Esto es algo que escribñi hace unos meses para estirar mis músculos de escritor después de tanto tiempo sin usarlos. Los personajes son parte de un mundo dentro de mi cabeza con el que tengo pensado hacer varias historias algún día, así que supongo que este es un buen lugar para empezar. ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- El nombre de la muerte. Hace muchos años, los suficientes para que incontables países e imperios se convirtieran en polvo, hubo un tiempo y lugar en el que las personas no le temían a la muerte. No se escondían de su apática mirada ni la alejaban con historias y mitos creados únicamente para distanciarse de ella. Nadie recuerda cuanto tiempo ha pasado desde entonces, pero se sabe que el lugar en cuestión era un pequeño pero poderoso país; se encontraba en el norte del mapa, detrás del final del mundo y por encima de las gigantes montañas de hielo. Valaris era el nombre de aquel lugar, un nombre que en estos tiempos solo forma parte de leyendas y canciones infantiles. Su ciudad principal estaba construida encima de roca y hielo, y cada hogar y calle se encontraba cubierta de finas capas de nieve reluciente. Todos la conocían como la ciudad luminosa, debido al agradable brillo que esta emitía durante la noche, cuando la luna reflejaba su luz en la blanca superficie del lugar. Pero más que nada Valaris era conocida por el poder y la sabiduría de sus habitantes. Todos los que vivían allí eran émpatas, con muy pocas excepciones. Muchos años atrás habían encontrado los secretos de la magia de la vida en lo profundo de las montañas más antiguas, donde se hallaba la fuente de los muertos, un lago cristalino que separaba el mundo mortal del de los espíritus. Los que encontraron aquel lugar aprendieron de aquellos seres y lograron conocer la forma y el funcionamiento de las almas humanas, permitiéndoles curar casi cualquier herida emocional o tristeza que los invadiera. Con esta magia también recibieron sabiduría, y en vez de usar tal poder para evitar la muerte entendieron que ésta era una parte importante del proceso de la vida, y se concentraron en buscar la felicidad y eliminar dentro de sí mismos el miedo a lo inevitable. En esos tiempos Valaris se encontraba en guerra contra uno de los mayores imperios del mundo, cuyo nombre también ha sido olvidado. Aquellos hombres y mujeres le temían a la muerte, y era por eso que deseaban conocer con tanta desesperación las magias secretas que los valáricos habían descubierto en el fondo de las montañas. Y si bien dicho imperio los sobrepasaba en números, las altas montañas y los corazones valientes de los ciudadanos de Valaris les impedían el paso cada vez que había un ataque. Los soldados del imperio depositaron sus esperanzas en el hierro, el fuego y la magia, pero estos no eran rivales para los guerreros valáricos los cuales iban a la batalla sin miedo ni duda alguna en su interior. Todos y cada uno de ellos poseía una voluntad irrompible y una fuerza descomunal. Pero había dos hermanos que se destacaban entre los demás valáricos, dos hermanos cuyo poder y hazañas serían contados alrededor del mundo en los años venideros. Ellos eran la verdadera razón por la cual ningún ejército podía cruzar el camino de hielo hacia Valaris. No había persona que no hubiera oído de ellos, y en el resto del mundo no existía ni un imperio que no les temiera. Drei, el mayor de los dos, había pasado toda su vida ayudando a aquellos cuyo poder no les alcanzaba para ser felices. Con tan solo mirar a alguien Drei era capaz de entenderlo completamente y ver los puntos oscuros de su alma, y con apenas unas palabras de su boca podía liberarlo de cualquier miedo y desesperanza que yaciera en su interior. Cuando estalló la guerra Drei se convirtió inmediatamente en el líder y estratega de aquellos que defenderían la ciudad. Drei no era un guerrero y jamás había levantado una espada, pero eso no significaba que no fuera útil. Su visión le permitió ver el camino más fortuito en cada batalla, y con el poder de su voz imbuyó a sus soldados con una valentía que no se vio jamás desde entonces ni volverá a verse. Bajo su comando Valaris resistió innumerables batallas sin perder su resplandor, incluso cuando la victoria parecía algo imposible y los números no estaban en su favor. Pero Drei no era el único responsable por esas victorias, ya que su hermana había sido igualmente e incluso más clave que él para alcanzarlas. Inyssa era diferente a su hermano y a la mayoría de los habitantes de Valaris. Si bien no poseía la capacidad de ver en el interior de los demás, su propia alma quemaba con una fuerza sin igual. Para cualquiera que fuera émpata, estar cerca de la mujer era como pararse a centímetros de un incendio; era reconfortante y cálido, pero a la vez violento y lleno de vigor, y dicho fuego era el que se extendía a sus compañeros cada vez que luchaba. Con su escudo defendía a sus compañeros con la firmeza de un glaciar, y con su cimitarra de hielo verdadero destrozaba a cualquiera que la enfrentara. A lo largo de su vida Inyssa mató a más personas que las que vivían en Valaris, y no dudó con ninguna de ellas. Juntos, Inyssa y Drei habían ganado más batallas de las que podían contar, y gracias a ellos nadie había perdido la esperanza de que algún día la guerra terminaría, ya que incluso cuando no se encontraban peleando ambos atendían a los heridos y les daban fuerzas a los demás ciudadanos con un optimismo que era difícil ignorar. Inyssa no hablaba ni sonreía tanto como su hermano, y era generalmente una persona introvertida, pero su presencia sola bastaba para subirles el espíritu a los demás, y no había nadie en Valaris que no la admirara. Pero si bien Inyssa contaba con un poder capaz de derrumbar montañas y una voluntad de hierro, había una parte de sí misma que la asustaba y le dificultaba el sueño por las noches. Era invadida por una sensación vergonzosa y oscura que se encontraba tan escondida en su alma que ni siquiera su hermano era capaz de notarlo, pero ella sí. Inyssa había matado a incontables personas y nunca había sentido nada al respecto, como era esperado, e incluso su propio bienestar no le preocupaba ya que estaba segura de que no había nadie que pudiera derrotarla. Pero había algo que la sacudía en batalla, y era presenciar la muerte de sus compañeros. Jamás hubiera admitido algo así por miedo a parecer una lunática, y de hecho al principio ella misma se negaba a aceptarlo, pero mientras el tiempo y la guerra pasaban esa sensación se volvía cada vez más molesta, casi insoportable. Conocía a todos los guerreros de su batallón, y los consideraba grandes amigos a cada uno ellos, pero sabía que no podía evitar que cayeran bajo la espada tarde o temprano. No importaba que tan buenos sean, todos los guerreros morían en batalla; ella lo sabía, era una verdad que entendía hasta la médula, y aun así la desconcertaba cada vez que ocurría. Muchas veces había pensado en hablar con su hermano y buscar su consejo, pero temía que lo declarara como locura y la creyera incapaz de volver a pelear. No podía permitir eso, estar en las primeras líneas en cada enfrentamiento era la única forma de proteger a sus compañeros. Así que se guardó esa sensación dentro, sin mencionarlo jamás, ni siquiera a aquellos que más amaba, y tratando de soportarlo lo mejor que pudiera. Un frío día de otoño Inyssa se encontraba vigilando el camino de hielo junto a su pareja Riven, cuando ambas fueron víctimas de una emboscada a manos de espías del imperio. Eran al menos diez soldados, todos portadores de magias de sombra con las que se habían escabullido hasta allí para tenderles una trampa. Habían estado vigilando a Inyssa durante varios días durante su guardia, esperando el momento justo para acabar con ella, eliminando la mayor amenaza de la guerra. Normalmente habría tenido grandes problemas para luchar contra diez personas a la vez, pero con Riven a su lado sabía que no había forma alguna de que fueran derrotadas. Su compañera desenfundó con maestría su largo arco de cuerno y mató a dos de una flecha al corazón antes de que dieran cuenta de lo que sucedía. Inyssa no contaba con su escudo, pero esperaba poder acabar la pelea sin necesitarlo, usando tan solo su fiel cimitarra. La mujer era una furia, cortando a sus enemigos y esquivando ataques con la rapidez de un gorrión, mientras que su compañera asestaba flechazos con la serenidad de una hoja al viento. Pronto ambas acabaron con todos sin recibir herida seria alguna; Riven había salvado a Inyssa en una ocasión cuando uno de los espías se había puesto detrás de su punto ciego para apuñalarla, pero la entrenada arquera logró derribarlo antes de que pudiera desenfundar el cuchillo. Inyssa se volteó a felicitar a su compañera, y notó con horror la sombra que tomaba forma detrás de ella. Uno de los espías se había quedado escondido esperando una oportunidad, y atravesó el corazón de Riven con un puñal en el momento en el que esta quiso salvar a Inyssa. Vio como el símbolo azul y marfil de su túnica se teñía de rojo, y acto seguido la mujer cayó al suelo con violencia, y no volvió a moverse. Cegada por la ira se abalanzó contra el soldado con la fuerza de una tormenta, más descontrolada que nunca. El hombre cayó cómo el trigo ante una hoja curva, y el rostro de la mujer fue salpicado con la calidez de su sangre. Inyssa dejó caer su arma por primera vez y se arrodilló frente a su amada, lágrimas limpiando la sangre en su rostro. Sentía el interior de su pecho retorcerse con esa horrible sensación, esta vez peor que nunca. Riven aún respiraba, pero hubiera sido claro para cualquiera que no le quedaba más de unos minutos de vida. Sabía que tenía que hacer algo, no le importaba qué. -Voy a llevarte con Drei.- Le susurró con dificultad, arrastrando las palabras. -¿Llevarme… con Drei?- Riven arrugó las cejas ligeramente, como si no entendiera lo que acababa de escuchar. En su rostro no se reflejaba ningún tipo de conmoción o tristeza.- ¿Para qué? -No puedes morir aquí, esto ni siquiera fue una batalla de verdad.- Inyssa buscaba en su interior alguna excusa que lograra convencerla, pero no se le ocurría nada.- Podemos… podemos curarte, no tienes que morir. Eres una de las mejores arqueras que tenemos… -Hay muchos otros como yo.- Contestó con calma.- ¿Por qué estás así? No me preocupa morir.- Sonrió con las pocas fuerzas que le quedaban.- Llegó mi hora, no hay nada que pueda hacer. -No… no digas eso. -Lo siento mucho, pero no tienes de qué preocuparte. Volveremos a vernos ¿O no? Algo se rompió dentro de Inyssa, y esta comenzó a gritar y a rogar sin importarle lo innatural que sonara. Le suplicó que no muriera, le dijo que podía evitar la muerte si lo deseaba, todos los émpatas podían, no tenía ningún sentido morir allí, acostada encima del frío hielo ¿Cómo podía estar tan calmada en un momento así? ¿Acaso no quería seguir viviendo junto a ella? Vivir para presenciar el final de la guerra… eso era lo que Inyssa deseaba más que nada en el mundo ¿Pero qué mérito tenía eso si al final ella era la única que quedaba? Riven estiró una mano para acariciarle la mejilla, aun sonriendo. Le dijo que volverían a verse algún día cuando el tiempo le llegara a ella también. Usar sus poderes para vivir más solo alargaría lo inevitable; temerle a la muerte no tenía sentido alguno. Y al pronunciar esas palabras respiró por última vez, la sonrisa aún grabada en su rostro, y sus ojos dejaron de ver. Pasaron los días en Valaris y la preocupación iba en aumento. Todo a lo largo de la ciudad se oían rumores de la desaparición de Riven e Inyssa, y podía notarse un ambiente sombrío que lo cubría todo como lo hacía la nieve. Las mujeres habían estado de guardia hace menos de una semana, pero cuando sus compañeros notaron que no volvían enviaron a un pequeño equipo a buscarlas. A pocos kilómetros de la ciudad encontraron once cadáveres repartidos alrededor de un corto estrecho del camino de hielo, todos soldados del imperio enemigo. De ellas no había rastro alguno excepto por una cosa; la cimitarra de Inyssa que se hallaba tirada en el suelo, desenfundada y manchada de sangre. No encontraron sus cuerpos por más que buscaron. Drei se encargó de guiar todas las búsquedas siguientes, pero el paradero de su hermana se negaba a revelarse ante su visión, algo que nunca le había pasado antes. Estaba completamente seguro de que Inyssa seguía con vida, pero le preocupaba el hecho de que podrían haberla secuestrado, o algo incluso peor. Si sus enemigos se enteraban de su desaparición entonces no dudarían en dar un último ataque, y Drei no estaba seguro de poder lograr la victoria sin el llameante espíritu de su hermana inspirando a sus camaradas. Así que eligió a sus mejores soldados y salió de la ciudad en busca de la mujer durante la noche, esperando que la luna fuera la única que percibiera su ausencia. Atravesaron el gran camino de hielo hacia los pequeños pueblos que se hallaban más allá de Valaris, con la esperanza de encontrar algún rastro de Inyssa. Por donde pasaban podían apenas sentir su aura, cómo pequeñas volutas de humo, cosa que les parecía increíble. Drei preguntó en cada hogar y negocio si la habían visto, y cada vez consiguió la misma respuesta. Una terrible mujer de ojos ardientes había pasado por allí en caballo no hace mucho, cargando a una persona sobre el lomo del animal y haciendo preguntas. La mayoría se negaba a hablar al respecto, sacudiendo la cabeza y mirando hacia otro lado como si temieran a algo, y cuando Drei los miró a los ojos notó una preocupante oscuridad en el interior de esa gente, lo que lo desconcertó. Finalmente fue una mujer joven quién fue lo suficientemente valiente como para contarles lo que había visto, aunque fuera al borde de las lágrimas. “Pasó por el camino anoche y vino hacia nuestra familia como si quisiera pedirnos algo. Su armadura estaba cubierta de sangre y parecía… enferma, como si no hubiera comido en varios días. Pero cuando quisimos ayudarla nos miró con esos ojos horribles y… fue como sí nos hubiera paralizado, jamás había estado tan asustada en mi vida. Nos preguntó algo sobre una fuente de los muertos, pero nosotros no sabíamos nada al respecto. Estoy segura de que si hubiera tenido una espada nos hubiera matado a todos; nunca había visto a nadie tan furioso. Pero simplemente se dio la vuelta y se subió a su caballo, y desapareció hacia el norte.” Drei se marchó con urgencia del lugar, ordenándoles a sus soldados que se quedaran atrás. Una terrible sombra se cernió sobre el hombre mientras este cabalgaba hacia las viejas montañas del norte; ya sabía dónde estaba su hermana, y esperaba poder encontrarla antes de que fuera demasiado tarde. Tardó menos de un día en llegar al lugar, y para entonces el sol ya se había ocultado completamente. Al borde de una de las montañas más altas había una entrada escondida, cubierta de nieve y roca y unas gruesas puertas hechas de hielo verdadero. Pero cuando Drei trató de acercarse se sorprendió al ver que dichas puertas estaban destrozadas; los pedazos de hielo desparramados estaban cubiertos de sangre como si alguien hubiera tratado de derrumbar la entrada usando solo sus manos, solamente había una persona capaz de lograr algo así. Atravesó el estrecho camino que llevaba al corazón de la montaña, siguiendo el minúsculo rastro de sangre perteneciente a su hermana. No necesitó una antorcha ya que las paredes de aquel pasillo brillaban tenuemente con una luz azulada, y apenas unos minutos pasaron hasta que logró llegar al final del camino. Entró a una cueva enorme, fácilmente más grande que cualquier catedral que hubiera visitado. El suelo estaba cubierto de piedras brillantes, y del techo colgaban miles de estalactitas que iluminaban el lugar. A solo unos pasos de donde Drei se encontraba había un pequeño lago subterráneo de aguas cristalinas, y arrodillada frente a dichas aguas estaba Inyssa, inmóvil. Se acercó con cautela, y gracias a la luz proveída por las aguas notó que al lado de su hermana yacía el cuerpo de otra mujer, piel pálida como la nieve. El cadáver de Riven tenía los ojos cerrados, de modo que a simple vista parecía que dormía pacíficamente. Pero Drei sabía la verdad, su interior estaba vacío, la mujer estaba muerta. El rostro de Inyssa estaba cubierto en sombras, e incluso su poderosa visión era incapaz de atravesar las barreras de su alma. -Lo siento mucho.- Dijo con voz serena, aunque en verdad no comprendía el dolor de la mujer.- Sé que ella era muy importante para ti. -Estuve buscando todos estos días.- Contestó Inyssa con voz cansada, cómo si no hubiera oído a su hermano.- Siete días sin comer ni dormir, solo buscando este lugar. Y cuando finalmente lo encuentro… Drei se arrodilló y le puso una mano en el hombro a su hermana, como siempre lo había hecho cuando debía consolarla. Había adivinado correctamente su paradero, y por suerte parecía haber llegado a tiempo. -No deberías haber venido.- Habló en voz baja, casi susurrando.- La fuente de los muertos no es el lugar para alguien como tú. Desvió la mirada hacia las aguas cristalinas que tenía en frente, y vio lo mismo que hace tantos años, cuando había visitado por primera vez aquel lugar legendario. En la superficie se reflejaban rostros conocidos; amigos, familiares, incluso el rostro de Riven aparecía allí, mirando fijamente a Inyssa con una sonrisa en los labios. La mano de la mujer se acercó al agua, pero fue detenida cómo si una fina pared de hielo se interpusiera entre ambas. -No puedo alcanzarla. Ni a ninguno de ellos.- Inyssa habló entre sollozos, con una voz que le hubiera quebrado el corazón a cualquiera, excepto a su hermano.- Quiero que estén conmigo. Quiero que vuelvan. -Los muertos no tienen intención de volver a nuestro mundo.- Declaró Drei.- Y los únicos que pueden atravesar el agua y obligarlos son aquellos lo suficientemente sabios cómo para saber que no deben intentarlo. De la nada Inyssa soltó una risa atronadora, que la sacudió hasta los huesos y la obligó a arrodillarse aún más. Era una risa salvaje, llena de ira y miedo y poder. -¿Sabios? ¿Qué tan sabio puede ser alguien que se rehúsa a vencer a la muerte, aunque tenga el poder necesario para hacerlo?- La mujer se volteó por primera vez, y Drei observó sus llameantes ojos, más vivos que nunca. Y aunque había una sonrisa en su boca podía notarse el dolor fijo en su rostro.- Aunque sea algo inevitable ¿Qué no es esconderse de la muerte el principal objetivo de vivir? ¿Para qué peleamos en esta guerra entonces? ¿Por qué no simplemente nos rendimos y dejamos que nos corten la cabeza si realmente es inevitable? -Peleamos para proteger este secreto, para evitar que hombres y mujeres débiles como tú encuentren este lugar y cometan el mayor error de todos.- La voz de Drei resonó en las paredes de la cueva, llena de fuerza.- Y ya sea que consigamos la victoria o seamos derrotados, eso queda en manos del destino para decidir. Pero no alargaremos nuestras vidas sólo para evitar que otros hagan lo mismo. Ese es nuestro objetivo, deberías haberlo sabido ya hace mucho tiempo. -Sí… supongo que nunca lo entendí por completo.- Los ojos de Inyssa parecieron opacarse de repente, perdidos.- Nunca fui como ustedes. Yo siempre quise vivir, sin importar qué, y siempre quise proteger a aquellos que me rodeaban. Toda mi vida… pensé que había algo mal conmigo. -Querer vivir no es un error. Temerle a la muerte lo es. -¡Es exactamente lo mismo!- El grito de su hermana resonó en todo el lugar, y la cueva pareció temblar por un instante.- No existe una diferencia. La gente le teme a la muerte porque desea vivir, y lo mismo pasa al revés. Mi fuerza siempre provino del miedo, y ese miedo era el que me ayudó a sobrevivir tanto tiempo.-Bajó la cabeza, y por un instante una sonrisa pareció asomarse por su rostro.- Por fin lo entiendo… nunca había sido tan claro. -Te equivocas. El miedo no es algo natural, Inyssa. No sabes lo que estás diciendo.- Se acercó aún más a la mujer, preocupado.- Ven conmigo, debemos volver. Todavía hay tiempo para curarte… -¿Curarme? ¿Curarme de qué, exactamente? Eres tú el que se equivoca Drei, yo jamás necesité una cura.- Inyssa logró finalmente pararse, sus manos aun goteando sangre.-Todo este tiempo creí que había un problema conmigo, pero no podría haber estado más equivocada. Ustedes son los que están enfermos. Realmente siento lástima por ustedes; no pueden sentir el miedo, y gracias a eso no desean de verdad la vida.- Sacudió lentamente la cabeza, y sus ojos relampaguearon siniestramente.- Pero yo puedo cambiar eso. Fue entonces que Drei pudo observar por primera vez a través de los ojos de Inyssa y dentro de su espíritu, y lo que vio lo sorprendió como nada lo había hecho antes. El fuego que era el alma de la mujer ardía con una fuerza inconmensurable, extendiéndose incluso fuera de su cuerpo de forma antinatural, formando lo que parecían extremidades llameantes que llegaban hasta los extremos de la cueva. -Ludis bendita ¿Cómo pude no haber visto esto antes?- Drei dio dos pasos hacia atrás, desconcertado.- ¿Cómo pudo mi visión oscurecerse tanto? -El miedo sabe cómo esconderse en los corazones de las personas.- Contestó Inyssa.-Actúa como combustible, es imposible de ver pero alimenta nuestra voluntad. Y mi voluntad era más poderosa que la de cualquiera. Era cierto, la sombra del miedo se hallaba en el centro del corazón de Inyssa, extendiéndose como una enfermedad alrededor de la mujer. Ya era demasiado tarde para hacer algo al respecto. -No debes culparte.- Inyssa se acercó lentamente hacia su hermano, y por primera vez esbozó una sonrisa como las que solía mostrar, llena de cariño.- Es gracias a ti que las cosas podrán cambiar. Pasó la mano por sobre la mejilla de Drei, y de repente el hombre sintió como si una corriente de electricidad lo atravesara; no podía moverse. Inyssa lo estaba reteniendo tan solo con su poder de voluntad. -Gracias a ti voy a poder curar a nuestra gente.- Le susurró al oído, y esas palabras fueron lo más terrible que el hombre había oído en su vida. Drei trató con todas sus fuerzas de liberarse, pero el poder de su hermana era demasiado para él. Lo único que podía hacer era observar como esta avanzaba nuevamente hacia el lago, el piso de la caverna temblando bajo sus pies. Entendió entonces que era lo que tramaba, y sintió un vuelco en el corazón. -¡Inyssa, no lo intentes! ¡Vas a cometer un error terrible! -Ya cometí el error de dejar que todas las personas que amaba murieran sin saber lo que es vivir.- La voz de Inyssa sonaba amarga, casi resignada.- No pienso dejar que eso vuelva a pasar. Si no puedo arrastrar a los muertos hacia nuestro mundo entonces les daré una razón para volver. Con un grito atronador Inyssa usó su poder contra las aguas de los muertos, intentando atravesarlas con su puño ensangrentado. La cueva entera tembló por la potencia del impacto, y una lluvia de estalactitas cayó sobre el lugar, quebrándose y cubriéndolo todo de hielo. Pero la barrera que le impedía seguir aún estaba allí. Por un momento Drei sintió un alivio enorme, creyendo que ni siquiera ella podía atravesar la barrera entre los muertos y los vivos, pero Inyssa volvió a ponerse de pie. El miedo alimentó su voluntad aún más, llenando el lugar entero. Levantó el puño una vez más, y con un grito capaz de sacudir el cielo mismo se abalanzó contra la barrera, destrozándola finalmente y haciendo que media caverna se viniera abajo. A través del polvo y la luz filtrándose por el hueco que acababa de crearse, Drei presenció horrorizado lo que Inyssa estaba haciendo. Su puño había atravesado finalmente las aguas, y de las puntas de sus dedos su espíritu se expandía por todo el lago como el fuego en un incendio, como una enfermedad. El lugar se llenó de miles de voces, cada una más desesperada y terrible que la anterior. Del interior del lago Drei observó cómo centenares de manos oscuras se aferraban a la orilla y trataban de escapar. Gracias a su visión podía ver con toda claridad como el poder de Inyssa los corrompía lentamente, las sombras extendiéndose por sus cuerpos. -Por dios ¿Qué has hecho Inyssa?- Su voz apenas se oía por encima de los gritos y sollozos, pero aun así la mujer logró escucharlo. -Los he liberado de la insoportable paz del sueño.- Habló con orgullo, y sus ojos estaban más iluminados que nunca.- Y pronto ellos liberarán a nuestros compañeros de su muerte en vida… y entonces todos podrán temer como lo hago yo ¡Y algún día nuestra voluntad será lo suficientemente poderosa como para derrotar a la muerte misma! Drei vio a uno de los espíritus acercarse hacia él, su cuerpo oscuro parecía humo, y sus ojos brillaban como carbones ardientes. La criatura se acercó con movimientos violentos hacia su dirección, y de sus manos crecieron garras de sombra. Apenas logró liberarse del control de Inyssa para esquivar el ataque que seguramente lo habría matado, y con sus poderes alejó al espíritu, reteniéndolo. -Parece que no tengo más fuerza para detenerte.- Inyssa largó una carcajada apenas audible, y dio unos pasos hacia su hermano, mientras incontables espíritus se materializaban a su lado.- Pero ya no hay nada que puedas hacer. Los espíritus de este lugar ya están más allá del poder de cualquiera. Logré que vuelvan a desear la vida, y no hay nada que pueda detenerlos. -Esto no es natural… es una abominación.- Drei estaba lleno de ira, pero su voz seguía tan serena como siempre.-Lo que has hecho… yo no puedo curar esto. No creo que haya nadie que pueda hacerlo. -Tienes razón… nadie puede detener esto.- Alzó la vista ligeramente hacia el cielo nocturno; la luz de la luna estaba oscurecida por los espíritus que volaban en dirección hacia Valaris.- Pronto llegarán a la ciudad, y aquellos pocos que no mueran aprenderán a temer y serán como yo… ya no volveré a estar sola. Drei dio unos pasos con dificultad, y pudo ver más de cerca la desesperación que se escondía bajo la felicidad de su hermana. Realmente todo era su culpa; él era quien debería haberse dado cuenta de lo que le pasaba antes, quizá entonces podría haberla curado. Todos iban a pagar por su error ahora. Sólo había una cosa que podía hacer. -No puedo detener la oscuridad que acabas de liberar sobre el mundo.- Habló lentamente, mientras se acercaba a la mujer.- Pero puedo evitar que alguien vuelva a cometer el mismo error. -¿Piensas matarme? -No, eso no serviría de nada, ahora que cuentas con tanto poder podrías volver de la muerte a tu antojo.- Sujetó la mano de la mujer con la suya.- Pero puedo encadenarte a este lugar, para que no causes más daño. Drei pronunció unas palabras, y su voz salió cargada con la fuerza de una tormenta. Inyssa cayó al suelo de rodillas, invadida de repente por una presión descomunal. Había usado toda su fuerza para romper aquella barrera, y no tenía forma alguna de resistirse. -No soy la única por la que debes preocuparte.- Le recordó ella, aún de rodillas, rostro ensombrecido.- Algunos de nuestros compañeros sobrevivirán, y querrán seguir mis pasos. -Entonces acabaré con ellos y me aseguraré de que no se conviertan en la misma clase de espíritus que acabas de liberar.- Contestó sin ningún tipo de duda en su voz. -Hablas tan calmadamente de matar a tus amigos… se me hace difícil creer que el monstruo sea yo en esta situación.- Volvió a sonreír ligeramente.- Pero incluso si los eliminas, nacerán más como yo, y quizá no estés vivo para entonces. Drei se quedó sin palabras por primera vez, y un extenso silencio cubrió la destruida cueva. Pasó casi un minuto hasta que el hombre volvió a hablar. -Nadie más que yo sabe lo que pasó esta noche.- Dijo lentamente, como si no quisiera llegar al final de lo que tenía que decir.- Y pronto no quedará nadie más como yo, así que no tengo otra alternativa. Tendré que alargar mi propia vida. Inyssa levantó la cabeza con dificultad, y miró a su hermano a los ojos. Si bien los suyos seguían brillando, estaban cubiertos de lágrimas; era la primera vez que el hombre veía arrepentimiento en su rostro. -Lo siento. Si hay una cosa que pudiera evitar de esto… es que me hayas encontrado.-Habló en susurros, y su voz estaba cargada de pesar.- Ojalá te hubieras quedado en Valaris y hubieras muerto junto a los demás, entonces no tendrías que llevar esta carga. -En el fondo yo también lo deseo, pero no me daré a la desesperanza, pues sé que la muerte alcanza a todos al final, incluso a aquellos como nosotros. Acercó el rostro de su hermana al suyo y la besó en la frente una última vez. -Algún día quizás logre arreglar tus errores, y tengo esperanzas de que todos estos espíritus volverán a ser purificados y retornarán a la paz del sueño. -Supongo que el tiempo le dará la razón a alguno de nosotros.- Dijo Inyssa en susurros. -Así es, el tiempo es el único que decidirá cómo terminará esto. Drei volvió a ponerse de pie y miró a su hermana por última vez, y el peso que sentía sobre sus hombros junto al dolor que sentía casi logró derribarlo. Pero no había nada que pudiera hacer por ella. Algún día sería capaz de liberarse de esas cadenas, y para entonces esperaba que hubiera cambiado. Esa era la única esperanza que le quedaba. -Yo también lo siento Inyssa. Lo siento tanto. Y con esas palabras le dio la espalda a su hermana y se alejó de la cueva, saliendo por una de las paredes derrumbadas. La luna era lo único que seguía sin cambio alguno, iluminándolo todo sin siquiera percatarse de lo que había ocurrido esa noche. Con su poder Drei selló la cueva, de forma que nadie pudiera volver a encontrarla. Cuando se volteó para observar las montañas divisó el cielo enrojecido y cubierto de humo, en dirección hacia su querida Valaris. El fuego crecía sin control, e incluso desde esa distancia casi podía oír los gritos de dolor y horror de su gente. No había nada que pudiera hacer al respecto, tan solo esperar. Se acercó hacia una de las rocas que había cerca y se apoyó contra ella, dando un largo suspiro. Cuando el sol saliera la mañana siguiente ya no podría descansar; cazaría a todos aquellos émpatas que lograran sobrevivir, y luego tendría que exiliarse de su ciudad muerta, en búsqueda de los que vendrían después de ellos. Apoyó la cabeza contra la roca y contuvo las lágrimas, empujando todo su dolor hacia lo más profundo de su ser. Y en esa noche clara, bajo la luz de la luna, Drei se entregó al sueño por última vez, esperando el amanecer.
Drei tiene toda la razón, los muertos deben dejarse en paz. Más que nada este relato mostró ese dolor que, como en el caso de Inyssa, queda después de perder a sus seres queridos en la muerte. Sentir ese agudo sentimiento en ella fue lo que la hizo actuar de esa manera tan... loca, pues desató un pandemonio. No se puede evitar morir y la muerte se encuentra en cualquier circunstancia y se debe aprender a sentir y controlar el dolor que deja, cosa que ella no logró hacer. Ahora Drei tendrá una futura dura batalla para restaurar, por decirlo así, todo lo que su hermana arruinó.