El llanto de las serpientes

El llanto de las serpientes

No era fácil que tus ilusiones fueran todas destrozadas en cuestión de instantes.

Toda su vida se la había dedicado a ella, a su templo, a sus oraciones y a su amor. Todo de sí le pertenecía y estaba más que encantada de dárselo, de entregarse, de ser suya.

Excepto, claro, que nunca contempló que quizá la Diosa no la quisiera.

Imploró, rogó, se humilló como nunca antes lo había hecho, esperando que su Diosa la protegiera del mal marino que la acechaba, pero no recibió ninguna respuesta a sus plegarias.

El templo que durante tanto tiempo le había servido de hogar, ahora se convertía en el lugar donde sus pesadillas la atormentaban, donde el mar la tomó por la fuerza y la manchó a los ojos de la dueña del lugar.

Ahora llora desconsolada mientras observa la maldición que debe cargar durante el resto de su larga vida. Una maldición que no entiende por completo, ¿por qué la han castigado cuando ella fue la víctima? Pero se convence a sí misma de que hizo algo mal. Porque su Diosa es la Diosa de la justicia y por lo tanto el castigo que se le dio es justo.

Atenea, a quién le dedicó su vida, la maldijo a esta nefasta existencia. Probablemente lo tenía merecido por su belleza que no debía poseer ninguna mortal, se lo merecía por haber sido objeto del deseo de un Dios.

Su cabello que había sido elogiado tantas veces ahora la miraba tras los ojos de las múltiples serpientes venenosas. Parecían entender su dolor, quizá para ellas también era difícil vivir pegadas al cráneo de alguien más. De cualquier forma, parecían todas llorar junto con ella.

Se llenó de rencor y de odio conforme pasó el tiempo. Se culpaba una y otra vez por su destino trágico y el final inminente al que se dirigía. Llenar de estatuas de hombres sus aposentos no era exactamente su idea de diversión, pero la culpa la tenían ellos por buscarla ¿quién los mandaba? La curiosidad humana y el deseo de poder era algo que le repugnaban.

Los hombres le arruinaban la vida, dioses, semi-dioses y humanos. Por eso había amado a Atenea, pero incluso ella la había dejado de lado.

Y entonces, un día sucedió: llegó aquel que la liberaría de su dolor y su pena. Sonrió interiormente mientras miraba el filo de la cuchilla acercarse peligrosamente a su cuello; por fin podría descansar.

Quizá su Diosa la perdonaría ahora que finalmente había entregado su vida como se lo había prometido.