El monstruo de mi interior

Tema en 'Relatos' iniciado por Kirino Sora, 18 Diciembre 2012.

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Sinceramente, ¿cuáles son vuestras opiniones?

  1. ¡Es perfecta! ¡Me encanta!

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  2. Está bien; ni bien ni mal

    33.3%
  3. Con un poco de práctica conseguirás hacer algo mejor

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  4. Deberías de plantearte lo de seguir escribiendo...

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  1.  
    Kirino Sora

    Kirino Sora Entusiasta

    Aries
    Miembro desde:
    4 Octubre 2011
    Mensajes:
    189
    Pluma de
    Escritor
    Título:
    El monstruo de mi interior
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    3036
    Hola a todos, estoy aquí nuevamente con una nueva historia que contar. Principalmente había enviado esta historia, este "cuento" a un concurso... pero perdí. Más suerte para la próxima.
    Leí y releí este escrito una y otra vez, pero no estoy convencida de que haya expresado correctamente lo que quería expresar; temo que el transcurro de la historia sea tan apresurado, de forma que lo haya echado todo a perder, de la misma manera que he hecho con TODOS mis originales anteriores. Al final caigo en la redundancia y la incoherencia, es algo que he aprendido de "mi mejor amiga en el mundo real" y me siento agradecida de sus "críticas destructivas" pero llenas de sinceridad en sus palabras. Por ello me he impuesto una meta: "Buscar mi propio estilo, tener paciencia y, sobre todo, darle a cada escrito el tiempo que se merece", así hasta que consiga mejorar. ¡Espero no caer otra vez!
    Creo que nadie quiere seguir "escuchando" a esta depresiva chica, así que dejaré que continuéis y disfrutéis de esta incoherencia escrita, según yo.
    El monstruo de mi interior

    Sara siempre tuvo mucho miedo de los monstruos de los cuentos de hadas. Cuando sus padres le contaban cuentos todas las noches, ella no podía evitar sollozar mientras oía el rugido que éstos imitaban; a veces hasta se tapaba los oídos en un vano intento por no escucharles.

    Los finales felices le mantenían calmada; sin embargo, a la hora de dormir era incapaz de entrar al mundo de Morfeo sin antes temblar como un flan. No cesaba de mirar por debajo de su cama por la simple idea de que una de esas terroríficas bestias se hallara ahí mismo, con ojos brillantes, verdosos, escalofriantes. Pero nunca había nada.

    «¿Por qué deben de existir seres tan horripilantes?», se cuestionaba Sara cada noche.

    Pero las veces en que se escondía en una esquina de la habitación a medianoche era cuando veía su reflejo en el espejo, observándola con la misma mirada que le causaba pavor. Esos estremecedores ojos verdes. Sus propios ojos.

    Aunque, a medida que crecía, su miedo hacia estos seres era cada vez menor... hasta que llegó a los doce años. Y con ello el comienzo de una nueva vida en San Fernando.

    Sara ya no era una niña, pero tampoco una adulta; se estaba convirtiendo en una «adolescente». En una muchacha que cursaría su primer año de secundaria.

    —Mamá, ¿crees que podré hacer nuevos amigos? —preguntaba todos los días.

    Su madre entretanto le sonreía como siempre —. Por supuesto —contestaba.

    Pero aquello no le convencía del todo. Sentía que «algo» iba a cambiar, y muy pronto. Y el primer día llegó enseguida.

    Al principio pensó que era normal que nadie se acercara a ella, aunque no por ello no se sentía sola; por unos momentos tuvo grandes deseos de regresar a casa. Sin embargo alguien se acercó a la solitaria Sara.

    —¿Eres nueva? Me llamo Gloria. —Gloria extendió su mano y le sonrió con calidez. Era bastante simpática, morena y de ojos avellana.

    —Sara, ése es mi nombre. —Y estrecharon sus manos.

    Todo lucía de color rosa para la chica... No obstante aquello no duró mucho, cuando chocó sin querer con alguien.

    —¡Oye, mira por dónde vas! ¡Discúlpate, ahora! —Sus palabras no paraban de resonar en los oídos de Sara, mostrando un enojo que no era propio de ella. Por supuesto ella no se mantuvo callada.

    Aquello fue el comienzo de una pelea acalorada, en donde no paraban de tirarse de los pelos mientras los demás alumnos observaban y alentaban a las dos chicas. Los profesores llegaron enseguida y las regañaron severamente; no hubo verdadera justicia. No sólo fue el peor día de su vida, sino también que la arpía que había comenzado todo esto se llamaba Laura, y encima iban a compartir clase durante el resto del curso.

    «Horrible, simplemente horrible...»

    Pero cuando llegó el día siguiente, Sara se dio cuenta de que esto sólo acababa de empezar.

    Desde aquel espantoso comienzo, las amenazas no cesaban en ningún momento.

    Empujones, burlas, risas, bromas... Eran cosas interminables que Sara tenía que soportar en su día a día. Fechas en las que constantemente sollozaba en silencio, noches en las que no podía conciliar el sueño, y momentos en los que no les contaba nada a nadie el acoso que estaba soportando. Ni a sus padres ni a los profesores. No le contaba a nadie su situación excepto a Gloria; era su único consuelo, su única amiga. O eso fue lo que creyó.

    —Sara... Ya no lo puedo soportar más... —confesó Gloria—. No podemos seguir siendo amigas.

    Aquello fue un duro golpe para su corazón. No podía creer lo que escuchaba.

    —¿Qué? ¿Pero por qué, Gloria? —preguntaba.

    Lo demás se volvía oscuro a la vez que oía ruidosas risas de fondo de parte de Laura y su pandilla. Notaba algo cálido sobre sus mejillas y caía mientras la dolorosa voz de Gloria resonaba en su interior. La agonía que sintió estando a su lado... Gloria se lo dejó bastante claro. Pero lo que más le dolió a Sara fueron las últimas palabras que le dedicó su «amiga».

    —¡Desaparece de mi vida, Sara! ¡Te odio! —Y ella se desplomó, sin que su cuerpo pudiera soportar más el cansancio acumulado en estos últimos días.

    Cuando despertó, inmediatamente sus lágrimas se deslizaron por sus pálidas mejillas, cayendo en sus revoltosos mechones castaños. Sara gritó, y manifestó su angustia a través de éstos a medida que sollozaba y se rompía su corazón. Entonces el miedo invadió por completo su cuerpo.

    —Son monstruos. Todos ellos son monstruos...

    Con esa pesadilla presente en su vida le fue imposible conciliar el sueño.

    Durante un tiempo no quiso ir al colegio, pero era obligada por sus padres, que no conocían el sufrimiento de su hija.

    —¿Qué te ocurre hija? Apenas comes y tienes unas ojeras terribles. Dime, ¿por qué ya no sonríes? —le preguntaban cada vez que la veían marcharse, con un comportamiento que no era propio de ella.

    Como si todos sus colores hubieran desaparecido, su vida se había convertido en algo monótono y gris junto a su felicidad. «¿Por qué no sonríes?», a veces esa pregunta le hacía gracia aunque no lo mostrara exteriormente.

    Pero ella se mantenía indiferente y fingiendo una sonrisa decía:

    —No me pasa nada; estoy perfectamente.

    Así eran las despedidas en su aburrida casa sin vida.

    Pasaban los días poco a poco, pero nada cambiaba. Y cuando Sara se dio cuenta, ya había pasado un año entero. Un año que ha tenido que soportar esta pesada carga. Y todavía no se ha detenido.

    «Oye, ¿por qué Dios me ha elegido a mí? ¿Por qué quiso que soportara esta carga? Yo no soy el caballero que lucha con los monstruos; yo huyo de ellos», era una verdad que escribió en su diario personal en el que desahogaba todas sus penas. «Duele», «Mi corazón sufre»... Sin embargo, una de las frases más raras fue: «Esa voz no quiere irse de mi cabeza. “Yo te ayudaré a liberarte de esta carga”, dice». Al principio no entendía el significado de esas palabras, de esa voz que escuchaba en sus sueños. Y sobre todo, nunca se esperó conocerlo en persona, a esa voz que le resultaba familiar.

    Ocurrió un día lluvioso. Sara corría rápidamente en dirección a su casa; no quería encontrarse con Laura y su gente de nuevo, como pasaba todos los días. La arrinconaban y regresaba a casa llena de heridas, tanto en su exterior como en su interior; el dolor era inmenso. Y hoy tampoco era la excepción. Fue arrinconada en el desolado parque, tras el polideportivo, sin un alma que pudiera salvarla nuevamente. La agarraban fuertemente del pelo mientras se reían sin compasión.

    —¿Qué pasa? ¿No vas a llorar esta vez? —Laura, al ver a Sara tan pasiva, le pegó una fuerte patada en su brazo izquierdo, haciendo que pequeños gemidos de dolor salieran de ella—. ¡Di algo!

    «Siempre es la misma historia... Yo ya no puedo...» Pero esta vez fue diferente. Algo o alguien comenzó a susurrarle cosas en su mente.

    «Déjame ayudarte; te liberaré de estos seres horripilantes, de estos monstruos a los que tanto temes».

    Era insoportable oírle; siempre hacía que le pitaran los oídos, con su voz fría y despiadada capaz de estremecer su cuerpo por completo. Entonces Sara sintió algo extraño, una misteriosa fuerza que emanaba en su interior. E impresionándose a sí misma, a punto de recibir otra patada, con rapidez se levantó y le devolvió el golpe en las costillas, logrando que la soltara. Sus verdosos ojos se centraron en la temerosa Laura que se hallaba en el suelo; le encantó verla tan vulnerable.

    —¿Ahora qué se siente cuando te han quitado el poder, eh, Laura?

    A partir de ahí todo se tornó borroso para Sara, descubriendo por fin quién era la persona de sus sueños: era ella misma, la Voz. Cuando su conciencia volvió, se encontró a Laura y su gente tendidas en el suelo, inconscientes y con varios golpes presentes en sus cuerpos; Sara, al ver la espantosa escena, sólo pudo huir a su casa.

    Tenía miedo de que la fuerza abrumadora de la Voz ocasionara más problemas a su vida, pero su opinión cambió al ver que Laura no volvió a acercarse; los monstruos ya no la atacaban. Por primera vez después de mucho tiempo pudo sonreír.

    Con la Voz, ya no se metían con ella. Todos aquellos que antes se reían de ella ahora corrían despavoridos; Sara era inconsciente de todo aquello, excepto cuando todo terminaba y los matones ya no estaban. Una vez, mientras la Voz estaba actuando con su cuerpo, comprobó las atrocidades que realizaba, y no era agradable que digamos: los golpeaba sin compasión, hasta tal punto de que no confesaban nada por puro terror. Pero Sara no sintió arrepentimiento alguno.

    «Se lo merecen, todos ellos. Al fin y al cabo son monstruos», se decía en su fuero interno.

    No obstante, a medida que pasaba el tiempo, la Voz cada vez interactuaba más en ella, mostrando rebeldía incluso sin amenazas a la vista. La prueba de ello ocurrió en verano, cuando su largo pelo fue sustituido por una corta cabellera con la ayuda de su mano y unas tijeras; aquello hizo enfadar a los padres de Sara.

    —¿¡Pero qué te ocurre últimamente, Sara!? ¡No eres tú misma! —gritó su padre. La Voz sólo sonreía de manera sádica.

    —Por supuesto. Al fin y al cabo no soy Sara —contestó a la vez que reía de forma lúgubre, sombría.

    Inmediatamente Sara fue castigada sin salir de casa hasta que acabaran las vacaciones.

    Esa noche, encerrada en su habitación, observaba el firmamento adornado de pequeños puntos brillantes y una gran esfera plateada. La Voz sonreía por dentro, se estaba riendo, y Sara lo sabía. Entonces, en un vago intento por entrar al mundo de los sueños, escuchó a la Voz.

    «Pronto desaparecerás, mi otra “yo”. Pronto tomaré el control y desaparecerás, Sara».

    La nombrada despertó y sintió un fuerte escalofrío recorrer su espalda. Estaba sudando, tenía los ojos muy abiertos y sintió miedo, mucho miedo, al igual que en su infancia. Al igual que con los monstruos. Estaba completamente aterrada.

    Entonces, lentamente giró su vista hacia el espejo y se encontró con su mayor pesadilla: esos espeluznantes orbes esmeralda que tanto le asustaban, fijos en sí misma, y sus labios esbozar una sonrisa satisfactoria. Pero no era la suya, era la sonrisa de la Voz.

    Sara se sintió aterrada al instante; se había convertido en un monstruo, en aquel ser horripilante de los cuentos de hadas.

    «Y ahora, ¿quién es el monstruo», preguntó la Voz.

    Sara se escondió debajo de sus sábanas y entonces comenzó a temblar, aterrada de sí misma. Fue la primera vez que sintió tanto miedo.

    Ahora estaba sola, sin personas con las cuales salir, sin amigos. La soledad estaba matando a Sara, y ésta no podía soportarlo. ¿Cómo había llegado a estos extremos?

    —¿Cómo me he convertido en esto? —se preguntaba—. Antes no era así... —Y como por arte de magia, apareció lo que podría ser una pista para terminar esta pesadilla—. Antes... Cómo era antes... —susurró.

    Entonces, un día en el que sus padres no estaban en casa, Sara se escapó; quería recordar cómo era su vida antes de que la Voz hubiera entrado en ella. Tal vez así podría destruirla. Así que cogió un autobús con destino a Cádiz y se fue.

    La ciudad lucía exactamente igual que el año pasado.

    Sin pensarlo dos veces, Sara se dirigió hacia el oeste, donde se hallaba la playa. Era un día caluroso y aquel lugar costero estaba invadido por un montón de personas. Estuvo paseando descalza sobre la dorada arena cuando...

    —¡Sara! ¡Cuánto tiempo sin vernos!

    La chica se volteó y pudo divisar a aquéllos que la llamaron; eran sus antiguos compañeros de clase y sus mejores amigos. Después de largos meses sin hablarse (la Voz hizo que su mente se olvidara prácticamente de ellos) estaban ahí, justo enfrente suya. Marina, Alba y Rafa; eran los nombres los cuales ellos correspondían.

    Los cuatro estuvieron conversando sobre la arena, algo alejados de la multitud. Sus amigos no paraban de informarle cosas que ocurrieron durante esos meses en los que ella no estaba presente, mientras que Sara escuchaba en silencio y fingiendo una sonrisa. Debería de estar feliz... Pero no podía. La influencia de la Voz le impedía mostrar sentimiento alguno. Alba se encontraba inquieta por la distante Sara, así que con cierta preocupación preguntó:

    —Oye Sara, ¿ha ocurrido algo allí? Estás muy diferente.

    —Eso —apoyó Rafa—, estás muy extraña; tú no eres así.

    Sara no lo pudo soportar más, no podía ver los rostros preocupados de sus amigos, no quería verlos así. En ese momento Sara lo soltó todo, contó toda la angustia que había sentido durante todo este tiempo: el acoso, la traición, la aparición de la Voz... Todo. Eventualmente las lágrimas salieron también. Ya no podía guardárselo, era incapaz de hacerlo. Necesitaba liberar toda la tristeza acumulada, todo aquel sufrimiento. Y aquello fue la respuesta correcta, Sara lo supo al sentir el abrazo de su amiga Marina.

    —Sara —la llamó su amiga—, recuerda que somos tus amigos, y que, por muy lejos que estemos unos de los otros, estaremos siempre contigo. Recuerda que puedes contarnos lo que sea; nosotros siempre estamos de tu lado.

    Rafa y Alba se aproximaron y también se unieron al abrazo a la vez que asentían sonrientes y alentaban a Sara a continuar. Había tomado una buena decisión al venir a este lugar. Ese lugar cálido al que pertenecía y del que se había olvidado: junto a sus amigos.

    El sufrimiento pronto desapareció y el dolor acumulado también; se había olvidado de todo. Por fin esas cadenas que la retenían se habían roto. Era libre. Y Sara lo sabía.

    Entonces esbozó la mejor sonrisa de su vida.

    Se despidió de sus amigos, agradecidos por contarles su situación. Sara paseó un rato más por la ahora desolada playa, adornada por la luz del atardecer; era hermoso.

    Se aproximó a la fría agua salada y se adentró hasta la altura de sus rodillas, empapando parte de su ropa. En ese momento Sara le dijo a la Voz.

    —Gracias por todo. Sin ti no habría sido capaz de seguir hacia delante. Te lo agradezco.

    Desde ese día, su otro “yo” no volvió a aparecer en su vida, recordando las últimas palabras que le dedicó antes de desaparecer.

    «Recuerda. Estaré siempre contigo velando por ti, como el monstruo de tu interior».

    Después de que se despidiera, Sara sonrió, observando fijamente el maravilloso atardecer.

    Fin
    Y, entonces, a través de esta historia, quise expresar algo más emotivo, más para pensar en comparación con mis escritos anteriores; quise manifestar lo que sería el miedo, especialmente el tan conocido bullying lo he escrito bien, ¿no? y lo que sería el "miedo a cambiar".
    ¿He conseguido expresarlo? ¿Alguno ha conseguido "plantearse" sobre ello, sentir empatía? Eso es bueno, porque puede que alguien cercano a vosotros esté pasando por una dificultad, y el mayor apoyo que se puede recibir de ello es saber que hay gente quien le importa. Vuelvo a ponerme sentimental...
    ¡Esto es todo por hoy! Querid@s lector@s, nos veremos en el próximo programa. ¡Así que sintetizad bien vuestras radios! (?)
    ¡Hasta la próxima! Kirino Sora.
     
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  2.  
    Kohome

    Kohome Fanático Comentarista destacado

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    A mí me parece que retrataste muy bien los sucesos, y supiste demostrar lo que quisiste. Bien hecho.

    Es cierto que en muchas ocasiones el Bullying -yo tampoco sé si lo escribo bien-, lleva al suicidio. Claro que tu historia tendría mucho que ver con el cambio que sufren muchos: se aíslan, y en muchos casos, llegan a volverse violentos, o locos.

    Me gustó mucho tu historia.
     
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