El mejor regalo

¡Espero que les guste!

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Siempre es de noche a sus ojos, aunque sea de día a los ojos de los demás. La gente se aparta de su lado al verle, sin siquiera dedicarle una mirada de pena. La muchedumbre va de un lado a otro, con prisa, cargados de bolsas llenas de regalos y decoraciones para sus casas. Al menos ellos tienen casa, al contrario de él.


Él no recuerda su nombre, lo olvidó hace mucho tiempo. Él mira al cielo, deseando ver las estrellas en el firmamento. Pero no están, los rascacielos y las luces de Navidad que adornan las calles tapan esos puntitos luminosos, y él baja la mirada, triste. Escucha unos pasos cerca de él y levanta el rostro.


Una pequeña niña, con un vestidito blanco y una diadema en el pelo negro, se acerca a él.


– ¿Qué hace sentado en la calle, señor?


–La calle es mi hogar, querida– le dice él mientras le sonríe afablemente.


– ¿Qué no tiene casa? – La niña le mira fijamente con unos grandes ojos castaños, asombrada.


Él niega con la cabeza.


– ¿Por qué no tiene casa?


–Porque no tengo dinero para mantenerla. No tengo ni para comer, pequeña.


La niña mete la mano en el bolsillo de su vestido, y coge algo que tintinea alegremente entre sus manos. Él, asombrado, ve como la niña le extiende cuatro monedas plateadas, coge su mano y pone las monedas encima de ésta.


–Mi mamá me lo dio para que me comprara algo para merendar, ella esta ahora en una tienda comprando. Sé que me ha hecho irme porque esta comprando algo que no quiere que vea, pero no se lo diga…– La niña sonríe y se aparta el pelo de la cara. – Pero usted lo necesita más. Ahora podrá tener una casa.


Él sonríe ante la inocencia de la niña y asiente.


–Gracias, muchas gracias pequeña.


– ¿Cómo se llama?


–Yo no tengo nombre.


–Pues yo le llamaré Amigo, porque es mi amigo– dijo la niña con determinación, devolviéndole la sonrisa al hombre sin hogar.


Entonces, aparece una mujer con una bolsa en la mano y un bolso en la otra. Coge a la pequeña en brazos con rapidez, mira con desprecio al mendigo y se aleja del lugar.


–No quiero que vuelvas a acercarte a ese hombre, ¿entiendes?


La niña mira a su madre con ojos llorosos, pero no dice nada. Mira una última vez al hombre, y le dice adiós con la mano antes de girar la esquina.


Él se queda solo de nuevo. Sonríe ante el recuerdo de la dulce niña, y se da cuenta de que no le ha preguntado por su nombre. Suspira y guarda las monedas en el bolsillo de su sucia y empapada chaqueta. Ha empezado a nevar, así que él se va hasta un pequeño callejón que queda tapado por los balcones de una fábrica abandonada, se tapa con una manta raída hecha de retallos de otras telas, y cierra los ojos dejándose llevar por el sueño.


Cuándo despierta, ya es de día de nuevo y el sol ilumina las calles. Decide aventurarse a la fábrica abandonada para dejar a buen recaudo el regalo de tan generosa niña. La fábrica por dentro es grandiosa, llena de polvo y ratas correteando aquí y allá. En el fondo de una estancia que debía de ser en tiempos anteriores la sala de máquinas, descansa un cofre no muy grande y negro. Él abre el cofre y deposita en él el dinero, junto a sus escasas pertenencias.


En ese instante, escucha pasos pesados en la sala contigua. Él coge un cuchillo de entre sus ropas, que siempre lleva consigo, y camina con lentitud hasta asomarse lentamente por la puerta. Ve a alguien de espaldas anchas, sentarse en una silla mecedora y empezar a mecerse lentamente. Lleva un traje de Papá Noel, con gorro y todo. ¿Y desde cuándo está esa silla ahí?


– ¿Quién eres y que haces aquí?


El hombre se gira, con una sonrisa en su rostro. Tiene ojos negros y afables y una larga barba blanca.


–Soy Papá Noel, ¿no lo ves?


–Papá Noel no existe.


El hombre ríe, se levanta de la silla, chasquea los dedos y la silla desaparece. El mendigo se queda asombrado, y se acerca a mirar fijamente el lugar donde antes estaba la silla.


–Sígueme y te lo mostraré.


El supuesto Papá Noel empieza a caminar y el hombre, casi inconscientemente, lo sigue afuera de la fábrica hasta llegar al patio de atrás. Entre la mala hierba, hay un gran trineo rojo ligado a 6 renos de nariz al igual roja, con una gran bolsa encima llena de regalos.


–Ya llega mi hora y necesito un predecesor. Cuando estamos cercanos a morir, le dejamos el trabajo a un nuevo Papá Noel para poder aprovechar lo que nos resta de vida. ¿Aceptas el trabajo?


– ¿Por qué yo?


–No tienes un mal corazón y no te mereces la miseria en la que vives. Venga que se nos acaba el tiempo, ¿aceptas o no?


El hombre asiente, sonriendo. Él exmendigo se pone el traje de Papá Noel, se monta en el trineo y sonríe.


– ¡Ah, por cierto! La niña se llama Zoe. Y su padre esta gravemente enfermo. Yo ya le tengo en la bolsa un regalo, pero diría que salvar a su padre sería el mejor regalo que le podrías dar.


El hombre asiente. Ése será el primer regalo que repartirá.


Ya no puede decir que no tiene nombre. Su nombre es Papá Noel.

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Esto lo escribí para una redacción del instituto, me gustó mucho como me quedó así que lo subí. Siento si le notan el final algo apresurado, pero la redacción tenía un máximo de páginas y yo ya había utilizado ese máximo en ese punto de la historia. Si veo que tiene una buena acogida quizás, recalco, QUIZÁS, haga una continuación, donde explicaría mejor su vida y lo que le ocurrió hasta llegar a ese punto, o su futuro como Papá Noel. No sé, si queréis claro :)
Ah, y la temática tenía que ir sobre la Navidad