El prado del este El prado del este Encontré un libro en aquella estantería sucia y polvorienta. Soplé para quitarle el polvo, ya que estaba verdaderamente en mal estado, a la vez que mis ojos se detenían en la portada dañada por el paso del tiempo y la humedad de aquel lugar perdido. Sabía lo que contenía, lo que guardaba en sus amarillentas páginas, oculto como el tesoro que siempre fue. Inevitablemente la curiosidad por leerlo y el temor por lo que podía descubrir se apoderaron de mí. Debatiéndome entre lo que podía o no hacer lo abrí lentamente. Pasé una por una las carillas leyendo fragmentos del pasado escritos con una impecable caligrafía hecha a mano. La última página llegó pronto, justo en la mitad. Ojeé lo último que había sido destinado a perdurar en el tiempo. Caí de rodillas mientras las lágrimas comenzaron a inundar mis ojos y correr libres por mis mejillas, solté el antiguo ejemplar y llevé mis manos a mi pecho, tratando deliberadamente de abrazar mi corazón. Podía verlo cada noche, cada día, en cada momento y en cada lugar. Mi anhelo era mayor que el deseo que alguna vez algún mortal pudiese tener y la posibilidad de que se cumpliera simplemente irracional. Y es que mi deseo era eso, únicamente un deseo que jamás podría realizar. El tiempo era el encargado de curar mis heridas pero nadie previó que se detendría para mí, ocasionándome aún muchas más. Su recuerdo permanecía intacto y presente como su aroma continuaba impregnado en sus ropas y su reloj en el último lugar donde lo dejó. En la alacena siempre encontraría de su café preferido y sobre la mesa siempre habría un florero con su flor amada. Mi hogar, mi vida y mi ser se habían convertido en un santuario, en un recinto creado y dedicado al amor que antes me dio la vida y que ahora, con mi permiso otorgado, me hacía sucumbir ante la muerte. Allí, sentada en el sofá en medio de la sala observé mí alrededor. Los tenues rayos de un sol que se despedía iluminaban aquella casa con un cálido color anaranjado. Un escalofrió recorrió mi cuerpo cuando la brisa, impertinente, se abrió paso por una ventana abierta e inadvertida. Me levanté a cerrar los vidrios y al regresar reparé en el libro que hallé. Descansando sobre la mesa, al lado de aquel florero, permanecía con sus páginas abiertas por el viento. Sabía su origen y me aborrecía por haberlo sepultado en el olvido, a él, el más importante de todos nuestros momentos. Me senté a la mesa con la necesidad y el ímpetu de buscar la misericordia por mi pecado, el perdón por dejar que se perdiera en el abandono. Lo tomé con delicadeza para comenzar a leer, pero los recuerdos se volvieron realidad una vez más… — ¡Espera! ¡No tan rápido!— grité mientras mi mano era sujetada por él. — ¡¿A dónde me llevas!? ¡No puedo… — ¡Ver nada! — terminó la frase mi acompañante. — ¡Es por eso que se le llama “sorpresa”! — habló con tono de burla y de manera agitada. Sólo sé que corríamos libres y sin que nada importara, como si fuésemos los únicos habitantes del planeta o simuláramos serlo. — ¡Es aquí! — dijo apremiante y exhausto. — ¿Dónde estamos? — pregunté aún sin poder saber nuestra ubicación. — Todo a su tiempo… Sentí como él se paraba detrás de mí y comenzaba a acariciar mi frágil cuello para recorrerlo por completo y construir un cálido camino desde mi hombro que terminara en aquella caricia en mis dedos. Su simple contacto logró estremecerme. Con sus labios a milímetros de mi oído me confesó en un murmullo: — Lo encontré… Tomó mi cintura con una de sus fuertes manos y con la otra me liberó de la oscuridad de la que voluntariamente me había hecho presa. Con el viento jugando a nuestro alrededor admiré como el pañuelo se despedía de mis ojos para hallar su libertad en la inmensidad de aquel paisaje lleno de colinas bañadas por el color de las flores primaverales. El caer de los cálidos rayos de sol y el suave soplar del aliento de dios volvían ese edén aún más admirable que cualquier obra de Monet. — Es… es perfecto. — reconocí maravillada. — ¿Cómo lo… — Lo descubrí en un sueño, el mismo sueño en el que te conocí a ti. Siempre había odiado que no me revelara la verdad de sus muchos secretos, pero lo que era su defecto se había convertido en su virtud y yo, inconcientemente, buscaba siempre escuchar esas respuestas. No podía enfrentarlo a su naturaleza, ahora estaba en su territorio y debía respetarlo como la visitante que era. — Entonces ¿Aquí será? — Sí, este es el lugar que he escogido para nuestra historia. Aquí es donde todo comenzará. Se agachó para capturar una preciosa flor y la colocó frente a nosotros, yo sólo podía observarlo en silencio. Tomó el primer pétalo entre sus dedos y tiró de él repitiendo en su interior el tan conocido hechizo de amor que revelaría la verdad. Al caer el último trozo de flor declaró triunfante: — ¡Me quieres! — No sólo te quiero— declaré sonrojada— Te amo, mi querido escritor. Al escuchar mis palabras su rostro ya no fue el mismo, su mirar se volvió profundo e indescifrable, no podía comprender lo que sus ojos intentaban decirme. Acercándose lentamente me confesó: — Yo también te amo, como a nadie amé jamás. Un cálido beso selló nuestro pacto de amor. Al despertar aquella mañana reconocí inmediatamente que sería un día de esos, igual al anterior y al anterior de ese también. Me levanté con lentitud y caminé como pude al lavado, quería enjuagarme la cara y refrescarme un poco. Frente al espejo no pude evitar esa pregunta: — ¿Qué me está sucediendo? El sonar del teléfono me separó de mis pensamientos. Con voz débil atendí la llamada que tanto esperaba. — ¿Sí? — Bien, algo agotada pero nada de que preocuparse. — Estoy bien, es la verdad, no te miento. — Hoy tengo cita con el médico pero ya puedo preveer lo que me dirá, es el stress. — No, claro que no. No es necesario que vengas, puedo ir sola. Tú debes quedarte allí para la presentación, es una oportunidad que has estado esperando por mucho tiempo. — Y dime… ¿Entre tantos escritores pudiste encontrar el nombre para nuestro libro? — Ya veo. Bueno, cuando sea el nombre adecuado lo sabrás. — Será mejor que me de prisa o se me hará tarde. — ¡No olvides traerme cosas del hotel! ¡De esas que todo el mundo roba! — Yo también te amo, adiós. El blanco de la habitación y ese sentir en mi mano vaticinaban lo que mi cerebro pronto sabría, había ocurrido de nuevo. Lo miré, allí estaba junto a mí, sentado en esa incómoda silla y recostado cerca de mi cuerpo. Otra vez lo había asustado. Acaricié su cabello despeinado, intentando velar su sueño como él había hecho con el mío, pero fue inútil, enseguida despertó. — ¡Mi amor! ¿Cómo estás? ¿Te sientes bien? Será mejor que vaya por el médico… — Estoy bien. — interrumpí. — ¿Cuánto tiempo… — Una semana, estuviste inconciente una semana. Su voz se oía tan apagada que la culpa me ganó la partida. Con la mirada cristalina y casi sin poder hablar por la angustia le dije: — Lo siento tanto… no quería asustarte… yo… — No quiero que te disculpes, no hay razón por la que debas hacerlo. Ya verás que pronto encontrarán uno y podrás volver a correr por toda la casa intentando detenerme para que no vuelva a dejar la pasta de dientes abierta y la ropa sucia por la habitación. La sonrisa que me regaló sólo me hizo sentir más dolor. ¿A caso su amor era tan grande? — Deberá ser uno muy fuerte porque para estar sentado todo el día escribiendo, corres muy rápido. — bromée tratando de regalarle a él la sonrisa que alguna vez mi rostro le brindó. El peso de mis párpados era insoportable, la poca luz que lograba penetrar la oscuridad lastimaba mis ojos y sólo podía distinguir figuras grises en ese blanco radiante. Tardé varios minutos en reconocer algo y un poco más en recordar donde me encontraba. Instintivamente busqué su contacto en mi mano, sin embargo no lo hallé. Miré hacía el lado donde solía ubicarse y lo que observé fue a mi madre sentada allí dedicándome ese rostro de preocupación que ya antes había conocido. — ¿Qué… — No te esfuerces mi pequeña, debes descansar— me aconsejó con su voz en un tono protector. — ¿Qué sucedió?... ¿Dónde… — Contestaré tus preguntas pero antes dime, ¿cómo te sientes? — Estoy un poco mareada… y muy cansada. — Será mejor que duermas, cuando vuelvas a despertar te sentirás mejor. Sentí su cálido contacto maternal en mi frente, estaba acariciándome como cuando era niña. Inmediatamente me dejé llevar por su calidez. No dejaba de observar el cielo desde aquella cama de hospital ubicada cerca de la ventana, mientras mi mente sólo podía pensar en el silencio que seguía cada vez que hacía la misma pregunta. A pesar de que algo dentro de mí parecía conocer la respuesta. En ese momento entró mi madre a la habitación. — Veo que estás despierta. Será mejor que tomes… — ¿Por qué nadie quiere responderme? — pregunté molesta. Desde ese instante las siguientes palabras que mi madre pronunció tenían un dejo de tristeza. — Queríamos esperar a que te recuperaras por completo… — ¿Qué quieres decir?— sentía que lo sabía pero no quería reconocer lo que mis sospechas vaticinaban— ¿Dónde está él? — Debes mantener la calma por favor, tu estado es muy delicado. — Por favor dime, ¿dónde está él? ¿Por qué no está a mi lado? — lágrimas silenciosas nacían de mis ojos. Ella había llegado a la encrucijada y debía escoger qué dolor era el que menos daño me causaría, el saber o no. La decisión había sido tomada. — Lo siento tanto mi pequeña… Se acercó y se sentó a mi lado, rodeándome entre sus brazos y apoyando mi rostro sobre su hombro. — Él hizo su elección y te escogió a ti por sobre todo, por eso te hizo el regalo que alguien jamás haya hecho por amor, te obsequio vida. Y desde este instante lo único que puedes hacer para demostrarle cuanto tú lo amas es seguir adelante, porque eso es lo que él tanto anhelaba, el poder verte vivir. No quería comprender lo que sus palabras me decían, sólo quería verlo aunque sea una vez más. No reconocí mi propia voz temblorosa y que el nudo en mi garganta se esforzaba por acallar. — ¿Dónde está él? Mi madre tomó mi mano entre la suya y lentamente la depositó sobre el lado izquierdo de mi pecho, en el mismo lugar donde descansaba esa cicatriz. — Aquí… él está aquí. El dolor desde ese momento jamás terminó. Volví a reparar en mis manos, allí seguía nuestro antiguo libro aún sin ser leído con dedicación. Miré atentamente la portada, algo en ella llamó mi atención e inmediatamente pasé mi mano con fuerza buscando descubrir algo, así lo hice. Aquella sonrisa fue la primera después de mucho tiempo. Salí de allí con un destino al que seguir. La leve brisa acariciaba mi cabello en nuestro paisaje secreto. Años atrás habíamos estado en ese lugar pero ahora, aunque sólo uno de los dos regresara ambos permanecíamos juntos. Me dejé caer de rodillas sobre ese manto de colores. — Al final lo encontraste... — hablé al cielo. — El nombre para nuestro libro. Comencé a acariciar las flores. — Perdóname… sé que nunca te gustó que me disculpara pero esta vez debo hacerlo. Perdóname por dejarme vencer, por haber sido tan débil. Tomé una flor entre miles y comencé el ritual que revelaría la única opción posible para nuestro amor mientras arrancaba, uno a uno, sus pétalos y me detenía justo antes de terminarlo. — Aquí, donde todo comenzó, quiero hacerte mi promesa. Te prometo que viviré, que no volveré a dejarme morir. En este lugar, nuestro Prado del este, será donde comenzará todo una vez más. Arranqué el último pétalo de aquella flor. “Me quiere”, y lo tiré al suelo. —————— Lo escribí para el concurso "Relato con dados" donde el principio y el final eran decididos por azar. Debo decir que si bien no es perfecto y debe tener sus errores, a veces me sorprendo de mi imaginación, la considero una de mis mejores historias. Espero les haya gustado y demás está decir que siéntanse libres de darme sus críticas. :)
Re: El prado del este Ahhh XD Sip, el día que te pedí el favor de lo del capítulo lo leí. En serio, a mi me gusto mucho. Me dio mucha tristeza, pero al mismo tiempo ternura el ver que su novio le había donado el corazón. Fué muy hermoso leerlo (hasta lloré ¬¬). Fuiste una verdadera inspiración y gracias a tí y a toooodos los fics que he leído hasta ahora, he agarrado mañas y maneras de describir una acción. Quiero leer pronto otro fic tuyo. Lo espero con ansias. ^^Saluditos
Re: El prado del este Te tocó la misma maldición que a mí, pero tú hiciste algo coherente, poético y romántico. Pensé que ella era un personaje del libro que se había enamorado del escritor, pero resultó que la amante del escritor se convirtió en un personaje del libro que no fue tan trágico como la vida misma.