeto no debía conocer del todo bien las instalaciones, pues estaba yendo justo hasta un estrecho pasillo que no tenía salida. Aplastarlo allí como a una simple cucaracha acorralada sería cosa más que sencilla. Confiado por aquella certeza, el muchacho aceleró aún más la marcha de su vehículo, acortando distancias con su objetivo, al que literalmente ya iba pisándole los talones. Con una mano sostuvo el volante y con la otra sacó el bat de aluminio que llevaba en la espalda, listo para reventarle el cráneo a ese bastardo infeliz que se había burlado de él.

    Sin embargo, antes que pudiera incluso abanicar, Katsuragi dio un gran salto hacia el techo, donde se quedó encaramado de una viga que sobresalía, como un mono lo hubiera hecho con una rama en la jungla tropical. Sin tiempo para reaccionar atinadamente a aquél imprevisto suceso, sobre todo a la alta velocidad a la que iba, lo único que pudo hacer Hayato fue impactarse de lleno contra la barda que le aguardaba justo al final del corredor.

    El impacto resultante, sobra decirlo, fue devastador, tanto para el vehículo así como para su infortunado conductor. Una gran cantidad de piezas metálicas e incluso de escombro salió volando del punto donde el percance había ocurrido. Lo que quedaba de lo que alguna vez fuera una formidable máquina yacía hecho pedazos a lo largo de todo el piso, en forma de chatarra y fierros inútiles, mientras que su dueño convalecía tirado en el piso en medio de semejante destrozo, bastante magullado e incluso con algunas fracturas visibles en su haber; aunque cabe destacar que era un auténtico golpe de suerte que el daño no fuera mayor, considerando la velocidad a la que iba cuando ocurrió el choque y que no llevaba puesta cualquier clase de protección en ese momento.

    —¿Emergencias?— Kai hablaba por su celular a la vez que avanzaba a paso lento y despreocupado al sitio del percance, al igual que en su voz estaba carente cualquier atisbo de premura —Llamo para reportar un accidente con una motocicleta, hay una persona herida. Ocurrió dentro de la Secundaria Número 1, del distrito del centro. Muy bien, aquí esperaremos...

    Una vez concluido su llamado de auxilio, el joven doctor guardó su dispositivo móvil de comunicación, para luego dirigirse al muchachito accidentado, agachándose una vez que llegó a su lado para que pudiera escucharlo mejor en ese tono tan condescendiente que empleó:

    —Oye bien, Haruhiko, que esto te sirva de lección para dos cosas...

    —M-Mi... nombre... mi n-nombre... no es...— balbuceó el traumatizado chiquillo, en pleno estado de shock, dejando entrever la ausencia de varias piezas dentales en su ensangrentada boca.

    —Shhh, shhh... no hables, tontito, que sólo empeorarás tu condición— dijo su acompañante, colocándose el índice sobre los labios —La primer lección aquí, es que siempre debes llevar un casco puesto cuando manejes esta clase de vehículos. Tienes que agradecer a la suerte el que tu cabeza no se haya estrellado como melón contra la pared, ó no estaríamos teniendo esta conversación... La segunda lección a aprender, quizá la más valiosa de las dos, es que sin importar qué tan grande e importante creas ser, siempre, entiéndelo, siempre habrá alguien más grande que tú... hoy, te metiste con el tipo equivocado, ó más bien con la chica equivocada. ¿Recuerdas esa preciosa chica de cabello azul a la que amenazaste hace apenas unos minutos? Ella es mía, y de nadie más. Es sólo que aún no lo sabe. Llevo mucho tiempo trabajando en ella como para permitir que cualquier hijo de vecino le ponga un dedo encima ó quiera apartarla de mi lado. Normalmente me considero una persona muy agradable y sensata. Pero ella, esa muchacha tiene algo que me enloquece, que me hace perder la razón, me vuelvo otra persona. ¿Comprendes? Juro que mataré a cualquier hijo de perra que la lastime ó trate de arrebatármela. Así que más te vale mantenerte alejado de ella, y de paso de esta escuela, ó la próxima vez me aseguraré que no corras con tanta suerte, chico bonito... es tu decisión: o te largas de aquí, o prepárate para recibir el martillo encima... quedas advertido, imbécil...

    Habiendo recrudecido el modo en que le había estado hablando, luego de levantarse por último Rivera remató al arrojarle un escupitajo encima sin más, a modo de despedida, para entonces darse la vuelta y marcharse con expresión adusta y un frío severo y cortante despedido desde su mirada, todo ante la incrédula vista de varios estudiantes que comenzaban a salir de sus escondrijos.



    Si Kai Rivera pensó que el castigo que tenía que soportar aquél alborotado día había llegado a su fin, estaba bastante equivocado. Prueba de ello era el intenso ardor que le producía la gasa empapada de alcohol con la que Rei limpiaba los múltiples raspones en su rostro y brazos.

    —¡Rayooos, eso dueleee!— se lamentaba con cada recorrido del antiséptico sobre la herida abierta.

    —Aún pienso que lo mejor sería que fueras con un médico. Algunas de tus cortadas parecen profundas...

    El sobrio y austero departamento de Ayanami se había convertido momentáneamente en la enfermería donde Rivera se atendía las heridas que se había ganado en su hollywoodesco escape del sismo imaginario, así como del enfrentamiento contra las fuerzas de Hayato Ozú.

    —Así está bien, soy más resistente de lo que crees y ya sabes que mi cabeza es bastante dura— contestó el muchacho enseguida, fingiendo darse golpes en el cráneo —Además, lo único que necesito es de tus cuidados para sentirme mejor...

    —Creí que habías dicho que le pondrías fin a tus insinuaciones y comentarios de ese tipo— repuso la joven de mirar escarlata, en tanto guardaba sus utensilios de primeros auxilios.

    —Sí, bueno... eso fue antes que dijeras a los cuatro vientos que te gustan los chicos bien machos, como yo... ¡Y no intentes negarlo, por que te escuché claramente!

    —Sólo lo dije porque era la única forma de impedir que te mataras a ti mismo al fingir ser pacifista, aunque en ese entonces más bien parecías masoquista... aún sigo pensando que la violencia es una debilidad, el recurso de todo aquél que carece de ideas... y en parte, todo lo que pasó este día demuestra mi punto...

    —Eso es interesante, porque siendo así, eso te hacer ser un tanto cuanto hipócrita... ¿sí estás conciente que esos armatostes, que nos hará pilotear tu precioso Comandante Ikari, no son precisamente máquinas de helado gigantes, cierto? Son armas, y armas de destrucción masiva, por si fuera poco...

    —Supongo que sí... soy una hipócrita, ¿verdad?— admitió la chiquilla con cierto dejo de melancolía en en sus palabras apagadas —Pues no hago ni digo lo que pienso... es algo con lo que tengo que lidiar, todos los días.

    —¡Oh, acabo de descubrir que Rei Ayanami no es perfecta! De todos modos, aún sigo pensando que eres muy bonita, y el que tengas tus defectos te hace aún más atractiva.

    —Todavía me cuesta trabajo creer que permitiera que me arrastraras a toda esa locura— dijo ella, pasando de su lisonja —Esas... ¿cómo se dice?... esas zorras... me maltrataron bastante y odio tener que arreglar mi cabello, tardo mucho tiempo siempre y es todo un fastidio.



    Kai la observaba en absoluto silencio, casi con una devoción fanática, mientras la chiquilla pasaba varias veces el cepillo por su largo cabello suelto, auxiliada de un diminuto espejo que bien hubiera cabido en cualquier cartera. Embelesado, no perdía detalle del intrincado proceso que llevaba a cabo la muchacha para acomodar semejante cantidad de cabello en una bien cuidada trenza, para lo cual tenía que separar su extensa cabellera color celeste en tres grandes mechones que caían por su hombro como si fueran cascadas, sobreponiéndolas una sobre otra conforme iba avanzando. Bien pudo haber estado ahí durante todo el día y no hubiera tenido problema con ello, pero al notar los trabajos por los que pasaba su compañera con su peinado, se vio obligado a preguntar:

    —Pero, entonces... ¿porqué simplemente no lo cortas?

    La muchacha lo miró fugazmente, con expresión visiblemente alterada, para de inmediato agachar la vista en actitud reflexiva. No es que no hubiera pensado en ello antes. Pero como empezó a explicarle a continuación, no era una cuestión sencilla, por lo menos para ella:

    —Yo... he cambiado mucho, desde que llegué a este país... he hecho cosas que nunca antes me hubiera atrevido a hacer, cosas que me avergonzaban, me horrorizaban con solo pensarlas. Toda mi vida tuve que rezar a los ángeles por protección, y ahora me encuentro entrenando para darles muerte. Soy una persona completamente distinta a lo que antes fui, creo que ni yo misma podría reconocerme, si viera lo que ha sido de mí. Y la verdad es que... no estoy segura que me guste en lo que me he convertido. Este cabello, tan absurdamente largo, tan inútil y pesado, es quizás el último vestigio que me queda de mi vida anterior, algo que ha estado conmigo desde pequeña, igual que las personas que me criaron. Siento que si lo pierdo, que si me deshago de él... cortaría también el último nexo que me vincula con ellas... y entonces ya no habría marcha atrás, jamás podría regresar...

    —Guau— fue lo único que pudo pronunciar Rivera luego de un largo rato, apabullado —Todo eso es... bastante profundo... tienes un alma de poetisa y tus pensamientos son tan hermosos como tú. Sólo que... no quisiera que te ofendas, pero a fin de cuentas... es sólo cabello. Por lo menos a como yo lo veo, tu peinado no define quién eres en realidad, y no tiene por que separarte de nadie. Aún si estuvieras calva no podrías cambiar esos lindos sentimientos que hay en ti. Seguro, como todos nosotros, tienes tus fallas, claro que sí, eso es lo que nos hace humanos. Y eso no cambiaría el hecho de que eres, en esencia, una persona admirable.

    —¿Admirable, yo?— pese a sus monumentales esfuerzos, la joven no pudo controlar el delator rubor que coloreó sus mejillas —¿Cómo es eso?

    —¡Uf! ¿Por donde empiezo? ¿Por lo lista que eres? Ves los problemas como son, y no te dejas distraer fácilmente por detalles inocuos. Y a pesar que eres muy callada, es porque sólo abres la boca cuando algo vale la pena de decirse. Y el que aborrezcas los actos violentos me indica que eres sumamente sensible al dolor de los demás, sino no te hubiera importado que me estuvieran haciendo talco esos fantoches, y tampoco te hubieras involucrado para poder ayudarme... todas esas, a mi entender, son cualidades muy admirables y esa es quien eres en la actualidad, pese a todo lo que creas que has hecho mal... y estoy bastante seguro que las personas que te aman también se darían cuenta de eso, si pudieran verte ahora, sin importar la opinión negativa que tengas de ti misma.

    —Yo... yo...— hasta entonces la jovencita caía en la cuenta que se había perdido en el brillante esmeralda de los ojos de ese muchacho que endulzaba sus oídos con aquellas palabras de aliento, por lo que tuvo que romper el influjo antes de delatarse a sí misma —No estoy tan segura de eso...

    —¿Porqué no probarlo entonces?— preguntó enseguida Rivera —Creo que después de todo lo que ha pasado, no creo que haya alguien que pueda objetar a que hagas un rápido viaje para visitar a la familia. Sabemos muy bien que aún no hay fecha definida para que comiencen los trabajos de reparación de la Unidad Cero, y en tanto eso no suceda lo único que podrás hacer en este lugar es estar vegetando y servir de conejillo de indias para Ritsuko y su aquelarre. Tengo un viaje al continente americano próximamente, si quieres podríamos ir juntos, no tendría inconveniente en llevarte... claro, sí tú quieres... así podría acompañarte, por si te da miedo... me encantaría conocer el sitio donde creciste... y podríamos pasar mucho más tiempo... y quizás conocernos aún mejor... y tal vez...



    Rei dejó de prestarle atención en el momento que comenzó a divagar, perdiéndose en sus delirantes fantasías, a lo que tristemente ya estaba acostumbrada. No obstante, su ofrecimiento, aunque vago, lejano y confuso, le produjo una emoción que a su vez hizo un hueco en su estómago, y no por la posibilidad de pasar tanto tiempo al lado de su compañero en un largo viaje, sino por la oportunidad real de volver a sus orígenes, algo que hasta entonces no había considerado por las complicaciones que le acarrearía realizar un viaje así completamente sola. Pero si Rivera se estaba ofreciendo para llevarla él mismo la situación entonces cambiaba radicalmente, y aquella posibilidad se volvía una certeza. Y eso también la aterraba de cierta manera, como se lo hizo saber:

    —No... no sé si estoy lista para volver... aún no estoy segura si...

    —¡Oh, vamos!— instó el muchacho, insistiendo en sus embastes al divisar una fractura en la recia armadura de la joven —¿A qué te refieres con “estar lista”? ¡Esas personas son tu familia, querrán verte después de tanto tiempo!

    —Precisamente por eso, por todo el tiempo que ha pasado... no he tenido ningún contacto con ellas desde entonces, no sabría como reaccionar si volviera a verlas. ¿Qué hacer, qué decir? No sabría como comportarme en una situación así...

    —Ya te dije que no tienes que preocuparte... ¡Yo estaré ahí contigo, para cuidarte! Y si lo que te angustia tanto es no haberlas visto en todos estos meses, eso se puede arreglar. Piensa en tus lecciones de natación, como te acostumbraste al agua poco a poco, un paso a la vez... permíteme ayudarte con eso, vamos a ver...

    Kai se abalanzó entonces sobre su computadora portatil y sin perder tiempo comenzó a acceder a una serie de programas mediante comandos que tecleaba a gran velocidad.

    —¿Qué...? ¿Qué es lo que estás haciendo?

    —Estoy accediendo a una serie de satélites de vigilancia en órbita... las cámaras de esas cosas tienen una resolución tan grande como el ego de Gendo Ikari, son capaces de contar las manchas de un leopardo... podremos usarlos para ver qué están haciendo las hermanas en este momento y así podrás ir perdiendo ese absurdo miedo a verlas de nuevo. Aunque me parece que ahorita deben estar roncando, no recuerdo muy bien cuál es la diferencia horaria aquí y allá...

    Una expectación sobrevino a la jovencita, ante la oportunidad de poder ver de nuevo a aquellas mujeres que la educaron, aún cuando fuera de esa singular manera, casi a hurtadillas. Aquella emoción, sin embargo, no podía hacer de lado la cautela que la caracterizaba, sobre todo cuando atisbaba una gran cantidad de escudos gubernamentales desfilando rápidamente en la pantalla del aparato electrónico.

    —Esto... ¿es legal? ¿No nos meteremos en problemas por hacer esto?

    —¡Pfff!— desestimó Rivera, haciendo una trompetilla con los labios —Yo mismo diseñé y construí todos esos trastos, son casi de mi propiedad...

    —No entiendo... ¿cómo puedes saber las coordenadas exactas dónde buscar? Yo no tengo idea de cómo se hace eso...

    —Es por aproximación, calculo la ubicación por lo que me has contado del lugar... no creo que existan muchos conventos católicos en pie en el bajío mexicano... y... ¡Mira eso, te lo dije, justo ahí está! Se ve todavía algo borroso, deja lo acerco un poco más... ¡¿Pero qué diablos?!



    La crudeza de la imagen que se desplegó a continuación en el monitor le arrebató el aliento a los dos. Rei pudo sentir como toda la sangre le bajaba hasta los tobillos, en tanto que por puro reflejo se colocaba las manos sobre la boca, como queriendo evitar que un grito de horror escapara desde el fondo de su garganta. La edificación colonial que ambos esperaban contemplar estaba completamente en ruinas, consumida al parecer por un fuego voraz que había dejado solamente una mancha negruzca como único rastro de su existencia. Por lo que se podía apreciar, no quedaba nada en pie, ni siquiera las columnas. El fuego se lo había llevado todo.

    —Se-seguramente es el sitio equivocado...— Kai musitó entonces, recobrando el habla —Voy a buscar un poco más hacia el oeste, apuesto a que...

    —No. No. Ese es el sitio— dijo Ayanami lacónicamente, usando su voz robotizada mientras apartaba sus manos del rostro lentamente —Lo reconozco, pude verlo desde arriba, cuando subí al helicóptero.

    Tan rápidamente como había accedido al sistema de satélites, así también el muchacho ingresó a las bases de datos de las fuerzas armadas norteamericanas, encargadas del resguardo de ese territorio, en busca de algún reporte que pudiera esclarecer lo que había ocurrido con el convento. Se topó con varios documentos, a los que pudo acceder, que eran pocos, hablaban de un incendio provocado por una veladora que arrasó con todo en el lugar, sin dejar sobrevivientes debido a que las labores de auxilio y rescate se vieron dificultadas por las características geográficas del sitio donde estaba ubicado aquél edificio, que lo hacían de difícil acceso. Costaba trabajo creer que una simple veladora causara semejante daño a tal escala, teniendo en cuenta que aquella congregación llevaba varios años viviendo ahí del mismo modo y sin contratiempo alguno, lo que levantó la suspicacia del joven tanto como para profundizar su búsqueda y encontrarse con una pila de archivos clasificados a los que se le negaba el acceso. La sola existencia de tales documentos bloqueados era un claro indicio de que había algo turbio en todo ese vericueto de la vela asesina. Le hubiera gustado poder indagar aún más al respecto, pero la expresión ausente de Rei comenzaba a inquietarlo.

    —Al parecer— dijo luego de aclararse la garganta, incómodo por tener que ser él quien le diera la noticia —El incendio ocurrió poco después que te fuiste... según los reportes, una veladora encendió una cortina, a la mitad de la noche. Para cuando se dieron cuenta de lo que pasaba, ya era muy tarde, y la ayuda no pudo llegar a tiempo por lo remoto de su ubicación... aquí dice... aquí dice que nadie pudo salir de ahí.

    —Entiendo...

    Pese a todo, el semblante ecuánime de la jovencita no cambió un ápice al recibir semejante nueva. Si acaso, Rivera creyó percibir cierto estremecimiento en su cuerpo, pero por lo fugaz de aquél movimiento apenas si pudo percibirlo, mucho menos dar constancia que efectivamente había sucedido. Ayanami permaneció todo ese tiempo con la vista agachada, su fría mirada carmesí perdida en el infinito de la nada.

    —Yo... lo lamento mucho...— pronunció Rivera, sin saber bien qué decir o como proceder en dicha situación —Siento que hayas tenido que enterarte de esta manera... si hubiera podido saberlo antes, quizás yo...

    —Descuida, no tienes de qué preocuparte— lo interrumpió de súbito en ese tono monocorde e indiferente, que para entonces él ya sabía empleaba para distanciarse de los demás —No es tu culpa, y por el contrario, agradezco tus intenciones....

    —Si hay algo que pueda hacer... cualquier cosa... sólo tienes que pedírmelo— susurró su acompañante, acongojado por la rara actitud de la muchacha —Esto es cosa bastante seria, y tienes todo el derecho a sentir pena y tristeza... nada bueno saldrá si reprimes esos sentimientos, debes encontrar la forma de encauzarlos, darles una salida para que puedas desahogarte... y encontrar resignación... sé muy bien que es bastante difícil, pero por eso no tienes que llevar una carga de este tamaño tú sola... yo... yo estoy aquí, para ti... si tú me lo permites, yo podría...

    Torpe, vacilante, como un ave que recién está aprendiendo a volar, así fue como Kai extendió sus brazos hacia la afectada chica, buscándola para poder confortarla con un solidario y afectuoso abrazo. No obstante, la muchachita se alejó enseguida, aún antes de que pudiera tocarla con la punta de los dedos, para de inmediato darle la espalda.

    —Muchas gracias por tus palabras... pero en estos momentos... creo que preferiría estar sola... por favor...

    —Este... sí, claro...— contestó apenado, bajando los brazos —Yo... entonces creo que mejor me voy... de cualquier modo, este es el número de mi teléfono celular...— añadió al momento de dejarle una tarjeta de presentación sobre su mesa —Si lo deseas, si sientes que necesitas hablar con alguien, puedes marcarme... no importa la hora que sea, sólo llama y estaré para ti del otro lado...

    De espaldas a él, Kai no pudo verla a los ojos cuando ella le respondió solamente con una ligera inclinación de cabeza. Y con aquella incertidumbre fue que tuvo que dejarla sola, en ese oscuro apartamento, luego de semejante impresión.



    Apenas y había salido del edificio departamental cuando el ansioso muchacho no encontró otra forma de desquitar su frustración más que estrellando su puño cerrado contra la pared más cercana, lo que fue bastante estúpido tal como dieron constancia sus nudillos enrojecidos y adoloridos. Le hubiera encantado que en lugar de una pared hubiera sido la apestosa cara de Gendo Ikari, cuya rúbrica estaba presente en todos los detalles de ese escabroso asunto, acaso como si hubiera querido firmar su obra.

    —¡Maldito miserable! ¡Bastardo asesino!— masculló Rivera entre dientes, en tanto que de mala gana continuaba su camino.



    Por otra parte, una vez que se enfrentó a la desolación de su vivienda desocupada y con todas las luces apagadas, Rei por fin pudo rendirse a la devastadora sensación que la embargaba. Sin fuerza ya para sostenerse en pie cayó al piso de rodillas, agazapándose sobre sí misma, su rostro completamente ocultado por su larga cabellera despeinada, semejando a una especie de aparición espectral. El estremecimiento que la sacudía era aún mucho más evidente ahora que no batallaba con él, y muy por el contrario le daba rienda suelta.



    Desahogo. Resignación. Esas habían sido las cosas que Rivera le había dicho tenía que encontrar. ¿Pero cómo diablos podía hacerlo, si era incapaz de expresar el dolor que la consumía por dentro? ¿Cómo encontrar consuelo, si en primera instancia no se puede dar salida a la pena que le agobiaba? Se admitía destrozada por dentro, pero debido a sus limitaciones emocionales no podía manifestar de forma física aquello que le desgarraba el alma. Vaya, ni siquiera podía encontrar el modo de que el llanto acudiera a ella, lo que la acongojaba todavía más.

    “¿Qué clase de monstruo soy?” pensaba cuando se mordía los labios al punto de casi cortárselos “¿Qué clase de monstruo soy, si no puedo llorar ni siquiera por la muerte de las personas que amo? ¿Qué pasa conmigo, de qué estoy hecha?”

    Sus manos se contrajeron entonces en un gesto desesperado, y futil. El temblor en sus extremidades se iba acrementando conforme alzaba la mirada hacia la mesa, donde el brillo de unas afiladas tijeras metálicas resplandecía aún a través de la oscuridad.

    “Se acabó. Ya no hay vuelta atrás...”



    La mañana siguiente fue una particularmente ajetreada dentro del plantel educativo de la Secundaria Número 1 de Tokio 3, en varios niveles, tanto en el ámbito estudiantil como en el adnministrativo. Las secuelas que había dejado la derrota de las huestes de Hayato Ozú aún no eran asimiladas del todo, prueba de ello era el equipo de mantenimiento y construcción que se encargaba de resarcir los daños físicos a la insfraestructura que el enfrentamiento había dejado, como el ventanal destrozado por Katsuragi en su delirante escape, o el más notorio de ellos, el impresionante boquete que había quedado en la barda donde se había estrellado la motocicleta de Hayato. Los estudiantes por su parte se encargaban de hacer correr la voz de lo que había sucedido e intercambiar entre ellos información que pudiera permitirles enterarse de cada detalle específico de lo acontecido. Los profesores y personal directivo, hacían lo propio por su cuenta, pero a diferencia de los alumnos ellos estaban bien conscientes que lo peor aún no pasaba. Aún quedaba lidiar con el mayor peligro para la escuela y por ende para su fuente de trabajo, la razón principal por la que se le había permitido a Hayato Ozú hacer y deshacer como le viniera en gana durante todos esos años. Y ese temor en persona justo iba ingresando en esos momentos por la puerta principal, a bordo de una enorme y lujosa limusina con placas gubernamentales.



    Ajenos hasta entonces a tales circunstancias, los estudiantes del grupo 2A rodeaban en silencio a quien volvía a ser la sensación del momento, “El Loco” Katsuragi, tal como se le estaba conociendo a través de los pasillos de aquella institución educativa. Los muchachos solamente lo observaban a la distancia en tanto su célebre compañero se encontraba más ocupado en los garabatos y fórmulas con los que llenaba sus cuadernos, como de costumbre, sin que el verse vigilado de tal manera pareciera afectarle en lo más mínimo. Sin embargo, al cabo de unos momentos, Kai miró en derredor hacia todas las atentas miradas fijas en él y cerrando de un golpe su cuaderno de apuntes que hasta entonces lo había mantenido abstraído, decidió que lo mejor era afrontar de una vez las consecuencias de sus actos.

    —Muy bien, doy por comenzada la sesión de preguntas— les informó como si fuera algún funcionario llamado a rendición de cuentas —¿Quién va primero?

    —¡Yo, yo!— respondió una insistente chiquilla —Katsuragi-kun, ¿dónde aprendiste a ser un ninja?

    —En las alcantarilllas, por supuesto. Aprendí de una rata, luego de que una extraña sustancia tóxica, ahí vertida desde otra dimensión, ocasionó que mutara en el formidable ninja adolescente que tienen hoy ante ustedes. ¡Cowabunga, chicos!

    —¿Qué me aconsejas hacer para parecerme más a ti, Katsuragi-san?— preguntó otro de sus compañeros, ilusionado —¿Hay algún tipo de ejercicio que recomiendes en especial?

    —Solamente encárgate de obedecer siempre a tus padres y comer muchas frutas y verduras...

    —Katsuragi, todos supimos que te arrestaron hace poco... ¿es cierto lo que dicen que sucede en las regaderas de la prisión, si se te llega a caer el jabón al piso?

    —No tengo comentarios al respecto, salvo aclarar que lo que pase en la intimidad de una celda es cosa que les atañe exclusivamente a los que estuvieron ahí en esa fría y desolada noche...

    —Yo tengo otra pregunta: ¿es verdad que ahora es a ti a quien tenemos que dar el dinero que antes le dábamos a Hayato por protección?

    —Hmmm, eso depende... ¿de qué cantidad, aproximadamente, estamos hablando? Tengo bastantes gastos y un poco de ayuda no me vendría mal...

    La totalidad de sus condiscípulos enmudecieron en el acto, sintiendo un sudor frío recorriéndoles el espinazo, ante la posibilidad latente de haberse vistos liberados del yugo de un tirano sólo para caer bajo el dominio de otro aún peor.

    —¡Vamos, chicos, sólo estoy jugando con ustedes!— dijo entonces Kai al ver la expresión desahuciada en todos esos rostros —No tengo interés en explotarlos, gano lo suficiente como para prescindir de cualquier ridícula cantidad que pudieran juntar entre todos...



    En ese mismo instante hizo silencio abruptamente, al ver a Rei traspasar el umbral del salón, llegando mucho más tarde que de costumbre. Su faz adquirió una mueca de sorpresa y adquirió un tono rojizo al verla llegar con el cabello recortado hasta la altura de los hombros.

    —Eso será todo por hoy, muchachos, vuelvan a lo que sea que hagan con sus vidas— les comunicó a todos los ahí congregados en tanto se ponía en pie y se dirigía hacia su compañera, sin perderla de vista un solo momento —Pero sólo por curiosidad, hagan cálculos de cuánto podría donarme cada quien semanalmente... llámenlo curiosidad científica, si así lo desean...

    Una vez más aquellos infortunados chiquillos caían en el desanimo, sin poder saber con exactitud qué esperar de aquél voluble jovencito que hacía su jornada escolar a la vez tan interesante como peligrosa.

    —Este... hola— saludó vacilante al llegar al lado de Ayanami —Por un momento... llegué a pensar que hoy no vendrías a clase...

    —Llegué a considerar faltar este día— respondió ella mientras que se acomodaba en su asiento, contrariada por la forma en la que Rivera la observaba, anonadado —Pero al final decidí que salir un poco me ayudaría a despejarme...

    —Ya veo... así queee...— en su afán por ser considerado, el muchacho trastabillaba hasta el punto de llegar a balbucear incoherentemente —¿Te hiciste un nuevo peinado? Bueno, claro que sí, eso es obvio, a lo que me refiero es que...

    —Lo corté justo anoche— respondió ella, interrumpiendo sus desvaríos —¿Qué te parece? ¿Quedó muy mal?

    El muchacho se dejó absorber de nuevo por la visión de aquél rostro que tanto adoraba, el cual ahora se le presentaba de una nueva manera, que aunque inesperada, resultaba toda una gratificante sorpresa para deleite de sus ojos. Con aquel recorte, junto con el flequillo que se había acomodado sobre la frente, la atención se centraba en los hermosos ojos de la chica y su fino rostro tan simétrico de forma por demás hipnotizante.

    —Por el contrario... pienso que te ves bastante bien— respondió el joven luego de un largo rato de contemplación, casi susurrando —Pero pensé que habías dicho...

    —Pienso...— volvió a interrumpirlo, mirando a través de la ventana a su lado —Pienso que ya es el momento de aceptar que he cambiado y que es inútil querer volver al pasado. El pasado... es cosa que ya quedó atrás y que no se puede recuperar. Seguir aferrándome a él, sobre todo después de lo que pasó... es algo bastante inútil. Lo mejor que puedo hacer es vivir el presente y prepararme lo mejor que pueda para el futuro...

    —Además de que te ves preciosa, y seguro que tu cabeza pesa menos, ¿cierto?

    La jovencita paseó entonces sus dedos por entre las puntas de sus cabellos recién cortados, asintiendo con un ligero movimiento de cabeza y una expresión de satisfacción en sus labios.

    —¿Así que lo cortaste tú misma? Tienes mucha habilidad, seguramente que si yo hubiera intentado algo así me hubiera arrancado una oreja ó algo así...

    —No fue tan difícil, una vez que corté mi trenza lo único que tuve que hacer fue emparejar un poco todo lo demás— respondió la muchacha, que aunque no lo admitiera abiertamente estaba un tanto orgullosa de sí misma.

    —¿Y qué hiciste con todo ese cabello? ¿Piensas venderlo en algún lado? Una pieza de ese tamaño debe estar muy bien valuada...

    —Por supuesto que no, lo tiré a la basura y nada más— pronunció la chiquilla, bastante extrañada de aquella pregunta.

    —Ah... ya veo... y... cambiando de tema, a algo que no tiene relación alguna... ¿qué día recogen la basura por tu casa? No es que piense ir a hurgar en ella ni algo parecido...

    Los labios de la asqueada muchachita se contrajeron en una mueca de repulsión total, pero antes que pudiera decir cualquier cosa varios profesores y prefectos que entraron de improviso a su salón la interrumpieron:

    —Katsuragi-kun... ¿tendrías la gentileza de acompañarnos a la Dirección, por un momento?

    El semblante severo y funesto que iba impreso en todos sus rostros dejaba entrever la seriedad del asunto que tenían que tratar, pero aún así eso no fue obstáculo para que el chiquillo reaccionara con su simpleza y desparpajo habituales, menoscabando la genuina preocupación de todos esos hombres:

    —¡Oh, oh! ¡Parece que estoy en problemas!— respondió burlonamente el muchacho, colocándose las manos en los bolsillos para luego ponerse a caminar como los raperos que veía en los videos musicales, haciendo ademanes con las manos mientras entonaba un pegajoso estribillo en ingles —Bad guys, bad guys! What you gonna do when they come for you?...



    Ryuzaki Ozú era un taimado hombrecillo regordete que usaba anteojos, de muy corta estatura y una incipiente calva coronando su cabeza, de apariencia frágil muy similar a la de un sapo y que aún así ponía a temblar a todos los presentes con su presencia, así como su talante furibundo.

    —¡Esto es un escándalo, un verdadero escándalo, les digo!— vociferaba el susodicho a la vez que golpeaba repetidamente con el puño cerrado el escritorio del director de la secundaria, quien se encontraba agazapado sobre el respaldo de su sillón —¡¿Desde cuándo le permiten a delincuentes enrolarse en esta escuela?! ¡¿Dónde quedaron entonces sus afamados valores y reputación como la mejor de toda la región?! ¡De haber sabido el peligro al que estaba exponiendo a mi pobre hijo al mandarlo a este agujero del demonio, hubiera preferido mil veces mandarlo a estudiar al extranjero! ¡¿Cómo esperan resarcir el daño que este brillante jovencito ha sufrido a mano de uno de los matones que pululan en esta ratonera?! ¡Y no son sólamente las heridas físicas! ¡Hay que considerar también el daño emocional que le han causado, esto sin duda que le provocará un trauma psicológico del que tardará años enteros en recuperarse!

    Hayato, el “brillante jovencito” al que hacía referencia, sentado a su lado asentía moviendo la cabeza a cada acusación formulada por su padre, envuelto en tantos vendajes que parecía una momia recién escapada de algún pabellón egipcio de museo.

    —Le aseguro que en estos momentos nos encontramos trabajando para encontrar una solución que satisfaga a todos los involucrados...— empezó a murmurar el intimidado director de ese plantel, quien a cada instante parecía encogerse aún más en su asiento.

    —¡Esto les va a salir muy caro, eso se los garantizo!— continuó Ryuzaki, señalándolo con el índice como si quisiera verlo estallar en llamas —¡Lo primero que exijo es que entreguen a este tal Katsuragi! ¡Yo mismo veré que ese criminal sociópata pase varios años a la sombra! ¡Por ningún motivo permitiré que sigan exponiendo a nuestra juventud al trato con semejantes animales! ¡Los animales deben estar en su lugar, encerrados en una jaula, y no en un salón de clases!

    —Señor Director, lamento la interrupción— masculló su secretaria, apenas asomando la cabeza por el quicio de su puerta —Katsuragi-kun ya está aquí...

    —Hágalo pasar— indicó su jefe con voz trémula, igualmente apenas asomándose casi por debajo de su escritorio.

    —¡Ya verá ese vulgar pandillero lo que sucede cuando alguien se mete con un integrante de la dinastía Ozú!— pronunció Ryuzaki con sumo desdén, poniéndose en pie y alistándose para dar un buen coscorrón a aquél impertinente chiquillo —¡Cinco generaciones de ardua labor de servicio publico no transcurren en vano! ¡Haré que todo el peso de la ley caiga sobre su piojosa cabezota!



    No obstante su propósito y firme determinación para llevarla a cabo, Ryuzaki Ozú, Viceministro del Interior de la presente administración del gobierno japonés, por poco y se va de espaldas y sufre un repentino infarto al miocardio cuando vio entrar por la puerta al Doctor Kai Rivera, vistiendo el uniforme escolar de tal manera que era evidente infringía todos los reglamentos internos, colgado de su teléfono celular sin siquiera saludar a su llegada, al parecer envuelto en una animada conversación por la expresión de su cara.

    —...cobrando a los estudiantes cuotas semanales, rodeado de niñitos que se hacían pasar por pandilleros y sin bajarse de su ruidosa motocicleta, ni siquiera para ir al baño.... era sólo cuestión de tiempo para que sufriera un accidente, lo bueno que pudo contarlo... ¡Jajaja! ¡Así es, estos jóvenes de hoy en día!— fue el fragmento de charla que los demás alcanzaron a escuchar, en tanto Rivera continuaba ignorándolos de forma deliberada —Por cierto, ¿cómo se encuentran sus chicos? ¡Oh, me alegro de saberlo! Salúdelos de mi parte, por favor, igualmente a su señora... sí, veré cuando hago un tiempo para ir a visitarlos...¡Oh, mire qué encantadora coincidencia, precisamente aquí está Ozú-san! ¿Quiere preguntarle por el estado de salud de su hijo?... claro que sí, yo lo comunico...

    —¡¿Rivera?! ¡¿El tal Kai Katsuragi es Kai Rivera?! ¡¿Cómo se te ocurrió liarte a golpes, precisamente con Kai Rivera?!— le susurró entre dientes el regordete sujeto a su vástago, colérico —¡Idiota! ¡¿Acaso sabes en lo que nos has metido?!

    Antes que el aturdido muchacho pudiera contestarle, “Katsuragi-kun” intervino en su conversación, teléfono en mano:

    —Ozú-san, el señor Primer Ministro desea hablar con usted. Será mejor que no lo haga esperar, usted bien sabe que es un hombre muy ocupado...

    Al momento de alzar la mano para recibir el aparato ya no quedaba rastro del soberbio hombrecillo que había llegado amenazando a todo mundo. Ahora solo quedaba un pasmado y sudoroso sujeto que parecía un globo a medio inflar, con sembante caído, enfermizo. Sus ojos permanecieron fijos en el vacío delante de él, en tanto apenas si pudo musitar al auricular:

    —Aquí Ozú... diga usted, señor...



    Mientras que de cuando en cuando Ryuzaki solamente podía soltar un simple “sí” o un “entiendo”, todos los demás presentes en esa oficina miraban incrédulos a Rivera, quien cruzado de brazos solamente les compartía un gesto complacido, casi siniestro. Nadie de los ahí reunidos daba crédito a lo que estaba pasando, sobre todo Hayato, quien rehuía la fría mirada de gavilán del muchacho que lo había dejado en esas condiciones paupérrimas.

    —... por supuesto que sí, señor... muchas gracias... que tenga buen día, hasta luego...

    Con expresión ausente, moviendo el brazo maquinalmente, como si pesara toneladas, el hombrecito empapado de sudor devolvió el celular a su dueño. De inmediato se puso en pie, dispuesto a marcharse enseguida, no sin antes tener que excusarse apenas con un hilo de voz para entonces hacer una humilde reverencia inclinando hacia abajo toda la parte superior del cuerpo:

    —Yo... me parece que he cometido un grave error... lamento mucho la forma en la que actué, puedo asegurarles que desconocía por completo las actividades ilícitas de mi hijo. Cómo saben, esta administración tiene un serio compromiso con la administración de la justicia y el combate a la corrupción. Ninguno de los integrantes del gabinete tenemos la más mínima intención de tolerar actos de influyentismo por parte de nuestros familiares y allegados. Es por eso que Hayato recibirá el castigo correspondiente y todo aquél que haya sido perjudicado por sus acciones será debidamente compensado.

    El gesto de su padre fue a la vez imitado por el hijo, como pudo dadas sus condiciones, mientras que el color se desvanecía por entero de su faz al punto de tornarse casi traslúcido.



    Hubo algo, no obstante, en la expresión de ambos mientras se marchaban, apenados y encogidos, que produjo una sensación de remordimiento en el ánimo de Rivera y que le hizo ver que quizás se le había pasado la mano. Sobre todo a sabiendas que muy probablemente a Ryuzaki le habría bastado con verlo para saber que aquella era una batalla perdida, así que exhibirlo de esa manera frente al máximo responsable de la política nacional bien pudo resultar algo excesivo de su parte. Le parecía que obraba de la misma manera que aquél par, utilizando sus contactos e influencias para imponerse prepotentemente sobre los demás, a quienes consideraban sus inferiores.

    Por tal motivo fue que se apresuró en darles alcance antes que subieran a su automóvil de lujo, interrumpiendo la andanada de reclamos que el funcionario público lanzaba sin descanso a su ya de por sí aturdido e imprudente hijo.

    —Señor Ryuzaki, si me permite un momento, por favor, antes que se vaya quisiera unas cuantas palabras con usted— dijo el muchacho de ojos verdes llegando a sus espaldas —Sólo quiero que sepa que en verdad lamento que las cosas hayan tenido que llegar hasta estas instancias, y que nada justifica que haya lastimado así a su chico, admito que ese fue también un error de juicio de mi parte. Aún así, confío que podamos dejar todo esto atrás, como las niñerías que son, y nos comportemos como las personas razonables que somos todos. Espero que esto no deje cualquier clase de resentimiento entre nosotros dos, señor Ryuzaki, y que en lo futuro podamos seguir tratándonos con el mismo respeto con el que lo veníamos haciendo...

    Pese a la inusitada madurez de su sentir y sus palabras, al momento que el joven ofreció estrecharle la mano el Viceministro Ozú reaccionó de mala manera, dejando salir finalmente toda la frustración que le había producido aquél encuentro en un estallido violento y rabioso.

    —¡Deja de hacerte el santurrón, imbécil, que nadie te lo cree!— espetó, furioso, apartándolo de un manotazo —¡Y en cuanto a tu patético, fingido, pretexto de disculpa, puedes enrollarlo y metértelo por donde más te quepa, mocoso desgraciado! ¡No tengo idea qué es lo que pretendas, haciéndote pasar por un niño normal de secundaria, pero nada bueno puede salir de eso, te lo garantizo! ¡Tú lo sabes mejor que nadie, jamás podrás ser un chico como todos los demás! ¡Y es que no eres un muchacho, eres un fenómeno de circo! ¡No sé en que diablos piensan dejándote andar libre y haciendo como te venga en gana, si tendrías que estar en una jaula de laboratorio! ¡¿Me escuchaste?! ¡Eres una abominación, un monstruo de la naturaleza! ¡Monstruo, eso es! ¡Tu sola presencia aquí pone en riesgo a todos estos incautos chiquillos! ¡¿Me escucharon bien, todos ustedes?!— comenzó a dirigirse a todos los estudiantes que los observaban a la distancia, dado el escándalo que provocaba con sus gritos, entre tanto abordaba su vehículo, no sin antes dejar de lanzar advertencias como poseso —¡Por su bien, más les vale mantenerse alejados de este infeliz, corren peligro estando cerca de él! ¡¿Qué, no lo sabían?! ¡Hay un monstruo entre ustedes, un monstruo peligroso, además! ¡Monstruo! ¡Vamos, larguémonos de aquí!



    La limusina negra se abrió paso hasta perderse por la puerta de la escuela, y aunque tiempo después, una vez que sus ánimos se enfriaran, Ryuzaki Ozú mandó una extensa disculpa por escrito, el daño ya estaba hecho, como podían constatar todos los alumnos que miraron al pasmado jovencito permanecer en pie en medio del patio de la escuela, aún mucho tiempo después de que los Ozú partieran en su vehículo. La sombría expresión en sus ojos y la manera como su cuerpo se tensó advirtió a todos los testigos de mantener prudentemente su distancia.



    Katsuragi ya no se presentó a clases, pero tampoco abandonó las instalaciones escolares. Todo el tiempo lo pasó en la cancha de béisbol de la escuela, haciendo que el desvalido Toji le lanzara bolas rápidas por horas enteras, por lo que sus adoloridos hombros ya le reclamaban un merecido descanso que Kai se negaba a otorgarle.

    —¡Vamos, tipo!— rogaba Suzuhara mientras masajeaba su cansado hombro —¡Para de una buena vez, hemos estado aquí toda la mañana! ¡Si quieres puedo enseñarte como funciona la máquina lanzadora!

    —¡Cierra el pico y sigue lanzando, zoquete!— demandó a su vez Katsuragi, con el bat en sus manos, listo para un nuevo lanzamiento —¡Esa máquina es para maricas! ¡Ahora lanza, ó ya verás!

    Luego de lanzar un resoplido de resignación, el exhausto muchachito apenas pudo lanzar la bola con la velocidad suficiente para que su insensible compañero conectara un impacto con la fuerza necesaria para sacar la pelota del campo de juegos.

    Los dos jóvenes siguieron la bola en su trayectoria antes que se perdiera de vista, pero sólo a la distancia Rei Ayanami pudo percatarse del extraño brillo que iluminaba los ojos esmeralda de Rivera, en tanto lo vigilaba discretamente atrás del enrejado de la cancha.


    La callada joven de cabellera celeste hubo de esperar hasta que su compañero dejara salir toda su frustración en cada bola que golpeaba con su bat de madera, lo que ocurrió al cabo de unos cuarenta minutos después y cuando finalmente Suzuhara se desvaneció sobre del montículo del lanzador, completamente exhausto. Sólo entonces ambos emprendieron el camino a casa de Ayanami, como había sido su costumbre durante esas semanas, ello con el propósito de llevar a cabo las asesorías escolares de la muchacha.


    A diferencia de otros días, Kai no pronunció palabra alguna durante todo el trayecto. Aquella era la primera vez que Rei lo veía guardar tanto silencio, el cual se prolongó mucho más rato, una vez que ambos estuvieron a la mesa, cada quien con sus respectivos deberes. Al igual que lo hacía durante su estancia en el salón de clases, el joven doctor aprovechaba el tiempo que pasaba en el departamento de la chiquilla para desarrollar el marco teórico que le permitiría poner en funcionamiento la Unidad Eva Especializada en Combate que había prometido entregar a las Naciones Unidas. Así que mientras Ayanami resolvía sus lecciones, su tutor privado podía pasar horas enteras haciendo toda clase de garabatos algebraicos, lo que le había permitido llenar cuadernos enteros con dichos símbolos, fórmulas y demás ecuaciones.

    No obstante, la presente jornada al parecer no estaba resultando ser muy productiva para aquél ensimismado mozo, de lo que había dado cuenta su observadora acompañante desde mucho rato atrás, mirando atentamente el gesto desganado que adornaba el rostro del muchacho cuando solamente trazaba una serie de círculos sin sentido sobre el papel.

    —Pese a todo, parece que realmente te afecta mucho lo que las personas piensen sobre ti, ¿cierto?— mencionó entonces la jovencita, sin dejar de lado el problema matemático con el que lidiaba en esos momentos —Es muy raro que estés tan callado, sobre todo cuando estamos solos... siempre tengo que buscar como hacer para que te calles...

    Rivera alzó la vista, como extrañado de que fuera ella quien iniciara una conversación así como también por haber sido descubierta la causa de su repentino ostracismo. Sin embargo no pretendía en ningún momento darle la razón, por lo que de inmediato negó moviendo la cabeza.

    —¡Para nada! Lo que pasa es que quiero que te concentres en tus estudios, eso es todo... me importa muy poco la opinión que un viejo sapo cara de verruga y su lerdo renacuajo puedan tener sobre mí...

    —Hay un sinnúmero de cosas aquí afuera que no teníamos en el convento, algunas de ellas que ni siquiera sabía que podían existir— dijo al aire la muchachita de mirar escarlata, como queriendo desviar la conversación, en tanto activaba su teléfono movil con acceso a redes inalámbricas —Como esto del Internet... al principio no lo creía, pero pasando de todos los LOLs, Fails, y demás fauna cibernética, y sabiéndolo utilizar, esta red virtual puede ser una herramienta bastante útil, toda una fuente ilimitada de información, si sabes bien qué y dónde buscar. Sigo prefiriendo los libros, claro está, pero es innegable lo práctico que este medio resulta teniendo en cuenta la inmediatez de sus resultados. Así me he podido auxiliar para complementar mis estudios. Es como si una parte de mí buscara con ahínco absorber todo el conocimiento posible, y admito que estas investigaciones me entusiasman bastante, por alguna razón que escapa a mi comprensión...

    —¡Oh, ya veo! Creo que en lo futuro deberé tener más cuidado ó la Doctora Rei Ayanami me hará ver mi lugar en cualquier descuido que tenga...

    —Como sea, es así que he podido entender mejor las ecuaciones que me enseñas, fórmulas químicas y otras muchas cosas más, que pienso me ayudarán a entender con más claridad mi trabajo en este sitio, sobre todo si a cada momento sólo escucho desfilar toda una retahíla de tecnicismos de todo tipo...

    —Si te refieres a la mutarotación de los monosacáridos simples de la que estaba hablando el otro día al teléfono, ya te la expliqué, se trata solamente de...

    —He encontrado incluso que esta herramienta puede servirme para una adaptación más pronta a este nuevo mundo en el que me encuentro varada— puntualizó la joven, sin prestar atención a lo que su compañero tenía que decir —Gracias a ella me he enterado de acontecimientos diversos que han ocurrido en otras partes del planeta, y algunos de los personajes que han incidido en ellos y en general en la vida de muchas personas. Es por eso que ahora puedo saber más a fondo quién eres, Kyle Rivera Hunter, el infame creador de la tecnología N2 que tantas vidas ha cobrado desde su invención...

    El chiquillo se avispó en cuanto escuchó su nombre verdadero salir de aquellos labios, recuperando el talante severo que hasta hace unos momentos tenía en su expresión.

    —Así es— prosiguió Ayanami, quien pese a todo se mantenía ecuánime, continuando con su ejercicio algebraico —Me enteré de eso y mucho más. Todo mundo te odia y quisiera verte muerto, para que sufras el mismo destino que toda la gente que ha perecido por causa directa de tu creación. Todos los atentados que has sufrido son prueba de ello. Ninguna compañía aseguradora está dispuesta a cubrirte, y muchos estudios indican que la probabilidad de que mueras antes de cumplir 15 años es de un 78%, la causa más probable que se señala en todos ellos es que sea producto de un acto violento. Eres, sin asomo de duda, una de las personas más odiadas en este planeta, si no es que la más.

    Una vez resuelta la ecuación en la que había estado trabajando, la chica abandonó su lápiz y papel para confrontar a Rivera, a quien encontró con la vista agachada y un gesto ausente en la cara.

    —Cuando te conocí me pareciste un odioso fantoche simplón. Me exasperaba la forma en la que siempre tratabas de estar llamando la atención, a la vez que mantenías alejados a todos con tu fanfarronería burlona. Encontraba tu actitud detestable, simplemente por que no podía encontrar un motivo para que alguien se comportara de esa manera. Pero ahora creo que lo entiendo todo. Pienso que, durante todos estos años, esa es la única forma que has encontrado para defenderte de todas las agresiones de las que has sido objeto. Es tu intento por revertir esa tendencia de odio y hacer que las personas empiecen a quererte, que les parezcas alguien agradable. Y lo haces tragándote todo tu dolor, escondiéndolo en una parte que no sea visible para poder mostrar a los demás un lado más amigable de ti, donde no tiene cabida el miedo que les tienes a todos, solamente una temeraria alegría y locuacidad ramplona... casi nunca dejas ver el sufrimiento que llevas cargando a cuestas. Llegué a pensar que estaba equivocada con respecto a ti... hasta hoy, que pude asomarme un poco a tu interior. Entonces supe que estaba en lo correcto, que hay algo más en ti que lo que dejas ver a todos los demás...

    Kai permaneció en silencio algún rato más, siempre bajo la acuciosa y serena vigilancia de Rei, aquella chica que lo había dejado expuesto, pelándolo como a una banana.

    —Yo...— dijo al cabo de un tiempo, cavilando —Llegué a la conclusión de que si las personas me llegaran a ver como a alguien inofensivo, dejarían de temerme, y por lo tanto de odiarme. Y quizás entonces por fin dejarían de estar tratando de matarme. Por lo menos eso fue al principio... después de un tiempo, y varios intentos fallidos por asesinarme, comprendí que la vida es corta. Demasiado corta. Esto no es algo nuevo, no es que haya descubierto el hilo negro ni nada de eso. Todas las personas en general se enfrentan a esa disyuntiva. Pero yo soy científico, soy un hombre de hechos y certezas, así que no creo en una vida más allá de la muerte, ni que un agradable viejecillo de barba blanca me estará esperando para darme mi par de alas, una aureola y un arpa. Solo sé que una vez que muera, será el final del juego para mí. Tengo las estadísticas que mencionas en mi contra, además de toda una legión de lunáticos allá afuera que piensan que el mundo será un mejor lugar conmigo fuera. Todo apunta a que ese final será más temprano que tarde. Por lo tanto, teniendo en cuenta todos esos factores, no tiene sentido para mí vivir lo que me resta aterrado de todo y de todos, sin nada de diversión. Así que esta actitud desprendida no es del todo pose ó para hacer que les agrade a las personas. Soy solamente yo, tratando de aprovechar al máximo cada momento, porque no tengo forma de saber cuál será el último, si bien es probable que sea pronto...

    —Así que es eso— pronunció Ayanami, casi en un suspiro —Esa es la motivación que te empuja. Me preguntaba qué era lo que te hacía seguir adelante, teniendo todo en contra. Lo más lógico hubiera sido rendirte... pero conociéndote mejor, todo cobra sentido. Eres demasiado obstinado y orgulloso como para dejarte vencer, ese eres tú, contraviniendo la convención general. Eres tú, tratando de hacer notar tu existencia, convertirla en algo con un significado. De cierto modo, te envidio... quisiera tener aunque sea una parte de la fuerza que te impulsa, y el propósito tan definido que te has fijado... yo... yo carezco de cualquiera de esas cosas. Lo único que poseo... es la nada... y no tengo idea qué es lo que será de mí, o para qué es que estoy viviendo...

    La muchachita de recortado cabello azul era quien ahora bajaba la mirada, inmersa en sí misma en busca de alguna respuesta a su dilema, la que había estado buscando durante muchísimo tiempo, tanto como del que tenía memoria. Por su parte, su compañero la observaba embelecido, y fue de tal manera que le habló, en un tono suave y moderado:

    —A veces, cuando te veo... no puedo hacer otra cosa que en pensar en ti como una bebé. No porque seas de alguna manera infantil ó dependiente, nada de eso. Es por que en casi todo eres nueva en este mundo y desconoces tantas cosas, aún te agurdan muchas experiencias por las que necesitas pasar. Te educaron con la premisa de que estamos de paso en este mundo, que es sólo un obstáculo más que debemos superar para prepararnos para una vida mejor, y que por lo tanto no tiene tanta relevancia ni valor como lo que se encuentra más allá. Las personas que piensan así casi siempre parecen olvidar que es por la misma naturaleza fugaz de la vida que nuestros actos cobran tanta importancia, incluso según la fe que siguen, son ellos los que determinarán si acaso se accede a esa vida eterna... pero para eso, es necesario vivir esa vida que menosprecian tanto. ¿Qué utilidad tiene toda una vida dedicada a la contemplación, a los rezos y a la adoración ritual, si careces de opciones? Desde un principio se te ha negado la posibilidad de decidir como es que quieres vivir tu vida, sin dejarte elegir entre bien ó mal. Ahora mismo, liberada de esas ataduras, te encuentras en esa encrucijada, y es natural que tengas miedo. Todo lo que experimentarás a partir de estos momentos será nuevo y desconocido, no tendrás la certeza que hasta hace poco habías tenido. Pero... no es necesario que pases por todo eso tú sola... si tú me lo permites... yo podría estar ahí contigo, a tu lado... todo el tiempo que sea posible. Verás que cuando compartes la vida y las cargas que ella conlleva, todo se hace más fácil, más llevadero... y entonces, en lugar de una labor impuesta, la vida se parece más a un regalo, a una bendición...



    Los ojos de la señorita titilaban como adornos navideños, fijos en la estampa del joven delante de ella, quien se había apoderado de toda su atención y pensamientos, tanto que ni siquiera se daba cuenta que en esos momentos sostenía cariñosamente sus manos entre las suyas, el calor que de ellas emanaba embargándolos a ambos por igual.

    —Yo... yo...— masculló ella, sin palabras, hasta que de improviso algo la hizo reaccionar y salir de su estupor —Ya he terminado los ejercicios de este día... quisiera que los revisaras, por favor...

    —Ah... sí claro, por supuesto— secundó el muchacho, igualmente libre del influjo en el que los había colocado inadvertidamente —Déjame ver qué tal te salió... ¡¿Pero qué demonios?! ¡¿Cómo rayos...?! ¡Maldición!

    Haciendo de lado sus vehementes expresiones de desconcierto total, Rivera se abalanzó sobre la pila de papeles en los que él estaba trabajando, dándose cuenta del error que había cometido.

    —¡Ay, mierda! ¡Tu hoja de ejercicios se me debió haber traspapelado entre todo este embrollo! ¡Lo siento, lo siento mucho! ¡Esas ecuaciones son en las que he estado trabajando toda la semana, no eran para ti!

    —Eso explica por qué repentinamente sentí que se había incrementado la dificultad de los problemas... ahora lo entiendo...

    —Je, je, pobrecita de ti... ya me imagino todo lo que... espera un poco...— Rivera volcó entonces su atención individida sobre la hoja que sostenía, con los ojos casi desorbitados —Esto... ¡esto está correcto! ¡Diablos! ¡Todo encaja a la perfección, ahora lo veo claramente! ¡No me lo puedo creer, pudiste resolver este chisme tú solita! ¡Y en un solo día! Es.. ¡Es asombroso! ¡Eres increíble, eres toda una chica genio! ¡Sabía que eras lista, pero nunca supuse qué tanto! ¡Bienvenida a la legión de los cerebritos, muchas felicidades! ¡Siento que te amo mucho más que nunca!

    La euforia del chico por las recién descubiertas habilidades de Rei fue tal, que en un arrebato de alegría desbordada la tomó por los hombros y la levantó en el aire mientras empezaban a dar vueltas juntos.

    —¡Ahora la alumna ha superado al maestro! ¡Te has graduado finalmente, con todos los honores! ¡No tengo nada más que enseñarte!

    —¡Ten... ten cuidado, esto es peligroso!— advirtió la jovencita en vilo, faltándole el aire por lo repentino de la acometida —¿Se puede... se puede saber qué tiene de extraordinaria esa dichosa ecuación? ¡Son sólo fórmulas, no es para tanto!

    —¡Todo lo contrario!— finalmente, un poco mareado y trastornado, Kai depositó a su prisionera de nueva cuenta en el piso, en tanto se abocaba a enseñarle varias hojas con diversos signos impresos en ellas —Acabas de descifrar un intrincado código alfanumérico dejado por una civilización que existió en este planeta hace millones de años... ese código es el que permite descifrar esta serie de símbolos y detalla con toda precisión como construir el arma definitiva contra los ángeles... ¡Un verdadero Evangelion, en tiempo y forma! ¡El Eva Zeta!

    —¿“Zeta”?— repitió su compañera, intrigada —¿Porqué “Zeta”, eso de dónde salió?

    —¿Ah, pero es que no lo sabes?— preguntó a su vez el chico, como extrañándole que no supiera la respuesta —Cualquier robot gigante, que se precie de serlo, tiene que llevar “Zeta” por apelllido... ya veré después como es que lo justifico... primero tengo que ir a vaciar todos estos datos en la computadora, para luego poder elaborar un programa desencriptador y finalmente poner en marcha a este bebé. ¡Oh, vaya! Sólo escucha lo que dicen estos garabatos de aquí: “Cualquiera que acceda al poder del gigante de luz deberá elegir, entre ser un dios salvador, ó un demonio destructor...” ¡Parece que a estos antiguos sí que les gustaba el melodrama!

    —Por tu parte, te ves bastante emocionado... ¿Tantos deseos tenías por construir esta Unidad Eva?

    —No es el Eva en sí lo que me alborota tanto— confesó Rivera mientras que se apuraba a guardar todas sus cosas en su mochila —Si no lo que lo hará funcionar, su fuente de poder... si logro hacerla como es debido, y estoy bastante seguro de que lo haré, habré encontrado la clave para obtener energía perpetua, inifinita... ¡Energía ilimitada! ¿Tienes idea de todas las implicaciones que algo tan loco como eso acarrearía?

    —A decir verdad... no...— mencionó Rei, sin tapujos —¿Qué tiene de importante algo como eso?



    El muchacho detuvo entonces el empacado de sus utensilios para poder mirarla con suma extrañeza.

    —Bueno, pues para comenzar... con esa clase de tecnología ya no tendríamos que estar agotando los recursos naturales del planeta para sustentar el nivel de vida al que estamos tan acostumbrados. Y por lo tanto, sería el final de tantas estúpidas guerras por la mentada “seguridad energética” de fulano ó zutano. Ningún país tendría que anhelar los recursos naturales de otro porque todos tendrían garantizada la manera de hacer funcionar sus maquinarias e industrias. El empleo estaría por las nubes y la calidad de vida de las personas mejoraría sustancialmente, por lo que la incidencia de crimenes sería casi nula. ¡En vez de matarse unos a otros por migajas, la humanidad por fin podría unirse como una sola y lanzarse en una odisea espacial hacia otros mundos, otras dimensiones!

    —Y de tal forma, al darles semejante regalo, todos podrían olvidar que fuiste tú quien creó el arma que más vidas ha cobrado en toda la Historia, ¿ó me equivoco?

    —Este...— musitó el joven, colgándose la mochila al hombro para poder evadir la inquisidora mirada de esa perspicaz muchachita, quien podía ver a través de él como si estuviera hecho de cristal —Sí, claro... quizás ese también sea uno de los muchos aspectos positivos que este chisme pueda tener... pero a decir verdad, no lo había considerado hasta ahora...

    —Aún así, me sigue pareciendo una idea bastante noble— acotó Ayanami, tomando asiento en su mesa, recargando luego su cabeza entre sus brazos cruzados a modo de almohada —Pero, igualmente, bastante ingenua... si es que crees que con algo así terminarán los conflictos entre los seres humanos...

    —¿A qué te refieres? ¡Energía ilimitada, el poder de hacer los sueños realidad! ¡Todos ganamos, con excepción de las leyes de la termodinámica, pero esto es a prueba de fallas!

    —La naturaleza humana, en cambio, es bastante falible... y es por eso que tu plan fracasará aún si es ejecutado a la perfección. Recuerdo que hace algunos años, cuando era niña, las hermanas consiguieron permiso y financiamiento para operar un comedor comunitario. La premisa era simple: dar comida gratis a los más necesitados de la comunidad, cada mañana, todos los días del año. Al principio, todo funcionó muy bien. Los desamparados llegaban hambrientos y salían luego con la barriga llena, y las hermanas podían cumplir con su obra de caridad. Salió tan bien todo eso que después quisieron expandir su rango de alcance, ofreciendo alimento a personas de otras comunidades, y haciendo un esfuerzo se las pudieron arreglar para también ofrecer despensas semanales. Pronto, no solo los desamparados comenzaron a acudir en busca de ayuda, sino también personas que, aunque pobres también, no tenían la misma necesidad que los primeros. Igualmente se les socorrió. Al cabo de un tiempo, aquellas personas empezaron a dejar sus labores, en el campo y en la casa, ateniéndose a subisistir solo con lo que las hermanas les daban. El tiempo que dedicaban al trabajo prefirieron emplearlo entonces en actividades ociosas e improductivas. La voz se corrió por toda la región y la gente comenzó a llegar cada vez en cantidades mayores, hasta que los recursos para auxiliar a todos ya no fueron suficientes. Las monjas de mi convento entonces se vieron obligadas a dar fichas, calculando el número de personas a las que les era posible ayudar. Eso no cayó muy en gracia a todas las personas que se habían acostumbrado a vivir de lo que se les daba en la mano, quienes para entonces ya pensaban que era un deber, una obligación de esas piadosas mujeres el darles de comer gratis. A los pocos días se armó una trifulca entre las personas que esperaban afuera del convento, fue tal el tumulto provocado por aquella horda hambrienta que el ejército tuvo que intervenir. Ese día, cinco personas murieron. Desde entonces, se les prohibió a las hermanas otorgar cualquier tipo de asistencia social. Supongo que algo por el estilo hubiera ocurrido si me hubiera quedado cuando se puso de moda ir en peregrinación para verme. En su ignorancia y deseperación, aquellas personas en verdad esperaban que yo pudiera resolver sus problemas y arreglar sus vidas, simplemente como por obra de la magia. Lo que estoy diciendo es que cuando le ofreces a la gente soluciones que no sean el esfuerzo propio y el trabajo honesto, para encargarse de sus problemas cotidianos, las personas pierden entonces su motivación. A aquellos que siempre se les entrega todo en la mano, con todas las facilidades y sin pedirles un esfuerzo a cambio, se vuelven entonces perezosos y miserables. Y eso solo crea nuevos conflictos entre ellos, crea más avaricia y mezquindad. Así que por más buena y noble que sea tu meta, si la llevas a cabo como tienes pensado, solamente atraerás más problemas de los que solucionarás.

    Kai había permanecido inexpresivo durante todo el tiempo en el que transcurrió la exposición de Rei, siempre atento a cada una de sus palabras. Cuando hubo terminado se dirigió en silencio y a paso lento hacia la puerta del departamento, para luego voltear al cabo de unos momentos, concluyendo:

    —El mundo que describes es muy frío y cruel. No me gustaría vivir, para nada, en él. Pero tengo confianza en que el espíritu humano prevalecerá sobre la barbarie que mencionas. Después de todo, las personas a las que te refieres son la clase menos preparada de la raza humana, de ahí su ignorancia que deriva en ocasiones en semejante vileza... pero aún ellos, si se les da la oportunidad y los medios adecuados, son capaces de experimentar el amor y la bondad, las máximas virtudes que el hombre puede alcanzar. Tengo que creer que la Humanidad puede ser mejor de lo que es actualmente. Necesito hacerlo, ó de lo contrario me veré sin una razón que me permita seguir adelante...

    —¿Conoces ese dicho, “el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones?”

    —Sí, lo conozco... lo conozco, tal vez mejor que nadie...



    Las miradas de los dos jóvenes se trenzaron entonces en un fiero y silencioso combate, habiendo en ellas un dejo de desafío, pero motivadas por otra cosa mucho más profunda y arraigada entre ellos: pasión. Una pasión, demasiado juvenil probablemente, y bastante comprensible además, pero que en cada encuentro que sostenían se iba atizando más, para hacer de un simple chispazo el incendio calcinante que ambos sentían ya en esos momentos.

    —Yo... — dijo el muchacho entonces, luego de haber tragado saliva —Ya me tengo que ir. Como te dije, hay varias cosas que necesito hacer. Esta es tu última asesoría, a decir verdad ya no hay más que yo pueda enseñarte, pienso que de hoy en adelante puedes hacerte cargo de tus estudios sin problema alguno. Aún así... aún cuando ya no tengamos una excusa para seguir viéndonos con tanta frecuencia... quisiera que pudiéramos seguir haciéndolo. Claro, si tú lo permites. El tiempo que he podido pasar contigo, las conversaciones que hemos tenido y tu compañía en general... he encontrado todo eso bastante placentero, gratificante. Cuando estoy contigo... siento que nada me hace falta. Ya sé que lo he dicho miles de veces, de las formas más ridículas y absurdas que se me pudieron ocurrir, pero aún así siempre que lo hago, lo digo con toda sinceridad: te amo...

    Y aún cuando ella ya lo hubiera escuchado otras tantas veces a las que Rivera se refería, al momento de esucharlo decir aquellas palabras el corazón de la jovencita pegó un eufórico brinco, lo que aceleró su pulso y la hizo sentirse entre las nubes.

    —¡Te amo!— insistió él, con mucha más vehemencia —Amo todo de ti y cada aspecto de tu ser, desde tus ojos tan preciosos, el color de tu cabello y tu piel, tu voz tan dulce y tan suave que me adormece, la sensibilidad que hay en ti y la poesía que habita en tu corazón... Te amo desde la primera vez que nuestras miradas se cruzaron, y por eso mismo sé que tú también sientes algo por mí, ahora , y después de todo loque hemos pasado juntos puedo estar convencido de eso... y cuando dos personas sienten lo que nosotros, el uno por el otro, lo justo y lo natural es que estén juntos... ojalá... ojalá que algún día quieras darnos esa oportunidad...

    Kai la observó fijamente una vez más, queriendo conservar aquella estampa suya fija en su memoria por siempre. Pero también esperando por una respuesta. Por su parte Rei estaba sin habla, pero no por que quisiera o por seguir siendo fiel a su característica templanza, como siempre, sino que en esos trepidantes momentos efectivamente el habla la había dejado. Su corazón latía frenético al estridente ritmo de un sonoro tambor y una especie de calor frío recorría todo su cuerpo. Todo lo que él le había dicho era verdad, e incluso había muchas otras cosas que no había mencionado, por lo que si de algo estaba segura es que quería, más que nada en el mundo, estar a su lado, eso podía afirmarlo ya con toda categoría. Él era algo que nunca antes había pensando en encontrar, y ahora que lo había hecho estaba imposibilitada a dejarlo. En sólo unos cuantos meses se había convertido en su todo y la razón principal por la que se levantaba cada mañana, por mucha pena que le costara admitirlo. Su fuerza y confianza la hacían sentirse segura, su alegría y entusiasmo se le contagiaba como un escurridizo virus, dándole ánimos para continuar el día a día, y sobre todo, la gentileza y amor que siempre le prodigaba la hacían sentirse la persona más especial del mundo, le hacían ver, como ninguna otra cosa antes, el valor de poder estar con vida. Él era perfecto para ella, y mucho más, y su mayor anhelo era estar junto a él por siempre. Pero había un inconveniente. Un solo, único inconveniente, pero que al parecer era insorteable. Y era por eso que lo suyo jamás podría ser.

    El ademán que hizo al rehuír de nuevo su mirada fue toda la respuesta que necesitó el muchacho para saber la decisión que ya había tomado su compañera. Con sumo pesar,él también hizo lo propio, volteando hacia la puerta y sujetando su perilla para abrirla y salir de ahí, derrotado una vez más.

    —Sólo... sólo piénsalo con detenimiento, por favor...— susurró entonces, abatido —Es todo lo que pido... quizás, con el tiempo, será posible que te des cuenta lo infelices que somos sin el otro...

    No obstante, antes que pudiera irse, fue interrumpido de súbito por Ayanami, quien apenas y pudo juntar la fuerza suficiente para poder dirigirle la palabra.

    —¡Es-Espera! Espera sólo un momento... antes... antes de decidir cualquier cosa... yo qusiera... necesito saber... por qué... cuál es el problema que tienes con el Comandante Ikari...

    Kai peló los dientes en un gesto iracundo con la sola mención de ese nombre, justo en esos instantes de suma importancia.

    —Es curioso que preguntes eso, ¿sabes?— contestó casi de inmediato, de espaldas a ella —Siempre me he preguntado cuál es el problema de Gendo Ikari con el mundo, ó por qué es que insiste en ser un bastardo desalmado que tiene que hacerle la vida miserable a todos. Lo mío con él no es sólo un rencor infundado, no, claro que no. Tengo la desgracia de conocerlo de toda la vida, y durante todo ese tiempo he podido ser testigo impasible de cómo acaba con todos los que se interpongan entre él y sus objetivos. Eso no tendría nada malo, al contrario ser determinado es una actitud muy apreciable en estos tiempos. Lo malo es que Ikari carece de toda clase de escrúpulos, moral ó siquiera un atisbo de conciencia que guíe sus acciones. Es un tirano déspota que trata a los demás como títeres, desechándolos cuando ya no le son de utilidad, sin importarle cuantas vidas tenga que sacrificar con tal de satisfacer sus corruptas ambiciones. Una prueba del poco interés que siente por los demás, es su grosera negligencia e irresponsabilidad como padre. ¿Ó es que no te ha contado de su hijo, su único hijo, por cierto, al que tiene diez años enteros que no se ha molestado en ver al pobre diablo? Y vaya que eso es raro, por que si alguien tendría que apreciar las conveniencias de estar en familia, ese tendría que ser él. Después de todo, todo lo que tiene en estos momentos, su poder y posición, lo ha conseguido gracias al dinero e influencias de su abuelo, no por méritos propios, aunque también sus dotes de embustero sinvergüenza lo han ayudado un poco. No sé que promesas te hizo o como fue que te convenció de venir aquí, pero dime tú, ¿acaso ha cumplido alguna de las promesas que te hizo entonces? Estoy casi seguro que una de ellas fue tu realización personal, descubrir tu verdadero lugar en el mundo... es uno de sus guiones preferidos para embaucar ingenuos. Eso es lo que es él. Un talentoso actor, que a veces hace de héroe galante ó sabio iluminado, un guía que conducirá a todos a ser protagonistas de su propia historia. Pero yo, yo he podido ver su verdadero rostro, y es por eso que nos detestamos tanto mutuamente. Gracias a él... por obra directa suya... es que perdí algo muy valioso para mí. Es por eso que no puedo seguir cerrando los ojos ó cruzarme de brazos, como lo hace la mayoría por temor, para seguir dejándolo hacer a sus anchas. Quiero asegurarme que nadie más tenga que pasar por lo mismo que yo pasé, por culpa de Gendo Ikari. Pero no me hagas caso a mí... ahora tienes recursos a tu disposición que te ayudarán a tener una opinión mejor informada de ese fantoche. Haz el mismo trabajo de investigación que hiciste conmigo. Veamos entonces qué clase de hombre descubres que es tu amado Comandante Ikari. Simplemente, para empezar, ¿porqué no le preguntas qué pasó realmente en tu convento, después de que te fuiste?



    Sin dejar más espacio para el diálogo, el visiblemente alterado muchacho tuvo que salir del departamento antes de perder el control por completo. Odiaba el hecho de que aquél hijo de perra tuviera cautivada así al gran amor de su vida, acaso como si la tuviera bajo alguna clase de hechizo que la hacía una idiota que no podía darse cuenta de todas las tropelías y abusos que cometía con tanta frecuencia. A su vez, Rei detestaba que la sola mención del comandante bastara para hacer de ese maravilloso ser humano un energúmeno descerebrado, que en sus rabietas acababa por destrozar todo a su paso. Aún así, hubo algo en sus palabras que habían sembrado en ella el germen de la duda, donde antes sólo existía una fe y certeza absolutas, inquebrantables. ¿Era el Comandante Ikari una buena persona? Y en caso de no ser así, ¿es que acaso eso debería afectar también, de alguna manera, lo que innegablemente por él sentía?



    En lo que respectaba a él, Gendo Ikari no tenía pendiente alguno por lo que otros pensaran de él ó de los conflictos que causaba sin siquiera saberlo. En esos momentos su atención estaba concentrada en los documentos que tenía regados sobre la superficie de su escritorio, los cuales examinaba detenidamente junto a su socio y compinche, el Profesor Kozoh Fuyutski, en su enorme oficina que estaba casi en penumbras.

    —Justo aquí. Este es nuestro hombre— dijo Ikari en su acostumbrado tono ceremonial, señalando un documento migratorio con una fotografía anexa de un hombre rubio barbado —Alexei Saitzev, miembro de la tripulación de un buque mercantil proveniente del Adriático... un alias más para Miguel Ángel Pitti, de origen argentino, conocido operativo del Frente de Liberación Mundial. Se especializa en operaciones de espionaje, sabotaje y asesinatos políticos.

    —¿Estás seguro de esto?— carraspeó Fuyutski, echando un vistazo fugaz al documento que se le indicaba —Estamos hablando del FLM, no es sólo uno más tus matones regulares... ¿en serio quieres arriesgarte a dejar entrar a uno de ellos a Japón? ¿Qué tal si...?

    —Por favor, Profesor... ¿qué otro motivo tendría un hombre así para venir a este país, si no es para matar a Rivera? Lo mejor de todo, tengo confirmación que el chiquillo estúpido mandó al hospital, con varias fracturas, al hijo del Viceministro Ozú, dándonos así la coartada perfecta. Incluso hay testigos presenciales que señalan que Ryuzaki amenazó verbalmente a nuestro apreciado muchachito. Las investigaciones subsecuentes al deceso de Rivera apuntarán directamente a ese pobre viejo barrigón como el autor intelectual del homicidio. Nadie ni siquiera sospechará que nosotros tuvimos algo que ver. Todo encaja perfectamente. Es casi como si el mismo karma nos estuviera avisando que ha llegado el momento para deshacernos de ese bicho tan molesto de una vez por todas...

    —No sabía que fueras un hombre que creyera en señales, signos y toda esa clase de basura parapsicológica, Ikari...

    —No, no lo soy... en cambio, me considero un hombre que sabe apreciar las ironías de la vida. Es decir, todos nosotros nos alistamos para una guerra contra los ángeles, ¿no es así? Pero en este caso, será el mismo ángel Miguel quien esté de nuestro lado...

    El comandante sonrió entonces, siniestramente, con sorna, como solo podría hacerlo alguien que se regodea en su ruindad y en la certidumbre de su impunidad.



    En el curso de los pasados meses, un trabajo tan demandante y agotador, como lo era ser guardaespaldas de Kai Rivera, se había vuelto aburrido y rutinario durante todo el transcurso en que había durado su estancia en ese tranquilo país asiático, a diferencia de otras zonas del planeta en las que incluso había un precio por la cabeza de aquél chiquillo. Es por eso que de un grupo de cuidadosos profesionales que había llegado a tener hasta siete integrantes, a la llegada a Japón se había reducido solamente a dos custodios. Confiado en su capacidad propia para lidiar con posibles atacantes cercanos, el joven doctor les pagaba a sus guardianes una cuantiosa cantidad por vigilar su camino despejado de francotiradores y dispositivos explosivos, manteniendo una distancia prudente para que su presencia no causara aspavientos innecesarios. Sobra decir que aquellos hombres no habían tenido que lidiar con amenaza alguna para su cliente en tierras japonesas, lo que en circunstancias normales hubiera sido algo bueno, pero que en su línea de trabajo producía un soporífero tedio. Lo que más temían aquellos hombres era que sus habilidades llegaran a oxidarse por la falta de uso.

    —¿Qué tal estuvo el paseo?—saludó uno de ellos, que se había quedado a descansar en el departamento que alquilaban justo al lado del de los Katsuragi, en tanto que un voluminoso y gigantesco ex-marine entraba por la puerta, luego de haber vigilado los pasos del muchacho fuera de su hogar.

    —¡Tranquilo, como de costumbre!— respondió el recién llegado al fornido ciudadano de la República Popular de China que había estado aguardando su regreso para relevarlo de su guardia. Dos individuos que en tiempo pasados habían llegado a ser enemigos directos, ahora eran cercanos compañeros de trabajo —Sólo hizo una breve incursión al centro comercial para compras de último minuto y unos quince minutos sentado en el parque, fumando y mirando a la nada... Todo, claro, sin contratiempos... Te lo digo, lo más peligroso que este chico tiene que enfrentar en esta isla es esa extraña niña de ojos rojos que lo hace actúar como un completo estúpido...

    —¡Quién sabe! Por un momento, ese chico de la motocicleta llegó a preocuparme...

    —¡Solamente un niñito baboso jugando con su triciclo! Se merecía quedar como estampilla sobre la pared, no fue más que una pérdida de tiempo...

    —Te hace extrañar Tenerife ó Bangladesh, ¿cierto?

    —¡Quién lo diría! Y esos lugares fueron una locura, estuve a punto de hacerme en los calzones...

    —En cambio, al ritmo que vamos ahora, este mocoso no va a tardar en despedirnos también a nosotros... nos vamos a quedar en la calle...

    —Supe que Vasili y André encontraron acomodo en el cuerpo de seguridad de un diplomático francés... quizás pudieran contactarnos con alguien...



    El timbre de la puerta interrumpió sus disertaciones laborales, anunciando la llegada de un visitante.

    —¡Eso sí que es rapidez! ¿Puedes abrirle al tipo de la pizza en lo que busco mi billetera?

    —¿Pizza otra vez? ¡Más te vale que no hayas pedido todas con queso en la orilla! ¡Sabes que no puedo digerir bien esa bomba láctea!

    —¿Y quién dice que pienso darte, cretino? ¡La última vez dejaste hecho un asco el baño, y ni siquiera fuiste bueno para destaparlo!

    —Odio que siempre tengamos que pelear en los viajes, ojalá fueras un poco más racional...

    Antes que el larguirucho sujeto de cabello corto, a la militar, pudiera abrir por completo la puerta, un bólido se coló a través del espacio entreabierto, sujetándolo fuertemente del brazo para incapacitar cualquier respuesta que pudiera tener y tan rápido como un pestañeo sacó un revólver con silenciador, cuyo cañón le colocó sobre la base de la mandíbula para detonarlo inmediatamente. La bala atravesó sigilosamente el cráneo del infortunado, decorando el techo con sus sesos salpicados.

    El occiso cayó como un bulto al piso, sin siquiera haber sabido jamás lo que le ocurrió, en tanto que su compañero salía confiado de uno de los cuartos, solamente para encontrarse de frente con aquél horror. Su temple y nervios de acero le impidieron gritar y caer en pánico, como cualquiera lo hubiera hecho. En su lugar, los reflejos otorgados por años de entrenamiento lo hicieron llevar su mano hasta su arma de cargo pero antes que pudiera alcanzarla dos detonaciones más que hizo su atacante mejor entranado, en tan solo cosa de segundos, pusieron final a su existencia.


    Miguel Ángel Pitti se detuvo en medio de la sala entonces, resoplando y mirando con detenimiento su funesta obra. Todo había transcurrido rápida y sigilosamente, tal como lo había anticipado. No había forma que alguien en todo el edificio pudiera saber que dos personas acababan de ser asesinadas en ese departamento.

    —¡Qué porquería de guardaespaldas!— musitó entonces, confiado de aquella suposición, para de indemediato enroscarse sobre sí mismo, en busca de aliento perdido —Aún así... ya estoy muy viejo para estas cosas...

    Si localizar y neutralizar a los custodios de Rivera había sido cosa de niños, entrar al departamento de junto y acabar con el muchacho y su ramera japonesa sería más que sencillo, cuestión de mero trámite solamente. Le hubiera resultado bastante fácil, a decir verdad, pues justo en esos instantes los Katsuragi se encontraban en medio de una partida de poker, en la que en lugar de fichas lo apostado eran las prendas con las que estaban vestidos.

    —¡Lo siento, muñecota, pero estos tres reyes magos dicen que perdiste!— anunció Kai, quien para entonces tan solo se encontraba en calzoncillos —¡Ahora déjame ver tu par!

    —¡Esto es el colmo!— refunfuñó Misato en tanto comenzaba a despojarse de su sostén —¡Si descubro que estás haciendo trampa de alguna manera, será tu fin!

    Así que al pistolero argentino solamente le bastaba con irrumpir en aquél momento para fulminar a tiros a sus desprevenidos habitantes, cuyos cuerpos inermes hubieran quedado en una posición bastante comprometedora para ambos. Así que, luego de haber hecho un largo viaje hasta allí, ¿qué era lo que le impedía cumplir con su objetivo de una vez por todas?


    Se trataba de su propio cuerpo, que comenzaba a traicionarlo en la ocasión más inoportuna. Sus resoplidos se había convertido en jadeos, que hacía abriendo y cerrando la boca como un pez fuera del agua, encontrándose falto de aire, que repercutía en sus uñas poniéndose moradas, sus ojos hinchados y su pecho ardiendo como una fogata. El entumecimiento de su brazo izquierdo le advertía dónde se encontraba la falla, pero saberlo no le ayudaría a remediarlo.

    “Mierda, tenía que ser...” pensó a sus adentros, desfallecido, tendiéndose en el piso y recargándose contra la pared .“Un infarto... justo ahora... viejito estúpido, boludo... tenías que morirte justo ahora... justo en este momento... mirá que sos imbécil...”

    Aquél fatigado hombre, que no había tenido empacho en asesinar a dos ex-comandos militares, ahora se veía incapacitado para hacer algo tan simple como alcanzar el frasco de píldoras que estaba en el bolsillo lateral de su pantalón. Indefenso, derrotado y abatido, se derrumbó sin más, semejando a un muñeco al que se le termina la batería, quedando la mitad de su desvanecido rostro sobre el frío suelo de cerámica.


    A la mañana siguiente el joven Rivera iba más apurado que de costumbre para llegar a la escuela, como si estuviera expectante de algo. Quizás el paquete que llevaba cargando algo tenía que ver en ello. Como fuera el caso, falto de tiempo sólo le anunció su partida a sus guardaespaldas tocándoles a su puerta cuando pasó junto a ésta:

    —¡Fong, McTyren! ¡Ya me voy a la escuela! ¡Sí, ya sé que es sábado, pero aún así tengo que ir, no es que sea algo de su incumbencia! ¡Pero, por favor, esmérense para que hoy no me vuelen la cabeza, es muy importante! ¡Y les estaré eternamente agradecido! ¿Me escucharon?

    El chiquillo aguardó unos instantes más por alguna respuesta, pero sólo recibió silencio del interior. Dominado por la impaciencia, no quiso desperdiciar más tiempo esperando ó en averiguar a qué se debía tal demora, por lo que partió con paso presuroso mientras musitaba para él mismo:

    —Par de cretinos perezosos... deben seguir dormidos todavía... no sé por que aún no los he despedido...


    Por el contrario, Rei no tenía apuro alguno por llegar a tiempo a la escuela. Estaba bastante ansiosa como para siquiera pensar en asistir a clases en esos momentos. Estaba sentada frente al escritorio del comandante, en medio de su amplia oficina, aguardando su llegada. Por algún motivo que aún desconocía, se le había citado ahí desde muy temprano. Pero que fuera precisamente ese día en particular en el que el Comandante Ikari quisiera verla la hacía aventurarse en varias conjeturas. Trataba de que la emoción que la embargaba no se reflejara en su rostro, dedicándose entonces a pasear sus ojos alrededor de aquél enorme cuarto, tan adusto y discreto como su propio departamento. El pensamiento de que ambos compartían los mismos gustos decorativos produjo que sus labios se contrajeran en una tímida sonrisa, apenas perceptible, la que de inmediato desapareció apenas y vio entrar a Gendo Ikari.

    —Buenos días, Rei— saludó el hombre de las gafas a su arribo, tomando asiento enseguida —Lamento haberte hecho venir desde tan temprano, espero que no haya sido mucha molestia para ti...

    —Por el contrario— respondió Ayanami enseguida, negando con vehemencia al mover la cabeza de lado a lado —Me alegra que pueda serle de alguna utilidad. Yo...

    —Así que por fin decidiste a cambiar tu corte de cabello. Te luce bien, te ves mucha más distinguida. No me lo tomes a mal, pero con ese cabello tan largo, parecías una... campesina...

    —Gracias... lo que sucede es que yo...

    —Verte con el uniforme escolar no hace más que recordarme la razón por la que te he mandado llamar a primera hora. Lo cierto es que ya no lo necesitarás usar más, pues a partir de este día dejarás de ir a clases.

    Apenas al escuchar aquella impactante noticia la jovencita se sintió sofocada, acaso como si alguien le hubiera plantado un buen golpe en la boca del estómago. En lo primero que pénsó fue que dejar de ir a la escuela implicaría dejar de ver más tiempo a Rivera. Su boca se resecó y sus brillantes ojos se abrieron de par en par, en tanto que Ikari continuaba hablándole sin reparar en su condición:

    —Estoy al tanto que tus calificaciones han mejorado y es por eso que considero ya no es necesario seguir exponiéndote al trato con la población general. De ahora en adelante continuarás tus estudios con un tutor privado que se te asignará especialmente para dicha encomienda, no un haragán improvisado cualquiera, como el estúpido loco de Rivera. Supe que usurpó esa función y que te ha estado acosando durante todos estos meses, incluso poniéndote en peligro con sus idioteces, pero puedo garantizarte que también a partir de este día dejará de ser una molestia para ti...

    —Pero... es que yo...

    —Aún no lo sabes, pero desde estos momentos tu papel como piloto será mucho más importante aún de lo que ya era, debe tener prevalencia sobre todas las otras facetas de tu vida. Para eso necesitamos que te encuentres lo más cómoda y concentrada posible, y habrá que eliminar todo lo que actúe como una distracción que te lo impida. Confío que con las medidas que he determinado tu desempeño mejorará, al igual que nuestro trabajo aquí. Mientras tanto puedes ir a casa, a cambiarte y relajarte, descansa lo más que se pueda por que desde mañana comenzaremos con las pruebas de activación de la Unidad 01. He decidido que serás la piloto del Modelo de Pruebas, superior al Prototipo en todos los sentidos. Por lo tanto, estoy seguro que tus resultados serán radicalmente distintos... aquí tienes algunos de los protocolos de funcionamiento, trata de darles siquiera un vistazo antes de mañana... te veré hasta entonces, puedes retirarte...


    Por puro reflejo, y sin alguna acción conciente de por medio, fue que Ayanami alzó la mano para sujetar los cuadernillos que le estaban alcanzado. Del mismo modo se puso en pie, siempre observando con expectación el severo aspecto de Ikari, esperando por algún repentino cambio en él. Sin embargo, el comandante se abocó por completo a la pila de documentos que tenía sobre su escritorio, sin prestarle demasiada atención a la presencia de la expectante jovencita.

    —Disculpe mi atrevimiento, Comandante Ikari...— dijo ella finalmente, poniéndose en pie —Pero... ¿usted sabe qué día es hoy?

    —Ya sé que es Sábado, por eso desde un principio me disculpé por haberte hecho venir— respondió el hombre barbado, sin tomarse la molestia de verla cuando lo hacía —Pero como ya no irás a la escuela, eso dejará de tener importancia, de ahora en adelante todos los días serán fines de semana para ti...

    Aquello fue lo que terminó por tirar el único soporte que impedía el derrumbe del ánimo de Ayanami, quien, agachando la mirada, empezó a estremecerse como si fuera presa de fébriles escalofríos. Sus labios se entreabrieron para dejar atisbar una parte de su dentadura, como si fuera un animal antes de atacar. En cambio, tan sólo se permitió dejar escapar algo que nunca hubiera creído decirle a ese hombre, jamás en toda la vida:

    —No...

    Aquel monosílabo fue tan fugaz y discreto que a Ikari le pareció que había sido producto de su imaginación, por lo que tuvo que preguntar a la chiquilla que estaba frente a él:

    —Perdón, ¿dijiste algo?

    —Yo dije... no...

    —¿No? No, ¿qué?

    —No voy a dejar la escuela— sentenció la chiquilla, alzando por fin la mirada, desafiante —Y tampoco voy a dejar de ver a Rivera... él es el único que se ha interesado por mí desde que llegué a este país, es la única persona a la que le importa un carajo lo que suceda conmigo... así que no pienso dejar de verlo, aunque sea usted quien me lo diga...

    La expresión de desconcierto total en el pétreo rostro de Ikari explicaba mejor que cualquier otra cosa lo que en esos instantes sentía. Rei aprovechó entonces su desazón para continuar con su súbito estallido de rebeldía, encarándolo sin algún dejo de temor:

    —He hecho todo cuanto me ha pedido, Comandante Ikari, cosas que incluso iban en contra de todo mi sistema de creencias, pero aún así accedí a todo por la promesa que me hizo cuando me convenció de venir aquí. Pero que me pida hacer algo como esto, algo que traicionará a mi propio corazón... es algo que ya rebasó cualquier límite concedible... y es hasta ahora que caigo en la cuenta de lo tonta que he sido todo este tiempo al creer en sus palabras. Ó digame entonces, ¿dónde quedó la verdad de mi origen, comandante? ¿Porqué aún no me ha querido contar qué le pasó a mis padres, quiénes eran ellos? Lo más importante aún: ¿quién soy yo, Comandante Ikari? Usted me prometió la respuesta a todas esas preguntas si lo acompañaba, señor, y hasta hoy no las he obtenido. Lo único que he conseguido al venir aquí fue quedarme sin un hogar y sin seres queridos. ¿Cuándo tenía planeado decirme lo que sucedió en el convento, ese lugar al que me dijo que podía volver cuando yo quisiera? Ahora tan sólo es un páramo árido lleno de cenizas, y todos los que conocía han muerto... ¿Y para qué? ¿Por unos experimentos blasfemos, sin sentido alguno? ¿Por una supuesta guerra venidera contra seres celestiales, los mensajeros de Dios? ¡Explíquemelo todo de una vez, que para mí ya nada tiene razón de ser! ¡Es por culpa suya que estoy a punto de perder la razón, Gendo Ikari!

    Una vez que había terminado su retahíla de reclamos, la acalorada muchachita aguardó por una respuesta, en tanto recuperaba el aliento y trataba de mantener en orden la avalancha de pensamientos que sacudía entonces su cabeza. Por otra parte, Ikari la observaba como a una completa desconocida, viendo a la jovencita frente a él completamente transfigurada en otra persona, pero una vez que consiguió recobrar la compostura pudo levantarse de su asiento y se puso a deambular por la amplia oficina, con un gesto melancólico pintado en toda su faz.

    —¿Sabes? No te lo había dicho, pero tengo un hijo más ó menos de tu edad— comenzó a decir con aire vago y meditabundo —Verte comportándote de esta manera, como toda una chica normal, me hizo pensar en él. No nos hemos visto hará cosa ya de unos diez años, más o menos. No desde que murió su madre. Desde entonces ha vivido con familiares, que aunque le tienen cariño y lo cuidan como si fuera suyo, no pueden reemplazar el amor y protección de sus propios padres, eso lo sé bien. Por desgracia mi trabajo me ha mantenido alejado de él durante todo este tiempo, y aunque he intentado verlo en algunas ocasiones, varios contratiempos lo han impedido, uno de ellos ha sido su renuencia a saber cualquier cosa de mí. Creo que me culpa por la muerte de su madre, y quizás, de cierto modo, puede que tenga razón. Aún así, de haber tenido la determinación necesaria, estoy seguro que nada me hubiera impedido ver y estar con mi hijo. Pero al estar en la posición en la que me encuentro, he tenido que poner en balanza muchos aspectos de mi vida sobre las responsabilidades que se me han encomendado. Y es por eso que he llegado a la conclusión de que, por mucho que me duela, no puedo ser un padre si de mi trabajo depende la supervivencia de toda la raza humana. Desde siempre las necesidades de muchos deben imponerse sobre las de unos pocos, y es así como salvaremos a este planeta de la aniquilación total. Yo no tengo una formación católica, como tú, así que el llamar “Ángeles” a las criaturas que enfrentaremos no me provoca el mismo conflicto que a ti. Pero comprendo bien lo que dices, los ángeles son mensajeros de Dios y luchar en contra de sus emisarios es como ir en contra de Él. ¿Pero qué otra alternativa nos queda? ¿Esperar dócilmente por nuestra destrucción? A mi modo de ver las cosas, si de cualquier modo nos iremos al Infierno, qué mejor hacerlo que peleando contra todas las posibilidades. ¿Quién sabe? Tal vez resulte, a fin de cuentas, que en lugar de un juicio todo esto se trate tan sólo de una prueba que los humanos debemos superar. Esa es la esperanza a la que me he aferrado durante todo este tiempo, es lo que me ha hecho seguir a contracorriente, esa es la razón por la que he negado mis deberes como padre y es la causa por la que he sentido mi obligación el protegerte de todo mal y peligro, puede que incluso de ti misma y de conocimientos que te causarán más perjuicio que beneficio, como la tragedia sucedida en tu convento ó la terrible verdad que te espera si es que llegaras a descubrir de dónde vienes realmente... esa es la clase de dedicación que pido igualmente a los que trabajan conmigo, tal es el tamaño de la responsabilidad que llevamos y que ahora, aunque me cueste mucho trabajo, debo pedirte que lleves conmigo... es un camino difícil y pesado, pero al final lo habremos recorrido por el bienestar colectivo.


    Ayanami sintió entonces un nudo en la garganta, sintiendo desvanecerse sus ánimos rebeldes al solo escuchar las palabras de ese hombre, que aún con todo, seguía causándole una profunda impresión cada vez que estaba a su lado. Sin embargo, aquél día las palabras no serían suficientes para convencerla de volver a alinearse a los designios de Ikari. Para ello haría falta más, mucho más, y así se lo hizo saber:

    —Todo eso es bastante conmoverdor, Comandante Ikari, pero no dejan de ser más que evasivas y rodeos, palabras solamente, y las palabras van y vienen. Estoy aquí, en este momento, y las decisiones que he tomado ya no las puedo cambiar, ya no puedo volver el tiempo atrás. Pero lo que sí puedo hacer es tomar las riendas de mi destino y comenzar a elegir por mi misma, y hoy elijo estar con Rivera. Y ni usted ni nadie más puede decirme que haga lo contrario...

    —Ahora lo entiendo— pronunció Ikari mientras volvía a tomar asiento —Lo impensable ha sucedido: te has enamorado de ese sujeto. No, no es necesario que lo niegues. Aunque resulte difícil de creer, yo también fui joven alguna vez y reconozco muy bien esa mirada. Tampoco es que quiera saber como fue que pasó. Lo que sí, es que hubiera preferido que este momento nunca llegara. En mi ingenuidad, pensé que podríamos evitar que tuvieras que pasar por algo como esto. Será mejor, entonces, que tú también te vuelvas a sentar. Me has exigido respuestas, y es justo que te las dé, dadas las actuales circunstancias. Una vez que sepas quién eres en realidad todo te será más claro, sabrás la importancia que tendrás en los acontecimientos venideros... y la razón por la cual no puedes estar con el incauto de Rivera... ni con nadie más...

    Aunque renuente en un principio, la aturdida jovencita terminó por aceptar la propuesta y volvió a sentarse frente al pensativo hombre detrás del escritorio. Aunque en esos momentos de incertidumbre no podía estar segura al respecto, presentía que lo que a continuación le sería revelado pondría una vez más su mundo entero de cabeza, y pese a que durante años había estado buscando la verdad oculta tras sus orígenes, ahora que había llegado el momento de descubrirla se encontraba a sí misma llena de expectación y algo más, reptando desde la base de su columna: temor.


    Luego de una noche de desvelo pasada entre juegos, tabaco y alcohol, Misato despertaba al nuevo día cargando a cuestas una fuerte jaqueca, síntoma inequívoco de una resaca provocada por una deshidratación severa. Debido a las incoherencias de la vida, era convención general tratar con otro diurético, como el café, los estragos ocasionados por la falta de líquidos, pero la ahora Capitana Katsuragi se encontró a sí misma sin los implementos más esenciales para su preparación: granos de café y agua caliente, esto a causa de su descuido al hacer las compras y al haber olvidado pagar la cuenta del gas. Por tal motivo es que en esos momentos iba por el pasillo a las afueras de su departamento, aún en pijama y arrastrando los pies, incapaz de coordinarse correctamente. Llegó hasta la puerta de sus vecinos de a lado, a quienes llamó insistentemente mientras golpeaba la puerta:

    —¡Jerry! ¡Cheng! ¡Quien sea, olvidé a quien le toca esta guardia! ¡Necesito con urgencia cafeína en mi sistema! ¡Ayúdenme, por favor, ó creo que me voy a desmayar ahorita mismo!

    Sabedora de que ambos sujetos la encontraban sumamente atractiva, y por lo tanto se desvivían por complacerla cada vez que así lo requiriera, a Katsuragi le pareció inusual que ninguno de los dos se hubiera asomado por la puerta en el acto. Volvió a llamar una segunda, y hasta una tercera vez, y fue entonces cuando supo que algo andaba mal, sobre todo por que al posar la mano sobre el pomo de la puerta descubrió que ésta había sido dejada abierta.

    —¿Muchachos? ¿Está todo bien allí adentro?

    Apenas cuando entreabrió el umbral obtuvo su respuesta en la forma de sangre seca embarrada por todas las paredes y pisos del departamento, así como en los cuerpos ya sin vida de sus empleados. La impresión que obtuvo con semejante descubrimiento, está de más decirlo, fue mayúscula, suficiente para despejarle los humos de golpe.

    —¡Ay, mierda! ¡Mierda y más mierda!— exclamó atónita, sintiendo su sangre congelarse para de inmediato salir corriendo de aquella escena del crimen.

    Así como estaba fue que pegó carrera para poder llegar a su vehículo, en tanto hacía uso de su teléfono celular en tanto corría por los pasillos de su edificio a medio vestir:

    —¡Habla Katsuragi! ¡Solicito apoyo de inmediato, el Segundo Elegido corre grave peligro! ¡Muevan sus traseros y trasládense a su ubicación de inmediato, es cosa de vida ó muerte! ¡¿Me han entendido?!

    En cosa de nada ya había llegado hasta su automóvil estacionado y lo ponía en marcha, quemando llantas en dirección a la escuela de Kai, rogando a cualquier deidad que pudiera escucharla que no fuera muy tarde aún.


    Un par de horas antes que eso transcurriera, el joven Doctor Rivera se hallaba por ingresar al plantel educativo donde supuestamente cursaba sus estudios de secundaria. Encontraba de mal gusto que las autoridades escolares hicieran acudir a sus alumnos en sábado para obligarlos a realizar labores de limpieza en todas las instalaciones, pero a la vez estaba agradecido por ello, ya que le habían dado la excusa perfecta para verse con Rei, precisamente en aquél día tan especial y el paquete que llevaba a cuestas seguramente tendría algo que ver con los planes que tenía dispuestos para aquél día.


    El 14 de Febrero, día que se celebra el Amor y la Amistad, cobra especial importancia entre los estudiantes japoneses. Ese día es costumbre entre las jovencitas de aquella nación asiática el obsequiar una porción de chococolate, de las presentaciones más diversas, a aquella persona en la que tengan algún interés amoroso, aunque también lo hacen con sus otros compañeros o familiares como un gesto de consideración. A su llegada Rivera encontró su casillero repleto con tales golosinas, y asimismo tuvo que ingeniárselas para atender y despachar lo más gentilmente posible a la legión de ávidas chiquillas que buscaban su atención.


    Así que, aunque no fuera un día de clases en forma, la jornada escolar estaba bastante agitada, por lo que el muchacho se vio obligado a adoptar un perfil bajo y mantenerse oculto, siempre pendiente del momento en que pudiera encontrarse con Ayanami, quién aún no se dejaba ver por esos parajes.

    Como suele suceder en esa clase de ocasiones, cuando uno espera un evento con grandes expectativas, Rivera encontraba con sumo pesar que ese día por el que había guardado tanta ilusión estaba resultando ser un chasco. El ingrediente más importante, por el que esa fecha sería tan especial, estaba ausente y sin visos de aparecer pronto. Miraba fijamente el paquete del que no se había despegado durante toda la mañana, como si en él pudiera encontrar la solución a su predicamento. Estaba desilusionado, a punto de darse por vencido y volver por donde había venido, abatido, derrotado.

    Dispuso hacer un último intento por encontrar a la joven, suponiendo que desde un lugar más alto podría ver si es que ya venía en camino ó por lo menos que estuviera en las inmediaciones, por lo tanto enfiló sus pasos hacia la azotea del edificio de la escuela. Al salir de su escondrijo paseó la vista una última vez por el lugar, dispuesto a marcharse antes de hundirse más en el desánimo si es que no obtenía los resultados deseados. “Sabía que debí haberme quedado en la cama... y todo por nada” pensaba con amargura al tiempo que subía penosamente por las escaleras. No obstante, algo que apenas alcanzó a entrever apenas abrió la puerta lo hizo exclamar de repente, atónito por lo que estaba atestiguando:

    —¡¿Pero qué diablos...?!


    El muchacho por poco caía fulminado por la impresión que le causó ver a Rei detrás de la baranda que delimitaba el contorno del techo, con un pie balanceándose sobre el vacío que le aguardaba adelante, sosteniéndose solamente con un brazo, acaso como si estuviera tomando impulso para saltar.

    —¡¿Qué carajo crees que estás haciendo?!— vociferó enseguida, sin atreverse a hacer cualquier clase de movimiento brusco que hiciera a la chica precipitarse —¡¿Te has vuelto loca ó qué te pasa?! ¡Eso es peligroso, deja de estar jugando!

    Ayanami entonces volteó a verlo, con una expresión desencajada que le hizo desconocer a Rivera aquél rostro, que lo observaba impasible, casi como si no estuviera ahí. La veía mucho más pálida que de costumbre, con los ojos hundidos y su característico brillo desvanecido por completo. Todo su ser transpiraba una sola sensación, bastante palpable para el desesperado joven a sus espaldas: completa desolación, tristeza absoluta. Su presencia alterada era como un vórtice, un agujero negro que despojaba de esperanza todo lo que le rodeara, al igual que lo hacía con Kai, cuya certeza de que la vería caer de un momento a otro crecía cada vez más.

    —Vete de aquí— demandó la afligida señorita de cabello color del cielo, en un timbre mucho más apagado y monótono de lo habitual —Ya no quiero tener nada que ver contigo... olvídate de mi, y de que alguna vez existí...

    —Calma... calma...— pronunció el muchacho, alzando los brazos y avanzando hacia ella con suma precaución —Si así lo deseas, me iré de inmediato y nunca más volverás a verme... pero no lo haré hasta que te quites de ahí y estés en piso firme...

    Lejos de hacerle caso, la chiquilla pareció desentenderse de él y se asomó aún más al vacío, tanto que por un momento a su acompañante le pareció ver que estaba levitando en el aire, de no ser por la mano con la que se sostenía del barandal.

    —¿Qué...? ¿Qué crees que estás haciendo, exponiéndote de esta forma?— inquirió Rivera pausadamente, aprovechando que no era visto para avanzar un par de pasos más hacia ella —¿Te das cuenta siquiera de lo que estás haciendo?

    —Estoy... despidiéndome de este mundo, al que no pertenezco. Ahora lo veo todo con claridad, me han abierto los ojos. Ahora sé la razón por la que todo el tiempo sentía que no encajaba en alguna parte, cualquier parte.

    —¿En serio? ¿Y qué razón podría ser esa?

    —Que algo como yo nunca debió existir. Soy un error, una anomalía. Mi vida misma es una grave equivocación, un terrible pecado, que estoy a punto de corregir.

    —Chica, estás empezando a hablar como una desquiciada, y eso me está asustando... no tengo idea qué fue lo que se te metió, pero si sé que si saltas, eso sí será un grave error. Ninguna vida es un error, todas son invaluables y una vez que se pierde una no se puede recuperar... y para mí, tu vida es más valiosa que cualquier otra... piensa bien lo que haces antes de cometer cualquier locura, por favor...

    —No sabes lo que dices— respondió Ayanami con suma amargura, desbordando por cada uno de sus poros —¿Y cómo podrías hacerlo, después de todo? Nadie podría siquiera imaginarse el horror que se esconde detrás de mi apariencia humana... en el interior... soy un monstruo sin alma... ¡Sí, un monstruo! ¡Eso es lo que soy! ¡Monstruo!

    —Con que un monstruo, ¿eh?— pronunció el chico, que para sorpresa de ella ya estaba sentado a sus pies al lado suyo, de lo que no se había percatado hasta entonces —Ya es otra cosa que tenemos en común, en ese caso. ¡Vaya que se sienten las corrientes de aire desde aquí!

    —¿Cómo...? ¿Cuando fue que...?— vaciló la sorprendida jovencita, pero sin estar dispuesta a cambiar de proceder —¡Ya basta! ¡Si te me acercas más voy a saltar, en este mismo momento! ¡No puedes detenerme, déjame en paz!

    —Hazlo entonces— sentenció Rivera, poniéndose de pie ágil y velozmente, sujetándola de la mano antes que la chiquilla se diera cuenta de lo que pasaba —Salta, si eso es lo que quieres. Pero no pienso soltarte, así que lo más probable es que también me arrastres a mi muerte. Es una lástima, porque aún tenía muchas cosas por hacer. Y, además, eso te convertiría en una asesina despiadada...

    —¡¿Cómo... cómo te atreves?! ¡Suéltame ahora mismo! ¡No estoy jugando, estoy hablando en serio!

    —¡Y yo también!— dijo entonces el muchacho, encarándola —¡Si tú saltas yo también lo haré! ¡Así sabrás la desesperación que se siente el que una persona tan importante para ti quiera quitarse la vida sólo por que sí!

    —¡No! ¡Tú no lo entiendes, jamás podrás entender cómo me siento!— decía la muchacha, histérica mientras forcejeaba por liberarse de su agarre —¡Yo no soy como tú, ni como cualquier otra persona! ¡Mi vida no vale nada, es insignificante! ¡Ni siquiera debería estar viva! ¡Y si muero, otra más me reemplazará! ¡Es mejor así, por que estoy harta! ¡Harta de todo y de todos! ¡Harta de tener que lidiar con esta alienación sofocante, este hueco en mi corazón, cada día, todo el día! ¡Y haberte conocido fue lo peor de todo! ¡Si no te hubiera conocido, tal vez hubiera tenido el valor de hacer esto mucho antes, me habría ahorrado tanta confusión, tanta desesperación! ¡Tú solamente viniste a complicar aún más las cosas! De no ser por ti... de no ser por ti... no hubiera podido albergar falsas esperanzas... con cosas de las que jamás podré formar parte... me habría podido ir mucho antes... así, quizás, no hubiera tenido que saber lo qué soy realmente... Pero... seguramente que la que venga en mi lugar será mejor que yo... Tal vez ella podrá amarte también, y podrá hacerlo tal como se debe... sin restricciones ni vacilaciones... ¡Todo puede estar bien, puede estar mejor! ¡Sólo déjame...! Déjame solucionarlo... sólo déjame... morir...

    Luego de semejante estallido emocional y de varios intentos estériles por zafarse de la mano de Kai, aquella atribulada jovencita de mirada escarlata se fue quedando sin habla, ya fuera por la falta de aliento ó el intenso sentimiento que la devastaba por dentro. Incapaz de cualquier forma para derramar lágrimas, únicamente se mantenía con la cabeza gacha en tanto su cuerpo se estremecía periódicamente con una suerte de escalofrío.

    —En serio que eres increíble...— mencionó Rivera por su parte, extrañamente calmo —Simplemente me parece sorprendente que alguien tan lista como tú... pueda ser tan estúpida. ¡Y así es como te estás comportando, como una completa idiota!

    El shock que le produjo escuchar tal clase de insulto por parte de aquél joven, del que jamás hubiera pensado que llegaría a decirle algo como eso, causó que la muchacha volviera a alzar la vista, sorprendida de lo que acababa de suceder.

    —Dices que no importa si te mueres, por que al fin y al cabo alguien más te reemplazará. ¡¿Se puede saber quién putas crees que puede sustituirte?! Óyeme y entiéndelo bien: si te avientas ahorita mismo, aún si obtuviera después una muestra de tejido de tu cadáver embarrado en el piso y llegara a desarrollar una réplica genética exacta tuya, idéntica a ti hasta en el número de cabellos, todo un clon en la extensión de la palabra, aún así esa persona no serías tú y jamás podrías ser tú. Un ser humano es más que sus genes y el modo en el que nació... un ser humano es también todos los sucesos que ha experimentado, todas las personas que ha conocido, todas las emociones que ha sentido. Y eso es lo que te hace valorar la vida humana, por que a pesar de que somos más de mil millones de habitantes, no hay alguien que sea igual a otro. La humanidad en su conjunto es un mosaico hecho de contrariedades y diferencias... En toda la Historia, nunca ha habido ni habrá alguien como tú, ó como cualquiera de los otros mil millones de tipos que deambulamos en este diminuto punto azul del universo. Eres única, inigualable, irrepetible, y lo más importante de todo, estás viva en este momento... ¿Qué otra cosa puede importar? Yya te dije antes que no creo en divinidades que nos cuiden ó guíen nuestros actos, ni mucho menos en el destino manifiesto. Pienso, en cambio, que una serie de circunstancias sucesivas y entrelazadas una con la otra nos ha permitido existir, justo aquí y ahora, y que contra todas las probabilidades tuve la dicha de poder conocerte. Eso sí que es un auténtico milagro. Es por eso que la existencia humana es hermosa, y es por eso que tu vida es tan valiosa, no es algo que tires a la basura solamente porque tuviste un mal día ó una mala racha en los últimos meses.



    Durante el transcurso de su soliloquio, Ayanami jamás le despegó la mirada de encima y por unos instantes sus ojos parecieron recuperar su brillo extinguido. No obstante, fue poco lo que duró dicho efecto en ella, pues ni bien había terminado cuando una vez más volvía a dirigir la vista al vacío que le aguardaba a sus pies.

    —Tengo que decir, además, que no pudiste ser más inoportuna, ni escoger peor día para querer echarte de cabeza a tu muerte— continuó Kai entonces, mostrándole el paquete que llevaba consigo —Estuve esperando precisamente este día durante semanas, planeé cuidadosamente cada evento e instante de esta fecha que me permitiría poder obsequiarte esto, y tú lo acabas de arruinar todo con tu demencia repentina. Por lo menos, antes que ambos acabemos como pizza en la acera de abajo, ten la decencia de abrir tu regalo de cumpleaños.

    Una vez más en esa tumultuosa mañana, Rei volvía a quedarse sin aliento, sus ojos abiertos de par en par mientras murmuraba, estupefacta:

    —¿Cómo... cómo lo supiste?

    —Tengo mis recursos, preciosa... y debo decirte que me pareció bastante conveniente que hoy también sea San Valentín, así me has ahorrado otro regalo. Adelante, ábrelo... yo procuraré ir calculando el ángulo de caída que necesitaremos para morir al instante y evitar una agonía larga y dolorosa.

    Los dedos entumecidos de Ayanami comenzaron a romper con pulso trémulo, ansioso, el envoltorio de papel estampado con el que estaba recubierto su presente.

    —En realidad... este día es cuando las hermanas me recogieron, en el convento. Nunca supe realmente cuál era mi fecha de nacimiento, por lo que siempre utilizábamos este día para saber mi edad. De todos modos, aún si yo... ¿Qué? ¿Qué es... esto?

    Del interior de la caja emergió un bodoque informe de peluche que pretendía pasar como un pingüino, ó por lo menos fue el único parecido que Rei pudo encontrarle, en tanto el animal de juguete le devolvía su gesto de extrañeza con la mueca deforme dibujada en su pico y grandes ojos de plástico, los cuales, por cierto, no concordaban entre sí.

    —¿Te gusta? Lo cosí y rellené yo solito— admitió Rivera hinchado de orgullo, sin reparar en el semblante contrariado de su compañera —Me pinché un par de veces con la aguja y terminé cosiéndome también la camisa, pero aún así creo que me quedó bastante bien. Se trata de mi mascota, un pingüino de aguas termales llamado Pen-Pen. Misato jamás hubiera permitido que te regalara al real, así que hice esta copia de felpa sólo para ti. Lo mejor de todo es que también canta, sólo aprieta su barriga para que lo escuches.

    La muchachita procedió como se le instruía, apretando el cuerpo del juguete, donde además tenía cosida una silueta de corazón con una mica de plástico encima, en cuyo interior Kai había colocado otra de sus fotografías donde aparecía con una ridícula mueca de galán televisivo. Dicha acción al parecer activó un pequeño reproductor musical, pues de inmediato comenzó a escucharse una melodía que la chica ya conocía para aquél entonces:



    “Cada vez que pienso en ti

    nace un mundo dulce y nuevo

    porque brilla en tu mirar

    una nueva luz de ensueño...”



    La melosa balada en español que el joven le había dedicado meses atrás, en aquella serenata que había terminado con él empapado y tras las rejas. Esta vez, sin embargo, tenía un arreglo diferente, pese a que era interpretada igualmente por Rivera. El ritmo y compás era mucho más acelerado, casi enloquecido. Seguramente lo había hecho para adaptar la canción al único estilo musical del que tenía noticia que le gustaba a Rei.



    “Un milagro brilla en tu mirar

    trayendo luz a mi vivir,

    siento entonces que van a estallar

    el Sol y el mundo entero en nuestro amor,

    amoooor, amooooor, amoooooor...

    ¡Amor!”



    Ayanami guardaba silencio incluso momentos después que hubiera terminado la canción, sin saber qué hacer ó qué decir. El solo hecho que aquél torpe y descuidado jovenzuelo se hubiera tomado la molestia de averiguar cuando era que se festejaba su cumpleaños y le hubiera hecho un obsequio por dicha ocasión, ya era más que suficiente para hacer que su perturbado corazón brincara de gusto. Era algo que incluso el Comandante Ikari no había hecho. La hacía sentirse, una vez más, reconocida, tomada en cuenta. Era un gesto que validaba su existencia ante alguien más.

    —Pienso que... generalmente, no soy así de cursi, ni detallista— mencionó Kai al percatarse de las cavilaciones de la muchacha —Es algo que la mayoría del tiempo me cuesta bastante, de lo que simplemente me desentiendo. Pero contigo... contigo es otra cosa totalmente distinta... siento que nada es demasiado para ti y pongo todo mi empeño en cosas que anteriormente me habrían parecido superfluas, vacías, absurdas... justo como este amasijo de felpa cantor y la empalagosa melodía que reproduce... pero, lo que sucedes es que... esta canción me hace pensar en ti, desde que nos conocimos. Pienso que expresa a la perfección todo lo que siento cuando te veo a los ojos, y sobre todo, lo prodigioso que resulta que hayamos podido coincidir en este tiempo y lugar, es algo por lo que siempre estaré agradecido, aunque no sé a qué ó quién darle las gracias por eso, estoy feliz, feliz por haberte encontrado cuando ni siquiera sabía que te estaba buscando.

    De nueva cuenta la jovencita volvía a sentir aquella opresión en el pecho, sintiendo ser estrujada por dos fuerzas en oposición directa, una de ellas su deseo ya innegable por estar junto a Rivera por siempre y para siempre, y la otra... la otra era la horrible verdad que pesaba sobre sus hombros. Asímismo, estrujaba al ave de peluche entre sus brazos de la misma forma que esas dos fuerzas invisibles lo hacían a capricho con ella.

    —Yo también...— dijo al cabo de un rato, en el que pudo juntar valor suficiente para volver a hablar —Yo también estoy bastante agradecida por haberte conocido. En retrospectiva, eres una de las mejores cosas que me han pasado. Gracias a ti la vida dejó de ser gris y lamentable, y en lugar de eso se convirtió en un emocionante paseo del que nunca sabía que esperar. Tus sentimientos... son cálidos, reconfortantes, me hacen sentir mejor conmigo misma y con el mundo. Nadie, jamás, me había hecho sentir lo que tú. Si acaso las circunstancias fueran distintas, si yo fuera cualquier otra persona... no dudaría ni un solo instante en corresponder a todo eso que sientes por mí, nada me haría más feliz que estar a tu lado... pero... por desgracia... soy lo que soy... y no puedo cambiarlo. Y es por eso que no puedo estar contigo, no puedo amarte... y siendo así, ni siquiera sé si quiero seguir viviendo...



    Rei observó el horizonte que se divisaba en la lejanía con sumo pesar y resignación. El gesto de amargura en su rostro parecía ser indeleble y de buena gana se hubiera arrojado en ese mismo momento, de no ser porque Kai aún la seguía sujetando. Éste la observó detenidamente, atento a cada movimiento suyo, y en aquellos momentos le parecía tan frágil, tan necesitada... tan indefensa...

    —¡Maldita sea, no puedo resistirlo más tiempo!— musitó repentinamente el muchacho, harto de tratar de razonar con ella, jalando a su cautiva del brazo para atraerla hacia él, quedando ambos frente a frente —¡Lo que tienes de hermosa lo tienes de necia y testaruda, eres imposible! ¡Si no entiendes razones, a ver si puedes entender esto!

    Antes que la sorprendida chiquilla pudiera siquiera reaccionar al rápido acontecer de los eventos, el astuto joven aprovechó su desconcierto para, finalmente y luego de tanto tiempo de andanzas, poder plantarle un largo, apasionado beso sobre sus labios desprevenidos.

    Una intensa descarga de adrenalina sobrevino a ambos en aquél momento que parecía duraría por siempre. Rivera se aferraba a la muchachita como a la vida misma, aprovechando cada resquicio para poder hundirse más sobre su aliento y estrecharla más entre sus brazos. En cambio, en primera instancia Ayanami trató de apartarse lo antes posible, sin resultado alguno, viéndose incapaz de liberarse de los fuertes brazos del atrevido jovencito que le había robado su primer beso. No obstante, de la misma manera que se veía imposibilitada para escapar, así también la señorita de mirar escarlata se reconoció incapaz de seguir reprimiendo sus sentimientos ni de resistirse a la abrumadora sensación de bienestar que la embargaba, y terminó por rendirse a sus impulsos, permitiéndose devolver el inusitado gesto amoroso mientras rodeaba con los brazos la espalda del muchacho.

    Fue de tal modo que ambos jóvenes quedaron trenzados, unidos como dos polos magnéticamente opuestos, impelidos a permanecer juntos al borde del abismo que les aguardaba, fundidos en un prolongado beso que era el resultado de meses enteros de idas y venidas, lo cual, en su conjunto pintaba una estampa poco convencional, si es que alguien los hubiera podido ver en esos momentos.


    Fue al cabo de diez, quince minutos aproximadamente, que los muchachitos encontraron el ánimo suficiente para suspender el contacto entre sus labios, aunque fuera solo para reponer el aliento, si bien seguían abrazándose el uno al otro.

    —Yo... yo... lo siento... lo siento tanto...— se excusaba futilmente Rivera —No pude... no pude contenerme más tiempo... tenía que besarte ó estallaría, pero no queria que fuera así... yo siempre pensé que sería... que sería mucho más...

    —Soy yo la que tiene que disculparse— dijo Ayanami, apoyando su frente sobre el pecho del joven balbuceante —A pesar de lo que dije, a pesar de lo convencida que estaba, de la determinación que había tomado... al final fui débil, y terminé cediendo... y por eso... es probable... es probable que termines sufriendo, y todo por mi debilidad... lo último que quiero hacer es lastimarte...

    —¿Y cómo se supone que sería eso?

    Rei guardó siencio nuevamente, queriendo concentrarse en disfrutar lo más que pudiera ese mágico momento, tratando en vano de prolongarlo tanto como fuera posible. Sería, quizás, el único instante que podría estar junto a la persona que había elegido su corazón.

    —Porque no puedo quererte de la forma que lo haría una chica normal. Porque, por más que lo desee, no puedo estar contigo. Y porque aún si pudiera estarlo, aún si pudiéramos amarnos libremente, de cualquier manera jamás podría darte el hijo que tanto quieres. Y lo más importante de todo, el principal obstáculo para que lo nuestro funcione, es porque tú no sabes...— respondió al fin —Tú no sabes... lo que soy yo... y si alguna vez lo llegas a saber, querrás alejarte para siempre de mí... y tampoco quiero que eso pase... no creo... no creo que pueda soportarlo...

    —¡Pero qué estupidez! ¡Claro que sé quien eres! ¡Duuh!— Kai la sujetó entonces gentilmente de la barbilla, para sacar su compungida carita de su escondite, haciéndola que mirara hacia arriba para establecer contacto visual —Tú eres... tú eres... el amor de mi vida... y es lo único que realmente cuenta, sin importar a qué dediques tu tiempo libre, ya sea que seas una bruja espacial, viajera del tiempo, aparición espectral ó un ser con poderes divinos... eres lo que mi corazón siempre anheló y buscó, y ante todo, eres con quien quiero estar, nada más importa para mí...

    En esos momentos Rei se volvía a encontrar a sí misma perdida en la dulce mirada esmeralda del joven frente a ella, cautivada por su influjo y las gentiles palabras de amor que le eran profesadas. Ya fuera por la debilidad que acusaba adolecer, fuera por una repentina y genuina convicción que había nacido dentro de ella ó simplemente por puro instinto, en el transcurso de ese delicioso trance sus labios poco a poco comenzaron a dibujar una radiante sonrisa que mostraba a su compañero.

    Éste por poco y se precipita al vacío, casi desmayado por la impresión que le causó ver sonreír por primera vez a su amada. Era una visión tan espectacular que no tenía palabras para describirla, mucho menos para expresar el torrente de emociones que se arremoliban en su interior, producto de aquél singular suceso. Ni bien se había repuesto del todo, mareado y aturdido como se encontraba, cuando intempestivamente fue la propia joven que le arrebató la razón quien ahora le sujetaba el rostro y lo regresaba al paraíso dándole otro prolongado beso.


    —Eso fue... eso fue...— musitó Rivera, una vez que terminó —Eso fue... guau...

    —Hermoso— dijo entonces alguien más, aplaudiendo pausadamente —Eso fue simplemente hermoso, conmovedor. Lo más bello que he podido ver en mucho, mucho tiempo...

    El par de jovencitos voltearon de inmediato hacia el recién llegado, avispados por su súbita intervención. El hecho de que les estuviera hablando en español hizo que a Kai se le crisparan los nervios, y lo hizo con justa razón, una vez que reparó en la pistola de alto calibre con el que su inoportuno visitante les apuntaba en aquellos momentos.

    —Amor de estudiantes... es el mejor de todos— continuó el desconocido con un dejo de ensoñación y nostalgia, sin bajar su arma un solo momento —Créanmelo, nenes, nada puede superar esto que tienen ahora mismo... disfrútenlo mientras puedan...

    Rivera miró con atención al sujeto que, literalmente, los mantenía al filo del abismo. Un corpulento hombre rubio, ya algo entrado en años, tal como sus canas lo delataban. Su expresión cansina hablaba de fatiga pero aquellos fríos ojos de gavilán lo alertaban que se encontraba en presencia de un implacable depredador, que no dudaría en jalar el gatillo llegado el momento ó la ocasión para hacerlo.

    —El Frente de Liberación Mundial— masculló el muchacho entre dientes, mezcla de rencor e impotente resignación.

    —¿Tan obvio soy, en serio?— repuso el gatillero con sorna —El nombre es Miguel Ángel Pitti, muchachitos, y si bien es cierto que aún formo parte del F.L.M., hoy me encuentro ante ustedes por un asunto meramenrte personal...

    —La presentación está de más, señor— decía Rivera buscando ganar tiempo, en tanto se hacía el disimulado para marcar una tecla en su celular, el cual llevaba en el bolsillo —Sólo eres el payaso en turno que quiere matarme, es lo único que necesito saber...

    Un zumbido se escuchó en esos momentos, para desconcierto de todos, incluido el pistolero, quien al cabo de unos momentos sustrajo de sus ropas un teléfono móvil, que era el causante de dicha conmoción. El muchacho se puso blanco como sábana al ver el dispositivo en manos de ese matón, quien ahora lo veía con deferencia:

    —¡Ah, así que estabas hablándole a los refuerzos! Lamento decirte que te estuvieron timando todo este tiempo, muchacho, ese par de boludos no podrían cuidar ni a su puta madre, les rompí el orto más rápido de lo que me fumo un tabaco... yo que vos, mejor los devolvía a la tienda, fueron una vergüenza como guardaespaldas, no eran más que unas sabandijas vividoras...


    El enterarse bajo esas circunstancias del deceso de sus empleados dejaba sin opciones al desesperado muchacho. Si bien aquél argentino de mierda se veía bastante abatido, a punto de desfallecer, no por eso dejaba de ser un combatiente experimentado, capaz de liquidarlo en el momento que así lo quisiera. Además, Rei estaba allí, y tampoco podía arriesgarse a que saliera lastimada en caso de oponérsele de algún modo. Ya no se trataba de un juego, ni de niños jugando a ser pandilleros. Estaba inmerso en una situación que escapaba completamente a su control, y era bastante posible que aquél funesto encuentro sería el que terminaría llevándolo a la tumba. Era pues, el final del camino para él. Pero no tenía que ser necesariamente también el de Rei.

    —Cualquier problema que tengas, lo tienes conmigo solamente. La chica no sabe nada, déjala que se vaya y ya después podrás hacerte el héroe macho matándome...

    —Por si no te has dado cuenta, niño imbécil, no estás en posición de pedir nada... te tengo agarrado de las bolas y soy yo el que decide quien se va y quien se queda, y si me pega la puta gana ahora mismo hago que los dos se maten echándose un clavado desde donde están...

    —Pero antes de eso, supongo que primero querrás escupir todas las razones por las que me merezco morir y como todo el mundo te agradecerá por librarlo de mi malignidad, ¿ó no es así?— Rivera estaba muy consciente que los estaba arriesgando al provocar de ese modo a su agresor, pero aún así se veía sin otra alternativa para maniobrar —Anda, entreténme con el cuento de como vas a vengar a toda esa pobrecita gente que se murió por mi culpa, los otros tipos fueron bastante ingeniosos al respecto.

    —¡Jo, jo, jo! ¡Soy un libro abierto para vos, no puedo creerlo!— ironizó el pistolero de buena gana, pese a todo —¡Es como si fuéramos almas gemelas, dos gotas de agua! Pero tenés algo de razón, simplemente no podía llegar y matarte sin más, por muy sencillo que eso hubiera sido... no sabes la suerte que has tenido para poder llegar a ver el día de hoy, fiera, juro que si alguien más se lo propone ya estarías bajo tierra desde hace un buen rato... por lo menos, en las semanas que estuve observándote a vos, tuve más de cinco oportunidades para mandarte derechito al infierno y sin escalas, con todo y guardaespaldas y jamás te hubieras dado por enterado.

    —Pero, no lo hiciste... y eso fue porque...— el chiquillo observaba de reojo el lejano piso a sus espaldas, calculando la altura a la que se encontraban y las posibilidades de sobrevivir a una caída desde ahí, las cuales no eran muy halagüeñas —...Porque seguramente te diste cuenta lo buen tipo y simpático que soy, lo que te hace un loquito que debe buscarse otro pasatiempo porque no hay manera que puedas atreverte a matarme... ¡Vamos, di que es eso!

    —¡Ja, ja, ja, qué bárbaro! ¡Mirá que sos ingenioso!— aún cuando riera de buena gana con las ocurrencias de su víctima, no por eso el gatillero dejaba de apuntarle con el arma —Aunque no estás tan equivocado. Verás, no te maté antes porque primero tenía que saber si ibas a poder parar todo lo que se nos viene encima. Así que te he estado observando todo este tiempo, como angelito de la guarda, mientras trabajabas, mientras jugabas, mientras comías, mientras dormías y mientras hacías... esto de aquí... y ahora que hablo con vos, puedo saber, con toda seguridad, que no eres el monstruo sádico, cruel y come-gente que se dice en todos lados que eres. Sos, antes que nada, un simple niño. Un simple niñito como cualquier otro, que tuvo la fortuna ó la desgracia de tener dones que nadie más tiene. Pero es por eso, por que sos un muchachito nada más, que he concluido que no estás listo para toda la mierda que se nos viene. Verás, tengo que matarte, pero no por todas las personas que has matado, sino por las muchas otras más que se salvarán si vos mueres. No es que te quiera muerto, sino que te necesito muerto. Hay un mundo de distancia entre una cosa y la otra, y espero que una persona inteligente como vos lo pueda comprender. Aún cuando no tengo muchos estudios, me considero un conocedor de la naturaleza humana y de la geopolítica bajo la que se mueve el globo. Por lo mismo, he podido ver las condiciones actuales en distintos frentes y con ese conocimiento soy capaz de anticipar acontecimientos venideros. No hay forma que lo sepas, pero la verdad es que te encuentras justo en medio de varios poderes en pugna, fuerzas que ni siquiera te imaginas que existen, pero que acabarán con todos nosotros en su afán de obtener algo de ti. Pensaba que tal vez había la forma que pudieras hacerles frente con tus propios recursos, pero en estos momentos me es claro que la solución más viable, sino es que la única, es quitarte del tablero por completo. No digo que sin tu presencia nos salvaremos todos, pero sí serán muchos más que contigo vivo...

    —No, no... tú estás mal... ¿Cómo puedes decir eso, si no me conoces tanto?— dijo al aire Rivera, en tanto discernía la mejor manera de envolver a Rei para amortiguar su caída —La verdad es que te sorprenderías de lo que soy capaz de lidiar y soportar en circunstancias adversas... ¿qué mejor ejemplo que éste? Digo, en estos momentos cualquiera estaría gimoteando y suplicándote piedad, en cambio yo estoy tratando de mantenerme ecuánime y entablar un diálogo, buscando una solución pacífica a todo este enrollo el que nos hemos envuelto...

    —Estás tratando de distraerme, hijo de puta, quieres ganar tiempo para ver si de alguna forma milagrosa alguien viene a salvar tu culo ó por lo menos el de esta pobre mina que no tiene puta idea de lo que pasa ó de qué carajo estamos hablando. Nada de eso está funcionando, y por el contrario, refuerza mi creencia que no tenés lo necesario para detener la matanza que se viene. Ya no estamos hablando de ideologías aquí, ni siquiera de justicia social. Ya no es el F.L.M. contra el Imperio Americano ó las Naciones Unidas. Es simple y llanamente la supervivencia de toda nuestra especie. He visto el mismísimo Infierno a los ojos, y puedo decirte que el Infierno no es un lugar, sino un hombre. Un hombre como ningún otro ha habido. Un hombre con un odio inmenso hacia todo y a todos, y que va contagiándolo a su paso, como un virus. Un hombre que no se detendrá hasta acabar con todo en este planeta, simplemente por que sí. Alguien así masticará y escupirá a alguien como vos en cosa de nada. Eso es algo que no se puede cambiar, ahora lo sé... pero, contigo fuera del juego... algunos podrán salvarse de su ira demente. Quizás... quizás tu muerte lo apacigüe un poco, lo suficiente para que alguien más pueda encontrar el modo de acabarlo, ó por lo menos reunir los medios necesarios para contenerlo. Esa es la apuesta que estoy corriendo en este mismo momento, en este lugar...

    —De acuerdo... de acuerdo...— suspiró Kai, resignado, alzando los brazos —Ya expusiste tu punto y las razones por la que estás aquí, fastidiándome el que pudo haber sido el mejor día de mi vida. Al parecer estás muy decidido y ya me percaté que no hay cosa que yo pueda decir para convencerte de hacer lo contrario. Si piensas que matarme hará que el coco deje de asustarte por las noches, estás en todo tu derecho de creerlo. Estás aquí por el bienestar colectivo, y eso es algo muy noble desde cierto punto de vista. No eres un loco fanático más, sino una persona razonable que piensa que sabe lo que hace. Es por eso que tengo que apelar a esa razón tuya, para hacerte ver que matar a esta pobre chiquilla incauta no tiene nada de honorable, matarla te servirá de nada, y en cambio sólo perjudicará tu causa. Acabemos de una vez con lo nuestro, pero antes déjala que se vaya. Es joven, e inexperta. No tiene que pasar por una experiencia tan traumática como a la que estás a punto de exponerla. Y es claro que no tienes que preocuparte por que te identifique. Es decir, estamos en Japón, si alguien como tú ha podido andar libre por este país es porque alguien más así lo ha querido. Además, tengo la sensación que este no es sólo el último día para mí, ¿cierto, compañero? Basta con un rápido vistazo para saber que tampoco te queda mucho tiempo... así que, ¿qué tienes que perder? La dejas ir, me matas y salvas al mundo, y a la vez le salvas la vida a una talentosa jovencita que quizás en un futuro sea lo que derrote al malvado monstruo al que tanto temes. ¿Lo ves? ¡Todos ganamos!

    —Sos un cagado— musitó Pitti —Pero en algo tienes razón... de algún modo, me encuentro algo generoso el día de hoy, además no quisiera que se anduviera diciendo por ahí que me gano la vida matando colegialas... anda pues, dile a tu noviecita que se despida de vos y que se largue cuanto antes, si no quiere acompañarte en el más allá. Y de pasada, haz que cambie el color de tinte para cabello y de lentes de contacto que usa, que con esa pinta parece el retoño del mismo Satanás...

    —Ahí tienes tu boleto de salida— dijo entonces Kai a Rei, en japonés —Este lunático cree que no puedes entender lo que está diciendo, así que no tendrá problema en dejarte ir... será mejor que te apresures, antes que el bastardo cambie de opinión.

    —No— se negó la muchacha de inmediato —No pienso dejarte aquí, para que este loco te mate como a un perro. Tiene que haber otra solución, una forma de que...

    —La hay. Tienes que encontrar a Misato lo más pronto que puedas, y decirle lo que está pasando. Yo seguiré entreteniendo a este greñudo piojoso tanto como pueda, cuento contigo para que traigas a la caballería antes que otra cosa suceda...

    Ayanami lo observó con sumo detenimiento, su rostro contraído en un marcado gesto de aflicción.

    —Ambos sabemos muy bien que eso no va a pasar— pronunció desairada la jovencita —En cuanto ponga un pie fuera de aquí este hombre pondrá una bala en tu cabeza y será el fin...

    Igualmente, Rivera se tomó su tiempo para observarla a conciencia, sabedor de que aquellos eran sus últimos momentos junto a ella, para luego responder, tratando de generar confianza y ocultar el pavor que empezaba a apoderarse de su ánimo:

    —Es muy probable que así suceda. Pero, y esto es lo más importante, tú estarás a salvo, y con eso me conformo. De todas maneras, siempre supe que así es como terminaría todo para mí, no había algún otro final esperándome. Puedo decir que me voy feliz, satisfecho, pues di una buena pelea durante estos catorce años y lo mejor de todo fue que pude llevarme un beso tuyo. Así que no te preocupes por mí, que aunque ya no esté por aquí, el mundo seguirá dando vueltas y nada cambiará. Pero este momento que acabamos de compartir ya nadie nos lo puede quitar, ni siquiera un orate con un arma. Puedes irte, entonces, sabiendo que me hiciste muy feliz en mis momentos finales, y que gracias a ti pude partir sin arrepentirme de cualquier cosa. Vamos, yo te ayudo, ven...



    El muchacho entonces se inclinó, ofreciendo sus manos para que le sirvieran de escalón y pudiera apoyarse mejor sobre la barandilla, que le llegaba a la cintura, la cual brincó después sin hacer mucho esfuerzo. Se encontraba ya del otro lado, por lo que solo tenía que dar unos cuantos pasos más para alcanzar la puerta y la relativa seguridad que había detrás de ella. Pero Rei no estaba muy convencida de irse, volteando de nuevo hacia su compañero que seguía con el abismo a sus espaldas, mirándolo desconsolada y sin saber qué hacer.

    —¡Pibe, tu noviecita ya me está poniendo nervioso y eso no le conviene, para nada!— advirtió Pitti, que comenzaba a sentirse de nuevo ansioso, respirando con algo de dificultad —¡Dile que se largue, pero ya! ¡Ó vas a verla morir primero, antes que te mate!

    —Ya lo oíste, tienes que irte— pronunció Rivera, con voz trémula y sintiendo como sus rodillas le fallaban —Vive feliz, y vive bien, mi amor, hazlo por los dos. Fue todo un gusto conocerte, mi querida Rei Ayanami...



    La joven observó entonces, con sumo detenimiento, la sonrisa que se dibujó en los labios del muchacho, un gesto cálido y sincero justo como el que ella le acababa de obsequiar hacía cosa de unos momentos. Un gesto cuya intención podía adivinarse claramente, el cual era de despedida. En ese brevísimo instante, todo el tiempo que había pasado junto a aquél infortunado chiquillo se condensó en una suerte de película que pasó rápidamente frente a sus ojos, sin poder resignarse del todo a su trágico desenlace. Le parecía una sádica crueldad que el destino los hubiera puesto juntos en el mismo camino sólo para separarlos tan abrupta y violentamente, justo cuando parecían haber encontrado la felicidad el uno en el otro.



    Por su parte, un intenso ardor en el pecho y un súbito mareo provocaron que, pese a todo su esfuerzo, el guerrillero argentino se sintiera desvanecerse, por lo que hubo de apoyar una rodilla en el piso en tanto se empeñaba en seguir apuntando a su objetivo, temiendo cualquier movimiento de éste. Fue tanta su fijación en Rivera, y tanta su concentración en no desfallecer allí mismo, que olvidó por completo a la chiquilla de aspecto raro que les acompañaba, la que, impulsada sin duda por un extraño arrebato detonado por sus sentimientos a flor de piel, se abalanzó sobre él apenas vio la oportunidad para hacerlo, sin ponerse a pensar jamás en las consecuencias de sus actos:

    —¡No!— dijo ella, tajante, sujetando su brazo, queriendo que soltara el arma que sostenía —¡Él no! ¡Soy yo la que se tiene que morir! ¡Mátame a mí!

    —¡Maldita... perra loca!— farfulló Pitti, completamente enrojecido, casi postrado y sintiendo como el corazón estaba a punto de reventarle. La única prueba que necesitaba para su deplorable condición era que no podía quitarse de encima a aquella escuálida jovencita —¡Hija de puta, te voy a volar los jodidos sesos!

    Como un animal rabioso en medio de un ataque, los dientes de Ayanami se clavaron sobre la muñeca del pistolero, que comenzó a sangrar copiosamente luego de soltar un profundo alarido de dolor, el cual pudo escucharse a través de todo el edificio, alertando a todos de que algo estaba sucediendo en el techo. De todos modos el gatillero se aferró a su arma, así como Rei a él, pues ni siquiera después de asestarle un puñetazo en pleno rostro la chiquilla lo soltaba ó siquiera dejaba de morderlo, acaso se tratara de un perro de presa.

    —¡Rei, ya basta!— gritó Kai, quien apenas salía de su estupor inicial y reaccionaba al vertiginoso acontecer de los hechos. Ni siquiera podía creer lo que estaba presenciando, así de surrealista le parecía toda la escena. Saltó el barandal que los separaba tan rápido como pudo, y así fue como también se dirigió hacia ellos, queriendo ante todo preservar la vida de la enloquecida muchacha —¡Deténte, por favor, vas a hacer que te maten!



    Lo que a continuación transcurrió, fue en un abrir y cerrar de ojos, sucedió tan rápidamente que se hubiera necesitado reproducir toda la acción en cámara lenta para poder entender con cabalidad todo lo que pasó. El pistolero y la joven continuaban forcejeando, trenzados en una suerte de baile obsceno, por lo pegados que estaban sus cuerpos, dando giros sobre su eje hasta alcanzar el otro extremo del barandal que delimitaba el perímetro de aquella azotea. Una vez ahí Rei quedó sobre el sudamericano, a quien comenzó a empujar para proyectar la parte superior de su cuerpo fuera de la barandilla. Tomando nuevos bríos, fuera por su desesperación ó por la rabia que sentía por dentro, Miguel Ángel encontró las fuerzas necesarias para sujetar a su atacante y arrojarla fuera de la azotea. En su vuelo, la muchacha alcanzó a sujetar por el cuello al gatillero, con el impulso y fuerza suficiente como para arrastrarlo en su caída y hacerlo compartir su misma suerte.

    —¡¡¡Nooo!!!— gritar desaforado fue lo único que pudo hacer Kai Rivera, el único testigo de aquél fugaz acontecimento, llegando demasiado tarde para poder ayudar en tanto observaba impotente como la gravedad arrastraba el cuerpo de su compañera hasta el inevitable y fatídico encuentro con el piso, unas decenas de metros más abajo.

    El tiempo se detuvo para él en esos angustiosos instantes, clavando su atónita mirada en el extrañamente apacible semblante de la jovencita mientras que parecía flotar en el aire en lugar de caer a una muerte casi segura. Sus ojos se volvían a encontrar una vez más, aunque aquella parecía que sería la última vez que lo hicieran, en tanto que en la oquedad del momento el joven se maldecía a sí mismo por no ser uno de los personajes de las tantas historietas que había leído hasta entonces, alguien que pudiera detener el tiempo con algún sortilegio mágico, ó alguien capaz de volar y salvar a su amada de un destino fatal. Alguien que fuera capaz de hacer cualquier otra cosa que no fuera solamente quedarse ahí parado, viendo a la persona que amaba caer en el vacío hacia su tumba.



    Los cuerpos de aquellos desdichados finalmente golpearon el piso, haciéndolo con un rumor seco, que aún así logró acallar todo cuanto estaba a su alrededor. A la distancia, ambos parecían meros muñecos de trapo, deshilachados en medio de algún juego que se tornó bastante brusco como para que sus costuras lo resistieran. Aquella espeluznante visión dejó perplejo y sin habla a Rivera, cuya atribulada alma se desgarró en jirones con la contemplación del ser amado en tan lastimoso estado. Dicha estampa lo perseguiría en sus pesadillas incluso mucho después de sucedido el percance.

    Fue dominado por tal estado de ánimo que el desesperado jovencito se volcó hacia la puerta, para comenzar a descender rápidamente la escalera que conducía a la planta baja, brincando por completo la extensión total de todos sus tramos, de la misma manera como un practicante consumado de parkour lo hubiera hecho. Al mismo tiempo que bajaba hablaba por su celular, dejando de lado cualquier precaución en su premura por llegar con Ayanami.

    —¡Habla Rivera!— vociferó enloquecido en cuanto obtuvo respuesta del otro lado del enlace, ejecutando sus arriesgados lances —¡Necesito una ambulancia de inmediato en el patio de la Secundaria Número Uno de Tokio 3! ¡Sí, otra vez, maldito imbécil! ¡La Primer Elegida, Rei Ayanami, acaba de caer de la azotea de un edificio! ¡No, aún no sé si todavía está viva, pero muévanse, puta madre! ¡Los quiero aquí, YA!

    En cuanto alcanzó el nivel inferior pudo escuchar nítidamente los gritos de horror de los primeros curiosos que llegaban a presenciar el trágico hecho, por lo que pudo orientarse aún mejor para llegar cuanto antes al sitio donde Rei y el guerrillero habían caído.

    —¡Lárguense de aquí, idiotas!— gritó Kai al péqueño grupo de curiosos que comenzaban a arremolinarse en torno a los heridos, dispersándolos para abrirse paso —¡Vayan y avisen a los maestros, díganles que pidan una ambulancia!

    Ninguno de los presentes se opuso a su demanda, y de inmediato atendieron sus deseos, retirándose cuanto antes del lugar, con el claro presentimiento de que entre menos estuvieran involucrados sería mucho mejor para ellos.

    Cuando llegó hasta la muchacha ya sólo quedaba él, y nadie más, pero fue hasta entonces que cayó en la cuenta que no contaba con entrenamiento ni el equipamiento necesario para atender una emergencia de aquella magnitud. La paciente parecía encontrarse inconsciente, pero aún así quiso comprobar que aún tuviera pulso, el cual se le mostró excesivamente débil, como era de esperarse, pero aún así el que aún estuviera con vida le significó un gran alivio, pese al terrible estado en que se hallaba la policontundida muchacha.

    El rechinar de las llantas de un vehículo que había ingresado a toda marcha, y que ahora frenaba repentinamente, le avisó de la llegada de Misato, quien bajaba del auto compartiendo su misma apuración, completamente desaliñada y casi en paños menores, interrogándolo apenas lo vio:

    —¡Oh, por Dios, oh por Dios!— se santiguó primero, incapaz de reaccionar a lo que estaba presenciando, balbuceando frenética —¿Estás bien? ¡¿Estás bien?! ¿No te pasó nada? ¡¿Qué carajos pasó aquí?! ¡Ay, mieeerdaaa! ¡No me digas que esa de allá es Rei! ¡¿Pero qué putas madres le pasó?!

    —¡Contrólate, mujer, no estás siendo de ayuda!— le contestó el joven en el mismo tenor, sin darse cuenta que estaba igual ó más enloquecido que ella, alzando la voz para que se escuchara por encima del cada vez más cercano ulular de las sirenas —¡Quita el carro de ahí para que le abras paso a la ambulancia, y después llama a Ikari para que tenga lista la sala de shock del hospital y se consiga a los mejores cirujanos del país! ¡Apresúrate, con un demonio!

    —¡Diablos, diablos, diablos...!— mascullaba la aturdida mujer, en tanto se apuraba en hacer lo que se le indicaba.

    Por su cuenta, y sin percatarse que se había vuelto una especie de tirano energúmeno, dando órdenes despóticas a todos los que se le pusieran enfrente, cuando volvió a quedarse solo Rivera se encontró a sí mismo desconsolado, y sintiendo como las fuerzas le flaqueaban se dejó caer en el piso justo al lado de su desvanecida amada, sin saber qué más hacer por ayudarla. La amargura y la impotencia lo dominaban, pero también la ansia de no ser capaz de darle rienda suelta a su frustración en un copioso llanto, que parecía negársele cada vez que lo requería, pese a sus muchos esfuerzos por conseguirlo. Lo cierto es que Kai Rivera no lloraba desde hace más de diez años, y parecía haber olvidado como hacerlo. Sintiéndose desgarrado por dentro, solamente pudo desahogarse lanzando un hondo lamento que desgarraba sus cuerdas vocales a la vez que daba de puñetazos al piso, acaso como queriendo vengarse de él por el daño que le había provocado a la muchacha.


    —Vamos... vamos...— escuchó entonces decir a alguien, apenas con un hilo de voz. Al alzar la mirada descubrió a Pitti, postrado sobre un charco de sangre unos cuantos metros más adelante, en mucho peores condiciones que la chica, y aún así se las arreglaba para mantenerse consciente —No nos pongamos sentimentales ahora, por favor... ¡Carajo, cómo duele morirse! Pero... de todos modos... no debes lamentarte por tu novia, pibe, no... nosotros... nosotros somos los afortunados. Nos vamos a morir... sin tener que estar aquí cuando... cuando el Infierno se desate... cuando el Doctor y sus legiones vengan por ti, quemando todo a su paso... cuando eso pase... ¡Mierda, duele!... cuando eso pase, créemelo, los vivos van a envidiar a los muertos... pronto sabrás a lo que me refiero... cuando llegue ese momento, vas a recordar esto que te digo... y entonces desearás, con toda tu alma, que te hubiera matado este día... después de todo, los muertos ya no pueden sentir dolor... el dolor de ver consumido todo aquello que alguna vez... amaste...

    Como a un juguete al que se le acaba la batería, así fue como se fue extinguiendo la voz de Miguel Ángel Pitti, el implacable pistolero sudamericano, quien encontraba su final en aquellas lejanas tierras, tan lejos de lo que alguna vez llamó su hogar, lejos de aquél parque de juegos donde transcurrieron sus momentos de mayor felicidad en la vida, al lado de entrañables amigos de la infancia que ahora se desvanecían en las voraces sombras del tiempo y el olvido.

    Tan pronto como se calló, Rivera se desentendió de él, más ocupado en hacerse a un lado para que los paramédicos atendieran de inmediato a la joven malherida a sus pies. Asimismo, sus palabras póstumas se desvanecieron de su memoria con la misma celeridad, sin darle demasiada importancia a los desvaríos de un hombre moribundo. Quizás, con el tiempo, se le revelaría que no todas las advertencias debían tomarse en vano ni a la ligera. Pitti, sin embargo, no murió en ese instante, sino unos cuantos minutos después, a bordo de la ambulancia que lo transportaba hasta el hospital. Tampoco era que sus rescatistas hubieran puesto mucho empeño en mantenerlo con vida.


    Caso contrario fue el que ocurrió con Rei Ayanami, como era de esperarse. Los paramédicos hicieron hasta lo imposible por mantener sus signos vitales, y una vez en la sala de urgencias ya la estaban esperando los mejores médicos del área y la más moderna tecnología médica para lograr estabilizarla y salvarle la vida. Pasó varios días en terapia intensiva, con pronóstico reservado, pero finalmente sus deseos por vivir y una insólita capacidad de sanación se habían impuesto contra todas las adversidades, aparentemente, por lo que por fin se pudo vaticinar que pese al trauma recibido, la jovencita se recuperaría.


    Como era de suponerse, al carecer de familiares y allegados cercanos, la infortunada chiquilla no recibía muchas visitas y su percance, aunque sórdido y trágico, no pasó de ser una mera anécdota en los pasillos del Geofrente y de su propia escuela. No fue hasta el día que la niña salió de terapia intensiva cuando el Comandante Ikari y el Profesor Fuyutski se apersonaron en el hospital que era atendida, y aunque por ese entonces el ex Vice-Ministro del Interior, Ryuzaki Ozú, estaba siendo procesado por haber permitido la entrada a Japón al guerrillero extranjero que perpetraría aquél salvaje hecho, el viejo académico sabía muy bien quién era en realidad el verdadero responsable de aquella tragedia, y no pasaba día en que no se lo hiciera saber al mismo.

    —Para serte sincero, llegué a pensar que este momento jamás llegaría— decía al aire el enjuto profesor, sentado al lado de su socio en el pasillo contiguo a la habitación donde había sido trasladada la paciente hacía cosa de unos momentos —El que una jovencita tan frágil como Rei pudiera recuperarse de una caída como esa... es algo simplemente increíble, y debo decir que también bastante afortunado para todos nosotros.

    Gendo llevaba varios días mucho más parco que de costumbre, ensimismado y desconcertadamente reflexivo, por lo que no se tomó la molestia de secundar el comentario de su cómplice, quien continuó pese al aparente desdén del que era objeto:

    —Hablo en serio, Ikari, no creo que tengas idea de la suerte que tuvimos en esta ocasión. Esta bala pasó demasiado cerca, y no había razón para que así lo fuera, si es que hubieras tenido el tino de haberme escuchado antes. No me malentiendas, que no disfruto más de otra cosa que ver como tus metidas de pata se regresan y te estallan en la cara, pero cuando un elemento tan importante para nuestros planes está involucrado, como Rei en este caso, me preocupa bastante lo contrapoducente que puede ser tu obstinación.

    Fuyutski se encontraba de nuevo monologando, para entonces soltar un hondo suspiro cuando caía en la cuenta de ello. En varias ocasiones, podía ser un trabajo extenuante el actúar como consejero y conciencia a la vez del hombre que llevaba el destino del mundo entero sobre sus hombros.

    —Por lo menos espero que tú mismo tengas la decencia de saber en qué fue con lo que te equivocaste en el manejo de todo este asunto. Antes que otra cosa, Rei Ayanami es un ser humano, y por si fuera poco, una joven adolescente, con determinaciones y anhelos propios. No puedes llegar a su vida de repente e imponerle tus designios como lo haces con todos los demás que tenemos la desdicha de trabajar contigo. Lo que quiero decir es que necesitas de una aproximación mucho más sutil para persuadirla a que coopere con nosotros. Todos estos años la habíamos dado por perdida, y el que pudiéramos encontrarla viva luego de tanto tiempo fue más que providencial. Y ahora, por tu estupidez, estuvimos a punto de perderla de nuevo, esta vez para siempre. Piensa en ello y comienza a valorar la real importancia que esta muchacha tiene para nuestros planes...

    —Señores— lo interrumpió una enfermera que salía del cuarto —Rei ya está lista para recibirlos, pueden pasar cuando gusten...

    Kozoh se levantó enseguida y se dirigió a la puerta, en espera de que el taciturno comandante se le uniera, lo que hizo al cabo de unos segundos más, lapso que, al parecer, fue el que le tomó decidirse a la acción.



    Una vez dentro, ambos oficiales dirigieron su atención a la jovencita que reposaba plácidamente en la cama en medio de aquél enorme cuarto, de los más grandes disponibles en aquella instalación hospitalaria. Como casi siempre, su rostro se mantenía inexpresivo, por lo que si su condición le provocaba alguna molestia ó dolor, no lo manifestaba de alguna forma aparente. Había sufrido varias fracturas expuestas, por lo que su cuerpo presentaba vendajes y yeso en distintas partes, el más visible era el que llevaba en su brazo derecho y alrededor de la cabeza, donde había sufrido un severo trauma. De igual modo el ojo derecho, donde había recibido el fuerte puñetazo de Pitti, le tuvo que ser cosido y protegido con una gasa, pues estuvo a nada que se le desorbitara con la fuerza del golpe. Lo único bueno de todo era que su columna no presentaba afectaciones pese a lo aparatoso de la larga caída. Al parecer, el cuerpo del atacante había absorbido la mayor parte del impacto al momento de haber caído.

    —Hola, Rei— tuvo que saludar el profesor, pues Ikari aún permanecía en silencio —Qué enorme gusto es poder verte de nuevo, sabiendo que pronto estarás mejor...

    —Se lo agradezco, Sub-comandante Fuyutski— contestó la chiquilla en su habitual tono mecánico.

    —¿Hay algo que podamos hacer para que te sientas más cómoda? ¿Estás conforme con este cuarto, ó preferirías uno con una vista más amplia, mejor iluminado? ¿Tienes el suficiente personal de enfermería a tu disposición ó hace falta que se te asigne a alguien más? Queremos poner todo lo que esté de nuestra parte para hacer que tu proceso de recuperación sea lo más confortable posible, si necesitas algo no dudes en pedírnoslo...

    —Muchas gracias, Sub-comandante Fuyutski. De momento me encuentro bien, y no me gusta ser una carga para otros, pero si llegara a necesitar algo más se los haré saber.

    —Rei— interrumpió Gendo entonces aquél diálogo cordial, pero estéril —Yo... lamento mucho todo lo que ocurrió, todo ha sido mi culpa.

    Los ojos del anciano profesor se abrieron a su máxima capacidad, estupefacto por estar presenciando la primera ocasión en la que su hosco compañero admitía una falta y pedía una disculpa.

    —Ahora... ahora lo entiendo mejor— continuó Gendo, enfocándose solo en la niña que convalecía delante de él —Debí haber tenido en consideración tus sentimientos, y debí haberte ayudado a manejarlos de una mejor manera. Eres tan lista, tan madura, que a veces olvido que sigues siendo una muchachita nada más. Deposité mucha presión sobre ti, y este lamentable suceso fue una consecuencia de semejante negligencia. Te prometo... prometo que no volverá a suceder, seré mucho más cuidadoso de ahora en adelante, te pondré mucha más atención y quiero pasar más tiempo contigo. Quiero que trabajes más de cerca conmigo y con el profesor, así podrás entender qué es todo lo que hacemos en este lugar y estarás más conciente de la importancia que tienes para todos nosotros. No tienes que volver a sentirte sola, abandonada, nosotros... yo, sobre todo... estoy aquí, para ti, siempre que así lo necesites. Estos días fueron una pesadilla para mí, sin saber si vivirías ó no, sin tener la certeza de volver a verte con vida. Pero también me fueron de mucha utilidad. Me sirvieron para reflexionar muy profundamente, y es ahora que he entendido que no puedo forzarte a reprimir ó esconder tus sentimientos. No puedo mandar sobre tu corazón, no es algo que me corresponda, ni a mí ni a nadie más. Pese a lo peculiar de tu origen, sigues siendo una persona. ¿Me oyes? ¡Una persona! Con todo lo que eso conlleva, y una de esas implicaciones es que solamente tú puedes decidir con quién quieres estar... a quién quieres amar. Tienes una voluntad y determinación propias, úsalas para escoger el rumbo que desas tomar. Y si ese camino te lleva hasta a Rivera... bueno... eres bastante inteligente, así que confío que tomarás la decisión correcta y que, con el tiempo, podrás ver por ti misma la verdadera naturaleza de ese mocoso patán arrogante... entonces, en ese caso, no tengo por qué oponerme de cualquier manera a que estén juntos, si es que así tú lo quieres.

    Sus dos acompañantes lo observaron boquiabiertos durante todo el tiempo que duró su exposición de motivos, perplejos por su modo de hablar y aquellas palabras que nunca hubieran creído que le escucharían alguna vez. No obstante, en el semblante de Ayanami se adivinaba a la vez cierto brillo incierto que bien pudiera ser de entusiasmoó ensoñación, ó cualquier otra cosa que la jovencita fuera capaz de experimentar en aquellos singulares momentos, después de haber pasado por tantas tribulaciones.

    —Yo... no sé que decir, Comandante Ikari— contestó la vacilante muchachita —Sólo que... oírlo hablar de esta manera... significa mucho para mí... gracias...

    —No tienes que agradecerme, Rei, soy yo el que está en deuda contigo. Ahora, el profesor y yo debemos retirarnos, como bien sabes nos manejamos siempre con un horario bastante apresurado, pero tienes mi número personal por si necesitas cualquier cosa. Concéntrate en descansar y en recuperarte, que estaremos esperando por tu regreso...

    —Haré mi mejor esfuerzo para que sea lo más pronto posible, Comandante...— respondió Rei, con un entusiasmo rara vez visto en ella.

    —Cuídate mucho— dijo Gendo, asientiendo con un ademán de cabeza a la vez que abría la puerta para retirarse, aparentemente satisfecho por el resultado de su corta visita —Vendré a verte en cuanto me sea posible...



    Apenas había salido de la habitación y se estaba dando vuelta para emprender la marcha, el hombre barbado y su encanecido acompañante se toparon de frente con el joven Doctor Rivera, quien al parecer también iba a ver a la paciente recién trasladada. Si Ikari había pasado días muy malos desde aquél incidente en que la Primer Elegida por poco pierde la vida, los de Rivera habían sido mucho peores, tal como demostraba su talante devastado, ojeroso y desarreglado. Aún así, ambos se las ingeniaron para dirigirse la más hóstil de las miradas, sin siquiera dignarse a cruzar palabra el uno con el otro. Tan rápido como ocurrió el fugaz encuentro, así fue como concluyó, con el muchacho introduciéndose al cuarto y con Gendo apurando el paso para salir de ese lugar.

    —Espero que sea verdad por lo menos la mitad de lo que le dijiste a esa pobre chica— pronunció Fuyutski apenas se quedaron solos, rumbo a la salida del hospital —Y que por fin te olvides de ese disparate de matar a Rivera... tendrás que encontrar la forma de soportarlo para hacer que su participación, aunque imprevista, pueda acoplarse a los planes.

    —Somos dos personas muy inteligentes, Profesor— respondió Ikari, quien ya daba vistos de recobrar su humor habitual —Ya encontraremos la forma de hacer que todo esto funcione en nuestro beneficio. He podido constatar lo arriesgado que resulta exponer nuestros recursos humanos y materiales al atentar contra Rivera en territorio japonés. Sin embargo, no puedo asegurar que sea el mismo caso en tierras extranjeras, y tengo entendido que el chiquillo tiene un viaje en puerta a continente americano. Sabe bien la opinión tan adversa que tienen de él en esas latitudes, por lo que cualquier cosa es posible en el transcurso de su estancia en ese polvorín. ¡Nada nos garantiza que nuestro querido colega pueda regresar a este país sano y salvo!

    —Lo que creo más probable es que nos encontramos apenas en el inicio de la historia del Doctor Rivera dentro de nuestro pequeño proyecto— mencionó Fuyutski, detectando las intenciones ocultas en las palabras de su socio, aunque para entonces ya no le provocaban la misma preocupación que anteriormente. Podía estar tranquilo, pues casi tenía la certeza absoluta que no tendría que cargar con la muerte del muchacho en su conciencia, como lo hacía con muchas otras. Después de todo lo ocurrido, tenía la plena confianza que aquél par de jovencitos, aquella pareja tan singular y con tan poco en común, estaban llamados a realizar grandes cosas en el futuro cercano. Era una confianza infundada, basada solamente en un presentimiento, pero con su experiencia de tantos años había aprendido a fiarse de ese tipo de corazonadas, con las que casi siempre acertaba —Por lo que he visto, todavía faltan muchas hojas por escribir en lo que respecta a ese muchacho y quién sabe cuántas sorpresas más nos tenga preparadas... pero en algo tienes razón: en todo lo concerniente a él, cualquier cosa es posible...

    —Eso me ha quedado bastante claro— asintió el comandante, reflexivo —Y es por eso que he decidido, en virtud de la incapacidad médica de Rei, mandar traer al Cuarto Niño Elegido. Él será el encargado de activar a la Unidad Uno, y debemos procurar hacerlo antes que Rivera regrese...

    —Así que Shinji será quien piloteará el Modelo de Pruebas— suspiró su socio, con cierto aire de añoranza —Parece lo adecuado, lo justo... Pero, no lo has visto en diez años, no sabes nada de él... ¿crees que el muchacho esté preparado para algo así?

    —Mas le vale que sí... esta será su primer y última oportunidad para serme útil, y dejar de ser sólo el parásito inservible que se ha empeñado en ser todo este tiempo...



    A su vez, el Doctor Rivera entraba arrastrando los pies al cuarto donde se encontraba Rei, con la vista agachada y expresión compungida, como si estuviera a punto de romper en llanto. Se mostraba extrañamente dubitativo y ensimismado, por lo que fue la ecuánime paciente la que tuvo que iniciar el diálogo después de varios minutos que ambos permanecieron en silencio.

    —Hola, tú...

    Kai apenas si tuvo el arrojo suficiente para alzar su mirar esmeralda hacia donde se encontraba la jovencita, para luego musitar un escueto, casi inaudible:

    —Hola...

    —Supe que has venido todos los días al hospital para saber de mi condición, pero nunca pasaste a verme en persona. ¿Por qué fue eso?

    —Yo... yo...— divagó el alterado muchacho, despojado del valor suficiente para mirarla a los ojos, ya fuera que estuviera temeroso ó avergonzado —No estaba seguro de que podría soportar verte en este estado. Sobre todo... sabiendo que todo esto fue culpa mía. Ryuzaki tenía razón, soy un peligro para los demás. En mi arrogancia, no pude aceptarlo, pero ahora lo veo todo claramente. Debido a mi comportamiento tan obstinado provoqué de más a ese sujeto, y eso lo condujo a la desesperación. Ahora él está en prisión y un hombre perdió la vida. Y tú... la persona más importante para mí en todo el mundo... por poco también mueres. Incluso pudiste haber quedado inválida ó como un vegetal. Y en todo este tiempo no he podido dejar de pensar que todo eso podría haberse evitado si hubiera actuado de una manera más prudente, si tan sólo me hubiera detenido a pensar un momento en lo que estaba haciendo. Pero fui estúpido, egoísta, temerario... y fuiste tú la que tuvo que pagar el precio de mi descuido. Eso es un error imperdonable, que no pienso volver a cometer. Es por eso que tuve que juntar fuerzas para por fin poder verte hoy... tenía que verte, tenía que hablar contigo... para hacerte saber que no volverás a saber de mí. Me voy, mañana mismo, a América. Estaré fuera durante varias semanas, en las operaciones de construcción de la armadura del Eva Zeta, que se tienen que hacer directamente en el sitio de extracción. Es un procedimiento bastante largo y complejo, pero eso me servirá para estar concentrado y dejar de pensar en ti. Así, cuando regrese, podré mantenerme alejado de ti tanto como pueda, con lo que podrás permanecer relativamente a salvo. Ya no tendrás que preocuparte por acabar como daño colateral la próxima vez que un desquiciado trate de volarme la cabeza. Sólo deberás cuidarte de cualquier monigote gigante que pretenda desayunarnos, pero descuida, que estaré ahí para también protegerte de eso. Si hubiera actuado así desde un principio, hoy no tendrías porque estar en un hospital. Me odio a mí mismo, como no tienes idea, por haber sido tan cretino y no haber visto venir algo como esto, lo cual era bastante lógico que sucedería ahora que lo he meditado bien. Y tú estás en todo tu derecho para también hacerlo, pero antes debía verte para poder responsabilizarme de mis actios y ofrecerte una disculpa en persona. Y para poder despedirme de ti sin que nada quedara pendiente entre los dos... así es como debe ser para que todo esté bien en nuestro mundo...


    El silencio volvió a imponer su dominio una vez terminada la retahíla de excusas balbuceadas por Rivera. El rostro vendado de la jovencita permanecía tan ecuánime como de costumbre, sin que hubiera en él cualquier seña que pudiera delatar su estado de ánimo.

    —Así que esos son tus planes— mencionó ella al cabo de un rato, sin alterarse un ápice —Bien, parece que has tenido tiempo para pensarlo, y te ves bastante decidido, así que no creo que haya algo que yo pueda hacer ó decir al respecto, ¿cierto?

    —C-cierto— tartamudeó el joven, mostrándose inseguro —Eso... eso creo... puede que sea algo muy difícil, sobre todo para mí, pero es lo que tiene que hacerse...

    —En ese caso, antes que te marches para siempre, hay algo que quisiera mostrarte— contestó Ayanami en el calmoso tono que habitualmente empleaba, con el cual era bastante complicado dilucidar sus verdaderas intenciones —Acércate a mí, por favor...

    Desconcertado, el chiquillo avanzó un paso más de su posición original, la que no había abandonado desde que entró a la habitación, quedando entonces a un lado de los pies de la cama.

    —Necesito que estés más cerca de mí— indicó fríamente la muchacha —Sigue avanzando, no te detengas...

    Tímidamente, como un precavido conejito emergiendo de su madriguera, el joven doctor hizo caso de las instrucciones que se le daban, caminando entrecortadamente hasta que se hubo colocado justo al lado de su compañera, sin despojarse del gesto de extrañeza que llevaba en el rostro desde hacía rato.

    —Así está perfecto— continuó Ayanami, impasible —Ahora... agáchate un poco...

    Más desorientado que nunca, y preguntándose si todo ese episodio no sería alguna secuela más del golpe que se había dado, dejándola con afectaciones mentales, Kai obedeció y se inclinó levemente, como si estuviera haciendo una reverencia.

    —Un poco más... sólo un poco más abajo...— seguía instruyendo la jovencita de cabellera celeste, impertubable, deteniendo a su rehén cuando tenía su cara a un palmo de distancia de la suya —Muy bien, creo que con eso bastará...

    Fue en ese justo momento que la tranquila jovencita, de comportamiento discreto la mayor parte del tiempo, se transfomó en una fiera que atrapó a su presa entre sus brazos, depositando un inesperado y bastante prolongado beso en labios del incauto muchacho, que pese a todos los signos jamás vio venir eso. Una vez que pareció conforme, Ayanami soltó al joven, con la misma celeridad con la que había procedido. Volvió a depositar plácidamente su cabeza sobre el almohadón debajo de ella, y ante la perplejidad de su compañero, aprovechó para acotar:

    —Levantarme así sigue siendo algo doloroso, pero bien valió la pena.

    —P-pero... ¿qué?— musitó Rivera, sin recobrarse todavía de la impresión.

    —Voy a querer mucho más de eso en el futuro, ¿entendido?— señaló la señorita, cuya ecuanimidad contrastaba con lo súbito de la demostración de afecto que acababa de tener lugar, y sólo complicaba aún más la afanosa tarea de comprender lo que en ese entonces pasaba por su cabeza —Tú bien lo has dicho: todo es tu culpa. Un cretino bobalicón me besó sin mi consentimiento expreso, mostrándome lo placentero que resulta, y de todo lo que me he estado perdiendo. Lo indicado, entonces, es que ese papanatas se haga cargo de ahora en adelante de satisfacer mi ya constante necesidad por besar sus labios y estar junto a él. Así que vete a América, y haz todo lo que tengas que hacer. Pero una vez que termines, tienes que volver a mí, y seguir en lo que nos quedamos. Ya no puedes dar marcha atrás, tenemos que averiguar hasta donde nos llevará este lío en el que nos has envuelto con tu torpeza.

    —Pero... ¿Qué no tienes miedo de volver a salir lastimada? Si estás cerca de mí, corres más probabilidades de que eso pase antes de lo que crees...

    —Estoy entrenándome para enfrentar criaturas de más de un centenar de metros de altura, corro el mismo riesgo de salir malherida contigo ó sin ti. Por otra parte, en estos momentos hay cosas que me dan mucho más miedo, y una de ellas es no estar contigo. Es por eso que casi me mato salvándote la vida, por si no te diste cuenta. Finalmente he comprendido... he comprendido que estoy aquí, que estoy viva por alguna razón... cualquiera que ésta sea... y que la vida también puede tener sus buenos momentos, si se comparte con la persona adecuada. He decidido que esa persona seas tú, y es una decisión mía y de nadie más, así que no tienes injerencia al respecto. Si mi corazón me dice que eres tú quien debe estar a mi lado, entonces no tengo más remedio que escucharlo. Y tú también.



    Como pocas veces ocurría, Kai Rivera se había quedado genuinamente sin palabras. Su cuerpo entero se estremecía a merced de escalofríos de naturaleza incierta, pero de una anticipación palpable. Su interior era un caldero de emociones desbordantes, a las cuales no encontraba como dar salida. ¿Llorar? Eso le estaba negado, física ó psicológicamente. ¿Gritar? Estaba en un hospital, así que no era lo adecuado. ¿Bailar, brincar? Eso rebasaba su cuota de auto denigración permisible.

    —Y-yo... yo...— trastabilló el muchacho, con una mueca vaga —Me pasé noches en vela, imaginando como sería este momento, si es que alguna vez llegaba a suceder. Quería estar seguro de todo lo que diría y haría entonces. Pero ahora que está ocurriendo, en vivo y en directo... no sé qué rayos hacer... ni siquiera... ni siquiera estoy seguro de que sea real. Por lo que sé, en estos momentos podría estar tirado de borracho en mi cama, y todo esto no es más que un sueño, entonces... esa sería una explicación bastante lógica, y lo más triste del caso es que ocurre con mucha más frecuencia de lo que piensas...

    —Ven aquí— dijo tranquilamente su compañera —Toma mi mano...

    El apabullado joven procedió como le era indicado, sujetando la mano izquierda de la muchachita entre la suya, quedando sus dedos entrelazados en el acto.

    —Estoy aquí, contigo— pronunció Ayanami con una voz dulce y apaciguante —Siente mi presencia, esto no se trata de alguna alucinación ó fantasía, es genuino... hay muchas cosas en este mundo que no puedo estar segura si son reales ó no, pero de las pocas cosas que tengo certeza es de esto, de nosotros. Esto, aunque no sé lo que sea, sé que esto entre nosotros... es real. Es quizás lo más real que he tenido en la vida.

    —Si lo pones así, tendré que creerte— respondió Kai, sentándose a su lado mientras se perdía en el cautivante carmesí de la mirada de aquella jovencita —Además esto supera, por mucho, cualquier absurdo desvarío que pudiera tener... como aquella vez en la que llegué a pensar que...

    Permanecieron de tal modo por mucho rato más, hablando de los temas más diversos que una charla entre enamorados pudiera albergar. Su conversación no era siempre fluida, pero los intervalos de silencio no eran, para nada, incómodos, sino más bien apacibles, reconfortantes. Cuando llegó el momento para despedirse, lo hicieron con la convicción de que la distancia no podría mantenerlos separados por mucho tiempo, que volverían a verse pronto y que cuando lo hicieran, esa vez ya nada quedaría sin resolver entre ambos.



    En ese entonces no había forma que cualquiera de aquel par de jovencitos pudiera saber lo que les deparaba el camino oscuro, muy probablemente sinuoso, que se abría delante de ellos, donde la duda y la incertidumbre eran la constante. Pero lo que sí sabían es que querían recorrerlo de la mano juntos. Así como lo pensaba el joven Doctor Rivera, mientras que abordaba la aeronave que lo transportaría hasta territorio americano ocupado, el mañana era algo que no podía dar por seguro, y que ni siquiera sabía si llegaría, sobre todo conociendo de antemano todos los peligros que le aguardaban en el curso de su travesía. Pero el ahora estaba ahí disponible, seguro, y con aquella linda muchachita esperando por su regreso tenía una razón más para seguir manteniéndose aferrado a la enorme rueda de la fortuna que para él era la vida. Por lo menos hasta que el mañana lo alcanzara.
     
    Última edición: 10 Junio 2014
  14.  
    Gus Rojinegro

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    Capítulo Diez: "Hecho por el Hombre"

    “...


    But that was just a dream

    That was just a dream.


    That's me in the corner

    That's me in the spotlight, I'm

    Losing my religion

    Trying to keep up with you

    And I don't know if I can do it.

    Oh no, I've said too much

    I haven't said enough

    I thought that I heard you laughing

    I thought that I heard you sing

    I think I thought I saw you try.


    But that was just a dream

    Try, cry, why try?

    That was just a dream

    Just a dream, just a dream

    Dream.”


    R.E.M.

    “Losing my Religion”


    La luz del crepúsculo se cuela por la ventana del cuarto, y al atravesar el cristal ocasiona que el recinto se torne de un color rojizo. En su interior, claramente se puede distinguir pintarrajeado el árbol de la vida, parte de la cábala judía, que entre muchas otras cosas se le atribuye la invención del automóvil. Seguramente, el viejo lobo de Gendo Ikari debió haberle encontrado algún uso en beneficio propio. Dicho diagrama abarcaba desde el techo al suelo, reptando por las paredes. En las sombras, el hombre respira con sigilo, atento a todo lo que acontece a su alrededor. Sentado sobre su confortante asiento de cuero, reclinable, con una oreja pegada a la bocina del teléfono, escucha con atención todo lo que le transmiten desde el otro lado de la línea. Lo ponen al tanto de los acontecimientos, de todas las movidas que se suscitan en su entorno. El otrora investigador se humedece los labios, y recarga su quijada en su puño, mudo, absorto en todas las nuevas que le comunican. Cuidadosamente, echando mano a su astuta y filosa inteligencia, al momento de escuchar lo que pasaba, también comenzaba a planear sus movimientos. Previsor. Estratega brillante. Los años lo habían curtido, le habían dado la suficiente experiencia como para estar un paso delante de sus adversarios. Cómo diría el populacho, cuando ellos van, él ya viene de regreso.

    —Espera un momento— interrumpe de tajo su meditabundez, al escuchar algo que hace que una alarma imaginaria timbre en sus oídos —Repite eso último, sólo para estar seguro que escuché bien...

    —Es tal y como se lo dije, hemos estado captando un extraño disturbio electromagnético los últimos días. Los instrumentos lo ubican justo en la Antártida, señor. Las lecturas concuerdan con las de hace 15 años.

    El semblante del japonés se frunce, denotando gran preocupación, o por lo menos, consternación. Un escalofrío le recorre la espalda, y le hace quebradiza la voz. Su sangre comienza a hervir, mientras se siente colapsarse en sí mismo. Ah, sí, el miedo. Nunca podremos extrañarte. Nuestra condición humana nos tiene tan pegados a ti. Fiel compañero, nunca nos abandonas, ni de noche ni de día, desde el nacimiento hasta la muerte. Viejo conocido, cómo te gusta zarandearnos cada vez que la oportunidad te lo ofrece.

    Con la mano sudorosa, Ikari sostiene el auricular, mientras trata de sobreponerse. Con trabajos, pregunta:

    —¿Creen que pueda tratarse... de ÉL?

    —Aún no hay nada cierto, pero existen muchas evidencias para aventurarme a decir que es muy alta la posibilidad de que así sea.

    —De ser así, el plan podría sufrir graves modificaciones.

    El comandante toma una carpeta que se encontraba en su escritorio, frente a él. Tiene una consigna en la portada: “ Secreto clasificado”. Gendo la abre y observa su contenido; a simple vista no se distingue muy bien qué es lo que dice, más hay unas letras resaltadas en negro, que se distinguen perfectamente: “Proyecto de Instrumentalización Humana”.

    Tras darle una ojeada rápida, se toma un momento para meditar y decidir la acción a seguir. Después de unos cuantos instantes, finalmente decide.

    —Bien— responde éste, con voz segura —Envíe un equipo a esas coordenadas e investiguen todo lo que puedan. Con extrema cautela. Deberán estarse reportando cada 12 horas, empezando desde que comiencen la búsqueda. ¿Entendido? Y sé que será muy difícil, pero traten de evitar que el viejo se entere, por lo menos el mayor tiempo posible...

    —Entendido. Otra cosa: fuentes fidedignas aseguran que el gobierno japonés está trabajando en un proyecto que planean presentar a las Naciones Unidas. Por la mañana, mandé un paquete al respecto, que espero haya recibido— el comandan abrió en esos momentos el referido envoltorio, corroborando la versión de su lacayo, para que éste pueda continuar —De tener éxito, es definitivo que nuestro subsidio podría verse gravemente amenazado.

    —No hay de qué preocuparse, ya me he encargado del asunto— contestó Ikari, volviendo a tener la sangre fría, y su característico temple y confianza.

    —También hemos recibido informes que del mismo proyecto están haciendo numerosos intentos por contar con el apoyo y colaboración de nuestro célebre y joven Doctor Rivera. La férrea vigilancia que hemos mantenido sobre el sujeto nos ha confirmado que han sostenido varias juntas al respecto. De concretarse dicha alianza, también representaría una gran amenaza para los intereses de la organización. ¿Desea que procedamos cómo de costumbre?

    —No es necesario— respondió Gendo del mismo modo en que lo hizo antes, desestimando la importancia del suceso referido —Ya me estoy encargando del asunto.


    Habiendo aclarado dicho punto, el líder de NERV dio por concluida aquella conversación, finiquitándola al colgar sin más el auricular del que estaba pegado hacía apenas unos momentos atrás. Su atención se volvió enseguida hacia la persona que estaba esperando sentada frente a su escritorio.

    —Disculpa la demora, espero no haberte quitado mucho de tu tiempo, Rei...

    Ayanami de inmediato negó con la cabeza, dispuesta como casi siempre en asistir en todo lo que pudiera a aquél hombre de proceder tan parco como enigmático.

    —Por supuesto que no, Comandante Ikari, Sabe que estoy a su entera disposición.

    —Me alegra que lo digas, por que en serio necesito de tu ayuda con un problema que tenemos entre manos...


    La noche llega, poco a poco e inevitablemente. El sol, viejo y agonizante, da su último suspiro y desaparece por el occidente, por aquel valle de la muerte y perdición donde los antiguos pensaban terminaba el mundo. El reinado de las sombras, el imperio de la oscuridad comienza y su dominio lo abarca todo, tapando el firmamento por completo con el ejército de sus innumerables estrellas. Cada una de ellas esconde una historia, un misterio. ¿Cuántas habrá? Tantas cómo el hombre pueda imaginarse. Los habitantes de la ciudad en penumbras, temerosos corren y se apresuran a encender su luz artificial, luz de los focos, lámparas, televisores, y todo lo que pueda cortar las tinieblas, que amenazantes se ciernen sobre de ellos. Huyen desmesuradamente a esconderse en sus almohadas, en sus lechos en sus aposentos, se desean las “buenas noches” para después escudarse en sus sábanas y bloquearse a sí mismos, y dormir, dormir y no despertar hasta que la noche muera y el sol naciente reine de nueva cuenta. Así, sólo quedan en pie los espíritus chocarreros que asolan nuestras fantasías, entidades intangibles que con urgencia solicitan la atención de los vivos, para seguir vivos en sus memorias. Ellos comparten el terreno con los valientes, los decididos o los que sufren desesperadamente por el insomnio. O aquellos que son impedidos para conciliar el sueño, como era el caso de Shinji Ikari, quien llevaba más de una hora revolcándose en su lecho, tratando de acallar los berridos infernales que emergían desde el balcón de su vivienda. Aún con la cabeza completamente envuelta en su almohada, era más que imposible aislarse de aquel espantoso ruido que taladraba su cerebro y amenazaba con enloquecerlo.


    “Me dices que te vas

    porque ya no soportas tu amarga soledad,

    que ya no soy romántico

    como cuando te empecé a conquistar,

    que me olvidé de los pequeños detalles

    que te hacían vibrar,

    que me rodea una armadura de acero

    difícil de penetraaar...”


    Mientras tanto, Kai Rivera, su compañero de cuarto, continuaba cantando desgañitado aquella triste melodía en español, auxiliado por un ruidoso acordeón, sin que al parecer le importara gran cosa estar ocasionando el desvelo del pobre Shinji en un día de clases. Fue en tales condiciones que la Capitana Katsuragi hizo su arribo a su hogar y de inmediato le causó suma extrañeza aquellos aullidos desaforados que su protegido quería hacer pasar por música.

    —¿Pero qué diablos está pasando aquí?— inquirió la mujer apenas traspasó el umbral de su casa —¿Quién carajos está matando a un jodido gato y porqué cree que debe hacerlo justo a estas horas, y en mi departamento?

    —¡Misato!— salió entonces Shinji a su encuentro, emergiendo de su cuarto completamente despeinado y con los ojos enrojecidos —¡Gracias a Dios que llegaste! ¡Es Kai, está completamente chiflado! ¡Bueno, mucho más que de costumbre!

    —¿Esa cosa espantosa que se oye es Kai? ¿Pero qué bicho se le metió ahora?

    —¡No tengo idea, pero ya estoy harto! ¡Ha estado encerrado en el balcón desde que llegué, no ha querido hablarme, ni entrar para nada y sólo se la ha pasado todo el tiempo bebiendo y cantando con ese estúpido acordeón! ¡No sé él, pero yo mañana sí tengo que ir a la escuela y necesito levantarme temprano! ¡¿Pero cómo diablos voy a poder dormir con este horrible estruendo?!

    —Maldita sea, se trata de su etapa tex-mex— musitó Katsuragi con semblante severo, atajando la situación con la que estaba lidiando —Esa es la peor de todas, la detesto como no tienes idea... y sólo se pone así cuando está muy deprimido, es bastante difícil sacarlo de ese estado... la última vez duró toda una semana así, pero aunque no lo creas, con el tiempo uno termina por acostumbrarse...

    —¡¿Una semana?!— repitió Shinji, perplejo —¡No pienso soportar este martirio ni una sola noche, mucho menos una semana entera! ¡Tú eres su tutora, y la dueña de esta casa, tienes que enfrentarte a ese demente y hacerlo entrar en razón! Ó por lo menos ten la gentileza de deshacerte de ese maldito acordeón... Y a todo esto, ¿de dónde cuernos saca alguien un acordeón, en estos días, en este país? ¡No tiene sentido!

    —Está bien, tienes razón... sólo relájate un poco, ¿quieres?— asintió la mujer de cabellera azabache, en tanto hacía desfilar un gran número de llaves en su llavero, buscando la que abría el acceso al balcón —Eres bastante joven para que te dé un infarto, deberías controlar mejor tus niveles de stress. Hablaré con ese loco perturbado, y veré que puedo hacer, aunque no prometo nada...

    En cuanto abrió la puerta del refugio de Rivera, el lastimoso canto de cetáceo moribundo proferido por el jovencito los envolvió aún con mucha más fuerza, libre de la barrera que hacía el acceso de cristal que separaba el balcón-terraza de las recámaras del apartamento donde vivían, donde tumbado en el piso entonaba a viva voz en la lengua de su padre, despechado, auxiliado de su referido instrumento musical:


    “La verdad es que no soy tan fuerte

    como lo pensaba,

    mi voz se quiebra

    estoy temblando de miedo,

    pues sin ti no soy nada.


    Si tú te vas me quedaré muerto en vida

    mi mundo se acabará,

    será imposible para mí existir

    sin tu amor, sin tu cara.


    Ya arrepentido de mis errores

    te suplico por favor,

    que no me odies y que no me abandones,

    ¡Por que fuerte no soooy!

    ¡Fueeerte no soooy!”


    Al ver al muchacho en persona, Misato pudo percatarse por ella misma que se encontraba mucho peor de lo que en un principio había pensado. Se le presentaba en un estado lastimoso y patético, marcado por el descuido en su arreglo y aseo personal, así como por los vendajes que aún llevaba puestos, secuela directa de los golpes que se había llevado al ser expulsado de un vehículo en movimiento durante el último atentado que había sufrido en su contra, hacía ya un par de semanas. Su gesto ausente, perdido y melancólico, sin duda que era aún más exacerbado por la gran cantidad de alcohol que había ingerido durante horas enteras, como daban cuenta las varias botellas de cerveza que yacían vacías, regadas por todo el piso, al igual que las colillas de cigarro que ya parecían formar una especie de alfombra que decoraba aquél espacio de la casa. En ese mismo momento el alterado joven daba cuenta del contenido de una botella de tequila que sostenía por encima de su cabeza, tomando aquella fuerte bebida directamente sin siquiera pestañear o gesticular de alguna otra manera.

    —¡Oooh, calma, calma, amiguito!— instó Katsuragi, acercándosele cautelosamente, como si no quisiera asustarlo —¡Recuerda que aún estás bajo medicación, no creo que sea prudente que estés tomando de esta manera! ¿No te parece que ya has bebido demasiado? Y mira que si soy yo quien lo dice, entonces es que ya es cosa bastante seria...

    —¡Largo de aquí... buitres inmundos! ¡Miren hasta qué hora se les ocurre... aparecerse para venir a fastidiarme!— vociferó Rivera, con evidente dificultad, arrastrando la voz debido a los estragos causados por el alcohol en su coordinación psicomotriz —¡¿A ustedes... qué putas les tiene que importar... lo que haga o deje de hacer?! ¿Eeeh? ¡Es mi vida! ¡A un hombre se le debe permitir lidiar con sus penas... como mejor le plazca! ¡Así que déjenme en paz... malditos cerdos! ¡Los odio a todos!

    —¿Qué está pasando, ya está todo bien?— preguntó entonces Shinji, asomándose por la puerta —¿Misato, ya te deshiciste de ese estúpido acordeón?

    —¡Vete de aquí, perro miserable, que no quiero ver tu apestosa cara!— estalló Kai, arrojándole “el estúpido acordeón”, el cual por poco impacta contra su cabeza, para alarma del atemorizado chiquillo —¡Todo es tu culpa, rata infeliz, sabandija rastrera! ¡Tú me la quitaste, embustero traidor, quitanovias! ¡Y tu peinado grasoso es de un ñoño, un lerdo mediocre, por si no lo sabías!

    —¿De qué rayos estás hablando, borracho asqueroso?— se excusó enseguida el susodicho, reponiéndose del susto —¡Pudiste haberme lastimado, idiota! ¡Si no me agacho me hubieras roto la cabeza, y ni siquiera te hice nada! ¡No tengo idea de qué estás hablando, maniático desquiciado!

    —¡Calla, imbécil y deja de hacerte la mosquita muerta, que eso me hace enfurecer aún más!— arguyó enseguida su compañero, completamente trastornado en una bestia irracional, dominado por su estado etílico —¡Tú sabes bien a lo que me refiero, que este era tu plan desde un principio! ¡Todo iba perfecto hasta que llegaste tú a arruinarlo todo! ¡Tú y tu carita de niño bueno que engatusa a las inocentes muchachitas! ¡Pensé que eras mi brother, mi compa del alma, pero resultaste ser un cabrón ojete, justo como el cerdo infeliz de tu padre! ¡Pero sí crees que te voy a dejar salirte con la tuya, estás muy equivocado! ¡Voy a matarte, maldito desgraciadooo! ¡Aaah!

    Rivera amagó entonces con dejársele ir a golpes al desprevenido Shinji, lo que hubiera conseguido de no ser por la oportuna intervención de Katsuragi, quien lo interceptó antes de que alcanzara su objetivo, forcejando con él mientras lo sujetaba de los hombros con una llave típica de la lucha libre.

    —¡Shinji, escapa! ¡Vete de aquí, pronto! ¡Cierra esa puerta y no la abras, no importa lo que escuches! ¡Corre, antes que este lunático se suelte!

    Con un grito apenas ahogado en su garganta, el joven Ikari hizo como se le indicaba, constatando el peligro real en el que se encontraba. De un golpe cerró la puerta y se resguardó en la relativa seguridad de su habitación. En tanto Misato continuaba luchando por someter, o por lo menos tranquilizar al alterado muchacho.

    —¡Deja de retorcerte, maldita sea!— bramaba la mujer —¡Será mejor que te comportes de una vez, actúas como una mocosa berrinchuda!

    —¡Cállate y déjame solo, que esto también es culpa tuya!— rezongó a su vez Rivera en medio de sus infructíferos intentos por liberarse —¡Fuiste tú quien trajo la discordia a esta casa! ¡Fuiste tú quien recogió y le dio alojo a ese vago bueno para nada, y terminó despojándome de lo más valioso que tenía! ¡Si no fuera por él, si no fuera por él... y el idiota de su padre...! Oh... diablos... creo... creo que no me siento bien...

    Al igual que lo hubiera hecho una escurridiza anguila entre sus brazos, de la misma manera fue que Kai se fugó del agarre de su guardiana, para enseguida dirigirse presurosamente hacia el borde del balcón, de donde asomó medio cuerpo para regurgitar la media botella de tequila que se había tragado sin empacho.


    Una vez que vació casi todo el contenido de su estómago, luego de un rato en el que fue presa de los caprichosos espasmos que sacudían su tracto digestivo, el imprudente joven se tiró en el piso, jadeante y sudoroso, completamente exhausto, tanto física como emocionalmente.

    —Ahora que ya no puedes hacerte el idiota, ¿por fin te dignarás a decirme qué te está pasando?— inquirió la mujer de larga cabellera oscura, colocándose una mano en la cintura en clara señal de reproche.

    Su protegido alzó la vista hacia donde ella estaba, semejando a algún cachorrito regañado. Aún arrastrando consigo los efectos de una muy posible congestión alcohólica, apenas si pudo balbucear entre su febril delirio:

    —Lo arruiné... lo arruiné todo... así nada más, tan sencillo como eso, se terminó. Rei... mi querida, adorada, dulce, hermosa Rei... se ha ido... me dejó, como el pedazo de basura insignificante que soy... y ella... ella ni siquiera miró atrás, luego de haberme arrancado el corazón... ¡Se terminó, maldita sea! ¡No puede ser! ¡¿Porqué?! ¡¿Porqué, justo cuando todo iba tan bien?! ¿Qué fue lo que hice mal? ¡Diablos, duele tanto y no sé que hacer para calmar este dolor, quisiera estar muertooo!

    Misatio no pudo ocultar el gesto de asombro en su rostro, tan sorprendida de que aquellos dos hubieran terminado tan pronto su relación. Desde que habían hecho su relación del dominio público se la habían pasado pegados casi todo el tiempo. Dicha noticia era casi tan impactante como saber por primera vez que estaban saliendo juntos. Sin embargo, por el bien del muchacho, tuvo que reponerse cuanto antes y pretender que no era la gran cosa.

    —¡Vamos, tranquilo! No deberías estar diciendo cosas como esa así nada más, mucho menos en estos momentos— le instó la capitana mientras se sentaba a su lado, pasándole el brazo por la espalda para recargarle la cabeza encima de su hombro, a la vez que le daba afectuosas palmaditas, buscando consolarlo —Que lo que sientes en este momento es algo muy normal, no eres el único que ha sufrido de un mal de amores... verás que mañana te sentirás un poquito mejor, y que con el paso del tiempo podrás recuperarte, aunque ahorita no lo parezca...

    —¡Qué me estás hablando a mí del mañana! ¡Sin ella se me van hasta las ganas de vivir, no me interesa lo que suceda después!— repuso el chiquillo, hundiendo el rostro en su cálido, reconfortante regazo —¡Nada me ha dolido tanto como esto, no sé como diantres puedo sobrevivir a algo así!

    —Lo dices porque aún eres joven, y pese a todo, eres un simple muchacho tonto como cualquier otro— continuó Misato confortándolo, hablándole en un tono condescendiente y pausado —Yo sé bien que a esta edad se ama con toda la intensidad con la que el corazón es capaz de dar, mucho más tratándose del primer amor. Todas las personas tenemos una historia similar, no te creas que ustedes dos son tan especiales. Sin embargo, con los años adquieres la experiencia para ir moderando esos sentimientos,y aprendes cómo hacer para que no te nublen la razón. En estos momentos estás en todo tu derecho para sufrir y patalear todo lo que quieras, es algo muy sano y forma parte del proceso de recuperación, aunque no lo creas. Con el tiempo volverás a estar en tus cabales, y entonces podrás mirar atrás hacia todos estos eventos y tan sólo los recordarás con melancolía, como una anécdota más, pero listo para seguir adelante con tu vida. Pese a todo lo que digan todas esas canciones, el mundo no se acaba sólo porque alguien te bota...

    —No sé... no sé si podré hacerlo... no sé si tendré la fuerza para soportarlo... lo único que puedo hacer es lamentarme de mi miseria... y aferrarme como pueda al pasado... como a este pedazo de su cabello, su precioso, hermoso, divino cabello— dijo casi sollozante, en tanto que sacaba de debajo de su camiseta una enorme trenza que alguna vez había pertenecido a Rei, para luego colocarla junto a su rostro mientras la acariciaba gentilmente, del mismo modo que lo hubiera hecho con un tierno cachorrito —Esto es lo único que me conecta a ella, el último vestigio que me queda del gran amor que una vez tuve...

    —Espera un momento... ¿Todo ese cabello... acaso no era... ? ¡Maldito maniático pervertido!— exclamó Misato, asqueada sobremanera con semejante escena —¡¿De dónde diablos sacaste eso?! ¡¿De la basura?!

    —¡Tuve que hacerlo! ¡No podía permitir que algo tan bello fuera destruido! Quizás... quizás desde entonces sabía que nunca podríamos estar juntos... pero aún así, jamás me hubiera imaginado lo difícil que sería para mí. Me desgarra el alma pensar que tendré que seguir viéndola todos los días, sabiendo que ya nunca podré estar con ella... sabiendo que ella me odia más que a nada en este mundo... soy de lo peor, lo mejor sería tirarme en un pozo a esperar a que muera...

    —Basta de hablar así, tampoco es para tanto. Y no recuerdo haberte criado para que fueras una nenita chillona, por el contrario, por que te conozco mejor que nadie, sé que podrás reponerte de esto. Incluso yo te ayudaré, verás cómo te volvemos a poner en pie en menos de lo que te imaginas— Katsuragi le arrebató el mechón de cabello que tan fervorosamente admiraba, y sin más lo arrojó al vacío fuera del balcón, antes que el muchacho pudiera oponerse de cualquier modo. Entonces se incorporó, asiéndolo del hombro para que él hiciera lo mismo —Ven, será mejor que entres a la casa antes que agarres un resfriado, sería una pena que estuvieras despechado y enfermo al mismo tiempo...

    —Ya qué más da...— musitó el chico, amenazando con desvanecerse —No deberías perder tu tiempo en una escoria como yo, sólo déjame aquí a que me pudra en mi miseria, tú no te preocupes y busca la felicidad por ti misma...

    —Seguro, seguro, eres la peor persona de este planeta, bla, bla, bla....— pronunció la capitana, comenzando a hartarse de la actitud tan negativa de su acompañante, mientras que realizaba un gran esfuerzo por levantarlo y comenzar a arrastrarlo hacia el interior de su cuarto —Ese cuento ya se está haciendo viejo, ¿sabes? Lo primero que tenemos que hacer es darte un buen baño, por que apestas horrible a cigarro, licor y vómito... hueles a cantina de mala muerte, sólo hacen falta los orines...

    —Están en esas botellas de ahí— señaló el joven a unos envases apilados en un rincón, casi todos llenos del característico líquido ambarino popularmente conocido como agua de riñón, el famoso “numero uno” —Seré un ebrio patético, pero de ninguna forma me iba a hacer en los pantalones, aún tengo mi dignidad... burp... disculpa...

    —¡Maldita sea! ¡Por eso detesto lidiar con borrachos, sobre todo estando sobria!


    Una vez que consiguió meterlo a la casa, Misato le preparó enseguida un baño caliente. Dado el deplorable estado del jovenzuelo, y su nula cooperación, la mujer hubo de meterlo ella misma hasta la tina, pero antes de eso hubo de asearlo primero en la regadera como si se tratara de un niño pequeño, situación de la que no se cansaba de hacerle hincapié mientras regaba agua en su cuerpo desnudo y jabonoso.

    —¡Siempre lo he dicho, un buen baño puede limpiarte hasta el alma!— mencionó la capitana, tan animosa como de costumbre —No recuerdo la última vez que los tres nos pudimos tomar un baño juntos de esta manera...

    Decía eso en referencia a su pingüino mascota, quien para esos momentos ya retozaba alegremente en las tibias aguas de la bañera sin ninguna otra preocupación en mente.

    —Fue hace cinco años— murmuró el embriagado muchacho, cabizbajo, por lo que apenas si se podía entender lo que decía —Más o menos la época en que mi amigote de allá abajo comenzó a ser tan considerado con las damitas de buen ver, siempre levantándose en su presencia... supuse que sería incómodo para los dos si uno de esos episodios sucedía en la ducha... tú sabes, con el agua caliente y todo eso...

    —¡Qué amable de tu parte!— respondió Katsuragi —Gracias por evitarme la pena de tener que reírme de tus miserias, claro, si es que no las hubiera visto desde antes, durante todos estos años... pero en parte tienes razón, estás llegando a la edad en que ya no te interesa estar con la anciana que cuidó de ti durante tanto tiempo. Pronto querrás hacerte un tatuaje y recorrer el mundo en una motocicleta...

    —Si hiciera eso, ¿a quién podría robarle cigarrillos mientras está dormida? Me da pereza tener que comprar mi propia cajetilla, sobre todo por que nadie le vende tabacos a menores de edad en este mojigato país...

    —¡Eso está muy bien, quiere decir que mi plan funciona a las mil maravillas!— bromeó Misato, en tanto ayudaba al joven a sentarse en la tina llena de agua caliente —Sabía que ser una corruptora de menores tendría sus recompensas...

    —Sí, bueno... además de eso, ¿dónde más podría encontrar una roomie tan candente y parrandera como tú? Eres la única persona que puede seguirme el paso— dijo Rivera arrastrando las palabras y con la cabeza oscilando sobre sus hombros, para enseguida colgársele del cuello a la mujer como si se estuviera asiendo de un bote salvavidas —Desde hace mucho supe que tú eres la mujer ideal para mí... de hecho, si no fueras tan vieja, en este mismo momento me iría sobre ti como toro en brama... pero tenías que arruinarlo todo, naciendo quince años antes que yo... ¡Buen trabajo, tooorpeee! ¿Porqué... porqué la vida... tiene que ser tan... injusta... con nosotrozzz...?


    En el acto, Katsuragi se apartó de aquél chiquillo charlatán y chapucero, haciéndolo con el rostro completamente enrojecido y sintiendo una especie de descarga eléctrica recorriendo todo su ser, apenada como pocas veces en la vida.

    —¡Basta ya, estúpido! ¡Estás muy borracho y ni siquiera sabes lo que dices!— reclamó de inmediato la avergonzada dama, casi histérica, mirando hacia cualquier otro lado donde no estuviera él —¡Si alguien te oye hablar de esa manera pensará que abuso de ti, idiota! ¡¿Y cómo se te ocurre decirme que estoy vieja, cretino?! ¡Tengo apenas 29 años y estoy en la flor de la vida, mocoso irreverente! Además... además... para el amor no hay edades, ¿qué nunca lo has escuchado? Es decir, no es que esté interesada, ni mucho menos, pero quince años no es tanta diferencia. O sea, en este instante tal vez sí lo sea, y mucha, pero piensa que cuando tú tengas 20, yo tendré unos 35 y entonces no se verá tan mal que estemos saliendo... estoy hablando de un caso hipotético, por supuesto, por que no creas que tienes tanta suerte como para que una mujer tan atractiva como yo se fije en un imberbe enclenque y piojoso como tú... claro, ya sé que eres joven y aún te falta por madurar, pero eso no quiere decir que... ¡Carajo, Pen-Pen! ¡¿Quieres hacerme el favor de callarte?! ¡Estoy hablando de cosas muy serias aquí y tú no dejas de...!

    Durante todo el transcurso de su monólogo delirante, el emplumado animal no se había cansado de graznar frenéticamente, lo que un principio había exasperado a su dueña, pero cuando ésta se dio cuenta que la intención del plumífero era avisarle que Kai se había quedado dormido, con la parte superior del cuerpo inclinada por completo, lo que hacía que su cabeza en esos momentos estuviera flotando boca abajo.

    —¡Puta madre!— exclamó la horrorizada mujer, al percatarse que el joven estaba a punto de ahogarse, por lo que de inmediato se apresuró a sacarle el rostro del agua —¿Ves lo que provocas con tu sucia boca floja? ¡Diablos!



    De ahí en adelante el tiempo se consumió en lo que Misato tardó en sacar al desvanecido muchacho de la bañera, revivirlo, vestirlo y arroparlo en la cama junto con ella. Vencida sin problema por el cansancio y ajetreo de aquella turbulenta noche, la fémina no tardó mucho en unirse a su acompañante en el reino de los sueños, en donde no es posible percatarse del momento en que la noche da paso al nuevo día que recién inicia. Aquellos que despiertan, con felicidad notan que aún siguen con vida, que podrán estar en el mundo por lo menos un día más. Una noticia así debería persuadirlos de disfrutar cada segundo de la vida intensamente, cómo si fuera el último de su existencia. Pero eso es mucha responsabilidad. Temerosos corren y se apresuran a sus televisores, a sus autos, a sus oficios, a sus escuelas, a todo aquello que pueda escudarlos de la vida, y la mejor forma de hacerlo es ignorarla, desconocerla. Despiertan del sueño de la noche, para dormir el sueño del día.


    Luego de tantas emociones y ajetreo sufridos por su persona, a Shinji Ikari no le hubiera molestado continuar en su cama por un rato más, sin embargo estaba imposibilitado a hacerlo por el rigor de su rutina auto-impuesta, cuyo único fin era llevarlo a tiempo a clases. Y también alimentarlo adecuadamente para soportar el trajín diario de su alucinante vida como piloto Eva. Para ello era menester que él mismo preparara sus alimentos matutinos, los cuales consistían, generalmente, en una porción de arroz y huevo fritos. Incluso Pen-Pen se permitía desmañanarse para acompañarlo diario en el desayuno, lo que no era tan sorprendente después de ver el trozo de pescado ahumado que el muchacho depositaba todos los días en el tazón del animal, al que dicho sea de paso, estaba comenzando a tomarle cariño. ¿Cómo no hacerlo? El ave daba visos de una mordaz inteligencia que en varias ocasiones le resultaba jocosa y que lo hacían una compañía bastante agradable, una vez acostumbrado a su presencia. Además profesaba mejores modales en la mesa que los dueños de la casa.


    Lo que seguía en el orden del día era que Misato se levantara aún medio dormida, casi sonámbula, intentando desperezarse con un gran bostezo felino. Era algo lindo, bonito, poder verla así, al natural, recién desempacada. Aún sin maquillaje, despeinada y con lagañas, era una mujer hermosísima. Cómo un sol, irradiaba calidez a su alrededor, y eso era lo que hacía que la gente se le prendiera. A pesar de esa enorme pijama de dos piezas, que le colgaba de todas partes, e impedía que se pudieran apreciar sus sensacionales muslos, su magnífico torso, su cintura de avispa, la belleza natural de la hembra se las arreglaba para emerger a la vista del ojo ocioso y observador.

    —Buenos días, Shinji— saludó Katsuragi con una especie de gruñido, mientras se rascaba la axila como un mono, para luego entonces dirigirse a la cocina en busca de su sustento primordial, una lata de cerveza bien helada —¡Diablos! ¿Porqué tengo que ir a trabajar hoy? La escenita de anoche me dejó exhausta, me siento como algo que recogería el camión de la basura...

    Enseguida de haber tomado asiento a la mesa, la mujer de cabellera desarreglada se apuró en darle un gran sorbo a su bebida, hasta haber ingerido la mitad de su contenido, profiriendo un sonoro gesto de satisfacción cuando hubo terminado.

    —¡Uuuaaah! ¡No hay mejor manera de comenzar el día! ¡Me siento recargada y lista para todo lo que se me ponga enfrente!

    —¿No te tomas mejor un café?— le preguntó Ikari, con más tono de sarcasmo que cualquier otra cosa.

    Misato rehuye, moviendo la cabeza de un lado para otro, con los párpados cerrados, cómo si estuviera indignada por la proposición.

    —Una mañana al estilo japonés siempre empieza con arroz cocido— decía, enumerando con los dedos los platillos —sopa de miso, y claro ¡sake! Es una tradición milenaria, que hoy en día me precio de honrar como la patriota que soy...— concluyó, para darle otro buen sorbo al recipiente que tenía entre manos, con más satisfacción y orgullo que antes.

    —Sí, en todo el tiempo que llevamos viviendo juntos, me ha quedado claro que eres una mujer de costumbres, algunas más irritantes que otras— respondió Shinji, quien a todas luces se veía molesto.

    —¿Qué quieres decir?

    —¿Recuerdas a quién le tocaba lavar los platos ayer?

    —¡Ay, de veras!— exclamó Katsuragi, sacando la lengua pícaramente y dándose un golpecito en la frente a modo de castigo al percatarse de su error.

    —Ahora sé por que a tu edad aún sigues soltera.

    —Pues me disculpo si mis modales te ofenden de alguna manera.— pronunció despectivamente Misato, mientras acababa con el contenido de su plato. Aunque no lo admitiera, le gustó aquel desayuno, y estaba dispuesta a repetir su ración.

    —¿Y también por ser tan floja?— respondió en tono de guasa su acompañante.

    —¡Oh, ya déjame en paz!— prorrumpió agobiada la dama, haciendo una mueca bastante curiosa con sus labios.


    Una vez que terminó su desayuno, y habiendo lavado todos los platos que habían quedado en el fregadero desde la noche anterior, lo único que esperaba Shinji para marcharse era la llegada de sus amigos, quienes solícitamente pasaban a recogerlo todos los días.

    No obstante, ese día había una cuestión más que debía resolver antes de irse:

    —¿En serio tienes pensado ir hoy a la escuela?— preguntó a la capitana, aún incrédulo.

    —Claro que sí— contestó ella, sacándolo de toda duda. —Hoy es el día de la orientación vocacional, ¿cierto?...

    —No tienes que ir, si no quieres— arguyó el muchacho, temiendo que lo hacía más por obligación que por propia convicción.

    —Pero sí quiero ir— lo tranquilizó entonces la mujer, regalándole la más cálida de sus sonrisas, sabedora de la inquietud en su protegido —Además, es cuestión de responsabilidad. Kai y tú están bajo mi cuidado, ¿recuerdas?

    “Responsabilidad” repitió para sí mismo el infante, calándole esa palabra en lo más hondo. Lo había acosado desde que llegó a Tokio 3. Su responsabilidad para con el mundo, para con la especie humana. Su responsabilidad al tener que ser piloto. Su responsabilidad para llevar el control de su vida entera. Y también estaba la responsabilidad de su padre para con él, de la que parecía huir constantemente. ¿No era su responsabilidad ir él a esas juntas? ¿No era su responsabilidad haber estado allí, en esos momentos perdidos de la niñez? Para cuidarlo, aconsejarlo, formarlo. ¿No era su responsabilidad amarlo, aunque sólo fuera un poco? A simple vista, sus demás responsabilidades lo absorbían y lo dejaban sin tiempo ni disposición para él.


    En ese instante sonó el timbre, anunciando la llegada de Toji y Kensuke, y de paso interrumpiendo el ejercicio mental de autocompasión del joven Ikari. Por otro lado, en lo que esperaban a que les abrieran la puerta, los recién llegados anhelaban uno de sus momentos favoritos del día. Gozaban enormemente al poder contemplar en unos cuantos fugaces instantes, los lejanos destellos de la hermosura de la guardiana de su amigo. Aguardaban impacientes y con ansia el momento de poder vislumbrarla en el quicio de la puerta. Casi salivaban en su lugar, de pie, esperando la visión por la que tanto suspiraban.

    —Oh, son ustedes...— pronuncia la mujer por el interfon —En seguida estoy con ustedes; ¡Shinji, tus amiguitos ya llegaron!

    Hizo ademán de levantarse para abrir la puerta, cuando fue interceptada por Ikari:

    —Misato... por favor, ya no salgas a saludarlos en pijama, ¿Quieres? Es muy vergonzoso...

    —¿Vergonzoso para quién?— preguntó ella, retóricamente —Por que puedo asegurarte que ni para ellos ni para mí lo es...

    —No se trata de eso, sino de la imagen que haces que la gente tenga de ti— sentenció Shinji, alistando sus cosas para salir —Sólo trata de mantener la compostura o las personas podrán pensar que eres una salvaje...

    —¡Está bien, está bien! ¡Me quedaré aquí escondida, todo con tal de el Señor Ikari no se avergüence de la cualquiera con la que vive!

    —Ahora estás exagerando, lo que yo quise decir es que...

    —No te preocupes, que te entiendo a la perfección— repuso Misato, reclinándose sobre su silla y colocando los pies sobre la mesa —Lo que pasa es que de seguro sólo tú quieres verme con ropas ligeras y no deseas compartirme con alguien más, es muy natural que te pongas así de celoso...

    —¡Eso no es verdad!— contestó el muchacho enseguida, con la cara colorada como un tomate maduro, aunque casi de inmediato se recobró, suspirando resignado —¿Sabes qué? Olvídalo, que sé muy bien lo difícil que a veces es razonar contigo, eres terca como mula. Será mejor que me vaya o se me hará tarde, te veré en la escuela...


    No obstante sus intenciones manifiestas, justo cuando se encontraba por abrir la puerta de su domicilio Shinji fue detenido en vilo por una demanda que resonó por toda la vivienda.

    —¡Alto ahí, escoria de la vida!— gritó Kai cuando salía del cuarto de Katsuragi, mas o menos vestido para asistir a la escuela —¡Que yo voy con ustedes!

    —¿A qué te refieres con eso?— preguntó Ikari, retrocediendo cautelosamente un par de pasos ante el gesto hostil que su compañero aún le dirigía, acentuado por su expresión trasnochada y ojos rojizos —¿A dónde dices que vas?

    —Con ustedes, a la escuela, por supuesto— respondió Rivera abotonando su pantalón arrugado y mirando con hastío por el espejo su cabello despeinado, que difícilmente podría acomodar en tan poco tiempo.

    —¡¿Piensas ir a clases, en serio?!— exclamó el estupefacto Shinji, sin ocultar el desánimo que aquello le causaba —¿Así como estás? ¡Es decir, sólo mírate! ¡Pareces algo que el gato escupió! ¿No sería mejor que te quedaras en casa... a descansar o algo así?

    —¡Ah, pero claro, quedarme en casa!— mencionó el jovencito de hinchados ojos verdes debido a la falta de descanso —¡Y así podrías aprovechar para quedarte con Rei a solas, sobre todo ahora que son tan amigos! ¡Apuesto a que eso te gustaría! ¿Verdaaad? ¡Pues qué mala suerte para ti, tipejo, porque de repente tengo muchas ganas de ir a mi querida y adorada escuela, ese templo del saber donde se forja a las generaciones futuras! Así que... ¡Ja! ¡Discúuulpame, por arruinar tus planes, pero oficialmente estás fre-ga-do!

    —¿De qué estas hablando, maldito loco? ¡¿Estás consciente de que casi nunca vas a clases, ni te presentas a las pruebas en el cuartel?! ¡Paso mucho tiempo a solas con Ayanami, por si no lo sabías, pero eso no significa que haya algo entre los dos!

    —¡Y no lo habrá nunca, así que puedes dejar de hacerte ilusiones con eso!— vociferó enseguida el agitado muchacho —¡Por que de ahora en adelante pienso mantenerlos vigilados, tendré puestos mis ojos de halcón sobre ti tooodo el tiempo, amigo! Vigilando atentamente cada uno de tus movimientos, y a la primer insinuación que le hagas a esa preciosura: ¡Bam! ¡Voy a dejar caer el martillo sobre ti, tipo! ¡Así es, eso dije: el martillo! ¡Será mejor que te cuides, muchacho!— en medio de su delirio sin sentido, Rivera comenzó a bailotear como boxeador en torno a Shinji, tratando de intimidarlo —¡Eso es, cabeza de pelota, más vale que tengas miedo, por que estás en el límite de mi paciencia! ¡Y no te confundas, por que aún cuando esté crudo y desvelado, justo como ahorita, me basta y sobra para poner en su lugar a una rata oportunista como tú!

    En el momento que comenzó a ser increpado por fintas de golpes, que pasaban bastante cerca de su rostro, cansado de todo eso Ikari tuvo que hacer uso de su último recurso, volteando a ver a su casera en busca de alguna ayuda:

    —¡Misaaatooo! ¿En serio voy a tener que aguantar esto, todos los días? ¡Haz algo, lo que sea, por favor!

    —Lo siento, Shinji, me gustaría mucho poder ayudarte...— le contestó la mujer, fingiendo gran pesar en sus palabras —Pero lo cierto es que Kai tiene toda la razón en desconfiar de ti, y de cualquiera, diría yo. Y es que Rei es una chica tan atractiva, tan interesante y enigmática que en cuanto se corra la voz de que nuevamente está disponible seguramente le lloverán propuestas amorosas. No me extrañaría nada que, justo en estos momentos, alguien se esté aprovechando de la situación para poder cortejarla sin interferencias, sobre todo sabiendo lo puntual que es esa muchachita...

    Rivera detuvo sus amagues apenas escuchó los argumentos de su mentora, quedando como congelado en su sitio, en su rostro grabada la expresión horrorizada de alguien que se acaba de percatar de un terrible error cometido, en tanto el color se desvanecía de su semblante.

    —¡Oooh, diablos y centellas!— exclamó despavorido, jalando su cabello como si quisiera arrancárselo —¡Me lleva el carajo, no había pensado en eso! ¡Shinji! ¡¿Qué rayos crees que haces ahí, parado como un pasmarote?! ¡Ya la escuchaste, tenemos que apurarnos! ¡Rei podría estar engañándonos con alguien más, justo ahora! ¡Muévete, maldita sea!

    Acto seguido Kai comenzó a arrastrarlo hacia la salida, mientras que su renuente compañero apenas si podía musitar, desganado por lo mal que comenzaba su día:

    —¿Sabes? Al oírte hablar de esa manera, puedo decir que pareces conocer muy poco a Ayanami. Cómo es que alguien como ella pudo siquiera haberse fijado en alguien como tú, es algo que escapa completamente a mi entendimiento...

    —Deja de gimotear y date prisa— instó Rivera mientras lo empujaba —Si no quieres luego estar llorando como un niño la pérdida de lo que no supiste defender como un hombre...

    —¿Te vas así nomás, sin siquiera desayunar?— le preguntó Misato antes que se fueran.

    —¿Estás bromeando? Todo me sigue dando vueltas, cualquier cosa que eche a mi estómago, dudo que dure mucho ahí en estos momentos... compraré algo después, de preferencia suero rehidratante ó algo por el estilo, siento que la cabeza me va a estallar...

    —Veré que puedo llevarte al rato, tampoco es bueno que estés todo el día con el estómago vacío...

    —Ah, por cierto, te dejé una sorpresa en el refrigerador— avisó el chiquillo mientras se colocaba los zapatos para salir afuera —Considéralo una forma de agradecerte los apapachos de anoche, realmente me levantaron el ánimo... gracias por todo, eres la mejor...


    En cuanto Rivera abrió la puerta se topó con los sonrientes, ansiosos, e impacientes rostros de Toji y Kensuke, quienes sin siquiera percatarse de quien era el que los recibía, saludaron ambos a la vez con una respetuosa reverencia:

    —¡Buenos días, señorita Katsuragi! ¡Qué enorme gusto volver a verla!

    —¡Pero si son mis viejos amigos...! Este... ¡Kosaku y Torimaru!— respondió Kai al entusiasta saludo, para en el acto sujetarlos por el cuello y arrastrarlos también fuera del edificio, en un gesto que a él le parecía amistoso pero que para cualquier otro resultaba excesivamente efusivo —¡Corran, será mejor apurarnos si no queremos llegar tarde! ¡En el camino pueden entretenerme poniéndome al tanto de lo que ha sido de ustedes! ¡Y hasta puedo fingir algo de interés, si no les molesta!

    —¡¿Pero... qué demonios?!— masculló Toji, indefenso ante el embate del locuaz muchacho —¡Maldición! ¡¿A qué carajos hueles, tipo?! ¡Aléjate de mi, quítame las manos de encima!

    —¡Shinji! ¡¿De qué se trata todo esto?!— preguntó Kensuke en el mismo tenor —¿En dónde está la señorita Misato? ¿Y qué cree que está haciendo este sujeto? ¡Nos va a matar, tan sólo con su olor!

    —Yo no sé nada— se excusó Ikari, andando detrás de ellos, casi arrastrando los pies y sin despegar la vista del piso —Sólo me dijo que despertó con ganas de ir a la escuela, y parece que hoy está más loco que de costumbre, así que será mejor que hagan lo posible por ignorarlo... yo ya tengo algo de experiencia en eso...

    —¿Ah, sí? Pues yo que ustedes, chicos, me cuidaría de darle la espalda a nuestro pequeño Shinji— les advirtió el muchacho de mirar esmeralda, entornando los ojos en dirección al susodicho —Puede parecer muy poca cosa a primera vista, pero aprovechará el primer descuido que tengan para clavarles un cuchillo en la espalda... se los digo por experiencia propia, no se fíen de él, ni de su cara de ñoño... ¡En el fondo es un ser despiadado, implacable!


    Misato los veía partir a la distancia, asomándose por el resquicio de la puerta para vigilar su avance por el pasillo, hasta que los perdió de vista cuando doblaron a la vuelta para tomar las escaleras. Después de eso, ingresó de nuevo al apartamento. Desde la entrada, lo contempló en casi toda su extensión. Tan desolado cómo se veía siempre que su muchacho no estaba allí. Ella también le estaba agradecida, ya que había llenado un enorme vacío que existía anteriormente en su vida. Le dio a ésta una dirección, un propósito, un significado. Algo por lo que valiera la pena regresar a aquella solitaria vivienda, de no desaparecer bajo la tierra.

    —¿Qué te parece, Pen?— preguntó al pingüino, derrumbándose en una silla. El ave la miró fijamente, sin entender el modo en el que se dirigía a él. Se limitó a menear la cabeza, en señal de duda. Katsuragi aclaró —Creo que sí le pude infundir ánimos a ese muchacho. Mucho mejor de lo que lo hubiera hecho... ella... esa mujer... esa maldita mujer...


    Había una vez una jovencita, desvalida, desesperanzada, abandonada súbitamente en un frío y devastado mundo lleno de muerte y destrucción, sin ninguna idea de qué hacer. Ante sus ojos su niñez le fue arrebatada cruelmente, sin compasión alguna, cómo el huracán que arrastra una vivienda; fue transportada de su mundo seguro y sano a una realidad gris, y a veces hasta sádica. Confundida y aterrada cómo estaba ella, el único refugio que encontró fue encerrándose en sí misma, negando sus sentimientos y hasta su condición humana. Hasta que hubo alguien que se apiadó de ella, extendiéndole la mano para evitar que cayera en un precipicio sin fin. La jaló, la arrastró a la vida otra vez. La rescató del desencanto y la desolación. Infundió nuevos bríos a su quebrantado corazón, y lo hizo palpitar calurosamente otra vez, lleno de buenos sentimientos. Y esa jovencita se enamoró perdidamente de su salvador, a manera de gratitud. Y él, a su vez, correspondió a su amor con una intensa pasión que incluso llegaba a quemarla. Pero, por circunstancias adversas propias de la vida real, los dos no pudieron obtener su final de cuento de hadas y vivir felices para siempre.


    Algo desganada por aquellos pensamientos, la japonesa se levanta de su asiento, dirigiéndose al refrigerador, movida en parte por la curiosidad por saber qué era el regalo de su protegido. Lo encontró a simple vista, justo debajo de las sobras de hace una semana. Se trataba de una caja de cartón, sellada con cinta en la tapa superior. Tenía algunos timbres postales del extranjero. Llevó aquél contenedor a la mesa y con un cuchillo de la cocina, rompió el sello de la caja. Al ponerla sobre la mesa, había conocido su procedencia: México. Ya empezaba a intuir qué era, si es que lo que había adentro debía ser conservado en refrigeración. Algo comenzó a pujar en su interior, mientras ella se sacudía con unos horribles escalofríos, casi llegando a convulsiones. Al sacar su contenido, confirmó su teoría. Una caja llena de botellas de cerveza Corona. Sacó una de ellas, y la sostuvo frente a su rostro por un buen rato. Recordaba la primera vez que probó la cerveza mexicana, de hecho, la primera que había probado en su vida. La melancolía y la tristeza la invadieron de repente, sacudiéndola violentamente desde el espinazo. Antes de desvanecerse, colocó el recipiente en la mesa. Se recostó sobre ella, ocultando la cara con los brazos. Con la voz quebrada, y las lágrimas a punto de desbordarse en sus ojos, apenas si alcanzó a pronunciar:

    —José... Joe... ¡Cómo te extraño!

    Una vez que pronunció aquellas palabras, empezó a llorar a moco tendido. Sus sollozos, su llanto se esparció por toda la casa, llenando la inmensa soledad y calma que en ella se habían instalado. Las lágrimas le surcaban una y otra vez las mejillas, sin que a Katsuragi le importara, yéndose a estrellar sobre la madera de la que estaba construida la mesa. Quería desahogarse, sacar todo lo que tuviera dentro, vaciarse por completo, por lo menos hasta la siguiente vez. Casi disfrutaba de aquella sensación, con un extraño placer. Sabía que después de aquel valle de lágrimas, se sentiría muy bien, recobrada. Pero mientras tanto, sufría, sufría cómo todos los demás seres humanos lo hacen.

    Pen-Pen, a su lado, observaba el dolor de su dueña, sin entender qué era lo que pasaba, y cómo hacer algo para ayudar en algo. La miraba con extrañeza, pero sólo eso hacía. No podía ofrecer palabras de consuelo, ni apoyo alguno, nada de eso. Sólo estaba ahí, para presenciar la escena. Pen-Pen, testigo mudo de todos los dramas personales de aquella casa.

    Misato continuó llorando un buen rato más, ante la mirada impasible del animal.


    Ignorantes del dolor que agobiaba a su guardiana, los niños continuaban sin ningún percance el camino al centro de enseñanza; Ikari caminaba despacio y sin prisas por la banqueta, escoltado por delante por su compañero de cuarto y sus dos amigos, que seguían siendo prisioneros de Rivera.

    Shinji ya ni siquiera escuchaba sus constantes quejidos y lamentos, sus pataleos de ahogado. Concentraba la vista en el camino, que se abría ante él en tonos grises pálidos y azules claros. El asfalto frío de la ciudad se unía por una leve línea (el horizonte) con el azul brillante del firmamento, formando así una curiosa dicotomía. Cielo y Tierra. Tan lejos y tan cerca el uno del otro. Y no obstante, compartían un lazo en común, algo que les impedía separarse por completo.

    —...quiero decir, todo mundo, la televisión, la música, y el cine, te hacen creer que mientras haya amor nada te faltará, ¿cierto?— el parloteo incesante de Kai, quien no había parado de monologar desde que comenzaron su trayecto, era lo único que interrumpía aquella apacible calma —Te dicen que lo único que se necesita para que dos personas sean felices es que se amen el uno al otro... ¡Pero nada de eso es verdad, amigos, es pura fantasía! ¡Y hasta ahora puedo verlo, claro como el agua! Por que sin importar cuánto ames a una persona, si por lo menos hay alguien o una circunstancia que se te quiera oponer, entonces ya estás frito... por que hay obstáculos insorteables que pueden aparecer en tu camino, sin importarles un carajo toda tu vibra positiva o demás basura optimista que puedas estar cargando contigo... ¡Y es por eso que el amor es un asco! Escuchen mi consejo, chicos, si es que quieren disfrutar una vida sin complicaciones: nunca se enamoren, nunca se involucren. Revuélquense con cuanta tipa puedan, pero siempre mantengan su distancia, no se permitan sentir algo, por que eso sólo los hará vulnerables, y cuando menos lo piensen estarán como bichos, embarrados en el parabrisas de la Hummer que es esta perra vida...

    —¡No entiendo nada de lo que dices!— musitaba Toji, preguntándose si acaso ese maniático lo obligaría a entrar de esa manera a la escuela —¡Ya suéltame de una vez, por favor! ¡La gente nos está viendo!

    —No sé que es más asqueroso— repuso Kensuke, con un tono verdizo en todo su pecoso rostro —Si el horrible hedor de tu ropa sucia o tu ridícula charla del amor... en serio, tipo, me siento en un estúpido talk show... deberías aprender a ser más reservado...



    El tiempo continuó su imparable marcha, cómo la de una aplanadora. ¿Cuántas vidas había visto ir y venir desde que inició su andar? Para él, cada una de ellas debió durar un suspiro. Tantos y tantos suspiros, tantos cómo estrellas y cuerpos celestes en el universo, en el espacio infinito.

    Dieron las once de la mañana, y la horda de infantes que plagaban las instalaciones escolares pudo darse un suspiro, abandonados a su suerte momentáneamente por sus maestros, mientras salían a atender a los padres de familia recién llegados. Libres por un rato del yugo opresor del estudio incesante, de la fábrica de mano de obra del Estado, disfrutaban lo mejor que podían los pocos ratos de esparcimiento que les quedaban. Sin preocupación aparente que los embargara, todos sentían el avasallador paso del tiempo en ellos, unos más que otros. Hoy, eran jóvenes, fuertes e idealistas. El mundo estaba a sus pies, y no había nada que no pudieran hacer. Mañana, serían hombres, y tendrían que redituarle a la sociedad, ese sagaz monstruo siempre hambriento, a esa creación humana, todo lo que había invertido en su entrenamiento, tendrían que estar encadenados a ella por el resto de sus días. Y además, tenían que asegurarse de engendrar futuros trabajadores que tomaran su lugar, para seguir alimentando a la criatura, siguiendo con el ciclo hasta quien sabe cuando. Nadie lo sabía. Ya había sobrevivido a varios holocaustos. El tiempo corría. Y tenían que vivir la poca vida que les quedaba intensamente.

    Todos ellos, excepto por Kai Katsuragi, como era conocido en su faceta estudiantil, quien pese a todos sus esfuerzos e intenciones por mantener vigilados a Shinji y Rei, en esos momentos dormía cómodamente acurrucado sobre la paleta de su pupitre, con el mismo sosiego con el que lo hubiera hecho un pequeño infante a la hora de su siesta.


    En cambio, Toji y Kensuke se dejaban arrastrar por la corriente, para que los llevara hasta donde ella lo quisiera. A veces era el mejor modo, que gastar en vano energías al luchar contra ella, cosa que era casi imposible; y aquellos que lo hacían, y lo lograban, eran los considerados héroes, y eran exaltados por encima del montón, y por siempre recordados, mientras aún hubiera Historia.

    Cómo si de un importante evento se tratase, desde temprano ya estaban apartando su lugar, adivinando el bullicio y el tumulto que pronto se suscitaría. Esperaban tranquila y pacientemente su llegada, junto a la ventana, sentados en sus asientos para no cansarse. De un momento a otro tendría que llegar. Shinji comprobó entonces lo poco que conocían a la Capitana Katsuragi. Ella siempre llegaba con retraso a todos sus compromisos.

    Esperaron cerca de media hora, desde las diez con cincuenta minutos de la mañana. Y a cada segundo parecían desesperarse más y más. Creyeron que Ikari los había engañado, infundándoles falsas esperanzas, y que la mujer jamás se presentaría.


    Pero antes que pudieran hacerle o decir algo, se oye un repentino frenar de neumáticos, característico de la visitante tan esperada, que a Shinji le sonó cómo salvación. Sin perder tiempo, señaló hacia la ventana que daba vista al estacionamiento, anunciando la llegada de su tutora. Desconfiados, los chiquillos se asomaron por donde les indicaban y efectivamente, del auto ven salir a la despampanante mujer, con sus medidas casi perfectas y su ajustada ropa. En todo el tiempo que duró su contemplación, no cerraron por ningún motivo la boca. Hasta el muchacho que vivía a su cuidado quedó asombrado, perplejo de lo hermosa que podía ser la militar. Embelecido con la belleza femenina encarnada en una sola persona. Sus movimientos parecían todos que se daban en cámara lenta. Su larga cabellera lacia, negra, retozaba en la espalda y terminaba en su cintura, moviéndose cómo si tuviera vida propia cada vez que daba un paso. Qué decir de sus piernas largas, de esos muslos con las curvas tan pronunciadas, tan peligrosas para el viajero distraído, todo ello regalo de la corta falda que tenía embarrada en las pronunciadas caderas, que a pesar de la mortaja en la que estaban envueltas, podían distinguirse tan claramente cómo el fondo de un vaso de vidrio, cuando éste se encuentra lleno de agua común. Ni qué decir de su cintura de avispa, tan pequeña que hasta se antojaba posar las manos allí para retener a esa Venus mortal. Cómo alabar ese torso, inaudito poder describir con palabras aquellos pechos, esos senos tan levantados y firmes. Parecían unas frutas prohibidas que no se podían ni debían tocar, cómo las que comió cierto antepasado común. Cómo describir ese par de labios, rojos y carnosos, los cuales cualquier hombre moriría por llegar a beber de su néctar, saborearlos en su propia boca. Su rostro, aún joven y sin rastro de arrugas. Sus pómulos redondos y salientes, coloreados por el maquillaje. Lo único que negaba al mundo era el observar los dos luceros de sus ojos, ocultándolos con sus gafas oscuras. No quería que nadie se percatara que los traía hinchados, rojos por tanta lágrima que había derramado. Pero no era gran problema. En esos instantes, quizás eran sus ojos lo último que querrían apreciar todos sus admiradores.


    Intrigados por la asidua atención con la que se asomaban al exterior, los condiscípulos del trío los acompañaron, esperando averiguar que era lo que había allá afuera que los tenía tan absortos. La voz se corrió deprisa, por todo el recinto, cómo pólvora. En el acto, todos los estudiantes varones se encontraban pegados al cristal de la ventana, en ocasiones hasta luchando por un lugar en ella. No podían creer lo que sus mismos ojos estaban viendo en esos instantes, tan real cómo cualquier otra cosa que les hubiera pasado. Pero también parecía un sueño; la mujer que admiraban y contemplaban se movía cómo si estuviera en uno. Flotando entre nubes, rodeada de un halo de luz intenso. Su inaudita belleza calaba, amenazaba los cimientos de la razón de los jóvenes. Pronto, el espectáculo no sólo se limitó a esa aula en especial. El escándalo y estrépito que emitían los compañeros del joven Ikari traspasó los muros del salón, hacia donde estaban sus vecinos, y de igual modo éstos hicieron lo propio con sus aledaños. En un parpadeo, todos los estudiantes de ese edificio se encontraban como adheridos con ventosas a los ventanales, alabando a aquella diosa de la belleza y del amor encarnada. El furor que ocasionaba la mujer era enorme, acaso como si una estrella de la farándula estuviera visitando la escuela. Todos los murmullos y las alabanzas, los chiflidos y los gritos de deseo y angustia se fusionaban en uno solo, semejando a un vendaval. Sabiéndose observada, Misato sonríe con una cruel malicia, y empieza a contornear aún más su figura, a balancear con más ritmo sensual sus caderas, de lado a lado, y a caminar aún más lento para alargar la agonía de los muchachos, quienes con cada movimiento suyo enloquecían gracias a su sexualidad incipiente, que burbujeaba en su interior, quemándolos, calándolos horriblemente. En aquel momento, la mujer los tenía en la palma de su mano. Y lo disfrutaba, consciente de todas las pasiones que desataba en los juveniles corazones. Gozaba, cómo sólo saben hacerlo las mujeres, al manipular la razón y la voluntad de un hombre, aunque éste estuviese apenas comenzando a alcanzar su madurez. Cuando su cabello comenzó a estorbarle, y aún si no lo hubiera hecho, con la mano lo empujó hasta su espalda, para acto seguida estirar el cuello y levantar la mirada hacia la jauría de párvulos jadeantes y hambrientos de su físico. Al reconocer a su protegido, apretujado por la muchedumbre, levantó la mano, saludándolo enviándolo un beso. Aquello alborotó aún más al montón de muchachos, pues cada uno creía que era a él a quien iba dirigido ese beso.

    —¿Vieron? ¡La traigo loca!

    —¡Tu madre! Yo soy el único al que ama.

    —¡Qué buena estás, preciosa!

    —¡Quiero, quiero!

    —¿A qué hora sales por el pan?

    —How much?

    —¡Hazme tuyo por siempre!

    —¡Con esas nalgas, seguro que zurras bombones!

    Comentarios aún mucho más ofensivos que éstos retumbaban en las instalaciones escolares, proferidos a toda voz por los enloquecidos chiquillos, con la esperanza que la beldad de cabello negro pudiera escucharlos, reconocer su presencia. Pero si lo hubiera hecho con uno de ellos, lo más probable es que éste se hubiese desmayado de la impresión.

    —¿Quién es la muñeca?

    —¿No lo sabes? Es la mamá de Katsuragi.

    —¿Katsuragi? ¿El “Loco Katsuragi”?

    —¡Imposible! ¡No se parecen en nada!

    —Además, siempre he dicho que soy el padre de ese imbécil.

    —¿Perdón? ¿Me hablabas?


    Al reconocer la voz a sus espaldas, todos los infantes enmudecieron en el acto, presas del terror. De soslayo, los atónitos muchachitos pudieron hacer contacto visual con la fuente de su atemorizado estado. En esos momentos Kai se encontraba de lado, con su mano haciendo de bocina detrás de su oreja, acaso como si no estuviera escuchando bien. Al corroborar de quién se trataba, los indefensos jovenzuelos parecieron desvanecerse como fantasmas, palideciendo al extremo. Casi se podía mirar a través de ellos.

    —¿K- Katsuragi-san?— tartamudeó uno, presa del miedo.

    —Pensamos... que estabas tomando tu siesta... amigo— mencionó otro más, que estaba hasta el otro lado del cuarto —No quisimos... no quisimos interrumpirte...

    —¡Oh, ya veo!— exclamó “Katsuragi-san”, en tono ligero y para nada intimidante, y aún así, por alguna razón todos sus compañeros se apretujaban entre sí para apartarse de él tanto como pudieran —¡No fue su intención! ¡Todo fue un error, un accidente! En ese caso, no debería haber problema, digo, todo mundo nos podemos equivocar de vez en cuando... nadie es perfecto, ¿cierto?

    —¿C-Cierto?— murmuró uno de ellos, apenas con un hilo de voz.

    —Aunque, para serles sinceros, creo que tal vez puede que sí haya un pequeño inconveniente— continuó el muchacho de ojos verdes, más alto que la mayoría de ellos, por lo que su talante a simple vista se imponía sobre el del resto de sus condiscípulos —Y es que hubiera preferido ser discreto al respecto y que nadie se enterara de ello, pero ocurre que ayer tuve una crisis personal, que me afectó muchísimo, tanto como para emborracharme hasta no saber más de mí... como resultado, traigo esta horrible resaca, que se siente como un taladro perforando mi cráneo aún cuando estoy dormido, y que no hace más que ponerse peor cuando soy despertado abruptamente por sus chillidos de cerdos en celo... ¿Comprenden lo que les digo? ¡Estoy a punto del colapso, muchachos! Siento que puedo estallar por cualquier cosita, por insignificante que parezca, así que lo último que necesito es ser despertado por sus berridos, sobre todo si lo único que dicen es cómo piensan violar en grupo a la mujer que ha cuidado de mí desde los cuatro años...

    —Pero... sabes muy bien que todo lo que dijimos... lo dijimos en broma. ¿Verdad... amigo?

    —Me parece que se me olvidó desde eso de “Con esas nalgas haz de zurrar bombones”.

    No dijo ni una palabra más. Con su mirada esmeralda, atizó a la muchedumbre de chiquillos. Éstos, agitados, empezaron a moverse sin dirección de un lado para otro, todos confundidos y espantados. En lo único que pensaban era en alejarse lo más posible de ese loco perturbado. Pero estaban confinados al salón de clases. Eran ovejas sin pastor, moviéndose cómo una masa tonta por todas partes.

    Paladeando el temor que infringía en sus corazones, el cazador comenzó a actuar con insólita frialdad. Empezó a rodear al rebaño, acechándolo, pero conjuntándolo, uniendo a los rezagados con los demás. Poco a poco comenzó a compactar el grupo, reduciendo su espacio paulatinamente, amontonándolos para que no pudieran escapar. Haciendo círculos alrededor, con la finta de aventársele al primero que se saliera del montón. Razón de más para que las presas se apretujaran más y más las unas a las otras. Presentían que el primero que quedara solo sería la primera víctima.

    Una vez que estuvieron todos juntos, en el centro del recinto, y lejos de las niñas, que sólo estaban de testigos mudos en la cacería, el agricultor recogió el producto de su cosecha. Sin previo aviso, y cuando nadie se lo esperaba, el depredador se abalanzó sobre el ganado, dispersándolo en el acto. Al primero que agarró fue al que elogió las sentaderas de su madre adoptiva de aquella forma tan prosaica. A éste lo lanzó por los aires, con una llave de judo, haciendo que se estrellara estrepitosamente en el piso, cortando por completo su ritmo respiratorio. La próxima vez lo pensaría mejor antes de alabar partes del cuerpo de maneras tan explícitas. Los demás sólo recibieron unos coscorrones que se antojaban un poco suaves y considerados, tomando en cuenta la constitución del atacante. A los que corrían los tacleaba por la espalda, arrastrándolos por el suelo, sin darle oportunidad a nadie de que escapara hasta que él así lo decidiera.

    Los que estaban fuera de la contienda, sólo divisaban la confusión de la masacre. Los gritos de clemencia de los chiquillos resonaban en las paredes, sin nadie que pudiera atenderlos. Los vecinos estaban bastante ocupados adorando a la causante de la tragedia de aquellos desdichados. Sus compañeras, sentadas todas en conjunto, se compadecían de ellos, cruzando los brazos, pero sin hacer nada para socorrerlos, quizás con la venencia de un castigo bien merecido:

    —Pobres diablos...


    Shinji sólo alcanzaba a ver una humareda desde donde estaba, y lo único que le indicaba qué era lo que pasaba en aquel caos tan desordenado eran los atronadores lamentos de los infelices que estaban involucrados en la revuelta. Sólo él, Toji y Kensuke habían escapado del ajuste de cuentas de su compañero. Sentados uno al lado del otro, observando todavía el deambular de la mujer causante de tantas desdichas, Suzuhara, sin quitarle los ojos de encima a la japonesa, le susurró en el oído a su compañero que utilizaba anteojos:

    —¿Quién lo diría? Parece que que no es tan mala idea ser amigos de este orate...

    Su cómplice asintió con un monosílabo, concentrándose completamente en enfocar con su cámara de video portátil toda la andanza de su amor platónico por el colegio. Una vez que ésta desapareció de la vista, internándose en el edificio de a lado, el chiquillo se aseguró que todo se hubiera grabado, hasta el más ínfimo detalle. Junto con sus dos amigos, revisó y evaluó su trabajo final. Descontando la innegable belleza del tema de la grabación, el ángulo en que la había captado era bastante bueno, y la nitidez de la imagen lo era también. Él lo desconocía, pero un corazón de cineasta de gran prestigio palpitaba en su interior.

    Mientras tanto, de seguro las copias de su obra se venderían bastante bien. Ya comenzaba a pensar en todo ese dinero extra, y en qué lo iba a gastar. Su inseparable compañero, cómo socio de la tercera parte de las ganancias, de igual modo imaginaba y hasta contaba el dinero que sería recaudado, mientras se frotaba ambas manos con un gesto de avaricia en su cara.


    Ikari los dejó divagar y perderse en sus locos planes. Se volvió hacia el lugar del conflicto, y alcanzaba a divisar a Kai entre tanto barullo y chicos que querían alejarse de él a toda costa. Luego, dirigió su mirada hacia donde se encontraban sus compañeras de clase, que de la misma manera contemplaban la carnicería, cuchicheando entre ellas, seguramente enalteciendo al ya de por sí inalcanzable joven piloto. Qué tan fácil, se puso a reflexionar el infante, qué tan fácil le hubiera resultado a su camarada, en aquellos días, quitarle el mote de “señorita” a cualquiera de esas chicas, si no es que a todas ellas. Y quizás, hasta juntas. De un cierto modo perverso, lo envidiaba. Podía hacer tantas cosas que él nunca podría realizar. Tenía tanto poder y tanta influencia sobre quienes le rodeaban. Todo siempre le salía bien. Todo le resultaba bastante fácil. Nació superdotado. Jamás se tuvo que esforzar ni tantito en aprender todos los conocimientos que poseía. Nunca hacía tareas, pero sin embargo, en todos los exámenes aprobaba con la máxima calificación. Ni qué decir de su desempeño físico. Todos lo admiraban cuando demostraba sus habilidades para casi cualquier deporte. Las niñas enloquecían con cada gesto suyo, los chicos lo respetaban. Tenía tanto, ¿y en qué era en que lo utilizaba? En dormitar casi toda la clase, en hacerse el idiota el poco tiempo que estaba despierto en la escuela. Todo lo que representaba no le importaba en lo más mínimo, ni hacía nada para sacarle provecho.

    Del mismo modo en que lo envidiaba, también había veces que lo detestaba. Siempre perfecto, siempre sabio, fuerte y rozagante. Lo que daría por ser aunque fuera un poco más como él. Por tener todo lo que él tenía. Qué cosas tan maravillosas realizaría con todos esos dones. El tipo de poder que tenía Rivera era el que siempre había anhelado, desde aquella infancia tímida y solitaria. Quizás, cuando lo veía, miraba en lo que pudo haberse convertido, de haber tenido un hogar estable, sano y feliz. Con una mamá y un papá que lo amaran y lo formaran en un ser humano socialmente funcional. Y puede que, tal vez, era eso lo que más le enardecía.


    Ignoró a las pequeñas hembras, para peinar el resto del salón con los ojos. Buscaba algo en específico. Allí estaba ella. Tan callada, quieta y distante como siempre. Con sus pupilas carmesí clavadas en ninguna parte, en su trance tan adorable. Su cuerpo se encontraba en su pupitre, pero su conciencia, su espíritu se encontraba recorriendo las estrellas y galaxias más lejanas. Otro motivo más para odiar a Kai. El payaso tenía cómo su novia a la joven más hermosa y más seductora que hubiera visto jamás. La deseaba con cada fibra de su ser. Ya casi no dejaba de pensar en ella desde aquella primera vez que le sonrió. Sólo eso bastó para que controlara por completo su voluntad, sus más íntimos anhelos. No, no era cierto, La amaba aún antes de conocerla, cuando tuvo esa visión de ella en la estación del tren, a su llegada al Proyecto Eva. Desde entonces, ese fantasma había invadido sus sueños. No descansaría hasta que la poseyera, cómo su padre o el mismo Kai. Kai. Su nombre, no importaba en qué, siempre salía a relucir. Aparte, el maldito era el único con el que se sinceraba Ayanami, el único que la conocía tal y cómo era, y no a esa fachada que proyectaba al exterior, para defenderse. Cuantos de sus más secretos pensamientos y sentimientos le habrían sido revelados. Cuantos gestos, cuantas sonrisas, cuantas miradas amorosas le habría dirigido, le habría obsequiado aquella deidad. Hubiera dado lo que sea, con tal de que tan solo una de esas miradas hubiera sido para él, que tan siquiera una suave caricia de ella se posara en su piel.

    ¿Y qué era lo que hacía el afortunado dueño de tantos y tantos valiosísimos obsequios? Lo que hacía con todo lo que tenía: desperdiciarlos. Cuando no estaban a solas, siempre la ignoraba, la rechazaba, la negaba. Renegaba de tan encantadora muchacha, y la desdeñaba cómo muñeca rota. Se le antojaba hacerse de una silla, la que tenía a su lado, dirigirse al centro de la reyerta, hacia donde él estaba, levantarla en todo lo alto, y romperle con ella el cráneo por completo. Y seguir ensañándose con él, hasta que ya solo quedara una mancha ensangrentada embarrada en el piso.

    Se le adelantaron. Alguien más ya lo había intentado. La silla se estrelló en el piso, sin dar en el blanco. No le había costado la gran cosa a Rivera desarmar a su atacante. Y en cuanto a éste, tampoco fue mucho trabajo encargarse de él. Antes que se pudiera dar cuenta, ya estaba doliéndose en el suelo. Shinji no dijo nada, y solamente tragó un poco de saliva. Dejó de tentar el respaldo del asiento a su lado.


    De nuevo se concentró en Rei. Ahora, había abandonado su estado estático, y observaba la riña, de la cual su pareja era protagonista. Ikari esperaba ver en su mirada los mismos destellos que iluminaban la de las demás chicas. No era así. En cambio, parecía cristalina, con una expresión aún más triste y melancólica de lo acostumbrado. Parecía que estaba a punto de desbordarse en lágrimas. Sus labios temblaban, al mismo tiempo que su tristeza se hacía más y más evidente, rebasando los límites de su cuerpo e impregnando con ella todo el cuarto, al grado que hasta sus mismas condiscípulas se habían dado cuenta de su inusual estado de ánimo. De hecho, era el primer estado de ánimo que le veían a Rei, la bella silenciosa, cómo la llamaban. Su compañero se preguntaba porqué, si siempre había sido a la inversa. Rivera siempre la rescataba de su taciturnidad, sí, pero para bien. Nunca la había visto así. Aún ignoraba que su compañero de cuarto y ella habían tenido una fuerte discusión, de proporciones tan catastróficas que los había llevado a terminar esa peculiar relación amorosa entre ambos, que hasta hacía muy poco habían hecho pública. Y tampoco estaba consciente de que, en buena medida, él había sido una de las partes por las que se originó el pleito. Pero eran muchas las cosas que el joven Ikari ignoraba del mundo que le rodeaba y que giraba muy a pesar suyo.


    —Eh, Kensuke— pronunció Toji, sacando al piloto Eva de sus reflexiones cuando a continuación lo escuchó pronunciar su nombre —Tenemos suerte que Shinji sea un bebito indefenso, ¿no? No es mucha competencia para nosotros.

    —Ajá— asintió Aida, moviendo la cabeza —Definitivamente, está fuera de la carrera.

    Por un momento, el aludido pensó que se encontraban hablando de Rei, por que era en eso en lo que estaba pensando en esos momentos. Pero después recordó la enajenación que sus dos amigos profesaban por la Capitana Katsuragi. “Cómo se nota que ni la conocen...” pensó, cansado por la obsesiva actitud del curioso par.

    —Una chica cómo Misato bien podría ser mi novia— continuó Suzuhara conversando con su acompañante, bastante emocionados los dos.

    —Yo que tú, mejor esperaba sentado— participó Ikari de una vez en la plática.

    —Muy bien, señor— pronunció Toji, tomándolo de los hombros y sentándolo —Tú cuida de la paz y la Tierra...

    —Y nosotros cuidamos a Misato— complementó Aida, en complicidad con su compañero, mientras los dos chocaban las manos en lo alto.

    Shinji ya no dijo nada. Resignado, lo único que le quedó fue reconocer la impecable sincronía que había entre ellos dos.


    —Unidad 01 comenzando sincronización con el piloto.

    Envuelto, rodeado de aquel tibio y espeso líquido ambarino, casi traslúcido, Shinji hizo caso omiso de la fría voz en el receptor de audio. Se sentía tan bien en su cabina, siempre y cuando no tuviera que trabar un combate. Tan relajado, y tan libre de preocupaciones. Con sus ojos cerrados, deleitaba la sensación de poder inhalar y exhalar oxígeno dentro de aquel caldo. Aquellas ocasiones le permitían seguir meditando. Aún resonaban en su mente las palabras de sus amigos. Nunca tenían idea de lo que hablaban, y no obstante, lograron dar en un punto clave, en sus incursiones a ciegas.

    “La Tierra y la paz...” reflexionaba para sus adentros. “Uso al Evangelion para su seguridad. Pero, ¿Qué es el Eva, en realidad? Y está toda esta sustancia, impregnada con el olor a sangre. Y alguien llamándome dentro de la cabina. Nada. Eso es todo lo que sé de este relajo: nada.”

    Quiso callar la voz que lo llamaba, que le decía por su nombre. Parecía no venir de ningún lado, o más bien dicho, de todas partes de la cabina. Apenas si la escuchaba. Cómo un suave murmullo, parecido al de una ligera llovizna. Y aún así, aunque no pudiera determinar por medios convencionales su localización o su procedencia, de todas maneras la sentía íntima, cercana, lo que es más: muy familiar. Desde hacia varias semanas que la oía, pero no quería revelarlo a nadie, por temor a que descubrieran que muy posiblemente se estaba sumergiendo en la más abismal locura. Desde un principio intentó ignorarla, convencerse de que era resultado de su imaginación, y con esa confrontación con la realidad, así se negaría y se desvanecería por completo. Pero no le había dejado muchos resultados. Ahora mismo luchaba internamente por convencerse que no era cierto que alguien lo estaba llamando, en un tono cálido y conciliador, tranquilizante, casi somnífero. Sentía cómo con cada día que pasaba su cordura se iba desmoronando y cayendo en fragmentos a sus pies. Pero él no quería estar loco. Tal vez era demasiado tarde. Buscando refugio en su incertidumbre, quiso recurrir a su compañero piloto. Volteó al frente, hacia donde estaba la Unidad Z. Allí, en el interior del casco del robot, y en la misma cabeza de éste, se encontraba realizando el mismo ejercicio que él. No muy convencido, tomó el radio entre sus manos, listo para comunicarse con él. Aunque horas antes estaba considerando el matarlo, ahora al único que podía acudir era a Kai. Sólo él podría ayudarlo. Pero, ¿y si no era así? Era un hombre de ciencia, un investigador, un doctor. De seguro de inmediato lo catalogaría de demente y lo mandaría a encerrar bajo llave. Antes de que pudiera emitir una sola palabra, ya había depositado el aparato en su lugar, arrepentido y temeroso. Cansado, sólo se dejó llevar por el melodioso tono de quien lo estaba llamando. Se reclinó en su asiento, y volvió a dejar caer los párpados, dejándose llevar por la corriente, volviendo a su punto máximo de relajación, bordeando la iluminación.


    “Maldita sea. Qué pestilencia hiede del LCL. Si tan sólo pudiera colgar aquí uno de esos pinitos aromatizantes” se decía a sí mismo Rivera, mientras se tapaba la nariz con los dedos, en señal de repulsión. Quería seguir distrayéndose en algo, ocuparse de cualquier cosa, por insignificante que ésta resultase. No quería estacionarse, no quería quedarse sin hacer nada. Y es que sólo si se mantenía ocupado la mayor parte del tiempo evitaría pensar en sus dramas personales.

    Pero no estaba funcionando bien. Poco a poco se iba quedando sin pretextos para poder distraerse en pensamientos ociosos. Las cáscaras de su consciente caían al suelo una detrás de otra desnudando por completo a su subconsciente, con todo y su tormenta interna. Le disgustaba confrontarse con sus pensamientos más íntimos, poner en duda su juicio personal; no quería admitir que se había equivocado en algún punto de su vida, o de que en ese mismo instante estuviese haciendo erróneas decisiones. Que todo en lo que siempre había creído estaba mal, no existía. Si lo hacía, negaría entonces su propia personalidad, todo lo que lo definía, y se precipitaría a un abismo del que no había regreso.

    No es justo. No es justo. No es justo. Era lo que tenía en mente, repitiéndolo hasta el cansancio. Luego de tantos y tantos baches en el camino, no era posible que a una cuadra antes de llegar a su destino, las llantas del carro reventaran. No era posible que, ahora que su relación con Rei parecía ir mejor que nunca, de repente todo se lo llevara el demonio. ¿Cómo permitió que todo el asunto se le escapara de las manos? Creía tener todo bajo control, y cuando bajó la guardia, le comieron el mandado. Y ahora tenía que vivir noche y día con este tormento interno que le calaba las entrañas, lo devoraba por dentro, carcomiéndolo hasta dejarlo vacío. La débil y delgada cuerda en la que colgaba y se aferraba al piso se reventó de pronto. Todo el mundo entero pareció desmoronarse en pedazos, quebrarse cómo un cristal roto dejando pedazos de todos tamaños por doquier. Esos pedazos lo cortaron y desgarraron por completo sus carnes. Sintiendo que le iba a explotar, sujetó fuertemente su cabeza con las manos, apretando fuertemente los cabellos que habían quedado entre sus dedos. Una sola idea estaba fija en su mente en esos momentos, una interrogante que quemaba sus neuronas en busca de una respuesta que muy probablemente no existía: ¿PORQUÉ?

    Su grito agónico, ronco, que le raspó horriblemente la garganta y debilitó sus cuerdas vocales, quedó encerrado, atrapado en la cabina del gigantesco robot, encontrando un magnífico eco que se propagaba con rapidez gracias al fluido en el que estaba envuelto todo el compartimento. Nadie más pudo escucharlo, allí, destinado al confinamiento. Sólo su autor era su único testigo, oyéndolo a unos segundos después de haber sido regurgitado.


    Cómo tremendas descargas eléctricas, sacudiéndolo por completo, así acudían los recuerdos a su torturado cerebro. Una feroz tormenta eléctrica que se abatía implacable sobre su ser. Y todos los rayos que cortaban el firmamento le daban a él, que actuaba cómo un pararrayos humano. Uno tras otro lo siguieron golpeando salvajemente, hasta dejarlo indefenso, tendido en el lodo, sin la más mínima idea de qué hacer. Quería arrancarse su corazón, y patearlo lejos de ese lugar, para no volverlo a ver jamás. A lo mejor sólo así se iría también el dolor. Se revolcaba de un lado a otro de su cabina, sin que no hubiera nadie allí que pudiera socorrerle en esos difíciles instantes. Notándolo, el joven se dio cuenta que sólo él podía ayudarse. Recordando todos sus entrenamientos, se dejó caer en su asiento, recostándose y acomodándose lo mejor que podía. Respiró profundo, inhalando por la nariz, exhalando por la boca. Paulatinamente se fue tranquilizando, a la par que aplicaba distintas terapias de relajamiento. No los dejes ganar, no los dejes ganar, así es cómo te quieren ver esos malnacidos, pero tú no les vas a dar el gusto. No te dejes vencer, continúa en la carrera. Trataba de darse ánimos, para cultivar el optimismo en su interior. Todo su semblante se normalizaba, retornando a la habitual tranquilidad. La tormenta ya había pasado. Continuaba respirando hondo. Marcando ritmo. 1, 2. 1, 2. 1, 2. 1, 2. 1, 2. 1, 2.

    Tranquilo al fin, reconoció que luchar con sus impulsos no iba a resolver nada. Se desvaneció en la paz que reinaba en el interior de esa cabina.


    ¿Pero qué era lo que le agobiaba tanto? ¿Qué oscuros espectros lo acechaban en las noches de sus sentimientos? ¿Qué ardiente llama lo quemaba en el interior?

    Los crisoles de su agonía se habían forjado apenas un día antes. En el seno de su recinto de amor, en donde, curiosamente, era donde se sentía más a salvo. La atmósfera que se respiraba, tibia y tranquila. Los dos jóvenes enamorados se encontraban plácidamente sentados sobre un viejo roble, con el hermoso paisaje del incipiente anochecer sobre sus cabezas y la negra estructura de la ciudad por allá, a lo lejos en el horizonte. Todos esos factores invitaban a dormitar allí mismo, tendidos en el húmedo pasto, con las gigantescas ramas del árbol extendiéndose en el firmamento ennegrecido.

    En efecto, el sopor y la abundante calma típicas e inherentes del lugar, tenían en la lona a Rivera. Sólo se afianzaba de Ayanami, rodeándola con los brazos, mientras ésta recargaba su espalda contra el pecho del joven, y a la par él hacía lo propio con el ancho tronco del antiguo roble.

    Soñaba con la gente de los caballitos de madera, cuando comían pays. La chica de los ojos de caleidoscopio lo saludaba, cuando de repente, la banda dejó de tocar.

    —¿Kai?

    La dulce y encantadora voz de la chiquilla, aún susurrando, lo hubiera sacado de inmediato de un coma. No fue la gran cosa expulsarlo de la tierra de los sueños, cuando tomaba su siesta ligera. La inquisidora mirada carmesí de la muchacha, con ese gesto de confusión y curiosidad en su faz era la imagen perfecta para despertar. Admirando su angelical belleza, el adolescente sonrió lleno de ternura y de amor. No obstante, todo lo que sube, tiene que bajar, y en los consecuentes minutos él experimentaría una caída libre desde la nube en la que se encontraba.

    —Has estado faltando a tus sesiones de entrenamiento y pruebas de sincronía durante toda la semana— mencionó la jovencita, recapitulando las acciones del muchacho durante los días pasados —La Doctora Akagi está furiosa contigo, dice que estás faltando al convenio que suscribieron NERV y las Naciones Unidas, y hasta vi una copia del reporte que piensa mandar a Nueva York, parece algo bastante serio...

    —Así que la cerda terminó chillando, ¿eh?— musitó Rivera, con una sonrisa complacida en los labios, en tanto volvía a cerrar los ojos en una actitud desinteresada —No es de extrañarse. Después de todo, eso es lo que los cerdos hacen: chillar. Déjalos que se revuelquen en su inmundicia, lo que hagan o dejen de hacer no tiene que afectarme...

    —Quisiera que tomaras estas cosas más en serio— añadió la muchacha, sin compartir su calma arrogante —A veces, parece que simplemente actúas como te venga en gana, sin pensar en las repercusiones de lo que haces. Me preocupa que alguien pueda perjudicarte por tus descuidos, sobre todo con todo este absurdo asunto de Nishizawa y el gobierno japonés... la gente está muy alterada, nerviosa, debido a eso...

    Aquél comentario lo sacó de balance, haciéndolo despertar por completo. Para poder recuperar el equilibrio, liberó de sus brazos a su cautiva y se puso de pie, bostezando para desperezarse, haciendo un estiramiento parecido al de un felino.

    —¿Y tú cómo te enteraste de lo de Nishizawa?— preguntó, esforzándose por disimular la ansiedad que aquel tópico en particular le ocasionaba, sobre todo si hasta entonces había pensado haber obrado con suma discreción para que dicho asunto no se hiciera del conocimiento público.

    —Parece ser que es lo único de lo que se habla en el Cuartel en estos días... las personas temen perder sus empleos, si es que el proyecto del Ingeniero Nishizawa tiene éxito. Piensan que sería el pretexto ideal para que las Naciones Unidas retiren su apoyo a NERV, o reducir sustancialmente su presupuesto, en el mejor de los casos. Y si acaso son ciertos los rumores de que tú estás colaborando con él, podría decirse que esa posibilidad se convertiría en una realidad... con todo lo que ello implica...

    —Ya veo— musitó entonces Rivera, reflexivo —No había pensado, hasta ahora que me lo dices, que “las personas”...— dijo, entrecomillando con los dedos esas dos palabras —...podrían ponerse intranquilas por lo que hago en mis ratos libres. Es una pena que no lo haya considerado antes, si lo pones de esa manera entonces es una cosa terrible lo que Nishizawa y los funcionarios japoneses están haciendo. Pero...— aquí fue cuando hizo una pausa dramática en su soliloquio, a efectos de que se notara el sarcasmo que estaba por emplear —¿Estás segura que estas “personas” no son solamente Gendo Ikari y sus esbirros? Porque, en todo caso, son ellos los que deben estar más temerosos de que se rompa el monopolio de los cachivaches gigantes que hasta ahora han estado ejerciendo... sin importarles un pepino que vivimos en un mundo globalizado, en una economía de mercado regida por el principio máximo de la libre competencia...

    —Sin duda, el Comandante Ikari sería uno de los primeros afectados en caso de que se lleve a cabo el recorte que todos están temiendo— puntualizó Rei, con un gesto contrariado, sabedora del mal humor que dominaba a su pareja siempre que Gendo estaba involucrado en sus conversaciones —Pero no es por él por quien estoy preocupada, en estos momentos mi mayor mortificación eres tú, y te lo dije desde un principio, que eso te quede bien claro. Lo único que estoy tratando de decirte es que en muchas ocasiones eres bastante impulsivo, te dejas llevar por tus arrebatos emocionales y es por eso que quisiera que pensaras un poco mejor las cosas antes de actuar, que medites bien el alcance de tus acciones antes de que hagas algo de lo que puedas arrepentirte después... así podría estar más tranquila, no quisiera que te involucraras de nuevo en un asunto tan espinoso como el de Ozú y Pitti...


    Aquella respuesta dejó al joven indefenso por entero, quien hasta entonces se había mantenido en una pose desafiante. Precisamente, la situación a la que su novia hacía referencia, era una más de las tantas por las que se reprochaba constantemente su proceder. Sin más argumentos para seguir lanzando sus jiribillas hirientes llenas de sarcasmo y mala intención, se encaminó al pie del árbol donde había permanecido acostado, en donde estaban encimadas sus mochilas una sobre de otra. Mientras esculcaba la suya, buscando por algo, le contestó, sin atreverse a voltear a verla, pero con el firme propósito de sincerarse con ella.

    —En eso... en eso tienes toda la razón, y te agradezco mucho que te preocupes tanto por mí, me pone muy contento que quieras cuidar de mí— pronunció en un tono seco, áspero, al dificultársele reconocer que en parte estaba en lo correcto —Pero te juro que esta vez tengo todo bien pensado, perfectamente calculado. He considerado y puesto en balance todos los pros y contras, y me he tomado mi tiempo para decidir qué rumbo voy a seguir, no es algo que se me haya ocurrido de un momento para otro. Pocas veces en mi vida he meditado tanto al respecto de algo como ahora. Es por eso que me tienes que creer, te puedo asegurar con toda certeza, que esta vez estoy haciendo lo correcto.

    —Y... ¿qué, precisamente, es “lo correcto”?

    —Desde hace algunas semanas que Nishizawa se había puesto en contacto conmigo, quería hablarme sobre algo que al parecer lo tiene bastante entusiasmado— Kai comenzó a responder con cierto aire de vaguedad, comenzando a andar nervioso en torno al árbol en cuyas raíces se encontraban sentados —Su negocio siempre han sido las fuentes alternas de energía, y es bastante bueno en eso. Debido a mi anterior investigación del Motor S2, nuestros caminos se habían cruzado ya un par de ocasiones, ya que ambos buscábamos lo mismo: una fuente renovable y confiable de energía, aunque sus intenciones siempre han sido mucho más mercantiles que las mías. Al parecer, ha ideado una especie de reactor nuclear, capaz de hacer funcionar a un arma multipropósito similar a los Evangelion, con componentes solamente mecánicos y operada a control remoto... “Jet Alone”, ése es su nombre clave hasta ahora...

    —¿Entonces? ¿Qué tienes que ver tú en todo eso?

    —Bueno... — vaciló, rascándose la nuca —Para lo que me necesitan es para equipar de armamento al monigote ese, dotarlo de toda clase de medidas contra Entidades de Destrucción Masiva, empleando las soluciones que propuse previamente a la construcción de los Evas. Todas ellas, rechazadas en su momento por tu queridísimo amigo Gendo Ikari y la camarilla de lamebotas que tiene trabajando en puestos claves de la O.N.U. Pero a Nishizawa y a los funcionarios japoneses con los que está asociado les importa muy poco la opinión de tipejos de esa calaña, y están dispuestos a pagar muy buen dinero por mis ideas desaprovechadas. Además, según mi propia experiencia, creo que todos nosotros podemos afirmar que hasta un reactor nuclear ambulante es muchísimo más seguro que un Evangelion fuera de control y menos dañino para la salud física y mental de quien lo opere. Sin hablar del contrapeso que generará una alternativa de este tipo para cualquiera que sean los nefastos planes de tu Comandante Ikari— en ese momento mostró la libreta que estaba sosteniendo, en cuyo interior se encontraban varios apuntes y bocetos que enseñó a Ayanami con inusitado entusiasmo, semejante al de un niño pequeño —Mira, ya hasta realicé algunas ideas preliminares para el diseño. Tengo algo en mente, ya lo verás cuando lo desarrolle en forma... he pensado en un nombre como Gigantor, o quizás Iron Man 28 (aunque no tengo ni idea de dónde diablos saqué el 28), aún no me he decidido... pero el chiste es que hace de todo, ¡incluso hasta puede volar!...


    No pudo decir nada más. La muchacha, enardecida al extremo con cada palabra que salió de su boca, sobre todo al ser evidente la renuencia del joven a dejarle tomar sus apuntes (los que había estado sosteniendo frente a su rostro durante todo ese tiempo), se mostró ágil como una pantera cuando de un manotazo limpio le tiró todos los garabatos al suelo, ante la mirada atónita de su pareja, escena que se congeló por un rato que parecía eterno. La veía, y no la veía cómo siempre lo hacía, cómo sólo él la conocía. En esos momentos observaba a la chica cómo todo el mundo siempre lo hacía. Ajena, distante, fría cómo el hielo, inmutable, casi cómo si no estuviera allí, parecía un fantasma. Aquella visión, y la certeza de que eso era sólo el principio del fin, le destrozaban el corazón.


    Ante la incertidumbre de su compañero, la chiquilla, que pese a todo lo que se pudiera imaginar a simple vista, su interior era un caldero hirviendo, espetó sin más:

    —¡De esto precisamente es de lo que te estoy hablando! ¡No piensas, no razonas lo que haces, sólo te dejas guiar por tus impulsos infantiles! ¡¿Hasta cuándo vas a aprender tu lección?! ¡¿Qué carajo se necesita para que comprendas?! Por una loca, absurda razón que sólo tú entiendes, dedicas todo tu tiempo y esfuerzos en arruinar al Comandante Ikari, sin detenerte a reflexionar en lo que tu afán puede desencadenar. Eres como un toro en una cristalería, enfadado y bastante estúpido para saber dónde está y qué es lo que está haciendo en ese lugar, destrozando todo a su paso, creyendo que así podrá lograr algo...

    Los dientes de Kai rechinaron al chocar unos contra otros. En un instante más, sin hacer nada para impedirlo, el enojo ya había nublado también su entendimiento.

    —¡Ah, vaya, así que de eso se trataba todo esto! ¡Pero qué gran sorpresa, Rei Ayanami defendiendo a capa y espada al nefasto de Gendo Ikari! ¡Por una vez en la jodida vida quisiera tener una conversación contigo que no involucrara a ese fantoche, o a tus patéticos intentos por hacerlo pasar como una persona noble y decente! ¡Y también me gustaría mucho que pusieras por lo menos un poco de ese empeño en defenderme a mí, que supuestamente soy tu novio!

    —Pero... ¡¿pero qué diablos dices?! ¡Si eres tú quien siempre lo está trayendo a colación! ¡Tú eres el que está todos los días con lo mismo: que si Ikari es un perro sarnoso, que si Ikari es un infeliz ogro come-niños, que si los lentes y la barba de Ikari lo hacen ver como un pedófilo pervertido...! ¡Estoy cansada de tanta estupidez!

    —¿Me estás diciendo estúpido? ¡¿Me estás llamando estúpido, a mí?! ¡Si eres tú y medio mundo más los que se creen la sarta de idioteces que escupe ese desgraciado siempre que tiene oportunidad! ¡Gendo Ikari dice que no existe otra forma de derrotar a los ángeles, más que utilizando a los Evas, y entonces todos debemos creerle sin objeción alguna! ¡Y que a nadie se le ocurra siquiera usar un poquito de juicio para dudar de sus palabras, porque entonces Rei Ayanami se lanzará en su defensa como una perra rabiosa, con garras y dientes!

    —¡Ya basta de eso! ¡Esto no se trata del comandante, nunca lo ha sido! ¡Te lo dije desde un principio, tú eres quien me tiene preocupada! ¡Tú y solamente tú, grandísimo idiota!

    —¡A mí no me vengas con esa basura! ¡Ya puedes dejar de fingir, sé muy bien que andas de aquí para allá junto a ese bastardo, siguiéndolo como enajenada a todas partes! ¡Yo también escucho lo que la gente dice en el cuartel, y también sé que ese es uno de los temas preferidos de todos! ¡El cómo el ingenuo y tarado de Kai fue a involucrarse con la putita personal del Comandante Ikari!

    Ni siquiera la ráfaga que le disparó a mansalva el Sexto Ángel, durante el último enfrentamiento con tales criaturas, la había lastimado tanto como aquellas horribles palabras en boca de su aún pareja sentimental.

    —¿Cómo... cómo me llamaste?— preguntó ella con un dejo de voz, sus ojos abiertos de par en par, en una expresión mezclada de asombro y desencanto. Conocía de antemano lo que de ella se decía en los pasillos del Geofrente, pero jamás hubiera pensado que Rivera creería esas infamias, y mucho menos que se las echaría en cara.

    —¡Me escuchaste muy bien la primera vez, no te hagas la inocente! ¡Sabes muy bien a lo que me refiero, pues no tienes empacho en exhibirte delante de todos, siguiendo a ese panzón a todas partes como su perrita faldera! ¡Ahora entiendo porqué no querías que nadie nos viera ni siquiera tomados de la mano! ¡No querías que tu amorcito se enterara de te encontraste un pasatiempo, algo con qué jugar en tus ratos de ocio, cuando no estás junto a él cumpliéndole todos sus caprichos!

    —¿Porqué... estás diciendo eso? ¿Sabes siquiera qué tan crueles son tus palabras? ¿Cómo puedes pensar que yo podría hacerte algo como eso? ¿Es que... acaso no me conoces?

    —¡Pero claro que te conozco! ¡Te conozco bastante bien, y es por eso que ya sé que si Ikari te dice que saltes, tú preguntas qué tan alto debes hacerlo! ¡Esa era la razón por la que no querías estar conmigo desde un principio! ¿Ó ya no lo recuerdas? ¿Acaso ese cretino te ordenó que me empezaras a hacer ojitos de borrego, sólo para mantenerme distraído y quitarme de su camino? ¡Maldita sea, claro que así fue! ¡Es justamente lo que estás haciendo ahora con el imbécil desabrido de Shinji! ¡Puta madre! Te la pasas meses enteros despreciándome y tratándome como a una bolsa de basura, y de un de repente, sólo por que sí, empiezas a ser cariñosa conmigo y a decirme que me amas... ¡Y yo me lo creí todo, maldita sea! ¿Cómo pude ser tan ciego?

    —¡Estás loco, completamente chiflado! ¿No recuerdas todo lo que tuvo que pasar para que eso sucediera? ¿Y a qué viene que metas a Shinji en todo esto? ¡Ya ni siquiera estás consciente de todas las sandeces que estás diciendo!

    —¿Loco? ¡Pero claro que sí! ¡Por supuesto! ¿Qué, ya se te olvidó cómo me llaman los chicos en la escuela? ¡Soy el “Loco Katsuragi”! ¡Todo un maniático, un desequilibrado! ¡Pero de ninguna manera soy estúpido! ¡Así es, los descubrí! ¡No creas que no los pude ver, a ti y a tu nuevo amiguito, muy acaramelados y agarraditos de la mano, con todo y sonrisitas coquetas, mientras yo tuve que salir de un coma con tal de salvarte y despachar al último engendro gigante al que se le ocurrió asomar sus narices por aquí! ¡Y todo lo hice por ti! ¡Y es que un comportamiento errático y explosivo como el que estoy mostrando es lo que podría esperarse de alguien como yo! ¡Pero de ninguna manera se esperaría que alguien como tú se comporte todo el tiempo como una zorra promiscua que se enreda con todo lo que lleve el apellido Ikari!

    —Ya basta de llamarme de esa manera— sentenció Rei, fustigándolo con todo el rencor que su mirada era capaz de expresar —Estoy harta de tener que justificarme contigo, y el que seas mi pareja no significa que seas mi dueño. Tengo plena libertad de relacionarme con quien yo quiera, y eso de ninguna manera me convierte en una prostituta. Considero al comandante y a su hijo como compañeros de trabajo solamente, e incluso son de las pocas personas que se han ganado mi respeto y afecto, así que me ofenden bastante tus vulgares insinuaciones acerca de que esté involucrada en algo más con cualquiera de los dos. Y aún me siento mucho más insultada, sobre todo teniendo en cuenta que yo nunca he cuestionado la extraña relación que sostienes con la Capitana Katsuragi, y es que esa sí podría catalogarse como algo inmoral la mayoría del tiempo... y vaya que ha habido muchas ocasiones para recriminarte por ello...

    —¡No te atrevas a mezclar a Misato en todo esto! ¡Que ni se te ocurra, que eso es harina de otro costal! Aunque, seguro, comprendo que desde afuera cualquiera podría pensar mal de nuestra situación, no es la primera vez que sucede. Hay razones suficientes para hacerlo, sobre todo por que ella es una mujer soltera, extrovertida y desinhibida, que en los últimos diez años no ha tenido una pareja estable y nadie tiene una jodida idea de cómo diablos le hace para estar tan buena, pese a que sólo se alimenta de chatarra y licor... y reconozco que a veces expresamos el cariño que nos tenemos el uno al otro de maneras poco convencionales, incluso muy cuestionables y hasta un poco exhibicionistas... pero desde un principio fui bastante claro contigo respecto a ella. Y es que pese a que está como quiere, y que si estuviera un poco más buena tendrían que hacerla santa, puedo afirmarte, con toda seguridad, que no tengo ningún interés romántico ni sexual con Misato. Ella es la mujer que ha cuidado de mí durante todos estos años, desde que quedé huérfano. Le estoy muy agradecido por todo ese tiempo y le tengo un enorme cariño, un afecto difícil de explicar pero que no pasa de lo fraternal. Punto. Ahora soy yo quien te pregunta: ¿acaso crees tú poder decir lo mismo de Gendo Ikari? ¿Puedes mirarme a los ojos, y con toda sinceridad afirmar que no tienes interés alguno en él o en su hijo? Te conozco, y sé que aún no sabes mentir del todo bien, así que creeré lo que me digas, justo aquí y justo ahora. Sólo dilo, y todo esto acabará, y nunca volveré a tocar el tema. Dejaré de colaborar con Nishizawa o con cualquier otro fulano que quiera acabar con NERV y con su líder. Jamás volveré a dudar de ti, ni volveré a hacerme ideas insidiosas como que se te ordenó involucrarte conmigo y presionarme para no retirarme del Proyecto Eva. Pero necesito escucharlo, de viva voz, directo de tus labios. Vamos, dilo: “No tengo cualquier clase de interés sentimental ni en Gendo ni en Shinji Ikari. Te amo a ti, y solamente a ti, Kai Rivera...”


    En ese entonces el muchacho se calló, permaneciendo expectante de la respuesta que obtendría al cabo de unos momentos. Su mirada y la expresión en su rostro eran una máscara de incertidumbre total, un gesto incierto que dependía en su totalidad de las palabras que fueran a salir de la boca de aquella chica que tanto le quitaba el sueño, por quien, para él, el sol salía y se ponía cada vez.

    No obstante el prolongado rato que duró en atento silencio, la anhelada respuesta jamás llegó a sus oídos. Sin embargo, las pupilas rojas de la chiquilla, clavadas en él cómo navajas, le enteraron de todo lo que necesitaba saber, lo que lo hizo resquebrajarse al confrontar la dura realidad. Habían terminado. Tan sencillo cómo eso. Y absolutamente todo había sido por culpa suya.

    Jamás debió haberle seguido el juego. Ella también lo hubiera preferido así. Hubiera bastado con que el muchacho le contestara con evasivas, para poder reportar al comandante que por lo menos lo había intentado, como se lo había dicho en el momento que le pidió hablar con Rivera. Pero no había sido así. El muy idiota tenía que antagonizarla, pues en ella, en sus palabras veía la mano lejana de Ikari, de ese monstruo manipulador que parecía dirigir sus acciones a control remoto. Sabía entonces que ese cerdo la tenía más sujeta de lo que él jamás la tendría. Fue por eso que se enfureció, y al hacerlo, reaccionó tal y cómo él lo había anticipado. Maldita sea. ¿Porqué tuvo que caer en el juego de Ikari? Era obvio que eso era lo que quería desde un principio, sumirlo en esta desesperación y confusión. Y con ello, acabó con la dicha más grande de su existencia, el haber encontrado a su contraparte, aquella mitad que le faltaba para estar completo.


    No dijeron palabra alguna, ni el uno ni la otra. No las necesitaron. Sin siquiera voltearlo a ver, la muchacha se enfiló a las salientes raíces del árbol que momentos antes había servido cómo único testigo de su amor jurado, ahora ultimado y enterrado. Recogió su mochila, y poniéndosela en las espaldas se alejó de aquel lugar sin mirar atrás una sola vez. Sentía cómo las rodillas le temblaban y sus piernas falseaban, y sin embargo, se mantuvo inquebrantable y no se detuvo hasta que llegó a su casa, después de un largo trayecto, todo a pie. Cómo sonámbula, se tumbó sobre su cama, mirando fijamente el techo de su recinto. Sentía que ahora era el momento preciso para soltarse a llorar, su alma suplicaba por que lo hiciera, por desahogarse, por vomitar todo lo que traía dentro, en lugar que le continuara causando el profundo malestar que todo aquel remolino de emociones encontradas le ocasionaba. Pero no sabía cómo hacerlo. Jamás en toda su existencia había echado mano del llanto. Ni en sus momentos de dolor más intenso, que eran muchos. En esos casos, tal y cómo lo hacía ahora, era observar todo desde lejos. Adoptar esa actitud indiferente y hasta un poco autista, cómo si su conciencia hubiera salido de vacaciones y hubiera dejado sólo su envoltura de carne y hueso. Siempre corría, se escapaba del dolor, de la pena, de la soledad, a las que tanto temor les tenía, a las cuales era casi imposible para ella confrontarlas, hacerles frente. En su lugar, se refugiaba en su duro caparazón de frialdad para con todo el mundo. Así, alejada de la gente, de sus semejantes, sólo así evitaría resultar lastimada, sólo así evitaría el dolor.


    Rivera era un caso semejante. Pero no era que él no supiese cómo llorar. Para él, no era posible tan sólo ponerse a llorar, cómo cualquier otro ser humano lo haría en esas condiciones. Claro que tenía lagrimales. Éstos funcionaban bastante bien cuando se trataba de un agente externo físico, cómo la cebolla, ó un grano de arena que se infiltraba en su ojo, una corriente de aire frío cuando estaba caliente. Pero si se trataba de sentimientos, de algo etéreo cómo el sufrimiento, éstos quedaban inservibles, sin lograr cumplir su cometido. Por más que se esforzara, que se enojara, que se desesperara, no lograba arrancarle una sola gota a su alma.

    Y tampoco huía de sus pesares. Nunca le enseñaron cómo hacerlo. En contraste, él recibía todos los impactos, todos los golpes y todos los atropellos con los que la vida le acometía, a veces hasta sádicamente. Le habían dicho que sólo así se volvería más fuerte, que sólo así lograría curtir su carácter, madurar hasta convertirse en un hombre hecho y derecho. En esos momentos no se sentía más fuerte, ni maduro, ni su carácter estaba curtido. Al contrario, se sentía débil, indefenso, cansado de tanto luchar y luchar contra los golpes de la existencia, los cuales había recibido bastantes, suficientes para toda una vida entera. Pero, muy a su pesar, se mantenía, pese a todo, se mantenía en pie y en una sola pieza. Abatido y desganado, seguía en la carrera.

    Siguió con la mirada la espalda de la muchacha hasta que se perdió de vista. Tantos y tantos venenos en su interior, hirviendo, burbujeando, clamando por salir de la oscuridad hacia la superficie, hacia la luz. Acabó por romper su libreta de apuntes en bastantes pedazos, los cuales arrojó con saña por los aires, dispersándose éstos por los alrededores, cómo plumas de ave caída. Una vez concluida su vandálica labor procedió entonces a desquitar su frustración dándole sendos puñetazos al grueso y duro tronco del árbol a sus espaldas, cuya corteza comenzaba a desgarrar sus nudillos, en tanto estos se impactaban sin descanso ni precaución alguna debido a la insana rabia que poseyó al chiquillo, cuya alma atormentada era acechada por una única interrogante: ¿PORQUÉ?


    Ahora se encontraba a sí mismo irremediablemente solo, despojado, teniendo que consolarse con la compañía ingrata de sus recuerdos y pensamientos más íntimos, todos ellos reprochándole por su negligente y precipitado actuar. Y seguía siendo aún la misma pregunta que corroía sus entrañas, aún a tantas horas después de transcurrido aquél suceso.

    —Ya hemos acabado, Kai— le reveló Maya por la radio al joven piloto —Es todo por hoy, si quieres, ya puedes retirarte.

    —De acuerdo— contestó el muchacho mecánicamente, casi cómo una grabadora lo hubiera hecho —Gracias, Maya

    Continuó con la máquina encendida un buen rato, en su cabina. En esa posición, se cruzó de brazos, con la mirada fija en el tablero de la cabina, viéndolo, más no observándolo. Tenía la cabeza en otro lugar, en otro tiempo. Se debatía por elegir el rumbo que sus acciones deberían tomar a partir de ese acontecimiento.

    —Este es el momento— sentenció en voz alta, tajante, sin nadie que pudiera escucharlo, pero lleno de una convicción inusitada —Desde este momento voy a hacer todo para superarla, olvidarla. Me he levantado de cosas mucho peores, y de ninguna manera voy a permitir que algo tan estúpido como esto sea lo que me detenga. Es hora de ponerse serio, de ponerse a trabajar de verdad, sin más distracciones...

    Se sentía como despertando de un largo y profundo sueño, en el que había estado envuelto desde la primera vez que sus ojos encontraron los de Rei Ayanami. En su afán por estar con ella, había llegado a olvidar incluso la razón más importante que lo había traído hasta ahí. La caída de Gendo Ikari. Dicho propósito cobró nuevos bríos en la férrea determinación del muchacho, resuelto para hacer todo a su alcance para cumplirlo.

    Pero, pese a sus mejores deseos, recuperarse de un golpe como ése no era algo tan sencillo. No era algo tan trivial cómo para que se pudiera solucionar en tan poco lapso de tiempo. Necesitaba un plazo más largo. Percatándose de la inutilidad de permanecer allí sentado sin hacer nada, concluyó los procedimientos para abandonar su unidad.


    La Capitana Katsuragi observaba desde el centro de mando como su protegido descendía por la escalinata de la cápsula de abordaje del Eva, perdiéndose detrás de la pesada puerta de acero que se cerró detrás de él cuando dejó por fin el muelle de la gigantesca máquina. No era ajena a las penas que le embargaban, y sabía más o menos que era lo que le causaba semejante angustia. A su edad, y con tantas preocupaciones y responsabilidades acechándolo. Debería estar por allí, recorriendo las calles en una patineta, fumando un simple y mero cigarrillo a escondidas. En su lugar, se encontraba en el dilema de cancelar todo el presupuesto que NERV percibía con una simple decisión suya. Aún desde lejos se le notaba agobiado, extenuado.

    Ritsuko también le vio en ese deplorable estado, abatido, desganado. Sonrió para sus adentros, y olvidándose de él momentáneamente, quiso informarse acerca de los últimos avances realizados en las labores de reparación que ella misma coordinaba:

    —¿Cómo están los bio-componentes del pecho de la Unidad Cero?— preguntó a uno de sus subordinados que se apersonó a su lado.

    —Completamente destruidos— confirmó el empleado, consultando las hojas de reporte que tenía en sus manos —Al parecer, tendrán que ser reconstruidos completamente. Por si fuera poco, el presupuesto que se nos ha asignado para hacerlo es en verdad bastante reducido.

    —Sólo espero que todo sea más fácil cuando la Unidad Dos llegue de Alemania— suspiró la científica, casi gimiendo.

    —Podría ser peor— comentó a modo personal aquél técnico anónimo, tratando de consolarla. Al contrario, ella no vio con buenos ojos que aquél peón hablara sin que se le requiriera. Lo fulminó con la mirada. —Quiero decir, que disponer de los cuerpos de los ángeles nos cuesta mucho dinero y aún así nos las hemos ingeniado para aprovechar nuestros recursos al máximo... si nuestra administración no fuera tan eficiente, entonces sí que estaríamos en problemas— intentó escudarse, nervioso, intimidado por la fría mirada de su jefa.

    —Estoy totalmente de acuerdo— acudió entonces Katsuragi en auxilio del desvalido, inmiscuyéndose en la conversación, que casi no le atañía —El destino entero de la humanidad reside en este proyecto, no podemos permitir que asuntos políticos o monetarios sigan estorbando nuestra labor.

    —Te equivocas— la confrontó su rubia confidente —La humanidad necesita mucho más que al Proyecto Eva. Para sobrevivir, la gente también necesita del dinero. De todos modos, si nuestro presupuesto se está viendo tan raquítico últimamente, es gracias a tu bodoque, por considerar siquiera apoyar al proyecto del gobierno japonés. Ese mocoso imbécil jamás ha considerado el alcance de sus acciones.

    Misato frunció el ceño, mirando fijamente a su compañera. Se cruzó de brazos, y disparó:

    —No veo porqué te preocupas de eso. ¿O qué? ¿Acaso el comandante y tú no se han encargado ya de usar a su muñequita de cabello azul para convencerlo de que se quede?

    Las dos féminas quedaron de pie, en silencio. Ambas se retaban con la mirada, cómo fieras en la arena. Ya hasta habían olvidado la causa original por la que la reyerta había principiado; incluso el joven técnico ya había escapado del campo de batalla hacía ya un buen tiempo. No se podría medir con el tiempo singular cuanto fue que duraron así. El tiempo es algo relativo, según dicen. Para lo que el espectador significaría unos cuantas instantes, para las contrincantes podrían ser años y años de resentimientos no revelados aún. Cómo sea, fue la beldad de cabello negro la que cortó aquél penoso trance:

    —Y... ¿El comandante ya partió hacia la junta con el Consejo de Seguridad?

    —Sí. En estos momentos debe estar volando hacia allá— le respondió Akagi, quitándole la mirada de encima y dándole la espalda, agachándose para verificar los datos mostrados en una pantalla cercana a ella.

    —Todo está tan tranquilo cuando él no está por aquí...— suspiró entonces la mujer con rango militar, de manera por demás perspicaz.

    Un silencio sepulcral fue todo lo que obtuvo por respuesta. Ritsuko había adivinado el tono de aquél comentario, optando por mejor ignorarlo en beneficio al cese de las hostilidades entre ellas dos. Misato ya tenía bastantes sospechas, y si continuaba en su empeño por defender a Ikari no haría más que confirmárselas.


    Desde arriba todo se veía tan insignificante. Todo se reducía a un montón de tierra inhabitada, grandes valles tapizados de verde pasto, seguidos de abundantes y espesas junglas vírgenes. La enorme masa negra en el horizonte, que se extendía a lo ancho y largo de aquel nuevo edén, invadiéndolo cómo un tumor maligno, cómo una gangrena, era la fachada para su Cuartel General. Tokio 3. Tan vacío, tan estéril desde esta perspectiva. Se le antojaba cómo una metáfora de la historia del hombre en el planeta. Al contemplar ese magnífico y hermoso mar azul, volviéndose anaranjado con la mortecina luz del agonizante sol que profería sus últimos suspiros antes de que la noche lo engullera por completo, sólo para renacer de nuevo al siguiente día, al alba, se preguntaba si en verdad estaría haciendo lo correcto. Quizás era inevitable, tal vez eso era lo que debía suceder, para que el planeta pudiera recuperarse del fuerte golpe que le había propinado la humanidad, para estar listo para la nueva raza que debería heredarlo.

    No, no podía permitirse el pensar de ese modo. Él hacía todo lo que tenía que hacerse, lo que nadie más tenía el suficiente arrojo para hacerlo, y nada ni nadie iba a detenerlo en su cometido. Nadie. Mucho dependía de lo que hiciera en los meses por venir, y por ningún motivo podía darse el lujo de vacilar o cuestionarse siquiera la moralidad de sus actos. Debería ser tan fuerte cómo siempre, para ver logradas sus metas y objetivos, para ver coronado su esfuerzo y dedicación.


    Con evidente hastío, bajó la cortina de su ventanilla, para dejar de ver el impresionante paisaje que se le ofrecía a la vista. Planeaba dormir el resto del viaje, y para tal propósito se hizo de una cómoda almohada y una abrigadora frazada. Se reclinó en su asiento, que se ajustaba cómodamente a su posición. Pero antes de que pudiera cerrar los ojos y conciliar el sueño, otro de los pasajeros de la aeronave en la que viajaba se le acercó discretamente, tomando asiento a su lado.

    —Discúlpeme, usted, señor Ikari— los modos del recién llegado eran corteses en demasía, en un marcado acento chino —¿Me permite tomar asiento a su lado? —y señaló el asiento contiguo, que daba al pasillo, que era donde él se encontraba de pie, aguardando por la respuesta.

    Gendo, con un gesto, consintió. En el acto, el corpulento hombre, vestido todo de negro y con el corte de cabello al más puro estilo militar, tomó asiento dónde se le indicaba. Éste rechinó un poco al recibir al gigantón de un metro con noventa, que pesaría poco más de cien kilos, casi todos ellos en sus brazos y torso. Ikari sacó sus anteojos de su estuche, y los acomodó en su rostro, volviendo la cara hacia su acompañante. Fue hasta entonces que lo reconoció. Se trataba de Yei Ling, contacto suyo en las Naciones Unidas, quién lo mantenía informado acerca de las últimas marañas que se hilvanaban en la política mundial. Venía junto con la tripulación del avión, listo para cumplir con su deber hacia su patrón.

    —Según parece, su visita sólo será de protocolo— confesó el sujeto —La junta ya ha decidido otorgarle un incremento del 20% a su presupuesto.

    —El Comité sabe muy bien que su supervivencia es la prioridad más alta, así que aprobarán cualquier presupuesto con tal de salvar su pellejo— Ikari rió entre dientes —Pagarán lo que sea con tal de seguir vivos.

    —Posiblemente— si bien no se reflejó en su rostro tan severo cómo el de una piedra, el extranjero se molestó con ese alarde del comandante. Muchos del comité eran compatriotas suyos y sentía como propias sus determinaciones —Pero, según parece, lo que más bien influyó en la decisión de la junta fueron los rumores de que el joven Doctor Rivera tiene pensado reiterar su apoyo al Proyecto Eva, al declinar la oferta de colaborar en el programa del gobierno japonés.

    —Era lo lógico— masculló malhumorado. Tan sólo oír nombrar al muchacho le provocaba malestares en su estado anímico —El muy idiota procede según las estimaciones, respondiendo a los estímulos adecuados. Es como una rata en un laberinto que he creado sólo para él...

    —Hay más noticias aún, señor— continuó Ling, acaso como si estuviera interpretando un guión melodramático antes las cámaras —Todos los países miembros del Consejo de Seguridad han aprobado de forma unánime la creación de un fondo para comenzar cuanto antes la construcción de más Unidades Eva, del tipo Especial.

    —¡¿Qué?!— aquella nueva le cayó cómo bomba a Gendo, quien casi salta de su asiento.

    —Se comenzará la construcción de las unidades Alfa, Beta, Gamma, Delta y Epsilon en distintos puntos del globo, incluido mi propio país. Rivera será encargado de dar el visto bueno a todos los sitios de construcción y se espera que sea él quien forme a los equipos de trabajo encargados de la construcción de los Eva, conforme a la iniciativa que entregó anteriormente al Comité. En dicho documento se estipula que parte del presupuesto, y casi todo el incremento asignado recientemente a NERV, se emplearán para la consecución de este plan de trabajo.

    Su acompañante ya no dijo ni una sola palabra. Su semblante lo decía todo. Parecía que estaba a punto de estallar en cólera, pues la vena de la frente le resaltaba más que nunca. Por su parte, mucho más ecuánime al respecto, Yei Ling se avocaba en atender al llamado de su dispositivo móvil de comunicación, que con un timbre le avisaba de un mensaje recién recibido, al cual accedió de inmediato.

    —¡Oh, vaya! Tenemos suerte de vivir en un mundo tan bien comunicado. Me acaban de enterar que el Doctor Rivera ha dado su pleno consentimiento para la puesta en marcha de la segunda fase de su plan. Se comenzará entonces con Alfa, en la base de NERV de Teotihuacán, en territorio americano. Dependiendo del funcionamiento de ésta será cómo se proceda en el ensamblaje de las otras.

    Sintiendo lo tirante, tenso y sofocante de la atmósfera que rodeaba al Comandante Ikari, su empleado optó mejor por levantarse de su asiento, obsequiándole una respetuosa reverencia con la cabeza antes de regresar a la cabina y dejar completamente solo al colérico líder de NERV en primera clase.


    Sentía su pulso acelerarse más y más, al corazón galopándole en el pecho, cómo si quisiera escapar, mientras comprimía sus manos en puños. Golpeó con todas sus fuerzas el asiento que estaba delante del suyo, pues era lo único con lo que se podía desquitar en eso momentos. Se dolió de los nudillos, y la silla ni se inmutó, seguía intacta y en buen estado. Parecía que se burlaba de él, en ese momento creía que todos se burlaban de él. Imaginaba a Yei Ling, y hasta incluso podría verlo claramente, riéndose a pleno pulmón junto con los pilotos de la aeronave, alegrándose de su desdicha, de su humillación total. Se imaginaba también a los miembros de la junta, proponiendo un brindis por su tragedia, entre carcajadas. Pero sobre todo, pensaba en lo divertido que estaría el desgraciado bastardo de Rivera, quien al final de todo, se había salido con la suya. Si él le había quitado a su mujer, el muchacho le había robado sus esperanzas, sus planes para el futuro. Tantos y tantos planes, todos meticulosamente calculados hasta en el más ínfimo detalle, durante años enteros, todo ese esfuerzo había ido a dar al trasto con la ocurrencia de aquél chiquillo endemoniado. Qué divertido debería estar en esos momentos, ahogándose con su propia risa, a sus costillas. Eso era lo que más lo molestaba, que Rivera tramó todo para que él se enterara hasta que estuviese en el avión, a cientos de metros de altura, donde tendría que tragarse todo su odio sin nadie en quién poder desquitarlo. Por lo menos no hasta que aterrizara, lo que ocurriría en en unas horas más. Y mientras tanto, sólo estaban él y su creciente rabia interna.

    —¡Maldito seas, mocoso miserable! ¡Mil veces maldito seas!— gruñó, mientras acariciaba sus nudillos dañados.


    El espacio del elevador en ocasiones era muy reducido, y a veces, como en la presente situación, que se encontraba a toda su capacidad, era sofocante, asfixiante. Tantas personas, todas juntas en el pequeño cubículo que seguía su trayecto; todas apretujadas, unas contra otras, todas ellas compartían ese pequeño momento de sus vidas con los otros ocupantes. Tantas vidas, tantas historias, tantos sentimientos, tantas emociones, los olores, las voces, las ropas, los cuerpos, todo eso embargaba a Shinji, sintiéndose acorralado, cercado por todos los que le rodeaban. Hacía un gran esfuerzo por no gritar de la desesperación.

    —El turno...

    —...parecía que nunca acabaría, ¿verdad?

    —...Dios...

    —...qué cansancio...

    —...negreros...

    —...Akagi parecía molesta...

    —...me parece que peleó otra vez con la Capitana Katsuragi...

    —...el comandante se fue...

    —...van a recortar el presupuesto...

    —...parece grave...

    —...van a empezar a despedir gente...

    —...ahora sí nos va a llevar la chingada...

    A pesar del aire acondicionado hacía un calor horrible. Quería irse lo antes posible de ese calabozo. Cerraba los ojos, con la esperanza de que cuando los abriera se encontrara en su cama, lejos de toda esa inmundicia que le embargaba todos los poros de su ser en aquellos desesperantes segundos, que bien podrían haber pasado cómo horas.

    Sintió entonces una especie de jalón, un impulso que lo arrebataba. Ya antes se había sentido así. Esa sensación de tener una mirada clavada, cómo si los ojos de una persona tuvieran rayos, cómo los del Eva Z. Olvidándose de la hostil atmósfera y de lo apretujado que estaba, y de que sudaba a chorros, volteó hacia un lado, sólo para encontrarse frente a frente con un par de deslumbrantes ojos carmesí. Casi salta de la impresión, súbita cómo un relámpago que cae sobre un indefenso árbol en campo abierto. Con un poco de trabajo, se tranquilizó. Volvió de nuevo la mirada hacia donde estaba Rei, vigilándolo. Tenía la mirada clavada justo en él, o eso era lo que parecía. Con su adustez, era imposible saber bien qué era lo que se encontraba mirando; estaba tan retraída que bien pudiera sólo dar la impresión de observar fijamente algo, cuando en realidad su pensamiento se encontraba revoloteando lejos de aquel infierno. No, sí lo estaba observando a él, en efecto. Cada vez que se movía, ya fuera para atrás o adelante, las pupilas de la chiquilla lo seguían. Estaba callada, sin decir ni una palabra, cómo siempre, encerrada en su coraza de impasibilidad. Pero esos ojos, esa mirada, decían mucho más que cualquier frase dominguera, mucho más que el himno más hermoso de la Tierra. Bastaba verlos fijamente para perderse en sus infranqueables abismos, para despojarse de la voluntad e ignorar todo, absolutamente todo, al grado que sólo ella existía en esos momentos, ella y nada más.

    —...Kai es el culpable...

    —...él le recortó el presupuesto al comandante...

    —...no puede ser...

    —...es él único que se preocupa por nosotros...

    —...vamos haciendo otro sindicato...

    —...uno donde Kai sea presidente...

    —...mejor del país...

    —...está ocupado...

    —...va a hacer más Evas cómo Z...

    —...todavía más...

    —...cada país quiere tener el suyo...

    —...es peligroso...

    —...cómo con las bombas atómicas...

    —...estuvo horrible...mi abuelo me lo contó...

    —...ya es tarde, en dos semanas llega la Unidad Dos...

    —...de Alemania...

    —...por mar...

    —...tienen que pasar por el mar de Panamá...

    —...la piloto, dicen que es una monada...

    —...yo escuché que es una pequeña perra...

    —...aquí bajo...

    —...todos bajamos...

    Tal y cómo se dijo, la mayoría de los ocupantes del minúsculo transporte lo desalojaron en ese piso. Uno a uno, fueron saliendo y desapareciendo detrás del umbral del artefacto. Increíble cuantas personas pueden caber a la vez en un solo elevador. El desfile de gente parecía que nunca iba a terminar, pero finalmente lo hizo. Al final, sólo Ayanami e Ikari continuaron adentro. El último presionó el botón que indicaba el piso más alto, pues ya había terminado con su secuencia de entrenamiento y se disponía a partir a reposar en su hogar. Suponía que la muchacha pretendía lo mismo.


    El elevador comenzó a moverse con sordo murmullo, sin el relajo que en él imperaba antes. Se podía respirar a gusto, llenar los pulmones por completo con el vital fluido y refrescarse con gran alivio gracias al aire acondicionado. El muchacho agradecía que estuviera allí, mientras el sudor se le secaba en la frente, las axilas y la espalda. Aunque hubiera preferido que continuara el anterior barullo. Por lo menos, era preferible perderse entre la multitud y todo el escándalo que ésta propiciaba, a tener que soportar aquel angustiante silencio. Ninguno de los dos decía nada, mientras el infante se movía nerviosamente, balanceándose, aún con la mirada de su hermosa acompañante fija en él. Muy probablemente era eso lo que lo ponía nervioso.

    —No tenía idea— se sobrepuso, con mucho esfuerzo, a su vacilación —No tenía idea que construyeran más Evas, o de que hubiera más pilotos cómo nosotros— todavía no provocaba ninguna reacción, la chica seguía en trance; jugó su última carta, su último intento antes de darse por vencido —¿Tú sí lo sabías, Ayanami?

    No esperó mucho, antes de obtener una respuesta, pero sin ningún cambio en el ánimo de la muchacha: seguía tan seria y distante cómo siempre. Eran sus ojos los que parecían reflejar sus emociones internas, aumentando o disminuyendo su brillo y vivacidad conforme a la ocasión. Era lo único que la delataba cómo un ser humano con sentimientos.

    —Sí— contestó tajante, y solamente eso fue lo que pronunció. De inmediato, retornó cuanto antes a su mutismo cotidiano. Pero sus ojos, aquellas pupilas de color rojo, resplandecían cómo piedras preciosas en medio de la noche.

    “No importa que le diga, Ayanami siempre se comporta igual. Fui un idiota al creer que ahora sería diferente, pero pensé que después de lo que había pasado...” pensaba Shinji, imitando a su acompañante en su sepulcral silencio, cuando de súbito, el elevador se detuvo unos cuantos pisos antes de alcanzar la cima del Geofrente.

    Era extraño, normalmente nadie más subía en aquellos pisos, más bien era el personal nocturno el que bajaba. Cuando las puertas se empezaron a abrir, ambos ocupantes sintieron una cierta incertidumbre de saber quién era aquél que los acompañaría el resto del trayecto. Zozobra que se diluyó rápidamente, y que se transformó en estupefacción, y podría decirse también que hasta en un poco de temor, al ver entrar la persona de Kai Rivera atravesar el umbral del cubículo.


    Él también parecía sorprendido de encontrarlos allí. Los hacía ya desde hace mucho tiempo en sus casas, pues incluso salieron más temprano de lo que él lo hizo. También estaba inquieto, temeroso cómo los otros dos, quizás por las mismas razones que las de ellos, de verlos a los dos juntos, tan tarde. Ignoraba del seminario de trabajo bajo presión que desde ese día les estaban impartiendo, cortesía del Centro de Capacitación para Astronautas de la NASA. Así que, sin saber las verdaderas causas del porqué se encontraban allí, verlos juntos en tales circunstancias, solos y a esas horas, permitía que la imaginación de Rivera volara, febrícola.

    “Shinji es solamente mi amigo...” recordó las palabras de Rei durante su discusión. “¡Sí, como no! Amigos mis güevos, y esos no se hablan...” pensó furibundo para sus adentros, poco antes de darse cuenta que tenía atorado al elevador, manteniéndose parado justo en la entrada de éste. Al percatarse de lo que estaba ocasionando, avergonzado, dio un paso hacia el frente, con el rubor cubriéndole el rostro.

    —Hola.

    —Hola.

    Se saludaron los dos compañeros de cuarto al verse, para después quedar sumidos de nuevo en el mismo silencio que imperaba dentro de esas pequeñas cuatro paredes, tan tenso que casi se sentía como el aire podría cortarlos si es que realizaban un movimiento en falso.

    En dichas condiciones era que aquél singular trío se vigilaba mutuamente, Rei a Kai, Kai a Shinji, y Shinji a Rei, manteniendo una férrea vigilancia cada uno de ellos sobre sus objetivos, quedando así todos cubiertos. Ikari no quería que Rivera estuviese allí, y Rivera tampoco deseaba la presencia de Ikari. Ambos se disputaban la compañía de la encantadora criatura que tenían detrás de ellos. Eso desembocaba en un empate, dejándole la decisión al objeto en disputa de desemparejar el asunto, según como ella se sintiera el respecto. Era fácil, no necesitaba deliberar tanto para saberlo: Ayanami no quería que Rivera estuviese allí, pues su presencia le incomodaba, presentía los pensamientos que bullían en la cabeza del muchacho y esperaba un desenlace trágico, de confrontación, a todo ese embrollo.

    Eso dejaba al joven mestizo cómo el intruso, cómo al indeseado en esos parajes, sólo que él no lo sabía. Por lo menos no en una forma sincera, explícita, pero muy en el fondo, lo presentía. Los chispazos que lanzaban las miradas de los dos se lo revelaban. Abatido, se recargó en una pared, dando un profundo suspiro. “Total, si no me quieren, que se jodan. El elevador no es de ellos.”


    Al final, en un ascenso que se antojaba eterno para los ocupantes del transporte, éste se detuvo en la planta más alta, con un timbre que pareció celestial, anunciando la conclusión de aquella situación tan incómoda para los tres. Aliviados de todas sus penas, los niños desalojan casi de inmediato el transporte, cerrándose herméticamente las puertas detrás de ellos, cómo si él también estuviese aliviado de regurgitar a sus más recientes usuarios.

    Por unos momentos, los tres se volvieron a mirar fijamente, cómo si no supieran ya qué hacer o qué decir. Y es que, aunque no hubieran dicho la gran cosa durante el trayecto, todos sabían de lo que se trataba todo aquello, qué era lo que había en juego. Sentimientos arraigados en lo más profundo de ellos, pugnando por emerger a la luz; y a veces en muchos de esos intentos, era obvio para los circunstantes lo que el sujeto de a lado sentía, pensaba, deseaba. Pero nadie decía nada al respecto. Cerraban los ojos y querían negar lo que ante sus propios ojos estaba sucediendo, temerosos de averiguar cuáles serían las consecuencias de sus acciones.

    Hubieran continuado así por siempre, de no ser por que la más valiente de los tres pilotos, o mejor dicho, la más temeraria e indiferente, decidió hacer su jugada. Se fue encaminando hacia la salida, primero a paso lento, después acelerándolo a medida que se encontraba más cerca de ella. Pero antes de que pasara su tarjeta de identificación por la ranura del dispositivo que activaba el mecanismo para mover el enorme portón de acero, se detuvo una vez más, volteando hacia atrás, justo donde sus compañeros se encontraban. Sus ojos seguían brillando con el fulgor de una cálida fogata en pleno invierno, con una cobija y una taza con chocolate caliente en una mano. Ambos estaban inquietos por averiguar de alguna manera qué era lo que se proponía, cuáles eran sus planes, al actuar de aquel modo, y sobre todo del porqué los observaba así, teniendo una palabra, una oración completa en la punta de la lengua.

    —Hasta mañana, Shinji.

    El tono en que su dulce voz había dicho aquel último comentario no era, para nada, diferente a cualquier otro que antes saliera de su garganta. Frío, corto, tajante. Apenas audible. Y, no obstante, había ocasionado en los infantes emociones muy contrastantes, las dos rayando en lo extremo.


    Por un lado, se encontraba el susodicho, que parecía elevarse hacia el paraíso en medio del coro celestial de los querubines y serafines. Nunca jamás el mundo había sido tan bello, tan brillante y rebosante todo él de esperanzas, de ilusiones y deseos que se encontraban tan cerca que bastaba sólo con extender el brazo para alcanzarlos con la palma de la mano. Para él, la manera en que la niña se dirigió hacia él fue del modo más amoroso, más dulce y hermoso del que nadie antes lo hubiera hecho. Le dejaba entrever que aún había una pequeña posibilidad para ellos dos, y aún cuando ésta hubiese sido ínfima, minúscula, ridícula, el joven la hubiera disfrutado de la misma manera; porque cuando uno está enamorado, cualquier gesto minúsculo de la persona añorada, te hace sentir pleno, satisfecho y feliz de que tenga una atención para contigo. Porque, después de todo amar es algo hermoso, y mucho más aún cuando el amor es correspondido. Por lo tanto, al notar que por primera vez desde que la conocía, Rei había dejado de lado el habitual mote con que se refería a él, es decir, su apellido, para intercambiarlo por su primer nombre, mucho más personal y fraterno, Shinji creyó haber dado un salto gigantesco en su relación con la jovencita, y sobre todo en sus ambiciones para con ella. No pudo hacer nada más que gozar del momento glorioso que creía estar viviendo. En su faz se dibujó una sonrisa plena, de oreja a oreja.


    En la otra cara de la moneda, Kai se sentía como en un camposanto, donde su breve noviazgo yacía muerto y enterrado para siempre. Veía diluirse quizá no el perdón de la muchacha, pero sí la reconciliación y el retorno con su pareja. Todo aquello le cayó como una pesada loza, y por si fuera poco, inesperadamente. El hecho de que ni siquiera le había dirigido la palabra, y de que se hubiera despedido de su compañero, pero de él no, tampoco lo tenía muy tranquilo, pero para nada. Veía a Ikari ascender entre los cielos, todo jubiloso, mientras él ardía en las llamas infernales del desprecio de su amada. Su expresión desconcertada lo decía todo, reflejaba cómo cristal transparente todo lo que en ese pequeño instante sentía: sorpresa, confusión, rabia, impotencia, resignación, desconsuelo, tristeza, agonía. Pero más que nada, una extrañeza general. Y es que, ya analizando la situación detenidamente, cualquiera hubiera pensado que la chiquilla lo que quería era infundirle celos. Ella, tan silenciosa y recatada, ajena a toda clase de sentimientos cuando la conoció, incapaz de relacionarse satisfactoriamente con sus semejantes, ¿ahora pretendía darle celos? ¿Cómo era eso? Tal vez era que mientras pasaba el tiempo con ella, mientras los dos se relacionaban, la muchacha asimilaba y absorbía sus diferentes emociones, cómo una esponja, y después de haberlas asimilado aprendía cómo sacar las propias a flote, lo que le permitía expresarse mejor dentro de su ámbito social a medida que transcurría el tiempo y conforme seguía relacionándose con sus semejantes. Si era así, entonces él había sido el arquitecto de su propia tragedia.

    Pero también podía ser que se estuviera imaginando todo eso entre sus múltiples desvaríos, y no significara absolutamente nada.


    Lo que sí era un hecho, auténtico, era la fascinación que la colegiala despertaba entre sus dos compañeros. El dominio, por así decirlo, que poseía sobre los dos, al grado de suscitar tantos y tan diferentes sentimientos y pensamientos en ambos, con una sola frase, un solo gesto suyo.

    —¿Shinji?— pronunció el par al unísono, repitiendo la última palabra que masculló la niña, una vez que ésta había abandonado las instalaciones, dejándolos solos.

    Cuando lo hicieron, se distinguía el ánimo de los dos, uno haciéndolo con júbilo, el otro con pesadumbre.


    La brisa nocturna le calaba más que a cualquier otro. Instintivamente, Kai se encogió sobre su persona, buscando un poco de calor al frotarse los brazos con las manos. Después, se irguió tan largo cómo era, volviendo la mirada hacia el firmamento ennegrecido, carente de sol, pero no por eso de luz. Las estrellas, la enorme cantidad que de ellas había en la noche, y la misma luna, reflejando los rayos solares sobre su pálida cara, se encargaban de iluminar el paso de los caminantes. Y también los postes de luz de la avenida ayudaban.

    Las estrellas, tan bellas y tan lejanas. Tan pálidas, tan distantes, tan melancólicas. Su luz tardaba bastante tiempo en llegar al planeta. Muchas de ellas ya estarían extintas para entonces. Le atraían. Le recordaban a alguien.

    Pero ahí también estaba la luna, compartiendo el mismo espacio que ellas. Eran semejantes, por salir sólo cuando el sol se ocultaba cubierto por el mundo, y también el brillo que irradiaban era muy parecido, con el mismo tono mortecino y deprimente. Pero a diferencia de sus hermanas pequeñas, el satélite parecía contento. Quizás el arco que figuraba su cuarto creciente contribuía a creer eso. Parecía una sonrisa. Una sonrisa, entre tantas y tantas lágrimas y penas. ¿Se estaría burlando? Lo más seguro es que así era.

    Caminaba de mala gana, entre la limpísima y deslumbrante banqueta. Maldita ciudad. Ni de eso se podía quejar. Ni siquiera podía quejarse, achacar sus problemas, cómo antaño se acostumbraba, a vivir en una bulliciosa y caótica metrópoli, con todos los dilemas que acarreaba una estructura de esas magnitudes: tráfico, contaminación, sobrepoblación, desempleo, pobreza. No, en Tokio 3 no había nada de eso. Todo parecía nuevo, recién hecho, sin desgastar. Pulcro. Las calles, todas perfectamente pavimentadas y sin un solo bache en alguna de ellas. Ni siquiera había gente. Casi pagaban por vivir en aquella urbe. A esa hora pico en la que los dos caminaban por ella, no había absolutamente nadie a la vista, ni un jodido carro corriendo por las calles, nada, salvo un silencio abismal que todo lo abarcaba. Los rascacielos que se ocultaban bajo tierra en el día, diseñados para esconderse de las tropas rebeldes, de los enemigos, ahora se erigían orgullosos detrás de los jóvenes. ¿Y eso qué? Las personas que los habitaban ya los habían desalojado inmediatamente después del primer ataque. Ciudad fantasma, tierra de nadie. Los ecos del pasado que se marchitó hacía ya quince años, aún resonaban entre sus abandonadas venas y arterias, sin encontrar a alguien que pudiera escucharlos. Ahora, sólo era una burla, una parodia, una mala imitación, un fósil, una huella de un poderoso sistema político socioeconómico que había dominado a la sociedad durante mucho tiempo.


    Un claxon profana la tranquilidad sepulcral. Rompe violenta y abruptamente con el silencio. El sonido de un motor, un ronroneo, lo corrobora. Ambos miran hacia atrás, de donde provenía el ruido, emergiendo en esa dirección el auto sedán negro de Misato, quién seguía tocando la bocina, más por diversión que por otra cosa. Para molestar al tedio, que tenía bien sujeta a la ciudad. El vehículo se detuvo justo a un lado de los infantes, aún con la máquina encendida. La ventanilla de la portezuela se esconde hacia abajo, dejando ver el hermoso rostro de Katsuragi, y también el de Ritsuko.

    —¿Los llevo?— preguntó la capitana, con jovial actitud.

    —¡Claro que sí!— le respondió de inmediato su protegido, abriendo el coche y trepándose en él, seguido de su compañero —¡Estaba hecho una paleta helada aquí afuera!

    El carro arrancó de nuevo, deslizándose con gracia en el asfalto. Definitivamente, era mucho mejor el cálido interior del vehículo que el frío estéril y agresivo de la ciudad, tan gris y tan decaída, tan sin vida, tan sin alma. Rivera se ponía cómodo, recargando su espalda en el acogedor asiento trasero. Gozó cómo nunca antes de sentir en su piel la tapicería del medio de transporte de su tutora. Respirar ese aroma a shampoo para asiento. Ver la nuca de Misato, con sus largos y sedosos cabellos negros, con las manos en el volante mientras conducía alocadamente. Era su único consuelo, su único alivio: contar con el amor y el apoyo de la mujer que hacía el papel de madre, y el de mejor amiga, a la vez.

    —¿Y...? ¿Qué tal estuvo tu día, cachetona?— preguntó el muchacho, una vez que se hubo acomodado a su gusto.

    —Interesante, sobre todo por la mañana, cuando fui a su escuela— confesó la mujer al volante —Me pareció ver a la distancia como peleabas con otros muchachos de tu clase, pero creo que lo más probable es que sólo lo haya imaginado, porque estoy segura que recuerdas que te prometí que la próxima vez que te vieras envuelto en una riña, yo misma te molería a palos... Lo recuerdas, ¿cierto?

    —Algo me acuerdo de eso, por supuesto— respondió el joven, ocultando su ansiedad al mirar hacia otro lado, donde fuera que no se encontrara con la acuciosa mirada de la Capitana Katsuragi.

    —En fin, la razón principal por la que tenía que asistir era la junta de orientación vocacional de Shinji— continuó la mujer de larga cabellera negra, observando de soslayo al joven Ikari —Todos tus maestros coinciden en que, a pesar de tus buenas notas, no eres un estudiante que sobresalga en cualquier ámbito. Eres demasiado discreto y parece que nada te interesa, todo el tiempo te la pasas ocultándote. Todos estuvimos de acuerdo en que necesitas una actividad extraescolar, algo en lo que puedas involucrarte al grado de que te llegue a gustar. Puedes unirte a uno de los clubes de estudiantes, o si lo prefieres, estar en la orquesta de la escuela. ¿Sabes tocar algún instrumento?

    —Sí, el chelo. Aprendí en la primaria.— contestó el chiquillo, derrochando entusiasmo de forma por demás inusitada.

    —Te ves muy animado, Shinji— comentó Akagi al respecto, observando detenidamente la expresión de Ikari por el retrovisor —¿Te sirvió de algo el seminario que tomaste?

    —Sí, podría decirse que me fue de utilidad— aseveró el infante, esbozando una sonrisa pícara, delatora.

    “Me fue de utilidad” pensaba molesto Kai, repitiendo mentalmente las palabras de su compañero. “Miserable... ¡Yo te voy a enseñar lo que es de utilidad!”.

    Refunfuñaba al tiempo que empuñaba su mano, entendiendo por completo lo que quería decir su acompañante con aquellas palabras.


    Sus pensamientos se fueron viendo abrumados por el súbito sonido del radio del auto, mismo que Misato acababa de prender. Esperaba poder alcanzar la hora del recuerdo en una de sus estaciones favoritas, donde pasaban música hip-hop de finales de los noventas, su género predilecto. Aún recordaba cuando podía darse el lujo de asistir a una discoteca toda abarrotada de adolescentes ansiosos de desquitar todas sus penas mediante el baile, al ritmo de la estridente música. No había sido hace mucho, más o menos unos quince años atrás, quizás dieciséis. Mucho había cambiado desde entonces.

    Su regreso a los años dorados se encontró súbitamente cortado, por la realidad que atacaba:

    “En noticias internacionales, son varias las agencias las que han confirmado que las tropas rebeldes ya han tomado control de Jerusalén, afianzando así su completo dominio en el Medio Oriente y con esto sobre el 75% de la producción global de petróleo. Jerusalén, para muchos la Ciudad Santa, era el último punto de resistencia de las Naciones Unidas, y ahora se teme que el Frente de Liberación Mundial pueda conducir su ofensiva hacia Europa o incluso Asia. Todavía se desconoce el número de bajas por parte de la O.N.U. o si las máquinas de destrucción masiva designadas cómo Ángeles fueron utilizadas en la ocupación de la ciudad. Lo que sí es un hecho, es que varios países miembros de las Naciones Unidas han comenzado a presionar a este organismo para que libere una avanzada con sus propios robots gigantes, los enigmáticos Evangelion. El Secretario General de la organización no quiso hacer ningún comentario al respecto, ni responder a las acusaciones vertidas por algunos diplomáticos acerca del mal uso de fondos. Muchas gracias por su atención, seguiremos informando sobre los últimos acontecimientos que se han suscitado en el panorama mundial. Ahora volvemos a nuestra programación habitual...”


    La conductora ya había escuchado suficiente, y en el acto declinó seguir oyendo las transmisiones, apagando el radio. Pese a hacerlo, el daño ya estaba hecho. Todos en el interior del vehículo callaron de inmediato, y lo único que se podía oír era el propio ruido del motor, y las respiraciones de los ocupantes del carro. Las cosas de por sí estaban tensas en sus vidas, y lo último que necesitaban es que se dificultaran más, sobre todo con la última parte del comunicado, la cual los involucraba directamente.

    Las mujeres recordaban su charla, que había acontecido apenas unas horas atrás, precisamente acerca del presupuesto asignado a la agencia para la que trabajaban, tema que ahora volvía a salir a flote con esta nueva crisis.


    Y sin duda alguna, el más afectado fue Rivera, quien era el que estaba más inmiscuido en el asunto. Se cuestionaba si había sido lo correcto rechazar cooperar con el gobierno japonés. Después de todo, el propósito del fallido proyecto era lidiar con ese tipo de amenazas, y en estos momentos sería el más idóneo para realizar dicha tarea. ¿Entonces, por qué ayudar a una organización cuyos verdaderos motivos hasta para él le resultaban desconocidos? ¿Porqué seguir propiciando que la mayoría de las riquezas mundiales se destinaran a NERV, mientras en el mundo miles morían de hambre? Ese dinero les pertenecía, y sin embargo, les era arrebatado para satisfacer las ambiciones de un solo hombre, para subsidiar oscuros y malévolos planes, que muy probablemente afectarían de manera dramática el mañana por el cual todos estaban luchando. Un hombre que no se detendría ante nada ni nadie con tal de ver cumplidos sus objetivos. Sin importar a quién pudiera lastimar en el proceso.

    También en su mente ocupaba un pequeño espacio el recuerdo de su tío muerto, no hace mucho tiempo. Era algo extraño, perturbador. Mientras él estaba al mando de las tropas rebeldes, el movimiento revolucionario por el que tanto luchaba nunca se concretó, y jamás su levantamiento pasó de ser una simple guerrilla, la cual se mudaba de aquí para allá, conforme el transcurso del tiempo, a la vez que sus bases eran descubiertas y neutralizadas. En conclusión, salvo el de inspirar a más gente para unirse a la lucha, y convertirse en un icono de resistencia social, su revolución no había tenido mucho éxito, sobre todo en el ámbito militar. Pero ahora, la resistencia encontraba una victoria tras otra. Avanzaban sobre las naciones con paso avasallador, aplastante. Conquistaban imperios con relativa facilidad, y con mucha rapidez. Parecían invencibles. ¿A qué factor se debería aquello? ¿Tendría algo que ver con la fragmentación del FLM, la razón por la cual su tío se había arriesgado a salir a la luz pública, a cometer un acto casi suicida?

    Aún flotaban en el aire, con un cierto olor de desazón, las últimas palabras del pariente asesinado: “Él ya vendrá por ti”. Eso era lo que le había dicho, a modo de advertencia.

    Quiso ignorar aquél suceso, alegando que debió haber pronunciado esa incoherencia por el dolor de la agonía. Eso era lo que debía ser, nada más. Aún así, pese a sus mejores esfuerzos, hubo de tragar un poco de saliva.


    —A veces me pregunto qué clase de hombre es el Doctor Infierno— pronunció Ikari, violando la calma tan tensa que ahí se estaba viviendo —Quiero decir, ¿porqué razón hará todo lo que hace? Eso de querer conquistar al mundo parece cosa de locos... ¿En realidad es algo que se pueda conseguir? ¡El tipo tiene que estar jugando!

    El chiquillo volvió a cerrar la boca, notando como todos lo miraban, como con lástima. Las mujeres querían encontrar una manera sutil para ofrecerle una explicación, para sacarlo de su error. Sin embargo fue Kai quien le respondió, aún molesto con él, por lo que dejó de lado cualquier consideración hacia la comprensible ignorancia de su compañero piloto.

    —Tienes toda la razón, es difícil creer que alguien así exista en este mundo... — se llevó un dedo a la frente, en pose de reflexión —¡Espera un momento, es verdad! ¡Eso es porque en realidad el sujeto es un invento! ¡Un cuento que los políticos y merolicos de la tele inventaron para engañar a los cabezones incautos como tú! A tu edad y aún eres tan crédulo... No me extrañaría nadita que aún sigas creyendo en el coco...

    Aquellas palabras fueron una auténtica revelación para su joven acompañante. Su cara transfiguró en una faceta de incertidumbre, de confusión. Todo el tiempo se le había dicho que luchaban contra las fuerzas del mal que querían arrasar con este mundo. Y aunque tuviera sus sospechas anteriormente, ahora que el engaño había sido descubierto, se sentía desorientado. ¿Para qué, entonces, servían los Eva? Si no estaban hechos por el hombre, ¿qué, entonces, eran los Ángeles a los que combatía? Aquellas interrogantes lo dirigían inexorablemente a la gran pregunta, la misma que se había estado haciendo desde que puso pie en el Geofrente: ¿Qué era precisamente lo que estaba haciendo allí?

    —Hubiera preferido que Kai te lo dijera con un poquito más de gentileza— salió Misato al paso, percatándose del estado atribulado en que había quedado —Pero sí, es verdad. Ese tal doctor es tan sólo un invento más del gobierno para mal informar a la población de la situación en general.

    —Entonces... el Segundo Impacto— continuó Shinji, más consternado que antes, cómo quien por primera vez ve la luz. Todo lo que creía saber del mundo hasta entonces se estaba desmoronando en pedazos, y toda esa información era demasiada cómo para asimilarse tan rápido —Eso también es un cuento, ¿cierto? Por eso el Hubble nunca detectó al meteoro en su camino a la Tierra...

    La conversación ya estaba tomando tintes relevantes. Los otros tres se pusieron a meditar sobre si el muchacho podía calificar como personal aprobado para enterarse de la verdad. Al final, fue la más estricta y la más escéptica quién rompió el voto de silencio. Después de todo, si el joven fue capaz de relacionar al Segundo Impacto como una de las farsas que se habían difundido, mostraba que era más capaz y despierto de lo que ella pensaba.

    —Así es— dijo Ritsuko, desde su asiento —Según todos tus libros de texto, y el comunicado oficial que se publicó el 30 de Agosto del año 2000, el Segundo Impacto fue ocasionado por un meteoro que chocó contra la Antártida. Ésa fue la versión oficial, la que se le comunicó a toda la población civil. Pero la verdad se ha guardado en secreto durante quince años, y quizás siga así unas décadas más. Hace tres lustros, cuando se estudiaba el agujero de la capa de ozono sobre el continente de hielo, los científicos se toparon con una criatura gigantesca, de forma humanoide, enterrada muy debajo de la superficie. Se llamó a un grupo de investigadores, desde antropólogos y arqueólogos, hasta genetistas de gran renombre, para que recabaran toda la información que les fuera posible acerca del extraño ser. Ellos fueron quienes por primera vez lo designaron cómo “Ángel”. Cómo sea, durante la investigación algo salió mal y el espécimen explotó, evaporando a la Antártida. Eso fue la verdadera causa de la hecatombe.


    Una vez que Akagi terminó de ponerlo al tanto de la verdad de los hechos, el silencio sepulcral volvió a tomar posesión del ambiente. Todos callaron, por una u otra razón. El joven japonés aún estaba digiriendo lo que se le acababa de revelar. Entonces, había sido un Ángel el que mató a casi toda la población mundial de aquellos tiempos. Pero aún así, había algo que la Doctora Akagi no le había respondido, lo más seguro que de forma deliberada, así que la duda persistía: si los Ángeles no eran máquinas creadas por los hombres, lo que explicaba la falta de componentes mecánicos cada vez que desparramaba las entrañas de una de esas cosas, en ese caso. ¿qué es lo que eran? Era su interrogante más grande en ese momento. Cualquier posible respuesta que viniera a su mente le ocasionaba terribles escalofríos.


    También el tema trastornó un poco a los Katsuragi. Los dos, en sus asientos, pusieron un semblante muy serio y solemne, pensativos, cómo si la plática hubiera descubierto, además de la verdad, dolorosas memorias que tenían sepultadas desde hace tiempo.

    ¿Qué sería lo que ambos también tenían que contar a ese respecto? ¿Qué oscuros misterios encerraban detrás de ese gesto hosco, como el de una piedra?


    Después de un deambular que parecía nunca acabar, el coche paró, sin detener la marcha, frente a un conjunto habitacional de lujo, que era donde residía y descansaba Ritsuko. Con paso ligero, ésta abandonó el carro, ocupando Rivera el lugar que dejaba en el asiento del copiloto, resuelto a no pasar más tiempo mirando la cara de idiota de Shinji, que tanto lo exasperaba en esos momentos. Antes de bajarse por completo del automóvil, la científica se asió de la portezuela, dirigiéndose a su compañera:

    —No se te vaya a olvidar que el evento es mañana, temprano. Un helicóptero nos estará esperando, así que trata de no llegar tarde.

    —De acuerdo— pronunció secamente su amiga, desde el volante. Su expresión aún no había cambiado un ápice. Ni siquiera se volteó para mirarla.

    Akagi cerró entonces de inmediato la puerta, permitiendo así que los ocupantes del vehículo prosiguieran con su camino. Una vez que se alejó, se vio a sí misma completamente sola sobre la pulcra banqueta que se encontraba a la entrada del estacionamiento de su edificio.


    La película corre sin parar, y el ciclo se repite una vez más, hasta que el sol dejase de ocultarse al anochecer y emerger al alba; o hasta que la luna con su séquito completo de estrellas y luceros decidiese no esconderse más del astro diurno. Pero hasta que una de esas situaciones ocurriera la función tenía que continuar.

    Brisa. Humedad. Hierba. Árboles. Pájaros. Cielo azul. Nada promete que este nuevo día sea diferente de sus demás compañeros acaecidos. Pero el que pensara eso, estaba equivocado. Uno jamás puede saber las sorpresas que trae un nuevo día.

    Como cada mañana, Ikari disfrutaba a solas de su desayuno, salvo por la presencia de la mascota emplumada de aquél hogar tan singular. Su compañero de cuarto debía encontrarse aún plácidamente dormido, pero seguro que en cualquier instante se levantaría apresurado por lo tarde que era ya.


    En eso, una puerta se abre de repente, una puerta que no debía abrirse hasta varios minutos después. La Capitana Katsuragi sale por ella, completamente arreglada, enfundada en su uniforme de gala. Maquillada, vestida y perfectamente peinada, cosa absolutamente extraña de ver a esas horas. Posiblemente se trataba de un presagio de lo que ocurriría ese día tan ajetreado y anormal.

    —Buenos días— saludó, mientras se cercioraba de cargar todo en su bolso de mano.

    —Bu- buenos días— musitó el muchacho desde su asiento, sin dar ningún crédito a los que sus ojos desorbitado veían. A lo mejor todavía dormía, y sin darse cuenta, estaba soñando.

    —Voy al viejo Tokio, de negocios— continuó la mujer, dirigiéndose hacia la puerta cerrada del baño, desde donde llamó al interior de éste —Doctor Rivera, ¿ya está usted listo? Recuerde que no tenemos mucho tiempo, y que Rikko no tolera los retrasos...

    Por si no fueran suficientes impresiones para una sola mañana, Shinji por poco se va de espaldas cuando vio salir de aquél cuarto a Rivera, enfundado en un elegante traje de negocios de color negro, completado con una inmaculada camisa de cuello verde limón y una corbata del mismo color del traje. Ikari no se había percatado en qué momento aquél joven había despertado y se había arreglado de esa manera. Era la primera vez que lo veía tan pulcro en su arreglo personal, por lo que le resultó bastante difícil reconocerlo al principio. Incluso su característica melena alborotada, parecida en tantas ocasiones a la cabellera de una estrella de rock, ahora se encontraba cuidadosamente peinada con abundante gel, sin un solo cabello fuera de lugar.

    —Listo para arrasar con todo, pimpollo— le contestó el transformado jovencito a su guardiana —No hagamos esperar más a tu amiguita, no quiero acabar convertido en rana o algo así si la llego a hacer enojar...

    Misato entonces volvió la mirada hacia su boquiabierto inquilino, dejándole instrucciones puntuales —Regresaremos tarde, así que no nos esperes para cenar.

    —De acuerdo— contestó el chiquillo, seguro que no se trataba de un sueño. Era la realidad. Misato y Kai se habían levantado temprano, y hasta parecían personas decentes. Era para dar miedo, algo escalofriante. No les despegó los ojos de encima hasta que la mujer con rango militar se despidió, para enseguida tomar por el brazo a Rivera y retirarse del lugar en su compañía.


    Donde antes reinaba la populosa vida de una enorme metrópolis superpoblada, ahora sólo se podía divisar, a donde fuera que se mirara, la muerte, la desolación. Un enorme desierto estéril, ardiente, se extendía por kilómetros a la redonda, allá abajo. La sombra del helicóptero se posaba orgullosamente sobre la arena de la superficie, removiéndola de su lugar con el viento que producían sus aspas al girar, que era lo que le permitía sostenerse en vuelo. Ello permitía descubrir, en ocasiones, cómo algunas ruinas quedaban en libertad, para exponerse. La mayoría de ellas eran armazones de construcciones, que era lo único que quedaba de grandes y portentosos edificios que plagaban Tokio, antes de su inminente destrucción. Recuerdos inertes de una vida que se había ido hace mucho tiempo, y que jamás regresaría, por mucho que lo intentaran. Cadáveres mutilados, pudriéndose al sol, como solitarias pruebas de un crimen que por siempre pasaría impune.

    Avanza, y cuando lo hace, deja atrás esas ruinas, sólo para descubrir nuevas. La nostalgia empezaba a llenarle todos los poros de su cuerpo. Era en esa ciudad donde había crecido.

    —Difícil de creer que eso de allá abajo fue alguna vez la agitada ciudad de Tokio, ¿no es así?— comentó Ritsuko, la cual estaba sentada frente a ella, adivinándole el pensamiento con sólo observar su gesto.

    —Sí— respondió Katsuragi, con la vista clavada en el paisaje.

    Su memoria evocaba momentos ya idos. Momentos que se habían fugado junto con su infancia y que ya nunca volverían. El tiempo maravilloso cuando el mundo todavía no se ponía de cabeza. Ahora que los rememoraba parecían tan vivos cómo cualquier otro ser viviente, tan frescos y llenos de promesas cómo lo había sido alguna vez el mañana. Se le figuraba que lo único que tenía que hacer era dar un paso hacia ellos, y volver a estar en esos lugares, ver esos colores, oír los sonidos, degustar los sabores, olfatear aquellos olores y regodearse en todas las sensaciones que ya no estaban ahora.

    Pero entonces retornaba a la actualidad, en donde el ayer parecía un sueño inalcanzable, brillante y hermoso, y en donde el mañana aparecía nublado y dudoso.

    —¡Qué basurero!— observó el joven Rivera despectivamente, sin reparar en el ánimo de su tutora —Pero parece el lugar indicado para probar maquinaria con capacidad nuclear...

    La palabra “nuclear” tenía una connotación especial en todo el archipiélago japonés, al ser el único país en haber recibido un ataque con esa clase de armamento. El 6 de Agosto del año 1945 había quedado grabado como la funesta fecha en la que inició el bombardeo que posteriormente reduciría a cenizas a las ciudades de Hiroshima y Nagasaki del imperio nipón, el primer y único ataque registrado a una nación en el que se utilizaran armas atómicas. El ataque cobró la vida de más de 100 mil personas. Y aún después de tanto tiempo de ocurrido aquél terrible acontecimiento, casi más de 70 años, la tragedia había dejado una profunda cicatriz en la psique del colectivo nacional que difícilmente podría sanar. De tal suerte, ninguna medida de seguridad estaba de más al utilizar mecanismos con dicha fuente de energía, como era el presente caso, llevando la prueba de arranque del Jet Alone a una locación remota e inasequible.

    —Ya hemos llegado— avisó Akagi a sus acompañantes, mientras el helicóptero aterrizaba en tierra firme.


    Justo en medio de aquel mar de desolación se encontraba aún una edificación en pie, imponente y adusta. Triste y abandonada, se erigía en medio del desierto, como la voz que clamaba en él. Una construcción que no pertenecía a la antigua ciudad, ahora en ruinas, sino que había sido levantada mucho después de su destrucción, a semejanza de una lápida. “Aquí yacen los restos de la orgullosa Tokio, caída el 21 de Agosto del año 2000”, era lo que parecía decir el edificio entero, cuyo color blanco resaltaba sobre las arenas ocres del desierto. Y todos los asistentes acudían al funeral.


    Adentro, los invitados son recibidos y conducidos hacia el salón de conferencias, ocupando los asientos que se encontraban destinados para ellos, en una mesa circular reservada para la plana mayor de NERV. Toda una veintena de sillas, de las cuales solamente tres se habían necesitado. Muchos otros también se habían dado cita en el lugar. La mayoría representantes de departamentos militares de diversos países, que estaban desesperados por incrementar su armamento y potencial bélico. Las armas estaban a la orden del día. También había varios ingenieros, ávidos por atestiguar el éxito de una batería nuclear que les permitiera a sus máquinas realizar las más diversas y complicadas tareas sin un consumo exagerado de energía. Sin duda alguna, era la robótica la que saldría más beneficiada si es que el proyecto Jet Alone funcionaba, por lo que también allí se encontraban algunos expertos en la materia.

    Misato tomaba nota del talante de la mayoría de los ahí congregados, y aunque había entre ellos dignatarios y políticos de alto nivel de varios países, la gran parte de esas personas eran académicos investigadores, o como coloquialmente ella los llamaba: “nerds”. Sintiéndose sobre-expuesta en su desolada mesa, tamborileaba impaciente los dedos sobre el mantel, molesta al percatarse de la forma en que varios de ellos la veían cuando pasaban a su lado, sintiendo claramente como aquellos hombrecitos la desnudaban con la mirada. A diferencia de lo acontecido el día anterior, con los chicos de la escuela de Shinji, el que aquellos personajes admiraran sus atributos no le entusiasmaba en lo más mínimo.

    —Maldita sea— mascullaba enfadada, gesticulando uno de sus típicos pucheros —Espero que esto termine rápido... no soporto estar un minuto más en compañía de esta jauría de tetos pervertidos...

    —¿Acaso todos estos mandatarios y científicos son demasiado viejos para su gusto, Capitana?— preguntó mordazmente su compañera, quien la había escuchado refunfuñar —¡Trate usted de no culparlos por su ignorancia? ¿Cómo pueden ellos saber acerca de su peculiar preferencia por hombres mucho más jóvenes?

    —¡Tenga la amabilidad de cerrar el pico, Doctora!— se defendió ella de inmediato, en tanto Rivera se les unía, visiblemente emocionado.

    —¡Rápido, pásame tu bolsa!— indicó a Katsuragi, haciéndole ver que llevaba ocultos varios recipientes de vidrio bajo su saco —¡Me acabo de sacar la lotería! ¡Voy a llevarme todo esto a casa y pienso hacer mi propia cava con lo que saque de aquí!

    —¡¿Estás robándote el vino de cortesía de todas las mesas?!— pronunció asqueada la mujer de cabellera azabache —¡Eres un asqueroso ebrio patético! ¿Acaso no tienes ya una sola pizca de dignidad?

    —La dignidad sale sobrando cuando estos tarados ponen a mi alcance whishy y brandy de la cosecha del 81— respondió el joven hampón, susurrante, mientras con suma discreción le mostraba sus recientes adquisiciones —Además todos son importados, ¡y de las mejores marcas, solamente mira!

    Los ojos de Misato destellaron con suma ilusión al instante de avistar aquellos tesoros, para enseguida pasarle ágilmente la bolsa de moda con gran capacidad que llevaba consigo.

    —Está bien, está bien— dijo al final, resignada —Sólo cállate y guárdalas antes de que alguien te vea... más te vale que traigas algo de cognac, últimamente hemos estado escasos.

    —¿Porqué siempre me tienen que dejar en ridículo en cada evento elegante al que asistimos?— preguntó Ritsuko, abatida, en tanto reposaba su frente sobre la palma abierta de su mano, queriendo ocultar su avergonzado rostro.

    —¡Oye, cuidado con lo que dices!— repuso Rivera entre cuchicheos, sin dejar de lado su labor criminal —¡Que yo no estoy precisamente disfrutando de tu infame compañía! ¡Preferiría mil veces que me vieran junto a una bolsa de basura que contigo! Mi reputación puede peligrar si se me empieza a asociar con alguien como tú...

    —¿De qué reputación hablas?— inquirió de inmediato la doctora —¡No eres más que un mercenario sin escrúpulos ni ética laboral, que se vende al mejor postor!

    —En eso tiene toda la razón— asintió su acompañante, mientras depositaba cuidadosamente su atestado bolso en un lugar menos visible —Incluso para ti, fue demasiado bajo terminar vendiéndoles a estos payasos todos esos diseños de superarmas que estabas desarrollando... ¡No puedes estar trabajando en un lado, mientras que por otra parte ayudas a la competencia, amigo!

    —Son unas tipas de lo más fastidiosas— contestó de mala gana el muchacho, tomando asiento al lado de Misato —La transacción que acordé con Nishizawa no afecta ni viola cualquier estatuto del convenio que tengo con NERV. Ninguna de esas tecnologías ha sido aplicada al trabajo que se desarrolla en el Geofrente, ni se tenía pensado hacerlo en un corto, mediano ni largo plazo. Además, mis fondos personales por poco se vacían con el chisme de fondear parte de la construcción de Zeta. Y necesito con urgencia esa plata extra. Quiero costear vivir en un apartamento mucho más grande. ¡Estoy harto de tener que compartir la misma habitación con Gendo Junior, ese niño emo de dos caras! ¡Juro que un día de estos terminaré enloqueciendo y le partiré toda su ñoño rostro!


    El pequeño salón improvisado se encontraba al tope de su capacidad en esos momentos, salvo las referidas ausencias de los dirigentes de NERV. El ambiente era asfixiante rodeado de la muchedumbre. Sabedores de esto, los organizadores del evento decidieron darlo por comenzado. Para ello, y sin más preámbulo, un hombre se levanta en el podio frente a la vista de todos los asistentes. Se trataba del Ingeniero Yumi Nishizawa, artífice y principal impulsor del ambicioso proyecto que en esa ocasión ahí les congregaba.

    —Damas y caballeros, muchas gracias a todos por haber venido aquí en este día. Las Industrias Solidarias Niponas, a nombre del gobierno japonés, les dan la bienvenida a esta grandiosa demostración, la cual sin duda alguna marcará un hito histórico. Pero antes de empezar: ¿alguno de ustedes tiene preguntas o dudas que hayan quedado después de leer el documento que previamente se les envió?

    Rápidamente y sin dar oportunidad para más, Ritsuko tomó la palabra, sujetando el micrófono que tenía frente a sí.

    —¡Sí, yo!

    —¡Oh, vaya! ¡Si es nada menos que la famosa Doctora Ritsuko Akagi!— exclamó entonces el orador, con un marcado tono de hipocresía que no podía ocultar —Es todo un honor poder contar con su presencia en este evento.

    —Muchas gracias— respondió la mujer desde su lugar —Quisiera hacer un par de preguntas, si es que me lo permite.

    —¡Pero por supuesto!— asintió su lisonjero anfitrión.

    Pasando de sus provocaciones, Akagi permaneció por algunos instantes pensativa, repasando mentalmente lo que iba a decir, para finalmente pronunciar:

    —Ahora bien, comprendo que la unidad trabaja con un reactor nuclear de diseño propio, ¿no es así?

    —Correcto; así la unidad puede operar por sí misma con un suministro de energía garantizado por 150 días.

    —Pero en lo que al aspecto de seguridad se refiere ¿No les parece demasiado peligroso usar un reactor interno en un arma cuyo propósito manifiesto es el combate cuerpo a cuerpo?— preguntó nuevamente la inquisitiva fémina.

    —Creemos que es mucho más práctico que trabajar con un arma que dura menos de cinco minutos sin su suministro eléctrico— respondió de nuevo el ingeniero, mordaz como en cada una de las contestaciones que le daba a la mujer, a quien parecía estar retando.

    —Pero también podría haber problemas con el sistema de control remoto en una situación de emergencia, ¿no lo creen así?— la doctora cambió de estrategia, buscando penetrar algún punto débil de su rival.

    —Perdone usted por lo piadoso y lo humano de nuestro sistema, al considerar la salud mental y física de su operador— también él estaba haciendo lo mismo, respondiendo y no respondiendo a la vez, encauzando la conversación hacia otros rumbos.

    —Su sistema de interfase también presenta varios problemas.

    —Es mucho más seguro que el suyo— contestó su oponente —El sistema que ustedes utilizan le permite a una peligrosa arma enloquecer al igual que una mujer histérica: los dos están completamente fuera de control.

    Su comentario al instante fue ilustrado por una fotografía ampliada del Eva 01, desplegada gracias a un proyector, la que mostraba al robot bajo su cuidado durante su escalofriante frenesí destructivo, de cuando enfrentó al Tercer Ángel en pleno centro de Tokio 3.

    La ocurrencia de Nishizawa y la impecable coordinación con sus colaboradores, quienes parecían haberse anticipado a la confrontación con el personal científico de NERV, su principal competidor, causó la risa inmediata de todo el auditorio, cuyas estruendosas carcajadas cimbraron todo el lugar.

    Compartiendo el ánimo general, Kai se convulsionaba en su asiento, presa de un ataque de risa desenfrenada que lo hacía sujetarse la boca del estómago, temiendo reventar de un momento a otro.

    —¡Ja, ja, ja! ¡Vaya con el ingeniero, siempre tan simpático!— comentó entre risotadas, con bastante dificultad —¡Qué ocurrente es! ¡Y es mucho más gracioso por que es verídico! ¡Ja, ja...! ¿Ja?

    La mirada asesina con la que lo acuchillaba Misato lo hizo enmudecer súbitamente, quedándose estático justo donde estaba, helado por el pavor que le provocaba el gesto rubicundo de la mujer.

    —Creo que mejor me callo— masculló lastimosamente, apenas con un hilo de voz.

    —¡Basta ya, todos ustedes!— instó entonces la Capitana Katsuragi, alzando la voz por encima del barullo y dando un fuerte manotazo a su mesa, hecha una furia. Sólo eso le bastó para silenciar el escándalo e intimidar a los presentes con su fuerte presencia —¡Se están comportando como unos niños!

    —Nuestra tecnología— continuó Ritsuko, una vez que todos se habían repuesto de la súbita impresión —Y todo nuestro personal han probado estar preparados para lidiar con una situación de esa naturaleza.

    Envalentonado por su anterior triunfo, su anfitrión quiso seguir con la discusión para así conseguir humillar todavía más a la Doctora Akagi.

    —¿De veras creen que la ciencia y la mente humana pueden controlar a esos monstruosos Evas? ¿Está hablando en serio?

    —Sí— respondió la rubia, bastante convencida —Muy en serio.

    —Es debido a ese exceso de confianza, sin fundamentos, que NERV permitió que la situación se le escapara de las manos en ese incidente de Tokio 3. Tienen suerte de estar protegidos contra cualquier tipo de investigación pertinente debido a la estratagema legaloide bajo la cual operan impunemente. Y también de que las Naciones Unidas decidieran incrementar el ya de por sí abultado presupuesto que se les tiene asignado. ¿Sabía usted que hay más de veinte mil personas hambrientas en el mundo? De seguro todo ese dinero que a ustedes les destinan les haría bastante bien, ¿no cree?

    Claro que Ritsuko lo sabía. De hecho, con el presupuesto anual de la agencia, todas esas personas hubieran podido alimentarse perfectamente durante un año. ¿Y eso qué? El hambre y la pobreza no era nada nuevo. De hecho, estaban presentes casi desde siempre, desde que el hombre había abandonado al comunismo primitivo. No era un argumento muy válido. De cualquier manera, muchos gobiernos daban prioridad a la industria bélica más que al gasto social, con o sin ángeles. Lo que quería aquel enano inmundo era poner al auditorio de su lado, tratando de conmoverlos con ese tipo de comentarios idiotas y sentimentaloides. Y de paso, echarle tierra a NERV y ponerlos en evidencia.

    —Diga lo que quiera— pronunció la aguerrida científica, encarando valientemente a su rival —Pero excepto por el arma principal de NERV, nada puede derrotar a los enemigos que enfrentamos.

    —Se refiere al Campo A.T., ¿cierto? Es sólo cuestión de tiempo para que otros logren descifrarlo, abrirlo— señaló, bastante confiado de sus palabras —De cualquier modo, contamos con todo el impresionante armamento de última generación que nuestro estimado Doctor Rivera, aquí presente, tuvo a bien diseñar para nosotros. Cualquiera de esos dispositivos, menospreciados por las mentes brillantes que trabajan para ustedes, nos pondrá a la par de cualquier Entidad de Destrucción Masiva a la que lleguemos a enfrentar.

    —¡Sólo asegúrese que su cheque no rebote!— dijo Rivera jocosamente, alzando la voz para que todos los presentes pudieran escucharlo —¡Ó será mi abogado el primer monstruo con el que se las tendrán que ver!

    Una vez más los ahí reunidos prorrumpieron en sonoras carcajadas, al igual que el perpetrador del chascarrillo, quien volvía a batirse frenético en su lugar. De nueva cuenta, bastó el semblante malhumorado que le dirigió su tutora para hacerlo parar en seco.

    —Sí, ya sé— se lamentó cabizbajo, apenas con un hilo de voz —Mejor me callaré...

    —Desperdiciar un talento de ese calibre es sólo una muestra más de la negligencia con la que se manejan los dirigentes de la agencia para la que trabajan, Doctora Akagi. Hasta ahora han podido operar bajo la premisa inverosímil de que solamente sus armas y su tecnología son las que pueden enfrentarse a las criaturas que nos acechan. Hoy, no sólo refutaremos ese absurdo, sino que también abriremos el camino para explorar diferentes alternativas para lidiar con esta amenaza al género humano. Todas ellas lejos de su esfera de influencia, lo que sin duda será benéfico para todos nosotros. En conclusión, nos hemos reunido aquí hoy para constatar que la época de NERV no durará por siempre.

    El público estalla en aplausos y exclamaciones, mientras que el vencedor contempla a su contrincante completamente derrotada, petrificada en su lugar con una expresión de impotencia en el rostro que merecía ser enmarcada.


    Luego de haber aplastado a su rival, el parlanchín investigador continuó detallando algunas propiedades de su diseño, explicando en una forma más amplia el funcionamiento del reactor. Debido a que la sesión de preguntas y respuestas se había alargado mucho más de lo programado, se hubo de decretar un receso, poco antes de continuar con la prueba de arranque.


    Todos aprovechaban el descanso para degustar alguna bebida, o por lo menos lo hacían aquellos pocos afortunados cuya botella no había desaparecido misteriosamente de su mesa. En cambio, las dos mujeres que eran empleadas de la agencia a la que anteriormente se había atacado con tanta vehemencia, utilizaban ese tiempo para acudir al llamado de la Naturaleza en el tocador para las damas.

    Enfurecida al extremo se encontraba en esos momentos la Capitana Katsuragi, y no se guardaba su sentir, allí sentada en el excusado. A pesar de tener la puerta cerrada, su compañera podía escucharla con toda atención mientras se humedecía las manos y arreglaba su cabello. Observaba al espejo con insistencia.

    —Todo esto no es más que un montón de mierda— resoplaba Misato desde su asiento, desquitando su furia —Malditos bastardos... envidiosos... se trata de una venganza, eso es todo: una vulgar, mezquina venganza por el jugoso presupuesto que tenemos... malnacidos... ¡Cualquiera de esos zoquetes se moriría por trabajar en NERV!

    —Relájate— la instó su amiga, al mismo tiempo que continuaba mirando su reflejo en el espejo, acomodando varios aspectos de su persona —Ese sujeto sólo está queriendo llamar la atención, pero creéme, no es digno de ella... hambre en el mundo, ¡ja! Imbécil.

    —Como sea— persiste la otra —Lo que me pregunto es: ¿cómo es que estos tipos saben acerca del Campo A.T?

    —La información confidencial se está guardando muy mal— responde la rubia —Allí tienes también esa fotografía... no me extrañaría nadita que cierta sabandija ojiverde estuviese involucrado en todo eso. ¡Yo misma veré que ese cerdo obtenga su merecido!

    —¡Vamos, no exageres! Kai será todo lo que quieras, ¿pero un saboteador industrial? No es su estilo... es demasiado perezoso y torpe para hacer algo así por su cuenta Y aún si fuera el caso, sea quien sea el espía, ¿entonces qué es lo que está haciendo el Departamento Inteligencia, con un demonio?

    Akagi se contempla en el espejo, y cuando lo hace con una mirada fría además de un ceño bastante severo, un siniestro resplandor asomándose en sus helados ojos.


    Una vez concluido el breve interludio, todos los asistentes han tomado nuevamente asiento y se preparan para la demostración de la nueva máquina de combate, el Jet Alone. Al frente, dos hombres, y el mismo Nishizawa se preparaban para poner en marcha la demostración, acomodados todos ellos sobre una enorme consola de control.

    —Estamos listos para principiar la prueba de las cualidades del Jet Alone, señores— comunicó el ingeniero al público desde su lugar —No hay de que preocuparse, no hay peligro alguno. Por favor, dirijan atención al ventanal de su lado izquierdo.

    El público hizo como le era indicado, encaminando sus pasos hacia la dirección señalada. Las figuras más importantes eran quienes ocupaban los primeros espacios, y claro está, en ellos se encontraban los tres miembros de la reducida comitiva de NERV.

    —Todos los enlaces y sistemas están listos señor— comunicó uno de los operadores técnicos a su patrón.

    —Muy bien, abran el domo— ordenó éste.

    El domo metálico que se encontraba afuera del edificio se abrió enseguida, recibiendo en su interior por vez primera la luz solar, y dejando al descubierto su contenido: un enorme robot de forma humanoide. Su diseño hacía evocar muy vagamente a un Eva, aunque eso sí, el gigante que se encontraba afuera era bastante mecanizado, muy lineal, y nunca abandonaba el aspecto de máquina, a diferencia del Evangelion, que a veces parecía ser más animal que robot.

    La gente se congregaba sobre la ventana, apretujándose para poder contemplar de frente a aquella maravilla de la ingeniería. Todos querían ver a aquel coloso despertar, a esa marioneta cuando cobrara vida.

    —Procedan— indicó el director de esa peculiar sinfonía a sus ayudantes, sin poder disimular la gran emoción que le embargaba.

    Las indicaciones fueron transmitidas por medio de la computadora al mecanismo gigante, y enseguida éste alzó un pie, que cayó luego pesadamente sobre el piso debajo de él. Después aplicó el mismo procedimiento con su otro pie, y fue así que el titan metalizado empezó a desplazarse con éxito por entre las dunas que lo separaban de su público, quien rugía emocionado en un unísono aplaudo.

    —Vaya— murmuró Misato a su rubia acompañante, sin compartir el ánimo general —Por lo menos ese costal de tuercas puede caminar...


    El robot seguía su rítmico andar por el desierto, acercándose cada vez más al edificio donde se encontraban sus creadores, aquellos que controlaban cada movimiento suyo a su pleno antojo. Todos los demás no podían más que observar anonadados a la enorme máquina ambulante seguir su camino a través de la arena, estando con cada paso que daba cada vez más cerca de ellos.

    —Deténgalo un momento. Para que la gente pueda verlo detenidamente— ordenó Nishizawa, bastante complacido hasta ese momento con el resultado de su demostración.

    —Sí, señor— asintió su empleado, tecleando ágilmente las instrucciones para que la máquina detuviera sus pasos.

    Sin embargo, contrario a lo que se le había indicado remotamente,el androide mecánico continuaba su andar despreocupado. Nuevamente el desorientado técnico tecleó los comandos para detener al autómata, obteniendo el nulo éxito de la vez anterior. La desesperación estaba ya invadiéndole el rostro, cuando por una tercera vez ordenó a la máquina a su cargo parar. Aún así, el rebelde robot continuaba caminando en su dirección.

    —¿Qué pasa?— preguntó impaciente su patrón, percatándose de que algo marchaba mal cuando su creación estaba más cerca de lo que era conveniente.

    —No lo sé— respondió el atemorizado empleado —Algo interfiere con la comunicación.

    El otro operador gritó alarmado mientras comunicaba a su jefe la apremiante situación:

    —¡La temperatura del reactor va en aumento!

    —La temperatura del primer nivel de líquido enfriante también se eleva...

    —Abran la válvula de escape... bombee el líquido para desacelerar a los neutrones...

    —No sirve... las bombas no responden...

    —¡Apaguen el sistema!— ordenó rápidamente el ingeniero.

    —¡No sirve la comunicación! ¡No hace caso a las indicaciones!— chilló el operador, haciendo una estúpida mueca que deformaba su rostro.

    —¡Está fuera de control!— gritó su otro empleado, mientras en el monitor enfocado en el robot, éste se hacía cada vez más grande, conforme se acercaba.

    —No es posible— musitó Nishizawa, en tanto el color abandonaba su rostro, conforme observaba a su desbocada creación acercándose como un enorme tren fuera de control.


    Los invitados al evento se extrañaban por la peligrosa cercanía con el autómata, y más por que éste no detenía su paso. A escasos cien metros del robot errante, la mujer con rango militar alcanzó a advertir el inminente peligro que se cernía sobre ellos, apresurándose a sacar a sus acompañantes del edificio a empujones, sin mediar palabra.

    Por otra parte, la colosal máquina continuó con su camino designado, sin preocuparse de nimiedades como detenerse antes de chocar con el edificio que tenía enfrente, al cual atravesó sin ningún problema. El edificio se colapsó rápidamente, enterrando entre las ruinas a todo aquel que estuviera dentro. Misato y compañía apenas si pudieron salir a tiempo de la construcción antes de que ésta fuera arrasada, escapando por obra de un milagro de los escombros que salieron volando debido a la colisión con el gigante de metal.

    Con dificultad, los tres se incorporaron sobre sus piernas, con la ropa semidesgarrada y algunos moretones. El estruendo que provocó la destrucción del edificio los dejó medio sordos y mareados, sin contar esas bolitas blancas que danzaban alegremente ante sus ojos.

    Los lamentos de los sobrevivientes y heridos empezaron a escucharse cómo una marcha fúnebre por todo el lugar. Con horror y asombro, observan el panorama de desolación que se dibujaba ante ellos. Ahora estaban de igual a igual con el ardiente desierto, que con su aliento soplaba sobre sus espaldas.


    Las labores de rescate comenzaron casi de inmediato, atendiendo a los infortunados heridos en tiendas de la Cruz Roja que se improvisaron en los alrededores, a la par que se daba inicio a la penosa tarea de contabilizar las bajas ocasionadas por el fatal percance.

    Aprovechando un vacío de poder y la destreza de sus dirigentes, NERV pudo hacerse del completo control de la situación, mientras se discutía la acción a seguir. Era una cuestión bastante delicada, ya que cualquier intento por inhabilitar o destruir la máquina Jet Alone podría fácilmente derivar en un cataclismo nuclear.


    Los técnicos que llevaron habían recabado todo el procedimiento completo que se intentó para desactivar a la máquina antes de su colisión con el edificio. Ya fuera rescatando lo poco que quedaba de la consola de control, o bien interrogando al operador sobreviviente, quien estaba bajo el efecto de fuertes medicamentos contra el dolor.

    Conforme a esto, al parecer había un solo camino para detener la marcha de aquel reactor ambulante antes que alcanzara un punto crítico. Se podía detener a la computadora que controlaba todos los movimientos del autómata con una clave de seguridad que se le había instalado, la cual borraba toda su programación. El problema es que desconocían cual era la clave. Al parecer, su creador se la había llevado a la tumba.


    Todo estas cuestiones eran discutidas por la Capitana Katsuragi con vario personal a su cargo, cuando reconoció a un herido que conducían en camilla justo a su lado.

    —¡Nishizawa, tú, hijo de...!

    Misato detuvo su reclamo al darse cuenta de la situación del hombre.

    —Una viga le trenzó las piernas, señorita— explicaba el camillero, mientras intentaba hacerla a un lado.

    Efectivamente, el estado de aquella persona era deplorable; sin contar todas las heridas que tenía alrededor del cuerpo, y los abundantes moretones, sus piernas eran ya simples muñones que le llegaban al muslo. Unas vendas empañadas en un color rojo carmesí impedían que la sangre brotara rápidamente. Nishizawa se había convertido en una triste hilacha, un despojo de ser humano.

    La capitana siguió junto a él mientras intentaban llevarlo lo más pronto posible a una tienda para que sus heridas pudieran ser atendidas.

    —Señor Nishizawa— pronunciaba la insistente mujer, ignorando al camillero que seguía conminándola a que dejara de estorbar —¿Puede oírme?

    En evidente estado de shock, el sujeto tenía los ojos bien abiertos, casi desorbitados, pero con la mirada perdida fija en un punto del horizonte.

    —¿Mamá?— preguntó entonces, delirante —¿Eres tú, mamá?

    Misato hubo de ignorar la triste pregunta, y a su vez, interrogar con apremio:

    —Ingeniero Nishizawa, estamos en un grave peligro y sólo usted puede salvarnos. Por favor, ¿puede decirme la clave de acceso a la computadora del reactor? ¿Puede?

    — No creo estar autorizado para dártela, mamá... Tengo que discutirlo con la junta...

    Totalmente fuera de sus casillas, la mujer exigió entonces:

    —¡¡¡Dímela de una buena vez, maldito desgraciado hijo de perra!!!

    —E-esperanza...— pronunció débilmente con su último aliento de vida, mientras ésta se extinguía como una vela. El camillero hubo de apresurar el paso, dejando a la mujer atrás, quien decidida y rápidamente, sin mirar atrás, se dirigió a su puesto de mando.

    —Comunícame con el cuartel— ordenó a uno de los oficiales a su mando —Diles que traigan a Z en el Equipo F de inmediato.

    —¡Un momento, Capitana Katsuragi!— protestó enérgicamente Ritsuko, que se encontraba a sus espaldas —¿Qué se supone que va usted a hacer?

    —Detenerlo a la antigua... manualmente.

    —¡Idiota! La alta radiación en el interior de ese traste te cocinará como a tus sopas instantáneas en el microondas, incluso antes de que siquiera te puedas acercar al control manual— explicó su compañera, intentando disuadirla de cometer otro de sus locos arrebatos de película de acción.

    —Lo sé, pero puede que esa sea la única manera de salvarnos.

    Misato aceleró entonces el paso hacia otra de las tiendas ocupadas por sus subordinados, dejando atrás a la Doctora Akagi y a sus reproches. Ésta ve alejarse a la militar, suspirando, resignada a respetar la decisión de su compañera. Después de todo, cuando esa mujer se empeñaba en hacer algo no había alguien capaz de detenerla.

    —La muy estúpida...— murmuró entre dientes, al verla perderse en la muchedumbre agazapada en aquella tienda.


    A miles de metros de altura, Kai se apresuraba a enfundarse en su traje de conexión, esperando la llegada de su mentora y de las instrucciones que recibiría para la misión. Desnudo completamente, pisaba con cuidado el frío piso con sus desprotegidas plantas de los pies. Alcanza con cuidado sus ropajes, metiendo primero las piernas por la abertura del cuello, para después cubrirse el torso y los brazos. En ese estado, el atuendo era bastante grande para él. Pero para solucionar ese inconveniente activó el mecanismo en su muñeca izquierda. Rápidamente, por medio de succión de aire, la tela comienza a contraerse hasta convertirse en una segunda piel para su portador.

    El muchacho se miró entonces, poniéndose de pie, inspeccionando que todo haya salido bien. Le gustaba mucho su verde uniforme, a pesar que, según él, no dejaba nada a la imaginación, delatando el buen porte de su firme trasero.

    En esos momentos estaba cruzando los aires en un enorme avión carguero, junto con la Unidad Z. En conjunto, avión y robot eran designados como “Equipo F” (“F” de “Fly”, volar, en inglés). El Eva quedaba enganchado a la gigantesca nave gracias a unos mecanismos que tenía instalados en el pecho, los cuales estaban específicamente diseñados para la transportación del titán de acero cuando no estuviera en combate.

    La mujer no tardó en reunirse con el chiquillo, quien al verla entrar envestida con un traje antiradiación concibió un mal presentimiento al respecto.


    —El blanco es Jet Alone— pronunció Misato, ambos frente a frente, sentados en unas incómodas bancas de aluminio que se encontraban en el vestidor —Hay un peligro certero de fusión nuclear en unos cinco minutos, no podemos permitir que ocurra cerca de un área poblada.

    —Jet Alone se dirige hacia Atsugi— comunicó Hyuga por la radio, a bordo en la cabina del avión de carga en el que viajaban.

    —No hay tiempo que perder— sentenció Katsuragi, mirando fijamente los ojos de su pupilo.

    —Creo que es inútil advertirte de los peligros que conlleva meterse a un reactor nuclear a punto de hacer fusión, ¿no es así?— respondió éste, con tono triste y resignado.

    —Lo siento, muchacho, llegaste tarde— contestó la mujer, mientras desplegaba un plano de la maquinaria que debían interceptar —Me introduciré al aparato a través del compartimento trasero, ubicado aquí, ¿lo ves?— preguntó, señalando con el índice el lugar preciso al que se refería.

    —Sé donde está. Memoricé los planos de esa cosa.

    —Muy bien, entonces me ahorraré más explicaciones— exclamó aliviada, volviendo a enrollar el pliego de papel —Deberás correr junto con el blanco y ponerme lo más cerca que puedas de la entrada al reactor; después, reténlo lo más que puedas.

    El chiquillo guardó silencio por algunos instantes, con la vista fija en el piso abajo sus pies, que paradójicamente se encontraba a miles de pies de altura.

    —¿Sabes?— le preguntó, sabiendo de antemano la respuesta —Todo esto es bastante extraño. Cuando revisé ese armatoste, ninguno de sus sistemas indicaba que pudiera pasar algo así. No había ninguna posibilidad de una contingencia de este tipo. Es bastante raro, muy, muy raro, sobre todo porque ocurrió precisamente lo que Ritsuko le dijo a Nishizawa que podía pasar...

    —Nos ocuparemos de eso después— replicó la capitana —Por ahora, debemos concentrarnos en evitar el desastre.

    —Estaremos sobre el objetivo en 2 minutos— pronunció entonces el piloto de la gigantesca aeronave que los transportaba.

    —Ya es hora— suspiró Misato, poniéndose de pie —Es mejor que subas de una buena vez a la Unidad Z.

    Antes de que ella pudiera abandonar el estrecho cuarto, el joven la retuvo, sujetándola fuertemente del brazo derecho, acción que obliga a Katsuragi a voltear extrañada hacia donde estaba el chiquillo.

    —Por favor, ten mucho cuidado— suplicó él, con un semblante preocupado, compungido, en tanto las palabras se agolpaban en su boca —Yo... yo no quisiera... perderte a ti... también...

    La fémina, aprovechando que el infante la tenía fuertemente afianzada, lo jaló hacia ella, abrazándolo afectuosamente, queriendo tranquilizarlo. Sus abrazos eran cómo ningunos otros. Eran la expresión corporal del amor fraterno, la manera en la que dos seres podían compartir su calor y afecto.

    —No te preocupes— le susurró Katsuragi al oído —No importa lo que pase, yo siempre estaré contigo, hasta el fin del mundo.

    El muchacho agradeció el gesto, y un poco abochornado por aquella muestra de inusual debilidad emocional se retiró cuanto antes del estrecho cuarto.

    —Nos vemos abajo— pronunció la mujer a modo de despedida, antes que el chiquillo saliera. Él respondió tan solo asintiendo con la cabeza, para después perderse de vista.


    Los pies de Z colgaban al no haber un piso firme donde fijarlos. Era algo asombroso que una mole de ese tonelaje pudiera sostenerse en el aire, aún cuando la estuviesen remolcando. Las maravillas de la ingeniería y la aeronáutica. El piloto del Eva observaba que tan lejos estaba el piso de dónde se encontraban. “Es una caída larga”, pensó para sus adentros, tanteando la altura en la que estaba.

    Un hecho del mismo modo increíble era que la Capitana Katsuragi estuviese albergada en la mano derecha del robot, custodiada por dedos que eran capaces de hacer talco a un tanque y no obstante ofrecían en refugio seguro de cualquier turbulencia que se presentara.

    —Blanco a la vista— indicó el piloto de la nave que los mantenía en vuelo.

    Efectivamente, lo único que tuvieron que hacer los dos fue mirar hacia abajo para poder ver al desenfrenado robot dando una alegre caminata hacia Atsugi, la población más cercana.

    —¡Suéltanos!— ordenó entonces la capitana a su asistente por la radio.

    Las grúas de presión que sujetaban al gigante de acero se soltaron en el acto, dejando caer al hombre mecánico rumbo a la solidez del suelo, surcando el aire a gran velocidad.

    Antes de aterrizar, Rivera cubrió con su otra mano a su pasajera, haciéndolo con sumo cuidado y gentileza, mientras que se preparaba para la inminente caída. El impacto es amortiguado ligeramente por las suelas del Evangelion, el cual derrapó por la superficie varios centenares de metros, para finalmente detenerse de forma abrupta. Todo eso sin soltar jamás a la capitana del refugio que le había hecho en sus manos.


    Bastó un rápido vistazo para que el piloto de la Unidad Z pudiera divisar delante de sí a su homónimo descontrolado, para enseguida dirigirse hacia su objetivo a toda prisa. Una vez que lo hubo alcanzado, el frenar su avance no le representó una mayor dificultad. Para tal efecto el muchacho lo sujetó por la espalda, aminorándole el paso, el cual dificultosamente quería seguir, obedeciendo ciegamente las últimas órdenes que recibió. Habiendo estabilizado el incesante trajín de su prisionero autómata, Kai colocó entonces a Misato con sumo cuidado frente a la puerta para el personal que conducía al reactor en su interior. En un inútil esfuerzo por librarse de la opresión de Zeta, el robot se sacudió repentinamente, sin lograr gran cosa, salvo que Misato perdiera el equilibrio y cayera, logrando sujetarse de una pequeña escalerilla que tenía incorporada el androide por un costado.

    —¡Mierda!— exclamó el chiquillo por la radio, sobresaltado —¿Estás bien?

    —Estoy bien, no fue nada serio— respondió la capitana, haciendo un esfuerzo por subir la escalerilla hacia la puerta que deseaba alcanzar.

    Cuando por fin lo consiguió, la abrió sin ningún esfuerzo, gracias a una llave maestra suministrada por un miembro sobreviviente del personal a las órdenes del extinto Ingeniero Nishizawa. Antes de adentrarse a la boca del infierno, una especie de presentimiento la hizo voltear por una última vez hacia donde estaba el joven piloto del Eva frente a ella:

    —Muy bien, aquí voy... Deséame buena suerte.

    —Buena suerte— murmuró el muchacho, intentando disimular su preocupación con una forzada sonrisa.

    Dicho esto, la mujer con rango militar se internó en las entrañas del robot, desapareciendo de la vista.


    Apenas hubo entrado su mentora a las tripas radiactivas del mecanoide fugitivo, Kai lo soltó para dejarlo avanzar unos pasos más, en lo que le daba la vuelta y le salía al encuentro por el frente.

    —¡Ya estuvo bueno, ojete!— exclamó el joven piloto en tanto que extendía su mano para detenerlo, para entonces hacerle una advertencia en inglés, en un muy marcado tono melodramático —You. Shall. Not. Pass!!!

    El descarriado Jet Alone en vano intentó seguir su camino, topándose con la barrera inamovible que le representaba el Eva Z, al cual solo le bastaba mantener su brazo extendido para frenar su avance. Dicha encomienda era facilitada por el hecho de que su contrincante no oponía resistencia ofensiva frente al obstáculo que se le presentaba, programado solamente para caminar en una línea recta, y nada más.

    El Doctor Rivera, bastante consciente de que su acción iba a acelerar el incremento de temperatura del reactor, hubo de apresurar a la intrépida mujer en su interior:

    —¡Lo que sea que tengas pensado hacer, hazlo ya de una buena vez! ¡Que esta porquería no tarda en tronar!

    El muchacho no obtuvo respuesta, pues la mujer se encontraba accesando a la computadora principal en aquellos mismos instantes. Cuándo el software de la máquina pide la clave de acceso, Misato teclea la última palabra de Nishizawa, aventurándose a suponer que aquella era la palabra clave que necesitaba: “KIBOU” esperanza, en japonés.

    La computadora enseguida negó el acceso a la clave desconocida, lo que significaba que, o bien pudo malinterpretar el último aliento de un hombre moribundo y delirante, o que tal vez debía probar en un idioma distinto. La desesperación, causada por verse a sí misma en una situación sin salida, hacía presa de ella mientras que tecleaba rápidamente aquella palabra, que ahora le parecía un cruel sarcasmo, en distintos lenguajes. “Hope” en inglés. “Hoffnung” en alemán. “Espérer” en francés. En chino, sueco, ruso, español y en cualquier otro idioma del que tuviera un conocimiento básico, el resultado era el mismo. “Acceso denegado.” Incluso las varias combinaciones que había intentado habían fracasado. A medida que transcurría el angustioso paso del tiempo, Katsuragi contemplaba la posibilidad de darse por vencida y evacuar mientrás aún tuviera oportunidad.



    Afuera, el intenso calor irradiado salía a través del sistema de ventilación del robot en forma de chorros de vapor condensado, que salían a gran presión. Al igual que en una tetera, aquello era un aviso de la alta temperatura a la que se encontraba el interior.

    —¡Misato, ya basta, es inútil!— indicó Rivera, desgañitándose por hacer entrar en razón a la mujer —¡Te quiero fuera de ahí, en este mismo instante!

    —¡No puedo hacerlo!— contestó ella, mientras hacía acopio de fuerzas para mover por sí misma una de las barras enfriadoras, tratando de empujarla con el cuerpo —¡No voy a permitir que esta cosa estalle así nada más! ¡Diablos, debe haber algo que yo pueda hacer, no pienso darme por vencida!

    Katsuragi resoplaba, furibunda y desesperada, intentando a toda costa mover aquella estúpida barra, que no quería cooperar. De cualquier manera, aún así seguía intentándolo, inútilmente, pero fiel a su palabra, con todo lo que podía dar.

    La cámara se tornó roja, las alarmas comenzaron a resonar en sus aturdidos oídos y Misato seguía ella sola contra aquella condenada barra. Su vista se empezó a nublar debido al esfuerzo realizado. De pronto, en un súbito atisbo de lucidez, la temeraria capitana comprendió que estaba viviendo sus momentos finales, al tiempo que se dejaba atrapar por una mezcla de resignación y desencanto. El único consuelo que le quedaba era el saber que, pasara lo que pasara, Kai sobreviviría al estallido, protegido por el blindaje especial de su Eva. Fue por eso que había solicitado que se desplegara a la Unidad Z, segura de que era capaz de soportar una explosión atómica y mucho más. En cuanto a ella... bueno, por lo menos ni siquiera tendría tiempo para sentir dolor, calcinada al instante por la descarga.

    —¡Eres una estúpida!— vociferó el piloto de Zeta, fuera de sí —¡¿En serio piensas que me voy a quedar aquí parado como imbécil, dejándote morir así nada más?! ¡¡¡Estúpida, estúpida, estúpidaaa!!!


    Fue entonces que con una precisión quirúrgica, el Eva Z atravesó al Jet Alone de un solo puñetazo, evadiendo golpear directamente el reactor nuclear a punto del colapso, pero ingeniándoselas para atrapar a la sorprendida mujer entre sus dedos. Tan rápido como había asestado aquél golpe prodigioso, así también fue como sustrajo a su pasajera de esa bomba a punto de estallar. Fue así también que por mero impulso sujetó al Jet Alone y lo mandó a volar, literalmente, lanzándolo por los aires con toda la fuerza con la que era capaz. Tal vez no podía evitar la explosión, pero por lo menos se las podía arreglar para que ésta sucediera por muy encima del nivel del suelo. Quizás de esa manera, si tenían un poco de suerte, el daño sería mucho menor a lo esperado.

    —¡¡¡Agáchate!!!— ordenó el muchacho a su cautiva, al tiempo que hacía lo propio, encaramándose sobre sí mismo, tratando de cubrir a la capitana entre sus manos tanto como le fuera posible.

    Sin tiempo de calcular, desconocía la magnitud que pudiera provocar el inminente estallido de ese reactor de diseño propio, pero se aferraba a la vacua posibilidad de que su armadura fuera suficiente para proteger a Misato de sus terribles efectos.


    No obstante, permanecieron así vario rato, agazapados y en silencio, apretando los dientes y preparándose para lo peor, sin que el temido estruendo apocalíptico llegara a ocurrir alguna vez. Con suma cautela, Rivera alzó la vista para examinar el horizonte, el cual se le antojaba bastante pacífico como para que una explosión atómica acabara de suceder. Para ese entonces el Jet Alone debía estar ya alcanzando la estratósfera, y ninguno de sus instrumentos detectaba alguna manifestación de energía, mucho menos del tipo nuclear.

    Eran muchas las emociones que se agolpaban en la Capitana Katsuragi y su joven protegido, mientras que ambos mantenían su atención sobre el despejado cielo azul sobre sus cabeza. Algunas de ellas, bastante contradictorias entre sí, como lo era la alegría desbordante por estar vivos, que contrastaba con la paranoica suspicacia que les hacía preguntarse qué es lo que había sucedido para evitar que el estallido se llevara a cabo. Sin embargo, casi todas ellas podían ser englobadas en el escueto comentario que Kai tuvo a bien a soltar, casi como un acto reflejo al verse libre de tanta tensión, acumulada a lo largo de todo ese tiempo:

    —Puta madre...


    La noticia pronto llegó a la zona devastada, la cual fue todo fue un alivio y gozo entre toda esa pena y destrucción; los integrantes de NERV y algunos sobrevivientes festejaban el éxito de la misión, mientras que Ritsuko se limitó a recargarse en la cama de la improvisada tienda donde sus heridas eran atendidas, a la vez que se refería a su atrevida compañera como la “loca idiota”, y sonreía para sí misma.


    El muchacho y su tutora, lejos de imitar la actitud de sus colegas en el campamento, se dieron a la tarea de reposar luego de tan abrumador y estresante trabajo que tuvieron que realizar. Kai recostado sobre el asiento de su cabina, Misato resguardada bajo los dedos enroscadas del Eva Z, en cuya palma derecha reposaba plácidamente, acaso como si estuviera en medio de un alegre día de campo. Ambos estaban conscientes de que un reactor a punto del colapso, para nada, podría desactivarse simplemente por que sí, como si fuera producto de algún artilugio mágico milagroso. No, algo tenía que estar detrás de todo eso. A su entender, había dos razones por la cual la computadora principal rechazó la clave de acceso que la valiente mujer le había proporcionado. Una, muy probable, era que había malinterpretado el último aliento del Ingeniero Nishizawa. Podía ser. La otra, aún más plausible que la anterior, ya que también explicaba el malfuncionamiento de la máquina, era que todo el programa entero del robot hubiese sido reemplazado y controlado desde otro punto. Pero, en ese caso, aún quedaba una incógnita por resolver: ¿quién tenía los conocimientos y recursos necesarios para lograr una acción semejante? También los dos sabían muy bien la respuesta.

    —Misato— finalmente Rivera utilizó la radio para comunicarse con ella —¿Estás...?

    —Estoy bien, cariño— se apresuró a contestar desde su lugar, teniendo que quitarse el casco de su traje antes de quedar sofocada —No te preocupes.


    Al día siguiente, la Doctora Akagi tuvo que entrevistarse con el recién llegado Comandante Ikari para rendir su informe de lo acontecido el día anterior.

    —La Unidad Z no sufrió daño alguno durante la operación. No tiene ningún rastro residual de radioactividad, al igual que la Capitana Katsuragi. A excepción de su temerario proceder, todo resultó conforme lo teníamos planeado— exponía Ritsuko bastante satisfecha —Incluso podría decir que salió mucho mejor de lo previsto. En estos momentos el Jet Alone es tan sólo chatarra espacial, orbitando alrededor del planeta, y junto con él cualquier prueba física que pudiera conectarnos con el incidente. Y después de todo lo ocurrido, la verdad es que dudo mucho que a cualquier otro payaso le queden ganas para ponerse a gastar dinero en juguetes gigantes.

    El comandante compartía el gesto de satisfacción de la científica, dibujando una discreta sonrisa en su rostro semioculto entre las sombras, a la vez que la felicitaba por su trabajo:

    —Muy bien hecho.


    En casa de los Katsuragi, como cada mañana Shinji tomaba su desayuno solamente acompañado de Pen-Pen. Kai seguía cómodamente dormido, sus estentóreos ronquidos bastante perceptibles aún desde el comedor. La noche anterior le había dicho que era un héroe que había evitado una catástrofe nuclear, por lo que ya no tenía pensado perder el tiempo con tonterías como ir a la escuela. En lo que a él respectaba, podía quedarse con Rei y hacer con ella lo que le pegara la gana, al fin y al cabo las hembras le lloverían por montones cuando todo Japón y el mundo entero se enteraran de su hazaña. Ó algo así era lo que más o menos le había entendido, en medio de todos los disparates que balbuceó apenas se vieron las caras.

    Por su parte, Misato hizo acto de presencia de la manera habitual, saliendo de su cuarto más dormida que despierta, aunque después de su cerveza matutina de costumbre la mujer recobraba completamente su vigor y buen ánimo.

    —¡Nada mal, nada mal!— pronunciaba entusiasmada, estirándose para alejar al sueño completamente —Voy a darme una ducha... Shinji, ¿No has visto por allí algún brassiere y calzones limpios, de casualidad? ¿Sí los lavaste el otro día, cierto?— preguntaba desde su cuarto, sin encontrar las mencionadas prendas.


    Ikari hizo caso omiso de aquellas embarazosas misivas y sin pronunciar palabra recogió su plato, dejándolo en el fregador. De la misma manera recogió su mochila, la cual estaba tirada en el piso, y se dispuso a partir al colegio. En cuanto abrió la puerta ahí ya se encontraban esperándolo Kensuke y Toji, babeantes y ansiosos por recibir su dosis diaria de deleite visual, cortesía de la señorita Katsuragi.

    —¡Buenos días, Ikari!— saludaron a la vez, para luego hacerlo a un lado de inmediato, asomándose al interior del departamento —¡Buenos días, señorita Misato!

    —¡Buenos días, muchachos!— devolvió el gesto la mencionada, asomándose por la puerta de su cuarto, lo suficiente para que los agitados chiquillos pudieran apreciar su figura, en tanto que agitaba animosamente su mano a modo de despedida, concluyendo con un coqueto beso que sopló en su dirección —¡Pórtense bien en la escuela!

    —Gracias— respondió Shinji malhumorado, a sabiendas de que Katsuragi se portaba así sólo para molestarlo y avergonzarlo. Se apresuró en salir cuanto antes, empujando a sus enloquecidos compañeros que obstruían el paso —¡Ya me voy!


    No habían caminado mucho cuando ya Toji se desvivía en alabar a la hermosa mujer, ante la complicidad de su otro amigo.

    —¡De veras que Misato es muy bonita!— decía como si se le fuese a olvidar, con las manos en los bolsillos y la frente en alto.

    —Sí, pero también es muy floja, descortés y atrevida— repuso en el acto Ikari, aún molesto por la actitud infantil de su casera.

    —¡Te falta madurar mucho todavía, mi amigo! Puedes decir todo lo que quieras, pero en realidad eres bastante afortunado, es una pena que no puedas verlo— dijo Kensuke, mientras le daba una fuerte palmada en la espalda que por poco lo tira de bruces.

    —¿Afortunado, yo? ¿Porqué rayos dices eso?

    —Bueno, esa preciosa, simpática y admirable mujer te alojó en su casa, cuida de ti y además te deja ver un lado de ella que ni a nosotros ni a nadie más mostraría, que muy pocos pueden conocer— completó Toji.

    —¿En serio que no te das cuenta, todavía? Eso quiere decir que ya eres como parte de la familia— ultimó Kensuke, con cierto aire soñador —Qué no daría yo por ser parte de su vida, de la misma forma en que tú lo eres...


    Shinji se puso entonces a reflexionar muy seriamente en aquellas palabras, aún cuando hubieran sido lanzadas al tanteo, en tono de chanza. Durante todo el transcurso de su vida había crecido despojado de una noción de un hogar o una familia propios. Para entonces creía ese tipo de cosas fuera de su alcance, y al darse cuenta de que, en cierta absurda y retorcida forma, ya poseía todo eso, sin darse cuenta hasta aquél momento, la ironía de tal descubrimiento le hizo sonreírse para sí.


    Eso, momentos antes de ser derribado por la espalda, siendo tacleado súbitamente por la cintura. El joven Ikari rodó por el piso junto con su agresor, y una vez que se detuvieron éste había quedado encima de él. Aturdido, desorientado, y bastante adolorido, apenas si pudo distinguir la cara de loco de Kai, a quien sus ojos enrojecidos, cabellera alborotada y sus prendas a medio vestir delataban que recién acababa de despertar.

    —¡Shinji! ¡Estuve meditando todo el asunto por un largo tiempo, y ya lo pensé mejor!— pronunció el recién llegado con dificultad, en tanto recuperaba el aliento, sudoroso por la larga carrera que había tenido que dar para alcanzarlo —¡Aunque Rei ya no me interese, tampoco voy a permitir que les sea tan fácil para los dos revolcarse como cochinos en su lodazal! ¡Óyeme bien! ¡Estaré vigilándolos todo el tiempo que me sea posible, acechándolos como una sombra vengadora! ¡Soy como un ninja, listo para emerger de las sombras en el momento preciso en el que les sea más incómoda mi presencia! ¿Ya me entendiste, cabrón? ¡Si quieren estar juntos tendrán que pasar sobre mí! ¡A ver cuántas ganas tienen de enredarse después de todo lo que tengo planeado! En fin, sólo quería que lo supieras, y que también olvidaste tu almuerzo, tú sabes, con la prisa y todo eso...— dijo atropelladamente mientras que se incorporaba y le hacía entrega del recipiente donde había colocado su almuerzo escolar, vacío —De todos modos, como no tuve tiempo para desayunar, me lo tuve que comer en el camino, espero que no te moleste... ¡Qué onda, Daisuke y Shoji ¡Amor y paz, putitos, los veré en la escuela!

    Pese a su expresión y tono amistosos, Rivera seguía olvidando los nombres de sus compañeros de clase, y asimismo en lugar de hacer el signo universal del amor y la paz con la mano, tan sólo les mostró el dedo medio de su mano derecha a manera de despedida, para luego dirigirse a la escuela con paso veloz.


    Por su parte, Shinji todavía no atinaba a levantarse del piso, donde lo había dejado el inesperado embate de Rivera. Sofocado y aturdido, trataba de recuperarse, sin mucho éxito. Fue así que sus amigos tuvieron que ayudarlo a ponerse en pie, jalándolo por los hombros y sosteniéndolo por un momento.

    —Por supuesto, debes saber que cada familia tiene su oveja negra— comentó Kensuke, continuando con su plática en el punto donde la habían dejado y a razón de la súbita irrupción de Kai.

    —Ya lo creo— dijo Toji a su vez —En la mía es el tío Kosaku... es alcohólico, y le gusta pelear a la menor provocación... recuerdo aquella vez que terminó en prisión por no querer pagar una multa, al abuelo casi le da un infarto...

    El joven Ikari no puso mucha atención a lo que sus compañeros tenían que decirle, si bien coincidía que no había tal cosa como una familia perfecta y armoniosa. Y aunque distara mucho de ser normal, esa familia era la única que había podido tener en todos sus años de existencia, y eso era algo por lo que tendría que estar agradecido. Probablemente, si bien sus costillas en ese momento le decían todo lo contrario.
     
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    Mikasa Ackerman

    Mikasa Ackerman Entusiasta

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    Por fin termine de leer, debo decir que me ha parecido un escrito realmente bueno, los personajes
    cobran vida en este escrito, y mas mi personaje favorito Katsuragi, me agrada demasiado que este
    escrito sea largo, ya que explicas de manera certera cada suceso, algo que no debe faltar en un capitulo
    común de evangelion, algo que también me agrada demasiado es la forma en que esta narrada, al principio
    me pareció raro lo de joven, pero ya me he acostumbrado, ahora suena bien, ame que pongas letras de canciones,
    me encanta que no es confuso entender de lo que se habla en tu escrito, ya que en los capítulos es muy fácil confundirse,
    o por lo menos en mi caso, me gusta mucho como va tu escrito, sin nada mas que decir, espero seguir leyéndote pronto.

    nos vemos...hasta luego...
     
    Última edición: 14 Junio 2014
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    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

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    Capítulo Once: "En algún lugar, sobre del arcoiris..."

    “Somewhere over the rainbow, way up high


    there's a land that I heard of once in a lullaby

    somewhere over the rainbow, skies are blue,

    and the dreams that you dare to dream,

    really do come true...”


    Judy Garland, en “El Mago de Oz”

    “Somewhere, over the rainbow”


    El soleado firmamento celeste reina en toda la faz del horizonte, reflejándose con el hermoso tono turquesa de un templado mar que es benévolamente iluminado por los cariñosos rayos del astro rey, sin ninguna nube que ose opacar su claridad. Aquella superficie desierta pareciera que en vez de estar cubierta de agua fueran hermosas pasturas azules, que se movieran al capricho del viento. Un agradable y tibio calor se manifiesta en la zona, deleitando a los escasos afortunados que podían degustar de aquel ambiente tan hermoso y hospitalario.

    Absolutamente todo es calma y silencio, la superficie del mar está tranquila y acogedora, el cielo azul sigue ahí, y nada pareciera interrumpir esa calma tan acogedora, aunque semejante a la de una tumba. De pronto aquella pacífica escena es abruptamente arruinada por un girar de hélices y el sonido ensordecedor de un poderoso motor que se acerca cada vez más y más, profanando aquella hipnótica tranquilidad.

    Se trata de un helicóptero militar; en él, una carga de pasajeros poco comunes para ese tipo de transporte. Ni más ni menos que la Capitana Misato Katsuragi, quien junto con sus protegidos y sus dos amigos, se dirigen a una flotilla de portaaviones que se encuentran penetrando en estos momentos el Pacífico, oriundos de Alemania, con una carga sumamente especial y que cambiará la vida de los incautos pasajeros de una manera radical.


    —¡¡¡No puedo creerlo!!!— estalló de júbilo Kensuke, con su inseparable cámara de vídeo, refiriéndose al paisaje, el cual jamás lo había contemplado en su vida, moviéndose frenéticamente de un lado a otro de la cabina —¡¡¡Un helicóptero de transporte MIG 55D!!! ¡Nunca en mi vida pensé que me subiría a uno de estos! ¡Y todo esto gracias a ustedes, mis queridos amigos!

    —¿Quieres dejar de hacer eso, POR FAVOR?— suplicó Kai, sujetándose con ambas manos la boca del estómago y con un semblante algo pálido, sufriendo de náuseas cada vez que Aida pasaba delante de él, haciendo gran escándalo.

    —Tal vez si no hubieras tragado tanto antes de venir, no tendrías estos problemas— replicó Katsuragi, a su lado —A ver si así aprendes a moderarte cuando comas.

    —Maldita comida japonesa....— maldijo el muchacho, mientras su faz se tornaba verde — Estoy casi seguro que ese tepanyaki estaba contaminado... ¡pero es que sabía tan delicioso!

    —Muchas gracias por habernos invitado, señorita Misato— agradece Toji una vez más, un tanto avergonzado del comportamiento de Aida, quien se paseaba cómo párvulo por todo el helicóptero, mientras al mismo tiempo cambiaba de asiento, ya que se encontraba justamente en frente de Rivera. Más vale prevenir que lamentar, cómo dicen por ahí.

    —Oh, no fue nada.... — la mujer se apresuró a contestar cortésmente. Pensaba que quizás a sus pupilos les hacía falta pasar más tiempo con chicos de su edad, y que mejor ocasión para hacerlo que en aquella misión de paseo, cómo designaba ella a escoltar a la Unidad 02 hasta territorio japonés, más específicamente hasta los cuarteles de NERV —Sólo pensé que sería algo aburrido estar siempre en el mismo lugar, así que los invité a salir para que pudieran ver otros paisajes.

    —¡Vaya, de manera que ésta es auténticamente una cita con la señorita Misato!— exclama Toji, sumamente exaltado —Qué bueno que esta vez traje conmigo mi gorra de la suerte— pronuncia con una enorme sonrisa en los labios, mientras se voltea su cachucha.

    —¿Y, precisamente, adónde vamos? — interroga Shinji, quien hasta el momento se había quedado expectante, contemplando la belleza de aquellos parajes.

    —Daremos un pequeño paseo por el Pacífico en esa pomposa nave de allá— respondió la capitana, al mismo tiempo que señalaba un punto en el océano por la ventanilla.

    —¡Sorprendente!— se apresuró a decir Kensuke, haciendo a un lado de un empujón a Ikari, sin perder una sola toma con su mini- cámara, completamente embelesado ante la majestuosidad de la imagen —¡Es la flota completa del Atlántico! ¡Ocho portaaviones y siete acorazados! ¡Es genial!

    —¿Esa es una flota?— advierte Suzuhara al divisar las naves —No se ve muy imponente que digamos...

    —¡Claro que sí!— replica de inmediato Aida, mirándolo desdeñosamente —Y mira, ésa es la nave insignia, “Over the Rainbow”. ¡Un orgullo de las Naciones Unidas!

    —¡Es gigantesca!— nota Shinji, asomándose también por un rendijo.

    —Lo que yo me pregunto es cómo una reliquia de ésas puede aún flotar— comenta Misato, sin prestarle demasiada atención al asombro de los jóvenes.

    —Al contrario, está hecha de muy buen material— afirmó categóricamente Kensuke, erigiéndose en defensor de las Fuerzas Armadas de las Naciones Unidas —Sobrevivió incluso al Segundo Impacto.

    —Hemos llegado, señora— se apresuró a comunicar el piloto, impaciente por deshacerse de su molesta carga cuanto antes.


    —¡Vaya osadía!— pronunció en alemán el almirante de la flota desde el puente, observando el vehículo que aterrizaba sobre la pista con sus gemelos —¡Mira que traer la batería de su juguete!— musitó, al observar el gigantesco compartimiento de carga de la aeronave, que transportaba un cordón umbilical para Evangelion, de varios kilómetros de longitud enrollados.

    —Es un auténtico descaro— corroboró su primer oficial, a su lado, cruzándose de brazos.


    Mientras el piloto aterriza la aeronave, Misato alcanza a divisar desde su ventanilla una joven que observaba todo desde el puente, para luego apresurarse a bajar hacia la pista donde aterrizarán, bajando los escalones de la escalinata de dos en dos, firmemente apoyada en el pasamanos.

    “Vaya, con que allí está ella” pensó para sí la mujer de cabellera oscura. “Pensé que lo más probable era que ella vendría por avión. Siempre tan enérgica. Estoy segura que esos ímpetus nos ayudarán mucho de ahora en adelante. Bien encauzada será de mucha utilidad para la misión, la pequeña fiera. Quizás ya nos hacía falta un piloto con esa vitalidad, sólo para compensar la parsimonia de Rei, la insolencia de Kai y lo escrupuloso de Shinji.”

    El helicóptero aterriza, las hélices dejan de girar, se apagan los motores y los pasajeros descienden del vehículo, medio encandilados por el ardiente sol tropical. El constante movimiento del barco no ayuda mucho al desvalido Doctor Rivera con sus náuseas.

    — Oh, rayos.... no me acordaba que los barcos se movieran tanto— farfullaba, tapándose la boca con las manos, mientras su semblante se hacía todavía más verde.

    El incesante vaivén de la nave, mecida inclementemente por las olas del océano por el que se deslizaba, provocan finalmente una reacción explosiva en el estómago del joven, quien se apresuraba a llegar lo más pronto posible a la borda, corriendo lo más veloz que sus piernas le alcanzaban al sentir el alimento a medio digerir subiendo más y más aprisa por su esófago, para pronto alcanzar la boca.

    Sus acompañantes sólo lo observaban momentos después, ecuánimes, cuando agachaba un poco la cabeza, apoyándose en el pasamanos y hacía unos ruidos espantosos, repitiendo el proceso varias veces. En esas estaban, cuando de súbito una repentina ráfaga de viento despojó a Toji de su preciada gorra, quien al verla flotar indefensa ante los caprichos del viento se lanzó tras ella.

    —¡Oh, no, no!— se lamentaba mientras la perseguía por toda la cubierta —¡Es mi gorra de la suerte, no puedo perderla!

    Efectivamente aquella prenda era la que siempre llevaba puesta a los partidos de béisbol en el equipo de la escuela, en donde él gustoso jugaba. Con aquella gorra puesta había dado el batazo que se convirtió en su primer cuadrangular, y también con aquella gorra puesta había hecho la carrera que les había redituado en obtener el campeonato regional de escuelas secundarias, apenas el año pasado. Claro, aquellos tiempos eran mucho más sencillos, eso era antes de que la ciudad fuera abandonada a su suerte por los habitantes, antes de la llegada de los gigantes que la asolaban a cada rato, antes del terror del fin del mundo; debido a esas condiciones, ya no se podían dar el lujo de organizar algo tan trivial, pero a la vez tan anhelado y preciado, como unas competencias deportivas interescolares. Suzuhara lo sabía bien, y era por ello que tenía en tan alta estima aquella prenda.

    La cachucha del joven ve interrumpida su parsimoniosa trayectoria al ser pisada violentamente, restregándola con desdén en el piso al mismo tiempo que el muchacho intentaba inútilmente recuperarla, sin prestar demasiada atención a quién pertenecía el pie que había salvado su propiedad de salir volando por la borda del barco.

    —Buen día, Misato — saluda la dueña del pie, una deliciosa criatura de unos catorce años, esbelta, de largos y finísimos cabellos rubios y un par de hermosos ojos castaños, posando para los recién llegados como si fueran a sacarle una foto, alisándose los inquietos cabellos mecidos por el viento.

    —Hola, Asuka. ¿Cómo has estado?— devolvió el saludo con jovialidad la aludida.

    —No tan bien cómo tú, según parece— expresó sarcásticamente, refiriéndose a la compañía que llevaba consigo Katsuragi.

    Un niño sin modales obsesionado con su gorra, otro que se comportaba como un preescolar en excursión, corriendo, grabando y señalando todo lo que ocurría a su alrededor, hasta el más minúsculo detalle, y finalmente un muchacho macilento con expresión de idiota, desarrapado; en fin, que no representaban una escena muy marcial ni gallarda, que se acostumbraba tanto en medio de ese ambiente de extrema disciplina militar.

    —¡Asuka, linda, has crecido mucho desde la última vez que nos vimos!— pronunció entonces la capitana, pasando del sarcasmo y genuinamente sorprendida al ver a la jovencita delante de ella —Eso fue ya hace bastante tiempo...

    —Así es— responde la muchacha con gran orgullo en su tono de voz, levantando el rostro para que pudiera verla bien —Y no sólo he crecido en estatura, también mi figura se ha delineado— y al decir esto giró completamente sobre su eje, para que la capitana y su reducida comitiva pudieran apreciar mejor su grácil cuerpo, y de paso permitió que Toji recuperara su preciada gorra, sacudiéndole el polvo de encima para después terminar dándole un beso —¿Ya lo ves?

    —En efecto, estás hecha toda una hermosura— confesó la mujer, divertida por la soberbia de la criatura —De seguro los muchachos se pelean por ti ¿eh? Debes ahuyentarlos a palos.

    —Esas cosas no importan mucho para alguien de mi categoría, deberías saberlo— dijo, altiva, cruzándose de brazos —Por cierto, ¿en dónde está ese vago inútil que siempre te acompañaba? ¿Cuál era su nombre? ¿Kyle, Kai, Caín? Me cuesta trabajo recordar cómo es que se hacía llamar, con tantos nombres que usaba— preguntó, peinando todo el lugar con la mirada en busca del mencionado sujeto.

    —¡Ja, ja, ja! ¡Qué simpática eres! Mientras estemos en Japón, y sus aguas territoriales, su nombre es Kai. También hoy lo he traído conmigo— responde Misato, para después mirar por el rabillo del ojo al chiquillo, que seguía vaciando el estómago en el vasto mar —Lo que pasa es que él... eh... continúa en el helicóptero, lo puse a buscar un arete que se me cayó durante el vuelo.

    —¿En serio?— murmura Asuka, entornando los ojos, extrañada ante aquella respuesta. La mujer con rango militar le tapaba por completo al joven con problemas digestivos —Pero si estoy viendo que traes tus dos aretes puestos...

    —Sí... bueno, se trata de otro arete, siempre cargo uno de repuesto... cómo sea— divagó rápidamente la mujer, desviando el curso de la conversación —Shinji— continuó, tomando a Ikari por los hombros y poniéndolo en frente de la jovencita —Es un honor para mí presentarte a la persona que desde hoy será tu nueva compañera, la piloto exclusiva de la Unidad 02, el Tercer Niño Elegido: Asuka Langley Soryu.

    La muchacha asiente con una sonrisa altanera, ante la tímida reverencia que le hace el chiquillo, algo intimidado por su porte distinguido, pero arrogante. Verla lo hacía pensar en cierta forma aquellas princesas de reinos muy lejanos que protagonizaban los libros de fábulas e historias que leía cuando niño

    —¿Este es el tan mentado Cuarto Niño?— preguntó la jovencita en voz alta, mirando a Shinji con los ojos entornados, un poco incrédula —No se ve que sea la gran cosa...

    El susodicho no contestó a la ofensiva, sino que se limitó a encogerse de hombros, mientras desviaba la mirada de aquella chiquilla tan hosca, con el rostro enrojecido, tratando de olvidar aquel ridículo e inoportuno comentario. Se armó de paciencia y finalmente calló. La paciencia y prudencia formaban parte de las cualidades de aquel tímido muchacho. Eso era muy evidente, pensaban sus acompañantes.


    De improvisto, una ráfaga de viento (que al parecer estaba muy juguetón en ese día) hace de las suyas nuevamente, levantando la falda del aflojado vestido que traía puesto la niña, revelando así a todos los presentes de qué color era su ropa interior, un tanto recortada y atrevida, por cierto.

    Aún sin reponerse de la impresión, con el rostro encendido, Asuka despacha a todos los jóvenes con una sonora bofetada, con la dignidad por los suelos, furiosa y buscando desquitarse con el primero que se le pusiera en frente; esto ante el descontento de Toji, con justificación, ya que ellos no tenían manera de controlar los caprichos del viento.

    —¿Porqué diantres hiciste eso?— reclamó Suzuhara con vehemencia, acariciándose la mejilla enrojecida por el golpe.

    —¡Por atrevidos! Una joven decente como yo no puede permitir que todos anden viendo su intimidad así cómo así— respondió la chiquilla, aún abochornada —¡Me la debían, cerdos!

    —¿Ah sí?— entonó el chiquillo, retador, mientras que, sin nadie que pudiera anticiparlo se bajó sus pantalones deportivos para que también ella pudiera contemplar los calzones de boxeador que llevaba puestos —¡Pues aquí está tu cambio, bruja! ¡Ya estamos a mano! ¡Ja, ja, ja!— e inmediatamente, como poseído por un pérfido demonio, se bajó también los calzoncillos, dejando al aire sus joyas íntimas.

    La chiquilla lanzó un atronador grito de horror, al tiempo que sus demás acompañantes quedaban petrificados, aterrorizados por la exhibicionista reacción del chiquillo. Acto seguido, a la velocidad del rayo Asuka volvió a castigarlo con una senda bofetada que por poco lo derriba al piso, en lugar de sólo dejarle la mitad de la cara hinchada y casi inmóvil.


    —Siento mucho lo de su camisa, señor— se escucha a lo lejos la voz de Rivera, que venía en dirección al escaso grupo —Si me lo permite yo se la lavo, sé por experiencia propia que el carbonato hace maravillas con ese tipo de manchas... o bien, permítame comprarle una nueva. Lo lamento tanto, no me había dado cuenta que estaba allí— se disculpaba en alemán una y otra vez, alzando los brazos, ante los incesantes reclamos y maldiciones que un marino de aspecto amenazante le profería mientras se alejaba de él.

    —¡Allí está él!— exclamó Katsuragi, intentando aligerar la tensión entre los jóvenes al desviar de nuevo el tema —¡Kai! ¡Mira quién está aquí!— pronunciaba levantando la mano para atraer la atención de su protegido.

    El muchacho observó detenidamente a donde se le indicaba. Ciertamente, Asuka Langley Soryu no era, por mucho, su persona favorita. De ella sólo tenía el recuerdo de aquella niña flaca y pecosa que en todo el tiempo que estuvieron juntos, allá en Europa, cuando se conocieron en esa reunión de niños prodigio, además de que los dos eran ya pilotos designados de Evangelion, siempre lo sacaba de sus casillas, gritando y pellizcándolo incesantemente, provocando que surgiera en él una aversión instintiva a todo lo que tuviera que ver con ella. Chiquilla odiosa, parecía querer todo el tiempo fastidiarlo a donde quiera que se encontraran. Nunca cerraba el pico, y tenía que soportar su parloteo bastante tiempo sin poder hacer nada, ya que se le había inculcado que “a las mujeres no se les toca ni con el pétalo de una rosa”, aunque ya no se acordaba quien lo hizo.

    Por lo tanto, le costó trabajo reconocerla mientras avanzaba, buscando en sus recuerdos a una persona que encajara con el físico de la persona que Misato le señalaba. En verdad que había cambiado, pensó cuando al fin se dio cuenta quien era. En primer lugar, lo más lógico era que había aumentado de estatura. Era de suponerse. Pero otras partes de su cuerpo también habían crecido, aumentado. A la par que avanzaba hacia ella, en silencio, se daba a la tarea de examinarla detenidamente, con aquella mirada suya que asustaba. La veía, ataviada en ese ligero vestido amarillo de una sola pieza que el viento ondeaba a capricho, de gran escote que dejaba apreciar parte de sus duros y redondos senos, algo grandes para su edad (¿pero quién se podría quejar? él no, es seguro). Su piel blanca, pero sin mancha alguna, que se antojaba suave al primer vistazo; como le hubiera gustado comprobarlo en ese momento. El vestido, ceñido a la estrecha cintura de avispa, remataba en una holgada falda que le llegaba a las rodillas, pero que en ocasiones, cuando la luz le atravesaba, se transparentaba y permitía distinguir sus torneados y largos muslos, que decir de esas caderas de ensueño.

    A cada paso que daba, Rivera comenzaba a sentir una especie de malestar, cómo un vacío en el estómago; pero eso nada tenía que ver con su mareo. No, tenía que ver con algo mucho más profundo, más orientado a las pasiones que cualquier hombre puede tener, y mucho más un muchacho de su edad. Pronto, tres millones de años de instinto se activan en él, despertando hormonas dormidas que de inmediato comienzan a trabajar, preparando al organismo para una posible reproducción. El pulso se acelera, las manos tiemblan y se ponen sudorosas, el cuerpo se entume y el pensamiento racional se desvanece, aunque sólo sea por unos momentos. Un antiquísimo sentimiento, inherente a nuestra parte animal, se apodera del corazón y de la mente. Aquella sensación que suscitaba ver a una hembra tan hermosa y perfecta como ella, ese frenesí loco de tener a toda costa que poseerla, hacerla suya por siempre sin importar los obstáculos. Deseo. Sí, vaya que era una muy baja pasión, una animalesca pasión. Hubiera preferido que fueran perros, para en ese caso poder lanzársele encima sin más.

    Pero no era así. La cosa es que no eran bestias, sino seres humanos con, supuestamente, raciocinio e intelecto superior al de los demás animales; por lo tanto, atados a una sociedad que les imponía reglas morales y legales que les impedían perder el control de esa manera. De tal suerte, prefirió conducirse con cierta mesura. No era gran problema, tenía gran práctica en aquellos menesteres de la cortesía y compostura. Además, no sería gran cosa conquistar después a aquella chica bonita y de cabeza hueca, tal y cómo lo había hecho con tantas otras antes... antes de... antes de.. de Rei.

    Curioso, pero en esos momentos la efigie de la muchacha, siempre tan presente en todos sus pensamientos, se le antojaba lejana, semejante a un mal sueño. No se acordaba ni de su nombre ni de cómo lo había despreciado con anterioridad teniendo a Asuka enfrente, finalmente la había podido extirpar de su conciencia; por un breve momento, el fantasma de su recuerdo lo dejó de asolar. Total, si ella ya había tomado su decisión y quiso elegir al delicado Shinji, allá ella, se lo pierde, pero no por eso él tenía que vivir en celibato por el resto de su vida. Quizás no había sido tan malo venir, después de todo.


    Por su parte, también la joven alemana había quedado un poco impresionada de ver el paso del tiempo en su viejo conocido, al que tenía ocho años que no veía. De alguna manera, al recordar fugazmente al chiquillo engreído e insoportable, además de majadero y de escasos modales que había conocido en ese entonces, se imaginaba que lo más probable era que hubiera crecido para ser un adefesio, uno de esos inadaptados sociales que se apartaban de todo mundo; en primera estancia lo había confundido con Ikari, pero ahora se percataba de su error, al observar algo desconcertada al joven bien parecido que se acercaba hacia donde ella estaba. Lo había reconocido por sus ojos. Esos ojos tan bellos que tenía, lo único que le había gustado de él cuando era niña. Verdes, brillantes, penetrantes, que ahora mismo parecían ver a través de ella y desnudar todos sus sentimientos, temores y deseos. De no ser quien era ella, hubiera caído desmayada en ese segundo, rendida a sus pies. Pero reponiéndose, consiguió mantenerse entera, aunque no podía negar que su presencia en primera instancia la llegó a estremecer, aunque fuera un poco.

    Caminaba con el sigilo y la elegancia de un lobo en el bosque, acechando a su presa. Casi todo en él parecía emanar del poder de la naturaleza. Poder. El poder encarnado por el que había estado soñando tanto tiempo. Se remojó los labios, mientras que su mirada continuaba clavada en el joven.

    A pesar de haber sido educada bajo la más estricta disciplina, digna de una princesa heredera al trono, de sus modales refinados y de su título universitario conseguido a una muy corta edad, muy dentro de Asuka bullía un instinto de salvaje pasión que buscaba de manera constante ser libre y que en ocasiones se lo permitía. Una rebeldía desenfrenada que representaba a su verdadero yo, y no esa fachada de buenos modales y de etiqueta que le habían enseñado a proyectar. Toji ya lo había comprobado, y no sería la última vez que lo hiciera.

    La holgada y corta ropa que traía puesta Rivera, que se había previsto contra el calor del Trópico poniéndose una camiseta ligera sin mangas de color azul complementada con unos pantaloncillos cortos blancos y unas sandalias, permitían que la muchacha pudiera apreciar la fortaleza de sus brazos y de sus piernas, además de sus músculos pectorales que se marcaban tenuemente a través de su prenda. Además de esa piel oscurecida, bronceada por el sol, que emanaba un cierto aire de sensualidad, de candencia. Según su criterio, aquello con lo que venía vestido era una auténtica facha, indigna de la posición y del lugar en donde se encontraban. No obstante ignoró ese detalle, dada la oportunidad de observar detenidamente aquél cuerpo, pero no cómo se miraría a una persona de carne y hueso, con sentimientos, emociones y anhelos propios, sino más bien a un objeto que se pudiera desear, cómo un convertible rojo con asientos de cuero y 8 caballos de fuerza.

    Los dos tenían más en común de lo que pudieran pensar.

    “No es tan mal partido, después de todo” pensaba a la par que se volvía a humedecer los labios, una vez que lo tuve enfrente. “Sí, este salvaje, esta criatura incivilizada bien podría mantenerme entretenida, aunque sea por un corto rato”.


    —Asuka, mi querida y vieja amiga, es un placer volver a verte— pronunció Kai con exagerada lisonjería cuando estuvo delante a ella, inclinándose ligeramente para hacerle una reverencia —Debes disculparme por mi atuendo, créeme que de haber sabido que te encontraría aquí me habría arreglado adecuadamente para la ocasión— continuó mientras aparentaba que se alisaba la camisa, para después besar suavemente la mano que la joven le ofrecía, al responder a su saludo.

    “¿Pero qué demonios le pasa a este sujeto?” pensaron todos los demás casi al mismo tiempo, mirándole con los ojos entornados casi como a un desconocido, al mismo tiempo que un sudor frío les recorría la frente. Definitivamente, ése no era el Kai que todos ellos conocían.

    —Al contrario, Kai, querido, me parece que tu ropaje es el indicado para soportar este sofocante calor— contestó la muchacha, apartando discretamente la mano para después abanicarse el rostro con ella, en una fingida actitud de bochorno —¡Este clima es insoportable! Pero aún así, ¡cuánto has cambiado, cariño! Ahora eres mucho más apuesto.

    —No tanto como tú, chu...— se detuvo en seco, al percatarse que iba a decirle “chula” y con eso desbaratar la ilusión de caballerosidad que había tejido a su alrededor —Quiero decir— rectificó, meneando la cabeza —Que tú estás mas bella que nunca, amiga mía.

    —Me halagas— respondió ella, notando su contrariedad “De seguro iba a decir una barbaridad, cómo es la costumbre de este salvaje. A pesar de todo, finge muy bien ser una persona civilizada” pensó, mientras añadía —¡Aún así, ha sido tanto tiempo sin saber de ti! Ven, ¿por qué no me das un abrazo?

    Y diciendo esto, extendió sus brazos para abalanzarse sobre él, que había hecho lo mismo, estrechándose ambos entre brazos, en lo que, se suponía, era un gesto amistoso. Empero, Langley no dejó escapar la oportunidad para, con sus delicados dedos, tentar y pasearlos por la fuerte espalda del muchacho.

    De la misma manera, Rivera aprovechó la ocasión, al sentir esos firmes y redondos senos apretados contra su pecho, de recorrer con su mano la finísima curva de la espalda de la jovencita, y sin poder contenerse un segundo más detrás de aquella fachada de buenas costumbres, finalmente posarla delicadamente en su firme y delineado trasero.


    —¡Óyeme, tú, pervertido inmundo!— prorrumpió en insultos la chiquilla rubia al sentir que sus partes estaban siendo profanadas. Al instante se zafó del muchacho y lo sujetó por la muñeca, tirándola de tal modo que Rivera tuvo que ponerse de puntas para evitar que se la rompiera —¡Ya decía yo que perro viejo no aprende trucos nuevos! ¡Imbécil!— entonces lo jaló hacia sí, y apoyándose en su cadera lo mandó a volar, unos dos metros lejos.

    Los espectadores enmudecieron ante el asombro que les embargaba. En los infantes, fue temor lo que se apoderó de ellos después, al ponerse a reflexionar sobre su situación. Y es que, si el mismísimo Kai había sido tratado de ese modo por aquella fiera, ¿qué podían esperar ellos, entonces?

    —¿Ah, sí? ¡Perdóname por no ser tan hábil como tú al fingir!— replicó el joven, todavía tirado en el suelo, doliéndose de la manera tan violenta en la que cayó —¡Pero aunque la mona se vista de seda, mona se queda! ¡Ahora ya recuerdo porqué no se te puede tratar como a una persona! ¡Y eso es porque no eres una muchacha, sino una maldita bruja, perra psicópata!

    —¡¿Qué dijiste, pedazo de mierda?!— exclamó Langley fuera de sí, enfurecida en niveles insospechados —¡¿Cómo te atreves a hablarme de esa manera, grandísimo idiota?! ¡Toma esto!— dijo al terminar dándole un soberano puntapié en el abdomen.

    El muchacho ya no contestó. Solamente pensó: “Oh, no. Aquí viene lo que quedaba del tepanyaki. La que se me va a armar.”

    Tal y como comprobaría posteriormente, su presagio fue bastante atinado. Apenas había terminado de formular ese pensamiento y en el acto el precioso vestido de la jovencita se vio arruinado por una gran mancha de mariscos y arroz a medio digerir.


    ¡¡¡AHHHHHHHHHHHH!!!



    Asuka gruñó, pataleó y sacó a relucir una amplia gama de gestos amenazantes, para finalmente perseguir al muchacho por toda la cubierta, el cual, al adivinar las intenciones de su nueva compañera, la prudencia y su sentido de auto conservación le habían indicado que permanecer en el mismo lugar era peligroso; dando por resultado una agobiante persecución, para burla y alegría de los marinos presentes.


    Pasada la confusión, y luego de un cambio de atuendo obligado, los visitantes reportaban su llegada al puente de mando, encontrándose a cargo a un almirante alemán, de baja estatura y amplia talla. Con una mirada severa y agria, que salía por debajo de sus abundantes cejas, mientras que su amplia y ancha nariz poseía un igualmente abundante mostacho. De entre su gorra de marino, sus plateados y despeinados cabellos salían por entre sus sienes.

    Después de examinar la orden que traía Misato consigo, el viejo marino maldijo algo en alemán, y finalmente prorrumpió, obviamente molesto, en inglés:

    —Válgame, y yo que creía que era el jefe de tropa scout de estos niños, pero ya veo que me equivoqué— expresó sarcásticamente, refiriéndose a la cantidad de jóvenes que se encontraba presente, poniendo especial atención en Kensuke, quién no dejaba de gritar de júbilo y grabar todo con su cámara, emocionado, ante la vergüenza de sus tres compañeros.

    —Gracias por su comprensión, Almirante— dijo la mujer, pasando del comentario anterior.

    —Oh, no, no, de ninguna manera: muchas gracias por traerme a más niños que cuidar, después de todo este tiempo— y después, mirando de soslayo a Asuka, que también se encontraba presente, continuó —Cómo si no fuera suficiente aguantar a Langley todo el camino desde Alemania...

    La muchacha correspondió al comentario sacándole groseramente la lengua al viejo marino, para después darle la espalda. Los hoscos modales del veterano habían propiciado numerosas rencillas entre él y la piloto durante el viaje. Por su parte, Rivera aplaudió la actitud del oficial, riéndose a costillas de la chiquilla.

    —¡Ja, ja ja ja! ¡Ay, mi Almirante, que ingenioso es usted!— decía, entre risa y risa, para luego ser callado de súbito por un fuerte pisotón de la alemana.

    —Apreciamos mucho su cooperación para el traslado por mar de la Unidad 02 prosiguió la mujer, ignorando por el momento los berridos que Kai hacía, saltando por todo el puente en un pie, pues se estaba sujetando el que la muchacha le había pisado—Aquí están las especificaciones para el suministro de energía de emergencia...

    Y deslizó una carpeta repleta que hasta ese momento traía en sus manos.

    ¡Ja!— se mofó el Almirante, regresándole de inmediato los papeles, sin siquiera haberlos visto primero —En primer lugar, yo nunca aceptaría una orden para activar a ese muñeco de hojalata en el mar.

    —Sólo piense en ello como un respaldo en caso de emergencia, señor— alegó respetuosamente Katsuragi, aunque ya le estaba colmando la paciencia la negativa actitud de aquél oficial.

    —¡Es para dichas emergencias que se supone la flota del Atlántico debe estar!— añadió molesto el viejo, dirigiéndose a su Primer Oficial —¿Desde cuando la O.N.U. nos convirtió en una maldita agencia de mensajería?

    Aguardó un poco por la respuesta, pues en eso Kensuke pasó por en medio de la conversación grabando todo lo que se encontraba en el puente, saltando y gritando emocionado como niño en dulcería, mientras que el veterano le dirigía una mirada asesina a la Capitana Katsuragi.

    —Me parece que fue desde que cierta organización fue creadale respondió con premura el oficial a su lado.

    —¡Cuidar de un juguete!refunfuñó molesto su superior, agitando su espeso bigote de una manera bastante curiosa —¡Qué gran tarea para toda la flota del Atlántico!

    Considerando la importancia del Eva, me parece que la flota es insuficiente repuso con tranquilidad la mujer.

    ¡Un momento!rugió repentinamente Rivera, sumamente indignado, irrumpiendo en la conversación —¡Este tipo tiene toda la razón! ¡¿Alguien me puede explicar porqué cuando traje a Zeta desde América sólo me asignaron un jodido portaaviones como escolta, pero para transportar a toda esta euro-basura oxidada Ikari emplea una flota entera?! ¡Eso no tiene sentido alguno!

    —¿Será acaso por que a nadie le importa lo que pueda suceder contigo y la chatarra extraña a la que te atreves a llamar Evangelion?— respondió enseguida Asuka, retadora.

    —¡Uy, qué cruel eres! Me sentiría ofendido, si ese comentario no viniera de una mocosa cobarde que se estuvo escondiendo cómodamente todo este tiempo para no tener que despeinarse en un combate real...

    —¡Cierra el pico, imbécil! ¡No me estaba escondiendo, tenía que esperar a que mi Eva estuviera listo para pelear!

    —De cualquier modo— dijo Misato, luego de carraspear, queriendo ignorar el intercambio verbal de sus jóvenes pilotos —Hágame el favor de llenar estas formas, si no es mucha molestia para usted, Almirante.

    Todavía nocontestó el marino, negándose rotundamente a cooperar de cualquier modo con aquella irrespetuosa mujer —Tal cómo la orden de la Tercera División en Alemania lo estipula, tanto como el Eva 02 como su piloto están a cargo de la flota. ¡En ese caso, no voy a hacer nada de lo que usted me pide!

    —¿Entonces cuando relevará el mando?

    Luego de anclar en Shin-Yokosuka contestó con toda calma el Primer Oficial.

    —Nos encargaremos de cualquier cosa mientras estemos en el mar aclaró el Almirante, dándole la espalda a la capitana —Sólo siga las órdenes sin preguntar.

    Al final, Katsuragi se resignó a las exigencias del veterano, viéndose imposibilitada para oponérsele, además que no le veía mucho al caso el perder tiempo discutiendo con ese anciano testarudo.

    —Está bien, entiendo suspiró, para después recuperar la compostura —Cómo sea, sólo recuerde que en caso de emergencia la autoridad de NERV rebasa a la suya.

    —¡Vaya que es genial!— admitió Suzuhara, embelesado con Misato, aunque no hubiera entendido ni jota de todo lo que hablaron ese vejete y ella todo ese tiempo.

    —Hm, a mi me parece que está actuando cómo la Doctora Ritsuko— hizo notar Shinji, al observar detenidamente el comportamiento de su tutora.


    —¡Ja! ¡Misato, ahora sí que te fregaron!— exclamó alegremente Kai frente a ella, refiriéndose a la sumisión de su guardiana ante el almirante de la flota.

    —¡Tú, cállate, no te pedí tu opinión!— refunfuñó la mujer, molesta de la burla de la que era objeto, ante la risa entrecortada del muchacho.

    Al parecer, éste había logrado captar poderosamente la atención del viejo almirante desde su primera intervención en la discusión, ya que no le había quitado la vista de encima ni un segundo, como extrañado. Lo observaba en silencio, concentrado totalmente en buscar en sus recuerdos el porqué ese chiquillo de tez morena le era tan familiar.

    Después de vario rato de deliberación interna, jubiloso encontró la causa de esa sensación, haciendo uso otra vez de la palabra, sólo que en esta ocasión se dirigió al jovenzuelo.

    —¡Pero claro! exclamó, acercándosele para encararlo —Oye, tú: ¿Por casualidad no serás algún pariente del Capitán de Navío Salvador Rivera?

    —¿Eh?— pronunció el muchacho, un tanto desconcertado —S-Sí... Salvador Rivera era el nombre de mi abuelo... ¿Acaso usted lo conoció?

    —¡Por supuesto! respondió entusiasmado el hosco marino, al mismo tiempo que lo estrujaba entre sus brazos, en medio de expresiones de alegría —¡Con razón te pareces tanto a él, si eres su nieto! ¡Tu abuelo y yo fuimos dos de los mejores amigos! ¡Ah, viejo loco, si él pudiera verte en estos momentos!

    —Vaya, por fin sucedió— murmuró Asuka, un tanto avergonzada por la escena, cruzada de brazos —Al fin a este viejo senil se le perdió el último tornillo que le quedaba...

    —Salvador Rivera...— repitió Katsuragi en su lugar, murmurando, con la mirada perdida —Están hablando del padre de José...

    Ante la sorpresa de todos los que se encontraban en el puente, el veterano oficial volvió a colocar a Rivera en su lugar, mientras que éste recuperaba el aire. Nadie pensaría que aquel duro viejo lobo de mar pudiera ser capaz de tales demostraciones de sentimientos. Ni siquiera sus allegados, que llevaban algo de tiempo conociéndolo, le habían visto antes un gesto de esa naturaleza para con nadie. El viejo adelantó sus gruesos y velludos brazos hacia el niño, depositando las manos amistosamente en sus hombros.

    —Conocí a tu abuelo durante una misión de paz de las Naciones Unidas en el Medio Oriente— le reveló, con un timbre de emoción en su voz —Allí fue dónde él salvó mi vida. Nunca pude pagarle con la misma moneda, pero desde entonces mi amistad fue lo único que pude ofrecerle.

    Sí sabía que el abuelo fue en su momento algo célebre, pero de ahí a que..— repuso Rivera, todavía más confundido por aquella extraña casualidad.

    —¡Célebre es poco para un hombre de su talla!lo interrumpió de tajo el Almirante, al recordar viejos tiempos —Fue el único aporte de su ejército, en toda su historia, para integrar una misión de los Cascos Azules... ¿Entiendes lo que digo? ¡El primero y el único de toda su nación! Eso no es poca cosa. Era un oficial muy sagaz, astuto a más no poder, un genio militar como nunca he visto... y totalmente desperdiciado. Es una lástima que haya nacido en ese país sub-desarrollado, fue lo único que le impidió destacar en el ámbito mundial con una carrera militar brillante.

    Que yo sepa intervino Kai, serio por primera vez desde que subió a ese barco —Mi abuelo estaba muy orgulloso de ser mexicano. Todos sus antepasados lo estaban, y por eso lucharon con tanta vehemencia por ese país “sub-desarrollado” aclaró el joven, para después lanzar un hondo suspiro —Por eso me parece tan triste que México, como país, ya no exista más...

    —Lo sé, lo sé continuó el viejo oficial —Otra más de sus virtudes, ese amor exacerbado que le tenía a su patria. ¡Ese tipo de fortaleza ya no se ve mucho en estos días! Por un lado, es un alivio que el pobre no pueda ya ver que su amado país fue anexado por esa nación que tanto aborrecía. El pobre se hubiera desecho de la tristeza.

    Me imagino respondió el chiquillo, mientras pensaba: “Aunque también le hubiera dado el patatús si se llega a enterar que su hijo se casó con una mujer norteamericana, y lo que es más, de Texas”.

    —Es una verdadera pena que no lo hayas conocidoreveló el veterano marino, con la mirada perdida en el firmamento —Hubieras podido aprender tantas cosas de él...

    Créame, que a pesar de que cuando yo nací él ya tenía quince años de muerto, he aprendido mucho de él...aclaró el chico, compartiendo el estado de ánimo del viejo guerrero —Papá siempre me contaba de él, de su sentido del deber, su honor, su responsabilidad...

    Sí, ya lo creo. Fue una auténtica lástima, enterarme de su muerte, y más de las circunstancias en las que ésta se dio. Fue un final muy trágico para un hombre de esa talla. Jamás me dolió tanto la pérdida de un amigo... honor, coraje y compromiso, esas eran las máximas por las que se regía tu abuelo, muchacho, y harías muy bien en tratar de seguir su ejemplo. Aunque al parecer, hoy en día esos son valores en desuso, que a muchas personas parece no importarles y mirando de reojo a Misato con cierto halo de reproche, siguió con su monólogo —Ahora ser marino es un trabajo cualquiera... ¡Estos tiempos son tan oscuros, tan bizarros! Quién sabe quéhorrores podrían fraguarse mientras que la flota del Atlántico está tan ocupada cuidando un juguete. Dios quiera que nuestra ausencia no resulte ser perjudicial.


    En esos momentos, nadie, ni siquiera él mismo, podían imaginarse la certeza de sus aseveraciones. A miles de kilómetros de su posición, cerca del continente derretido de la Antártida, en el Atlántico algo ocurre. Algo insólito, nunca antes visto en en este mundo.

    Minutos antes, no parecía que nada fuera de lo común ocurriría en esas tranquilas aguas, llenas de vida marina. El ecosistema del planeta poco a poco comenzaba a reconstruirse, a sanar sus heridas. Dentro de unos años volvería a su forma original, de no haber sido por una intervención externa.

    Pero desgraciadamente, aquello no iba a ser ya posible. Un nuevo desastre se estaba fraguando en las insondables profundidades marinas. El lecho rocoso de las profundidades se agitaba con estruendo, ante la presión que se ejercía debajo de él. Varias columnas de fuego incandescente, aún debajo del agua, comienzan a chisporrotear y a abrirse paso, liberando su furia y varios gases venenosos. Sin soportar más la fuerza que lo obligaba a retroceder, finalmente el lecho se parte en dos y en medio de una colosal explosión libera a dos objetos de dimensiones titánicas, que se apresuran a emerger hacia la superficie. Pronto la alcanzan; impulsados en parte por la fuerza de la explosión que también los había liberado aunque fuera por unos momentos, de la fuerza de gravedad.

    Las corrientes marinas se detienen por una fuerza invisible que se ejercía sobre ellas, tomando poco a poco un pigmento rojo, ocasionado por las fuertes temperaturas que se desataban allá abajo, a medida que esas cosas se iban acercando. Las ondas de expansión alcanzaban kilómetros y kilómetros, mientras todas las aguas se revolvían unas contra otras con estrépito, para que entonces emergieran de las profundidades aquellas dos enormes moles, retando al brillante sol, eclipsándole aunque fuera por unos segundos, para después volver a caer entre las turbias aguas del agitado Atlántico.

    Al cabo de un rato, es posible distinguir un aterrador rastro de cadáveres de peces y otras formas de vida marina, que flotaban inertes sobre las olas del corrompido océano, dirigiéndose en posición opuesta a la flota, es decir, hacia el Océano Índico.

    Un terrible horror más estaba por desatarse en el mundo entero.


    Ignorantes todos ellos de aquél suceso, una voz familiar para Misato se escuchó entonces a lo lejos. Hacía años que no escuchaba aquella garganta y hubiera preferido no volver a hacerlo, pero en cuanto lo hizo, sólo pudo quedarse petrificada en su lugar, totalmente sorprendida y molesta a la vez.

    —¡Eh, Katsuragi!— saludó aquella voz, en japonés. —¡Dichosos los ojos que te pueden ver! ¿Qué estás haciendo por estos rumbos?

    Los ojos de la chiquilla alemana se abrieron de par en par, mientras sus pupilas se ensanchaban y una enorme sonrisa se dibujaba en su rostro, para de inmediato pronunciar emocionada y alegre el nombre de aquel sujeto: —¡¡Kaji!!!

    —¡Hey, si es nada menos que el Doctor Rivera! ¿Cómo has estado, amiguito?— saludó efusivamente el recién llegado al muchacho, dándole de paso una amistosa, pero fuerte palmada en la desprevenida espalda del joven, quien por poco cae de boca al piso.

    —A decir verdad... estoy bastante mareado— respondió lastimosamente el chiquillo, cuyo semblante volvía a tonarse verdoso —Y si sigues pegándome así vas a sacarme todo el relleno, amigo...

    —Gracias por la advertencia— contestó aquél hombre, que en todo ese rato no le había quitados los ojos de encima a Misato, y fue de esa forma que dio un paso al costado —En ese caso, procuraré mantenerme lejos de la zona de salpicaduras...

    —¡Señor Kaji, no recuerdo haberlo invitado a mi puente!— aseveró el Almirante, molesto de igual forma por la intromisión de su más reciente visitante.

    —Lamento mucho mi intrusión, señor— se disculpó el sujeto alzando una mano y guiñándole un ojo, con la jovencita rubia ya colgándole de un brazo —Pero en cuanto escuché esa dulce voz, de inmediato supe que se trataba de la Capitana Katsuragi y tuve que venir a saludarla...

    Como respuesta lo que obtiene es una mirada asesina de parte de la mujer, mientras le daba la espalda con mucha prisa e indignación.

    —En ese caso, y si me disculpa, Almirante, lo dejo continuar con su trabajo— dijo al mismo tiempo que tomaba por el brazo a Rivera para arrastrarlo lejos de allí —Haga su mejor esfuerzo para transportar todo entero y a salvo a Shin-Yokosuka.

    Y sin más salió del cuarto, seguida por Shinji y sus invitados, y después por Kaji y Asuka, dejando solos a la tripulación del puente con sus labores.


    —¡Mierda!— farfulló el viejo marino, viendo a sus indeseables huéspedes partir —¿Y se supone que el destino del mundo entero está a cargo de esos mocosos?

    —Los tiempos cambian— asintió su subordinado, inclinando la cabeza —Escuché que el Consejo de Seguridad ya les aprobó un aumento en su presupuesto. Han puesto todas sus esperanzas en ese robot.

    —¡¿Ese juguete?!— reclamó iracundo el viejo lobo de mar, alzando los brazos —¡Imbéciles! Si tienen dinero para esas idioteces, entonces también deberían pagarnos más...

    —¿Sabe, Almirante?— asomó Kai su cara desde la puerta —Creo que tiene todo la razón, y yo podría hacer que...— en el acto fue interrumpido por Misato, quien asiéndole de una oreja lo obligó a retirarse, ante los quejidos entrecortados del muchacho.

    —Ni hablar— sentenció el almirante, mirando atónito el vacío umbral a su puente.


    Aquel hombre de unos treinta años de edad cuya presencia tanto molestaba a la Capitana Katsuragi era Ryoji Kaji, enlace entre NERV y la ONU, oficialmente. Sin embargo, su verdadera función era la de fungir como una clase de espía de NERV en las Naciones Unidas, además de realizar de vez en cuando algunos “encargos”. Podría decirse que era la contraparte del cargo que desempeñaba Kai.

    En esos momentos vestía una arrugada camisa azul, con una desajustada corbata, obviamente por el calor de aquella zona; un pantalón de vestir negro y unos zapatos del mismo color. Tenía una barba de tres días y una cola de caballo acomodaba su peinado.


    El pequeño elevador que los estaba llevando hacia el comedor de la nave de guerra era, evidentemente, insuficiente para la cantidad de personas que estaban en ese momento allí. Apretujados unos contra otros, se las ingeniaron para acomodarse y así lograr que todos cupieran en el reducido espacio.

    “Mejor hubiera tomado las escaleras” pensaba Toji de cara a la pared del ascensor, un tanto incómodo de la situación.

    —¿Y qué se supone que estás haciendo aquí?— preguntó Misato con hastío, aplastada contra una de las paredes, ante la inquisidora mirada de Ryoji.

    —Estoy acompañando a Asuka desde Alemania, qué más...— contestó dificultosamente el sujeto —Además, de todos modos tenía que ir a Japón por cuestiones de negocios, tú sabes...

    —Sí, ya me imagino qué clase de negocios— repuso la mujer, sabedora de antemano de la clase de cargo que desempeñaba su conocido —Me estoy volviendo descuidada— se lamentó, suspirando y agachando la cabeza ligeramente —Debí haber previsto que algo así sucedería... no sé porque no lo hice...

    De improviso, al mismo tiempo Langley y Katsuragi reclaman al unísono, con cara de muy pocos amigos:

    —¡Óyeme, desgraciado, no me toques!

    Y de la misma manera, haciendo gala de una impecable e involuntaria coordinación, Kaji y Rivera responden a la vez:

    —¡No puedo evitarlo! ¡No lo estoy haciendo a propósito!


    En cuanto se abrió la puerta, haciendo que Suzuhara por poco y se estampara de cara contra el piso, pareció como una bendición el poder respirar aire fresco de nuevo, y nadie se tardó para salir de aquél espacio tan reducido.

    Kai y Shinji se habían quedado en la parte de atrás de la excursión, y mientras los demás se apresuraban a llegar al comedor, ellos caminaban tranquilamente.

    — Kai— dijo Shinji, interrumpiendo el breve silencio que se había desatado— ¿Quién es ese tipo? ¿ Y porqué Misato está tan molesta?

    —Su nombre es Ryoji Kaji— respondió Kai, sujetándose la boca de su alborotado estómago —Él, junto con la Doctora Akagi, fue compañero de Misato en la universidad. Y además de eso, él y Misato fueron... algo más... tú sabes— pronunció aquello al mismo tiempo que juntaba sus labios y hacía ruidos con ellos, imitando el sonido de un beso.

    —Ah, ya comprendo— dijo sagazmente su compañero.

    —Maldita sea...— prosiguió Rivera, encongiéndose, adolorido del estómago —Ahora estoy seguro que esos camarones estaban contaminados con algo... en cuanto le ponga las manos encima al pelmazo que me los preparó... ¡Puta madre, tengo que ir al baño!

    Fue así que el infortunado muchacho se adelantó al contingente con paso veloz, en búsqueda de algún sanitario, mientras el silencio se volvió a imponer entre todos sus acompañantes hasta que llegaron al comedor de la nave.


    Cuando por fin llegaron al comedor no hubo gran problema para poder acomodarse, ya que aquel salón era algo grande para poder albergar a toda la tripulación del barco, por lo que había mesas distribuidas a lo largo de todo el lugar. Hasta tenían mucho espacio de sobra, a diferencia del pequeño elevador en el que habían bajado. Las ventanillas dejaban colar la luz de afuera, por lo que el cuarto estaba muy bien iluminado en esos momentos.

    Los demás ya se habían servido e instalado cómodamente en una de las mesas, y al llegar quien hacía falta, tuvieron que apretujarse los unos a los otros para que se pudieran instalar. En cuanto se hubieron sentado todos, la conversación continuó.

    —¿No piensas comer algo, Kai?— preguntó Katsuragi al notar que su muchacho no se había servido nada ni llevaba una charola consigo, a diferencia de ellos —¿Todavía te sientes mal?

    —Eh... no... no, lo que pasa es que no tengo mucho apetito que digamos en estos momentos— contestó evasivamente el joven —Me parece que mejor me espero a llegar a tierra para comer algo...

    —Muy bien— respondió Asuka, dándole una mordida a su sándwich de atún —Así tal vez pueda llegar a Japón con este vestido limpio.

    —No me presiones, muchachita, ó no podré responder de mis actos...— amenazó Rivera con volver a ensuciarla, ante aquella burla.

    Lo cierto era que el chiquillo no se sentía muy bien y ese malestar había empezado y aumentado a medida que se habían acercado al barco donde se encontraban. Sentía como una especie de mareo, de bochorno, una sensación bastante sofocante a bordo del barco.

    Y parecía que, aunque pareciera algo raro, todo indicaba que la presencia de Ryoji agravaba su situación, pues la molestia se había intensificado desde que él llegó. ¿A qué se debería aquél extraño fenómeno?

    “Que cosa tan rara, tan curiosa” reflexionaba Kai, sintiéndose cada vez más débil “No, no, debe ser sólo mi imaginación. No hay nada de malo con Kaji, sino con esos malditos camarones echados a perder que ese cretino me puso en mi comida” Sí, eso debería ser, trataba de convencerse mientras hacia acopio de fuerzas para mantenerse indemne.

    —Y dime...— se dirigió Ryoji a Katsuragi, jugueteando con una cuchara —¿Estás saliendo en estos momentos con alguien?

    —No creo que eso sea de tu incumbencia— repuso serenamente la mujer, sorbeando su bebida.

    —No, no está saliendo con nadie— agregó Rivera, intentando sobreponerse —Pero un fulano, Makoto Hyuga, le ha estado haciendo ojitos de borrego desde hace un buen rato...

    —¡¿Hyuga?!— exclamó sorprendida Misato, dejando de comer —¡¿Hyuga?! ¿Quieres decir nuestro Hyuga? ¿Ese mismo Hyuga?

    “¿Quién demonios es ese tal Hyuga?” pensaron al mismo tiempo Toji y Kensuke, sumamente enfadados.

    —Ay, ni te hagas que la Virgen te habla— respondió el muchacho, cruzándose de brazos —Ya todo mundo en el cuartel sabe que lo traes suspirando al pobre tipo...

    —Misato nunca ha sido muy perceptiva que digamos— añadió Kaji, en tono burlón, apoyando la barbilla entre las manos.

    —¡Es que ella es tan bonita, que no puede contar a tantos admiradores que tiene por todas partes!— salió a su defensa Kai, agazapándosele del brazo y dándole un afectuoso beso en la mejilla.

    —Así que, Kai... — pronunció muy seriamente Kaji —Entiendo que sigues viviendo con Misato, ¿no es así?

    —Es mucho mejor que vivir en la calle, o es lo que me han dicho...

    —Y dime... ¿sigue sin dejar de dar vueltas en la cama?

    El último comentario explotó como una detonación nuclear entre el auditorio, dejando a todos atónitos en su lugar y enrojeciendo de vergüenza a cada instante, sobre todo a Katsuragi; nadie se esperaba aquella atrevida interrogante, inclusive el cuestionado, quien aunque seguía calmado, no pudo evitar extrañarse ante la inusual pregunta, volteando los ojos al cielo, y apoyando su barbilla en la mano, como si estuviera reflexionando. Mantuvo esa pose algunos momentos, hasta que finalmente respondió:

    —Uy, ni te imaginas, camarada. Una vez me tocó dormir con ella cuando nomás nos dieron una sola habitación en un hotel de por allá en Europa y parecía un torbellino; me dejó sin nada de cobija, además de que tuve que aguantar sus incesantes manotazos y patadas por toda la noche. Aquello parecía más un ring que una cama. Pero todo eso tú ya lo sabías ¿o no?— preguntó maliciosamente el chiquillo.

    Misato, en el momento de oír aquella respuesta, dejó su aparente inmovilidad, y con su cara hecha una máscara de ira, al contraste de sus mejillas que adquirieron un acalorado color carmesí, arremetió contra su protegido, hundiendo su puño en el cráneo del niño, adquiriendo con esto su rostro una expresión desvalida, casi deforme.

    —¡Tarado, no tienes porqué andar contando nuestras intimidades a todo mundo! — rugió la mujer luego de haber administrado el justo castigo, mientras el regañado tocaba con sus dedos su cabeza, lanzando un lastimero quejido —¡Y tú!— se dirigió a Kaji, amenazándolo con el dedo índice —¡¿Cómo te atreves a insinuar algo así, y aún más, delante de los niños?! ¡Sigues siendo un desvergonzado!

    Esa situación tan chusca no pudo más que sacar una enorme sonrisa en el rostro de los presentes, mientras la militar seguía con su sesión de regaños e insultos, sin advertir el divertido efecto que causaba en los demás.

    —Y dime, Shinji Ikari— pronunció Kaji, una vez que los ánimos se hubieran calmado un poco —¿Qué tal ha sido vivir con un par de personajes cómo éstos?

    —Algo interesante, me supongo— contestó Shinji, acabando con lo que había en su plato —¿Pero cómo sabe mi nombre?

    —No es muy raro que yo sepa tu nombre, joven Ikari— repuso el sujeto —En mi círculo, tú y el amigo Kai gozan de cierta fama. Todos hablan de ustedes dos, del Segundo y Cuarto Niño que lograron pilotear un Eva sin ningún entrenamiento previo. Algo sorprendente, si me permiten agregar...

    Al escuchar aquellas palabras, y todavía más cuando venían de Ryoji, la joven alemana, desde su lugar, no pudo evitar lanzarles una mirada asesina a los dos muchachos, molesta de que ese par de imbéciles se estuvieran llevando todo el crédito y el reconocimiento de las personas.

    —No fue la gran cosa— contestó por su parte Ikari, algo apenado —Tuve algo de suerte...

    “No lo niego” pensó para sí Rivera, entornando la mirada.

    —Qué modesto eres. La suerte también es una cualidad— prosiguió el sujeto —Es parte de tu destino, del talento innato que posees...— luego, se puso de pie, acompañado por la chiquilla, y terminó despidiéndose —Piensa en eso, ¿quieres? Nos veremos después— acabó, alzando una mano mientras le daba la espalda al grupo.

    —Esto tiene que ser una broma pesada— se lamentó Misato, escondiendo el rostro entre las manos —No, más bien es cómo una pesadilla...


    En otro tiempo y lugar muy distantes, corría el año de 1985 en la Ciudad de México, capital de aquél país latinoamericano. Era mediados de la década de los 80's, época extravagante y turbulenta en casi todos los ámbitos, tanto sociales, culturales, políticos y económicos. Era sobre todo en este sensible último rubro donde la nación mexicana más adolecía en aquellas fechas. Muy atrás habían quedado los años del así llamado “Milagro Mexicano”, durante los cuales se había alcanzado un crecimiento sostenido de hasta el 7% en sus mejores momentos. La época de la “administración de la abundancia”, tal como le había llamado uno de sus gobernantes, había concluido y daba comienzo un prolongado periodo de incertidumbre financiera, donde las crisis y devaluaciones de la moneda serían la única constante para la república mexicana. Eran los tiempos de la “Renovación Moral de la Sociedad” y novedosos términos como “neoliberalismo” y “globalización” apenas iban entrando en uso.


    Ese año también había dado comienzo el segundo periodo de Ronald Reagan como presidente de los Estados Unidos de América, y en contrapartida Mijail Gorbachov había sido elegido líder de la Unión Soviética, el último antes de la venidera caída de la superpotencia comunista, aunque eso aún no se sabía entonces. El terrorismo era el tema de boga, corriendo rampante en países como Irlanda, Israel, España y Colombia, entre muchos otros. Artistas como Michael Jackson y Madonna reinaban en todas las listas de popularidad en las radios del mundo entero, y asimismo era el año de estreno de la primer película de la trilogía que se convertiría en éxito taquillero, “Volver al Futuro”, protagonizada por Michael J. Fox y Christopher Lloyd.


    La numerología, ese artificio metafísico al que en varias ocasiones se le otorgan cualidades casi mágicas para predecir el futuro, había señalado 1985 como el año en que el mundo llegaría a su fin. Otra vez. Pero, y si acaso el cálculo volvía a probar ser erróneo, había también a su disposición más fechas venideras en las que el inevitable apocalipsis se abatiría sobre la indefensa humanidad, como los años 1994, 2000 e incluso el 2012. Quizás alguna de ellas sería la correcta, por mera estadística. Probablemente.


    La única calamidad que le preocupaba en ese entonces a Salvador Rivera Sandoval, Capitán de Navío de la Armada de México, era el largo y penoso proceso de baja deshonrosa que enfrentaba desde hacía ya varios meses, por lo que tenía que estar viajando constantemente a la capital mexicana, donde se encontraba el tribunal militar que lo juzgaba. Se le imputaban los cargos de insubordinación y traición a la patria, de los cuales era bastante seguro de que no podría salir indemne, y puede que hasta tuviera que pasar algunos años dentro de prisión. La causa del conflicto residía en la breve misión de los Cascos Azules de las Naciones Unidas en la que había formado parte hace un par de años. Y aunque había acudido a dicha operación con el consentimiento expreso de su gobierno, aparentemente ser el único efectivo mexicano en participar en una misión de ese tipo le había atraído atenciones indeseadas entre los líderes de las fuerzas armadas de su país, quienes por alguna razón sintieron su posición amenazada por la repentina celebridad que obtuvo a su regreso entre la prensa nacional. Así que, gracias a un tecnicismo burocrático, se acusaba al Capitán Rivera de ausentarse de sus deberes por varios meses y de haber colaborado con gobiernos extranjeros como una especie de sanguinario mercenario, espía y saboteador.


    Pese a ser una familia dedicada enteramente al servicio de las armas, parecía que durante el transcurso de la Historia los altos mandos castrenses no se cansaban de ensañarse con los Rivera, tal y como había sucedido con su abuelo, el Teniente José Antonio Rivera Nuñez, miembro destacado del famoso Escuadrón 201 que se formó durante la Segunda Guerra Mundial. Y es que por algún motivo, solamente por ellos conocido, el comandante de la Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana había reportado fallecido al Teniente Rivera durante un simple entrenamiento, en lugar de la gloriosa muerte que había encontrado en combate contra pilotos japoneses, surcando los cielos filipinos ocupados por fuerzas niponas. Por dicha razón, absurda e incomprensible por donde se le viera, fue que aquél valeroso hombre había sido despojado de su lugar en la Historia y de cualquier otro reconocimiento posterior. ¡Pinches japoneses! ¡Pinche comandante!


    Había sido a ese héroe de su infancia al que había querido emular cuando aceptó ser parte de aquella misión en tierras extranjeras, la que después le acarrearía tantos problemas. Sabiéndose condenado desde muy temprana edad, bien consciente de lo inevitable de su destino final, Salvador supo que debía hacer lo posible porque su recuerdo subsistiera al paso del tiempo, encontrando en el ejemplo de su ancestro el mejor medio para lograrlo. Sin embargo, al final reconocía, amargamente, que en lo único en lo que se parecía a su difunto abuelo era en la forma en la que sus superiores los habían tratado como basura, masticada y escupida. ¡Pinches almirantes!


    En dicho estado, ánimo y circunstancias se encontraba la mañana de ese Jueves 19 Septiembre de 1985. Desde muy temprano se hallaba a la mesa de la cafetería del prestigioso Hotel Regis, donde se hospedaba siempre que visitaba el Distrito Federal, o “Chilangolandia” como le llamaba despectivamente él y muchos más habitantes de las provincias mexicanas, que denostaban con sumo recelo a los habitantes de su ciudad capital. Quién sabe otras personas, pero por lo menos él tenía bastantes motivos para sentirse incómodo en aquél monstruo de ciudad. Quizás la más importante era de índole personal, pues a unos cuantos kilómetros de su ubicación se encontraba la plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, donde su padre, el Capitán Jesús Rivera Lemus, había sido abatido a tiros la noche del 2 de Octubre de 1968, mientras resguardaba una protesta de estudiantes en contra del régimen establecido. Fue su asesinato, junto con el otros oficiales, lo que desencadenó una confusión que derivó en un tiroteo masivo, una auténtica matanza que cobró la vida un número indeterminado de personas. Algunos dicen que sólo fueron 20, otros que unas 1500, pero la masacre se volvió un evento significativo para la sociedad mexicana, una cicatriz profunda y vergonzosa que quizás nunca terminaría por cerrar. Ese hecho, aunado de que sus visitas cada vez más frecuentes eran para ser juzgado por un tribunal militar que terminaría por quitarle su libertad, eran lo que hacía que odiara esa ciudad más que cualquier otra.


    Sentado a la mesa, con un cigarrillo encendido en la mano y una taza de café a medio consumir frente a él, su mirada se encontraba perdida en el vacío en tanto sus pensamientos revoloteaban entre la divagación y una angustia trepidante que picoteaba incansable su vapuleado temple. Pensaba en la razón que lo había llevado a estar ahí, en ese día y a esa hora. Tenía que estar muy temprano en la sala del tribunal, donde en sólo unas cuantas horas se le dictaría sentencia y se procedería al periodo ordinario de apelaciones. Pero de antemano el Capitán Rivera tenía la certeza de saber el resultado de toda esa farsa montada en su contra. Las personas que lo habían colocado en esa posición no descansarían hasta verlo tras las rejas, con su reputación completamente arruinada. No hacía más que pensar en su familia, a quienes había dejado en casa, en Puerto Vallarta. Su mujer y sus gemelos, los “cuatitos” Rivera, como los apodaba cariñosamente, quienes tendrían que crecer con su padre guardado a la sombra y en la deshonra absoluta, con los últimos remanentes de una fortuna familiar agotada desde hacía ya muchas generaciones. Sabía perfectamente que sin él aquellas infortunadas criaturas quedarían desamparadas, rayando en la miseria. Era por ellos, más que por cualquier otra cosa, que estaba tentado a aceptar la oferta de su amigo, el alemán, quien le había ofrecido hacer gestiones para que su gobierno lo recibiera como refugiado político. Pero ello implicaba tantas cosas: dejar atrás todo lo que él y su familia conocían, llegar a un lugar completamente ajeno y desconocido al que quien sabe si alguna vez podrían adaptarse... ¿Huir como un cobarde sin honor y despojado de su patria, ó quedarse a sufrir el destino que la envidia y recelo le habían tendido como mortaja? Esa era la cuestión en la que se debatía aquellos penosos días. Lo que para cualquiera hubiera sido una elección obvia, para una persona con la marcialidad y rectitud de Salvador, en cambio se trataba de un dilema moral de varias aristas. El temblor que sacudía la mano con la que sostenía su cigarro evidenciaba el conflicto que se desenvolvía en su interior, en espera de una resolución que pudiera dictarle qué rumbo tomar.


    Eran pasadas las 7 de la mañana, y en solo unos momentos más debía tomar el taxi que lo llevaría hasta el tribunal. Pero antes que pudiera levantarse de su asiento, una suerte de conmoción publica, de la que no se había dado cuenta hasta entonces, lo sacó abruptamente de sus cavilaciones. Afuera del café, un hombre con aspecto indigente había montado guardia a la entrada, vociferando incoherencias a todo aquél que se cruzara por su camino.

    —¡Hermanos míos, el final se acerca!— decía aquél sujeto de barba frondosa, a todas luces trastornado, alzando la voz y los brazos al cielo, para luego amagar a las personas con sus ojos de loco, casi desorbitados —¡Arrepiéntanse y crean en el Evangelio! ¡La hora se aproxima! ¡El Reino de los Cielos está mucho más cerca de lo que creen!

    Los transeúntes, visiblemente incómodos por los irracionales desplantes del pordiosero, empezaban a rodearlo para evitar cualquier clase de contacto visual, muy semejante a la corriente de un río bordeando una roca en su camino.

    Cosa distinta sucedía con los clientes de la cafetería, ya que a pesar de que los alaridos de aquel trastornado sujeto lo molestaban de igual manera, ellos tenían que resignarse a escucharlo o bien abandonar el local con su refrigerio a medio consumir. La situación se tensó al límite cuando, no contento con estar gritando a los cuatro vientos su delirante anuncio acerca del fin del mundo, el vagabundo comenzó a golpear los cristales del establecimiento, buscando llamar la atención de los comensales.

    —¡Lloren por su sangre, y la sangre de los hijos de sus hijos!— instaba mientras seguía dando de manotazos al cristal que daba hacia la banqueta —¡Yo lo he visto todo, los ángeles me lo han mostrado en mis sueños! ¡Y puedo asegurarles que cuando lleguen los tiempos oscuros, los vivos envidiarán a los muertos! ¡Gigantes con fuego en los ojos y monstruos que no se pueden tocar lucharán sobre las ruinas de este pobre, indigno mundo! ¡Será el Infierno sobre la Tierra, y el General Negro por fin será libre para vencer a los justos y devorar las almas de los impíos! ¡Ay, pesar, pesar para nosotros, los pecadores!

    Si bien estaba prácticamente fuera del servicio público, y ya ni siquiera le tenían permitido utilizar su uniforme, el irrestricto apego al deber que el Capitán Rivera llevaba grabado en todo su ser lo instó a actuar para preservar el orden, para lo cual se levantó de su asiento para salir a encontrar al andrajoso alborotador con ínfulas de profeta urbano.

    —¡Sólo aquellos que crean en el Evangelio, aunque mueran, serán salvados!— seguía gritando aquél alucinante alarmista a los cuatro vientos, sin siquiera darse cuenta de que Salvador se había colocado detrás de él —¡Aún no es muy tarde, mis hermanos! ¡Arrepiéntanse y crean! ¡Crean en el Evangelio!

    —Ya fue mucho relajo por hoy, padrecito— intervino Rivera, colocando una mano sobre su hombro para llamar su atención —Esas cosas déjelas para el templo, ahorita mejor ya váyase a gritar a su casa, que aquí hay mujeres y niños que se están asustando...

    En cuanto el profeta de las calles entrevió con el rabillo del ojo al recién llegado, un súbito ataque de pánico lo tiró de espaldas al piso, causado también por sus frenéticos intentos por alejarse del capitán.

    —¡Tu sangre! ¡Tu sangre está maldita!— gritó aterrorizado, aún postrado en el piso, equivocándose en sus repetidos intentos por ponerse en pie —¡Maldito! ¡Estás maldito, tú y toda tu sangre! ¡Aléjate! ¡Aléjate de mí, sangre maldita! ¡No me toques! ¡No me toqueees!

    Finalmente el histérico desamparado pudo ponerse en pie, y en su afán por poner distancia de por medio cruzó corriendo todos los carriles de la vecina avenida Juárez. El que ningún automóvil llegara a impactarlo constituía un auténtico milagro en sí, pese a que muchos conductores tuvieron que derrapar y quemar llanta para la consecución de dicho portento.


    Mientras tanto, en la acera de enfrente, Salvador Rivera continuaba boquiabierto contemplando a aquel hombre, ya entrado en años, cruzando una de las avenidas más grandes de todo México como ágil gacela escapando de su depredador. Asimismo, las personas que lo rodeaban lo miraban con sumo recelo, inquiriendo el motivo por el cual aquél vagabundo había escapado con tanta premura de él.

    —Yo... apenas si lo toqué...— masculló el capitán como excusándose, al sentir el escrutinio de todas las miradas que tenía encima.

    Más impresionado estaba por las palabras del mendigo, teniendo éstas gran repercusión en su sentir. No porque las haya tomado como una ofensa, como cabría suponer, sino por que hacían referencia a una peculiar condición familiar que era transmitida de generación en generación. El modo en que aquel aprendiz de profeta le había hablado hacía referencia a que, de alguna manera, aquel desdichado supo de tal circunstancia. ¿Pero cómo era eso posible si era algo tan celosamente guardado? A no ser que...


    Sus pensamientos se vieron interrumpidos de tajo por otra voz que se iba alzando sobre el barullo matutino de la capital mexicana. Primero como un eco lejano, que se continuaba acercando hasta donde estaba conforme los instantes transcurrían, aumentando la claridad con la que se escuchaba. No obstante, desde la primera vez que oyó aquella voz, voz de mujer, sintió un helado escalofrío deslizándose por todo su espinazo. Sus músculos se paralizaron al momento, como si una rara toxina circulara dentro de su torrente sanguíneo. Sin embargo, lo único que había en sus venas en aquellos aciagos momentos era una emoción muy palpable, que por poco escapaba por su garganta: terror. Terror absoluto.

    —¡Flores! ¡Flores para los muertos!— anunciaba a la distancia una mujer, perdida entre la muchedumbre de capitalinos que se apresuraban a sus centros de trabajo —¡Para los muertos! ¡Floooreees para los muertos!

    Como pudo, Rivera venció su temor para darse vuelta y buscar a la dueña de aquella voz que lo tenía sufriendo un auténtico colapso nervioso, presa de temblores constantes, bañado en sudor frío y sus dientes chocando unos contra otros en un impulso involuntario.

    —¡Flores! ¡Flooorees para los muertos! ¡Para los muertos! ¡Flooorees para los muertos!— continuó recitando una mujer que se iba abriendo paso entre la multitud, vestida de negro de pies a cabeza y un oscuro velo cubriendo su rostro.

    —Xóchitl...— pronunció el marino como si fuera un último aliento, casi sin atisbo de voz, como a quien le falta la respiración.

    Habiendo temido aquél encuentro desde que tenía uso de razón, el semblante del Capitán Rivera se decoloró al punto de que su tono se volvió tan pálido como el de un cadáver. Sus rodillas temblaban y su cabeza daba vueltas, sientiéndose desfallecer en tanto que cuando pasaba a su lado la florista ambulante, cuya presencia tantos estragos producía en su otrora temple de acero, aquella aparición se despojó de su velo y le hizo ver su rostro, frío, distante, como el de una estatua que a él le pareció una horrible máscara de muerte. Los grandes ojos oscuros de la mujer penetraron y desgarraron todo su ser, a la vez que de su canasto, con sólo seis flores dentro, sustraía una de ellas para arrojarla sin más a los pies del trémulo capitán.

    La flor ceremonial usada para el culto a los muertos en el México antiguo cayó al suelo sobre el que Salvador Rivera sentía que se iba a desplomar, sus brillantes pétalos color naranja contrastando con el frío gris del sucio pavimento a sus pies.

    —¡Flooorees! ¡Floooreees para los mueeertooos! ¡Para los mueeertoos! ¡Floooreees para los mueeertooos!— la lúgubre vendedora callejera continuaba ofreciendo su mercancía sin que nadie más pareciera estar interesado en ella, perdiéndose de vista una vez más al ser absorbida por el tumulto de personas que iban de aquí para allá sin siquiera reparar en su existencia. Su canto fue debilitándose hasta extinguirse por completo al cabo de unos momentos, sin dejar rastro.



    El aturdido Capitán Rivera no sabía bien como es que había logrado permanecer en pie luego de aquél estremecedor encuentro. Aunque siempre supo que llegaría ese momento, nada en la vida pudo haberlo preparado para una experiencia de ese tipo. Se encontraba estupefacto, y como pocas veces, un inexorable sentimiento de indefensión hacía presa de su voluntad, dejándolo sin una idea de qué hacer, mas que permanecer de pie en ese sitio como algún monumento a la desolación que un solo hombre era capaz de experimentar.

    Su fin estaba próximo y nada podría hacer por demorarlo ó evitarlo, era la única certeza que le quedaba entre las ruinas que quedaban de su raciocinio. Aquella sensación de fatalidad era una emoción espantosa que no se la hubiera querido desear ni siquiera su peor enemigo. El miedo se había enganchado en él y nunca más volvería a soltarlo. Ahora lo único que pensaba era en la forma en la que encontraría su destino final. Llegó al punto de temer siquiera dar un solo paso, pues bien pudiera ser su último. Por si fuera poco, sus pies se encontraron tambaleándose repentinamente, sintiendo como si la tierra misma se estremeciera, amenazando con abrirse y tragarlo. Fue hasta el cabo de unos segundos que, gracias al pánico masivo y los gritos de terror generalizado, pudo darse cuenta que se trataba de un auténtico terremoto y no solamente su percepción alterada de la realidad.


    Eran exactamente las 7:19 del tiempo local. Adentro, en una televisión encendida se transmitían las imágenes de estudio, donde Lourdes Guerrero, presentadora del noticiero matutino nacional, se levantaba enseguida de su asiento y trataba de ponerse a buen resguardo, a la vez que buscaba alertar a su audiencia, con el miedo impregnando cada una de sus palabras:

    —¡Un terremoto! ¡Es un terremoto!

    Un violento sismo de 8.1 grados escala Ritcher azotaba la Ciudad de México y algunas otras partes de la república mexicana. La gente escapaba del interior de los edificios en aterrorizado tropel, y en las calles las personas corrían desorientadas de un lado a otro sin saber bien qué hacer, como protegerse de aquél desastre natural, algunos dirían que un acto de Dios en toda la extensión de la palabra.


    Siendo mudo testigo de uno de los desastres más grandes que sufriera su país, Salvador continuaba sin poder moverse de su sitio. La brusca sacudida lo había tirado al piso, donde la muchedumbre que escapaba lo habían pisoteado como en una salvaje estampida. Por tal motivo, aún si hubiera sido capaz de recuperar la templanza, cosa que aún no sucedía, de cualquier modo se veía físicamente impedido a huir de la avalancha de escombros que se cernía sobre su indefensa humanidad. Con un grito ahogado, el cual nunca tuvo tiempo suficiente siquiera para pronunciar, el Capitán Rivera dejaba de existir en tanto las enormes letras amarillas que anunciaban el nombre del hotel donde se hospedaba caían sobre él y varias personas más. Ese día no fue el temido Día del Juicio Final, y el mundo seguiría su curso aún después de tamaña tragedia. Pero ese fue el día que el mundo de Salvador Rivera llegó a su fin, junto con otras decenas de miles de mundos más, sin que profeta o adivino alguno se hubiera encargado de anunciarlo. Sólo una humilde vendedora de flores, que continuaría su errante camino por muchos años más, de la mano de un futuro siempre incierto en varios aspectos, pero inmutable en uno solo: todo llega a su fin.


    De regreso al año 2015, después del pequeño y breve almuerzo que pudieron degustar en el comedor de la nave donde viajaban, la Capitana Katsuragi y sus seguidores se dispersaron en diferentes direcciones. Así fue que mientras Kensuke seguía filmando los alrededores sin darse cuenta de las molestias que en ocasiones causaba, Toji acompañaba a Misato a donde quiera que ésta fuera. Kai y Shinji, aunque un tanto renuentes al principio, tuvieron que conformarse con la compañía del otro, por lo que con una gran carga de incomodidad a cuestas, salieron a conocer un poco más las instalaciones del lugar. Y mientras, por su parte Kaji y Asuka respiraban la suave brisa del océano en cubierta.

    —Dime Asuka— dijo Kaji, mientras su compañera se divertía en balancearse en el barandal del mirador —¿Qué tal te parecieron tus compañeros pilotos?

    —¿El flacucho con cara de lelo y el maniático pervertido?— preguntó a su vez Asuka, para después responderse a ella misma —Los dos no son más que un par de idiotas... Estoy algo decepcionada, si es a lo que te refieres. Esperaba algo más de los famosos Segundo y Cuarto Niño.

    —Pero con todo— continuó el sujeto, prendiendo un cigarrillo a hurtadillas —Ambos excedieron el 95 por ciento de nivel de sincronización la primera vez que subieron a sus Evas, sin ninguna clase de entrenamiento previo; ¿no te parece algo sorprendente?

    Mein Gott!— contestó la chiquilla, estupefacta —¿Superaron el 95%? ¡Eso es imposible!


    Cuando subían la escalera que los llevaría a cubierta (habían decidido no usar ya el ascensor), una vez terminado su tour por el inmenso barco, Shinji observaba atento cómo Kai se quejaba del golpe que su tutora le había propinado en la cabeza, no pudiendo contener una sonrisa que se dibujó en su rostro.

    —Te juro que casi me desacomoda todas las neuronas... qué tosca es...— seguía diciendo su compañero, tentándose la zona del impacto para percatarse si se le había hecho alguna contusión u otra lesión.

    Aún persistía su malestar, no obstante que había disminuido considerablemente desde que se había alejado del ex–amante de su tutora. Pero de todas maneras, la molestia continuaba. ¿Qué diantres tenía ese endemoniado barco que lo hacía sentirse tan débil?

    En ese momento Asuka entró en la escena, interrumpiendo los quejidos de Kai.

    — Ey, niños... ustedes dos vendrán conmigo— pronunció mientras una viva determinación iluminaba su rostro y estremeció a los otros dos.


    Asuka era la Tercer Niño elegida por el Instituto Marduk, organización encargada supuestamente de monitorear todo el globo en busca de nuevos pilotos Evangelion. Hasta esos momentos, sólo cuatro jóvenes habían sido los elegidos. Langley estaba encargada de pilotear la Unidad 02, el Modelo de Producción Eva, por lo que viajaba junto con ella a tierras niponas, donde extrañamente, convergían todos los ángeles que hasta ese momento habían aparecido.

    Los niños dieron un largo paseo por todo el barco, hasta que llegaron a la sección de carga, donde una lona amarilla la cubría en su totalidad; la niña introdujo al espacio cubierto a sus acompañantes, sin disimular una pequeña sonrisa de satisfacción y de orgullo que adornaba su encantador rostro. Con gran placer para ella, develó a los muchachos la Unidad 02 que en ese momento viajaba en el barco, esperando poder impresionarlos.

    —Vaya, el Eva 02 es rojo...— murmuró Shinji, observando detenidamente al robot, por lo menos la parte que se alcanzaba a distinguir —No sabía eso.

    —Y ésa no es la única diferencia, muchachito— contestó la joven alemana, mirándolo con el rabillo del ojo.

    —Después de todo, las Unidades 01 y 00 no son más que prototipos, ó modelos de prueba en el departamento de proceso— pronunció mientras subía por la enorme pierna del robot, que en esos momentos se encontraba recostado boca arriba en una posición horizontal, y continuó —Prueba de ello es que cretinos como ustedes puedan sincronizarse con ellas tan fácilmente. Sin embargo, la Unidad 02 sí que es un verdadero Evangelion, construido específicamente para el combate. Esto que están viendo ante sus ojos, mis niños, es el modelo definitivo, el más innovador, o dicho en otras palabras: es un Eva perfecto.

    Pronunciando “perfecto” con un fuerte énfasis en la palabra, la jovencita buscaba despertar la envidia de sus condiscípulos, ver aquella humillación que se produciría en ellos al darse cuenta que estaban frente a su superior, que ya eran anticuados y obsoletos.

    Sin embargo, y pese a todos sus esfuerzos, Asuka no pudo conseguir el resultado deseado. Shinji miraba con curiosidad aquel artefacto, pero sin llegar al asombro que ella esperaba, mientras Kai lo veía con cierta indiferencia y daba vueltas alrededor, para terminar dándole una ligera patada a la armadura del artefacto, cómo para tantear su integridad. Al final, con cierto aire displicente, pronunció:

    —Ciertamente, es un modelo práctico y compacto, es por eso que es el modelo de producción en masa. Pero no tiene nada de sobresaliente, y sus mejores cualidades están ligadas al desempeño de su piloto. Habría que aclararte que los modelos de producción no siempre son los mejores, sino los menos costosos de hacer, es por eso que son de producción, por que no son tan complicados como sus antecesores, en este caso específico.

    Asuka frunció el ceño frente a aquel discurso mercadotécnico, y sonrió para sí misma al darse cuenta de que al fin volvía a encontrarse con ese rival de su infancia temprana, alguien con quien finalmente pudiera antagonizar en su propio nivel. Cerró los ojos por unos instantes y respiró profundo, ante el desconcierto de sus dos compañeros y luego de unos cuantos momentos irrumpió entre risas y escándalo:

    —¡Ja! ¡Lo sabía! ¡ No ibas a quedarte contento al saber que yo iba a ser el piloto de esta máquina tan genial, así que no te quedaba de otra que tratar de criticarla sin cualquier clase de argumento válido! ¡Eres patético!

    Kai no pudo hacer más que extrañarse ante aquella reacción tan particular.

    —¡Claro, no pudiste soportar el que YO, una mujer te desplazara de tu posición privilegiada, y es por eso que tienes que recurrir a sucias mentiras! ¿Porqué te cuesta tanto trabajo admitir que estás acabado, “Doctor Rivera”? — sin querer, Asuka representaba su propia situación, y siguió —¡Eres despreciable! ¡ Tus engaños no funcionaron, así que búscate a otra tonta que embaucar!

    — Pero eso no era lo que yo...— intentó defenderse el joven ante la repentina arremetida.

    Asuka hubiera podido seguir con sus reclamos, más la inesperada señal de alarma que se pudo escuchar en toda la flota la interrumpió.


    Durante su pequeña charla, en el sonar del barco apareció un objeto demasiado grande para ser una ballena, incluso un submarino nuclear, e iba a toda velocidad a arremeter en contra de ellos.

    Primero fue un ligero levantamiento, luego un roce con el casco del barco vecino y segundos después la enorme nave era engullida por el mar. Fue cuando sonó la alarma.


    Shinji fue el primero en asomarse fuera de la lona para averiguar que sucedía, seguido por los otros dos niños, una vez que los tres estaban fuera, fue cuando pudieron observar aquella cosa arremeter contra la pequeña flota de barcos que había sobre ella.

    —¿Qué es lo que está pasando?— preguntó Ikari, desconcertado, observando un montón de agua salir de la superficie.

    —Onda de choque— contestó Kai, aguzando su vista.

    —Algo explotó por allá...— complementó la chiquilla, imitando a sus dos acompañantes.

    En eso, una extraña criatura gigantesca emerge de las profundidades marinas, saltando a la superficie por unos momentos para que sus presas pudieran identificarlo y al instante regresar bajo del agua.

    —¿Qué fue todo eso?— exclamó Rivera, sorprendido del tamaño de esa cosa.

    —¿Crees que se trate de un ángel?— dijo a su vez Shinji.

    —¿Un ángel? Quieres decir: ¿Uno de verdad?— pronunció Asuka sin ocultar ese tono de emoción que apareció en su tono de voz, el cual de inmediato devino en una perspicaz malicia cuando susurraba para sí misma: —¡Qué gran oportunidad!

    Viendo en la oportuna aparición de aquella criatura una ocasión inmejorable para demostrar sus habilidades como piloto, la determinada jovencita procedió a sujetar férreamente a Shinji y arrastrarlo consigo hasta donde lo creyera conveniente.

    —¿Un ángel?— preguntó a su vez Kai, descreído, todavía mucho más sorprendido que sus otros dos congéneres.

    Aún cuando tenía a esa horrible abominación pavoneándose frente a sus ojos, de todos modos no podía sentir aquel escalofrío que recorría su cuerpo cada vez que se enfrentaba a aquellos monstruos, esa energía de muerte que siempre infectaba el aire adónde quiera que iban los gigantes. No podía sentir que aquello fuera un ángel, simplemente no estaban presentes todos esos pequeños detalles perceptibles que había observado en sus encuentros previos con aquellos monstruos.

    ¿Sería que su percepción no era la misma en la tierra que en el mar? ¿O es que acaso eso que estaba enfrente de él no era un ángel? ¿Ó era que su nauseabundo estado actual afectaba a su aparente percepción? No entendía muy bien qué era lo que le pasaba en esos momentos y el joven en su desesperación sólo atinó a sujetarse su cabeza sintiendo que le iba a reventar, cuando de pronto siente un jalón en el brazo.

    —¿Qué estás esperando, imbécil? ¡Tú también vendrás conmigo!— dijo Asuka mientras tiraba de su brazo y lo llevaba consigo, de la misma manera que lo había hecho con Shinji.

    En esos momentos el muchacho estaba tan confundido que no pudo menos que dejarse llevar por aquella hermosa criatura, a donde quiera que ella tuviera pensado.


    Mientras los tres se dirigían a un punto indeterminado con un propósito que solo la explosiva chiquilla conocía, en el puente de la nave insignia había cierta conmoción al verse atacados por un enemigo desconocido. La tripulación sólo contemplaba impasible cuando una de sus naves era atacada por la criatura, sin que la artillería convencional pudiera hacerle la gran cosa.

    —A toda la flota, vigilen su distancia con las otras naves y eviten cualquier movimiento hasta nueva orden...

    —¡Reporte de la situación!— exige de inmediato el Primer Oficial, imponiéndose al tumulto.

    —Sumergiéndose— contestaba un operador a la par que lanzaban un torpedo, que fue a explotar unos doscientos metros después de su lanzamiento —Titus Andronicus no puede confirmar el blanco...

    —¡Maldita sea!— ruge el viejo almirante, dándole un fuerte golpe a una de las consolas, impotente ante las circunstancias —¿Qué está pasando?

    Y por si su desesperación no fuera suficiente, para completar el cuadro justo en ese momento Misato hace su llegada triunfal al puente, recargándose confiadamente en el marco de la escotilla sólo para aumentar la frustración del veterano.

    —¡Hola, entrega inmediata de parte de NERV!— pronunció la mujer, emulando a un repartidor de comestibles, con una gran sonrisa dibujada en los labios —¿Alguien pidió estatutos de emergencia y tácticas de contraofensiva en contra del enemigo invisible?

    —¡En batalla sólo se permite personal autorizado!— refunfuñó el vejete, tratando de defenderse de las acometidas de Katsuragi.

    —Echando mano a mi experiencia, yo más bien diría que se trata de un ataque de Ángel.

    —¡Todas las naves, fuego a discreción!— el almirante la ignoró rotundamente, tomando violentamente la radio entre sus manos para dirigirse a su flota.

    —Será inútil— vaticinó la oficial japonesa, cruzándose de brazos al tiempo que observaba por la ventana a los acorazados abriendo fuego.


    Asuka entró a su camarote por una pequeña valija, la cual sacó de su habitación rápidamente; en el corredor, sacó de la mochila lo que había ido a buscar : un traje de piloto Eva. En el acto, empezó a desnudarse para ponérselo, no sin antes dejar a sus dos compañeros fuera de la vista, a un lado del pasillo que cruzaba a su estribo izquierdo, ocultando el mismo cuarto a las intimidades de la niña.

    Shinji, en ocasiones no tan vivo cómo sus semejantes, se desconcertó ante aquella situación, y movido por la curiosidad, quiso echar una ojeada a lo que estaba haciendo la muchacha. En cuanto asomó su cabeza del muro, un grito de reclamo se oyó, y Shinji, con su cara envuelta en rojo, volvió a su lugar anterior.

    —¡Mierda! ¿Es que todos los chicos en este país son unos cerdos pervertidos?— espeto la molesta jovencita, apenas cuando ya se había puesto el traje.

    Oprimiendo el dispositivo en su muñeca, el aire en su interior fue desalojado, y la tela inteligente del traje se ajustó a su cuerpo. Cada traje era distintivo de su piloto, por lo que no existía uniformidad, por lo menos en el color. El de Rei era de un color blanco, mientras que Kai ocupaba uno verde a la par que Shinji vestía uno azul. El traje de Asuka era rojo, al igual que la Unidad 02.

    Ya vestida, la niña salió de su escondite y se dirigió hacia los muchachos, arrojándoles una prenda a cada uno, que recogieron en el aire los dos.

    —¡Pónganse eso, rápido, que ustedes dos vendrán conmigo!— rugió la muchacha.

    Shinji mira aquel trapo en sus manos y al mismo tiempo se da cuenta de lo que es.

    —Pero es que... esto es... para...— balbuceaba, indeciso si obedecer o no.

    —¡No discutas, y haz lo que te digo!— sentenció Asuka, enojada por los retrasos.

    En contraste con ella, la única privacidad que Langley les otorgó a sus compañeros para efectuar su cambio de vestuario fue ponerse de espaldas a ellos, cruzándose de brazos y golpeando el piso repetidamente con la planta del pie, impaciente por que terminaran ahí lo antes posible.

    —En serio que nunca voy a poder entenderte— masculló el joven Ikari a su acompañante, en tanto éste se iba quitando la ropa —Te la pasas todo el tiempo desafiando a mi padre y a la Doctora Akagi por cualquier estupidez que se te ocurra, ¿y aún así piensas hacer todo lo que te dice esta tipa, así nada más? ¡Tienes que estar demente!

    —Pues yo no creo que tengas los diplomas competentes o que ni siquiera estés calificado para dar una certificación de ese tipo, así que eso solamente quedará asentada como una opinión tuya— respondió Kai mientras que seguía enfundándose el traje que se le había suministrado —Y sé que muy probablemente tus preferencias sexuales no sean las mismas que las mías, Shinji, y aunque no lo creas te respeto tal y como eres, pero así también te pido que tú respetes las mías. Me encantan las mujeres, amigo, y no sé si te diste cuenta de lo buena que está esta zorra. Créeme, seguiría un par de tetas como esas al mismo infierno, así es como soy y no lo puedo remediar... Además, ¿viste lo lejos que me mandó a volar, con un solo movimiento de su brazo? Lo que tiene de ardiente esta fulana lo tiene de orate, y si me hizo algo como eso, a mí, ponte a pensar en lo que le haría a un alfeñique como tú... es sólo un consejo, pero yo en tu lugar lo pensaría muy bien antes de contrariar en cualquier cosa a alguien como ella. Sería una lástima que quedaras lisiado o parapléjico por una pequeña discusión.

    Resignado a su suerte, el joven Ikari solamente pudo tragar saliva antes de rendirse ante aquellos demoledores argumentos y unirse a su compañero en aquél improvisado vestidor.


    Momentos después Shinji andaba entrecruzando las piernas, al mismo tiempo que su cara adquiría un rojo vivo y Asuka lo impelía a apresurarse. Los niños iban vestidos con el mismo traje que la muchachita, y obviamente, aquellas vestiduras eran para un portador femenino. Nuevamente habían regresado a donde estaba la Unidad 02, incluso ya Langley trepaba por la pierna del robot gigante para alcanzar la cabina.

    La cara de Shinji se tornaba cada vez más y más roja, mientras que Kai, por el contrario, se expresaba más en términos de diseñador de modas.

    —No sé— decía, mientras se observaba a sí mismo —¿Crees que con esta cosa me veo gordo? Además, el rojo no es mi color, en definitiva... o sea, que no creo que combine con el color de mi cabello o el de mis ojos— pronunciaba mientras se daba una vuelta sobre su eje —Pero, por otro lado, mira esto, amigo: ¡Tengo pechos, qué genial!

    El muchacho sujetó entonces los protectores para senos que venían incorporados en cada traje de piloto femenino, que por obvias razones habían quedado vacíos cuando la compresión de aquella prenda tuvo lugar. Por tal motivo, tales adminículos colgaban flácidos desde sus pectorales, lo que Kai aprovechaba para entretenerse, con una sonrisa maliciosa pintada en el rostro. Shinji y Asuka lo miraron desconcertados, con una expresión de sorpresa que los dejó boquiabiertos a ambos.

    Finalmente, Kai los sacó de su taciturnidad:

    —¡¿Qué tanto me están viendo?! ¡¿ Tan raro se les hace un hombre tan seguro de su masculinidad, que no le perturba explorar sus pechos falsos?!

    —Yo aún no entiendo por que nos ponemos los trajes de conexión— suspiró Ikari, haciendo lo posible por ignorar los desfiguros de su compañero, que solo le causaban pena ajena —Y sobre todo estos trajes de conexión— musitó al último, esperando que nadie lo viera con ese ridículo atuendo puesto.

    —¡Eres tonto, o qué?— preguntó la muchacha, sumamente enfadada por la lentitud del chiquillo —Voy a aplastar a ese monstruo con mi Eva 02, eso es lo que voy a hacer.

    —Esa acción es muy arriesgada— pronunció Rivera, plantándose bien en su lugar —¿Qué hay con el permiso de Misato?

    —Se lo pediré después de que haya obtenido mi victoria— confesó la jovencita sin ningún tapujo, deslizándose por la cabina e instando a sus acompañantes a que se le unieran, o bien que se quedaran allí donde estaban, una vez que hubiera despegado, expuestos al escrutinio de todos los marinos que se encontraban en cubierta.

    No necesitó de más argumentos para disuadir a los dos muchachos para que hicieran lo que se les estaba pidiendo.

    —Aquí vamos— dijo la muchacha sosteniendo los controles, mientras sus compañeros se le unían —Ahora verán a un verdadero piloto en acción. Sólo apártense de mi camino, y no me molesten.

    “Hipócrita” pensaba Kai, admirando el contorno de la cabina “Si no quiere que le estorbemos, en primer lugar ¿porqué nos trajo aquí? Vaya, y de veras que soy muy fregón, definitivamente mi cabina está mejor equipada que este tugurio... ¡Esta hojalata ni siquiera tiene un giroscopio direccional!”


    —Qué curioso— hizo notar la Capitana Katsuragi a Toji, quien se encontraba a su lado, acerca de la conducta del monstruo, que se concentraba más en circundar los alrededores que contestar a los ataques de los que era objeto —Pareciera cómo si estuviera buscando algo, ¿no te parece?

    —¿Usted cree?— fue lo único que atinó a decir el joven, pelando los ojos para observar mejor las acciones.

    “¿Acaso estará tras la Unidad 02?” se preguntaba Misato, intentando dar con una explicación del porqué del peculiar comportamiento del monstruo.


    Desde que el ataque había comenzado, Ryoji Kaji había ido rápidamente a su camarote para empacar lo esencial para su misión, ante la inminencia de abandonar el barco cuanto antes con su preciosa carga.

    Al mismo tiempo que lo hacía, miraba con sus gemelos por una ventanilla de su cuarto, observando a la flota entera del Atlántico atacar a aquella extraña criatura mientras hablaba por teléfono, colocándose el auricular entre el oído y su hombro, debido a que en esos momentos ocupaba ambas manos.

    —Hum, artillería convencional no debería ser capaz de penetrar su Campo A.T.— notó el sujeto, creyendo ver en el cuerpo del monstruo lo que en primera instancia parecían algo así como heridas —Nunca me esperé un ataque en este lugar. Esto no es cómo usted me dijo que resultaría.

    —La Unidad 02 estaba allí para un caso cómo éste— contestó el hombre del otro lado de la línea: era Gendo Ikari —Además, mandé a dos pilotos como reserva. Aún así, si lo peor sucede no dudes en escapar por tus propios medios.

    —Lo sé, lo sé, no necesita repetírmelo— contestaba Kaji de manera apurada, metiendo sus corbatas en su equipaje.

    Además de su pequeña y discreta maleta donde cargaba su ropa y enseres personales, llevaba consigo también un maletín de alguna especie de metal, de buen tamaño, sellado, que reposaba junto a su equipaje sobre la cama. Parecía muy importante.


    Asuka comienza los preparativos para el despegue, haciendo las indicaciones competentes a la computadora de la máquina, las que iba enunciando una por una en alemán, su lengua nativa:

    Erst Erfu llung, Anfang der Bewegung, Anfang des Nervenanschlusses, se sie es von links kleidung. Single start!

    Todo parecía marchar a la perfección y la mayoría de los sistemas estaban por principiarse cuando de repente todas las pantallas de enfrente se tornaron de un color rojo, y la vez empezaba a aparecer indefinidamente la palabra FEHLER, error, en alemán. Una alarma sonaba incesante en toda la cabina, indicando una anomalía en el proceso de arranque.

    Ikari, que no atinaba a entender lo que sucedía, pronunció espontáneamente:

    —¿Qué está pasando?

    Asuka enfurece por esto y sin demorarse empieza a reprender a Shinji.

    —¡Argh, eres un torpe inútil! ¡Estás pensando en japonés! ¿No es así?— le recriminó, con una desesperación insana —¡Escúchame bien, mientras estés aquí sólo piensa en alemán! ¿Comprendes?

    Temeroso por lo que pudiera ocurrirle en caso de no obedecer, Shinji acató de inmediato la orden, así que luego de un gran esfuerzo para recordar lo escaso que sabía de la cultura alemana, empezó a recitar cada palabra que flotaba en su joven mente, faltándole poco para empezar a balbucear incoherencias.

    — Bien, O.K, hmm... veamos... Berlín, Mozart, Hitler... ehhh...Beethoven...Lutero... ahhh... Munich...

    —¡¡¡Ayyy!!!— renegó la chiquilla rubia, ocultando el rostro en las manos —¡Olvídalo! ¿Quieres?— una vez concluida su rabieta se dirigió a la computadora —Ajustar la base del pensamiento al lenguaje japonés.

    La pantalla en la cabina cambia de color y desaparecen los letreros de error, al mismo tiempo que la alarma se deja de escuchar en el interior de la cabina.

    —¡Guau, qué genial está todo eso!— pronunció Kai —¡Miren todos esos bonitos colores!¿Y qué tal si pienso en español? Averigüémoslo...— sin decir más, empezó a entonar un viejo corrido mexicano, muy popular —La cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar, porque no tiene, porque le falta...

    Nuevamente la pantalla se vuelve roja, para de inmediato llenarse de la advertencia con la palabra ERROR desplegada en todas partes, con la chillante alarma resonando de nuevo sobre los lastimados tímpanos de los jóvenes.

    Los dientes de Asuka rechinan de rabia, y acto seguido, golpea en la cabeza al muchacho.

    —¡Deja de hacer eso! ¡¿Qué se supone qué eres?! ¡¿Un payaso?!— reclamó la europea.

    Ay, perdón— se disculpó el jovenzuelo, aún en español, mientras reía entre dientes y la notificación de error invadía de nueva cuenta todos los monitores de la cabina.


    El error es corregido y al final, después de constantes interrupciones, la Unidad 02 estaba preparada para pelear.

    —¡¡Evangelion Unidad 02, lista para despegar!!— exclama llena de júbilo la joven alemana, asiendo férreamente los controles de su máquina.

    Asuka piensa, y su pensamiento se convierte en acción. Lentamente, el robot comienza a levantarse sobre el barco, sosteniendo la lona que lo cubría, haciendo ésta de túnica para la máquina. Asumió una pose bastante impresionante, eso sí. Había que admitirlo: la chica tenía estilo.

    —¡La Unidad 02 está arrancando!— informa otro operador en el puente, apenas al recibir los datos.

    —¿Qué diablos? ¿Qué es lo que se propone Langley esta vez?— pronunció el almirante, entre una mezcla de asombro y rabia —¡No, tienen que detenerla! ¡Aborten todo el proceso de arranque, impidan que esa chatarra se active! ¿Me oyen?

    —¡No me interesa su opinión!— declaró decidida Misato, arrancándole de las manos el radio al viejo marino —¡Asuka, despega cuanto antes!

    —¿Qué se propone hacer?— refunfuña el veterano marino arrancándole de la misma manera el artefacto —¡Tanto el Eva 02 como su piloto están bajo nuestra protección! ¡Y de ninguna manera le entregaré a usted el mando!

    —¿De qué diablos está hablando?— renegó la mujer, forcejeando con el fornido anciano para quitarle la radio —¡Esto es una emergencia! ¡Sus dichosos acuerdos ya no importan!

    —¡Deje mi radio en paz!

    —¡Usted déjelo!

    —¡Démelo!

    —¡Suelte!

    Sin importarle en demasía los protocolos necesarios para que pueda entrar en acción, el robot mira hacia el infinito azul, y a la velocidad del rayo, salta entre las naves, quitándose la manta justo en el aire y aterriza en la embarcación más cercana; al causar su enorme peso que ésta se hundiera ligeramente de un lado, cómo si fuera una tabla de surf el Eva 02 intenta equilibrarse en la nave, causando que ésta se mueva de un estribo a otro.

    —Si esta porquería se cae al agua, todo estará perdido— declaró Kai, mientras estaban en el aire —El enemigo tiene allí la ventaja.

    —¿Y qué?— le contestó Asuka, equilibrando al gigante de acero sobre el barco —No tengo planeado darme un chapuzón.

    —Eh... muchachos, odio decirlo, pero el tiempo corre y nos quedamos sin energía— pronunció Shinji, un tanto apartado, mirando el contador interno de poder.

    —Eso ya lo sabía, no necesito que me lo digas, mocoso— y activando la radio en su cabina, continuó —¿Misato? ¿Puedes oírme? Prepara el cordón umbilical, por favor.

    —¡Muy bien, Asuka, confía en mí!— dijo dificultosamente Katsuragi, aún forcejeando con el Almirante.

    —¿Qué cree que es lo que está haciendo?— gruñó el marino en medio del forcejeo.

    De improvisto, el monstruo de las profundidades ataca de nuevo, saltando sobre la superficie del mar para impactar al robot, que apenas si lo alcanzó a esquivar, debido en gran parte a los ágiles reflejos de su piloto. La bestia brinca sobre la enorme nave sólo para volver a internarse en el agua, levantando una gran cantidad de ella.

    Aprovechando el tiempo que le quedaba, el Eva se lanza sobre la siguiente nave de la misma manera que lo hizo con la anterior, y así sucesivamente hasta que alcanza la que llevaba a bordo el enorme cable que le suministraba de energía. Obviamente, en el transcurso de la acción era inevitable que la flota sufriera unos cuantos daños superficiales, producto del gran peso de la máquina bélica; como el aplastar o hundir unas cuantas decenas de aviones de millones de dólares, o estropear la coraza de las naves guerreras, romper todo lo de cristal, etcétera.

    —¡Idiota!— le espetó Rivera, al presenciar los destrozos que su impetuosa acción provocaba —¡Estás haciéndole más daño a la flota que ese otro malnacido!

    —¡Cierra el pico, imbécil!— rezongó en el acto la europea.

    Al fin logra estabilizar la superficie del barco en donde había aterrizado, y dándose vuelta, toma cuanto antes el rollo de cable que estaba ya preparado pese a la oposición que Katsuragi había encontrado y lo conecta en el enchufe de su espalda.

    Dándose cuenta que ese extraño levantamiento de olas se dirigía a ella, Asuka adivina la presencia del monstruo, y en el acto, saca un enorme cuchillo de la hombrera que tenía a su lado izquierdo, y lo empuña mientras su respiración se hace más profunda.


    La acción es observada con diferentes puntos de vista en el puente del barco donde originalmente viajaba el Eva. Mientras que Kensuke continúa grabando todo lo que pasa, Misato grita llena de emoción e intenta controlar la situación y el viejo marino por su parte hace lo mismo, chocando los propósitos de ambos, dominando al puente una falta de organización total, ya que todos querían hacer todo y se daban órdenes los unos a los otros. Únicamente Toji era el que observaba aquella pelea de un modo normal, lo más normal posible que se puede cuando se admira un espectáculo de tal magnitud, claro está.


    De entre las agitadas aguas, la enorme bestia salta hacia la nave, de improviso y causando sorpresa en todo el mundo. El monstruo logra desplazar a la Unidad 02 hacia atrás, sin embargo, Asuka logra dar un buen navajazo en el costado de su atacante.

    Aquella cosa era una aberración surgida de una terrible pesadilla de cualquier pescador. Su cuerpo extendido, de un blanco pálido en su mayoría, fácilmente rebasaba los 150 metros de largo, de los cuales una tercera parte lo ocupaba su enorme boca, enseñando dos largas hileras de grandes dientes agudos que alcanzaban hasta los 18 metros de longitud. Tenía atributos tanto de tiburón como de un cetáceo, y hasta varios apéndices que parecían tentáculos de un enorme cefalópodo, entremezclados con sus múltiples aletas y colas. Y al igual que varios habitantes de las profundas y oscuras fosas marinas, dicha abominación carecía de cualquier órgano ocular.

    El coloso marino logró subir al barco, causando con su enorme peso que la nave se inclinara en su totalidad hacia la superficie del mar, comenzando a sumergirse, mientras máquinas y hombres caían hacia las aguas por igual.

    —¡Qué desperdicio!— se lamentó Kensuke al contemplar numerosos cazas de combate precipitarse al fondo del mar.


    En medio de tal acción, Kai logró ver las múltiples heridas que portaba la bestia. ¿Cómo era posible que las armas convencionales, entiéndase por esto torpedos, minas acuáticas y demás, pudieran traspasar el Campo A.T. del ángel? Conclusión: lo que tenían en frente no era un ángel, si no una... cosa, alguna especie de quimera mutante de la naturaleza. Como una legendaria serpiente marina que asustaba a los marinos en la edad media.

    Dicha hipótesis no sonaba tan descabellada: nadie sabía cómo pudo haber afectado el Segundo Impacto en la fauna del planeta. Se hablaba de mutaciones en todos lados de los continentes, de chupacabras que asolaban a el ganado dejándolo sin una gota de sangre. También se sabía que varias clases de insectos habían cambiado genéticamente, haciéndose inmunes a los pesticidas más fuertes, convirtiéndose en una auténtica plaga bíblica que asolaba los cultivos.

    Así pues, nadie sabía como pudo afectar este cataclismo a la fauna de las profundidades del mar, de la que aún desde antes del desastre se sabía tan poco.

    El niño recordó un libro que leyó cuando tenía tres años, ¿cómo era? Ah, sí, “20 000 leguas de viaje submarino”, del célebre Julio Verne. Se retrató en su mente al valeroso Ned Land intentando arponear a esta bestia, lleno de gozo en su corazón de cazador, y claro, como con el Nautilus, el mortal filo tampoco traspasaría a este animal. Kai sonrió a sí mismo mientras reconstruía la escena en su mente.


    De vuelta a la realidad, con la gravedad en su contra, la bestia es jalada hacia abajo, hacia el agua, no sin antes prensar al Eva con su enorme hocico, remolcándolo hacia las profundidades. El tronco del robot queda trenzado entre los enormes dientes del monstruo, por lo que el Eva 02 a duras penas logró asirse a la superficie del barco. Debido a la sincronización que mantenía con la máquina que tripulaba, Asuka experimentó un dolor tremendo en su costado, como si realmente la estuvieran mordiendo. De golpe, Kai logra salir de su mundo de fantasías personal, al darse cuenta que la mano que sujetaba el arma se iba abriendo, resbalándose el cuchillo entre los dedos; sabedor de que esa arma sería su única oportunidad de sobrevivir si eran arrastrados al interior de las aguas profundas, gritó como poseído:

    —¡¡Que no se te ocurra soltar ese cuchillo!! ¡¡Agárralo bien, tarada!!

    La advertencia, bien intencionada a pesar al tono hostil con el que era formulada, llegó tardía, ya que la navaja se escurrió entre los dedos del Evangelion rojo, para luego terminar siendo engullido por las insaciables aguas debajo de ellos, no sin antes rebanar por la mitad a un avión caza que caía hacia el mismo destino.

    Los niños ven sus posibilidades de sobrevivir hundirse en el océano junto con el arma, mientras el esfuerzo sobrehumano que hacía Asuka por permanecer en la superficie se agota, sucumbiendo ante la descomunal bestia, quien los jala hacia las corrientes marítimas.


    Libre del enorme tonelaje del monstruo, el barco logra enderezarse normalmente y consigue seguir a flote, no compartiendo su suerte la Unidad 02, quien junto con el animal, se sumerge rápidamente en el abismo marítimo.

    Al hacerlo, el monstruo deja de ejercer presión sobre el robot, liberándolo de sus fauces. A merced de las corrientes y rodeados completamente de agua, Asuka intenta remontarse hacia la superficie, sin éxito alguno. La Unidad 02 no se mueve ni un ápice. La cándida muchachita alemana se extraña de la situación.

    —¿Qué es lo que está ocurriendo?— interroga furiosa Langley a sus compañeros.

    —Eh... ¿Será que el hecho de que estemos tres personas al mismo tiempo aquí, afecte la sincronización entre Asuka y la Unidad 02?— interroga Shinji a Kai.

    —¡Por supuesto que sí, chico listo!— asintió éste, mientras su rostro enrojecía, hecho una furia y empieza a golpear el tablero —¡Y por si eso no fuera suficiente... este armatoste... no fue pensando ni diseñado... … para combates acuáticos... así que la sal de mar... y la presión marina... fastidiaron los sistemas internos de esta... maldita chatarra, pedazo de porquería buena para nada!— decía el enajenado muchacho, quien desquitaba su aplastante frustración mientras golpeaba cada consola que se le ponía enfrente, por lo que sus dos compañeros de cabina tuvieron que detenerlo, sujetándolo.

    —Bueno, sí es así, ¿qué piensan hacer entonces, genios?— preguntaba la joven rubia mientras forcejeaba con Rivera.

    —¿Y nosotros porqué deberíamos hacer algo?— preguntó a su vez Shinji, a la par que sujetaba al temporalmente enloquecido chico.

    —¡Porqué ustedes son los jodidos expertos en pilotear un Eva! ¿O no es así? ¡Los únicos cabezones que han logrado sincronizarse con sus Evas sin cualquier clase de entrenamiento previo! ¡Así que pónganse a trabajar y sáquennos de aquí cuanto antes!

    —Sabía que toda esa basura que dijo el señor Kaji sobre mí no iba a traer nada bueno— se quejó el joven Ikari suspirando. Empero, casi al instante, como si una idea cruzara por su cerebro, sus ojos se abrieron de par en par y sujetó a la chiquilla por los hombros —¡Un momento! ¿Quieres decir que sólo nos presumiste la Unidad 02 y nos trajiste a morir aquí porque creías que éramos mejores pilotos que tú?

    —B-Bueno,— balbuceó la jovencita, mientras sus mejillas se tornaban carmesí, embelleciendo su lindo rostro, a la par que intentaba reponerse de la impresión —Podrías decir que... de cierto modo... sí... así es...

    Los ojos de Shinji brillaron con un resplandor de alegría y una enorme sonrisa se dibujó en su rostro, mientras miraba fijamente a la muchacha europea

    —¡Genial! ¡Gracias!— expresó radiante el chico.

    —¡Un momento, flaco!— interrumpió Kai, con su demencia desvanecida por completo y absorto en aquella conversación —¿Porqué tendrías que agradecerle a esta fulana que nos haya arrastrado hasta nuestra muerte?

    —¡Es que jamás, nunca nadie había pensado que yo fuera mejor que alguien en cualquier cosa!— contestó inmediatamente el aludido con el mismo entusiasmo que lo dominaba tan repentinamente —¡Mucho menos alguien tan impresionante como ella!

    Kai quedó callado ante aquella respuesta, entornando los ojos mientras veía a su compañero seguir sujetando con tanta familiaridad a la linda jovencita rubia, situación que lo extrañó demasiado, pues conocía muy bien el carácter pusilánime de Shinji. Era tal vez, y sin temor a equivocarse, el muchacho más tímido que haya conocido.

    Y en efecto, en cuanto Ikari se percató del tiempo que estuvo sujetando a la chica, con la expresión envuelta en rojo, la apartó tan rápidamente como pudo. Justo después de eso ambos se encontraban volteando a lados opuestos el uno del otro, con las mejillas rojas y los ojos bajos. Rivera tomó nota de los cambios que la presencia de Langley producía en los ánimos de Shinji, que casi siempre estaban alicaídos.

    “Vaya, vaya, vaya...” pensó para sus adentros con una sonrisa suspicaz “Así que también ya estás tras los huesitos de esta jirafona energúmena, tipejo... ¿No te bastaba quedarte con Rei, ahora quieres más? ¡No cabe duda, le tiras a todo lo que se deje! Admiraría tu persistencia, si es que no fueras tan patético...”


    La enorme bestia submarina había olvidado por completo a la Unidad 02, concentrada en tragar los pedazos pequeños que habían caído al agua, tales como aviones o seres humanos, semejante a un pez en su pecera, cuando le arrojan su comida.

    Una vez acabados los bocados chicos, el monstruo decidió ir por el plato fuerte, así que dio media vuelta completa a su curso y se dirigió a arremeter contra el Evangelion sumergido.

    —¡Allí viene de nuevo!— advirtió Shinji, señalando ese punto en la pantalla que se abalanzaba sobre de ellos.

    —¡Sujétense!— hizo lo mismo por su parte Rivera, al percatarse de la cualidad ineludible del impacto.

    Los niños sintieron ese repentino y violento jalón, logrando que se golpearan contra los controles enfrente de ellos, mientras observaban impotentes cómo aquella cosa mordía nuevamente el tronco del robot, quedando atrapados de la cintura para arriba dentro del hocico del animal, quien buscaba despedazarlos en dos. Se esforzaba mucho en ello, y para tal propósito, sujetándolos férreamente entre los dientes los arrastraba tan rápido cómo su velocidad se lo permitía, a unos quinientos kilómetros por hora, más o menos.

    —¡Lo sabía!— declaró Kai, tronando los dedos índice, pulgar y medio.

    —¿Qué?— le preguntó su compañero —¿Qué vamos a morir?

    —¡No, aparte!— contestó —¡Que esta cosa no es un ángel! Y me doy cuenta de eso porque no posee un núcleo. No es visible exteriormente ni dentro de su cuerpo. Simplemente no se puede ver porque no tiene uno.


    Al mismo tiempo, el cable que provee de energía al artefacto sigue corriendo en la misma dirección en la que el monstruo remolca a los niños.

    Desde el puente, los demás observaban impotentes tal acción, observando cómo poco a poco la extensión del cable se iba acabando. Muy pronto llegaría a su final: ¿qué pasaría cuando eso sucediera?

    —El Eva 02 se ha introducido en el cuerpo del blanco— comunicó sin un tono de emoción el operador frente a su consola.

    —¿Eso quiere decir que el Eva ha sido comido?— pronunció Toji, sin saber que tal vez eso significaba la perdición de todos.

    Toji era quizás la única persona que no reflexionaba acerca de aquél hecho, sino que sus pensamientos se remontaban a añejos días de su infancia, haría ya unos diez o siete años. Le parecía que el suministro de energía era el carrete por donde se deslizaba la línea a la cual estaba sujeta el anzuelo. Esa vez, en ese caso, habían atrapado a un pez muy grande. Ojalá el abuelo hubiera estado allí, de seguro se habría alegrado de que picara uno tan grande. Si tan sólo pudiera llevárselo para que lo viera...

    — Guau, es cómo si estuviéramos de pesca...— pensó Suzuhara en voz alta.

    —¿De pesca?— repitió Misato, mirando dubitativamente al muchacho a su lado mientras sus ojos se ensanchaban y destellaban con cierta malicia —¡Sí, claro, de pesca!— sin habérselo propuesto, el chiquillo le acababa de dar una excelente idea para acabar con el blanco de una vez por todas.

    Con nervios de acero, la mujer lograr imponer un orden en ese barullo a base de órdenes y gritos; era de admirarse en Katsuragi esa singular cualidad de surgir de entre en medio del pánico y confusión, y lograr imponer orden y calma.

    —¿Cuánta extensión le queda al cordón umbilical?— preguntó a uno de los operadores en el puente.

    —Apenas unos mil doscientos metros.

    —¡Asuka, el cable se acabó!— advirtió la Capitana Katsuragi al Eva 02; aún no sabía que tanto Ikari como su protegido se encontraban a bordo —¡Prepárate para el impacto!

    Y apenas cuando terminó de proferir esto, la profecía se cumplió y al no tener más línea ya, la bestia se paró en seco, incapaz de remolcar la enorme mole de metal que flotaba en la superficie. Quizás sí podría, pero requeriría un poco más de esfuerzo. Por lo pronto, nada en el mundo lo hubiera hecho soltar al señuelo, como era de esperarse, zarandeándolo bruscamente de un lado hacia otro, queriendo partirlo.

    —¡Maldición!— masculló Langley.

    La conexión con su monstruo de metal le hacía sentir un dolor psicosomático en su abdomen, justo donde la criatura le había hincado el diente al Evangelion.


    En ese entonces, en el puente de mando Misato se alistaba para llevar a cabo su plan, ultimando los últimos detalles mentalmente antes de darlo a conocer. Por su parte, a Kensuke se le había acabado la capacidad de su disco de grabación, por lo que haciendo malabares alcanzó una bolsa de su chaleco donde guardaba los repuestos para reemplazar el otro. Cuando la hacía, una plataforma emergió del portaaviones, llevando consigo, listo para despegar una máquina tipo:

    —¡Un Forge 38 Avanzado!— exclamó Aida, con los ojos desorbitados, sujetando el disco viejo entre los dientes —¡Increíble! ¡Tengo que grabarlo!— decía mientras se apuraba a introducir el disco nuevo en su cámara, apoyándola en su muslo.

    En el interior de la moderna aeronave, además de su piloto, en el asiento de copiloto de atrás se encontraba cómodamente instalado Kaji, sujetando entre sus brazos el maletín de metal como una de sus más preciadas posesiones.

    —¡Eh, Katsuragi!— pronunció haciendo uso del radio en el aparato.

    —¡Kaji!— profirió la beldad de cabello negro, sorprendida. Pensaba que su otrora amante iba a emplear ese moderno avión para batirse con el monstruo, arriesgando su propia vida. ¡Qué muestra de valentía! Quizá no era tan cínico como ella creía, después de todo.

    —Me quedaría, ¿sabes?— continuó por la radio el hombre —Pero tengo que hacer entrega de algo muy importante.

    —¡Lo sabía!— se reprochó Misato a sí misma por haber confiado en aquel sujeto aunque fuera por unos instantes, golpeándose la frente.

    —Muy bien— añadió Ryoji al mismo tiempo que la soberbia aeronave despegaba verticalmente, impulsada por sus poderosas turbinas y motores —Lo dejo entonces todo en tus manos. ¡Cuídate!

    Una vez que acabó de decir todo esto, cortó la comunicación y de inmediato el avión se alejó a toda máquina del lugar, perdiéndose en el extenso firmamento.

    —No puedo creerlo— musitó Suzuhara, con la vista clavada donde segundos antes había estado el avión —Escapó...

    —¡Ese infeliz no ha cambiado en nada!— masculló molesta la mujer —Sigue siendo un descarado de lo peor. ¡Desvergonzado!


    Asuka volvió a sentir aquel dolor en sus costillas, y mientras se retorcía trataba vanamente de ocultar su situación a sus congéneres.

    —¿Estás bien?— la interrogó Shinji, preocupado, a lo que la chiquilla respondió con un lacónico y poco cordial “Déjame en paz”

    —Oficialmente estamos fastidiados y sin más opciones— les hizo saber Kai a sus compañeros en general, para luego dirigirse solo a Asuka —Lo mejor será que te desconectes antes de que este cabrón destripe a la Unidad 02. Escaparemos mientras se entretiene con ella... creo que nos dará unos cuantos minutos. Ojalá podamos llegar a Japón antes de que vuelva a alcanzar a la flota— pronunciaba el muchacho mientras de un rápido vistazo exploraba la cabina, en búsqueda de los implementos necesarios para un rescate de emergencia en altamar.

    Sin embargo la joven piloto no cambió su posición, y sin voltear siquiera a verlo sólo se limitó a decir un escueto: “Vete al diablo”.

    El muchacho se preparaba para reprenderla, cuando vio con increíble asombro en la pantalla de enfrente cómo el robot se movía conforme los movimientos de la chica.

    Shinji volvió su vista a lo que ocupaba la atención de su camarada y al darse cuenta de la situación, exclama lleno de alegría:

    —¡Se mueve! ¡La Unidad 02 se está moviendo!

    A su vez, Langley también volvió su vista al monitor, y vio con tremendo regocijo lo que sucedía afuera.

    —¡Estamos salvados!— exclamaron los tres al unísono.


    Fue hasta en ese momento cuando la voz de Misato se escuchó en la radio de la Unidad 02, ante la alegría de los chiquillos, quienes divisaban un rayo de esperanza en aquel oscuro corredor.

    —Asuka, ¿puedes oírme? ¿Estás bien?— preguntó la mujer.

    —¡Aquí estamos, Misato! ¡Estamos bien! — dijo Shinji.

    —¿Eh? ¡Shinji? ¿Estás también ahí? ¿Y Kai?

    —Aquí estoy, a sus órdenes, mi capitana— respondió éste.

    —Esto ciertamente es algo inesperado, pero tendremos que trabajar como estamos... la situación es esta: en estos momentos los estamos remolcando por medio del cable umbilical del Eva 02. Se me ha ocurrido que podemos evacuar dos de los acorazados y hundirlos a través de la línea axial del Cordón Umbilical para de ese modo formar una trampa— tomó un poco de aire (¡vaya que estaba muy completo su plan!) y prosiguió —Mientras tanto, la Unidad 02 abrirá la boca del objetivo. Las naves hundidas se introducirán entonces en la apertura, abriendo fuego con todo su arsenal, para después autodestruirse. De esa manera, el Ángel será totalmente destruido. Muy fácil, ¿no lo creen?

    —¡Eso es absurdo!— admitió el viejo almirante a su lado, sin ningún tipo de consideración. Jamás en toda su carrera militar había escuchado semejante disparate de estrategia. Y eso era porque los conservadores de alguna manera no apreciaban el genio de los nuevos valores, tal cómo lo era la Capitana Katsuragi.

    —Absurdo, tal vez, pero no imposible— le respondió ésta observándolo de reojo —Por favor, Almirante, le ruego su cooperación.

    Eso último había sido una revelación. Quizás aquella muchacha no estaba tan orate cómo el almirante había pensado desde un principio. Al fin y al cabo, por muy disparatado y poco ortodoxo que resultara su plan, era la única carta que les quedaba. Y detestaba admitirlo.

    —Muy bien— pronunció abatido, suspirando —Entiendo a la perfección.


    Por su lado, Ikari intentaba recordar todo el plan, cuando súbitamente Kai dijo:

    —Muy bonito, y apuesto a que te tomaste tu tiempo para idear todo ese embrollo, pero por suerte no habrá necesidad de hacer todo eso.

    —¡¿Qué?!— fue lo que recibió cómo respuesta unánime de parte de todos aquellos que pudieron escucharlo.

    —Lo que sugieres es un procedimiento muy costoso, demasiado como para gastarlo con esta criatura. Te aseguro que esto no es un ángel, preciosa— siguió el muchacho, pasando de la confusión general —Además, si hacemos lo que nos pides, la Flota del Atlántico se vería bastante disminuida, ya de por sí. No podemos permitir que un instrumento para la paz mundial como ése se pierda así cómo así. ¿Ó me equivoco, Almirante Kurtz? Ustedes nada más sigan remolcándonos como hasta ahora. ¿Entendido? Nosotros nos encargaremos del resto.

    Misato no tuvo tiempo de contestarle, ya que en el acto Rivera cerró el canal de comunicación, dejando a la mujer toda confusa.

    —Kai, ¿puedes oírme?— repetía una y otra vez por el aparato sin recibir respuesta alguna —¿Kai, estas allí? ¡Kai! ¡Kai! ¡Ay, maldita sea!— refunfuñó, dejando caer violentamente al suelo el aparato, para luego volcar su desesperación sobre el almirante —¡Usted, miserable reaccionario, usted es el que tiene la culpa de todo! ¡Le llenó al pobrecito la cabeza de porquería y media! ¡Lo sugestionó con sus estupideces, y ahora todos ellos se van a morir! ¡Por su culpa, malvado anciano!

    En medio de su rabia, sujetó por el cuello al viejo, rodeando completamente su ancho cuello con sus delicadas manos, asfixiándolo momentáneamente.

    —No... era... lo que pretendía... se... lo juro...— pronunciaba dificultosamente el viejo lobo de mar, tratando de jalar un poco de aire, poniéndose rojo a cada instante que pasaba.


    Por otro lado, después de colgar a su guardiana, Rivera se ocupó en darles las indicaciones pertinentes a sus compañeros:

    —Muy bien chicos y chicas, tenemos un nuevo plan, que implica no producir más daños materiales innecesarios a la Armada de las Naciones Unidas... el que esta cafetera oxidada pueda moverse nos ofrece una oportunidad única, que no podemos desperdiciar. Procederemos con el plan de mamá Katsuragi hasta la parte donde somos remolcados entre los acorazados. Sólo que en lugar de que ellos disparen sobre el blanco, seremos nosotros los que la partiremos la madre a este ojete. Creo que podemos ser capaces de romperle el cuello al animal. Cómo esa pelea entre King Kong y el tiranosaurio rex de plastilina, ¿si vieron esa película?

    —Así que vamos a romperle el jodido cuello a esta alimaña de porquería... ¿y ese es todo tu grandioso plan?— replicó Langley, quien se sintió humillada de que el muchacho intentara explicarle todo cómo si fuera una retrasada mental —¿Es lo mejor que se le pudo ocurrir a un inigualable genio táctico como tú?

    —En efecto... casi siempre, lo más sencillo es lo que permite que se haga un trabajo bien hecho— contestó sin más —La genialidad está en la simpleza, ¿no lo sabías? Por supuesto, si crees que es demasiado pedirle a una delicada señorita como tú, puedo comprenderlo. Estoy dispuesto a tomar el mando de este armatoste en el momento que así me lo pidas...

    —¡Eso sucederá sólo esto en tus sueños, cretino!— respondió Asuka en el acto —¡Ninguna tarea es demasiado para mí, y solamente yo seré la encargada de pilotear esta fina pieza de maquinaria precisa! ¡Un primitivo como tú no tiene el seso suficiente para manejar esta clase de artefacto de avanzada tecnología!


    Una vez aclarado el punto, la jovencita dirigió los brazos del robot al paladar y la base de la lengua del monstruo, hasta que sus manos pudieron quedar bien sujetas para empezar a empujar. La niña empujó de aquello lo más fuerte que pudo, pero no lograba moverlo la gran cosa. Shinji se dio cuenta de ello y entonces asió también de las palancas, ayudando a su compañera. Casi enseguida Kai siguió su ejemplo, y al cabo de unos instantes ambos chicos estaban apoyados en el regazo de la niña, quien no se puso nada contenta con la penosa situación.

    —¡Ey, par de pervertidos, no me toquen!— reclamó la chiquilla.

    —¡Shhh, a callar!— reclamó Kai, haciendo un esfuerzo al jalar de la palanca.

    —¡¡Empujen con más fuerza!!— dijo a su vez Shinji.

    El enorme hocico del monstruo comenzó a moverse, lentamente, pero se movía conforme se acercaban a la superficie. Aún así, las fuerzas estaban muy parejas, y nadie podía asegurar qué era lo que iba a pasar primero: o el monstruo partía en dos al robot, o la entidad mecánica le rompería el cuello a la criatura.

    Varios minutos pasaron forcejeando entre sí, al borde de reventar, hasta que finalmente la balanza se inclinó a favor de los niños. Primero fue un tirón, retrocediendo la boca y dientes de la criatura hasta que el Eva pudo incorporarse por completo dentro de ella y después sólo fue cuestión de hacer fuerza con las rodillas y las piernas para que finalmente de un violento y abrupto jalón la base del cráneo del monstruo se dobló hasta conseguir tocar su espalda. Derrotada, la bestia liberó a la Unidad 02 mientras emanaba una gran cantidad de sangre, la cual se esparcía rápidamente en el agua, que se tornó roja.

    Poco a poco la vida fue abandonando a la criatura y luego de un breve instante de agonía vino la calma, y la bestia dejó de moverse. Primero cayó lentamente hacia los abismos marinos y después de unos minutos, el cadáver emergió a la superficie.


    Los jóvenes se permitieron dar un largo suspiro mientras los iban remolcando hasta el barco. Fueron demasiadas emociones por los breves pero angustiosos minutos que pasaron bajo el agua.

    —Pero lo que no entiendo es cómo fue que logramos movernos, después de haberlo intentado tanto tiempo— cuestionó Shinji —Tal vez fue porque nuestros corazones y espíritus se unieron en un mismo deseo por vivir y eso nos permitió vencer al final...

    —¡Qué poético! Es un pensamiento muy bonito, y tal vez puede que sea cierto. Pero me inclino a creer, por muy ridículo que parezca, que fue esa misma cosa la que nos salvó— respondió el otro muchacho, y prosiguió —Al parecer el hocico de “Flipper” segregaba una sustancia viscosa que auxiliaba a la ingesta de alimento, y por suerte para nosotros actuó como lubricante, lo que nos permitió movernos por unos instantes, siquiera para poder acabar con el pobre bastardo.

    —¡Yiiugh! ¡Eso es asqueroso!— expresó Asuka, a quien le repugnaba la sola idea de verse cubierta por cualquier sustancia viscosa que fuera lubricante.

    —Ahora veo que somos muy diferentes, tú y yo— observó Rivera, a quien en cambio la sola idea de ver cubierta a la muchacha con una sustancia de esas características le parecía excitante, por algún bizarro motivo que solamente él alcanzaba a comprender.


    Una vez que las aguas se habían calmado, literalmente, estudios posteriores realizados someramente sobre el cadáver demostraron que la bestia que atacó a la flota no era un ángel. Cuando remolcaban sus despojos a tierras japonesas tuvieron que ahuyentar a docenas de tiburones que se abalanzaban como aves de rapiña sobre el cadáver, arrancándole grandes pedazos de carne, con los cuales pudieron subsistir satisfechos por varios días. De cualquier modo, la enigmática naturaleza de su atacante no podría ser revelada hasta que pudieran someter sus restos a exámenes más rigurosos en tierra, por lo que una suerte de ansiedad todavía aquejaba el temple del Doctor Rivera, quien se había mostrado extrañamente taciturno desde que bajó del Eva 02.

    En aquellos momentos se encontraba de pie sobre la popa del “Over the Rainbow”, observando atentamente, pero ajeno a la vez, las maniobras que realizaban las embarcaciones de lo que quedaba de la flota para arribar al puerto.

    —Tengo que darte algo de crédito, súper chico— mencionó Asuka cuando se le unía, percatándose de la peculiar actitud de su compañero —Pensé que para ahora sólo estarías alardeando de como todo el tiempo tuviste la razón, parloteando estupideces como “te lo dije, te lo dije...” y que no habría forma de callarte. Pero para mi sorpresa has estado bastante ecuánime al respecto, así que admito que eso demuestra por lo menos un poco de madurez de tu parte. Eso te hace mejorar ante mis ojos, aunque sea muy poquito.

    —La verdad es que ya no tengo más necesidad de validarme ante las mentes inferiores que me rodean, incluida tú— pronunció el muchacho sin despegar la vista de la línea de horizonte que se extendía frente a él —De igual forma, tu admiración hacia mi persona es bastante comprensible, las nenas siempre terminan por caer a mis pies, por muy difíciles que se pongan...

    La vena en la frente de la jovencita alemana se ensanchó debido a la gran cantidad de sangre que en esos momentos trepaba hasta su cabeza, incitada por la artera agresión de la que había sido objeto. No obstante, antes de que pudiera descargar su rencoroso puño sobre el desprevenido rostro de Rivera, éste continuó hablando sin darle importancia al ánimo de su preciosa acompañante:

    —Aún así, y a pesar de que podría decirse que esta fue una victoria completa de nuestra parte, hay aún una cuestión sin resolver que me sigue perturbando. Me molesta dejar esta clase de cabos sueltos, es como un pedazo de carne bien atorado en los dientes... o una flatulencia que no puedes dejar salir, por temor a ensuciarte los calzones. Seguro que sabes de lo que hablo, ¿no?

    —¡Qué prosaico, sucio vulgar! ¡Por supuesto que no tengo idea de los disparates que estás escupiendo, pedazo de idiota!

    —Soy un genetista, y modestia aparte, de los mejores en mi campo— continuó Kai, impasible —Por lo tanto conozco los organismos de este planeta y comprendo muy bien su fisiología y todo lo que hace funcionar a cualquier ser vivo. Nada en la Naturaleza es dejado al azar, todo tiene una razón de ser, producto de un intrincado proceso de evolución que comprende millones de años, del cual incluso esta clase de mutaciones son parte. Sé distinguir bien los patrones y diseños naturales en cada ser vivo que he analizado. Pero este espécimen lo ha cambiado todo. Nunca había visto algo así. Por separado, todas las partes de su estructura son reconocibles a primera vista, pero jamás las había visto juntas en un solo organismo. Como si algo, o alguien, hubiera tomado distintas partes de animales y las hubiera puesto juntas, a la fuerza, en un solo individuo, como en una especie de rompecabezas diabólico. Es algo espeluznante, después de pensarlo un rato...

    —¿A qué te refieres? Tan sólo era un bicho feo, pero lo matamos y resolvimos el problema. Fin del cuento...

    —Me parece que en lugar del final, nos encontramos tan sólo al principio de la historia. Toda la biología de este ser me hace pensar no en una mutación producto de las circunstancias ambientales, sino más bien en un origen sintético, artificial, con un propósito bastante específico...

    —¿Dices que alguien fabricó a esta cosa horrenda? ¡Estás loco! ¿Quién podría hacer algo como eso, y para qué alguien querría hacerlo?

    —Sólo sé de dos personas que serían capaces de algo así, con los recursos suficientes... una de ellas soy yo. Y el otro sujeto... lleva más de diez años muerto...

    —¡Oh, ya veo! ¿Así que ahora te dedicas a jugar al científico loco en tus ratos libres, Doctor Rivera? No dudo que en cualquier rato pienses clonarte una novia. Sería la única forma en que un perdedor como tú podría engancharse con alguien...

    Asuka dio por terminada la conversación jalando su párpado inferior con el dedo índice y mostrándole la lengua a su compañero, para luego retirarse del lugar sin más, con cosas más importantes en mente que requerían su atención inmediata.

    Por su parte, Kai permaneció inamovible perdido en sus reflexiones, e inexpresivo, a no ser por la forma evidente en la que apretaba su quijada, presa de una extraña incertidumbre.


    Ritsuko Akagi observaba desde el muelle el lastimero estado en que se encontraban todos los barcos de la flota, al mismo tiempo que se dirige a la recién llegada Misato, cuyo aspecto cansino era similar al de las embarcaciones.

    —¿Cómo estuvo el viaje?— preguntó la doctora sarcásticamente, percatándose de las condiciones en las que llegaba la flota.

    —Horrible— respondió la capitana, extenuada, mientras subía junto a ella al jeep que las llevaría al Cuartel General.

    Mientras, Kensuke y Toji esperan a que bajen sus amigos, a quienes no han vuelto a ver desde su breve almuerzo en el comedor. Primero observan a Asuka bajar, con su vistoso y ajustado traje que revelaba a todos los deslumbrantes atributos de su delineada figura, situación que por supuesto no iba a escapar de su atención, siguiéndola con la mirada hasta que se pierde de vista. Instantes después ven bajar a Shinji y Kai con los mismos trajes. Una expresión de burla no pudo evitar asomarse en su rostro, y por más esfuerzos que hicieron, al último tronaron en carcajadas y en burlas, ante la impotencia de los dos chicos indefensos como estaban.

    —¡Pero mira nada más a ese par de raritos!— le dijo Suzuhara a su compañero, señalando a los recién llegados —¡Hasta me dan ganas de vomitar! ¡Ya decía yo que se tiene que estar mal de la cabeza para poder ser piloto de un Eva!

    —¡Estoy tan decepcionado!— añadió Aida, divirtiéndose de lo lindo al grabar a sus amigos en aquellas prendas tan vergonzosas a la vez que seguía soltándoles todo tipo de comentarios homofóbicos, tan comunes en los chicos de esa edad —¡Yo solía admirarlos, nunca me imaginé que tenían esa clase de mañas! ¡Sólo espero que no sea contagioso!

    —¡Ya cállense los dos, si no quieren que los obligue yo mismo! ¡Su actitud es infantil, y muy discriminatoria y vulnera todos mis derechos humanos! ¡Ni qué decir de mis sentimientos!— se defendió Rivera de inmediato, en tanto su compañero solo se encogía sobre sí mismo, tapándose al sentirse desnudo y expuesto —¡Y tú, Kensuke Aida, será mejor que me des ahora mismo esa maldita cámara! ¡No te permití en ningún momento grabarme en estas condiciones!— amenazó el joven piloto, empuñando su mano y enseñándoselas, amagando con asestarles un fuerte puñetazo.

    —¡Oh, vaya! ¡A buena hora veniste a recordar todo mi nombre, pero qué asombrosa coincidencia!— pronunció el chiquillo que usaba gafas, sin soltar su dispositivo de grabación de video —¡Pero estás jodido, tipejo! ¡Todo el tiempo te la pasas diciéndonos que somos unos mariquitas sin calzones y demás basura que sí es homofóbica! ¡Así que por fin llegó el momento de vengarnos, cerdo miserable! ¡Ahora que tengo esta prueba documentada de tus manías no descansaremos hasta que te hayamos expuesto ante todo mundo! ¡Después de todo, tenemos un compromiso moral de hacer que todos sepan la repugnante verdad que ocultas detrás de tu actitud de machito!

    —¿Qué te pareció eso, desviado?— preguntó entonces Toji, retórico —¡Te fregamos bien y bonito! ¡Así te la pensarás dos veces antes de volver a meterte con cualquiera de nosotros!

    —¡No podrán hacer nada de eso, por que en este mismo momento voy a matarlos a los dos, imbécil!— dijo Kai al ver que su advertencia no surtía efecto, por lo que en el acto se abalanzó sobre los chiquillos, que de inmediato se dieron a la fuga, iniciando así una turbulenta persecución que se extendió por casi todo el muelle —¡Vuelve aquí, sucio buitre amarillista! ¡Voy a meterte esa cámara en donde no te da el sol!


    En la fría y oscura oficina de Gendo, en los cuarteles de NERV, Ryoji Kaji entrega el motivo por el cual ha venido a Japón. Allí, sobre el escritorio del comandante se encontraba el contenido del misterioso maletín que cuidaba como a su vida misma.

    —Fue un viaje bastante agitado hasta aquí— expresa Kaji, mientras se pasea por el espacioso despacho, casi vacío —¿Quién iba a pensar que un monstruo nos atacaría? Me supongo que debió ser atraído por nuestro amigo aquí presente.

    Kaji observa la caja criogénica que se encuentra en el escritorio, y asomándose a su interior, de nuevo pronuncia con ensayado desinterés:

    —A pesar de que la baquelita lo ha contenido de esa manera, aún sigue emitiendo esa peculiar radiación electromagnética. Nuestros científicos no lograron concluir en nuestro primer examen en la Antártida si está muerto o solo es una especie de letargo— miró fijamente al prisionero en la caja, pensando en lo difícil que era creer que algo tan pequeño fuera la causa de tantas desgracias —Así que éste es el gigante de luz que ocasionó el Segundo Impacto y que por poco destruye al mundo... cuesta trabajo creerlo...

    —Así es, Kaji— responde Gendo, ajustándose sus gafas para también contemplar a su huésped —Sin embargo, no hay duda alguna: este es Adán, el Segundo Ángel... el primer ser humano...

    Con suma cautela, quizás más de la cuenta, el Comandante Ikari asoma la vista al interior del artefacto, apreciando con mayor detenimiento aquella pieza no contemplada desde un principio en el tablero de sus designios, que sin embargo, su sola presencia cambiaba todo el escenario que tenía planeado a mediano y largo plazo. Todo un golpe de suerte, como si el Universo mismo estuviera conspirando a favor de la consecución de todas sus metas. Una sonrisa se dibujó discretamente en sus labios, aunque trémula y nerviosa.


    La noche estaba ya muy entrada sobre las oscuras aguas del Canal del Sinaí, paso acuífero que se había producido después del Segundo Impacto, el cual ahora conectaba al Mar Rojo con el Mediterráneo, bordeando las costas de Egipto e Israel. Con cautela, una patrulla proveniente de la Flota del Mediterráneo de las Naciones Unidas se deslizaba sobre la tranquila superficie acuática, la densa e impenetrable oscuridad como su única escolta.


    La discreta embarcación de reconocimiento se encontraba rodeada por territorio enemigo y las costas que divisaba alojaban una cantidad considerable de tropas hostiles, pertenecientes al recién formado “Ejército de la Banda Roja”. Aunque para ese tipo de peligrosas misiones se contaba con sofisticado equipo teledirigido, cada vez que el gobierno mundial enviaba a vigilar los avances de los insurgentes con un avión espía no tripulado, éste sufría curiosos desperfectos, por demás inoportunos, que hicieron prácticamente imposible cualquier incursión de ese tipo sobre territorio ocupado.


    De tal suerte, se tuvo que obrar como en los viejos tiempos, enviando esa pequeña fragata a hacer un rápido recorrido del litoral ocupado en esos momentos por fuerzas rebeldes. El buque patrullero iba acondicionado con varias cámaras y equipo de grabación que transmitía todas las imágenes que recopilaba durante su rápido trayecto. Y aunque para su defensa también contaba con un sistema de misiles, todos los ocupantes de la nave entendían a la perfección que en caso de ser detectados bien podrían darse por muertos, por lo que no era raro que la marcha del vehículo fuera un poco más acelerada de lo prevista. Cuestión aparte era que hasta entonces su arriesgado viaje estaba resultando ser improductivo, pues no habían tenido actividad que reportar y no hubo un solo rastro de movimiento enemigo que estuviera al alcance de sus instrumentos. En resumen, todo estaba en calma en aquél frente, y no había evidencia alguna que sustentara el temor de los altos mandos a una próxima e inminente escalada en los combates.


    Justo cuando se estaba tomando la determinación de dar por concluido el patrullaje y regresar a su puesto dentro de la Flota del Mediterráneo, el sonar detectando dos objetos de gran tamaño aproximándose hasta su posición puso en alerta a los marinos de las Naciones Unidas. Antes que pudieran reaccionar con cualquier clase de maniobra evasiva, un estentóreo sonido de naturaleza desconocida los hizo postrarse de dolor y aturdimiento. Era una especie de potente vibración semejante a un sirena antiaérea, mucho más fuerte que cualquiera que hubieran escuchado antes, pero también mezclada con un estruendo que parecía un coro de niños desgañitándose la garganta con ruido de cristales rotos de acompañamiento. Era algo que el oído humano jamás había escuchado, y para lo cual estaba difícilmente preparado, tal y como lo estaban comprobando todos los tripulantes del infortunado buque. Aún con la mayoría de ellos todavía postrados, indefensos, dos gruesas columnas de agua empezaron a levantarse a ambos flancos de la fragata, la que casi de inmediato fue levantada en vilo por una de ellas, acaso como si se tratara de un simple juguete de bañera. Entre gritos de pánico y sufrimiento, los aterrados marineros ni siquiera pudieron alcanzar los salvavidas, pues como si estuvieran en una espantosa película de terror tuvieron que atestiguar, al filo de la locura, como cada uno de sus compañeros repentinamente se desintegraban en un charco viscoso, dejando solo sus prendas en el piso, hasta que no quedó uno solo de ellos. El buque sería encontrado mucho después por la Armada de las Naciones Unidas, con sólo pedazos chamuscados como único vestigio de su existencia, pero sin rastro alguno de los marinos que lo tripulaban.


    Al día siguiente, Kai podía darse el lujo de volver a respirar aliviado. Su malestar físico había mejorado considerablemente desde que había dejado la nave insignia de la flota del Atlántico, al punto de haber desaparecido ya por completo. Sus preocupaciones en esos momentos se limitaban a acomodarse plácidamente sobre su pupitre, para encontrar la posición perfecta para conciliar el sueño, que era casi siempre lo que hacía durante el transcurso de toda su jornada escolar.

    A partir de ese día el tiempo que pasara encerrado dentro de ese salón de clases sería vital para el buen desarrollo de sus actividades cotidianas, pues la escuela se convertiría en su refugio personal para escapar de la nefasta presencia de Langley, que dicho sea de paso, le crispaba los nervios, por muy guapa que ella fuera.

    “Es una lástima, eso sí...” pensó con cierto desánimo, en tanto daba un bostezo bastante similar al de un león descansando. “Por que si tan sólo aprendiera a tener el pico cerrado no estaría nada mal... puede que estos lelos tengan razón, cuando dicen que se tiene que estar mal de la cabeza para ser un piloto de Eva...”

    Recordó entonces lo que les dijo Toji al principio de la clase a su compañero y a él: “Los compadezco, en serio. Ustedes tienen de compañera de trabajo a esa bruja insoportable.” También tenía muy presente aquel tono de chanza y la enorme satisfacción que se dibujó en su rostro cuando pronunció: “Yo, en cambio, NUNCA tendré que volver a verla”. Oh, como le envidió en esos momentos, aunque solo fuera unos instantes.

    El muchacho disipó su tristeza, resignado, pero dispuesto a disfrutar esos valiosos momentos sin tener que escuchar todo el tiempo ese fastidioso acento alemán. El chico despejó entonces su cabeza y se preparó a entregarse a Morfeo, cuando entre brumas escuchó a sus congéneres hablar de una chica nueva, algo así como una presentación desfiló entonces en sus tímpanos, junto con el quejido lastimero de Suzuhara, a quien parecía le estaba dando un infarto al miocardio.

    Muy en el fondo, supo de inmediato de lo que se trataba, por lo que se hubo de aferrar aún más a permanecer en aquel mundo de ensueño y nieblas, donde ELLA no podría molestarlo. Pero la confrontación con la dura realidad era inevitable, e instintivamente, comenzó a abrir sus párpados muy despacio.


    Despacio y muy lento, es así cómo se va incorporando a la realidad. Primero fija su distraída mirada en Shinji y sus amigos, quienes están pálidos cómo tumbas y sus quijadas parecen tocar el suelo. Después, se fija en sus demás compañeros de clase, quienes parecen estar más agitados que de costumbre.

    “Mierda, mierda, mierda...” se decía una y otra vez el niño a sí mismo, recitando alguna especie de mantra protector. “No puede ser, no puede ser, ¡Puta madre, no puede ser!.

    Finalmente, oye aquel sonido que momentos antes trataba de borrar a como diera lugar de su mente. Con la esperanza de que todo aquello no fuera más que una ilusión, voltea al lugar de donde se originó aquella voz, a un lado suyo. Lo único (o todo) lo que encontró fue a Asuka, quien lo volvió a saludar con aquella mirada perversa y esa sonrisa maliciosa siempre indeleble en su rostro:

    —¡Mucho gusto, soy tu nueva compañera de estudios! ¡Asuka Langley Soryu, para servirte...!— saludó la niña levantando una mano al darse cuenta que tenía la atención de Kai, para culminar murmurando una escueta e insidiosa observación que fue sólo para sus oídos: —¡...pendejo!


    La súbita sorpresa casi lo hace traspasar el techo, cayendo de inmediato al suelo. Paralizado y en el piso cómo estaba, el chico comprendió todo lo que acontecía. La sincronización, la maldita sincronización era la responsable de todo. Era obvio, si a él lo mandaron a la misma escuela y al mismo salón que Rei, fue con el pretexto de hacer que los dos se coordinaran mejor como un equipo. Así pues. lo mismo había sucedido con Shinji, y ahora también, lamentablemente, con Asuka. Cómo si esperara alguna ayuda celestial, el joven levantó los ojos hacia ese azul infinito que se desparramaba allá afuera, en algún lugar sobre del arcoiris, donde todos los problemas se deshacían como amargas gotas de limón.

    “Ya, en serio, confiésamelo...” rezó mirando el firmamento a través de la ventana. “Si es que estás ahí, por algún lado, de seguro Tú me odias, ¿verdad?”
     
  17.  
    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

    Miembro desde:
    13 Mayo 2014
    Mensajes:
    39
    Pluma de
    Escritor
    Título:
    El Proyecto Eva
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    28
     
    Palabras:
    44505
    Capítulo Doce: "Conteo Final"

    “We're leaving together


    but still it's farewell

    and maybe we'll come back

    to Earth, who can tell,

    I guess there is no one to blame

    we're leaving ground,

    leaving ground.

    Will things ever be the same again?

    It's the final countdown...”


    Europe

    “Final Countdown”


    Había pasado una semana escolar (o inglesa) entera desde que Asuka, la pequeña bomba rubia alemana, había llegado al Japón junto con Misato y compañía, además del Eva 02, el cual se encontraba ahora en las instalaciones de NERV. El equipo de pilotos, aparentemente, ya estaba completo: dos muchachos y dos chicas. Desde esos momentos, hipotéticamente sería más sencillo combatir a un ángel, con tan evidente superioridad numérica de 4-1. Eso era lo que los líderes esperaban del recién formado equipo. Sólo el paso del tiempo respondería si aquello era cierto o falso.

    Cuando la chiquilla de cabellera encendida recién ingresó al colegio, su presencia y apariencia causaron furor entre todos sus condiscípulos, de alguna manera u otra. Su peinado impecable, y sobre todo esa tonalidad rubia natural, provocaron de inmediato conmoción a los pequeños machos nipones; su esbelto, bien formado y cuidado cuerpo, rayano en la perfección, hizo suspirar a más de uno y sus dos ojos castaños claros perdieron a muchos en la desesperación. Era difícil el encontrar todos esos atributos físicos en una pequeña japonesa, por lo que la chiquilla, de la noche a la mañana se convirtió en la chica más popular de la escuela. Cada día, las múltiples fotos que le tomaban casi a diario circulaban por todas las aulas, vendiéndose al módico precio de 500 yenes. Sobra decir que los retratos se vendían cómo si fueran pan caliente. Todos esperaban con ansias la hora del almuerzo, para verla comer rodeada de todo el cortejo de niñas que la seguían a todos lados con connotada admiración, y los muchachos esperaban igualmente su hora de hacer deportes, cuando tendría que modelar aquel ajustado y corto conjunto deportivo, así cómo intentaban a toda costa husmear en el vestidor de las niñas, aún a costa de su salud física, ya que muchos habían sido descubiertos, y a punto de ser linchados por las chiquillas. Los jóvenes japoneses de su edad hicieron con ella lo mismo que lo que las muchachitas locales habían hecho con Kai Katsuragi algunos meses antes: elevar la novedad al nivel de ídolo juvenil. Así pues, a la recién llegada no tardaron en inundarla de elogios, misivas a salir y sobre todo galanes que la cortejaran. A la hora de la salida, su casillero estaba repleto de cartas de enamorados, donde todos sus fans le expresaban con el corazón sus sentimientos acerca de ella, con todo el repertorio de frases cursis que pudieran ocurrírsele a alguien. Asuka despreciaba aquellas muestras de afecto, y todas compartieron el mismo destino, sin siquiera ser abiertas: el bote de la basura.


    El siguiente día a su llegada fue uno bastante peculiar, en el cual poco antes de la hora de entrada a clases, la nueva piloto por fin conoció a Rei Ayanami, quien hasta antes de su llegada había fungido como la única mujer piloto de Eva. Shinji fue quien la llevó a conocerla, luego que Asuka le ordenó amenazadoramente que lo hiciera. La encontró al pie de un gran cerezo, a su sombra, abstraída en una lectura novelesca; no pudo observar bien el nombre del título, pero al parecer, serían Los Miserables. Con presteza se dirigió hacia ella, lista para entablar una animosa conversación en la cual pretendía dejar en claro, desde un principio, su posición como hembra alfa a partir de ese momento.

    —Buenos días— dijo ella amistosamente, a un metro de dónde su concentrada compañera se encontraba leyendo.

    La chiquilla, entretenida en su lectura, leía afanosamente cada enunciado, por lo que no le prestó atención al saludo de la recién llegada, cosa que irritó bastante a ésta, quien hubo de redoblar esfuerzos en su empeño por llamar la atención de su nueva compañera.

    —Tú debes ser Rei Ayanami— volvió a emplear el mismo modo de hablar, cruzándose pacientemente de brazos, mientras sus espectadores se arremolinaban en torno de ella.

    —Así es— asintió Rei, a quien le empezaba a molestar la cantidad de gente que comenzaba a llegar, pero sin dejar ni un momento su lectura— Ésa soy yo...

    —Yo soy Asuka Langley Soryu— pronunció entusiasmada por haber obtenido una respuesta —La nueva piloto. Solamente quise venir a presentarme como debe ser, y en verdad espero que tú y yo podamos ser buenas amigas.

    —¿Para qué?— preguntó la japonesa, sin despegar la vista del libro.

    La jovencita rubia no pudo más que fruncir el ceño, extrañada por el gesto y actitud indiferente de Ayanami. ¡Qué rara era esa muchacha! Parecía estar en trance.

    —Eso es obvio— pronunció Langley, desairada e impaciente— ¡Porque nos conviene!

    —Bueno— le dio la razón su interlocutora —Si me ordenan ser tu buena amiga, lo haré.

    Con ese último argumento dio por entendido que la conversación había terminado y la muchacha no dio ademán de quererla seguir, con la apasionante lectura frente a sí.

    Hablar con un sordomudo era mucho más fácil que hablar con Ayanami, por fin notó la extranjera, mientras suspiraba derrotada. En serio que era bastante desinteresada. En un principio no había querido creerle a Ikari cuando la describió cómo a “una persona retraída”. Pero ahora, retraída le parecía poco. Esa chica vivía en un mundo diferente al de ellos. ¿Sería autista, acaso?


    De repente, algo la hizo dudar de ese pensamiento; una actitud mostrada por su compañera, aunque esta fue muy efímera. Tan perceptiva cómo era, Asuka notó que algo a sus espaldas atraía fuertemente la atención de Rei. Esos singulares ojos carmesíes suyos destellaban cómo lamparitas de árbol de Navidad. Con suma discreción, a su vez miró con el rabillo del ojo hacia ese lugar. Quería saber a toda costa qué era lo que podía interesarle a una persona tan distante cómo ella. Sólo encontró a Kai, bajando las escaleras que conducían a la entrada del edificio en dónde se encontraba su salón de clases. Su sexto sentido, inherente en las de su género, pronto le advirtió de la situación. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no gritar de la impresión que le produjo un pensamiento que cruzó pronto por su mente. ¿Acaso sería posible que...? Increíble. Tenía que asegurarse por completo.

    Intuitiva, astuta por naturaleza, la jovencita sonrió para sus adentros, al ver la oportunidad que se le presentaba en bandeja de plata para vengarse de Rei y de que tuviera plena conciencia del error que había cometido al despreciar su amistad. Aprendería, y bastante bien, que era mejor tenerla de amiga que de enemiga.

    —Creo que ya no estoy tan interesada en entablar una amistad contigo, pesada— pronunció despectivamente y de inmediato dio media vuelta y se retiró, sin decir más palabras.

    Todos, de pie en donde estaban, la siguieron con la mirada, mientras grácilmente se apresuraba en dar alcance al muchacho, antes que entrara al recinto escolar. Incluso Ayanami hizo a un lado su lectura para vigilar los movimientos de Langley, observando por encima del libro.

    —¡Kai, corazón!— exclamó melosamente la joven rubia, agitando un brazo en lo alto para llamar su atención —¡Espera un poco, por favor!

    Katsuragi, somnoliento y distraído, no daba crédito a lo que escuchaba. Despabilándose como pudo, volteó hacia todas las direcciones, para luego señalarse a sí mismo con el dedo índice, desconcertado a más no poder. Le extrañaba en demasía los exagerados modales y atenciones que la muchacha le prodigaba. Algo debía traerse entre manos, y no estaba seguro de querer se parte de ello.

    —¡Claro que te hablo a ti, tontín!— dijo Langley, en medio de una serie de risitas melosas, las cuales supo disimular bastante bien, mientras que se le colgaba de un brazo —¿Qué te parece si tú me enseñas toda la escuela?

    —¿Pero a ti qué mosca te picó, bruja?— inquirió molesto el chiquillo, intentando zafar el brazo que su compañera le tenía bien sujeto —¿Qué es lo que pretendes?

    —Tranquilo, guapo— le susurró cariñosamente, acariciándole la barbilla —Solo quiero que me lleves a conocer las instalaciones, acuérdate que soy nueva aquí y aún no estoy muy familiarizada con este lugar, todo es tan extraño y confuso para mí.

    —¿Y yo porqué?— interrogó desconsolado, al mismo tiempo que era literalmente arrastrado por la bella jovencita —Creo que ahora me levanté con el pie izquierdo.

    —Oye, tú y yo aquí somos extranjeros, ¿lo recuerdas?— le contestó la chiquilla, volteando a ver de reojo al pie del árbol, en dónde le parecía ver que Rei casi mordía su libro, de la rabieta que estaba haciendo. Si bien su semblante no había sufrido un cambio notorio, el fuego que despedía la mirada de la jovencita decía todo acerca de su verdadero sentir.

    Al saberse observada por Ayanami, Asuka devolvió el gesto sonriendo pícaramente, con el conocimiento de haber triunfado al descubrir el punto flaco de su oponente. Deliberadamente acortó el espacio que la separaba de Rivera, restregando su regazo sobre el brazo que aún le tenía cautivo, mientras continuaba hablándole con suma familiaridad:

    —Además, creo que deberías estar agradecido por la oportunidad de hablar con alguien de tu mismo nivel académico, en lugar de todos estos mocosos ignorantes ¿no crees?

    —Pero es que tú y yo no somos del mismo nivel, ¿ya lo olvidaste?— respondió el chico, percatándose al fin del verdadero objetivo de la muchachita, cuando observaba de lejos la expresión de Ayanami. ¿Ella celosa? Jamás hubiera creído verlo. Quizás entonces todavía guardaba alguna clase de sentimiento por él. Enterarse de eso le resultaba una fresca bocanada de aire fresco, que incluso podía hacerlo soportar la compañía de esa insidiosa serpiente que se le había enroscado. Aunque probablemente también debería agradecerle el favor que le estaba haciendo —Yo tengo doctorados, tu solamente tus cursitos de verano que tomaste en la universidad...

    Cuando su mirada y la de Rei chocaron, a pesar de la distancia que los separaba, Rivera notó como la joven volvía de inmediato el rostro, sumamente indignada.

    “¿Qué tal? Después de todo, sí estaba celosa” pensó el infante, con bríos mejorados. Si ella aún se interesaba por lo que hacía, y con quién se relacionaba, eso quería decir que todavía no lo olvidaba del todo, y que aún ardía una tenue llama dentro de ella.


    No tardaron mucho en unírseles el grupito de curiosos que seguía a Asuka a donde quiera que fuera, y ya todos daban por sentado que, dadas sus muchas semejanzas, aquellos dos estaban destinados a ser pareja, si no es que lo eran ya.


    Sin embargo, el momento de gloria del que disfrutó la recién llegada fue muy breve. En realidad, su carácter tan altanero y pedante ahuyentó a los pocos días a sus múltiples seguidores. Sus galanes huyeron espantados de su manera de ser tan especial y poco ortodoxa, una vez que hubo acabado de destrozarles sin misericordia su amor propio con las múltiples maneras que se le ocurrieron para llevarlo a cabo, desde los insultos y la ironía, hasta los más duros y dolorosos golpes; sólo el tímido Kensuke, que a cada demostración de carácter que la muchacha daba sentía quererla más. Sólo él seguía fiel a su religión y adoración, siguiéndola a todas partes con su inseparable cámara de video, filmando todos sus movimientos. Así mismo, casi todo el cortejo de chiquillas que la rodeaba, a excepción de Hikari, la líder de clase, la abandonaron a su suerte. No pudieron soportar más sus interminables reclamaciones y rabietas que hacía y no parecían tener fin. Cada vez que una de ellas se equivocaba, la alemana se regodeaba en restregarles sus errores en la cara, con lujo de crueldad; gozaba en llamarlas estúpidas y demás clases de adjetivos ofensivos que pudieran ocurrírsele, a cada accidente que cometían, como derramar la bebida en la mesa, equivocarse en un cálculo matemático o simplemente ignorar algún dato. Entonces, días después de su llegada, el incendio había sido sofocado por las múltiples mangueras de agua fría de su altanería y de su convicción de creerse la mejor en todo lo que tenía que hacer.


    Por otro lado, los únicos que aún no podían ignorarla ni olvidarla, aunque quisieran, eran con quienes tenía que convivir por largo rato, o sea, sus compañeros pilotos y el personal de NERV, que tenían que soportarla a cada instante de la tarde. Aunque las opiniones estaban diferidas: había a quienes les simpatizaba enormemente, cómo a Misato, Ritsuko, Kaji y algunos otros. También estaban los que la odiaban, conformados por Kai, Toji (aunque no trabajara en el Geo Frente) y varios técnicos más que le guardaban rencor por varias humillaciones y atropellos sufridos por la pequeña a su llegada; y por último, estaban a los que simplemente les era indiferente o no la entendían. A este grupo pertenecían Gendo, Rei, Shinji y también numerosos empleados del Cuartel, los cuales, la mayoría, jamás tuvieron un trato cercano con ella. Shinji, especialmente era el que aún no lograba comprenderla; en cierto modo, le atraía como tiempo antes le empezó a atraer Ayanami, eso sin dejar escapar su hermosura, semejante a la de una planta carnívora del Amazonas.


    Para Kai, más que para nadie, fue muy difícil el tener que acostumbrarse a su nueva compañera, por no decir imposible. Parecía que su sola presencia le causaba escozor y hacía que estuviese furibundo la mayor parte del tiempo que pasaba con ella. Empero, paulatinamente, en un proceso demasiado lento y que le costó meses, fue tolerándola más y más cada día, hasta el punto de llegar a bromear amigablemente con ella, con ciertas reservas aún. No obstante, los primeros días, y los que les siguieron fueron los más horribles para ellos dos, ya que al parecer Asuka se interesaba demasiado en todo lo que hacía o dejaba de hacer aquel muchacho, cosa que molestaba bastante a Rivera, quien ya se había acostumbrado a que se le dejara en paz durante el transcurso de toda la jornada escolar y a casi no tener trato con sus compañeros de clase. Las constantes interrupciones a sus siestas por parte de Langley lo tenían ya con todos los nervios destrozados. Parecía haber viajado en el tiempo, al año cuando la había conocido y los dos eran aún muy niños, teniendo que escapar del acecho de aquella molesta rubiecita pecosa con peinado de coletas que lo seguía a todas partes con una muy mala actitud.


    En tal situación estaban los dos, el primer lunes después de la caída en las encuestas de la jovencita europea. Asuka se había sentado justo a un lado de Kai, y detrás de Shinji. Al igual que su compañero de ojos verdes, la nueva estudiante encontraba la escuela secundaria por demás sosa y aburrida, lo que era comprensible tomando en cuenta su alto nivel académico, aventajado al de la mayoría de sus contemporáneos. A sus 14 años Langley contaba ya con varios estudios cursados en las mejores universidades de Europa y tenía un futuro promisorio en casi cualquier campo al que se quisiera dedicar en lo futuro, si bien aún no se había decidido por alguno en particular.

    Mientras tanto, eran unos cuantos minutos pasados de mediodía, y en el aula el maestro recitaba por enésima vez en un mes la misma historia del Segundo Impacto, que al parecer era lo único que estudiaban los niños en esa época. “El 21 de agosto del año 2000, a eso del mediodía, hora local, un meteorito gigante de unos 14 kilómetros de diámetro golpeó al continente Antártico, derritiéndolo casi al instante” repetía para sus alumnos, quienes estaban haciendo todo, menos prestándole atención. Asuka estaba algo molesta ese día, por el repentino rechazo de todos sus condiscípulos, y le decía a Kai, quien intentaba a toda costa dormirse, lo estúpidos y mediocres que eran los japoneses de la actualidad, que tan sólo eran un puñado de mocosos mimados y afanados únicamente en el entretenimiento, en las tendencias de moda que se les imponía desde el extranjero, sin relevancia alguna en la geopolítica actual, que desde ya estaban condenados al fracaso y al olvido de la Historia, y que si sus antepasados que habían sacado de las ruinas al Japón de la pos-guerra pudieran ver en lo que sus descendientes se habían convertido se sacarían los ojos de la vergüenza. Palabras más, palabras menos, todo esto lo decía en un inglés muy bien hablado y fluido, para que nadie más pudiera entenderla, salvo su adormilado compañero.

    El monótono discurso del profesor, con su tono de voz pausado y desinteresado, siempre tenía un efecto somnoliento en Kai y lo hacía conciliar el sueño rápidamente y sin ningún tipo de escalas, aún de día. Pero en esos momentos, se estaba perdiendo de fabulosas sorpresas en el mar de los sueños, y todo por culpa de la vieja comadre a lado de él, que no cesaba de hablarle y mantenerlo despierto.

    —Asuka, por favor...— le suplicaba, también en inglés— Estoy muy cansado... sólo quiero dormir... ¿no podríamos seguir esta charla racista después?... ¿Por favor?

    La joven se sintió ofendida, y creía que el efecto somnífero era por su conversación; indignada, le reclamó varias cosas más, y arremetió contra él en menudas ocasiones, dejando al muchacho sin un dejo de paciencia. Al final, él también estalló:

    —¡¡CÁLLATE YA, CON UNA PUTA MADRE!!— le gritó en japonés.

    Toda la clase volteó hacia donde estaba, con los dos brazos cómo almohada apoyados en su mesa, en dirección al pizarrón, con la cara encendida de la vergüenza del ridículo que acababa de cometer; aquél parecía ser un día de malentendidos, ya que el educador creyó que la reclamación iba dirigida hacía él. Sólo se ajustó su par de bifocales y dictó veredicto, él solo, sin juez, ni jurado, únicamente como ejecutor.


    Kai ahora contemplaba por la ventana hacia el salón de clases, con sumo enfado e indignación. Lo habían sacado al corredor, aplicando el tradicional método de castigo escolar en todo el país. Se le obligaba al estudiante a cargar parado, con los brazos extendidos, dos baldes de agua, sin bajarlos un solo momento. Después de largo rato, los miembros comenzaban a calar y a doler horriblemente, acalambrándose. Era el primer castigo que recibía en toda su vida estudiantil, y estaba furioso con todo mundo. Para colmar, Asuka no dejaba de hacerle gestos y señas de burlas, desde su cómodo asiento en el aula de clases.

    “Maldita infeliz, ya me las pagarás” decía incesantemente, apretando los dientes, sin nadie a la redonda que pudiera escucharle. Sus colmillos rechinaban horriblemente al chocar unos contra otros, mientras que la vena en su cabeza parecía que iba a reventar.


    Shinji también contemplaba la escena, algo contrariado. Veía a su compañero afuera, dirigiendo miradas rabiosas al salón, y observaba también a la muchacha responderle con toda gama de gestos y señales. No sabía que sentir, y tampoco el porqué Kai odiaba tanto a la recién llegada. Pensaba que había cosas peores que ser acosado por una hermosa joven. “Bueno” pensaba él, moviendo su lápiz entre los dedos, con una actitud muy meditabunda “Si tan sólo le ves la cara, es muy bonita, desde cierto punto. Pero por muy mal carácter que tenga, me alegra que haya otro piloto más. Por fin la responsabilidad se ha aligerado aún más.” En ese momento, su lápiz cayó de sus manos, rodando hacia atrás, dónde se encontraba la chiquilla de cabellera encendida. Ésta, que había cesado en sus burlas simplemente por cansancio, al contemplar el instrumento se agachó por él, y se dirigió al lugar del joven.

    —Toma— le dijo a Shinji, devolviéndole el utensilio.

    —Ah— balbuceó el niño, sorprendido por su amabilidad —Gracias...

    Al volver Asuka a su lugar, esbozaba en el rostro una sonrisa maliciosa en sus labios. El muchacho, al tantear el objeto, cayó en la cuenta, con asco, que tenía un enorme chicle pegado, seguramente dejado por la alemana.

    “Retiro lo dicho” pensó, con pesadumbre, mientras tiraba el lápiz a la basura. “Es demasiado horrible” concluyó en su opinión referente a la joven.


    Las clases al fin concluyeron, y todos se retiran a su casa, contentos la mayoría que faltara tan poco para que acabara el ciclo escolar, apenas unas escasas dos semanas; sus exámenes ya estaban hechos, y sus tareas finiquitadas, por lo que la parvada de chiquillos sólo tenían por única preocupación el encontrar la mejor manera de divertirse, saliendo a toda prisa para abarrotar los parques de diversiones, los cines o cualquier centro de entretenimiento que se les ocurriera. El sol estaba alumbrando en todo lo alto y ya calaba un poco en las espaldas de los muchachos. Era la 1:30 de la tarde, un poco más de mediodía y Shinji y sus amigos andaban con paso cansino bajo aquel candente sol de mediados de Junio, sudando por todas partes y buscando alguna sombra dónde refugiarse por algunos momentos. Caminando por las calles de asfalto caliente, recurrieron a la conversación para evitar pensar en el calor.

    —Vaya...— dijo Toji, abanicándose como podía con la mano —Ahora sí que ese orate de Katsuragi logró hacer enfadar al maestro.

    —A veces me pregunto que tiene ese tipo en la cabeza— comentó Kensuke— ¿A quién se le ocurre gritarle al viejo que se calle?

    —Bueno, no negaré que se trata de un loco desgraciado, pero ahora en realidad no fue tanto su culpa...— lo defendió Shinji, sorpresivamente — A la que le decía que se callara era a Asuka. Me consta porque yo los estaba escuchando cuando estaban hablando.

    —De cualquier modo, debería aprender a controlar mejor su temperamento, eso si quiere evitar meterse en ese tipo de problemas— refirió el chico de los anteojos.

    —Pues no sé quien sea peor, Katsuragi o esa otra maniática de Soryu, que por cierto no lo deja en paz... pero tengo que decir que cualquiera enloquecería por tener que soportar a esa cabrona tanto tiempo...— exclamó de nuevo Toji, mientras cruzaban una callejuela.

    — Habla por ti, amigo, ya quisiera yo tener esa clase de problemas...— suspiró Kensuke.

    Cuando quisieron seguir desplazándose por la banqueta, se detuvieron los tres en vilo. Ahí, justo delante de ellos, a unos escasos tres metros se encontraba la tan citada muchacha. Aún no advertía su presencia, ya que se encontraba intentando sacar a cómo diera lugar un muñeco de felpa en una de esas máquinas con palanca, en un establecimiento de videojuegos. El hotel donde se hospedaba quedaba cerca de esos rumbos, dónde también se encontraba la escuela, por lo que no le tomó bastante tiempo llegar a sus aposentos, cambiarse y ponerse algo más ligero, e ir a entretenerse un rato antes de ir al cuartel. Estaba vestida con un corto vestido de una sola pieza, blanco, y que la tapaba hasta la pantorrilla y con un pronunciado escote en el pecho, ideal para ese ambiente calorífico.

    Aterrorizados, el trío intentó pasar desapercibido de su vista, y por poco lo logran de no haber sido por Kensuke, el fiel admirador de la chiquilla, quien tragando saliva y ansioso como un perro en celo, se colocó detrás de ella y se agachó un poco con miras a darle un vistazo a su ropa interior. Sus amigos intentaban disuadirlo, arrastrándolo por la fuerza, aún sin ser vistos por la chica, cuando de las pinzas mecánicas que ella controlaba resbaló la adorable figura de peluche de la que pretendía adueñarse. Esto último la hizo enfadar de sobremanera.

    —¡Esta jodida máquina está descompuesta!— gritó mientras le daba una fuerte patada, muy indignada por su fracaso; cuando volteó, se encontró a los jóvenes, perplejos por aquella reacción, temiendo que reaccionaría así con ellos.

    —¡Oigan, ustedes!— les gritó enfadada — ¿Qué demonios es lo que estaban mirando?

    —No... nada... si nada más íbamos pasando por aquí...— respondieron al unísono Shinji y Toji, aterrorizados, mientras que su compañero que usaba anteojos seguía maravillado por que la alemana le había dirigido la palabra.

    Asuka los contempló con el ceño fruncido, en silencio, por algunos momentos. Los chiquillos habían llegado al extremo de postrarse en el suelo, casi cómo si estuvieran arrodillados, suplicando misericordia.

    —Esto les costará 100 yenes a cada uno, zoquetes— expresó por fin la extranjera, extendiendo su mano hacia dónde se encontraban.

    Al parecer, no habían acabado de comprender, y seguían viéndola sin saber que hacer, desconcertados, como si les estuviera hablando en arameo.

    —Se los estoy dejando bastante barato— pronunció de nuevo la rubia —Tendrán que pagarme 100 yenes por cada uno, eso si no quieren que les parta la cara ahora mismo.

    Por fin habían entendido lo que la chiquilla pretendía, y Toji, encolerizado, explotó:

    —¡Estás loca si piensas que accederé a eso! ¿Con qué derecho te sientes para cobrarnos cosas de la nada, tarada?

    —¡Porqué se me acabó el dinero para jugar!— respondió ella de inmediato —¡Y aparte, es el precio por mirar! ¡Me estaban viendo los calzones! ¿Ó no?

    —¡El único que lo estaba haciendo era este baboso!— indicó su contendiente, agitando a Kensuke, y continuó— ¡Y además, es un precio muy elevado por ver tu sucia ropa interior!

    —¡¿Cómo dices?!— gritó la muchacha en medio de la discusión, emperrada, proyectando su brazo hacia atrás, lista para asestarle un puñetazo en medio rostro. Sin embargo, al hacer su extremidad hacia atrás, dio un fuerte codazo accidentalmente a alguien que estaba jugando a sus espaldas.

    Era un joven. De unos 19 años, con la cabeza rapada completamente y tatuada con los emblemas de una pandilla. Vestía una camisa desgarrada, negra, con unas bermudas de mezclilla azules, unas calcetas deportivas y zapatos tenis, un poco maltratados. Traía cómo accesorios varios aretes en su rostro, cómo en la nariz. El codazo de la chiquilla lo empujo bruscamente, ocasionando que perdiera su juego, que era una simulación de un vuelo de avión de combate. Después de lamentarse fuertemente, arremetió justamente contra la causante de su desgracia, con toda clase de reclamos y amenazas. Entre toda esa escaramuza, Asuka sólo se alcanzó a disculpar escuetamente:

    —Ay, perdón— musitó.

    —¡¿Y crees que con perdones todo se va a arreglar?! ¡Estaba por terminar este jodido juego, me costó mucho trabajo llegar a la última misión! ¡¿Eso cómo putas me lo devuelves, vaca idiota?!— le reclamó airadamente, casi encima de ella y a todo pulmón.

    Por su aliento, la alemana se pudo dar cuenta que aquella persona había estado bebiendo, y era muy probable que ya estuviera bajo los efectos del alcohol. No pudiendo soportar aquél hedor, la pequeña tuvo que taparse la nariz con los dedos, haciendo una mueca de disgusto. El salvaje, humillado en su orgullo por aquella señal de repulsión, la sujetó fuertemente del brazo, listo para descargarle un rencoroso golpe.

    —¡Toji, tú eres el más grande, haz algo!— le dijo de inmediato Shinji, empujándolo hacia adelante para que confrontara al agresor.

    —¡Tiene razón, además ese tipo tiene el acento de tu barrio!— remató Kensuke.

    —¡¿Y eso qué tiene qué ver, imbéciles?!— se intentó defender el aludido, espantado.

    Pero la chiquilla no iba a esperar hasta que los muchachos se decidieran a ayudarla. Cansada de tratar de razonar con aquel aborigen, y enojada por la actitud de éste, le dio una fuerte patada con el tacón al rostro del delincuente; la flexibilidad de la menor era sorprendente, ya que ese tipo de ataques son bastante difíciles de realizar aún para los expertos en artes marciales. De hecho, Bruce Lee, un reconocido actor y artista del kung-fu, aconsejaba usar las piernas sólo en los puntos bajos, en una pelea real. Pero haciendo caso omiso de los consejos del “Dragón”, la pequeña rubia propinó un relampagueante taconazo en la cara, tirándole así al individuo dos o tres dientes en el proceso. En realidad, su movimiento de piernas fue bastante rápido, ayudada por su natural gracia; apoyó firmemente su pierna izquierda en el piso, mientras levantaba la derecha con suma rapidez y la devolvía a su lugar de igual modo.

    El trío de niños se quedó petrificado en su lugar. Quedaba claro que el fulano, tendido boca arriba en la banqueta, era el que necesitaba ayuda. Éste, se incorporó del suelo en cuclillas, lanzando unos pequeños suspiros que semejaban a quejidos, y escupiendo sus piezas dentales sueltas, profirió cómo un animal herido, quejándose:

    —Maldita golfa...— le reclamó, mientras se levantaba, y a una señal suya varios jóvenes con aspecto de pandilleros salieron del local de diversiones, perfectamente coordinados y trabajando cómo relojes, puntuales — ¡Pero esto no se va a quedar así, puta!

    “Inútiles” pensó Asuka, mientras el compacto grupo la rodeaba, amenazante. “Mira qué necesitar a sus amigos contra una indefensa niñita.” En ese preciso instante, a todo pulmón, gritó espantada, señalando hacia arriba a un punto indeterminado, con lo que pudo captar la atención de toda la pandilla.

    —¡¡Miren eso!!

    Los sicarios voltearon hacia dónde les señalaban. No había la gran cosa, sólo ese eterno cielo azul con nubes blancas, ¿Y qué? En ese momento, descuidados y con la guardia baja, la muchacha los sorprendió de golpe, ora propinando una patada en los testículos a un pobre diablo, ora dando tremenda cachetada a otro y ora volviendo a sacarle más muelas al primero con un fuerte puñetazo. Siempre moviéndose a la velocidad del rayo, y certera cómo una leona en el Serengeti. Así era verla pelear, cómo contemplar una especie de gimnasia marcial, estética y poderosa a la vez.

    Viendo que no hacían falta ahí, y contemplando cómo uno a uno la aguerrida jovencita alemana iba despachando a toda aquella banda, los jóvenes quisieron hacerse de la vista gorda y salir por detrás, asustados y sorprendidos a la vez. Sin embargo, unos dos sujetos que se habían quedado rezagados de la masacre, les cortaron el paso de la acera.

    —¿A dónde creen que van, pendejitos?— les preguntó uno de ellos.

    —¡Esperen amigos, están cometiendo un error!— le detuvo Toji, alzando los brazos frente a sí en señal de rendición —¡Nosotros no tenemos nada qué ver con todo esto, te lo juro por mi madre!— mientras sus otros dos compinches le apoyaban, meneando la cabeza arriba y abajo, aterrados.

    Pero, al parecer, los malvivientes sólo buscaban a alguien con quien poder desquitarse por lo de sus amigos, y entonces uno, el más alto, de unos 180 centímetros, agarró a Shinji por la camisa, lo empujó fuertemente y lo estrelló contra su puño, que al muchacho le pareció hecho cómo de piedra. El golpe fue a estrellarse violentamente en su pómulo.

    La alemana, entre puñetazos y patadas que repartía a diestra y siniestra, alcanzó a percatarse del abuso sufrido por su compañero, por lo que se decidió a ejecutar una rutina de gimnasia para darles alcance, dando unos espectaculares giros con las manos apoyadas en suelo. El impulso que llevaba fue suficiente como para ir a estrellar su pierna izquierda en el pecho del salvaje, sacando todo el aire de sus pulmones. Una vez que aterrizó, le descontó con otro trancazo en la cara, dejándolo tendido en el pavimento, mientras ella cogía un banquillo para despachar a su cómplice.

    —¿Es qué te escapaste de un circo, perra?— pronunciaba éste, alzando las manos para defenderse de los constantes ataques con el asiento.

    —¿Y ustedes qué no pueden defenderse, maricones?— se defendía verbalmente la niña mientras lo aporreaba.


    Mientras seguían peleando, Toji y Kensuke auxiliaban a su amigo herido, que había obtenido una prominente contusión en el pómulo izquierdo. Fue entonces que les pareció escuchar un alegre silbido en medio de toda la refriega, y al voltear hacia delante, pudieron percatarse de la presencia de Kai, quien iba pasando justo al lado de la reyerta como si ésta no estuviera sucediendo. Justo cuando se encontraba por darles la espalda el trío tuvo que ir a interceptarlo, agobiados por el vertiginoso acontecer de todo lo ocurrido:

    —¡¿Katsuragi, qué demonios crees que haces, maldito demente?!— le preguntó Kensuke, reteniéndole por el hombro —¡¿Qué no estás viendo que estamos en medio de una batalla campal?! ¡Tienes que hacer algo, empieza a repartir karatazos ó algo, viejo! ¡Haz lo tuyo!

    —¿Qué les pasa?— respondió, extrañado, y después les reclamó —¡Ah, pero si son los tipejos que se creen la gran cosa como para esperar a su pobre amigo que se quedó castigado! ¡Y ahora tienen el descaro de venir arrastrándose por mi ayuda! ¡Pues qué mal, porque todos ustedes se van a ir al demonio! ¿Me entendieron?

    —¡Deja de escupir tus idioteces y muévete, por amor de Dios! ¡¿Pero qué no ves todo lo que está pasando?!— le dijo Shinji, mientras que su rostro se iba hinchando, señalando a la muchachita en medio de la batalla —¡Tienes que ayudar, por favor, haz algo!

    Rivera dirigió su vista hacia donde le indicaban, sin intentar siquiera disimular su completa falta de interés, pero al ser tan evidente el moretón que comenzaba a formarse en la cara de su compañero no tuvo más remedio que preguntar:

    —¿Quién te hizo eso?

    El chiquillo, no respondió, apenado, pero sus ojos se dirigieron hacia Asuka y los vándalos. Su compañero entonces sólo se limitó a dar un hondo suspiro, para después empezar a murmurar mientras se dirigía a paso lento hacia la pelea:

    —Maldita sea... ¿quién me manda a ser tan buena gente? Uno de estos días estos ñoños tendrán que aprender a defenderse solos, no es posible que siempre estén dependiendo de mí... ¿Porqué, porqué soy el único que debe cargar con la responsabilidad de siempre tener que hacer lo correcto? ¿Acaso nadie se da cuenta lo difícil que es ser yo?


    Por su parte, la jovencita alemana se encontraba bastante ocupada con otros tres pandilleros que se habían incorporado, sin darse cuenta de la presencia de Kai a sus espaldas, hasta que éste tomó impulso para taclearla y derribarla sobre el piso, esto para la enorme sorpresa de propios y extraños.

    —¡¿Pero qué carajo crees que estás haciendo, pedazo de idiota?!— exclamaron los otros tres muchachos al únísono, fuera de sí y sin poder dar crédito a la nueva locura perpetrada por su compañero.

    —¡Vaya que son unos cerdos miserables, malagradecidos!— contestó Rivera del mismo modo, encima de Langley, a quien tenía sujeta contra el suelo sin darle oportunidad de recobrar el aliento —¿Que qué estoy haciendo? ¡Duuuh! ¡Sólo salvando sus pobres traseros de esta fiera enloquecida, ni más ni menos! ¡Y ni siquiera se preocupen en agradecérmelo, pendejos! ¡No es cómo si fuera bastante difícil someter a esta loca que parece estar poseída por el mismo Satanás! ¡Sólo vean nomás como dejó a estos pobres e indefensos muchachitos, parece que los arrolló un camión!

    —¡Maldito lunático, se supone que era a Asuka a la que debías ayudar en contra de estos tipos!— siguió reclamándole Shinji airadamente —¡¿Cómo demonios se te ocurre que era al revés?! ¡¿Qué, estás ciego ?! ¡Sólo ve la pinta que se cargan todos estos fulanos!

    —¡Discúlpame entonces, cretino, pero sucede que yo no juzgo a las personas por su apariencia externa, eso es muy frívolo y poco cortés! ¡Además, cualquiera con un dedo de frente y que estuviera viendo esta masacre sabría muy bien que estos infelices eran los que más necesitaban ayuda, no esta abusiva potra salvaje! ¡Sólo mira como te dejó la cara, pareces una hamburguesa, y aún así tienes el descaro de defenderla! ¡En serio que se tiene que ser muy idiota para...!

    —¡Cállate ya, imbécil, y suéltame de una puta vez!— demandó Langley cuando pudo zafar su brazo derecho, con lo que logró quitarse de encima a su agresor al darle un soberano puñetazo en la mandíbula que lo mandó a volar y por poco lo desmaya —¡Loco de mierda!

    Asuka se incorporó de inmediato, buscando rematar a Kai de una patada en el cráneo, que éste pudo detener en el aire con todo y que aún se encontraba viendo estrellitas del golpe recibido. Sin darle oportunidad de otra cosa, aún sujetándola el muchacho le barrió su pierna de apoyo y consiguió tumbarla una vez más. Ambos se pusieron de pie enseguida, adoptando cada uno su posición de guardia, transformando paulatinamente aquella gresca callejera en una auténtica demostración de combate marcial.

    —¿De qué... de qué manicomio se escaparon este par de orates?— preguntó al aire el jefe de la banda, quien había comenzado el pleito, todavía tirado en el suelo y sangrando de la boca, en tanto todos los presentes observaban absortos a los dos jóvenes trabándose en un fiero duelo de fintas, golpes, patadas y una que otra espectacular maroma en el aire, lo que los hacía buscar el rincón donde estuvieran ocultas las cámaras cinematográficas, creyendo estar en medio de una grabación de alguna vieja película de kung-fu.


    El eco distante, pero cada vez más cercano, de la sirena de varias patrullas policíacas que se aproximaban, hizo reaccionar a todo mundo, sacándolos abrupta mente de la abstracción en la que se habían colocado. Al parecer, el dueño del establecimiento donde había transcurrido la mayor parte de la pelea se había cansado de ver su mobiliario hecho añicos como simple daño colateral y por fin había pedido el apoyo de la fuerza policial local.

    —¡Es la policía!— exclamaron los vándalos, divisando las luces de las múltiples sirenas que se acercaban —¡Larguémonos de aquí, corran!

    —¡Ay, mierda!— vociferó Toji, a la vez que empujaba a sus amigos por la espalda, instándolos a seguir el ejemplo de la pandilla que ya estaba dándose a la fuga —¡¿Qué están esperando, idiotas?! ¡La cosa se va a poner muy fea, mejor nos vamos!

    —¡Maldita sea!— espetó Kai al darse cuenta de la inminente llegada de los uniformados, en tanto bloqueaba con sus antebrazos una serie de veloces golpes por parte de su enardecida contrincante —¡¿Qué acaso no puede pasar una puta mosca en este jodido país sin que alguien llame a los cerdos azules?! ¡Ya párale, maniática, o harás que nos arresten a los dos! ¡Digamos que fue un empate y sigamos otro día!

    Nein!

    En ese momento la jovencita rubia aprovechó el descuido momentáneo de su adversario para asestarle una rencorosa patada justo en los testículos, dolorosa acción que lo dejó completamente incapacitado, salvo para tenderse en el piso revolcándose de dolor.

    —¡No importa cuántas sentadillas hagas, macho-man, a nadie le gusta una patada en los bajos!— observó Asuka, poco antes de poner pies en polvorosa —¡Que esto te sirva de lección, imbécil, piénsalo dos veces antes de querer volver a meterte conmigo!

    —¡Aaay, zorra inmunda! ¡Ya me desgraciaste de por vida!— musitó el infortunado chico, apenas con un hilo de voz, sin darse cuenta que la muchachita ya se había desvanecido en el aire —¡Tú nunca podrás saber como se siente este dolor!

    Como pudo se incorporó, haciendo acopio de fuerzas para abandonar aquél lugar que ya comenzaba a ser rodeado por las fuerzas del orden. Su intento resultó infructífero, pues sus piernas resultaron ser incapaces de sostenerlo en pie y enseguida volvió a derrumbarse sobre el piso. Desde allí pudo ver a Shinji y sus amigos, mientras éstos tenían que arrastrarlo fuera de ahí debido a la renuencia de Ikari por abandonarlo, quizás debido a un súbito remordimiento de conciencia.

    —¡Shinji, mi hermano del alma!— lo llamó desde el piso, alzando su brazo, suplicante —¡Sálvame, por favor! ¡No me dejes aquí, no puedo volver a prisión! ¡Allí usan a los tipos como yo como monedas! ¡Sálvame tú, no me dejes!

    Pese a su gesto constreñido, el joven Ikari no dudó en huir ágilmente de la escena en cuanto los agentes comenzaron a descender de sus vehículos, rodeando al sospechoso y al establecimiento en un cerrado perímetro del cual él y sus compinches apenas si alcanzaron a salir sin ser detectados.

    —¡Cabrones!— reclamó el desvalido Rivera alzando vehementemente el puño al aire, sabiéndose ya perdido, dejado a la deriva por aquellos mismos a los que había pretendido socorrer —¡Malditos maricones, me las van a pagar, ojetes!

    —¡Esta es la policía, lo tenemos rodeado!— indicaron los oficiales a viva voz, cerrando el cerco en torno a él —¡Tírese al piso y ponga las manos en la cabeza!

    —¡Ya estoy en el piso, por si no lo has notado, pedazo de imbécil!— respondió el muchacho, alzando los brazos en señal de rendición —¡Por favor, necesito atención médica, con urgencia!

    El que el jovenzuelo se diera la vuelta y se acomodara en su lugar, buscando disminuir aunque fuera un poco aquél intenso dolor que lo aquejaba, fue tomado por los ansiosos uniformados como un intento de agresión y de resistencia al arresto.

    —¡El sospechoso está tratando de escapar!

    En el acto Kai volvía a sentir, una vez más en su joven vida, el familiar abrazo de una fuerte corriente de 400 voltios, cortesía directa de la pistola táser con la que los agentes le dispararon para dejarlo incapacitado, convulsionándose a sus pies. La buena noticia es que los testículos ya no le dolían, la mala era que el dolor se había trasladado a toda su vapuleada humanidad.


    El cuarto es oscuro y huele un poco a moho. Ó tal vez es el olor de la sensación de varios rivales vencidos, y de múltiples victorias. La fémina con rango militar, Misato Katsuragi, reflexiona acerca de esto, inconscientemente, mientras el proyector de imágenes hace su trabajo y pone en pantalla la batalla anterior del Modelo de Producción, con el particular ronroneo que hace la máquina, tal si cómo fuera un felino. Ritsuko y ella observan la filmación, aunque sólo la primera parece poner interés, ya que para la otra resultaba tedioso el tener que observar aquello una vez más. Ya había visto todo lo que tenía que ver, en el lugar de los hechos; ella había estado ahí, y pudo observar la situación y captarla mejor que el camarógrafo de la milicia que filmó todas aquellas imágenes. Sin intención de ocultar su aburrimiento, un tremendo bostezo se le escapa de la garganta y labios. No obstante, su compañera lucía más interesada en la grabación, quedándose en silencio por algunos instantes, en una actitud meditabunda tan usual en las personas de su profesión.

    —Aunque se haya apoyado en la fuerza de la flota europea de la O.N.U.— pronunció, mientras observaba al enorme robot rojo tripulado por Asuka saltar de aquí para allá — La Unidad 02 ha derrotado al blanco en cuatro minutos aproximadamente.

    Misato se sintió aún más aburrida, al sentir acercarse el inevitable discurso en términos estratégicos y científicos, y sin poder hacer nada, sólo se dejó caer pesadamente en una silla, esperando que todo acabara pronto.

    Y, en efecto, la rubia continuó:

    —Las pruebas que le hemos realizado son contundentes. Tanto cómo la capacidad de juicio para esquivar el peligro, cómo la técnica de pilotaje, son perfectas— bebiendo un sorbo de la inseparable taza de café de la tarde, concluyó —La capacidad del Tercer Niño Elegido es mejor de lo que se esperaba.

    Su amiga contempló el techo, agradecida por que la declamación de su compañera fuera bastante breve, mucho más de lo usual, y luego le espetó:

    —¿Pero es que hay alguien que nos pueda decir qué demonios era ese condenado bicho?— preguntó, poniéndose de pie — Lo que es seguro es que no era un ángel, ¿verdad?

    —Así es— contestó la oficial científica —No poseía un código genético azul, o un Núcleo, estructuras inherentes en esas criaturas. Asimismo, la posibilidad de que se tratara de una mutación producida por los efectos ambientales del Segundo Impacto también ha sido descartada por completo. Todos nuestros análisis arrojan la misma conclusión: la criatura que atacó a la Flota del Atlántico tiene un origen artificial.

    —¿Artificial? ¿Quieres decir que alguien hizo esa cosa, en una fábrica, laboratorio o algo así? ¿Para qué rayos alguien querría hacer algo como eso?

    —Al parecer se trata de un nuevo jugador que ha entrado a nuestro tablero— acotó la Doctora Akagi, mostrando en su proyector una especie de dispositivo electrónico en forma de arco —Este aparato fue encontrado dentro del cráneo de la criatura que ha sido designada como Leviatán. Por lo que hemos podido averiguar, funcionaba como un sistema de control que permitía controlar remotamente los movimientos del animal, por lo que también se puede concluir que el ataque a la flota no fue fortuito, sino una acción deliberada con un propósito específico que aún no se ha podido clarificar.

    —¡Esa sí que es una mierda aterradora!— observó Katsuragi, visiblemente impresionada por la noticia —Pero si tenemos ese aparato estoy segura que se podrán rastrear sus componentes a sus lugares de origen, y si tenemos en cuenta que muy pocos tienen los recursos logísticos y financieros para producir algo así, nuestra lista de sospechosos se puede reducir considerablemente.

    —Yo también pensaba lo mismo— señaló Akagi sin compartir el optimismo de su compañera —Eso fue antes de descubrir que ninguna pieza de este artefacto tiene número de serie y que fueron ensambladas en un mismo lugar, imposible de rastrar. Es único en su tipo, y para serte sincera no tengo idea de qué lo hace funcionar y como puede hacer lo que se supone que hace. Jamás había visto algo como esta cosa, pero si me lo preguntas, creo que para llevarla a cabo se necesitaría de un malvado genio loco de la talla de Rivera o del difunto Doctor He...

    El fuerte golpe que Misato dio a la mesa donde estaba el proyector la interrumpió antes que pudiera terminar. Sorprendida por lo repentino de la rabieta, Ritsuko calló al instante, sumamente consternada por el proceder de su acompañante, quien fulminándola con la mirada la amenazó entre dientes:

    —¡No te atrevas! ¡Que ni se te ocurra pronunciar el nombre de ese maldito bastardo! ¿Te quedó claro? Ese hijo de perra se pudrirá por siempre en el Infierno, y nadie debe volver a mencionarlo jamás... ese será su peor castigo, el que todo mundo lo olvide. Será como si nunca hubiera existido...

    —¡Sí que eres una mujer rencorosa!— respondió Akagi, aunque con ciertas reservas al percatarse del furibundo estado de su amiga —Si pretendes que todos lo olviden, tú deberías ser la primera en hacerlo. Después de todo, ya han pasado más de diez años desde aquello... y aún así, sigues siendo incapaz de olvidar y continuar... ¡Me das tanta lástima!


    En ese momento, fue interrumpida por la llegada de Shinji y Asuka, reportándose con su oficial superior. En cuanto los vio arribar, la mujer de cabellera azabache de inmediato transfiguró su semblante rubicundo a su usual faceta desparpajada y un tanto infantil. Un detalle llamó poderosamente su atención y fue el que aprovechó para cambiar el rumbo de la conversación que estaban sosteniendo:

    —¡Madre mía! ¡Shinji, mírate como estás! ¿Cómo carajos te hiciste ese moretón?— le interrogó a quemarropa, acercándose a la mejilla del niño para apreciar mejor el golpe, que ya invadía gran parte de su ojo —¡Pobrecita de tu cara, quedó como una albóndiga!

    —Bueno... lo que pasó... fue que... cuando yo...— balbuceó el chico, intimidado por la cercanía de Katsuragi, que seguía auscultándolo minuciosamente, desconcertada.

    Entonces la alemana intervino en su favor, antes que confesara algo que la comprometiera ante sus superiores.

    —¡Oh, perdóname por favor!— le suplicó al niño, dirigiéndose hacia él con gesto mortificado —¡Todo ha sido mi culpa! ¿Verdad?

    —¿A qué te refieres?— respondieron al unísono sus tres acompañantes.

    —Hace un rato, yo iba de compras— comenzó la muchachita a explicarse —Cuando un granuja me empezó a molestar. Shinji iba pasando por ahí y quiso ayudarme... fue muy valiente de su parte, pero aún así el tipo solamente lo golpeó y corrió en cuanto empecé a gritar por ayuda... no sabía que lo había dejado tan mal, me siento muy apenada.

    El muchacho quedó sorprendido ante la increíble versión de la muchacha, petrificado, pero antes de que pudiera decir algo, la chiquilla se le acercó lentamente, y sin que nadie se diera cuenta le proporcionó un pellizco en los glúteos, sin que el joven se pudiera defender, parándose en la punta de los pies.

    —Si se te ocurre contarle a alguien lo que pasó, puedes irte despidiendo de tu triste trasero, ¿me has entendido, infeliz?— le susurró la chiquilla al oído, amenazante.

    —¡Guau! ¡Apenas me lo puedo creer! No creí que Shinji fuera la clase de persona que ayudara a alguien en ese tipo de problemas— observó por su parte Misato, extrañada ante aquella revelación —Discúlpame, amigo, te he juzgado mal todo este tiempo...

    —Es la verdad— asintió la alemana —Yo tampoco sabía que pudiera comportarse de esa manera, me dejó bastante sorprendida. Se comportó como todo un valiente.

    —¡Vaya, Shinji!— intervino Ritsuko, al parecer muy divertida con toda aquella revelación, pues la sonrisita socarrona en sus labios parecía indeleble —Ten cuidado que no se te haga un hábito. Si sigues haciendo cosas como esa tendremos que ponerte una capa y deberás usar tu ropa interior por encima de tus pantalones...

    —¿Quién diría que detrás de esa fachada de muchachito enclenque y pusilánime se escondía un temerario luchador de la justicia?— preguntó la capitana en el mismo tenor, alborotando la arreglada cabellera de Ikari —¡Pero ahora tu identidad secreta ha sido revelada! Y quizás también... nuevos e intensos sentimientos que no sabías que tenías por alguien a quien conociste hace muy poco... ¿una hermosa chica rubia con un encantador acento, tal vez?

    —¡¿Cómo siquiera se te ocurre insinuar algo como eso?!— exclamó enseguida el muchacho, su rostro encendido semejante a una llamarada, mientras que manoteaba frenético, acaso como si se estuviera ahogando en altamar —¡Déjame en paz, si no sabes de lo que hablas harías mejor en callarte!

    —¡Basta ya, Misato!— pronunció Asuka en un ensayado tono de niña buena, colocando sus manos sobre sus mejillas, queriendo ocultar un rubor inexistente en ellas —¡Harás que me sonroje, detente, por favor!

    La Capitana Katsuragi cesó en su empeño por exhibir a Shinji, pero no por las súplicas de sus subordinados, sino por el timbre musical de su celular, avisándole de una llamada entrante que atendió sin demora:

    —Habla Katsuragi... sí, lo conozco... así es, yo soy su tutora legal, él está bajo mi cuidado. ¿Qué fue...? ¡¿Que hizo qué?! ¡¿Dónde?! Sí, comprendo... está muy bien... agradezco todo su esfuerzo, y disculpen todas las molestias... sí, enseguida voy para allá... con su permiso...

    La mujer terminó entonces la llamada, soltando un hondo resoplido, mezcla de lamentación, rabia y resignación.

    —Si me disculpan, tengo que ir a la estación de policía local a recoger a Kai— anunció cabizbaja, casi murmurando entre dientes, si bien era visible el tono rojizo que iba adquiriendo su rostro en tanto avanzaba a la salida arrastrando los pies —Lo detuvieron por disturbios en la calle y destrucción de propiedad privada...

    —¿Quieres decir, que de nuevo está preso?— preguntó enseguida Ritsuko, tal como Misato sabía que lo haría —¡Válgame, con el tiempo que pasa tras las rejas ese chiquillo ya debería ser declarado enemigo público número uno!

    —¿Quieren decir que Kai está en prisión?— inquirió Langley a su vez, fingiendo desconocimiento e inclusive temor, cubriéndose la boca en señal de repudio —No tenía idea que tendría de compañero a alguien con un pasado criminal y un comportamiento tan violento... las personas así... ¡Me dan mucho miedo!

    —No te preocupes, linda— intentó tranquilizarla Akagi —Haremos todo lo que esté a nuestro alcance para que ese lunático no te lastime...

    Shinji no podía creer lo ingenuas que podían ser sus superiores. Quería gritarles a todo pulmón que se quitaran las vendas de los ojos y vieran a Asuka como realmente era. Empero, la culpa que lo consumía por dentro por haber dejado a Kai a su suerte y el bien justificado pavor que Langley le provocaba lo mantenían amordazado, para su propia vergüenza.


    El tiempo seguía su camino, y también la vida, que parecía nunca detenerse ni para descansar, al igual que la adorable niña rubia, que venía quejándose con sus compañeros desde que salieron de la escuela, y aún continuaba con sus reclamos, mientras caminaban por los corredores del GeoFrente.

    —¡Ay, pero qué aburrido!— gritó en un reclamo, mientras se colgaba su mochila en la espalda —Se los juro, el colegio japonés es soporífero. ¡El nivel es bajísimo!

    —¿Ves ahora por qué siempre me quiero dormir en clase?— le dijo Kai, y volteando hacia ella le sugirió —Así que, ¿Porqué mejor no me dejas dormir en paz, ahora que ya entiendes el motivo?

    —Pero entonces, ¿con quién voy a hablar y a molestar todo ese tiempo?— contestó alegremente la alemana, pellizcándole cariñosamente las mejillas, sonriéndole.

    El joven quedó desconcertado, ante la extraña actitud de la muchacha. Hace unos días por poco y se matan a golpes, y desde entonces no le había dirigido la palabra, hasta ahora que le sonreía cándidamente mientras le hacía un cariño. “¿Serán las hormonas, la menstruación ó simplemente es una loca de atar?” pensó el chico, buscando alguna explicación para el esporádico carácter de la alemana.

    —¿A mí que me reclaman?— se defendió Shinji —Yo no tengo la culpa de eso.

    —Solamente de ser una rata cobarde que abandona a sus amigos en el momento de necesidad— comentó Rivera con desdén, acuchillándolo con la mirada. Aún no pasaba el tiempo suficiente como para perdonarlo por aquella afrenta.

    —¿Y ese maestro es burro ó qué? — continuó Asuka, deteniéndose en medio del corredor—Ha hablado horas y horas, aceptando sin problema toda la información falsa que ha distribuido el gobierno...

    —Perdona— la interrumpió Rei, quien sorpresivamente apareció detrás de ella —¿Me dejas pasar?

    Apenada, la rubia se quitó de enfrente, en el acto. Sin embargo, como se se acordara de alguna cuestión después fue tras ella, dándole pronto alcance.

    —¡Oye!— le dijo en tanto corría hace ella —¡Espera un momento, Primer Niño!

    —¿Qué quieres?— le preguntó la chiquilla de mirada escarlata, deteniéndose en su camino para confrontarla.

    —Dicen por ahí que al Comandante Ikari le caes muy bien— le espetó, con su sonrisa picardona, pero casi enseguida remató fríamente —¿Porqué será, si no has obtenido buenos resultados y eres la peor piloto de todos?

    La muchacha sólo repetía lo que había escuchado a unos técnicos meses antes, en la estación europea de NERV, no obstante, le pareció atinado acosarla con aquella disyuntiva.

    —¿Y a mí qué me preguntas?— pronunció su contrincante, mientras proseguía con su camino, ignorándola monumentalmente, cosa que molestó bastante a la chiquilla de cabellera encendida, quien la tomó violentamente por su hombro derecho.

    —¡Mírame cuándo me hablas!— le reclamó con gran coraje— ¡¡No me menosprecies sólo porque eres la consentida del jefe!!

    “Sí, deben ser las menstruaciones” volvió a reflexionar Kai, explicándose el constante cambio de humor de la extranjera, mientras se aprestaba a quitársela de encima a su querida Rei. Aunque fue su compañero quien terminó haciéndolo, pues se le adelantó de inmediato, sosteniendo de una manera tosca el brazo de la rubia, mientras demandaba con voz potente y decidida, algo inusual en él:

    —¡BASTA!— ordenó.

    Asuka, Kai, y hasta la misma Rei lo observaron algunos segundos, mudos de asombro; los tres pensaron lo mismo: “¿Y a éste cuándo le salió lo respondón?” La rubia interrumpió de tajo sus reflexiones, zafándose de un manotazo de la mano del muchacho.

    —¿Con que así es como funcionan las cosas aquí?— preguntó —¿Todos ustedes bailan al ritmo que esta zorra les marque? ¡Pues qué les aproveche, montón de idiotas!

    Dicho esto hizo ademán de retirarse, aunque después de avanzar unos cuantos pasos, se volteó una vez más para amonestarlos:

    —¡¡DESGRACIADOS!!— les gritó a todos sus compañeros, para de inmediato salir corriendo del lugar, dándole la espalda a los tres compañeros pilotos.

    —¡Estas divas juveniles! Por eso a nadie le gusta trabajar con ellas— indicó en tono de chanza Kai, mientras contemplaba a la alemana retirarse, con sus cabellos iluminados flotando en el aire mientras se desplazaba —Todas son iguales: mimadas, volubles y locas como una maldita cabra...

    —Creo que nos ha mal interpretado, (o tal vez nosotros a ella)— respondió Ikari — Me pregunto si llegará el día que podremos llevarnos bien con ella.

    —¿A quién le importa?— contestó su acompañante, indiferente a todo lo que pasó, e incluso hasta divertido por la explosiva reacción de Langley.

    De golpe, sintió un escalofrío y aquella sensación que en ocasiones le embargaba, cómo punzadas en todo el cuerpo, y volteó desconcertado a todas partes, esperando lo que de un momento a otro iba a ser, de manera inevitable, confirmado.

    —Lo dije antes y lo afirmo ahora— pronunció despreocupada Rei, sin saber lo que aquejaba a su pareja —Si me ordenan ser amiga suya, lo haré, y si no...

    La repentina alarma de ataque, y la voz desesperada de Misato en las bocinas, requiriendo su presencia, la interrumpieron en su comunicado. Aquello sólo podía significar algo: ataque de ángel.


    Minutos antes de confirmarse el ataque, la Doctora Akagi se encontraba revisando el estado de las cuatro unidades Evangelion, moviendo magistralmente sus dedos por el teclado de su terminal, analizando rápidamente la información desplegada en la pantalla; ensimismada en el análisis del mantenimiento de los robots, no notó al hombre que se acercaba lenta y cautelosamente hacia ella, por la espalda.

    Abruptamente, Kaji la tomó por detrás, abrazándola sentada en la silla. La rubia se sobresaltó a la primera impresión de tan súbita sorpresa, pero cerciorándose después de la identidad del atacante, quedó tranquilizada completamente.

    —Kaji— pronunció, volteándose al recién llegado— Cuanto tiempo sin verte...

    —Los hombres de NERV son una bola de estúpidos si ignoran a una mujer tan bella cómo tú— le respondió, utilizando el acento de casanova tan usual en él —Tal vez ... yo mismo deba ser el que te corteje— continuó, estrechando su pecho más y más en la espalda de la mujer de ciencia.

    Ésta, apenada y con sus mejillas completamente encendidas a causa del rubor, apenas si pudo resistirse al encanto de aquel hombre tan carismático, otrora amante de su mejor amiga.

    —No digas cosas que no tienes intención de hacer— le dijo, intentando ocultar su sonrojo—Y por favor, quita la mano de ahí— refiriéndose a la cercanía que tenía la mano de su amigo a su pecho.

    El hombre obedeció al instante la indicación, dejando libre a la prisionera y volteándose hacia la pared, justo donde Misato le contemplaba, furiosa y con una expresión en su rostro que asustaría a cualquiera; todo aquello no había sido más que un ardid para molestar a la capitana, quien se encontraba a sus espaldas, hojeando sin poner atención un libro, más entretenida en vigilar aquella conspiración en su contra. Cómo dirían por ahí, en la guerra y en el amor...

    Oh, Lord...— exclamó el hombre, ante la colérica mirada de su ex mujer —¡Ahí está una muchacha que me mira con muy malos ojos!

    Aquello había sido la gota que derramó el vaso de agua para la beldad con rango militar, un desafío lanzado directamente en contra de su persona, y esta vez no lo iba a pasar por alto, esta vez confrontaría al enemigo y saldría victoriosa, como en todas las batallas antes libradas. Emperrada, cerró de golpe el ignorado libro que cargaba en sus manos y le reclamó de inmediato a su contrincante:

    —¡¡Ya estuvo bien!!— gritó a todo pulmón, a la par que se dirigía cómo un tanque hacia Kaji —¡¿Porqué siempre haces lo mismo?! ¡No escarmientas! ¿Verdad?— dijo, haciendo que el hombre se recargara hasta la pared del fondo de la habitación, con su asedio, mientras le amenazaba con el dedo índice.

    Kaji, divirtiéndose de lo lindo al hacer enfadar así a Misato, continuaba provocándola.

    —Es que yo soy así— se defendió, poniendo sus manos al frente, cómo si se estuviera rindiendo.

    —Si van a pelear, mejor vayan afuera— pronunció agotada Ritsuko, mientras daba el último sorbo a su taza de cafeína, enfadada por haber sido interrumpida en su trabajo.

    —Pero entre tú y yo ya no hay nada— siguió diciéndole el hombre a Katsuragi, y luego, con un dejo de malicia, expresó cándidamente, guiñándole un ojo —¿Ó no será que aún sientes algo por mí, pequeña? ¿Eh? ¿Qué dices?

    Misato frunció el ceño, y sacó a asomarse tímidamente a su labio inferior, cómo si estuviera haciendo un berrinche de niño, quedándose sólo con esa iracunda mirada por algunos momentos, muda, cómo si aquel comentario le hubiera pegado al clavo del asunto.

    —¡¡¡NI LO SUEÑES!!!— replicó con todas sus fuerzas, mientras daba un fuerte puñetazo justo a lado de dónde se encontraba la cabeza de su antiguo novio, abollando un poco la pared. Al parecer, la sugerencia del hombre no se había acercado a la realidad, y la molesta mujer escondía mucha más fuerza de la que aparentaba tener, también.

    —Aunque me haya dejado llevar por un arrebato juvenil— continuó Misato —Salir contigo fue el peor error de mi vida, y es algo que no pienso repetir— concluyó, dándole la espalda de nueva cuenta a su viejo amor.

    Kaji por su parte, contempló algunos instantes, impresionado, la pequeña abolladura humeante que la Capitana Katsuragi había realizado en la pared con su puño, e ignorando el peligro, la siguió provocando, tal como un chiquillo continúa molestando a los animales enjaulados.

    —¿Porqué estás tan enojada?— preguntó alegremente, libre de su cautiverio —Te van a salir arrugas en la cara...

    —¡Cállate!— fue lo que obtuvo por respuesta de su muy irritada compañera de trabajo.

    Hubieran podido continuar eternamente con la reyerta, de no ser interrumpidos de tajo por la estridente alarma que se dejo escuchar en todo el cuartel, poniendo a todo mundo en guardia, o sacándolo de quicio, cómo fue el caso de algunos empleados, hartos de escucharla tan seguido.

    —¿Qué sucede?— interrogó a sus acompañantes la Doctora Akagi, volteando hacia el techo cómo si de ahí fuera a caer la respuesta.

    —¿Otro simulacro?— fue la suposición inmediata de su amiga.


    En el centro de mando era el único lugar dónde no reinaba la incertidumbre; la información que circulaba ahí era ésta:

    —Hemos recibido un mensaje del crucero de vigilancia “Haruna”... Se ha descubierto un objeto submarino gigante en el mar de la península de Kii— comunicó Maya Ibuki —En este mismo momento nos están mandando todos los datos que sus instrumentos recabaron.

    Shigeru examinó a conciencia por algunos momentos la información recién llegada en su pantalla, y después de compararla con modelos anteriores, exclamó alarmado:

    —¡Tenemos un Código Azul confirmado! ¡Es un ángel!

    Los líderes no se fueron por las ramas ni esperaron a que aquellos datos fueran corroborados, y de inmediato, Fuyutski, en lo más alto del centro de mando y con el comandante a su lado, ordenó con firme decisión, sin vacilar un solo instante:

    —¡Qué todas las unidades del primer grupo se dispongan para el combate!

    Y en el acto, Misato, también sin andarse por rodeos, tomó la radio de la consola de Ritsuko, y de inmediato voceó a los chiquillos por las bocinas de las instalaciones, que fue cuando ellos escucharon la alarma.

    —¡¡Todos los pilotos repórtense al centro de mando!!— pronunció a través del aparato — ¡¡Prepárense para atacar!!


    Asuka fue la primera en pegar carrera a los vestidores, entusiasmada por su primer batalla en el Japón, disipándose por completo su rabia interior, con la nueva convicción de demostrar sus habilidades de pilotaje perfectamente. Shinji y Rei, por su parte, no tenían prisa por llegar, a diferencia de sus dos compañeros. La muchacha ya sabía de las condiciones en las que se encontraba su unidad Evangelion, por lo que ni siquiera pensaba en cambiar de atuendo, y en el joven Ikari era algo típico el no mostrar agrado en arriesgar su vida peleando. Rivera por su parte se mostraba taciturno en tanto seguía a sus compañeros, soltando un hondo resoplido como si estuviera resignándose. Tener que trabajar bajo las órdenes de NERV en situación en combate seguía sin causarle gracia, pero pese a todas las maniobras y gestiones políticas, que había realizado afanosamente, seguía sin poder sacudirse esa intrincada situación que tanto le molestaba.


    Afuera, sólo unas cuantas unidades de artillería y de la fuerza aérea se desplazaban por la zona, cómo insectos errantes, muy diferente a anteriores ataques donde haya intervenido la milicia de las Naciones Unidas contra las criaturas celestiales. Los helicópteros sobrevolaban la zona casi al ras del agua, persiguiendo aquella enorme silueta negra que se movía lentamente y se podía divisar desde el fondo del océano, a riesgo de su propia vida, para poder enviar todos los datos que fueran posibles al Geofrente. Los escasos tanques de los que disponían en esos momentos desfilaban cómo carros alegóricos por las carreteras, en busca de la playa, mientras que los que tripulaban aquellos vehículos se maldecían por su mala suerte.

    —El sistema de intercepción del Distrito 5 de Tokio 3 fue dañado severamente en el anterior combate— recitaba la militar por los comunicadores a sus tropas, incluyendo a los pilotos —En esta batalla, tendría un rendimiento nulo. Por lo tanto, derribaremos al blanco en cuanto toque tierra— continuaba mientras se ataviaba de su chamarra roja y una boina de igual coloración, al tiempo que ingresaba a una unidad de observación móvil con su tripulación lista —¡¡Esta vez atacaremos de golpe!!

    Los pilotos Eva ya estaban listos y en sus respectivos robots Evangelion. Tal y cómo se lo esperaba Rei, los designados para la misión fueron todos excepto ella, lo que la decepcionaba y desesperaba de sobremanera.

    —Las Unidades 01, 02 y Z se alternarán para realizar ataques discontinuos y se aproximarán al objetivo— indicaba Katsuragi a través de las pantallas desplegadas en las cabinas, en conferencia con sus pilotos —En cuanto lleguen a la superficie conecten su suministro de energía y pónganse en formación, ¿Entendido?

    En ese momento sus lanzaderas se pusieron en movimiento, llevándolos al estrecho laberinto de túneles que los llevaría a la superficie.

    —¿Eso es todo?— reclamó molesto Kai —“Ataquen de golpe...” ¿En serio esa es todo tu brillante estrategia? ¡Yo solo pude haber pensado en eso! ¡Es precisamente por este tipo de cosas que me cuesta tanto trabajar con ustedes, bola de improvisados sin idea!

    —Ay, no empieces con la misma cantaleta de siempre...— masculló la mujer, entornando los ojos y esforzándose por ignorarlo.

    —¡Yo sí estoy de acuerdo, Misato!— lisonjeó la chiquilla de cabellera encendida, con una expresión alegre en su rostro —¡Me parece un excelente plan!

    —Cielos, me pasma ver sus diferentes caras— murmuró Shinji, entre dientes.

    En el momento que acabó de pronunciar su frase, una pantalla se abrió repentinamente en su equipo de comunicación, sorprendiéndolo bruscamente.

    —Te escuché, ¿sabes?— le replicó la extranjera —Para que te lo sepas, no tengo problemas en trabajar con unos mediocres como ustedes, aunque en realidad sé muy bien que yo podría hacerlo sola— aclaró dándose aires de superioridad, y luego se dirigió a ambos muchachos, en tono sarcástico —Y por favor, traten de no estorbarme y eviten ante todo meter la pata como acostumbran, cretinos...

    El paseo se cortó abruptamente y las plataformas se detuvieron en seco, una tras de otra, desalojando a los ocupantes en la superficie, a unos cuanto kilómetros de la costa.

    Una vez que estuvieron asegurados en la superficie, Maya les indicó por el siempre abierto canal de comunicación:

    —Unidades Eva, despeguen en línea recta por ruta 26.

    Obedeciendo el señalamiento casi en el acto, los tres gigantes de metal abandonaron sus plataformas para internarse entre el poblado costero, auspiciados por los edificios y ruinas que se interponían entre ellos y el mar.


    Era imposible para las personas el pasar desapercibida su presencia. A cada paso que daban, cualquier cosa que no estaba firmemente fijada al suelo comenzaba a agitarse violentamente de lado a lado; hasta los edificios retumbaban con cada pisada suya, cómo si quisieran hacerse a un lado para dejar pasar a los titanes metálicos.

    El sólo ver la luz del sol reflejada en las brillantes armaduras de colores que protegían a las gigantescas máquinas, era una solemne visión. Era todo lo que necesitaban los técnicos y soldados de NERV para convencerse que todo iba a salir muy bien. Al verlos desfilar por las calles, tan imponentes y majestuosos, inalcanzables, cómo si fueran los dueños de todo lo que les rodeaba, hacían creer a todo aquel que pudiera contemplarlos en toda su magnitud que nada en la Tierra ni en el Cielo podría derrotar a sus poderosos guardianes construidos de acero. Ni siquiera reclamaban por los consecutivos y pequeños terremotos que ocasionaban con su andar, y que hacían que los automóviles brincaran 15 centímetros desde el suelo, que los vidrios y cristales estuvieran a punto de romperse y de que ellos estuvieran agazapados en refugios bajo tierra.


    Antes que la energía interna finalizara para las unidades 01 y 02, los tres pilotos ya habían alcanzado los camiones que cargaban las grandes baterías que contenían los cables energéticos que a su vez les suministraban el vital fluido eléctrico para que pudieran funcionar correctamente.

    Los Eva se inclinaron ligeramente hacia los vehículos para coger los enormes cables, mismos que conectaron en los mecanismos instalados en sus espaldas, llenándolos de poder con duración indefinida, siempre y cuando no rompieran la conexión.

    —Cable umbilical conectado— pronunciaban al terminar la acción.

    Y aunque no lo necesitara, también el modelo especial hizo lo mismo, conectando el susodicho mecanismo en su espalda.

    —¿No que podías prescindir del cable umbilical, súper chico?— preguntó extrañada Asuka, haciendo un notable énfasis en la última expresión, sabiendo lo mucho que le molestaba aquella designación al muchacho.

    —Me considero una persona humilde, así que no me gusta alardear frente a los demás de lo que sí puedo hacer y ellos no— respondió de forma serena el joven —De cualquier forma, puedo activar el Motor S2 de mi unidad en el momento que así lo considere necesario, según las circunstancias del combate. Dudo mucho que tenga que utilizarlo, me parece difícil que cualquier cosa que salga de esas aguas pueda superar una desventaja de 3 a 1.

    A pesar de que aquello contenía algo de verdad, en realidad lo hacía porque las dos veces que había piloteado se había percatado de los efectos adversos que tenía para su cuerpo incrementar el radio de sincronía con su Evangelion al nivel necesario para la activación del Motor S2. Por si no fuera suficiente, mientras más sincronizado estuviera con el Evangelion, mayor sería el daño que él recibiría cuando atacaran al robot.

    —Y una vez más, te pido que dejes de llamarme “super chico”, ó me veré obligado a abofetearte— le reclamó a la extranjera en un tono bastante cortés mientras enfilaban hacia la playa, ahora atravesando las ruinas de los antiguos edificios que solían estar ahí antes del Segundo Impacto —Puedes utilizar la lista de apodos que te sugerí para referirte a mi persona, como “Bati-chico” o “Chico-araña.” Personalmente, creo que “Amo y Señor” sería el más adecuado para que expresaras toda la admiración que secretamente sientes por mí...

    —Eres un raro, un enfermo mental, y el solo hecho de tener que estar hablando contigo me repugna— concluyó la alemana, sin prestarle más atención al muchacho.


    Shinji, por su parte, iba callado y ensimismado, cómo era típico de él en aquellas ocasiones. No podía entender cómo era que sus compañeros siempre tomaran todo aquello tan a la ligera: Kai, Rei, Asuka, nunca les parecía importar el tener que arriesgar de ese modo su existencia. ¿Porqué razones lo harían? Y quizá lo más importante, la pregunta que se había planteado eternamente: ¿Porqué lo hacía él? A lo mejor era por que era lo único que le quedaba, ya que sólo una vez que se convirtió en piloto la gente comenzó a respetarlo y estimarlo. Tal vez era eso, o tal vez no...

    Se detuvo. Habían llegado al fin al mar. Comenzó a aferrarse al arma que había agarrado atrás, cómo si se tratase de un amuleto. En unos momentos más, empezaría de nuevo a luchar y no podía evitar el sentir miedo e incertidumbre de lo que pasaría. Kai fue el primero en ingresar a las aguas, ignorando las penas de su compañero, mientras que la joven europea se mostraba un poco indecisa en si entrar o no. Aún recordaba los pormenores de su última aventura marina y todos los percances que ella y los otros muchachos habían sufrido.

    —Adelante— la invitó Misato, al observar su vacilación —Puedes entrar con toda confianza, ya que el agua salada no dañará el desempeño de tu unidad. Ese problema ya ha sido resuelto.

    —Pues si es así...— contestó la chiquilla, animada, al mismo tiempo que comenzaba a saltar entre los edificios destruidos, para darle alcance a la Unidad Z. Shinji la siguió pausadamente, con una extrema cautela.


    La muchacha cargaba con una gigantesca lanza a escala del Evangelion, la cual portaba y sabía utilizar magistralmente, cómo un hermoso arte, al igual que todo lo que realizaba; mientras que en contraste, Shini se había inclinado por algo un poco más tosco y no tan estético, ya que se había hecho de una también enorme metralleta, a igual escala de su robot, la cual tenía capacidad de disparar 50 tiros por segundo. Por su parte, Kai llevaba consigo, enfundada, la misma espada que había usado la primera vez que pilotó al Eva Z. Y si se daba el caso y necesitaba atacar a distancia, bien se las podía arreglar con los rayos ópticos desplegados por su Eva.

    Cuando llegaron al límite de tolerancia, con el agua de mar llegándoles a las pantorrillas, se detuvieron, para poder formar una alineación de ataque. A lo lejos podía divisarse con facilidad aquella colosal silueta que se movía por debajo de las aguas, aproximándose a los niños.

    —A la hora que quieras— pronunció con bastante confianza la niña.

    Sin saber exactamente porqué, a raíz de esos múltiples presentimientos que tenía, Kai volteó de reojo hacia dónde se encontraba el Modelo de Producción, justo a lado suyo. Pero no lo observó en su estado actual: fuerte, vigoroso, invencible. No, lo contempló cómo en una visión. Sus oídos comenzaron a zumbarle, mientras las brumas comenzaban a cubrir su conciencia, llevándolo momentáneamente a otro tiempo y lugar. Un sudor frío comenzó a recorrer su frente, al igual que unos tremendos escalofríos su columna vertebral.

    Estaba en un campo verde y fértil; la vida abundaba y crecía en ese lugar, excepto en su centro, dónde la muerte rondaba, acechando a todo desprevenido. Siguió un hilo de líquido carmesí que posaba en el suelo, hasta su origen. No era un líquido cualquiera, era sangre, roja, espesa y caliente. La sangre de Asuka, que brotaba cómo manantial en aquel jardín. La pobre estaba atravesada de lado a lado por varias varas de metal negro y oxidado, que la mantenían clavada al suelo, boca arriba. Una parvada de buitres comenzó a rondarla, y cuando menos se lo esperaba, uno se lanzó sobre un pedazo de carne suyo, arrancándoselo salvajemente con su pico, y luego vino otro, y después de éste otro más, así que hasta que toda la parvada estaba encima de ella, devorándola. Pero aún seguía con vida mientras era engullida por los carroñeros sin escrúpulos. Con su decisión y coraje habitual, extendía una mano hacia el cielo, cómo si esperara algo. Entonces, entre todo ese tumulto de sangre, carne, alas, picos y plumas, ella pronunció con voz firme, autoritaria:

    —¡¡Ayúdenme!!— aquello no era un grito de súplica, sino de rabia y de demanda, tan característico en ella.

    —Asuka— murmuró el joven, impávido.

    El muchacho contemplaba esa escena atónito, sin poder atender a la demanda de su compañera, cuando repentinamente fue transportado de nuevo a la realidad.


    —¿Qué diablos quieres?— fue lo primero que recibió a su retorno, la interrogante de su compañera a través de la pantalla.

    —¿Eh?— musitó el muchacho, desconcertado por el súbito cambio de entorno, pelando desmesuradamente los ojos, volteando hacia todos lados, cómo si quisiera convencerse de algo.

    —Dijiste mi nombre, imbécil— le aclaró Asuka, molesta por su repentina ignorancia —¿Qué carajos quieres?

    —Ah, sí...— balbuceó el muchacho, desorientado, por lo que tuvo que improvisar —Este... ¡Cállate! ¿Quieres? Que estás poniendo nervioso a Shinji con tantas sandeces que dices...

    —¡Eso no es cierto!— se defendió Shinji enseguida, apareciendo por la misma pantalla en la que ambos discutían.

    Ni la muchacha ni su compañero le respondieron ya, haciendo caso omiso de su disculpa, estaban concentrados en sí mismos, a la par que seguían con la mirada clavada en el océano, vigilando constantemente aquella sombra que se dirigía directo a ellos.

    Los tres estaban inmóviles, sosteniendo sus armas ferozmente, listos para usarlas de un momento a otro. Sin embargo, Kai no estaba del todo concentrado, reflexionando la visión que acababa de contemplar... ¿Qué fue todo eso? Era la primera vez que le pasaba, y no sabía porqué. “Esta maldita máquina ya me está jodiendo la cabeza” pensó en tanto sostenía su frente, tratando de reponerse de aquella fuerte impresión. Aún seguía bastante confuso y tenso cuando Shinji dijo mortificado, apuntando con su arma:

    —Ya está aquí— pronunció, frunciendo el entrecejo.


    De inmediato, un gran torrente de agua se elevó a las alturas, dejando salir libre a la criatura frente a los chiquillos y empapándolos por sorpresa. Era un ángel, no había la menor duda al respecto. Siempre tan extraños, eternamente surrealistas, cómo pinturas de dicho movimiento. Pero por lo menos, éste tenía una forma humanoide para pelear con él a la antigua, cuerpo a cuerpo. En sí, sus brazos y piernas formaban dos arcos completamente opuestos, de color negro y blanco, poseedor también de una diminuta cabeza blanca que comenzaba a identificar a los de su clase, cómo rasgo físico.

    —¡Yo iré primero!— expresó entusiasmada la alemana, mientras blandía con satisfacción

    la lanza en sus manos —¡Cúbranme!— les dijo a sus dos compañeros mientras se precipitaba rápidamente donde el coloso.

    De inmediato, sin objetar nada, Ikari comenzó a disparar el contenido de su arma en contra del monstruo, mientras su compañera de dirigía hacia esa cosa como un tigre en cacería.

    Las balas producían unos extraños zumbidos metálicos al aplastarse de lleno en contra del recién activado Campo A.T de la bestia, como era de esperarse; sin embargo, continuaba empeñado en dispararle varias veces, buscando mantener ocupado a su enemigo. Entonces, pudo contemplar el Núcleo del monstruo, el cual estaba dividido en tres partes iguales, cada una de distinto color. ¿Qué era lo que quería decir ese núcleo dividido?

    Mientras él se preguntaba eso, la muchacha se impulsó con el pie derecho sobre una ruina de un edificio, tomando el suficiente vuelo para pegar tremendo salto. Después que quitó los pies de aquella derruida construcción, ésta se colapsó sobre sí misma. Ya en el aire, maniobró cómo lo haría una gimnasta medallista y le cayó de pleno a la criatura por encima de su campo protector, utilizando magistralmente su pica para partirlo en dos partes.

    — Bravo!— aplaudió Misato —¡Muy bien hecho, Asuka!

    —No ha sido un enemigo difícil— le respondió la chiquilla, regodeándose y bastante orgullosa de su primer triunfo. De seguro esto le subiría bastante puntos, o por lo menos era lo que creía en esos momentos.

    —¡Es increíble!— le dijo Shinji a su compinche— ¿Cómo es que logra moverse de ese modo?

    Kai no le respondió, Estaba bastante ocupado en devolverle los ademanes groseros que la pequeña rubia le dirigía por el comunicador. Sacar la lengua o el párpado, hacer una señal con el dedo medio o el puño, todo era valido en la forma de tratarse de aquellos dos. Pero entonces, volteando de reojo hacia dónde estaba la extranjera, él y su compañero pudieron percatarse que el enemigo no estaba del todo acabado, como pretendía hacer creer.

    —¡Cuidado!— pronunciaron los dos al unísono, para que después Shinji pudiera completar: —¡Todavía se mueve!

    Creyendo que era una broma de parte de sus compañeros, Langley volteó distraídamente, sólo para encontrar no uno, sino tres cuerpos en pie. El ángel se había regenerado, y multiplicado su número, aparentemente, mientras la chiquilla estaba de espaldas.

    —¡¿Qué diablos es eso?!— exclamó sobresaltada, mientras pegaba un salto hacia la retaguardia. Sus ojos parecían salírsele de las órbitas, debido al pasmo en el que se encontraba.

    —¡¡Era una trampa!!— aseguró Misato —¡¡Tengan cuidado, van hacia ustedes!!


    Sin ningún tipo de aviso, las ahora tres criaturas, se sumergieron cómo delfines a las profundidades marinas, intentando tomarlos por sorpresa. Cada una designó a un piloto que atacar. Así, los chiquillos se afianzaron de sus armas lo mejor que pudieron, esperando el inevitable contraataque de parte de los ángeles. Al ver las líneas de agua saliendo a chorro, más o menos calculaban cuando su oponente saldría del agua, De ese modo, al ver aquellas pequeñas manos con un trío de ridículos dedos, Shinji comenzó a disparar su metralleta de improviso, soltando un grito de desesperación. Al contrario, sus otros dos compañeros esperaron hasta tener frente a sí al enemigo para poder atacar.

    De improviso, a la muchacha le saltó delante de ella una de esas criaturas, y sin perder tiempo, Asuka descargó todo el peso de su lanza en el recién llegado, abriéndole una rajada en su costado, que iba desde dónde estaban los hombros hasta su estómago (o lo que sea que tuviera en ese espacio). La cosa se quedó de pie, inmóvil por algunos instantes, al punto que la chiquilla llegó a pensar que por fin lo había matado. Sin embargo, luego de unos cuantos momentos, el coloso se volvió a regenerar tan fácilmente cómo lo había hecho antes, cuando era un solo ser.

    —¡¿Cómo...?!— exclamó la jovencita al contemplarlo, petrificada en su asiento.

    Shinji tampoco había tenido éxito con el arma de fuego. La bestia delante de sí recibía uno a uno balazos capaces de atravesar un tanque, para luego regenerar los agujeros que se le hacían, mientras los pedazos que volaban de él, volvían a juntarse.

    —¿Cómo lo hace?— decía Shinji mientras apretaba los dientes para seguir jalando del gatillo como poseso.

    Y al igual que Asuka y Shinji, Kai no había obtenido resultados muy diferente a los de sus compañeros. Asestaba una y otra vez el filo del arma que sostenía en la mano sobre la bestia frente a él, mientras la criatura se regeneraba de manera sencilla de los daños que le ocasionaban las constantes tajadas. Harto hasta la coronilla de aquella situación, enfundó de nuevo la katana, para luego sujetarla con ambas manos, y utilizarla cómo un simple garrote, lo que parecía reportarle mayores beneficios, golpeando la boca del estomago de su contrincante y tumbándolo pesadamente al agua debido a la fuerza del golpe.

    Mientras tanto, la militar seguía dando instrucciones a diestra y siniestra:

    —¡Asuka, apuntale al Núcleo!

    —¡De acuerdo!— asintió la chiquilla, y en el acto, propinó otro tremendo impacto en el sitio requerido a la cosa que tenía frente a ella.

    Al golpe, una gran cantidad de vapor comenzó a salir a chorro del centro de la criatura, pero luego de esperar un poco se regeneró igualmente, tal y cómo lo había hecho en anteriores ocasiones.

    —¡¡No ha funcionado!!— comunicó aterrada— ¡¡También se regenera!!

    En aquel preciso instante, la entidad que estaba delante de Shinji le arrebató su arma de un manotazo, tirándola al lecho oceánico, y después, levantó en vilo al chiquillo, sin ningún tipo de problema.

    La alemana se dio cuenta de ello, y distrayéndose un poco, quiso ir rápidamente a ayudarlo. Fue todo lo que necesitó su adversario para poder aplicarle el mismo castigo, levantándola cómo una rama seca y podrida por encima de su cabeza.

    —¡¡Suéltame!!— repetía una y otra vez la chiquilla, en su tradicional tono de demanda, forcejeando con su captor —¡¡ Te digo que me sueltes, bastardo!!

    El monstruo hizo poco caso a las órdenes de su rehén, mientras la sostenía fuertemente, impidiendo que se liberara.


    —¡Puta madre!— expresó Kai al ver que sus compañeros comenzaban a ser sometidos.

    Había olvidado completamente a la cosa que había noqueado antes, observando los apuros de los otros pilotos. Lo único que lo salvó de sufrir la misma suerte fue voltear de reojo, para poder ver aquella enorme masa negra salir a sus espaldas, con la intención de agarrarlo de igual modo. Sin perder tiempo, movido por sus veloces reflejos y un marcado deseo por seguir con vida, propinó un fuerte codazo de nueva cuenta en el abdomen del coloso, para luego girar completamente a donde estaba la criatura y juntar sus dos manos, tomar impulso con ellas y golpearlo certeramente en la diminuta cabeza, volviéndolo a tirar al mar.

    No queriendo arriesgarse nuevamente, se le dejó ir cómo todo un chacal, pateándolo en el suelo sin dejar que se levantara, golpeándolo hasta el cansancio e incluso hasta mordiéndolo como perro de caza.


    Mientras tanto, el otro par de criaturas, cansadas de esperar a su compañero, sostuvieron fuertemente a sus prisioneros, y con una coordinación impecable, los lanzaron al mismo tiempo y en la misma dirección, haciéndolos estrellarse violentamente uno contra otro, para caer inconscientes hacia las ruinas, destrozando unas cuantas al caer pesadamente. Satisfechas de su trabajo, las bestias se volvieron a su castigado compañero, con la plena intención de ayudarle.

    Rivera los pudo divisar cuando se aproximaban a donde estaba, y también a sus aliados tendidos y derrotados.

    —¡Mierda!— se lamentó al percatarse de que se había quedado solo, en inferioridad numérica, en tanto los otros dos gigantes se dirigían hacia él.

    La desesperación hizo presa de él cuando vio al tercer monstruo reponerse del castigo que le había infligido apenas momentos antes, levantándose sin cualquier clase de daño visible y uniéndose a sus hermanos que iban convergiendo en su posición.

    —¡Al carajo todos, ustedes me obligaron a hacerlo!— repuso el muchacho, enfurecido, aferrándose a las palancas con las que conducía su robot —¡Ardan en el puto Infierno, cerdos miserables!

    En el acto un intenso haz de luz rojiza salió despedido de los ojos del Eva Z, repleto de energía calórica que desintegraba todo a su paso. El mundo entero parecía arder en llamas cuando el paisaje circundante se pintaba de un espectral tono carmesí en tanto el rayo de luz del mismo color consumía lo que quedaba a su alcance. Incluso el océano se vaporizaba al momento de recibir de lleno aquella terrible ráfaga. Zeta giró su cabeza unos 180 grados para poder barrer de un solo disparo a todos sus enemigos, los que cayeron abatidos al contacto con la descarga. Una vez que la impresionante manifestación energética concluyó, solamente quedaba una desoladora devastación como única secuela. Gruesas cortinas de agua evaporada cubrían toda la escena, aunque al cabo de unos momentos el viento las disipó lo suficiente como para revelar a los trillizos monstruosos, de los cuales solo quedaban restos calcinados muy semejantes a una vela consumida.

    —¿Lo logró? ¿Por fin lo hizo?— inquirió Misato a sus técnicos, cauta en anunciar prematuramente la victoria como ya lo había hecho antes —¿Ya podemos estar seguros que están muertos esos cabrones?

    —Aún no estamos seguros...— respondió Hyuga —Nuestros instrumentos muestran...

    Antes que pudiera terminar, sus enemigos lo interrumpieron groseramente al volver a regenerarse a una velocidad pasmosa. Nuevas estructuras y tejidos se formaban reemplazando las partes dañadas, apareciendo prácticamente de la nada. Así fue que antes de que pudiera hacer otra cosa que maldecir su suerte, Kai se encontraba de nuevo rodeado por las tres criaturas, que sin darle oportunidad de reaccionar se abalanzaron sobre de él como en una jugada de fútbol americano. Enseguida lo sometieron a un castigo igual de violento, o inclusive mayor al que se les había infringido.

    —¡No puedes enfrentarlos a todos en grupo!— indicó Katsuragi, al borde de la histeria —¡Tienes que salir de ahí, no dejes que te rodeen!

    —¡No me digas, mujer!— respondió el chiquillo, quien se daba tiempo para derrochar sarcasmo aún en medio del forcejeo que sostenía con los monstruos, buscando librarse de su asedio tirando puñetazos y patadas a tontas y locas, inclusive cuando se encontrara tendido de espaldas sobre el mar —¡Si no me avisas ni siquiera me doy cuenta!

    —¡Cierra el pico y escapa como puedas, idiota!— contestó a su vez Katsuragi —¡Te van a matar si sigues así! ¡¿Ó piensas que estos tipos se van a quedar parados como estatuas ahí, nada más?!

    Pese a que su armadura lo protegía de la mayoría de los impactos recibidos, Rivera sabía que la mujer tenía razón y que de seguir así sus acosadores encontrarían la forma de desbaratarlo, con armadura o sin ella. Pero hubo algo en las palabras de su oficial superior que lo hizo reaccionar con nuevos bríos, sus ojos brillando con la confianza otorgada por la certeza de haber descubierto como salir de esa penosa situación.

    Así fue que se las arregló para sostener el pie de uno de sus agresotes, poco antes que éste le asestara una poderosa patada en pleno rostro. Con un simple movimiento de muñeca produjo un jalón para derribarlo con estrépito, creando el hueco que necesitaba para escapar del asedio. Lo hizo sin perder tiempo, incorporándose de un rápido movimiento y poniendo tanta distancia como pudo entre sus contrincantes y él, arrastrando detrás suyo a la criatura que seguía sosteniendo por el pie. Aunque ésta se resistía ferozmente, la fuerza de la Unidad Z la apabullaba enormemente. Cuando sus otros dos hermanos volvían a estar próximos a él, Rivera sonrió con sorna mientras les hablaba como si pudieran entenderlo:

    —Oigan, tipejos...— dijo confianzudamente —¿Qué les parecen este par de piernas?

    E inmediatamente luego de decir aquello, tomó fuertemente a su rehén de un brazo, levantándolo por encima de su cabeza para impulsarlo con varios giros, dejando sus piernas tendidas al aire, con las que comenzó a aporrear a las otras bestias, una y otra vez. Así era como les impedía volver a rodearlo, pero al quinto golpe que les dio, aquellas cosas no parecían tener intención de retroceder, ya que después de cada nuevo embate se levantaban sin nada casi enseguida. Aquello podía durar días, por lo que el muchacho, fastidiado ya y habiendo cumplido el primer objetivo de liberarse de su acecho, les arrojó al prisionero, tumbándolos a todos de espaldas. Remató al de encima con otra de sus ráfagas ópticas, atravesándolos a los tres sin ninguna dificultad. Sabiendo de antemano que volverían a recuperarse de inmediato, enfiló hacia la costa lo más rápido que pudo.


    —¡¡Oigan, ustedes!!— se dirigió a los de la base móvil, mientras remolcaba a sus compañeros pilotos caídos fuera del agua —¡¡Sirvan de algo, para variar!!

    —¿Qué es lo que quieres?— le preguntó Misato, tomando la palabra.

    —¡Ya va siendo hora de enfríarles los ánimos a estos malnacidos!— dijo envalentonado, habiendo ganado más tiempo y distancia de lo esperado —¡Necesito acceso al Depósito 16 de Armas Experimentales! ¡Envíenlo cuanto antes, lo más cerca posible!

    —¡¿Depósito 16?!— intervino Ritsuko de golpe en la conversación apenas escuchó la mención de dicho armamento, a punto de un ataque —¡Estás loco de remate si piensas que te dejaré usar esa cosa! ¡Aún está en etapa experimental y ni siquiera ha pasado por la fase de pruebas! ¡Podrías aniquilarnos a todos!

    —¡Yo mismo diseñé esa cosa y estoy bastante seguro de lo que puede hacer, bruja metiche! ¡Pero si se te ocurre una mejor idea para detener a estos pendejos, con gusto estoy abierto a sugerencias!— respondió el muchacho, molesto por la intervención —¡Es mi trasero el que está en riesgo aquí afuera, no el tuyo!

    —Doctora Akagi, como encargada de la misión autorizo el despliegue del arma experimental 16— dijo la Capitana Katsuragi a su vez —Asumo toda la responsabilidad de lo que pueda suceder, haga los arreglos pertinentes para el traslado del arma en un anaquel móvil que alcance la superficie.

    —¡Eres una idiota, no puedes autorizar algo como eso si ni siquiera sabes lo que hace esa condenada arma!— se volvió a oponer la científica —¡Van a fastidiarnos la existencia a todos en este hemisferio!

    —¡Doctora, le acabo de dar una orden!— sentenció la capitana, tajante, imponiendo su autoridad como nunca antes lo había tenido que hacer —¡Más le vale cumplirla de inmediato, si no quiere ser acusada de insubordinación!

    —Mal... ¡Maldita seas!— masculló Ritsuko apenas se recobró de la impresión —¡Váyanse al demonio, tú y tu chiquillo delincuente! ¡Tendrás tu maldita arma, pero haz de saber que con sus estupideces nos han condenado a todos!


    Entre dimes y diretes, la plataforma de armamento solicitada por el muchacho apareció delante de él, a unos siete mil metros de dónde se encontraba. El chiquillo enardeció, y reclamó ferozmente, mientras las criaturas empezaban a ponerse en pie detrás suyo.

    —¡¡Demonios!!— maldijo por el aparato —¡¿A eso le llaman cerca?! ¡¡Por favor!!

    —¡Deja de quejarte y haz lo que tengas que hacer!— le calló de golpe la mujer.

    Kai, con el rabo entre las patas, tuvo que dejar de remolcar a los Evangelion derrotados, y quitándose el estorboso cable energético de la espalda, volvió a aumentar la sincronización con el Eva Z para activar nuevamente su Motor S2 y poder correr lo más rápido que le permitieran las piernas.

    Ya estaba cerca de su objetivo, a menos de 2.5 kilómetros, cuando las tres criaturas, al mismo tiempo, se pusieron de pie y en represalia a los golpes sufridos con anterioridad, descargaron cada uno y a la vez un trío de disparos energéticos, que sacaron directamente de su Campo A.T.

    El joven piloto pudo contemplar a tiempo las alarmas en su pantalla, indicando las ráfagas que se aproximaban a sus espaldas. Empero, no pudo hacer la gran cosa, ya que en una milésima de segundo lo habían alcanzado ya. El blindaje de su armadura soportó muy bien los tres impactos en la columna vertebral, arrojándolo abruptamente hacia delante, deslizándose pesadamente por la arena hasta atravesar toda la playa y alcanzar las calles de concreto. Aún así, fortuitamente el golpe lo había lanzado justo donde quería, hacia la lanzadera de armamento.


    Cómo pudo, aún en el piso, abrió el anaquel, sacando de él un dispositivo esférico tan grande como un camión de pasajeros. Viendo a los trillizos acercarse hacia él y preparar otra nueva tanda de disparos, Rivera ejecutó el mecanismo de activación de su arma experimental, quitando un seguro y deslizando la mitad de la esfera como una suerte de reloj de cocina, para luego arrojarla hacia sus oponentes lo más fuerte y certeramente que pudo en tan precarias condiciones.

    Al cabo de un instante, una fuerte onda expansiva salió violentamente despedida al haber estallado la misteriosa arma justo antes de caer a los pies de los monstruos. Todo aquello que no estuviera sujeto al piso salió volando debido a la fuerza del estallido, fueran autos o mobiliario urbano. Lo curioso de aquella explosión era que aún a pesar de su potencia, no había despedido cualquier clase de onda calórica residual, como era habitual en ese tipo de manifestaciones, unicamente una fuerte racha de viento huracanado.

    Una vez que la conmoción quedó atrás, la antigua estampa costera en la que había trasncurrido la batalla se había desvanecido para dar paso a un paisaje que parecía sacado de un distante mundo alienígena. El azul turquesa del océano fue reemplazado por una blancura insondable, uniforme, y el agradable clima tropical de la región había devenido en un frío calante hasta los huesos. Las aguas de la pequeña bahía habían quedado congeladas hasta donde alcanzaba la vista, junto a una vasta porción de terreno, y justo en medio de aquél enorme bloque helado habían quedado atrapadas las tres criaturas, que ahora parecían una hermosa escultura labrada en hielo sólido.


    —¡Diablos, en serio funcionó!— exclamó Rivera, todavía postrado sobre el piso, tan sorprendido como todos los demás testigos de aquél insólito hecho, aún cuando él hubiera sido su artífice —¡Y al primer intento! ¡No esperaba que fuera a salir tan bien!

    —¡Niño imbécil!— respingó enseguida la Doctora Akagi, con su furibundo rostro invadiendo todo el ancho de la pantalla de su comunicador —¡Es la última vez que permito que nos pongas en peligro! ¡Pudiste haber congelado todo el maldito planeta! ¡Tuviste mucha suerte de no haber desencadenado una nueva era glaciar!

    —Relájese, Doctora, todo fue siempre parte del plan, nunca hubo nada que temer— dijo el muchacho en tono casual, el que se permitía usar una vez que se había deshecho de toda su tensión acumulada al haber cumplido su objetivo.

    Derivado directamente de sus trabajos para la conservación a bajas temperaturas de tejidos y otras muestras tomadas de los cuerpos de los ángeles, el dispositivo que había empleado para convertir en paletas a sus enemigos fue desarrollado como un inductor del Cero Absoluto, medida teórica establecida como la temperatura más baja que pueda existir en el universo. A esa temperatura los átomos pierden toda su energía, combinándose unos con otros para crear una sopa cuántica, o un superátomo conocido como Condensado Bose-Einstein, donde la materia, el tiempo y el espacio resultaban todo un batidillo que torcía las leyes físicas que los rigen. De ahí provenía el temor de Akagi, bastante justificado, pues era imposible saber lo que sucedería si esa temperatura llegara a ser alcanzada en el mundo que habitaban, ya no se diga a la distancia tan corta a la que se encontraban al momento de detonar el arma experimental. Por suerte para todos, el dispositivo del joven Doctor Rivera solamente se había aproximado a dicha marca, sin alcanzarla, y prueba de ello es que todos continuaban ahí, sanos y salvos. Únicamente se había aproximado lo suficiente para congelar todo en un diámetro de seis kilómetros, incluso las moléculas de agua que flotaban en el aire. Por lo visto, eso bastaba para incapacitar indefinidamente a las entidades a las que se enfrentaban.



    Admirando su obra, el joven prodigio sonrió satisfecho por algún rato, habiendo comprobado su hipótesis de la efectividad del uso de bajas temperaturas contra sus colosales enemigos, lo que le abría todo un nuevo campo de posibilidades para explotar dicha debilidad. Después se acordó de sus compañeros derrotados, y volvió bruscamente la mirada hacia la zona de la batalla, esperando encontrarlos igualmente atrapados en la misma prisión congelada que a los colosos. Haciendo una toma panorámica de 360 grados, en su búsqueda, los encontró afortunadamente sobre una serie de ruinas, donde los había dejado. Por fotuna el hielo no había llegado hasta ese lugar. Aliviado, descansó la cabeza en el pavimento, dando un profundo y hondo suspiro, al mismo tiempo que veía deambular encima de él a los numerosos helicópteros de NERV, con el consecuente sonido de las aspas del vehículo en el viento.

    —Esta maldita chatarra me está chupando la poca vida que me queda— pronunció para sí mismo cuando caía en la cuenta del abundante chorro de sangre que emergía de sus fosas nasales, justo como en las anteriores ocasiones en las que había piloteado su Eva.

    El borbotón carmesí que expulsó por la boca mediante un violento tosido despojó aquél comentario al aire de toda la banalidad con la que lo había realizado, degenerando ésta en una aflicción apremiante mientras que observaba pasmado la mano con la que se había cubierto la boca embarrada totalmente de sangre.


    Algunas horas después de terminada la batalla, todos se encontraban ya en la sala de proyecciones del Geofrente. Una amplia habitación de unos 8 por 8 metros, con tres hileras horizontales de butacas y una pantalla bastante grande. En la parte superior, al igual que en un cine de antaño, se encontraba el cuarto del proyector de imágenes.

    Ahí estaban, en primera fila, los tres pilotos, un tanto decepcionados de su bochornosa actuación, sobre todo la que había hecho su debut en territorio japonés. Detrás de ellos se encontraban sentados Misato, la Doctora Akagi y Kaji, y hasta atrás reposaban el Comandante Ikari, de muy mal humor y con su típica pose de apoyar la barbilla en sus manos, el segundo al mando, el Profesor Fuyutski y también la joven Rei Ayanami.

    “Esta tarde” decía el narrador del filme, cómo en uno de esos antiguos documentales de la Segunda Guerra Mundial, mientras pasaban las escenas de la batalla grabada. “A las tres horas con cincuenta minutos, el ataque coordinado de las tres partes del Séptimo Ángel han dejado fuera de combate a las Unidades Eva 01 y 02.” En esos momentos pasaban los instantes de la derrota de Asuka y Shinji, la cual se veía esplendorosamente ridícula.

    La alemana, el muchacho y la misma Misato, sintiendo la mirada de gavilán de Gendo perforándolos, se encaramaron cómo pudieron en sus asientos, a la par que la mujer musitaba una breve y tímida disculpa.

    —Lo siento mucho— suspiró con pesadez, mientras intentaba ocultarse a la vista de su jefe, deseando que en aquel segundo la tierra se abriera y la devorara.

    “A las cuatro con dos minutos” prosiguió el reporte, indiferente ante las penas que causaba a los actores de aquel drama, “el Modelo Especializado para Combate, la Unidad Z, ha atacado con éxito a la criatura, utilizando el arma experimental Código 16, congelando al ángel y a una pequeña parte del mar de la península de Kii. El enemigo permanece inmóvil hasta estos momentos.” Concluyó el narrador, mientras la toma se dirigía a la escultura blanca erigida en medio del paraje ártico tan fuera de lugar.

    La cinta terminó su recorrido y las luces en el cuarto se encendieron de repente, encandilando a unos cuantos presentes que ya se habían acostumbrado a la penumbra. La muchachita rubia, aún sin atreverse a levantarse de su asiento, preguntó con ávido interés a Kai, que se encontraba a su lado:

    —¿Esos bichos feos se van a morir?

    —La baja temperatura solo los detendrá un rato— respondió, tallándose los ojos y dando un profundo bostezo, semejando a un león exhausto luego de comer —Seguramente no les tomará mucho tiempo encontrar el modo de liberarse, esas cosas se especializan en desafiar a las leyes naturales.

    —No entiendo— continuó la chiquilla, consternada —¿Cómo se supone que vamos a vencer algo que puede soportar tanta capacidad de fuego? Cualquier daño que le hagamos es reparado antes de que pueda ser aprovechado

    —Eres toda una especialista en resaltar lo evidente, bombón— comentó el joven, recostándose con desparpajo sobre su asiento y colocando las manos sobre su barriga, acaso como si se dispusiera a tomar una siesta ahí mismo —Yo digo que para fastidiar a esta cosa, va a hacer falta una meticulosa estrategia, apoyado en lo que averiguamos del ángel en este encuentro. Sun-Tzu alguna vez dijo: “Quien se conoce a sí mismo y conoce a su enemigo, vence sin peligro. Quien conoce los Cielos y la Tierra vence sobre todos”

    —Déjate de lecciones históricas y explícate— le interrumpió el comandante, obviamente interesado en la cuestión.

    De pronto, el infante ya tenía la atención de todos los reunidos, quienes lo miraban fijamente. Encogiéndose de hombros, se puso al frente de la sala y comenzó a plantear la situación cómo él la veía.

    —Durante el conflicto, pude percatarme que éste ángel no se multiplicó, como algunos llegarían a pensar a simple vista— pronunció, con facultades de orador experto —Más bien, dividió su materia en tres cuerpos iguales, disminuyendo igualmente su volumen. Shinji ya me había dicho antes que pudo observar que el núcleo de la criatura se encontraba extrañamente dividido en tres partes. Entonces, esta “Trinidad”, si así quieren llamarle, posee la capacidad de absorber entre todos sus miembros el daño causado a uno de ellos, así cómo trabajar coordinados a la perfección. ¡Cómo si fueran relojes suizos, los muy bastardos!— nadie pareció captar la broma, pero de todos modos, continuó, a la vista de todo mundo —En contraste a esto, la fuerza de cada uno de sus integrantes se reduce a un tercio de la que poseían originalmente cuando eran un solo ser. La balanza siempre tiene que estar equilibrada, ¿no? Tendríamos que utilizar este punto flaco y aprovecharlo en nuestro beneficio, Sólo se les podría destruir causándoles una serie de impactos efectuados al mismo tiempo y con la misma potencia— después de todo esto, perdió por completo la postura, y rascándose la cabeza, con una leve sonrisita, añadió, cómo si se lavara las manos del asunto —El problema es ver como carajos nos aventamos esa faena... a lo mejor con unas minas terrestres, o tal vez si...

    En esos segundos, justo cuando empezaba sus usuales desvaríos, el Comandante Ikari le interrumpió de tajo:

    —Eso ya no es tu asunto— sentenció con gravedad, para añadir lanzándole una mirada inquisidora a la Capitana Katsuragi —Eso es algo que corresponderá exclusivamente al Departamento de Estrategias y Tácticas.

    Misato se escudó como pudo en su lugar, rehuyendo el reproche, con la cara envuelta en rojo y suplicando que algo pasara en aquellos desoladores instantes.

    Luego, sin moverse ni de su asiento ni de su pose, el comandante se dirigió a los pilotos, ignorando por completo a Kai.

    —Escuchen, ustedes dos— les dijo toscamente a Shinji y Asuka, quienes voltearon con él, petrificándose con sólo verle. Gendo continuó —¿Saben cuál es su trabajo?

    Los niños lo observaron durante algún tiempo, mudos y sin saber que es lo que quería que le respondieran. Todavía dudando, y tartamudeando un poco, la muchacha contestó tímidamente:

    —¿P- Pilotar un Eva?

    —No— contradijo su líder en un tono bastante frío y tajante —Es derrotar ángeles. NERV no existe para exponerse a la burla de todo mundo por su conducta vergonzosa.

    Se levantó y se dirigió a la puerta, haciendo ademán de salir, con su séquito secundándolo, compuesto por el Subcomandante y Rei. No obstante, se mantuvo en el quicio de la puerta por unos momentos, vacilante, para finalmente dirigirse a Kai, aún de pie.

    —Rivera— le dijo en el mismo tono cortante que siempre empleaba con aquél muchacho —Felicidades, aunque me cueste admitirlo, tengo que reconocer que hiciste un buen trabajo, mucho mejor que el de mis propios pilotos. Espero que esta experiencia te haga madurar y entender la importancia que tiene el que colaboremos juntos, y que en lo sucesivo nuestra mutua cooperación no posea tantas dificultades administrativas— finalizó, saliendo sin más de la habitación.

    Fuyutski y Ayanami lo siguieron, ésta última no antes de dirigirle una afectuosa mirada y una tierna pero discreta sonrisa a su antigua pareja, contenta por su actuación que le valieron aquellas últimas palabras. ¿Ó más bien le estaba reprochando que recibiera una felicitación del comandante?

    Una vez que la puerta se cerró, Kai aún seguía sorprendido y paralizado donde se encontraba, todavía sin creer lo que sus propios oídos habían escuchado momentos antes. Todavía estaba mirando perplejo hacia la puerta, esperando que Ikari saliera de un momento a otro para retractarse de lo que dijo; así continuó durante otro rato, hasta que se convenció que en realidad había pasado lo impensable: ¡El comandante lo había felicitado! Era la primera vez, en toda su vida, que aquél hombre le dedicaba un gesto de ese tipo.

    —¡¡Oye, tú!!— le reclamó furiosa la joven europea, poniéndose de pie —¡¡Si crees que sólo por este golpe de suerte ya eres mejor piloto que yo, estás muy equivocado!! ¡¡Yo era la que merecía esa felicitación!!

    —¿Ah, sí?— contestó el muchacho, en un tono bastante indiferente, despreocupado —Qué bueno, me da mucho gusto...— de inmediato se dirigió a su tutora, sentada a sus espaldas —Misa-chan... ¿Ya podemos ir a comer? Traigo un hambre de perros...

    Pese a lo que cualquiera pensaría, el muchacho se molestó mucho por la fanfarria de la que le hizo objeto Gendo. A diferencia de todos sus compañeros, no le importaba en lo más mínimo el quedar bien a los ojos de nadie; detestaba el tener que pilotar un Eva, el tener que estar enrolado cómo un empleado más en NERV y odiaba mucho más al comandante. Si hacía lo que hacía, era porque estaba firmemente convencido que aquello era lo correcto, lo necesario para salvar a la gente, hasta cierto punto. Así que cuando el Comandante Ikari lo felicitó, sintió que se estaba desviando fuertemente de su objetivo, para llegar a este punto. “Tal vez” pensó “No he hecho mucho de lo que me propuse, hasta este punto”. Aquella revelación le pesó en lo más hondo de su ser, decepcionado de sí mismo. Podría decirse que perdió una batalla mucho más importante que la que ganó en el plano físico. Esa idea le deprimió bastante toda la tarde, incomodándole a cada segundo.


    Shinji siente el tremendo pisotón en la planta del pie, ejecutado ferozmente por Asuka. Su reacción instantánea es el gritar, y después dar unos brinquitos buscando amenizar el dolor, lanzando unos pequeños quejidos cómo de cachorro.

    —¡¿Qué es lo que te pasa?!— reclamó mientras acariciaba suavemente su pie —¿Porqué siempre que nos quedamos solos te pones así?

    La muchacha no le contestó, sólo le lanzó una feroz mirada, desintegradora. En ese solitario corredor, sin nadie de alto rango a la vista, podía darse el lujo de hacer lo que le pegara en gana, cómo por ejemplo darse a conocer tal y cómo era. Después de observarle ferozmente, cómo un lobo contemplaría una oveja, respondió, amenazándole con el dedo índice.

    —¡¡Cállate!!— gruñó —¡¿Porqué putas me ha tenido que regañar el comandante a mí también?!— y agregó —¡¡¡Tú tienes la culpa que mi primer combate en Japón haya sido un desastre total!!!

    Estaba humillada y dolida gravemente en su orgullo, donde más le dolía. Ya estaba harta que siempre Kai se llevara los premios y reconocimientos, hastiada que todo mundo siempre dijera lo maravilloso e increíble que era aquel sujeto, cuando no era, en su opinión, más que un patán haragán. A él, todo le caía del cielo, mientras que ella se había que tenido que esforzar toda su vida para hacerse de un lugar en la vida. Le molestaba más que por culpa de otros ella quedara mal. Que por culpa de gente mal capacitada, cómo era Shinji, hubiera fracasado de tal modo, al no poder confiar en él.

    —¡¿Porqué dices eso?!— reclamó el muchacho, también harto que su compañera le culpara de todo lo que le pasaba. La veía con una mirada aún más feroz que la de ella, cansado de que siempre estuviera abusando de él, desde el momento que la conoció. Aunque la extranjera hubiera querido soportarle la mirada, la verdad es que no pudo resistir mucho tiempo, contemplando ese inusitado fuego en los ojos del chiquillo. Apenada, queriéndole ocultar su derrota, se cruzó de brazos y miró hacia otro lado, aún indignada.

    —Está muy claro...— contestó la niña —El enemigo te ha derrotado porque eres un inepto.

    —¡Pero en eso estamos igual!— añadió de inmediato el joven.

    —¡Ni hablar!— continuó la alemana, en su misma pose —¡Lo que pasa es que cuando te atraparon, como el debilucho indefenso que eres, me hiciste perder toda mi concentración!— después empuñó ambas manos y comenzó a hacer una especie de berrinche, dando unas continuas patadas de frustración al suelo que pisaba —¡¡Y aún así, el comandante se enojó conmigo, y hasta Ayanami me ha visto con ojos burlones!!— aparentemente, había confundido el gesto de Rei para con Kai, creyendo que iba dirigido a ella, en tono de burla.—¡¡¡Qué humillación!!!— concluyó.

    Shinji le contempló por largo rato, anonado por el cúmulo de energía inagotable que emanaba de su compañera. Hasta llegó al punto de creerle que él había tenido la culpa de todo, por algunos instantes de reflexión; pero luego volvió a adoptar su actitud de defensa, comprendiendo que todos los berridos de Asuka no eran más que simples excusas con las que trataba de explicar su fracaso, y estaba claro que lo quiso meter a él mismo de chivo expiatorio.

    —Qué idioteces dices— le contestó a la muchacha, en un tono más sereno y cruzándose también de brazos. Dio un profundo suspiro, y explicó —Lo que pasó fue que los dos nos precipitamos para derrotar al ángel, y éste ha sido el resultado...

    —¡¿Qué dijiste?!— contestó al instante la muchacha, encolerizada, con ademán de asestarle un derechazo.

    Cuando estaba a punto de golpearlo, como sólo ella sabía hacerlo, sintió unas cálidas manos que se apoyaban en sus hombros, con cariño, y se detuvo en seco.

    —Eh, eh— le reprendió afectuosamente Kaji —¿No se estarán peleando por esto, verdad?

    La faceta de la chiquilla cambió radicalmente en cuestión de momentos, de estar hecha una furia hasta transformarse en una tierna colegiala, sonriendo alegremente y con los ojos iluminados con un brillo de alegría inusitada. Al oír su voz, había reconocido a su admiración. Cómo chicle en una suela de zapato, se le pegó al instante, colgándose sin permiso de su brazo, mientras daba unos pequeños brincos de felicidad, semejando a una pequeña niña entusiasmada.

    —Claro que no— se excusó dulcemente, en tono bastante empalagoso como para creer que era ella quien hablaba —En realidad, era Shinji el que me buscaba pleito...— decía mientras se le arrimaba lo más que pudiera.

    Kaji no iba solo. Detrás de él, se encontraba Kai, asqueado de la escena. Misato no había podido ir con él a comer, así que el hombre se ofreció gustoso para llevar a los chiquillos al comedor. Después de todo, se divertía a lo grande con todo lo que realizaban aquellas ruidosas criaturas, y disfrutaba bastante el estar con ellos, al grado de volver a sentirse un jovenzuelo de 15 años. Kai no se entusiasmó bastante con la idea, y no era porque aquel sujeto le molestara, simplemente lo único que quería él era pasar algún rato con su madre adoptiva. Ahora que se sentía tan decepcionado, lo que necesitaba era un poco de cariño, al más puro estilo de Katsuragi. Y aunque sí tenía hambre, la proposición para salir a comer no era más que un pretexto para poder estar con ella.

    —¿Quieren comer algo?— les dijo Kaji, mientras rodeaba con su brazo libre a Shinji y comenzaba a caminar hacia el comedor —Todavía no cenan, ¿verdad?

    La joven rubia que traía colgando del brazo no dijo “Sí” o “No”, sólo gritó aun más contenta de lo que ya estaba, mientras seguía dando saltitos como liebre alborotada.

    —¡¡Yuupii!!— pronunció —¡Voy a cenar con Kaji!

    —¿De casualidad no te golpeaste la cabeza en el ataque?— preguntó Kai en tono bastante sarcástico, a lado de ella.

    Asuka ni siquiera lo miró, haciendo caso omiso de su hiriente comentario. Para ella, en esos momentos no existía nada más que el hombre alto, con cabello largo recogido en una cola de caballo y con su barba descuidada, que tenía a su lado.

    —Oye, Kaji— dijo Shinji, sintiendo el peso del brazo del hombre en su hombro— ¿Dónde está Misato?

    —Creo que no vendrá— le respondió el cuestionado, observándolo desde dónde estaba —Las personas responsables tienen que asumir responsabilidades.

    En su depresión, aquellas palabras cayeron cómo un balde a agua fría para Kai, sintiéndose completamente desolado y desilusionado. Le pareció que esa frase iba dirigida justo a él.


    El pesado bonche de carpetas llenas cae abruptamente sobre el desordenado escritorio, levantando una minúscula nube de polvo; todas amontonadas una sobre otra miden poco más de medio metro de altura, llegando a un peso de 10 kilogramos o mas. Misato las contempla por algunos momentos, desanimada, sin saber qué decir. Y todavía hay diez más cómo ese bulto por toda su mesa. Su buena amiga, la Doctora Akagi, la sacó de aquella taciturnidad.

    —Ahí tienes todos los informes de los daños y las cartas de protesta de los ministerios correspondientes— le dijo, quizás en venganza por el desacuerdo público que recién tuvieron. Sacó un pequeño sobre de papel manila del bolsillo de su bata, y agregó —Y aquí tengo una reclamación escrita de las Naciones Unidas— pronunció, agitando enfrente de sus ojos el pequeño sobre.

    Con el mismo ánimo que tenía en esos momentos, la capitana tomó la queja de las manos de su compañera, y la tiró detrás de ella con indiferencia, o tal vez con enfado. Mientras lo hacía, interrogó a la científica:

    —¿Cuánto tiempo llevará la reparación de los Evas?

    —Si se dan prisa, puede que unos cuatro o cinco días— contestó, mientras se servía una taza de café amargo —Aunque la Unidad Z no sufrió ningún daño, incluso ahora mismo está lista para la acción...

    Katsuragi tomó una actitud meditabunda, cómo acostumbraba hacer cuándo tenía que idear alguna estrategia, o pensaba en algo determinado. Cómo le hubiera gustado estar en cualquier otro lugar que no fuera ahí, en su escritorio, pensando en cómo derrotar a su adversario. Pero el asunto es que ella ya se encontraba ahí, y tenía que cumplir sus obligaciones, pese a lo que sintiera. Se reclinó ligeramente en su silla, y acomodando sus brazos para que sirvieran de almohadas a su cabeza, observó el techo a simple vista, sin poner atención en algún punto fijo; sólo pensando, y calculando.

    —¿Qué hay del ángel?— volvió a interrogar, sin moverse de aquella pose.

    Ritsuko vació la bebida que salía de su cafetera en una taza, cuidando que el líquido no se desbordara de ésta; en un principio no pareció poner atención a la pregunta, sin embargo, después de que hubo dado el primer sorbo a la amarga bebida, respondió pacientemente:

    —En este momento se está regenerando... hmm, le falta azúcar a esto— exclamó, refiriéndose al humeante contenido del recipiente en sus manos —MAGI calcula que su próximo ataque será dentro de unos cinco días.

    —Eso significa que nadie podrá moverse en cinco días...— supuso Katsuragi en voz alta.

    —El comandante estaba furioso— pronunció la doctora, sorbeando su taza, con la intención de desviar la plática fuera del ámbito profesional, a uno un poco más personal. Continuó, dirigiéndole una sonrisa —Con todo mundo, menos con tu querubín; es extraño, ¿no crees?

    La capitana agradeció aquella conversación, más humana de las que solían tener. En su misma posición, refirió con gran entusiasmo acerca del chico:

    —Es bueno que comience a reconocerlo, ¿sabes? Aunque no creas que su opinión le interese demasiado, a veces creo que no le importa la opinión de nadie; me imagino que debe sentirse con la razón todo el tiempo...

    —¿Y la tiene?— preguntó su compañera, acomodándose en un asiento frente a ella.

    —Tú bien sabes qué no...— contestó sonriendo —Ni siquiera los niños prodigio se salvan de la jodida adolescencia...

    —Creo que también tiene que ver su educación, ¿no?

    Misato ya no contestó nada. Se limitó a observarla fríamente por aquella indirecta, desde su lugar, con las piernas cruzadas y la cabeza recargada en los brazos. Su pose y el gesto de su rostro sólo decían una cosa: “¿Qué quisiste decir con eso?”

    Y de nueva cuenta, Ritsuko dio otro giro a la charla, intentando eludir una confrontación.

    —Si volvemos a fallar, seguro nos van a despedir— pronunció mientras se levantaba del asiento y depositaba el traste vacío en la mesita donde tenían la cafetera.

    —Oye, ¿te importaría no soltar cosas desagradables, así cómo si nada?— suplicó pesadamente su amiga.

    Ritsuko esbozó una discreta sonrisa, mientras sacaba otra cosa más de su bolsillo. Un disco de computadora, que agitó en su mano de igual modo, presumiéndolo a su compañera. El dispositivo de almacenamiento parecía contener en su código algo importante, o es lo que se podría pensar dado el entusiasmo juguetón de Akagi cuando lo mostraba.

    —Tengo una idea para que conserves el puesto— le dijo, enseñando el disco maliciosamente —¿La quieres?

    Entonces Misato se incorporó de inmediato, como accionada por un resorte, y compartiendo el buen ánimo de la Doctora Akagi, le arrebató de inmediato el disco, lista para introducirlo en la terminal que tenía más cercana, con una adorable sonrisa en el rostro, semejante a la de niño con juguete nuevo.

    — Sí!— contestó luego de haber quitado el objeto de las manos de la rubia —¡Pues claro que la quiero! ¡Era de esperarse de la sagaz Doctora Akagi!

    La sonrisa de ésta pareció ensancharse más, mientras trataba de aguantarse las carcajadas que amenazaban con escapársele de la garganta; con un poco de trabajo más, aclaró:

    —¡Lo siento!— exclamó difícilmente —¡Pero no es idea mía!

    —¿Ah, no?— pronunció extrañada Katsuragi, a la par que buscaba algún indicio de la identidad del propietario del disco—¿De quién es, entonces?— al voltearlo del lado opuesto donde lo tenía sujetado, observó una etiqueta que traía adherido consigo, y sin duda alguna revelaría la identidad de su misterioso benefactor. La escritura de la calcomanía era, sin duda alguna, masculina. Y cuando observó inscrita en ella la leyenda “Para mi cielo” supo exactamente de quién se trataba, horrorizada. Ritsuko corroboró dicha corazonada:

    Pues de Kaji...— le respondió, con aquella pícara sonrisa.

    La capitana continuó observando algunos momentos el disco que sujetaba en sus manos, petrificada de la impresión. Después de deliberarlo por mucho rato, pronunció asqueada, haciendo ademán de devolverle el objeto:

    —No lo necesito...— dijo con una firme decisión, haciendo un gesto de repulsión.

    —¿Aunque te despidan?— preguntó en un tono melódico y de burla su compañera.

    Una vez más, Misato observó detenidamente el disco en su mano, en una de sus poses reflexivas, apoyando su barbilla en la mano izquierda, al tiempo que se volvía a cruzar de piernas.


    Sentada junto a Shinji, con Kaji y Kai frente a ella, Asuka tomaba su refresco por la pajilla en sus labios, chupando el contenido con enfado, cómo si se lo estuvieran obligando a beber. Con igual desgano le dio una diminuta mordida a la hamburguesa que sostenía en su plato, masticando lentamente. En contraste, el muchacho que tenía enfrente degustaba con avidez todo lo que a sus manos llegaran; comía con gran satisfacción al probar bocado después de horas, aunque los platillos no fueran tan suculentos cómo se veían. La alemana lo observaba, disgustada por los burdos modales de marinero ebrio que presentaba. Estaba acostumbrada a las buenas costumbres y formas refinadas en la mesa, y no podía soportar a una persona así, comiendo tan apresuradamente y mascando de igual forma, sorbeando el refresco con un horrible estruendo y sin presentar ninguna formalidad a sus acompañantes. Como pudo, volvió a ignorar al chiquillo, dirigiendo la vista al hombre a su lado.

    —Tú si entiendes, ¿verdad, Kaji?— le dijo, tratando de no asquearse con el sujeto que devoraba la comida frente a ella —Ésta no ha sido una muestra de mi verdadera capacidad.

    Sin esperar alguna respuesta, tomó otro pequeño trago de su bebida, y se dirigió sarcásticamente al joven a lado suyo.

    —Aunque no sé si lo ha sido de la tuya, Shinji— pronunció al mismo tiempo que terminaba de tomarse todo el líquido del envase.

    El aludido recargó la cabeza tristemente sobre su mano derecha, apoyando el codo en la mesa, mientras picoteaba con el tenedor el plato de pasta que le habían servido. Suspirando profundo, contestó cansado de tantos ataques, en un tono melancólico.

    —Sí, claro— respondió —En el fondo yo no tengo ninguna capacidad, ¿verdad?

    —¡Ya estoy harto de que siempre te dejes pisotear por esta tipeja!— le replicó de inmediato su compañero, terminando de engullir su cena —¿Hasta cuando piensas conseguirte un par de bolas y ponerle un alto a esta fulana? ¡Aprende de mí!— concluyó, limpiándose los labios con la servilleta de papel, a la mirada de la extranjera, en un modo burlón y exagerado. La muchacha por fin caía en la cuenta que aquellos grotescos modales habían sido con la única intención de molestarla. Siguió observándolo, furiosa, apretando con fuerza sus encías una contra otra, mientras el chiquillo continuaba burlándose de ella, comprimiendo la servilleta en sus manos y arrojándosela en su plato, cómo si se tratase de una pelota de basquetbol.

    —Vamos, no se desanimen— les instó su anfitrión —La partida aún no ha terminado, y si se esfuerzan, la próxima vez pueden ganar.

    Dijo eso para distraer a los combativos muchachos. Kai y Asuka parecían perros y gatos, incapaces de convivir por un periodo de tiempo prolongado sin atacarse ferozmente el uno al otro. Dándose cuenta de eso, tomó la determinación de enfriar los ánimos de las criaturas. Y había dado resultado, en parte.

    —Pero— expresó la alemana —Los Evas se han dañado y apenas los están reparando ... ¿Cuándo va a ser esa próxima vez?

    De inmediato, cómo una respuesta a su interrogante, los niños fueron voceados en el sonido local. Cómo es costumbre en una situación de esas, sus miradas se dirigieron al techo, mientras una operadora solicitaba:

    —Atención a los pilotos de las Unidades 01, 02 y Z— se escuchó en las bocinas — Diríjanse inmediatamente a la sala de reuniones 2 de la División de Estrategias. Repito: a los pilotos de las Unidades...

    — ¿Ven?— les dijo Kaji, recostado en su respaldo, mientras el aviso continuaba —Ya los están llamando. ¿Qué les dije? Asegúrense de dar su mejor esfuerzo, ¿de acuerdo?


    “Ajá” fue la unísona respuesta del trío mientras se levantaban de sus asientos y se ponían en marcha, dejando inconclusas sus cenas; sólo Kai se había terminado la suya, y antes de retirarse, cogió un palillo, el cual paseó por su dentadura durante todo el trayecto.

    La chiquilla iba delante de la excursión, con los brazos cruzados y se distinguía a leguas que iba molesta por algo. Shinji comenzó a incomodarse con el silencio que imperaba entre los tres. Recorrían los largos pasillos sin dirigirse ni una sola palabra, por largo rato, y eso comenzó a inquietarlo. Volteó atrás, hacia donde estaba su compañero, quien seguía paseando el palillo entre sus dientes, aparentemente sin querer entablar una conversación. Luego, dirigió la mirada adelante, en donde se encontraba la europea, cruzada de brazos y avanzando de mala gana.

    —Pero si los Evas aún no pueden moverse...— pronunció tímidamente, a cualquiera de los dos que quisiera contestar —¿Para qué nos querrán?

    Por unos instantes, parecía que nadie le iba a contestar, hasta que la muchacha pronunció, molesta, sin siquiera voltearlo a ver.

    —¿Y yo qué voy a saber?— reclamó con disgusto —Y por cierto, los dos son unos completos estúpidos retrasados...

    —¿Eh?— respondió el chiquillo, agradecido de la repentina conversación, pasando del insulto —¿Porqué?

    Entonces la menuda rubia dio una media vuelta para encararlos, explotando al fin:

    —¡¡Kaji vino a invitarme especialmente a mí a cenar!!— exclamó rabiosa, agitando los brazos y gritando a todo pulmón —¡¿Cómo pudieron ser capaces de venir con nosotros?! ¡¿Y ni siquiera se les ocurrió dejarnos solos?!

    Shinji llegó a arrepentirse de comenzar una conversación, poniendo sus manos delante de sí para protegerse, por puro instinto. Al parecer, lo único que había estado esperando la niña para desquitar todo lo que pensaba, era que alguien dijera una palabra. Asuka seguía avanzando en forma peligrosa hacia los muchachos, hasta que Kai contraatacó:

    —Créeme, Kaji va estar agradecido de por vida por el favor que le hicimos— le dijo en tono burlesco, con una sonrisita displicente en sus labios, sin soltar el palillo.

    Sin intención alguna de soportar ningún comentario más de aquel individuo, la alemana proyectó su brazo hacia atrás para poderle asestar un golpe, mientras que el chiquillo, dándose cuenta, se preparaba para evadirlo. No obstante ambos se detuvieron al escuchar el saludo de la Capitana Katsuragi, quien les salió al encuentro debido a su tardanza.

    —¡Hola, hijos!— saludó entusiasta, levantando su mano derecha, mientras que con la otra sostenía una carpeta —Qué bueno que llegaron. Vengan, por favor...— les indicó mientras se ponía en marcha.

    A Kai pareció iluminársele el rostro con la sola presencia de su tutora, y corrió bastante emocionado hacia donde estaba ella. No esperaba volver a verla durante ese día.

    —¡¡Hola, hola, hola!!— pronunció el muchacho, loco de alegría, mientras se le pegaba cariñosamente al brazo.

    — Cálmate, muchacho— le instaba Misato, sorprendida por aquella súbita muestra de aprecio —Yo también te extrañé, pero no es para tanto— le repetía una y otra vez, mientras acariciaba el cabello del chico y a la vez trataba de quitárselo.

    —Fíjate quién es el que se golpeó la cabeza— le dijo Asuka a Shinji, en voz baja, recordando una observación anterior que había hecho el joven.

    Kai alcanzó a escuchar a la chiquilla. Aún abrazado a Katsuragi, volteó hacia donde se encontraba la muchacha, y observándola detenidamente, le sacó la lengua, cómo en gesto de burla y rechazo.

    —¿Hasta cuándo vas a dejar de comportarte cómo un niño, maldita sea?— reclamó furiosa la extranjera, mientras le devolvía el ademán.

    “Los dos son los que se comportan cómo niños” pensó desesperanzado Shinji, observando tan peculiar escena.

    —¿A dónde vamos?— le preguntó a su oficial superior.

    —Vamos a preparar la próxima estrategia— contestó, con el joven de catorce años pegado a su brazo derecho como estampilla, estrechando su cabeza en el cuero rojo de su chamarra.

    —¿La próxima estrategia?— dijeron al mismo tiempo los niños. Hasta Rivera se había soltado de la capitana, intrigado, recuperando de nueva cuenta su edad actual.

    La mujer agradeció que su brazo quedara en libertad, y continuó guiando a la pequeña tropa por los pasillos, hasta a donde se les requería. Un poco desorientada, tratando de ubicarse un poco, les dijo:

    —Cómo ya antes Kai había dicho— pronunció, volteando a diestra y siniestra, tratando de ubicarse —Las tres partes en las que se separó el ángel se complementan mutuamente, o sea que eran tres cuerpos que formaban uno solo. Entonces, para poder derrotarlo, hemos de hacer una carga simultánea contra los tres núcleos, ¿Verdad?— volvió la mirada a un lado suyo, con los muchachos, especialmente con Kai. Éste, asintió moviendo horizontalmente la cabeza. Misato prosiguió —Entonces, los Evangelion tienen que estar perfectamente sincronizados...

    El compacto grupo llegó al final de un corredor en el que dieron vuelta, dónde una puerta hermética les cortaba el paso. Los cuatro se detuvieron frente a la entrada, empero, Katsuragi continuaba hablando:

    —...y para eso...— dijo al mismo tiempo que accionaba el mecanismo para abrir aquel cuarto. El ingreso se abrió de golpe con un zumbido —...su coordinación tiene que ser perfecta. Pasen, por favor...

    La mujer los invitó a pasar al compartimento, entrando primero ella. Los tres muchachos, a diferencia de su superior, se quedaron en el quicio de la puerta, dudando qué tan seguro sería el entrar. Tímidos, ninguno de los tres se animaba a dar el primer paso hacia adentro, debido a un presentimiento en común. Por fin, la chiquilla fue la arrojada, dando firmemente los pasos para entrar a la habitación, y alentados por su coraje, sus compañeros la secundaron.

    —¿Qué es esto?— preguntó sorprendida la muchacha, al ingresar al cuarto.

    — Es una recámara— contestó Shinji —¿Triple?


    La habitación lucía cómo una casa de espejos: tres camas iguales, a la misma distancia una de la otra, con un estante para la ropa en la cabecera, tres pares de pantuflas sobre de ellas, respectivamente, y unos dos cambios de sábanas para cada lecho. En el centro, una sola televisión, de unas 27 pulgadas, al igual que un reproductor de discos compactos y de video, un teléfono y una lámpara de noche. El cuarto estaba bastante bien distribuido y decorado con varios óleos y una alfombra color café tapizaba el suelo; la habían diseñado en especial cómo para albergar cómodamente a sus tres inquilinos.

    —Jamás había oído de una habitación triple— pronunció Kai. Luego, sobresaltado, entendiendo todo sin que le explicaran, interrogó a quemarropa —¿Y esto para qué es?

    Misato lo observó, en una actitud de compasión, que después se convirtió en malicia. Con una sonrisa cándida en los labios, le confirmó de manera inevitable lo que ya se imaginaba:

    —Durante los próximos 5 días...— les dijo —Los tres vivirán aquí...


    Al principio, los muchachos no dijeron nada. Tardaron un buen rato en asimilar la idea, darse cuenta que lo que habían escuchado había sido cierto, y no un desvarío. En eso momentos, estaban pálidos cómo unas estatuas de marfil, mudos de asombro.

    —¡¿QUÉ?!— se desbordó Asuka, aterrorizada, saliendo de su estado inerte. Parecía a punto de explotar, con su rostro al rojo vivo.

    —No tenemos tiempo— le comunicó la mujer con rango militar, ensanchando más su sonrisa —Así que no se les permite rechazar la orden.

    Había dicho eso para evitar desde un principio los inevitables reclamos de sus pilotos, ya que estaba segura de cómo reaccionarían. Desde un principio quiso imponer las condiciones para evitar las disculpas y explicaciones que iba a tener que dar. Según entendió, no funcionó todo lo que había hecho.

    —¡No puede ser!— se le acercó la alemana —¿Cómo vamos a vivir juntos cinco días? ¡¡¡Somos dos chicos y una muchacha!!!

    —Ya me había dado cuenta de eso, Asuka— aclaró Misato, apartándola con la mano.

    Shinji parecía también aterrado, a punto de un colapso nervioso, según creía su compañero, al observarlo de tal modo.

    —¡¿Qué es lo qué te propones?!— preguntó bastante nervioso.

    La mujer estaba hastiada de tantos reclamos, y agitando los brazos, haciendo ademán de quitárselos de encima, exclamó harta de ellos:

    —¡Tranquilícense!— les instó, amenazándolos con el dedo.

    Al instante, el par se congeló en dónde estaban, callándose y obedeciendo a la indicación dada por la Capitana Katsuragi. Después de respirar profundo, ésta recobró su habitual sentido del humor, y los observó detenidamente. Los muchachos seguían ahí, de pie y sin mover un solo dedo, intimidados. Le sorprendió de sobremanera el que su protegido no dijera ni pío. Ahí estaba él, recargado en la pared, sonriéndole y silbando una tonada de una canción cuyo nombre no podía recordar, pero era de las que tanto le gustaban. “El submarino amarillo” o algo así se llamaba... ¿Porqué razón estaría tan tranquilo? Pensaba que iba a ser el primero en poner el grito en el cielo, pero no sucedió así. Él continuaba viéndola, tan despreocupadamente cómo lo haría con cualquier otra cosa. Ignorándolo por algunos momentos, se dirigió a los chiquillos frente a ella.

    —Esto es absolutamente imprescindible para el plan— aclaró, poniéndose de pie, alisando los pliegues de su corta falda —Para que se coordinen a la perfección, es necesario que se conozcan bien...

    —Supongo que deberemos estar desnudos la mayor parte del tiempo para lograr eso, digo, tenemos que llegar a conocernos profundamente, incluyendo nuestros más íntimos rincones, ¿o no?— la interrumpió Kai desde su rincón, para luego jalar el cuello de su camiseta —Lo cual para mí es un alivio, por que me estoy asando como pollo...

    Ese comentario sobresaltó y alteró a sus congéneres más de lo que estaban. En silencio, observaban a Misato, suplicantes, a punto de romper en llanto. En cambio, el causante estaba feliz con su obra, con una gran sonrisa maliciosa en la cara, mientras continuaba haciendo ademanes de quitarse la ropa.

    —No es para tanto, no le hagan caso — los calmó, y luego siguió con las indicaciones — También sus relojes internos tienen que estar sincronizados. Por eso se trata de que duerman juntos, despierten juntos, coman juntos, entrenen juntos...

    —Nos bañemos juntos, intimemos juntos...¡Shinji, yo pido darle a la Langley por detrás en el sandwich que le vamos a hacer! ¡Así no tengo que estarle viendo su horrible cara de perro!— interrumpió de nuevo Kai, dándole un ataque de risa en aquellos momentos, a expensas de sus compañeros, quien seguían viendo a la mujer cómo corderitos desvalidos.

    Ésta, sin intención de aguantar más interrupciones, avanzó hacia el niño, rodeándolo con los brazos y acomodándolo en su regazo, al mismo tiempo que le daba un pequeño correctivo en la cabeza: “Compórtate” le suplicó, y lo condujo a donde estaba originalmente. Finalmente prosiguió, luego de tantas pausas.

    —Por supuesto, todo eso es mentira. Pero su convivencia prolongada sí es un elemento vital para la consecución de este plan. No es tan difícil de entender, ¿verdad?— pronunció, tapándole la boca con la mano al muchacho que tenía abrazado, antes que soltara otro comentario soez.


    Asuka pareció dubitativa por algún rato, paseando los ojos por toda la habitación, nerviosa. Estaba en una situación que amenazaba bastante su integridad y dignidad. ¿Qué es lo que podrían hacer dos jóvenes y una muchacha de 14 años, encerrados en el mismo cuarto durante cinco días? Nada bueno, de seguro, y Rivera ya había encargado de darle una idea general. Y con una sinceridad aplastante, comunicó sus penas a su superior.

    —Pero— objetó la alemana, mirando en forma suplicante a Misato —¿Qué hago si en plena madrugada a estos dos en verdad les da por acosarme?— terminó señalando a Shinji con el dedo índice, con un gesto mortificado, cosa que molestó al chiquillo.

    —¡Ay, por favor! ¡Hablas como si en serio creyeras que eres una indefensa y recatada señorita!— replicó Kai, quitándose la mano de su tutora de la boca —¿En realidad crees que me arriesgaría a que me rompieras las bolas, otra vez? Por lo que he visto, nosotros somos los que deberíamos preocuparnos por que nos violes, salvaje.

    —¿Salvaje, yo?— reclamó la extranjera en el acto.

    Misato tuvo que volver a intervenir en las hostilidades, antes que se volviera a desatar otro conflicto. Soltando al niño, se dirigió hacia donde se encontraba la chiquilla de pie, reconfortándola y apoyando su mano en el hombro de la pequeña rubia.

    —Tranquila, mujer— le dijo—Que Shinji no es tan atrevido.

    —Si hiciera algo así, de seguro me mataba— le susurró Shinji a su compañero, quien siendo liberado se había colocado a un lado de él.

    Observando desdeñosamente a su protegido, la mujer continuó con sus consejos a la damita a su encargo:

    —Aunque si me preguntas a mí— pronunció mordazmente, con el suficiente tono para que todos en el cuarto la escucharan —Yo sí tendría mucho cuidado con Kai...

    La chiquilla observó por encima de sus hombros para mirar asustada al aludido, mientras que éste, esbozaba una ancha sonrisa que parecía deformar todo su rostro hasta dejarlo transformado en una mueca pervertida, digna de cualquier maniático sexual.

    —Hoy puede ser tu gran noche, mamacita— dijo él, arrastrando sus palabras —¡Agárrate!

    —No te preocupes— continuó Misato con la niña, ignorando por el momento al alborotador —Hablaré con él, y ya verás que ni se te acerca...— se puso de pie para dirigirse al chiquillo, poniendo una mano sobre su cabeza mientras se despedía de los otros dos pilotos, levantando la mano que tenía libre —Bueno, creo que tienen todo lo que necesitan, pero si les falta algo, avísenme por la línea interna. Mañana se despiertan temprano, a las seis y media... buenas noches— concluyó, para luego susurrar a su protegido — Tú vendrás conmigo, chistoso...


    Los dos salieron de la habitación cerrándose la puerta detrás de ella, dejando a unos desolados adolescentes. La alemana continuaba observando la puerta, cómo si esperara que alguien saliera de ahí para salvarla de aquel martirio. Pero, a pesar de sus esperanzas, nada atravesó el umbral de la puerta en esos momentos. Y, además, ¿A dónde se llevó Misato a Kai? ¿Es qué el no iba a realizar aquel disparatado entrenamiento?

    —Es cómo una pesadilla...— suspiró descorazonada la chiquilla, tocando con sus manos su cara, para darse cuenta que, en efecto, no se trataba de ningún sueño —Aunque sirva para vencer al ángel— continuó, derrumbándose en la que sería su cama por cinco días —¡Ah! ¡Si en vez de este par de lerdos se tratara de Kaji!— pronunciaba, cubriéndose la cara con la almohada.

    Su compañero la miró por un tiempo hacer sus reclamos al aire, hasta que ya no lo pudo soportar más. También se preguntaba a dónde habría ido su cómplice, temiendo quedarse tanto tiempo a solas con la chiquilla, ya que después que presenció el espectáculo de sus habilidades para las artes marciales le tenía un poco de pavor. Intentando ganar tiempo, le preguntó:

    —Eh, oye— se dirigió a ella, un tanto cuanto tímido —Se está haciendo tarde, y bueno... yo... ¿Puedo bañarme primero? Tengo que calmarme y...

    —¡Ni pensarlo!— le contestó de inmediato Asuka, poniéndose de pie y enfilando hacia la regadera —¡Las damas son primero, baboso! ¡Así que voy yo primero! ¡Imbécil!

    Acosado por los insultos, y también enojado, el niño volvió la cara hacia la otra pared, cruzándose de brazos y esperando que terminara de proferir todas sus quejas.

    —Y que ni se te ocurra espiarme, ¿eh?— continuó la extranjera antes de adentrarse al cuarto de baño, y acabando de pronunciar estas palabras, cerró con un portazo la puerta del cuarto de aseo personal.

    —Entendido— dijo Shinji airado y envalentonado, una vez que estuvo solo en el cuarto — No eres de las que quisiera ver arriesgando mi vida...

    La puerta del baño se abrió de improviso, saliendo apresuradamente de él la chiquilla, indignada por aquel comentario y con intenciones de cobrarse:

    —¡¿Qué fue lo que dijiste, tarado?!— gritó emperrada la jovencita, blandiendo su puño por los aires, con ademán de descargarlo en cualquier momento.

    “Mierda, alcanzó a escucharme” pensó Shinji, no obstante, conservando su inusitado coraje pasajero, ordenó con una voz de mando que pocas veces había usado:

    —¡¡Ya no estés jodiendo y apúrate!!— pronunció aún más enojado, aparentemente, que la misma Asuka.

    Ésta, lo contempló desde el quicio de la puerta, con su pequeña humanidad amenazándole. Ella tenía toda la ventaja, por supuesto; era mucho más ágil, más fuerte y sabía pelear mejor que él. Entonces, no había razón alguna para hacerle caso o para temerle. Pero había algo en él, algo que no se podía detectar con los ojos o con cualquier otro órgano humano, algo que la hacía quedarse clavada en donde estaba, cómo un ratón ante una cobra. ¿Qué era lo que había en aquella caricatura de hombre, que en ocasiones la intimidaba tanto? ¡Era algo absurdo! Si le hubiera contado a quien sea del pánico que a veces le provocaba aquel mocoso tan menudo, se hubiera burlado sin parar de ella.

    Entonces, apretando los dientes y sus manos, se volvió a encerrar, sin pronunciar ni una palabra. El umbral del baño volvió a cerrarse delante de Shinji, quien, después de convencerse de su breve victoria, se derrumbó agotado en lo que sería su lecho durante los días por venir. “Qué perspectivas tan negras” pensó el muchacho, suspirando y acurrucándose cómo podía. “Nunca pensé que me iban a obligar a hacer algo así. Pero tengo suerte que sea con estos dos. Si hubiera tenido que estar con Ayanami...” cuando pensó en la niña, sin darse cuenta sus mejillas enrojecieron y sus labios embozaron una tenue sonrisa. “Quién sabe si podría ser capaz de contenerme... aunque de cualquier manera, creo que no sabría como entablar una conversación con ella.”


    El sonido de la puerta de la habitación abrirse y cerrarse lo sacó abruptamente de su ensoñación. Alarmado, se levantó en seguida de un salto, y abrió de par en par sus ojos, buscando con la vista al recién llegado. Kai ni siquiera lo miró cuando se dirigía a la cama restante, hasta el extremo de la habitación, a lado de una pared. Cabizbajo y arrastrando los pies, llegó hasta su espacio y se tiró pesadamente sobre de él. Su cuerpo comunicaba molestia, tensándose varias veces y susurrando algunas maldiciones ininteligibles. Había aprendido que no siempre las personas están del humor que uno quiere o necesita. Haciendo a un lado sus necesidades de atención y cariño, su protectora lo había reprendido por su actitud hacia Asuka y hacia la misión, y lo había amenazado restregándole en la cara la relación que quería volver a sostener con Rei. Los términos de “responsabilidad” y de “autocontrol”, “seriedad” fueron usados con bastante frecuencia en la breve y apurada charla que sostuvieron, junto con quién sabe que otras cosas más que le dijo. “Rei terminará enterándose de todo lo que pase en esa habitación, eso te lo garantizo. ¿Quieres coger con Asuka? Bien. Pero después ya no podrás hacerlo con nadie más. Yo sé lo que te digo”. No lo dijo tan toscamente como le pareció en un principio, ahora que lo analizaba mejor, pero aún así no había dejado de ser en un tono frío y apartado, apenas con un cálido beso en la mejilla, a modo de despedida. Como sea, él no necesitaba meramente de un beso cariñoso, sino de alguien con quien pudiera desahogarse de sus penas y proporcionarle consuelo, algo que no podían ofrecer ni Shinji ni Asuka. La tirante relación que llevaba con ambos no era precisamente una que le permitiera compartir sus más íntimos pensamientos, sus preocupaciones más profundas. Desconsolado, dio un profundo respiro, decidiéndose a dormir o a esperar su turno en la ducha, lo primero que ocurriera. El sonido de la voz de su compañero lo volvió a la realidad.

    —Kai— pronunció Shinji, sentado en su lecho, y observándolo con curiosidad —¿Te... te sientes bien?

    —Ajá— musitó su acompañante, volteándose para darle la espalda, dando a entender que no estaba interesado en conversar.

    —Pues... es raro que estés tan callado— continuó el joven Ikari, sin captar el lenguaje corporal de su compañero —Cuando estoy contigo a veces no puedo ni escuchar mis propios pensamientos. Sólo te he visto así cuando estás deprimido... o dormido, ja, ja, ja....

    Fue hasta entonces que el muchacho se dio cuenta que su acompañante parecía no prestarle atención ni tenía interés en cualquier cosa que tuviera que decir. No obstante prosiguió sus intentos de comunicarse, más por vergüenza y evitar quedar como un idiota hablador, más que por cualquier otra cosa.

    —¡Vaya lío en el que nos acaba de meter Misato! Apuesto a que a ti tampoco te hizo gracia tener que pasar cinco días enteros, aquí encerrado... con nosotros... ¿cierto?

    La voz del chiquillo se iba diluyendo de a poco conforme el silencio de Rivera se prolongaba, tornando la situación aún más incómoda de lo que ya era y haciendo que Ikari se estuviera arrepintiendo de haber abierto la boca en primer lugar.

    —Estoy seguro que a ninguno de los tres le agrada estar aquí— continuó, pese a todo —Pero quizás podamos sacarle provecho. Tal vez Misato tenga razón, y esto nos haga trabajar mejor como un equipo. Y es que, a pesar del tiempo que llevamos viviendo juntos, siento que apenas si te conozco. Sé que hemos tenido nuestras diferencias en el pasado, pero podemos utilizar nuestro tiempo encerrados aquí para superarlas y tenernos más confianza el uno al otro. Así que, si así lo quieres, podemos hablar de eso, y hasta quizás podamos ayudarnos a resolver los problemas que ha habido entre nosotros...

    —¿De casualidad trajiste cigarros o licor contigo, antes de entrar a este lugar?— intervino Kai en la conversación, por fin, pero sin moverse de su lugar.

    —Pues... no... por supuesto que no— respondió enseguida su compañero, luego de recuperarse de la impresión.

    —Entonces no me sirves de nada, así que haznos el favor de callarte— repuso Rivera inmediatamente, sin siquiera dignarse a voltear a verlo —No sé como tienes el descaro de hablar de confianza y de trabajo en equipo, cuando hace apenas unos días me dejaste solo como a un perro mugroso para que los polizontes volvieran a freírme a la parrilla.

    —Bueno... sí... con respecto a eso, yo... me gustaría decir que...

    —¡Y acabé así sólo por querer ayudarte!— interrumpió Kai, girando de improviso para finalmente confrontarlo y hacer ver su enfado —¡No tenía que ver en todo ese relajo, y me metí ahí por tu culpa! ¡Quise ayudarte, y cuando te necesité me abandonaste a mi suerte! ¡Vaya compañero el que resultaste ser! ¡Sólo piensa que si hubiera actuado como tú, ahorita mismo estarías hecho paleta junto con los tres babosos que te noquearon al primer golpe! ¡Eso hubiera sido lo justo, y vaya que me debes varias! ¿O qué? ¿Creíste que ya se me olvidó que por culpa de tus coqueteos con mi novia ella me botó? ¡Tendría que ser muy estúpido para confiarle mi pellejo a un miserable como tú, y si estoy aquí es solamente para complacer a Misato, y nada más! ¡Así que no me pidas que compartamos sentimientos y demás cursilería barata que se te ocurra, porque la confianza se gana! ¡Y te tengo noticias: tú no has hecho algo de relevancia para ganarte la mía, y sí que te va a costar después de todo lo que me has hecho, ingrato!

    Con el conocimiento de antemano de que en el lugar donde vivía Rivera difícilmente podría llamarse la realidad, Shinji mejor optó por no contravenirlo, si bien mucho de lo que le había dicho llevaba cierta dosis de verdad, por la que incluso él mismo se había reprochado en su momento. Además, en cuanto Kai volvió a darle la espalda y cerró los ojos cayó profundamente dormido, como era su costumbre, por lo que aquella discusión se cancelaba a priori.


    Antes que Shinji pudiera percatarse de eso, de nueva cuenta la puerta del baño se abrió, pero no con un portazo como anteriores ocasiones, sino con un suave chirrido, casi imperceptible. Asuka salió envuelta únicamente con una pequeña toalla, que a su vez era todo lo que cubría su esbelta y graciosa figura. Húmeda cómo estaba, todavía con algunas gotas sobrantes recorriéndola, se dirigió en un tono cándido a Shinji, en ese tono tan especial y coqueto que sólo dominan las mujeres.

    —Shinji— le dijo cordialmente, acercándosele por la espalda —Ya acabé... es tu turno...

    El muchacho, al voltear hacia ella, quedó paralizado por la forma en que se le presentaba la alemana. Tal vez era lo erótico que le resultaron sus formas en ese momento, con el cabello humedecido, lacio y reposándole en la espalda, esas pequeñas gotitas de la regadera que no se pudo secar y ese vapor blanquecino que salía del baño y se acentaba detrás de ella, como en un sueño, el caso fue que comenzó a pensar que se estaba enamorando de la muchachita. Sintió un horrible escalofrío en todo el cuerpo y sin poder contenerse, exhaló un pequeño grito de sobresalto, mientras que sobreponiéndose a su parálisis, pegó un brinco fuera de su cama, para que ésta pudiera separarlos a los dos.

    —¡¿Qué haces saliendo así?!— le preguntó el muchacho, tartamudeando y con el rostro encendido, abochornado. La joven seguía ahí, con su pose seductora, balanceando sus caderas de un lado a otro, coquetamente.

    —Qué escándalo hacen... parece como si estuvieran matando a alguien...— pronunció Kai molesto y soñoliento, al haberse despertado repentinamente con el alboroto producido por ambos.

    No obstante, toda su somnolencia se le espantío apenas cuando divisó con el rabillo del ojo la notoria carencia de ropas en su guapa compañera. Como de rayo se levantó de su lugar para sentarse en la cama de su compañero, desde donde podía apreciar mejor los dotes físicos de la joven europea, devorándola con la mirada de los pies a la cabeza. Todo lo que le había advertido Katsuragi le había entrado por un oído y salido por el otro, y ahora lo único que ocupaba su mente eran las diferentes y peculiares fantasías en donde podía hacer suya a Langley.

    —Y...— susurró la chiquilla, con el mismo tono cándido —¿Qué les parece mi cuerpo?— interrogó dando un giro, sosteniéndose con una mano la toalla que la cubría.

    —Nena...— contestó al instante Kai, con una expresión de ansiedad en el rostro —Retiro todo lo que he dicho antes... ¡¡Tienes un cuerpo de lujo, preciosa!!— concluyó poniéndose los dedos meñiques en la boca y emitir con ellos unos entusiastas chiflidos, al mismo tiempo que la instaba a desnudarse por completo —¡Mucha ropa, mucha ropa!

    En contraste a su compañero, Shinji continuaba aterrorizado. no estaba acostumbrado a las figuras y formas de una joven de su edad, y mucho menos a unas tan destacadas como las de su compañera, que quitaban el aliento y el juicio a cualquiera.

    —¡Primero me dices que no mire, y ahora sales así!— exclamó acalorado, cómo si estuviera avergonzado.

    Su compañero, sentado en la cama que los separaba a él y a la muchacha, le dirigió una mirada de reprensión. Lo observó detenidamente durante largo rato, mientras se preguntaba: “¿En realidad le gustaran las mujeres, ó a qué le hace este tipo?” Era extraño que un joven de 14 años no se entusiasmara con la exhibición de un excelente espécimen del género femenino, como lo era Asuka Langley. Shinji, en cambio, parecía a punto de infartarse, cómo si eso le resultara grotesco.

    —No pareces estar muy interesado— le dijo Asuka, mientras se acomodaba en la cama dónde se encontraba sentado Kai — Me estás hiriendo en mi amor propio, ¿sabes?

    Asuka seguía acercándose a Shinji, gateando en su cama y viéndolo fijamente. Hasta parecía que se podía oír su ronroneo, cómo los de un gato doméstico. Kai se acomodó en su asiento, para poder admirar mejor a su compañera, tan odiada anteriormente, lo único que existía para él en esos momentos. La chiquilla estaba muy cerca del japonés, quien podía sentir su aliento en el rostro.

    —Tengo los pechos bastante grandes para mi edad, ¿no crees?— mencionó seductoramente la jovencita. Sólo unas dos pulgadas separaban su nariz de la del muchacho —¿Quieres verlos, corazoncito?

    La mano de la niña jugueteaba con la toalla, haciendo un claro gesto de que se la iba a quitar, ante las súplicas del abochornado muchacho.

    —¡Basta!— suplicaba en volumen inaudible, literalmente falto de aliento —¡No te quites... la toalla!

    Su sugerencia llegó tardía, justo en el momento en que la alemana develaba el monumento de la belleza de su cuerpo, jovial y tan vivo. La toalla pasó por las piernas desnudas de la chiquilla en su camino al suelo, cayendo con un seco rumor y humedeciendo la alfombra. Todo pareció congelarse en ese momento para el par de muchachos.

    Bonita sorpresa debieron haberse llevado al descubrir que su compañera estaba vestida con una camisa corta y unos ajustados shorts deportivos: sólo se estuvo burlando de ellos durante todo el tiempo.


    Ambos jóvenes estaban inmóviles, con la mirada fija en la hembra ante ellos y boquiabiertos del asombro. En el fondo, Shinji agradeció que aquello no fuera más que una broma estúpida y no un asunto tan serio cómo él creía. Por el otro lado de la moneda, su colega aún no asimilaba del todo lo que había pasado. Desilusionado, parecía una milenaria escultura resquebrajándose a la intemperie, inmóvil en tanto observaba a la burlona muchacha, quien los señalaba con el dedo, pataleando en el piso y derramando abundante lágrimas de la risa que la embargaba.

    —¡¡Hasta las orejas se les pusieron rojas!!— señaló, entre el estruendo sus carcajadas.

    Vuelto a la realidad con éste último comentario, Kai, molesto, salió de su taciturnidad, quebrándose por completo la estatua que semejaba anteriormente. Sin decir nada, se puso de pie y volvió corriendo a su lecho, al rincón. Sentía cómo si le hubieran arrojado a una tina con agua congelada, y titiritando de frío, se alejaba cómo podía de ese lugar. Humillado, se defendía inútilmente, impotente.

    —¡Maldita ramera, bruja estúpida! ¡Me estaba conservando puro y casto para el matrimonio!— sollozaba como una colegiala, hundiendo su apenado rostro dentro de sus almohadas —¡Ahora ya no podré casarme de blanco! ¡Te odio, demonio de seducción!

    Sin embargo, la jovencita ni siquiera le prestó atención en lo que decía, regodeándose en las espesas mieles de su victoria.

    Fue entonces que, harto de las incesantes burlas de la chiquilla, con una voz fría cómo el hielo Shinji le expuso:

    —No es por nada....— dijo, capturando la atención de sus compañeros —Pero, tratándose de Misato, lo más seguro es que hay una cámara, oculta en cualquier lado... felicidades, acabas de descubrirte frente a todos en el cuartel.

    —¡Eso es cierto! ¡Ja, te acabas de joder, vaca idiota!— secundó Rivera, más animado con aquella nueva perspectiva.

    En primera instancia, la joven pareció no creerles, observando a uno y otro en forma alternada, con la duda en sus ojos. Después, un poco más preocupada, comenzó a registrar el cuarto, con la vista, para encontrar el susodicho aparatejo. Debajo de las camas, en un espejo, en los armarios, en el baño... en ningún lado parecía estar. Empero, aquél par continuaban luciendo muy convencidos de su teoría. Finalmente, rompió en demandas, volteando la cabeza de derecha a izquierda y de abajo hacia arriba.

    —¡¡No es cierto!!— les decía, instándolos a que revelaran la posible localización de la

    cámara —¿Dónde está, mentirosos?


    Lo que afligía a la extranjera estaba justo encima de su cabeza. En el techo, al centro, camuflado a la perfección como un candelabro. Nadie, seguramente, se daría cuenta que aquello contenía una cámara de video que captaba todos sus movimientos. La imagen es transmitida de la cámara a una pequeña consola en otro cuarto, como en un estudio de televisión, dónde era proyectada la escena en varios pequeños monitores. Por suerte para Asuka, en aquellos momentos la Capitana Katsuragi se encontraba profundamente dormida, totalmente postrada contra el monitor, aturdida por los efectos de una sexta lata con su cerveza de predilección. Los humos del alcohol, sumados a lo tarde que era, pisándole los talones a la madrugada, hicieron que cayera rendida sin gran esfuerzo. No alcanzaría a ver aquella parte denunciante de la cinta, con su cabeza entre los brazos cruzados, acurrucada y descansando como un recién nacido, aunque estas dulces criaturas por lo general no roncaran tan profundamente como ella lo hacía.


    Shinji escucha de lejos el sonido intermitente del reloj despertador junto a su cama. Aún en sueños, deja caer cansadamente su mano sobre el aparato, para desactivarlo. Después de frotarse animosamente la cara, se incorpora a la realidad, sentándose en el lecho mientras se quitaba de encima la colcha que lo cobijaba. Al contemplar en rededor pudo percatarse que era el único despierto en la habitación. Asuka seguía acurrucada en su mueble, descansando, y Kai continuaba dormido boca arriba, con los brazos extendidos en el colchón, durmiendo de forma tan pesada cómo solía hacerlo. Consultó el reloj, para ver si no había equivocación. Las seis de la mañana. De un momento a otro Misato atravesaría la puerta del cuarto, para despertar a toda la tropa. Mejor se levantaba antes de que lo hiciera. Caminando descalzo por el piso alfombrado, alcanzó su maleta, para sustraer de ella su cambio de ropa, unas trusas y calcetines limpios, además de un conjunto deportivo: una sudadera y unos pantalones para correr. Antes que se dirigiera al cuarto de baño para cambiarse, el ruido de la puerta metálica deslizándose hace que se ponga en guardia, sobresaltado. La capitana entra en la recámara, encendiendo todas las luces del cuarto y desbordando entusiasmo, haciendo tanto escándalo cómo una locomotora.

    —¡Vamos equipo, es hora de levantarse!— gritó a los muchachos, observando que sólo uno de ellos estaba de pie —¡Hora de levantarse! ¡El sol ya ha salido!

    Ante el griterío de la mujer, la chiquilla rubia se incorpora con unos quejidos, profiriendo unos grandes bostezos de cansancio. Sólo el muchacho restante se había quedado rezagado, quedándose todavía en el reinado de Morfeo, imperturbable e indiferente a lo que le acontecía alrededor, cómo si se estuviera burlando de sus compañeros. Misato cogió una almohada de la cama vecina, y con ésta arremetió repetidamente contra el joven, dirigiéndole los impactos a la cara.

    El niño sólo entreabrió los ojos, sin asustarse ni molestarse de nada, moviendo un poco los dedos de las manos para desentumirlos, pero sin levantarse de donde estaba. Contempló a su guardiana sobre él, instándole a que se levantara. Sin hacerle caso, murmuró, sonriendo:

    —Debe ser la primera vez que te levantas tan temprano, mujer.

    —¿Eso crees, eh?— inquirió Katsuragi, para después descargar otra tanda de golpes sobre el joven —¡No recuerdo haberte preguntado sobre mis hábitos matutinos! ¡Te dije que te despertaras! ¡Ya se nos hizo tarde!

    —¡Ya, pues, ya voy!— suplicó el chiquillo, incorporándose de su lecho en el acto.

    Una vez que el trío completo estuvo de pie, su superior les indicó:

    —Muy bien— pronunció, consultando la carpeta que sostenía frente a sí —Quiero que en este mismo momento vayan a cambiarse, y luego, a desayunar. Tenemos 45 minutos para esto. Después, el entrenamiento comenzará.

    —De acuerdo— asintieron los niños, dispersándose por el cuarto, apresurándose para mudar de ropas y almorzar.


    Todos se vistieron con ropa deportiva, a petición de la militar, con el pretexto de que era requerido por la cédula. Acabando de desayunar, la mujer condujo a sus subordinados por el vasto laberinto de pasillos del cuartel, no alejándose bastante de la habitación en donde se hospedaban. Llegaron a un cuarto libre de muebles, con piso de duela de madera. Al parecer, ese suelo acababa de ser construido hace poco: aún se podía oler el aserrín y el barniz. Estando dentro, la capitana Katsuragi les pasó a cada uno un paquete de tres hojas, las cuales contenían los pasos para una danza, del tipo ballet.

    —Escúchenme— atrajo su atención la mujer con rango militar —Comenzarán a entrenar después de que estudien esto...— abrió el paquete de hojas que ella tenía en las manos, dándole una revisada —Es la coreografía para un baile... Esto hará que conozcan bien sus cuerpos y como interactúar entre ustdedes.

    —¿Un baile?— interrogó la alemana en cuanto tuvo en sus manos las hojas.

    —¿Esta es tu estrategia, Misato?— preguntó a su vez Shinji, extrañado.

    —¡Pero si ya sabes que yo no sé bailar ni los ojos, odio cualquier demostración kinestésica coordinada con secuencia rítimica!— reclamó Kai, agitando las hojas en la mano —¡Y por si fuera poco, ballet! ¡Esto es un ultraje!

    La capitana no dijo nada en el momento. Se cruzó de brazos, en una actitud tolerante, esperando a que acabaran las quejas. Después, contraatacó, diciéndoles a su vez:

    —¡Silencio!— replicó, callando a los infantes —¡Dejen de protestar por todo!— los chiquillos obedecieron, enmudeciendo ante su demanda. Después de callarlos, continuó, golpeando las hojas en su mano —Para esto hay que darle importancia tanto a la figura como al estado de ánimo... Ya que el enemigo es un cuerpo dividido en tres seres, las tres partes realizan los mismos movimientos— prosiguió, dando vueltas por el cuarto, sin quitarles la mirada de encima —Para lograr dominar una perfecta coordinación en cuatro días, lo más fácil es recordar una pauta de ataque que se haya adaptado a una melodía... ¿Comprenden?— concluyó, dándole un golpe en la cabeza a Kai con las hojas enrolladas, ante sus reclamos y pesares.

    —¡¿Porqué nomás a mí me pegas?!— le replicó, acariciándose su cabeza.

    Antes que la mujer pudiera contestarle, Kaji hizo su inesperada entrada en la habitación. Abriendo la metálica puerta, cruzó por entre los niños para irse a poner a un lado de Misato. Con su inseparable sonrisa maliciosa en la cara, saludó a los chiquillos con un ademán de mano, para entonces comunicarles:

    —A propósito, la melodía elegida y la coreografía son cosa mía— pronunció satisfecho, contemplando a la bella hembra a su lado.

    —Puedo hacerlo sola, ¿sabes?— le dijo ésta.

    —No te preocupes, no me molesta...— contestó el hombre.

    Al mismo tiempo, Kai le dirigía una fría mirada al recién llegado. Queriendo aparentar molestia por la noticia que les dio, se dirigió hacia él, en un tono de amenaza e ira:

    —¿Sabes Kaji?— pronunció el muchacho cruzándose de brazos y contemplándolo de pie —No debiste haberlo hecho, y mucho menos decírmelo, podrías llegar a arrepentirte...

    —¡Oye, imbécil, no estés amenazando a MI Kaji!— intervino la extranjera, al socorro de su amor platónico, señalándole la nariz con el dedo índice.

    —¡Yo amenazo a quien yo quiera!— respondió al momento el muchacho, quitándose el dedo del rostro y agitando los brazos —¡¿Me entiendes, babosa?!

    “Pues creo que va a estar difícil sincronizar a estos dos” pensó desairado Shinji, observando la escena, que comenzaba a ser muy rutinaria entre aquellos niños.

    —¡Ya basta, ustedes dos!— puso orden la mujer, separando a uno del otro con los brazos, empujándolos toscamente —¿No pueden quedarse un momento sin estar peleando?

    Los muchachos ya no se dijeron nada, limitándose a mirarse mutuamente con rencor, separados por el cuerpo de la capitana. Para evitar más problemas, el chiquillo se volteó de espaldas a la alemana, intentando ignorarla, no queriendo hacer enfadar a Misato más de lo que ya estaba con él.

    Imponiendo la paz en una manera ruda, pero efectiva, su superior respiró aliviada, rogando para que estuvieran quietos por el resto del día. Había comenzado a olvidar lo que era cuidar a niños, el tener que soportar berrinches, riñas y caprichos. Pero también le extrañaba la actitud que su protegido le dirigía a la chiquilla. Además, los dos ya estaban alrededor de los catorce años... ¿Porqué no podían madurar un poco? Era lo único que pedía en esos segundos tan estresantes. Dando un profundo suspiro de resignación, dejó que el trío estudiara los movimientos que se le habían sido encomendados a cada uno, para luego dirigirse a un sistema de sonido instalado en una de las paredes de la recámara y activarlo, indicándole a su pequeña tropa:

    —Bueno, intenten el primer paso siguiendo la música— les señaló, encendiendo la máquina —Escuchen bien la música, ¿entendido?

    La pieza rítmica empieza a oírse en el espacioso cuarto. Los niños, se ponen en fila y se alistan acomodando sus cuerpos y músculos para ejecutar los movimientos necesarios. Ya era tiempo. Primero, el brazo derecho arriba, junto con la mirada, luego hacia ambos lados, sin bajar la cabeza; hasta aquí duraron a tiempo. Lo que siguió, pudo haberse llamado con cualquier otro nombre excepto el de danza. Más bien parecían que estaban sufriendo ataques epilépticos, contorsionándose extrañamente y sin ningún tipo de gracia. Cada quién iba a su paso, sin fijarse en lo que hacían los otros. Entonces, mientras Asuka giraba hacia su izquierda, por ejemplo, Shinji lo hacía a la derecha y el chiquillo restante ni siquiera hacía el giro. Analizando aquella patética demostración, la capitana se cruzó de brazos, esperando que la melodía concluyera. Interrogó al sujeto a su lado:

    —¿Qué te parecen?

    —Eh...— contestó Ryoji, sin hallar las palabras adecuadas para describir lo que sus ojos tenían la desdicha de presenciar.

    Cuando Shinji quiso equilibrase sobre una punta, tal y cómo recordaba que indicaban sus instrucciones, el piso recién encerado le hizo resbalar, cayendo pecho a tierra, con un quejido, mientras sus compañeros lo observaban molestos.

    —Lo titularía “Danza de la grulla y el mono”— comentó Kaji, tocando con los dedos su barba de tres días, pasmado.

    —Creo que vamos a tardar más tiempo de lo esperado— le contestó secamente la mujer.

    La sesión duró hasta el mediodía, abarcando mas o menos unas cinco horas.


    Hora del descanso y la comida. Con pesadumbre, sintiendo el peso del mundo sobre los hombros, Shinji arrastraba los pies, temiendo que cada paso que daba fuera el último. De nuevo tiene que pasar la toalla sobre su rostro, para librarse del sudor que lo recorría, y que parecía inagotable. Su respiración era entrecortada y lanzaba unos lamentos de vez en cuando, quejándose del agotamiento.

    — Estoy tan cansado... nos estuvimos ahí toda la mañana— pronunció, casi sin aire, para volver a proferir un aullido de dolor —¡Ay! Y pensar que después de comer tenemos que volver a esa tortura...

    —¡Pues claro!— contestó la alemana, empujándolo por detrás —¡Y tú con lo torpe que eres, vas a tener que entrenar muy duro!

    —¿En serio te cansaste?— le preguntó Kai a su amigo, caminando atrás de ellos, con la cabeza recargada en los brazos —Yo apenas lo sentí... me estaba haciendo falta hacer algo de ejercicio... ya estaba algo fuera de forma...— pronunció, caminando hacia Langley, para ponerse a juguetear con ella, lanzando unos golpes fingidos que la muchacha tenía que esquivar. El despecho que le tenía se había disipado con la mañana.

    Ikari observó sorprendido la condición de sus compañeros. Luego de tanto esfuerzo físico, y continuo, los dos sólo estaban un poco agitados, pero en ningún momento cansados, cómo él lo estaba; hasta les sobraba energía para ponerse a jugar. Tenía que ser. Ya había observado los numerosos premios que Kai había ganado en su infancia. Y a la chiquilla ya la había visto en acción. En contraste, a él no le agradaban bastante las actividades físicas, siendo muy promedio en ese campo.

    —Para ustedes es muy fácil, ¿no?... me imagino que esto es cómo de risa para los dos...

    Los jóvenes pararon en sus correrías, para atender al comentario del chico.

    —Si yo lo hiciera sola, ya lo haría a la perfección...— murmuró la muchacha, enfadada.

    —...si lo hicieras sola...— respondió el niño—...pero no lo haces sola, así que vas a tener que emparejarte con nosotros...

    Asuka lo interrumpió volcándose sobre él para jalarle ambos oídos, castigándolo y reprochándolo, molesta por lo último que dijo.

    —¡Ustedes son los que tiene que emparejarse conmigo, pero lo único que hacen es estorbar! — reclamó gritando.

    —¡Eso duele!— exclamaba Shinji ante el dolor que le infringían.

    Una figura silenciosa y solitaria que deambulaba por los pasillos, y se acercaba a donde estaban, detuvo a Asuka de continuar con su castigo. A lo lejos, los tres chiquillos distinguieron al comandante. En silencio, se podían apercibir los ruidos que hacían sus zapatos al desplazarse por el piso, haciéndose cada vez más visible la forma del padre de Shinji. Percatándose que se dirigía a donde se encontraban, la chiquilla soltó rápidamente las orejas del muchacho, actuando cómo si nada hubiera pasado. Las suelas seguían rechinando con un rumor seco al pasar por el suelo, lo único que se podía escuchar en aquellos momentos. Los infantes seguían con la vista los movimientos de su jefe, hasta que estuvo frente a ellos. El líder de NERV también los observó algunos instantes, sin saber qué decir o hacer ante las curiosas miradas de los menores. El silencio se prolongaba, empezando a ser bochornoso.

    —¿Cómo les va?— pronunció al final Gendo.

    —¡Muy bien!— contestó Asuka, con la actitud de niña buena que siempre tomaba con sus superiores —¡Seguro que ganaremos el combate decisivo dentro de cuatro días!

    El comandante casi no prestó atención al aviso. Mirando por encima del hombro de la muchacha, buscaba la mirada de su hijo. Éste, intimidado, volteó el rostro hacia la pared, intentando rehuir la confrontación con su progenitor.

    —¿Ah, sí?— dijo el hombre, quitando su fugaz atención del muchacho —Eso espero, por el bien de todos— expresó fríamente, mientras continuaba su andar, dándole la espalda a los chiquillos.

    Al verlo alejarse otra vez, su vástago se decidió a emprender acción, aprovechando la oportunidad que se le presentaba. Apretó los puños, y desde su lugar, se dirigió a él, sintiendo cómo un pequeño escalofrío le revolvía el vacío estómago.

    —Oye, papá...

    El Comandante Ikari se detuvo en seco, para después voltear de reojo y atender al llamado del joven. Ahí estaba él, su viva imagen de cuando tenía su edad. Su complexión delgada, ese cabello corto y la carita incrédula, llena de timidez, goteando sudor y pena. Sintió cómo si se estuviera observando hace 30 años en un espejo, cuando aún la vida no le había pasado por encima. Y eso, tal vez, lo molestaba.

    —¿Qué quieres?— le preguntó al muchacho.

    —Nosotros nos vamos... a comer...— balbuceaba el chiquillo, tratando de contener los temblores de sus pierna s—... a lo mejor... podríamos comer... juntos...

    Su padre se ajustó con los dedos sus lentes, continuando observándolo. Aquello era su hijo, producto de la unión del amor que había compartido con su extinta mujer. Era hasta ese momento que lo podía contemplar, a aquel pedazo de sí mismo. Lo observaba deshaciéndose de vergüenza para preguntarle una cosa tan estúpida cómo ir a comer juntos. Catorce años habían pasado, y hasta ese momento lo empezaba a conocer. Catorce años. Decepcionado, volvió a su camino.

    —Lo siento...— pronunció, alejándose —Tengo trabajo...

    Sus tres pilotos volvieron a verlo irse, con ese terrible silencio a sus espaldas. Shinji estaba de pie, con la vista baja.

    —Tú no escarmientas— le dijo Kai sin reparar en su estado emocional —¿Hasta cuando vas a comprender que ese monigote no tiene interés en ser tu padre?

    —Lo sé— suspiró desairado el niño, a la vista de sus dos compañeros mientras continuaban su camino.


    Se hizo la noche. El joven Ikari observaba hacia el techo de su recámara, tendido en la cama. Para evitar oír la pieza musical que Misato les repetía a cada momento por las bocinas del cuarto, traía puesto el pequeño sistema de sonido personal que llevaba consigo a todos lados. En su rostro no se podía disimular esa expresión de tristeza y decepción que estaba muy marcada en él. No prestaba atención, ni a la música que sólo él escuchaba, ni a la luz de la bombilla eléctrica que le empapaba el rostro, y que a veces ocasionaba que su ceño se frunciera. No ponía interés al programa de concursos que su amigo observaba por la televisión, jugueteando con el control remoto, y sin dejar un canal más de medio minuto. Un programa tras otro, sin encontrar algo que satisficiera al gusto.

    —Será que no veo mucha televisión últimamente, pero no recordaba que sólo pasaran porquerías aburridas— se quejaba amargamente el muchacho.

    “Ajá” contestó distraídamente su compañero, sin siquiera ver de que estaba hablando. La canción continuaba resonando en sus oídos, sin ser enteramente escuchada:

    “Dakedo, Oh! Kimino kagayaku me wa nani o

    Sagashi tzusukeru no? OH MY FRIENDS!”

    (“Pero, ¡Oh! ¿Qué es lo que tus resplandecientes ojos

    continuamente buscan? ¡Oh, mis amigos!”)

    La melodía era melosa y poseía el ritmo juvenil que tanto le gustaba al muchacho, aunque en esos momentos no lo estuviera disfrutando del todo.


    Asuka salió del baño, dejando escapar por la puerta el vapor contenido, producido por la regadera con agua caliente. Pasaba afanosamente la toalla por sus rubios cabellos, alcanzando el refrigerador. Sustrajo una lata de refresco negro del aparato, para cerrarlo con las caderas. Se dirigió a la cama de Kai, reposando en ella para observar también al televisor. La melodía que se oía en las bocinas, a un nivel bajo, comenzó a molestar su percepción.

    —Qué fastidio con Misato...— pronunció molesta —Hasta por la noche está jodiendo su música sosa.

    —Es como para darse un tiro en la cabeza— contestó Kai mientras seguía peleando con la tediosa programación local.

    —Ya me está hartando, y eso que me gusta la música clásica— siguió Langley.

    —¡¡Diablos, no puede ser!!— exclamó Kai, al dar por fin en el clavo —¡¡Mira, van a pasar Godzilla!! ¡La original de 1954! Los dioses del ocio han recompesado mi búsqueda con algo digno de desperdiciar mi tiempo durante las próximas dos horas..

    —Supongo que es lo mejor que podríamos ver hoy...—dijo la muchacha a su lado, incorporándose —Me pareció ver que había unas palomitas de maíz en el microondas...

    La extranjera fue a donde estaba el electrodoméstico, preparando y luego sacando del interior el alimento requerido, para retornar a su lugar frente a la televisión. Al pasar junto a la triste humanidad de Shinji, quedó interesada en su estado, deteniéndose frente a la cama donde reposaba el chiquillo.

    —¿Qué te pasa, Shinji?— le preguntó, de pie, mirándolo detenidamente.

    —Nada— respondió quedamente.

    La muchacha fue a sentarse dónde antes estaba, abriendo el paquete que traía consigo y ofreciéndole de su contenido a su compañero, mientras la película comenzaba. Ella parecía estar más interesada en la persona deprimida que se encontraba en la cama de a lado. Después de pensarlo un poco, le preguntó:

    —Oye— dijo— ¿No será que eres un hijo de papi?

    El joven apagó abruptamente el aparato en sus oídos, quitándoselo. Levantándose, la confrontó, aún sentado sobre su lecho.

    —¿Y a mí porqué me dices eso?— replicó.

    —Bueno, querías comer con el comandante, ¿no?— fue directo al grano —Él ha dicho que no, y tú has quedado destrozado...

    Su compañero los hacía callar, cuando el volumen de su plática superaba al de los efectos de la cinta proyectada, a la par que buscaba a tientas la bolsa de las rosetas de maíz, para no quitarle la vista de encima al aparato.

    —Te equivocas— continuó Ikari, abrazándose con ambos brazos las piernas —No soy ningún hijo de papi. A decir verdad, odio a ese sujeto como a nadie en este mundo— dijo con franqueza —No entiendo cómo un hombre cómo él puede ser mi padre... pero de todos modos, hago un esfuerzo para ya no odiarlo. Como si pudiera hacer algo de mi parte para arreglar una situación. Quizá una parte de mí piense en eso.

    —Pues yo creía que a eso se le llamaba ser hijo de papi— resumió la chiquilla, dando un sorbo a la lata de refresco, mientras devoraba un puño de las palomitas y le prestaba más atención al televisor.

    Shinji los observó algún rato, queriendo continuar con la charla; le hacía mucho mejor platicar acerca de lo que sentía que quedarse con eso dentro de él. Cuidando que la tonalidad de su voz no molestara a la percepción de Rivera, interrogó a la muchacha:

    —Asuka— le dijo —¿Tú cómo eres con tu padre? ¿Te llevas bien con él?

    —Yo no tengo padre— contestó serenamente, dándole otro sorbo a su bebida.

    —¿Se... se murió?— pronunció el joven, temiendo haber sido indiscreto.

    No hubo necesidad, ya que la chiquilla continuó con la sangre fría, respondiendo pacientemente a sus preguntas.

    — No, nunca he tenido uno— expresó Langley, volteando donde estaba su interlocutor, quitándole la mirada un poco al aparato —¿Has oído hablar de los bancos de esperma? Mi padre era un espermatozoide que mi madre compró en un banco de ésos... Yo nací en una probeta, dentro de un laboratorio...

    El japonés pareció impresionado ante la revelación, quedando inerte en su lugar algunos momentos, con la boca semiabierta. La pieza musical por fin dejó de oírse, dejando que los únicos ruidos que se escucharan fueran los alaridos que despedían las víctimas del Rey de los Monstruos, ante la gratitud de Kai, quien reía a pulmón lleno ante cada desastre que el enorme mutante ocasionaba en el antiguo Tokio. La joven pareció darse cuenta de la consternación que embargaba a Ikari.

    —¿Y porqué pones esa cara de pasmado?— lo interrogó.

    —Oh...— vaciló un poco Shinji, casi sin saber que decir —Es que he oído mucho de bebés probeta, pero... es la primera vez que conozco uno...

    Asuka se puso más emocionada, volteando completamente hacia él, muy entusiasmada de ofrecerle una explicación, esbozando una sonrisita de orgullo. Se levantó de su lugar y fue a sentarse junto a Shinji, dejando la película en segundo plano.

    —Pues oye bien esto— aquí hizo una pausa debido a otro reclamo de Kai, para guardar silencio. Luego, continuó —No era un espermatozoide cualquiera. El banco donde vendían el esperma de mi padre sólo tiene espermatozoides de hombres que han pasado un estricto examen de cualificación, tanto de carácter cómo educación. Y por supuesto, las mujeres que los compran han de tener una cualificación equivalente.

    El chiquillo comenzaba a ponerse un poco nervioso y avergonzado. “A mí me da igual, pero creo que muchos se opondrían a que una muchacha de catorce años hablara tanto de espermatozoides.” La alemana proseguía con la historia de su origen.

    —Dicen que mi padre era el mejor espermatozoide de todos, y que lo había donado un científico genial— volvió a interrumpirse debido a las continuas risotadas de su compañero que veía la tele, dando de patadas a la cama para jalar un poco de aire. Cuando se calló, apenado por interrumpir, la rubia continuó su clase —En fin, que yo nací cuando un espermatozoide de primera clase y un óvulo de primera clase se juntaron...— después, con un aire solemne y triunfal, concluyó, poniéndose una mano en el pecho y cerrando los ojos, sin quitarse la sonrisa de orgullo que traía —Y es por eso que YO soy una elegida, y soy algo excepcional...

    —Todo eso fue muy conmovedor— pronunció Kai, quien no pudo evitar escuchar pedazos de la historia —Pero ahora que ya eres toda una jovencita, casi una mujer, me parece que llegó el momento de decirte la verdad...

    —¿Qué?— replicó la muchacha, cauta —¿De qué cuernos están hablando?

    —Es hora de que sepas que...— continuó Rivera, haciendo una prolongada, intencionada pausa dramática —Hija mía, ¡yo soy tu padre! ¡Yo era ese científico genial del que quedó embarazada tu madre!

    La inmediata respuesta que obtuvo el muchacho fue un poderoso puñetazo en pleno rostro, que lo hizo caerse de espaldas.

    —¡A los padres se les debe respetar, por si no lo sabías mocosa malcriada! ¡Te irás castigada a tu habitación, hasta que demuestres un poco de respeto a tu viejo!

    —¡Calla, imbécil, si quieres seguir conservando el uso de tus piernas!


    Los dos continuaron con su batalla sin fin, mientras que su compañero se ponía a reflexionar, todavía postrado sobre su colchón. Las burlas que los muchachos se dirigían el uno al otro lo atravesaban cómo si él no estuviera ahí, sino a kilómetros de distancia. Siempre le pasaba lo mismo cuando se ponía a pensar detenidamente: se desconectaba del mundo exterior, refugiándose en los abismos de la mente humana. Entonces, aún indiferente a la discusión de sus compañeros (al fin y al cabo ya se empezaba a acostumbrar a las constantes riñas de aquellos dos), volvió a cuestionar a la chiquilla.

    —Pero— se dirigió a ella, en una de las momentáneas treguas que se suscitaban en el campo de batalla. Asuka volvió la mirada a dónde se le hablaba —¿No te sientes sola? Eso de no tener padre desde que naciste...

    La extranjera contempló de reojo los entrecerrados ojos del muchacho, cómo si se estuvieran compadeciendo de ella, al punto de sentir lástima. Dio otro sorbo a la lata en sus manos. No necesitaba de la compasión ni de la lástima de nadie, no necesitaba de nada de eso. Retiró el recipiente de sus labios, mirando fríamente a Shinji.

    —Pues no...— respondió —En el fondo, da igual tener un papá o no... Yo fui elegida de entre una multitud para ser un piloto Evangelion. Lucharé y derrotaré a todos los ángeles. Luego conseguiré el reconocimiento de todo el mundo, y esa, esa será mi mayor felicidad.


    Ella concluyó su monólogo, para luego dirigirse al bote de reciclado y depositar en su interior el envase vacío. Por un rato, el chico la siguió con la vista a donde iba, pensando profundamente lo que había escuchado. Era claro que su compañera sí tenía bastante bien fijadas sus metas, a diferencia de todos ellos. Un propósito firme y realista, y no cómo el intangible y absurdo ideal de Kai de proteger a toda la gente, un montón de sujetos que ni siquiera conocía, pero que, sin embargo, tenía que proteger aún a costa de su propia integridad. Algo imposible para cualquier ser humano. Y ahí estaba también su propia indecisión y desconocimiento del porqué siempre arriesgaba la vida de aquel modo. Hasta ahora podía pensar claramente en una razón inteligente. Para obtener el reconocimiento de los demás. Eso era bastante convincente.

    El escándalo producido por las constantes risas de su amigo lo trajeron de vuelta a ese cuarto, quedando él otra vez con las manos recargadas en la cama y los pies en el piso alfombrado. ¿Cuál era el chiste?


    Cómo un animal acorralado, la enorme muchedumbre huía en una retirada, despavorida, en todas direcciones, pero sin dispersarse, manteniendo la unidad de sus partes a toda costa. Había quien se resbalaba, tropezaba y caía, quedando a merced de la multitud en estampida, que pisaba, quebraba y trituraba sus huesos hasta que no quedara más que un montón de carne sangrante y pudriéndose a la intemperie, siendo evitado por las personas que se apuraban en ponerse a salvo, entre gritos de histeria y sirenas.

    Entre toda aquella masa de gente, todavía se podía vislumbrar un vestigio de cordura y coraje. El policía, atropellando a la chusma cobarde, se instaló en medio de la calle. Estacionó la patrulla y salió de ella, contemplando el obstáculo frente a él.

    No se inmutó con los pequeños temblores que sacudían todo a su alrededor, que hacían que más personas se precipitaran al suelo y fueran atropelladas por la gentuza que sólo quería sobrevivir un día más; tampoco se impresionó con el enorme rugido que hacía que las ventanas y cristales se quebraran y volaran en pedazos, y que a él lo recorría de pies a cabeza, todavía luego de un minuto de ser lanzado por la poderosa garganta de la bestia.

    Con el pulso firme, sin vacilar, y con la vista al frente, el gendarme sacó de su cartuchera la pistola que siempre cargaba, una calibre .38 de seis tiros. Sin miedo en su interior, vació toda la carga al monstruo que seguía avanzando hacia él, sin ningún daño. Una a una, las balas fueron a aplastarse contra la dura e impenetrable piel del mutante, quedando sólo unas casquillos humeantes de ellas, que reposaban inertes en el suelo.

    El sonido seco del arma vacía se repetía cada vez que el oficial apretaba el gatillo, en vez de escucharse el estruendo del balazo. Con incredulidad, el hombre examinó el arma, cómo si aún no se hiciera a la idea que se había quedado sin parque.

    Sólo eso le bastó al dios lagarto, quien lo tomó violentamente de dónde se encontraba, quebrándole todas las costillas y levantándolo por los aires, hasta que él pudo sentir el ardiente aliento del enorme lagarto, y sentirse machacado por los gigantescos colmillos de la bestia.


    Kai reía a pleno pulmón, a punto de asfixiarse, con su cara roja e hinchada, poniendo las manos en su estómago rebosante.

    —¡¡Ay, que imaginación de cabrones!!— pronunciaba ávidamente, sin darse cuenta que lo decía en español, mientras se seguía riendo y disfrutando de la tragedia ajena.

    Eso era otro aspecto que Shinji no podía entender de él. ¿Cómo podía resultarle esa situación tan graciosa, siendo precisamente eso lo que él, supuestamente quería evitarle a cualquiera a toda costa? ¿Kai era un hipócrita, sin darse cuenta de ello?

    —¿Pero cómo te puedes reír de esto?— preguntó precisamente Asuka, sentada a su lado y observándolo desdeñosamente —Un hombre acaba de morir, ¿y tú sólo te ríes cómo un psicópata?

    —Discúlpame si las cosas sencillas de la vida me hacen feliz, como un hombre en traje de caucho destruyendo una maqueta— pronunció el muchacho, despreocupado —No se tiene que tomar todo tan a pecho ni se debe ser políticamente correcto todo el tiempo, en cada aspecto del acontecer cotidiano— observó fríamente a ambos jóvenes, mientras continuaba su exposición de motivos —El que me sienta con la obligación moral de pilotear un Eva para cuidar de todos aquellos que no pueden hacerlo no quiere decir que vaya por ahí salvando gatitos a donde quiera que voy. Y es que no soy estúpido, pese a lo que puedan pensar. La muerte es una parte de la vida y es algo que nadie puede evadir. Por eso es que trato de buscarle el lado divertido a las cosas, siempre que puedo.

    Habiendo acabado, continuó observando la televisión, aunque no tan divertido cómo antes. Sus acompañantes habían quedado callados ante lo tosco de sus comentarios, Aún no masticaban gran parte de lo que había pronunciado en tan corto tiempo. Qué concepción tan extraña tenía él de la vida.


    Shinji quiso aprovechar que Rivera se mostraba particularmente receptivo y de buen humor esa noche para cumplir su objetivo de acortar distancias con él.

    —Oye, ya que estábamos hablando de los padres, siempre me he preguntado— pronunció —¿Y tus padres? Nunca me han dicho, ni Misato ni tú, qué pasa con ellos. ¿Quiénes son, en donde se encuentran? Seguramente son personas bastante interesantes. ¿Acaso se encuentran de viaje de investigación en alguna tierra exótica?

    —Error— respondió sin más su compañero, aún atento al aparato frente a él —Ellos están tres metros bajo tierra...

    —¿Qué?

    —Muertos, para que me entiendas...—comunicó con hastío el muchacho, queriendo seguir observando al lagarto gigante en acción.

    El joven nipón lo contempló algún rato. Pese a que su pregunta, en ese nuevo contexto, pudo pecar de ser imprudente o grosera, la verdad es que se le veía bastante tranquilo al muchacho, sin ningún síntoma o señal de molestia. Casi cómo si no le importara aquella circunstancia. Aún así, había que disculparse, por si las dudas.

    —Yo... lo siento... no sabía... — se excusó Shinji, en un tono cordial.

    —Ah, tú no te preocupes... — exclamó Kai, indiferente, habiendo acabando con toda su colación —De todos modos, fue hace mucho tiempo... así que casi ni me acuerdo de ellos... son cómo si fueran unos desconocidos, para mí. En lo que a mí respecta, Misato ha cuidado de mí desde que me acuerdo... ¿Saben una cosa?— pese a sus esfuerzos por disimularlo, para sus compañeros de cuarto fue bastante notoria su intención de cambiar de tema cuanto antes —Ahora que he estado viendo tanta televisión me he puesto a pensar que esta desparpajada situación en la que estamos atascados bien podría acomodarse para una comedia televisiva. ¿Qué no me creen? ¡Sólo piénsenlo! Dos chicos y una chica, con personalidades incompatibles, viviendo en el mismo techo por azares del destino... casi hasta puedo escuchar el tema musical...

    Enseguida Rivera comenzó a canturrear en inglés, solo para demostrar el tiempo que había invertido en tales pensamientos:


    “So no one told you life was gonna be this way

    Your job's a joke, you're broke, your love life's DOA...”


    En ese momento el chiquillo se interrumpió a si mismo para aplaudir rítmicamente, solo para reanudar su improvisada cantaleta, la cual hizo que los otros dos muchachos arquearan la ceja:


    “It's like you're always stuck in second gear,

    When it hasn't been your day, your week, your month,

    or even your year, but...”


    —¡Canten amigos, con sentimiento! ¡Es su turno!— anunció Kai, alzando los brazos, invitando a sus acompañantes a que se le unieran en coro, cosa que por supuesto jamás ocurrió, lo que de ninguna manera le impidió continuar:


    “I'll be there for you!

    When the rain starts to pour...”

    —¡Excepto para ti, Langley, por que te odio!— se apresuró a aclarar el joven, interrumpiendo la letra de la empalagosa melodía que recitaba.

    “I'll be there for you!

    Like I've been there before...”

    —¡Y tampoco para ti, Shinji, por que eres un gusano traidor y también me caes un poco mal!— hizo lo propio con Ikari, que lo observaba detenidamente con una indeleble expresión de fastidio.

    “I'll be there for you..!

    'Cause you're there for me too!”


    —De repente, me doy cuenta que el que Misato nos ponga la melodía de entrenamiento todo el tiempo no es una cosa tan mala— pronunció Asuka al aire, acurrucándose en su cama, lista para dormir.

    —Ya lo creo— la secundó Shinji, haciendo lo propio —Así te evitas escuchar todo tipo de cosas raras...

    Las luces se apagaron en ese mismo momento, evidenciando que Misato los había estado vigilando por el circuito cerrado todo el tiempo, y que lo estaba haciendo como un medio para silenciar a su ocurrente protegido. Éste permaneció un rato más en la oscuridad con los brazos al aire, justo como había quedado después de concluida la ridícula coreografía que ejecutaba mientras cantaba.

    —Payasos— musitó por último, rindiéndose a la alienante soledad que lo envolvía.



    Casi en penumbras, Gendo cruzó todo el estrecho laberinto de corredores. Comenzaba a admirar su dominio, la sapiencia de que gobernaba todo aquello le cosquilleó en la espalda por algún rato. Con precisión, conociendo cada parte de su vasto territorio, se movía por las sombras de los pasillos, esquivando las paredes y esquinas con las que se pudiera golpear. Como una aparición, siguió merodeando solitario por las instalaciones, hasta que se decidió a detenerse, frente a una enorme puerta de acero reforzado, con varias advertencias en japonés e inglés: PELIGRO. MATERIAL BIOLOGICO ALTAMENTE PELIGROSO. SOLO PERSONAL AUTORIZADO. Aún en la oscuridad, la pintura fosforescente le permitió descifrar el aviso. Posó la palma de su mano sobre el lector de la entrada, y en el acto la puerta de no menos de una tonelada se movió de su lugar para abrirle paso al comandante, quien se internó en los misterios que envolvían a aquél cuarto.

    Pasando por los chorros de vapor de la sala de descontaminación, después de algunos instantes de permanecer ahí pasó a tomar su traje especial de caucho, revisando cuidadosamente que no tuviera ningún rasguño, para poder ponérselo pausadamente. Realizaba sus movimientos como si estuviera realizando alguna especie de ritual macabro, respirando profundamente para poder calmarse. Unas tímidas, pero abundantes gotas de sudor poblaban su frente y sus sienes.

    Una vez que estuvo listo, prosiguió con el ritual, pasando por una segunda sala de limpieza, quedándose ahí los minutos pertinentes. Luego, fue a toparse con una última barrera, mucho más imponente que sus predecesoras. PELIGRO. PROCEDER LAS PRUEBAS CON EXTREMA PRECAUCIÓN. Ikari comenzaba a hastiarse de tantas advertencias. Con desgano, tecleó el código en el dispositivo electrónico, para que de nueva cuenta la impenetrable barrera se deslizara, avergonzada, permitiendo así el paso.

    El hombre ingresó lentamente a la sala, que en realidad era un gigantesco laboratorio con tecnología de punta, cientos de veces mejor equipado que cualquier otro sobre la faz del planeta. Cruzó el umbral, para que la puerta volviera a cerrarse por sí sola. Dio algunos pasos, y se detuvo secamente, para poder contemplar, casi con horror, lo que tenía enfrente, sobre la mesa.

    Aún cuando quiso aparentar una sobrestimada seguridad cuando Kaji se lo trajo, la verdad era que aún el pronunciar su nombre lo cimbró hasta los huesos. Ahí estaba él, postrado sobre la mesa, y aún en su forma más humilde, el sólo verlo le traía amargas memorias, memorias de muerte. ADÁN. Ángel. Mensajero. Destructor. Implacable. Invencible. Divino. Justiciero. Verdugo. Creador. Gigante. Luminoso. Imponente. Poderoso. Peligroso. Enemigo. Aliado. Salvador. Portador de la única esperanza que quedaba.

    Eso y más era lo que simbolizaba en él, ese curioso embrión de enormes ojos, malformado, que estaba frente a él, ahí delante, inerte. No podía creer lo que le habían contado. Continuaba escéptico ante las malas nuevas. Tenía que cerciorarse por sí mismo. Nervioso, y a la vez impaciente, tomó todo el instrumental necesario para las pruebas que tenía que hacer, para estar seguro de que lo que le habían dicho era verdad. Observó detenidamente por última vez a la inmóvil criatura, para luego proceder con lo que tenía que realizar.


    Cuando dieron las cuatro de la madrugada, estaba exhausto y decepcionado. Decepcionado de haber podido confirmar lo que le habían contado todo mundo, pero que él, en una obstinación esperanzadora, ferviente, no quiso creer. Cómo el Santo Tomás: “Ver para creer”; pues bien, ahora que ya había visto, podía empezar a creer que en realidad no tenía lo que en un principio pensaba. Tomó el informe anterior, sólo para firmarlo y expresar que estaba de acuerdo en los resultados en éste referidos, a regañadientes. Por enésima vez, releyó la conclusión, fulminante:


    “Sujeto de pruebas sin rastro de vida alguna.”


    En efecto, aquel pedazo de carne era solamente eso: un pedazo de materia orgánica sin cualquier rastro de de vida. Tal vez, al mismo tiempo fue un señuelo. La pequeña radiación electromagnética que emitía los había puesto tras de una pista falsa, en una búsqueda infructuosa que gastó unos quince años. Molesto, salió del laboratorio, sin vestigios del temor que poseía al haber ingresado a éste. Sin el anterior cuidado, dejando de lado el ritual, salió enfadado del complejo, para dirigirse a sus habitaciones. Cargando en su espalda con toda una historia que reflexionar.


    Pasaban ya de las cinco de la mañana cuando Gendo seguía intentando descansar en el duro colchón, con la cobija amortajándolo hasta el cuello. Observaba indefinidamente el oscuro techo, tan vacío cómo su esperanza misma. Contaba sus latidos, mientras sus oídos escuchaban todo el trabajo de su cuerpo: su respiración, el paso de la sangre, la digestión de los alimentos, el crecer de cabello y uñas...

    Aún tan indefenso cómo se encontraba, postrado en aquella fría cama que rechinaba a cualquier movimiento suyo, con esa oscuridad sofocante, aún a pesar de que todo lo que le rodeaba lo incitaba a desertar de sus anhelos, él todavía creía que ÉL estaría por ahí, en cualquier lugar, burlándose de ellos. ¿Pero dónde? ¿Dónde?


    Cerró los ojos, para que la oscuridad lo invadiera una vez más. Entonces, volvió al lugar. Estaba de vuelta. De regreso al inclemente frío que le cala hasta los huesos, a aquél cielo sin sol ni luz, a aquella completa desolación. Con los estruendos y el escándalo de afuera, con truenos que no eran producidos por ningún relámpago, los gritos belicosos saliendo de cualquier lado. El himno de la guerra. El miedo. La incertidumbre. La muerte.

    Con un devastador sacudimiento de la tierra (si es que se le podía llamar así a esa base de hielo), el suelo dónde creía estar firmemente posado comienza a abrirse a sus pies, mientras se da cuenta que el canto de la batalla ha sido interrumpido. Afuera, el viento ruge cómo nunca antes había presenciado, amenazando con arrancar el techo de su refugio. Asiéndose de cualquier cosa que estuviera fija, contemplaba por las ventanillas cómo las máquinas bélicas eran levantadas por el aire cómo las hojas de los ciruelos de su natal Japón, durante el otoño. Artefactos que podían arrancar la materia de la realidad misma, ahora convalecían impotentes ante los caprichos de aquellos vientos paranormales, insólitos.


    Percibe el jalón, volteando hacia arriba, para observar cómo el techo de su resguardo era arrancado sin mayor problema, y empezaba a danzar en el aire, junto con los aparatos de muerte. Fue en ese momento que lo pudo ver. Ahí estaba ÉL, observándolos desde las alturas. Tan gigantesco. Tan despiadado. Tan indiferente. Una silueta de unos cien metros que desprendía una luz cegadora por sí misma, como si reemplazara al sol en aquellas tierras de penumbra eterna. Esos ojos, o lo que fueran esas cosas en su cara, se clavaron en él y sus acompañantes, con una extraña curiosidad, pero sin detenerse en su tarea. Al mismo tiempo que hacía al planeta entero llorar, eso los observaba con interés, casi con una inusitada compasión.

    El piso volvió a sacudirse, para arrojarlo a las aguas que se formaron a sus pies. Temiendo por el congelamiento, luchó por volver a emerger a la superficie, hacia el aire. Pero que cosa tan rara, el líquido en el que estaba envuelto era tibio. ¡Cálido! Casi tanto cómo los mares del Trópico. Traspasó la barrera y recuperó el aire que se había escapado de sus pulmones. Se afianzó de un trozo de metal que flotaba por ahí. Apenas y podía creerlo: había presenciado el fin del mundo, y estaba vivo para contarlo. Recorrió todo el desolador panorama para buscarlo, pero ÉL ya no se encontraba en ese lugar. Había desaparecido, y ya no lo volvería a ver hasta dentro de quince años, en esa fría y gris mesa de lámina, aunque sólo fuera a sus despojos. Mientras tanto, nada podía escucharse alrededor, sólo el silencio de la devastación. Eso, y el llanto de un infante recién nacido, que cortó de tajo su sordera.


    Despertó. Con los ojos abiertos de par en par, se encontró de nuevo con el techo desierto, oscuro. Consultó su reloj. 6:15 de la mañana. En poco tiempo amanecería. Con un entusiasmo inusitado en él, tomó el teléfono, marcando con rapidez los números inscritos en el aparato. A la voz seca, aún con seis horas de sueño en su tono, que respondió en el auricular, le dijo sin más detalles:

    —No tengo mucho tiempo ahora, así que lo mejor será que nos encontremos en la oficina. Mientras tanto, da aviso para que los preparativos continúen, como se tenía planeado. ¿Porqué? Por que todavía lo tenemos... ¿Me escuchas? ¡Después de todo, lo tenemos! ¡Todo el tiempo estuvo bajo nuestras narices!

    Sin esperar a que le contestaran, colgó la máquina. Frotándose las manos, se levantó rápidamente del incómodo lecho que lo acogía, para dirigirse a la regadera, con una súbita alegría, ideal para empezar la jornada. Y también los planes.


    Pasó un día. Y otro más. Con todo, la tropa aún no satisfacía a su líder. La música retumbaba en la habitación, mientras los cuerpos de los niños se desplazaban sin la gracia requerida por la duela de madera, en una forma bastante frustrante para su maestra, quién se encontraba al borde de otro ataque de ira; para impedirlo, se mordía los labios y se paseaba por el cuarto, al mismo tiempo que observaba la rutina de los muchachos. Kaji y Rei la observaban desfilar desesperada, recargados en la pared, en una actitud muy semejante el uno del otro, aunque el gesto de sus labios discernieran. Al hombre le parecía bastante entretenido el observar los constantes berrinches que realizaba la militar, al verse impotente en que sus órdenes se cumplieran al pie de la letra. Era por eso que casi siempre que la acompañaba, su rostro esbozara su típica sonrisa burlona. La chiquilla, en cambio, encontraba bastante desagradable las continuas manifestaciones de emociones que desbordaba la capitana, repudiando la acción con un gesto de asco, casi imperceptible, tal como acostumbraban ser sus expresiones. Aún le resultaba difícil el creer que aquella ruidosa mujer era la persona que había criado a quien alguna vez consideró su interés amoroso.


    La suave y melodiosa pieza musical era horriblemente interpretada por los ejecutantes, sin ninguna clase de ritmo. Ninguno de los muchachos parecía disfrutar el estar danzando a la vista de esas tres personas, o junto a sus acompañantes, sin ponerle empeño a su actividad, haciéndola sólo porque sí. Como un dique inundado, Misato terminó por desbordarse, arrancando contra los niños.

    —¡¡No, así no!!— pronunció mientras daba una sonora palmada —¡¡Alto!!

    Sus subordinados la obedecieron al instante, deteniéndose en seco para después observarla con cara de ignorancia, de pie. En eso parecía que sí estaban sincronizados.

    La mujer los repasó con la mirada, reprendiéndolos en silencio. Pasó por cada uno de ellos, unas dos o tres veces, hasta que prorrumpió, empezando de derecha a izquierda.

    —Kai— dijo, señalándolo con el dedo —¿Podrías por lo menos hacer el intento de que quieres hacer esto? ¡¡No parece interesarte en lo más mínimo!!

    —¡Exacto!— añadió el chico, con la cara iluminada —¡¡Diste justo en el clavo!! ¡¡Ni yo lo hubiera dicho mejor!!

    —¿Pero porqué?— preguntó exasperada su tutora, ocultando el rostro con las manos, intentando calmarse.

    —Es que me siento muy estúpido dando brinquitos de aquí para allá— aclaró el muchacho, encogiéndose de hombros, para luego adoptar una actitud sumisa, cabizbajo y frotando el pie contra el suelo —Tal vez... tal vez no nací para brillar siendo bailarín de ballet... quizás lo mío sea... ¡La poesía heroica!

    —No me la creí... — alegó Misato de inmediato, haciéndolo a un lado con delicadeza mientras el chiquillo se hacía el idiota fingiendo que disparaba un arco imaginario —Luego me arreglo contigo— le dijo, para proseguir con sus reclamos, ahora volcando su atención hacia Shinji.

    Éste, intimidado bajo aquella fulminante mirada, temblaba ligeramente en su lugar, nervioso, haciendo un esfuerzo para que sus rodillas no chocaran la una con la otra.

    —Tienes que escuchar la música— indicó Katsuragi, posando su mano sobre la cabeza del infante, en una manera casi afectuosa, contra las expectativas que se había hecho el joven. La mujer aclaró —Todavía entras a destiempo...

    —Sí... lo siento— vaciló el chiquillo, habiéndose salvado de un regaño más severo.

    Su tutora ya no le respondió, continuando con la revisión de filas; ahora le tocaba el turno a Asuka, quien en una actitud pedante asumió una posición de brazos cruzados, piernas extendidas y la frente bien en alto, mirando a los ojos a Misato, en desafío a su autoridad. Estaba segura que para ella no habría reproche alguno, después de todo era la que mejor lo hacía del trío. Su superior pronto la sacó de su engaño.

    —¡¡Asuka!!— se dirigió a ella la jefa, respondiendo al pequeño reto impuesto por la alemana —¡¿Cuántas veces tendré que repetírtelo?! ¡No te lances sola! ¡Tienes que seguir el ritmo de los demás!

    Sorprendida, y hasta por un momento enfadada, la chiquilla frunció el ceño. No podía creer, en esos momentos, lo que la mujer le había dicho. Queriendo justificarse, puso una mano en el pecho, mientras que con la otra señalaba a sus compañeros, derrochando su altanería como una fuente desbordada.

    —¡Es que no puedo!— musitó, con una mueca de desagrado —Si sigo su ritmo, mi nivel

    va a bajar. ¿No son ellos los que deberían seguirme?— continuó, recorriendo con la vista el lugar, enfocándose en Rei —Además... ¿Porqué Ayanami nos está observando desde ayer? Me distrae, y no puedo concentrarme...

    Su contrincante no dio respuesta, sin siquiera prestarle atención, como siempre lo hacía.


    La capitana lanzó un suspiro de desapruebo, y colocando ambas manos en la cintura, se dirigió a Rei, quien se encontraba a sus espaldas, esto con miras de poner a la rubia frente a sí en su lugar.

    —Rei...— pronunció.

    —¿Si?— respondió ésta en el acto, despegando la vista de la duela de madera.

    —Intenta hacer la parte de Asuka— ordenó Misato, señalando hacia el “escenario”.

    —Bien...— asintió la japonesa, sin más que decir.

    La muchacha caminó hacia donde estaban de pie los dos muchachos; desconcertada, la extranjera le abrió paso, haciéndose a un lado, ubicándose junto a Katsuragi.

    La cara de Kai pareció iluminarse de júbilo, sonriendo ávidamente y devorando con los ojos a la niña que se encontraba a su izquierda, desbordando ánimo por todas partes. El joven Ikari, en cambio, al principio se vio nervioso y hasta abochornado.

    “¿Pero cómo se le ocurre a Misato pedirnos así de repente que bailemos juntos?” se dijo él mismo, intentando ocultar su sonrojo, a la par que empezaba a asumir posiciones.

    Cómo por quincuagésima vez en el día, la melodía seleccionada por el reproductor de música se escuchó en la sala, haciendo que los infantes iniciaran la danza. En contraste con las anteriores veces, ahora el compacto grupo se observaba bastante bien, coordinados a la perfección y desempañando cada quién excelentemente su función en la obra orquestada por el aparato. Rei se acoplaba muy bien a Shinji, y éste igual a ella, mientras que Kai, por su parte, por fin demostraba interés en su tarea, y aunque todavía un poco limitado, también lo hacía de un modo bastante satisfactorio.


    De esto fue lo que pudieron percatarse los espectadores, maravillados en la belleza y refinación de los movimientos que realizaban los ejecutantes. Había todavía algunos detalles por afinar, pensaba la Capitana Katsuragi, pero en definitiva esta representación superaba con creces a sus predecesoras. Con el rabo del ojo, miró a la muchachita a su lado, quien también observaba el baile un poco intimidada, atemorizada de perder su jerarquía entre los pilotos. Mordiéndose el labio inferior, contemplaba a los tres jóvenes realizar justo lo que Misato quería desde un principio.

    —Si el Prototipo Cero no estuviera en reparación— comentó ésta —No dudaría en emparejar a Rei con esos dos...

    La furia, la rabia y frustración, además de la impotencia, burbujeaban en el interior de la chiquilla. Empuñando las manos, se las acomodó en las caderas, cuando la pieza musical tocó a su fin. Entonces, sin contenerse más, estalló:

    —Entonces...¡¿Porqué cuernos no haces que esa imbécil se suba a la Unidad 02 y realice mi parte del ataque?!

    Todos a su alrededor la observaron, atónitos. La pequeña rubia continuaba ahí, de pie, con la gente mirándola, cabizbaja. Las lágrimas comenzaron a surcar su lindo rostro, empezando a enrojecer esos brillantes ojos castaños. Sintiéndose acorralada y atrapada en ese cuarto, la muchacha pegó carrera fuera de la habitación, queriendo huir de ahí lo más fuerte que le alcanzaran sus piernas.

    —¡¡Discúlpenme!!— sollozó, con la cara oculta por las palmas de las manos, mientras salía por la puerta a toda máquina.

    —¡Asuka!— le dijo Misato, aunque demasiado tarde, ya cuando la extranjera no se encontraba ahí.


    —Tengo que decir que ver a una chica linda sin complejos para expresar públicamente sus sentimientos tiene su cierta dosis de encanto— pronunció secamente Kai, mientras contemplaba el umbral vacío del cuarto, aprovechando la ocasión para tirarle una indirecta a Ayanami, a quien veía disimuladamente con el rabillo del ojo —Aunque espero que esto no se vaya haciendo un hábito, aún no estoy muy acostumbrado a estas cosas...

    Misato, sintiendo que el mundo se le venía encima, se lamentaba mientras con los dedos enmarañados en su peinado sujetaba fuertemente sus cabellos, intentando sacar la tensión acumulada de algún modo.

    —Creí que al ver a Rei tomar su lugar eso alentaría su espíritu de lucha— aclaraba su decisión, quejándose de sí misma —¡Pero tuvo todo el efecto contrario!— al final, concluyó, explotando, completamente derrotada, postrada —¡¡Agghhh!! ¡Me rindo! ¡Jamás podremos terminar a tiempo!

    Su otrora amante y compañero de cama la seguía con la mirada, cuando caminaba por todo el cuarto, sin saber qué hacer o con quién desquitarse de su fracaso. Mientras tanto, él seguía ahí, inerte, recargado en la pared, en la misma posición en la que se había acomodado desde que ingresó a la sala, contemplando a la mujer patalear de la impotencia que significaba el no poder hacer nada mientras su empleo se le escapaba de las manos, junto con Asuka. Como le divirtieron siempre los desplantes de la mujer, observarlos era uno de sus pasatiempos favoritos; tal vez por eso, inconscientemente, trataba de provocarlos, por su mero entretenimiento. Pasó la vista a los muchachos, en el centro de todo, poseedores de esa juventud, divino tesoro. Qué tiempos aquellos, cuándo él aún tenía su edad, y cuando también estuvo enamorado realmente, o por lo menos eso creía él, por primera vez. Esos añejos tiempos de los 90`s, creciendo en la urbe del antiguo Tokio, en los edificios de departamentos tan apretados para cada familia, con la escuela, la televisión, los padres trabajando día y noche, incansablemente, los amigos en la secundaria, las muchachas arreglándose para salir en la noche, leyendo sus yaoi entre risas pícaras y mejillas encendidas, ah, sí, que años eran aquellos, cuando uno todavía se podía dar el lujo de esperar tener una vida tranquila, sin ninguna agitación ni peligro. Provecho, pequeños, que disfruten estos años mientras les duren. Después vendrá el mundo real.


    Vio al hijo del comandante, rezagado de los demás, en su rincón, aún contemplando sorprendido la puerta abierta, que daba al pasillo, como si esperara que la extranjera regresara de un momento a otro. Kaji le echó una mano al hombro, compadeciéndose de él, como casi todos los mayores lo hacían.

    —Shinji— le dijo, para que éste, volteara hacia dónde se encontraba —¿Qué esperas? Ve por Asuka— le indicó, señalando el umbral vacío.

    —¿Yo?— interrogo a su vez el muchacho, confundido, creyendo que le hablaban a otra persona.

    —Pues claro— prosiguió el hombre —Eso también es parte de tu trabajo.

    Todavía vacilante, el chiquillo lo observó algún rato más, para después, no muy decidido, salir tras el rastro de la muchacha, cerrando la puerta de la sala, con sus ocupantes dentro.


    Aún en el corredor, se podían oír, lejanos, los murmullos del cuarto de entrenamiento. Mientras daba vuelta por los corredores, el niño percibió los reclamos de la capitana hacia Kai como si los escuchara en un sueño:

    —¡Algo le has de haber hecho para que se pusiera de ese modo!

    Después de seguir caminando por un buen trecho, aquellos chocarreros lamentos y aullidos dejaron de resonar en sus oídos. Se podía suponer que estaba en un predicamento, tratando de adivinar por dónde se había escabullido su rubia compañera en ese intrincado laberinto de pasadizos que invitaban a imaginarse que no tenían fin alguno. Sin embargo, ese no fue el caso. La verdad fue que, guiado por pistas invisibles que había dejado la chiquilla a su paso, que sólo el niño podía encontrarlas, sin entender claramente por qué, siguió firme en su trayecto, para luego alcanzarla en los jardines de la instalación, sentada abatida en una fuente, abrazándose las piernas con los brazos y con los ojos fijos en suelo, sin mirar nada en particular, mientras que algunas gotas fugitivas, que se habían separado del chorro que había en la cima de la estructura, le salpicaban escasamente las espaldas.

    Desganada, se percató de la presencia de su compañero, que se acercaba a lo lejos, indeciso y temeroso, sin darse una idea de que era lo que tenía que decir o hacer una vez que la tuviera frente a frente.

    Se detuvo cuando estuvo delante de la europea, que seguía en la misma posición, con la vista firmemente clavada en el piso y sus rubios y largos cabellos reposando sobre sus hombros, cubriéndole el rostro, sin importarle en lo más mínimo que él estuviera ahí. Era igual para ella. Qué más daba si alguien la acompañara o no. Pero de todos modos, el silencio, y la actitud titubeante de su acompañante, comenzaban a enfadarla. ¿Si no iba a decir nada, porqué la había seguido hasta allí? ¿Sólo para quedarse ahí parado, cómo imbécil? ¿Qué es lo que está haciendo? ¿Me está teniendo lástima? ¿Este baboso me está teniendo lástima? ¿Quién se cree qué es? Juro que si no dice nada en tres segundos, lo voy a...

    —Asuka...

    —¡¿Qué quieres?!— estalló la adolescente, levantando de inmediato la cara, sobresaltando al recién llegado —¡¿Porqué me seguiste?!

    —Perdón...— musitó el chiquillo, recobrando la calma, mientras hacía descomunales esfuerzos por adquirir algo de sangre fría para poder manejar la situación, y llevarla al rumbo por dónde él deseaba.

    Cansada de esperar a que su acompañante se decidiera a hablar, la linda rubia se enroscó más en sí misma, para después proferir algunos reclamos que eran ligeramente apagados por la posición en la que se encontraba, con la cabeza metida en los brazos, para que no pudieran verle el rostro. Su llamativa cabellera se agitó cuando comenzó a hablar.

    —¿Porqué?— pronunció, frustrada con todo mundo —¿Porqué a mí es a la única que tiene que regañar Misato? Yo lo hago muy bien, tengo mucha más capacidad, oficio y talento que ustedes tres juntos... y a ti no te sale porque eres estúpido y torpe— antes que el acusado pudiera defenderse, la muchachita arremetió salvajemente en su contra — ¿Entonces por que tengo que ser yo a la única que ella regaña, porqué?

    Ikari tragó un poco de saliva, antes de contestarle, encarándola lo mejor que podía.

    —Perdón— se disculpó, de manera humilde —Yo hago lo mejor que puedo... aunque— caviló un instante, antes de decirle —Ya sé que eres muy capaz, muy buena pilotando a Eva, y a tu edad ya cuentas con estudios universitarios... pero lo mejor sería que no te creyeras tanto y te relajaras un poco más, ¿no crees?

    La muchacha enrojeció, adivinando su compañero sólo de ver su semblante, que se encontraba a punto de un ataque de psicosis masiva, por lo que se apresuró a continuar, antes que se desatara la guerra total.

    —Es que con Misato y Kaji te haces la mosca muerta— aclaró —Lo que en ti es poco natural, y entonces, si te esfuerzas tanto...

    —¡Cállate, cállate, cállate!— explotó, levantándose en el acto del piso, y poniendo sus manos en sus oídos, para ya no seguir escuchando aquellas hirientes palabras, que le parecía taladraban su cerebro. Dando de patadas al suelo, intentaba ahuyentarlas —¡¿Quién te crees que eres para hablarme en ese tono?!

    —Es que a mí antes me pasaba igual, y yo creo que si...— prosiguió Shinji, antes de que fuera abruptamente interrumpido por la europea.

    —¡Tú y yo no somos iguales!— reclamó Asuka, confrontándolo cara a cara.


    Ese comentario final enmudeció al chico. Le quedaba claro que nada de lo que pudiera hacer la convencería de sus argumentos; sin decir nada más, musitó un inaudible “Perdón” mientras daba media vuelta y volvía por donde llegó.

    Iba algo molesto, o mejor dicho, decepcionado y abatido. Había hecho todo aquello en vano, cómo todo lo que él hacía referente a aquella muchacha. Parecía que todo lo que le hacía era sólo darle molestias y que todo le saliera mal. Jamás iban a poder congeniar, aunque él quisiera y lo intentara por todos los medios posibles. De seguro Kaji no sabía eso al enviarlo hasta allá.

    La adolescente lo observó alejarse cada vez más y más, con un gesto de aflicción; se preguntaba si todo lo que había pronunciado ese mocoso de tan delicada complexión, era sincero. No muy a menudo reflexionaba sobre su propia actitud. Volvió la mirada al frente, para contemplar las espaldas de Ikari mientras que se iban distanciando ya por un buen trecho. Se dejó caer sobre el piso, justo en la posición en la que estaba antes de la llegada de su compañero. Suspiró y tomó una pose meditabunda.


    Ryoji Kaji observaba los edificios empotrados por encima del Geofrente y que de noche salían a la superficie, mientras fumaba uno de sus cigarrillos, recargado sobre una columna de la entrada de la cafetería. Inhalaba y exhalaba el humo de una forma pausada, despreocupada, cómo todo un fumador asiduo que degustaba el sencillo placer del tabaco. Observaba atentamente aquel paisaje improvisado en aquella gigantesca gruta, mismo que ensuciaba continuamente con el humo que sacaba de sus fosas nasales. No importaba, al cabo que todo aquello no iba a durar mucho tiempo más, si es que los niños fracasaban en su misión de vencer al ángel en turno.

    Al ver a Shinji acercarse, a lo lejos, se refugió en el mismo pilar en el que estaba recargado para poder pasar desapercibido. El infante, al pasar, pudo observarlo escondido con el rabillo del ojo, sin dirigirle una sola palabra y pasar de largo en silencio.

    El hombre sonrió a la escena, y después de haber consumido todo su cigarro, ingresó de nueva cuenta al establecimiento a sus espaldas, para encontrarse una vez más con sus otroras compañeras universitarias, ahora del trabajo. Algunos años habían pasado desde esa época, y muchas cosas en todos ellos habían cambiado...

    Ahora, Rikko no lucía ni actuaba tan inocentemente como en aquellos tiempos, transformándose en esta fría y obsesiva mujer que tenía en estos momentos frente a él. Ni siquiera lo saludó al sentarse junto a Misato. Ella también estaba algo diferente desde que la había dejado, pero aún conservaba ese dinamismo y juvenil encanto que antaño lo había cautivado y enredado en su redes.


    —Así que— dijo la Doctora Akagi —Asuka no planea regresar por un buen rato, ¿no?

    Misato suspiró molesta, como si estuviera reclamando a alguien por la situación en la que se encontraba. Sorbió la taza que tenía en sus manos, para después colocarla sobre la mesa.

    —Eso creo— pronunció desesperada, ante la interrogante de su compañera. Apoyó sus brazos sobre el mueble, y su cabeza en éstos —El combate decisivo ya es mañana, y su coordinación se hizo pedazos.

    El semblante de la hermosa mujer reflejaba a leguas de distancia la incertidumbre que la tenía poseída. Intentando jugar sus mejores cartas en aquellos angustiosos tiempos de duda, expresó su cuestión hacia sus acompañantes:

    —¿Nos atrevemos a enviar a Rei en lugar de Asuka?— decía esto, pensando en todo lo contrario, respondiéndose a sí misma: “Es demasiado arriesgado.”

    —¿Quieres que haga un test urgente de sincronización entre Rei y la Unidad 02?— preguntó Ritsuko, atendiendo a los deseos de la capitana.

    La mujer no sabía que responderle. Aún no quería tomar esa decisión. Todavía esperaba que algo más sucediera, para no tener que arriesgarse.

    Entonces, Kaji, quién se había mantenido al margen de la conversación desde que ingresó al recinto, intervino, acariciando su barbilla áspera:

    —No— pronunció en tono alegre y despreocupado —Aún es muy temprano para hacer eso... esperemos un poco más para ver cómo reaccionan los niños.

    Katsuragi respiró aliviada de que alguien más se adueñara de la decisión que ella no se atrevía a tomar.


    Shinji abrió la pesada puerta de metal con su tarjeta de identificación, permitiéndosele el paso hacia sus aposentos. Con paso lento, pero firme, ingresó en el cuarto, echando una mirada por todo el lugar, con la vana esperanza de que la muchacha ya hubiera regresado. Pero no había ninguna señal que acusara de su presencia. Volteó hacia a sus espaldas, percatándose que no lo habían seguido. La puerta volvió a cerrarse, mientras él se instalaba en su lecho.

    La europea no se encontraba ahí, pero en cambio, Kai sí. Se encontraba durmiendo plácidamente en su cama, con la expresión de un bebé en su semblante. Y apenas daban las siete de la tarde. Ikari no se explicaba cómo era el que su compañero siempre dormía tan cómodamente y con tanta facilidad. Siempre, pero absolutamente siempre, desde que lo conocía, era el primero en dormirse, y lo hacía casi de inmediato. Parecía que sólo le bastaba cerrar sus ojos para caer en un profundo estado de hibernación. Tal vez sólo era que le tenía envidia, ya que él tenía frecuentemente problemas para descansar debidamente. O de no tener ninguna preocupación en mente y ser un simplón nada más, cómo Kai. El muchacho, recostándose en la blanda cama, se encogió de hombros y miró hacia el techo, meditando profundamente. Aquella interminable música se seguía reproduciendo en el sonido de la habitación.


    Aunque pareciera otra cosa, el sueño de su acompañante no era, para nada, placentero. Su semblante decía una cosa, pero por dentro era totalmente diferente. De nuevo se encontraba en el sueño que siempre lo había acosado, desde que tenía memoria. Aún cuando sus padres estaban con vida, tenía ese sueño que no lo dejaba en paz jamás. A veces pasaban meses enteros sin que lo tuviera, y justo en el momento en que lo parecía olvidar, aquello volvía de su subconsciente parar volver a atormentarlo con mayor crueldad que el ataque anterior. Así era siempre. Desde que tenía meses de nacido.


    En el sueño, está ciego cómo un murciélago, y únicamente habilitado al mundo exterior con el sentido del oído, lo que le era por demás exasperante. Empezaba con sólo poder escuchar su respiración, agitándose más y más paulatinamente, a medida de que su desesperación iba en aumento. El no poder penetrar aquella oscuridad con la vista, y el no poder hacer nada más que escuchar lo enloquecía... pero ahí no terminaba todo. De ser así, no tendría tanto inconveniente.

    Después de algún rato, venían aquellos sonidos lejanos, añejos y sobrehumanos... con cada paso del padre tiempo se hacían cada vez más y más fuertes, al punto de llegar a ser ensordecedores. Eran lamentos desgarradores de muerte y agonía. Ese fúnebre, pero magnífico himno llenaba sus tímpanos por unos instantes, enloqueciéndolo hasta que podía comenzar a percibir unos leves halos de luz, y recobrar la visión poco a poco... entonces llegaba el terror, al percatarse de dónde provenía la aterradora canción que inundaba todo el ambiente, fétido con el olor de la putrefacción y la miseria. El olor de la muerte podrida, del azufre, de la exhumación y de la carne pudriéndose al calor tapaban sus fosas nasales, pero lo mantenían de manera horrible atento a la procesión, al mismo tiempo que recuperaba todos sus sentidos, y no sólo eso, le eran amplificados de manera insólita.

    Así que podía observar con toda claridad, escuchar hasta el más leve crujido en piso, oler el más escondido y remoto aroma, sentir hasta la más leve brisa y probar sus miedos más primitivos, más escondidos.

    Eran cadáveres de gente, que desfilaban y danzaban macabramente ante sus ojos sin que pudiera impedirlo, mientras su boca se secaba del miedo y ese cántico de muerte, en lugar de disminuir, aumentaba su intensidad más y más conforme transcurrían los segundos.

    Los veía pasar, uno a uno, tal y cómo habían quedado al momento de su muerte; si bien casi enteros o hasta el extremo, hechos una masa asquerosa de huesos rotos y sangre coagulada. Pasaban a un lado de él, como marionetas sin voluntad, sin prestarle siquiera atención. Lo único que se limitaban a hacer los no vivos era emitir esos horrorosos gemidos de pena, que harían perder el juicio inclusive hasta el más valiente.

    Parecían nunca acabar, como si la tragedia nunca tuviera fin. Aún si cerraba los ojos, para ya no seguir viendo aquellas atrocidades, podía oler su fetidez de putrefacción que llenaba todo aquel infierno, o incluso escuchar a los gusanos devorar y consumir poco a poco los cuerpos sin vida, hasta podía oír cómo masticaban. Eso, sin dejar de lado los lamentos de aquellos pobres diablos, que nunca acababan, ni disminuían su magnitud, y que al contrario, aumentaba más y más.

    En aquel valle de muerte, azufre y podredumbre, donde no llegaba la esperanza, el muchacho, estaba indefenso cómo un infante recién nacido, desamparado y atrapado por completo en aquella Divina Comedia. No pudiendo hacer nada más, tapándose los oídos, cerrando los ojos y negándose a aquella pesadilla, sin resultado, se vio rebajado a suplicar. Emprendió contra aquellas ánimas errantes, confrontándolas, a la primera que viera.

    —¡Basta!— imploraba, al borde de la locura —¡¡Déjenme en paz!!

    Trata de detener aquella procesión, aquella marcha eterna, sujetando a varios cuerpos, para que no pudieran seguir su camino. Con relativa facilidad, lo hacían a un lado, sin importarles nada, tan sólo su infinita marcha. Uno le vomitó su corazón.


    Se había acabado. Todo hombre tenía un límite, y él ya había rebasado el suyo desde hacía mucho tiempo. Sólo su terquedad lo hizo seguir adelante, pero ya no podía más. No podía seguir sólo contra el mundo. Habían sido demasiados golpes, demasiadas derrotas, tantos y tantos rostros, todos tan diferentes, todos formaban parte de algo. Y él... él ya no podía con todos ellos. Desfilaron ante él los insultos de las personas que lo rodeaban siempre, las palabras que había guardado en su interior. Loco. Desquiciado. Patán. Imbécil. Mocoso. Precoz. Hipócrita. Charlatán. Arrogante. Tarado. Zoquete. Baboso. Pendejo. Estúpido. Idiota. Perdedor. Animal. Bestia. Asesino. Abusivo. Malvado. Mentiroso. Imprudente. Payaso. Bufón. Dios misericordioso... ¿cómo puede una persona ser el contenedor del odio de tantas personas? Cada palabra es cómo una bala, que penetra mi cuerpo y explota mi carne, quemada por la pólvora. Tienen razón... he provocado tanto dolor, tanto daño a quienes me rodean... merezco estar aquí.


    En la lejanía, apartando por entero los aullidos de los difuntos, escucha una voz cálida, una voz familiar, una voz querida. Lo aleja de toda la locura, de toda la miseria y del caos. Siente su cálido regazo. El miedo es vencido. Con la cola entre las patas, el temor se aleja, como sólo un mal recuerdo. Ya no hay nada que temer, mientras esté aquí. Rompe en llanto. Y vuelve a ser un niño.

    La cálida mano de su madre, su verdadera madre, lo acaricia en su rostro. Se siente bien. Se siente el amor en todos lados. La ternura que siente una madre por su único hijo, el amor infinito e inagotable de una madre. Lo mejor para la soledad. Para la culpa.

    —Ya, pequeño... ya no llores... todo va a salir bien... nadie te lastimará.

    Su voz es tan reconfortante cómo un rayo de sol en invierno. Le cree. Cree que ya no habrá sufrimiento alguno. El dolor es mermado. Pero la culpa sigue ahí.

    —Pero... mi papá... se va a enojar conmigo... se va a enojar conmigo... porque... porque jugué con los grandes... y él me dijo que no lo hiciera... que ya no jugara con ellos...

    —Ya no llores, hijo. Tu padre te advirtió muy bien lo que pasaría si jugabas con los grandes. ¿Recuerdas? Ya es muy tarde para llorar, jovencito.

    Entonces se aleja. Retira por completo su amparo, su protección, su calidez. Todo se va con ella. Y la locura regresa de nuevo. El sufrimiento. Teme de nuevo. A lo inevitable. Al dolor que vendrá. Lo sabe muy bien.

    Se voltea, para enfrentar a su padre. Es enorme, de pie frente a él. Con sus manitas, se enjuaga las lágrimas de sus mejillas, mientras se preparaba para el futuro. El gigante lo observa, sin ninguna emoción en sus ojos que no fuera decepción. Y eso es lo que más entristecía al niño.

    —Papá... papi...

    —Lo volviste a hacer, ¿no es así? Volviste a jugar con los grandes, a pesar que te lo prohibí—le espetó la montaña, con una voz que lo estremecía de pies a cabeza.

    No respondió nada más. Sólo se quedó temblando, a la sombra que proyectaba su padre. Contando los segundos. Contando de memoria el tiempo que faltaba.

    —Espero que ya estés contento, hijo... tú... tú nos mataste...—pronunció el sujeto, mientras caía al piso, convirtiéndose en un charco de sangre. El infante, sostenía con ambas manos la inerte cabeza de su padre, y el dique de sus lágrimas volvió a desbordarse.

    —No te vayas... papá... no me dejes solo...

    Vuelve a tener 14 años, abrazando a la nada. Salvo el aire putrefacto.


    Derrotado, completamente vencido, Kai Rivera se desmoronaba en el piso ardiente, profano. Se encontraba plenamente derrotado en esa tierra extraña, maldita. Superado por aquella horda inagotable de cadáveres, que salían de ningún lado. Vencido por el aturdimiento que le ocasionaba la composición melódica de los muertos, que no cejaba de retumbar en sus oídos, absorbiéndolo por completo, mientras sus sentidos se amplificaban más y más, envolviéndolo enteramente en aquel ambiente hostil, hasta llegar a formar parte de él. Hasta los marchantes ya pasaban encima de él, pisándolo, en el suelo. ¿Ese era su destino? ¿El de todo aquel que muere? ¿Convertirse en un ser sin conocimiento de sí mismo, destinado a deambular eternamente en esos parajes? Ya nada le importaba, y esperaba el momento en que su cerebro estallara, sobrecargado por completo por la información magnificada del exterior.

    Y, entonces, en un último instante de iluminación, comprendía lo que era todo aquello. La verdad, por fin le era revelada, cómo siempre, sólo que nunca la podía recordar. El elemento faltante. Al despertar, de nueva cuenta no podría recordar ese único elemento, clave de todo, el mensaje que se le quería hacer llegar. Sus ojos se salen de sus órbitas al mismo tiempo que se daba cuenta, se daba cuenta de lo que hacía en ese lugar. Se trataban de las 4 mil millones de personas, que de una u otra manera, había matado...


    Shinji continuaba con los ojos pegados al techo, tarareando la melodía que Misato les imponía en el sistema de audio; ya eran tantas veces que la escuchaba, que por fin se le había pegado, sin importarle o alarmarle aquel hecho. Aún se preguntaba dónde estaría Asuka, su compañera. Ya había pasado bastante tiempo desde que la dejó. Se debatía entre sí debiese salir a buscarla o quedarse en su puesto de guarda.

    En esas estaba, cuando de repente, escuchó el sonido de la puerta metálica deslizarse para dejar entrar a uno de sus ocupantes. Con sobresalto, el muchacho de inmediato se incorporó, buscando la identidad del recién llegado. No tardó mucho en ver entrar a la adorable europea por el quicio de la puerta, con esa mirada de fuego que tenía cuando se decidía por algo.

    Frente a ella, de pie, el chiquillo no pudo lograr que las palabras saliesen de su boca, indeciso como era su naturaleza. La muchachita se limitó a mirarlo desdeñosamente, con el rabillo del ojo. El joven se preguntaba si estaría enfadada con él, cuando la alemana le espetó:

    —Oye tú— gruñó la encantadora jovencita —¿Cómo te atreves a decirme lo que se te pegue la gana?


    Su compañero no le contestó. Ni tampoco la extranjera dijo nada más. Observaba fijamente, cómo él lo había hecho antes, un punto determinado del techo, en un completo y absoluto silencio. Shinji no se imaginaba lo que pretendía la chiquilla. Tuvo un mal presentimiento en esos momentos, de los que suelen ser certeros en sus pronósticos. Así, sólo se limitó a ser un mero espectador cuando la rubia tomó algo de vuelo, y con sus ágiles y poderosas piernas, se elevó majestuosamente por los aires, hasta dar en el blanco, y desbaratar de una patada su objetivo.

    La cámara de vigilancia cae hecha pedazos al suelo, casi al mismo tiempo que su destructora, quien, al igual que los gatos, parecía caer siempre de pie. Sonrió maliciosamente, al ver cumplido su cometido inicial.

    —Por fin la pude hallar...— suspiró agitada, recuperando el aire que le había costado su pequeña acrobacia.

    —¿Se puede saber qué es lo que pretendes?— preguntó Ikari, preocupado. La cámara era su único seguro de que Asuka no le haría daño alguno, y ahora que estaba rota, no quedaría registro de lo que hicieran, sea lo que fuera que iban a hacer.

    —Eso es evidente— aseguró la pequeña rubia, muy segura de sí misma —Haremos un entrenamiento intensivo...


    Eso último no había alentado en nada al infante, que seguía con su mal presentimiento. Mientras tanto, la muchacha se había ido presurosa a levantar a su compañero restante, quien aún dormía, al parecer, plácidamente sobre su lecho.

    —Como...me choca que este...individuo— decía en voz alta, al mismo tiempo que intentaba consumar la hazaña de sacarlo de la cama, agitándolo fuertemente y gritándole —Se duerma de esta...manera. ¡¡Parece cómo si estuviera en coma!! ¡Kai! ¡Kai!

    De golpe, cómo si le hubieran arrojado un balde de agua helada, el aludido abrió los ojos de par en par, distinguiéndose fácilmente lo sobresaltado que se encontraba. Pegando un pequeño grito, y con una agilidad sobrehumana, y unos reflejos igualmente rápidos, saltó de inmediato como una liebre alarmada, para poder resguardarse, y caer de pie en la cama de la joven, hasta el otro extremo de la habitación.

    Sus compañeros se quedaron boquiabiertos, mientras que Rivera lo único que hizo, al saberse despierto y nuevamente a salvo, fue sentarse y agradecer de que por fin hubiera terminado, respirando agitadamente, nervioso.

    —¿Pero qué es lo que te pasa?— interrogó Langley, reponiéndose de su perplejidad.

    —Nada...— contestó el muchacho, en voz baja, casi en un susurro —No es nada...— para después echarse a reír a pleno pulmón, dejándose caer en el colchón —¡No pasó nada!

    Una vez más, desde que lo habían conocido, los otros dos pilotos volvían a dudar de la salud mental del piloto del Eva Z, mirando pasivamente como se carcajeaba como un auténtico demente, revolviéndose en sí mismo, y absolutamente sin ningún motivo.

    —¡Ya basta, maldito loco, tienes que contenerte!— Asuka hubo de detenerlo zarandeándolo de un lado a otro, lo que a la postre pareció tener un efecto tranquilizante en el muchacho.


    Una vez que se hubo calmado, la europea le manifestó sus intenciones, y cosa rara, el joven no puso objeción alguna. Ni siquiera pareció hacerle caso, dándole sólo por su lado. Así que se puso en sus manos, en la mejor voluntad posible. Aún se encontraba algo inquieto, temiendo que si cerraba los ojos volvería a aquel lugar de tinieblas de inmediato. Un poco de ejercicio lo iba a mantener bien despierto por mucho rato


    Cuando comenzó a percibir estática del monitor del cuarto de los muchachos, Misato temió que algo fuera mal, y presta se apresuró a ir a la recámara, para verificar que todo estuviera bien, alarmada. Antes de salir, le avisó a Kaji, quien la acompañaba en su guardia, muy a su pesar.

    —Ahora vuelvo— advirtió, sin siquiera voltearlo a ver, presurosa.

    —Oye, espera— la interrumpió de su intento, tomándola de su brazo derecho, para interceptarla.

    Katsuragi lo contempló un buen rato, queriéndolo interrogar. El hombre, que se había dado cuenta de sus intenciones, le espetó:

    —Déjalos tranquilos un rato— intentó disuadirla, sin soltarla del brazo —Ten un poco de consideración, y no los vayas a interrumpir...

    De nueva cuenta, la mujer lo observó por unos instantes, durando los dos congelados en esos breves momentos. A la capitana le parecía que volvían a surgir los añejos sentimientos que tiempo antes le había guardado al sujeto delante de ella, que ahora la tenía cómo su cautiva. Alarmada al respecto, poniendo defensas y barricadas, volvió a atacar.

    —¡Hablas cómo si todo el mundo fuera tan desconsiderado cómo tú!— exaltó un poco la voz, para sacudirse del sopor que la comenzaba a dominar. Y también para liberar a su brazo prisionero.

    Fue en vano. Kaji la tenía firmemente sujetada, y no sólo eso, también expandió su dominio sobre de su cuerpo, ahora tomándola de la cintura y acercándola a él. Empezaba a derretirse, bajo el fuego de las miradas y frases persuasivas del hombre, quien volvía a emplear su antigua técnica de cuando fueron amantes, por allá en los lejanos tiempos de la universidad. Casi susurrando, le dijo al oído:

    —¿Porqué nosotros no nos divertimos un poco también? Aprovechemos que ya no hay mocosos que cuidar.

    Las trincheras ya habían sido derrumbadas, y estaban a merced del enemigo. Cómo nieve derritiéndose bajo los rayos del sol, así era la mujer en los brazos de su antiguo amante. Bajo la calidez de sus palabras y gestos, había acabado con la frialdad de sus defensas y despechos. Rendida, se entregó al frenesí de pasión que se estaba descarrilando por todos lados. Miró al sujeto tiernamente, mientras éste tomaba su barbilla y la comenzaba a acercar hacia dónde él estaba, sin ningún tipo de oposición alguna. Y mientras esto pasaba, Misato recapitulaba, y algo había en eso último de “ya no hay mocosos que cuidar” que pareció revivir en la beldad viejas rencillas, y hasta recordarle algo olvidado al paso de los años.

    Así, mientras Kaji seguía ocupado en robarle un beso, enloquecido por completo por sus formas, además de la melancolía de los antiguos días, Katsuragi logró zafarse de las tenazas del individuo, y antes de que sus labios chocaran, fue recibido por un tremendo bofetón, que lo congeló en su lugar.

    —No vuelvas a hacer eso, ni de broma— lo sosegó su otrora amante. Y volviéndolo a ignorar, cómo antes, hizo caso de su primer consejo, y se sentó sobre su silla, mirando sin hacerlo completamente a la estática de la pantalla. Al fin y al cabo, si los muchachos habían sido capaces de localizar a la cámara espía, para algo debería ser. Y agregó, suspirando —Ya no pienso volver a perdonarte— En su lugar, se acomodó su acortado vestido, y colocó su cabeza entre los brazos, sin intención alguna de reanudar la plática.

    Ryoji, de pie donde estaba, instintivamente acarició la mejilla lastimada, quejándose de la hinchazón. No obstante, y sin que lo apercibiera la mujer, esbozó una tenue sonrisa picaresca al notar que aún tenía cierta influencia sobre ella. Una muy pequeña, pero aún la conservaba. Para que creciera, tendría que cultivarla y alimentarla. Y todavía le quedaba tiempo, bastante a decir verdad.


    Pese a las suposiciones de sus superiores, la pequeña tropa no se encontraba, para nada, gozando en esos momentos. Los tres, dirigidos por la alemana con puño de hierro, realizaban un gran esfuerzo para llevar a cabo todo el entrenamiento. La europea era una líder bastante recia y exigente, baleando a los dos muchachos con sus regaños e indicaciones. El más afectado era Ikari, quién aún no lograba acoplarse al trabajo del equipo. Realizaba un monumental esfuerzo para poder emparejarse con sus compañeros, quienes iban un tanto rápido para su nivel, que no estaba muy acostumbrado a las actividades físicas. De esa manera, entraba atrasado a la mayoría de los movimientos. Y esto era bien sabido por la linda rubia, quién se lo hacía notar a cada instante.

    —¡No!— le amonestaba, en el transcurso de la pieza —¡Estás mal! ¡Entras con medio tiempo de retraso en la rutina! ¡Levanta más la pierna! ¡Te dije que debes saltar más alto! ¡No tanto! ¡Que así no es!— para luego terminar hecha una furia, pataleando en el piso y renegando de su desempeño —¡¿Cómo puede ser que seas tan torpe en cada uno de los movimientos?!

    “Por lo menos ya coopera” pensaba Shinji, apenado, mientras esquivaba la furiosa mirada de Asuka. “Aunque tal vez no le debiera poner tanto entusiasmo”. Ante los continuos ataques de los que era objeto, buscaba asilo con su compañero, buscándole con la mirada. Se comportaba de una manera extraña a su conducta habitual. En toda la sesión, a pesar de los alardes y retos de la muchacha, no se había opuesto en nada, ni presentado resistencia. El joven Ikari lo observaba, su mirada, su respiración, sus movimientos, y podía adivinar en él una sensación que él conocía muy bien, casi cómo a un entrañable amigo: miedo. Aquello le hacía caer en cuenta que, pese a lo que muchas veces se pudiera suponer, el joven no era más que un ser humano normal, cómo él, o cualquier otro. Lo que le movía la curiosidad era el enterarse de a qué era a lo que Rivera tanto temía.

    —¡Escúchame muy bien, zoquete!— lo recogió de sus pensamientos la alemana —¡Cueste lo que cueste, mañana tenemos que estar coordinados a la perfección!

    El infante la escuchaba con suma atención, y hasta con admiración.

    —Quiero demostrarles a Misato y a Ayanami quién soy yo— continuó la joven, y después de concluido este comentario, esperaba alguna reacción en su otro alumno, quién había estado con el pico cerrado todo ese tiempo. Ni un comentario hiriente. Ni una broma estúpida. Sólo emitía vocablos, cuando le requerían. Espero los segundos que normalmente tardaba una respuesta suya. Y nada. Ni siquiera los miraba. En lugar de eso, tenía la vista clavada, casi cómo perdida, en el piso. ¿Qué rayos era lo que pasaba por esos momentos en su cerebro? El muchacho cada vez le intrigaba más. Cada vez le incitaba más y más a conocerlo, a profundizar en su personalidad, una muy estúpida, pero de todos modos, intrigante, llamativa.


    De quién sí era completamente dueña y señora de su atención, era de Shinji, quién no cesaba de observarla y admirarla. Seguía con atención, en cámara lenta, cada movimiento que la extranjera realizaba. Comenzaba a entender un poco de su lógica torcida. Y cuando estaba seguro que ya no podía dar para más, la muchachita lo sacaba de su error, haciendo una nueva demostración de su explosivo y aberrante carácter. Derrochaba energía a montones, eso sí. Y la contagiaba a sus prójimos. No existía persona alguna que al tratarla no tuviera cierto tipo de reacción hacia ella. Ya fuera de odio, o de simpatía. Y con el transcurso del tiempo, Shinji cada vez se iba inclinando más y más por ésta última opción.

    “Al parecer...” pensó, sonriente, mientras la alemana se volvía a preparar para la rutina. “Tenías razón. No somos iguales. Tú no eres una persona débil de carácter, como yo”.

    La decepción y frustración que reinaba en el semblante de la joven europea, desapareció, esfumándose por completo, cómo si de un mal sueño se tratase, cuando escuchó a sus espaldas: “Muy bien. Empecemos desde el principio”. De inmediato dejó de calentar, y se dio la media vuelta, para encontrarse cara a cara con un Shinji Ikari recargado, mejorado, completamente decidido a hacer las cosas correctamente. A su modo. Ése era el primer paso.


    Por primera vez en toda la práctica, ambos se alegraron al escuchar el principio de la pieza. Entusiasmados, se prestaron a realizar con precisión milimétrica todos los movimientos y pasos. Los habían ensayado tanto, que los tenían grabados en su mente. La melodía comenzó, y con sus altos y bajos, a este ritmo, los cuerpos se desplazaban por la duela. Con una gracia casi de profesionales. Todo salió a la perfección. Cada integrante del conjunto hacía sus giros en el momento justo y de acuerdo a los movimientos de sus compañeros, para que éstos se pudieran encajar, mezclar y que por último se produjera el resultado deseado. Te la paso. Me la pasas. Por fin su rutina era todo un baile, una danza estética y hermosa, impecablemente representada por sus actores. Lo consiguieron. Estaban bailando todos juntos. Mientras reconocían y se admiraban de su trabajo, el joven japonés y la muchachita se intercambiaron miradas, con una sonrisa de satisfacción iluminando su rostro esperanzado, anhelante por el mañana.


    El alba comenzó a asomarse tímidamente, al igual que lo hacía todas las mañanas. Parecía un amanecer cómo cualquier otro, sin que este tuviera algo en particular. Las estrellas, pequeñas y frágiles, escapaban asustadas al ver la luz del día. Cómo lo hacían siempre. El firmamento, jubiloso por el nuevo nacimiento del astro rey, se coloreaba en todo su esplendor, gozoso. Cómo lo hacía siempre. El suave viento, dedicado a su labor, mecía las ramas de los árboles tal cómo lo haría una madre a su hijo recién nacido. Cómo lo hacía siempre.

    Todo era igual, normal, como diario se acostumbraba. Y, sin embargo, había algo diferente. Algo sobresalía enormemente, por su ausencia. Y es que había mucho silencio. Bastante para una mañana cómo cualquier otra. Lo primero que se notaba, era la falta de aves. Los pájaros que cada mañana trinaban llamándose los unos a los otros, organizando sin quererlo todo un concierto, sencillo y simple, pero hermoso en su humildad. De igual modo, y no menos importante, los insectos permanecían mudos, si es que se encontraban ahí. El grillo rezagado, que aún seguía cantando a pesar que sus congéneres ya habían acabado. La chicharra, que posada en la hoja de un árbol, reaccionaba con la humedad del recién nacido día, batiendo sus alas. Y la colmena de abejas, que se alistaba para la recolección del polen de las flores, contribuyendo así tanto a su sustento cómo al nacimiento de nuevas plantas, convirtiéndose en parte importante del equilibrio ecológico. Todos estos intérpretes, protagonistas indiscutibles del repertorio matutino, se habían ido, o por lo menos se encontraban fugados de la percepción normal.

    Cualquiera que pudo haber estado ahí, en aquel verde paraje forrado de enormes y frondosos árboles, en el cual desembocaban dos pequeñas montañas colindantes, que parecían dos titanes gemelos emergiendo de aquel fresco bosquecito, cualquier persona se hubiera extrañado de la paz y la calma que en aquel lugar se encontraban. Por supuesto, ningún ser humano se encontraba por esos rumbos. Nadie se acogía debajo de aquella espesa vegetación. No había alguien que disfrutara de la brisa acariciándole el rostro, y respirara ese delicioso aire que emanaba del amanecer mismo. Y ningún ser consciente se encontró allí, para poder sentir esas sacudidas, desconocidas, seguidas una de la otra respetando un patrón bien establecido. A medida que corría el tiempo, las sacudidas se hacían más y más intensas, estremeciendo a la tierra misma.

    De repente, de entre el hueco que se encontraba apartando a las dos montañas, emergió la horrible visión del ángel, quien ya estaba completamente liberado de su cautiverio. Frente al gigante, la altura de las montañas gemelas palidecía, y hasta se querían arrancar de sus cimientos y darse a la huida.


    Varias aeronaves del gobierno japonés revoloteaban tímidamente en torno al coloso, rodeando y examinándolo minuciosamente, pero eso sí, a una distancia muy sana. Había algún atrevido, que no respetaba ningún nivel de jerarquía, y pasaba rápidamente frente a él, bastante cerca, casi rozándolo. Pese a la provocación, el ser se mantuvo indiferente, concentrándose en su despreocupado andar.


    En contraste, la voz de alerta había sido ya encendida en el Cuartel General, desde que lo habían detectado. Vía satélite, lo habían estado espiando desde su encierro hasta que obtuvo la tan ansiada libertad, madrugando a todo mundo. En la enorme pantalla de la sala de mando, cómo ya se había hecho costumbre, se encontraban las imágenes obtenidas del enemigo, rastreando todos sus pasos. Y cómo también ya se había hecho toda una tradición, los operadores, apurados, repetían incesantemente las noticias que les llegaban a sus consolas, sin que persona alguna les prestara mucha atención, salvo ellos mismos.

    —El objetivo ha roto las líneas de defensa de Gohra— pronunciaba Hyuga casi para él mismo, tratando de no gastar la voz en balde —En estos momentos se dirige hacia el Distrito 3 de la ciudad... se aproxima al punto Cero.

    —¿No llegan tres horas antes de lo que MAGI había previsto?— pareció reclamarle Misato a la Doctora Akagi, atrás de ella.

    —MAGI no es infalible, aunque no lo creas— respondió ella de mala gana, ofendida por el comentario, cruzándose de brazos.

    La capitana suspiró, en un intento por calmarse. Preguntó a Maya, que se encontraba delante suyo:

    —¿Cómo están los Evas?

    —Los están preparando para el lanzamiento— respondió sorprendida de que por fin alguien le preguntara por datos. Y aprovechando la ocasión, agregó: —Pero los pilotos aún no han llegado a la plataforma.

    Al oír eso, la mujer hizo una rabieta, dando un furioso pisotón en el suelo. Gruñendo, y sin decir nada más, se retiró por la puerta, a toda máquina hacia el cuarto de los niños, para beneplácito de los circundantes, que disfrutaban enormemente de la forma tan graciosa en la que Katsuragi hacía sus corajes, sobre todo en esos momentos tan aciagos. Querían ignorar el hecho de que, sin los muchachos, podrían darse por muertos.


    Las suelas de las botas tipo militar de Misato rechinaban en su desenfrenada carrera, al contacto con el suelo. El sonido se repetía hasta perderse por medio del eco, en los vacíos corredores. Y es que todo mundo ya estaba en sus puestos. Todos, menos las estrellas del espectáculo.

    —Maldición— se quejaba incesantemente, en su desesperación, segura de que nadie le escuchaba —¿Qué están haciendo esos mocosos? ¿Están sordos o qué? No, de seguro les encanta verme encabronada. A todo el jodido mundo le encanta verme así. Yo les voy a dar gusto, como de que no...

    Se detuvo frente a la puerta, deslizando la tarjeta de ingreso por la ranura, y tenía tanta prisa a cuestas que, aún cuando no se había deslizado por completo el ingreso, se encogió y entró cómo pudo.

    —¡¡¡NIÑOS!!!— demandó exasperada, queriendo sacar a los infantes de su escondite —¡Ya es la hora del combate! ¿Ya están listos?

    Por poco se le derramaba la bilis, al contemplar a Shinji y Asuka tirados en el piso, durmiendo cómo benditos, sin importarles en nada los desplantes de su líder, quien colapsándose se arrancaba los cabellos, cómo si ellos tuvieran la culpa de algo, mientras invocaba todo tipo de amenazas y maldiciones.

    —Ya te escuché, tranquila— dijo Kai tranquilamente, saliendo del baño, enfundando su traje de conexión —No tienes por qué gritar, no estoy sordo.

    La mujer, al verlo listo para la operación, y sobre todo despierto, no pudo nada menos que extrañarse, preguntándose si aquello no era alguna alucinación, o un loco sueño.

    —Tú... ¡¿Tú no estás dormido?!— interrogó, no dando crédito a lo que sus propios ojos veían, de pie frente a él. Su rostro había transfigurado en una mueca de total confusión, casi boquiabierta.

    —¿Y porqué tanta sorpresa?— reclamó molesto, dirigiéndose hacia ella —¿Me estás insinuando algo o qué?

    Misato no le respondió, y únicamente lo miró unos momentos. Su expresión, la forma en la que hablaba, el tono de su voz y sus movimientos lo traicionaban, dando a conocer su condición. De igual modo, en su corazón, Katsuragi sabía que algo andaba mal. Once años de conocerlo no habían pasado en balde. Como si quisiera que la perdonara, pronunció de una manera tierna y delicada, intentando consolarlo.

    —¿Qué es lo que tienes?— lo miró afectuosamente, irradiando calidez en sus gestos y palabras.

    El muchacho se cruzó de brazos, rehuyendo la mirada de su tutora. Ya debía saber que jamás le podría ocultar algo a ella, que lo había cuidado afanosamente tantos años, formando y moldeando su carácter. Siempre había algo que lo delataba, ya que ella se enteraba de todo lo que le pasaba. Resignándose, pues, confesó a secas.

    —Otra vez tuve ese sueño...— eludía en todo momento la vista de la mujer, cómo si algo lo estuviera molestando o aquejando en esos momentos —Mis padres estaban allí... y yo...

    Sin decir nada, Katsuragi se acercó hacia dónde estaba el chiquillo, y del mismo modo lo tomó entre sus brazos, como cuando era más pequeño, confortándolo con su cariño. El joven, rindiéndose, se entregó de la misma manera al gesto que le obsequiaban, refugiándose en el suave regazo de la japonesa. Cerró sus ojos esmeraldas y se dejó confortar por su madre adoptiva, sin que le importara nada más en aquellos instantes, olvidándose ambos de la urgencia que se había presentado, y del porqué estaban allí.

    Paseando los dedos en la sedosa melena del muchacho, la capitana no evitaba sentir lástima y compasión por él. Desde muy niño había tenido que sufrir demasiado, bastante para toda una vida completa. Y a esas alturas, aún no dejaba de hacerlo. Parecía cómo si la mala fortuna se ensañara con él, atosigándolo a cada rato.

    —Ánimo, que ya todo pasó— pronunció la mujer, tratando de confortarlo lo mejor que podía dadas las presentes, apremiantes circunstancias —Sé que debió haber sido muy difícil pasar de nuevo por todo eso.. pero ahora tenemos cosas más urgentes que atender. Ayúdame a levantar a estos sujetos, ¿quieres?

    —Ya que más da— asintió el infante, mientras se agachaba y le daba de bofetadas a la inconsciente Asuka para que reaccionara.

    —Ah— se quejó lastimosamente ésta, sin despertar por completo —Tengo mucho sueño...

    —Me importan un carajo tus penas, zorra— confesó su agresor, sin dejarla de agitar y sacudirla. Con aquella relajante actividad sus ánimos cobraban bríos —Ya es hora de que te pongas a trabajar... más vale que pongas tu trasero en movimiento, ¿entendido?

    La muchacha no le respondió, humedeciendo sus labios y cerrando sus hermosos ojos de nuevo, sin importarle nada más.

    Misato, por su parte, no había obtenido un mayor éxito con Ikari, quién seguía inerte en el suelo, haciendo gestos de desaprobación en cada ocasión en que lo instaban a despertarse.

    —Esto no va a dar resultado— aclaró Misato, volteando a ver a su único subordinado consciente —Será mejor que los llevemos cargando hasta las Cápsulas de Inserción, tal vez cuando estén ahí se reanimen.

    —Muy bien— consintió el joven, con expresión muy seria —Tú lleva a Shinji, que es el menos pesado, y yo haré lo propio con esta tipa.

    De ese modo, ya puestos de acuerdo, ambos subieron en hombros a sus pasajeros, sin que éstos opusieran la más mínima resistencia, y salieron lo más pronto posible de aquel recinto.


    La capitana llevaba la delantera, sin que el peso del muchacho que llevaba a cuestas significara mucho problema para desplazarse normalmente. Y de veras que Shinji era un tipo delgado, pensaba ella, mientras daba vuelta por uno de los pasillos.

    Por su cuenta, de nuevo Kai había enterrado sus penas y pesares en los más profundo de sí, echando llave y cerrojo a todo ello, y sin recordar un solo instante de la anterior angustia que había pasado, se entretenía en observar el juvenil y excelentemente delineado trasero de la alemana. Mientras sus pupilas se dilataban más y más con la esplendorosa visión ante sus ojos, una pícara y maliciosa sonrisa se pintó en su rostro, dejando ver al aire sus colmillos pronunciados.

    “De veras que está muy buena esta niña” se dijo a sus adentros. “Qué lástima que sea una psicópata manipuladora”.

    Se paseó la lengua por los labios, refrescándose cómo podía. Y sin hacer nada más, posó una de sus manos en los glúteos de la chiquilla, sin que ésta sintiera el más mínimo contacto desde sus sueños.

    Rivera no pudo evitar soltar unas cuantas carcajadas, abruptas y entre cortadas una de la otra. Le divertía pensar en lo que la muchacha le hubiera hecho si estuviera despierta. Además, la sensación de su mano paseándose en la bien formada nalga de Soryu, le excitaba de sobremanera. Se imaginaba lo maravillosa que debía ser en la cama. A lo mejor si en una ocasión le diera un somnífero o algo por el estilo...


    Sus planes se vieron cortados cuando, a la vuelta del corredor, se topó cara a cara con Misato, quien se había quedado a esperarlo, en vista de su tardanza. En cuanto vio lo que el joven se encontraba haciendo, y más su expresión de depravado, no tardó mucho en reprenderlo. El torrente de regaños y reclamos llovió incesantemente sobre el chico, empapándolo de pies a cabeza, mientras sus rodillas temblaban, su pulso se agitaba y cerraba los ojos, esperando que todo acabara en forma milagrosa.

    Pero aún así, Misato era muy liberal y bastante condescendiente con el infante. No le agradaba ni quería tener que corregirlo tantas veces y de forma severa. Eso, aunado a la prisa que en ese momento ambos llevaban, contribuyó para que la reprimenda fuera bastante breve, y que los dos se volvieran a poner en camino a la brevedad posible. Aunque eso sí, el muchacho iba adelante, y la mujer con rango militar iba por detrás, vigilando que el libidinoso muchachito tuviera las manos en la espalda de su pasajera.


    Al final, y con el tiempo pisándoles los talones, lograron hacerlos reaccionar para que ellos mismos pudieran ponerse sus trajes de conexión. A toda prisa, unos cinco minutos después, los pilotos ya estaban instalados en las cabinas de sus respectivos Evangelions y esperando a que los preparativos para el lanzamiento concluyeran. Cosa extraña, no se les notaba nervioso a cualquiera de ellos, ni siquiera a Shinji.

    —Vía libre— confesó uno de los operadores, en medio del ajetreo —Luz verde para el lanzamiento.

    —Unidades 01, 02 y Z listas para el lanzamiento— complementó Maya, una vez que se cercioró que los tres robots ya estaban en sus lanzaderas de despegue.

    —¡Ay, pero qué angustia!— se revolvió Misato, de pie a su lado, sujetándose la cabeza —¡Ni siquiera hemos podido hacer el entrenamiento esta mañana! ¡Será imposible que esos tres están listos para el combate! ¿Porqué me tiene que pasar esto a mí?— se lamentaba ante la vista incrédula de sus subordinados, semejante a un niño haciendo un berrinche.

    —Tranquila, Misato. No te preocupes— se escuchó la voz de Langley desde su Eva, calmando a su superior —La compenetración ya es perfecta.

    —¿Qué dices?— respondió atónita la mujer, recuperando la compostura.

    La joven europea ya no la atendió, entretenida en jugar al líder con sus compañeros, repartiéndoles sus indicaciones a cada uno.

    —Escúchenme bien, ustedes dos— una pantalla con el rostro de la muchacha apareció en las cabinas de ambos pilotos —Desde el principio iremos con el Campo AT completamente abierto y a una velocidad máxima de combate a pleno rendimiento.

    —De acuerdo— le contestó Shinji, tomando una expresión igual de seria —Tenemos 62 segundos para acabar con él, antes de que se acabe la toma interna de energía.

    —Ridículos— murmuró Kai, al notar los desplantes de importancia que sus dos compañeros se daban.

    —¿Dijiste algo?— le interpelaron los dos al mismo tiempo, con gesto rubicundo.

    —¿Yo? No, para nada.

    Y en la sala de controles, los oficiales a cargo de la misión se encontraban un poco confundidos con respecto a la actitud de los pilotos.

    —¿Qué será todo eso?— espetó Ryoji con su misma expresión risueña de siempre.

    —¿De dónde habrán sacado tanta seguridad esos chiquillos?— preguntó a su vez Ritsuko.

    —No tengo idea— reveló Katsuragi, tan confusa como sus colegas. Simplemente nomás no podía entender el porqué de esa actitud tan segura de sus tropas. Lo único que podía hacer en esos momentos era cruzarse de brazos, y esperar a que aquellos alardes de los que hacían gala tuvieran algún fundamento. Realmente lo esperaba.

    —¡Finalizada la carga externa de energía!

    —¡Lanzamiento!

    En un parpadeo, las plataformas que sostienen a los gigantes de acero ascienden a gran velocidad por entre los laberintos de túneles encima del cuartel y pronto alcanzan la superficie, impulsando a sus ocupantes hacia las alturas, elevándose las enormes moles de forma insólita sobre el Distrito 3 de la ciudad y planeando grácilmente en los aires, pese a su considerable tamaño y peso.


    El ángel, que ya se paseaba tranquilamente por la urbe, sólo observó también como impresionado por este hecho a sus contrincantes ascender por los cielos, para luego precipitarse a toda máquina en su contra. Era algo inesperado, casi lo habían matado del susto cuando salieron abruptamente de las entrañas del asfalto a sus pies en medio de todo ese estruendo que producían sus lanzaderas, y ahora lo atacaban desde el aire.

    —¡Pongan la música!— ordenó la capitana cuando los Evas se empezaron a precipitar a tierra, perdiendo impulso.

    En el acto la ya tan memorizada melodía musical se escucha en el sistema de sonido, y desde ese momento daba inicio formalmente el combate.

    Recordando la pauta de ataque, los tres pilotos maniobraron mientras eran jalados por la gravedad para caerle encima con todo su peso al blanco, incrustándole las rodillas, acción que lo tumbó aparatosamente de espaldas al suelo; mientras que por el contrario, sus agresores se las ingeniaron para aterrizar los más delicadamente que fuera posible con el tipo de artefactos que tripulaban.

    —¡Es increíble!— aplaudió su superior desde la sala de mando —¡La coordinación es impecable!— añadió al observar el primer golpe.

    —¡Pueden lograrlo!— los animó a su vez la Doctora Akagi, empuñando su mano derecha.

    Enseguida emergieron del piso anaqueles de armas justo a lado de los Evas 01 y 02, quienes se hicieron de los rifles en su interior a la velocidad del rayo y sin decir más dispararon una descarga sobre la criatura.

    Ésta, que ya se había incorporado, rechazaba los proyectiles con suma facilidad gracias a su Campo A.T., sólo que lo que no se imaginaba es que Shinji y Asuka sólo estaban cubriendo a Z, para que éste pudiera derribarlo sin ningún problema con una de sus ráfagas ópticas de mayor poder, obligándolo así a volver a separar su masa y volumen en tres cuerpos.

    Los trillizos todavía no caían al suelo cuando ya estaban disparando sus propias descargas en contra de sus atacantes. Haciendo uso de una encomiable sincronización, los tres pilotos hicieron piruetas sobre el piso, ganando espacio para que luego la Unidad Especial pudiera proteger a sus otros dos acompañantes soportando las tres embestidas con su armadura reforzada, la cual apenas y se rasguñó con los impactos.

    De nueva cuenta, tanto la Unidad 01 cómo la 02 aprovecharon la oportunidad para recetarles a los monstruos otra descarga de balas, ahora cubiertos por el Eva Z. Sólo que en esta ocasión la trinidad no iba a esperar sus ataques de la forma tan paciente en que lo había hecho anteriormente, e indispuesta a seguirles el juego, sus tres miembros sortearon la hondonada de misiles en su contra, saltando prodigiosamente para entonces jugar al “ojo por ojo” y caerle de lleno a Rivera, que se derrumbó también de espaldas sobre del piso, levantando una gran nube de polvo y haciendo otro gigantesco bache en la calle.

    —¡Fuego de protección!— ordenó Misato, al ver su plan en peligro —¡Comiencen la descarga!

    No había terminado de dar la orden cuando ya las criaturas estaban siendo abatidas por varios proyectiles balísticos del tipo superficie – aire SA5 disparados a control remoto desde distintos puntos estratégicos distribuidos alrededor de toda la zona. Por supuesto que no lograron detenerlos, su propósito era el de únicamente cubrir a los Evas mientras se reagrupaban. Auspiciado por el humo que levantaban los impactos de los misiles, Kai aprovechó para reunirse con sus compañeros. La carga ya había cesado, y aún cuando la neblina no se asentaba del todo, Asuka les hizo una indicación mientras todavía había tiempo. La melodía seguía corriendo en sus oídos.

    —¡Shinji! ¡Kai!— les dijo —¡Ahora es cuando!

    —¡De acuerdo!— respondieron al mismo tiempo.

    Efectivamente, era ahora o nunca. El polvo les ocultaba al ángel, pero a su vez éste tampoco podía ver su posición. En cambio, ellos ya se habían dado cuenta más o menos de donde se encontraba cada miembro del monstruo. Salieron disparados hacia ellos y mientras la nube de polvo se dispersaba, apoyaron el pie izquierdo para dar un soberbio salto que los catapultó de nuevo a los aires. Arriba, una vez más maniobraron y dando un giro sobre ellos mismos se acomodaron para asestarle cada uno una patada a su respectivo objetivo.

    En un momento que pareció congelarse por siempre, los tres robots, aprovechando el incremento de peso que la inercia les proporcionaba, sumándole la fuerza de la patada lograron impactar al mismo tiempo sobre los núcleos de los tres seres, que permanecieron inmóviles mientras éstos eran destruidos.

    Los jóvenes sintieron un agradable cosquilleo en el estómago al sentir resquebrajarse aquellas esferas bajo las botas de sus máquinas, para después despedazarse en cientos y cientos de fragmentos cediendo ante la fuerza que les aplicaban, para entonces liberar una reacción en cadena y provocar una espectacular explosión que acabó tanto con el ángel como con un buen sector del Distrito 3.


    Katsuragi, desde su lugar, apenas si podía creerlo. Después de todo, sus arduos entrenamientos y fatigas de varias horas habían resultado. La misión había sido un éxito. No era tan mala líder, a final de cuentas.

    —¡Lo lograron, lo lograron!— explotó de júbilo, apenas cabiendo de alegría, tanto que no se había dado cuenta que se le había colgado al cuello a Kaji, a su lado, en medio de su festejo —¡Viva, viva! ¡Soy la mejor!

    El hombre no había puesto mayor objeción ante el súbito gesto de Misato, acogiéndola suavemente entre sus brazos, con su imborrable sonrisa pícara en los labios. Aquello no podía durar mucho, lo sabía bien y mientras tanto había que aprovechar. Y en efecto, al cabo de unos instantes la capitana se le quedó viendo, perpleja de lo que había hecho, soltándolo de inmediato y propinándole una sonora bofetada en pleno rostro.

    —Eh... este... — pronunció Maya desde su puesto, un tanto indecisa en dar su reporte al presenciar la escena —Lo que pasa es que ninguno de los Evas se ha levantado.

    —¿Cómo dices?— exclamó la capitana, fijando su atención en el monitor de Ibuki.


    Efectivamente, en medio del cráter humeante que había dejado la anterior explosión, yacían inmóviles los tres Evangelion, uno encima del otro.

    —¡Te olvidaste de sincronizar el último aterrizaje!— le reclamaba desde su cabina Asuka a Ikari, quien le había caído encima —¡Siempre tienes que ser tan torpe!

    —Lo siento— se disculpaba Shinji, alzando los brazos —Pero cómo nos quedamos dormidos en la última parte del entrenamiento...

    —¡Pero es que para un aterrizaje no necesitas entrenar, inútil!

    —¿Quisieras callarte de una buena vez?— le espetó Kai, con los dos a cuestas —Tú tampoco hiciste un aterrizaje perfecto que digamos... me caíste encima, vaca echada...

    —¡Fue porque este granuja me golpeó primero!— reclamó la joven alemana —¿Y a quién le dices vaca, simio asqueroso? Me di cuenta que cuando me cargabas tuviste pensamientos obscenos y quisiste propasarte conmigo, miserable...

    —Vaya, y yo que creí que estabas dormida...— masculló Rivera, rascándose la barbilla mientras la sangre se agolpaba en sus mejillas.

    —¡¿QUÉ?!— explotó Langley en su asiento —¡Yo sólo estaba bromeando! ¿Quieres decir que de verdad pensabas abusar de mí mientras estaba dormida? ¡Qué horror! ¡Eres un sucio cerdo! ¡Canalla! ¡Pervertido! ¡Animal! ¡Imbécil!

    —Oigan, al fin y al cabo ya derrotamos al enemigo, así que: ¿qué más da?— sugirió Shinji, entrometiéndose en el pleito —No se pongan a pelear de nuevo, ¿quieren?

    —¡Tú no te metas, insecto!— le reclamó la chiquilla, furiosa de que su dignidad fuera profanada por ese pelafustán —¡No lo defiendas! ¡De seguro los dos están de acuerdo!

    —¿De qué estás hablando?— se defendió el muchacho ante tal acusación —Yo nunca...


    —Allí están de nuevo— musitó Katsuragi, ocultando su rostro enrojecido entre sus manos, ante la fría mirada de los comandantes, que se encontraban en su balcón vigilando todos los movimientos de la operación —Esos niños nos están poniendo en vergüenza otra vez...
     
  18.  
    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

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    13 Mayo 2014
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    Escritor
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    El Proyecto Eva
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
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    Acción/Épica
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    Capítulo Trece: "Inmersión en el magma"

    “You shake my nerves and you rattle my brain


    too much love drives a man insane

    you broke my will, oh what a thrill,

    Goodness, gracious, great balls of fire!”


    Jerry Lee Lewis

    “Great Balls of Fire”


    En todo el año, hay una época en particular que es la favorita de los estudiantes en todos los rincones del mundo. Y ésa es el verano. El fin del ciclo escolar, lo que significaba también el principio de las vacaciones. Libres de la exasperante labor de asistir a la escuela, los jóvenes pronto abarrotan los centros recreativos y de diversión, cómo lo eran las playas y balnearios, cines y centros comerciales y un sinfín de opciones de las que disponía en aquellos tiempos la industria del ocio, como los juegos de realidad virtual por citar un ejemplo. Era un buen desahogo, por lo menos para evitar pensar en los tiempos difíciles por los que todos atravesaban. Siempre era bueno distraerse un poco y olvidarse de los problemas. Por lo menos eso era lo que pensaban Shinji y sus amigos el último día de clases, mientras planeaban lo que harían en el viaje a Okinawa que habían planeado los miembros de la clase junto con el maestro tutor. Aquello era tan emocionante, pensaban, por fin podrían salir de aquella ciudad tan sola y aburrida en la que vivían para divertirse en uno de los mejores centros vacacionales del país. ¡Y las chicas que podrían admirar en esas playas tan hermosas! Quizás hasta alguna voltearía a verlos y entonces podrían dirigirle la palabra a una de ellas. Sí, en Okinawa se iban a divertir de lo lindo. Por lo pronto, ni Kai ni Shinji compartían el ánimo que profesaban sus dos compañeros. Rivera seguía sumido en su postura indiferente, con los brazos apoyados en la nuca mientras caminaba al compás de sus camaradas, mientras que el silencio de Ikari bien podría haberse debido a la boleta de calificaciones que sostenía en su mano. No le había ido muy bien en los finales, de hecho había bajado su promedio 10 puntos en relación al anterior que tenía en su vieja escuela. Ahora las calificaciones ya no importaban tanto, pero de todos modos no podía dejar de angustiarse por ese bajón en sus notas. Y es que ser piloto de Eva le restaba mucho tiempo a sus estudios.

    —Ya va siendo hora de que quites esa cara de paciente estreñido— lo instaba Kai al percatarse de lo afligido que estaba su compañero de cuarto cuando repasaba una y otra vez ese 80 que tenía marcado en su calificación final —Sólo un ñoño se apuraría por cosas como esa... ¡Un ochenta no es tan malo, no seas ridículo!— luego bajó los brazos, para encarar al pequeño grupo —Eso es algo que nunca entenderé de ustedes, los estudiantes, siempre tan empeñados en obtener el puro 100, sólo porque sí... ¿Qué no se dan cuenta que lo que se aprende es lo que en verdad cuenta? Se la pasan varias noches en vela memorizando de cabo a rabo sus libros, en realidad sin entender nada de lo que dicen, y luego de que hacen su dichoso examen todo lo que se retacaron en la cabeza se les olvida. Y todavía, por si todo eso no bastara, se la pasan angustiados por un mugroso número garabateado en un papel. En serio, tipos, creo que nunca podré entenderlos.

    —Tú puedes decir todo lo que quieras— respondió Shinji, todavía con su rostro compungido —Sacaste 100 sin sudar, ni siquiera estudiaste para el examen final... no te preocupas por las calificaciones porque siempre sacas perfecto fácilmente... pero en cambio uno no puede hacerlo tan sencillo...

    —Es cierto, Kai— añadió Kensuke, quien ya para entonces se permitía tener cierta familiaridad con él, enseñándole la boleta que con anterioridad había arrojado en el bote de la basura del salón —Pero a pesar de tus excelentes calificaciones no pudiste evitar reprobar en conducta... ¡Mira qué números tan rojos! ¡Nunca lo creí de ti!

    —¿Y eso qué tiene que ver, idiota?— le espetó molesto el muchacho, arrancándole de las manos el dichoso papel para volver a arrugarlo y lanzarlo por encima de su cabeza —Conducta, ¡mis calzones! Eso ni siquiera es asignatura...

    —Pues yo también pienso que un 80 no es tan malo— musitó Toji mientras veía su calificación con cierto desgano —Yo cuanto apenas alcancé a sacar un 70. Cielos, mi viejo se enfadará conmigo, le prometí ponerle más empeño a mis estudios este año.

    —Por lo menos superaste el 60 del año pasado— le respondió Aida, admirando el hermoso 90 que él tenía grabado —¿Entonces crees que no te deje ir al viaje?

    —Bah, ya me las arreglaré para que me dé ese permiso... ¡esperé todo un año por ese viaje, no puede prohibirme que vaya a Okinawa así cómo así!

    —¡Será fabuloso salir por fin de esta apestosa ciudad!— exclamó bastante entusiasmado Kensuke en medio de la calle —¿No lo creen así, chicos?— les preguntó a sus otros dos compañeros que se habían quedado rezagados de la conversación, y quienes no lucían tan animosos como Toji y él.

    —En realidad, prefiero quedarme aquí— confesó Kai, metiéndose las manos en los bolsillos de su pantalón deportivo —Un lugar tranquilo me servirá para aliviarme de todas las tensiones que he padecido las últimas semanas... de veras que lo necesito...— admitió con un suspiro, dándose masaje en uno de sus hombros —Además, la imbécil de Asuka también irá y yo quiero estar lo más lejos posible de ella— dijo mientras se estremecía de un horrible escalofrío que la sola mención de ese nombre le provocó.

    —Y hablando de eso— intervino Toji, acercándosele para murmurarle en un tono de complicidad, dándole ligeros codazos en el abdomen —¿Cómo fueron esos cinco días que pasaron juntos, sinvergüenza? ¿No hicieron nada salvaje y desenfrenado, eh?

    —¡Claro que no!— vociferó molesto el joven, encarándolo —¡No tengo ningún interés en esa zorra, ni nunca lo tendré! Habría que estar loco para intentar algo con ella...— finalizó, adoptando su postura original, medio abochornado. Todavía tenía fresca en la memoria la imagen de la joven europea envuelta en esa toalla, con el cabello y la piel húmeda después de ducharse, con todo ese vapor detrás de ella.

    —Pues yo estoy que me muero de la envidia— musitó Aida, mordiéndose las uñas.

    —Cállate, ¿quieres?— respondió Rivera, enfadado por la ingenuidad con la que su compañero decía las cosas —Esos cinco días fueron de los peores de mi vida. Tener que ver a esa idiota las 24 horas del día fue algo insoportable. Si tuviera que volver a hacerlo, lo más probable es que me desmayaría.

    —Sí, claro— le dio Toji por su lado cuando su amigo volvía a estremecerse —¿Y tú, Ikari, que me dices? ¿Podemos contar contigo para divertirnos a lo grande en la playa?

    —Tampoco yo creo poder ir al viaje, ahora que lo mencionan— les reveló Shinji, un poco menos preocupado por sus calificaciones, por fin guardando en un bolsillo la boleta —Lo más probable es que no se me permita salir de viaje. Un ángel podría atacar mientras esté fuera, o algo por el estilo. Ser un piloto Eva absorbe todo tu tiempo disponible, por si no lo han notado.

    —Qué lastima— masculló Suzuhara, pateando una lata que se atravesaba en su camino —El viaje no será lo mismo sin ustedes, eso es cierto. Esperaba que nuestro buen amigo, el “Loco Katsuragi”, pudiera enseñarnos algunos trucos para ligarnos a unas nenas en la playa. Será un desadaptado y todo lo que quieran, pero tengo que reconocer que este tipo tiene magia con las señoritas...

    —Aprende por ti mismo, zoquete, yo lo hice— indicó Rivera, con una sonrisita en los labios. Siempre era agradable que otros reconocieran su habilidad con las mujeres —Fui completamente autodidacta.

    —¿En serio?— le inquirieron sus tres acompañantes con una mirada acusadora.

    —Bueno, quizás Misato me dio uno que otro tip— finalmente confesó, apenado, rascándose la nuca mientras apartaba la vista de ellos.

    En esos momentos ninguno de los cuatro prestó la menor atención cuando una camioneta de paquetería pasaba por la calle junto a la acera por la que caminaban, y que venía justo de la dirección por la que se encontraba el edificio departamental de la familia Katsuragi. Oh, no, ni Shinji ni Kai se imaginaban lo que les esperaba cuando llegaran a casa.


    Una vez que estuvieron frente a su edificio, los dos pilotos se despiden quizás por un buen tiempo de sus amigos, alzando un brazo mientras éstos seguían su camino.

    —¡Nos vemos!— les decía Ikari —¡Manténganse en contacto!

    —¡Así lo haremos!— le contestaba por su parte Kensuke, a lo lejos.

    —¡Les llamaremos en cuanto volvamos!— puntualizó Toji, perdiéndose de vista al dar vuelta en una esquina.

    —No te preocupes— pronunció Rivera a su acompañante cuando se dirigían a la entrada del edificio departamental, cruzando la calle —Tal vez podamos ir a despedirlos al aeropuerto. Salen pasado mañana, ¿correcto? No creo que estemos ocupados para entonces. Hasta podríamos ir a almorzar al restaurante del aeropuerto, allí preparan un excelente filete Mignon, o si lo prefieres, también es muy bueno el pescado adobado de allí— el chiquillo sentía que se le hacía agua la boca al recordar el exquisito sabor de los platillos mencionados.

    Al igual que había sucedido con Toji y Kensuke, el trato cotidiano entre ambos, y sobre todo el establecimiento de una rutina, habían facilitado que la relación entre esos dos muchachos se llevara en términos un poco más cordiales, si bien las viejas rencillas aún no estaban del todo olvidadas.

    —Suena bien para mí— le respondió su compañero mientras subían las escaleras —Por lo menos no nos pasaremos las vacaciones encerrados en el departamento... ¿Porqué no vamos la semana que viene al cine, o a ese nuevo centro de realidad virtual que pusieron en el centro? Así no nos aburriremos.

    —Hm, ahorita no hay ninguna película en cartelera que me interese— dijo el joven cuando caminaban a la puerta de su hogar —¿Y no te has enterado de qué es ese módulo de realidad virtual? De piloto de Evangelion...

    —Oh no...— se lamentó su compinche. Pilotar un Eva arriesgando la vida y después jugar a que pilotaba un Eva no sonaba para nada divertido, por lo menos para ellos dos.

    —A lo mejor podemos convencer a Misato para que nos lleve a un balneario de aguas termales que hay a las afueras de la ciudad— lo tranquilizó, pasando la tarjeta por la ranura de identificación, haciendo que la puerta se abriera —El agua allí es deliciosa y el paisaje es muy bonito. Acostumbrábamos ir seguido antes de entrar a trabajar en NERV.

    Tadaima!— pronunciaron al mismo tiempo los dos jóvenes al ingresar a su casa, quitándose los zapatos en el recibidor y poniéndose sus pantuflas. Tadaima es una expresión que se utiliza al volver a casa, algo así como “¡Ya llegué!”.

    Okaerinasai!— se le escuchó decir a Katsuragi dentro de su cuarto. Otra expresión japonesa, esta vez para recibir al recién llegado. Como “¡Bienvenidos!” o algo por el estilo.


    Con la firme intención de empezar de inmediato con sus vacaciones, Kai depositó pesadamente su mochila en el suelo sin el menor reparo, resuelto a reposar en su habitación como hacía tiempo que no lo hacía. De ahora en adelante tendría mucho más tiempo libre, mismo que aprovecharía para rescatar las actividades que por la escuela o por el trabajo había abandonado, como su guitarra que estaba arrumbada y olvidada, practicar sus bocetos, comprar más discos, su consola de videojuegos y una larga lista que estaba en espera. Por lo pronto, lo primero que haría sería disfrutar de su ansiada emancipación tomando una larga siesta y después pondría su disco favorito mientras se ponía al tanto con sus lecturas atrasadas. Luego cenar, ver televisión para volver a dormir hasta muy tarde al día siguiente. Tenía todo su horario programado y nada parecía que le impediría realizarlo. Pero...

    —¡Estoy muerto!— se dijo a sí mismo en medio de un bostezo —Lo único que quiero ahora es tirarme en mi camita y luego...— no pudo concluir su frase, ya que en cuanto deslizó el fusuma de su habitación con un sordo murmullo, quedó petrificado en su sitio, sin dar crédito a lo que veía.

    El cuarto de los chiquillos estaba repleto de montones y montones de cajas de paquetería, apiladas una sobre otra, de tal manera que ocultaban todos los muebles de la habitación y sus enseres personales. Para donde quiera que mirara en el interior de ese cuarto sólo se divisaba las interminables cajas de cartón que invadían su espacio personal. Todo lo tapaban: su escritorio, su computadora, sus trofeos, su televisión, sus discos, ¡su cama! Y lo que era más, entre todo ese barullo no alcanzaba a distinguir algunas de sus más preciadas posesiones. ¡Era una violación a su intimidad! ¿Qué clase de monstruo pudo ser capaz de hacer algo tan vil? Al borde de un colapso nervioso, sólo atinó a gritar a todo pulmón, sujetándose los cabellos:

    —¡MI CUARTO!— exclamó conmocionado al mismo tiempo que Shinji se le unía para presenciar el estado de su habitación —¡¿Qué fue lo que le pasó a mi hermoso cuarto?! ¡¡No es posible, que alguien haga algo!!

    —Pues qué lástima— pronunció Asuka, saliendo inesperadamente del baño a sus espaldas, entonando con una risita burlona —Porque sucede que ahora es MI cuarto...

    Maquinalmente, como si no estuvieran del todo convencidos de lo que habían escuchado, y sobre todo de a quién habían escuchado, los dos muchachos desviaron la mirada hacia atrás, el lugar de donde provenía esa voz, para encontrarse a Langley en el umbral de la puerta en una de sus poses características: inclinada ligeramente hacia un lado con una mano apoyada en la cintura. Parecía que estaba modelando el atuendo casual que traía puesto, una ajustada camiseta blanca y una recortada minifalda.

    Ikari se quedó inmóvil donde estaba, sorprendido; y asimismo, el estruendo que hizo Kai al caer desmayado al suelo se escuchó en toda la casa.

    —¿Y éste porqué se desmaya?— preguntó molesta la jovencita, tanteando el cuerpo inconsciente de Rivera con la punta del pie —Cualquiera diría que vio una aparición.. no sabía que fuera tan frágil...

    —P – Pero Asuka— se dirigió a ella el joven japonés, con la misma cara de estupefacción a la vez que trataba de darle aire a su compañero para que reaccionara, abanicándolo con la mano mientras lo sujetaba en el piso —¿Qué es lo que estás haciendo aquí?

    —Ah... Shinji, amigo...— en ese momento Kai empezaba a salir del estupor de la inconsciencia, sin darse cuenta completamente de su situación —Tuve una pesadilla de lo más terrible... Asuka estaba en el departamento, se había apoderado de mi cuarto y después intentaba violarme... fue espantoso...

    —¡Óyeme, animal, no andes inventando absurdos!— le respondió la chiquilla, enfurecida.

    —¡Ahhh! ¡No era un sueño!— pronunció aterrado el joven, incorporándose de un salto y santiguándose —¿Qué haces aquí? ¡Lárgate antes de que llame a la policía por estar invadiendo mi propiedad! ¡Shú! ¡Fuera!— le decía despectivamente, barriéndola con las manos cómo se haría con cualquier can.

    —¡No soy un perro, estúpido!— le reclamó la muchacha dándole un golpe en la cabeza, para luego adoptar de inmediato su postura inocente —Misato me ha invitado a residir en este lugar. En realidad, viviendo sola tendría menos problemas, pero es que me ha insistido tanto que no pude rehusarme.

    —¿Así como así?— masculló Ikari en su lugar —¿Sin consultarnos en nada?

    —¡Esto no puede estar pasando!— gimió por su cuenta su compinche —¡He sido traicionado por mi propia madre! ¿Porqué a mí? ¿Porqué?

    —¡¿Qué les pasa, cretinos?!— los interpeló la alemana, blandiendo un puño —¿No están conformes o qué?

    Desolado, habiendo sido su santuario profanado y con esto también la seguridad que su propio hogar le inspiraba, el joven mestizo se derrumbó pesadamente en el suelo, apoyándose en la pared con la esperanza de que un rayo entrara por la ventana y lo fulminara, sólo para completar su día. ¿Qué iba a ser de su vida ahora? Si ya no podía refugiarse en la santidad de su hogar, ¿a dónde más podría ir? ¿Qué podía hacer en esas circunstancias? El desarrollo de los eventos no era muy favorable, eso que ni qué.

    —No te preocupes— le susurró la muchacha al oído a Shinji, para que Rivera no pudiera escucharlos —Me irás perfecto como compañero, para eliminar el estrés. Además, te consentiré mucho, tenlo por seguro.

    “¿Pero qué diablos pasa con mi estrés?” pensó descorazonado el chiquillo, aunque también un tanto acalorado por el último comentario de la joven europea, quien terminó guiñándole un ojo en tono de complicidad.

    Sensación que se desvaneció por completo cuando una vez más la muchacha hacia gala de su temperamental carácter, repartiendo órdenes y quejas a diestra y siniestra con su potente voz que exigía ser escuchada de inmediato:

    —¡Qué pequeñas son las cajas japonesas!— exclamó la chiquilla observando las pilas de cajas en toda la habitación —No me ha cabido ni la mitad de mi equipaje. Ustedes dos, haraganes, llévense sus porquerías afuera y después vienen para que me ayuden a instalarme. ¿No esperaran que desempaque todo este barullo yo sola, verdad? ¡Muévanse!

    Cuando señaló a esa arrugada y maltrecha caja en la que se encontraban apretadas unas contra otras casi todos sus enseres personales, revueltos con los de Shinji, a Kai por poco le provoca un infarto múltiple.

    —¡Mis cosas! ¡¿Qué has hecho con ellas, pequeña bruja?!— gritó alarmado el muchacho abalanzándose sobre la maltratada caja, vaciando en el piso su contenido, dándose cuenta que casi todo estaba roto o maltratado —¡Mis pósters de la selección argentina de fútbol están arrugados! ¡Y también los del equipo Atlas! ¡Ahhh, ya no consigues de éstos en ninguna parte! ¡Mis estampas de béisbol de las grandes ligas! ¡El casete de A Hard´s Day Night arruinado! ¡También el del Yellow Submarine! ¡¡¡Noooooo!!! ¡Todo menos esto!— prorrumpió al borde de la histeria, recogiendo la arrugada y delgada portada de un disco de acetato —El... LP original de Revólver... hecho añicos...— musitó descorazonado, cuando sacó del interior los pedazos de disco negro uno a uno, algunos más grandes que otros —Sólo quedaban diez de éstos en todo el mundo...

    —¿Te refieres a esa cosa primitiva que le sale música cuando lo rascas con una aguja? Pues ahora, ya sólo quedan nueve— añadió la alemana en tono de burla —¡Por favor, no seas tan ridículo! Todos esos cachivaches antiguos debían de estar en la basura hace ya muchos años... sobre todo esas grabaciones obsoletas en cinta. ¿Qué hay de entretenido en mirar a cuatro desarrapados, en una película en blanco y negro, brincar y bailar como idiotas mientras cantan? ¿Ó esa otra que tiene unos dibujos espantosos? ¡Qué anticuado! De hecho, te hice un gran favor, ahora tendrás más espacio en tu nueva ratonera, ¿no lo crees?

    —Tú... maldita hija de... voy a... matarte...— pronunciaba entrecortadamente el chico con los dientes apretados, mientras la vena en su cabeza parecía que iba a reventarle.

    La chiquilla le dio la espalda, ignorándolo y poniéndose a silbar una alegre tonada, al mismo tiempo que el muchacho tomaba un largo y afilado pedazo de disco roto entre sus manos y se le acercaba por detrás, sujetándolo férreamente por encima de su cabeza.

    —El mundo... me lo agradecerá... después...— mascullaba entre dientes, en el mismo tono demente con el que la había amenazado con anterioridad.

    —¡Hola!— ingresó Misato al cuarto, arrebatándole a su protegido de las manos el peligroso pedazo de acetato —¿Se están llevando bien?— preguntó sarcásticamente la mujer, con su mascota pingüino agazapada a su pierna, temeroso de la visitante.

    —Mi – ¡¡¡Misatooo!!!— se sujetó a ella del mismo modo Rivera —¡Es espantoso! ¡Usurpó mi cuarto y mis.. mis cosas... todas mis posesiones materiales las hizo basura!— vociferaba restregando el rostro en su chamarra roja, desequilibrándola.

    —Oh, es una lástima— dijo dificultosamente, tambaleándose con el peso del joven y observando en el piso las cosas que el chiquillo tanto atesoraba, arruinadas —Pero estoy seguro que no se trata más que de un accidente, no creo que haya sido con intención. ¿No es así, Asuka, linda?

    —Por supuesto— contestó Langley en un tono bastante ensayado —Yo sería incapaz de hacer algo así... lo que pasa es que no sabía que había cosas tan frágiles, lo siento mucho.

    —¿Lo ves?— añadió Katsuragi, dirigiéndose a Kai mientras éste fustigaba con la vista a la joven europea, sin creerle una sola palabra —Mira, quizás todavía podamos rescatar algo... ¿Porqué no vamos a la mesa a ver si hay algo que se pueda arreglar con un poco de pegamento? Enseguida volvemos, Asuka, es cuestión de un segundo. Descuida, que todos ayudaremos a que te instales.

    —Por mí no se apuren— señaló la jovencita, y por la mueca que hizo no se podía distinguir si era un comentario sincero o puro sarcasmo —Tengo todo bajo control.


    Así pues, los tres ocupantes originales del apartamento (cuatro si contamos a Pen – Pen ) realizaron una reunión extraoficial en el comedor de la cocina, examinando cuidadosamente los despojos de las pertenencias de los chiquillos, buscando infructuosamente como en un naufragio algo que se pudiera salvar.

    No solamente a Rivera le había ido mal, también Shinji había perdido algunas de sus cosas, cómo sus audífonos y un juego de video portátil, aunque claro que ninguno de éstos era tan valioso como las pertenencias que su compañero había perdido. Por lo demás, todas sus demás pertenencias habían salido ilesas.

    —Bien pudiste habernos avisado— le cuchicheaba Kai a su tutora, sacando del fondo del cajón su fotografía familiar rota de nuevo. Ya iban dos veces que quebraban el vidrio del marco en menos de un año.

    —Lo siento mucho, pero es que lo decidí de repente— respondió Katsuragi en el mismo tono bajo —Lo que pasa es que Asuka me dijo que quería venir a vivir con nosotros.

    —¿Qué?— dijeron al unísono los dos muchachos, sin creer lo que estaban escuchando.

    —Y no podía excusarme poniendo de pretexto que no me daba abasto con ustedes dos, ¿no lo creen? ¿Qué podía decirle?— se interrumpió a sí misma cuando sacaba un envoltorio de la caja maltratada —¡Mira, son esos carboncillos que dijiste que habías perdido!

    —Debiste decirle que no fuera tacaña y pagara alquiler en cualquier otro lugar— volvió a susurrar su protegido, tomando entre sus manos el contenido de la bolsa, verificando su buen estado —Aquí ya no hay espacio, apenas si cabíamos nosotros. ¿Dónde se supone que vamos a dormir ahora Shinji y yo?

    —Ya lo sé, ya lo sé, y lo lamento mucho— se disculpó Misato, esculcando entre los escombros —He estado pensando que podríamos mudarnos al piso superior, allí hay un departamento de tres habitaciones y dos baños, eso solucionaría nuestro problema. Mientras tanto, si lo desean ustedes se pueden acomodar en mi cuarto y yo duermo con Asuka, ¿qué les parece?

    —Me parece que yo mejor duermo con Asuka...— contestó Kai, sosteniendo frente a sí un pedazo de su alcancía rota. No había guardado dinero allí, la tenía más bien como una curiosa artesanía que había adquirido en su más reciente viaje a México.

    —¿Qué dijiste?— le interpelaron sus dos acompañantes.

    —¿Yo? Nada, nada...— se defendió el joven, con el rostro colorado.

    —Cómo sea, me parece que ya hacía falta otra chica aquí, tal vez por fin pueda hablar con alguien de cosas de mujeres— continuó Misato para que luego los dos muchachos la miraran con ojos entornados mientras pensaban: “Y lo dice la que nos pone a lavarle sus pantimedias” —Además, Shinji, tú mismo me dijiste que los cinco días que pasaron juntos fueron muy divertidos, ¿no?

    —Pues... supongo que sí...— musitó Ikari, apenado, doblando una camisa del colegio que se encontraba dentro de la caja —Aunque no estoy muy seguro al respecto...

    —¡¿Qué?!— se exaltó Rivera, poniéndose de pie y estrangulando a su secuaz —¡¿Cómo pudiste decir eso?! ¡¿No tomaste en cuenta lo mal que lo pasé?!

    —Es... que creo... que a mí sí... me agradó...— decía apurado el muchacho, sacando la lengua, falto de aire.

    —¡Oigan, los tres!— vociferó la alemana desde su, ya ahora cuarto —¿Van a venir a ayudarme o solo se están haciendo tontos allá?

    —¡Ya vamos!— le avisó Katsuragi, alisando unas camisas estampadas de Batman y Dragon Ball, respectivamente, de lo poco que se había salvado —Vamos, Kai, deja de ahorcar al pobre de Shinji; él no tiene la culpa de haberse divertido mientras tú te amargabas la existencia.

    —No es justo— murmuraba el muchacho, acatando la orden que se le daba —Es que no es justo— repetía descorazonado cuando se encaminaban a su antigua habitación.


    Se había hecho de noche muy pronto. Ya estaban a punto de dar las doce de la noche. Pronto empezaría un nuevo día, aunque todavía faltaban algunas horas para que amaneciera. Ikari estaba exhausto. Fue un día muy laborioso. En realidad, no podía dormir debido a la falta de sueño, sino porque lo molestaba de sobremanera ese extraño sonido cuya fuente no alcanzaba a precisar. ¿Qué sería?


    Rivera no podía dejar de rechinar sus dientes unos contra otros. Ni siquiera cerrar los ojos, que estaban clavados en el techo. La sangre le hervía y sólo podía pensar en nada más que venganza. No había podido realizar una sola de las tareas de su itinerario elaborado previamente de manera tan cuidadosa. Toda la tarde había desperdiciado su precioso tiempo desempacando la basura de Asuka, y acomodándola como ella quisiera. La muy sinvergüenza. Había sacado del cuarto todas sus cosas, excepto su televisión, su estéreo y su computadora. Qué conveniente. Y a final de cuentas, le había tocado dormir en la sala, en esas incómodas colchonetas japonesas. Con lo que le gustaba dormir en el suelo. Por suerte, era verano y hacerlo era de cierta manera refrescante. Pero no podía pasar por alto que en esos mismos momentos ella estaba durmiendo en su cama, disfrutando de ese colchón tan cómodo y de esas almohadas tan suaves y confortables que parecían nubes. En esa cama en la que había dormido por más de cinco años. Aunque, ahora que lo pensaba mejor, de alguna forma era excitante el pensar que ese sensacional cuerpo se encontraba ahora reposando en la cama en la que apenas ayer había dormido. Esa torneada, blanca y suave piel, tan cálida, entre sus sábanas, aquellos senos tan redondos y firmes apoyados en su colchón, su aliento sobre las almohadas en las que solía reposar la cabeza. ¿Y si...? No, no, eso sería muy estúpido y arriesgado, casi un suicidio. Si acaso llegaba a descubrirlo, podría ir despidiéndose de la vida. Seguro lo mataría. ¿Y qué diría Misato? Pero es que fue culpa suya, por traerla aquí a incomodarlo. Por otro lado, si nadie se enteraba, podía sacar ventaja de la situación. Y sería la venganza perfecta. Pero, ¿y si lo descubrían? No valía la pena correr el riesgo, ¿ó sí? La sangre quema, la sangre está ardiente, no podía pensar en otra cosa que no fuera Asuka. Sí, está bien, lo haría, lo haría sin importar el precio. Su premio nadie se lo iba a poder quitar. Iba a hacerlo. La tentación de apoderó de él rápidamente y con suma facilidad. Creyendo a su compañero completamente dormido, salió del futón, caminando sigilosamente entre la oscuridad, deslizándose como un gato. Un gato en celo. Con las hormonas desatadas galopándole en la cabeza, en todo su sistema, atravesó la sala hasta alcanzar la puerta de la habitación, que deslizó cuidándose de no hacer ningún ruido para luego introducirse al interior, con un solo pensamiento perverso en la mente. Su instinto biológico demandaba ser atendido cuanto antes, haciendo a un lado su conciencia. Aún en la penumbra, pudo verla. Allí estaba ella, plácidamente dormida en el lecho, envuelta en esas delgadas sábanas que él tantas veces había tenido que lavar por haberlas empapado durante sus sueños húmedos. Y ahora se encontraban esas formas tan curveadas, bien delineadas por la manera en la que se había envuelto. Poseído por la insana pasión, tragando saliva, se acercó cuidadosamente hasta ella, reptando lentamente por la cama y de paso aprovechando para pasear las manos en esos pronunciados muslos, aun cuando fuera por encima de la sábana. Eran tan tibios, y tan suaves. Quien sabe cómo, pero había conseguido ponerse encima de ella sin que se percatara y sin que el colchón hiciera el menor movimiento que pudiera alertarla. No podía detenerse, carecía de voluntad. Ahora la dueña de todos sus pensamientos era ella, ella y ese cuerpo suyo tan perfecto que debía pertenecerle a cualquier costo. Sí, sería de él, pasara lo que pasara. Y es que en esos momentos tan confusos no pensaba en lo que le llegaría a pasar si por algo Langley llegaba a despertar. Sus posibilidades no eran muy buenas. Pero es que su aliento quieto estaba tan cerca de él. Podía escuchar el ritmo de su respiración. Inhala. Exhala. Inhala. Exhala. Ardiendo, acercó poco a poco sus labios a los de ella. Ya respiraba del mismo aire que la muchacha. Sus narices se rozaron cuando estaba por alcanzar esos labios tan carnosos y sensuales. A primera vista parecían tan suaves y deliciosos. Pronto podría comprobarlo. El corazón le latía a mil por hora, casi saliéndose del pecho, conforme se acercaba el momento decisivo del punto del no retorno, cuando tardaba más volver al principio del camino que continuar hasta el final de éste. Cuando sus labios se juntaran con aquellos tan hermosos y compartieran su aliento. Nada podía detenerlo, faltando un centímetro para lograr su cometido. Nada, a excepción de un inusitado estremecimiento del cuerpo capturado, y una solitaria lágrima cristalina deslizándose por la mejilla derecha. Se quedó congelado donde estaba, pensando en primera instancia que había sido descubierto, esperando de un segundo para otro ser derribado de un brutal golpe. Sin embargo, no ocurrió de esa manera. La joven europea seguía dormida, y al parecer su sueño no era tan placentero como se hubiera supuesto. Se revolvía debajo del muchacho, sin percatarse de su presencia, balbuceando frases ininteligibles en alemán, a excepción de lo último que pronunció casi al oído del aventurado joven, que le desgarraron el alma: “Mamá... mami... ¿porqué te moriste?¿Porqué te moriste?” Una nueva perla surcó de nuevo su humedecida mejilla, yéndose a estrellar en la mano de Rivera, muy próxima a su rostro. La sensación de esa gota de llanto chocando con su piel lo hizo despertar, como si le hubiesen arrojado una pila entera de agua bendita para expulsar al diablo de su interior. La lágrima seguía surcándole la piel entre los dedos hasta que la chupó con la lengua. Liberado del loco influjo en el que se encontraba, de la misma forma en la que se le había trepado bajó de la cama, liberando a su cautiva. Avergonzado, se quedó de pie junto a ella, odiándose por lo que había estado a punto de hacerle a un ser humano, a un ser humano que había sufrido del mismo modo que él. Podía entender su dolor sopesándolo con el propio, y le daba una pena infinita, por ella y por él, por lo que estaba resuelto a hacer apenas unos segundos antes. Ella no era sólo un cuerpo del que se pudiese aprovechar y desechar. También tenía su corazón, y sus sentimientos. A lo mejor por eso quería estar acompañada. Quizás no le simpatizaba, pero eso no era motivo suficiente para agredirla del modo en que pensaba hacerlo. Había otras formas más convenientes, más acordes a la situación en la que estaban. Así no, así no era el asunto. Sin la lujuria de antes, posó una mano en su mejilla, secándola delicadamente, para luego pasearla en los sueltos cabellos de la muchacha. Sí, era hermosa, y se estaba guardando para el hombre que se atreviera domarla. Todavía no lo conocía, pero lo compadecía, aunque a la vez, muy en el fondo, lo envidiaba. La cubrió bien con la sábana, cuando parecía que se recobraba. “Perdóname” le susurró al oído y después se dirigió hacia la puerta para abandonar su vieja habitación, volviendo a deslizar delicadamente la puerta de papel para no perturbarla. “Buenas noches” murmuró antes de salir del cuarto. Y apenas había salido de allí se enfiló directo al baño.


    Shinji, por su parte, contrario a lo que Rivera había pensado en un principio, no estaba dormido. Había estado despierto desde que se instalaron en la sala, cuando declinaron la oferta de Katsuragi de dormir en su cuarto. No había podido pegar la pestaña en todo ese rato. Estaba algo emocionado por la presencia de la muchacha, quién sabe por qué. Le quedó bien grabado ese gesto tan sensual que le dedicó, al guiñarle el ojo. Quizás estaba interesado en él. ¿Porqué otra razón le había pedido a Misato alojamiento? Para pasar más tiempo con él, claro está. A lo mejor ya hasta se le haría tener novia. Tener novia. Se preguntaba cómo sería eso. Planeaba los lugares a los que la llevaría. Al cine. A comer fuera. Quizás a ver esos hermosos atardeceres cayendo en la ciudad. Por fin alguien le hablaría en tono meloso y le diría “Te amo” al oído. Se imaginaba como sería su primer beso con aquella belleza. ¿Y qué pasó con Rei? Diablos, se le había olvidado Rei. Ella también era un prospecto. Qué raro, las dos chicas que le interesaban eran tan diferentes una de la otra, y no obstante, las dos le gustaban, cada una de manera diferente. ¿Por cuál se decidiría al final? Ahora ya sabía cómo se sentía Archi con Bety y Verónica. No era fácil la decisión, las dos eran tan bonitas y atractivas, cada una tenía sus pros y sus contras. ¿Y no se podría con las dos al mismo tiempo? Ay, no, cómo crees, no seas tan goloso. Y él que pensaba que Asuka también se iba a quedar prendida de Kai, como Ayanami y las demás de la escuela. Pero no, Rei había enmendado su error y Langley se había dado cuenta antes que ese sujeto era un patán. Al final, ese bueno para nada se iba a quedar solo, por su actitud arrogante, y él de poco a poco pero fue consolidando sus relaciones con las del sexo opuesto, hasta llegar a este punto. Dos hermosas chicas por las cuales decidirse. No estaba nada mal, para ser un novato. Ese extraño sonido de nuevo, ¿qué es? Acostado, voltea la vista hacia un lado, para mirar a Rivera fugarse a hurtadillas. ¿A dónde iba? ¿Al baño? ¿Y porqué estaba caminando de puntitas? No, no iba al baño, ¡se dirigía a su viejo cuarto! ¡Estaba escurriéndose a la habitación de Langley! ¿Qué pretendía hacer? No iría a matarla, el muy desgraciado. ¿Ó sí? ¿Iba a cumplir su promesa? Con qué delicadeza abre la puerta, ni él mismo la escuchó deslizarse. Jamás se hubiera enterado de su intromisión nocturna de no estarlo viendo en esos precisos momentos. Mejor sería ir a ver lo que pretendía, no fuera que la quisiera ahogar con una almohada a la pobrecita. Con el mismo cuidado que su compañero, cruzó la sala hasta alcanzar el umbral de la puerta, en donde se quedó expectante, en cuclillas. Le daba miedo voltear a ver. ¿Qué esperaba encontrarse al mirar a esa dirección? De alguna manera lo presentía. Lentamente volvió la mirada hacia la cama de la muchacha, para encontrarse al merodeador encima de ella. ¡No, esto no puede estar pasando! ¿Qué es lo que quiere hacer? ¿No sabía que ella estaba apartada? ¡No le interesaba de ninguna manera! ¡No podía estar haciendo eso! Kai acercaba la cara a la de ella cada vez más, pronto quedarían pegados. Quería impedirlo, quería decir algo, pero en su lugar se quedó inmóvil como una asombrada estatua. ¿Qué podía hacer? ¿Ir y quitarle a Kai de encima? Sí, cómo no. No creía lo que estaba viendo, para él era un impacto terrible toda esa escena. Siempre pensaba en la sexualidad de una manera muy diferente, no esta suciedad que estaba presenciando y que no podía hacer nada para evitarlo. Iba a violarla y él no haría nada para detenerlo pues el shock le impedía actuar. Sólo podía ver el curso de los acontecimientos, y esperar por lo que ocurriera. No, era demasiado. Él siempre estaba tan adelantado. ¿Cómo había pensado que tendría una oportunidad con ella, con Kai rondando por allí? Estaba a punto de arrebatársela en su cara, se estaba burlando de él y no hacía nada por impedir que ocurriera. Al contrario, estaba agazapado como un bebé sin saber qué hacer. Se iba a salir con la suya. Siempre se las arreglaba para hacerlo. No, ya no soportaba más ver aquél denigrante espectáculo. Si bien estaba fuera de su alcance hacer algo para impedirlo, bien podía ignorar todo y fingir que no pasaba nada. Eso era lo que iba a hacer. No tenía por que observar todo lo que pasara. Se fue antes de que la besara, antes de que todo estuviera perdido, Ojos que no ven, corazón que no siente, ¿no es así? Y él no iba a ver cuando ese tipejo le arrebatara a su amor frente a sus ojos, por lo que no sentiría algún dolor, en ese entonces. Reuniendo fuerzas se las ingenió para arrastrarse en silencio hasta su colchoneta, en donde se refugió tapándose el cuerpo entero, haciéndose concha en sí mismo. Le importaba muy poco lo que aconteciera fuera de su capullo. No le interesaba. Sí, sí le interesaba lo que le pasara a la alemana, por que la amaba, él sí de veras que la amaba y no nada más quería coger con ella. A él sí le gustaba su manera de ser, y no se enfadaba nomás por que le rompiera unas reliquias que ya ni siquiera servían. Ella era mucho más valiosa que todas ellas juntas. ¿Entonces porqué ahora quería quitársela? Él no la quería, jamás llegaría a quererla cómo él. ¿Porqué era tan aprovechado y se adueñaba de lo que no le pertenecía? Porque se creía el dueño de todo, y quería acapararlo todo lo que estaba a su alcance. Y Asuka no era la excepción. Ojalá ahorita mismo despertara para que le diera un buen puñetazo y lo mandara a la lona, para que Misato se levantara y se hiciera el escándalo total. Claro que se fingiría sorprendido, mientras las dos lo reprochaban y le gritaban, lo golpearan. Haría señales de desaprobación al verlo tendido en el piso, humillado. A lo mejor hasta lo correrían de la casa. Sí, ya quería verlo fuera, desamparado, para ver qué hacía. Ya quería verlo dormir bajo un árbol, tiritando de frío, lleno de vergüenza y deshonra. Después de todo, no era más que un salvaje extranjero. ¿Qué podía saber él de honor? Creía que podía hacer lo que quisiera, como escabullirse al cuarto de una linda jovencita a quitarle su castidad aún cuando fuera a la fuerza. Según él, nadie podía detenerlo. Ya vería en unos momentos, cuánto se equivocaba. Pero ya había pasado mucho rato, y nada pasaba. Ya debía haberla besado, y ella aún no despertaba. ¿Y sí lo había hecho? Estaba muy cerca, y lo que era más, con el oído aguzado para escuchar cualquier sonido, y no oía absolutamente nada. Deberían ya estar forcejeando, o gritando o algo, pero todo estaba en silencio. Ojalá no se hubiera ido, para ver que estaba pasando, para saber porqué la chiquilla no pegaba el grito en el cielo ante la intrusión. ¿Y si no estaba oponiendo resistencia? ¿Qué tal si le había gustado, y ahora lo estrechaba entre sus brazos, lista a recibirlo? Qué idiota. Qué idiota y qué imbécil había sido. Eso fue siempre, y él lo había confundido todo. Creía que Asuka se había mudado por él, cuando todo el tiempo no había sido más que por atraer la atención de Kai. Y lo había logrado. Ahora mismo la muy puta estaba cogiendo con él, y mientras tanto él estaba escondido en su futón como conejito asustado, temblando de miedo, congelado por el terror, sólo pelando los ojos. Y ellos estaban haciendo el amor, y de seguro lo estaban disfrutando, y ella le estaría hablando melosamente al oído, paseando la lengua en todo su cuerpo. Estaban jadeando como perros, gozando como nunca, los dos con su propósito cumplido, y él estaba escondido, asustado por todos los acontecimientos, por la rapidez con la que éstos pasaban sin que pudiera hacer algo para detenerlos. Todavía era tan niño, y por eso nadie lo tomaba en cuenta. Ni Asuka ni Kai lo habían tomado en consideración cuando se pusieron a fornicar. No habían considerado lo que él sentiría si los descubría, y eso era por que no les importaba en lo más mínimo. Se habían olvidado de él, entregándose al vano goce corporal. Y él tenía que conformarse con esconderse en su lecho en el frío piso, llorando de la desesperación, de saber lo poco que valía, lo poco que importaba. A nadie le interesa lo que piense, opine, o sienta Shinji. Ni a Asuka, ni a Kai, ni a Misato, ni a Rei, ni a su padre que lo había dejado con todos ellos. Estaba solo, solo y su alma, y estaba llorando amargamente oculto en el interior de su colchoneta, enjuagándose el llanto en su almohada, embarrando los mocos en ella cuando en la otra habitación sus compañeros se divertían de lo lindo. Con un seco murmullo, la puerta del cuarto se había cerrado otra vez. Asomó la cabeza por fuera de su colchoneta para avistar con sus ojos humedecidos cuando su camarada se dirigía al baño con paso apretado. ¿Ya habían terminado? Fue algo rápido, pero lo más probable es que había sido intenso. Podía escuchar la respiración de la muchacha, dormida otra vez. Había acabado con ella, y ahora se estaba limpiando o sabe qué extraño ritual poscoital se encontraba realizando en el baño, que se estaba tardando tanto en salir.


    Salió hasta cinco minutos después, en estado de relajación profunda después de haber desahogado sus ansias por su propia mano. Su cabeza por fin estaba completamente despejada, al encontrar la tan ansiada paz. Todos los frenéticos deseos se habían ido junto con la corriente del excusado, y quién sabe hasta donde irían a parar, pero a él ya no le importaba. Lo único que le interesaba ya era acostarse en esa colchoneta abandonada en el piso y ponerse a dormir, y lo haría hasta el mediodía sólo porque quería. En esas andaba, introduciendo las piernas dentro del futón, cuando escuchó a su compañero estremecerse en el interior del suyo. Parecía como si estuviera sollozando. ¿Estaría enfermo, le dolería algo? A lo mejor era algo serio, para que estuviera lloriqueando de esa manera. Canijo Shinji, no asomaba siquiera la cabeza, se escondía para que los demás no pudieran notar su dolor. Eso no estaba bien, si algo le molestaba tenía que decirlo y no aguantarse, después el problema podría agravarse. Y aunque estaba sumamente cansado, decidió mejor asegurarse que todo estuviera bien con él, no fuera que tuviera algo de gravedad y después sería muy tarde para atenderlo.

    —Shinji, ¿qué tienes?— le dijo en voz baja, posando su mano en la espalda, por encima de la gruesa colchoneta —¿Estás bien, compadre?

    —Déjame en paz— pronunció Ikari en medio del llanto, con voz quebradiza.

    —¿Te duele algo, amigo? Mejor te reviso, no vaya a ser algo grave...

    —¡No me toques! Sólo quiero que me dejes en paz, no necesito nada de ti.

    —¿Tú no habrás visto nada ahorita, verdad?— volvió a preguntar, pese a las hoscas respuestas que obtuvo anteriormente. Ya presentía más o menos que era lo que le pasaba al chiquillo, por el tono en que se dirigía a él.

    —¡Sí, para que te lo sepas, sí vi todas tus porquerías! ¡No me hables, no quiero escucharte! ¡Te detesto!

    —Óyeme, pero si no pasó nada, te lo juro.

    —¿Esperas que te crea? Sé muy bien que acaban de coger, pero no me interesa lo que hagan, depravados.

    —¡Pero es que en serio, no le hice nada! Ve a verla si quieres, para que te convenzas, en este mismo momento está profundamente dormida.

    —No quiero saber nada. No me importa, del mismo modo en que yo no les importo.

    —¿Pero porqué diablos te pones en ese plan? Ya te dije que no pasó nada, y aún si hubiera pasado no es para que te comportes de esa manera. Y ahora que me acuerdo, según esto a ti te gustaba Rei, ¿qué no?— el fastidio que le ocasionaba las sollozantes recriminaciones de Shinji habían hecho resurgir los celos infundados de Rivera, causante principal de todos los desaguisados entre los dos jóvenes —¿Entonces qué te interesa lo que hagamos Asuka y yo, cabroncito? ¿Ó es que Rei ya no te peló, baboso, y querías intentar algo con MI Asuka?

    —¡Cállate, no quiero escucharte!— manoteó Ikari para librarse de él —Ya te dije que no me interesa, sólo lárgate y déjame en paz.

    —Si es lo que quieres, de acuerdo— contestó el muchacho, molesto por la terquedad de su compañero, por la actitud que estaba tomando al respecto —Tengo mejores cosas que hacer con mi tiempo que discutir con un mocoso acomplejado, como dormir por ejemplo— dijo arrastrando su futón hasta el cuarto de Katsuragi —Voy a dormir mejor con Misato, a ver si no se te ocurre después que también a ella me la quiero coger.

    Shinji ya no le contestó. Se volvió a meter en el interior de su colchoneta, escondiéndose de todo mundo. Kai ya ni siquiera lo volteó a ver, dándole la espalda hasta que se metió al cuarto de su tutora, donde se quedó dormido hasta eso de las doce de la tarde, sin querer saber nada más sobre el asunto. Sólo esperaba que la chiquilla no se enterara, o le iba a ir muy mal, en ese caso. No, no era probable que Ikari quisiera confrontarla si seguía empecinado en creer que habían tenido relaciones sexuales.


    Sin saber absolutamente nada de las discordias que su reciente llegada estaba provocando en sus compañeros, al día siguiente la chiquilla se divertía de lo lindo en Tokio 2, uno de los centros metropolitanos más concurridos del país, en compañía de su adorado Kaji, con quien caminaba gustosa de aquí para allá colgada de su brazo.

    —¡Qué suerte tengo de estar de compras contigo, Kaji!— pronunciaba emocionada cuando se le acercaba más y más, incomodándolo un poco.

    La cita la habían acordado algunos días antes, aprovechando que Ryoji tenía que realizar unos encargos en dicha ciudad, por lo que esa mañana se había levantado muy temprano, mientras sus perezosos huéspedes seguían durmiendo profundamente, hasta Shinji que estaba acostado solo sobre el piso de la sala. De seguro a Kai le había dado miedo la oscuridad y fue a refugiarse con su mamita Misato. Era tan infantil. Y Shinji era tan patético, continuaba con sus reflexiones, no se hacía un solo hombre con los dos. Ikari parecía que no había pasado una noche placentera, pues estaba descansando en una posición un tanto inusual, además que su cara estaba manchada, como si hubiera estado llorando, pensaba Langley mientras lo sorteaba de un salto para dirigirse al baño, para comenzar a arreglarse para Kaji.


    Kaji en cambio sí que era puntual, y a las pocas horas ya estaban llegando al concurrido centro urbano, con todas esas lindas zonas comerciales con sus grandes tiendas que visitar. Tokio 2 era tan diferente de Tokio 3. La diferencia estribaba en que Tokio 2 seguía palpitando, y hasta rememoraba las antiguas urbes del siglo XX, con todos esos automóviles recorriendo sus calles atestadas, las muchedumbres apretujadas unas contra otras yendo de aquí para allá con tanta prisa, en fin, que el ritmo de la vida en esa ciudad era por demás asfixiante pero también despertaba mucha nostalgia, sobre todo en el hombre maduro que recordaba los viejos tiempos mientras que la linda alemana lo arrastraba emocionada de tienda en tienda. Una vez que terminó con los negocios que lo habían llevado a aquella metrópoli, ella y la europea se entregaron a un frenesí de consumo en los centros comerciales de la zona que difícilmente podría soportar la tarjeta de crédito del sujeto, quien pensaba apurado que quizás tendría que cargar los gastos a la cuenta de NERV, viendo como sus viáticos se iban agotando.

    A las quince tiendas ya estaba exhausto, y ya hasta se estaba arrepintiendo de haberse ofrecido a llevar a la muchacha de compras para su próximo viaje escolar. Como a un muñeco de trapo, la jovencita rubia lo remolcaba de un extremo a otro del centro comercial, visitando las distintas y surtidas tiendas de ropa juvenil que se encontraban allí. El problema radicaba en que a las jóvenes bonitas les quedaba todo, por eso es que era tan difícil decidirse por algo, aunque para facilitar un poco la decisión había comprado una gran pila de vestimentas, mismas que iban guardadas en pequeñas cajas que el japonés cargaba dificultosamente, estando muchas veces a punto de perder el equilibrio.

    Se internaron una vez más en una nueva tienda, y mientras Asuka la recorría de buena gana, su acompañante aprovechaba para tomarse un descanso, depositando por unos momentos su abultado cargamento en el piso, mientras suspirando se estiraba para quitarse lo entumecido de sus miembros.

    —¡Espera un momento!— le pronunció a lo lejos, ante las recelosas miradas de un par de mujeres que pasaban detrás suyo —¡Esta es la sección de trajes de baño!

    —Así es— contestó despreocupada la chiquilla, saliendo al pasillo donde estaba, llevando en un gancho un atrevido bikini para enseñárselo, el cual constaba de dos recortadas piezas con franjas horizontales rojas y blancas, y en el top llevaba un cierre al frente —¿Qué opinas de éste? ¿Demasiado conservador, no?

    —Oh, no, no lo creo...— le respondió Ryoji, un tanto abochornado por imaginarse la grácil figura de la joven con esas escandalosas prendas puestas —Date cuenta, primor, eres una estudiante de secundaria, ¿no crees que eres muy joven para usar ese tipo de ropa?

    —Kaji, por favor, no seas un vejete anticuado— suplicó Langley, cómo desaprobando el gesto del hombre, poniéndose una mano en la mejilla —Hoy en día estas prendas son la última moda en Europa.

    Apenado, el sujeto se hizo el desentendido, tomando una vez más las cajas del suelo seguido por la alemana, listo para pagar el costo del atrevido traje de baño. Y lo que se preguntaba era que, cómo si se había utilizado tan poca tela para su confección, costara tanto el dichoso bikini.


    Estaba haciendo un gran esfuerzo, eso sí no se le podía negar. Aunque le era más fácil pasar el tiempo a lado de Asuka que con cualquier otro muchacho de esa edad, también debía reconocerlo. Los dos congeniaban muy bien, y hasta se sentía un poco halagado, por así decirlo, de que la hermosa jovencita derrapara por él. Aún conservaba el estilo, después de tantos años.

    Gustoso sustrajo un cigarrillo de la cajetilla en el bolsillo de su camisa, encendiéndolo cuidadosamente para luego degustarlo poco a poco, inhalando despacio cada bocanada del suave humo que llenaba sus pulmones de porquería café. A sabiendas del daño que le causaba a su organismo, no le importó demasiado y de igual modo disfrutaba del sencillo placer de fumar, para después de expulsar dos columnas de humo por las fosas nasales, acercar los labios a su tarro de cerveza y refrescarse un poco. Luego de darle un gran sorbo, limpiándose la boca volvió a depositar el envase en la mesita, para tomar otra vez su cigarro aún encendido para seguir fumando.

    Por fin había conseguido que aquel torbellino se asentara en un solo lugar, cómo lo era esa fuente de sodas con su terraza al aire libre, en donde en una de esas mesas de plástico con una sombrilla al centro reposaban luego del agotador recorrido por todas esas tiendas que habían visitado. Los paquetes con la ropa nueva dentro de ellos, al igual que su tarro de cerveza clara y burbujeante, además del helado de la muchacha, descansaban sobre la mesa ante su vista.

    Le costaba mucho trabajo, pensaba, pero era necesario si quería que Misato se diera cuenta que en todos esos años había cambiado. Tenía que mostrarle un nueva faceta suya si habría de cumplir su objetivo de reconquistarla, y para hacerlo qué mejor manera que cuidar de Langley todo un día. Quería enseñarle que había aprendido a ser responsable, que ya podía tolerar la convivencia con los chiquillos. Que aquello ya no sería un impedimento para la reanudación de su relación. Pero le estaba costando mucho trabajo, debía admitirlo.

    —¿En serio?— fingió interés por primera vez en la conversación de la jovencita, que se deleitaba en probar una enorme copa de helado de varios sabores y arreglado perfectamente, sin dejar de pronunciar palabra —¿Así que de eso se trataba?

    —Así es— asintió la muchacha, con una enorme sonrisa en su rostro llevándose otra cucharada de postre a la boca —Un viaje escolar es algo muy especial. Se supone que podremos refrescarnos a nosotros mismos.

    —¿Y a dónde es que irán de excursión?— preguntó el sujeto, dando un nuevo trago a su cerveza, revisando la hora en su reloj de muñeca.

    —¿No me has estado escuchando? Ya te lo había dicho antes...— contestó la europea haciendo un puchero —A O-Ki-na-wa.

    —¡Oh, es verdad!— salió del paso Ryoji, percatándose que había metido la pata —Lo siento, pequeña, he estado un poco distraído últimamente. ¿A Okinawa, dices? Hace mucho tiempo que no he estado por allá... pero es un lugar muy bonito, una playa hermosísima...

    —¡Eso espero!— musitó Asuka enterrando la cucharilla en la bola de nieve —Imagínate, hasta vamos a bucear. ¡Va a ser muy divertido!

    —Bucear...— repitió Kaji, rascándose su barbilla y mirando al cielo —Ya han pasado tres años desde la última vez que buceé. Según recuerdo, fue en el Mediterráneo...

    —¿Y a ti a dónde te llevaban en tus viajes escolares?— preguntó la chiquilla, mirándolo cándidamente con sus bellos ojos castaños, del mismo color que su cerveza.

    —Nunca hicimos alguno, en mi escuela— respondió el japonés, con la mirada perdida, dándole otro trago al tarro de cerveza —En esos tiempos, los viajes escolares no eran muy buena idea.

    —¿Eh?— pronunció la joven alemana, consternada, dejando una cuchara de helado de pistache a medio camino —¿Pero por qué?

    —Simplemente por el Segundo Impacto, bombón.

    —Es una pena— masculló su joven acompañante, agachando la mirada —Me da una lástima por ti...

    —Oye, no te preocupes, por mí está bien— la tranquilizó el hombre —No hay ningún problema. Sólo quiero que te diviertas de lo lindo en Okinawa, ¿quieres?

    —¡Claro que sí!— contestó de nuevo con su característico entusiasmo —Tenlo por seguro que así lo haré, ¡te lo prometo!

    —Así me gusta, esa es la actitud— asintió Kaji sonriendo al mismo tiempo que volvía a revisar la hora en su reloj —Oye, mejor nos apuramos— le dijo dándole un último sorbo a su bebida —Se hace tarde, y si no estás en casa a las cinco, Misato me degollará.

    —De acuerdo— respondió la chiquilla, un tanto recelosa, levantándose de su asiento y dejando su postre a medio terminar —En verdad le temes a Misato, ¿no es así?

    —Claro que sí. Tú no sabes cómo se pone cuando está enfadada.

    Sin decir más, tomó los numerosos paquetes de la mesa, pagó en la barra la cuenta y pronto los dos se enfilaron hacia el estacionamiento del centro comercial, buscando el lugar donde habían dejado el auto en el que viajaron. Minutos después ya estaban en la carretera, dirigiéndose de vuelta a Tokio 3. Comenzaba a atardecer.


    Ya eran poco más de las siete cuando Asuka regresó a su nuevo hogar. Katsuragi se despidió de Kaji, que la había acompañado hasta la entrada del apartamento, con un gesto hosco, para después cerrarle la puerta casi en la cara.

    Las cosas se habían tranquilizado un poco desde la mañana, durante su ausencia. Shinji y Kai ya se dirigían la palabra de nuevo, luego de insistirle éste último constantemente en que sólo había entrado al cuarto de la muchacha por que escuchó unos sonidos extraños, y que, efectivamente le había entrado un ansia por besarla, pero que finalmente no pasó absolutamente nada entre ellos. Hasta tuvo que hincársele para jurarlo.

    Y es que así era su relación la mayoría de las veces. Solían disgustarse mucho entre ellos, la mayoría de las veces por causas un tanto absurdas, como que les tomaran uno de sus discos sin pedir permiso, que si Rivera dejaba la ropa sucia tirada en el piso, que si Ikari revolvía sus cosas cuando buscaba algo, que le había tomado prestadas las pilas de su reproductor musical y se las había acabado... No les gustaba admitirlo, pero comenzaban a tomarse algo de estima. Hacía falta ver si el crisol de esa peculiar, incipiente relación de amigos-hermanos que comenzaba entre ambos jovencitos podría resistir el intenso calor producido por una ardiente muchachita en la que los dos ya habían mostrado algún interés anteriormente.


    Sin preocuparse mucho al respecto, Pen-Pen gustoso se entregaba al placer de disfrutar de uno de esos baños con agua caliente en la tina que tanto le gustaban. Flotaba boca arriba (ó pico arriba, como sea que se diga) utilizando sus aletas para impulsarse entre la superficie del cálido líquido. Pen-Pen era un organismo genéticamente alterado, que había servido para realizar algunos experimentos en el proyecto, por lo que su comportamiento en ocasiones era muy raro para los individuos de su especie. Aunque eso no le importaba demasiado a sus dueños, quienes lo estimaban y apreciaban como un miembro más de la familia. Era tan agradable todo aquello, sentir el agua en su espalda y respirar ese vapor que emanaba de la tina, empañando los espejos del baño. Y era todo tan pacífico. Bien podía quedarse dormido allí dentro, y no habría ningún problema. De no ser por esa muchacha nueva, que con su chillona voz y sus formas tan hoscas, lo sacaron de su reposo.


    —¡¿Qué es lo que has dicho?!— la escuchaba gritar desde el comedor —¡¿Qué no podemos ir al viaje?! ¡No puede ser!

    —Correcto— respondió cortésmente Misato, sosteniendo una lata de cerveza en la mano mientras que subía una pierna a la silla donde estaba sentada —Eso fue lo que dije.

    Las maletas de Langley ya estaban hechas, listas para el viaje en el que se supone iría la chiquilla al día siguiente, recargadas en la pared de la cocina. Al parecer, había sido en vano tanta previsión, pues a final de cuentas se quedaría en la ciudad. Al igual que de nada servirían las compras que había hecho con Kaji, que se encontraban en la mesa, pues nada de lo que se había comprado lo podría lucir en la playa.

    —¿Pero porqué es que tengo que quedarme en esta aburrida ciudad?— la encaró molesta la jovencita, poniéndose las manos en la cintura.

    —Tienes que permanecer en alerta permanente, en caso de un posible ataque— contestó una vez más la mujer, sin abandonar su postura.

    —¡No se me había informado nada de esto antes!— reclamó con enjundia la alemana, bajando los brazos.

    —Pues ahora te lo acabo de informar— pronunció despreocupada Katsuragi, dándole un sorbo a su cerveza.

    —¡No puede ser!— masculló la chiquilla, haciendo una rabieta, al ver que a su boleto para Okinawa le salían alas —¿Quién fue el idiota que decidió todo esto? ¡Es absurdo!

    —La Jefa del Departamento de Tácticas y Estrategias: tu servidora— sentenció la japonesa, dejando la lata sobre la mesa mientras la fulminaba con la mirada.

    —Eh... yo... este... no quise decir... que...— balbuceó Asuka, contrariada, buscando un soporte donde fuera —¡Oye, tú!— le dijo a Shinji, al otro extremo de la mesa, señalándolo con el dedo —¡No estés bebiendo té nada mas así cómo así! ¡Se supone que eres un hombre, dile algo, tienes que hacerla recapacitar!

    —A decir verdad— confesó Ikari, dejando también su taza en la mesa para hablar con más comodidad —Yo ya me había resignado a no ir a ese viaje. Ya me imaginaba que algo así sucedería.

    —¿Así nomás?— objetó la extranjera, al notar la actitud de su compañero —¿Tan fácil ya te das por vencido? ¡Eres taaaan patético! Un hombre así de sumiso es lo peor que puede haber.

    —No deberías hablar de esa manera— le contestó Shinji, un tanto herido en su orgullo por ese comentario. Quizás ella no estaba tan interesada en él, después de todo. No, si siempre lo trataba de esa manera.

    Siguió bebiendo su té negro, soplando el caliente contenido para sorberlo sin quemarse, repasando mentalmente las palabras de la chiquilla y lo que le hubiera gustado responderle. ¿Pero qué era lo que quería que hiciera? ¿Ponerse también a discutir con Misato? Era pérdida de tiempo y de energía, Misato siempre se las ingeniaba para ganar. Además, él no era tan extrovertido como ella, ni le gustaba alegar. A final de cuentas, parecía que Asuka no era su tipo de chica. Era bastante agresiva.


    La joven rubia no encontraba el modo de convencer a su superior que aquella era una decisión errónea, y la cosa no se facilitaba si no tenía apoyo de alguno de sus compañeros pilotos, para ejercer mayor presión. Volvió la vista a la sala, en donde estaba sentado en el piso Rivera, observando detenidamente un programa de televisión. ¿Porqué no? A lo mejor podía funcionar, nada perdía con intentarlo. Aparte, creía que ya le estaba tomando la medida al muchacho, era cuestión de llegarle por su lado flaco. Sabía que no podía resistirse a su espectacular cuerpo. Si se lo propusiera, bien podría tenerlo comiendo de la palma de su mano.

    —Kai, por favor, tienes que hacer algo— se dirigió a él Langley, cómo último bastión que le quedaba frente a Katsuragi, hablándole melosamente y enredando su dedo índice en el cabello castaño del muchacho —Esta mujer está poniendo en riesgo nuestras vacaciones en Okinawa... y yo que pensaba ponerme un ajustado traje de baño sólo para ti...

    —Pues mi idea de vacaciones no es precisamente estar rodeado de mocosos de secundaria todo el tiempo, aunque sea en la playa— repuso fríamente el muchacho, aunque después de tragar saliva sintiendo la cercanía de la jovencita, recargada en su espalda y con su aliento en la nuca. Era tan cálida, y podía sentir los latidos de su corazón. Tun, tun. Tun, tun. Y eso que estaba haciendo con su cabello, era tan relajante. Toda la tensión se iba desvaneciendo. Pero entonces miró de reojo el semblante de Shinji, quien desde la mesa lo aguzaba con la mirada, recriminándole. Qué contrariedad, se sentía tan bien con la chiquilla mimándolo que con mucho gusto lo hubiera ignorado por completo, pero apenas había hecho las paces con él. Ya no quería más problemas —¡Además, no deberías tomarte tantas confianzas, hipócrita!— le dijo, reaccionando de inmediato, poniéndose de pie y apartándola bruscamente —Ahorita sí, muy cariñosa, ¿verdad? Y luego vas a terminar golpeándome sin motivo. Ya te conozco, no creas que caigo tan fácilmente en tus engaños...

    —¡Ni hablar!— repuso la alemana, dándole la espalda muy indignada, después de haberse repuesto de la impresión. Todavía no tenía al chico en la bolsa, como pensaba en un principio —¡Ustedes dos son simplemente casos perdidos! Una que quiere ser amable, y mira cómo la tratan.

    —Asuka, querida, sé cuanto querías ir a esa excursión, pero comprende que no nos queda otra alternativa— insistió Misato desde su asiento, terminando el contenido de su lata y arrojándola al bote de la basura. Había examinado profundamente la forma en la que la muchacha quería manipular a su protegido, y sabía a la perfección que estaba jugando con fuego. Tal vez no había sido tan buena idea alojarla en su hogar —Un ángel bien podría atacarnos mientras tú estás fuera, de paseo. Nuestro poder ofensivo se vería considerablemente disminuido.

    Ignorando la reyerta entre los seres humanos, Pen-Pen pasa de lado, saliendo del baño con una toalla en su espalda y sin ningún miramiento se dirige al refrigerador que tenía para él solo, abriéndose una pequeña puerta en éste para permitirle el ingreso al interior. No le daba la menor importancia al escándalo que todos ellos hacían, siempre y cuando hubiera comida en su plato. Lo demás no importaba. Aunque eso sí, iba algo molesto por que no lo dejaran disfrutar apaciblemente su baño. El no dirigirles siquiera un gesto de atención era su forma de castigarlos.

    —¡Esperar, esperar, esperar, esperar!— repitió hastiada la jovencita, meneando la cabellera mientras daba un pisotón —¡Siempre tenemos que esperar! ¡Esperar a un enemigo que nunca sabemos cuando atacará! ¿No podríamos, por lo menos una sola vez, dar el primer golpe nosotros?

    “Ahora sí que perdió el juicio” pensó Kai, tratando de volver a centrar toda su atención en la televisión, en el programa de concursos que tenía sintonizado.

    —Si pudiéramos, lo haríamos, tenlo por seguro— suspiró abatida Katsuragi, cansada de tanto lidiar con ella —Aún así, deberían pensar en esto no como una tragedia, sino como una oportunidad— y diciendo esto sustrajo de su bolsa tres discos de computadora, enseñándoselos a los niños, sosteniéndolos en lo alto —Así que mientras los demás están en la playa divirtiéndose, ustedes pueden aventajar en sus estudios. ¿Ó pensaban que no me enteraría de sus horrendas calificaciones?

    —Oh, no— masculló Ikari, palpando con la mano el interior de su bolsillo, en donde permanecía su boleta.

    Por su parte, Langley y Rivera se limitaron a hacer una mueca de disgusto en su lugar a la sola mención de la palabra “calificación”.

    —Por si no lo sabían, periódicamente recibo un reporte de su desempeño en la escuela en mi computadora. Fácilmente puedo acceder a los resultados de sus últimos exámenes, y déjenme decirles que los tres me tienen muuuy decepcionada. ¡Shinji, bajaste diez puntos con respecto a tu promedio anterior! ¿Y podrías decirme, Kai, que esa “no acreditación” en conducta? Y Asuka, no puedo creer que alguien de tu nivel académico saque un 80.

    —¿Y qué tiene que ver una simple calificación?— objetó la chiquilla, encogiéndose de hombros, molesta por que ponían en duda su capacidad.

    —¡Muy cierto!— la apoyó Rivera desde su lugar, levantando un brazo en señal de solidaridad. Hasta que por fin alguien entendía que una mera calificación no lo era todo en la vida. Por fin alguien lo entendía.

    —Lo que yo creo es que su sistema educativo es arcaico y obsoleto— continuó Asuka, criticando a las escuelas japonesas —Me parece que sofocan el potencial de sus estudiantes.

    “O quizás no” se dijo a sí mismo el muchacho, al percatarse que lo único que estaba buscando su compañera era una excusa para justificar su fracaso, no tanto que hiciera comunión con sus ideas acerca del desempeño escolar.

    —Si a Roma fueres, haz lo que vieres— parafraseó Katsuragi, dejando a la chiquilla europea sin ninguna defensa —Por lo menos trata de acoplarte al sistema.

    Desprovista de argumentos convincentes, lo único que le quedó por hacer a la jovencita fue realizar uno de sus berrinches, dándole de puntapiés al piso para después darse la media vuelta sumamente indignada, derrotada y retirarse a su cuarto, sin dirigirle ya la palabra a nadie, murmurando frases confusas entre dientes. Pero nunca admitiendo haber perdido la discusión. Era una pena, ya no podría cumplir la promesa que le había hecho a Kaji.


    Así que las maletas fueron deshechas, y vueltas a guardar, esperando una mejor oportunidad para ser utilizadas. Temprano, a eso de las ocho de la mañana siguiente, los tres pilotos partieron hacia el aeropuerto, sólo para despedirse de sus amigos más afortunados que sí harían el viaje, mientras que ellos se quedarían a proteger de la ciudad. En realidad, sólo Asuka estaba molesta por aquel hecho, que a sus otros dos compañeros les era indiferente. ¡Imbéciles! ¡No saben nada de mundo!

    Y quien sabe por qué razón se les había pegado cuando los veía salir del departamento a tan temprana hora. Quizás fue también a despedirse de su gran amiga Hikari, o quizás sólo fue a amargarse más la existencia mirando con ojos de envidia a quienes sí se divertirían de lo máximo en la playa, o bien sólo por no quedarse sola con ese extraño pingüino (a quien miraba con cierto desconcierto) en el apartamento, pues Misato tenía que estar en el Geofrente en pocas horas.

    Ya casi era el mediodía cuando los chiquillos fueron llamados a la sala de espera, listos para abordar el avión que los llevaría hasta la paradisíaca Okinawa. No con mucho pesar se despidieron de sus camaradas, cargando ansiosamente sus maletas y sus juguetes acuáticos, como tablas de surf o camas inflables.

    —¡Hasta luego, Asuka!— Hikari fue la primera en despedirse, cargando menos equipaje que sus otros dos condiscípulos por lo que podía moverse con más soltura y comodidad, usando un sombrero de paja con un brillante moño rojo, perdiéndose detrás de la puerta en donde una empleada revisaba los boletos de los pasajeros del avión —¡No te preocupes, que te compraré un recuerdo de lo más lindo!

    Langley la despidió agitando la mano, en un gesto por lo demás hosco. Ese último comentario había sido de lo más sincero posible, pero a la orgullosa chiquilla tan sólo le pareció una impertinencia, lo que era más, una ofensa por parte de su amiga japonesa.

    —Sayonara, colegas— dijo a su vez Kensuke, cargando dificultosamente sus maletas al mismo tiempo que se acomodaba sus gafas, con una sonrisa de oreja a oreja, sumamente emocionado pues era la primera vez que iba al mar. Al fin conocería el océano —Lo siento por ustedes, pobres diablos...

    —No se preocupen— pronunció Toji levantando del piso su valija deportiva y otra pequeña maleta en la que llevaba sandalias y otras chácharas para la arena, acomodándose hacia atrás su gorra de la suerte —Que nosotros nos divertiremos por ustedes, zoquetes... ¡jajaja!

    —¿De veras quieres un consejo para conseguir chicas, Toji?— masculló Rivera mientras lo despedía con un apretón de manos —No dejes que te vean usando ese salvavidas que llevas con cabeza de pato en el mar, por lo que más quieras...

    Al poco rato, a eso de la una ya de la tarde, los tres pilotos Eva observaban impasibles desde el mirador junto con los familiares de sus demás compañeros de clases al avión que despegaba por la pista 3 rumbo a la hermosa playa de Okinawa, el centro vacacional más concurrido de todo Japón.

    —Es una lástima que sus padres no los hayan dejado ir, cariño— le decía a la europea una despistada señora por encima del hombro, cuando la nave se perdía en las nubes, convirtiéndose en un pequeño punto en el horizonte —Se iban a divertir tanto por allá... que pena, en verdad, que se lo vayan a perder...

    —Y qué lo diga— suspiró la jovencita mirándola desdeñosamente por el rabillo del ojo, encogiéndose de hombros para luego cruzarse de brazos cuando volvía a mirar fijamente ese iluminado y despejado cielo azul.


    Con su itinerario tan recortado, les fue imposible el quedarse a almorzar en el restaurante del aeropuerto como a Kai le hubiera gustado, en su lugar llevaron comida rápida de uno de esos famosísimos establecimientos de franquicias, para el camino. El no tener un carro propio con el cual desplazarse era un impedimento, viéndose obligados a depender del transporte público.

    Sin embargo, en el Cuartel General no se preocupaban al respecto, ocupados en sus labores cada quién. Ó algo por el estilo, ya que era la hora del descanso, además también de que había sido una semana muy floja en cuanto a actividad se refería. Todas las pruebas habidas y por haber estaban hechas ya, esperando sólo a que el comité diera el visto bueno al nuevo rumbo que empezaría a tomar la investigación a partir de entonces. Los pilotos habían concluido ya con su entrenamiento habitual, por lo que los Evas estaban guardados y el equipo desconectado, funcionando sólo los sistemas de monitoreo. Era, pues, una oportunidad como ninguna otra para bajar los brazos y relajarse como pocas veces se podía dar el lujo todo aquel que trabajaba en esas instalaciones.

    Por lo tanto, Hyuga aprovechaba el tiempo libre para leer completo uno de esos mangas tan pesados del tamaño de una guía telefónica, de los que abundaban en las salas de espera, recostado sobre su silla y con los pies apoyados en su consola. Mucho tiempo había transcurrido desde la última vez que lo había hecho, y ya hasta le había perdido el hilo a muchas historias que tiempo antes seguía con avidez. Pero había muchas otras, también, que no conocía, y que le resultaron de lo más divertidas. ¡Qué imaginación de los artistas! Más de una le sacó de buena gana una risa entre cortada, apagada por él mismo pues no quería hacer gran escándalo en el cuarto de controles, hubiera sido una falta de respeto. Se limitaba a tambalearse en su asiento, mientras se tapaba la boca y se estremecía de la risa.

    A un lado suyo Shigeru, inmerso por completo en un éxtasis musical, escuchaba uno de sus discos predilectos, que apenas ayer el miserable de Kai se lo había devuelto y con algunos rayones, por cierto; ignoraba, claro está, que el daño había sido producido por Asuka y no por su compañero melómano, que cuidaba sus discos como a su vida propia. Meneaba la cabeza de un lado a otro, agitando de un modo curioso su larga cabellera que en ocasiones llegaba a cubrirle todo el rostro y entonces tenía que dejar de tocar su guitarra imaginaria para acomodárselo a ambos lados de la cara, para luego continuar moviendo por el aire sus dedos, deslizándolos sobre unas cuerdas invisibles. Ojalá que el turno pronto acabara, así podría irse pronto a casa si es que algo más no pasaba, y podría alistarse para recoger temprano a Allison, su novia, e ir a una de esas discos en Tokio 2 que tanto le gustaban. A lo mejor hasta podrían culminar la velada con una ardiente noche de pasión.

    —Manden lo antes posible los datos provenientes del Monte Asamayama de Baltazar a Melchor— les indicó otro técnico en su apresurado andar, transmitiendo las órdenes que le eran encomendadas desde los mandos.

    La tímida Maya, por su parte, se concentraba lo más que podía en la lectura de uno de esos libros escritos por el autor de moda, del que tanto se cacareaba, sin jamás encontrarle un sentido coherente a la lectura. Fácilmente distraída de su labor, miraba por encima del libro a sus dos compañeros en sus puestos, sin evitar que le producieran un tremendo escalofrío. A pesar de que llevaban trabajando juntos poco más de tres años, a la tierna joven no dejaban de parecerle extraños sus compañeros del trabajo. Igual y sabía apreciarlos por sus cualidades, ya que el tiempo se había encargado de crearle una especie de cariño por los dos, aún cuando le seguían pareciendo desconcertantes sus hábitos y costumbres. Aunque muy en el fondo, los envidiaba por la facilidad que tenían para divertirse. Sabían expresar muy bien sus emociones, y en cambio, ella solamente espantaba a la gente con su forma de ser tan insegura para con las relaciones. Cómo a ese muchacho que se le había acercado antes, Takashi, el amigo de Kai. No le interesaba en la cuestión amorosa, por supuesto, pero era un sujeto tan agradable y simpático, y sus charlas eran tan amenas. Era lo que él no había podido entender: ¿Es que porqué arruinarlo todo cuando podían ser tan buenos amigos? Ahora ya no se asomaba tanto por esos rumbos como antaño.


    También Misato y la Doctora Akagi se entregaban al ocio, al extremo de la sala, recargadas en un barandal tras el cual se encontraba la planta baja, tomándose como solían hacerlo una taza de café caliente. Les parecía que, como casi siempre sucedía, aquello no iba a poder durar bastante tiempo antes de que algo se atravesara.

    —¿Un viaje escolar?— exclamó atónita la científica rubia, dándole un sorbo a su bebida caliente cuando su amiga la capitana le comentaba de la inconformidad de Asuka por la medida implementada —Los niños suelen descontrolarse mucho en esos mentados viajes... no creo que sea lo más conveniente, mucho menos en estos tiempos.

    —Sí, pero eso se debe a que en ocasiones como esa lo que más quieren es jugar y divertirse todo lo que puedan— arguyó Katsuragi, recordando con cierto toque de nostalgia lo que se sentía ser un adolescente —Mientras aún tienen tiempo...

    —Tonterías.

    —Puede ser, pero es la verdad. ¡Dios, ojalá que el turno pronto acabe! Muero de aburrimiento.


    Otro que no soportaba el tedio era Shinji Ikari, sentado en esa improvisada mesa estudiando sus apuntes escolares en la computadora. Misato tenía razón, era una excelente oportunidad para recuperarse en sus estudios, aún cuando eso le llevara todas las vacaciones. No podía darse el lujo de pasársela haraganeando, como alguien a quien conocía. Debía ponerse al corriente a como diera lugar.

    Además, estaba muy a gusto en donde se encontraba. A lado de la alberca recreativa que estaba en las instalaciones del cuartel, lo único que se escuchaba era el chapoteo de Ayanami cuando se arrojaba al agua con tanta elegancia, o el ruido que hacían sus brazos y piernas cuando remolcaban el agua debajo de ellos para trasladarse por entre el líquido. Aunque eso sí, era muy difícil concentrarse en el estudio con ella por allí, en ese ajustado traje de baño de una sola pieza. Le hubiera gustado estar como Rivera, sentado en la orilla de la piscina, con los pies sumergidos en el agua, observando el grácil nado de Rei. Pero el deber estaba antes que el placer, eso le quedaba muy claro. Tenía una responsabilidad qué cumplir. Volvió a despejar su cabeza, sumergiéndose otra vez en fórmulas y en números, en vectores y en cantidades escalares. Fijó atentamente la vista en el monitor de su máquina, repasando mentalmente, haciendo hasta lo imposible por olvidarse de la imagen de Ayanami en ese traje de baño:

    —¿Qué se supone que estás haciendo?— lo interrumpió la voz de Langley a sus espaldas, mientras apoyaba un brazo en su hombro.

    —Estudiando Física— pronunció el joven, un tanto molesto por la distracción que representaba la muchacha, además de que aún continuaba algo molesto por los sucesos que habían transcurrido el día anterior.

    De momento, no quería hablar con la chiquilla.

    —¡Vaya, pero qué tipo tan responsable eres!— continuó la joven europea, ignorando sus deseos, o más bien sin importarle éstos en lo más mínimo —¡Estudiando en vacaciones! ¡Eres un ejemplo a seguir! En cambio otros...— dijo en tono desdeñoso, volteando hacia donde estaba Kai.

    —Conmigo ni te metas— le advirtió, y al igual que su compañero con el monitor de su computadora personal, él tampoco le quitaba la mirada de encima a la muchacha que se entretenía en la alberca. El movimiento de sus ojos la acompañaba cuando cruzaba por toda la piscina.

    —Ustedes no entienden, tengo que hacerlo por que de lo contrario...— respondió Shinji hastiado, mirando a su compañera por encima del hombro, sin poder completar lo que iba a decir, al observar detenidamente a Asuka, quedándose como embobado, sin acertar a decir un vocablo —Ah... yo... eh...

    —Oh, vamos, Shinji— pronunció la joven, poniéndose ambas manos en la cintura para que el muchacho pudiera apreciarla mejor en su bikini nuevo, el que había comprado junto con Kaji, al notar su comportamiento distraído —Si no puedo bucear en Okinawa, entonces voy a bucear aquí, faltaba más.

    —Ya veo— masculló el chiquillo japonés, olvidándose de la física para en su lugar estudiar con más atención el físico de la alemana, cosa que se le facilitaba mucho gracias a las recortadas y atrevidas prendas que llevaba puestas.

    Y vaya que sí se podía ver. Aquellos trapos cortos que llevaba embarrados en el torso y en la entrepierna permitían que pudieran verla muy bien. Se podía apreciar muy bien su cuello largo y delicado, sus hombros y brazos fuertes, al igual que sus senos, apretados y firmes, su abdomen tan bien construido y ese cándido ombligo que lo adornaba, sus torneadas caderas y sus finos muslos, aquellas piernas tan largas.

    Al mirarla, con esa expresión de suma satisfacción a través de las gafas oscuras que llevaba puestas, uno bien podía pensar que disfrutaba al hacer salivar a todos los que la rodeaban, que se regodeaba en aquella sensación de tenerlos expectantes a su cuerpo, y con ello, bajo su absoluto control, aunque lo fingiera muy bien.

    —Muy bien, déjame ver que es lo que estás tratando de hacer— le dijo en un tono suave, seductor, casi hipnótico, cuando se volvía a recargar en su hombro y se asomaba a la pantalla de la máquina, a sabiendas de la sensación que le provocaría tenerla tan cerca, vestida de esa manera —¿No puedes responder algo así de sencillo? Hasta pena me das... mira, tú permíteme...

    Se recargó aún más contra él para poder teclear algo en la computadora, resolviéndole el problema en el que se había quedado estancado. Pero él ya no le prestaba atención al monitor, sino al pecho de la chica que había quedado muy cerca de él, devorándolo afanosamente viéndolo de reojo, casi rozándole la mejilla. Era uno de los momentos más excitantes de su vida, pocas veces había tenido tan cerca el cuerpo de una muchacha como ahora, y se sentía tan bien. Ese calor que irradiaba, que era tan sensual, lo volvía loco de deseo. Ahora podía comprender un poco mejor a Kai, y porqué había intentado hacer lo que quiso hacer en esa madrugada. Él hubiera hecho lo mismo, ahora lo sabía.

    —Listo— de nuevo lo interrumpía Asuka, y cuando Shinji la miró desconcertado sin saber de lo que estaba hablando, le volteó la cara hacia la máquina, sujetándolo delicadamente por la barbilla —Ya terminé, chico listo.

    —Ah... vaya... fue muy... rápido— musitó el chiquillo, abochornado.

    —Fue sencillo, no fue nada del otro mundo— confesó mientras le pasaba el brazo por el cuello y apoyaba su cabeza contra la suya, sonriendo maliciosamente al sentir cómo se estremecía su presa en sus garras.

    —No entiendo...— apenas si podía levantar la voz Ikari, con el corazón latiéndole a mil por hora dentro de su pecho, que casi, casi parecía escapársele —No entiendo cómo es que si puedes resolver algo tan... complicado... te haya ido tan mal... en el examen...

    —Lo que pasa— lo soltó, asumiendo una postura casi de reclamo, rompiendo el encanto al hacerlo —Es que muchas veces no podía entender lo que estaba escrito en la prueba.

    —¿Quieres decir que no podías leer las preguntas por que estaban en japonés?

    —Correcto. Todavía no he dominado a la perfección los kanji. En la universidad no tuve que aprenderlos todos.

    —¿La universidad? ¡Ah, ahora recuerdo que ya la cursaste!

    —Así es, me gradué hace tres años. ¿No les había platicado de eso?

    —No desde los últimos cinco minutos— señaló Kai sin dejar de ver a Rei recorrer a nado la alberca —Y por lo visto, no te sirvió de gran cosa.

    Sin siquiera dirigirle la palabra, la joven europea se dirigió con paso firme hasta donde se encontraba el muchacho sentado, para ponerle la planta del desnudo pie sobre la cabeza y empujarlo con la sola fuerza de su bien formada pierna hacia el interior de la piscina, a donde fue a caer abruptamente de cara, salpicando una gran cantidad de agua con su caída.

    —¡Oye, ten cuidado!— le reclamó Rivera, flotando en la superficie del agua, luego de escupir un buche de agua —¡Pudiste hacerme daño, bruja!

    —¿En qué estábamos?— pronunció Langley a lado de Shinji, ignorando por completo los reclamos del chiquillo, que estaba saliendo muy indignado del agua, regresando a su lugar original —¡Ah, ahora recuerdo! Me ibas a decir que está escrito aquí...— le dijo, apuntando con el dedo unas inscripciones en la pantalla de la computadora.

    —¿Eso?— respondió el joven japonés, sin poder dejar de estar nervioso por el intimidante porte de la alemana —Se trata de un problema de dilatación térmica.

    —¿Dilatación térmica? ¡Cosa de niños!— exclamó Asuka, no creyendo lo fácil de aquellas preguntas, ni que hubiera dejado sin contestar esa clase de problemas en el examen —Es algo muy sencillo, te explicaré: básicamente las cosas se contraen cuando están frías— aquí haciendo un ademán con las manos para explicar tal acción, al juntarlas —Y se dilatan cuando se calientan, ¿entiendes?— para después alejar ambas manos, ante la atenta mirada de Ikari, quien creía que lo estaban subestimando.

    —Si yo ya sé todo eso, pero...

    —Entonces, por poner un ejemplo— continuó la joven rubia sin prestarle atención, poniéndose las manos en el pecho —En mi caso, si calentamos mi busto, ¿crees que se haga aún más grande?

    —¡No tengo la menor idea!— contestó muy molesto Shinji, dándole la espalda en su asiento, sumamente apenado —¡A mí no me preguntes esa clase de cosas, no me la paso pensando en pechos!

    —Eres muy aburrido para mí...— masculló la muchachita, mirándolo con los ojos entornados, muy decepcionada.

    —Yo creo que podríamos hacer el intento— añadió Kai sentado otra vez donde mismo, secándose su mojada camisa al exprimirla —Me gustaría mucho demostrar tu teoría, si me lo permites...— manifestó con cara de malicia, observando detenidamente a la extranjera de pies a cabeza.

    —Tú cállate, que sigo enojada contigo por lo de anoche, cretino— murmuró entre dientes la chiquilla con sumo desprecio, empujándolo de nuevo al interior de la piscina repitiendo la misma maniobra, volviendo a salpicar el muchacho al caer de panzazo al agua.


    Ikari ya no puso atención cuando Kai cayó de nuevo al agua, al escuchar que al mismo tiempo Ayanami salía de ella, desde el lado opuesto de la alberca. Ajustando la tela de su traje de baño que lujuriosamente se le había deslizado un poco entre la línea de sus regios glúteos, Rei cogió una toalla blanca de la mesa dispuesta a su lado para secarse con delicadeza su extravagante y corto cabello azul claro, aprovechando también para hacerlo con sus brazos y piernas descubiertas enseñando su piel tan pálida.

    Los dos muchachos la miraban fijamente, embobados a cada movimiento suyo, atentos a cualquier gesto que hiciera. Parecía a primera vista que ni siquiera respiraban, hechizados por un extraño influjo de la adorable jovencita. Shinji mirando de reojo desde su asiento, Kai de frente a ella, flotando en la superficie del agua.

    Al percatarse de la vigilancia de la que era objeto, instintivamente Rei voltea hacia donde estaban, observando a sus espectadores con la cabeza cubierta por la toalla, con los brazos en alto. Sin embargo, se distinguían con gran claridad esos dos ojos carmesíes clavados en su dirección, aunque fuera difícil decir a quien estaba viendo.

    Como siempre, sus labios carnosos y sensuales estaban entreabiertos, dando la impresión de que palabras inaudibles iban a escapar de un momento a otro de su garganta. Cómo su compañera piloto, ella también conocía de antemano el efecto que causaba en los dos muchachos, a quienes en esos momentos los tenía presos de su encanto, pero a diferencia de ella, no sabía o más bien no quería usar eso a su favor. De todas maneras, el conocimiento de tenerlos tan atentos a su persona le provocaba una extraña sensación que le cosquilleaba en el cuello, mismo que rodeó con la toalla húmeda, una vez que terminó de secarse, caminando ligeramente mientras se dirigía a los vestidores, más para que pudieran seguir mirándola que por otra cosa, pero siempre en su habitual silencio. Silencio que decía más de mil palabras, silencio del tipo que otorga, silencio cubierto de un velo de misterio, como era todo lo que la rodeaba. Silencio y misterio permanentemente la envolvían. Sus sentimientos les eran negados, por más que miraran y buscaran en esos profundos ojos cuyas pupilas rojas parecieran alumbrar hasta en la más oscura noche.

    Los dos la seguían con la mirada, cuando pasó a un lado de donde se encontraban para dar lugar a que le vieran las espaldas en lugar del frente, sin que ella les dirigiera un solo gesto, apartada como siempre.

    Y Asuka observaba todo, Asuka se daba cuenta de todo, al otro extremo de la alberca en donde podía ver con toda claridad a los tres, y se percataba perfectamente de la situación; cuando veía a aquel par con esa expresión tan idiota de corderitos, aguardando pacientemente el más insignificante gesto, la más discreta mirada, mientras le devoraban toda su preciosa humanidad con los ojos, mientras que deseaban cada ápice de sus suaves, contorneadas formas, mientras que ella los apartaba frígidamente al pasar junto a ellos, delicadamente como todo lo que ella hacía, con suma delicadeza y detenimiento, mientras que los chiquillos seguían babeando y ensuciando el piso. La estaban admirando a ella. A Rei, la bella silenciosa, como le apodaban en la escuela. A Rei, la consentida del comandante. A Rei, la Primer Elegida. A Rei, la chica maravilla. A Rei, el misterio andante. A Rei, su más acérrimo rival. A Rei, que era la antítesis de todo lo que era ella. A Rei, su reflejo en un espejo distorsionado. Por Rei estaban suspirando, y no por ella. Rei le había arrebatado la atención de los muchachos. Rei le había quitado el control sobre los muchachos. Rei quería comerle el mandado. Rei quería sacarla de la jugada. Rei quería el poder que por derecho propio le pertenecía. Rei quería opacarla. Como fuerzas opuestas, las dos estaban destinadas a chocar siempre la una con la otra, y sabría Dios que resultaría de la fuerza de esos encuentros. La frustración se fue apoderando más y más de ella, mientras que sus dientes rechinaban al tiempo que se ajustaba su equipo de buceo, dispuesta cumplir el antojo que tenía de zambullirse en el fondo de la alberca. A pesar de sus escandalosas prendas, de su moderno bikini comprado en la mejor tienda de ropa de Tokio 2, a Ayanami sólo le había bastado su simple traje de baño azul marino de una sola pieza que la tapaba del cuello a las caderas para apoderarse por completo de los anhelos de los dos. La muchacha poseía algo desconocido aún para ella, una cualidad de naturaleza mística que siempre estaba a su alrededor, que provocaba que todos se fijaran en ella. Aún cuando nunca hablara, su presencia imponía. Y ella la odiaba, ella la odiaba tanto por que siempre buscaba la forma de humillarla, por que siempre estaba buscando la manera de desplazarla, por que era todo lo que nunca podría ser: discreta, callada, seria, melancólica, recatada, sumisa, misteriosa. Nunca llegaría a ser como ella, y viceversa, y era por su propia naturaleza opuesta, altanera y belicosa, la que siempre las ponía en lados opuestos de la balanza. ¿Quería empezar a jugar rudo? Por ella no había problema. ¿Creía que podría arrebatarle a sus chicos tan fácilmente como tan sólo pasar a su lado? Ya vería que no era tan sencillo, tendría que esforzarse más si quería ganarle la carrera.

    —¡Ey, ustedes dos!— gritó a los niños desde su lugar, rompiendo el hechizo de aquella bruja, colocándose el pequeño y ligero tanque de oxígeno en la espalda, y ajustándose el visor y demás aparejos —¡Miren esto! ¡Me sumergiré como los profesionales, pongan mucha atención!— para después echarse de espaldas y zambullirse con extrema gracia en el agua, ante la mirada atenta de sus compañeros.

    —¿Soy yo ó ella sólo quería llamar la atención?— murmuró Rivera, sentado, al mismo tiempo que Ikari volvía a sus deberes no sin antes cerciorarse por última vez que Rei había traspasado el umbral de los vestidores, perdiéndose de vista.


    Pues bien, era lo que pasaba entre los jóvenes pilotos Eva, recelosos unos de otros por diversas razones y circunstancias, conflictos que salían a la luz aún en una actividad tan inocente como descansar en la piscina. Eso era en el centro recreativo, pero también en la Sala de Controles comenzaba a suscitarse cierta conmoción, alejando de súbito la tranquilidad que se había adueñado del lugar. En una escena que ya era común ver en ese recinto, técnicos y operadores corrían presurosos de aquí para allá, mientras las órdenes se transmitían de los mandos de mayor a menor rango, en una larga cadena que terminaba en el eslabón más pequeño.

    Distantes de todo ese barullo, una junta se seguridad se llevaba a cabo en el salón de estrategias, en donde un enorme monitor en el piso permitía apreciar la grandeza de la situación al Subcomandante Fuyutski, con los brazos cruzados sobre su adolorida espalda, a la Jefa del Departamento Técnico, la Doctora Akagi, y a los operadores Shigeru Aoba y Maya Ibuki, ambos subordinados suyos, respectivamente.

    —Esto no nos da una imagen muy clara que digamos— apreció Kozoh aclarándose la cansada garganta, mirando detenidamente la imagen que les llegaba desde el helicóptero, sobrevolando la cúpula del Monte Asamayama, un caldero de magma hirviente emanando vapores tóxicos, una pequeña sucursal humeante del infierno en la Tierra.

    —Aún así, se le debe dar cierta importancia a este punto específico— indicó Aoba apreciando los datos en una carpeta abierta que sostenía en su mano —El reporte de esta anormalidad fue proporcionado por el Instituto Sismográfico de Asamayama.

    —En efecto, estás en lo correcto— asintió el hombre enjuto, moviendo la cabeza coronada de cabellos color plata —No podemos ignorar esta alteración.

    —¿Qué dice MAGI al respecto?— le preguntó Akagi a su asistente frente a ella, separadas por el largo monitor.

    —Da una probabilidad del 50%— aseguró Ibuki sin consultar ningún tipo de documento y sin despegar la vista del suelo, siendo su cara iluminada por la luz de la pantalla —No da nada por hecho.

    —¿Ya hay alguien en el área?— interrogó a su vez Fuyutski estirando su largo cuello.

    —La Capitana Katsuragi ya se encuentra en el lugar, señor— respondió atento Shigeru a cualquier indicación posterior, que nunca llegó.


    El Monte Asamayama, un volcán del Japón de unos 2 542 metros de altura, situado en la isla de Honshu a más de 100 kilómetros de distancia al Noroeste de la antigua ciudad de Tokio, era uno de los más activos del archipiélago, su erupción más reciente y la más catastrófica había sucedido precisamente quince años atrás, durante el Segundo Impacto, que según el criterio para la estimación del Índice de Explosividad Volcánica (VEI) había alcanzado la categoría 5 llegando a la cualidad de un cataclismo, una erupción Pliniana arrojando a la estratosfera una columna de humo de más de 25 kilómetros de altura que había arrasado con todo a su alrededor.

    A partir de entonces, el volcán se había apagado y conservado inactivo hasta ahora que volvía a registrar actividad sísmica, evento que por prevención debería ser estudiado y analizado, anticipándose a cualquier catástrofe que pudiera presentarse.

    Claro que los motivos para los que NERV tuviera que involucrarse en una misión de ese tipo nada tenía que ver con los desastres naturales, lo que ponía aún más nerviosa a la gente que se encontraba prácticamente presa en el Instituto Sismográfico.

    Misato lo sabía a la perfección, concentrada como siempre en su tarea de supervisión, sin darse el lujo de admirar el desolado paisaje del exterior o de siquiera mirar por las pantallas el imponente coloso de fuego despidiendo un breve vaho de humo blanco de su cono, que se parecía bastante a una mota de algodón sobre un barquillo, sólo que de cabeza.

    Había sido una lástima que ese altercado se presentara apenas a unas horas de que su turno se acabara, pero el trabajo era el trabajo, más todavía cuando de éste dependía el destino de la raza humana entera.

    Observaba detenidamente las imágenes que les llegaban desde la cámara de monitoreo que por medio de una grúa y equipada de una fuerte protección, bajaban más y más a través de las corrientes de la roca fundida, sin poder distinguir nada con claridad. Y para poder actuar, ellos tenían que estar al cien por ciento seguros. No podían dejarle nada al azar. El aparato seguía bajando más y más hasta que de repente se detuvo, sin obtener todavía un resultado satisfactorio.

    —El equipo ha llegado a su límite de profundidad— informó un investigador vulcanólogo a Katsuragi, desde su puesto —No podemos bajarlo más o lo perderíamos.

    —Continúen— ordenó lacónicamente la mujer con rango militar a los técnicos que operaban la cámara, ignorando por completo al investigador y a su advertencia —Bájenlo otros 500.

    Los empleados se miraron los unos a los otros, no muy convencidos al respecto, pero a final de cuentas hicieron caso de la instrucción, bajando la cámara de monitoreo a la extensión solicitada. La máquina continuó y continuó bajando, y obviamente tenía que sufrir los estragos de la presión y temperatura de esas profundidades insólitas, resquebrajándose paulatinamente su recia protección.

    —Profundidad 1200 y sin ninguna señal. La armadura anti-presión se ha roto.

    —Capitana Katsuragi, debo insistir— repuso el mismo investigador, encastillado en proteger su equipo tecnológico —La cámara no podrá soportar las presiones a las que la quiere someter.

    —Pierda cuidado— arguyó la mujer, un tanto molesta por la necedad de aquel sujeto, queriéndoselo quitar de encima —Que pagaremos por todo lo que rompamos, no se preocupe.

    —¡Capto algo en el monitor!— avisó emocionado Makoto desde su provisional puesto, que como segundo de Katsuragi la había acompañado hasta las faldas del volcán al instituto. Por él no había queja alguna, eso era seguro.

    —¡Comienza con el análisis!— indicó de inmediato la capitana, previendo el poco tiempo que les restaba para hacerlo.

    —De acuerdo— asintió Hyuga a la vez que tecleaba una serie de comandos para que la computadora empezara con el análisis de la muestra, parpadeando el monitor de ésta por algunos instantes mientras ejecutaba dicha acción.

    En ese momento, de súbito se perdió la señal que provenía de la cámara de investigación en el interior del volcán, para luego dejar que la estática, gris y ruidosa, tomara su lugar; para que así se cumpliera la profecía que el jefe de investigaciones le había advertido a Katsuragi al respecto de la presión y la protección de dicho equipo.

    —Hemos perdido la sonda— reportó otro miembro más del personal de planta del estudio, al ver los datos que llegaban a su consola, mientras el anterior sujeto le dirigía una mirada asesina a Misato —Al parecer, no resistió la tremenda presión magmática y explotó.

    —¿Qué pasó con el análisis?— preguntó la capitana, ignorando aquellos reclamos indirectos, apoyándose en el hombro de su subordinado para ver la pantalla, aprovechando también para acercar su rostro al suyo, logrando ponerlo algo nervioso.

    —Casi nada— Hyuga se dio el lujo de bromear cuando el rubor cubría sus mejillas —Detectó un Código Azul.

    —No hay duda— pronunció de manera lúgubre la mujer, al observar el contenido del monitor, frunciendo el ceño —Es un ángel.

    Lo que mostraba la pantalla bien podría confundirse con el resultado de un ecosonograma para una mujer embarazada. Una especie de feto, en su posición característica con la barbilla en el pecho y las piernas recogidas, dentro de lo que parecía ser un enorme huevo que incubaba en el interior de un volcán activo. También había algo de aterrador en la imagen, al contemplar la materia prima con la que se hace a un monstruo, que no era muy diferente en un principio a la de las criaturas terrestres, inclusive la nuestra. Por fin aquella pregunta de ¿dónde nacen los monstruos? obtenía una respuesta: en los volcanes, en el ardiente flujo magmático. Por lo menos éste sí.

    Misato no perdió más tiempo y actuó sin contemplaciones, conociendo la gravedad de la situación y de lo mucho que estaba en juego. Aquella oportunidad era única en la vida, podía reconocerla, y no la dejaría escapar por ningún motivo. Se tenía que intervenir cuanto antes.

    —A partir de este momento este laboratorio está completamente cerrado y bajo la supervisión de NERV— se dirigió a todos los que estaban en la sala, con esa voz de mando que imperaba ser atendida al momento, esa voz de trueno que poseía la mujer —Nadie entra ni sale de este cuarto, ni se comunica de ninguna manera al exterior y los eventos de las últimas seis horas serán mantenidos en absoluto secreto.

    Los investigadores geológicos que se encontraban en esos momentos dentro de aquél laboratorio se miraron entre sí, indefensos, sin encontrar qué decir en esas circunstancias. Se miraban los unos a los otros, confundidos, atónitos de encontrarse presos en sus propias instalaciones de trabajo, al mismo tiempo que los gorilas de NERV comenzaban a apostarse en todas las entradas que había en el edificio. Dos fulanos, altos y recios, del tipo de sicarios que trabajaban para Ikari de inmediato se posaron a ambos lados de la salida del laboratorio, con sus gestos de piedra y su expresión oculta entre sus gafas oscuras.

    —Habla la Capitana Katsuragi, jefa del Departamento de Tácticas y Estrategias, solicitando urgentemente una Orden A17 del comandante Gendo Ikari— pronunció apremiada, tomando su celular de su bolsillo, pasando del impestivo movimiento que se estaba suscitando a su alrededor, en medio del barullo.

    —¡Cuidado, capitana!— señaló Shigeru, quien contestó al otro lado de la línea desde el Geofrente, tapando la bocina con la mano y observando todo lo que le rodeaba con evidente nerviosismo, temeroso hasta de la más insignificante sombra —Esta no es una línea segura.

    —Lo sé, por eso necesito que me transfieras a una rápido— indicó sin vacilaciones la mujer, de pie en medio del laboratorio. Todos sus músculos, cada fibra de su cuerpo se puso en un estado de tensión total, aferrándose al teléfono celular cómo un náufrago lo haría a un salvavidas. “Una A17” pensó para sí, tensando la cara.

    No hacía falta ser clarividente para ver lo que para cualquiera que la mirara en ese estado resultaba obvio: tenía miedo, mucho, mucho miedo.


    El comandante caminaba con extremo sigilo, haciendo parecer que quería ocultar el ruido que realizaban sus zapatos. Iba con cierta premura y hasta podría decirse que con algo de nerviosismo, apretando la quijada fuertemente, al tiempo que sacaba un pañuelo de tela del bolsillo de su saco para enjugarse el sudor de la frente. Sudor frío, cristalino. Pocas veces se le podía apreciar en ese estado de ánimo. Pocas veces tenía que rendir cuenta de sus actos, y muy pocas tenía que pedir autorización para ellos.

    Ésa era una de aquellas ocasiones tan aisladas. Y a decir verdad, no le agradaba bastante la posición en la que quedaba al momento de hacerlo. Le ponía los nervios de punta, dirigirse a aquél cuarto secreto para la mayoría de las personas, enorme y oscuro en el que no podía distinguir su propia mano frente a su cara y aguardar a que contestaran a su señal. Por algún tiempo, el sonido de su agitada respiración era lo único que se escuchaba en la habitación tan grande, sin ningún mueble que se distinguiera dentro de ella. Hasta que con un seco murmullo, uno a uno comenzaron a aparecer en torno suyo seis monitores opacos de gran tamaño, que se erguían orgullosos por encima de él, con la numeración del 1 al 6 en sus pantallas, escritas con un color rojo sangre envueltas en su fondo negro. Ikari apretó aún más los dientes ante la aparición de dichos artefactos, haciendo un gran esfuerzo para que las piernas no le temblaran. Malditos ancianos infelices. ¿Cuál era el objeto de que siempre tuvieran que entrar de manera tan dramática, tan ceremoniosa? ¿No podían ver que así sólo lograban ponerlo mucho más nervioso? Oh, sí, claro que se daban cuenta, y se regocijaban en ello, por eso es que seguían haciéndolo, para infundirle temor a su agitado corazón. Temor, para que siguiera sus órdenes al pie de la letra, sin vacilar. Era precisamente lo que quería que pensaran, para evitar sospechas, para evitar que se entrometieran en sus asuntos. Aún así, se sentía como un lacayo de villano de película de James Bond, envuelto entre el misterio y las sombras, con sólo un numero distinguiéndolos el uno del otro. Pero, ¿quiénes eran ellos? No podía saberlo exactamente, tenía ciertas sospechas, pero la verdad era que desconocía bastante sobre las personas para las que en realidad trabajaba. Sólo sabía que eran un grupo bastante selecto de gente poderosa que durante los últimos treinta años habían estado conduciendo el destino del mundo entero, a su conveniencia y en el más hermético accionar. Se había visto obligado a estar de su lado pues no le quedaba otra opción, pero aún así no estaba muy conforme del todo.

    Gracias a su intervención era que había logrado el puesto de comandante en jefe de NERV pasando por encima de su maestro Kozoh Fuyutski. Gracias a ellos era que había obtenido ese colosal presupuesto para su organización. Gracias a ellos los Evas habían podido ser construidos. Y ahora, una vez más, tenía que acudir a ellos en busca de ayuda.

    —Gendo Ikari, has venido otra vez a nosotros— musitó una voz grave y profunda que provenía del monitor que se encontraba en el centro, al parecer el de más importancia, con el número 1 destacado en su pantalla, con los restantes reunidos a ambos lados de él.

    —Sabemos bien lo que has venido a buscar— continuó una voz trémula, aguda, la del monitor número 5.

    —Quieres que te concedamos utilizar una orden A17, ¿no es así?— añadió a su vez el número 2, con una voz áspera.

    —Un ataque preventivo que podría resultarnos muy costoso, lo sabes— siguió el monitor 3, saliendo de él un timbre pausado, tranquilo, mesurado.

    —¡Imposible que te lo permitamos!— rezongó la voz quebradiza del número 6 —¡Es demasiado peligroso!

    —No debes olvidar lo que sucedió hace quince años, en un caso como éste— remató el que faltaba de externar su opinión, el número 4.

    —Lo sé muy bien, pero tampoco me pueden negar que ésta sea una gran oportunidad— replicó Gendo, en medio de todos, ante la atenta mirada de las máquinas sin ojos —Una oportunidad invaluable de pasar de un estado permanente de defensa a tomar por nuestras manos la ofensiva.

    —El riesgo es muy grande— reconoció el número 1, al parecer el líder de todos los que estaban allí reunidos, pues su tono era el que más autoridad imponía.

    —Pero también saben de la importancia que tiene el capturar a un ángel con vida— sentenció Ikari, encarando ese personaje como casi nunca se atrevía a hacerlo.

    —Las fallas no serán toleradas, te lo advierto— pronunció lacónicamente mientras los demás monitores se esfumaban, en señal de estar de acuerdo con la decisión de su líder, acatando su resolución, para después él mismo hacer lo propio, sin despedirse ni dirigirle palabras de aliento.

    Nuevamente Gendo estaba en medio del inmenso cuarto sepultado en las penumbras, y otra vez su respiración emocionada era el único ruido que se escuchaba en aquella desolación. Suspiró con alivio, a sabiendas que por esa ocasión se había salido con la suya, obteniendo lo que quería.

    —¿Fallar?— repitió Fuyutski con cierto dejo de ironía, con los brazos cruzados en la espalda, entrando a la habitación para ponerse detrás del comandante, acción que lo alarmó bastante. ¿Entonces él también sabía de...? —Si fallamos, la humanidad dejará de existir, ¿no es así?— terminó diciendo, mirándolo profundamente justo a los ojos.

    Ambos se quedaron de pie en el centro de aquella habitación tan oscura, en completo silencio, mirándose detenidamente tanto el uno como el otro.


    La Orden A17. La orden que había desencadenado el Segundo Impacto en el año 2000. La orden que autorizaba la captura de los ángeles para su eventual estudio, sólo podía ser autorizada por autoridades de élite, que estaban muy por encima incluso de la dirección de las Naciones Unidas. Quedaba claro entonces que Ikari servía a otros intereses que iban más allá de los de la O.N.U. Era la primera vez desde la catástrofe que se llevaría a cabo de nuevo dicha orden. Quizás de allí el nerviosismo de todos los implicados.


    Todos, a excepción de los cuatro jóvenes pilotos Eva, quienes parecían desconocer la magnitud del asunto en el momento que Ritsuko los ponía al tanto de los acontecimientos e indicaba la estrategia a seguir, reunidos los cinco en el mismo salón de estrategias con el enorme monitor plantado en el suelo. La luz que irradiaba aquél aparato les daba de lleno en el rostro a los muchachos, iluminando curiosamente su atento rostro. Observaban con sumo detenimiento la pantalla, moviendo la cabeza según fuera necesario mientras seguían las palabras de la Doctora Akagi, que se empeñaba en explicarles lo mejor posible los detalles de toda la operación, a fin de evitar errores fatales. Ponía mucho énfasis en ello, aguardando Maya a su lado.

    —¿Eso es un ángel?— la interrumpió Asuka, haciendo una evidente mueca de asco al contemplar la aterradora imagen en el monitor.

    —Así es— respondió pacientemente la científica, haciendo un monumental esfuerzo por no estallar —Creemos que podría ser una especie de etapa de incubación antes de alcanzar la madurez necesaria para salir al exterior. Ahora pónganme atención, por favor— les suplicó una vez más —Nuestra prioridad ante todo debe ser la captura inminente de la criatura, atrapándolo con vida y preservando su estado original tanto cómo nos sea posible, ¿entendido, todos ustedes?

    —¿Y qué tal si algo sale mal durante la misión?— volvió a preguntar Langley, destacándose de sus compañeros.

    —Entonces deben aniquilarlo tan rápido como puedan— sentenció Akagi, señalándolos con el dedo —¿Queda claro?

    —Muy bien— asintieron casi al mismo tiempo los chiquillos.

    —Y el designado para llevar a cabo la misión es...— pronunció la mujer rubia, revisando los datos en su carpeta, tal y cómo lo haría un maestro de ceremonia al momento de anunciar a la ganadora de un certamen de belleza. De hecho, sólo faltaba el redoble de tambores para completar la escena.

    —¡Yo, yo, por favor doctora, yo, por favor!— protestó de inmediato la joven alemana, alzando el brazo con tal de ser elegida, confundiendo igualmente la naturaleza de aquella decisión —¡Me encanta bucear! ¡Se lo ruego, escójame a mí!

    “Pero sin duda, me escogerán a mí” pensó con desgano Shinji, al ver a su compañera tan urgida, haciéndose a la idea de tener que enfrascarse de nuevo en batalla “Pase lo que pase, siempre terminan por elegirme a mí. Diario es lo mismo”.

    —De acuerdo, Asuka, eres la elegida— replicó Ritsuko, sorprendiendo a Ikari y hasta a la misma chiquilla —Eres la designada para llevar a cabo la misión en la Unidad 02.

    —¡Sí! ¡Gané!— estalló de júbilo la muchachita, brincando en su lugar, como burlándose de los demás —¡Muchas gracias, le aseguro que será algo muy fácil para mí cumplir con esta misión, doctora Akagi!

    —Eso espero, querida.

    —¿Y qué hay de mí?— preguntó Rei, levantando discretamente la mano tratando de emular el gesto de la europea, sorprendiendo a propios y extraños por igual. Era algo inusitado que quisiera participar de la asamblea, la mayoría de las veces sólo hablaba cuando se le requería directamente. Posiblemente tuviera que ver con la terminación de la reparación de la Unidad 00 aquella súbita muestra de interés.

    —Pues, verás, lo que sucede es que...— intervino Maya, ante el desconcierto general —El Prototipo Cero no se ajusta a los estándares requeridos por el Equipo D.

    —Es por eso que tú, junto con Shinji y las Unidades 00 y 01 permanecerán en el cuartel hasta que la situación requiera de su intervención— añadió Ritsuko, sobreponiéndose de la impresión —Que esperemos, no sea necesaria.

    Ikari estaba doblemente atónito, aún más por el hecho de ni siquiera haber sido tomado en cuenta para dicha operación. Y lejos de alegrarse, como en un principio lo hubiera supuesto, una angustia lo embargó completamente, pues pensaba que ahora que la agencia disponía de pilotos mucho más capaces que él comenzarían a relegarlo a un segundo plano, como siempre hacían con Rei.

    —¡Pobrecita de Rei!— exclamó Langley burlonamente, mirando desdeñosamente a Ayanami —¡Debe ser muy aburrido quedarse a diario en el cuartel!

    La joven japonesa le devolvió la mirada, sosteniéndosela por unos momentos sólo para después voltear la vista hacia el lado opuesto, arrepentida de haber hablado, pues había dado pie a las ofensas de la extranjera.

    —¿Y yo?— preguntó a su vez Kai, interviniendo por primera vez en la reunión, confundido de que Akagi no lo haya mencionado en ninguna ocasión —La Unidad Z puede soportar sin ningún problema la presión magmática, sin necesidad del Equipo D.

    —¡Presumido!— lo encaró Asuka, a riesgo de morderse la lengua —¿No oíste que yo soy la piloto designada para esta misión? ¡A nadie le interesa lo que hagan tú y tu chatarra!

    —¿Quieres callarte?— replicó Rivera, enfrentándola del mismo modo, harto de los desplantes de la chiquilla —Estoy hablando con el burro, no con sus garrapatas...

    —¿Qué dijiste?— pronunció también molesta la científica, al escuchar cómo se refería a ella el chiquillo.

    —Eh... Yo... no quise de ninguna manera... este...— masculló el muchacho, retrocediendo ante la aguda mirada de la rubia, sumamente apenado de que su lengua resbalara pese a la adversidad que sentía por aquella mujer.

    —Mira, olvidemos todo eso, ¿de acuerdo?— le dijo Akagi meneando la cabeza en señal de negación, para después sujetarse el tabique con los dedos, queriendo relajarse —Sabemos de los alcances de la armadura protectora de Zeta, sin embargo el Comité ha decidido no arriesgar al Modelo Especial en un combate en las corrientes de magma, por lo que ahora sólo irás al Monte Asamayama como apoyo para el Eva 02, solamente.

    —Ah, bueno...— convino el joven, aún sin atreverse a verla a los ojos —En ese caso, por mí está bien.

    —¡¿Qué?!— replicó Langley, de nuevo enfadada —¿Quiere decir que prefieren poner en peligro a mi Eva que al armatoste de este imbécil?

    —No estés importunando a Maya y a la doctora, mocosa malcriada— le respondió Rivera, igualmente furioso —Niña idiota, ¿qué no entiendes que el Eva Z es mucho más valioso para el proyecto que tu muñeca de hojalata? ¿Y porqué no cierras de una buena vez el hocico? ¡Haces que me duela la cabeza! Creo que lo mejor será comprarte un bozal...

    —¡¿Cómo te atreves, miserable?!— gritó la muchacha al rojo vivo, sujetándolo por las ropas, lista para asestarle una buena bofetada.

    —¡SILENCIO LOS DOS!— explotó la doctora, tirando todos sus apuntes al piso en un desplante de ira bien justificada —¡Ustedes, par de mocosos imberbes, harán justamente lo que se les diga en el momento que se les diga! ¿ENTENDIDO?

    —¡Sí, señora!— respondieron ambos al unísono, poniéndose firmes y cuadrándose, atemorizados por la reacción de la científica.

    —Es por esto que no quiero tener hijos— murmuró abatida a su asistente, de pie a su lado, dándoles la espalda a los pilotos —Cielo Santo, ¿cómo diantres le hará Misato para soportarlos? Simplemente yo no puedo...


    Al cabo de un rato, los preparativos de la misión estaban por concluir, sólo hacía falta que los pilotos subieran a los Evas para darle inicio a ésta. Los Evangelion serían trasladados con el Equipo F al Monte Asamayama, para luego seguir instrucciones. Igualmente la jefa del Área de Investigación, la Doctora Akagi, haría el viaje al volcán, aunque por separado. Todo estaba listo ya para la partida, y de hecho por lo único que aguardaba todo mundo era por Asuka, que aún no salía de los vestidores. Al parecer, la chiquilla gustaba de las pausas dramáticas.

    —Disculpen la tardanza— fue lo primero que dijo apenas se incorporaba al equipo, enfundada en su ajustado traje de conexión —Me estaba arreglando el cabello, lo tenía hecho un asco...

    —Tú eres la que es un asco— murmuró Rivera, en un tono muy bajo para que fuera difícil escucharlo, igualmente ataviado con el traje especial, quien llevaba más de quince minutos esperándola para partir.

    —Qué curioso— observó Langley, examinando cuidadosamente su prenda —Se supone que éste traje sería para protección especial, pero es igual al que uso habitualmente.

    —¿Eh? Ah, eso— musitó Akagi, casi sin prestarle atención mientras caminaban rumbo al hangar de la Unidad 02 —Oprime el dispositivo de tu muñeca derecha...

    —¿Se refiere a éste?— preguntó la muchacha mientras obedecía la indicación, sin dejar de caminar.

    De repente, su pecho comenzó a expandirse rápidamente. Y no sólo el pecho, sino también todo el traje que rodeaba a su cuerpo empezó a inflarse como un enorme globo rojo del tamaño de una persona, excepto por las manos y los pies.

    —¡¿Pero qué es esto?!— gritó espantada al ver como su hermosa y esbelta figura era rellenada con rapidez, creciendo cada vez más hasta acabar atrapada en una figura regordeta que apenas si cabía en el pasillo por el que iban.

    Kai apenas la vio no pudo contenerse un solo instante y rompió a reír desaforadamente, pensando que la mandíbula se le iba a desencajar entre el estrépito que hacían sus carcajadas, llevándose las manos a la boca del estómago mientras se inclinaba para tomar aire y la señalaba con el dedo:

    —¡Ja, ja, ja! ¡Mírate nada más, sí que te has decuidado, hermana! ¡Pareces un globo mal inflado!— decía dificultosamente, en medio de sus risotadas —¡Tendrías que bajarle a las golosinas, ya hasta pareces un balón de básquetbol! ¡Ja, ja, ja! ¡No sé si compadecerte o botarte!

    Y de nuevo sus palabras fueron cortadas por un súbito ataque de sonoras carcajadas que calaban profundo en los oídos de la chiquilla, quién hacía rabietas infantiles tapándose las orejas con las manos, lo que fuera con tal de no escucharlo, moviendo la cabeza de un lado a otro a manera de negación.

    —¡Cállate, cállate te digo, maldito idiota!— repetía una y otra vez, cerrando los ojos.

    —Tu eres la que se debería callar, gordita— pronunció contento el muchacho, yendo a su encuentro para levantarla en vilo, sosteniéndola por encima de su cabeza para luego correr con ella a cuestas en dirección al hangar —¡La multitud ruge cuando Rivera toma posesión del balón y avanza a toda velocidad por la cancha!— decía imitando a un comentarista deportivo, ignorando los incesantes reclamos de la jovencita para que la bajara. El aire en su traje la hacía aún más ligera de lo que era —¡Con una espectacular finta deja varados a los defensivos, se dirige a zona de tres puntos, se prepara para disparar, tira y... encesta!— pronunció con gran entusiasmo, transportándose en esos breves instantes a una cancha abarrotada de gente que lo vitoreaba, aunque fuera sólo en su imaginación, dejando otra vez a la alemana en el piso al entrar al hangar —¡Y los Lakers de Los Ángeles vuelven a ganar el campeonato de la NBA!

    —¡Salvaje, pudiste haberme lastimado!— lo interrumpió la joven rubia una vez que hubo recuperado el aliento, dándole una sonora cachetada, sacándolo de su trance.

    —Ten más cuidado— lo reprendió también Ritsuko cuando les dio alcance —Deberías respetar más a Asuka, ella es una delicada señorita.

    —Je, lo siento— masculló risueño el muchacho, enseñando los dientes mientras se rascaba la nuca con insistencia.

    Un nuevo grito de su compañera provocó que dejara lo que estaba haciendo para voltear a sus espaldas, encontrándose con la causa de una impresión más de la chiquilla.

    Se trataba del Eva 02, con las piernas extendidas sobre el piso y la espalda recargada sobre un gigantesco muro de acero, dentro de un chusco traje blanco abombado, que hacía recordar mucho a los primeros trajes de buzo que se utilizaron, con todo y su escafandra, donde se asomaba tímidamente el yelmo rojo del robot por el grueso cristal transparente de su nueva armadura.

    —¡No, no puede ser!— gritaba histérica la joven europea, contemplando la ridícula visión que se le presentaba a sus ojos —¡No mi Eva también! ¡Todo, menos eso, por favor!

    A Katsuragi volvió a darle un ataque de risa, revolviéndose otra vez en su lugar, de pie como estaba, mientras apuntaba divertido de la vida:

    —¡Y ahora tu Eva parece el hombre de malvavisco!— señalaba mientras se reía a todo pulmón, sin poder contenerse —¡Que alguien llame a los cazafantasmas! ¡No, mejor a los Niños Exploradores y hacemos una fogata!

    Parecía que la barriga le iba a estallar de tanto reírse, o en su defecto a asfixiarse, pues su cara comenzaba a tornarse roja, lo primero que pasara, pero aún así no cejaba en su empeño de burlarse de la extranjera.

    —¿Pero qué le han hecho al pobrecito?— apenas si atinaba a decir la chiquilla, atónita, mirando desconsolado a su otrora orgullo.

    —Es solo el traje a prueba de calor, presión y radiación— contestó mecánicamente Akagi, sin prestarle demasiada importancia al asunto —El Equipo del tipo D (de Deep, en inglés) para regiones extremas.

    —Siendo así, me niego a cumplir con esta misión— protestó enérgicamente la muchacha, cruzándose de brazos —No puedo permitirme ser vista en tan bochornoso atuendo en público— pronunció dándole la espalda y mirando de reojo a Rivera, que seguía con su ataque de risa, tumbado en el piso —¡Es precisamente para este tipo de situación que tienen a Shinji! ¿No es así?— arremetió contra el muchacho, quien junto con Rei se encontraba también en el hangar, aunque sin vela en el entierro —¡Dejen que él lo haga, esta operación tan humillante va más acorde a sus habilidades que a las mías!

    Todo el personal allí presente, incluso sus mismos compañeros observaban contrariados la berrinchuda actuación de la jovencita, que no estaba dispuesta a ceder en su empeño de zafarse de utilizar accesorios no tan elegantes a los que estaba acostumbrada. Parecía una diva que no complacida en sus caprichos se negaba a cantar y ponía en peligro toda la función y la reputación del teatro. Todo apuntaba a que nadie podría convencerla de lo contrario, nadie a excepción de:

    —Es una verdadera lástima— dijo Kaji en voz alta, para que pudiera escuchársele desde el barandal del piso superior en el que se encontraba recargado —Esperaba ver por fin una de tus increíbles demostraciones de poder, Asuka.

    La chiquilla apenas al verlo soltó un grito entrecortado de espanto, para luego escabullirse a toda prisa a ocultarse en el pasillo que daba acceso al hangar, evitando ser vista por el hombre, con el rostro encendido del color de su abultado traje de conexión, sintiendo que moría de la vergüenza de ser vista en tales proporciones por el sujeto que ella idolatraba.

    —¡Por lo que más quiera, doctora!— suspiraba asomándose tímidamente por el filo de una de las paredes, suplicando con esos grandes ojos castaños contraídos en una desesperación total —¡No permita que Kaji me vea en estas condiciones, se lo imploro!

    —Creo que estamos ante una adversidad, doctora— masculló Ibuki, observando algo inquieta la encastillada actitud de la piloto.

    —Así parece— asintió Ritsuko, por fin dejando de lado la coordinación de los últimos preparativos para atender el problema más inmediato que se le presentaba.

    No obstante, según parece, la solución a ésta también acudía de manera rápida y efectiva. Por primera vez Shinji estaba resuelto a ofrecerse de voluntario para algo, atendiendo a los designios de Langley y también para recuperar terreno perdido ante los otros pilotos que ya le estaban sacando buen trecho de ventaja. Se le figuraba que vivía en carne propia la fábula del conejo y la tortuga. Empero, Ayanami también estaba muy rezagada del pelotón, por lo que pronta se resolvió a tomarle la delantera a su compañero, adelantándosele cuando volvió a levantar la mano, enfundada en su inmaculado traje de conexión que se ajustaba de manera muy conveniente a su cuerpo tan vistoso.

    —Yo puedo ir en la Unidad 02— se ofreció tratando de ocultar el tono de emoción que su voz manifestaba —Si así me lo permiten...

    De inmediato una súbita sensación de cólera avispó los ojos de Asuka, quien apenas al escuchar las intenciones de Rei, su más acérrima rival, salió como rayo de su escondite para encararla lo antes posible, regresando al campo de batalla, caminando decidida y con paso firme hasta donde el pequeño grupo se destacaba.

    —¡No te atrevas siquiera a tocar MI Eva 02, aprovechada!— le amenazó hecha toda una furia —¡Yo soy la elegida para la misión, no tú, Primer Niño!

    —¿Significa que a final de cuentas lo harás?— le preguntó Akagi, todavía no muy convencida de la resolución que la alemana había tomado.

    —¿Aún cuando tu Eva se parezca al monigote de las llantas Michelin?— interrogó a su vez Kai, entre risas mates.

    —Sí— contestó firme y concisa, sin importarle ya la gran cosa su apariencia.

    —Te felicito— contestó Rivera de inmediato —Se requiere de mucho valor para exponer tu dignidad saliendo así como estás a la vista de todo mundo...

    Por supuesto que aquella felicitación no era sincera, y por el contrario, llevaba en ella toda la intención de lastimar más la ya de por sí vapuleada autoestima de la jovencita europea. Sin embargo, ésta consiguió mantenerse ecuánime y repuso a su vez, mirando fijamente al joven frente a él:

    —Cada vez que te pones tu ridículo traje te ves como esa estúpida rana de trapo que sale en televisión, Kermit. Nadie te lo ha querido decir por temor a herir tus sentimientos, pues saben que tú mismo fuiste el que diseñó ese esperpento que llevas puesto.

    —¿E-En serio?— masculló el muchachito, perplejo por aquella revelación —P-pero... pero entonces... ¡Maldita sea, todo este tiempo se han estado burlando de mí a mis espaldas y nadie tuvo la decencia de decírmelo!— estalló finalmente, agitando los brazos con vehemencia como si estuvieran hechos de felpa rellena o algún otro material textil —¡Ya me las pagarán, los odio a todos! ¡Shinji, dime para qué diablos te mantengo con vida si ni siquiera sirves para avisarme cuando estoy haciendo el mayor de los ridículos! ¡¡¡Aaah!!!

    “Sólo ten un poco de paciencia, amor mío” por su parte pensaba Asuka, orgullosa de su labor, dirigiéndose al enorme robot rojo prisionero en tan bufonesco aspecto, cosa que al igual que a su ama, parecía irritarle bastante. “Pronto este tormento terminará”


    Semejantes a dos gigantescas aves prehistóricas, lentas y torpes, así era como iban volando a 30 mil pies de altura los Evangelion provistos con sus respectivos Equipos F que los llevaban muy por encima del piso, férreamente sujetados por los hombros. Debido a su envergadura, y sobre todo por el tonelaje que tenían que cargar, aquellas moles no podían desarrollar mucha maniobrabilidad o velocidad, haciendo un viaje que normalmente tardaría unos veinte minutos en una hora aproximadamente.

    Proyectaban una gran sombra como lo haría una nube, y el ruido ensordecedor de sus turbinas los acompañaba durante todo el trayecto, anunciando su llegada por donde quiera que tenían la desgracia de pasar.

    Arriba no se veía que fuera la gran cosa, conforme se iban acercando. Podía distinguirse ya con nitidez el volcán y las faldas que le rodeaban, con todos los campamentos de NERV instalados improvisadamente, y en la punta una tímida, raquítica columna de humo que apenas si rebasaba los 100 metros. Pero en cuanto a lo demás, no se encontraba nada fuera de lo normal. Eran los hombres, que como hormigas inquietas, profanaban con sus prisas la paz de aquellos parajes naturales. Iban de aquí para allá, corriendo, tan diminutos como insectos, sin darse cuenta por entero de la proporción que guardaban en la naturaleza.

    —Las Unidades Z y 02 están ingresando a nuestro espacio aéreo— se apresuró a decir uno de los operadores en la tienda en la que se encontraba Misato.

    —Muy bien, que esperen en su posición— indicó la capitana para enseguida voltear con su alterno para entregarle nuevas instrucciones en las que se pudiera ocupar —Ten lista esa grúa y el arma láser lo antes posible, ¿quieres?

    —Entendido— contestó Makoto mientras ponía manos a la obra.

    El coloso de fuego se hacía paulatinamente más grande a su vista, hasta el punto de ser capaces de distinguir cada una de las copas de los árboles, de verde follaje, que tapizaban las cercanías del Monte Asamayama. Era una vista soberbia, espectáculo que muy pocos se podían dar el lujo de contemplar, y que no era tan bien valorada por los que sí podían. Como Asuka, que ociosa en su cabina no encontraba el modo de evadir al tedio, preguntando por la radio una vez que estuvieron lo suficientemente cerca:

    —¿En dónde está Kaji, Misato? Imagino que ya habrá llegado al campamento.

    —Ese idiota no tiene ninguna incumbencia en este asunto— respondió furibunda Katsuragi a la sola mención de dicho sujeto, desplegando su imagen en un monitor del Eva —No hay lugar para él en esta instalación.

    —Oh, demonios— berreó la chiquilla una vez que la imagen desapareció —Y yo que quería que me viera en mi momento de gloria...

    —Yo que él, esperaría sentado— dijo Rivera, irrumpiendo en la misma pantalla de antes, habiendo estado al pendiente de la conversación en su cabina.

    La alemana sólo hizo una mueca de disgusto mientras rápidamente interrumpía el canal de comunicación, cortando de tajo la transmisión sin siquiera mediar unos cuantos insultos de ambas partes. Era alarmante admitirlo, pero las conversaciones entre ellos dos cada vez se hacían más y más tirantes, transgrediendo la barrera de la rivalidad cordial para parar hasta quien sabe donde. Cada nuevo golpe que se daban llevaba mayores cantidades de ira y rencor. Langley ya comenzaba a presentir que tal situación detonaría un buen día de esos, provocando muchos destrozos. Iba a ser todo un agarrón, eso sí.

    Y nada podían hacer por evitarlo, salvo evitar hablarse el uno al otro.


    A varios kilómetros de allí, de entre la espesa vegetación y las copas de los pinos de la montaña, se elevaba burlonamente el funicular, trepando lentamente por el cable que pendía desde la base de la montaña hasta su nevada punta. Cualquiera que lo viera, pensaría que estaba de turista, con esa apariencia de alpinista que tenía: botas para escalar, pantalones cortos, una camiseta amarilla rala sin mangas y el sombrero de ala ancha que traía puesto sobre la cabeza, además de su característica coleta en la que traía recogido su cabello y su barba de tres días sin afeitar, que se adhería a su rostro semejando a una lija. Pero aún así, no podía dejar de lado los viejos hábitos, por lo que antes de que se diera cuenta ya estaba encendiendo otro cigarrillo y poniéndoselo en los labios.

    Aquella acción era notoria que enfadaba a la persona con la que Kaji compartía el teleférico, mirándolo de reojo con una mirada que fustigaba, contrayendo su severo y enjuto rostro en una mueca de disgusto. La mujer se alisó el pliegue de su falda, maniobrando para no soltar al cachorro labrador que llevaba consigo, un inquieto animalito que ladraba de vez en cuando, agitando su pequeña cola cuando algo lo excitaba.

    El aparato avanzaba hacia la cima con seco murmullo, sin que ninguno de los dos se dirigieran la palabra. No había ningún indicio tangible que sugiriera que aquellos dos se conocieran o siquiera se hubieran visto antes. Hasta que la señora, ya de unos años, con mirada apagada y gesto melancólico de quien ha visto pasar los mejores años de su vida, pronunció casi en un susurro:

    —La A17 ha sido aprobada por el Consejo— masculló sin voltear a verlo, acariciando la tierna cabeza del pequeño perro que sostenía en sus manos y aprovechaba para apaciguar al cachorro —Y eso implica congelar los actuales fondos.

    —Hay mucha gente nerviosa debido a todo este asunto— respondió Ryoji, con su sonrisa cínica que le comenzaba a serle habitual.

    —¿Y porqué no lo detuviste?— preguntó su acompañante, sentada frente a él, a la vez que su alborotada mascota le ladraba a un enorme insecto que se había posado sobre el cristal de la ventana, por afuera.

    —No había razón alguna para hacerlo— contestó el sujeto, apagando la colilla de su cigarro en la gruesa suela de su bota —Además, se trataba de una orden oficial, si sabe a lo que me refiero...— al pronunciar la palabra oficial puso más énfasis en ella, como si tuviese algún otro significado, un doble sentido.

    —Pero un probable fracaso de NERV significaría la destrucción del mundo— aseveró la mujer, apretujando a su cachorro entre sus brazos.

    —Descuide...— dijo Kaji, mirando por encima de su hombro, recargándose confortablemente en su asiento —Ellos no fallarán... No son tan tontos...


    Los gigantes de acero ya estaban en sus puestos cada uno, aguardando por instrucciones, cosa que en muchas ocasiones resultaba de lo más tedioso. Sin poder hacer la gran cosa dentro de sus cabinas, los jóvenes pilotos se entretenían al vigilar el paisaje exterior gracias a sus cámaras de vigilancia, desde donde podían tener diversos ángulos de su posición.


    “So don't delay, act now, supplies are running out

    allow if you're still alive six to eight years to arrive

    and if you follow there may be a tomorrow

    but if the offer is shun, you might as well be walkin' on the sun...”


    Ó bien, mantener su mente sumergida en el ocio, tal cual lo hacía Katsuragi desde su Eva, canturreando una alguna vez popular canción en inglés. Ya estaba hastiado del uniforme paisaje que tapizaba las faldas del volcán, hastiado de ver correr a todos de aquí para allá estando él allí sentado sin hacer la gran cosa. No había, pues, nada afuera que pudiera ser digno siquiera de su atención.

    Al menos eso pensaba hasta el momento de ver pasar tres formaciones en V de aviones bombarderos SF-2 Ghost, del tipo de los que usaban las Naciones Unidas para atacar con las tristemente célebres Minas N2, sus abominables creaciones, el mayor error que había cometido en su vida, error que aún ahora intentaba a como diera lugar enmendar, un error que había traído consigo fatales consecuencias. Si tan sólo pudiera regresar en el tiempo a aquél fatídico día, pensaba y anhelaba con todas las fibras de su ser cada vez que contemplaba aquella terrible estampa que le desgarraba el corazón, si tan sólo pudiera revertir lo ya hecho, corregir lo incorrecto del pasado. Dios, si tan sólo hubiera la forma de regresar a ese momento para impedir lo que hice, para detenerme a mí mismo y después morir, sería feliz. Si pudiera enmendar los errores del pasado para asegurarle a mis seres queridos un mejor presente, si tan sólo se me permitiera un inexorable minuto volver a vivir para hacer lo correcto...

    Los negros portadores de la muerte destacaban de aquel profundo cielo azul en todos sus monitores. Y el sigilo de sus motores logró hacer eco en sus oídos. Distinguió con toda claridad la insignia de la Fuerza Aérea de la O.N.U. ¿Pero qué rayos estaban haciendo allí? No tenían ninguna competencia en aquella misión, ¿ó sí la tenían?

    Le parecían cuervos que él mismo había incubado y criado, alimentado y sostenido, y que ahora mismo regresaban para arrancarle los ojos. Y ese sonido, ese maldito sonido, tan seco y distante, ese sonido lo tenía bien grabado por siempre, el sonido que le hacía jirones el alma y que lo sacaba de quicio al recordar ese día infame en la Historia. Una multitud incontable de voces se levantaban de sus tumbas y le reclamaban mientras escuchara ese sonido infernal, el sonido de las turbinas silenciosas de esos horribles vehículos que cosechaban la muerte.

    —Ritsuko, ¿podrías hacer el gran favor de decirme qué diablos están haciendo aquí esos sujetos?— pronunció molesto el chiquillo a través de la pantalla que le permitía ver a la científica y viceversa.

    —La Fuerza Aérea de las Naciones Unidas en estos momentos sólo se encuentra vigilando la operación— espetó la doctora, un tanto inquieta —Más que nada están esperando...

    —Hasta al final de esta misión— intervino Maya, apareciendo también en la pantalla a lado de Akagi.

    —¿Nos ayudarán?— preguntó a su vez Asuka, haciéndose partícipe de la conversación que comenzaba a tener tintes interesantes.

    —No te metas en esto, Langley— musitó fríamente el muchacho, con una expresión por lo demás sombría. Sin insultos, sin bromas.

    —Más bien lo que harán será terminar el trabajo— continuó la mujer rubia, ignorando la petición del muchacho, contestando a la anterior pregunta.

    —Si es que fallamos— completó otra vez Maya la frase de su superior.

    —¿Qué quieren decir con eso?— volvió a interrogar la chiquilla, sobreponiéndose a la terrible impresión que le produjo Kai cuando habló. Parecía una persona muy distinta a la que usualmente conocía.

    —Quiero decir que con su cargamento de Minas N2 se encargarán de devastar toda el área, a fin de acabar con el Ángel... y con nosotros...

    Vas?!— atinó a exclamar la joven alemana, con el corazón dándole un vuelco.

    —¡Eso no puede ser!— replicó Katsuragi con todas sus fuerzas —¡No se me notificó de nada al respecto! ¡¿Quién fue el que autorizó semejante barbaridad?!

    —El... Comandante Ikari— masculló Ritsuko, no muy convencida de ello.

    —¡Ese bastardo hijo de perra!— gruñó Kai encolerizado en extremo, golpeando los controles de su consola —¡No tiene autoridad para hacer algo así!

    Maldecía una y otra vez, sin tener respuesta, y sin que pudiera hacer algo para cambiar tal situación. Veía impasible como Gendo le ganaba cada día más terreno y a él sólo le restaba mirar en silencio su victoria, incapaz de oponérsele. A pesar del espacio que había logrado conseguir antes, Ikari volvió a arremeter en su contra, ganando más influencias a últimas fechas. Era eso quizás lo que lo enfurecía aún más, la impotencia de la cual era objeto.


    Pese a todo y su inconformidad, la operación ya estaba lista para dar inicio. El Eva 02, provisto aún del Equipo D, había sido colocado en una gigantesca grúa en la punta del coloso de fuego, conectando cinco mangueras de refrigerante, una junto a otra, en el vistoso traje de protección del robot, además del imprescindible cable umbilical.

    Todo era coordinado a la perfección desde el improvisado puesto de mando en el Instituto Sísmico por la capitana Katsuragi y el demás personal que la acompañaba. En muy pocos momentos estarían capacitados para empezar la misión, al paso que llevaban.

    —Operación láser terminada— anunció Makoto, una vez que había terminado con la tarea que le había sido asignada.

    —Curso asegurado— completó Shigeru, que había llegado con el demás personal en la segunda partida, desde su consola.

    —El Equipo D está verificado y listo para la acción— hizo lo mismo Maya, desde su respectivo lugar, habiéndose apoderado los técnicos de la agencia por completo de las instalaciones que tan cortésmente les habían sido “prestadas”.

    —La Unidad 02 ya se encuentra en posición, en estos momentos, capitana...

    —Muy bien— asintió Misato, de pie en medio de los tres, con los brazos cruzados —Asuka, ¿Estás lista?— preguntó a la piloto por el comunicador, aunque fuese de más el hacerlo.

    —Por supuesto— aseveró la chiquilla, afianzándose a los controles delante de sí —Cuando gusten, estoy preparada para todo.

    —Kai, debes permanecer alerta a cualquier movimiento— le indicó a su vez a su protegido, por la misma vía —¿Entendido?

    —De acuerdo...— pronunció, distraído, con la mirada perdida.

    —Muy bien...— respondió Katsuragi, no muy segura de que el muchacho la hubiera entendido del todo —¡Adelante!— terminó ordenando, haciendo una señal.

    Sólo un gesto de la mujer bastó para que toneladas de pesada maquinaria de gran tamaño se pusiera a la vez en movimiento. De inmediato la gigantesca grúa comenzó a trabajar, bajando lenta y pesadamente al Evangelion de color rojo al interior del cono volcánico, inquieto y sumamente activo.

    Hecho que no pasa desapercibido para la joven piloto, que aún con su protección especial su mente le jugaba una broma al hacerle sentir la sensación de calor, tan sólo con ver la lava ardiente a sus pies, mientras se acercaba cada vez más.

    —¡Demonios, eso se ve que está que arde!— exclamó la muchachita desde su cabina, haciendo ademán de quitarse sudor de la frente, suspirando al tiempo que lo hacía.

    —Eva 02 ingresando al magma— advirtió Ibuki cuando revisaba los datos que le llegaban a su terminal, acción que podía ser apreciada por los presentes mediante diversos monitores instalados por todas partes.

    —¡Ey, Rivera, mira esto!— pronunció la europea, llamando la atención del joven dirigiéndole la palabra por primera vez desde que habían salido del cuartel.

    —¡Oh, por Dios! ¿Qué pasó, qué pasó?— respondió el aludido súbitamente alarmado, mirando para todos lados, listo para disparar sus ráfagas ópticas a lo que se le pusiera enfrente —¡Estaba distraído, Santo Cielo! ¡No hay problema, yo me encargo de todo! ¿Qué es lo que pasa?— interrogó al final, percatándose de que nada extraño estaba a la vista, una vez asegurado todo su perímetro.

    —¡Observa qué entrada tan elegante!— señaló al mismo tiempo que su robot se sumergía en las ardientes corrientes de lava, poniendo un pie más arriba que otro, inclinando el cuerpo hacia delante, para internarse con mucho estilo en el interior del magma.

    —Ay, ridícula...— masculló Kai negando con la cabeza y poniéndose una mano en la frente, para después desactivar el mecanismo de su arma, aunque aliviado de que no fuera nada grave. Había cometido un grave error al distraerse, todo por no poder dejar de pensar en Ikari y sus fechorías.

    La grúa no cesó de bajar al Eva, siguiendo éste su trayectoria en línea recta atravesando el volcán muy lentamente, a través de las incandescentes corrientes de lava, que voraces buscaban consumir como fuera al intruso en esas regiones de los avernos. La armadura y los sistemas anti-presión al momento trabajaban bastante bien, permitiéndole a la piloto poder reportar su situación con toda calma.

    —Profundidad actual: 170. Velocidad de ascenso: 20— pronunció despreocupada por el comunicador —Todo el sistema está nominal. Visibilidad cero. No puedo ver ni una maldita cosa por aquí— señaló, poniéndose la mano izquierda en la frente a modo de visera para después presionar varios interruptores en su cabina —Cambio a monitor CT. Aún no hay visibilidad, continúo limitada a 120...

    Ésas no eran buenas noticias para Misato y su gente. Si a esa profundidad todavía no existía el contacto visual eso significaba que tendrían que bajarla más, y mientras más la bajaran, más peligroso resultaría para ella. En la punta del volcán, la grúa continuaba bajando a la muchacha sin importarle su seguridad, limitada a cumplir las instrucciones que le llegaban por computadora.

    —Profundidad a 400... 450... 500... 550... 600... 650...— decía Maya desde su puesto, revisando su consola para poder indicar qué tan profundo iba bajando la Unidad 02, creando involuntariamente un clima de tensión del cual era difícil zafarse —900... 950... 1000... 1020...— el tono de su voz iba aumentando conforme la cifra lo hacía, producto de su nerviosismo, del cual apenas si se percataba —Excediendo el límite de seguridad. Profundidad 1300, alcanzando la posición del blanco.

    —Asuka— Katsuragi de inmediato abrió el canal de comunicación —¿Aún no puedes ver nada?

    —Todavía no detecto nada— respondió Langley, un poco acalorada, mientras se internaba más a las penumbras, a donde ningún mortal había llegado jamás. Trataba de no pensar en ese respecto —Aquí no hay alguien.

    —Hm, el flujo de lava es más rápido de lo que habíamos previsto— apuntó Ritsuko, al observar los datos que le llegaban del Equipo D.

    —El radio de movimiento del blanco también es diferente a lo previsto— añadió la capitana, cruzándose de brazos, angustiada —¡Dense prisa para recalcular la trayectoria! Sigan con la operación como hasta ahora— amagaba a los técnicos que tenía a un lado suyo, para luego dirigirse a Hyuga —Continúa con el descenso.

    El técnico no contestó. Se limitó a mirar de reojo a su superior, con extrañeza, a sabiendas que estaba dispuesta a arriesgar la vida del piloto con tal de ver cumplido su empeño de destruir a cada ángel que se le pusiera enfrente. Pero aún así, no se opuso a su decisión, la cual cumplió al pie de la letra sin chistar.

    —Profundidad 1350... 1400...— continuaba Maya señalando la profundidad del Eva, al mismo tiempo que éste continuaba descendiendo a los infiernos.

    No iba a resistir mucho a ese paso, eso quedaba claro. Cualquier duda al respecto se despejó al rendirse una de las mangueras refrigerantes de la armadura del Evangelion, quedando abatida ante la presión que se le ejercía, comprimiéndose sobre sí misma para luego romperse.

    —La segunda manguera de circulación se ha roto— comunicó uno de los operadores, revisando el estado del robot gigante.

    —Profundidad 1480... excediendo la profundidad máxima— siguió Ibuki con su letanía, cómo para ponerle más sal a la herida. Parecía que todos en el campamento querían darle a entender algo a la capitana.

    —El blanco aún no ha sido localizado— les contestó con voz fría y medida Misato, sin dirigirse a nadie y a todos en especial, a la vez —Prosigan— sentenció, sin nadie que volviera a oponérsele, por el momento, para luego dirigirse a la chiquilla —Asuka, ¿cuál es tu situación?

    —Sigan bajándome— le respondió, ocultando su ansiedad y queriendo aparentar seguridad a toda costa —Quiero terminar cuanto antes con este trabajo para poder tomar un largo baño.

    —Conozco un buen balneario cerca de aquí. ¿Qué te parece si vamos después de terminar con la misión?— sonrió Katsuragi a sus adentros, admirando la fortaleza y determinación de la joven europea —Mantengan el descenso, sólo un poco más— se dirigió a su tropa, en un gesto y tono que a cualquiera le hubiera parecido de súplica.

    A regañadientes, sin la confianza necesaria en su líder, los técnicos obedecieron aquella arriesgada decisión de la capitana. A todos ellos les importaba más lo que le pasara a la piloto, y a ellos en consecuencia, que capturar al ángel para su estudio. La verdad era que el ambiente estaba bastante tenso entre los que se encontraban en ese momento en aquél lugar. Temiendo alguna sublevación por parte de los operadores, los matones apostados en las puertas acariciaron sus revólveres por debajo de su saco negro. Probablemente tendrían que llegar a hacer uso de ellos, si es que la cosa empeoraba, como parecía.

    —Profundidad máxima... más 120...

    La tierra no quería a ese intruso en sus entrañas. Tal cómo lo harían los jugos gástricos con una bacteria, la corriente se ponía violenta para con el robot, zarandeándolo en cada centímetro de su enorme cuerpo, buscando aplastarlo bajo su presión, presión bajo la cual sucumbía y se revolvía aparatosamente, aún con el equipo protector puesto. Una fuerte sacudida arremetió de repente a la muchacha, que se asía firmemente de los controles para no perder el equilibrio, sintiéndose en una rueda de la fortuna descompuesta. La corriente se resistía a su peso, y a medida que fuera bajando la fuerza con la que resistiría sería mayor, hasta que ya no sería suficiente ni el Equipo D ni su propia armadura para protegerla de una muerte segura.

    —¿Qué fue lo que pasó?— preguntó después de la embestida, mirando a todos lados extrañada, presintiendo que algo le faltaba y que además hacía mucho más calor que antes.

    —La Unidad 02 ha perdido el cuchillo progresivo— pareció contestarle un operador, el mismo de antes, desde su consola. Tensando aún más las relaciones entre la capitana y su gente, que estaban engarrotados en sus lugares, con los dientes apretados.

    —Profundidad máxima... más 200...

    Alguien tenía que hacer algo, impedir que la lunática de Katsuragi asesinara a aquella pobre chica. No podían dejarla hacer su santa voluntad, mirando impasibles como una persona moría por su necedad. Alguien tenía que detenerla, eso estaba claro, pero ¿quién? No parecía haber un voluntario que quisiera tomar la estafeta. Y es que la autoridad de la mujer con rango militar no era para tomarse en juego. Precisamente, de quien menos se lo esperaban fue quien vino al rescate de todos:

    —¡Capitana Katsuragi, deténgase, por lo que más quiera!— suplicó Huyga, volteándose hacia donde estaba ella, de pie —¡Hay una persona allá abajo!

    Nadie hubiera pensado alguna vez que Makoto llegaría a oponerse a la mujer que amaba con desesperación. Pero así era, allí estaba él, cuestionando el juicio de la mujer, muy a su pesar. Aspecto que no pasó desapercibido por ella, quien sólo frunció el ceño, molesta por aquella inesperada actitud de su subordinado, a quien le tenía toda confianza.

    —Les recuerdo a todos ustedes que yo estoy al mando de toda esta operación, por lo tanto mis órdenes son inapelables— pronunció Misato, fuerte y clara, desafiando a cualquiera que quisiera oponérsele, aún a su segundo —¡Así que continúen con el descenso!

    —Por mí está bien— aseveró Langley, desde la cabina del Eva —Puedo bajar todavía mucho más allá. Prosigan.


    “Esto no pinta nada bien” pensaba a su vez Rivera, desde la punta del volcán, mirando la corriente de lava debajo suyo, en el interior del cono volcánico, en donde la grúa a su lado seguía bajando más y más a su compañera “Estos cabrones ya se le están alebrestando a esta señora y no creo que tarde mucho para que alguien se amotine. Los ánimos están muy encendidos. Todos están nerviosos por culpa de estos imbéciles de la O.N.U. que nomás se la pasan como zopilotes a ver qué agarran. Ikari bastardo, todo lo que provoca por sus babosadas.” Sin embargo, sólo eso podía hacer, pensar, y aguardar por el momento en que se requiriera su intervención. Lo que sí era seguro es que si no encontraban al ángel pronto, la situación iba a estallar hasta un punto culminante.

    —Profundidad: 1780. La posición prevista del blanco luego de corregir los cálculos.

    Ya estaba. Alguien lo había dicho. Si algo no pasaba en esos momentos, en el interior del volcán, lo más probable es que sí pasaría en el campamento de NERV. El dedo que uno de los pistoleros tenía en el gatillo de su arma oculta empezaba a cosquillearle, listo para sacarla y sobre todo, utilizarla cuando fuese necesario. Algunos de los técnicos esperaban con desesperación cualquier señal del Evangelion, que no se había comunicado por un rato. No iban a permitir que por culpa de Katsuragi las Naciones Unidas los borraran del mapa. Todo mundo se encontraba expectante a lo que Asuka encontrara en su trayectoria.


    Por su parte, la joven alemana seguía internándose en las profundidades subterráneas sin que pudiera ver la gran cosa, sufriendo las inclemencias del calor asfixiante que sentía aún dentro de su cabina. Ajena a los problemas que provocaba con su solo descenso, la muchacha se concentraba en localizar su objetivo, el cual parecía ser muy escurridizo. Llevaba más de media hora sumergida y aún no encontraba el menor rastro de su presencia. Empezaba a dudar que fuera el mismo volcán en el que se encontraba. Quizás alguien se había equivocado y se equivocaron de montaña. La corriente a su alrededor se le seguía resistiendo, provocando desconcertantes sonidos de los cuales no podía descifrar su origen. Lo que la ponía sumamente nerviosa mientras el tiempo seguía transcurriendo.

    Sin embargo, pronto olvidó sus desdichas y penas al divisar un poco más debajo de donde se encontraba una peculiar silueta oscura de forma ovalada. No podía distinguirse lo que había en su interior, a primera vista, no obstante, los sensores que traía equipados consigo confirmaron su contenido. Era el objetivo, ya podía respirar aliviada, ella y todos los demás en el campamento.

    —¡Allí está!— exclamó llena de júbilo apenas al contemplarlo, anticipando que pronto saldría de aquél horno y podría refrescarse a sus anchas.

    —Blanco a la vista— repuso Makoto al entusiasmo de la piloto, ya mucho más serenado.

    —Prepárense para la captura— indicó Misato, casi queriendo suspirar y derrumbarse en una silla, sintiéndose desprovista de un gran peso.

    —Tanto el blanco como tú son conducidos por la corriente— informó Ritsuko a la piloto mediante el comunicador —¿Comprendes? Eso quiere decir que sólo tenemos una oportunidad para interceptarlo.

    —Ya lo sé— respondió la jovencita, apretando los dientes a la par que sujetaba los controles con más fuerza, alistándose para la parte más importante de la misión —Confíen en mí...

    —30 para contacto con el blanco— añadió Maya desde su puesto, poniendo a todos nerviosos una vez más. Parecía que se estaba especializando en ello.

    Ahora toda la tensión se concentraba en la joven piloto. De lo que hiciera los próximos instantes dependía el éxito o fracaso de toda la operación. El Eva sujetaba con fuerza la jaula electromagnética que llevaba cargando delante de sí lo mismo que la muchacha asía fuertemente los controles. El huevo se veía más y más grande a medida que se acercaba.

    —Velocidad relativa: 2.2.— pronunció secamente —Blanco al alcance.

    El ángel en incubación ya estaba delante de ella, y lo único que tuvo que hacer antes de que se estrellaran fue activar el mecanismo que llevaba en la jaula para que ésta se abriera para que pudiera albergar a su nuevo huésped.

    —Expandiendo jaula electromagnética— decía mientras realizaba dicha acción —Sin problemas... Blanco capturado— informó con gran satisfacción del éxito de su empresa, ante el regocijo y algarabía de todo mundo en el campamento. Ya por fin podían respirar aliviados, sabedores de que su existencia había sido asegurada un día más, por lo menos.

    —¡Bien hecho, Asuka!— le dijo Misato, poco después de dar la orden de que la subieran, como agradeciendo que la hubiera salvado de un probable motín.

    —Gracias... la operación captura está completa— respondió, suspirando de improviso, completamente exhausta, pero satisfecha de un trabajo bien hecho, como era su costumbre. Ahora lo único que quería era salir de allí —Comienzo con el ascenso...


    La grúa ahora realizaba la acción contraria a la que desempeñaba momentos antes, arreando hacia la superficie el colosal aparato y su carga de varias miles de toneladas. Era increíble que el hombre fuera capaz de construir máquinas que pudieran levantar semejante peso.

    —Oye, mocosa— preguntó Kai mediante el comunicador, a un lado de la grúa, mirando fijamente el ardiente magma a sus pies —¿Estás bien?

    —Por supuesto, alfeñique, no te preocupes— le contestó de buena gana, gozando de un excelente humor que le permitía intercambiar algunas bromas —Resultó ser una tarea bastante sencilla... es obvio, si tomamos en cuenta mi poderío y habilidad con el Eva. Los dos formamos un gran equipo...

    —Sí, claro— masculló Rivera, dándole por su lado.

    —Cómo sea— continuó Langley, abatida —Esto parece más un traje sauna que un traje de conexión. ¡Ya no puedo esperar por ese balneario!


    Por su parte, también las cosas en el campamento se habían relajado bastante, con el aparente éxito de la misión, sin que haya pasado algo que lamentar. Los técnicos y operadores se permitían desempeñar con más soltura sus labores, avergonzados por haber considerado con anterioridad el sublevarse y tomar el mando. A final de cuentas, Katsuragi la había conducido por buen camino y llevado a feliz término.

    Ésta se dio el lujo de reposar momentáneamente en una silla dispuesta a su lado, sujetándose el tabique nasal, boca abajo, mientras lanzaba un hondo suspiro de alivio, al tiempo que Akagi se le unía, llegando a un lado suyo.

    —La tensión parece haberse desvanecido de repente, ¿eh?— arguyó de forma casual la científica, con las manos en los bolsillos de su bata, mirando a los alrededores, sobre todo a la gente que trabajaba con bríos renovados.

    —¿En serio?— respondió la capitana, en su misma pose, cómo restándole importancia al comentario pasado.

    —No finjas conmigo— siguió su acompañante, tampoco sin voltear a verla —Sé muy bien que temías el resultado de esta misión.

    —Bueno, así es— contestó levantando la mirada —Si acaso hubiéramos fallado, se hubiera desatado otro....

    —Sí, lo sé:— pronunció Ritsuko quitándole las palabras de la boca —Otro Segundo Impacto... yo tampoco quisiera pasar por algo así, otra vez.


    La relativa calma que se había instalado en el presente tiempo fue bastante fugaz. Se esfumó por completo al activarse la alarma en el monitor que vigilaba el proceder y el estatuto del blanco cautivo, que empezó a registrar una violenta e inusitada actividad, preso en su jaula.

    Misato se puso de pie como de rayo, tensándose todos sus músculos de nuevo, mientras que ella y la doctora indagaban el origen de la alerta en el cuartel provisional, dirigiéndose a toda prisa de donde provenía la señal, en donde todo mundo se arremolinaba.

    —¿Qué es lo que sucede?— preguntó Katsuragi apenas se integraba a la muchedumbre.

    —¡No puede ser!— atinó a decir su compañera, al averiguar la razón de alarma.

    Al mismo tiempo, quien en más aprietos estaba era la misma piloto del Eva 02, pues era ella la que tenía que lidiar con la raíz de todo el problema. La crisálida que había apresado se estaba revolviendo enérgicamente dentro de su prisión, inconforme con su cautiverio, protestando tanto como podía para verse en libertad a como diera lugar. Apenas si lo podía sostener ante la férrea resistencia que presentaba.

    Vas?!— pronunció confundida la jovencita, luchando para sostener a su prisionero —¡Se volvió loco!

    Forcejeaba para que no se le fuera a soltar, con tantas sacudidas que la bestia en nacimiento le propinaba a su jaula, anhelando su libertad. Pronto, la semejanza humana del embrión desapareció por entero. A la criatura se le quitaron los brazos y piernas, para que en su lugar comenzaran a crecer tentáculos que se estiraban a lo largo de su celda. La cabeza fue absorbida por un cuerpo informe que era el centro de todo ese barullo.

    —¡Comenzó a eclosionar antes de lo esperado!— informó Ritsuko, en cuanto vio la imagen en la consola.

    —¿Cuál es el estado de la jaula?— preguntó Katsuragi a su subordinado, en su puesto.

    —No resistirá por mucho tiempo.

    —¡Aborten la misión!— se giró de inmediato la capitana para comunicarse por el medio adecuado con los pilotos de los Evas —¡Asuka, arroja la jaula!

    Aún cuando no se lo hubieran ordenado, de igual modo la muchacha lo habría hecho. El ángel se había desarrollado hasta llegar a su etapa de madurez, lo suficiente como para sobrevivir en las difíciles condiciones externas. De hecho, habiendo roto sus cadenas con evidente facilidad estaba más que dispuesto a abalanzarse sobre su captora en el momento que ésta lo dejó caer en las profundidades abismales. Esto no fue impedimento para continuar con su propósito, desplazándose con absoluta facilidad por entre la presión y las corrientes magmáticas, soportando el infernal calor del volcán, maniobrando por la corriente para ponerse frente a ella, en curso de colisión directa.

    —¡Cambio de prioridad!— estableció Misato rápidamente —¡Ahora lo más importante es la eliminación inmediata del objetivo!— al ver cómo se aproximaba peligrosamente el enemigo, prosiguió —Eva 02, cambio a modalidad de combate.

    —¡Estaba esperando que dijeras eso!— le respondió la piloto, obedeciendo las órdenes de su superior, alistándose para la batalla.

    Sólo que algo hacía falta. Lo sentía, cuando al intentar sujetar su arma se encontró con nada, salvo la lava que la rodeaba por todas partes.

    —¡Oh, maldita sea!— exclamó, al recordarlo, entre la desesperación de saberse indefensa ante la criatura —¡Tiré el cuchillo progresivo!

    No había tiempo para recriminaciones. El monstruo se había librado de los despojos de lo que antes había sido una prisión y haciendo alarde de una gran maniobrabilidad y velocidad en tan difíciles condiciones, realizando una pirueta ya se había puesto en su curso, acercándose rápidamente. Ya hasta podía escucharlo gruñir de la rabia que le provocaba su sola presencia.

    —¡El enemigo se aproxima por el frente!— pronunció desesperadamente, al mismo tiempo que pensaba en qué hacer en semejante situación —¡Tiraré el lastre!

    En cuanto lo dijo, se liberó de un pesado cinturón que el robot traía ceñido como contrapeso, para poder manejarse mejor y eludir por unos segundos lo que hubiera sido un duro choque con la bestia, que pasó rozándole por debajo suyo al momento que se elevaba para esquivarlo.

    —¡Asuka, la Unidad Z te arrojará su cuchillo!— le dijo Misato para calmarla un poco, pues el ángel ya había dado vuelta de nuevo y estaba preparado para embestirla —¡Atrápalo!

    “Demonios, sólo espero que no lo vaya a perder” pensaba Kai cuando arrojaba el arma con todas sus fuerzas desde la punta del volcán. El filo atravesó como un misil las corrientes de lava, pero aún así estas presentaban cierta resistencia a aquella fuerza, por lo cual su trayecto se vería un poco demorado, y era el tiempo lo que más contaba en ese entonces. Si acaso no llegaba a tiempo, la Unidad 02 podía darse por perdida. Un combate normal a tales profundidades no era concebible para el robot de color rojo.

    —¡¿Porqué tardas tanto?!— vociferaba desesperada la extranjera en su cabina, al observar impasible a la bestia que se arrojaba contra ella —¡Lánzalo de una buena vez, con una chingada!

    —Serena, morena— intentaba tranquilizarla el muchacho, al distinguir su insolente timbre por la radio —No tarda en llegar, espera sólo un poco...

    —Quedan 40 para que el cuchillo progresivo esté al alcance de la Unidad 02— por su parte, también uno de los operadores quiso contribuir a calmar a la piloto, aunque sin mucho éxito.


    —Esto no está muy bien, que digamos— pensó en voz alta el muchacho, mirando de nueva cuenta el ardiente contenido del cono volcánico —Creo que ya va siendo hora de que Kai entre al rescate...

    Se dijo a sí mismo, para luego empezar a realizar una serie de ejercicios antes de sumergirse, que está de más decirlo, pero de la misma manera estaban de sobra y fuera de lugar, pues estaba tripulando un Evangelion, no en una alberca.

    —¿Qué es lo qué pretendes?— preguntó Katsuragi, con una gota de sudor frío recorriéndole la sien, apenas lo vio por el monitor. Una escena por demás absurda.

    —Que ya va siendo hora de que intervenga, ¿no te parece?— respondió, despreocupado y enfilándose al abismo del coloso de fuego —Ese tipo de allá abajo no nos va a dejar ni el recuerdo de Langley... no es que me importe, claro... pero muy a mi pesar, toda vida es preciosa, aún la de ella.

    —Pero aún no nos han dado alguna autorización para que el Eva Z entre en acción— argumentó, apurada —Y mientras no la recibamos, tú no puedes moverte de tu puesto, pase lo que pase, ¿entiendes?

    “Vaya, qué curioso” pensó Rivera en esos momentos, bastante divertido “Yo era el que quería verla muerta y Misato era la que la defendía. Ahora yo soy el que la quiere defender y Misato la que la quiere matar”.

    —No hay problema, yo lo autorizo— repuso el joven, decidido a llevar a cabo su empresa de salvación —Aún soy el director de mi sección asignada, y tengo la autoridad para hacerlo, ¿recuerdas? Además, quedamos que ésta es una operación en conjunto con las Fuerzas Armadas de la O.N.U. y como el Eva Z pertenece a las Naciones Unidas, pues...

    —Pero... pero... ¡No cuentas con el Equipo D!— aseveró la mujer, quedándose sin excusas. La verdad, es que era ella la que no quería arriesgarlo en una misión de ese tipo— ¡No sobrevivirías un solo minuto en el magma si te sumerges así cómo así!

    —¡Ja!— se mofó el piloto, poniéndose las manos en la cintura, empuñadas —¿Olvidas que la armadura de Zeta es IN-DES-TRUC-TI-BLE? ¡No hay nada en el Cielo ni en la Tierra que pueda penetrar este blindaje! Es cosa de niños internarse al interior de un volcán.

    Y sin pretender mediar más palabras, el piloto se lanzó junto al robot de combate a la corriente magmática, cruzando como flecha las profundidades de ésta, listo para auxiliar a su compañera en aprietos.

    —¡Kai, no te atrevas! ¿Me oyes?— pataleaba Misato mientras lo hacía —¡Soy tu tutora legal, y te ordeno que mantengas tu posición! ¡No te atrevas a desobedecerme! ¡Maldita sea! ¿Y tú de qué te ríes?— preguntó molesta, una vez que el muchacho ya se había zambullido en el magma, haciendo caso omiso de sus indicaciones; buscaba algo con qué desquitarse y Ritsuko estaba ahí a su lado, en silencio, pero con una sonrisa burlona en la cara.

    —¿Yo? De nada, de nada en absoluto...— dijo, bastante divertida con aquella situación. Por fin su amiga sufría por la insolencia de su protegido.


    —El ángel se aproxima rápidamente.

    Asuka no necesitaba que le recordaran aquél aspecto, teniendo al sujeto en cuestión casi encima de ella. Veía como su imagen se iba haciendo más grande sin nada a la mano con lo que pudiera defenderse; además el Equipo D le restaba bastante eficacia al portador en su desempeño en un combate cuerpo a cuerpo. Lo único que le restaba hacer era intentar razonar con el adversario, cosa que no tenía mucho futuro.

    —¡No, por favor, no vengas! ¡Espera sólo un momento! ¡Maldición!— vociferó al final, dándose cuenta de lo inútil que era. Levantaba el brazo derecho, moviéndolo de un lado a otro buscando asir el arma que aún no le llegaba —¡Apúrate, con una fregada! ¡Quieren matarme aquí!

    Cuando por fin lo tuvo en su poder fue demasiado tarde, pues inmediatamente la bestia embistió con toda su fuerza a la Unidad 02, produciendo tremendo choque que la cimbró de pies a cabeza. Sin embargo, sujetó fuertemente el cuchillo tal cual lo haría un hombre al agua a un salvavidas.

    Por su parte, el ángel tenía férreamente sujetado al Eva, en su salvaje intento por hacerlo pedazos. Quiso hacerlo al masticarlo, abriendo su hocico tan curioso y tan grande, pero sin ningún diente a la vista, estrujando y rasgando la armadura que portaba el robot; no sin mucho descontento por parte del piloto, que desenfundó el cuchillo y lo blandió una y otra vez sobre del monstruo, sin conseguir penetrar la dura piel del titán. La hoja era repelida fácilmente en donde fuera por una estructura orgánica capaz de sobrevivir a aquellas temperaturas infernales y a esa descomunal presión que el planeta ejercía en ella.

    —¿¡Qué diablos!?— pronunciaba la chiquilla hecha una furia, viendo lo fútiles que resultaban todos sus empeños —¡Déjame en paz, hijo de perra! ¡Suéltame ya, imbécil, suelta!

    El coloso no respondía, limitándose a seguir sacudiéndola con sus poderosas fauces que muy pronto la partirían a la mitad, si es que no hacía algo, o antes la elevada presión y temperatura la hacían pedazos, lo que ocurriera primero.

    —Increíble— acotó Akagi, embelesada con la estupenda constitución de su rival —Pudo ser capaz de abrir la boca bajo esas condiciones extremas.

    —Qué estructura tan asombrosa posee el blanco— completó Maya, emulando la actitud de su superior.

    Y en lo que ellas admiraban las habilidades del enemigo, éste ya le había deshecho la pierna derecha al Eva 02, que no pudo soportar más la fuerza a la que estaba siendo sometida, sucumbiendo por completo y de paso ocasionándole ese terrible dolor psicosomático que experimentaban los pilotos al ser dañado el Evangelion de alguna forma.

    —¡Maldito seas, engendro!— musitó la muchacha, apretando los dientes en un intento por calmar el tremendo dolor que sentía en su pierna —¡Te juro que vas a pagar por eso!

    Cegada por la venganza, descargó otra descarga de cuchilladas sin sentido, que para nada le ayudaban puesto que el resultado seguía siendo el mismo de siempre. Lo que había que hacer, más bien, era cambiar de estrategia.

    —El cuchillo progresivo resulta inefectivo— observó Ritsuko —Ante un oponente que puede resistir condiciones tan extremas como la temperatura y presión altas del volcán.

    —Pero en ese caso— intervino Hyuga, harto de escuchar los comentarios fatalistas de la científica —¿Qué podemos hacer para vencerlo?

    Todos callaron, mirándose los unos a los otros desconcertados, sin encontrar la respuesta a su pregunta al mismo tiempo que la chiquilla ferozmente luchaba por su vida. Nada había que hacer, ¿no era verdad? Salvo mirar y aguardar a lo inevitable. Sus posibilidades se habían agotado, por mucho que esto les pesara. ¿No era así? No obstante, su respuesta llegó, dándoles a todos la impresión que procedía de los cielos, por lo abrupto de su presencia. Aún quedaban esperanzas para todos ellos.


    El rayo que se desprendió de los ojos de la Unidad Z cayó implacable sobre su enemigo como castigo divino, golpeando de lleno al monstruo con una fuerza de tal impacto que lo obligó a liberar a su presa y volver a cerrar la boca, cayendo como plomo a las profundidades, aún más debajo de lo que ya estaban, atontado por lo súbito de la descarga, cosa que no duraría mucho.

    —¿Qué... fue eso?— pronunció Langley desconcertada, viéndose libre tan de repente.

    —No quisiera entrometerme en tus asuntos, Asuka— dijo Rivera mientras seguía descendiendo, al haber ganado algo de tiempo para todos —¿Pero siquiera te has acordado algo de lo que platicaste con Shinji esta misma tarde? Quizás todo te resultaría más fácil si lo hicieras.

    —¿Con Shinji?— murmuró aún más extrañada, entornando los ojos al intentar recordar algo de relevancia en aquella charla insulsa —Veamos... él estaba allí con su computadora... y sus problemas de física... expansión... ¡Claro, expansión termal!— estalló en júbilo, con una luz de triunfo iluminando sus ojos castaños.

    —Luego no digas que no te lo dije.

    —¡Ocúpate de tus asuntos, garrapata! ¡De todos modos, no necesitaba que me lo recordaras, lo hubiera hecho sola a final de cuentas!

    La criatura ya se había repuesto del trancazo propinado desde lejos por Zeta y haciendo un surco ya se encontraba de nuevo, aunque mucho más furioso que antes, en rumbo para embestir al robot rojo.


    Parecía que la historia se iba a repetir, sólo que ésta vez Langley no quiso entrar al rodeo así como así, y en lugar de una confrontación directa optó por otra opción menos convencional.

    En ese caso, en lugar de empuñar su navaja contra su oponente, prefirió utilizarla para trozar una de las mangueras refrigerantes que traía conectadas en la espalda. Como serpiente sin cabeza el tubo se contorneó de un lado a otro sin control hasta que el Eva lo sujetó, mientras derramaba su contenido a su alrededor.

    El personal que ocupaba las instalaciones del Instituto no tardaron en demostrar su asombro ante la rara maniobra de la muchacha:

    —¿Pero qué es lo que está haciendo?

    Bueno, quizás en ese instante no quedaba muy claro lo que pretendía, pero luego más o menos disipó la incógnita, aunque fuera sólo a medias.

    —¡Dirijan toda la presión del líquido refrigerante a la tercera manguera!— ordenó con fuerte voz la joven europea mientras sujetaba el tubo que ella misma había cortado, tono que exigía de inmediato ser atendido —¡Rápido!

    Una vez que tuvo al monstruo frente a sí, en lugar de recibirlo a cuchilladas lo acogió con un baño del líquido que usaba para refrigerar su traje anti-presión, deteniéndolo en seco, primero un tanto desconcertado; luego, provocándole un verdadero daño, pues la bestia se agitaba violentamente mientras el Evangelion, tomando revancha lo sujetó fuertemente por una de sus extremidades, impidiéndole toda posibilidad de escape, para entonces sí asestarle un par de certeros cuchillazos apuntándole directo al núcleo.

    A diferencia de su duelo anterior, ahora la navaja parecía tener mucho más éxito que la vez anterior, penetrando por la gruesa piel de la criatura, aunque sin mucha facilidad todavía, pues el filo aún encontraba cierta resistencia, sacando chispas mientras luchaba por penetrar en su férreo cuerpo.

    —¡Claro, ahora entiendo!— dijo en voz alta la doctora Akagi, siendo una de los pocos que entendió que es lo que pasaba, en un momento de inspiración —¡Expansión termal!

    Los contrincantes, fuertemente sujetos el uno contra el otro, se revolvieron esporádicamente en las corrientes a medida que el titán luchaba por escapar de su agresor. Enfrascados en su lucha, continuaron así por un rato más que pareció ser eterno a todo aquel que apreciaba la imponente escena del duelo de aquellos dos gigantes en el interior hirviente de un volcán, reviviendo a las antiguas leyendas. Hasta que aquello llegó a su final, como debía suceder inevitablemente. Poco a poco los ánimos se fueron calmando entre los contendientes, hasta llegar a la calma absoluta.


    En lugar de una fenomenal explosión, como era típico de los de su estirpe despedirse, el Octavo Ángel optó por una salida mucho más modesta, haciendo uso de un proceso de degradación que acabaría con su cuerpo. Más bien, fue la misma presión y la alta temperatura contra las que anteriormente estaba protegido, las que por fin dieron cuenta de él. Expansión termal: cuando un sólido aumenta su temperatura, se dilata, cuando la disminuye se contrae. Al ver afectada sus dimensiones, que le protegían contra las condiciones extremas de las corrientes magmáticas, cortesía del cambio de temperatura tan brusco por parte del líquido refrigerante, además de permitirle al cuchillo progresivo destruir su Núcleo, el punto débil de los colosos, también afectó su composición estructural, quedándose indefenso ante las fuerzas de la Naturaleza.


    Más no hubo tiempo de celebrar. En su último suspiro, poco antes de abandonarse a la nada y de que su cuerpo fuera totalmente deshecho, la criatura arañó las demás mangueras que hasta ese momento continuaban intactas, cortando el lazo que sostenía al Eva de la grúa en la punta del volcán, esperando que el robot compartiera su mismo destino.

    La piloto sólo pudo pelar los ojos mientras el enemigo la condenaba a una muerte segura en las profundidades de aquél abismo, sin creer en su suerte tan desdichada. Nada le quedaba, salvo resignarse a su cruel destino, el de morir en la batalla.

    —Lo he conseguido: finalmente he vencido al enemigo— atinó a pensar en el aluvial de emociones que la embargaban mientras caía sin control —¿Pero quién iba a pensar que así terminaría todo? Morir hecha pedazos en el interior de este estúpido volcán...

    Se vio súbitamente interrumpida cuando toda su vida, de escasos catorce años, pasaba frente a sus ojos mientras iba rumbo a encontrarse con la Muerte. Algo de origen desconocido la sujetó de improvisto fuertemente, de paso deteniendo su caída, impidiéndole perderse en el abismo.

    Sorprendida, la muchacha luego de abrir los ojos miró hacia su monitor para encontrarse con la Unidad Z, que desprovista de todo equipo que la protegiera de la alta temperatura y presión, la tenía férreamente sujeta con una mano, mientras que con la otra agarraba el borde de la pared del volcán.

    La visión del Eva Z, imponiéndose altivo a todo lo que la Naturaleza le pusiera enfrente, venciendo a las condiciones extremas en las que se encontraban, era espléndida. Un demonio redimiéndose en su propio reino, salvando un alma de la condenación eterna, eso era lo que parecía. Detalle que no pasó por alto para la alemana, que luego de cerrar la boca, impresionada, sonrió para sus adentros.

    —Imbécil... no tenías porqué haber venido— pronunció, un tanto confundida por lo que experimentaba en esos momentos al ver a su salvador, parta luego rematar, con las palabras atoradas en la garganta, con un modesto pero sincero: —Danke.

    —Sólo espero no arrepentirme de esto después— murmuró Kai, asegurándose que Langley no lo escuchaba, y tratando por todos los medios posibles que la conmovida joven no viera los gruesos hilos de sangre que escurrían por sus fosas nasales y oídos, como en cada ocasión que subía al Eva Z. Asegurándose como pudo de mantener su secreto a salvo, hizo fuerzas para comenzar a subir. Después de todo, El Eva 02 no podría resistir siempre, así como estaba, en ese lugar.


    Misato era persona de palabra, y pese a todas las dificultades que la misión había sufrido antes, durante y después de ésta, fue fiel a su promesa y la cumplió una vez que se las ingenió para deshacerse de todos los reportes que debería llenar y firmar por triplicado, para poder llevar a los pilotos a ese balneario de aguas termales del que Kai y ella habían hablado antes.

    El buen Hyuga. Siempre estaba allí para echarle una mano, más a ultimas fechas, desde que se había enterado de la atracción que sentía por ella, situación que podía manejar muy convenientemente según a sus intereses. Y si llenar los reportes a todas las delegaciones gubernamentales en su lugar lo hacía feliz, ¿cuál era el problema, entonces? Además, le debía una, por esa repentina insubordinación suya justo en medio de la misión. Había puesto en tela de juicio su capacidad para dirigir la operación, cosa que había sido muy mal vista por todo mundo. Ahora iba a tener que trabajar muy duro para volver a ganarse sus favores.

    En todo eso pensaba la Capitana Katsuragi, un tanto molesta, mientras se desvestía para entrar al agua, tapando su cuerpo desnudo con una toalla una vez que terminó de quitarse la ropa, poniéndose sus sandalias y recogiendo el balde de madera en el que llevaba jabón y shampoo para el cabello. Junto con Asuka, salió despreocupadamente al pasillo que daba a los vestidores, en donde aguardaba Kai, aún vestido, de pie y con los brazos cruzados sobre su nuca, recargado en la pared.

    —Entonces en eso quedamos, cariño— se dirigió a él la mujer, enfilándose al baño para las mujeres —Espera un poco más a que llegue Shinji, ¿de acuerdo? Estoy segura que no debe tardar, ya hace rato que mandé por él.

    —No hay problema— contestó lacónico, sin verla.

    —¡Ya no puedo esperar por ese baño en aguas termales!— pronunciaba Langley, canturreando, mientras seguía alegremente a Misato por el corredor —Y ni se te ocurra intentar espiarme mientras esté desnuda ¿comprendes?— advirtió al muchacho antes de entrar, blandiendo su puño en el aire —Ó te ira muy mal...

    —Uy, qué miedo— contestó el joven, por su parte, fingiendo escalofríos —Mira cómo estoy temblando...

    —Mocoso imberbe— masculló la jovencita, dándole la espalda para luego internarse al baño que se encontraba en el exterior, un estanque de aguas termales, tradicionales en Japón desde hacía mucho tiempo.

    De hecho, el baño es considerado como todo un ritual para los japoneses, aunque en esas últimas fechas el decoro por las tradiciones se habían ido perdiendo.


    Así pues, Rivera volvió a quedarse solo, tocándole esperar por el que faltaba. No le apuraba bastante, a decir verdad, sólo esperaba que no tuviera que aguardar mucho tiempo a la llegada de Ikari, pues no le gustaba bañarse al aire libre de noche debido a que el fresco nocturno le molestaba en demasía. En cuanto se dirigía al recibidor de la posada, se oyó a Shinji decir a la entrada:

    —¿Hola? ¿Misato? ¿Hay alguien aquí?

    —Por aquí— salió a recibirlo su compañero mientras se quitaba los zapatos y los ponía en un estante —Qué bueno que llegaste pronto, todavía agarramos tantito sol... oye, ¿pero qué es lo que traes en esa caja?— interrogó señalando precisamente la caja que sostenía el joven japonés en sus manos, una vez que se dirigían a los vestidores.

    —Oh, esto...— respondió Shinji, poniéndola en el suelo para abrirla —El señor Kaji insistió en que lo trajera conmigo...

    Al momento de abrirla, cómo muñeco en caja de sorpresa, así salió Pen-Pen del interior de la susodicha, sacudiendo las plumas de su cuello y cabeza, para entonces mirar desconcertado de lado a lado, reconociendo el nuevo ambiente en el que se encontraba.

    —¡Pen, mi pequeña bola de plumas!— exclamó Kai, feliz de ver a su mascota, agachándose para abrazarlo —¡Ya me había olvidado de ti, y de cuánto te gusta bañarte en aguas termales! Mira, por allá está el baño, a la izquierda— más tardó el chiquillo en ponerlo en el piso de nuevo que el animal en ir tan rápido como podía a las aguas.


    Tampoco los jóvenes pilotos tardaron mucho en desnudarse y meterse al agua, que estaba deliciosa a más no poder, aunque Rivera todavía guardaba cierta reminiscencia a bañarse con alguien más que no fueran Misato o Pen-Pen. A pesar de haber vivido gran parte de su vida en tierras japonesas, aún no estaba acostumbrado a ciertas costumbres y tradiciones niponas. Ikari no reparaba en ello, sentado plácidamente en la orilla del estanque, con el agua llegándole al pecho.

    —¡Esto es magnífico!— suspiró el joven japonés, deleitándose en tan agradable sensación como lo era esa agua tan cálida en su piel —Hacía mucho que no disfrutaba tanto un baño...

    —Pues... sí... no está nada mal, ¿eh?— dijo finalmente su compañero, imitándolo.

    Permanecieron así como estaban varios minutos, sin nada que molestara su placer, ni siquiera el sordo murmullo que realizaba el pingüino cuando se deslizaba por la superficie del agua, ejercitando sus aletas, cosa que lo ponía asimismo de un humor impecable.

    —¡Kai! ¿Estás allí?— se escuchó a Misato del otro lado de la cerca de gruesos troncos que separaba el baño de las mujeres del de los hombres —¡Kai!

    —¿Qué pasó?— preguntó el chiquillo, sin inmutarse ni moverse de su lugar.

    —¿Podrías pasarnos tu botella de shampoo?

    —El nuestro se acabó— completó la voz de Asuka.

    —¡Cuánto desperdician ustedes, las mujeres!— profirió Rivera, permaneciendo en su sitio sin prestar atención a lo que le pedían, tan a gusto como estaba —¡Esa botella apenas estaba a la mitad! ¿Y ya se la acabaron?

    —Allí va... ¿están listas?— tomó la palabra Shinji, poniéndose de pie y tomando el susodicho objeto, en vista que su acompañante no estaba dispuesto a hacerlo.

    —Ah, Shinji... con que ahí estabas— respondió Katsuragi —Sí, ya estamos listas...

    —¡Ya lánzalo!— pronunció Langley, un tanto desesperada.

    Ikari arrojó la botella por los aires, librando ésta la cerca con relativa facilidad, perdiéndose de su vista. Quién sabe porqué, pero el chiquillo continuó de pie en tanto que la joven alemana, al otro lado, se lamentaba.

    —¡Ay! ¡Estúpido, ten más cuidado a dónde lo lanzas!— exclamó la muchachita desde el otro lado —Qué torpe eres...

    —Lo siento— acertó a decir el chico, bastante apenado, con la voz apagada.

    —Me pegaste en mi parte más sensible— siguió con sus quejidos, pareciendo que estaba a punto de romper en llanto.

    —¿Te refieres a esta parte?— intervino de nuevo Misato en la conversación, para de inmediato hacer notar —¡Asuka, pero qué piel tan suavecita tienes! Mira nada más, qué cosa tan hermosa.

    —¡No, no me toques!— suplicó la europea, estallando en risas entrecortadas —¡Tengo cosquillas!

    —¿Y aquí? ¿Ó aquí?— siguió la mujer, ante el incremento de las risas de la jovencita y estimulando de más a la imaginación de los muchachos al otro lado de la cerca.

    —¡No me toques allí!— imploraba la chiquilla, ahogándose en su propia risa.


    El sol ya comenzaba a ponerse en medio de una multitud de colores ocre que iluminaron tenuemente una parte del firmamento, al tiempo que las estrellas comenzaban a salir, risueñas y juguetonas. La calma que imperaba en el lugar instaba a todos los presentes a no perderse dicho espectáculo natural, aunque sólo fuese por ocio, para lo cual Misato se había instalado en una enorme roca en la orilla; una vez seca, se sentó completamente desnuda en dicha roca, sin ninguna inhibición, tal como lo haría una auténtica sirena. El cálido clima se prestaba para que su cuerpo al descubierto disfrutara de las caricias de la fresca noche de verano.

    Langley, aún metida hasta el torso en el agua , la observaba sigilosamente, cuidándose de no ser sorprendida, mirando a hurtadillas de reojo. Miraba el espléndido cuerpo de Katsuragi, y veía en ese cuerpo de mujer la materialización de sus deseos para sí misma cuando ella fuera una adulta. Al visualizarse dentro de unos diez años adelante, se veía o más bien anhelaba poseer el cuerpo de la bella hembra que tenía a su lado, habría que reconocerlo. Después de todo, había sido ella la que logró enredarse con Kaji, y eso no era cualquier cosa. Era ese cuerpo tan sensual, tan femenino, y no virgen e inexperto como el suyo, el que había atraído a Kaji. Cómo una niña observa la muñeca escultural de plástico con la que juega, deseando tener sus tallas al crecer, así la muchacha veía hasta con cierta envidia la condición tan excelente de la capitana, preguntándose cómo era que una mujer con tantos vicios como lo era Misato pudiera conservar tan perfecta figura, figura que se llevaba de calle la suya. Excepto por aquella horrible cicatriz que le atravesaba casi por entero el pecho, cosa que le intrigaba bastante, pues resaltaba a primera vista y era imposible pasarla desapercibida, dadas las condiciones.

    A final de cuentas, fue tanta su insistencia que en alguna ocasión habría de descuidarse inevitablemente, dándole oportunidad a la capitana de percatarse que era vigilada.

    —¿Qué es lo que tanto estás viendo?— le inquirió dulcemente, dirigiéndole a la chiquilla la más afable de sus sonrisas.

    Asuka de inmediato rehuyó su mirada, avergonzada, agachando la cabeza mientras el rubor colmaba sus mejillas.

    —Ah, ya entiendo— continuó la mujer en aquél mismo tono de voz —Es esta cicatriz de aquí lo que miras, ¿no es así?— señaló con su dedo la ruta de dicha marca, que comenzaba cerca de la clavícula izquierda, atravesaba por en medio de sus senos firmes y terminaba poco después que el esternón, a unos cuantos centímetros del vientre —Un pequeño recuerdo que saqué del Segundo Impacto, no es la gran cosa...

    Sus modales tan gentiles, la condescendencia con la que casi siempre la trataba... hasta en ese momento, a la joven alemana se le ocurrió que debía ser por cierta causa en específico, no sólo por el don de gentes. Incluso el cómo se sinceraba con ella con tanta confianza, así nomás, justo como acababa de suceder, la hacían sospechar.

    —Tú... tú lo sabes, ¿verdad?— se dirigió a ella sin levantar la vista, sintiéndose de repente más desnuda e indefensa que nunca —Sabes todo acerca de mí... todo lo que pasó...

    Katsuragi no respondió de inmediato, embelesada con el cielo tapizado de estrellas. El escorpión se encontraba justo encima de ellas, o “la carreta”, cómo alguien le había dicho que lo llamaban de esa manera algunos campesinos, por su semejanza con dicho artefacto.

    —Es parte de mi trabajo— pronunció, sin darle demasiada importancia —Pero descuida: todo eso pasó hace ya mucho tiempo.

    Con aquella conclusión, ninguna de las dos volvió jamás a tocar el tema, dándose a la tarea de admirar las estrellas, siempre tan ajenas a todo, incluso a sus penas personales.


    Agosto estaba a la vuelta de la esquina.
     
  19.  
    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

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    El Proyecto Eva
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    Capítulo Catorce: "Día de Duelo"
    “Tell me, why this is a land of confusion?”


    Genesis

    “Land of Confusion”


    21 de Agosto del 2000


    Parecía un día como cualquier otro en la capital argentina de Buenos Aires, en la región de Palermo. Era un lunes igual que cualquier otro lunes pasado, inicio de la jornada laboral semanal, en hora pico, con los millones de personas que la poblaban yendo de aquí para allá, abarrotando calles y avenidas cuando regresaban al hogar a almorzar con la familia, con la pareja y los pibes recién salidos del colegio. Seguía siendo invierno en aquella región del Cono Sur, pero los fríos ya comenzaban a menguar. De hecho, una inusitada onda cálida proveniente de la Antártida, por muy extraño que a todos les pareciese, había adelantado el verano y convertido a Buenos Aires en un enorme caldero húmedo a orillas del Río de la Plata, cuando las dos masas de aire frío y caliente se habían encontrado. No tardaría mucho en desatarse un chaparrón.

    Martín ya no quería pensar en ello, conduciendo su Chevy blanco del 99 que apenas hacía un mes había logrado sacar en un crédito bancario, desajustando su apretada corbata obligatoria en la oficina de Gobierno en la que trabajaba, para luego empezar a desabotonar su sudada camisa de manga larga arremangada hasta los antebrazos, color azul claro, ya empapada de transpiración por las axilas y cuello.

    Pensaba en el rico guiso de carne que su mujer preparó y que estaba sirviendo en esos momentos, junto con Pablito sentado a la mesa, esperando sólo a su llegada, por lo que no debería tardar demasiado o aquella delicia se enfriaría. Transitaba por la Avenida Sarmiento, pero luego dio vuelta en la Avenida Colombia, transversal a ésta, para salir a la Avenida del Libertador y poder cortar camino. No quería arriesgarse a un embotellamiento tan usual en aquellas calles, a esas horas. Sólo que su intención fue cortada por un junior al que se le había olvidado ponerle líquido para frenos a su Mustang del año, regalo de su papi el influyente, yéndose a estrellar en contra de un volkswagen que conducía una vieja italiana cuando daba vuelta, en plena avenida, deteniendo completamente el tránsito mientras que se ponían de acuerdo los gendarmes y una grúa venía a recogerlos.

    De nada serviría tocar como poseído el claxon, eso también lo sabía Martín, a diferencia de los otros conductores, que hechos una furia, arremetían con el sonido de sus bocinas, como si eso le diese al automóvil la habilidad de volar por encima del accidente. La fila de carros se extendía indeterminadamente, por lo que no podía ver con certeza el origen de la congestión, aunque ya de poco serviría. Parecía que, pese a sus esfuerzos por llegar temprano, esa comida se le enfriaría, y su mujer y Pablito tendrían que almorzar solos.

    Pablito a últimas fechas había demostrado un buen toque de balón en la cancha del colegio, y también cuando jugaba en la calle fútbol con sus amigos. Y era buena edad para probarlo en las fuerzas básicas de algún club de renombre del fútbol argentino, el mejor del continente, pese a lo que opinaran esos mexicanos y brasileños mugrosos, que se creían que podían quitarle el trofeo de la Libertadores a Argentina. Qué curioso detalle, pues notó que precisamente estaba atorado en la Avenida del Libertador. Qué lástima que fue para el Boca, ese equipo de maricones. Si Pablito quería incursionar en el fútbol, debería hacerlo en un equipo de hombres hechos y derechos como lo era el Ríver Plate, máximo monarca de la Liga Argentina, con sus veintisiete títulos. Dios quisiera que el pibe se lograra colar hasta el primer equipo, y mantenerse después de titular, para que así un gran equipo europeo se fijara en él y pagara varios millones de dólares por su transferencia, como ese otro Pablito Aimar o Saviola, y así ya nunca más tendría que volver a trabajar en esa oficina asfixiante, llena de jefes gruñones y secretarias coquetas que lo enloquecían con sus minifaldas y esas piernas tan largas que tenían.

    Sí, su hijo podía ser su boleto a una mejor vida, solamente habría que esperar un par de años a que se desarrollaran plenamente las habilidades del muchacho, pensaba Martín ilusionado al mismo tiempo que prendía la radio, viendo que aquello iba para rato. Abrió también un poco la ventanilla, dejando que se colara un poco del aire húmedo proveniente del Río de la Plata, muy cerca de donde se encontraba.


    “Un vocero de la marina rusa informó que era muy remoto que pudiesen haber sobrevivientes en el submarino nuclear Kursk, hundido el pasado día 12, aún cuando algunos de los marinos hayan logrado refugiarse en alguna escotilla de la cámara de controles. También confirmó que cualquier peligro de contaminación radiactiva se ha desechado ya, por lo que un desastre nuclear en la zona es improbable. Aún se investigan las causas que pudieron provocar la pérdida del submarino...”


    Martín, un escuálido sujeto de tez blanca y con una rubia barba en el mentón, del tipo caucásico, agobiado se dejo recostar por unos momentos en el volante de su vehículo, sumamente fatigado. Y eso que apenas era Lunes. Faltaba mucho todavía para el Domingo, día que podía tirarse en el sillón para ver la televisión mientras estuviera despierto, que no era mucho tiempo. La vida en este tiempo es muy trajinada, nunca hay tiempo para nada, todos parecen ir a algún lado y con mucha prisa.


    “Pasando a las noticias deportivas, el Boca Juniors, flamante campeón de la Copa Libertadores de América al imponerse a su rival brasileño, el Palmeiras, se dice listo y preparado para enfrentar la Copa Intercontinental en Tokio, Japón, disputándosela con el equipo alemán Bayern Munich, campeón de la Liga de Campeones europea...”


    Molesto, con un rudo ademán y una maldición entrecortada decidió de mala gana cambiar de estación, a la primera que se encontrara en el cuadrante. No tardó para poder empezar a escuchar una tonada familiar en la estación del recuerdo.


    “I must've dreamed a thousand dreams

    been haunted by a million screams

    but I can hear the marching feet

    they're moving into the street.”


    No era una de sus favoritas, pero pasaba mejor que escuchar a ese pelagatos alabando a esos maricones hijos de puta. Además no era tan mala, pese a que ya era muy viejita, los clásicos nunca pasaban de moda.


    “There's too many men

    too many people

    making too many problems

    and not much love to go round

    can't you see

    this is a land of confusion?”


    Y pese a ser tan anticuada, seguía siendo tan cierta como cuando era un hitazo comercial en todos lados, pese a que ahora el contexto era muy diferente a cuando la habían escrito. La Guerra Fría había acabado, el régimen comunista había caído y Rusia se había rendido tristemente al capitalismo, pero el peligro seguía latente. Era en aquellos instantes, entre el tumulto del tráfico, inmerso de ruidos de estruendosas bocinas que aullaban furiosas, cuando reflexionaba qué tan cierto era lo que esa melodía pregonaba, ahora y siempre. Parecía que estaba predestinado todo aquello, que justo allí, en ese lugar, bajo esas condiciones estuviera escuchando esa canción en particular. Le agradaba sentirse parte de un intrincado plan que involucraba todos los factores que lo rodeaban sólo para que él, Martín Andaluz, escuchara precisamente aquella canción en esos momentos.

    Siguió escuchando.


    “This is the time

    this is the place

    so we look for the future

    but there's not much love to go round

    Tell me why, this is a land of confusion?”


    Qué cosa tan interesante, prosiguió con su meditación, apoyando la barbilla sobre sus brazos entrecruzados, mirando por el parabrisas al atestado camino delante de él. ¿Cómo sería un mundo sin tanta gente? No podía imaginárselo. Pero, vamos, todas las personas, incluyéndose él mismo, en algún momento desesperado de su vida habían deseado que paradójicamente todos desaparecieran para por fin encontrar algo de paz y escapar de los problemas. ¿Ó acaso no era cierto? Si todos, menos él, simplemente murieran, ya no tendría que preocuparse por los impuestos a la luz y al teléfono, por la comida y el agua, por el taller o la gasolina, por el dinero o por el fútbol. Se encontraría de repente, en la más absoluta libertad jamás soñada. Pero también se encontraría solo, y más atado a su miedo que nunca. El hombre era un animal social por naturaleza, y necesitaba de otros para subsistir, ¿no era así? ¿No era por eso que había recurrido a la sociedad y a la ciencia para que lo protegieran de lo que había más allá, de aquello a lo que temía más que a cualquier otra cosa enfrentarse?


    “This is the world we live in

    and these are the hands we're given…”


    La canción se interrumpió de súbito, cuando la radio se apagó al mismo tiempo que todos los sistemas del automóvil. Y cuando giró la llave en la ranura para encenderlo de nuevo, ni siquiera le dio marcha. Ahora sí que el día estaba completo, pensó Martín fastidiado, suponiendo que la batería del carro estaba muerta. Ya se imaginaba el numerito que harían todos los fulanos que tenía detrás suyo cuando la circulación volviera a la normalidad y él se quedara allí parado.

    Sin embargo, todo estaba muy callado. Ya no se oían los cláxones. Y el semáforo de la esquina estaba apagado. Miraba hacia los demás conductores y todos tenían la misma cara de consternación que él se había visto en el espejo retrovisor. Algo había, algo había en el ambiente de pronto, que hacía que los animales huyeran y las hojas de los árboles dejaran de moverse, incluso las nubes. Todos podían sentirlo en lo más recóndito de sus almas. Salió de su auto, comprobando que su condición era idéntica a la de todos los demás que estaban varados en esa calle. Todos los motores se habían detenido, y no podían volver a encender por más que lo intentaran los conductores. Otros más imitaron su ejemplo, bajando de sus vehículos y mirándose confundidos unos a otros.

    —¿Pero Ché, qué es lo que está pasando aquí?

    Los perros que estaban en los alrededores comenzaron a aullar lastimosamente al unísono, mientras que una inmensa parvada de gaviotas oscureció el cielo por unos momentos en su frenética huida, quedándose incrustadas varias de ellas en los espejos de los carros, manchando éstos con sangre y plumas.

    —¿Es que todos están locos, o qué?— pronunció alguien cuando los que estaban fuera de sus carros se protegían como podían de los pájaros que escapaban desesperadamente de lo que fuera que los hubiera espantado de tal forma.


    Uno de ellos fue a estrellarse a gran velocidad justamente en la cabeza de Martín, rebotando con el cuello roto mientras que el hombre era derribado al suelo, con una copiosa herida en la nuca que comenzaba a sangrar profusamente.

    Pese al intenso dolor y desorientación que sentía, cómo pudo se levantó y comenzó a correr hacia el parque, tapándose la herida con las manos, intentando llegar a como diera lugar llegar al hospital más cercano antes de que muriera desangrado. Ignoraba que era inútil aquella lucha contra el tiempo, pues en el hospital también carecían de energía eléctrica, por lo que no disponían de recursos para atender a los pacientes. Ni qué decir de los que se encontraban en esos momentos en quirófanos, en plena cirugía. Y aquella situación se extendía rápidamente no solo en Argentina, sino en todo el mundo.

    Reinaba la confusión total. Sin energía eléctrica, el hombre estaba desprovisto de todos los artefactos a su servicio y que le protegían con ahínco. De pronto se vio al desamparo de su preciosa tecnología, impotente y asustado ante lo que estaba a punto de sucederle, incomunicado de todos sus congéneres.

    Martín corría desesperado hasta donde pudo, antes de que se resbalara por el pasto húmedo del parque y diera con toda su humanidad a besar el suelo. Entre los gritos de angustia que comenzaban a surgir de todas partes, mientras trataba de incorporarse, sin éxito, tendido boca arriba se percató de la extraña coloración que empezaba a tomar el firmamento, como si todo el cielo estuviera incendiándose, arrasando el color rojo con todo el azul que encontraba a su paso. El clamor fue subiendo de tono, y la gente también comenzó a huir, asustados ante aquél extraño fenómeno. ¿Qué era lo que estaba sucediendo? Sin radio, televisión, computadoras ni teléfonos, nadie podía saberlo.


    No hubo tiempo para recobrar la calma o la cordura ante las señales que se estaban sucediendo una tras una, porque entonces se dejó venir un gran terremoto que sacudió la ciudad entera con una espantosa magnitud de 8.1 grados en la escala de Ritcher: cataclismo total, daño completo a todas las edificaciones de la zona. El piso comenzaba a cuartearse y a abrirse, engullendo a todos aquellos desprevenidos que se lo permitieran, mientras que los edificios y construcciones caían derrumbados como castillos de naipes. Ahora el pánico era general, y por todas partes se extendían los gritos de dolor y espanto, llenando todo con su desgarradora melodía.

    Su familia, Martín allí, tumbado sobre el pasto, con una enorme herida en la nuca y un grueso árbol que había caído justo sobre de él, no podía dejar de pensar en su familia, en si habían sobrevivido al holocausto, o lo que era más, si volvería a verlos. Con todas las costillas hechas polvo y varias arterias rotas, se preguntaba si alguna vez volvería a besar a su mujer o a escuchar la risa infantil de su hijo. El dolor no le permitía mentir, sabía que ése era el fin. Quizás no el fin del mundo, pero sí de su mundo. Su muerte había llegado.

    Un momento antes, vivía un día normal en su tranquila vida. Todos ellos lo hacían, al fin y al cabo, pero de repente fueron transportados a otro lugar en el que reinaba la incertidumbre, el dolor y la muerte. Su mundo entero les había sido arrebatado de súbito, condenándolos al olvido, a la extinción absoluta. Alguien había volteado al planeta de cabeza, ¿pero quién? ¿Y porqué?

    Todavía no dejaba de temblar cuando el lecho oceánico del Río de la Plata retrocedió varios miles de metros para darle vida a aquella enorme ola de un centenar de metros que con su fuerza y tamaño terminaría por arrasar la ciudad entera y sumergirla en las profundidades submarinas. Era inevitable, nada podía hacerse, pese a que todos corrían despavoridos buscando refugio. No podía culparlos. Él lo hubiera hecho también, de haber estado en condiciones para hacerlo. Pero de todos modos, era inútil hacerlo.

    Poco antes de que llegara el fin, antes de que la ola que había roto en tierra y que ahora estaba devorando con su implacable furia lo que encontrara a su paso, antes de que esa imparable cortina de agua marina lo alcanzara y con ello ponerle fin a su dolor, Martín vislumbró, con toda claridad, allá por el Sur, una intensa luz que iba tomando forma. Parecían alas, alas deslumbrantes que batían el aire debajo de ellas. Fue lo último que alcanzó a ver, antes de abandonar la vida.


    Más de tres mil millones de personas mueren alrededor del globo, al igual que Martín, en el transcurso de esas angustiantes horas. Y otras mil millones más morirían en los años venideros. El flujo electromagnético del planeta se vuelve loco, las placas tectónicas de los continentes parecen carritos chocones, reacomodándose por completo, la Tierra cambia de órbita y de eje, unos cuantos grados. Y en la Antártida, el punto de origen de todo el desastre, las gruesas capas de hielo se derriten en su totalidad, aumentando más de cinco metros el nivel de los mares, desapareciendo por completo el continente Antártico.

    Y justo en medio de todo eso, entre el desastre, cinco pares de alas luminosas toman forma y se agitan con furia, levantando muerte y dolor que se extendían por los cuatro rincones del mundo. Al hacerlo la Tierra grita, se resquebraja y llora de agonía. Al igual que un infante recién nacido.


    El Segundo Impacto había sucedido.


    20 de Agosto del 2015

    Casi quince años después...


    “I remember long ago,

    ooh, when the sun was shining

    yes, and the stars were bright

    all through the night

    and the sound of your laughter

    as I held you tight,

    So long ago…”


    La canción era reproducida por el láser del artefacto tan fielmente como si estuviera escuchando la versión original de hace treinta años, en uno de esos abarrotados conciertos nocturnos.

    Sí, era de noche, pero ciertamente el cuarto en el que Kai se encontraba sentado, en actitud reflexiva en medio de la oscuridad, distaba mucho de estar abarrotado. Sólo él estaba allí, con las luces apagadas y las bocinas de su reproductor musical en los oídos, permitiéndole atender únicamente al melodioso sonido que tocaba. Sólo él se encontraba en medio de esa oscura habitación, sentado en la cama de Misato, con la espalda recargada en la pared. Sólo él y sus pensamientos, que lo llevaban por diferentes rumbos.


    120 personas habían muerto. Más de un centenar de personas, buenas o malas, habían perecido en un accidente, acaecido hace unos meses atrás. Y estaba seguro que NERV, explícitamente su comandancia en la persona de Gendo Ikari, estaba directamente involucrado. Nomás faltaba probarlo, para que toda esa gente pudiera descansar al fin en paz, y quizás redimir una parte de sus pecados, al mismo tiempo.

    Estaba inmóvil, concentrado en absoluto, con la barbilla recargada en el pecho y sus brazos cruzados sobre del abdomen, mirando fijamente a la nada con esos ojos verdes que daban la impresión de brillar en la penumbra de la pieza.


    “I won't be coming home tonight

    my generation will put it right

    we're not just making promises

    that we know, we'll never keep...”


    En realidad, obraba más por despecho que por un inquebrantable afán de justicia o por la eterna búsqueda de redención. Y la razón de aquél despecho era también motivo de la mayor parte de las zozobras que lo aquejaban en la intimidad de su conciencia: Rei Ayanami, su antigua novia. Todavía no lograba acostumbrarse a la idea de que todo había terminado. Aún no podía soportar que ella le prodigara el mismo trato que a todos los demás en el cuartel. Le dolía sobremanera la manera tan distante con la que siempre se dirigía a él, en las pocas ocasiones que lo había hecho. Lo hacía sentirse miserable, sin ánimos para continuar. Deseaba con ahínco poder estrecharla entre sus brazos, fuertemente, sacudirla si era necesario sólo para recordarle que ellos dos estaban destinados a ser desde antes de conocerse, que no podía tratarlo como a todos los demás, no después de todo lo que había pasado entre ellos. ¿Ó es que ya había olvidado como ambos se estremecieron al primer contacto de sus miradas? ¿Ó ese primer beso, en el techo de la escuela? Los dos habían actuado automáticamente, casi por instinto, cómo si ya lo hubieran hecho docenas de veces antes. ¿Entonces porqué razón lo trataba cómo si fuera cualquier otra persona? ¿Porqué se estaba negando, entonces, a sí misma? ¡Él era el amor de su vida, demonios, y eso tenía que contar en algo! Quería despertarla a como diera lugar, hacerla recapacitar para librarla del influjo de Ikari y entonces reanudar su relación y volver a ser felices.

    Ikari. Ese infeliz se había aprovechado de su cercanía para querer manipularlo a través de Rei, ahora se daba cuenta. Quiso aprovecharse del estrecho vínculo compartido por dos jóvenes amantes para salirse con la suya. Y en parte, lo había conseguido. Lo había mantenido a raya de sus otras operaciones, mientras se distraía en el amor. Fue él quien premeditamente le había producido ese colapso nervioso que finalmente lo había hecho desistir de abandonar el Proyecto Eva. Pero le había salido el tiro por la culata, pues ahora, ya sin ningún distractor, podía enfocarse a su tarea básica en la organización, que era precisamente la de detectar irregularidades en su accionar, y reportarlas al Consejo. Sólo necesitaba encontrar una mancha lo suficientemente sucia en el expediente para que destituyeran a Ikari del mando, y con ello liberar a la pobre de Rei de su dominio, y el incidente del Jet Alone se pintaba solo. El típico caso de espionaje industrial, lo que era más, sabotaje que costó la vida de muchas personas, algunas de ellas con rangos militares que no eran poca cosa. NERV era el sospechoso directo de aquella acción, y la única agencia con los suficientes recursos para llevar a cabo algo de esas proporciones. Lo sabía de sobra, ahora sólo restaba probar su culpabilidad en el asunto, cosa que podía hacer bastante bien en su posición, es decir, desde adentro.

    No sería la primera vez que entrara a hurtadillas en el sistema MAGI, pese a todo lo que parloteara esa bruja de cabello pintado sobre su perfección, la verdad es que el código encriptado que utilizaba era bastante fácil de descifrar, cosa de niños para él.

    Lo único que necesitaba eran las pruebas, algo que validara y comprobara la intervención directa del Comandante Ikari en el sabotaje del Jet Alone, proyecto del gobierno japonés, y lo hundiría hasta el cuello en su propia porquería que había estado juntando desde hace tantos años. Aquella sería una caída espectacular, sin lugar a dudas. Sólo le faltaban pruebas, y cuando conseguirlas era el problema, no tanto el cómo y el dónde.


    “Now this is the world we live in

    and these are the hands we're given

    use them and let's start trying

    to make it a place worth fighting for...”


    Por si todo aquello no bastara, estaba presente esa molesta migraña que no dejaba de atosigarlo. Hacía años que no sufría una tan fuerte como la que lo estaba aquejando en esos días. No había porqué preguntarse la causa, sabía muy bien que todo era originada por la fastidiosa presencia de la joven alemana en su hogar, que iba de aquí para allá como vendaval, echando pestes y maldiciones a su paso. Ya no podía escuchar su agudo acento sin sobresaltarse y cada vez que la encontraba, fuera en la escuela, los entrenamientos o en la casa, aumentaba ese fuerte dolor de cabeza en la sien. También parecía haber una presencia en el Geofrente que afectaba a su condición, de manera muy similar a lo que había padecido en el barco escolta del Eva 02, o aquella vez que comieron con Kaji en ese mismo lugar. No podía precisar con exactitud su locación, por lo que llegó a pensar que estaba desarrollando cierto tipo de estado paranoico, mismo que se lo achacó de inmediato a su compañera rubia, la mayor causa de sus más recientes sinsabores. ¡Dios! Ojalá Misato lograra rentar ese apartamento de arriba antes de que su cerebro estallara. Convivir con Asuka tanto tiempo y en un espacio tan reducido estaba haciendo añicos a su sistema nervioso, más de la cuenta.

    —¡¿Porqué aquí sólo hay comida instantánea?!— la oyó reclamar desde la cocina, pese a que traía sus audífonos puestos —¿Es que no tienen ningún concepto de lo que es nutrición, maldita sea? ¡Si sigo así perderé mi esbelta figura en poco tiempo!

    Como se estaba haciendo costumbre la migraña punzó fuertemente sus sienes al punto de llegar a postrarlo en la cama, al solo sonido de la voz de la muchacha, apretando los dientes para sobrellevar el dolor.

    ¿Porqué su tutora, lo que es más, su mentora y amiga, casi una madre para él, había traído a aquella maldita chiquilla a su hogar? Sabía muy bien que gustaba y necesitaba de la calma y tranquilidad, en ocasiones de una soledad que ahora difícilmente podía encontrar con Langley asediando y fastidiando en cada esquina.

    Ni hablar, no había más remedio que tomar la medicación. Detestaba hacer uso de las pastillas, puesto que corría el gran riesgo de llegar a crear cierta dependencia a ellas, además que su efecto era sumamente soporífero, sin embargo el dolor que sufría ya se había vuelto insoportable, y prefería mejor arriesgarse y quedarse profundamente dormido que tener que lidiar con él un segundo más. Con dificultad alcanzó el frasco en su mochila, para después abrir la tapa del recipiente con un solo movimiento y en el acto llevarse dos tabletas rectangulares a la boca, mismas que ingirió casi de inmediato.

    Ahora lo único que quedaba por hacer era el conteo regresivo, a la par que se acomodaba en la cama: 5... 4... 3... 2... 1... 0...

    El muchacho cayó pesadamente sobre la suave almohada, que amortiguó el golpe, completamente fulminado, respirando tranquilamente con la boca entreabierta.


    Misato se revolvía desesperadamente entre los brazos de su captor, aunque para ser sinceros no estaba poniendo mucho empeño en liberarse. De hecho, parecía que tan sólo se estaba arreglando para estar más cómoda, cuando Kaji la estrechaba entre sus fuertes brazos y la besaba con una pasión desmedida por primera vez en ocho años. La mujer tampoco estaba disconforme con la situación, dejándose maniatar por su antiguo amante mientras recorría su boca con la lengua, reconociéndola una y otra vez, admitiendo también, aunque no lo quisiera, que extrañaba aquella sensación tan placentera, el calor que emanaban de los dos cuerpos juntos.

    Los documentos que ambos llevaban consigo antes de subirse al elevador yacían desperdigados por todo el piso del cubículo, sin que les importara en lo más mínimo. En cuanto se habían cerrado las puertas Ryoji se había abalanzado sobre la mujer cual bestia furiosa, no pudiendo reprimir por más tiempo sus impulsos, para encontrarse, con sorpresa, que Katsuragi no se le resistía y que, al contrario, ella también buscaba el contacto físico.

    Sus manos recorrían inquietas el escultural cuerpo de la mujer, mientras que ésta paseaba sus dedos por su espalda, clavándolos en ella en los momentos más candentes. Ya casi había olvidado lo bien que se sentía recorrer con el tacto la tersa piel de Misato, sentir aquellas formas por las que cualquiera enloquecería, incluso él, y besar su delgado pero firme cuello, tan sensual como toda ella. Su mano había llegado hasta debajo de su minifalda, acariciando sus nalgas y tentando el borde de la tela de sus pantaletas. Le valía un carajo las formas en ese momento de frenesí erótico, la volvería a hacer suya cuanto antes, allí mismo si era preciso.

    —No... espera...— masculló entre suspiros y besos la mujer, presintiendo cómo acabaría aquello —No es correcto... alguien podría vernos... espera...

    Kaji intentó acallarla con otra porción de besos mientras la arrinconaba y la llevaba de espaldas a la pared, para tener algo de donde recargarse al mismo tiempo que ya comenzaba a bajarle las pantaletas, sin atender a su llamado.

    —Te digo que... no... este no es el lugar adecuado...

    Su ropa interior ya le llegaba a la mitad de los muslos, con el sexo descubierto, cuando por fin pudo reunir la fuerza y determinación suficiente para oponérsele, empujándolo lejos de sí con ambos brazos.

    —¡Dije BASTA!— gritó al tiempo que lo hacía, enfadada por haber sido tan débil y no haber hecho eso desde el principio.

    Avergonzada de sí misma, resoplando se acomodó la ropa interior para después inclinarse y rejuntar su documentación que estaba tirada por el piso. Lo mismo hacía Ryoji, en silencio, pero con su característica sonrisa pícara en los labios.

    La militar notó con alivio que ya llegaban al estacionamiento, en donde se bajaba, por lo que ya no tendría que pasar por más situaciones bochornosas en ese día. Con todos sus papeles reunidos bajo el brazo, acomodándose el revuelto cabello salió del ascensor cuando la puerta de éste se abrió frente a ella, sin voltear a ver al sujeto a sus espaldas.

    —Aunque se haya tratado de un tonto capricho de adolescente— dijo, a manera de despedida, de espaldas a Kaji —Involucrarme contigo fue el peor error que haya podido cometer, y no pienso volver a repetirlo.

    —Podrás decir lo que quieras— le contestó el sujeto, acariciándose la barbilla, todavía degustando el sabor de sus besos —Pero tus labios no te dejan mentir, Misato: ellos no me rechazaron.

    La mujer ya no avanzó un paso más, sino que se quedó congelada en su lugar, cómo si una fuerte corriente eléctrica le recorriera todo el cuerpo.

    —Tus labios o tus palabras— continuó el sujeto, sintiendo que iba por buen camino —¿En quienes debería confiar?

    —No sé de que hablas— se repuso Katsuragi, dándose la vuelta para encararlo —Te ruego que nunca más vuelvas a hacer esto. ¿Me oyes? ¡Jamás!

    —No creo ser capaz de cumplir con esa promesa— remató, cuando las puertas del elevador se cerraban con él dentro —¿Y qué hay de ti, capitana?

    Las puertas se cerraron y Ryoji por fin se había ido. Misato podía respirar aliviada de no haber perdido el control completamente y no haber cometido alguna estupidez. Miró con desespero su reloj de muñeca, percatándose que ya era muy tarde para alcanzar a ver la entrevista de Kai por televisión. Sin embargo, de cualquier modo se dirigió a su auto a toda prisa, maldiciendo entre dientes: “¡Estúpido Kaji!”


    Mientras tanto, Shinji se relajaba viendo la televisión en la sala, convertida provisionalmente en su habitación, dado el caso que Rivera definitivamente se había mudado al cuarto de Katsuragi, con tal de tener una puerta que lo mantuviera alejado de la jovencita europea. Asuka revisaba la despensa en la cocina, buscando algo para complementar su raquítica cena y Misato se encontraba aún en el cuartel con trabajo pendiente y no llegaría sino hasta muy tarde, por lo que no disfrutaba de compañía en esos momentos. Observaba uno de esos programas especiales debido a fechas importantes que la televisión aún no lograba extirpar de sus entrañas. Aunque en ese caso, quizás se justificaba un poco, tratándose del Segundo Impacto la fecha que con tanta melancolía todo el mundo guardaba. “Quince años después” era como se titulaba el documental, lleno de imágenes lacrimógenas aderezadas de un fondo musical conmovedor, del mismo corte, que instaban a la aflicción.

    —A quince años de la tragedia, mismos que se cumplirán el día de mañana, constatamos que a base de esfuerzo y mucho sacrificio el mundo ha logrado salir avante de la adversidad. La humanidad ha superado muchos cambios drásticos en su entorno, y sin embargo...— rezaba uno de los conductores, con su voz en off mientras transmitían imágenes de labores de rescate, y de reconstrucción, en las que destacaban las personas dándose las manos las unas a las otras, confortándose con prolongados abrazos en medio del llanto, etcétera —Ninguno de nosotros es ajeno a la pena, puesto que todos sufrimos por igual con la desgracia. Es por esa razón que cada 21 de Agosto recordamos a los que se han ido, y les pedimos que nos den fuerzas para continuar adelante en la reconstrucción del planeta mientras que también damos gracias que la especie humana haya podido sobrevivir y prosperar para continuar los avances...

    —¿Qué es lo que estás viendo, kinder?— preguntó la joven alemana, quien finalmente había tenido que conformarse con una bolsa de granola y una manzana, cuando se instalaba cómodamente a un lado de él.

    —Oh, nada en especial— contestó Ikari, recargando su brazo izquierdo en la mesita de centro —Es sólo este programa especial... parece que en la tele no hablan de otra cosa en estos días...

    —No puedo creer cómo estos buitres trafican con el sufrimiento de la gente— repudiaba la extranjera, comiendo del contenido del sobre en sus manos —¡Es que mira cómo pretenden explotar el dolor de los demás con esos diálogos sosos y esa música tan cursi! Esto no es luto, es oportunismo. Hoy en día ya no hay ética periodística.

    —No sé— vaciló un poco el muchacho, a quien sí le habían tocado el corazón —Me imagino que es algo difícil abordar un tema de este tipo con sobriedad, sin que las emociones intervengan; al final, supongo que el sentimiento le gana a uno. Debe ser muy duro para las personas que les tocó vivir todo eso reponerse y seguir con sus vidas.

    —¡Vaya, el pequeño Shinji está conmovido hasta las lágrimas!— masculló la chiquilla en tono burlón, dejando de lado su comida para luego recargarse en la mesita y quedársele viendo como si lo acusara —¿Porqué, de alguna manera, eso no me sorprende?

    —Déjame en paz— murmuró, a manera de disculpa.


    —...así fuimos testigos de cómo la esperanza encuentra camino para renacer en medio del desastre, pese a tener, aparentemente, todos los factores en su contra: una nueva oportunidad que llega de la hecatombe...— continuaba una nueva conductora, ignorante de las discusiones que suscitaba con su manera de abordar el evento —...de la muerte también puede venir la vida, tal y cómo lo constató el equipo de investigación del programa, al descubrir el nacimiento de siete criaturas justo en medio del desastre. Tres de ellos sobreviven, y lo que es más, dos de ellos actualmente residen en nuestro Japón. Tal es el caso por todos conocidos de Kai Katsuragi, célebre chico superdotado, afamado por graduarse de la Nueva Universidad de Tokio a la edad de tres años, y un año más tarde obtener su primer doctorado en genética y otro en cibernética al año siguiente. Reconocido en todo el mundo por su aportación a la investigación en manipulación de los genes, permitiendo el transplante de muchos órganos del cuerpo humano, sin que dichos transplantes presentaran un posterior rechazo en el paciente, así cómo el encontrar la cura a muchas de las enfermedades crónicas; también trabajó en innovar y perfeccionar las técnicas de clonación, lo que a posteriori permitió traer de vuelta de la extinción a numerosas especies animales, cómo la ballena azul, el gorila de montaña, el tigre de Bengala o incluso al extinto por más de 60 millones de años: el Parasaurolophus, dinosaurio herbívoro con cresta pronunciada, de carácter apacible y sociable. Todos estos organismos a la fecha prosperan en los ecosistemas reestablecidos de algunas partes de la Tierra, en el caso del último en completo aislamiento, salvo por las constantes revisiones médicas y científicas para estudiar su comportamiento. El que habla a continuación es el susodicho, en entrevista exclusiva para esta emisión especial, a quien por cierto saludamos y agradecemos la oportunidad que nos brindó de saber más acerca de su persona.

    —¿Cómo se siente, Doctor Katsuragi, al mirar atrás, hacia todo lo que ha logrado en tan poco tiempo y al saberse cómo uno de los artífices en la recuperación de la humanidad de este difícil trance? Lo que es más, ¿qué se siente ser el símbolo de esperanza y renacimiento por excelencia, dadas las peculiares condiciones de su nacimiento?

    —¿Doctor?— el muchacho mira consternado a la guapa reportera sentada junto a él, para después echarse a reír, pese a sus intentos por disimularlo —Ay, lo siento... je, je, je... de veras, de veras lo siento... es que... ja, ja, ja... siempre que estoy frente a las cámaras me pongo algo nervioso, y sobre todo si me ponen al lado de una chica tan guapa como tú... discúlpame... bueno, entrando en materia... me preguntabas tú por varias cosas (si me permites tutearte, ¿verdad?)— ante la respuesta positiva de la periodista, que también esbozó una sonrisita y se sonrojó frente a cámaras, ante el evidente galanteo del apuesto muchacho, éste continuó —Por la primera: No creas, cada vez que repaso mis supuestos logros, y los recapitulo y veo hacia adelante sólo puedo percatarme de lo poco que he hecho por ayudar a las personas, de tanto tiempo que he desperdiciado y que bien pude haber aprovechado para continuar ayudando a mis semejantes. Es el reto que yo mismo me he impuesto, superar metas y objetivos en beneficio de todos. En conclusión: me siento insatisfecho por tanto tiempo que he desperdiciado. Eh... ¿qué más dijiste? ¡Ah, sí! No creo que sea válido tacharme como símbolo y demás, después de todo lo único que hice fue venir a la vida mientras millones se iban. Y es por eso que constantemente me veo en la necesidad de pedir perdón... perdón por mis constantes errores, y por lo que he dejado de hacer. Siempre trato de ser digno de esta vida, regalo tan precioso que no muchos podemos apreciar— al pronunciar aquellas palabras, en tono tan serio y quedarse mirando a la pantalla fijamente cuando lo hacía, a Ikari le pareció, sorprendido, que esa oración iba dirigida precisamente a él —Aunque para mí sea imposible el no hacerlo dado que cada minuto de mi existencia es prestado. Por eso trato de que esta vida regalada sea constante testimonio de eso, viviéndola al máximo, sacándole el mayor jugo posible y no dejar pasar un minuto en vano...

    “Lo dice el sujeto que se la pasa 12 horas al día dormido” pensó la joven alemana, tragando saliva, sin creer por completo todo lo que había visto y escuchado.

    —Qué interesante que mencione ese aspecto tan espiritual... ¿Es usted creyente, Doctor? ¿Profesa alguna religión?

    —Como científico que soy, me tengo que guiar por certezas y hechos concretos, los cuales muchas veces no tienen cabida en las religiones. Aunque eso no quiere decir que sea un ateo recalcitrante. Básteme decir que me considero un agnóstico, pero a la vez me inspiro en la imagen del Jesús histórico, aquél sabio profeta que inculcaba el amor al prójimo, y al que muchas personas consideran como el Hijo de Dios... por cierto, siéntete en toda confianza para decirme cómo los amigos: “Kai”— pronunció cándidamente el joven, guiñándole uno de esos ojos verdes.

    —Eh... bien... Kai— acertó a decir la apuesta reportera, cruzando sus largas piernas, ruborizada —A últimas fechas hemos perdido un poco tu rastro... se rumora que ahora te encuentras trabajando para las Naciones Unidas en NERV, agencia que tiene a su disposición estos magníficos aparatos: los Evangelion. ¿Es verdad eso?

    —Bueno, comprenderás que no pueda desmentir ni confirmar ninguna información al respecto, tengo que dejar todo en conjeturas. Aunque lo que sí puedo decirte a ti y al auditorio en general es que sí estoy trabajando para la O.N.U. en estos momentos...


    Las imágenes siguieron corriendo, pero los muchachos ya no le prestaban atención alguna. Estaban pasmados en sus lugares, sin dar crédito a lo que habían escuchado por televisión. Ninguno de los dos atinaba a decir algo, hasta que al mismo tiempo los dos voltearon a verse, igualmente confundidos; su semblante lo decía todo.

    —¿Viste... lo mismo que yo vi?— pronunció la chiquilla con la voz apagada, señalando al aparato frente a ellos.

    —Sí... sí— respondió su compañero, mirando de reojo la puerta cerrada del cuarto de Misato, donde se había encerrado el mencionado —Kai... Kai nació en el Segundo Impacto. Es sorprendente... no tenía ni idea...

    —¿Quieres decir que no lo sabías?— añadió la joven extranjera, poniéndose de pie con una mano en el pecho —Mein Gott! ¡Yo me estaba refiriendo a cómo ese desgraciado infeliz le coqueteaba a esa reportera!¡Es el cumpleaños de tu mejor amigo! ¿Y no lo sabías? ¡Vaya amigo que resultaste ser! Por lo menos yo tengo la excusa que lo detesto y no me interesa lo que haga o deje de hacer ese bicho... ¿Pero tú? No puedo creerlo...

    —Él nunca mencionó nada al respecto... y yo siempre creí que éramos de la misma edad. Cómo va en nuestra clase...— intentó defenderse, encogiéndose en su lugar. Era inútil, él también se sentía fatal, no necesitaba que Langley lo recriminara —Además, no somos precisamente lo que tú llamarías “mejores amigos”...

    —Te la vives disculpándote con todo mundo— continuó la muchacha, exasperada por la actitud tan pasiva de la que siempre hacía alarde su compañero piloto. Prefería mil veces trabarse en un combate verbal con Rivera que aguantar el carácter pusilánime de ese mocoso —Así nunca vas a llegar a ningún lado, ¿no lo entiendes? ¡Me desesperas!

    —Hago lo que puedo— contestó Shinji, apenado, desviando la vista a otro sitio con tal de no encararse con su compañera —No me gusta perder tiempo discutiendo, ¿sabes?

    Asuka calló por unos instantes, limitándose a permanecer en su sitio, de pie, con los brazos a los costados, resoplando mientras observaba cómo Ikari trataba por todos los medios posibles de evadir cualquier confrontación con ella. Era para dar lástima, pensaba. Estaba tan alejado del arquetipo de hombre fuerte que se le había inculcado con el ejemplo desde la infancia, el tipo de hombre que representaba su estándar ideal, y no esa parodia que tenía delante de él. Y le disgustaba sobremanera que precisamente él tuviera que comportarse de aquella manera, hubiera querido hacer algo para que todo no fuera así, pero aparentemente el muchacho estaba más allá de toda ayuda.

    —Ni hablar. Simplemente no tienes remedio— suspiró la chiquilla, dándose la media vuelta para dirigirse al cuarto de Misato —Yo misma tendré que arreglar este relajo.

    —Espera, Asuka, ¿qué es lo que piensas hacer?— pronunció el infante, incorporándose mientras que la europea avanzaba con paso firme hacia dicha habitación —¡Asuka, espera, no lo hagas!

    Ikari suponía, con bastantes fundamentos, la segura reacción que Rivera tendría si es que era molestado, mucho más si estaba dormido en esos momentos, lo que era la opción más probable debido a que desde que se había encerrado no había hecho ruido alguno, algo raro en él. Temía además que en cualquier momento su ex-compañero de cuarto reventara, pues conocía los efectos adversos que la presencia de la muchacha estaban desencadenando en su persona, sobre todo que su hostilidad fuera en aumento; ya había visto como cada día las discusiones entre esos dos subían de ánimo más y más, llegaría el momento en que aquello que los dos se traían les explotara en el rostro. ¿Hasta qué punto podrían llegar, en ese caso? Algo era seguro: no tardarían mucho en alcanzar el límite, por lo que quería retardarlo lo más que fuera posible, pues también estaba convencido que tal evento desencadenaría consecuencias terribles para todos ellos.

    —¡Oye tú, miserable!— dijo Langley al momento de deslizar la puerta con fuerza, ignorando las súplicas del joven nipón, puesto que, precisamente, aquella confrontación con Kai era lo que la chiquilla necesitaba más que nada en esos momentos, sobre todo para quitarse la decepción pasada —¿Podrías decirnos qué fue todo eso?

    El susodicho no respondió cosa alguna, continuando profundamente dormido en la cama en la que se encontraba acostado, con el rostro oculto entre la almohada. Aquella situación desesperó aún más a la impetuosa jovencita, que ardía en deseos de reprocharle al muchacho su comportamiento para con sus amigos, que hipotéticamente eran ellos.

    —¡Te estoy hablando, Rip Van Winkle!— prosiguió con su sarta de reclamos que no llegaban a su destino, y por lo tanto resultaban inútiles —¿Porqué razón nunca nos dijiste que te entrevistaron para la tele, eh? ¿Ó cuando era tu cumpleaños? ¿Al super chico le daba vergüenza ó qué diablos? ¡Te estoy hablando, responde, maldición!— tuvo que llegar al extremo de sujetarlo fuertemente por la camiseta y sacudirlo violentamente, sólo para ver si provocaba alguna reacción en él, cosa que no sucedió.

    El chiquillo sólo entreabrió los ojos, pestañeando confundido un par de veces pero sin pronunciar palabra alguna, entre los brazos de la chiquilla, para enseguida volver a dormirse como tronco, ignorando todo lo que pasaba a su alrededor.

    —¡¿Cómo te atreves a ignorarme, maldito hijo de...?!— renegó la muchacha, rabiosa cómo nunca antes lo había estado, antes de que la dueña de la casa, recién llegada, la interrumpiera desde el recibidor.

    —¿Pero qué significa todo este escándalo?— preguntó cuando se quitaba los zapatos y se enfilaba a su habitación, donde al parecer estaban todos reunidos.

    —¡Es este insolente, que no quiere contestar a nuestras preguntas!— señaló la joven rubia, un tanto avergonzada de haber sido descubierta una vez que Misato entró a la pieza, percatándose de la situación.

    —Ah, ahora entiendo— murmuró la beldad de cabello negro, mirando sobre su escritorio el frasco con la medicina que le habían recetado a su protegido para la jaqueca.

    Lo sostuvo entre sus manos, observándolo con cierto aire de tristeza, pues los doctores ya le habían dicho que sólo serviría para ocultar algunos de los síntomas más molestos, cuando éstos se presentaran, pero que de todos modos aquello no cambiaba la situación en nada. También pasó la vista por el muchacho que estaba tendido en la cama, reposando plácidamente en un sueño profundo, inducido por la medicación. Eran tiempos difíciles para todos, y él últimamente se estaba poniendo bajo mucha presión; le hubiera gustado que volviera con Rei, por lo menos así podría relajarse un poco más y olvidarse momentáneamente de los problemas, pero ni siquiera sabía aún el motivo de dicha separación. Kai se había vuelto más huraño y reservado desde ese entonces, ni siquiera se sinceraba ya con ella.

    —Vengan, será mejor que lo dejemos dormir por ahora— les dijo a sus subordinados, saliendo éstos del cuarto mientras que ella arropaba al muchacho —Ha tenido mucho trabajo en su sección durante éstos días, debe estar agotado. Ojalá pueda reponerse con el día de descanso de mañana.

    —Me parece que lo mimas demasiado— enunció despechada Asuka cuando volvía a cerrar la puerta y apagaba la luz, para luego cruzarse de brazos y encogerse de hombros —Pero es tu casa, y tú sabrás lo que haces con ese engreído.

    —Te agradezco la sugerencia, linda— sonrió Katsuragi, pasándose los dedos por el cabello.

    —Misato— pronunció Shinji para tener la atención de su tutora —¿Tú sabías que Kai nació en el Segundo Impacto?

    La capitana palideció en primera instancia, sin saber qué responder. Obviamente le desagradaba tocar el tema y hubiera preferido no hacer comentario alguno, pero...

    —Con que era eso— masculló, encontrando las palabras adecuadas —Sí... obviamente sí lo sabía... es sólo que... verás, yo aún tengo muy malos recuerdos de ese día en especial, y él ya está harto de escuchar la misma historia una y otra vez, o de que la gente lo mire con extrañeza al saber su fecha de nacimiento... es por eso que a ninguno de los dos nos gusta hacer mucha alharaca al respecto, por lo que no le damos mucha importancia al asunto... no creí que a ustedes les fuera a impactar tanto la noticia... por cierto, ¿cómo se enteraron de eso? No creo que él se los haya dicho.

    —No, no se tomó la molestia— intervino Langley señalando al televisor encendido —Tuvimos que saberlo por ese estúpido programa en donde lo entrevistaron.

    —Oh, ¿quieres decir que me lo perdí?— se lamentó la mujer, cabizbaja —Y yo que estaba haciendo todo lo posible por salir temprano del trabajo para poder verlo... ni hablar.


    Como ya no había nada más que decir, la noche transcurrió sin ningún otro percance, y a la mañana siguiente, como era costumbre, Shinji fue el primero de la casa en levantarse, o al menos eso suponía. Si de por sí, ya tenía bastantes problemas para conciliar el sueño, el dormir en la sala no le hacía algún provecho para mejorar su padecimiento. Pero no se quejaba al respecto, pues ya no quería incomodar más a los demás ocupantes del departamento que no se daban abasto en conseguir un poco de espacio. Misato estaba desesperada ya por hacerse de ese penthouse del piso de arriba. Cuidándose de no hacer ruido enrolló su colchoneta y la guardó en la gaveta correspondiente del armario. Después se dirigió al baño para despojarse de su pijama y vestirse.

    Cuando fue al lavabo con su cepillo de dientes y su vaso para enjuagarse la boca, notó que éste ya había sido utilizado antes, pues todavía conservaba gotas de agua que resbalaban por su porcelana hacia el desagüe. Y el agua no era lo único que iba hacia allí, sino también dos sendas gotas de sangre de las cuales se desprendían hilillos que parecían dedos estirándose. La sangre, tan roja y espesa, resaltaba a primera vista, contrastando con el blanco del lavamanos.

    ¿Quién había entrado primero al baño? No recordaba haber escuchado a alguien levantarse antes que él, a no ser que haya sido muy por la madrugada. Pero aquello resultaba muy improbable. Así que luego de enjuagar con un fuerte chorro de agua el lavabo, y de haberse cambiado de ropas y limpiado sus dientes, se asomó cauteloso por el quicio de la puerta del baño, buscando a la persona que lo acompañaba despierto ya tan temprano. Dio de nuevo un vistazo a la sala, al comedor y la cocina, pero desde antes ya sabía que nadie estaba allí, pues él se hubiera percatado de su presencia al momento de despertarse. Sin embargo, descubrió algo en lo que no había reparado antes: la puerta del departamento estaba abierta. La idea de un ladrón en esos tiempos, lo que era más, en ese país, en esa ciudad de por sí ya deshabitada, en donde el crimen era bajo, por no decir nulo, estaba más asociada a las leyendas urbanas que a la misma realidad. No obstante, al muchacho le dio un vuelco el estómago al imaginarse que un extraño había entrado a su casa sin su consentimiento, invadiendo su intimidad. Aquella sensación de horror se acrecentó ante la posibilidad de que aquél sujeto aún estuviera dentro del apartamento.

    Con las rodillas temblándole, se dirigió al recibidor de la casa, para asegurarse de una vez por todas, empuñando una sartén, con la cual se había hecho al entrar sigilosamente a la cocina. En esos momentos era cuando tenía que ajustarse los pantalones, pues él era el único que estaba en pie para defender su hogar. ¿Ó no era así?

    El alivio que sintió luego de aquellos angustiantes momentos se fundió con la sorpresa de ver a Kai sentado al borde de la puerta, lo que era más, despierto. Aquello era tan usual casi tanto como ver a un gato ladrándole a un perro trepado en un árbol, o a los patos tirándoles a las escopetas, por así decirlo. Aún estaba vestido con su pijama: una camiseta de cuello redondo blanca, agujerada y sin mangas, pantalones deportivos negros, ya algo viejos, y sus pantuflas del Hombre Araña. Ni siquiera se había peinado, pues el cabello todo revuelto se le arremolinaba en la cabeza. Fumaba un cigarrillo despreocupadamente mientras miraba en dirección al pasillo, con la cabeza en las nubes.

    —Eh— musitó Ikari, a sus espaldas, sin saber qué decir por la impresión que el sólo verlo le ocasionaba. Su joven amigo volteó hacia donde él estaba, interrogándolo con esos ojos verdes que perforaban almas —Buenos días... Kai...

    —Buen día, Shinji— saludó éste colocándose el dedo índice y medio en la frente, para entonces apartarlos y señalarlo donde estaba, sin moverse de su lugar —Ah, veo que ya estabas por hacer el desayuno, ¿eh?— fue lo primero que se le vino a la mente al observarlo ahí de pie, desconcertado y sosteniendo esa sartén por el mango —Bien por ti, muchacho.

    —¿Esto? ¡Ah, sí por supuesto! Eso estaba por hacer...— pronunció, escondiendo su arma a sus espaldas, abochornado —Eh... ¿alguna vez se te ha ocurrido que eres muy joven para fumar? Sobre todo del modo en que lo haces, tan seguido...

    —A veces... pero luego me doy cuenta que la vida es muy corta de cualquier manera, y son estas minucias las que le dan sabor. Aún así, no se me ocurrió que podría estar dándote un mal ejemplo— se disculpó mientras apagaba la colilla que había dejado en el piso y la tiraba en el bote de basura que había a su lado.

    —No hay problema, en serio. No soy quien para juzgarte— le dijo, para que se sintiera en confianza —Pues... es raro verte despierto a estas horas.

    —Sí lo sé. Últimamente no he podido dormir tan bien como antes, ¿sabes?— confesó con sumo pesar, todavía sentado en la puerta —Los nervios están acabando conmigo, Shinji. Y esta jodida migraña— pronunció, acariciándose la sien —No quiere aplacarse... Pero no está tan mal. Por primera vez en mucho tiempo pude ver el amanecer. Casi había olvidado lo hermoso que era. Ciertamente es algo muy relajante.

    —Es verdad, pero...— asintió su compañero, sólo para insistir de nuevo —¿Seguro que todo está bien? Vi manchas de sangre en el lavabo y...

    —Ah, con que era eso— lo interrumpió Rivera, a todas luces incómodo por aquél comentario, pues creía haber enjuagado muy bien el lavabo luego de que lo usó —Lo que pasó fue que me corté al rasurarme, ¿ves?— le enseñó la barbilla, poniéndose de pie para que la admirara mejor, sumamente orgulloso; aunque por más que Ikari buscó, no pudo encontrar ninguna cortada en esa piel recién afeitada —Sí, ya sé que casi no se me veían los pelitos que me estaban creciendo, pero creo que ya va siendo edad de irme afeitando. Además, Kaji me dijo que mientras más pronto lo hiciera más pronto crecería mi barba. Apenas si puedo esperar a que crezca para poder acomodármela en una bella barba de candado. Aunque tengo que admitir que nunca antes me había rasurado, y cómo era mi primera vez no pude evitar lastimarme. Pero creo que bien valió la pena: echando a perder se aprende, ¿ó no?

    —Creces muy rápido— se admiró su camarada —Hoy cumples los quince, ¿no? Nunca se me ocurrió que fueras mayor que yo...

    —Es nada más un añito— masculló el muchacho, algo sorprendido de que Shinji supiera que ese día era su cumpleaños, aunque después recordó la entrevista para la televisión y todo se aclaró —Sólo que a veces da la apariencia que tú eres el mayor. Eres muy maduro para tu edad, ¿sabes?

    —¿En serio lo crees? Pues... muchas gracias— agradeció el comentario, adulado —De todos modos: ¿porqué nunca nos lo dijiste? Me refiero a tu fecha de nacimiento. Es que simplemente es algo increíble.

    —Nunca me preguntaron por ello— respondió Kai, caminando a la cocina por un vaso de leche —Además no es la gran cosa. ¿Qué hay de bueno en haber nacido en el Segundo Impacto? Nada bueno, créeme cuando te lo digo, amigo mío. No te hacen una fiesta ni te felicitan pues toda la gente está llorando a sus muertos. ¿Tienes la más remota idea de lo que se siente? ¿Querer festejar mientras todos los demás están de luto, vistiendo de negro? No, por supuesto que no tienes idea. Es algo deprimente. Y luego está la reacción de asombro de todo mundo, cuando lleno un formulario y anoto la fecha de mi nacimiento. Se me quedan viendo como a un bicho raro, con una cara entre de asombro y espanto. Y yo estoy hasta la madre de eso. Qué bueno que estaba dormido cuando pasaron esa entrevista por televisión, así me ahorré verles la cara de sorpresa a ustedes dos.

    —Debiste ver cómo se puso Asuka— comentó Ikari, sonriendo —Casi le da un ataque al corazón... aunque debo confesar que al verte en la tele... y al escuchar todo lo que has logrado en tan poco tiempo... me dio un poco de envidia... yo en toda mi vida no he hecho algo de provecho, y tú has hecho tanto por todos... me siento cómo un inútil. Me parece que Asuka sintió algo parecido. Se enojó bastante— desvió el tema, apenado, cuando se estaba poniendo en evidencia frente a su compañero de lo que le inspiraba.

    —Ay, mira, ahorita no hablemos de esa tipa, ¿quieres?— se lamentó a su vez Rivera, volviendo a acariciarse la sien cuando sintió de nuevo aquél punzón. Ya se imaginaba que tendría que soportar a Langley durante todo el día; seguro que no lo iba a dejar en paz, si lo que suponía Shinji era cierto —Además, no es la gran cosa, se hace lo que se puede. Cada persona hace por las otras lo que está al alcance de sus capacidades, y si tomamos eso en cuenta, quiere decir que yo no he hecho nada... he desperdiciado tanto tiempo en vano... tiempo precioso...

    —¡No seas modesto! Los dos sabemos que no cualquiera puede hacer lo qué tú en tan pocos años; así que no juegues a hacerte el humilde conmigo. Tienes todo el derecho de sentirte orgulloso por ello.

    —¡Pero es que yo nunca hice algo que valiera la pena!— contestó levantando la voz, golpeando la mesa de la cocina con el fondo del vaso ya vacío que sostenía en su mano derecha —Todo lo que sacaron en la tele fueron vanos intentos que hice para tratar de olvidar mis errores... y ninguno de ellos consiguió llenar el vacío que sentía en mi corazón, ninguno me alivió de cargar con esta culpa tan pesada que llevo a cuestas... creí que al traer al mundo nueva vida podría expiarme de mis pecados anteriores, pero no fue así, en realidad sólo logré encadenarme aún más a mis remordimientos. ¿Quieres saber porqué? Porque en realidad, muy en el fondo, sólo lo estaba haciendo por mí. Para acallar el dolor de mi alma, que me atormentaba día y noche, incluso cuando cerraba los ojos. ¡No conseguí hacerlo porque todo ese tiempo pensaba solamente en mí, porque fui un hipócrita y un egoísta! No me interesaba el bien que le haría al mundo, sino el bien que me haría a mi mismo, a mi estúpida conciencia. ¡Qué imbécil!

    Cuando acabó volvió a golpear la mesita con el puño cerrado, como si ella fuera la culpable de su sufrimiento interno. Luego, los dos quedaron en silencio, estáticos en sus respectivos lugares. Ikari se quedó atónito ante aquella revelación. Siempre había visualizado a Kai como una persona desinteresada llena de paz interior, sin ningún cargo de conciencia por sus acciones; pero ahora que lo escuchaba hablar de ese modo, ya no estaba tan seguro. Sabía que gran parte de lo que escupió había sido a causa de la migraña, pero también había fragmentos de sentimientos verdaderos en aquellas frases. ¿Qué cosa tan terrible habría hecho para que sintiera tan grande culpa? Por su parte, Rivera sólo resoplaba, cabizbajo, intentando calmar el dolor de cabeza tan agudo que sentía. Los medicamentos no funcionaban, y si tomaba una dosis mayor caería en un estado comatoso por quién sabe cuánto tiempo. Y exasperarse de ese modo no le hacía provecho alguno. Resolvió por tomar más leche e ignorar a su acompañante si volvía a hacer una pregunta estúpida. Tomó el recipiente de cartón que tenía a un lado y procedió a vaciar parte de su contenido en el golpeado vaso que sujetaba con la mano derecha. El sonido que hacía el líquido al deslizarse de su contenedor original al vaso fue lo único que se interponía entre los dos muchachos, hasta que se le unió el ruido de la puerta del cuarto de Misato cuando se hacía a un lado para dejar pasar a esta última, que salía con gesto solemne e impecablemente arreglada con su uniforme negro y chaqueta roja, mientras se acomodaba su boina del mismo color sobre la cabeza y se metía al baño para darse los toques finales.

    —Misato también se levantó temprano— murmuró el chiquillo japonés, cambiando de tema —¿Pero porqué está vestida así? Hoy le tocaba descanso, ¿no es verdad? Pensé que se la pasaría dormida hasta muy tarde.

    —Es cierto, se me olvidaba— respondió su compañero desde la cocina, mucho más relajado y olvidándose por completo de lo que habían hablado; fue algo así como una especie de acuerdo tácito entre ambos —Hoy iremos a visitar al abuelo Katsuragi en el cementerio. Vamos todos los años en este día. Ahora, si me disculpas, tengo que arreglarme. A Misato no le gusta que vaya desaliñado a este tipo de cosas. “Respeto a los muertos” o algo por el estilo, es cómo le llama. Yo digo que es pérdida de tiempo: si ya no pueden vernos, no sé en que les importaría la manera en que vayamos vestidos. Bien podríamos ir desnudos y ellos ni siquiera lo tomarían en cuenta. En fin...

    Así, sin más, se refugió en su provisional habitación, cerrando la puerta una vez más, para que nadie le molestara. De esta manera lo entendió Shinji, quien depositó la sartén que sujetaba entre sus manos en la alacena de donde la había tomado, mientras recapitulaba, confundido, su conversación con Rivera. ¿Qué pudo haber hecho que le alentaba ese odio tan exacerbado por sí mismo? No se podía imaginar la respuesta a su pregunta.


    Empleó mucho tiempo en ello, aunque fuera en vano, inclusive mientras se dirigían en automóvil al cementerio. Tan cordialmente como era posible en este tipo de situaciones, Misato invitó a sus dos inquilinos a unírseles para honrar a la memoria de su padre fenecido. Ninguno de ellos tuvo objeción alguna y accedieron casi de inmediato, pues la costumbre general en esa fecha era visitar el cementerio, sin importar gran cosa que no tuvieran parientes enterrados allí. Aunque a decir verdad, Shinji sí tenía parentela en ese mismo panteón; ahí se encontraba la hermana de su madre, Reika, como asimismo su abuela materna, Megumi (el abuelo había fallecido ya seis años antes del Segundo Impacto), por lo que aprovecharía la ocasión para visitar las tumbas.

    Sólo Asuka era la que, por así decirlo, no tenía vela en el entierro, y sin embargo de igual modo acompañaba a los dolientes (unos más que otros, pero dolientes al fin y al cabo), muy a pesar de Rivera, que se vio en la necesidad de administrarse un par de calmantes para el camino, y así escuchar el ofensivo tono de la muchacha desde lejos, ausente, completamente embrutecido por la droga. Claro que el efecto no era permanente, sino sus problemas no serían tan graves.

    La fila de vehículos en la carretera para tomar la desviación hacia el cementerio era insólitamente monstruosa. Gente de todas partes del país venían para visitar las tumbas de los familiares que habían sido enterrados en Tokio, además de que tal evento sacaba de su escondite a casi todos los escasos habitantes que permanecían en Tokio 3, causando un caos vial completamente ajeno a aquella metrópoli.

    Así que, después de dos angustiosas horas atascados en la hilera de carros que parecía nunca se moverían de su sitio, lograron entrar al parque cementerio, y lo que es más, alcanzaron un lugar para estacionarse, en gran parte gracias a la maña y colmillo de Katsuragi como cafre al volante, aunque el vehículo hubiera quedado algo retirado de la entrada, pero nadie se quejaba al respecto. El camposanto de la zona urbana del viejo Tokio y sus dos hijas era una enorme extensión de terreno que se extendía por tres hectáreas, a lo menos. No había cruces de ningún tipo, ni losas, sólo pilotes de mármol con los nombres grabados en ellos, sin epitafios, que se distribuían por todo el lugar, con apenas metro y medio separándolos uno del otro, con veredas de dos metros de longitud para que los deudos pudieran pasar y ubicar al occiso que buscaban. Más que un cementerio, aquello se consideraba un monumento, algo así como el Arlington que había en Washington, D.C.


    El cielo matutino estaba poblado de densas nubes que lo mantenían nublado, tapando así los rayos solares que se perdían en la alfombra de nimbos, dejando en esas condiciones a la tierra con poca luz, apagada y melancólica: algo muy conveniente para celebrar ese día, pues el paisaje reflejaba el ánimo de todo mundo. De hecho, parecía que las personas no lloraban la pérdida de un ser amado, ni daban las gracias por haberse salvado de la catástrofe y continuar con vida, sino que más bien daba la impresión de que se iban a lamentar por su suerte, envidiando la posición de los muertos pues eran ellos quienes en realidad se habían salvado, pues ya no sufrían, mientras que los vivos debían seguir arreglándoselas para sortear la vida en esos tiempos, que en vez de mejorar parecían ir cuesta abajo, cada vez más empinados. La situación estaba bastante difícil por todos lados: escasez, desempleo, guerras y revoluciones, gobiernos opresores, grupos terroristas, monstruos gigantescos que asolaban la ciudad y un sinfín de otras molestias similares, cosa que hacía suponer que los difuntos no tenían nada que envidiarles a los vivos.


    Katsuragi también percibía dicho estado de ánimo, aunque se resistía con todas las fibras de su ser a ser partícipe de ello, de pie ante la tumba de su padre, aunque sólo fuera un pilote de mármol con su nombre, puesto que no había cuerpo enterrado. No había quedado mucho que enterrar, para ser honestos.

    Miraba fijamente las letras inscritas en el delgado trozo de mármol incrustado en el piso, letras que en conjunto representaban el nombre del Doctor Jozou Katsuragi; leía la inscripción a través de sus lentes oscuros, mismos que traía puestos pese a las condiciones climatológicas. Ni siquiera en la muerte se había podido despojar de su título, que en vida portara con gran orgullo, como si fuera su segundo nombre. Siempre se había reducido sólo a eso: no era ni hombre, ni esposo, ni padre. Era doctor, era científico y eso era todo lo que le importaba. Nada más. Nada más. Estrujó sus manos y las guardó en puños, apretándolos fuertemente contra sus anchas caderas, luego de incorporarse una vez que depositó en el piso el ramo de flores blancas que traía para adornar la lápida. ¿Cómo pudiste hacerlo? Cada año se formulaba la misma pregunta, sin que alguien la contestara. ¿Pero es que cómo pudiste hacerlo, maldito imbécil? Dejar todo atrás, a tu esposa y a tu hija, a tu condición humana. Todo por tu ridícula búsqueda de conocimiento. ¿Era eso lo que te impulsaba? No lo creo, te engañas si es que llegas a pensar así. A decir verdad, papá, lo que te movía era miedo, ¿no es así? El miedo de saber que personas dependían de ti. La responsabilidad te agobiaba, y por eso te ocultabas, te refugiabas como una tortuga en su caparazón en tu investigación. Es cierto, papá, no trates de mentir. Nos abandonaste, a mi madre y a mí, cuando ya no soportaste más, cuando ya no pudiste con la presión, cobarde. ¿Y qué fue lo que obtuviste al final? Nada, salvo la muerte. La muerte, y el olvido eterno. ¿Era esto lo que querías? Una tumba vacía y un pedazo de piedra con tu nombre en ella. Esto es lo que buscabas con tanto ahínco en tus interminables libros apilados unos sobre otros, tus hojas de cálculo y todos los matraces en tu laboratorio. Huir a toda costa de nosotras. Porque no soportabas tener que cuidar de tu familia, como todo aquél que se precie de ser un hombre debiera hacerlo. Te resultó mucho más fácil querer salvar al mundo que a tu propia carne. Y sin embargo, al final tú... tú pudiste... hacer lo que hiciste... ¿porqué? ¿Porqué lo hiciste? Me sería mucho más fácil odiarte ahora si no lo hubieras hecho, no estaría tan contrariada en estos momentos. ¿Porqué siempre me tienes que dificultar la vida?


    Se empezó a estremecer de pies a cabeza, mientras las lágrimas comenzaban a rodar por las mejillas. Intentaba a toda costa de contenerse, de no dejarse turbar otra vez. No podía hacer un papelón frente a los niños, quienes unos cuantos pasos atrás la observaban, y se percataban plenamente de su estado. Aquello les avergonzaba, a los tres. Verla tan frágil, derrumbándose de ese modo, les calaba hondo en la imagen de autoridad que tenían preconcebida de la Capitana Katsuragi. Únicamente Kai podía entender un poco su pena, y no obstante seguía apenándole todo eso, mucho más estando sus compañeros pilotos presentes. Prefirió retirarse, que a seguir contemplando ese espectáculo. Bastante tenía de qué preocuparse, para todavía sumarle las penas de Misato. Mucho más de lo que podía soportar.

    —Ustedes me dispensarán, que todavía tengo que visitar a alguien más— les dijo a sus dos acompañantes, fingiendo indiferencia, deseoso por apartarse lo más pronto que pudiera de ese lugar.

    —Te acompaño, muchacho— pronunció a su vez Langley, siguiendo sus pasos, igualmente apremiada por alejarse.

    —Eh...— masculló Ikari, sin saber qué hacer. No quería entrometerse en la pena de Katsuragi, al quedarse allí, pero tampoco en la de Kai, al acompañarlo. Lo mejor sería que él viera por los suyos, así que se resolvió a salir a su encuentro —Creo que yo mejor busco a mi tía y a la abuela. Nos vemos después...

    —Cómo quieras— terció Rivera, dándole la espalda mientras continuaba su camino, seguido por la alemana. Hubiera preferido que Shinji los acompañara, así no tendría que quedarse a solas con esa arpía. Bueno, no podía ser tan malo. Sólo había que tratar, pacientemente como siempre, de no caer en provocaciones. A veces se preguntaba qué era lo que la chiquilla buscaba con tanta insistencia en él. Mientras mantuviera el pico cerrado todo marcharía a la perfección.

    —Cielo Santo, nunca me imaginé que Misato fuera tan sentimental— exclamó la muchacha, mientras seguía a su compañero por el parque, mirando de soslayo a la capitana para asegurarse que no pudiera escucharla —¿Porqué tiene que ponerse de ese modo? No me lo logro explicar...

    —Los seres humanos tenemos esta tonta costumbre de guardar luto cuando alguien muere, mucho más cuando es un ser querido, cómo un padre por ejemplo; esto conlleva a experimentar un montón de sentimientos encontrados que deben ser desembarazados de alguna manera, ya sea llorar o cualquier otra clase de reacción que se te ocurra— respondió el jovencito que caminaba delante de ella, sin voltear a verla, sosteniéndose la cabeza con ambas manos al sentir cómo el timbre de la europea le taladraba el oído —Pero ya sé que tú no entiendes de estas cosas... uno necesita tener un tantito de corazón para comprender de lo que se trata este asunto...

    —¿Y quién dice que no lo tengo?— terció un poco recelosa —¿Sólo porque no me pongo a llorar a moco tendido en los funerales o cuando pasan esas escenas tan cursis en la tele? En mi opinión, uno debería bastarse por sí mismo. Misato debería darse cuenta que está mejor así, sola. Mírame a mí: no tengo padres, ¿y qué? Sólo los bebés los necesitan. Me valgo muy bien por mí misma, no necesito nada ni a nadie.

    —Eso es porque nadie te necesita a ti, mocosa desalmada.

    Continuaron con su marcha, en silencio, siempre dirigidos por Kai, que retrocedía unas cuantas filas atrás de donde estaba la tumba del doctor Katsuragi, para luego dar vuelta a la izquierda y seguir derecho por la vereda hasta detenerse frente a un pilote, en un apartado donde casi no había nadie, por lo menos no alrededor. El joven también llevaba unas flores que dejó frente a la lápida solitaria, después inclinó la cabeza y se persignó con sumo respeto, con los ojos cerrados. Desde hacía mucho tiempo que no oraba, y ese día no iba a ser la excepción; esperaba que la joven extranjera comprendiera aquél gesto como señal de que no quería ser molestado en esos momentos. Artimaña que no le dio resultado, pues de inmediato, a sus espaldas, Asuka preguntó sin reparo alguno:

    —¿Y quién es este tipo, Kyle Hunter, que está enterrado aquí, eh?— pronunció, leyendo la inscripción en la lápida.

    —¡Oye tú!— le reclamó Rivera, tensándose —¡Por si no te has dado cuenta, estoy tratando de rezar aquí!

    —No me engañas. Tú no estabas rezando.

    —¿Ah, no?— masculló el chiquillo, desconcertado, rehuyéndole la mirada —¿Y cómo estás tan segura de eso?

    —La gente tiende a mover los labios, como si estuviera hablando, cuando reza— contestó la muchacha, encarándolo —Tú solo estabas aquí parado, con tu cara de idiota, haciéndote el loco.

    —¡No puedes sacar una conclusión de ese tipo así cómo así!— trató de defenderse el chico, ya sin ningún argumento a su favor —¡La gente no es igual, y por lo tanto, no todo mundo tiene que mover los labios cuando reza! ¡Y yo soy una de esas personas! ¿Me entiendes?

    —¿Qué no es este ese tío tuyo, el insurrecto?— interrogó de nuevo desprovista de cualquier cortesía, ignorándolo —¿Al que acribillaron a balazos en el Cuartel?

    —¡Pero qué sensibilidad, muchachita!— pronunció el muchacho, lleno de sarcasmo, al notar la insolente falta de tacto —¿Segura de que eres mujer? No, no es— le contestó, más que nada para que dejara de fastidiar, y así, mientras él hablaba por lo menos ya no tendría que escucharla —Ni siquiera supe si enterraron el cadáver de ese sujeto. No lo dudo y lo hayan rellenado de aserrín y ahora esté adornando la sala de trofeos en la Casa Blanca. Este señor que tenemos aquí, figurativamente hablando porque tampoco hay cuerpo en este lugar, también es mi tío, pero por el lado materno. Según tengo entendido, por él me pusieron el nombre.

    —Gran cosa. Por suerte, el sujeto está muerto, así no puede ver lo que has hecho de ese nombre— a la jovencita no le caía muy en gracia la confusión que había con los múltiples nombres de su compañero, ello contribuía enormemente a que utilizara en su lugar apodos despectivos cuando se refería a él; pensaba que se avergonzaba de su propia familia, y que por ende se cambiaba el nombre a su antojo.

    —Me dijeron que murió para salvarme a mí y a mis padres, cuando mamá estaba en labor de parto— prosiguió el muchacho, captando el tono de reproche que la alemana le dirigía, cosa que le molestaba bastante; aquella fascista no podía entender qué no era vergüenza lo que le conducía a cambiarse de nombre, ella nunca comprendería —Parece ser que los agarró el Segundo Impacto antes de que lograran llegar al refugio, allá en la Antártida. La cosa se complicó más cuando la señora empezó a tener las contracciones. Tuvieron que meterse a fuerzas a una cápsula de inserción, una especie de prototipo de las que tenemos ahorita. Pero sólo podía cerrarse por fuera, y el sacrificado fue él. Y de todas maneras, se las vieron negras aún dentro de la cápsula. Estaban a menos de 20 kilómetros del punto de impacto.

    —Qué bonito. El hombre se muere para salvar tu pellejo, y tú te limpias el culo con su nombre— continuó amonestándolo —Cómo sea, no sabía que tus padres también formaban parte de la expedición del Polo Sur. ¿La dirigía el papá de Misato, verdad?

    —Síp. Sólo ella, los papás de Shinji, los míos y yo fuimos los sobrevivientes de aquella expedición de más de veinte miembros. Seis de veinte. No está tan mal, ahora que lo pienso, fue más de la cuarta parte.

    —Fueron ellos los que encontraron primero al Ángel, ¿no es así? Cuando quisieron adueñarse de sus secretos desencadenaron el Apocalipsis.

    —A decir verdad, todo se complicó cuando la armada estadounidense quisieron apoderarse a la fuerza de las instalaciones y del espécimen; fue su torpeza la que adelantó el desastre. Por lo menos es lo que me dijo mi papá.

    —No has correspondido mucho a todos los trabajos que tuvo que pasar para traerte al mundo, ciertamente.

    —Cuando uno no sabe de lo que habla, lo mejor es callarse, antes de soltar cualquier disparate— murmuró entre dientes, con las punzadas más fuertes que antes —Por cierto, no le vayas a decir nada de lo que te conté a Shinji: tal parece que se pone muy sensible con ese tipo de detalles insignificantes, aunque no veo el porqué tenga que ponerse así.

    —Descuida, no revelaré tu secreto, paladín encapotado. Aunque no puedo dejar de pensar en que tus parientes se hubieran ahorrado muchas molestias si no te hubieran salvado— siguió agrediéndolo la muchacha, dándose la vuelta. Por fin se había quitado el mal sabor de boca que le había quedado con Ikari la noche pasada, empero, desconocía que el rumbo por el que incursionaba estaba peligrosamente minado para el visitante incauto —A veces me pregunto qué orilla a una persona a tomar ese tipo de decisiones. Abandonarse a sí mismo por otra persona, por muy cercana que ésta sea.

    Asuka quería llevar la conversación por cierto camino, que a ella le convenía y esperaba que el muchacho entendiera sus intenciones, no obstante, éste no estaba para sutilezas y equivocó todo la dirección, tan concentrado en el dolor como estaba.

    —Tienes razón— pronunció, cerrando los ojos con fuerza, soportando la agonía que le ocasionaba la migraña que atacaba inmisericorde —Por ejemplo, yo no supe que me llevó a rescatarte de ese estúpido volcán. Lo mejor hubiera sido dejar que te murieras aplastada con todo y tu ridículo armatoste. También me hubiera ahorrado muchas molestias de haberlo hecho. Pero el hubiera no existe. Aunque para ser sincero, esperaba que me dejaras en paz si me debías la vida. Ya veo que me equivoqué, y ya es muy tarde para corregir los errores del pasado.

    —Pero... pero...— la muchachita no acertaba a reaccionar como era debido, con la lengua trabada, mirándolo de par en par con sus ojos color miel —¿Quieres decir que... sólo por eso me salvaste? ¿Para que estuviera en deuda... contigo?

    —¿Porqué otra razón pude haberlo hecho? Tú dime— respondió Rivera sintiendo cómo la cabeza le iba a reventar —¿Por qué estoy enamorado de ti? Por favor, sólo alguien tan idiota cómo Kensuke o Shinji es capaz de cometer semejante barbaridad.

    Langley se quedó petrificada donde estaba por un rato, contemplando las espaldas del chiquillo que la acababa de rechazar. Estaba sumamente confundida, su plan no le había salido como ella pretendía desde un principio. Lo cierto es que él la detestaba como a ninguna otra cosa en el mundo y la quería lo más lejos que se pudiera de su persona. El rechazo era algo nuevo para ella, usualmente era ella la que rechazaba a los pretendientes, y no a la inversa. Nunca había experimentado algo similar, por lo que no sabía a ciencia cierta como proceder. Finalmente, optó por la salida más digna:

    —¡Mal... maldito imbécil!— le espetó, con los puños cerrados —¡Yo también te odio, bastardo! ¡Ojalá y te pudras en el infierno! ¡Infeliz!— lo remató, despechada, al tiempo que volvía sobre sus pasos, para encontrarse de nuevo con Katsuragi.

    Mientras tanto, de reojo, Kai la veía partir, sintiendo algo de remordimiento por haberle dicho aquello tan terrible, aunque en su momento no pudo evitar decirlo, obligado por el fuerte dolor de cabeza. No era manera de comportarse con la gente, aún cuando sólo se tratara de Asuka. Ya qué, lo hecho, hecho estaba. Además, dentro de poco tiempo no importaría en lo absoluto todo lo que pudo decir. Volvió la vista a la lápida una vez más, para después sentarse a sus anchas frente a ella, abatido. Iba vestido todo de negro, con una camiseta de algodón de manga larga, pantalones formales y zapatos del mismo color que de su atuendo. No iba muy cómodo con todo eso puesto. Prefería vestir como siempre, con sus pantalones deslavados de mezclilla, sus tenis converse y sus camisetas viejas.

    —¿Qué te parece, eh, tío?— le preguntó al inerte pedazo de piedra blanca que tenía delante de sí —¿Valió la pena morir por todo esto? No, no me respondas, por favor.


    En la tierra del Sol Naciente la jornada apenas empezaba. Sin embargo, al otro lado del mundo aún ni siquiera daba comienzo. En Israel, por ejemplo, era de noche y todavía era 20 de Agosto en ese lugar. Y a pesar de la hora, aún existía cierta agitación en el ambiente, pues llovía a cántaros en la antigua capital del estado israelita, la mítica ciudad de Jerusalén. En realidad, era un auténtico chaparrón, acompañado de una fuerte tormenta eléctrica, que desataba toda su furia con saña sobre la tierra. Pero además había otro cierto tipo de conmoción en la capital judía.

    Jerusalén, la llamada así “Ciudad Santa” que casi desde su nacimiento pareció estar destinada a la guerra y a la tragedia, pues a lo largo de toda su larga existencia había soportado las peores calamidades, fiel reflejo de su gente a través de la Historia. Soportó las diferentes invasiones a las que se vio sometida, desde los filisteos y macabeos, pasando por las legiones romanas que en el año 70 de nuestra Era por poco la destruyen por completo, hasta ser ocupada por los musulmanes y que a sus umbrales se desataran las sangrientas Cruzadas, luego por las tropas anglo-francesas para después tener que aguantar la férrea lucha que palestinos y judíos entablaron cuando Israel ocupó territorios de Cisjordania.

    Una historia manchada por la sangre de innumerables masacres acontecidas en su interior y a sus alrededores, bastantes como para nombrarlas en su totalidad. Una historia que en su capítulo final se veía coronada, para variar, por una nueva invasión más; lo que era más: una conquista apabullante y completa, apenas unos cuantos meses atrás a manos de las tropas del Frente de Liberación Mundial, o cómo ahora se hacían llamar, el “Ejército de la Banda Roja”.

    Las banderas con las franjas azules, fondo blanco y la memorable Estrella de David habían sido reemplazadas en su totalidad por el estandarte del recién formado ejército, ahora ya a punto de convertirse en un Estado declarado, dadas las considerables extensiones de su territorio. Su bandera consistía en una delgada cruz roja que dividía en cuatro secciones el rectángulo de la tela, cruz que se extendía sobre un fondo completamente negro. Dicha bandera se izaba sobre la ciudad, así como en todos los demás territorios conquistados que abarcaban todo el continente africano así cómo la zona de Medio Oriente, apoderándose de sus vastos recursos naturales que resultarían muy valiosos para futuras empresas.

    Su posición resultaba encomiable. A través del Río Jordán se unían el Mediterráneo con el Mar Muerto. O sea que podían elegir entre seguir avanzando hacia el Este, en dirección al continente Asiático que tenían a la vuelta de la esquina, o bien marchar hacia el poderoso Occidente, al continente europeo, con todos sus recursos tecnológicos y mercados financieros en expansión continua.

    Ciertamente parecía no importarles gran cosa el hecho de estar sitiados en todos los flancos por las superpotencias. Al Norte se encontraba la vasta y siempre amenazante Madre Rusia, hacia el Oeste se ubicaba la Unión Europea representada por el gran ejército del que disponía Alemania, convertida en la primer potencia europea luego de que la isla de Inglaterra hubiera sido devastada completamente por el Segundo Impacto, acontecimiento que llevó a su fin al imperio inglés y benefició en sobre masía a los alemanes, quienes pudieron avanzar por toda Europa sin ningún obstáculo; y en el Este les aguardaba la nación China, que en esos momentos contaba con el ejército más numeroso del mundo, así cómo de la mejor Fuerza Aérea del planeta. Por donde quiera que se le viera, estaban rodeados, con la única posibilidad de replegarse sobre sus posiciones cómo ya lo habían hecho, cuando el finado Comandante Chuy aún dirigía aquellas fuerzas. Pero en esos tiempos de bonanza para los rebeldes, las potencias ya no representaban ningún impedimento.

    Justo cuando se pensaba que la resistencia armada al gobierno de la O.N.U. estaba contra las cuerdas, esperando sólo para ser rematada, de manera inaudita ésta encontró la forma de no sólo de volver a la pelea, sino que también de comenzar a doblegar a las fuerzas armadas combinadas de las superpotencias, obligándolas a retroceder cada vez más hasta ceder los territorios ya antes mencionados. El gobierno mundial se encontraba ante el dilema de que ya no se encontraba enfrentando a guerrilleros o a revolucionarios soñadores, sino a soldados bien capacitados en el arte de la guerra, además de contar con tecnología militar de punta, incluyendo la que había sido capturada en el transcurso de todas esas batallas perdidas, tales como proyectiles, tanques, helicópteros, y un largo etcétera. Quedaba muy claro que detrás de semejante revitalización mucho influía su nuevo líder, cuya identidad aún era desconocida, pese a la frustración constante de los servicios de inteligencia de las naciones más poderosas del planeta, que nada podían hacer para detener la imparable marcha del Ejército de la Banda Roja, salvo mirar impasibles como sus fuerzas eran fácilmente doblegadas.

    Y ahora el temor se acrecentaba, pues al haber caído Israel en su poder, el último bastión de las Naciones Unidas en la región, no sólo se apoderaban de gran parte de los recursos petrolíficos y energéticos del globo, sino también de armas de destrucción masiva que el Estado israelí tenía a su disposición en esos momentos.


    La tormenta arreciaba en el corazón de Jerusalén, sin impedir aquello que los tanques siguieran patrullando las calles ni de que la fuerza militar dejara de hacer sentir su presencia en la ciudad, con patrullas de infantería que igualmente rondaban por las desiertas calles. Aquellos hombres iban enfundados en los uniformes obligatorios, de color negro casi en su totalidad, sendas botas del tipo militar, sus cascos de protección que ocultaban la parte superior de su rostro y la prenda que ya los comenzaba a distinguir notablemente: una banda roja que portaban en el antebrazo izquierdo. Aparte de las ropas ya mencionadas, iban cubiertos de mantos y capuchas impermeables para protegerse del chaparrón que tan de súbito se había desatado. Marchaban orgullosos por las desiertas calles, sin que nada les pudiera impedir el paso; habían llegado ya muy lejos, y les costaba trabajo creer que tiempo antes se encontraban desesperados y vencidos; y ahora, tan solo a unos cuantos meses de eso, precisamente esos mismos hombres se preparaban para una invasión a gran escala, con miras a la conquista mundial y así cumplir con el anhelo que antes parecía tan inalcanzable: el derrocamiento de las Naciones Unidas del gobierno, y con ello la caída de las clases altas. ¡Qué equivocados estaban anteriormente, al pensar que con unos cuantos ideales bastaba para lograr sus metas! Ahora comprendían a la perfección que la fuerza era el único camino que existía, si es que querían vencer y que la gente se uniera a su causa.


    Sin embargo, una persona en todo ese movimiento bélico sin precedente alguno no compartía, para nada, dicho objetivo con bases tan altruistas. Se encontraba en la cima del Monte de los Olivos u Olivette, al Este de la ciudad, desde donde se podía dominar toda la vista. Desde dicho promontorio, en el cual se suponía Jesús de Nazaret había orado y sudado sangre en la víspera de su Pasión, era capaz de observar la presencia de sus hombres en toda la ciudad, pese a la gran tormenta, y el terror que éstos provocaban en la población civil lo llenaba de una gran satisfacción, pues sabía muy bien que los corazones llenos de terror eran aún más fáciles de sojuzgar.

    En la completa oscuridad que se encontraba el lugar, una enorme silueta de unos dos metros se erguía en la punta del monte, desafiando incluso a la tormenta y a los relámpagos, que de vez en cuando iluminaban difusamente su espigada figura. El viento agitaba unos largos cabellos color plata y la lluvia empapaba una vestimenta en su mayoría comprendida de cuero negro. Las botas, de suela grande y pesada, con algunas hebillas de metal, se clavaban muy fácilmente en el piso suelto y enlodado, sin llegar a resbalar jamás. A través de las sombras que mantenían su rostro oculto se destacaban dos fieros ojos clavados como cuchillos en la ciudad a sus pies, sin ningún rastro de emociones humanas, salvo el de una furia desmedida. Se parecía mucho a la mirada del lobo estepario cuando se prepara a atacar a su presa. Tenía la vista fija en su más reciente triunfo, Jerusalén, que lucía completamente apagada y se extendía como una gran mancha oscura en la tierra. Sólo las luces de los puestos de sus hombres se vislumbraban, recorriendo la ciudad de cabo a rabo. Pensaba en lo fácil que le estaba resultando todo.

    Un rayo fue a estrellarse a unos cuantos metros de donde se encontraba, deshaciendo limpiamente un frondoso árbol que cayó partido a la mitad, en llamas. Pero aquel singular sujeto ni siquiera se estremeció un poco con el atronador impacto que cimbró el suelo que se encontraba pisando. Sin darle demasiada importancia al acontecimiento, como si supiera que ninguna fuerza de la Naturaleza podía alcanzarlo, seguía inmerso en sus pensamientos. Él podía renegar todo lo que quisiera, pero eso no impedía que estuviera llevando a cabo sus planes en sus propias narices, sin que pudiera hacer la gran cosa para detenerlo, como siempre pasaba; podía lanzarle todos los rayos que quisiera, y mandar trombas y demás fenómenos climatológicos a donde quiera que osara posar su planta para expresar su inconformidad, pero lo que resultaba cierto es que le llevaba la delantera, y de seguro era ese aspecto lo que más le hacía enfurecer. Y le alegraba, pues así le demostraba que a final de cuentas tenía razón, y que debió haberlo escuchado desde un principio. La raza humana sólo era un desperdicio de tiempo y esfuerzo, y lo estaba probando pese a su creciente disgusto. Es que sólo observa, allá desde tu refugio del que no quieres salir, qué tan fácil pongo a tus “Hijos” uno contra el otro. Y no sólo eso, sino que también los he puesto en contra tuya. Contigo es con quien siempre se desquitan cuando algo les sale mal, cuando toco su carne y lo permites; siempre voltean a verte, en lugar de admitir sus propias culpas, es así que maldicen tu nombre y te culpan por consentir tantas atrocidades. Te convertí en su chivo expiatorio, y ni siquiera lo sospechan. Sólo observa la ciudad aquí a mis pies, postrada y rendida por completo, y estas tierras por las que alguna vez caminaste, en las que alzaste tu voz al populacho que aún no estaba listo para escucharte, donde obraste todos tus prodigios con tal de que creyeran, donde sacrificaste tu vida por la de ellos, observa cómo me he ensañado con ellas al paso del tiempo, borrando cualquier vestigio físico y moral de tu presencia. Una y otra vez la he arrasado sin piedad, y una y otra vez ha caído ante mi poder superior. La reconstruyen de sus cenizas, sólo para que la vuelva hacer caer. Es argumento más que válido para ellos para hacerles creer que de veras moriste y los dejaste desamparados. ¡Y es que son tan ciegos, tú lo sabes mejor que nadie! Mira a estos hombres que tengo aquí, por ejemplo: hace apenas un año eran soñadores, idealistas descarriados. “Revolucionarios” como se hacían llamar. Pero con la motivación adecuada, mi motivación, observa en lo que se han convertido. Precisamente se han ido al extremo opuesto: en mi ejército, despiadados asesinos sin compasión, con lo que puedo traer la condenación a este mundo. Antes mataban por una causa justa, o al menos eso pensaban, y eso los redimía ante tus ojos, aunque fuera para hacerles merecedores de tu misericordia. Ahora utilizo su rabia, el odio y la envidia que sienten por los poderosos que los despojan, a mi favor. Destruyen a sus semejantes, sin vacilar, a una sola orden mía, ayudándome a cumplir con mi propósito. Prefieren depositar en mí su voluntad que pensar en qué hacer con su libre albedrío. Has sido muy generoso con ellos, mucho más de la cuenta. Y sabes bien que puedo avanzar tan fácilmente por este planeta, aplastar naciones y conquistar imperios enteros, moverme a mi libre antojo sin que puedas mover un solo dedo en este plano material para detenerme, por una sola razón, y esa es que el hombre me ha dado la patria potestad de este Mundo. Lo que es más, por voluntad propia. Me ha enaltecido como el príncipe de las naciones. Es decir, que aquí, el que manda soy yo, aunque te pese. Y todo, gracias al regalo que tan generosamente quiso otorgarme el ser humano. Te dije que no estaba preparado para tal responsabilidad. Pero no querías creerlo, ¿no es así? Y tuve que apartarme entonces, desterrarme yo mismo a las tinieblas, sólo para probarte que lo que yo decía era verdad. Debimos haber seguido mi plan desde un principio, pero eres demasiado arrogante para escuchar a los que te rodean, admítelo. En ese caso, ahora dime: ¿qué sientes al ver lo que he hecho de tu pequeño proyecto llamado humanidad? ¿Qué sientes cada vez que me impongo en sus corazones con tan poco esfuerzo? ¿Por fin caes en la cuenta de lo débiles que son, de lo indignos que son de tu Reino? Te enseñaré que no tenemos porqué esperar tanto. Se les debe forzar a evolucionar para que puedan ser como nosotros, y yo sé muy bien como hacerlo. Ya una vez lo he hecho, y tampoco pudiste detenerme en aquellos tiempos, ¿lo recuerdas? Sólo que esta vez completaré el trabajo o exterminaré de una vez por todas esta plaga en tu viñedo, y podremos volver a comenzar de nuevo, esta vez de la manera correcta. Mi manera. Sólo espera, dentro de muy poco tiempo lo habré logrado. Tú, que puedes ver el futuro: ¿acaso ya has visto lo que les tengo preparado a las criaturas de este mundo? Y no importa lo que pienses hacer al respecto, pues de nada servirá. He planeado todas las contingencias que se te están permitidas ponerme. No puedes hacer la gran cosa para pararme, admítelo, y eso es lo que tanto te enfada. Siempre fuiste un mal perdedor, no obstante mi triunfo está asegurado. No existe cosa alguna que me pueda impedir alzarme con la victoria. ¡Entonces la rebelión habrá acabado y podré volver revestido de gloria! ¡Se me recibirá como al ganador de esta contienda y no te quedará más de otra que el recibirme a tu lado! ¡Seré yo el que triunfe, al final! ¡YO!

    En aquel momento, a la par de los truenos que retumbaban en el firmamento, se dejó escuchar una estruendosa risa, casi demencial, áspera y profunda, que fue a perderse en la desolación del monte sin que nadie la escuchara.



    Lejos de allí la vida continuaba, ajena a los trágicos eventos que estaban por desencadenarse, y que sobre todo afectarían de manera brutal a los jóvenes pilotos Eva, quienes proseguían su trajín diario sin sospecha alguna de lo que les deparaba el incierto mañana. Una de ellos flota libre y despreocupada, de manera grácil y armoniosa, girando sobre su propio eje, de cabeza, con las bellas piernas extendidas en toda su longitud hacia arriba, aunque a menudo instintivamente y casi sin darse cuenta acomodaba su posición para evitar que la sangre se le agolpara en la cabeza. Parece no importarle el hecho de estar aprisionada en esa cámara de cristal cilíndrica, llena de un extraño líquido ambarino en el cual podía respirar a su antojo, y que hacía brillar de manera peculiar su pálida piel.

    De hecho, no le molestaba en lo absoluto, pues aislada en aquel medio ambiente completamente líquido, alejada de todos y en completa calma y armonía, Rei Ayanami se sentía tan libre como nunca antes. Le resultaba como el regreso a casa, allí donde se despojaba de su cuerpo material, su prisión de carne y hueso que la mantenía atada a este plano, y desprovisto de él se pudiera dar el lujo de recorrer el universo a su completo antojo. Se sentía completamente relajada, libertada por entero de las cadenas de la mortalidad, el sufrimiento, la mortificación y los deberes. Ahora no había nada porqué preocuparse, pues sólo estaba ella misma. Y le agradaba bastante esa compañía. Estaba a punto de alcanzar un nuevo estado de conciencia, tan sumergida como se encontraba no sólo en aquél fluido, sino también en el delicioso trance al que se había entregado desde que comenzaron. Sólo de vez en cuando recorría su juvenil y desnudo cuerpo con sus manos tan delicadas, para asegurarse de su corporeidad. Lentamente exploraba las más remotas regiones de su joven cuerpo, reconociéndose a la suave caricia del tacto. Todo estaba en su lugar: rostro, cuello, hombros, brazos, pecho, senos, vientre, ombligo, el cálido sexo en la entrepierna, cintura, cadera, piernas, dedos. En fin, nada hacía falta. También le parecía intrigar en sobremanera la forma en que estaba constituido su cuerpo, la propia materia con la que estaba hecho. Ese aspecto le fascinaba como casi ningún otro. El hecho de que este cuerpo que recorro y siento a través de mis sentidos, este cuerpo que se encuentra flotando aquí en la deriva sea yo. Esta soy yo. Este cuerpo soy yo. ¿No es así? Es el cuerpo que me da forma en este plano. ¿Verdad? Pero que también me mantiene atada. Las monjas decían que la carne es la celda del alma. ¿Pero qué es lo que pasa cuando esta cárcel desaparece? ¿También yo desapareceré junto con ella? También decían que entonces el alma era liberada de los sufrimientos carnales, y libre de sus ataduras ascendía con el Señor, si era digna de serlo. Pero yo, ¿acaso yo tendré un alma? ¿Cómo saberlo? Los hijos de Dios son poseedores de un alma que el Creador les ha regalado como prueba de su amor. ¿También soy hija de Dios? Ellas decían que sí, puesto que había sido bautizada en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que había renunciado a la mancha del pecado original y que ahora era una sierva del Señor. ¿Y si no fuera cierto? ¿Si este inmenso vacío que siento siempre es signo inequívoco de mi carencia de un alma? ¿Qué no soy una criatura de Dios? Además... es muy extraño... pero... tengo la sensación de que ésta no soy yo... que mi cuerpo comienza a disolverse... las barreras se abren y soy libre de nuevo, como lo era en un principio... libre para explorar a mi antojo, sin ninguna limitación, los confines del Universo... no logro entender lo que me pasa del todo... pareciera como si hubiera otra presencia, además de la mía, dentro de mi cuerpo... algo que se mueve, en las profundidades... habla con murmullos ininteligibles, no alcanzo a comprender lo que quiere decirme... mientras más profundo voy, más cerca me encuentro de él o de ella, o de sea lo que sea que esté allí adelante... mis ojos se encandilan con el resplandor que emana su presencia... y está dentro de mí... ¿es que esto será... mi alma? ¿Ó algo más? ¿Qué eres tú? Te pregunto mientras más cerca de ti estoy. La luz comienza a delinear una figura, una silueta frente a mi concepción... y es que no estoy viendo con los ojos de la carne... percibo un estado más allá del físico, y mi mente reproduce imágenes familiares para que pueda asimilar lo que estoy experimentando en este plano... estás frente a mí, y aún así no te distingo... ¿quién eres tú? ¿quién eres?... ¿qué dices?... ¿porqué hablas en susurros?... casi no te escucho, háblame más claro y fuerte, por favor... ¿qué dices? ¿Qué tú eres yo? ¿Tú eres yo? ¿YO? Tengo alma, me dices, no hay duda de eso. Pero una prestada, ¿eso es lo que me dijiste? Tratas de decirme que tengo que esforzarme por merecer y conseguir una propia, para poder estar completa, ¿es así? Algo me falta, entonces... es por eso que siempre me siento vacía y sin propósito alguno, sin alguna razón de ser en esta vida, salvo el tripular un Eva... ¿porqué estoy incompleta? Entonces, ¿qué es lo que me hace falta? ¿Cómo es que puedo llenar este vacío de desesperación en mi interior? Pareces responderme, cuando tu apariencia cambia de forma, y entonces te haces aún más visible frente a mis ojos y puedo reconocerte entonces... ¿pero porqué estoy viendo, en ese caso, a Ikari... a Shinji? ¿Por qué me lo estás mostrando? ¿Qué tiene algo que ver conmigo, y con lo que soy? ¿Con lo que era antes? Cuando lo veo, siento la urgente necesidad de protegerlo... de confortarlo, de cuidar de él... ¿porqué? ¿Tú, que eres yo, me lo puedes decir? ¿Es que esto es amor? Una clase diferente de él, tal vez... en ese caso, sí, lo amo, pero no sé la razón de ello... ¿cómo es que puedo ser capaz de amar? ¿Alguien como yo? Estás cambiando de nuevo, no me das el tiempo suficiente para reflexionar... dame espacio, dame un poco de tiempo por favor... el tiempo no importa aquí, dices, es relativo según tú... un segundo o un siglo, da lo mismo en este lugar... el espacio y el tiempo se estiran según nuestra conveniencia... hasta que esté lista, hasta que haya encontrado lo que vine a buscar... ¿ahora quién eres? ¡¿El Comandante Ikari?! Tomaste la figura del Comandante Ikari... el padre de Shinji... ambos son muy parecidos... pero a la vez, tan diferentes... igual yo, me siento dividida cuando pienso en él... de alguna manera me siento comprometida con él, como si le debiera algo... como si tuviera alguna obligación que cumplir, un propósito específico, aunque aún no tenga muy claro cuál es esta función que tengo que desempeñar dentro de sus planes... ¿lo amo a él también? No estoy muy segura al respecto, puesto que mi parecer se divide en su caso... no puedo saberlo con precisión, ya que aún hay muchas cosas que no sé de él, pese a todo... me está utilizando, eso lo sé bien, ¿ pero para qué?... no lo sé, y a decir verdad, no me interesa… me tiene sin cuidado… no obstante, si sigo cavando encuentro un rencor muy oculto, igual o más profundo de lo que tú estabas... surgido a raíz de que me hizo traicionarlo a... él... aunque yo lo consentí, también... no, por favor... te suplico que no vuelvas a cambiar... te lo ruego, hagas lo que hagas, no me lo muestres... ten piedad, no me muestres a... eres tú... ahora eres Kai... Kai... ¿Por qué me miras así? ¿Es porque me odias? ¿Me odias, por haberlo preferido a él que a ti? ¿No me respondes, sólo permaneces inmóvil frente a mí, mudo, con la mirada fija en algún lugar. Siempre que miro a tus ojos, desde el momento que te conocí, algo en mi interior reacciona y entonces tengo la sensación que ya nada me hace falta. Es como… no sé, es casi cómo… cómo si ya te conociera… aún antes de conocerte… ya te conocía antes de que la Capitana Katsuragi nos presentara… es sólo que no lo recuerdo con claridad… ¿fue acaso en esta vida, ó en otra muy lejana? Sé que no crees en el destino, pero siento que estábamos destinados el uno al otro… ¿eres tú lo que me hace falta para estar completa? Sin embargo, estos últimos días me siento incómoda al verte… te rehuyo, cada vez que nos encontramos, aún cuando sea por casualidad… tengo miedo… de ti. Y eso, a la vez, crea un conflicto en mí. Hay tanto de ti que desconozco… casi tanto cómo lo que tú no sabes de mí. ¿Qué fue lo que te hizo el Comandante Ikari? ¿Por qué lo aborreces tanto? La lucha entre ambos me llena de angustia y hace que me divida, que permanezca indecisa sobre qué rumbo tomar. La voz en mi interior, aquella que habla en alguna lengua misteriosa, antigua, y que a pesar de todo puedo entender, me revela que tú también no eres lo que aparentas, en el fondo. También estás ocultando algo, detrás de esa fachada, de esa máscara que antepones al mundo. ¿Qué es lo que escondes debajo de tu disfraz de carne y hueso? ¿Qué hay, allende en los rincones más oscuros y profusos de tu alma, que permanece vedado a nuestra vista? ¿Cuál es tu verdadera naturaleza? Entonces, respondiéndome al parecer, mi otra yo empieza a rasgar lentamente el velo que te cubre, mostrando lo que permanece escondido en tu interior. Poco a poco, muy lentamente una línea recorre la imagen frente a mí de la cabeza a los pies, partiéndote en dos, mientras los pedazos caen uno tras otro para estrellarse en el suelo, en alguna clase de sueño irreal ideado por mi subconsciente. Ahora, tu apariencia física, es decir tu cuerpo, yace a mis pies, en pequeños pedazos, semejando a alguna prenda vieja y olvidada. No reparo en ello, pues me mantengo observando anonada lo que está ahora en tu lugar frente mis propios ojos. Una luz, una luz tan intensa que perfora los párpados, cuando los cierro en el momento que ésta me encandila, que es casi de inmediato. Es mucho más intenso que mirar directamente al sol. La luz, diseminada en un principio, comienza a concentrarse y a tomar forma. Aún es muy difícil mirarla directamente, pero de reojo me parecen ver, ¿alas? Alas que cortan el aire bajo de ellas con furia y saña. La luz se sigue concentrando, bajando en algo su intensidad, lo que me permite reconocer una silueta casi humana, de no ser por aquellas alas en la espalda. Y aquellos ojos, vacíos, tan negros, contrastando con la diáfana luminosidad que rodea el contorno de la figura frente a mí. Los observo fijamente, dejándome atrapar por el vacío tan inmenso dentro de ellos. Escucho un rugido, un aullido, una especie de lamento saliendo de todas partes. Me dejo envolver cada vez más por la oscuridad tan densa de esos ojos, sin rastros de compasión o sentimiento alguno, tan fríos como el hielo, casi tan frío como mi corazón. ¿Quién eres tú? ¿Qué eres?


    Su trance termina abruptamente al toparse con el rostro pétreo, enjuto, de Gendo Ikari al otro lado del cristal. Aunque no fue por eso que abrió los ojos con expresión asustada. Con sumo sobresalto, exploró a su alrededor, percatándose, con alivio, del lugar en donde se encontraba. Al encontrar la expresión severa del comandante retrocedió, avergonzada.

    —Rei— pronunció con voz grave y áspera, posando una mano sobre del cristal —Hoy pareces algo distraída. Continuaremos con el experimento otro día.

    Aún abochornada, ella asiente moviendo la cabeza, mientras esperaba que vaciaran el contenedor para poder salir de él.


    El comandante permanece congelado en su lugar, pareciéndose a una estatua de carne y hueso, la barbilla casi apoyada contra el pecho y los brazos cruzados sobre la espalda, asumiendo una de sus tantas poses reflexivas. Sólo él y Dios sabían los oscuros profanos pensamientos que bullían en su mente en esos momentos y la mayoría del tiempo. Era una persona bastante reservada, sobre todo si se trataba de sus planes personales. Nadie más que él estaban al tanto de la magnitud y alcance que estos implicaban, ni siquiera los personajes a él más allegados: Fuyutski y la propia Rei Ayanami, la muñequita que Ikari manejaba a su antojo, como en ese preciso instante, en el que no parecía mostrar ningún pudor por el hecho de que el hombre la estuviera viendo desnuda. Ni siquiera había preguntado el propósito de aquel disparatado experimento, en el que no tenía que hacer la gran cosa, salvo el de flotar indefinidamente en el interior de ese gigantesco tubo de ensayo.

    En aquél cuarto tan oscuro, en el que la única fuente de luz provenía exclusivamente del centro de éste, que era donde estaba colocado el tubo de cristal transparente, Ayanami no pudo distinguir la disimulada sonrisa que se esbozó en los labios del comandante, satisfecho al pensar en ese detalle tan curioso.


    ¿Cuánto se extendía dicho cuarto? Imposible descubrirlo en tan precarias condiciones, cuando la luz brillaba por su ausencia. Todo, salvo el centro del recinto, o más bien lo que aparentaba ser el centro, era golosamente engullido por la más densa de las penumbras. En el techo se encontraban incontables ramificaciones de tubos ocres y algo empolvados que desembocaban en el alto recipiente de cristal, probablemente llevando instalaciones eléctricas consigo, aunque de eso no se puede estar muy seguro. Aún más, si con un gran esfuerzo se arrastrara la imaginación a sus límites, aquella interminable madeja de tubos y conexiones que se encontraba sostenida por encima del suelo, semejaba mucho a la estructura del cerebro humano; aunque esto último, volviendo a aclarar el punto, sólo si el espectador se afanara en la ociosa tarea de proporcionar a aquella forma indefinida de alguna figura que resultara familiar.

    ¿Qué secretos aguardaban allí, en las tinieblas inmóviles, listos para ser revelados? También eso sólo podía saberlo el mismo Comandante Gendo Ikari. Y la revelación de todos esos misterios se tendría que postergar por más tiempo, debido a la inoportuna intervención de la señal de alarma en el cuartel, que llamaba a gritos a todo mundo hacia el campo de batalla.


    Sus labios se funden uno con otro ferozmente, mientras las lenguas exploran territorio desconocido en la boca del otro. Los cuerpos se estrechan violentamente, en un vano intento de amalgamarse. Unas manos inquietas recorren una ancha espalda, las uñas se clavan sobre ésta queriendo encontrar un punto fijo de apoyo y los pies bailan indecisos mientras encuentran el mejor lugar en donde asentarse. El corazón galopa a todo latido y la química se enciende en los cuerpos, activando los más diversos mecanismos. De cuando en cuando debían detenerse, para poder recobrar el aliento como el cetáceo que vuelve a la superficie para llenar de aire los pulmones, el tan preciado y codiciado aire, sólo para luego volver a sumergirse en las profundidades abismales del océano. Posesionados por una ardiente pasión, un ineludible deseo de consumirse en los brazos del otro, tanto ella como él dan rienda suelta a sus impulsos, reprimidos por tanto tiempo y se entregan a la dicha de gozar a plenitud su sexualidad. Al contemplar la escena de lejos se podría pensar que una lucha se estaba llevando a cabo, daba la impresión que los contrincantes se querían devorar el uno al otro. Así era la ferocidad con la que se demostraban su aprecio.

    Y es que habían estado sofocados por tanto tiempo, absorbidos por el trabajo, las buenas maneras y demás tipos de trabas sociales que se habían olvidado por completo de alimentar al monstruo impúdico y voraz que todos llevamos dentro, que pronto nos comienza a consumir en una llamarada de ardor violento que terminará por engullirnos si no le damos gusto de vez en cuando. Y ésta era una de esas ocasiones, muchas veces tan esporádicas, sobre todo en las vidas de aquellos oficiales técnicos.

    Kenji retrocedió un poco, para poder recuperar de nuevo el aliento, sosteniendo con sus manos el rostro de su amada frente a sí, envuelta en un gesto de lujuria que él mismo compartía. Apenas ahora se daba cuenta de lo bella que era. Ó tan sólo se había embellecido ante sus ojos de la noche a la mañana por el simple hecho de enterarse que andaba loca por él desde tiempo atrás. No muchas mujeres eran poseedoras de esa cualidad que le resultaba tan indispensable que poseyera su pareja. Su faz pálida, su nariz respingona y su mirada tan afable, luminosa como joya, sus labios, delgados y adorablemente rosas, su cabello lacio y castaño, que le llegaba a la altura del delgado cuello, su altura que con trabajos y le alcanzaba a llegar al hombro, su cuerpo tan ligero; todos estos atributos por fin resaltaban ante él y le exigían prestarles atención inmediata.

    Cierto era que había muchas chicas, sobre todo en aquél país, que encajaban con aquella descripción, y que Sakura Ishida no tenía nada de excepcional; pero todo aquello no era relevante para Takashi, apremiado por la necesidad imperante entre los de su clase de casarse, tener un matrimonio sólido y exitoso, y comenzar a tener hijos que poblaran el deshabitado mundo en el que vivían. Y sobre todo, olvidarse del papelón que había hecho con Ibuki, la de gustos “raros”. ¡De tan sólo acordarse! La sangre le hervía y sacudía la cabeza, como queriéndose librar de aquel molesto recuerdo que lo acosaría por el resto de su vida, mientras que no dejaba de reprenderse a sí mismo una y otra vez: ¡Imbécil! ¡Imbécil! ¡No eres más que un maldito estúpido! En ese caso, era comprensible la urgencia por olvidar, a como diera lugar. Al fin y al cabo, no quería ser el último de sus amigos en contraer nupcias, y además: ¿por qué razón trabajaba entonces como esclavo para obtener ese desorbitante salario, sino para sostener un hogar?

    Hará ya casi un año con algunos meses desde que se conocían, desde que comenzaron a trabajar en la construcción del Modelo Especial. Hará ya unos tres días desde que Rivera hubo de intervenir para rescatar a su amigo de la severa depresión que adolecía, pese a que ya le había advertido en la que se estaba metiendo desde mucho antes, revelándole los verdaderos sentimientos de Sakura (quien se había sincerado con su empleador en una de las habituales borracheras que celebraba el personal de esa sección), sazonándolos un poco por su cuenta, sabedor de que su alterno sólo deseaba engendrar una familia a la usanza de los viejos tiempos, como muchos otros más, incluyéndose él mismo. Sólo que a Kenji no le importaba el hecho de tener que aguardar a conocer a su amor verdadero o no. Ese detalle le resultaba intrascendente, por lo que resultó mucho más sencillo atar los cabos que se necesitaran para unir las vidas de esas dos personas. Bastaba tan poco para hacer felices a las personas.


    Tan concentrados en su labor se encontraban, que por poco pasan por alto la persistente señal que emitía uno de los instrumentos en las muchas consolas que se encontraban en su Sala de Controles; de no haber sido día feriado el cuarto estaría lleno de gente, como de costumbre y alguien más lo hubiera detectado al instante, aunque también ellos no estarían haciendo lo que en esos momentos estaban haciendo, en ese caso. Pero como en esos momentos eran de los pocos que estaban de guardia, la operación tardó un poco más de lo usual y de lo conveniente.

    Fue Sakura a quien primero le pareció escuchar a la máquina trabajando por su cuenta, para después cerciorarse con el rabillo del ojo que, efectivamente, estaba encendida. Sin querer interrumpir su feliz labor entre beso y beso advirtió, un tanto sofocada:

    —¿Qué ef… efso?

    —Oh, lo siento. No creí que te molestara que pusiera mi mano en tu trasero— se disculpó apenado el incauto Kenji.

    —No, eso no, mi cielo— se excusó también Ishida, retrocediendo un tanto ruborizada, para después señalar a la consola causante del problema —Me refiero a que los instrumentos se activaron…

    —Vaya, me pregunto que podrá ser— masculló el sujeto cuando se dirigía hacia al aparato, un tanto enfadado por la inoportuna interrupción —Maldito montón de chatarra de porquería, mira que venir a hacerme sus…

    Sin embargo, una vez que estuvo frente a la pantalla de inmediato retrocedió espantado, impulsado por una fuerza invisible que lo empujó por el pecho y casi lo hace caer de espaldas al suelo, al mismo tiempo que la sangre se le congelaba en el interior de su cuerpo.

    —¿Qué es lo que pasa?— acertó a pronunciar su novia, preocupada al observar su reacción.

    —Observa— indicó Takashi, tartamudeando primero mientras luchaba para sobreponerse de la impresión —Los sensores han detectado un enorme Campo A.T. en Tokio 3, justo en estos momentos. ¡Es increíble, casi se sale de la escala!

    —Pero eso es imposible— acuñó la muchacha, poniéndose al tanto de la situación al atender todo el instrumental que se supone debían de estar atendiendo desde hacía rato —Las defensas de la ciudad debieron haberse activado, en ese caso. ¿Quieres decir que la maldita cosa está justo encima de nosotros y nadie se ha dado cuenta? ¡No lo puedo creer!

    —Quizás sea un mal funcionamiento de los sistemas— decía Kenji, moviéndose ágilmente entre los aparatos —No tenemos ningún reporte ni contacto visual alguno… espera, quizás no se trate de un Ángel, después de todo. La computadora no puede confirmar la existencia de un Código Azul. Este patrón es más bien clasificado como… como un Código Naranja.

    —¿Código Naranja?— repuso su compañera, arqueando una delgada ceja —¿Y qué significa eso?

    —Es el término que emplean cuando MAGI no puede determinar contra qué carajos estamos peleando— en realidad, era otro aspecto el que más inquietaba al oficial —¿Sabes? Es muy extraño que no se pueda obtener una imagen del enemigo por los sistemas de vigilancia. Normalmente no resulta difícil localizarlo: las malditas cosas se aparecen de un de repente, merodeando por los alrededores y resulta imposible no verlos con semejante tamaño… y ahora…

    —Quieres decir— acotó Sakura, que ya empezaba a compartir también la angustia de su acompañante —¿Qué es posible que los Ángeles estén aprendiendo de sus errores, empleando nuevas estrategias?

    —Santo Cielo, espero que no sea así, en realidad— calló por un momento al percatarse de que la expresión que utilizó en primer lugar parecía contradecir la intención de toda la oración. Profirió un resoplido, y continuó, moviéndose por los paneles de control — Ni hablar, tendré que dar la alerta general, podría tratarse de algo serio. El manual es muy específico al respecto.

    Y así pues, el celoso guardián del reglamento, Kenji Takashi, colaborador cercano del Doctor Kai Rivera, activó la alerta en todo el Cuartel, la misma que escucharon Gendo y Rei, varios pisos debajo de la sala de controles, y también el poco personal que estaba laborando aquél día.


    Pese a que aún no se confirmaba la amenaza, se hubo de reunir a todo el personal indispensable para una eventual confrontación. Muchos empleados encontraron, no sin cierta frustración, que su descanso, obligatorio para guardarle duelo a sus muertos, tuvo que ser interrumpido para dirigirse a toda prisa hacia el cuartel, a puestos de batalla.

    La Capitana Katsuragi, quien en los momentos de emitirse la alarma se encontraba junto con los demás pilotos Eva en el parque cementerio de la zona urbana de Tokio, fue notificada de inmediato por medio de su teléfono celular y no pasó mucho tiempo antes de que un imponente helicóptero color ocre de la milicia llegara a recogerlos, salvando el inconveniente del tráfico tan pesado que esperaba afuera, por no mencionar la enorme distancia que los separaba del Geofrente.


    En esa fecha en particular, la tediosa tarea de la pronta evacuación de la población civil resultó ser, ahora sí, una espectacular faena, pues había mucha más gente de la acostumbrada en la ciudad, además de que aún eran un periodo vacacional. Muchos de los visitantes, hospedados en la urbe aprovechando la abundancia de espacio, sufrieron un disgusto mayúsculo al tener que ser confinados casi a la fuerza en esos refugios tan apretujados, pese a que esto era en gran parte por su seguridad. La gente parecía no entender cuando su comodidad le era arrebatada de forma prepotente.


    El disgusto también era compartido por Kai, que se topó con sus dos subordinados mientras echaba humo por los oídos al tiempo que se dirigía, rezagado de sus otros compañeros pilotos, hacia los vestidores, listo a ponerse su traje de conexión. Sentía que la cabeza le iba a reventar, y para colmo a un Ángel se le ocurre hacer de las suyas, o al menos era lo que se esperaba. En verdad, en verdad que no era un buen día para todo eso. Todos los factores se sumaban: la migraña, persistente y que ya no podía ser aplacada por medicamento alguno, razón por la cual se ponía de un genio de los mil demonios al sentirse indefenso ante semejante dolor, el hecho de que esas condiciones no fueran las propicias para pilotar a su Eva, la discusión con Asuka, que ese día era su cumpleaños y como en todos los años nadie le había dado ni los buenos días, ni pensar en un regalo o en una felicitación. Todo ello desencadenaba una oleada de mal humor asfixiante en la que todo, absolutamente todo lo que le circundaba se transfiguraba en razón para molestarse .Y la cualidad de “posible” del hipotético ataque no le ayudaba a mejorar su humor, que se había convertido en un auténtico espanto. Estaba intratable. Y su par de ayudantes se convirtieron en el objeto del blanco de su malhumor.

    —Maldición, Kenji— gruñó entre dientes, al encontrarse con ellos en el corredor —Hacerme venir desde la quinta chingada por un cabrón Código Naranja, ¿cómo se te ocurre?

    —P-Perdón, pero yo— atinó a decir su segundo en murmullos, captando el tono de voz tan agresivo que empleaba, sólo para ser interrumpido de nuevo por Rivera.

    — ¡¿Y quién diablos les dijo lo que tenían que hacer?! ¡Ni siquiera es nuestra función el monitorear las actividades del enemigo! ¡Nuestros instrumentos no deben ser usados con ese propósito, puta madre!— a cada regaño lo acompañaba con ademanes, por ejemplo, amenazar con el índice, queriendo darle más realce a sus palabras —¡De eso tienen que encargarse precisamente los pocos güevos que trabajan con Ikari! ¿Porqué carajos tenemos que andar haciendo su trabajo? ¿Saben qué? ¡Al demonio con todo esto, cabroncitos! Ya luego me arreglaré con ustedes…— terminó, hecho una furia, sin darle la oportunidad a sus empleados de justificarse o siquiera defenderse ante la avalancha de acusaciones, para darles la espalda y reanudar la marcha, no sin seguir echando pestes y toda clase de blasfemias a su paso.

    —¿Pero qué le pasa?— apenas si alcanzó a decir Ishida, con un nudo en la garganta —Yo… jamás lo había visto de ese modo… nunca…

    —Yo tampoco— respondió Takashi, pasándole un brazo por el hombro, tratando de tranquilizarla —Así que, después de todo, hasta él es capaz de enojarse. ¡Estos gaijin, son tan extraños todos ellos!— sentenció.


    En efecto, si por algo Kai podía distinguirse de otras personas, además de sus atributos físicos e intelectuales, era precisamente por su carácter tan locuaz, amistoso. Aquella constituía la razón principal por la que mucha gente le encontraba tan simpático y afable, lo que le convertía en una persona tan popular, y a veces tan querida. Resultaba un evento fuera de lo común apreciar esa parte tan oculta de su temperamento. Además, iba con aquella mirada tan salvaje, que asustaba, provocando que todo aquel que se atreviera a interponerse en su camino le saliera al paso, tan sólo con ver su expresión.


    En el tiempo promedio los cuatro pilotos se encontraban vestidos adecuadamente, acomodados en dos filas una enfrente de la otra y recibiendo instrucciones de parte de su superior, en este caso de Misato, quien se encontraba en medio de las filas mientras les informaba de los pormenores de la misión, la estrategia a seguir y las rutas por las que deberían desplazarse para encontrar al enemigo y cercarlo. La de ahora era una ocasión sumamente excepcional, pues aquella sería la primera vez en la que verdaderamente NERV desplegaría todo su poder ofensivo, al utilizar a las cuatro unidades Eva que tenía a su disposición. Las interminables reparaciones y ajustes al Modelo Prototipo por fin habían concluido y Cero finalmente estaba presentable y listo para la acción. Había pasado bastante tiempo desde que su piloto había intervenido en una batalla de verdad. Aunque por supuesto, todo ese monumental despliegue resultaría un fiasco si a fin de cuentas no podía confirmarse la presencia del enemigo en la ciudad.

    No obstante, tan concentrado como estaba en disimular en lo posible el fastidioso padecimiento que lo aquejaba, Rivera no ponía mucha atención a las indicaciones, apretando los dientes o cerrando lo ojos en un inocuo esfuerzo por menguar la agonía que lo consumía. Tan sólo atrapaba algunas frases al aire, algo así como “circundar el perímetro”, “inspeccionar las áreas designadas”, “sacar en la medida posible al enemigo de su escondite, pero sin hacer mucho escándalo”. En las condiciones tan precarias a las que se veía sometido, se descubría incapaz de conectar aquellas oraciones sin sentido para ponerlas en algún orden en específico y que lograran adquirir alguna clase de significado a sus oídos. Trató por todos los medios que le restaban de adentrarse en la conversación, pues tampoco pretendía hacer el ridículo al no saber que hacer y cuando hacerlo, una vez que fueran lanzados. Oh, sí, trató y volvió a tratar, sólo para fracasar una vez más al ser distraído de nueva cuenta por la migraña que parecía no querer dejarlo en paz. Esos días eran horribles, pero éste, definitivamente éste se llevaba el premio. Era el peor, jamás se había sentido tan mal. Tal vez la terapia no era tan mala idea… Se interrumpió cuando se sujetaba ambas sienes, al descubrir que era observado muy de cerca por Ayanami, que estaba frente a él.

    Rei parecía estar muy interesada en su persona aquél día, pues desde que entró al cuarto no le había quitado los ojos de encima, aunque no había reparado en ello hasta ese momento. Ignoraba la extraña experiencia extracorporal que había sufrido un rato antes y por ende también desconocía la razón de semejante e inusitada curiosidad. Apenas una semana atrás, incluso el día anterior, el saber que nuevamente era objeto del interés de su amada, que cada vez estaba más y más distante, lo hubiera llenado de emoción y algarabía; pero ahora, postrado e indefenso como estaba, percibía dicha acción como un acto traidor, pues se imaginaba que tan sólo lo espiaba para después reportar su estado al comandante, quien aprovecharía su debilidad para acabar con él de una vez por todas. Después de todo, ella era sus ojos y sus oídos entre los pilotos y demás secciones del cuartel. Había que mostrarse firme, en dado caso, no importaba el esfuerzo que se tuviera que hacer.

    —Bueno, ¿y tú qué tanto me ves?— le reclamó a la sorprendida muchachita, alzando la voz de tal manera que todos los presentes pudieron escucharlo claramente.

    Al momento tenía las miradas de todos en la sala, no solamente la de la aturdida (por momentos hasta aterrorizada) Rei, fijas en su persona, cosa que lo avergonzó aún más al darse cuenta de lo tosco que se había comportado, sin ninguna justificación. Con el rostro encendido de la pena, sólo agachó un poco la cabeza en señal de disculpa ante la reprobación general, al tiempo que Misato reanudaba la sesión de instrucciones. De cuando en cuando volteaba a ver a su adolorido protegido, afectada indirectamente por tan errático comportamiento.


    Después de la insolencia del joven mestizo ya nadie logró concentrarse en lo que decía la capitana. Los otros tres pilotos se sumieron en sus reflexiones, y en el centro de todas ellas se encontraba Rivera, quien alteraba la vida para todos con sus desplantes. Eso del trabajo en equipo no había empezado muy bien.


    Ayanami era la más confundida del grupo, y era lógico de pensarse pues directamente a ella fue dirigida la agresión verbal. Habían sido ya dos veces que Kai le mostraba a ella, precisamente a ella, esa parte tan escondida y explosiva de su personalidad. Cómo si existiera otro aspecto oculto dentro de él que quisiera mostrar. ¿Sería eso acaso lo que con tanto recelo ocultaba, lo que alcanzó a divisar mientras soñaba? La forma tan terrible como la observó en ese momento maldito, con los ojos inyectados de ira, le recordó bastante a la imagen etérea de Rivera que se le había aparecido mientras realizaba el experimento. Con temor a cometer otra indiscreción, esporádicamente y por puro acto reflejo, dirigía sus dos ojos carmesíes de manera fortuita al muchacho, con las llamas de la curiosidad aún más avivadas; no, no era curiosidad aquella sensación, sino más bien un tesón de conocimiento, una necesidad de revelar los misterios que envolvían a aquel joven que ejercía tanta e inexplicable fascinación en ella, y quizás así también podría entender algo de su propia persona.


    Su zozobra era compartida por sus dos compañeros restantes: en Shinji se manifestaba con una sensación de pena ajena, estando tan incómodo como el propio Kai. No podía creer lo estúpido que había sido su amigo al cometer semejante barbaridad. Mira que gritarle a Rei, pobrecita, ¿a quién se le ocurre? Rivera no se distinguía por ser un tipo de buenas costumbres, sin embargo ahora sí se había pasado de la raya. En los últimos días se había comportado de manera irritante, se ofuscaba con demasiada facilidad, por el más insignificante gesto y la mayoría de las veces por las razones más idiotas que se le pudieran ocurrir. Le notaba intranquilo, ensimismado, hosco; ¿sería verdad, acaso, que la razón fuera por que Asuka se había mudado con ellos? ¿Ó por el fuerte dolor de cabeza que argumentaba tener? No, tenía que ser por otra causa, un motivo secreto que les estuviera ocultando. ¿Pero qué?

    Langley, por su parte, seguía emperrada con el muchacho por el desprecio del que la hizo objeto. No le había dirigido la palabra en todo el trayecto de regreso, mucho menos lo había volteado a ver. Le merecía todo le que le estaba pasando. Despreciarla a ella. A ELLA. ¿Pues qué no sabía el imbécil con quién trataba? Jaló con desenfado su largo cabello rubio hacia atrás, cruzándose de brazos después. Ya quisieran muchos otros tipos que les mostrara siquiera una parte del interés que le mostraba a él. Y para que terminara rechazándola, a ella, cómo si fuera cualquier otra mocosa japonesa. ¿Quién se creía que era? Así que se ponía contenta al contemplar como se derrumbaba, como el chiquillo infame que era. Del humor en el que estaba, la desgracia ajena se convertía en motivo de festejo para ella. Herida en su orgullo, ahora estaba determinada a cobrarse por la afrenta sufrida, pues aquella falta no podía quedarse así nada más. Te quiero, pero también te desprecio porque tú no me quieres, así de sencillo.


    —¿Han entendido bien lo que deben hacer?— concluyó Misato con tono imperioso, marcial, para lograr sacar a sus pupilos de sus reflexiones.

    —¡Sí, señora!— respondieron los cuatro al mismo tiempo, cuadrándose por acto reflejo.

    —Bien, si es así, en marcha, entonces— la capitana aguardó a que los otros tres salieran, y entonces colocándole un brazo en el hombro le impidió a su protegido seguirlos —Espera un poco, Kai, por favor. Es que no estoy muy segura del todo de que te encuentres en condiciones para cumplir con la misión. No sé si deba dejarte ir… estos días has estado tan… irritable…

    —¡Demonios, ya se los he dicho mil veces: estoy bien!— estalló el muchacho, completamente hastiado y quitándose el brazo de encima —Estoy bien...Misato…— pronunció al instante en voz baja, componiéndose —Sólo un poco distraído, pero ya se me pasará, ya lo verás… todo saldrá perfecto.

    Y sin más, se retiró lo más pronto posible del lugar, dejando sola a una mujer muy afligida. Estaba contrariada, pues conocía de antemano la razón de ser de las zozobras que acosaban al chiquillo, no obstante era incapaz de hacer la gran cosa por ayudarlo. Se sentía tan inservible en ocasiones como esa; a veces creía haber fracasado completamente como madre sustituta cuando se daba cuenta que no podía hacer algo para proteger y aliviar el dolor de su hijo adoptado. Era tan frustrante. Le falló, como a todos los demás. Nunca lograba terminar algo, invariablemente siempre terminaba estropeando todo al alcance de su mano. ¿En qué estaba pensando al pretender cuidar ella misma a un infante? Salió del cuarto en silencio, en absoluta soledad, pidiendo perdón a los que ya no estaban.


    Dos malditas horas. Habían transcurrido ya, exactamente, dos desesperantes horas para todos: pilotos, oficiales, técnicos y los civiles refugiados. Tiempo durante el cual cada Evangelion había peinado de cabo a rabo cada uno de los cuadrantes de la ciudad que le habían sido asignados para inspeccionar, buscando cualquier indicio que delatara la posición del enemigo. Pero no había rastro de él por lado alguno. Incluso habían repetido su ronda inicial, y ni aún así consiguieron sacar al blanco de su escondite. Todo apuntaba a que había sido una falsa alarma y esa posibilidad, mayor a cada instante, desquiciaba a todos, pero sobre todo a Langley y a Rivera. Los pilotos nunca habían permanecido tanto tiempo dentro de los Evas y aquello estaba demostrando ser una tarea por lo demás tediosa, como se veía reflejado en sus ánimos.

    —¡Nada!— repetía incesantemente la muchachita europea, cada vez más frustrada en sus intentos —¡No hay una sola alma en la ciudad! ¡Nada que se parezca remotamente a un Ángel! ¡Esto es inaudito!— alzó los brazos, aburrida de tanta tranquilidad.

    Los cuatro gigantes de color coincidieron en el punto de reunión. Cabe destacar que a la Unidad 00, como parte de su reconstrucción, el color de su armadura fue modificado, pasando de amarillo a azul, además que se le adicionaron hombreras cómo las de los otros Evas. Fuera de eso, los cambios exteriores fueron mínimos: misma envergadura, un solo ojo, casco semejante al de un soldado.

    —Unidades Eva reportándose al Cuartel General— se comunicó Rei con los superiores, apareciendo su imagen en el acto en una pantalla plana del monitor central de la Sala de Control —Aún no hemos localizado la presencia del enemigo. Nos reagrupamos según lo establecido y aguardamos por instrucciones.

    —¡Espera un momento, Primera Elegida!— protestó casi de inmediato Asuka —¿Quién diablos te nombró líder para que te hagas cargo de la operación? Aquí, por si no lo sabes la novata eres tú, así que lo mejor sería que te callaras y aprendieras de nuestros movimientos. No cabe duda que eres una arrogante, después de todo…

    —¿Porqué mejor no te callas tú?— intervino Kai, con los tímpanos casi reventados por el tono agudo que utilizó la muchacha —Sólo está tratando de ser útil, no cómo otros, que lo único que hacen es fastidiarnos la existencia a los demás y estorbar.

    —¡Miren quién se digna a hablar!— respondió irónica —¡El viejo cascarrabias! ¿De veras crees que la mudita te va a perdonar sólo porque sales a defenderla? Como siempre, me asombra tu estupidez.

    —Muchachos, yo no creo…— salió al paso Shinji, asomándose tímido por la pantalla que se formó en la cabina de los otros pilotos y del cuartel, tratando de calmar los ánimos. Con aquella actitud timorata, difícilmente lo conseguiría.

    —¿Sabes qué, ramera?— rezongó Rivera desde su asiento, ignorando al infeliz de Ikari, que se agachó avergonzado y cortó la comunicación —Por lo regular lo que suelo hacer cuando me fastidias con tus comentarios taaaan idiotas es, ignorarte— una vena azul en la sien de la muchacha se hizo evidentemente visible apenas el joven terminó aquella oración —Y es lo que todo mundo hace, por si no te habías dado cuenta, diciendo: “Ay, déjala, son cosas de Asuka”— aquí imitando de forma burlona el tono de Misato, agitando los brazos frente a su rostro —Sólo para no decir “Ya sabes que sólo dice puras pendejadas”. Pero como que ahorita simplemente no estoy de ánimo para andarte soportando, mocosa malcriada, alguien ya te tiene que poner en tu lugar.

    —¿Y quién se supone que lo hará?— repuso la joven alemana —¿Tú? ¡No me hagas reír! Si crees que con esa actitud nos impresionas, te equivocas, pues lo único que haces es dar lástima queriendo hacerte el macho conmigo. No creo que la flacucha santurrona te vuelva a hacer caso con todo este circo que estás armando.

    Aquello caló hondo. Los temperamentos se calentaban cada vez más y más cómo la espuma de la leche hervida, sin que nadie pudiera hacer algo para detenerlo. Shinji y Rei, por su parte, desconcertados, actuaban como mudos testigos de la reyerta; de hecho a los dos se les agolpó la sangre en las mejillas con el último comentario de la joven rubia.

    —¡Ya basta, ustedes dos!— intervino oportuna Katsuragi, con tono enérgico —¡Nos están poniendo en vergüenza con su comportamiento tan infantil! Si no son capaces de seguir sus instrucciones será mejor que regresen a la base.

    —¿Y a mí porqué me dices eso?— continuó Kai, indispuesto a ser reprendido de nueva cuenta —Todos aquí son testigos de que esta idiota se la pasa buscándome pleito.

    —Ay, sí, el bebito ya fue a llorar con su mamita…— la rubia siguió mofándose, recalcando su intención pronunciando la onomatopeya del llanto y fingiendo que tallaba sus ojos —¡Bú, bujúuuu, mami, mami, la niña me pegó!

    —¡Cierra el hocico de una vez, imbécil!

    —¡Kai! ¡Asuka!— interrumpió otra vez la capitana —¡Se acabó! ¡Quedan relegados de la misión! ¡Retornen ahora mismo, para que ambos sean sancionados!

    No obstante, a como estaban ya las cosas, la advertencia de la mujer tuvo en los dos pilotos tanto efecto cómo lo tendría una rudimentaria flecha en contra de un tanque blindado. Ninguno hizo caso de la orden y siguieron agrediéndose el uno al otro, dispuestos a llevar la riña hasta sus últimas consecuencias.


    En eso, quiso el destino introducir el elemento detonante en la trama. Un joven perro labrador, quizás perdido durante la evacuación de la población civil, merodeaba confundido por las calles en la que se encontraban parados los Evangelion. El único ser vivo en las cercanías, exceptuando a los infantes dentro de los gigantescos robots, miraba lastimeramente a los titanes de acero, un tanto indeciso de si seguir su camino debajo de ellos o rodear por completo a aquellas moles.

    En cuanto lo detectó, Langley le apuntó con el rifle que llevaba consigo, alardeando y haciendo uso del siniestro sentido del humor que estaba desplegando.

    La mecha estaba encendida.

    —¡Miren!— señaló, sin dejar de apuntar al perro con su arma —¡Ahí tienen a su “amenaza inminente” en contra de la humanidad! Creo que lo mejor será volarlo en pedazos ahora mismo… espero no salir lastimada cuando lo intente.

    —¡No te atrevas!— Rivera no pudo distinguir el sarcasmo en las palabras de la joven europea, y si lo hizo de todos modos no le importó, pues al instante se volcó sobre la muchacha.

    Los momentos que se sucedieron parecieron prolongarse en el tiempo hasta casi ser inmóviles. El Eva 01 y Z se encontraban apostados en la avenida principal de la ciudad, aunque el Modelo de Prueba se encontraba unos cuantos cientos de metros adelante del Modelo Especial. Recuérdese que, en la escala de estos colosales artefactos, unos cientos de metros son apenas un par de pasos. Mucho más adelante, en el cruce con la autopista que daba a la carretera hacia el aeropuerto de Tokio 3 a ambos lados de la avenida se hallaban el Eva 00 y 02. Y juntos en medio de los dos grupos estaba el susodicho can.

    Un elemento por demás insignificante en la fórmula, que no obstante desataría una terrible reacción en cadena. Todo sucedió para los protagonistas como en cámara lenta. Abruptamente, y sin medir las consecuencias de sus actos, el Evangelion verde empujó bruscamente a su compañero para hacerlo a un lado y catapultarse con sus poderosas piernas hasta donde estaba la Unidad 02 amenazando al animal, cayéndole de lleno con todo su peso. Tanto el agresor como la agredida fueron a dar al suelo, aunque la que se llevó la peor parte resultó la alemana, pues fue ella la que cargó con gran parte del golpe.

    Sin embargo, al hacer a un lado al Eva morado, Kai nunca se imaginó que lo haría perder el balance y también éste fue a besar lastimeramente el asfalto de la calle, aún antes de que sus dos compañeros cayeran. Si antes los conductores de la ciudad podían jactarse de no tener baches en su camino, ahora también podrían hacerlo de tener los más grandes del mundo.

    En su trayecto al suelo la Unidad 01 hizo hasta lo imposible por evitar la caída, manoteando inocuamente para asirse tan sólo del aire; incluso dio una media vuelta para poder caer de espaldas y adelantó ambas manos para amortiguar el golpe. Ahora, únicamente Cero se encontraba de pie, observando desconcertado a sus camaradas derrumbados. Su inexperiencia en el campo de batalla le estaba costando cara, pues no atinaba a actuar a tiempo y acorde las circunstancias.

    No sin cierta frustración, e incluso con un poco de coraje, Shinji descubrió, al retirar su mano izquierda del piso, que lo que tanto se esforzó para evitar, finalmente sucedió. Había aplastado al perro en su desplome. Ahora yacía sin un rastro de vida en su triturado cuerpo, ensangrentado y embarrado en la banqueta, la cual estaba encharcando con un rojo carmesí bastante brillante. Ikari observó asqueado la palma abierta de su robot.

    —¡Oh, no!— acertó a pronunciar —¡Maldición, no!

    —¡Ve lo que provocaste con tus estupideces, tarada!— reclamó enseguida Rivera, al percatarse de lo que pasó, aún encima de Langley.

    —¡Quítate de encima, cerdo!— contestó con la misma rapidez la chiquilla, apartándolo con hosquedad —Y por si no notaste, simio descerebrado, el que provocó todo esto fuiste tú. ¡Salvaje! ¿De qué maldita selva te sacaron?— pronunciaba con sumo desprecio mientras se incorporaba y buscaba su arma perdida, que había salido volando por el encontronazo —Mira que pensar que en realidad iba a dispararle al estúpido perro. ¡Imbécil! A veces me pregunto que clase de burra idiota te pudo haber parido.

    Absolutamente todos los que seguían con cierto morbo aquella discusión, que incluía personal de guardia, técnicos operarios, oficiales de más alto rango y los mismos pilotos, enmudecieron de asombro con ese último comentario. Pero quedaron aún más anonadados con la subsecuente respuesta, que no se hizo esperar demasiado. De hecho, fue casi instantánea.

    Un poderoso puñetazo en pleno mentón, que llevaba todo el peso de la Unidad Z levantándose rápidamente, mandó a volar al Eva 02 tres manzanas más allá, destrozando en su trayecto unos cuantos edificios de viviendas abandonados.


    Los seres humanos son criaturas bastante complicadas. Se pasan la vida tratando de imponer sus designios a los de sus semejantes, intentando a toda costa hacer que los demás piensen como ellos. Y aunque tienen un lenguaje, tanto verbal como corporal bastante explícito, no pueden comunicarse verdaderamente entre ellos. Las palabras que pronuncian siempre llevan consigo una doble intención que esperan afanosamente su interlocutor pueda captar, sin éxito. Se muestran incapaces de entender, comprender las emociones ajenas. El otro es un perfecto desconocido para uno. Un velo de incertidumbre y de ansiedad les oculta los verdaderos pensamientos e intenciones de sus prójimos. Gastan gran parte de su energía en convencerlos para que se hagan de su misma opinión. Sólo que cada quién defiende su postura incansablemente, y ése es el mayor obstáculo que se encuentran, que su misma necedad es compartida por todos. Y cuando los argumentos, las razones y las palabras se agotan, siempre queda el camino de la violencia, el camino de la pelea, el camino hacia la guerra de unos contra otros.


    —¡Kai!— gritó a todo pulmón la Capitana Katsuragi desde su puesto —¿Te has vuelto loco o qué? ¡Detente ahora mismo! ¡Kai!

    El muchacho se limitó a gruñir entre dientes como respuesta, mientras se lanzaba a toda máquina en contra del Eva rojo, incapaz de atender al mundo exterior. En esos momentos, para él sólo existía el enemigo tan odiado, transfigurado en la efigie de Langley. Encontró un cierto alivio a la rabia que había ido alimentando muy dentro de sí al descargar aquel brutal puñetazo. Pero enloquecido con aquella sensación tan satisfactoria quería mucho más de ella.

    Aturdida, todavía tirada en el piso sobre un montón de escombros humeantes, la joven alemana observó a la desenfrenada criatura que se dirigía hacia ella, listo para volver a aporrearla. Permitiendo que también la cólera nublara su buen juicio, le permitió acercarse un tanto, hasta que cuando estuvo lo suficientemente cerca, con ambas piernas lo golpeó de lleno en la boca del estómago, impulsándolo hacia atrás con su propio vuelo.

    Zeta cayó estrepitosamente unas cuadras más allá, de cabeza, haciendo que todo a su alrededor se sacudiera con el impacto.


    La noticia de la batalla entre los pilotos corrió rápidamente por todos los pasillos del Geofrente y al cabo de unos pocos minutos, todo, absolutamente todo el personal se encontraba agolpado en algún monitor; aún en los de las Salas de Controles los técnicos se arremolinaban alrededor de ellos, vociferando y aplaudiendo entusiasmados las acciones.

    Una mayoría aplastante era la que apoyaba al chico, pues la jovencita impetuosa se había ganado la antipatía de los empleados a pulso, al tratarlos con cierto desdén y arrogancia.

    —¡Sí, muchacho! ¡Acaba con ella!

    —¡Patéale su anoréxico culo!

    —¡Enséñale quien manda!

    —¡Duro, campeón, duro!

    —¡Mierda! MI casa! ¡Esa era mi casa! ¡Esos hijos de la chingada destruyeron mi casa! Mi patrimonio, todo lo que me importaba estaba dentro. ¿Qué voy a hacer ahora?

    —Ay, sí, la mariquita ya se va a poner a chillar…

    —¡Así, así! ¡Pícale los ojos, sácale la lengua!

    —¡Yo quiero ver sangre!

    —¡Mátala! ¡Destrúyela!

    —Ay, pero cómo que si se quieren, ¿verdad? Si no, no se estarían peleando así.

    —¡Tú cállate, animal!

    —¡Hazle la quebradora!

    Las voces se mezclaban en una sola amalgama, confundiéndose unas con otras y haciéndose ininteligibles. Pero el quimérico resultado reflejaba muy bien el clamor general: el pueblo apoyaba con todo a su campeón luchador. El héroe de todos debía salir victorioso a como diera, para satisfacción de todos y sobre todo, para ratificar la supremacía masculina sobre las mujeres.

    Aunque, por supuesto, había voces que en mucha menor cantidad se alzaban contra este precepto. La Doctora Ritsuko Akagi era una de ellas, quien no hizo intento alguno por ocultar a qué lado apoyaba en el conflicto.

    —¡Eso es!— exclamó emocionada cuando Asuka descontó de una certera patada al chiquillo, que lo hizo ladearse por completo —¡Humíllalo en frente de todos! ¡Hazlo pagar por todas sus insolencias!

    —¡Doctora!— la reprendieron al instante Katsuragi y Maya al unísono, fustigándola con la mirada.

    —Eh… yo… lo siento— se excusó, apenada al percatarse de lo que estaba haciendo —Me dejé llevar por la emoción.

    —Eso no importa ahora— prosiguió Misato, apretando los puños —Sino saber cómo vamos a detener a esos dos antes de que destruyan todo…


    Mientras todo eso transcurría en el cuartel, los rivales titánicos se habían trabado en un intercambio brutal de golpes. La lucha de gigantes amenazaba con extenderse a toda la ciudad. Rivera consiguió bloquear otra patada de la europea que iba directo a su rostro y entonces pudo propinarle un soberbio puñetazo en la parte baja del abdomen.

    Quizás, si se hubiera tratado de una pelea cuerpo a cuerpo normal, el duelo hubiera sido parejo. Pero como el combate era tripulando a los Evangelion, resultaba dolorosamente obvio a favor de quién se inclinaba la balanza. El Eva 02 quizá fuera mucho más compacto y ágil, pero los golpes que le infringía a su contrincante apenas si lograban hacer mella en su impenetrable armadura. En cambio, el Eva Z hacía valer los suyos, cuando se estrellaban una y otra vez con una fuerza abrumadora sobre su rival. Por suerte, por así decirlo, aún no decidía usar su arma principal, los rayos de luz que surgían de sus ojos. Todo hubiera acabado más rápido si se hubiera aventurado a hacerlo.

    Sin embargo, Asuka realizaba un esfuerzo encomiable al enfrentar a un enemigo que la superaba en fuerza y tamaño. Aunque su estilo de pelea resultaba tosco y hasta algo torpe en comparación con la manera tan refinada y elegante con la que la chiquilla se movía. Sus movimientos eran los precisos, toda una obra de arte en el sentido estético de las artes marciales, atacando los puntos débiles del oponente y sin darle muchas oportunidades de ponerle una mano encima. Pero las pocas veces que lo había hecho la habían desgastado bastante. A diferencia suya, su armadura sí mostraba los numerosos pormenores de la pelea.

    Un nuevo puñetazo en la cara la estremeció en su cabina. El Modelo de Producción peleaba principalmente con las piernas, en contraste del Evangelion verde que hacía uso preferentemente de sus fuertes brazos para atacar.

    Eso no quería decir que tuviera los pies amarrados. Justo en ese momento consiguió colar una certera patada en el cráneo del Eva rojo que le permitió a la muchacha apreciar más de cerca las suelas del robot verde. Un pedazo del yelmo de la Unidad 02 se desprendió por completo y fue a caer al piso, hecho pedazos. Sin esa pieza era incluso posible apreciar parte de la dentadura de la criatura aprisionada en la armadura del Evangelion.

    —Esto va mal— apuntó Misato —Muy, muy mal…. Tenemos que actuar inmediatamente. Quizás podamos desenchufar los cables de energía.

    —¿De qué serviría? Kai no necesita de una fuente de poder externa para mantener en funcionamiento a Zeta— acuñó Hyuga.

    —Y a cómo van las cosas, si le interrumpimos el flujo de corriente a Asuka, quedaría indefensa y de seguro Kai destruiría por completo al Eva 02— completó Shigeru, tan preocupado como todos por su amigo enloquecido.

    —Tienen razón— les dio la razón la mujer con rango militar, mordiéndose el labio inferior —Había pasado por alto ese detalle… y no me gustaría pedirles a las otras Unidades que intervengan porque este pleito podría agrandarse aún más…


    —¡Admítelo, desgraciada!— bramó Rivera cuando tenía a la muchachita bien sujeta en contra de un edificio, luego de haberla estrellado allí —¡Esto era lo que querías desde un principio! ¿No es así, puerca? Desde que te conocí no has hecho más que fastidiarme, ¿querías ver hasta donde podía llegar? Pues creo que ahora ya te quedó muy claro quién es el mejor de los dos, para ver si te me vuelvas a poner al tiro, mocosa imbécil. Y si no había hecho antes era por pura compasión, pedazo de idiota, pero ahora sí rebasaste el límite…

    —¿C-Cómo… te… ATREVES?!— prorrumpió la alemana, desplegando una fuerza hercúlea para barrer las piernas de su oponente y antes de que éste tocara suelo despacharlo con un zurdazo que lo mandó a la lona.

    Pese a su despliegue increíble de poderío que dejó boquiabiertos a todos los ávidos espectadores del singular combate, no consiguió evitar que sus nudillos quedaran resquebrajados y llenos de grietas al estrellarse contra la dura aleación de la armadura del Eva Z.

    —¿Cómo es que te atreves a juzgarme?— reclamó emperrada la joven rubia, montándose en su rival derribado sin darle tiempo de reaccionar, propinándole una severa lluvia de puñetazos —¿Cómo te atreves TÚ, de entre todas las personas, a reprocharme? ¡No eres nadie para hacerlo! ¡No tienes los suficientes motivos!— decía entre golpe y golpe, ignorando el dolor y el daño que le ocasionaba a su máquina cada vez que lo hacía.

    Sus puños iban y se impactaban contra el casco de la Unidad Z, una y otra vez, rebotando su cabeza con el piso en cada ocasión. Era cierto, estaba siendo dañada, pero su atacante también estaba pagando la factura al hacerse más grandes las grietas en sus manos empuñadas con cada nuevo golpe que le daba.


    —¿Qué zoológico es éste?— se escuchó decir al Comandante Ikari con voz de trueno, al mismo tiempo que ingresaba apuradamente a la Sala de Controles seguido muy de cerca por Futyutski —¿Qué demonios está sucediendo aquí?

    Absolutamente todos quedaron petrificados en su lugar al oírlo, incluso los animosos técnicos que se agolparon frente a las pantallas del piso inferior. Nadie más se atrevió a pronunciar palabra en su presencia. La atmósfera ahí era electrizante, con Ikari erguido tan alto como era y la cara contraída en un gesto de furia extrema.

    —Capitana Katsuragi— la mujer sintió su sangre helarse al momento de oír su nombre con el mismo tono enérgico, de reproche sin duda —¿Es que no puedo dejarla al mando de una misión sin que pierda el control de todo? ¡Era una misión de reconocimiento, por todos los cielos, sólo una maldita misión de reconocimiento! ¿Y hasta eso lo arruina? ¿Qué explicación tiene de todo esto?

    —S-Señor… verá usted…— vaciló un poco Misato, tragando saliva. Se asemejaba mucho a una colegiala reprendida por su profesor —No encontramos modo alguno de separarlos… por lo menos no sin exponer a las otras dos unidades Eva…

    Gendo alzó una ceja, evidentemente molesto.

    —Claro que la hay— reveló, sin ningún cambio en su expresión —Incrementando la presión del LCL en la cabina de los pilotos al máximo.

    —¡Pero señor, eso ocasionaría una pérdida de la conciencia en ambos!— señaló Katsuragi, visiblemente alterada.

    —¡Sin peros, capitana!— respondió en el acto el comandante —¡Ahora yo estoy a cargo de la misión! ¡Hagan lo que les digo!— se dirigió a los oficiales técnicos, al notar la indecisión en sus semblantes.

    —Podríamos— tragó saliva Maya, intimidada —Podríamos hacerlo con la Unidad 02, sin embargo el Eva Z está fuera de nuestro alcance… desde aquí no podemos controlar sus funciones de soporte vital, tendría que hacerse desde la Sala de Controles de la División Especial de las Naciones Unidas.

    —NERV no existe para este tipo de humillaciones— masculló Ikari mientras hacía uso del teléfono —Habla el Comandante Gendo Ikari— subió el volumen cuando parecía que le contestaban del otro lado de la línea —Quiero hablar con Kenji Takashi, oficial en jefe encargado del mantenimiento del Modelo Especial para Combate.


    De alguna manera, a Takashi no pareció sorprenderle gran cosa que el comandante quisiera hablar con él. De hecho, ya esperaba su llamada, pues había supuesto al igual que él el modo efectivo de poner fin a aquella vergonzosa disputa. Pero eso no quería decir que estaba dispuesto a acceder, pese a la autoridad superior de Gendo.

    —Sé muy bien el motivo de su llamada— el segundo de Rivera fue al grano en cuanto cogió el auricular —Y no piense que venderé barato a mi amigo. Antes, agotaré hasta las últimas instancias y no procederé de cualquier modo hasta que consiga usted la autorización oficial correspondiente para dicha acción.

    —No sea ridículo, Takashi, y déjese de sentimentalismos pueriles— replicó Ikari —Usted es hombre sensato, práctico. Dígame, ¿le parece este denigrante espectáculo la imagen adecuada que queremos proyectar al mundo sobre sus protectores? ¿Cree usted que ésta es la actitud correcta de un jefe? ¿Agarrarse a manotazos como un párvulo? Yo no lo creo… así que de la manera más atenta, por la reputación de nuestra agencia e incluso aún la de su propio superior, le pido que lo haga.

    Kenji ya no supo qué decir. Calló por algunos instantes, teléfono en mano, vacilante. Sabía que todo lo que había dicho el comandante era verdad. Aún él pensaba de la misma manera. Sin embargo, le pedía traicionar a su mejor amigo, al que le debía haber encontrado a su futura esposa. Le debía muchas cosas, y aún así, Kai no había sido el mismo de antes en esos días, necesitaba de alguien que lo ayudara, pero antes necesitaba ser detenido, y de él dependía tal decisión: ¿acaso sería capaz de hacerlo? Lo que es más, ¿podría volver a mirarlo a los ojos después, si lo hiciera?


    —¡Eres… una… desgraciada!— pronunciaba el muchacho dificultosamente, mientras apretaba los dientes cuando por fin pudo contener el embate furioso de la europea; seguía encima de él, pero por lo menos ahora había logrado sujetar los puños que lo golpeaban con las palmas de sus manos, rodeándolos con sus dedos para aprisionarlos.

    Forcejeaban en el piso, en una lucha de voluntades y fuerzas. El joven paria empezaba a ganar terreno, haciendo retroceder a la muchacha cada vez un poco más.

    —Di todo… lo que quieras— decía por su parte Asuka, realizando también un enorme esfuerzo —Pero lo que de veras te molesta… es que por fin alguien te haga sombra… siempre fue muy fácil para ti, ¿no? En toda tu vida nunca te has esforzado en nada, y aún así todo el tiempo estás por encima de los demás… admítelo, yo lo sé. Ves a las otras personas desde arriba, los consideras inferiores… sólo que siempre te guardas esa impresión y en cambio yo no tengo ningún empacho en sacarlo a flote… es por lo que te enfureces tanto ¿verdad? Que alguien llegara para arrebatarte la atención de la gente…

    —¡Estás loca!— contestó de inmediato Rivera, harto de sus palabras, apartándola definitivamente de un cabezazo en pleno rostro que la empujó hacia atrás —Dime, mocosa, ¿qué sabes tú de mí? ¡Nada! ¿Dices que todo ha resultado muy fácil para mí? ¿Qué quiero tener la atención de la gente? ¡Estúpida! No existe algo más apartado de la realidad. Lo que de veras me enfada es tener que aguantarte diario, siempre tras de mí, cómo un maldito dolor de muelas… ¡ahora tú admítelo! ¿Porqué te la pasas fastidiándome? ¿PORQUÉ?

    Pero antes de que llegara la respuesta, si es que la había, vino la inconsciencia de golpe. Su cuerpo entero fue estrujado con gran fuerza por el fluido que lo rodeaba y se comprimía abruptamente; lo rodeaba, pero no lo penetraba. Un chorro de sangre se escapó por sus orificios nasales y se derrumbó sobre el tablero, derrotado. Antes del desmayo total sólo pudo articular una blasfemia más, para caer tendido y abandonarse al olvido.


    Langley seguía tumbada en el piso, sin darse cuenta de lo que había pasado. Jadeaba dificultosamente, agotada por la brava pelea, cuando vio como se derrumbaba la Unidad Z y yacía inerte en el suelo, boca abajo, semejando a una marioneta a la que se le cortan sus hilos. La lucha había terminado y era ella la que continuaba consciente. Era lo que más se parecía a la victoria, pero por alguna razón no se sentía contenta de ello.

    —Es todo, Asuka— pronunció Misato con la voz apagada —Todos regresen a la base. La misión se canceló.


    Las horas sucesivas resultaron por lo demás tediosas, sobre todo para Kai, y un tanto ajenas. Observaba los acontecimientos, el traslado, las amonestaciones, las quejas e incluso las amenazas de los altos mandos de NERV cómo si le estuvieran pasando a otra persona y él sólo estuviera viendo. Luego de haber estallado de la manera como lo hizo, ahora se comportaba bastante dócil, pasivo. Observaba a los que lo rodeaban como a completos extraños, con suma indiferencia. “Sí” o “No” fue a lo que se redujo su vocabulario, cuando los oficiales de más alto rango, tanto de la agencia científica como de las Naciones Unidas lo encaraban, preguntándole que si había perdido la cabeza o tan sólo era un imbécil rematado.

    Aquél Código Naranja fue una falsa alarma, se estaba seguro de ello en esos momentos. Se hubo de desconectar el sistema de alarma del cuartel para revisarlo a fondo y averiguar qué había originado su mal funcionamiento. No obstante, la misión había repercutido en un tremendo fracaso. Aún así, buena parte de la ciudad salió muy mal librada por un combate inesperado entre supuestos compañeros de equipo. A decir, habían hecho tanto daño tal y como si hubieran peleado contra un Ángel de verdad. Y que dicha alerta provino precisamente de su área encargada tampoco ayudaba mucho a Rivera.

    De todos modos, los oficiales de la O.N.U. se relamían los bigotes al corroborar en video que tan fácil superaba la Unidad Z a su contrincante. Se imaginaban lo bien que caería una adición como ésa a las fuerzas armadas de sus respectivos países.

    No obstante, al chiquillo nada de eso le parecía importar siquiera. Recibía todos los regaños y sanciones como si de cualquier cosa se tratasen, sin alterar en un ápice la expresión de su rostro. Después vino la llamada del mismo Secretario General de las Naciones Unidas en persona, que pese a su apretada agenda tuvo el tiempo suficiente para enterarse del gravísimo incidente en el que se vio involucrado su recomendado personal.

    Con sumo desgano y una mueca de cansancio el joven tomó el aparato entre sus manos y lo acercó a su oído.


    —Buenas tardes, señor, ¿cómo ha…? Sí, efectivamente, señor, tal información es correcta… sí, señor, en efecto, eso fue exactamente lo que sucedió… sí, señor, estoy consciente de la situación tan complicada en la que me encuentro… no, señor, jamás abusaría de su buena fe y confianza… verá usted, es un poco difícil de explicar. Tripular una máquina de esas características es un proceso bastante complejo que implica mucho la actividad mental del individuo que lo maneja. Más que nada, la maquinaria responde ante estímulos mentales, su señoría… así es, eso es lo que exactamente quiero decir… mi unidad Evangelion sólo reaccionó ante un impulso de mi subconsciente al ser agredido verbalmente de tal manera… usted tiene a su disposición la grabación de los hechos y podrá comprobar lo que digo… sí, señor, sé que eso no justifica mi conducta y comportamiento aberrante, sólo los explica un poco, y sé muy bien que fui yo el que pegó primero, pero comprenda también que mi raciocinio se vio un poco confundido, pongámoslo de esa manera, por mi conexión mental con el Eva…le agradezco mucho, señor… no, señor, tenga por seguro que no se volverá a repetir… encontraré donde está la falla en la maquinaria y pondré una inamediata solución... muy bien… muchas gracias, hasta luego.


    A fin de cuentas, las influencias de Kai habían podido más que cualquier otra queja o castigo que quisieran imponerle en el Geofrente. El altercado, en ese caso, no tuvo mayores consecuencias que un fuerte regaño y una sanción administrativa, con una llamada de atención. No fue la gran cosa ni el espectacular linchamiento simbólico que todo mundo esperaba con voraz morbosidad.

    —No tienes idea de la suerte que tienes, chiquillo insolente— musitó la Doctora Akagi a sus espaldas, cruzándose de brazos y frunciendo el ceño, siendo ella la más indignada con la resolución tomada, al tiempo que el jovenzuelo abandonaba la habitación.

    —Ocúpese de sus asuntos, vieja bruja— fue lo que recibió por respuesta, sin que Rivera siquiera volteara a verla.


    El joven piloto caminaba apuradamente por los corredores, dispuesto a no cruzar palabra con nadie más y salir cuanto antes del cuartel, para dirigirse a sus aposentos. Sólo que Takashi, un tanto cabizbajo e indeciso, le salió al encuentro. Rivera no aminoró su paso, mientras el recién llegado se colocaba a su lado.

    —Kai… sólo quería decirte… que yo… yo lo siento mucho… — murmuraba el técnico, sumamente apenado, ante la mirada cruel de su superior.

    —¿Qué hay que decir? Simplemente me traicionaste, así nomás, Kenji… mira, en estos momentos no quiero hablar contigo o acabaría moliéndote a palos. Prefiero despejar mi cabeza y pensar las cosas con calma. Mañana hablaremos.

    —Bueno… si es lo que quieres…

    El joven piloto ya no contestó ni miró hacia atrás mientras continuaba con su taciturno andar por los pasillos del cuartel, dirigiéndose a la salida.


    ¡Ay!

    Asuka retrocedió al instante, con la cara contraída de dolor. Para aliviar la sensación, Misato sopló suavemente sobre la rodilla raspada de la jovencita, tras haberle aplicado alcohol con una gasa. Además comenzaba a presentar cierta hinchazón que amenazaba con incomodar excesivamente el movimiento de la pierna afectada. Se la había hecho al rebotar dentro de su cabina mientras la golpeaban, al igual que un chichón en la cabeza, aunque éste podía ser fácilmente ocultado por el mechón de cabello rubio que cubría su frente.

    —No necesito que hagas esto por mí— refunfuñó la europea, con la cabeza gacha —Ya no soy una niñita, ¿sabías?

    —Pues hoy te comportaste como una.

    La chiquilla la fustigó con la mirada, pero la capitana no se incomodó ni sintió haber dicho algo de más. Se puso de pie y comenzó a recorrer el cuarto.

    —Además, creo que te lo debo, luego de haber propiciado todo esto… debí saber que algo así pasaría.

    —Perdóname. No era mi intención que algo como esto ocurriera— confesó la alemana, con la sangre agolpada en las mejillas, sentada sobre el borde de su cama.

    —No te preocupes, lo sé— Katsuragi le guiñó el ojo, en gesto cómplice —Tu táctica simplemente no funcionó de la manera que esperabas. Nos pasa a todas alguna vez, créeme.

    “Sólo que nadie había tirado media ciudad sólo porque un tipo no le hizo caso” fue lo que pensó y le faltó decir, cuando abría la puerta del balcón y dejaba colarse a la brisa vespertina al interior de la habitación. Su espesa cabellera negra se agitó unos segundos en el aire, para volver a reposar sobre su espalda.

    —Creo que lo mejor será que me vaya de aquí— murmuró la muchacha, con la voz apagada —Ya no quiero causarles más problemas.

    —Supongo… discúlpame por decirlo de esta manera, pero supongo que será lo mejor… lo siento mucho, no sabes también lo apenada que estoy, cariño.

    —Yo… yo tengo… tengo mucho miedo…— a Langley se le empezó a quebrar la voz, al mismo tiempo que sus ojos se ponían vidriosos y estrujaba las sábanas en sus manos —De Kai… de todo lo que tiene dentro de sí… tiene tanto odio… ahora parecía un maldito demente y yo de veras creí que quería matarme. ¡Oh, mi Dios, él quiere matarme!

    Sin más, se abandonó al llanto, teniéndole la suficiente confianza a Katsuragi, a quien conocía desde hace años, como para sincerarse y quitarse su pose de superioridad. La mujer fue a tenderse a lado suyo, consolándola en su regazo.

    —¡No, no puedes creer eso!— intervino Shinji al irrumpir abruptamente en la habitación, sin poder reprimir más sus impulsos de participar en la conversación (la había estado escuchando a hurtadillas, detrás de la puerta, consumido por la curiosidad) —¡Yo sé muy bien que Kai no haría algo como eso! ¡Jamás! Y tú no debes irte de aquí, toda esta situación no es más que un mal entendido y estoy seguro que si ustedes hablaran con calma…

    —¡¿Qué haces entrando así cómo así, sin permiso?!— estalló en el acto la joven rubia, limpiando sus lágrimas en sus mejillas para luego arrojarle una camiseta en el rostro al recién llegado —¡Lárgate de aquí ahora mismo! El infierno se congelará antes de que tú me veas llorar.

    —Pero es que Kai es... él es.. no estoy muy seguro qué diablos es lo que sea… pero sé que él no quería lastimarte. Lo que pasa es que le ha estado doliendo mucho la cabeza y no ha sido el mismo estos días… además… no debería decirlo yo, lo sé, pero tienes que admitir que te propasaste en los insultos. No debiste haberte metido con su mamá… eso ofende a cualquiera.

    —¿Y tú no te acuerdas que él mismo nos dijo que ya casi ni se acordaba como era ella? Siendo así, en ese momento no creí que se fuera a molestar tanto.

    —Algo más que deben saber de Kai— los interrumpió Misato, contemplando a la nada y poniéndose de pie —Es que sus padres no sólo murieron— tragó saliva cuando los recuerdos y las imágenes de tiempos pasados se agolpaban en su memoria —Fueron asesinados. Acribillados a sangre fría, ante sus ojos.

    Los tres guardaron silencio, que se prolongó por unos minutos, hasta que Asuka habló.

    —Pero yo recuerdo que decía que eran como unos desconocidos para él; que cuando murieron él era muy pequeño para recordarlo.

    —Eso no es verdad— corrigió Katsuragi —Tenía conciencia de sí mismo y sus facultades mentales desarrolladas prácticamente desde el medio año de edad. Y cuando aquello pasó él tenía ya cuatro años.

    De nueva cuenta, todos los presentes callaron, asimilando los hechos. La mujer llevaba haciéndolo desde hace doce años, y aún no lograba aceptarlo del todo. Si ya de por sí era bastante trágico quedar huérfano de ambos padres a tan temprana edad, el que fueran ultimados cruelmente frente a sus propios ojos, sin poder hacer nada, era algo que dejaría marcado a cualquiera de por vida.

    Fue en ese momento que ambos chiquillos lograron entender la extrema aversión que Rivera profesaba por cualquier clase de arma de fuego.

    —No he hablado mucho con él al respecto— siguió su guardiana, encendiendo un cigarrillo en el balcón —Ninguno de los dos sabe sopesar el tema. Así que no tengo idea del daño que aún persista en su mente. De vez en cuando ocurren este tipo de episodios explosivos que me hacen imaginarme que debe de ser más grave de lo que pudiera sospechar. Yo he tratado… por todos los medios posibles… de compensar su pérdida, convirtiéndome en padre y madre para él. Pero según parece, no he tenido mucho éxito que digamos, cómo se pueden dar cuenta.

    Otra vez el silencio en la habitación. Misato fuma su cigarrillo, mientras se rasca la nuca y patea el aire. Shinji mete las manos inquietas y sudorosas a los bolsillos, meditabundo, al mismo tiempo que se recarga, de pie, en el quicio de la puerta. Asuka continuaba viendo al piso, enjugando temblorosa sus lágrimas y aferrándose a sus sábanas.

    —Todos— pronunció en esa pose, con voz firme —Hemos sufrido pérdidas, a nuestra manera. Pero no por eso queremos que los demás paguen por ello.

    —Tienes razón— asintió la capitana, asomándose hacia fuera, con su cigarro en la boca.


    No estaba muy seguro de a dónde ir. Habían pasado varias horas desde el altercado y el sol ya se estaba poniendo cuando se internó en la ciudad. Ni pensar en regresar a casa, pues Asuka estaría allí y resultaría bastante embarazoso dicho encuentro. También se mostraba indeciso de si quería volver a verla. Algo era cierto, y eso era que mudarse, alejarse lo más que pudiera de la muchacha resultaba apremiante. Ensimismado, recorrió las calles atestadas de automóviles que abandonaban la metrópoli, una vez pasadas las celebraciones y el peligro. El desánimo era evidente en los gestos de las personas. En parte, se sentía responsable de todo aquello y hasta ese momento comenzó a apenarse de haber perdido el control. ¿Cómo es que lo había permitido? Cometió semejante locura casi por acto reflejo.

    ¿Y porqué era hasta ahora que tenía que molestarse debido a que alguien insultó a su madre (la verdadera)? Nunca antes le había molestado esa parte tan enterrada de su vida. ¿Sería porque lo escuchó de los labios de Langley que se enfadó tanto? Puede ser, puede ser. Ó quizás fue que el suceso volvía a resurgir, como solía hacerlo de cuando en cuando. Ninguna otra persona se había referido a su progenitora de esa manera. Su padre en vida había sido un completo desgraciado, y se merecía todas las injurias y mentadas que le pudieran dirigir en su contra. Pero su madre, que había sido una santa, una esposa devota y una madre amorosa, no merecía que mancharan su memoria de tal modo. Simplemente no era justo que se refirieran a semejante mujer de manera tan despectiva. Hasta ahora admitía cuánto la extrañaba. Sobre todo esa sensación de seguridad que encontraba en sus brazos, en su tono de voz tan seguro. Acurrucado en su regazo se sentía a salvo de cualquier peligro. Amaba a Misato con todas las fibras de su ser, estaba convencido de eso, pero aún así no podía evitar sentir una especie de añorada nostalgia las pocas ocasiones que recordaba la efigie de su madre. Y entonces la recordaba también en sus últimos momentos, con la expresión desvanecida, queriendo alejarlos del peligro como fuera mientras conducía como un bólido. Se acordaba de sus ojos, sobre todo, de lo grandes y aterrorizados que le parecían en ese horroroso instante. Contemplaban a la muerte acercarse, de eso podía estar seguro. Y lo que más le aquejaba, lo que más miedo le daba era el dejar solo y desamparado a su único hijo en este mundo tan cruel, sin siquiera tener la presteza de si sobreviviría. Recordó la lágrima cristalina que rodó desde sus ojos tan azules, brillantes y abiertos por todo su pálido rostro, la última vez que ambos se vieron.


    Las remembranzas resultaron ser muy fuertes para la frágil psique del joven, quien dando un hondo grito de angustia se llevó las manos a su cabeza y se echó a correr, desesperado, queriendo huir de su propio pasado. La punzante migraña lo confundía aún más, huyendo a toda prisa sin rumbo fijo, a tontas y ciegas.

    En su desbocada carrera tropezó, resbaló y fue a chocar contra un hombre, ya algo entrado en años, con quien fue a rodar al piso. Se levantó tan rápido como pudo, reanudando su penoso andar, mientras el viejo, aún tirado en el suelo, le reclamaba con un brazo en alto mientras se alejaba:

    —¡Eh, tú, chico! ¡Ten más cuidado por donde vas! ¿Acaso quieres matar a alguien?

    Rivera no respondió, ni siquiera escuchó. Lo único que pasaba por su torturada cabeza en esos momentos era correr tan rápido como le permitieran sus piernas para huir a como diera lugar de sus propios recuerdos, que llegaban en despiadado torrente a atormentarlo, a atosigarlo sin tregua alguna. Uno tras otro, sin darle tiempo de reponerse o tomar aire, se sucedían. Macabras visiones mezcladas con sangre, fuego, oscuridad, gritos y violencia desfilaban ante él, sin que pudiera detenerlas. Era cómo escuchar un concierto de música gótica, de esa que le gusta tanto a Rei, a todo volumen, con audífonos.


    Finalmente, llegó hasta el parque que estaba justo enfrente de la quinta estación de trenes, que estaba en los alrededores de la casa. Era la misma estación donde meses antes Shinji estaba despidiéndose de sus amigos, resuelto a abandonar el Proyecto Eva. A esas horas (poco antes del anochecer) ya casi todos los visitantes se habían ido, por lo que tanto la estación como el parque se encontraban relativamente desiertos, como era su estado habitual.

    La espesa vegetación, verde y fresca, así como la tranquilidad del lugar, contribuyeron un poco a que el chiquillo se calmara. Con las piernas rendidas, clamando por reposo, fue a descansar en una banca, sentándose con la cabeza casi entre las piernas; seguía sujetándola fuertemente por las sienes, con el dolor más fuerte que nunca. Empezaba a entrar a un estado de incoherencia y presentía que aquello era el fin. Si llegaba a caer desmayado, sería el fin. ¿Realmente terminaría todo así? ¿En ese parque, bajo el cielo crepuscular, el día de su cumpleaños? Dios, ¿de veras tenía que acabar de esa manera?


    —Disculpa, ¿podría sentarme aquí por un momento?— lo interrumpió un tono afable.

    En consecuencia, el chiquillo dejó de mirar hacia el piso y dirigió la vista al recién llegado, de pie en toda su envergadura frente a sí. El sol le pegaba en la espalda y sus señas aparecían opacas, apenas si se le alcanzaba a distinguir la espigada figura.

    —Sí, claro— consintió el muchacho, para volver a ocuparse de lo suyo, retornando a su pose original.

    Bonita hora había escogido el tipo para venir a aplastarse a su lado. Habiendo tantas y tantas bancas en el parque, vacías, tener que venir a acomodar su trasero justamente a esta banca. Seguro después iba a querer impresionarlo con la historia de su vida. O a lo mejor era uno de esos desquiciados que sólo pretenden llamar la atención. En cualquier momento iba a revelar su verdadera identidad.

    Sin embargo, no era así. Los minutos pasaban y pasaban y el sujeto permanecía sumamente tranquilo, sin decir una sola palabra, sin voltearlo a ver siquiera. Resultaba curioso. En su presencia se respiraba una paz profunda en todo el ambiente. Todo, absolutamente todo se encontraba en plena calma. El fulano no gastó tiempo en intercambiar frases fútiles con su compañero de banca, sino que de inmediato se entregó afanosamente a una tarea desconocida que requería el estar sentado para llevarla a cabo.

    Víctima de una curiosidad insaciable, el muchacho observó de reojo al hombre que tenía a lado suyo, sin moverse de su posición. Alcanzó a distinguir una cabellera larga que llegaba hasta los hombros, peinada con una raya en medio, lacia y rizada en las puntas, color miel, casi de su mismo tono. No, de hecho sí era su tono, cuando la luz no jugaba con él: castaño claro. Una cara alargada, con pómulos algo salientes, de nariz larga y estrecha así como una espesa barba que salía del mentón, reptaba hasta las comisuras de los labios superiores y cerraba por encima de ellos. Era, en conclusión, una barba de candado.

    El infante comenzó a interesarse cada vez más en averiguar la condición de su acompañante, mucho más cuando se dio cuenta que lo que traía entre manos era una guitarra acústica, a la que le estaba cambiando una cuerda. Tenía brazos extensos y fuertes, así como dedos largos y manos grandes. Poseía una complexión alta, atlética. Iba vestido con pantalones de mezclilla viejos, una camisa blanca de algodón, una chamarra café de pana, anteojos redondos, así como unas sandalias de cuero en los pies.

    —¿Te gusta?— señaló el sujeto al instrumento en sus manos, al percatarse de la actitud embobada con la que Kai apreciaba al objeto. Estaba muy bien conservada, mejor que la suya; parecía acabada de barnizar, aunque algunos discretos raspones revelaban su verdadera edad —De seguro debe parecerte una reliquia, ¿no es así? De hecho, ya no se hacen de estas.

    —Pues, a decir verdad— respondió el chiquillo —Yo también tengo una. En mi casa.

    Al momento de pronunciar “casa” no pudo evitar pensar en Asuka. Cerró los párpados con fuerza, pretendiendo borrar aquella imagen a toda costa.

    —Qué sorpresa— continuó el extraño, en su mismo tono tan agradable al oído. Su acento era un tanto inglés —Hoy en día es muy extraño encontrarse a un jovencito como tú que se encuentre interesado en estas antigüedades. Y dime, ¿sabes tocarla? ¿Puedes hacerla hablar?

    El muchacho se sonrió, recuperando la compostura mientras le contestaba:

    —Tanto así como hacerla hablar, no. Pero de todos modos, me defiendo bastante bien. Aunque a últimas fechas no he podido practicar lo suficiente.

    —Con que sí. Entonces, ¿te gustaría ayudarme? Escucha y dime que te parece.

    El sujeto deslizó sus dedos por las cuerdas del instrumento, interpretando una nota musical.

    —Hm, me parece que la tercera está un poco desafinada.

    —Sí, eso me pareció a mí también— asintió el tipo para de inmediato ponerse a acomodar la cuerda, girando del diente —Quisiera dejarla a punto para que me acompañe durante el viaje. Estos trenes solitarios son tan aburridos para mí.

    Rivera sintió aún más simpatía por él cuando volteó y pudo apreciar detrás de sus anteojos unos ojos verdes, idénticos a los suyos. Se dio cuenta que el extraño y él tenían bastante en común. Resultaba bastante difícil encontrarse a otra persona con rasgos occidentales y vestido de esa manera andando por la ciudad.

    —¿Y qué lo trajo hasta aquí?— preguntó, pero luego se contestó a sí mismo que esa era una pregunta tonta, pues era obvio que había venido al cementerio, al igual que todos los demás visitantes.

    —Vine a buscar a un amigo mío— reveló el individuo, inmutable —Pero por más que lo busqué, no lo pude encontrar. Quizás ya no esté aquí…

    “Ó quizás ya no esté vivo” pensó el muchacho, con la cabeza gacha, imaginando que era muy probable que aquella persona fuese de las numerosas víctimas de los ataques de los ángeles. Ó de peleas entre Evangelion. Se encogió en su asiento.

    —¡Listo!— pronunció entusiasmado el extraño, apreciando su obra —Ahora a ver que tal te parece… espera un poco— decía mientras se acomodaba la guitarra entre las piernas y la rodeaba con los brazos y empezaba a colocar sus dedos sobre las cuerdas.

    Tocó una nota. Después otra, y otra más después de ésta y continuó en la sucesión de ritmos hasta que los sonidos adquirieron aire de melodía, y ésta comenzó a transfigurarse en una tonada bastante conocida, para algarabía del joven, que escuchaba todas las notas entusiasta. Se oía perfecto, aún mucho mejor que en sus discos. Aquél tipo era fabuloso. Pronto, también comenzó a cantar, en tono pausado:


    “Imagine there's no heaven

    it's easy if you try

    no hell below us

    above us only sky

    imagine all the people

    living for today...


    Imagine there's no countries

    it isn't hard to do

    nothing to kill or die for

    and no religion too

    imagine all the people

    living life in peace...


    You may say I'm a dreamer

    but I'm not the only one

    I hope someday you'll join us

    and the world will live as one…”


    Tuvo que esperar hasta que acabara, embelesado con su interpretación de una de sus canciones favoritas. Jamás la había sentido con tanta intensidad. Una cosa era aprenderse la melodía de memoria y reproducirla tal cual, otra cosa era interpretarla sintiéndola en el corazón como ese sujeto lo hacía; eso, eso era imposible de ser grabado en un disco, fuera uno compacto o de acetato.

    —¡Increíble!— aplaudió el chiquillo cuando terminó.

    Por supuesto que no había tenido la oportunidad de escucharla en vivo, pero estaba convencido de que aquella versión estaba cerca de igualarla, aunque a decir verdad la primera había sido interpretada en piano, no en guitarra.

    —Muchas gracias. Pero para ser honesto, estoy un poco oxidado— dijo, sin pretensión alguna.

    Kai no pudo dejar de admirarse. Si así era como tocaba falto de práctica, le hubiera gustado escucharlo en el pináculo de sus habilidades.

    —Esa canción siempre me trae recuerdos— continuó —De tiempos mejores y de tiempos pasados que pudieron ser mejores, de haberlo querido así.

    —¿Qué quiere decir con eso?— preguntó Rivera, un tanto intrigado.

    —Nada. Sólo me refiero a que cada quien ha ido forjando su destino, y cada decisión que ha tomado en su vida lo han traído precisamente a este momento. ¿Lo ves? A este preciso momento que se está yendo… y se fue…

    Y otro momento se fue… y otro más, después de ése…

    “Cada decisión que he tomado me ha traído aquí” se repitió a sí mismo el joven. “Como enloquecer repentinamente, golpear a alguien o no querer ir a casa, correr como un idiota despavorido. No necesitaba que me lo dijera.”

    Temía que el hombre quisiera preguntarle acerca de las decisiones que lo condujeron hasta ese parque, en aquella tarde y a esa misma banca donde estaban sentados, pero no fue así.

    —Esto, claro, también es aplicable a la historia de la humanidad. La canción de John habla de una utopía, y del camino que hay que recorrer para llegar a ella. Muchos otros también quisieron enseñar el rumbo, mucho antes que él; y hubo otro tanto que le sucedieron, sin embargo tampoco tuvieron éxito. Y esto es porque a lo largo del tiempo, el hombre ha ido forjando un camino, pero el de su propia destrucción, por simples decisiones como comer de una manzana o no, oprimir un botón o no oprimirlo… to be or not to be…

    —A veces es difícil distinguir la importancia de una simple decisión— respondió el chiquillo, meditabundo.

    —No tanto. Muchas veces hay señales en el camino, sólo que los humanos no saben distinguirlas ni interpretarlas. Su vida sería mucho más fácil si supieran cultivar dicha habilidad. Únicamente tienes que observar a tu alrededor, y sobre todo en ti mismo. De observar y aprender, de eso es lo que se trata.

    —¿Realmente espera que una persona simplemente se ponga a esperar, para tomar una decisión? ¡Eso no es posible! ¿Qué tal si se tratara de una de vida o muerte? En ocasiones así no hay tiempo que perder. Los segundos a veces hacen una diferencia significativa.

    —Razón de más para no consumirte en la molicie o en la desesperación, y no cometer un acto precipitado. Después puedes llegar a arrepentirte, cuando ya nada se pueda hacer para remediarlo.

    Aquellas palabras le ajustaban como anillo al dedo. Rivera volvió a encogerse otra vez en su asiento, agobiado por lo que decía su acompañante. Ciertamente, tenía bastante razón en sus argumentos. No se había detenido a examinar fríamente la situación cuando comenzó a golpear a Asuka.

    Él se conocía a si mismo bastante bien, y sabía que la impaciencia no era una de sus características. De hecho, se consideraba a sí mismo como una persona sumamente calmada. Si se había precipitado al actuar, fue por que las condiciones tan precarias lo obligaron a ello. Y así se lo hizo saber al desconocido, para justificarse. Aunque ese sujeto nunca mencionó que se estuviera refiriendo precisamente a su situación.

    —Sólo que en ocasiones son las mismas circunstancias, todo lo que nos rodea, nos preocupa y nos aflige lo que nos influye a cometer… ciertos actos… digo, no es que quiera justificar a nadie en especial…

    —Deja que el mundo siga girando sin parar, que no detenga tu marcha: pero tampoco te dejes envolver por él. Déjame decirte algo sobre este mundo, y es que se asemeja mucho a un puente. Cruza por él, pero no te quedes instalado. Venimos a él vacíos, vacíos tendremos que irnos también. Alcanzarás la paz cuando puedas lidiar con todo lo que el mundo pueda atacarte y aún así seguir indemne, cuando dejes de concentrarte tanto en tener tus pies bien fijos en la tierra y levantes la mirada hacia el firmamento y a la creación que se extiende en él. Y descuida, que no es para juzgarte por lo que estoy aquí. Supongo que ya habrás tenido bastante, por cómo te ves. “No juzguen, y no serán juzgados.” No soy quien para hacerlo.

    —Algunas personas, muchas, sí se creen con todo el derecho a hacerlo… creo que incluyéndome a mí— suspiró el muchacho, apesadumbrado —Sé que tiene razón, ¡pero es tan difícil ser prudente! Más cuando las emociones intervienen.

    —El que sólo ve la paja en el ojo ajeno, no puede ver la viga en el propio. Cuando quites la viga del tuyo, podrás ver con claridad.

    Lo que decía concordaba en gran parte con la teoría del análisis de introspección, llevada a cabo por la escuela de la corriente Behavorista, que ya había estudiado varios años antes. Básicamente se refería al análisis periódico y continuo de los actos de los individuos, donde era el propio sujeto quien buscaba las conductas erróneas en su comportamiento para corregirlas y el psicólogo sólo servía de guía. Era el mismo paciente el que se curaba. Algo igualmente muy parecido a la práctica de la confesión en los católicos. Sólo que esta corriente psicológica no resultó muy efectiva debido a la misma condición humana, a la falta de sinceridad, ya que no se podía confiar plenamente en el sujeto al momento de la introspección.

    —Me pregunto si algún día podremos ser capaces de hacerlo. Se dice muy fácil, pero…

    —No creas en los que sólo buscan agobiarte con la duda y la vacilación; el sueño aún no ha muerto, chico.

    —Sueños… una vez tuve un sueño, pero ahora se ha desvanecido por completo… yo ya no creo en ellos. Son tontos, y sólo hacen perder el tiempo y energías. Y la desilusión es muy grande cuando despiertas.

    —Los sueños, e incluso los ideales son como las estrellas, muchacho: se ven inalcanzables, pero sirven para señalar el camino. Y aún así, si de veras tienes fe y escuchas a tu corazón, si de veras te esfuerzas algún día conseguirás alcanzarlas, inclusive tenerlas entre tus manos. “Si en un inexorable segundo, sesenta segundos de esfuerzos pudieras realizar, tuya será la Tierra y cuanto en ella hay…”— parafraseó en inglés.

    —No lo sé… eso sería alcanzar un estado de perfección y no creo que algún día los seres humanos podamos ser perfectos. Está en nuestra naturaleza el ser imperfectos, de otro modo ya no seríamos humanos.

    El desconocido guardó silencio por unos momentos, para después soltar un hondo suspiro. Daba la impresión de que ya sabía eso de sobra.

    —Pero en ustedes está también la cualidad de ser perfectibles. La semilla de la divinidad, si así quieres llamarla, ha sido plantada en el hombre. Sólo necesita ser regada, cuidada y alimentada. Y entonces germinará y crecerá, y junto con ella el hombre lo hará también.

    —¿En serio?

    —Muy en serio. Pero este cambio, que debe ser personal, sólo podrá darse cuando puedas romper las barreras que te mantienen separado de tus semejantes; cuando en tu alma ya no haya lugar para la envidia, el odio y la arrogancia. Si la raza humana ha de sobrevivir, entonces es imperativo que las personas se comprendan las unas a las otras y se reconozcan como iguales. De lo contrario, el género humano estará inevitablemente destinado a la extinción.

    Ahora era Katsuragi el que callaba por algunos instantes. Pensaba en Asuka, y en Rei; e incluso en Shinji. En cómo había sido incapaz, en muchos momentos de su relación con ellos, de entender lo que ellos pensaban, lo que anhelaban, lo que necesitaban de él. Y había sido por esa misma incapacidad que habían surgido las diferencias entre ellos.

    —Realmente quisiera hacerlo— dijo por fin —Quisiera poder entender a los que me rodean, pero ¿cómo he de hacerlo? ¿Cómo interpretar sus corazones, cómo salvar las murallas que nos separan?

    El extraño sonrió al percatarse que Kai estaba entendiendo poco a poco lo que quería decir. Sólo le faltaba una pequeña ayuda y estaría listo para comprender todo.

    —All you need is LOVE— pronunció sonriente, con sus ojos brillantes —Cuando seas capaz de amar aún a tus enemigos y no desearles mal alguno, y esto solo lo lograrás cuando puedas verte reflejado en ellos y cuando descubras lazos en común con todos tus prójimos. Por ejemplo, que unos completos desconocidos como lo somos tú y yo podamos conversar tan amigablemente como lo hacemos ahora. Todo este interés humano se ve favorecido con el servicio generoso, la comprensión, la simpatía y el perdón ilimitado.

    Después de eso, ambos volvieron a callar, aparentemente sumergido cada cual en sus meditaciones. De repente, el sujeto se puso de pie y depositó con cuidado su instrumento musical en un estuche de color negro que tenía a lado suyo.

    —Aunque claro, esto es solamente lo que yo pienso al respecto. Habrá quien difiera de mi punto de vista, y también es muy respetable. Tú sabrás si estás de acuerdo con todo lo que te he dicho ó no. Únicamente de ti depende— recogió su estuche del piso y se lo llevó a las espaldas, mientras le ofrecía una mano al muchacho para que la estrechara —Me disculparás ahora, pero tengo que tomar un tren. Fue un placer conversar contigo de esta manera, aunque fuera por un tiempo muy breve. Quizás en otra ocasión nuestros caminos vuelvan a encontrarse, y entonces podremos charlar con más calma.

    Un poco confundido, Rivera estrechó la mano de aquél hombre, despidiéndose de él.

    —Eso me gustaría bastante. También yo disfruté mucho de su compañía. Espero que pueda encontrar a su amigo. Y gracias por todo, me ayudó a contemplar el panorama desde otra perspectiva.

    —Cuídate mucho y sobre todo no olvides lo que hoy te he dicho— continuó el hombre, que parecía listo para emprender la marcha —Grandes cosas te esperan, muchacho, puedo verlo en tus ojos. Y tú debes ser fuerte para poder enfrentarlas a todas ellas y sobreponerte a la adversidad. Mucho depende de eso— colocó afectuosamente su mano en su cabeza y después se retiró, dándole la espalda y empezando a andar —Good bye, my friend…

    Estaba por cruzar el parque y perderse de vista cuando Kai se percató de un pequeño detalle e hizo bocina con una mano mientras le gritaba:

    —¡Espere un momento! ¡Ni siquiera me dijo su nombre!

    El sujeto se volvió, levantando un brazo en alto y pronunció de la misma manera:

    —¡Mi nombre es J….!

    El sonido de un tren distrajo al joven por un momento, impidiéndole escuchar. Y cuando volvió a mirar en la dirección donde se encontraba el extraño individuo éste simplemente ya no estaba. Se había ido, pues ya no quedaba rastro de su presencia. Aquello le pareció muy raro al chiquillo, pues aún cuando se hubiera ido corriendo todavía debería ser capaz de verlo desde donde estaba. Se esfumó como si fuera un fantasma.


    Un fantasma. Ahora que estaba solo, y podía detenerse a pensarlo con más detenimiento, las facciones de aquél sujeto le recordaban mucho a alguien. Sólo que no podía recordar a quién. De alguna manera lo asociaba con una imagen de sus recuerdos de la primera infancia. Esa mirada tan compasiva, su cabello, su faz pálida, su barba y sobre todo esa nariz prominente, casi aguileña, estaba seguro que la había visto en alguna parte. Quizás en una foto ó… una pintura… acaso podría ser… se sobresaltó por un breve instante, para después reponerse, meneando la cabeza como si estuviera negando algo.


    No, aquello era una tontería, no valía la pena ni pensarlo. Pero aún así, todo lo que esa persona le había dicho, era tan profundo. Necesitaba algo de tiempo para reflexionar y asimilar todos los conceptos que ahora tenía entre manos. En ese caso, hubo de permanecer largo rato en esa misma postura, sin moverse un ápice salvo para respirar, pensativo, sumergido por completo en sus cavilaciones. No se trataba de una nueva doctrina o religión, sólo de una forma muy sencilla de ver la vida, si se pensaba en ello. Y parecía ser muy útil, ¿funcionaría acaso, en la práctica? El muchacho pensó que había una posibilidad proporcional al empeño que se le pusiera para llevarla a cabo. Estaba algo mareado por la conversación y tantas cosas que habían sucedido. No podía dejar de pensar en Asuka. Estaba haciendo un esfuerzo por entenderla, por comprender porqué se comportaba de esa manera. Ella era extranjera en un país extraño, era joven, algo atractiva (bueno de hecho MUY atractiva) y también una dotada. Quizás eran esos aspectos lo que la llevaron a pensar que poseía cierta afinidad con él. Entonces recordó que su madre también había muerto siendo ella una pequeña niña y eso le ayudó a su vez a identificarse con ella. Eso era bueno, pues demostraba que lograba progresos. Luego rememoró aquella extraña visión alucinante que había sufrido meses atrás en la cabina de su Evangelion, donde se le revelaba de alguna manera simbólica algop que tenía que ver con la muchacha, y quizás con el mundo entero. No sabía mucho al respecto y hasta ese momento no había ahondado tanto en el mensaje oculto tras esa revelación. El contexto donde se desarrollaba la apocalíptica visión aún permanecía oculto, pero la intención era clara: parecía una especie de advertencia, quizás para que procurara ayudar en lo posible a la chiquilla o algo por el estilo. También parecía estar muy interesada en llamar su atención, en todo momento, por alguna extraña razón, pero ¿porqué? Lo pensó por un tiempo, dándole vueltas al asunto hasta que pareció dar con la respuesta. ¡Y pensar que él se mofaba de saber todo de las mujeres, y pasar por alto algo así, que ahora le parecía tan obvio!


    Y entonces volvió a notar algo que había pasado desapercibido durante todo ese tiempo: la migraña ya no estaba. Simplemente se había desvanecido, sin dejar secuela alguna detrás de sí. Era increíble imaginarse que apenas hace una hora sentía que su cerebro estallaría en pedazos y ahora no le dolía más la cabeza. La sentía completamente despejada, sin las brumas de la rabia cubriéndola por completo. De hecho, se sentía en profundo sosiego como hacía tiempo no estaba. Rió como había dejado de hacerlo días atrás. Se sentía mejor que nunca. Por fin podía pensar con claridad. Ahora estaba seguro de lo que tenía que hacer. En primer lugar tenía que volver a su hogar, con las personas que amaba, antes de que fuera muy tarde.


    Llovía, como en un típico día de verano, por lo que el clima impidió apreciar el crepúsculo, cubierto por las nubes cargadas de agua. A pesar de que la lluvia no era muy fuerte ni violenta, sí era insistente. La cantidad de agua caía constantemente y a un ritmo regular. Llevaba así ya una hora y media y daba la impresión que no iba a cesar pronto.

    Misato miró por la ventana del balcón, que alcanzaba a reflejar un poco su rostro mortificado, cuya angustia iba en aumento en cada momento. El reloj daba las nueve y media de la noche. Asuka estaba empacando y no faltaba mucho para que acabara y Kai no había llegado en todo el día, ni siquiera había llamado. Comenzó a preocuparse como cualquier madre consciente lo haría, y a imaginar todo tipo de cosas raras. Acaso lo habían asaltado. Se había resbalado con el asfalto mojado y pegado en la cabeza, y en esos precisos momentos estaba desmayado, tendido bajo la inclemente lluvia. O a lo mejor lo habrían secuestrado, en cualquier momento llamarían para pedir rescate. Estaría pasando hambre, estaría pasando frío.

    Trataba por todos los medios posibles de alejar aquellas ideas de su cabeza, pero su mismo amor se lo impedía. Deseaba verlo, tenerlo a la mano, asegurarse de que estaba a salvo y entonces darle un buen jalón de orejas. Tener que venir a preocuparla así a ella, a ella que le había dado todo, y después de todo lo que había sucedido en ese día. Muchachito necio y desconsiderado. Quizás no llegaba a casa precisamente por el temor al castigo. No, eso sí que sonaba bastante ridículo. Pero, ¿y si fuera cierto? Tal vez lo habían mandado a los calabozos en el cuartel, en esos instantes lo estarían golpeando, torturándolo. No, eso no podía ser, puesto que ya había telefoneado allí y le habían jurado y perjurado que el muchacho ya había salido de allí. Estaba en los registros. ¿Qué tal si le habían mentido? Su pequeño estaría sufriendo en ese mismo momento y ella allí, tan campante. Debería hablarle a Ritsuko… no, a Rikko no… sería mejor a Kaji, para que lo ayudara a buscarlo… podría soportar todos sus atrevimientos, si era capaz de encontrarlo. No, mejor no precipitarse. Debía esperar, en cualquier segundo podría llegar ó llamar, para avisar que estaba bien y en donde se encontraba.


    Shinji la observaba atentamente ir y venir por todo el departamento, inquieta y con el corazón en la boca de la preocupación. Fingía observar desinteresadamente la tele, pero en realidad no era así. En ocasiones como ésa se sentía tan inútil. Asuka estaba empacando, encerrada en su habitación, gimoteando de vez en cuando, y Misato tan afligida sin saber qué hacer. ¿Cómo podría ayudar él en algo para mejorar la situación? No se le ocurría gran cosa. Podría preparar la cena, pero ¿de qué serviría? De seguro nadie la comería.

    ¿Porqué era Kai tan desatento? ¿Qué no se percataba del daño que producía en la casa con su actitud tan inflexible? Parecía que le gustaba hacer sufrir a la gente a la que le importaba. Ni siquiera se había dignado a hacer una llamada, para decirles sus planes o donde iba a estar. Por lo menos, cuando él escapó había dejado una nota de despedida donde especificaba todo eso. Rivera ni siquiera se tomó la molestia. No se le ocurrió pensar en los demás.


    La joven alemana, encerrada en su habitación, reprimiendo como podía las lágrimas, seguía guardando sus numerosas pertenencias en sus muchas maletas y cajas. Aún le faltaba la mitad de su guardarropa, y al ritmo que iba, no alcanzaría a terminar para la medianoche. Recorría el cuarto, buscando espacio vacío en cajas o viendo por alguna prenda perdida, de repente el sentimiento se apoderaba de ella y se arrodillaba al borde de la cama para ponerse a lloriquear, luego se reprendía a sí misma y se enjuagaba el llanto e incluso los mocos con la prenda que tuviera en sus manos en ese momento, para tirarla al piso y seguir su deambular.

    Se daba cuenta que había ingresado a un ambiente extraño y había roto el tan delicado y preciado equilibrio entre los integrantes de esa familia disfuncional, y ahora no sabía como reparar el daño causado.


    —Será mejor que vaya a buscarlo— pronunció al fin Misato, tomando su chamarra roja del clóset y las llaves del carro de su tocador.

    Estaba por abrir la puerta del departamento cuando de repente ésta se abrió por fuera, y pudo toparse cara a cara con un empapado Kai. Ambos se sobresaltaron, pero al cabo de un momento se repusieron de la sorpresa. Ninguno dijo palabra alguna. La mujer lo inquiría con la mirada mientras que el muchacho continuaba goteando en el recibidor, observándola también atentamente a través de sus pupilas esmeraldas.

    Había algo diferente en esa mirada. No, más bien era que había regresado a la normalidad. El malhumor había sido desterrado de sus confines y nuevamente privaba una calma acogedora, reconfortante. Por fin, luego de unos instantes de vacilación, el chiquillo le sonrió, feliz de estar de regreso.

    —Ya vine— dijo en tono de chanza cuando saludaba a su tutora con un cálido beso en la frente y se abría paso al interior.

    —Kai… pero… ¿qué diablos…? Es decir… ¿dónde…?— mascullaba la capitana, confundida, siguiéndole los pasos al infante.

    —Lamento mucho la tardanza. Tenía bastantes asuntos pendientes y otro tanto en qué pensar. Pero ya todo está bien, y estoy aquí— se excusó, sin dejar de caminar, apreciando todo lo que estaba dentro de su hogar como si fuera la primera vez que lo viera —Shinji, camarada, ¿qué hay de cenar? ¡Me muero de hambre!

    —Pues… nada. No creí que alguien quisiera comer esta noche. Pero si quieres yo… — Ikari se quiso levantar de su asiento, igualmente desconcertado por la repentina transformación del carácter de Rivera. Sí, así era como se comportaba regularmente, con un furor entusiasta que rayaba en lo grosero. ¿Qué lo habría hecho recobrar el ánimo tan de súbito?

    —¡No! No hay ningún problema, socio, ahorita yo me caliento un ramen instantáneo— lo disuadió su compañero, deteniéndose frente a la puerta del cuarto de Langley —Pero antes… hay algo que debo arreglar.

    —¿Qué pretendes?— lo interrogaron sus dos acompañantes casi al mismo tiempo, espantados por sus intenciones. Después, Misato atinó a decir por su cuenta —¿No se te hace que ya fue suficiente por hoy? ¡Déjalo por la paz! Mañana ella se irá y entonces…

    —No. Tiene que ser hoy— sentenció el jovenzuelo —Despreocúpense, todo saldrá bien. Sólo quiero hablar con Asuka, nada más.


    Ya no quiso escuchar más razones. Cerró la puerta a sus espaldas, introduciéndose a la habitación. En cuanto lo vio entrar, la joven europea retrocedió unos pasos atrás, alarmada por su presencia. Verlo era lo último que esperaba en ese momento. Ya estaba por lanzarle un muñeco de felpa cuando Rivera se adelantó, levantando los brazos en señal de rendición:

    —¡Espera! ¡Aguarda un minuto, no vine a pelear, en serio! ¡Quiero que hablemos, por favor no me golpees! Vengo en son de paz.

    La jovencita no le respondió. Se limitó a observarlo, atónita, guardando una distancia prudente entre los dos. Volvió a retroceder otro poco, hasta que se encontró con la esquina de la recámara.

    Kai se daba cuenta perfectamente que la chiquilla rubia le rehuía, atemorizada. Era comprensible, pero también hacía todo ese asunto más difícil de lo que se esperaba. El muchacho permaneció de pie en su lugar, mojando la alfombra de la habitación, sin saber exactamente qué hacer o qué decir. Carraspeó un poco, nervioso, antes de hablar. Las manos le sudaban copiosamente y tenía la vista clavada en el piso y en el charco que estaba haciendo. Definitivamente, aquello era mucho más difícil de lo que creía en un principio.

    —Eh… tú… ¿acaso planeas irte?— le preguntó, al observar las valijas en la cama —No es necesario que lo hagas… en serio, no tienes porqué irte. No tengo ningún problema en que te quedes. Si alguien debiera irse aquí, ese sería yo. Verás, a veces estas cosas sólo pasan, así nomás. Nos hicimos de palabras, los ánimos se encendieron, yo enloquecí y tú tuviste que defenderte... fue una estupidez de mi parte, sin justificación alguna, y por culpa mía puidiste salir lastimada... así que... lo menos que puedo hacer es darte la cara y venir frente a ti, en persona, a reconocer mi error y pedirte disculpas.

    La muchachita alemana no quería escuchar de excusas, y así lo dio a entender cuando se dio la media vuelta, mirando hacia la pared y dándole la espalda. Oprimió contra su pecho con ambos brazos a la lagartija de peluche que sostenía, cerrando los ojos.

    —Mira, siento que las cosas entre tú y yo hayan ido tan mal desde que llegaste a Japón… bueno, está bien, desde que te conocí…— insistió el joven mestizo ante la negativa de Langley de entablar una conversación —Fui demasiado individualista todo este tiempo, al quedarme sólo con mi versión de los hechos sin pensar en tus necesidades o en tu lado de la historia. Es que no estoy muy acostumbrado a tratar con personas como tú. Misato y yo… ya nos conoces, nos hablamos el uno al otro sin ninguna formalidad y decimos todo directo al grano, sin empachos. Así que soy un inútil cuando de sutilezas se trata.

    La jovencita rubia siguió inmóvil en su sitio. El muchacho volvió a persistir.

    —Si en algo sirve decirlo: no disfruté en algo golpearte. Tal vez al principio sí, pero es como cuando bebes en exceso, tú verás: al principio te sientes lo máximo, pero cuando estás vomitando con la cabeza metida en el inodoro, y a la mañana siguiente tienes que lidiar con la resaca, no puedes dejar de arrepentirte por la estupidez que cometiste. Ahorita me siento precisamente de esa manera…¡Es en serio! Sé que no me crees, pero te aseguro que me arrepiento mucho de haberte hecho daño. Estos últimos días... han sido como una pesadilla para mí, no me sentía como yo mismo. Ahora es diferente, siento que he despertado, veo las cosas con más claridad y sé que me equivoqué... y a lo grande. Por eso quiero disculparme contigo de todo corazón, aunque... aunque quizás no tenga derecho a pedir tu perdón. No después de todo lo que te he hecho, durante tanto tiempo. Hasta ahora puedo darme cuenta que te he juzgado mal, y que permití que una mala primera impresión me impidiera todos estos años ver la persona determinada y valiente que en realidad eres. Y es que, para serte sincero, ¡pocas personas me han pateado el trasero de la forma que tú lo hiciste! Probablemente era lo que hacía falta para percatarme que he estado haciendo contigo lo que muchos otros me han hecho a mí: etiquetarte de hueca y arrogante, sin tomarme la molestia de llegar a conocerte. Pero... tal vez, si ambos lo permitimos... aún no sea tarde para eso. Quiero decir, comenzar de nuevo, conocernos tal como somos, sin poses ni alardeos. Estoy seguro que si ambos ponemos de nuestra parte, nuestras semejanzas pesarán mucho más que nuestras diferencias y entonces por fin podremos entendernos, tú yo... no es que piense que será algo fácil, seguro tendremos nuestras dificultades en el camino. Pero estoy dispuesto a aventurarme, por que sé que todo ese esfuerzo bien vale la pena... por alguien como tú...

    Asuka no hacía caso, o pretendía no hacerlo, siguiendo con la mirada fija en la pared.

    Ante tal circunstancia, sólo quedaba una alternativa para que la joven comprendiera que sus pretensiones eran honestas. Con un hondo suspiro de resignación, se arrodilló completamente en el piso, poniendo las dos manos y la frente sobre del suelo.

    —¡Por favor, perdóname! Tú sabes lo difícil que es para mí hacer esto, ¿acaso no basta para que creas en mis palabras? Pero si es lo que tengo que hacer con tal de que me des tu perdón, eso haré.

    La muchacha lo observó de reojo, sorprendida. Realmente lo estaba haciendo. ¡Se estaba postrando ante ella! Era increíble, nunca hubiera podido creerlo. Y la forma en la que hablaba, se escuchaba tan convincente, como si de veras estuviera arrepentido de lo que hizo. Comenzaba a conocer el verdadero aspecto de su carácter, aquél que le mostraba a todo mundo, menos a ella. ¿Qué clase de cambio habría operado en él en tan poco tiempo? Al final cedió, derrumbándose su obstinación y sincerándose a la vez.

    —¡No! No es necesario que te arrodilles— volteó de repente, conmocionada —¡Anda, levántate, que no quiero verte así! Lo siento, pero no puedo perdonarte, por lo menos no en este momento. Mira, es sólo que estoy muy desconcertada todavía. Pasaron muchas cosas en tan poco tiempo. Lo único que quiero hacer es sentarme, descansar y meditar. Así que déjame sola, ¿de acuerdo? Creo que mañana tendré la cabeza más despejada y podré pensar las cosas mejor.

    —¿Significa que te quedarás?— preguntó Rivera, aún el piso.

    —Sólo por esta noche— contestó Langley, quitando todo lo que estaba sobre su cama para poder acostarse —Después, ya veremos…

    —Bueno, si así lo quieres— dijo el chiquillo, poniéndose de pie y encaminándose hacia la puerta de la habitación.

    —Yo…— murmuró Asuka, encogiéndose en sí misma —También quería decirte... personalmente... que lamento lo que dije… de tu mamá… lo siento mucho…

    —Gracias— contestó Rivera, sonriéndole de manera amistosa, para luego cerrar la puerta y salir del cuarto.


    Mientras hurgaba el refrigerador en busca de sustento, Kai se topó con un recipiente rectangular que no se encontraba allí antes. Misato aguardaba sentada en la mesa del comedor, expectante a la reacción del infante. Éste, con manos temblorosas alcanzó el recipiente y lo colocó sobre la pequeña mesa que había en la cocina. Al mero tacto podía adivinar su contenido; peso, forma, tamaño, todo concordaba: era un pastel. Volvió la vista hacia el reloj colgado en la pared. Todavía no daba la medianoche. Aún era su cumpleaños.

    —Esto… esto es…— no atinaba a encontrar las palabras que le permitieran transmitir el cúmulo de emociones que le llegaban, conmocionado por la impresión.

    Abrió la caja para constatar la presencia de un pastel de buen tamaño en el interior de ésta, con la leyenda de “Feliz cumpleaños” inscrita en su borde superior con merengue color rojo. Era su sabor favorito: zanahoria. Se sintió todavía más miserable al observarlo, más cuando la mujer fue a apostarse a su lado y Shinji observaba curioso de una manera un tanto disimulada desde el comedor.

    —Fui a comprarlo esta mañana— confesó la beldad de cabello negro —Pensaba que por ser tus quince y por tener huéspedes, en esta ocasión podríamos romper la regla y celebrarlos este mismo día… pero entonces sucedió todo aquello…

    El infante la observó por unos segundos, anonado. “Tan incapaces de comprender los sentimientos de nuestros semejantes. Muchas veces somos nosotros los que lastimamos a la gente que nos quiere. Son ellos los que sufren por nuestros errores” pensó al recordar lo que le acababa de decir aquel peculiar sujeto apenas unas horas antes. Y sin más rodeos, se lanzó a los brazos de la mujer, en un gesto que demostró ser mucho más elocuente que las propias palabras.

    —¡Gracias! Muchas gracias— pronunció, temblando en su regazo —Lamento haber sido tan imbécil… Misato, Shinji, lo siento… no quise causarles tantas preocupaciones.

    —No digas eso— le contestó la japonesa, igualmente conmovida, aferrándose a su protegido como a la vida misma —Lo importante es que ya estás aquí… lo que importa es que ya estás bien. Mañana será otro día, habrá bastante tiempo para festejar.


    Por su parte, Ikari vigilaba el espectáculo, expectante por cualquier cosa que pudiera suceder. De por sí había sido una jornada bastante ajetreada, no quería perderse ya de detalle alguno. Aunque fuera por alfileres, aquél intento de familia del cual formaba parte se mantenía firme ante la adversidad, en gran parte gracias a sus dos miembros originales que luchaban a toda costa por mantenerse unidos. Empezaba a entender los fuertes lazos que había entre aquellas personas, pese a lo que pensara Misato. Ahora sabía de donde era que sacaban las fuerzas necesarias para seguir adelante. En esa era tan confusa y turbulenta, se trataban de seres excepcionales, que aún contaban el uno con el otro, y a su vez se sentía afortunado de pertenecer a dicho círculo. Pero a la vez, sentía un poco de envidia al apreciar los estrechos vínculos que existían entre la mujer y su compañero, al hallarse ausente por completo de su vida una relación semejante con otra persona. ¿Quién sabe? Quizás de haberla tenido a su lado hubiera podido crecer tan fuerte y confiado como Kai.


    Todos ellos continuaban de tal manera, enfrascados cada quien en su drama personal, con sus propios anhelos y propósitos, ignorantes que tiempos oscuros se avecinaban, aproximándose como una amenazadora tormenta que se aprecia a lo lejos, en el escarpado horizonte, y que aquél momento se convertiría en uno de sus más preciados recuerdos, cuando el sosiego y toda esperanza se hubiera ido ya de sus vidas.
     
    Última edición: 8 Julio 2014
  20.  
    Gus Rojinegro

    Gus Rojinegro Iniciado

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    El Proyecto Eva
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    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    28
     
    Palabras:
    24932
    Capítulo Quince: "Tinieblas"

    “...


    They say that I must learn to kill before I can feel safe

    but I, I’d rather kill myself than turn into their slave

    and sometimes I feel that I should go and play with the thunder

    cause somehow I just don’t wanna stay and wait for a wonder...


    I’ve been watching, I’ve been waiting in the shadows for my time

    I’ve been searching, I’ve been living for tomorrows all my life...

    In the shadows... In the shadows...”



    The Rasmus

    “In the shadows”

    En algún lugar en el tiempo, una reunión profana se llevaba a cabo. ¿Cuál era la localización de aquél sitio? Imposible determinarlo a primera vista. La ausencia de una sola rendija por la que se pudiera escabullir mantenía a la luz desterrada de ese lugar. Todo era oscuridad, por lo que también resultaba difícil suponer siquiera el acomodo y las dimensiones del sitio.

    Únicamente se destacaban de la negrura seis grupos de letras rojas, sobre lo que parecían ser un igual número de monitores distribuidos en una hilera de dos, una de tres y al centro se colocaba probablemente el líder de ese extraño grupo, aunque dicha creencia sólo se podía basar en corazonadas y no en pruebas.

    “SOUND ONLY” se leía en inglés en cada una de las pantallas, con su respectivo numeral por encima de aquella leyenda. Al parecer, los asistentes a la reunión eran demasiado tímidos como para presentarse en persona, o por lo menos dejar su rostro al descubierto; o quizás aquella era una sociedad tan exclusiva y secreta que ni los mismos miembros conocían las identidades de sus compañeros.

    —Caballeros, hasta ahora todo va de acuerdo a lo planeado— pronunciaba el número 1 con su voz cavernosa, haciendo las veces de moderador —Sin embargo, existen dos variantes que no habíamos contemplado en un principio y que pueden alterar los planes de forma drástica si es que lo permitimos.

    —Adán y el Evangelion Unidad Z— atajó el 5, adivinando las palabras de su compañero.

    —Lilith es indispensable para nuestros propósitos, pero la presencia de Adán es un factor de riesgo innecesario— completó el número 2. Quedaba claro que a aquellas personas les aficionaba el terminar las frases de los otros.

    —Si los rumores de nuestras fuentes son ciertos, si el gigante de luz continúa sobre este mundo, debemos eliminarlo inmediatamente— arguyó el 6, sin querer quedarse atrás —Con él aquí, quién sabe lo que podría pasar con la Tierra.

    —En todo caso, también debemos apurarnos a tomar partido sobre el asunto del Eva Z. Considero que su intervención es igual de peligrosa que la del Primer Ángel— finalmente intervino el 3, que hasta entonces había permanecido expectante.

    —Inclusive más, me aventuraría a decir— terminó el número 4, el último que restaba por tomar parte en la conversación —Ya que su presencia es un hecho, y el problema que representa es bastante real.

    —No puedo creer que ese estúpido de Ikari permitiera la creación de semejante monstruo en sus propias narices.

    —Tal vez porque, como yo, vio la oportunidad de utilizar todo ese poder en beneficio propio— contestó el número 1 al comentario del 6 —En realidad, no pienso que por el momento atender esa problemática sea tan apremiante. Podemos aprovechar el poderío de Zeta en ventaja nuestra, pues él puede hacer más sencilla la labor de destruir a los ángeles, pese a ser sólo un vano esfuerzo de las Naciones Unidas de convencerse de que aún tienen el control de la operación; Schroëder jugó muy bien sus cartas con dicho proyecto.

    —Concuerdo con esa teoría: por el momento Z servirá a nuestros propósitos— apoyó el número 2 —En estos momentos debemos confirmar qué tanto de lo que los espías nos han informado es verdad.

    —Así es. Tenemos que averiguar cuanto antes si es cierto que Gendo Ikari mantiene oculto a Adán dentro de las instalaciones de NERV— advirtió el 6 — De nada servirá preocuparnos en estos instantes de ese armatoste de hojalata.

    —¿Y cómo saber lo que queremos? ¿Introducimos a otro agente infiltrado a NERV?



    Entonces, algo se agita en la oscuridad. De la nada, una enorme figura comienza a tomar forma y emerger del plano para delinear una silueta no muy clara, pero con volumen. Si alguien más hubiera estado en la sala hubiera notado que la atmósfera se hacía rancia y electrizante. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? ¿Había estado en ese sitio desde un principio? Quién sabe. El pesado calzado que llevaba puesto la enorme figura de casi dos metros, que cruzaba el salón, retumbaba por todo el recinto. Una larga cabellera plateada empezaba a distinguirse con cierta claridad, así como unos fieros ojos que cortaban la penumbra, pues parecían tener luz propia.

    —Yo me haré cargo— pronunció el recién llegado con voz de trueno. Aquello no era una petición, sino una demanda, casi una orden.

    —¿Usted? Pero…— en el tono del número 3 podía percibirse cierto dejo de temor, intimidado ante la imponente figura.

    —La oportuna y reciente disminución de la flota de acorazados y portaaviones europeos me ha permitido instalar varias bases en diversos puntos del Mediterráneo, que me permitirán emprender el avance hacia el continente occidental— reveló el desconocido, para disipar las dudas de aquellos hombres —Desde cualquiera de esos puntos será relativamente sencillo intervenir en el sistema del Geofrente y obtener lo que queremos.

    —Que así sea, entonces— respondió el número 1, sin alterar el tono de su voz. Aparentemente, la presencia del extraño no lo alteraba ni un ápice —Lo dejamos en sus manos, Doctor. Haga lo que sea necesario y utilice todos los recursos disponibles para llevar a cabo su empresa. En lo que a mí respecta, caballeros, me atrevo a dar por concluida esta sesión. Esperemos a los resultados de la investigación que haga nuestro buen amigo, aquí presente.

    —De acuerdo— asintieron todos los demás integrantes, acatando las resoluciones de su líder y desconectándose casi al mismo tiempo.

    Sólo permaneció en aquél lugar ese sujeto, cuya mirada perforaba la más completa oscuridad, meditando en absoluto silencio y calma sobre el rumbo a seguir, rodeado de monitores apagados. En la negrura, sus blancos y firmes dientes brillaron al mostrarlos al momento de sonreír, en un gesto por demás macabro.



    La ciudad se había sumido en un periodo de cierta paz que se estaba prolongando para beneplácito de sus habitantes. Era ya el mes de Septiembre, 19 de Septiembre, para ser exactos. Hacía unas dos semanas que las clases habían comenzado, casi un mes desde la última vez que alguna zona de la ciudad hubo de ser evacuada y unos dos meses que ningún monstruo gigante asomaba sus fauces por allí.

    La gente ya se estaba malacostumbrando al sosiego, incluso había quien empezaba a pensar que Tokio 3 era un lugar pacífico y placentero para residir. Esto se hacía evidente al dar un vistazo a sus calles, que comenzaban a presentar indicios de actividad propia de una urbe de tales proporciones. Había un poco más de tráfico, tanto de carros como de gente, sobre todo en el centro. Más comercios se propagaban por la ciudad y abrían sus puertas a la clientela. Los edificios habitacionales se estaban ocupando. Y los niños jugueteaban alegremente por las calles, sin ninguna preocupación en mente, sin temor alguno que se asomara por el horizonte. Sólo la vida, la buena vida que debía ser disfrutada mientras se pudiera.



    Dos pequeños párvulos, ataviados en uniforme escolar, pasaron a un lado de Shigeru, rozándolo al momento en que corrían alborozados uno tras de otro en medio de risas entrecortadas; el que iba a la cabeza llevaba fuertemente sujeto en su mano derecha un cordón, en cuyo extremo estaba atado un globo con helio.

    Aoba fijó su atención en ellos, por unos instantes, mientras recogía de la máquina expendedora su refresco enlatado. Esbozó una ligera sonrisa, enternecido por la escena.

    —¡Vamos, ya es mi turno! ¡Préstamelo!

    —¡Sólo si me alcanzas primero, tortuga!

    Los pequeñines, con las mochilas en sus espaldas, sus pantalones cortos, su delantal y gorrito de marino sobre la cabeza se perdieron de vista a las dos cuadras. El joven técnico de NERV recogió su largo cabello y lo hizo retroceder, al tiempo que ingresaba a la lavandería a sus espaldas.

    Iba de civil, ataviado con camiseta blanca de algodón, sin ningún tipo de imagen en ella, pantalones de mezclilla azules, botas y un chaleco negro sin mangas. Además de que en sus espaldas llevaba cargando el estuche donde estaba guardada su guitarra eléctrica. Ahora tenía más tiempo que nunca para practicar sus habilidades, debido a la calma incierta que reinaba en la metrópoli; aparte, no podía darse el lujo de quedarse a la zaga, sobre todo cuando ese desgraciado de Kai había mejorado tanto en su manejo del instrumento. Por alguna extraña razón, de un día para otro fue capaz de tocar “Imagine” como si de un Beatle se tratara.



    La paz que se había adueñado de la ciudad también ocasionaba estragos en el personal de NERV, provocando un cierto estado de relajación en casi todos los empleados. De hecho, desde aquella pelea entre los pilotos de las Unidades 02 y Z, ningún incidente de relevancia había acontecido en el Cuartel General. Tal situación provocaba que el personal se distrajera con algunas tareas calificadas como “de menor relevancia”, mientras que los días transcurrían sin traer nada nuevo, aunque siempre con el reflejo predispuesto de aguardar a cualquier circunstancia.

    —Vaya, lavar la ropa afuera resulta muy caro— resoplaba la Doctora Akagi en el interior de la lavandería, percatándose del costo total de una carga de dos lavadoras y una secadora, al mismo tiempo que sacaba sus prendas del artefacto, las doblaba e introducía en una bolsa hermética.

    —Sí que lo es— asintió Maya a un lado suyo, afanada igualmente en la misma tarea —Me gustaría mucho tener tiempo de poder lavarla en casa, doctora.

    Ambas también iban vestidas en ropa de civil. Ritsuko llevaba puesta una blusa rosa de mangas cortas, pantaloncillos blancos que le llegaban a la rodilla y unas sandalias, que aunque cómodas, no combinaban con su conjunto. Por su parte, Maya vestía aún de manera más confortable, con una amplia camiseta amarilla, estampada, que dejaba todo a la imaginación, así como unos shorts deportivos negros y unos tenis blancos calzando sus pies.

    —Ah, podría ser peor— comentó Shigeru cuando entraba (había salido cuando las dos mujeres empezaron a sacar a relucir las prendas íntimas) y extendía un par de latas con soda a sus acompañantes —Por lo menos aún podemos ir a dormir ahí.



    Los dos técnicos, Shigeru y Maya, además de ser colegas, eran amigos muy íntimos. Solían pasar gran parte del tiempo juntos y salir a distintos lugares de esparcimiento, lo que en muchas ocasiones se prestaba a mal interpretaciones que llevaban a pensar a todos aquellos que en verdad no conocían a Ibuki que los dos eran pareja romántica; así cómo a Allison, la novia de Aoba, que casi enloquecía de los celos.

    Ambos habían ido a lavar su ropa, aprovechando uno de los descansos en el trabajo, y por casualidad se habían topado en la lavandería con la Doctora Akagi.



    A decir verdad, parecía que al personal del Geofrente le estaba dando por tomar una pose mucho más relajada, pues el grupo también se encontró en el metro al segundo al mando, Kozoh Fuyutski, quien leía el rotativo matutino quitado de la pena, con la pierna cruzada y cómodamente instalado en uno de los asientos del vagón.

    —Subcomandante Fuyutski— pronunció Ritsuko con cierta familiaridad, asomándose por encima de su bolsa de lavandería —Qué sorpresa encontrarlo aquí.

    Los oficiales de menor rango prefirieron no descuidar las formas y los dos saludaron en tono marcial casi al mismo tiempo, cuadrándose por mero reflejo:

    —¡Buenos días, señor!

    A su vez, Fuyutski miró con desdén a los recién llegados por encima de su periódico, frunciendo el ceño y refunfuñando tal cual lo haría un anciano malhumorado, para después mascullar entre dientes:

    —¿Qué tienen de buenos?— y luego sumergirse de nuevo en el diario, en cuya primera plana anunciaban las ya próximas elecciones para el Concejo Ciudadano.

    Enseguida la rubia fue a sentarse como si nada a lado del viejo, mientras que sus acompañantes, intimidados por su presencia optaron por quedarse de pie, en señal de respeto más que otra cosa.

    —Se deja usted mostrar más temprano de lo acostumbrado— observó la científica, en tono cargado con un poco de ironía.

    —Me dirijo al centro en representación del comandante— confesó con tal de que aquella mujer lo dejara leer en paz.

    —Ya veo. La junta del Comité es ahora, si no me equivoco, ¿cierto?

    —Es un desperdicio de tiempo— escupió el viejo con sumo desprecio —Ese Ikari siempre me relega los asuntos sin importancia; aunque a decir verdad, no sabría como sobrellevarlos sin la ayuda de MAGI.

    —Así que las elecciones para el Concejo Ciudadano están próximas— señaló Akagi, leyendo las letras grandes en el periódico, sin saber la gran cosa acerca de ese asunto. En realidad, al igual que el subcomandante, no prestaba mucha atención a esas trivialidades, pues sabía de antemano quién era el que en realidad llevaba la batuta en esa ciudad.

    —Sabes bien que eso es una fachada— la reprochó el anciano, agotada su paciencia —Quien en verdad está a cargo de esta ciudad es MAGI.

    —¿Nuestras tres súper computadoras?— exclamó Maya, asombrada.

    —Así es— asintió Kozoh, resignado a la compañía por lo que le quedaba del viaje, guardando la prensa —Las tres computadoras deliberan entre sí y deciden por mayoría. De esta manera se siguen exactamente los fundamentos del sistema democrático.

    —Entonces, ¿el Concejo solamente se guía por las decisiones de MAGI?

    —Eso es correcto. Hasta ahora ha demostrado ser una forma muy efectiva de gobierno, y minimiza los gastos.

    —La ciencia sostiene por completo a esta ciudad— notó Ibuki, con aire soñador —Vivimos en una época en la que la ciencia lo es todo.

    —Y yo que fui a votar— se lamentó Shigeru, olvidando las formalidades y recargándose en la asidera.

    —Por cierto— pronunció Fuyutski, dirigiéndose a la mujer a su lado —Me parece que ahora tienen programado un experimento en la Unidad Cero, ¿no es así?

    —Efectivamente— corroboró la oficial, despreocupada —El segundo experimento para extender su período de activación se llevará a cabo el día de hoy a las 10: 30 de la mañana.

    —Hum, espero recibir buenas noticias— murmuró el viejo, para luego taparse su apergaminado rostro con el diario, reanudando su lectura.



    Claro, que más hubieran querido Akagi y todo su equipo de colaboradores sino entregar buenas cuentas a la comandancia sobre las pruebas que estaban efectuando a encargo expedito del mismo Gendo Ikari. Sólo que a veces las circunstancias, como ocurrió en este caso, no permiten cumplir con lo planeado en el tiempo requerido. Esta situación se acrecentaba aún más al tener como material de trabajo a un Eva tan caprichoso como lo era Cero, que oponía siempre todo tipo de resistencia a colaborar con sus creadores.

    La señal de “Emergencia” que surgía en los paneles de la estación, con sus tonos estridentes y sus luces amarillas y rojas, ya comenzaba a sonar monótona, a unas cuantas horas de haber empezado el experimento; el cual, por cierto, realizaban sin la presencia de la piloto.

    —¡Aborten la prueba!— ordenó Ritsuko, con continente cansado —¡Apaguen los circuitos! ¡Y de una vez, esa desgraciada alarma también!

    —Circuitos apagados— indicó Maya, al tiempo que el hangar donde se encontraba de pie la Unidad 00 se ponía a oscuras.

    —Energía restablecida— anunció otro oficial técnico, a la vez que las luces exteriores volvían a encenderse.

    —Hay un problema, tal y como me lo suponía— notó la mujer rubia, al observar su panel de control.

    — Es verdad— corroboró Maya, al comprobar los datos —La eficiencia de conversión está al 0. 0008 por ciento debajo de lo estimado.

    —Está exactamente en el punto de tolerancia. ¿Qué es lo que haremos ahora, Doctora?— preguntó un joven técnico de bajo rango, como su uniforme color naranja lo indicaba.

    —Bajen la conversión recíproca al 0.001 por ciento e inténtenlo de nuevo.

    —De acuerdo— asintió todo el personal presente, desde sus puestos de trabajo, en su mayoría parte del equipo de oficiales técnicos a las órdenes de Ritsuko.

    —Muy bien, empecemos con esto… de nuevo— pronunció con cierto hastío la científica.

    Y mientras sus subordinados ponían manos a la obra cuanto antes, Akagi se dio el lujo de sumergirse en sus propias reflexiones, cruzándose de brazos cuando observaba por el grueso cristal frente a ella al monstruo azul que se erguía en toda su extensión allá afuera. ¿Qué era lo que en realidad estaban haciendo allí? Oficialmente, intentar prolongar el período de activación del Prototipo sin el cable umbilical. Sin embargo, la doctora no era ninguna neófita, ni mucho menos ingenua, para no suponer que la ausencia de la piloto obedeciera a un propósito, el verdadero de ese inusual experimento que llevaban a cabo en esos momentos: el comandante estaba tratando de poder activar los Evangelion prescindiendo por completo de los pilotos. ¿Porqué y para qué? De eso no estaba segura, pero una cosa era cierta: No era por la seguridad de los niños que tenían que tripular a aquellas bestias mecánicas.

    Existía la posibilidad de que se tratara de una medida desesperada para mantenerse bien parado en el Consejo de Naciones, una vez que el plan de la producción de más Unidades Especiales para el Combate, a cargo de Kai Katsuragi, estaba ya puesto en marcha. Si el experimento tuviera éxito, el encontrar pilotos ya no sería ningún obstáculo y esa ventaja superaría incluso al ambicioso proyecto que tenía entre manos ese mocoso endemoniado.

    Quizás en parte se debiera a eso, pero conocía bastante bien a Gendo como para presentir que había un motivo oculto en su proceder. Algo aún más allá de la enorme comodidad que supondría el poder operar a los Eva casi a control remoto.

    De nuevo la alerta irrumpió en la sala con estrépito, con sus luces rojas intermitentes.

    —¡Les dije que apagaran esa porquería!— rugió Akagi, reincorporándose de lleno a la investigación.



    —¡Misato!— Kaji corría desesperadamente por el corredor, en cuyo final estaba el ascensor que toda costa quería alcanzar —¡Por favor, espérame! ¡Misato, haz que se detenga!

    La mujer en el interior del elevador pretendió hacer oídos sordos, ignorando las súplicas del pobre hombre que corría hacia el artefacto como alma que lleva el diablo. Las puertas estaban por cerrarse justo en su cara, cuando en cuanto apenas alcanzó a detener el movimiento, poniendo la mano sobre el sensor, lo cual permitió retrasarlo sólo un poco, el tiempo suficiente para introducirse en él pese al evidente enojo de la Capitana Katsuragi.

    —Uf, un poco más y no lo lograba— comentó el hombre, recuperando el aliento, una vez que el artefacto se puso en movimiento —Bueno, a decir verdad, tú también te ves de malas el día de hoy, querida Misato.

    —Sí, y eso es porque tuve la desgracia de toparme contigo— masculló la susodicha, cuando se cruzaba de brazos y se recargaba sobre una de las paredes.

    Ryoji continuó de pie en su sitio, tan largo como era y con esa imborrable sonrisa socarrona que le caracterizaba y que tanto enfurecía a la militar, no obstante que antaño ese era uno de los detalles que tanto le atraían de él. Aquellos dos tenían mucha historia juntos, aunque no quisieran admitirlo directamente. A fuerza de ser sinceros, ambos entrañaban con cierta melancolía y añoranza aquellos días mágicos en los que sólo estaban ellos dos, y el camino libre por delante. Eran como el viento, con la libertad de ir a donde les placiera, hasta que el deber, las obligaciones de una vida atareada los encadenaron. Pero sobre todo, el tener que cuidar a un infante de apenas cuatro años de edad fue lo que se interpuso entre ellos.

    Repentinamente el ascensor empezó a vacilar, sin estar muy seguro de querer llegar a su destino, hasta que se detuvo completamente. Por mero acto reflejo los dos voltearon hacia el techo, sólo para atestiguar como las luces se apagaban y la energía de desvanecía por completo.

    —Vaya, una falla de energía— suspiró Kaji, resignándose a quedar atrapado en el reducido cubículo.

    —Es imposible que eso suceda— le respondió Katsuragi —Esto es algo muy extraño… ¿habrá sucedido algún accidente? ¿Ó no habrás tocado algún botón equivocado?

    —¿Yo? Para nada… quizás Ritsuko echó a perder algún experimento.



    —El sistema de energía principal no está operando. El voltaje marca cero— comunicó en el acto un técnico del equipo de Akagi, minutos después de que la oscuridad invadiera las instalaciones tan abruptamente.

    —No me vean así. Yo no hice nada— pareció disculparse la científica, cuando todo el personal volteó a verla como buscando una respuesta.



    La mano sostenía con dificultad el auricular, acalambrada y sudorosa. Había constituido un esfuerzo titánico el introducir la tarjeta con el crédito por la ranura del aparato y marcar en él el número deseado. Mientras que el aparato daba el tono de marcado, Shinji volvió la vista hacia el exterior de la apretujada cabina telefónica, hacia la acera de enfrente en donde Rei aguardaba pacientemente, con su misma actitud parsimoniosa y desinteresada de todos los días.

    —Muchas gracias por hablar a los cuarteles generales de NERV: “Con Dios en Su Cielo, todo está bien en el Mundo”— respondió la máquina contestadora con voz fría y mecánica, desde el otro lado de la línea —Si desea pedir informes acerca de nuestra organización, marque el 1, ahora… si desea comunicarse con nuestro departamento de quejas, marque en su teléfono el 2, ahora…

    El nerviosismo lo consumía, pero era preferible a tener que soportar un momento más la caminata hacia el cuartel en compañía de Kai y de Asuka. Resultaba repugnante apreciar como al cabo de apenas unas tres semanas su relación parecía mejorar día con día. Las conversaciones tan animadas que sostenían (de las que, por supuesto, era excluido), los jugueteos entre los dos, las miradas tan tiernas que se dirigían, el tono con el que a veces hablaban y se acercaban cada vez más al hacerlo… en una ocasión sus labios casi se rozan. Todo aquello resultaba un golpe muy fuerte para el joven Ikari, que impotente atestiguaba como una vez más volvían a hacerlo a un lado. Justo ahora, hace unos cuantos minutos, mientras los cuatro pilotos caminaban apaciblemente por la calle, de la escuela a sus sesiones de entrenamiento, Langley se tomó la suficiente confianza como para pasarse por encima del hombro el brazo de Rivera, y desde luego, éste no tuvo objeciones al respecto, olvidando convenientemente que días atrás lo único que deseaba era ahorcarla. En ese momento, los una vez rivales a muerte paseaban tranquilamente uno junto al otro, felices de la vida.

    —… si desea ser atendido por una de nuestras operadoras, espere en la línea, ó si por el contrario, conoce el número de extensión al que quiere llamar, marque asterisco, ahora…

    El muchacho marcó apuradamente la tecla que se le indicaba, temiendo permanecer esperando allí toda su adolescencia.

    De nuevo Shinji perdía la carrera por el corazón de una jovencita, debido en gran parte a su actitud timorata y al declararse a sí mismo incapaz de competir seriamente con su compañero para conquistar a Asuka. Así que pretendía eludir la realidad a toda costa, por lo que se las ingenió para excusarse de la compañía de los demás chicos, arguyendo que debía hacer una llamada telefónica. Para su desgracia (o buena fortuna, depende desde donde se le quiera ver) Ayanami se ofreció a esperarlo. Ayanami. Una vez más, miró hacia fuera, a donde ella se encontraba. Hasta ahora pensaba en ella. ¿Cómo se sentiría al ver a su ex novio con otra, enfrente de sus narices? Podría preguntárselo, pero en realidad no era capaz de armarse de tanto valor como para hacerlo tan abiertamente. Una cosa era segura: si aquella circunstancia le molestaba en algo, se lo guardaba muy bien, como lo hacía con el resto de sus sentimientos. En el trayecto no había pronunciado palabra, observándolos distraídamente, como si no estuvieran allí. Ni un gesto de molestia alguna, o inconformidad. Nada. Sólo su máscara habitual de frialdad y ausencia.

    Quizá no era tan malo, después de todo. Ya que Kai se había alejado totalmente de ella y disfrutaba de lo lindo con la alemana, eso le dejaba el camino despejado justo hasta con Rei, y hasta se había ahorrado la penosa tarea de decidir a cuál de las dos escoger, cuando las tenía a ambas más o menos al alcance.

    Además, ya tenía tiempo queriendo hacer esta llamada y…

    —Oficina de Gendo Ikari, ¿en qué podemos servirle?— contesto otra voz femenina, pero esta vez sí era una persona al habla.

    —Ah, buenos días… disculpe, habla Shinji Ikari… ¿podría decirme si el Comandante Ikari se encuentra en estos momentos?

    —Sí, espere, por favor. En un momento se lo comunico.

    El chiquillo tragó saliva, esperando de un momento a otro escuchar la voz gruesa de su padre por el auricular. Se frotó la mano empapada de sudor en su pantalón escolar, al tiempo que seguía esperando.

    —¿Qué es lo que quieres?

    —Ah… eh… yo…— comenzó a balbucear el infante, sorprendido por lo súbito de la pregunta, sin ninguna formalidad de por medio.

    La triste verdad era que, pese a todo lo que intentara, dijera o pensara a solas, confrontar a su padre seguía siendo bastante difícil para él, sino que imposible. Sentía un pavor paralizante con tan solo escuchar su voz.

    —Estoy muy ocupado, si quieres algo, dilo de una vez— terció de nuevo su progenitor, cada vez más impaciente.

    —Ah… b- bueno… ahora… en la escuela… nos pidieron que informáramos a nuestros padres… de una reunión vocacional que habría con los maestros… es un asunto sobre aprovechamiento académico y…

    —Es deber de la Capitana Katsuragi atender todo ese tipo de cuestiones, así que no te atrevas a volver a quitarme el tiempo con tus tonterías, ¿entendido?

    Y entonces la línea se cortó. No, para qué hacerse ilusiones, lo más probable es que hubiera colgado. Por su parte, Shinji hizo lo mismo, mirando cabizbajo la punta de sus zapatos tenis mientras retiraba su tarjeta de la máquina. Habían trascurrido ya casi seis meses desde que llegó a Tokio 3 y su objetivo primordial al ir a dicho lugar, la tan anhelada reunión con su padre, aún no se cumplía. Lo cierto es que él se esforzaba y se esforzaba en llamar su atención (tripular un monstruo mecánico sería un claro ejemplo de ello), en crear vínculos entre ellos, en acercársele, pero su padre siempre terminaba por hacerlo a un lado. Para él, sólo era un piloto Eva más, sin ningún mérito propio. Tan sólo una herramienta más para llevar a cabo sus propósitos.



    Más desmoralizado que antes de entrar, salió de la cabina, listo para reunirse con Ayanami, quien había estado esperando pacientemente todo ese tiempo. Su padre. Para él, era un perfecto desconocido. Una barrera imponente se alzaba entre ellos dos, y esa barrera había sido levantada por él, por él y su obsesión disparatada hacia el trabajo. Su figura, tan distante y extraña, era un impedimento para poder sincerarse con él y decirle lo que de veras pensaba. Resultaba impotente no poder dirigirse a alguien que supuestamente debería ser tan cercano, como aquél que se encargó de engendrarlo. Hablar con él, eso era lo que más quería en esos momentos. Una oportunidad de estar a solas y entonces desembarazarse de tantos pensamientos ocultos, tantas cosas enterradas entre los recuerdos de la infancia.

    Emprendieron de nuevo la marcha, él y Rei. Ella no le hizo pregunta alguna, limitándose a seguirlo mientras caminaba como en trance por la banqueta. Unos cuantos pasos después se detuvo, volteó a verla, como si apenas se percatara de su presencia y luego continuó con su andar. Fue Shinji el que preguntó en ese instante:

    —Ayanami, ¿de qué hablas siempre con mi padre?

    Más que un reclamo, la interrogante estaba cargada de una curiosidad insaciable, y así fue como lo entendió la jovencita, que, un tanto sorprendida, y aún a sabiendas de que no se debe responder una pregunta con otra, igualmente revirtió, en ese tono tan dulce que usaba:

    —¿Porqué quieres saberlo?

    —Pensaba que… quizás podría conversar un poco con él, uno de estos días— dijo el joven Ikari, reflexivo —Pero parece que nunca sé qué decirle….

    —Entonces… ¿lo que quieres es platicar con tu padre?

    El muchacho vaciló un poco, antes de responderle, no tan convencido al respecto:

    —Eh… supongo que sí— y después, aclaró, cuando atrapaba una hoja marchita en pleno vuelo —Ya sé que si hablamos nada va a cambiar… pero es sólo que, en estas condiciones, es decir, detestando de esta manera a mi padre… me es bastante difícil seguir siendo un piloto de Eva. Después de todo, él es la razón por la que me metí en todo esto.

    —En ese caso, deberías decírselo— le aconsejó la muchachita, plantándose firmemente en su lugar, obligando que Shinji volviera la vista a donde estaba —Sería mejor que le dijeras lo que piensas en verdad.

    —¿Tú crees?

    —Sí. Si no se lo dices, todo seguirá igual que siempre.

    Ambos permanecieron donde se encontraban por un rato, mirándose fijamente el uno al otro. Una brisa refrescante comenzó a silbar sobre sus cabezas. Cuando sus ojos se encontraron, los dos voltearon, apenados, decidiendo continuar con sus andanzas.

    Caminando cuesta arriba, sobre una calle empinada, Ikari no podía pensar en otra cosa cuando miraba a escondidas a Rei que: “Dios, cuánto la amo. ¡Simplemente es perfecta! Y ya se está empezando a preocupar por mí”.

    —Y bueno, ya que estás tan interesado en saberlo— prosiguió la joven japonesa, una vez repuesta de la impresión —Sólo hablamos de trabajo. Nada más de trabajo, pese a lo que puedan pensar tú o tu amigo. Aunque parece que se preocupa por mí, en realidad sé que está pensando en otra persona, no sé quién. Pero, en lo que a mí respecta, ese detalle me tiene sin cuidado.

    Acabadas de pronunciar estas palabras, los dos guardaron silencio nuevamente. Caminaban calladamente uno al lado del otro, por las desiertas banquetas, con un montón de pensamientos ocupando sus mentes. Al chiquillo, sobre todo, le desconcertaba eso de “la otra persona” que su padre parecía ver en Ayanami. Era un asunto muy raro todo ése.

    —Lo siento— se disculpó Rei, algo avergonzada por haberse explayado de esa manera —No era mi intención contarte todo esto. Creo que sólo te confundí, y para serte sincera, ni yo misma me entiendo; pero, por favor, no vayas a comentarle nada de esto a Kai, ¿sí?

    —Claro que sí, pero explícame…

    —¡Ah, con que al fin llegan!



    El tono burlón de Asuka los atajó desprevenidos. Al instante voltearon a la fuente del sonido, percatándose que tanto ella como Katsuragi se habían quedado esperándolos, sentados en una parada de autobús.

    —Ojalá que no estemos interrumpiendo nada íntimo entre los dos— continuó la joven europea, poniéndose de pie, lista para reanudar la marcha —Pero Kai insistió en que los esperáramos, aún cuando sólo se quedaron atrás sin decir nada.

    La muchacha se acercó cándidamente a Ikari, guiñándole un ojo en gesto cómplice.

    —¡Vaya, vaya! ¿Quién lo hubiera pensado? ¡El pequeño Shinji y la chica maravilla! Y hablando de parejas disparejas…

    El japonés se ruborizó con la sola idea de él y Ayanami juntos, quedando indefenso ante las acometidas de su compañera, a la cual sólo le respondía con monosílabos, mientras se rascaba la nuca. ¡Diablos! Sí que era impertinente esa mocosa. Y parecía disfrutarlo. ¿Porqué carajos habrán tenido que esperarse allí? Pues claro, si fue idea del maldito Kai. De seguro Rei ya no se le iba a querer acercar.

    —Eh… no… yo… eh… ella… tú…

    —Mejor no sigas, Asuka— intervino Rivera por primera vez, cuidando su tono con tal de no ofender a nadie. Observó de reojo a Rei, que se mantenía al margen de la situación, interrogándola con la mirada. La indiferencia fue su única respuesta —Sólo estás poniendo nervioso a Shinji. Además, lo que ellos dos quieran hacer a solas no es asunto que nos incumba. Mejor sigamos adelante.

    Y acabadas de pronunciar estas palabras volvió a cargar con su mochila en las espaldas, poniéndose de pie y continuando su camino hacia el cuartel. Todos los demás imitaron su ejemplo, siguiéndolo por la banqueta.

    —Supongo que tienes razón— dijo Langley, poniéndose las manos sobre la nuca mientras caminaba —Sería una pérdida de tiempo interesarse por la vida amorosa de estos dos.

    —Ya no sean malpensados— se excusó Shinji, agitando los brazos —Lo único que hice fue hablar por teléfono.

    —Ah, con que para eso querías saber el número de extensión de la comandancia, ¿eh?— adivinó su compañero, un poco más adelantado que el resto, recordando que Ikaru le había preguntado por ese dato unos días antes —¿Y…? ¿Qué pasó? ¿Pudiste hablar con tu papá?

    —Pues… no…

    —¡Strike tres!— pronunció Rivera, volteando a verlo, haciendo una seña típica en el argot beisbolero —¡Y estás fuera, tipo! ¿Hasta cuándo vas a entenderlo? Que te atienda por teléfono es algo muy difícil… usualmente, es él el que llama a las personas, y no al revés.

    —Bueno, eso es entendible— continuó Asuka, jugueteando con su maletín —Ya que el comandante es un hombre muy ocupado.

    —Lo que pasa es que…— el joven Ikari quiso pretextar algo, lo que fuera, con tal de no quedar en ridículo con sus acompañantes —La llamada pareció cortarse antes de que estuviera al habla… eso debió ser.

    “Sí, claro” pensó su compañero piloto, guardándose ese pensamiento con tal de no herir todavía más las susceptibilidades de su afligido camarada.

    —Siendo hombre no deberías preocuparte tanto por esas pequeñeces, ¿sabes?— comentó la jovencita rubia, sin la misma consideración, avergonzada por el pusilánime comportamiento de su acompañante.

    —No me digas— le respondió Shinji, fastidiado de esa conversación.



    Los minutos pasaban uno tras otro, y ellos seguían estancados allí, sin poder moverse ni avisar de su situación. Lo bueno es que sus ojos ya se habían acostumbrado a la penumbra, por lo que podían distinguirse fácilmente tanto el uno al otro como donde estaban ubicados todos los controles.

    Al parecer de Kaji, la situación no pintaba tan mala, después de todo, pese al innegable malestar de Misato al tener que permanecer encerrada con él por un periodo de tiempo indefinido. La oportunidad bien podría ser aprovechada.

    —¿Y? ¿Qué opinas, capitana?— pronunció con su imborrable sonrisa, cruzándose de brazos —¿Qué piensas que deberíamos hacer ahora?

    —Nada— respondió apuradamente la mujer con rango militar, adivinando por donde quería ir con aquella pregunta —Es obvio de de un momento a otro se activarán los transformadores de reemplazo, ya lo verás.

    “Atrapada en este mugroso elevador con este miserable” refunfuñaba la impaciente mujer, retorciéndose. “¿Qué más puede salir mal?”



    Pero, pese a la confianza de Katsuragi en el sistema de energía alterno, en la Sala de Mando Shigeru le tenía malas nuevas, una vez que revisó sus datos. Cosa harto complicada en la oscuridad casi total en la que tenían que desenvolverse los atareados técnicos, indagando las causas del desperfecto y buscando una solución lo más pronto posible.

    —Los transformadores de reemplazo tampoco se encuentran operables— le comunicó a su superior, el Subcomandante Fuyutski, que respiraba malhumorado detrás suyo.

    —¡No puede ser!— profirió, furioso con el resultado —¿Qué circuitos son los que están funcionando?

    —Únicamente el 1.2 por ciento— le contestó una técnica de menor rango que se encontraba en el nivel inferior, por lo que tuvo que hacer bocina con una mano para que la pudiera escuchar —Tan sólo 9 de 2567 circuitos.

    —La energía disponible debe ser utilizada para mantener alimentado a MAGI y al Dogma Central, Aoba— decidió inmediatamente el viejo, dando las órdenes pertinentes.

    —Señor, eso interferirá con los sistemas de soporte de vida.

    —¡Eso no importa!— reclamó al instante, hecho una fiera. La verdad es que estaba muy asustado por la inevitable catástrofe que se avecinaba —Háganlo, es una prioridad.

    ¿Qué es lo que le estaba sucediendo al Geofrente? ¡Esa situación era imposible! Ni siquiera en el peor escenario de pesadilla se habían imaginado que algo así pudiera acontecer, por lo menos no sin que fuera deliberado.

    “Que el Cielo nos ayude” pensó el anciano con la frente perlada de un sudor frío. Aunque después se puso a cuestionar la validez de su súplica. ¿Acaso cualquiera de ellos estaría permitido a pedir un auxilio de esa naturaleza?



    El estilo de vida de los ciudadanos de Tokio 3 parecía estar imperturbable. Quizás lo único que interrumpiera aquél trance fuera el ambiente propagandístico propiciado por las próximas elecciones, que se acercaban. Pese a lo que dispusiera MAGI, los participantes en dicha contienda ponían todo su empeño en representar un papel digno en aquella farsa.

    Así pues, un innumerable ejército de mantas, carteles y consignas tapizaban las principales avenidas de la metrópoli, queriendo convencer a la gente de votar por el candidato X ó por el contrario, por el candidato Y.

    Era curioso poder contemplar de lejos el ambiente casi festivo instaurado en la urbe por dicho proceso electoral. Las campañas traían algo de color a las enormes estructuras grises que decoraban el centro urbano, además de que rompían con lo tediosa monotonía que generalmente reinaba en toda la ciudad.

    —Recuerden, en las próximas elecciones voten por su amigo, el candidato Takahashi Nozumo— pregonaba incesantemente un carro de campaña, compacto y vistoso, con un altavoz adaptado en el techo, cuya letanía era recitada por una entusiasta joven contratada para tal efecto —El candidato Takahashi Nozumo, el amigo del pueblo, agradece de antemano su apoyo, sabiendo que con éste se podrá conseguir el triunfo en su propuesta.

    Sin hacer gran caso de la constante petición que le hacían, Hyuga salió apuradamente de la misma lavandería a la que Ritsuko y sus alternos habían acudido un par de horas antes. Ya era mediodía y se le comenzaba a hacer tarde para el principio de su turno.

    Cargando con sendas bolsas llenas de ropa, esperaba del otro lado de la calle a que el semáforo le diera luz verde para cruzarla y dirigirse cuanto antes a la estación del metro, el medio más rápido y efectivo para llegar a su empleo.

    Si estuviera cargando con su propia ropa no estaría tan inquieto, pero no era así.

    —Vaya mujer que es la Capitana Katsuragi— suspiró, aunque en esta ocasión no lo hizo con tono de enamorado, como solía hacerlo, sino mas bien como un reclamo a sí mismo por dejarse manipular tan fácilmente —En mi opinión, ella misma debería llevar su ropa a lavar.

    Observó con detenimiento el bulto que cargaba en sus brazos, y al reconocer algunas de las prendas de su superior, sintió un tumbo en el corazón. Las oprimió contra su pecho. Pese a todo, aquella resultaba una espléndida forma de tener al objeto de su adoración de alguna manera cerca de él. Después de todo, ella había usado esas vestimentas. Su cuerpo había estado alguna vez dentro de ellas. Aspiró el aroma de las telas limpias, aún impregnadas con la fragancia del detergente. Y en realidad, era muy poca cosa lo que hacía por ella, ahora que lo pensaba. Después de todo, la capitana tenía muchas otras obligaciones que atender, y esos chiquillos haraganes que plagaban su casa no ayudaban mucho.

    —Bueno, pues qué se le va a hacer— pronunció abatido, rindiéndose a la confortante sensación que le proporcionaba la ropa de Misato contra su pecho.

    Todo fuera con tal de ganarse su valiosísimo afecto, pensaba. Posiblemente, con un poco de esfuerzo y paciencia, algún día ella notaría que existía.

    Sin embargo, pasar todo ese tiempo con la cabeza en las nubes le había impedido percatarse hasta ese momento que el semáforo había dejado de funcionar inexplicablemente; eso, y que ya se le habían hecho diez minutos tarde.

    —¿Estará descompuesto?— se preguntó a si mismo, ajustándose sus anteojos, para luego voltear a ver su reloj en la muñeca —¡Oh, no! ¡Llegaré tarde!— y entonces salir disparado hacia donde se encontraba el metro, una vez que se aseguró que no había carros a la vista.



    Por suerte, Shinji ya no había tenido que soportar más comentarios hirientes durante el recorrido hasta la entrada al cuartel. Una vez dentro, encontraría la forma de volver a escabullirse, así en el entrenamiento ya no habría forma alguna de que lo molestaran.

    Pero, ¿acaso podría escapar por siempre de la triste verdad? Su compañero de cuarto acaparaba por completo la atención de la chica a la que quería con desesperación. ¿Cómo evadir aquella realidad, que tenía que sufrir a diario, que lo golpeaba en la cara cada vez que dirigía dolorosamente la mirada hasta donde se encontraban? ¡Y tenía que verlo todos los días!

    Era insoportable, pese a ya vivir en un espacio más grande, con cuartos separados (aunque de todos modos, debía seguir compartiendo cuarto con Kai). Su apesadumbrado corazón ya no podía más. Primero Rei, ahora Asuka. ¿Porqué se empeñaba tanto en arrebatarle a toda muchacha en la que pusiera sus ojos? ¿Es que era una especie de entretenimiento cruel para él?

    Su afligida alma lloraba muy en su interior, mientras que él observaba impotente como Langley era apartada de su lado, inevitablemente, por alguien con mucha más presencia, talento y carisma que él. ¿Qué podía hacer él para evitarlo? Nada. Tan solo mirar. Mirar impávido como sus sueños se hacían añicos, junto con su corazón. ¡Estaba harto de todo! ¡Tenía tantos deseos de gritar, de desquitar la rabia de su frustración con cualquier cosa! ¿Porqué debía siempre perder en la carrera del amor? ¿Porqué razón debía ser el eterno desafortunado en las cuestiones sentimentales?



    Pasó su identificación por la ranura de entrada, listo para escapar y perderse en cuanto la imponente puerta blindada le permitiera el acceso. No obstante, nada ocurrió. Creyendo que había cometido algún error en el procedimiento, volvió a pasar la tarjeta magnética por la ranura, esta vez con mucho más cuidado que la anterior. Y sin embargo, nada sucedió. La imponente pared fortificada con acero de un metro de espesor no se movió ni un ápice. El dispositivo de la entrada ni siquiera se encendió.

    Percatándose de su predicamento, sin mediar palabra Ayanami repitió por su parte el proceso, obteniendo los mismos resultados nulos. Aquello comenzaba a tornarse perturbador. Sin encontrar explicación alguna para el desperfecto, Rei solamente observó detenidamente su tarjeta de identificación, que casi siempre le permitía el acceso al complejo de instalaciones secretas. Sin embargo, ahora no era así.

    Impaciente como de costumbre, Asuka intervino, haciendo a un lado a su compañera de un empellón, lista para volver a salvar la situación o tan sólo empeorarla aún más.

    —¡A un lado! ¿Qué se supone que están haciendo? Llegaremos tarde por su culpa, despistados...— refunfuñaba mientras pasaba violentamente su tarjeta sobre la ranura.

    De nuevo, nada. Pero eso no podía dejar satisfecha a la chiquilla europea, quien insistió una y otra vez, desesperada ante su fracaso. Y así se lo hizo notar a sus acompañantes.

    —¡¡¡Arghhhh!!!— gruñó hecha una furia, para luego asestarle una patada al aparato —¡Maldita chatarra inservible! ¡De seguro se descompuso!

    —No lo creo— pronunció Rivera, frente a otra puerta de a lado —Ninguna de estas otras entradas funciona. Algo debe haber pasado allí adentro. Síganme los buenos, hay que ir a ver qué le pasa a Misato y al barbas de chivo.

    Otra vez Kai tomó la punta del grupo, dirigiéndose a otro acceso por donde sería más probable que pudieran entrar. Tenía prisa por llegar, pues de nuevo tenía esa extraña sensación en su interior, aunque pretendía ocultarla tan bien como pudiera con sus comentarios chapuceros.

    —¡Kai! ¡Espérame!— gritó la joven alemana a la vez que se apuraba a darle alcance.

    —Muy bien, ya escuchaste a Don Perfecto— murmuró Shinji, molesto al observar como la muchacha corría al lado de su compañero.

    Rei se limitó a observarlo con esos grandes ojos escarlata, parpadeando varias veces, guardándose cualquier posible comentario.



    Las comodidades tecnológicas de las que gozaban, y a las que tan fácilmente se habían acostumbrado los empleados del Geofrente se extrañaban más que nunca en esos agobiantes momentos. Incluso la acción más sencilla, como el abrir una puerta, se tornaba toda una faena en esas condiciones tan precarias, sin suministro alguno de energía.

    Así que tenían que arreglárselas como pudieran, a la antigua. Y como siempre, los técnicos de más bajo rango eran los que tenían que ensuciarse las manos. En ese mismo instante una cuadrilla completa de ellos intentaban forzar la puerta que permitía el ingreso al laboratorio, procedimiento que habitualmente era automático, pero sin electricidad...

    Los hombres resoplaban, empujando con todas sus fuerzas el extremo de las varas metálicas que sostenían, mientras que la puerta valientemente se resistía. Al final, con un sonido hueco, ésta cedió completamente, abrumada por la fuerza superior que ejercía sobre ella el gran número de técnicos; quienes, por cierto, debido a lo súbito del acto, cayeron derribados unos sobre otros como pinos de boliche al desaparecer el punto de resistencia.



    Abriéndose paso dificultosamente sobre los caídos, la Doctora Akagi y Maya se encaminaron al pasillo, sosteniendo la primera una linterna de pilas, lista para desentrañar el misterio que había detrás de la repentina falla de energía.

    —Tenemos que llegar cuanto antes a la Sala de Mando, a averiguar qué es lo que está pasando— dijo Ritsuko, encaminándose confianzudamente en la oscuridad —Aún no puedo creer que el sistema alterno aún no se haya activado.



    —No, esto no puede ser posible— Misato se puso seria después de un cuarto de hora atrapada, presionando el botón del ascensor varias veces como para sustentar su hipótesis —Esto no es normal. Algo muy malo está pasando.

    —¿Qué clase de sistema de respaldo tenemos en NERV?— interrogó su acompañante, no muy enterado en cuanto a esos pequeños detalles.

    —Hay tres sistemas de respaldo de energía en estas instalaciones— le contestó la capitana, volteando a verlo con una mirada inquisidora. Aquella repentina curiosidad por los aspectos técnicos del Geofrente era muy conveniente. Mucho más de la cuenta.

    Katsuragi no sabía que pensar respecto al sujeto que tenía frente a sí, y sobre todo de sus verdaderas intenciones. Sabía mejor que nadie que Ryoji Kaji era experto en disimular sus objetivos, todo un maestro del engaño y la persuasión. ¿De veras se podría confiar en él?

    —De cualquier manera— continuó, haciendo sus dudas a un lado, por el momento —Es imposible que los tres sistemas fallen al mismo tiempo...

    Al decir esto lo encaró fieramente, como queriendo dar a entender un significado oculto en sus palabras, significado que iba dirigido precisamente a su persona.

    Kaji se sonrió por la ocurrencia de Katsuragi, dándose cuenta que comenzaba a levantar sospechas muy pronto, y eso no le convenía en lo absoluto. Misato era un mujer mordaz, tan brillante como la recordaba. Incluso todavía más.

    —Entonces, lo que estás tratando de insinuar es que...



    —Que no se trata de un simple desperfecto: esto fue intencional.

    Gendo le respondió, aún cuando se encontraban separados por varios pisos de acero y concreto, pero no fue precisamente a Ryoji para quien iba dirigido el comentario. De hecho, todavía nadie sabía de la situación en la que se encontraban la Capitana Katsuragi y Kaji. Muy probablemente su situación era compartida por muchos otros empleados del complejo.

    El comandante reflexionaba sentado sobre su puesto, en su ya inmortalizada pose, esto es, con el mentón ligeramente recargado sobre sus manos entrelazadas a la altura de su rostro, apoyando los codos sobre su escritorio. Posiblemente en esa posición la sangre le circulaba mejor al cerebro.

    Sea como fuera, sus instintos le permitieron no tardarse demasiado en deducir qué era lo que en realidad pasaba en el cuartel, minutos después de su arribo al centro de mando, no sin uno que otro traspié en la oscuridad profunda.

    Y, una vez llegado a dicha conclusión, así se la hizo saber a su socio, el enjuto Profesor Fuyutski, quizás la persona en la que más confiaba en todo el planeta.

    —¿Te imaginas si acaso a un Ángel se le ocurriera aparecerse por aquí en este preciso momento?— planteó el anciano, más en tono de chanza que otra cosa, al tiempo que sacaba su viejo encendedor del bolsillo de su chaqueta gris y prendía una vela, que ya se estaban empezando a repartir por toda la sección —Eso sí que completaría nuestro día.

    De todos modos, mofarse de la situación en la que se encontraban era mucho mejor que ponerse a pensar en el daño que sufrían sus preciadas instalaciones, con todos esos secretos que tan bien tenían guardados en ellas.

    Y es que si el corte de energía había sido deliberado, era también de suponerse, por consecuencia, que dicha interrupción de energía obedecía a un propósito. ¿A cuál? Era eso lo que restaba por averiguar.



    Pobre sensei Fuyutski, si supiera que a veces es mejor quedarse con la boca cerrada para no meter la pata. Ignoraba lo profético que resultaba su despectivo vaticinio. Según parecía, ese fatídico día la ciudad de Tokio 3 y todos sus habitantes tenían la fortuna en su contra, pues por si no fuera poco la falta de electricidad que estaba sufriendo, todavía tenía otra amenaza más con qué lidiar. Los primeros en saberlo fueron los de la Base Aérea Militar en la región de Chubu, en la cercana isla de Honshu, enclavada en el sistema montañoso típico de esa región, una de las pocas cosas en el territorio que no había cambiado con el Segundo Impacto.

    A partir del ataque del Tercer Ángel, y una vez que NERV asumió completamente las acciones hostiles en contra de esta clase de seres, las labores del ejército japonés al respecto eran más bien ociosas, pese a que dichos monstruos amenazaban directamente su territorio nacional. Precisamente una de dichas labores consistía en tan sólo monitorear el avance enemigo y mantenerse al margen. Aquello les ahorraba muchos recursos, tanto económicos como humanos, sin embargo la milicia japonesa no podía hacer a un lado su orgullo propio tan fácilmente, por lo que aún quedaban ciertos rastros de resentimiento en contra de NERV y su comandancia en algunos de los altos mandos de los castrenses nipones.

    No era, por tanto, de extrañarse la actitud que tomaron los generales una vez que fueron notificados de la novedad, a la par que tomaban sus respectivos puestos en la Sala de Guerra, en donde de inmediato se desplegó una pantalla donde se mostraba un mapa de la zona circundante a Tokio.

    —Un objeto no identificado ha sido detectado por el radar, ingresando a tierras japonesas.

    El diagrama ubicaba, por medio del satélite, la posición exacta del objetivo y su continuo avance por el Japón. Lo que apenas hace unos años antes hubiera significado poner en alerta roja a todas las fuerzas armadas, debido a un peligro inminente a la soberanía nacional, ahora sólo era motivo de hastío y recelo, tal y como se reflejaba en aquellos hoscos generales.

    —Debe tratarse del Noveno Ángel— masculló uno de ellos, ajustando el nudo de su corbata.

    —Sin ninguna duda— aseveró el que estaba a su lado, recargando la mejilla izquierda sobre su puño cerrado.

    —¿Qué se supone que deberíamos hacer?— preguntó con sarcasmo y hasta con algo de enfado un tercero, sin poder disimular su molestia.

    —Lo normal sería ponernos en alerta y desplegar gente, pero en una situación de este tipo...

    —De cualquier manera, es evidente que su destino es Tokio 3.

    —Eso significa que no hay mucho que podamos hacer, en este caso— carraspeó uno de ellos, como queriendo dar a entender algo.

    —Es una verdadera lástima— respondieron los demás, casi suspirando, en gesto burlón.

    Los tres volvieron a resignarse, tragándose todo su orgullo, honor y valor en el campo de batalla, dispuestos una vez más a seguir sus órdenes y solamente presenciar el encuentro por los monitores, sin hacer algún intento por defender a su patria.

    Ciertamente, las relaciones entre la agencia de las Naciones Unidas y las fuerzas armadas de aquél país no eran, para nada, muy cordiales que digamos, si el ánimo de aquellos generales reflejaba en mayor ó menor medida el pensamiento predominante entre los militares japoneses con respecto a NERV.



    Justo en esos momentos, el Noveno Ángel paseaba tranquilamente por los frondosos bosques al sureste de la capital, sin que nada ni alguien o molestara, a unos cuantos kilómetros de la costa (por donde había arribado, imitando el ejemplo de todos sus antecesores) y unas vez que sorteara una serie de cerros y colinas de pequeña altitud que se interponían en su camino estaría justo enfrente de Tokio 2, que parecía estar en medio de la ruta que lo conduciría hasta su verdadero destino.

    Un lago cristalino de unos cuantos metros de profundidad, ubicado en lo que antiguamente era una central hidroeléctrica, definitivamente no representaba contratiempo alguno en el itinerario para una criatura de las dimensiones colosales de aquél monstruo, que se desplazaba a lo largo de su recorrido auxiliado por sus dos pares de largas y estrechas patas, que representaban por sí solas casi la totalidad de su tamaño. Una sola de sus articulaciones fácilmente podía medir unos cuarenta metros de alto.

    Si alguien lo hubiera visto en ese momento, la comparación con una araña normal hubiera sido inevitable, debido a la enorme semejanza del ser con el arácnido. Sin embargo, al primero le faltaban un par más de extremidades para caminar con la gracia del bicho, por lo que su avance resultaba algo torpe.

    Otro aspecto que cabe resaltar a propósito de su apariencia, era el de que a la primera impresión todo su ser transmitía una sensación de suma fragilidad en su estructura; a diferencia de la mayoría de sus hermanos, todos ellos bien constituidos en su singular forma, este nuevo titán parecía no poder mantenerse en pie sin un gran esfuerzo, mucho menos constituir una seria amenaza en una lucha cuerpo a cuerpo.

    ¿Cómo es que aquella ridícula criatura podría lanzar un ataque? Por lo menos su arsenal no estaba a la vista en su raquítico cuerpo de color negro ubicado justo en el centro donde convergían sus delgadas y trémulas patas del mismo tono. Sólo se distinguía que estaba dotado de un buen número de ojos, que cubrían casi por completo la pequeña extensión de su cuerpo, en comparación a sus larguísimas patas. Éstos abrían y cerraban a destiempo, y se movían de manera independiente a los demás en un efecto por lo demás nauseabundo. Esa cosa sí que tenía ojos en la espalda, pero de todos modos no parecía representar un oponente de respeto, por lo menos no para un Evangelion en buenas condiciones.



    Conforme transcurría el tiempo, el desinterés de los altos mandos militares en el asunto se iba transformando lentamente en preocupación, casi en una angustia desesperante. El monstruo seguía internándose cada vez más y más en el país, y a ese paso muy pronto alcanzaría Tokio 2. A esa altura ya debía haber sido interceptado por alguna Unidad Eva, pero aún no había rastro a la vista de cualquiera de ellas, ni siquiera de la presencia de NERV ni de algo, lo que sea que pudiera indicar que ya estaban trabajando en el caso.

    —El Ángel continúa avanzando hacia Tokio 2— anunció fatídicamente una joven oficial en el altavoz, ilustrándose con el inamovible mapa que ubicaba la posición enemiga y su creciente avance.

    —¿Qué sabemos del personal en Tokio 3?— quiso preguntar uno de los generales, el más viejo y condecorado de los tres, poniéndose de pie; evidentemente, estaba muy inquieto, percatándose de lo extraño de la situación.

    —Sigue sin haber respuesta— contestó de inmediato la voz de la oficial por el enlace.

    —¡Maldición! ¿Qué demonios creen que están haciendo esos cretinos de NERV?— espetó por su parte otro general, restregando con fuerza la colilla de su cigarro en el cenicero, provocado por su desesperación y sobre todo por la impotencia de tener las manos atadas para evitar la catástrofe que se avecinaba a paso veloz.



    Por su parte, los jóvenes pilotos también hacían todo lo que estuviera de su parte para llegar al cuartel, pese a que aún no estaban enterados completamente de los eventos que estaban transcurriendo en distintas partes. Quizás era lo mejor, ya que el estar previamente informados de las actuales circunstancias los hubiera presionado aún más. Por ahora, su única preocupación en mente era que llegarían tarde a su entrenamiento y que Misato los reprendería.

    Guiados por Kai, al poco tiempo pudieron llegar a otra serie de accesos que llevaban a una sección distinta de la suya, pero que igual podrían servir a su propósito de ingresar al Geofrente por cualquier ruta posible.

    Mientras sus compañeros perdían el tiempo probando las puertas al lado del corredor en el que se encontraban, Rivera aprovechó la pausa para marcar varios números con su teléfono celular, haciendo caso omiso de los esfuerzos de sus colegas.

    —Esta tampoco funciona— suspiró Asuka, decepcionada, luego de varios intentos por abrir el ingreso. Incluso su tarjeta de acceso se había arrugado en uno de esos desesperados intentos por forzar la cerradura electrónica. Aquellas puertas, aunque no eran tan imponentes como las de la entrada principal, también se mostraban reacias a ser abiertas.

    —Ninguna de las instalaciones parece funcionar— señaló Rei, luego de haber hecho lo mismo con otra puerta, obteniendo los mismos resultados —Qué extraño.

    —Ya no le hagan al cuento— intervino Rivera, desde el otro extremo del corredor, sin dejar de marcar en su aparato —A estas alturas, y por lo que hemos descubierto, es obvio que se trata de una falla de energía. Ningún mecanismo eléctrico funcionará en tales condiciones.

    —¿Falla de energía?— repitió Langley, extrañada —Pensé que era imposible que algo así sucediera... ¿Habrá pasado algo en el Geofrente?

    —Suena lógico, para mí— contestó a su vez Ayanami.

    —¿Qué pudo haber pasado?— preguntó Shinji, inquieto por no saber lo que estaba ocurriendo allí dentro ni si era seguro intentar entrar ó permanecer afuera —¿Se tratará de otra invasión?

    —Lo dudo. No hay rastros de violencia— lo tranquilizó su compañero, guardando por fin su celular luego de haber fracasado en todos sus intentos por comunicarse vía telefónica —Las líneas telefónicas tampoco sirven, ni siquiera el servicio celular. En verdad que esto resulta muy, muy raro. Es como si alguien, deliberadamente, hubiera cortado toda conexión con el Geofrente para aislarlo del mundo exterior. Perturbador, ¿no les parece?— pronunció burlonamente cuando vio la expresión mortificada en el rostro de todos sus acompañantes, una vez que escucharon su teoría. La verdad es que no quería que el grupo entrara en pánico, pese a que resultaba evidente que estaban en medio de una crisis.

    —Como sea, debemos encontrar algún modo de entrar— sugirió Ikari, tragando saliva.

    —Es exactamente lo que indica el manual para emergencias— explicó la joven japonesa, quien se sabía el librito de cabo a rabo —Dice que en caso de una situación de este tipo es imperativo que encontremos la manera de llegar hasta el cuartel.

    —Si es lo que viene en el manual...— murmuró la alemana, resignada, colocándose las manos en la nuca y mirando hacia el firmamento. Se estaba reprochando no haberlo podido recordar antes que la chica maravilla.

    —Hum, pues me parece que en este caso en particular, la ruta de acceso número 7 podría sernos de utilidad. ¿Tú que opinas... Rei?

    Aquella era la primera vez que Kai le dirigía directamente la palabra luego del altercado que tuvieron un mes atrás. El muchacho no podía ocultar su bochorno, pues sus mejillas de inmediato se encendieron tan sólo con pronunciar su nombre y voltear hacia donde ella estaba. La chica también experimentaba una sensación similar, clavando la vista en el piso, sonrojada después de que sus miradas se cruzaron.

    —Supongo... supongo que podría ser de utilidad— contestó con dificultad, evitando sus ojos a toda costa.

    Shinji y Asuka permanecieron a la expectativa, ésta última analizando con más detenimiento e interés la situación. La relación entre la Primera Elegida y Rivera resultaba aún una incógnita para ella, por lo que quería despejarla lo más pronto posible. Existía una atracción mutua entre ambos, eso era obvio. Pero, ¿hasta qué grado llegaba dicho sentimiento? ¿Alguna vez habían tenido un contacto más cercano? ¿En qué términos se conducía su relación? Y quizá lo más importante, lo que era de mayor interés para los propósitos de la joven europea: ¿debía considerar a Ayanami como una auténtica rival por el corazón del codiciado muchacho? De ser así, estropearía todos los avances que había conseguido, ahora que todo marchaba tan bien entre los dos. ¡Maldita entrometida! Además, el tarado de Shinji parecía saber algo que ella no. Ya hallaría el momento oportuno para sacarle la verdad.

    Mientras tanto, había que moverse rápido, y concentrarse en la meta inmediata.

    —Me parece muy bien— intervino Langley con tono severo —Pero antes que nada, tenemos que nombrar a un líder entre nosotros. No podemos estar vagando de aquí por allá así nada más...

    —Déjame adivinar— atajó Ikari, poniéndose el dedo índice en la barbilla —Y ese líder... ¿acaso serás tú?

    —No lo había pensado. Pero ya que insistes, será todo un honor guiarlos— dijo para de inmediato asumir el mando del reducido grupo, utilizando en su propio beneficio el endeble sarcasmo de Shinji —¡En marcha! ¡Síganme!

    La joven rubia señaló al extremo del corredor y enseguida comenzó a andar hacia esa dirección. No había dado ni tres pasos siquiera cuando fue interrumpida por Kai, quien todavía se preguntaba que tan buena idea era contravenirla:

    —Pues... Asuka, no es por llevarte la contra pero, de hecho, ese camino no es...

    —Lo que él quiere decir es que la ruta de acceso número 7 queda hacia el otro lado— completó Rei, decidida, en un timbre mucho más frío y cortante de lo acostumbrado.

    Al percibir dicho tono, la muchachita rubia se volteó como de rayo hacia donde se encontraba su compañera, tan imperturbable como siempre, de pie a sus espaldas. Le lanzó una funesta mirada, frunciendo el ceño, gesto que rebotó en la pared de hielo en la que se había convertido Ayanami. La alemana sólo se encogió de hombros ante lo que consideraba un acobardamiento por parte de la muchacha, para luego corregir el rumbo como si nada hubiera pasado.

    —Por eso digo, que es mejor ir hacia el otro lado— contestó, juguetona, colgándose del brazo de Rivera mientras comenzaban a caminar —Después de todo, yo no tengo aquí tanto tiempo como ustedes. ¿Sabes, Katsuragi? Si te portas bien, quizás te deje ser mi segundo al mando. ¿No te gustaría?— le dijo al muchacho, al que le llegaba un poco encima del hombro, al tiempo que pellizcaba mimosamente su mejilla.

    —Ah, sí, claro— por su parte, Kai le daba por su lado, aunque también algo perturbado, por así decirlo, por la actitud de su acompañante —Me encantaría...


    Los dos continuaron por el estrecho pasillo, trenzados como estaban, a lo mejor sin suponer los recelos que provocaban en aquellos a los que dejaban a la zaga, cuando los veían alejarse tan cerca uno del otro. Por un momento, los ojos color escarlata de Rei se avisparon, y su semblante pareció transmitir algún tipo de emoción, algo que parecía ser, muy probablemente, rencor. ¿Hacia quien iba dirigido? Quién sabe. Tal vez a los dos.



    De cualquier modo, tanto a Ikari como a Ayanami no les quedaba más remedio que seguirlos, y así lo hicieron, aunque fuera de mala gana. Pronto llegaron al final del pasaje, en donde nuevamente una puerta les impedía el paso. Y si no habían podido abrir ninguna de las puertas anteriores, ¿qué les hacía pensar que podían hacerlo con esta? Y así se los hizo saber Shinji a sus compañeras, evidenciando la fragilidad de la idea que en primer lugar había propuesto Kai.

    —¿Y cómo se supone que entraremos por aquí? De seguro esta puerta también está cerrada.

    El otro chico no dijo palabra, limitándose a señalar con el dedo una manivela que estaba instalada justo a un lado de la puerta gris de metal.

    —Ya veo... tiene un cerrojo manual— observó Asuka, asombrada de que en el Geofrente pudiera existir un acceso tan inseguro y primitivo —¿No es eso peligroso? Con eso, cualquier hijo de vecino podría entrar.

    —En realidad, sólo funciona cuando no hay suministro eléctrico— aclaró Rivera —En las medidas de emergencia ya se tenía contemplada una situación de este tipo, aunque en ese caso solamente se planteaba un corte de energía en una sola sección del complejo, no en su totalidad. Es por eso que se decidió por instalar esta clase de mecanismos. Aunque se supone que deberían estar vigilados...

    —Pues si es así, creo que por fin encontramos una tarea que hasta el buen Shinji podría realizar— sugirió la muchacha en tono mordaz, poniéndose ambas manos en la cintura y mirando por el rabillo del ojo al susodicho, en forma despectiva.

    El joven Ikari no pudo negarse, aunque quisiera, a tan amable petición, por lo que al cabo de unos minutos se encontraba a sí mismo forcejeando con la dura y oxidada palanca a la que debía darle vueltas. La operación resultaba más complicada de lo que se pudiera pensar, si tomamos en cuenta el escaso poderío físico con el que contaba el muchacho japonés. Estaba comenzando a desesperarse, y así se lo hizo saber a sus colegas, cuando se quejó amargamente en frente de todos:

    —Quieres ser la líder... pero siempre me... andas dejando... los trabajos pesados...— le espetó a la alemana, entre pujido y pujido. Ésta ni se inmutó, haciendo caso omiso de los reproches que le dirigían.

    —A ver, flaco, deja que te ayude— respondió Kai, tomando entre sus manos la manivela, impaciente debido a su lentitud. Además de que se había conmiserado al constatar el enorme esfuerzo que le requería a su compañero el tan solo darle vuelta al mecanismo. Ya entre los dos resultó mucho más sencillo girar completamente la palanca y, por fin, lograr abrir la puerta, que se deslizó hacia arriba, permitiéndoles el ingreso a su interior.



    También los militares habían decidido tomar cartas en el asunto, pese a que el Noveno Ángel había pasado tranquilamente por Tokio 2 sin hacer un daño considerable, y de nuevo se encontraba en despoblado, rumbo a Tokio 3. Sus órdenes les prohibían tomar acciones ofensivas en contra del objetivo, pero nada les impedía el poder tomar un pequeño aeroplano de propaganda y advertir a la población en general del ataque que se avecinaba. Y así fue como lo hicieron, pues al cabo de un rato dicho aeroplano surcaba los cielos de la metrópolis, previniendo a propios y extraños, y de paso a uno que otro empleado de NERV que pudiera avisar de la situación a sus superiores.

    —Les habla la Fuerza de Defensa Aérea del Tercer Distrito Japonés— se escuchaba incesantemente por medio del aparato, a donde quiera que fuera —Un objeto no identificado se aproxima a esta posición. Los residentes de esta ciudad deben acudir de inmediato a los refugios designados. Repito: todos los residentes de la ciudad, por favor vayan hasta donde se encuentran sus refugios designados de inmediato.

    Sin hacer caso de las instrucciones que los castrenses le giraban, Hyuga se quedó congelado en su lugar en ese momento, mirando fijamente a la aeronave que revoloteaba muy por encima de su cabeza, todavía con la bolsa repleta de ropa entre sus brazos. Si eso era cierto, y si la reciente falla de energía en toda la ciudad se había extendido también hasta el Cuartel General, lo cual era bastante probable pues ninguno de los accesos funcionaba y no respondían a sus llamadas, significaba que estaban en bastantes problemas.

    —¡Debo avisarles cuanto antes a los del cuartel!— como siempre se trataba en su caso, el sentido del deber se impuso al de supervivencia —Pero, ¿cómo?

    Y casi respondiendo a su pregunta, en esos momentos pasaba oportunamente, por la calle contigua, el mismo carro de propaganda electoral que se había topado al salir de la lavandería, con ese sistema de sonido que sería tan útil para alertar a todos en el Geofrente.

    —Recuerden votar por nuestro candidato, el señor Takahashi Nozumo— decía la jovencita por medio de dicho sistema, fiel a su labor —Takahashi Nozumo es capaz de conservar la calma aún en situaciones como ésta.

    —¡Eso es!— pronunció entusiasmado, agradeciendo su buena suerte, cuando se apuraba para dar alcance al automóvil.



    Después de tanto tiempo sumidos en la penumbra, al fin sus ojos se habían acostumbrado a ella. Cansado de tanto esperar, y notando que la situación pintaba para rato en resolverse, Kaji había optado por sentarse despreocupadamente en el piso del ascensor, olvidando las formas. Poco después se le unió su bella acompañante, agotada también de estar tanto tiempo de pie. Ambos tenían la espalda recargada sobre la misma pared, y hasta su expresión de fastidio se parecía bastante.

    —¿Porqué el teléfono de emergencia tampoco funciona?— murmuró desesperanzada la mujer, con la vista perdida. En realidad, no esperaba que le respondieran —No logro explicármelo...

    —Ya ha pasado más de una hora desde que estamos aquí— pronunció su compañero prisionero, en el mismo tono.

    —¡No es justo! ¿Hasta cuando tendremos que estar aquí?— comenzó a berrear la beldad de cabello negro, pataleando en el piso —¡Y encima de todo, hace tanto calor!— remató, tironeando su abultada chamarra con el dedo.

    —Según parece, también el aire acondicionado no sirve— respondió Ryoji, mirando hacia el techo, donde estaba dicho dispositivo —Y si tanto calor tienes, ¿porqué no te quitas esa enorme chaqueta? Con sólo verte me da más calor...

    Misato se estremeció con sus palabras, dándoles un significado completamente diferente al que Kaji había pretendido darle. Se alejó aún más de él, mientras que se apuraba a abrocharse la prenda hasta el cuello. Después de todo, aquél era el ambiente y las circunstancias perfectas para que ese tipo quisiera volver a aprovecharse de ella.

    —¡Oh, vamos!— exclamó el sujeto, divertido por la reacción de su ex amante —¡No hay necesidad de ser tímida hasta ahora!

    —Pues de una vez te advierto que más te vale no pensar en cosas indebidas, aún en una situación tan desesperante como ésta... si lo haces, te pesará— para darle un mayor realce a sus palabras, desde la esquina contraria Katsuragi lo amenazó colocando el puño cerrado frente a su rostro —¿Has entendido?

    —De acuerdo, lo que tú digas— asintió Kaji, levantando sus brazos en señal de rendición —Tampoco hay que ponerse violentos, ¿sabes?

    El silencio volvió hacerse entre los dos, cada cual sumido en sus pensamientos. Ryoji observaba a la mujer en el otro extremo del elevador, haciendo todo lo posible por evitarlo. Empezó a recordar con cierta nostalgia los días en que la situación era a la inversa, que con tan sólo verlo sus ojos se iluminaban y en su rostro se dibujaba una hermosa sonrisa, mientras se apresuraba a llegar a su lado. Aquellos días se habían esfumado ya, y nunca más volverían. Ya nada era como antes. Y así se lo hizo saber a su acompañante.

    —Misato... ¿alguna vez has vuelto a pensar en el pasado? ¿En cómo eran las cosas antes, entre nosotros?

    —Seguro que sí. Todavía me reprocho de haber tomado la decisión más estúpida en toda mi vida— contestó casi al instante la mujer, sin ser completamente sincera, queriendo evadir la pregunta —Pero no volverá a pasar, créeme. Ya no soy esa niña tonta que se impresionaba tan fácilmente.

    —¿En serio? En lo que mí respecta... no me arrepiento de haber salido contigo— confesó el sujeto, queriendo disimular su tono apesadumbrado —Es de lo único que no me he arrepentido, en toda mi vida.

    Mientras pronunciaba estas palabras se recargó aún más sobre la pared, casi recostándose, al mismo tiempo que cerraba los ojos para fijar mejor los recuerdos, cuando su voz comenzó a adquirir un aire melancólico, abandonando su habitual socarronería.

    —¿Te acuerdas como era todo aquello?— prosiguió, captando completamente la atención de la atractiva mujer —Pasarnos el día entero desnudos, en la cama, sin hacer nada... sólo holgazaneando... sin ir siquiera a la universidad... salir juntos a todas partes... esas noches interminables en las que nos íbamos de parranda, hasta que el sol saliera... cuando pasábamos la noche entera en la calle, sin que nos importara el frío o la oscuridad. ¿Recuerdas esa disco donde rompiste un lavabo? Yo me acuerdo que me encantaba esa expresión tuya, a la mañana siguiente luego de irnos a emborrachar. Adoraba ese aspecto tuyo, tan relajado, tan desvanecido. Aún sin maquillaje ni arreglarte lucías hermosa, Misato.

    —Pero también siempre nos estábamos peleando— intervino ésta, cortando la atmósfera del recuerdo y la nostalgia.

    —Por tonterías, lo sé. Aún así, esos dos años que vivimos juntos... no los cambiaría por nada. Esos dos años son los únicos de mi vida que resplandecen como si hubieran pasado en otro mundo.

    La sangre se agolpó en las mejillas de Katsuragi, quien de inmediato se encogió sobre sí misma, abrazando sus piernas y ocultando el rostro en ellas.

    —Vaya, parece que hoy andas inspirado, ¿no?— señaló burlonamente, para luego completar —Pero si mal no recuerdo, precisamente fuiste tú el que echó a perder todo ese tiempo que pasamos juntos. Espero que también te acuerdes de eso...

    —Es lo que nunca has querido entender: no estaba listo, lo sabes bien... ninguno de los dos estaba preparado para algo así. Y lo que tú me proponías... no, resultaba imposible en esos momentos.

    —Y entonces escapaste, como siempre lo haces, ¿no es así? Descuida, que ahora ya no me trago tus porquerías tan fácilmente como antes.

    —Me da igual si me crees ó no— arguyó Ryoji, volviendo a su pose desinteresada —Pero esos dos años los guardo en el corazón. Aunque me pasara algo en un futuro próximo, podría morir satisfecho, pues tengo esos años conmigo... eso es lo que pienso...

    La mujer con rango militar se sobresaltó con ese último comentario. Sobre todo por la posibilidad que mencionaba de una muerte próxima. Parecía hablar muy en serio. ¿En qué se encontraba metido ese sujeto esta vez? Desconcertada, lo interrogó con la mirada. Su semblante palideció mientras le preguntaba, con la voz entrecortada:

    —¿De qué estás hablando? ¿Qué significan todas esas sandeces?

    —Nada— respondió lacónico en el acto —No me hagas caso.

    Ahora se encontraba mucho más convencida que antes que Kaji no era lo que aparentaba ser, de que le estaba ocultando algo. Debería comenzar a vigilar mejor sus movimientos, más adelante, solo para estar segura de qué era lo que se proponía.

    —Hum, bueno, al fin y al cabo, me da igual— murmuró, como si aquella respuesta no le importara —Por cierto, lamento mucho interrumpirte ahora que estás hablando de cosas serias, pero la verdad es que... desde hace rato... tengo un montón de ganas de hacer pipí... — le reveló, con la cara compungida, mientras se mordía el labio inferior de la desesperación y las puntas de sus pies bailoteaban en el piso.

    —No me jodas— musitó incómodo su acompañante, pensando en la gran dificultad que aquello les traería. No sería nada sencillo solucionar dicho problema.



    Al fin se había logrado instaurar un cierto orden en las tareas de prioridad. Quien sabe porqué, pero en la Sala de Controles alterna se habían encontrado varios paquetes de velas de cera, mismas que ya habían sido distribuidas en las secciones más importantes del complejo, por lo que ahora ya podían gozar de una cantidad limitada de luz, además de las escasas lámparas de mano que tenían en su poder. Y también los altos mandos se encontraban sesionando, analizando a fondo la situación y buscando una pronta solución al problema. Gendo, Fuyutski y Ritsuko se encontraban frente a frente, apartados del resto del personal lo suficiente para que nadie se inmiscuyera en su conversación.

    —El Geofrente fue diseñado para ser una colonia autosuficiente aún si fuera aislado del mundo exterior. Teóricamente, es imposible que esto esté pasando— observó en primera instancia el subcomandante.

    —Eso nos indica que alguien lo está haciendo intencionalmente— señaló Akagi, acariciándose la barbilla a la vez que volteaba hacia donde se encontraba Gendo.

    —Apostaría a que su propósito final es investigar la estructura de este lugar— indagó el comandante, tan mordaz como siempre.

    —Posiblemente se trate de eso— asintió la doctora —Con la ruta reestablecida, se puede deducir la estructura completa del cuartel.

    —Es un verdadero fastidio— carraspeó Kozoh —¿Porqué diablos alguien querría hacerlo?

    —No lo sé— confesó la científica, encogiéndose de hombros —Pero podría correr programas fantasmas en MAGI, para que les sea más difícil entenderlo del todo.

    —Hágalo— consintió Gendo —Lo dejo todo en sus manos. Asegúrese de mantener a salvo la información confidencial.

    —Lo intentaré— admitió Ritsuko, no muy segura de poder lograrlo, mientras se dirigía al circuito central.

    Una vez que la mujer se hubo retirado, los que daban las órdenes se permitieron usar otra vez ese tono que casi rozaba en lo amistoso entre ellos, una especie de mezcla entre tolerancia y respeto.

    —Resulta bastante vergonzoso que la primera vez que el cuartel es dañado de verdad sea cosa de humanos, y no de ángeles— comentó Fuyutski, desabotonando un poco su saco, al comenzar a sentir los estragos del calor —¿Tú qué crees, Ikari?

    Homo, hómini lupus— el comandante le contestó, parafraseando en latín. (“El hombre es el lobo del hombre”)

    No obstante, ¿quién les aseguraba que se encontraban enfrentando a seres humanos? Era evidente que se las estaban viendo con una inteligencia espantosamente astuta, por la forma en que los había dejado indefensos en su propio terreno, pero no necesariamente tenía que tratarse de humanos. De hecho, ningún ser humano normal sería capaz de producirles tan tremendo daño, ¿ó sí?



    Al mismo tiempo, el cuarteto de pilotos continuaba con su travesía por las instalaciones a oscuras del cuartel. Sobra decir que algunos de ellos estaban muy inquietos con aquella situación, completamente nueva para ellos. Pasajes que antes les eran tan familiares, a falta de luz se habían tornado en auténticos laberintos en los que parecían estar atrapados sin remedio. Eso, sin contar que había mucho de la estructura completa que aún desconocían, simplemente porque nunca antes hubo necesidad de utilizarlas. Para ser sinceros, ¿porqué habrían de preocuparse los pilotos de saber donde estaban los corredores de mantenimiento, las líneas de energía, la central eléctrica, la planta de tratamiento de aguas residuales, los ductos de aire y demás enseres? Ellos sólo se preocupaban siempre por saber las rutas más cómodas y rápidas hacia los muelles de embarque de los Eva, el laboratorio donde realizaban sus pruebas y quizás a la Sala de Controles.

    Pero ahora que caminaba a tientas, sin poder distinguir un palmo más allá de su nariz, Shinji se prometía solemnemente una y otra vez que en cuanto estuviera a salvo comenzaría a aprenderse el mapa completo de todo el estúpido complejo. Ubicaba su posición guiándose por las voces de sus compañeros, además de que la excéntrica coloración del cabello de Rei parecía brillar en la oscuridad, en un efecto por demás raro. Y aún así, bastante atractivo.

    De no haber sido por ella, y algunas intervenciones aisladas de Rivera, los demás se hubieran perdido irremediablemente en la inmensidad del cuartel. Ni siquiera hubieran podido entrar a éste. Ayanami se movía en la penumbra con una naturalidad sobrenatural, sorteando pasajes y corredores como si no le importara no poder distinguirlos del todo, pues ya los conocía de sobra; era casi como si su cuerpo estuviera acostumbrado a todas las condiciones del lugar.

    Langley, la menos familiarizada con el entorno, mucho menos en dichas condiciones, era la que permanecía más inquieta, aún más que Shinji. Le producía cierto temor soltar la mano de Kai, pues creía que se perdería inmediatamente de hacerlo. Eso sería terrible, en medio de toda esa espantosa oscuridad. ¡Por todos los cielos! ¿Cómo se sentiría aquello, el estar sola, rodeada nada más de una impenetrable negrura, sin nada a la vista? Sintió un escalofrío recorrerle la columna, por lo que se afianzó aún más al muchacho.

    —¡No vayas tan rápido!— le dijo, mientras se aferraba por entero a su brazo, recargándose en él —¿No ves que no estoy tan acostumbrada a este sitio?

    —Eh... lo siento— masculló Rivera, quien agradeció en secreto que todo estuviera a oscuras, así nadie notaría su bochorno —Sólo intentaba llegar lo más rápido posible al hangar, ¿sabes?

    —Normalmente nos toma tan sólo dos minutos llegar hasta allá— señaló Ikari, animado por la voz de sus compañeros. A él también le estaba incomodando el no poder ver por donde pisaba —¿Están seguros que éste camino es el correcto?

    —¡No seas tan rezongón!— le replicó la alemana, tampoco sin verlo, pese a que volvió la mirada. Se encontraba al frente del grupo, junto con Kai, como su auto nombrada posición de líder lo requería —Te la vives preocupándote por los pequeños detalles. No deberías ser tan fijado en cosas tan insignificantes... ¿Qué, no eres hombre?..

    —Shhhh— la silenció su acompañante, cuando le pareció que la chiquilla iba demasiado lejos en sus comentarios.

    —Perdón— musitó ella, casi a la fuerza, sin lamentarse verdaderamente de lo cruel de sus palabras e intenciones.

    Distraído por lo que había escuchado, Shinji no evitó volver a tropezar en la oscuridad. Los demás tan sólo oyeron el golpe sordo de su pie al chocar con el piso, y una corta lamentación, seguida de una ininteligible maldición. Ayanami retrocedió hasta donde se encontraba, todavía doliéndose de su pie, para ofrecerle ayuda:

    —Toma mi mano— le dijo, mientras le estrechaba la suya. La piel del muchacho se puso de gallina al sentir el frío, pero suave tacto de la jovencita —Así te será más fácil guiarte en las sombras.

    —¡Ay, pero qué niña tan buena!— pronunció burlonamente la joven europea, quien por más que volteaba, no lograba distinguir la silueta de sus compañeros; cosa que no le impidió mofarse de las buenas intenciones de Rei.

    —Shhhh— volvió a callarla Rivera.

    —¡Perdón, pues!— replicó Asuka en el acto, cansada de que se la pasara regañándola.

    —No, no es por eso— pareció disculparse el joven, por su parte, aclarando —¿Qué no escucharon? Parece como una...

    —Una voz— confirmó la muchacha japonesa, aguzando el oído.



    Enseguida, vieron una timorata luz que pretendía ahuyentar a las sombras, mientras avanzaba rápidamente sobre un camino para carros, muy por encima de donde se encontraban. El ruido del motor confirmó que se trataba de un automóvil a toda velocidad, y luego los cuatro experimentaron un alivio momentáneo al reconocer aquella voz.

    —¡Oigan, es Hyuga!— señaló Shinji, creyéndose salvado.

    —¿Pero porqué está conduciendo un auto de propaganda electoral?— se preguntó Kai, preocupado más por aspectos más mundanos que lo que verdaderamente les apuraba, y era llegar cuanto antes al cuartel —No me lo explico...

    —¡Hey, Hyuga! ¡Estamos aquí!— gritó Langley a todo pulmón, agitando los brazos para llamar su atención —¡Vuelve aquí! ¡¡¡Hyuuuuugaaaaaa!!!

    Pese al alto volumen de sus alaridos, Makoto era incapaz de escucharla, tan retirado como estaba, además de ir muy concentrado en conducir de prisa y con el micrófono del vehículo ir advirtiendo a todo mundo en su loca correría:

    —¡Se aproxima un Ángel! ¡Repito: se aproxima un Ángel, justo en estos momentos! ¡Todos alerta! ¡Un Ángel viene!

    El puntito de luz fue perdiéndose en la lejanía, al igual que la voz del joven oficial fue apagándose poco a poco hasta que todo fue nuevamente silencio y tinieblas. Además de haber alertado a todos en el cuartel, Hyuga había tenido la oportunidad de salvar completamente el día llevando consigo a los pilotos; pasó a un lado de ellos, y no obstante, ni siquiera se dio cuenta de ello. Resignados, éstos permanecieron por un momento donde estaban, pensando en el mejor curso a seguir ante tal emergencia.

    —¡Un Ángel viene hacia acá!— exclamó la chiquilla rubia, conteniéndose lo más que podía para no hacer una monumental rabieta —¡Lo que faltaba!

    —Pero qué raro— pronunció el joven Katsuragi, meditando profundamente —¿Porqué Hyuga estaría manejando un auto con propaganda de Takahashi Nozumo? Pensé que era partidario de Kobayashi Hiragizawa, de la Derecha Conservadora...

    “Ay, pero qué simplón es este muchacho” pensaron sus tres acompañantes al mismo tiempo, mientras que lo miraban despectivamente y una especie de sudor frío les recorría la sien.

    —No deberías preocuparte por eso en estos momentos— le dijo Rei, un poco enfadada por su falta de seriedad y dedicación. Aunque no había mucho que podía hacer, después de todo, así es como era Kai, y nada ni nadie podría cambiarlo —Ya no podemos perder más el tiempo, hay que tomar un atajo hacia el muelle de embarque.

    —¡Para el tren, jovencita!— replicó la alemana en el acto, que si bien, estaba igualmente disgustada por actitud de Kai, justo ahora que se había estado portando tan serio y maduro, tampoco permitiría que socavaran su recién instaurada autoridad —¡No olvides que la líder aquí, soy yo! ¡No te atrevas a tomar la iniciativa sin mi consentimiento!

    —Aún así, debemos llegar lo más pronto a reportarnos. Nos necesitan— intervino Shinji, suavizando las cosas y haciendo que todos se avocaran a lo más apremiante.

    —Sí, estoy de acuerdo con eso, Shinji, no me malentiendas— contestó la extranjera, cruzándose de brazos —Lo que tenemos que resolver aquí es el cómo podremos llegar tan rápido hasta allá...

    Shinji, Rei y Asuka se quedaron pensando un poco, y al cabo de un rato los tres voltearon hacia donde se encontraba Rivera, como buscando que les diera la respuesta. Entendiéndolo de esta manera, el muchacho se llevó un dedo al mentón, al tiempo que entornaba los ojos y murmuraba:

    —Pues... veamos... en una situación cómo esta... lo que podríamos hacer es...





    —¡Maldición!— volvió a renegar Langley, como por enésima vez en los últimos quince minutos —Podrá ser un atajo y todo lo que quieras, pero aún así resulta muy vergonzoso...

    Y no era para menos. En esos momentos, el cuarteto se encontraba arrastrándose por entre los ductos de ventilación, y como era de suponerse, éstos no estaban muy limpios por dentro. Así que el recién lavado y planchado uniforme escolar de la joven rubia se estaba ensuciando irremediablemente, además de que su lindo rostro se estaba manchando con hollín. La cosa no podía ser peor.

    —Saben— pronunció Ikari, buscando distraerse y no pensar en las horas que emplearía para quitarle las manchas a su camisa de la escuela —Últimamente me he puesto a pensar muy profundamente sobre este asunto... sobre los Evas y todo eso... arriesgar la vida por salvar al mundo y esas tonterías... pero me he dado cuenta que en realidad no sabemos el porqué ni contra qué estamos luchando. Quiero decir, ¿ustedes saben qué son los Ángeles? ¿En verdad alguien lo sabe?

    —¿Pero qué rayos estás balbuceando esta vez? Y justo en estos momentos tan desesperantes— lo amonestó la joven rubia, quien iba detrás suyo —¿Te das cuenta de lo que estás diciendo?

    —Se supone que los Ángeles son mensajeros de Dios, ¿no es así?— continuó el chico japonés, pese a la negativa de su compañera —Son los encargados de hacer cumplir Su voluntad. En ese caso, ¿porqué los estamos combatiendo? Si ellos son nuestros enemigos... ¿acaso también Dios es nuestro enemigo?

    —¡Idiota!— espetó la muchacha europea, olvidándose por completo de lo sucia que se estaba poniendo su ropa —¡No es que se trate de ángeles de verdad! La cosa es así de simple: seres desconocidos llegan a este mundo y comienzan a atacar sin razón a la humanidad. Es lógico y natural que debamos defendernos y contraatacar, ¿no lo crees?

    —Supongo... suena algo razonable— contestó el joven japonés, no muy convencido del todo con aquella explicación. Aún había algo que lo inquietaba —Pero entonces, ¿porqué razón llamarlos ángeles? ¿Porqué no demonios, bestias mecánicas ó cualquier otra cosa?

    Harta de escuchar sobre el asunto, la alemana prefirió ya no responder, haciendo caso omiso de las inquietudes de su colega. Pero lo cierto es que también le habían comenzado a surgir interrogantes parecidas. “Es cierto, ¿porqué será?”

    En esos momentos resultaba evidente que los jóvenes pilotos Eva no pasaban mucho de su tiempo reflexionando acerca de aspectos tan desconcertantes como aquél, que podrían ser fundamentales para el desempeño de su trabajo y también para hacerlos comprender la verdadera razón por la cual peleaban.

    —Ayanami— insistió Ikari, cuando se percató que Langley lo ignoraba a propósito, dirigiéndose a su compañera que reptaba por detrás suyo, abriéndoles el camino —Tú creciste en un convento, ¿no es así? Rodeada de monjas y todo eso... Y además, me parece que estás mejor informada acerca de todo esto, así que: ¿tú qué opinas al respecto?

    —Por parte de la fe, se suponía que Dios ya no volvería a castigar a la humanidad con catástrofes, una vez concluido el Diluvio Universal— respondió enseguida la jovencita, quien con el tono frío y mecánico que empleaba no daba muestras de que aquella conversación le incomodara —Todo esto está asentado en la Biblia. Sin embargo, existe otra parte de ésta que nos habla del Juicio de Dios y de Sus Ángeles encargados de ejecutarlo: el Apocalipsis... así que tampoco resulta descabellado pensar que nos enfrentamos al Juicio Divino.

    —En ese caso, ¿en realidad luchamos en contra de Dios?— continuó Shinji, mientras que él y la misma Asuka se ponían cada vez más inquietos con aquella posibilidad.

    —El universo en el que vivimos es un lugar muy grande y fascinante, con maravillas que dejan perplejo al poco conocimiento que tenemos de él— acotó Rivera, arrastrándose delante de todos ellos, sacando a relucir su lado científico —Pero sólo te diré que he tenido la oportunidad de poder estudiar de cerca a esas criaturas, y su composición y la manera que su propia existencia desafía las leyes naturales nos hacen suponer que son visitantes de otro plano dimensional, un universo completamente distinto al nuestro. ¿Quieres llamar Cielo ó Infierno al lugar de dónde provienen? A mí me da igual, pero pienso que debe ser una elección personal. Así que... ¡ah, aquí bajamos nosotros!— se interrumpió a sí mismo cuando se les terminó el estrecho recorrido y tuvieron que volver a usar el corredor. Aquello ponía fin a la charla, dejando la interrogante de Ikari en suspenso, aún flotando en el aire. Nadie se opuso, pues todos se estaban poniendo nerviosos con el tema, y comenzando a imaginarse cosas raras.



    Los jóvenes pilotos, pues, se encontraban ante una nueva disyuntiva: un acceso que se bifurcaba en dos senderos, cuya dirección era desconocida. Con tantos pasillos, accesos y rutas por recordar, resultaba algo comprensible que Rivera olvidara algunos cuantos, como los que tenía frente a sí. No obstante, aquello no era tolerable, puesto que había sido él quien los había conducido hasta allí. Apenado, el muchacho intentaba por todos los medios cuál camino era el correcto; para su desgracia, la escasa luminosidad no le ayudaba a ubicar bien su posición.

    Rei estaba segura que debían ir por la izquierda, sin embargo Langley ya había tomado una decisión, casi sólo por contrariarla, y estaba obstinada en que todos la siguieran hacia el lado contrario del que indicaba su compañera. Shinji hacía lo posible por mantenerse al margen de la discusión, ateniéndose a que los otros resolvieran el problema.

    —¡Soy la que manda aquí, y si yo digo que iremos por la derecha, entonces iremos por la derecha!— exclamó la jovencita rubia, ante la terquedad de Ayanami, cegándose a la vez a la suya.

    —Te digo que el camino correcto es hacia la izquierda...— contestó una vez más la joven misteriosa de los ojos escarlatas.

    —¡Ya te dije que no me contradigas! ¿Tú que opinas, Shinji?— preguntó la extranjera, buscando apoyo ante la indecisión de Kai. Y también le daba algo de miedo averiguar del lado de quién se pondría —¿Hacia donde deberíamos ir?

    —¿Y a mí que me preguntas?— pronunció Shinji, desenfadado, sin querer involucrarse —No tengo idea de en donde nos encontramos, así que me da igual hacia donde vayamos...

    —¡Diablos!— prorrumpió al final la chiquilla, imponiéndose a fin de cuentas —¡La responsabilidad de tomar las decisiones aquí es mía, pues yo soy la líder! ¡Así que síganme de una vez por todas!



    La joven alemana se había logrado imponer, al fin y a cabo, y el reducido grupo ahora caminaba por el estrecho pasillo de la derecha, aún a oscuras. Para no tropezar en la oscuridad continuamente apoyaban un brazo en el muro que tenían a lado, para más ó menos ubicarse en el espacio. Además de eso, Rivera y Asuka tenían la otra mano ocupada, ya que al frente de la fila la muchachita no deseaba por ningún motivo soltar la mano de su compañero, ahuyentando un poco su temor a perderse. Por su parte, el chico no perdía oportunidad para acariciar la piel tan tersa de su acompañante ni de sujetar firmemente su mano tan delicada. Su pulso se agitó cuando el gesto le fue correspondido, formando parte del proceso de un extraño cortejo. Resultaba muy conveniente, pues en esas condiciones tan especiales, con tan poca luminosidad, no podían ser vistos por los otros dos. Quién sabe qué más podrían hacer sin que ni Rei ni Shinji se dieran cuenta.

    —Como que se siente una corriente de aire, ¿no?— dijo Kai, intentando alejar esos pensamientos de su cabeza.

    —Parece que estamos subiendo— indicó Ayanami, quien, por más que hurgara entre las sombras, no alcanzaba a distinguir que estaban haciendo los dos que iban adelante.

    —Sabía que este no era el camino— completó Shinji, cansado de tanto caminar —No sé porqué razón te escuchamos, en primer lugar.

    —Ya es un poco tarde para arrepentirse, ¿no crees?— se defendió la jovencita rubia de los ataques, arrastrando la voz —Y si ya sabías que por aquí no era, debiste haberlo dicho en ese entonces, no hasta ahora...

    En eso tenía la razón, por lo que Ikari le concedió ese punto, acallando de momento sus numerosos reclamos.



    El final del pasillo, que ya se vislumbraba, marcado por una puerta de acceso que se les interponía parecía ser la salvación de la líder improvisada de los pilotos. Confiando en ello, la europea apuró el paso al tiempo que pronunciaba llena de orgullo:

    —¡Allí está! ¿Lo ven? Esta vez, gracias a mi sabia guía, logramos llegar hasta nuestro destino, estoy segura.

    Cuando llegaron hasta ese punto, percatándose de que se trataba de una delgada compuerta y confiando sobremanera en su fuerza, a Langley no le costó mucho trabajo abrirla con una de sus poderosas patadas. La hoja de lámina se desprendió de su pasador y salió volando por los aires, impulsado por la fuerza de la patada, para después caer estrepitosamente y rodar en el suelo.

    La primera sensación que dicha acción produjo, la de encandilamiento por luz solar, les dejó a todos muy en claro que definitivamente habían equivocado el camino. Luego de unos momentos, y con los ojos ya algo acostumbrados a la repentina luz que los invadía se percataron que habían regresado a la superficie, pues aquél acceso daba a una de las calles de la metrópoli. El día tan soleado y el azul tan despejado del firmamento, sin una sola nube a la vista, parecían mofarse de la frustrada chiquilla.

    Súbitamente, la piel de Kai se avispó por alguna extraña razón, haciéndole reaccionar de inmediato, por puro instinto.

    —¡¡¡CUIDADO!!!— gritó tan fuerte como pudo, jalando del brazo a Asuka para empujarla hacia adentro, para luego pegarse a la pared e indicarles a sus otros dos compañeros —¡Escóndanse, rápido!

    Los dos muchachos, aunque confundidos, pronto lo imitaron, saltando hacia adentro y pegándose lo más que podían a la pared. ¿Qué estaba pasando? Se preguntaban todos al ver a Rivera tan alarmado.

    Al instante, el enorme aracnoide que se arrastraba dificultosamente por entre las calles y avenidas de la ciudad, ocultándose como podía con los rascacielos, pareció responderles. Justo enfrente de ellos, a unos cuantos cientos de metros, se encontraba el Noveno Ángel, paseándose cómodamente por Tokio 3, sin que nadie se le interpusiera.

    A la vista de sus múltiples miradas, esconderse resultaba inútil. Sin embargo, aquella entrada en la que se intentaban ocultar los jóvenes pilotos resultaba muy pequeña para que el coloso pudiera darle algún uso, por lo que simplemente pasó de lado, ignorando a los pequeños humanos que tenía frente a sí y siguió buscando algo más acorde a sus monumentales necesidades.



    Los cuatro niños respiraron aliviados por la decisión que había tomado el gigante, la cual les había salvado la vida y les ganaba algo de tiempo todavía.

    La joven alemana permaneció algún tiempo estrechando el cuerpo de su compañero, con la frente recargada sobre su hombro, tal y cómo la había dejado cuando la jaló hacia él. Dándose cuenta que tenía la mano sobre su nuca, Katsuragi pronto la retiró, avergonzado. Entonces la muchacha levantó la mirada, y con los ojos brillando con algún tipo de luz especial, pronunció entrecortadamente, con una expresión de ensueño:

    —Tú... tú... ¡me protegiste!

    —¿Lo hice?— masculló el chiquillo, entornando los ojos y rascándose la nuca, con el rostro encendido —¿Qué te parece? ¡De veras lo hice! ¡Ja!

    —Pero la situación ni siquiera era tan peligrosa— acotó Ayanami, lanzándole una fría mirada de reojo al muchacho.

    —Además, lo único que hiciste fue gritar y jalarla— continuó Ikari, haciendo lo mismo.

    El jovenzuelo se había quedado momentáneamente sin habla, permaneciendo inmóvil donde estaba, intimidado por los gestos amenazantes de sus dos camaradas. Tragó saliva y quiso sonreír socarronamente, en espera de que algo pasara.

    Fue la propia Asuka quien acudió en su auxilio.

    —Bueno, hemos podido hacer contacto visual con el enemigo— señaló muy seriamente, como queriendo imitar a Misato cuando se ponía a hablar de esa manera, levantando el dedo índice —Así que diría que lo mejor es que nos apuremos, ¿no les parece?



    Sin saber que había pasado de largo a los niños, por fin la prolongada carrera de Hyuga había llegado a su fin, llegando finalmente al Centro de Mando utilizando un pasillo lo suficientemente ancho como para que el carro compacto que había tomado prestado cupiera por allí. Un par de técnicos, desprevenidos, apenas si habían podido salvarse de ser atropellados por el apurado vehículo que irrumpió de la nada desde las pacíficas sombras, frenando abruptamente justo cuando se topó con Maya, quien subía al nivel superior por una escalerilla de emergencia.

    —¡Se aproxima un Ángel!— se apuró a poner sobre aviso a todo mundo, apenas bajó del coche —¡Debemos mandar un Eva cuanto antes, Maya!

    —Oh, no— exclamó la joven oficial, desde donde estaba —Esto está muy mal....



    Como un incendio voraz que engulle todo a su paso, así de rápido corrió la noticia en la Sala de Controles. ¿Qué hacer, dada la precaria de la situación? Sin energía eléctrica, difícilmente podrían hacer algo para defenderse de cualquier ataque, ¿o no era así?

    La atención de todos los allí presentes estaba fija en la presencia del comandante, esperando que como siempre, pensara en algo para remediar la situación. Después de todo, ése era su trabajo, tomar las decisiones importantes por los demás. Inclusive su segundo al mando parecía inquirirlo con la mirada, de pie, a su lado.

    Y sin querer decepcionar a alguien, Ikari se levantó de su lugar con presteza, comenzando a girar instrucciones.

    —Fuyutski, hazte cargo de todo en este lugar— le dijo mientras comenzaba a descender por la escalerilla que estaba a un costado de la pared.

    —¿Y tú qué harás?

    —Voy al muelle, a preparar todo para el lanzamiento.

    —¿Puede hacerse, dadas las condiciones en las que nos encontramos?— pronunció un tanto escéptico el viejo.

    —Tenemos un generador diesel ¿no es cierto?— el tono que empleaba para responder era un poco insolente, quizás por la prisa o puede que no le gustara que pusieran en tela de juicio sus designios —Supongo que con eso bastará— y sin más, Gendo se apuró a desvanecerse con el auxilio de la oscuridad, mientras bajaba más y más.

    —Yo me refería a que no tenemos pilotos— acotó Kozoh, sin que le escucharan.



    Y los pilotos no se encontraban ni siquiera cerca de su destino. Una enorme muralla parecía separarlos de éste, en más de un sentido. La sola contemplación de esa imponente barricada de acero y concreto que obstruía su paso bastaba para hacerlos sentir insignificantes.

    —No podremos abrir esta cosa manualmente— comentó Shinji, haciendo uso de su don para resaltar lo obvio.

    Resultaba un tanto extraño que en medio del Geofrente existiera un acceso de ese tamaño, y más que estuviera bloqueado de esa manera, un tanto exagerada. Parecía haber sido construido a toda prisa y sin miramientos. Incluso aún había algunas cuantas herramientas de construcción desperdigadas por todo el lugar. De hecho, no tenían la certeza de saber en qué parte del cuartel se encontraban. Podían estar en cualquier lugar.

    —De nada servirá quedarnos aquí, contemplando el paisaje— pronunció Ayanami, emprendida a continuar con su camino.

    —Lo mejor sería que buscáramos otro ducto de ventilación para seguirlo— completó Kai, aunque un poco más distraído que lo usual. Otros pensamientos parecían ocupar su mente, mientras miraba fijamente el acceso sellado frente a él.

    Caminó lentamente, con una mano sobre la pared, haciendo ademán de que deseaba estar solo en aquellos momentos. Y así lo entendieron sus compañeros, no obstante que Ayanami, en uno de esos impulsivos arranques de emoción que se suscitaban inexplicablemente en ella, decidió acompañarlo en su búsqueda. Era casi como si supiera lo que en realidad pasaba en la cabeza del muchacho en aquél momento.

    —Espera un poco, te acompañaré— pronunció la muchacha japonesa sin importarle la reacción que causaría en los demás pilotos.

    En el rostro del joven no hubo cambio alguno ante la proposición. Tan sólo miró de reojo a la jovencita que se apuraba a alcanzarlo, sin que ningún cambio de ánimo se reflejara en él. Aparentemente, cosas más importantes mantenían su atención que la posibilidad de encontrarse a solas con Rei después de quien sabe cuanto tiempo.

    Así pues, ambos se perdieron en la oscuridad, con la excusa de encontrar el dichoso ducto por el que pudieran continuar su camino.



    Por su parte, Shinji y Asuka permanecieron a la zaga, un tanto recelosos de la posición en la que se encontraban. A nadie le gustaba que lo hicieran parecer como estorbo, justo como Ayanami acababa de hacerlo con ellos dos. Sin más, la joven europea se dejó caer sobre el piso con un resoplido, aprovechando para descansar de la larga caminata, apoyando la cabeza contra uno de los muros.

    —Pues me parece demasiado conveniente que los dos vayan tan solitos, y mucho más con esta condenada oscuridad— advirtió Langley, temiendo que en esos instantes su rival se le estuviera insinuando de alguna forma a Rivera —¿No lo crees así, niñato?

    —No deberías pensar en esas cosas— le respondió Ikari con aire displicente, imitándola al sentarse en el suelo también, a su lado.

    —¿Pero es que piensas dejar las cosas así nada más?— a diferencia de otras ocasiones, en el tono de la muchachita rubia ya no se notaba reproche alguno. Ahora tan solo había curiosidad en su voz —Tú estás detrás de la chica maravilla, ¿o me equivoco? Entonces, ¿porqué dejas que se vaya con Kai, así como así? Deberías hacer algo para impedirlo...

    —Es lo que tú quisieras hacer, ¿verdad?— reviró el chiquillo la pregunta, dejando sin palabras a la alemana —Yo no me comporto de esa manera. No soy tan fuerte de carácter como tú. Si Rei quiere irse, no puedo impedírselo de modo alguno.

    —No cabe duda que eres todo un galán, Shinji— se mofó la extranjera, sin siquiera voltear a verlo —No puedo creer que aún no tengas novia.

    —Tú tampoco tienes novio, a pesar de todo lo que digas— intentó defenderse Ikari, como podía. Lo curioso es que en ninguno de los dos podía percibirse ira, a pesar de las intenciones de sus palabras. Aquella era una conversación desenfadada —Supongo que es porque nadie es capaz de llenarte el ojo. Eres mucha cosa para cualquiera...

    —Como sea— Langley cambió de tema drásticamente. Eso último le había calado —Creo que debería andarme con más cuidado con la Primera Elegida... es de esas personas que no se detienen por nada con tal de obtener lo que desea... es muy egoísta, pese a su apariencia. ¡No puedo creer su descaro, al correr de esa manera tras Kai!

    —Ayanami no es como piensas— confesó el muchacho, quien pensaba que sólo eran suposiciones de Asuka. También le incomodaba que fuese cierto —Es muy especial, uno nunca sabe qué es en lo que está pensando.

    —Aún así me intriga su relación con Kai. He notado la manera en la que se miran. Parece que hubo algo entre esos dos, pero no sé qué— pronunció finalmente, llevando la plática hasta donde ella quería —Tú debes saberlo, Shinji, pues llegaste aquí mucho antes que yo. ¿Qué tipo de relación existe entre ellos? ¿Acaso él y ella eran...?

    —No lo sé— interrumpió el joven, encogiéndose sobre sí mismo —Parece que sí hubo alguna clase de acercamiento romántico entre ambos. Por lo menos se llevaban muy bien. Pero según parece, se disgustaron un poco antes de que tú llegaras... y ya tú sabes que ahora difícilmente se dirigen la palabra... tu estabas allí cuando Kai le gritó, en medio de todos.

    —Me parece insólito todo esto— reflexionó la muchacha, con la mirada perdida en el techo —¡Es que son dos personas tan diferentes! Simplemente no me los puedo imaginar... tú sabes... juntos... Mein Gott!Me pregunto como se comportará la niña modelo cuando esté cachonda...

    —No digas eso...

    —Aún así, me preocupa que Ayanami nos haya apartado de esta manera... por algo debió haber sido: están solos, y quien sabe qué es lo que puedan hacer... eso resultaría muy perjudicial para mis planes— rió coquetamente la muchacha, ruborizándose un poco.

    —¿Eh? ¿A qué te refieres?— preguntó el chiquillo nipón, que no entendía lo que quería decir.

    —Ay, Shinji— se lamentó la jovencita, compadeciéndose de él, poniendo una mano sobre su hombro —Es por eso que la gente todavía te ve como un niño. No has crecido aún.



    —Discúlpame— cortó el silencio Rivera, luego de un largo rato de recorrer la gigantesca barrera en penumbras, sin dirigirle la palabra.

    —¿Porqué?— preguntó Rei, sobresaltada por lo súbito de la expresión. Sus extraños ojos de color rojo centelleaban en la oscuridad.

    —No había tenido oportunidad de pedirte perdón— aclaró Katsuragi, mientras se detenía un poco —Por lo de... esa vez... aquella última vez... ya sabes cuál... y por lo del otro día, en la Sala de Estrategias... no estaba precisamente en mis cabales... pero si en algo sirve, eras tú con la que menos enfadado estaba en ese momento... de hecho, nunca estuve enojado contigo... nunca...

    —Está bien— pronunció tímidamente la chica del cabello azul, deteniéndose a su vez, inclinando la cabeza —Supe que sufrías esa jaqueca que tienes de vez en cuando... pero de todos modos, a partir de esa fecha noté que ha mejorado tu estado de salud.

    —Bueno, en parte— admitió Kai, algo confundido —Es difícil de explicar... me topé con una persona muy extraña, conversamos un rato y...

    —Y no solamente eso...— parecía que a Ayanami no le interesaban los pormenores del asunto, sólo los resultados —También has estado mucho más relajado... tranquilo... justo como eras antes... cuando estaba enamorada de ti...

    Admitir eso le había costado mucho trabajo, pero era algo que debía ser dicho, para que no la molestara más. Ahora que lo había hecho, se sentía mucho más tranquila consigo misma.

    Por su parte, el muchacho se inquietó en sobremanera con la revelación. Sentía el corazón dando de tumbos en su pecho.

    —¿A qué te refieres? Es que acaso tú...

    —No— respondió tajantemente, adoptando de nuevo su postura distante —Ni siquiera pienses en eso. Terminó.

    Aquello le había caído como balde de agua fría a su ánimo. Sin embargo, se esforzó por conservar la ecuanimidad.

    —Es bueno saberlo— dijo —Estaba algo confundido con respecto a nosotros.

    —No te preocupes, ya puedes arrojarte sobre esa rubia escandalosa sin ningún remordimiento— pronunció la chiquilla, continuando su camino —A mí no me importa en lo absoluto.

    —¿De veras? ¿Entonces porqué noto celos en tu manera de hablar?— señaló mordazmente el muchacho, sonriendo socarronamente —Y me parece curioso que seas tú la que me lo diga, cuando ni siquiera había pensado en ello...

    —No sé de lo que me estás hablando. Sólo sé que eres muy amigable con ella. Demasiado.

    —Trato de hacer las paces, nada más. Como contigo en estos momentos. Después de todo, todos somos un equipo, y debemos cuidarnos las espaldas los unos a los otros, y si no tenemos una buena relación, ¿cómo diablos se supone que lo haremos?

    — Qué noble. Siempre estás preocupándote por el bienestar de los demás.

    —Y aparentemente, tu sólo te ocupas del bienestar de Shinji, ¿verdad?

    —Lo que yo haga por Ikari es asunto únicamente mío, ¿me has entendido?

    —De acuerdo, lamento haberlo mencionado...— asintió el joven, un poco avergonzado por su actitud, mientras murmuraba entre dientes —¿Dónde carajos estará ese ducto?

    Los dos continuaron su recorrido a tientas por un rato más, en absoluto silencio. Al parecer, la observación del muchacho había logrado herir unas cuantas susceptibilidades; sin embargo, no podía detenerse a pensar mucho en ello ni menos en como ponerle una solución al inconveniente, pues otro asunto lo distraía en ese instante. A través del colosal muro de concreto y acero que recorría con una de sus manos, lograba percibir nítidamente un sonido que semejaba bastante a una respiración. Más que eso, era casi como un susurro. Parecía que la corriente de aire tomaba voz propia y se dirigía precisamente a él, murmurando frases inconexas en su oído. Era una sensación muy rara, y no conseguiría guardarla para él.

    —Qué cosa tan extraña— pronunció, capturando la atención de su acompañante nuevamente —Conozco casi todo el Geofrente de palmo a palmo, y sin embargo, nunca he sabido hacia donde conduce este acceso y porqué está bloqueado de esta manera. Siempre que paso por aquí me da la impresión de escuchar algo. Como si alguien estuviera llamándome detrás de este muro— confesó el muchacho en tono soñador, pegando un oído en la pared, mientras su compañera, aún a través de las sombras que los separaban, lo observaba detenidamente —¿Tú crees que detrás de esta puerta haya espíritus chocarreros, ó algo así?— preguntó, intentado quitar la solemnidad entre ellos —¿Ó quizás un invasor extraterrestre que capturó Ikari?

    —Quién sabe— respondió Ayanami, divertida por la ocurrencia y tratando de no reírse.

    —Entonces... no sabes lo que hay detrás de esta barrera...

    Aquella no era una pregunta. Era una afirmación contundente. Otra vez tenía que arruinarlo todo. Definitivamente, no sabía cuando parar.

    —No— asintió, lacónica, recogiendo un tubo de cobre tirado en el piso, para derribar una ventila y se pudieran escabullir por allí.

    —Claro que no. Por supuesto que no te lo ha dicho. Ikari no confía tanto en ti como para empezar a revelarte sus secretos. Y es que, para él, no eres más que una herramienta que sirve a sus propósitos, por el momento. ¿Lo sabías?

    —Sí.

    —Y aún así... ¿persistes en tu empeño? ¿No piensas hacer algo al respecto?

    —No. No por ahora— Rei usaba el mismo tono hosco, inclusive hasta desafiante a la vez que comenzaba a golpear una rendija en una de las paredes, queriendo forzarla.

    —De ser así, te aconsejo entonces que te vayas despidiendo de tu querido comandante. En cuanto entregue mi informe al Secretario General, en un par de meses, al bastardo no le quedará de otra más que empacar sus cosas— cuando conjuraba su amenaza decidió reemplazar a la muchacha, tomando el tubo entre sus manos y golpeando con mucha más fuerza, queriendo darle énfasis a sus palabras —Ten por seguro que no voy a dejar títere con cabeza en este sitio, una vez que haya hecho el informe de todo lo que pasa en este lugar y con su líder.

    —En dado caso, lo más conveniente sería irme despidiendo de ti, ya que si el comandante Ikari no está, no me quedará más nada en esta insulsa vida que tengo que llevar. Y esta vez me aseguraré que no estés ahí para evitar que complete lo que interrumpiste aquella vez, en el techo de la escuela...

    La ventila salió volando por los aires, desprendida por la fuerza del golpe. El estrépito que produjo al chocar con el piso resonó por todo el lugar, gracias al eco que producían sus grandes paredes, tan alejadas una de la otra.

    A pesar de la negrura que los envolvía, los ojos de Katsuragi se clavaron en los de su compañera, por un momento que duró eternamente para su afligido corazón. Para el de ambos, en realidad. La respectiva coloración de sus ojos, tanto escarlata como esmeralda, destacaba por encima de cualquier oscuridad.

    Un cúmulo de emociones desbordadas los embargó, sin saber que hacer para detenerlas. Una madeja de sentimientos, algunos contradictorios entre sí, limitaban en sobremanera su capacidad de reaccionar ante el otro. Pero sus ojos parecían decirlo todo, sin necesidad de que utilizaran la lengua. Kai estaba perplejo, boquiabierto frente a una irreflexiva Rei que volvía a esconderse apuradamente detrás de su máscara autista. Su actitud lo atemorizaba aún más, pues parecía darle validez a sus palabras, palabras muy serias que evocaban una vaga resolución por quitarse la vida.

    —¿Hablas... hablas en serio?— articuló a duras penas, sin moverse un ápice —¿De verdad serías capaz de...?

    —¡Por fin lo lograron!— la intervención de Asuka, quien emergió de la penumbra acompañada por Shinji, no pudo ser más inoportuna —¿Quién diría que encontrar un ducto de ventilación sería tan difícil? Creo que por eso tardaron tanto tiempo, ¿no es así?

    Las miradas de Ayanami y Katsuragi chocaron por última vez, para luego rehuirse el uno al otro, cabizbajos. El chiquillo pronunció una maldición en inglés, entrecortada, inaudible para todos los demás.

    —Es correcto— aseveró la japonesa, señalando al susodicho ducto —Pero ahora ya podemos volver a usarlos. Andando.



    En cuestión de minutos, Gendo había comenzado la aparatosa tarea de preparar a los Evas manualmente para un eventual lanzamiento. Reunir y dirigir al personal necesario no había sido cosa fácil, pero para su sorpresa Zeta ya había sido preparado para tal contingencia y ahora sólo estaban esperando al piloto. Eso les ahorraba el tiempo que les tomaría preparar un Evangelion, ahora sólo tenían que preocuparse de encargarse de los otros tres. Por suerte, la gente de Rivera se ofreció a prestar ayuda, en un gesto por lo demás solidario con sus camaradas de NERV.

    Así que coordinados tanto por el comandante, como por el segundo de Rivera, Takeshi. La monumental tarea se tornaba un poco más sencilla, con la firme voluntad y el trabajo duro de todos los empleados uniendo sus fuerzas.

    —¡Tiren, tiren! ¡Tiren, tiren!— se animaban los unos a los otros, entre resoplidos y pujidos, y una que otra blasfemia. El naranja del uniforme del personal de NERV se mezclaba con el gris de uniforme de las empleados de las Naciones Unidas, mientras que todos ellos jalaban de sendas cuerdas para lograr colocar la cápsula de inserción de la Unidad 01 en su lugar, mediante un sencillo mecanismo de polea.

    —Muy bien, enterado— pronunció por un walkie talkie uno de los técnicos que supervisaba la operación, siendo informado de los avances de ésta y a su vez comunicándole al comandante de dicho progreso —La compuerta ya ha sido abierta, señor.

    —Perfecto. Prepárense para introducir las cápsulas de inserción en los Evas— indicó Ikari, quien desde su puesto estaba vigilando que todo marchara sobre ruedas.

    —Pero señor— se atrevió a disentir el sujeto en anaranjado —Aún no tenemos pilotos...

    —No se preocupe— intervino la Doctora Akagi, antes de que recibiera una reprimenda por parte del jefe —Algo me dice que ya vienen en camino...



    Activar manualmente el mecanismo de inserción de las mentadas cápsulas, que no eran otra cosa sino las cabinas desde las cuales los pilotos tripulaban a los monstruos mecánicos, no era cosa fácil, por lo que el personal tuvo que echar mano de todo el músculo que estuviera disponible, aún el de Takeshi e inclusive el del mismo Comandante Ikari, quien se encontraba en igualdad de condiciones hasta con su más humilde empleado, resoplando y sudando la gota gorda con tal de introducir la pesada cabina en la columna vertebral del robot.

    La cabeza de éste se retraía hacía abajo, mientras un dispositivo en su espalda retrocedía facilitando de esta manera el ingreso de la cápsula por la nuca.

    —¡Tiren, tiren, tiren!— aquellos hombres continuaban recitando afanosamente su lema, mientras la complicada operación poco a poco era completada —¡Tiren, tiren, tiren!

    —La cápsula ya está casi preparada, doctora— notificó Maya a su superiora desde su puesto, espiando a los trabajadores con unos binoculares.

    —Vaya. Así que ahora ya tan sólo faltan los chiquillos...



    En el acto, casi como si estuvieran respondiéndole, se escucharon algunos gruñidos y demás sonidos raros por encima de sus cabezas, en uno de los ductos de ventilación. Parecía que alguien estuviera forcejeando adentro, ya que tan sólo se alcanzaban a percibir algunos cuantos resoplidos carentes de significado alguno; no fue sino hasta que las mujeres, mirando por encima de sus cabezas y aguzando sus oídos, pudieron reconocer la chillona voz de Langley:

    —¡Imbécil! ¡¿Qué parte de “No te atrevas a verme los calzones” no entendiste?! ¡Estúpido, animal! ¡Desgraciado!

    —¡Perdóname, Asuka, yo sólo...!— intentaba disculparse Shinji, al parecer sin mucho éxito.

    El frágil espacio que los contenía al parecer no pudo soportarlos por más tiempo, sobre todo por el forcejeo que se llevaba a cabo en su interior, por lo que no tuvo más remedio que ceder y desembarazarse de los polizones que escondía dentro de sí.

    Tanto la alemana como el joven Ikari se vieron sorprendidos por lo abrupto del rompimiento, cayendo desde una altura no superior a los cinco metros sin poder hacer gran cosa, salvo caer aparatosamente de sentón. Lo que había sucedido es que, por azares del destino, Shinji iba justo detrás de la europea en el ducto, por lo que su vista de frente era algo privilegiada, cosa que no le parecía a la muchacha, que ya le había advertido anteriormente que tuviera cuidado con lo que viera; advertencia que por mucho que intentó, el chiquillo no pudo seguir.

    Y mientras que sus compañeros se lamentaban, acariciando sus partes lastimadas, Rei optó por hacer uso del orificio que tan oportunamente habían hecho, saltando desde donde estaba y maniobrando para caer entre ellos con suma gracia, flotando delicadamente como un pétalo de rosa echado al capricho del viento, logrando aterrizar con los brazos extendidos y los pies juntos, tan derechos como una regla, muy semejante a una gimnasta que recién termina de hacer su rutina frente a los jueces.

    —Eso sí que es caer con estilo— aplaudió Maya a la jovencita, que seguía frente a ella en esa posición, con Shinji y Asuka a sus pies.

    —Ja, si crees que eso fue bueno, espera a que veas mi entrada— le dijo Rivera, quién todavía seguía trepado allá arriba, sin querer quedarse atrás.

    Así que al tiempo que se encontraba cayendo al piso, con tal de lucirse ante todos ejecutó una maroma en el aire, ajustándose para un espectacular aterrizaje que opacara al de su compañera. Sólo que por hacerlo calculó mal su impulso, cayendo con todo su peso sobre un solo pie, que por poco y se dobla completamente. El estímulo doloroso recorrió rápidamente sus terminales nerviosas hasta que llegó al cerebro, cuya respuesta no se hizo esperar:

    —¡¡¡AAAARGH!!! ¡Mi pie! ¡Ay, ay, ay, mi piececito chulo!— gritaba como loco una y otra vez, mientras daba de saltos por todo el cuarto en un solo pie, sujetándose el lastimado con las manos, ante la mirada despectiva de todos los demás.

    —Pues vaya que son oportunos— anunció Ritsuko, tapándose la boca con las manos, intentando no carcajearse de la escena tan patética. Lo que más gracia le causaba es que le había ocurrido precisamente al insolente de Rivera.

    —¿Cómo están los Evas?— preguntó el muchacho japonés a la científica, levantándose una vez que se repuso del golpe.

    —Funcionando y listos para el lanzamiento— respondió la mujer, con gran orgullo en su voz, señalando con el dedo pulgar al exterior, en donde se realizaban todas las maniobras.

    —¿En serio?— preguntó Langley, mientras se asomaba a donde le indicaban, corroborando que efectivamente, aquello era cierto —¿Pero cómo es eso posible, sin electricidad?

    —A la antigua: con sudor y mucho esfuerzo— acotó Rikko —En realidad, todo esto fue idea del comandante.

    —No me digas— se atrevió a farfullar Kai, todavía doliéndose de su pie —Me parece increíble que a ese tipo se le ocurra algo útil, para variar.

    Al momento de pronunciar estas palabras, su mirada se desvió hasta donde estaba Rei, sólo para comprobar que ella lo observaba de disimulo. De todos modos, no le valió siquiera una respuesta.

    —El Comandante Ikari tenía mucha confianza en que llegarías— Akagi también optó por ignorar a Kai, dirigiéndose a Shinji, quien estaba, junto con Asuka, mirando embobado todos los preparativos que realizaban en el nivel inferior —Es por eso que quería tener todo preparado para ti...

    —Papá...— murmuró el jovencito, pasmado. Ésa era la primera muestra de algo parecido a afecto que le prodigaba su padre. No estaba acostumbrado a tal situación, por lo que no sabía como sentirse.



    En ese instante, desde donde estaba, Gendo pudo percatarse de la llegada de su hijo y de los demás pilotos. Si hubiera sido una persona cualquiera una sonrisa de satisfacción hubiera iluminado su rostro. En cambio, la expresión pétrea de su cara no cambió ni un ápice.

    —¡Preparen la entrada manual!— ordenó, para que ahora todo mundo se prestara a abrir las cápsulas, lo que le permitiría a los pilotos abordarlas.

    —¡Tiren, tiren, tiren!— continuaba la letanía de los empleados, entre resoplidos y el desfallecimiento.



    De allí en delante todo fue a prisa. Los pilotos tuvieron que ponerse sus trajes en tiempo récord, abordar sus respectivos Evas y esperar a que les dieran la indicación de lanzamiento. Los cerrojos que mantenían a los Evas en sus hangares también debieron ser abiertos manualmente así como también diversas partes del proceso que involucraba el lanzamiento de un Eva y que requerían de energía eléctrica, debieron ser improvisados con la sola energía motriz que un puñado de fortachones pudiera proporcionar.

    —¡El ángel está justo sobre nosotros!— alertó Makoto, quien por alguna extraña razón seguía trepado en el automóvil de campaña y usando sus altavoces.

    —¡De prisa, ya no resistiremos!— apremió a su personal la Doctora Akagi, aunque no quedaba claro si se refería al eventual ataque del ángel o a los altavoces de Hyuga, pues se había colocado las manos sobre los oídos, haciendo una mueca de disgusto, al igual que lo hicieron otros que se encontraban demasiado cerca del vehículo.



    Al poco tiempo, unos cuatro minutos para ser exactos, los Evas habían sido liberados. Sólo que en lugar de recorrer velozmente en su catapulta los enormes túneles que los conducían a la superficie, los gigantes de acero se vieron forzados a recorrerlos casi a gatas, en una posición que les restaba bastante solemnidad y el respeto que infringía su sola vista.

    Asuka era la primera en notarlo.

    —¡Maldita sea, esto es tan humillante!— se quejaba amargamente, al tiempo que con gran vergüenza conducía a su Eva 02 por el túnel —Estoy harta de tener que arrastrarme...

    —Relájate— intentaba animarla Rivera, al frente del grupo. Zeta apenas si cabía por el pasaje. Algunas veces, los “cuernos” que su casco tenía a cada lado raspaban en la parte superior del túnel. Y sin embargo, trataba de verle el lado positivo al asunto —En unos cuantos momentos estaremos allá arriba, haciendo pedazos a ese miserable. ¡Ya verá, ese bicho inmundo, cuando le ponga las manos encima! ¡Le arrancaré cada una de sus debiluchas piernas!— gruñó, algo molesto cuando de nuevo sus “cuernos” rasparon contra uno de los muros.

    —El túnel vertical está al frente— señaló Rei a una compuerta al final de su trayecto, sin poder ocultar su emoción. Aquella ocasión sí sería su regreso al campo de batalla, después de mucho tiempo de estar ausente.

    Sin querer hacerla esperar, a Kai sólo le bastó un leve puñetazo para hacer volar la enorme compuerta, lo que les permitió ingresar a un espacio no tan estrecho para sus necesidades. Aquél representaba el último obstáculo para alcanzar la superficie. Al final de dicho túnel ya podía vislumbrarse la luz del día.

    —Qué raro— observó el joven Doctor Rivera, quien seguía al frente, mirando fijamente la luz mientras avanzaba. Al igual que sus compañeros, para desafiar la gravedad tenía que hacer uso de ambos brazos y piernas, apoyándose en los costados del conducto para avanzar —¿Porqué estará abierto? Creí que todos los accesos estaban cerrados.

    Cuando ya casi alcanzaba la cima, la respuesta a su pregunta vino a él. Primero una colosal figura eclipsó la luz solar y entonces un ojo monstruoso se abrió. Al parecer, la criatura se las había ingeniado para hacerse de una entrada a los cuarteles.

    ¡Ay, ojón!— pronunció el muchacho en español, sorprendido por lo súbito de la aparición, trastabillando un poco; no obstante, se repuso casi de inmediato, argumentando —¡Ay, por favor, esto es absurdo! ¿Qué se supone que va a hacerme un ojo gigante? ¿Matarme con la mirada? ¡Ja, ja, ja! ¿Entendieron?— les preguntó a sus camaradas, en medio de sus carcajadas —¡Mirada! ¡Ja, ja, ja!

    “Pero qué simplón es este muchacho” volvieron a pensar los otros tres al mismo tiempo, avergonzados de su actitud.

    El monstruo tampoco parecía captar la broma, aunque quizás sí la intención, la cual era mofarse de su aspecto y habilidades. Pestañeó un par de veces, ocultando ese ojo verde tan plano, el cual parecía casi de caricatura. De hecho, en él no podía distinguirse ninguna estructura familiar al globo ocular, tales como la retina, los conos y los bastones.

    Luego, como si la burla hubiera lastimado de alguna manera sus sentimientos, la criatura comenzó a lagrimear un extraño líquido ambarino que empezó a caer sobre ellos en sendas gotas y poco después en grandes chorros a presión.

    —¡Cuidado allá arriba!— Ayanami tenía un mal presentimiento acerca de la sustancia, pero para cuando le advirtió, ya era demasiado tarde.



    El Eva Z fue el primero en hacer contacto con el líquido, un tanto viscoso al tacto. Éste solamente se deslizó por su regia armadura esmeralda sin mayor problema y tampoco provocando daño alguno. Más que por cualquier efecto que pudiera tener, el joven piloto parecía más interesado en analizar su composición que en suponer que aquello era una especie de ataque, por lo que pasó inadvertida dicha posibilidad.

    Sin embargo, sus colegas sí se percataron de lo que en realidad se trataba, aunque muy tarde. Ocurrió cuando, en su trayectoria guiada por la gravedad, el fluido alcanzó a las Unidades 00 y 02, que iban a la zaga de él. Al instante se pudo escuchar claramente un siseo, provocado por las placas de metal de los Evangelions que se estaban derritiendo, además de un humo blanquecino que despedía dicha reacción.

    —¡Esto es ácido!— señaló Langley cuando comenzaba a evaluar los daños sufridos.

    Por fortuna, la sustancia no había logrado alcanzar partes importantes de los dos robots; tan sólo una placa superior y una hombrera de combate, que no eran indispensables para un buen funcionamiento.

    En gran parte, se debía a que la resistente armadura de Zeta estaba recibiendo el baño de ácido casi por completo, sin complicación aparente; construida con un metal que, aunque su nombre y estructura química seguían en un hermético secreto, era evidente a simple vista que una más de sus propiedades era su cualidad de resistencia a cualquier agresión que se le hiciera, superando con creces a las doce mil placas de acero reforzado que cubrían a los otros Evas. Era una ventaja nada despreciable, que aun sin su Campo A. T. el gigante mecánico no estuviera tan desválido del todo.

    Así lo comprendía su piloto, que ya consciente del peligro que amenazaba a la misión, se decidió a actuar, cargando ferozmente contra el monstruo, siendo él la vanguardia del grupo; era imperante, pues, salir de ese agujero, ya que con ellos dentro, atrapados como peces en un barril, el monstruo tenía todas las de ganar. .

    —¡Maldito insecto, ahorita mismo vas a ver lo que es bueno!— se expresó bravuconamente, alzando el puño cuando consideraba tener al enemigo lo suficientemente cerca como para atacarlo. Dada su complexión tan frágil, pensaba que sólo un buen puñetazo bastaría para alejarlo del agujero.

    Quizás tenía razón, y hubiera podido confirmar su hipótesis de no ser que, ya sin el apoyo de su brazo derecho, las lágrimas tan viscosas de la criatura lo hicieron resbalar de los otros puntos donde estaba apoyando su peso y al no poder sostenerse más, irremediablemente la mole de metal se precipitó al fondo del pozo, llevándose consigo a todos los que estaban debajo de él.



    Cómo sea, Shinji, quien estaba al final de la fila, se las ingenió para detener con su Eva la estrepitosa caída de los otros tres, afianzándose como pudo de las paredes inseguras. No obstante, la inercia de la caída los había arrastrado hasta el punto de partida, es decir, el túnel horizontal por el que habían gateado para llegar allí.

    Sin importar la situación, el tóxico continuaba cayendo sobre ellos, sólo que en esos momentos la Unidad Especial no podía cubrirlos tan bien como antes.

    —¡Busquen refugio cuanto antes!— indicó la joven alemana, entrando de nuevo al boquete que habían dejado abierto, esperando que los demás la imitaran.

    Dentro del estrecho túnel, con su posición un poco menos comprometida, tenían la oportunidad de evaluar la situación detenidamente, aunque no por un periodo muy prolongado, ya que el tiempo de batería interna seguía corriendo.

    —Vaya, aparentemente nosotros no éramos su objetivo principal— apuntó Rivera, mientras que observaba los chorros de ácido desfilar frente a él en su recorrido al fondo del abismo —Al parecer, pretende utilizar esa sustancia para penetrar en el Geofrente.

    —Su propósito es lo de menos— señaló por su parte Rei, sin querer quitar la atención del problema primordial; no obstante el peligro, se sentía extasiada por la emoción de la batalla que corría por sus venas. Aunque, como todas aquellas emociones fuertes que experimentaba, la disimulaba con mucho esmero —Lo importante aquí es saber cómo lo vamos a neutralizar. ¿Alguna idea?

    —No puedo hacer mucho— confesó Shinji, un tanto abrumado y algo nervioso por que el contador de energía seguía bajando —Perdí mi arma allá abajo. Supongo que Kai podría destruirlo fácilmente desde aquí con uno de sus rayos...

    En su voz se ocultaba un cierto aire de envidia y rencor, resentimientos ocasionados por la certeza que ahora tenía de que nuevamente su compañero pretendía alejar a Ayanami de él, además de Asuka.

    —Desde aquí tengo buen ángulo de tiro— indicó Rivera sin haber captado el veneno en aquella última frase, asomando un poco la cabeza para cerciorarse de que aquello era verdad —Creo que puedo romper su Campo A .T. , pero nada más eso, ya que sólo puedo utilizar la ráfaga óptica a su máxima potencia en espacios abiertos, de otra forma no sólo destruiría al ángel, sino también a todos ustedes. Y no puedo trepar hasta arriba. El maldito ha embarrado las paredes y cualquier superficie de apoyo con su mierda esa, no tendría suficiente tracción.

    —No se apuren, tengo un plan— salió al encuentro Asuka, quien hasta entonces había permanecido, por increíble que pareciera, reservada y al margen de la situación.



    Al momento, los otros tres voltearon hasta donde se encontraba, ansiosos por conocer su idea. Sus palabras y la convicción con la cual las entonaba les inspiraban confianza. Y Langley se aseguraría de no defraudarla.

    —Es como una jugada de fútbol— la joven alemana comenzó a exponer su proyecto sin más antelación, teniendo la atención total de sus compañeros —La línea defensiva aguantará los ataques del equipo contrario, mientras que la media de contención se asegurará de recuperar la posesión del balón en un descuido, bajando hasta el fondo del túnel para obtener el rifle perdido; cuando esto ocurra, el volante, que en este caso debe ser Kai, deberá atraer la marca de la defensa rival para entonces dejar el camino libre para que la delantera anote el gol. El clásico efecto de látigo ¿han entendido?

    —No puedo creerlo— pronunció el piloto del Eva Z, lleno de asombro —Apenas ayer te expliqué las reglas del fútbol, ¿y ya te has aprendido jugadas como esa?

    —¿Impresionado, pequeño saltamontes?— le contestó la chiquilla, con una expresión de orgullo resplandeciendo en su rostro.

    A decir verdad, desde un principio la única razón por la que buscó y leyó afanosamente toda fuente bibliográfica a mano acerca de ese deporte que tanto apasionaba a su vecino de cuarto, toda la noche, era precisamente para impresionarlo; cosa que por lo visto, había conseguido.

    —Es un buen plan— intervino Ayanami, una vez que más o menos tradujo los desconocidos términos futbolísticos a la situación que tenían entre manos —Yo seré la línea defensiva.

    —Mala suerte, Primera Elegida: ya he decidido que yo seré la defensa central— proclamó la alemana casi de inmediato —Pero tú puedes ser la contención, si así lo deseas...

    —En realidad, soy yo quien debería ser la defensiva— acotó Rivera —Ya está comprobado que mi armadura soporta mucho mejor el baño de ácido que las de ustedes...

    —Eso es correcto, pero también eres el único capaz de romper el Campo A. T. de esa cosa desde aquí— indicó la jovencita rubia, ufanándose de tener cada detalle planeado —Y para hacerlo necesitas de un buen ángulo de tiro, como el que tienes aquí, y de tener algo que te soporte, como este túnel, o de lo contrario te nos vendrías encima de nuevo...

    —Ella tiene razón— asintió Rei, muy a su pesar.

    —Además, tú y yo aún tenemos una cuenta pendiente— puntualizó Langley, señalándole con el dedo mediante la pantalla que se desplegaba en la cabina y que les permitía ver y entablar comunicación con sus compañeros —Recuerda que me salvaste de ese otro ángel dentro del magma, y no me sentiré tranquila hasta que haya saldado mi deuda...

    —Creí que eso ya se te había olvidado— pronunció entre dientes el muchacho, con una cara larga.

    —¿Porqué siempre se están peleando por ver quién se mata primero? ¡La energía interna de los Evas se está acabando!— terció el joven Ikari, y de una vez recordarles que todavía estaba allí, pues hablaban como si estuviera ausente.

    —Diablos, tienes razón, Shinji. Muy bien, entonces la alineación queda así: Shinji será la delantera, Kai el volante creativo, Ayanami la media de contención y yo seré la defensa, ¿quedó claro?

    —¡Muy bien!— contestaron los otros tres al unísono, al mismo tiempo que se lanzaban al vacío, todos menos Rivera, quien permaneció donde estaba, apuntando siempre a su objetivo, listo para cuando recibiera la señal.



    El primero en lanzarse fue el Eva 00, seguido de la Unidad 01, mientras que el Modelo de Producción sólo descendió un poco, para entonces bloquear tan bien como podía con su cuerpo la abertura del túnel, recibiendo completamente el baño de ácido que no dejaba de caer sobre ellos.

    Sincronizada vía nerviosa con su máquina, la sensación que le produjo aquella acción fue como si fuera ella la que se estaba quemando la espalda, en lugar del robot. A pesar de ser puramente dolor psicosomático, ignorarlo resultaba casi imposible. Así pues, la chiquilla se revolvía en su lugar, aguantando estoicamente el castigo con tal de darles algo de tiempo a sus camaradas pilotos.



    Shinji, por su parte se “atoró” en su caída libre a una distancia prudente del fondo del abismo, que era precisamente a donde se dirigía Ayanami. La longitud de aquél túnel había aumentado considerablemente debido a la acción corrosiva del tóxico, que desintegraba las planchas de protección con velocidad inaudita.



    Al sentir que la rapidez con la que estaba cayendo era demasiada, Rei quiso amortiguar un poco la caída, activando unos propulsores escondidos en sus hombreras de ataque, que parecían no tener límites en su capacidad para añadir aditamentos que fueran útiles durante las peleas.

    En efecto, los propulsores ayudaron a suavizar un poco la caída, deteniéndola un poco en el aire con su máxima potencia, la cual sólo pudo durar unos cuantos instantes antes que agotaran todo su combustible. Pero sin lugar a dudas habían cumplido con su propósito; Rei aterrizó lo mejor que pudo sobre el frágil piso corroído, sin mayor complicación.

    De inmediato encontró el objeto que había ido a buscar. Lo revisó cuidadosamente, pues era muy probable que se hubiera estropeado por el efecto del ácido: un defecto quizás fatal en el plan de la alemana que no había podido advertir hasta que ya era muy tarde. Afortunadamente, sólo los mecanismos no esenciales se habían estropeado. El arma aún era funcional y estaba lista para usarse, aunque no en óptimas condiciones. No podrían volver a recargar, eso era seguro, por lo que Ikari tendría que asegurarse de dar en el blanco.

    —¡Ayanami!— le gritó éste, arriba de ella, extendiendo el brazo para sujetar el rifle.

    —¡Allí va!— anunció ella al tiempo que se lo lanzaba lo mejor que pudo, con una precisión exacta. El chiquillo no tuvo mayor problema para sujetar el arma en pleno vuelo, recortar cartucho (el único que podrían usar) y apuntar hacia el otro extremo del túnel.

    —¡Lo tengo!

    —¡Kai! ¡Ahora!— indicó la alemana, apretando los dientes. Estaba al borde del colapso.

    Sin mediar palabra alguna, el joven piloto de la Unidad Z arremetió contra el enemigo. De los ojos de su casco salió disparado un rayo incandescente de energía, con una trayectoria bien calculada y una potencia bien definida para no provocar mayores daños que el requerido. Y a pesar que no estaba siquiera a la mitad de su capacidad, la ráfaga fue a estrellarse de lleno al coloso, rompiendo en pedazos el escudo invisible que lo protegía y atontándolo un poco a la vez, dejándolo indefenso para la arremetida final.

    —¡Hazte a un lado, Asuka!— ordenó Shinji, viendo la oportunidad perfecta para disparar.

    —¡Por fin!— respiró aliviada la rubiecita, que ni tarda ni perezosa se colgó de una de las paredes, dejándole espacio suficiente a su compañero para que disparara.

    El niño japonés no vaciló un momento más, apretando fuertemente el gatillo de su arma para que de su cañón saliera escupida una descarga completa de misiles, que salieron volando por los aires hasta encontrarse y perforar completamente el cuerpo del objetivo, una y otra vez. Absolutamente todas dieron en el blanco.



    Herido de muerte, la extraña criatura permanecía tambaleante en la entrada del orificio. Sus delgadas piernas ya no eran capaces de sostenerlo. Y sin poder retrasar más lo inevitable, terminó por colapsarse, atorándose por un momento por la estrecha boca del túnel para después desvanecerse por completo en una cruenta explosión.

    Una explosión en forma de cruz se elevó por los cielos desde el nivel del estallido, a manera de triste despedida de una criatura cuyo origen y propósitos se mantendría en el misterio, al igual que con todos sus predecesores.



    El estallido también se extendió a lo largo del agujero, destruyéndolo por completo. Ó haciéndolo aún más grande. Como fuera, en el fondo se encontraban los tres Evangelions que habían descendido, dándose el lujo de descansar plácidamente luego de un trabajo bien hecho, aunque apilados uno encima de otro. Desde arriba los observaba el Modelo Especial y su piloto, sin saber bien si bajar para ayudarlos ó esperar a que los equipos encargados de la limpieza llegaran.

    —Muy bien, Katsuragi— se comunicó la europea mediante el monitor en su cabina, esbozando una gran sonrisa de satisfacción —Ahora ya estamos a mano... ¿no te parece?

    —Si tú lo dices— dijo por su parte el chico, quien ya se quería olvidar por completo del asunto, diciéndose a sí mismo que tal vez nunca llegaría a entender del todo a Asuka.

    Tuvo que cortar el enlace tan pronto como pudo, pues para entonces sabía bien lo que significaba el violento espasmo que sintió sacudir su pecho. Un fuerte y prolongado ataque de tos le sobrevino, y una vez concluido, como siempre terminaba observando horrorizado la gran cantidad de sangre que manchaba sus manos, con las que había cubierto su boca.

    —Puta madre...— se lamentó, sin aliento y con apenas un hilo de voz, en tanto se percataba que de sus fosas nasales, oídos y ojos también le brotaban sendos hilos de plasma. Sabedor que aquella anómala condición iba degenerando sin nada que pudiera hacer para revertirla, no le quedaba de otra más que seguir lanzando un quejido lastimero —¡Puta madre!



    Y mientras que el enemigo era destruido por sus pupilos, la Capitana Katsuragi se enfrentaba a su propia clase de problemas, con la cabeza de Kaji entre sus piernas, aunque no de la manera como él lo hubiera querido. Trepada sobre sus hombros, la mujer golpeaba desesperadamente el techo del elevador, buscando la salida de emergencia que siempre sale en las películas.

    —¡Vamos, con un demonio!— vociferaba sin recibir respuesta alguna —¡Maldita seaaa!

    Su vejiga ya no aguantaba más. Unos momentos más y ya no sería capaz de contenerse, provocando una calamidad.

    —¡Ahhh! ¡Es inútil!— se lamentó Misato, mordiéndose los labios y balanceándose de un lado a otro como si estuviera bailando —¡Me voy a orinar! ¡Nooo, por favor!

    —Sólo te suplico que no vayas a hacerlo mientras aún estés trepada encima de mí— alcanzó a mascullar Kaji, temiendo lo peor.

    De repente el cubículo se estremeció violentamente, al mismo tiempo que parecían estar forzando la entrada desde el otro lado. El inesperado movimiento sacó a Ryoji de balance, quien ya de por sí tenía que ingeniárselas para sostener a la capitana por encima de su cabeza, que se la pasaba retorciéndose y contoneándose de un lado a otro.

    —¡No te vayas a caer, no te vayas a caer!— le repetía una y otra vez la mujer, sin nada de qué sostenerse y sintiendo la inminente caída.

    —¡Pues entonces deja de taparme los ojos!— respondió a su vez su acompañante, manoteando sin sentido en el aire.

    Trastabilló un poco antes de derrumbarse violentamente en el piso, con todo y Katsuragi encima. Sin embargo, como pudo se las arregló para que Misato sufriera el menor daño posible, amortiguando el golpe al colocarse debajo de ella.



    Antes de que pudieran lamentarse, la puerta se abrió de par en par y una luz les pegó en la cara, encandilándolos luego de varias horas atrapados en la oscuridad. Sólo podían escuchar unos cuantos murmullos y risitas burlonas, entre otras cosas. Luego de unos instantes pudieron distinguir el uniforme de una cuadrilla de técnicos, que al parecer habían sido los que forzaron la puerta, y a la Doctora Ritsuko que sostenía la linterna con la que los apuntaba, además de Maya, que estaba a un lado de ella con la cara encendida:

    —¡Pero qué desvergonzados!— les reprochó, tapándose la cara con sus delicadas manos, mientras que los otros técnicos sólo se limitaban a sonreír y murmurarse cosas al oído en tono cómplice.

    —¿Porqué es que esto no me sorprende?— dijo por último Akagi, como si estuviera decepcionada, meneando la cabeza —Y yo que estaba preocupada por ustedes, pero debí saber que estarían haciendo este tipo de cosas...

    Hasta entonces se percataron de que la posición en la que habían caído resultaba bastante comprometedora, con Misato encima de Ryoji, en la oscuridad, además del aspecto desaliñado y cansado que habían adquirido.

    —¡Espera un poco, Rikko, no es lo que tú crees!— se lanzó la mujer con rango militar a su persecución, cuando la doctora se alejaba del lugar junto con su asistente, levantándose de donde estaba sin siquiera despedirse de Kaji, ignorándolo alevosamente.

    Por su parte, éste continuó en el suelo, sin nada mejor que hacer, salvo ser asediado por las curiosas miradas de los técnicos que estaban a su alrededor. Incluso en algunos de ellos era respeto lo que se adivinaba en su rostro.

    —¿Qué tal, muchachos?— pronunció finalmente el hombre de la cola de caballo, poniéndose de pie y ajustando su corbata —¿Disfrutaron de la función?

    Con un movimiento de cabeza y enseñando los dientes mientras se sonreían, todos ellos asintieron, ante el beneplácito de Ryoji.



    La noche ya estaba muy entrada y la energía eléctrica aún no podía ser restablecida en la ciudad. El perpetrador de aquél acto siniestro se había asegurado de causar el mayor daño posible, aunque no había podido cumplir del todo su objetivo gracias a la oportuna intervención de la Doctora Akagi. Sin embargo, y pese a los esfuerzos que por ello se hacía, la metrópoli seguía sumida en las tinieblas, ante el desamparo del frío abrazo de la noche. Solamente la luna, y las estrellas, se encargaban de iluminar un poco el negro firmamento. Así pudieron apreciarlo los jóvenes pilotos, tendidos en el pasto sobre de una colina cercana al lugar del encuentro, sin nada que pudieran hacer para ayudar a los equipos de remoción hasta que la energía volviera. Por lo tanto, bien podían tirarse sobre la hierba para disfrutar del paisaje sin que se les reprochara. Aún llevaban puestos su trajes de conexión.

    —Nunca me había dado cuenta que sin la luz artificial de la ciudad las estrellas se ven hermosas— murmuró en tono soñador Ikari, mirando fijamente al cielo y a los astros en él. Quizás es que ya estaba cansado, luego de tantas emociones en un solo día, y quería irse a descansar a su casa.

    —Sí, pero sin luz todo se ve tan triste y desolado— comentó a su vez Asuka, quien estaba recostada a un costado suyo, con la cabeza recargada en sus brazos y las piernas tentadoramente cruzadas. Su largo cabello rubio reposaba por encima de su cabeza sobre el verde pasto. En eso, como si estuvieran respondiendo a sus deseos, las numerosas luces de la ciudad comenzaron a encenderse, tapizando la gran mancha urbana que se extendía debajo de ellos y que hasta entonces había permanecido a oscuras —¿Lo ven? ¡A eso me refiero! ¡Me gusta mucho más así! ¿A ustedes no?

    —Desde aquí se ve como si la ciudad en realidad estuviera habitada— observó Kai, quien a su vez estaba tendido a un lado de Asuka, bastante cerca de ella para ser sinceros —Recuerdo cuando era muy niño y le pedía a Misato que dejara la luz encendida en la noche hasta que me durmiera. Uno nunca sabe los secretos que pueden morar en las profundidades de la oscuridad. Supongo que es por eso que el hombre nunca se ha sentido a gusto en las tinieblas y tiende a refugiarse en la seguridad de la luz.

    Ese pensamiento llevaba consigo un significado oculto, que debería ser descifrado por la persona indicada. Y aparentemente, tuvo éxito. Langley lo observó de reojo, y éste a ella. Cuidándose que los demás no la observaran, la muchacha le tendió su mano, sigilosamente. Igualmente, Rivera hizo lo suyo, estrechando y acariciando aquella mano con sumo cuidado, para que entonces las dos quedaran juntas, con los dedos entrelazados. La jovencita de cabello rubio se sumergió en la profunda mirada de su acompañante, con expresión soñadora y el rubor asomándose en sus mejillas. Entreabrió los labios para decir algo, pero Kai no pudo entenderle. A hurtadillas estaba pensando en Rei, al otro extremo de la fila. Ya le había quedado claro que lo suyo había terminado, y que ahora era libre para hacer lo que le viniera en gana. Pero no podía quitarse de encima una sensación de incomodidad, como si algo estuviera mal con la decisión que había tomado. ¿Acaso estaría del todo bien lo que estaba haciendo?

    —Los humanos le tememos a la oscuridad— señaló Rei, sentada con la barbilla apoyada en las rodillas, sin saber lo que estaba pasando a unos cuantos pasos de ella. Y no obstante, lo presentía. Las palabras del muchacho también habían sido muy claras para ella y había comprendido del todo su verdadero significado —Es por eso que la perseguimos y la ahuyentamos con las llamas...

    —¿Crees que eres una especie de filósofa, chica maravilla?— se mofó Asuka, aún cuando todavía tenía bien sujeta la mano de Katsuragi.

    —Me pregunto si es por eso que somos una especie tan singular— continuó Shinji, quien ya empezaba a pestañear. Obviamente, ni siquiera se imaginaba lo que hacían sus compañeros; tan sólo le hubiera bastado alzar un poco la vista para verlo —Y si es por eso que los ángeles nos atacan.

    —No seas ridículo— intervino la joven alemana, quien estaba ocultando que el corazón le estaba dando de tumbos en su pecho —¿Cómo podrías saber en lo que están pensando esas cosas?



    Después de un rato, sólo Kai y Rei permanecían despiertos. Los otros dos se habían quedado dormidos, sin importarles que fuera sobre el pasto. Langley ni siquiera se molestó en soltar la mano de Rivera. Ambos miraban fijamente a la negrura del cielo, sabedores de que una era había terminado ese día y empezaba otra, igual de oscura e incierta que la noche. Así era como pintaba el futuro. Igualmente, ninguno de ellos podía sospechar los horrores venideros que aguardaban ocultos en las tinieblas inmóviles, buscando una oportunidad para salir a la luz.
     
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